II - Posmodernidad

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PANORAMA GENERAL DE LA

POSMODERNIDAD
Claudio Alvarez Terán

El marco cultural constituye la forma de vida de una sociedad, y ese marco cultural es el
que le da sentido a los modelos económicos, las estructuras sociales y los sistemas
políticos que conforman el todo de la sociedad.

El marco cultural del viejo paradigma tomó el nombre de Modernidad y puede afirmarse
que la modernidad es la lógica cultural del viejo modelo económico industrial.

El pensamiento moderno hace su aparición durante el Renacimiento (siglo XV), cuando el


Hombre vuelve a pensarse como centro del mundo y se aleja de los preceptos religiosos
que comandaban las formas de vida medievales.

La Modernidad que nace con pensadores como Maquiavello y artistas como Miguel Angel,
afirma la voluntad humana por sobre todas las cosas, quebrando el espinazo del
pensamiento mítico, mágico y religioso que había prevalecido desde los inicios de la
historia humana.

A partir del siglo XV comenzará a tomar forma un pensamiento afincado en la razón


humana sin intervención de factores míticos o religiosos, y esta vertiente alcanzará su
afirmación social y política en los pensadores iluministas del siglo XVII-XVIII, como
Hobbes, Hume, Locke y Rousseau, entre otros, que proponían iluminar con su razón la
realidad humana y comenzar a reflexionar sobre las diversas formas de organización que
se da el hombre en base a su voluntad, construyendo el primer modelo de pensamiento
político moderno: el liberalismo.

La clase en ascenso por aquel entonces, siglo XVIII, era la burguesía que luchaba por
perforar los privilegios de los alicaídos nobles aún en el poder, impulsando un nuevo
modelo económico apuntalado en la Primera Revolución Industrial: el incipiente
capitalismo industrial. De tal modo el pensamiento moderno del liberalismo se enlaza
íntimamente con el modelo económico capitalista a través del eslabón de la burguesía.

Fue durante el siglo XIX cuando se produjo el triunfo definitivo de la burguesía liberal-
capitalista en Occidente dando forma final a una cultura sólidamente instalada en esta
parte del mundo, la modernidad, que continuó su camino ascendente hasta llegar a
mediados del siglo XX para entroncarse con el modelo industrialista avanzado, pero
paradójicamente, el marco cultural moderno llega a este punto debilitado y anémico.

Pero volviendo al inicio, ¿cuáles eran los pilares de la cultura de la modernidad?


Fundamentalmente la confianza en la razón y el progreso. Para la cultura moderna no era
ni la fe ni el deseo lo que pondría al Hombre en camino de su realización, sino la férrea
voluntad de la razón.

El Iluminismo alumbraría dos teorías básicas que aspiraban a ordenar la realidad humana
desde la razón. Una el liberalismo y otra el marxismo, la primera tuvo su nacimiento oficial
con la Revolución Francesa de 1793, la segunda con la publicación del Manifiesto
Comunista en 1848.

Ambas teorías, ambas ideologías, son hijas de una misma madre: La Razón, y ambas
doctrinas son hijas de un mismo padre: el Iluminismo, sustentados en un mismo objetivo:
el Progreso.

Y como cuerpos de ideas hermanados en el origen, liberalismo y marxismo se


desarrollarán de forma paralela pasando a disputar el protagonismo histórico durante un
siglo, especialmente en el siglo XX en el período de la Guerra Fría, entroncando el
aspecto político del viejo paradigma con su sustrato cultural.

Básicamente la disputa entre liberalismo y marxismo es la disputa entre dos verdades, y


ya se sabe que la razón (como la fe) solo admite una verdad.

El pensamiento racional es el que da origen al pensamiento científico y el objeto de la


ciencia es llegar a LA verdad, la modernidad fue un tiempo en el que se aspira a alcanzar
la verdad. Incluso sus doctrinas políticas, liberalismo o marxismo, se suponían ambas
poseedoras de la anhelada verdad.

Y en esa disputa discurrió el quehacer intelectual durante la vigencia del viejo paradigma.
La modernidad no es una cultura que acepte pensamientos tibios o débiles, es tiempo de
doctrinas sólidas y definitivas, y por ende de fuertes combates ideológicos.

Era una verdad que el Hombre se realizaba por su trabajo, una verdad asumida tanto por
el liberalismo como por el marxismo, y el trabajo era un verdadero credo en la cultura
moderna. Y el sistema económico del viejo paradigma así lo reflejaba mediante su
organización laboral vertical, jerarquizada y disciplinaria, con la idea del Deber como
bandera.

El deber era central en la vieja sociedad moderna, una vida marcada por el adverbio NO,
por la negatividad del No-Poder, marcada por la presencia del padre, del jefe, del
maestro, del guía, de allí la idea de la sociedad disciplinaria, donde las normas
expresaban ese Pacto Social que aseguraba la convivencia, establecía las funciones y
roles de cada ciudadano. Una sociedad con guías claras y mapas consistentes para vivir
en ella, con una marcado linealidad vertical

No había lugar en la modernidad para las aventuras personales que rompieran el molde
establecido, no había lugar para los rebeldes o los locos. La vida diaria también respondía
a este molde disciplinario donde cada quien sabía qué era lo que tenía que hacer dentro
de la institución de la que formaba parte. Una normatividad social por todos aceptada que
dejaba en claro la diferencia entre lo correcto y lo incorrecto, lo bueno y lo malo, una
normatividad social que privilegia el interés colectivo por encima de los intereses
individuales, en la búsqueda de la totalidad, en el que la pertenencia asumía una
importancia sustancial: pertenencia a una nación, a una ideología, a una religión, a una
lengua, a una cultura.

