Los Templarios y La Mesa de Salomon - Nicholas Wilcox

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Un

obispo e inquisidor español del siglo XV, Alonso de la Fuente del Sauce,
encomendó a un artista holandés una serie de enigmáticos relieves con
destino a un coro catedralicio en los que plasmó, como en un jeroglífico, los
secretos de la Mesa de Salomón, el mítico talismán buscado afanosamente
por los Templarios, un objeto sagrado en el que el rey de Israel inscribió el
Nombre del Poder. La Mesa de Salomón contiene la clave secreta del
conocimiento, que otorga a su poseedor un poder ilimitado.
Atrapado en el centro del misterio, Wilcox emprende un recorrido iniciático
por los secretos templarios: los santuarios matriarcales en los que el Temple
entronizó a sus Vírgenes Negras, las barcas de piedra, el lagarto de la
Malena que guarda la Mesa de Salomón, las intrigas que suscitó la
construcción del Templo de Jerusalén, el Arca de la Alianza y la Cábala. Una
indagación en los secretos iniciáticos buscados por sociedades secretas a lo
largo de la historia.

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Nicholas Wilcox

Los templarios y la mesa de Salomón


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Mangeloso 18.10.14

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Título original: Los templarios y la mesa de Salomón
Nicholas Wilcox, 2004
Traducción: Juan Eslava Galán
Retoque de cubierta: Mangeloso

Editor digital: Mangeloso


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En el principio…

T odo empezó el 6 de abril de 1993. Yo intentaba escapar de la depresión que


me produjo el fallecimiento de mi esposa, la bióloga Elizabeth Wilcox,
devorada por un tigre en la selva de Ranchipur. Me había refugiado a rumiar mi
amargura entre los hayedos del país de Gales, en el viejo molino de Hay on Wye, que
Elizabeth y yo habíamos rehabilitado con tanta ilusión, pero aquella casa antaño
cálida se había convertido en un lugar desangelado y triste. Pasaba las horas frente a
la chimenea apagada, contemplando las cenizas frías. «Te vendrá bien salir de aquí,
trabajar, implicarte en algún empeño difícil», me había aconsejado, con su sempiterna
copa de coñac Napoleón en la mano, mi viejo amigo lord Riggulsford, en la última
reunión de la Royal Ornithological Society. Seguí su consejo. Acepté un ofrecimiento
de la BBC para colaborar en un documental sobre las aves de la sierra de Cazorla, en
España. Un cambio de aires me vendría bien.
Llegué a Cazorla una semana antes que el resto del equipo de rodaje y me instalé,
como otras veces, en la torre del Vinagre, entre los espesos pinares que pueblan el
pantano del Tranco, rodeado de belleza y de paz.
Madrugaba todos los días y salía a ver aves. Un miércoles al amanecer, en las
últimas estribaciones del parque de Cazorla, observé un ave de presa que volaba
defectuosamente a poca altura. La seguí con los prismáticos. Era un halcón.
Renqueaba del ala derecha. Se posó en la copa de una añosa encina. Lo observé más
de cerca. Ajeno a mi presencia, se despulgaba el pecho con su pico curvo. Quizá
llevaba plomo en las alas.
Plomo en las alas…, como yo.
Un halcón con plomo en las alas no es probable que sobreviva. Llevaba un par de
jaulas en la trasera del coche. Si se dejaba atrapar quizá podría salvarlo. Salvar el
halcón, apostar por la vida, salvarme a mí, por esas simetrías que a veces urde el
destino.
Detuve a prudente distancia mi vehículo con tracción a las cuatro ruedas
alquilado y me interné a pie por el pinar. Cuando el halcón descubrió mi presencia,
emitió su grito «quec-quec-quec-quec» y remontó nuevamente el vuelo, esta vez
hacia el crestón rocoso del cerro del Escribano, que separa el valle de la aldea de La
Iruela. Lo seguí con los binoculares hasta que lo vi trasponer un muro arruinado de la
vieja fortaleza templada, entre las inmensas rocas grises.
En el patio del castillo, un hombre fuerte y alto, bien parecido, con una hermosa
barba azafranada, en la que el sol naciente arrancaba destellos de cobre,[1] consultaba
una brújula. A lo largo del muro ruinoso había extendido una cinta métrica.

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—¿Ha visto un pájaro grande por aquí? —le pregunté.
—¡Menudo susto me ha dado el cabrón! —respondió—. Me ha pasado volando a
un palmo de la nariz. Me parece que ha aterrizado en las ruinas de la iglesia.
El halcón estaba atrapado en unas retamas. Me acerqué a él, lo tomé con
precaución y lo introduje en la jaula. Los de la Estación Forestal lo enviarían al
Centro de Recuperación de Aves de El Tranco y con un poco de suerte volvería a
volar sin dificultad dentro de unos meses.
—¿Se come? —inquirió el de la barba, a mi espalda. Me volví…
—No, no se come. ¿Cómo se va a comer un halcón? —repliqué.
—¿Es usted ornitólogo?
—Algo así.
—Pues yo soy castellólogo —informó tendiéndome una mano cordial—. Me
dedico a estudiar castillos y murallas. Qué gusto da ser algo que acabe enólogo,
¿verdad, usted?
Nos sentamos en un murete derruido. Se llamaba Juan y era profesor de inglés,
pero le gustaba más la historia. Estaba preparando su tesis doctoral sobre castillos.
Aquél fue el comienzo de una buena amistad. Hoy, además de amigo, es mi traductor
al castellano.
Estábamos en las ruinas de una iglesia de tres naves, sin más teche que el
purísimo cielo azul. Las higueras, la jara, el tomillo y los rosales silvestres crecían
entre las piedras bellamente labradas. El conjunto le hubiera encantado a un viajero
romántico.
—¡Hermosa iglesia para un castillo! —comenté.
—No la hicieron para el castillo —replicó el barbudo—. El castillo es medieval,
del tiempo en que moros y cristianos se disputaban estos territorios, pero la iglesia
data del siglo XVI, cuando ya no había moros y Castilla era rica, o, al menos, el señor
que la construyó era rico.
—He leído en el cartel, ahí fuera, que el castillo es templario.
—Eso creen y hasta hay una calle de los templarios, pero me parece que se
equivocan. Desde hace cien años se viene diciendo que es templario, pero este
castillo pertenecía al arzobispo de Toledo. Nunca fue templario.
—Entonces, ¿por qué lo llaman templario?
—Porque a principios del siglo XX existió una logia neotemplaria que celebró
algunas ceremonias secretas en las ruinas de esta iglesia. Sus motivos tendrían,
supongo, porque cuando la iglesia se construyó hacía ya doscientos años que habían
desaparecido los templarios. No obstante, si los secretos del Temple se transmitieron
a otras organizaciones, hay razones para creer que don Francisco de los Cobos, el
constructor de esta iglesia, perteneciera a una de ellas. No sé si ha oído hablar del
todopoderoso secretario del emperador Carlos V. Él edificó este templo siendo señor

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de La Iruela. El de los Cobos era muy aficionado a la arquitectura y admiraba a
Vandelvira.
—¿Vandelvira? —pregunté.
—Andrés de Vandelvira, un arquitecto iniciado en los secretos de los antiguos
constructores. Trazó la catedral de Jaén con el número de oro, la áurea proporción
transmitida desde Egipto a Grecia, pasando por el Templo de Salomón. A la muerte
de don Francisco de los Cobos, su biblioteca se perdió, y es lástima, porque
seguramente contenía las claves para desvelar muchos misterios. También perdieron
La Iruela sus descendientes porque en 1606, el arzobispo de Toledo, después de
mucho pleitear, consiguió recuperarla para su diócesis.
Conversamos un rato más y nos despedimos. Juan estaba atareado con la
medición y estudio de los castillos de la comarca, pero cuando lo invité a almorzar, al
día siguiente, en la torre del Vinagre, aceptó de inmediato.
Unos días después fui a Jaén para arreglar los permisos de filmación en el parque
de Cazorla. Telefoneé a Juan, me recogió en el hotel del Pósito, donde me alojaba, y
paseamos hasta la cercana catedral.
¡La catedral de Jaén! Era la primera vez que penetraba en aquel monumento
singular. Me cautivó inmediatamente por su contenida belleza. ¡Aquellas altas y
silenciosas naves en penumbra, como una armónica caverna tan sólo iluminada por la
difusa claridad que se filtraba desde las altas vidrieras coloreadas!
—¡Qué hermoso edificio! —murmuré.
—La armonía de las proporciones, número y geometría, ése es el misterio —me
dijo Juan—. ¡El cofre repleto de secretos!
No lo entendí bien, porque mi amigo tiene cierta tendencia a la metáfora. Le dije:
—¿Un cofre? ¿Qué cofre?
Me miró severamente como si hubiese roto el hechizo que se esforzaba en crear
con sus palabras. Quizá, también, reflexionaba sobre la conveniencia de
comunicarme ciertas cosas.
—No hay cofre —me dijo—. La catedral misma es el cofre y los misterios que
guarda. Bajo este suelo, en estas paredes, en las miradas de los ángeles, de los santos,
de los obispos de palo o de piedra que nos contemplan desde todas partes,
indiferentes al tiempo, en apariencia mudos, pero bastante elocuentes para el que sepa
escuchar.
Ciertas cosas no se comprenden cuando uno ha pasado una mala noche y se ha
despertado temprano. Debió de notar en mi semblante que no lo estaba entendiendo.
—Ven, que te enseñaré algo.
Me llevó al coro de la catedral, una construcción barroca, tardía, que perturba
algo la armonía de la catedral renacentista. El coro de la catedral de Jaén parece una
fortaleza, es macizo y pesado, con adornos recargados que no concuerdan con la

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ligereza y la gracia del resto del edificio. Es como una caja rectangular abierta al altar
mayor. Por una puerta lateral accedimos a un vestíbulo oscuro abierto en el grosor del
muro. Tanteando en la oscuridad, Juan encontró el picaporte de la puerta interior.
La abrió y entramos en el coro. Tres lados del rectángulo los ocupaba una sillería
de madera oscura, en dos niveles. En el centro había dos enormes facistoles con
libros corales, grandes como albardas (Fig. 1).
—¿Qué te parece? —me preguntó.
—Un coro muy hermoso —respondí cortésmente, aunque no estaba impresionado
en absoluto. A lo largo de mi vida profesional, he realizado algunos documentales de
tema artístico para la BBC y he visitado docenas de catedrales antiguas con sus
respectivos coros. No me pareció que el de Jaén tuviera nada de extraordinario.
—Es algo más que un coro —dijo Juan reflexivamente—. Algunos creen que es
un jeroglífico, un libro mudo, al estilo medieval, un libro de compleja lectura porque
las páginas que lo componen están desordenadas. Los coros de los edificios cristianos
nos cuentan gráficamente historias bíblicas y representan personajes del Antiguo o
del Nuevo Testamento, cada cual con su cartela correspondiente o con el símbolo que
lo identifica. Son gráficos dirigidos a impresionar a una feligresía analfabeta que
recibe la doctrina a través de los iconos.
Convine en que así era.
—Los relieves de este coro reproducen escenas y personajes de la Biblia. En eso
no se diferencia del resto. Ésa es la parte exotérica, externa, visible. Pero el de la
catedral de Jaén presenta una singularidad: entre las imágenes bíblicas se han
deslizado otras, o ciertos detalles, aparentemente innecesarios, que permiten una
segunda lectura esotérica, secreta, y reservada solamente para iniciados. Este lugar
oculta un complejo jeroglífico que en su momento los conocedores podrían
interpretar. Lo lamentable es que sus sucesivas reformas han alterado el orden de los
elementos. Ahora resulta difícil, si no imposible, descifrarlo.
Estábamos ante una de las sillas bajas. La talla del respaldo representaba la caída
de san Pablo en el camino de Damasco. Recordé la historia. En los tiempos en que el
cristianismo todavía no era religión sino una herejía desgajada del judaísmo, Saulo, el
inquisidor fariseo, se dirigió a Damasco para reprimir un brote cristiano en aquella
comunidad judía. En medio del camino, Saulo tuvo una visión cegadora que lo hizo
caer del caballo. Cristo se le apareció y le dijo: «Saulo, Saulo, ¿por qué me
persigues?». Llegado a Damasco, Saulo se convirtió al cristianismo, se bautizó y
desde entonces se llamó Pablo.
El relieve que representa a Saulo caído del caballo en el camino de Damasco
cuida minuciosamente el detalle. Hasta las lazadas de las sandalias de los criados que
lo acompañan se distinguen con claridad. El suelo sobre el que Saulo acaba de dar la
costalada es una calzada romana. Mi amigo me señaló tres misteriosas esferas en el