El hombre moderno entiende que su razón lo puede llevar a cualquier límite, al progreso,
incluso a perseguir la utopía, el Hombre Moderno puede, pero desde una perspectiva
universal y potencial, no se trata del poder individual si no de las posibilidades infinitas
para el todo, para el conjunto social; y para ello el individuo “debe” cumplir su papel,
disciplinarse al interés del conjunto.

No estamos hablando aquí de autoritarismo sino de disciplina social, una organización


normativa que reparte premios y castigos y privilegia la idea de unidad, porque otra de las
características que asume la Verdad es su pretensión Universal. Es decir, la Verdad es
aplicable a todos. Así como no puede haber muchas verdades, no puede haber verdades
para algunos, se trata de una forma de vida dominada por una Moral Universal que se
presenta como un paraguas que a todos cubre y al que todos se deben.

En ese marco racional se hace fuerte la dualidad cuerpo/espíritu proveniente del viejo
molde platónico, retomado por el cristianismo y consustanciado con la cultura occidental
que la modernidad hace propia con Hegel y Heidegger. Una realidad binaria, espacio de
la negatividad, en la que no hay lugar para terceras opciones: verdadero/falso,
masculino/femenino, crecimiento/decadencia, patrón/trabajador, mayoría/minoría,
izquierda/derecha, salud/enfermedad, natural/artificial, público/privado, cuerpo/espíritu.

La modernidad no aspira a la diferencia, ni a valorizar lo que hay de diverso en cada uno,


sino a reafirmar el destino común para todos, un destino de progreso, el camino de la
utopía, la visión en el futuro.

Y decíamos que si un puntal de la cultura moderna era la Razón, el otro era el Progreso,
entendido como el destino ineludible que le espera a la Historia Humana, porque la
modernidad entiende de manera teleológica la Historia, considera que todo tiene un
sentido, y ese sentido es el Progreso, una línea en dirección hacia delante y hacia arriba,
una flecha lanzada hacia el cielo sería la figura exacta de lo que le espera al futuro
humano, y es este último concepto, Futuro, es la que se relaciona íntimamente con el
Progreso, y se constituye en el destino ineludible del Hombre, a quién, según la
modernidad, le espera un mañana mejor y ese mañana llegará, no como un regalo de
Dios sino como consecuencia de la voluntad humana expresada en acto.

Por eso el Hombre de la modernidad proyecta, piensa en su futuro, realiza sus actos con
ese objetivo, incluso resigna el presente en pos del mejor mañana que le espera. El
hombre de la modernidad pospone, no se entrega a la satisfacción inmediata, se
esfuerza, se sacrifica por “la causa”.

Y en esa búsqueda de Futuro, el hombre de la modernidad también rescata el Pasado


como escalón esencial de la escalera del Progreso, porque para subir hacia el mañana es
necesario asentarse firmemente en el escalón previó del ayer. En ese tránsito el tiempo
Presente es simplemente un momento de paso, irrelevante.

Pero si bien la modernidad concretada socialmente en la disciplina normativa no valora el


comportamiento rebelde, tiene un costado contradictorio en el hecho de que para alcanzar
esa regulación normativa se requiere un comportamiento rebelde y transgresor que luego
se tratará de apagar. Por eso la modernidad no es una época de tranquilidad, sino un
tiempo de efervescencia, de lucha, de revolución. De un ciclo alternado de cambio y
conservadurismo.

Cuando la modernidad apunta al progreso para asegurar el mejor destino de la


humanidad, a lo que apunta es al cambio y la transformación. Y el ícono fundamental de
la cultura moderna es el cambio revolucionario: revolución capitalista, revolución
burguesa, revolución obrera. El economista liberal Joseph Schumpeter acuñó el término
“destrucción creativa” para explicar de qué manera el capitalismo avanzaba, progresaba,
destruyendo en su camino parte de lo que había construido previamente. Lo que Carlos
Marx figuraba en la frase “todo lo que es sólido, se disuelve en el aire”, Schumpeter lo
ratificada en la idea de una “incesante revolución de la estructura económica desde
dentro” por parte del sistema capitalista.

De este modo la idea del cambio forma parte esencial de la modernidad, pero la
contraparte de esto es que una vez que ese cambio se concretaba toda esa fuerza
revolucionaria terminaba mutando a conservadora, para alimentar otra alternativa
revolucionaria.

La guía de la racionalidad durante la vigencia del paradigma de la modernidad afirma la


preponderancia de lo político (entendiendo lo político como aplicación de la razón humana
en la forma de organización social). La razón por delante de la realidad, incluso la razón
desafiando a la realidad. Es decir, la política construyendo la realidad.

La expresión política del Estado-Nación, institución creada por la modernidad, se


encuentra por sobre los otros factores de poder, el Capital y el Trabajo, los domina y los
dirige. Es la Política, son las ideas, es la razón la que rige al mundo moderno.

¿Pero cuándo este sólido andamiaje cultural destinado a darle sentido final a la Historia
humana comienza a dar signos de debilidad? ¿Cuándo la crisis del paradigma de
pensamiento moderno comienza a manifestarse?

La modernidad cultural comenzará a mostrar signos de agotamiento en la primera parte


del siglo XX, aún en los momentos en que se seguía construyendo su edificio social.

Será a partir de acontecimientos trascendentales del siglo XX, como las carnicerías de la
Primera Guerra Mundial, la brutal crisis económica de 1930, el estallido de la Segunda
Guerra Mundial, el Holocausto judío, la detonación de la Bomba Atómica, llevaron a
comenzar a cuestionar el destino de progreso que prometía la modernidad.
La Razón y la fe en el Progreso, pilares de la modernidad que había prometido un mundo
mejor, fueron puestos en cuestión alcanzando a afectar a otra columna vertebral de lo
racional, la ciencia y su pretensión de Verdad.

La ciencia física clásica consideraba la materia como impenetrable, el significado de la


misma palabra átomo lo demuestra, la materia indivisible, hasta que a comienzos del siglo
XX se descubre que eso que se consideraba sólido no era más que energía, el átomo no
era una cosa en su sentido material, sino un conjunto de fuerzas. La solidez propia de la
modernidad se sacude, todo era proceso y movimiento.

El tiempo, constante, permanente, cuantificable, surgido de los análisis de Newton,


científico moderno, será demolido conceptualmente a comienzos del siglo XX por un
nuevo físico, Albert Einstein, que demuestra la relatividad del tiempo y, de nuevo, el
protagonismo de la energía. Las ideas modernas de Verdad, Unidad y Absoluto se
debilitan detrás del crecimiento de lo relativo.

Las ciencias físicas también cuestionan la búsqueda de un orden racional definitivo


pasando al desarrollo de nuevas teorías, como la Teoría del Caos o la Teoría de la
Incertidumbre 1. Allí donde la modernidad buscaba verdades últimas, la nueva ciencia solo
ofrece posibilidades.

Ya no hay una realidad única, fija y cognoscible, solo hay realidades individuales, el
mundo deja de verse como un conjunto de verdades y pasa a verse como un ramillete de
opciones y posibilidades.

A partir de entonces el Hombre moderno se disuelve en el individuo, el mundo comienza a


buscar soluciones biográficas a lo que son problemáticas sistémicos. 2 Todos los
problemas parecen anclar en las particularidades de cada individuo sin importar la
condición, aún cuando esa condición fuera lo social o lo económico. Cada persona pasa a
ser responsable de su suerte, la reindividualización de la unidad colectiva de la
modernidad pasa a ser el sello del nuevo tiempo

La sólida ideología de la modernidad estalla en un abanico de pensamientos pequeños y


transitorios, muchos juegos del lenguaje sustituyendo los grandes relatos de sentido.

Se desmorona el orden racional ante el avance de la espontaneidad, se desvanece la


idea de progreso como herramienta para construir el futuro, un futuro que pierde todo
sentido frente a la imponente presencia del presente, de la utopía se pasa a la hictopía.

El futuro se observa como una gran desilusión y el pasado una profunda frustración, ya
que como sostiene el historiador Jacques Revel, al no proyectarnos hacia el futuro el
pasado se vuelve opaco, difícil de descubrir.

La vieja razón moderna, ídolo en el que se afirmaría la construcción de la humanidad, se


vuelve instrumental, pierde su potencia transformadora, se contenta aportar a lo ya

1
Teoría del Caos elaborada por Ilya Prigogine, y la Teoría de la Incertidumbre por Werner Heisenberg.
2
Ulrich Beck, citado por Zygmunt Bauman, En busca de la política.
conocido y en pensarse definitiva, perdiendo de vista al Hombre como objetivo
aplicándose más a los medios que a los fines, enfocándose en lo dado dejando de lado la
trascendencia, resumiendo al Hombre a una sola dimensión.

Así, derribadas las columnas de la Razón y del Progreso, se cierran los caminos de la
modernidad.

El viejo paradigma cultural de la modernidad se queda pues sin sus soportes y da señalas
claras de anomalías al no poder explicar ya lo que sucede y el nuevo paradigma se afinca
en un nuevo sustrato cultural, la posmodernidad, como bautizó Jean Francois Lyotard a
esta nueva cultura, o bien la hipermodernidad, como prefiere llamarla Gilles Lipovetsky.

Caída la razón se entroniza el Deseo, disuelto el Progreso se erige el Presente.