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ángulo inferior izquierdo del relieve, sobre las losas (Fig. 2).
—¿Qué crees que son estas tres esferas? —me preguntó.
Las examiné. Desde luego, no eran frutos, ni piedras del campo, ni nada parecido
a un objeto que pueda encontrarse en la naturaleza. Eran tres esferas aparentemente
absurdas que no se integraban en el conjunto de la escena representada de manera tan
minuciosamente realista, ni parecían cumplir función alguna.
—No tengo ni idea —admití.
—Sin embargo, alguna función deben de tener —insistió—. El tallista no pudo
colocarlas ahí por casualidad o por capricho.
Convine en que llevaba razón. Unos asientos más adelante, la tabla tallada
representaba a un obispo vestido de pontifical, con báculo y mitra.
—San Nicolás —señalé—. Mi santo patrón, por eso lo conozco. Un santo popular
en el Reino Unido.
—La representación exotérica de san Nicolás —corrigió Juan—, el guardián de
los tesoros ocultos, según la tradición. Quizá no sea casual que tú te llames así.
Observa aquí, a su derecha, esta cuba que aparece en la viñeta y, dentro de ella, tres
hombres que parecen rezar. No son mártires arrojados en una caldera de agua
hirviendo, puesto que la cuba es de madera y no se advierte debajo de ella
representación de fuego. Son simplemente tres neófitos que acaban de recibir el
bautismo. En muchos ritos antiguos (de los que el cristianismo lo toma) el bautismo
es una forma de renovación, de iniciación. Uno abandona una vida anterior y renace a
la nueva tras sumergirse en el agua sagrada. Y aquí, a la izquierda del prelado, tres
doncellas arrodilladas que presentan al obispo sendas esferas (Fig. 3).
Tres esferas, de nuevo. Nos miramos. Mi amigo sonrió.
—Otra vez el enigmático trío de esferas, como las de la caída de Saulo en el
camino de Damasco. Tres hombres que se dan el baño iniciático y tres doncellas con
tres esferas. Parece que haya cierto paralelismo.
Pasamos a otro relieve del coro: san Martín cortando su capa para entregarle la
mitad a un mendigo. Juan me señaló el ángulo en el que aparecía nuevamente un
objeto esférico (Fig. 4).
En el relieve siguiente, Cristo en casa de Marta y María, volvemos a encontrar las
tres enigmáticas esferas, esta vez en forma de tres panzudas vasijas a los pies del
Maestro… (Fig. 5).
—Parece que al tallista le gustaba la forma pura de la esfera —observé.
—No hemos terminado —me advirtió—. He dejado lo mejor para el final.
Esta vez me llevó al lado opuesto del coro y me señaló una de las tallas altas.
—Mira esa escena.
El relieve representaba a un rey cristiano, con capa de armiño y corona real, que
levantaba una espada. A su lado, un sabio moro o judío, con un turbante en la cabeza,

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le señalaba un grupo de estrellas. Entre el rey y el sabio había una gran esfera, tan
grande que llegaba a la altura de las rodillas (Fig. 6).
—Nuevamente la esfera —observé—, aunque esta vez de tamaño mucho mayor.
¿Qué significan estas esferas?
—Lo que signifiquen no lo sé —dijo Juan—, pero es seguí no las han colocado
ahí por azar. Es evidente que el escultor recibió instrucciones muy precisas.
—Estoy de acuerdo —dije—, pero ¿instrucciones de quién?
Mi cicerone me condujo al sitial que preside el coro. Me la talla del respaldo
—Te presento a don Alonso Suárez de la Fuente del Sauce, obispo de la diócesis
de Jaén entre 1500 y 1520, y a sus secretarios Aquí tienes al obispo que hace de san
Nicolás y a los tres personajes de la cuba (Fig. 7).
Contemplé la cara huesuda, la frente despejada y noble que el tallista había
representado con artístico empeño.
—El otro día te interesabas por don Francisco de los Cobos y la iglesia templaria
de La Iruela. Probablemente, sus conocimientos procedían de don Alonso Suárez, un
iniciado en la doctrina secreta de los templarios que plasmó sus conocimientos en
este coro.
Era la primera vez que escuchaba el eufónico nombre del hombre que inspiró y
financió la sillería del coro: don Alonso Suárez de la Fuente del Sauce. Antes de
llegar a Jaén había sido inquisidor general. Juan me contó la historia. Hacia el final de
su mandato como inquisidor, y aún después, tuvo ciertos problemas, derivados de su
benevolencia en el puesto.
—¿Un inquisidor sospechoso de apiadarse de sus víctimas? —me extrañé.
De pronto el relieve de la caída de Saulo en el camino de Damasco adquiría un
nuevo sentido: san Pablo, inquisidor contra los cristianos, sufrió una revelación y se
convirtió en el gran apóstol del cristianismo. La venda cayó de los ojos de don
Alonso Suárez, inquisidor contra los herejes, y se convirtió en valedor de aquellos a
los que antes había perseguido o, al menos, en protector de ciertas doctrinas que antes
había intentado erradicar. Don Alonso Suárez se había identificado con el Saulo
evangélico y había colocado aquellos tres guijarros en la calzada que recorría san
Pablo en su camino de Damasco, los mínimos obstáculos con los que su caballo había
tropezado, gracias a lo cual le sobrevino la revelación que cambió su vida.
Tres guijarros representativos de las tres esferas que luego se repetirían, más o
menos disimuladas, en otros relieves del coro de la catedral.
Tres esferas relacionadas con tres muchachas, las que presentan las esferas al
obispo. Tres muchachas cuya larga cabellera hasta la cintura significaba en tiempos
de don Alonso que eran «doncellas en cabello», es decir, vírgenes.