POSMODERNIDAD / HIPERMODERNIDAD

Cuando se analiza la denominación que debe darse a esta nuevo modelo cultural que se
construye a partir de la crisis de la Modernidad, aparecen dos nombres que han ganado
especial posicionamiento, el primero surge del planteo original del filósofo francés Jean
Francois Lyotard que le llamará Posmodernidad, el segundo es abordado por otro francés,
Gilles Lipovetsky, que considera que el nombre adecuado es Hipermodernidad. Entre
ambos otros nombres se van desarrollando a partir de diversos analistas, Modernidad
Líquida para Zygmunt Bauman, Sobremodernidad para Marc Auge, Segunda Modernidad
para Ulrich Beck, Modernidad Tardía para Anthony Giddens.

Indudablemente las dificultades para darle una denominación definitiva al nuevo modelo
cultural de nuestro tiempo se basa en los lazos que sigue teniendo con el viejo modelo
cultural de la modernidad, lo que queda claro a partir de que todos los nombres terminan
aludiendo al modelo cultural que se deja atrás.

Si bien al inicio Posmodernidad parecía un nombre correcto, ya que definía una cultura
que venía a sustituir a la anterior por una diferente. Con el tiempo se ha podido ir
observando que ese supuesto corte entre la vieja modernidad y esta nueva cultura no era
tan evidente como se suponía, no era tan claro, y se ha llegado a comprender que se trata
más de un proceso de transformación o mutación de la modernidad que de su
desaparición. Por eso las denominaciones de Hipermodernidad, Sobremodernidad o
Modernidad Líquida parecen representar mucho mejor a la nueva cultura.

En este sentido parece pertinente aplicar la idea de Frederic Jameson sobre el cambio
cultural. Jameson entiende que los cambios no consisten en el derrumbe de una
estructura para ser reemplazada por una estructura totalmente nueva, sino la
recombinación de elementos existentes en el período que acaba de una manera diferente
en el período que comienza.

Características que en un sistema se veían subordinadas a otras más importantes, ahora


asumen importancia y otras quedan subordinadas a ellas. Así como en la modernidad la
Razón ocupaba el sitial de agente organizador del pensamiento y la cultura, en la
posmodernidad otro concepto ocupa ese lugar, el Deseo. 3

Si precisamente la crisis de la modernidad opera a partir del quiebre de la confianza en la


capacidad de la razón humana para asegurar un “paraíso en la tierra” en base al
adecuado ordenamiento de la sociedad, entonces el modelo de pensamiento que le
sucede, la posmodernidad, va a colocar en ese lugar privilegiado, como un verdadero
ídolo, a su contracara, el Deseo.

Para la modernidad el Hombre se movía por cálculos racionales que se reflejaban en el


“principio de realidad” como factor a seguir, mientras que para la hipermodernidad, al
suplantar la Razón por el Deseo, el principio rector de la actividad humana es el “principio
del placer”.

La base de la cultura hipermoderna es la satisfacción del deseo aquí y ahora y su


resultado una sociedad de consumidores a escala hiper. No más ordenamiento
disciplinado y racional, ahora predomina la espontaneidad flexible, la libertad personal, ya
no el deber sino el poder, pero no un poder del universal humano, sino el poder de cada
individuo, el de cada sujeto. Al reino moderno del NO le sucederá el mundo hipermoderno
del SI. El imperativo dejará de ser el deber de cumplir la norma y pasará a ser el poder de
seguir los propios impulsos.

Estamos en una sociedad que rompe con lo convencional y considera que para un
individuo todo puede ser posible, que rompe con la idea de la autoridad y la jerarquía del
padre, y se vuelca a la satisfacción del deseo personal entre iguales. Edipo y su culpa es
suplantado por Narciso y su libertad.

Si hay un concepto moderno que merece un lugar particular en la hipermodernidad por su


extensión y ampliación es el de la libertad. Pero no el de la Libertad, con mayúsculas,
como concepto universal de los modernos, sino el de las libertades, en plural y minúscula,
de cada persona.

Vivimos un tiempo de libertades personales sin restricciones, sin limitaciones, sin


represiones. Todos, cada uno en su condición socio-histórica, pueden conducirse según
sus propios deseos y aspiraciones, nada parece importar más que la propia libertad, nadie
está habilitado a reprochar ni ha impugnar el accionar del otro.

En un ambiente de libertades no hay lugar para los rebeldes ni los transgresores, porque
no hay límites para transgredir ni normas a las que rebelarse, nadie se rebela ante un SI.

No más una moral universal de valores sacralizados que deben ser respetados por todos,
sino libre aceptación de una multiplicidad de comportamientos basados en valores todos
adecuados, el reinado de la ética personal.

3
Entendemos “deseo” como “concupiscencia”, es decir el deseo de satisfacer necesidades urgentes y
materiales, no incluimos aquí deseos profundos del espíritu humano como el deseo de trascendencia.
No más la idea dominante del progreso lineal, sostenido y en avance perpetuo, ahora
desarrollos plurales que ofrecen avances y retrocesos, caídas y estancamientos, formas
reticulares, sinuosas.

No más enfrentar la realidad críticamente para transformarla, ahora abordar la realidad


para reconocerla y adaptarse a ella.

No más ciudadanos activos en sociedades de ideales comunes, ahora una suma de


consumidores individuales en busca de la satisfacción infinita de deseos personales en
redes de relación persiguiendo el objetivo anhelado de la felicidad, el gran imperativo
hipermoderno, “tu puedes”.