Tres esferas correspondientes a tres vírgenes…

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Se hacía tarde y yo tenía que gestionar la solicitud de grabación para el equipo de
la BBC en la oficina correspondiente. Me despedí de mi amigo y acordamos
encontrarnos de nuevo.
Por la tarde, de vuelta al hotel, no dejaba de pensar en lo que había visto por la
mañana. Un jeroglífico medieval en las tallas del coro de una catedral española. Un
inquisidor que se vuelve tolerante con las doctrinas heréticas que antes perseguía, que
las representa en la forma de tres esferas en el camino de Damasco, tres esferas que
tres Vírgenes ofrecen al obispo… Aquello me intrigaba.
En los días siguientes indagué sobre las Vírgenes de la catedral de Jaén y me topé
con una noticia sorprendente. En la Edad Media y en tiempos del obispo Suárez
existió en la catedral jiennense una Virgen «del Soterraño», es decir, del subterráneo,
pero luego le cambiaron el nombre y la llamaron Virgen de la Antigua, una
advocación bastante común entre las Vírgenes españolas.
¿Qué razón aconsejó este cambio?
Evidentemente, alguien había tratado de ocultar el primer nombre de la Virgen.
Soterraño significa subterráneo. A alguien no le interesaba que se recordase que
aquella Virgen había estado primitivamente en un subterráneo.
Me reclamaron de Londres. Había que aplazar la grabación de Cazorla porque dos
miembros del equipo habían contraído paperas en la estepa de Kazajastán durante el
rodaje de un documental sobre los mamuts sepultos en los hielos perpetuos. Mientras
tanto, urgía montar mi último documental sobre la danza nupcial de la gaviota
pizpicán norteamericana.
Cuando estoy en Londres suelo instalarme en uno de los hotelitos de Bloomsbury
Square, a un paso del Museo Británico. Una tarde ociosa me dirigí al museo, penetré
en la enorme sala de lectura y consulté el fichero informatizado: «Catedral. Jaén»,
escribí en la pantalla. En un segundo, el rectángulo luminoso registró media docena
de entradas. Una de ellas remitía a los documentos de una arqueóloga de los años
cuarenta, una tal Joyce Mann, que había adjuntado sus notas a los papeles de una
fundación, la Research Into Lost Knowledge Organisation (RILKO).
Busqué RILKO y la pantalla me remitió al legado particular del benefactor sir
Thomas Morley, que había cedido a la British Library el archivo particular de un tal
Patrick O’Neill, presidente de una Sociedad Benéfica y Cultural extinta en 1922. Una
nota avisaba de que estaba pendiente de catalogación y ordenación[2].
Un revoltijo de papeles, pensé, donde me puedo extraviar. No obstante, movido
quizá por un pálpito que me alertaba sobre la posibilidad de que allí se encerrara una
buena historia, decidí dedicarle aquella tarde.
La bibliotecaria a la que me dirigí, una chica de cuarenta años, melenita corta
teñida de caoba, gafitas de miope sobre su naricilla pecosa, los pechos voluminosos y
algo caídos, la mirada de ave de presa tras los vidrios, me evaluó con un rápido

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vistazo. Creo que me aprobó. Mi vida deportiva, sana, al aire, me presta un bronceado
natural que contrasta con mi cabello trigueño, y eso les suele gustar a las mujeres. Me
sonrió brevemente al recibir la ficha que le entregaba.
—¿Los papeles de la fundación RILKO? —dijo—. ¡Uff! No sé si podré
encontrarlos. No es la clase de legajo que la gente solicita a menudo.
Sonreí.
—Creo que usted debe de ser bastante eficiente, señorita.
Me devolvió la sonrisa, a pesar de que se me había escapado una expresión
machista, hoy en desuso, afortunadamente.
—Aguarde en su asiento, por favor.
Diez minutos más tarde, la eficiente bibliotecaria descargó sobre el pulido pupitre
tres gruesas carpetas atadas con cintas.
—Los papeles de Miss Mann —me dijo.
Los examiné. Había una docena de cuadernos repletos de notas arqueológicas y
dibujos. Entre las anotaciones referentes a la catedral de Jaén me llamó la atención la
fotografía de un documento en papel pautado. Hacia 1943, cuando la arqueóloga
Mann investigaba, no era muy corriente fotografiar un documento, a no ser que fuera
muy importante. ¿Qué tenía de excepcional aquella lista de nombres compuesta por
una anónima mano de finales del siglo XIX bajo el encabezamiento: «Los que
buscaron la Cava»?
Entre los nombres de la lista figuraba el del obispo Suárez, el prelado que inspiró
las enigmáticas figuras del coro de la catedral.
¿Qué era la Cava? En su acepción antigua, la palabra significa “cueva u hoyo”.
La lista de los que buscaron la Cava, luego lo supe, incluía a varios personajes
notables que vivieron entre los siglos XIII y XVIII.
A juzgar por el epígrafe, estos hombres habían buscado una cueva u hoyo, es
decir, un subterráneo. ¿Estaba relacionado con la Virgen del Soterraño y con las otras
dos Vírgenes portadoras de esferas que aparecían en el relieve del coro? Quizá alguna
vez existieron esas esferas relacionadas con el culto a las tres Vírgenes.
A primeros de septiembre, telefoneé a mi antiguo conocido el profesor Angus
Chipneck, del Departamento de Estudios Medievales de la Universidad de Oxford y
asesor de documentales arqueológicos de la BBC. Me recibió aquella misma mañana
en su gabinete de trabajo, entre montañas de libros apilados en el suelo y sobre las
mesas que no dejaban más espacio que el necesario para dos ajadas butacas y una
mesita, en la que pronto humearon dos tazas de té.
—¿La doctrina secreta de los templarios? —rezongó después de oír mi relato y de
contemplar algunas fotografías del coro de la catedral de Jaén—. Sí, es posible. Los
templarios descubrieron en Tierra Santa una sabiduría milenaria transmitida por una
cadena de iniciados con la que intentaron acrecentar su poder.