Estos son algunos factores que impulsan la transformación de la vieja modernidad para
dibujar un modo de vida diferente, inclusive no solo reducido a occidente como pasaba
con la modernidad, sino también adoptado incluso en las sociedades orientales.

¿Cómo imaginar las transformaciones paradigmáticas sociales, políticas y económicas


producidas a partir de los años setenta sin un cambio sustancial previo del marco
conceptual de la sociedad en general?

En palabras de J. Rifkin, “la era posmoderna está ligada a un nuevo estadio del
capitalismo basado en la mercantilización del tiempo, la cultura y la experiencia de vida;
mientras que la era previa correspondía a un estadio anterior del capitalismo, basado en
la mercantilización de la tierra y de los recursos, la mano de obra humana y la fabricación
de bienes”.

Por eso es muy importante partir del cambio cultural del siglo XXI para desde él
comprender las transformaciones del nuevo siglo.

Describir la posmodernidad/hipermodernidad es también describir al Hombre que vive


dentro de esta atmósfera cultural, el Hombre Posmoderno es en definitiva el habitante
integrado a este nuevo mundo que es el siglo XXI.

Robert Lifton caracteriza a la generación del siglo XXI como seres “proteicos”, que basan
sus actos en el propio deseo. Piensan en sí mismo como intérpretes más que como
trabajadores, y quieren que se les considere antes su creatividad que su laboriosidad.
Han crecido en un mundo de empleo flexible y están acostumbrados al trabajo temporal.
Sus vidas están menos asentadas y son más provisionales que las de sus padres. Son
más terapéuticos que ideológicos, más adaptables que revolucionarios, y piensan más
con imágenes que con palabras. Son menos racionales y más emotivos. Consideran el
centro comercial su plaza pública, ý para ellos es igual soberanía del consumidor que
democracia. Sus mundos tienen menos límites y son más fluidos ya que han crecido con
el hipertexto. Tienen una percepción de la realidad más sistémica que lineal. Tiene poco
interés por la Historia, pero están obsesionados con el estilo y la moda.

Estos hombres proteicos viven en el mundo de la permanente experiencia momentánea.


Para ellos importa el acceso porque estar desconectado es morir.
El carácter terapéutico del hombre posmoderno se evidencia en que, ya sin Historia, la
gente no se preocupa tanto de su lugar en el tiempo, sino de su propia historia personal,
de su condición vital, donde no vale el sacrificio, porque toda realización debe darse
ahora. El Hombre Terapéutico vive el presente y abandona cualquier pretensión histórica,
el enemigo del hombre hipermoderno no está afuera, sino dentro de uno mismo.

Como sostiene Byung Chul Han el siglo XX fue el del paradigma inmunológico, de la
distinción entre el adentro y el afuera, entre el yo y el extraño. Un siglo caracterizado la
noción del enemigo externo donde el extraño aparecía como objeto de ataque aun cuando
no resulte hostil, simplemente por ser otro.

En cambio el hombre hipermoderno sufre de las enfermedades neuronales, TDA,


depresión, bipolaridad, etc. A diferencia del paradigma inmunológico de la modernidad, el
problema no está en la negatividad del otro viral, sino en la positividad de lo propio.

Hoy ha cambiado el paradigma motivado por la desaparición de la otredad, mientras que


el otro generaba una reacción "inmunitaria" su desaparición elimina al enemigo externo.
Hoy es tiempo de hibridaciones y promiscuidades y la globalización no se corresponde al
paradigma inmunológico ya que el otro impone vallas, límites.

La nueva cultura del siglo XXI es simultánea y atemporal, esta transformación es posible a
partir de la revolución de la tecnología de la información y la comunicación que conquista
nuevos límites temporales y espaciales.

Incluso los nuevos modos de comunicación apuntalan esa atemporalidad ya que el


hipertexto propone la muerte de la linealidad del texto escrito, y ya vimos como la
linealidad, que siempre remite a un antes y a un después, a pasado y futuro, era un
formato bien propio de la cultura moderna. A diferencia de ello a un hipertexto puede
accederse desde cualquier posición, desde cualquier costado, en cualquier sentido, una
lectura reticular; muy hipermoderno.

De este modo el ordenamiento de los sucesos pierde su ritmo cronológico, lo cual genera
una cultura al mismo tiempo de lo eterno y de lo efímero. La eliminación de la
secuenciación crea un tiempo indiferenciado, equivalente a lo eterno, pero también
propone un soporte invisible e inasible, una realidad virtual, efímera.