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—Sabiduría y poder no siempre caminan juntos —comenté melancólicamente.
—Casi nunca. Los templarios lo intentaron. Su ideal y su última meta eran la
Sinarquía, el gobierno del mundo por los sabios, sin guerras de religión, sin abusos de
los poderosos, sin tretas de las multinacionales. Las multinacionales del tiempo de los
templarios eran las ciudades mercantiles de Italia, Génova, Venecia, Pisa… Aquellos
y otros mercaderes de Europa fueron la causa verdadera de las Cruzadas. La religión
fue sólo un pretexto. Detrás de tanto sacrificio sólo había una desmedida codicia de la
oligarquía, los aliados del Papa y de los monarcas cristianos de Europa. Los
templarios concibieron la idea de redimir a la humanidad de sus sufrimientos,
alcanzar el imperio de la justicia, la paz universal, la primacía de la razón frente a la
pasión destructora.
—Son hermosas palabras, profesor —comenté—, pero enteramente utópicas. Los
templarios acabaron en la hoguera.
—Que los templarios fracasaran en la empresa no significa que sus herederos, si
los hubiera, no puedan culminarla con éxito.
Me hizo pensar.
Mediado septiembre, regresé a España y pasé unos días en Sevilla arreglando
permisos de filmación en el departamento correspondiente de la Junta de Andalucía.
Un día, al pasar por la plaza del Salvador, observé una esfera de piedra que servía de
peana a una sencilla cruz de madera en un ángulo achaflanado de la vetusta iglesia
(Fig. 8).
Recordé inmediatamente aquella esfera del coro de la catedral de Jaén, la del rey
cristiano y el sabio con turbante que señalaba las estrellas.
Telefoneé a Juan para comunicarle mi hallazgo.
—He encontrado una esfera como la del relieve de la catedral.
—¿Cerca de una iglesia?
—En una iglesia. En El Salvador de Sevilla.
—Ésa es la primera iglesia de Sevilla, la más antigua —me dijo—. Esa esfera
debió de pertenecer al santuario primitivo. ¿Cuándo vuelves por Jaén?
—Mañana.
—Te prepararé una visita guiada a cierto lugar.
Al día siguiente, después de un almuerzo copioso con Juan, fui a Arjona
siguiendo sus indicaciones. Arjona es un pueblo blanco sobre un cerro que se alza
como una isla en medio del océano de los olivos, a cuarenta kilómetros de Jaén y a
sólo diez o doce de la autovía de Andalucía. Al llegar telefoneé a Pepe Alcántara,
concejal de cultura, amigo de Juan, y me cité con él en la parte más alta del pueblo, la
plaza de Santa María, una explanada desde la que se divisa un dilatado y bello paisaje
de la campiña olivarera, con la Sierra Morena al norte y la peña de Martos y los
montes de Jabalcuz al sur. Pepe es un hombre joven, delgado, de mirada inteligente.

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Me estrechó la mano con fuerza.
—Juan me ha encomendado que te enseñe la piedra.
Cruzamos la plaza empedrada.
—Ahí tienes tu esfera de piedra, la que aparece retratada en la sillería del coro de
la catedral —me señaló.
En el centro de un mirador con tres cipreses había una gran esfera de piedra caliza
de algo más de un metro de diámetro. La examiné en su contorno. Era similar a la que
había visto en la iglesia de El Salvador de Sevilla. No parecía esculpida, sino natural,
a juzgar por las pequeñas concavidades que punteaban su superficie. Recordé que
esas concavidades o cazoletas, llamadas en inglés cups, son frecuentes en los
monumentos megalíticos (Fig. 9).
—¿Es la esfera de la catedral de Jaén? ¿Cómo demonios ha llegado hasta aquí?
—La trajo Juan. Hace veinte años apareció debajo de los cimientos del bar
Sanatorio, en el subsuelo de la primitiva catedral de Jaén. Mi amigo le dio unas
pesetas al camionero que evacuaba los escombros para que, en lugar de arrojar la
piedra al vertedero, la trasladara a una finquita de su padre, cercana a la ciudad, entre
el Puente de la Sierra y el Puente de Jontoya. Con el tiempo peregrinaba tanto
dominguero a ver la piedra que temió que acabara adornando el jardín de algún chalet
hortera y la trajo aquí. Ha aparecido en algunas revistas. Viene bastante gente a verla.
La llaman la piedra de la Luna, supongo que por los cráteres que tiene, y aseguran
que da suerte. Los visitantes la tocan y enuncian un deseo. De vez en cuando le ponen
velas, especialmente en la noche de San Juan. ¿Ves esa hendidura?
Me señalaba un retallado cuadrado de unos diez centímetros de lado por otros
tantos de profundidad en la parte de la esfera.
—Ahí es donde se encajaba la cruz o la imagen de la Virgen.
—¿Entonces es cristiana?
—Digamos que la cristianizaron.
—¿Qué sentido tiene aquí?
—No sé si sabes que en esta cumbre existió hasta el siglo XVIII una ermita de San
Nicolás, sobre un santuario prehistórico cristianizado. Ahora ha desaparecido, pero en
el solar que ocupó se encontró hace unos años una esfera algo menor que ésta. La
tenemos en el museo.
El Museo Arqueológico de Arjona, en la misma plaza de Santa María, ocupa la
planta baja del santuario de los Santos. Su director, Pepe Valenzuela, me acompañó
en la visita y me mostró la esfera de San Nicolás. Era más lisa que la piedra de la
Luna y tenía una proyección, resto de un primitivo pedestal con el que formaba una
sola pieza. Unos extraños signos recorrían la superficie (Fig. 10).
—¿Qué pone aquí?
—Ni idea. Es ibero y no se ha descifrado —me respondió el director.