El tiempo de los proyectos y los ideales utópicos deja paso al diseño de la vida diaria,
porque la vida es hoy, no hay tiempo para resignar con vista al futuro, solo el hoy. El
tiempo de los héroes y el sacrificio ha pasado, es hora del hombre común y el disfrute. La
modernidad podía reflejarse en el viejo mito de Prometeo, el hombre capaz de robarle el
poder a los dioses, el hombre cuya voluntad todo lo puede; la hipermodernidad tiene su
figura mítica en Dionisio, el dios de la fiesta, del éxtasis, del disfrute, de la sensualidad
oriental.
La obsolescencia acelerada, el reinado de la moda, la cultura de la urgencia, la
satisfacción inmediata del deseo, la presión por el consumo, la superficialidad, la imagen,
la experiencia cultural, la primacía del zapping, la innovación permanente, la obsesión por
el presente, la estética MTV, la mercantilización del tiempo, son todos factores de la
hipermodernidad que dejan en claro la emergencia de lo efímero, donde prima lo ligero, lo
suave, se rehuye de lo profundo y lo reflexivo.

Ante esta realidad la personalidad del Hombre del nuevo tiempo debe ajustarse a ella. Si
la vida es “ahora” y no vale sacrificarse por ningún pasado ni por el futuro, vale entonces
solo aplicarse a la satisfacción en el presente abandonando cualquier pretensión
trascendente.

Según C. Lasch “estamos perdiendo rápidamente el sentido de la continuidad histórica, de


pertenecer a una sucesión de generaciones surgidas en el pasado y proyectadas hacia el
futuro. Se desvanece el sentido del tiempo histórico”.

Las sociedades con el auge de lo efímero pierden también su raigambre espacial ya que
sin pasado no hay Historia y sin futuro no hay proyecto ligado al espacio, y el hombre del
siglo XXI se encuentra entonces huérfano de cualquier arraigo, pierde vínculo con las
instituciones de pertenencia, se transforma lentamente en un habitante de los flujos,
pierde identidad local, se van construyendo identidades globales.

De nuevo el tiempo y el espacio mezclan sus incidencias y entrelazan sus implicancias,


son expresiones de la sociedad, el tiempo efímero y el espacio de los flujos expresan a la
sociedad del Siglo XXI.

Como decíamos, el ordenamiento disciplinario era parte sustancial de la vieja cultura, pero
en la Hipermodernidad el exceso pasa a ser la norma, antiguamente la norma era la
enemiga del exceso, hoy, cuando las normas se debilitan o se ausentan, nada parece ser
excesivo.

La era hipermoderna es un tiempo suave (soft), ligero (ligth), emocional. Mientras la


conciencia racional se torna sospechosa, el deseo erótico, las ilusiones y los sueños
inconcientes salen a la luz ya liberados de las viejas barreras racionales.

Donde domina el Deseo ya no hay represión sino expresión y satisfacción, hay


libertad(es) individual(es), pero en ese marco donde todo es posible para cada persona,
también hay fracasos y cunden las depresiones frente al imperativo del éxito y del “sí, se
puede”, de la exigencia del rendimiento.

Una de las derivaciones directas de la satisfacción del Deseo es el consumo, ya que en


un mundo donde lo comercial está omnipresente la casi totalidad de los deseos humanos
pueden ser satisfechos por el mercado. La aparición del marketing es una señal clara de
esta realidad que revela la característica consumista del nuevo hombre posmoderno, el
que dejó de lado el valor moderno de la reputación que abreva en la historia personal para
abrazar el valor posmoderno de la personalidad que se manifiesta en la imagen.
Volviendo a Fredric Jameson la cultura posmoderna es la lógica cultura de la nueva
economía global basada en el hiperconsumo de significados, el capitalismo cultural.

El mundo de la hipermodernidad es un gran escenario donde todo se experimenta y se


representa, y en ese escenario dominan el Hedonismo y el Narcisismo, belleza y goce
como premisas vitales.

Un Hombre hedonista es un Hombre consumista. Porque, además, la verdadera


satisfacción está en la búsqueda del deseo y no en su concreción, está en el viaje y no en
la llegada, está en la ambición del consumo y no en el posconsumo, por lo tanto ese
momento es siempre evitado con un nuevo camino hacia un nuevo consumo.

Allí el analista francés Michel Maffesoli ubica el cambio de la concepción de la idea de


“trabajo”, que ya no es un “deber” sino una opción, ya no el trabajo por el trabajo mismo,
sino el trabajo como constructor de una vida como obra de arte, 4 aunque también cuenta
la idea opuesta del filósofo coreano Byung Chul-Han quien sostiene la idea de que el
trabajo como opción y no como deber es un espejismo ya que en realidad es una falsa
opción frente a la práctica incesante del consumo, el hombre “acepta” trabajar y se
entrega a un ideal de rendimiento sin límites, y así se transforma en su propio explotador. 5

Y aquí se enlaza con el otro principio referencial de la hipermodernidad que es el


Narcisismo, la búsqueda de la belleza, pero no solo la propia belleza sino una tendencia
persistente a la estetización de la vida.

Vale aquí hacer dos aclaraciones, la primera es que la belleza fundamental a la que
aspira el Hombre posmoderno no solo es interna sino esencialmente exterior, coincidente
con la celebración de lo externo y lo superficial y la valorización de la imagen; la segunda
es que se trata de la propia belleza, lo cual revela un grado de individualismo creciente,
en el que la importancia está en UNO MISMO, donde el hombre hipermoderno se funde
consigo mismo. Individualismo al que Lipovetsky llama “personalismo”, y que Maffesoli
entiende como paso del individuo indivisible y único de la modernidad a la persona plural
y diversa de la hipermodernidad.