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Me despedí del concejal y paseé por el pueblo, compré unos dulces en la
confitería de Campos, como me había recomendado Juan, y regresé a Jaén.
Le envié un fax, con fotografías de las piedras, al profesor Mortimer Thomson,
mi antiguo tutor en Oxford. Al día siguiente recibí la respuesta:

Querido Wilcox:
Muy interesante el material que me envía. Son piedras sagradas o betilos,
las imágenes anicónicas que representaron a los dioses antes de que los
devotos los imaginaran como personas o animales.
El betilo puede adoptar forma esférica o de columna redonda o cuadrada,
acaso rematada en un capitel. Se supone que los betilos son una herencia
oriental, semita, llegada a España con los fenicios, pero nada nos desautoriza
a pensar que los indígenas no veneraran ya sus propios betilos en la forma de
esas esferas de piedra. En cuanto a la inscripción indescifrable del betilo
menor de Arjona es posible que sea el nombre del dios o de la diosa que
representa. Lo digo porque en el templo de Edeta (en San Miguel de Liria, en
Valencia), capital de la Edetania ibérica, una cabeza femenina representativa
de la diosa cartaginesa Tanit lleva escritas en la frente las palabras Dea
Caelestis, la denominación latina de la diosa.
Espero haberle sido útil,
Con mis mejores deseos,
Mortimer Thomson, PhD.

Juan había quedado en recogerme en mi hotel para salir de tapas. Llegó poco
después de las siete.
—Antes del papeo quiero enseñarte algo —dijo.
Atravesamos la plaza de la catedral y nos metimos por la calle de los Abades, en
realidad, una calleja estrecha y silenciosa, con el suelo de losas y geranios en los
balcones. Nos detuvimos ante una hornacina callejera que contenía un crucifijo (Fig.
11).
—¿Qué ves al pie de la cruz?
—¿Tres huevos? —aventuré sin dar crédito a mis ojos.
—En efecto: tres huevos. Algunos creen que es una copia del Cristo de Burgos,
pero los del barrio lo llaman «el de los Tres Huevos». La imagen original era
antiquísima pero se perdió en 1936.
—¿Crees que hay alguna relación entre los tres huevos y las tres esferas de la
vecina catedral?[3]
—Desde luego, no tienen explicación lógica, a no ser que simbolicen algo.
Aquella noche indagué en Internet. El huevo es uno de los raros símbolos

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universales en cuyo significado parecen coincidir las antiguas civilizaciones. Es el
germen del universo a partir del cual se genera la Creación.[4] Simboliza la
renovación de la naturaleza, por eso aparece en tumbas de muchos lugares del
mundo.
Los tres huevos del Cristo de la calle de los Abades eran una pervivencia del
símbolo cultural que en la vecina catedral representaban las tres esferas de piedra.
Esas esferas eran emblema de la Virgen, pero también eran huevos, es decir, centros
del mundo a partir de los cuales se regenera la Creación.[5]
Al día siguiente, Juan me llevó a un cerro de la campiña a varios kilómetros de
Jaén.
—Ahora vas a ver la esfera de Perulera, si no se la han llevado ya. Lo digo porque
hace años que no la visito.
Dejamos el todoterreno a la entrada del carril y remontamos el olivar hasta el
indócil escarpe del cerrete. En la hondonada de la tierra de labor, semienterrada,
había una esfera de más de un metro de diámetro, con una escotadura tallada de unos
seis centímetros de lado y algunos más de profundidad (Fig. 12).
—La esfera o betilo de Perulera.
Después, Juan me mostró una fotocopia de la página de una antigua revista de
antropología.
—La esfera que hemos visto la descubrí, por pura intuición, interpretando la
oración de un gitano. Imagínate: un misterio templario transmitido por una oración
sanadora que recitaba un analfabeto.
—No termino de entender… —confesé.
—A principios del siglo XX los curanderos gitanos sanaban las mataduras de las
caballerías recitando una oración al tiempo que aplicaban sobre la parte dañada
pergaminos de un libro, supuestamente encuadernado con la piel del lagarto de la
Malena. El libro aludía repetidamente a la virtud de la Mesa de Salomón.
—¿La Mesa de Salomón?
—El gran tesoro de los templarios. El libro del que arrancaban las hojas tenía
unos signos dibujados a fuego sobre las guardas.[6]
En cuanto a la oración del gitano, el texto decía:

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Por la mesa del moro
onde está el lagarto
que te cures pronto
con este emplasto/pacto
La Tinaja la Tina
la piedra el macho,
el losón del Veleta
i y el caño santo
Por el peñón de Uribe
que está en palacio
el peral de la era
se está secando
que se seque esta pupa
que estoy untando.

Había anotado algunas conclusiones de Miss Mann. En los días siguientes visité
los lugares en torno a Jaén que la investigadora señaló en sus apuntes bajo el epígrafe
«El camino templario».
¿El camino templario? Hasta donde mis modestos conocimientos sobre historia
comarcal abarcaban, Jaén y su entorno habían sido en la Edad Media lo que se llaman
tierras de realengo, es decir, directamente controladas por la corona. Allí no había
habido templarios.
¿Por qué, entonces, el camino templario?
En la sierra de Otíñar, a quince kilómetros de Jaén, está el cerro Veleta, con sus
cuevas con pinturas prehistóricas y su dolmen a media ladera. Dos kilómetros más
adelante, en el barranco de la Tinaja, existe un antiguo santuario prehistórico en el
que destacan insculturas en forma de círculos concéntricos y una Venus en relieve
(Figs. 13 y 14).
Otíñar, cerro Veleta, barranco de la Tinaja… Había algo familiar en la asociación
de aquellos nombres… Me recordó la oración del curandero:


La Tinaja la Tina
la piedra el macho,
el losón del Veleta

El losón del Veleta podía referirse a la piedra superior del dolmen del cerro

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Veleta, que es, en efecto, lo que podría describirse como losón. La Tinaja estaba
clara: era el barranco de la Tinaja. La Tina podría ser corrupción de Otíñar. Sería la
Tinaja de Otíñar.
Podía ser. Pero ¿y la piedra del macho? ¿Se refería a la cantera del Veleta o a otro
megalito todavía no descubierto o ya destruido? ¿Un menhir quizá?
El peñón de Uribe era un peñasco que existió hasta principios del siglo XX en
Jaén, en el callejón de los Uribes, barrio de la Magdalena, no lejos del solar de los
llamados Palacios de los Reyes Moros, luego convento de Santo Domingo. El
peñasco, que sobresalía del suelo empedrado a un lado del callejón, medio empotrado
en el muro colindante, estaba tallado en forma de cubo y presentaba canaletas en la
parte superior, más lisa, por donde debería fluir la sangre de los sacrificios o los
líquidos de las libaciones. La roca natural, recortada para evitar que estorbara el
tránsito de los carros, formaba una especie de poyo o banco en el que se sentaban los
ancianos de la vecindad para hacer tertulia. También servía de podio al pregonero
para vocear su pregón.
En cuanto al Caño Santo, debía de ser algún manantial. Siendo Santo bien podría
tratarse del manantial de la catedral, al que se atribuían propiedades medicinales. De
este Caño Santo, cuya arqueta de registro existe todavía en el muro de la calle
Valparaíso, se surtieron las casas de la vecindad hasta hace pocos años. La alusión al
peñón de Uribe donde está el palacio me animó a desentrañar el sentido de la oración
sanadora. Los lugares mencionados se integraban dentro de una línea recta. El lugar
donde está el lagarto se refería forzosamente al manantial de la Magdalena, escenario
de la famosa leyenda.
El conserje del hotel me contó la historia: un lagarto monstruoso, más grande que
un cocodrilo, habitaba en el manantial de la Magdalena, en el centro del Jaén
medieval, y devoraba a las personas y a los rebaños. La población estaba tan
aterrorizada que comenzaba a emigrar. Entonces, un condenado a muerte se ofreció a
matar al monstruo si le perdonaban la vida. La autoridad accedió, lo liberó y puso a
su disposición los medios necesarios, pero él rechazó las armas que le ofrecían y sólo
pidió un caballo y un cordero. El cordero se lo comió la víspera de la hazaña en
compañía del capellán de la cárcel.
—¿Cómo pudieron comerse un cordero entre dos hombres? —inquirí.
—¡A fuerza de pan, claro! —respondió el conserje—. Al día siguiente, al clarear
el día, subió al caballo y se dirigió al manantial. Llegado al borde del arroyo dio unas
cuantas voces y, en cuanto vio salir al monstruo, le lanzó la piel del cordero rellena de
yesca bien seca, que previamente había encendido. El lagarto lo tomó por un cordero
vivo, se lo tragó entero, la yesca le abrasó las entrañas y reventó.
—Una buena historia —reconocí.
—Cuando yo era niño, la piel estaba colgada de un muro de la iglesia de San

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Ildefonso —dijo el hostelero—. Ahora lo único que queda es un monumento con la
escultura del lagarto en piedra, cerca del manantial (Fig. 15).
En el corazón del barrio de la Magdalena, el más antiguo de la ciudad, aún se
muestra el famoso manantial donde habitaba el mítico lagarto (Fig. 16).
Recordé la oración del gitano:
—¿Y el peral de la era? —me pregunté.
La lógica sugería que estaría integrado con los otros topónimos de la oración en
una línea recta que apuntase preferentemente hacia el norte.

el peral de la era
se está secando…

El cerro Perulera, hacia el norte. ¿El «peral de la era» de la oración?