El narcisismo es el detonante del culto a la juventud, junto con la idea de que solo hay un
tiempo, el presente. Si la belleza primordial es la exterior para ella no hay nada más
amenazante que el paso del tiempo, un tiempo que la posmodernidad se empeña en
ocultar, siendo la preservación (por todos los medios) de la eterna juventud el medio
adecuado para esconderlo.

La posmodernidad/hipermodernidad cumple la tarea de sostener las transformaciones del


nuevo siglo a partir del deseo, narcisismo y hedonismo que son fuerzas concurrentes que
alimentan los principales objetivos dinamizadores del nuevo orden: el consumo de un
mundo convertido en mercancía y la posibilidad de hacer de la propia vida un abanico

4
Según un informe de FLACSO publicado por IEco Clarín para los jóvenes argentinos entre 24 y 30 años no
es atractivo un trabajo para toda la vida. El promedio de tiempo continuado en un mismo trabajo es de 6 años.
55
Byung Chul-Han, La Sociedad del Cansancio. Buenos Aires, Herder, 2014
inacabable de posibilidades sin más límites que la propia responsabilidad, la
responsabilidad de un individuo que ha perdido el sostén colectivo y que se somete a su
propio imperativo de poder.

Aparece allí la idea dominante en nuestro siglo de que las personas son más allá de sus
condiciones socio-históricas y que el resultado de sus actos son absoluta responsabilidad
de sí mismos, el reino del “sí, tu puedes”. De aquí se desprende la tendencia a pensar al
rico como gestor de su riqueza y al pobre culpable de su pobreza, ya que se piensan las
conductas como individuales y no como fruto del accionar colectivo, y a las personas
como un conjunto de individualidades liberadas de vínculos institucionales.

Para la cultura hipermoderna la realidad es cambiante y difícilmente abordable, por lo


tanto incierta, caótica y solo probable, rechazando la vieja idea de una realidad fija y
cognoscible que comenzó a quebrarse a partir de las nuevas teorías sobre la materia y la
energía que anularon el principio de la física clásica que consideraba a la materia
impenetrable.

El Universo ya no es el reloj estable y determinado de Newton, sino un “modelo caótico de


evolución”, 6 Un mundo que no se compone de verdades sino de probabilidades. 7

Como sostiene Zygmunt Bauman, la característica más notoria de la hipermodernidad es


que sospecha de la certeza y no promete ninguna garantía. Porque si ya no se concibe la
existencia de UNA realidad fija y cognoscible, UNA verdad que conocer, sino realidades
individuales, muchas verdades circunstanciales, entonces no se puede construir ningún
metarrelato general (visión englobadora de la realidad, eso alguna vez llamado ideología)
a la manera del marxismo o el psicoanálisis, sino un conjunto de discursos (juegos de
lenguaje según la terminología posmoderna) que van creando el mundo al comunicarlo y
que por lo tanto pueden ser más de uno, de forma simultánea y todos igualmente válidos.
La realidad por tanto está en función del lenguaje que utilizamos para explicarla o
interaccionar con ella, la realidad hipermoderna no es más que “palabras”, un “giro
semiolingüístico” con el cual construir el relato de la realidad.

Por esta razón es que en la nueva cultura hipermoderna la Comunicación (con


mayùscula) es tan importante, tanto como para el viejo paradigma cultural lo eran la física
o la historia.

La Historia ya no tiene importancia para la posmodernidad ya que no se considera una


referencia para comprender el presente sino una simple colección de fragmentos
narrativos pasados que pueden reciclarse, porciones de presente ubicados en el pasado,

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Las ciencias físicas siempre han sido un referente fundamental de la filosofía (baste relevar el panorama de
la filosofía griega clásica como ejemplo), y hoy día la teoría del caos, la teoría de la incertidumbre o la teoría
de la incompletud reflejan la importancia creciente de conceptos tales como indeterminación, contingencia,
codeterminación y diversidad, es decir, todos conceptos opuestos a los de certeza y verdad.
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La primera concepción de la realidad fue la mecanicista, que la entiende como reversible y repetitiva y por
ello determinista. La segunda concepción es la realidad cuántica inaccesible, probable y relativa. La tercera
concepción es la de Prygogyne, de un universo en construcción, inestable, impredecible, únicamente
probable.
no una línea de tiempo cronológico sino una red de sucesos sin finalidad establecida.

Por ello el arte posmoderno recoge un collage de estilos históricos unidos para sorprender
y estimular, eclecticismo, mezcla de códigos, derrumbe del concepto de alta cultura,
disolución de la frontera entre vida cotidiana y arte, donde TODO VALE.

En la hipermodernidad todo es relativo, nada es definitivo, nada es bueno o malo, todo es


aceptable, nada es cuestionable definitivamente. Todo valor es similar a otro, por lo tanto
todo valor se disuelve.

Aquella dura realidad binaria de la modernidad deja lugar a una apertura hacia múltiples
opciones. Verdades múltiples, sexualidades diversas, ideologías gaseosas,
industrializaciones periféricas, prosumidores, desaparición de la frontera público/privado,
realidades virtuales, entre tantas alternativas abiertas domina el oximoron en el cual los
opuestos se mixturan para generar nuevos sentidos.

En nuestro tiempo todo se respeta sin afectar rangos de valor. Contra la autoridad se
erige el dios de la comunicación y el diálogo del consenso, del mundo disciplinar del padre
al universo horizontal de los hermanos.

Como hemos dicho el termino pos-modernidad fue puesto en análisis e incluso suplantado
por el de hiper-modernidad, ambos términos se revelan como un significado en sí mismo,
ya que el nuevo modelo cultural es el tiempo de lo pos y de lo hiper.

Es muy común observar definiciones con el prefijo hiper revelan el carácter excesivo de
nuestro modelo cultural, mundo de hipermercados lleno de hiperconectados viviendo en la
hiperrealidad de los hipertextos y la hipercomunicación

Del mismo modo las definiciones con el prefijo pos a falta de mejores conceptos para
explicar los nuevos fenómenos: pos-industrial, pos-capitalista, pos-histórico, pos-moderno,
pos-humano, pos-político.

Esto revela una incapacidad de los analistas para configurar el nuevo modelo por sus
características propias recurriendo a categorías pasadas, por ello también se utiliza el
prefijo neo recuperando ideas del pasado: neo-liberal, neo-nazi, neo-cristiano, neo-
imperialista, neo-comunista.

Tanto el pos como el neo revelan un cambio sustancial de la nueva cultura y es que no es
un tiempo de generación sino de conservación, es un tiempo que a falta de novedades se
alimenta de circunstancias, fenómenos y procesos ya concluidos para tratar de insuflarle
vida, se trata de mutaciones y superaciones de ideas previas. En este intento lo que
recupera es solamente la forma exterior del fenómeno ya que la sustancia histórica que
promovió esas circunstancias ya no existe, expurgados de su espíritu vital

Por esa razón hablar hoy de nazismo resulta complejo pues ya no existen las
circunstancias históricas que le dieron sentido, y por eso ahora los seguidores del
nazismo aparecen como extraños cultores de alguna secta secreta que intenta revivir la
esencia de aquella ideología mediante extraños ritos de extrema violencia.

Pueden traerse al presente formas de vestir que en otros tiempos causaban escozor,
simplemente porque su costado cuestionador o transgresor ha sido eliminado, o convertir
en un espectáculo mediático la actuación de un grupo musical que en otros tiempos
hubiera sido tildado de subversivo o satánico. Inclusive someter a la maquinaria de
desgaste y desustancialización a las ideas políticas más transgresoras.

Lo que queda entonces es simplemente un reciclaje cultural, una recuperación de


materiales y formas pasadas para construir algo diferente, no exactamente nuevo, pero
sin el espíritu que alguna vez acompañara a esas formas materiales originales.

Este reciclaje cultural admite entonces cualquier tipo de material, no importa cuál haya
sido el espíritu histórico y social que le sustentase, porque para el pensamiento
hipermoderno el pasado no es tenido en cuenta y el futuro no existe, “ataúdes flotantes,
llevados por la corriente, eso es el pasado (para los hipermodernos)”, dice Alessandro
Baricco. 8

Es posible entonces unir elementos contradictorios porque han sido previamente vaciados
de contenido, y esto se puede ver en las posiciones de los partidos políticos que en su
discurso se permiten relacionar conceptos como justicia social y libertad de mercado, por
ejemplo, simplemente porque su sentido histórico ha sido eliminado y los términos
vaciados de su contenido transformador, o también en las expresiones artísticas que
relacionan estilos otrora diversos en lo que se llama el espacio de lo ecléctico.

El arte se integra a los circuitos de consumo perdiendo la vieja distinción entre alta cultura
y cultura popular, ya que la hipermodernidad involucra a los bienes culturales como objeto
de arte, cualquier cosa puede estetizarse, y consumirse. Mientras el diseño y la publicidad
confluyen con el arte e ingresan a los museos al mismo tiempo el arte se masifica y se
introduce en la industria.

“El pastiche, el retro, el derrumbe de las jerarquías simbólicas” explican, para Mike
Featherstone, la integración de las manifestaciones artísticas plenamente en una cultura
del consumo.

Las palabras y las cosas pasan a ser elementos intercambiables y con posibilidades de
adicionarse al infinito sin que a nadie le llame la atención, es lo que se ha dado en llamar
pastiche cultural, una sucesión de elementos a la manera de un clip de video, imágenes
que se suceden a la velocidad del rayo sin contexto o coherencia aparente, una mezcla
incesante de elementos reciclados sin valor en sí mismos, un inmenso collage de
componentes cuyo único valor es la superficie de su imagen.

Como puede observarse a partir de este relato sobre las condiciones del modelo cultural
del siglo XXI estamos frente al sustrato vital sobre el que se construyen las
transformaciones sociales, políticas y económicas que dan forma a un nuevo paradigma

8
Baricco, Alessandro, Los Bárbaros. Ensayos sobre la Mutación. Barcelona, Anagrama, 2007
de comprensión de la realidad, el del siglo XXI.

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