—Ya sé cómo diste con la esfera de Perulera —le dije a Juan en nuestro
encuentro siguiente.
Mi amigo sonrió. En efecto, siguiendo el mismo razonamiento fue a Perulera
dispuesto a remover cada piedra en busca de un monumento prehistórico, pero la
esfera de piedra se le vino casi a la mano.
Juan me señaló sobre un mapa los lugares mencionados por la oración. El
santuario prehistórico del barranco de la Tinaja (o de los Neveros), el dolmen del
Veleta, el Caño Santo de la catedral, el peñón de Uribe, el manantial de la Malena,
mítica guarida del lagarto y la esfera de piedra del cerro Perulera quedaban inscritos
con toda exactitud en una línea recta de doce kilómetros de longitud, tendida por
encima de la ciudad en dirección sudeste-noroeste. (Figs. 17 y 18).
Inmediatamente pensé en las líneas ley descubiertas por Alfred Watkins. Watkins,
arqueólogo aficionado de Hereford, gran amigo de mi tío abuelo Henry, descubrió
que muchos lugares significativos de la campiña inglesa se alineaban en perfectas
líneas rectas, indiferentes a los accidentes del terreno. Las ley, como Watkins llamaba
a estas líneas que enhebraban monumentos, constituían una red invisible que recorría
la superficie de la tierra. Lo interesante era que donde dos o más ley se cortaban solía
haber una antigua iglesia, un cerro significativo, una ermita, un cementerio, una
gruta, un monolito, una cruz del camino o cualquier otro hito de carácter sagrado.
Su teoría originó una viva controversia en los medios arqueológicos del Reino
Unido. Los académicos la rechazan, aunque cuenta con entusiastas defensores que
editan una revista y consagran las vacaciones a estudiar el territorio en busca de
nuevos ley. Pueden parecer personas extravagantes, sin embargo, ellos insisten en la
certeza de las observaciones de Watkins.[7]
—Yo no supe cómo interpretar mi descubrimiento —continuó Juan mientras se
servía queso añejo, acodado en la barra de la taberna del Gorrión, cerca de la catedral

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—, pero al poco tiempo encontré una pista que me ayudó a devanar la madeja.

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Fig. 1 Coro de la catedral de Jaén

Fig. 2. San Pablo se cae en el Fig. 3. El obispo, los tres iniciados


camino de Damasco. Relieve y las tres Vírgenes portadoras de
del coro de la catedral de esferas en el coro de la catedral de
Jaén. J. Galán Rosa, 1975. Jaén. J. Galán Rosa, 1975.

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Fig. 4. San Martín comparte Fig. 5. Detalle del relieve del
su capa con un mendigo. Coro Cristo en casa de Marta y María.
de la catedral de Jaén. J. Coro de la catedral de Jaén. J.
Galán Rosa, 1975. Galán Rosa, 1975.

Fig. 6. El rey de la espada, la Fig. 7. El obispo Suárez sus


esfera y el hombre del turbante. tres colaboradores. Coro de
Coro de la catedral de Jaén. J. la catedral de Jaén. J. Galán
Galán Rosa, 1975. Rosa, 1975.

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Fig. 8. Esfera de piedra Fig. 9. La piedra de la Luna,
cristianizada en la iglesia de El en la explanada de Santa
Salvador, Sevilla, Gemma María de Arjona. N. Wilcox,
Carbonell, 2004. 2003.

Fig. 10. Betilo del santuario de San Fig. 11. El Cristo de los
Nicolás. Museo de Arjona. N. Wilcox, Tres Huevos, Jaén,
2003. 1972.

Fig. 12. La esfera de Fig. 13. El barranco de la Tinaja. Al


piedra de Perulera. N. fondo, el santuario prehistórico. N.
Wilcox, 2003. Wilcox, 1986.

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Fig. 14. Detalle de las inculturas Fig. 15. Monumento al
del santuario prehistórico del Lagarto en el barrio de la
barranco de la Tinaja. N. Wilcox, Magdalena. M. Rodríguez
1986. Arévalo, 2004.

Fig. 16. El manantial del Lagarto de la Malena. N. Wilcox, 1986.

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Fig. 17. Mapa de los alrededores de Jaén. Los lugares mencionados en el
texto se encuentran a lo largo de la línea que atraviesa la ciudad.

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Fig. 18. Plano del casco antiguo de Jaén.

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2
Las piedras de los gigantes

E n el barranco de la Tinaja y en el cerro Veleta, el hombre prehistórico había


legado un mensaje a la eternidad. Había esculpido en la roca, había
amontonado piedras, había construido una cámara con losas que pesan varias
toneladas, había dibujado signos enigmáticos en las paredes de las cuevas después de
ascender penosamente por farallones casi verticales.
El peñón de Uribe también estaba esculpido. Aunque ya no era posible
examinarlo, parecía razonable atribuirlo a la misma serie de piedras manipuladas por
el hombre prehistórico. Lo mismo cabía decir de la enigmática esfera de Perulera, de
las esferas de la catedral y de los tres huevos de la hornacina de la calle Veracruz, en
Jaén.
En cuanto a la leyenda del lagarto de la Malena, procedía de un mito de lucha del
héroe contra el monstruo, cuyas raíces remotas también se pierden en la noche de los
tiempos.
Todo ello podía atribuirse a los hombres primitivos, pero ¿qué quisieron
expresar? ¿Por qué se embarcaron en aquellos trabajos, en apariencia inútiles, cuando
procurarse el sustento diario les daba ya sobrado quehacer? ¿Qué interés cifraban en
aquellas obras? ¿Por qué las inscribieron en una línea recta? Y finalmente: ¿por qué
los templarios se habían interesado por esos lugares?
Tenía un puñado de claves. Si eran tan absurdas como a primera vista parecían,
¿cómo se habían transmitido a lo largo no ya de siglos, sino de milenios? ¿Cómo
habían sobrevivido al olvido y a la muerte para llegar hasta nosotros? ¿Qué sentido
tenían? ¿Adónde conducían?
Debía de existir un hilo conductor que, de algún modo, ayudase a desentrañar el
enigma. Me resistía a creer que la alineación de aquellos lugares prehistóricos y la
supervivencia de una tradición que los relacionaba fuesen fruto del azar.
El proyecto de la BBC se aplazó nuevamente, esta vez porque el cámara
principal, Basil O’Connor, había contraído durante su último viaje a Marruecos un
virus diarreico que lo tenía postrado junto al inodoro, con altas fiebres, en su
apartamento de Kensington Road.
Tenía tiempo y no deseaba regresar a Inglaterra. El misterio templario del antiguo
Santo Reino había captado por completo mi interés como en los años cuarenta captó
el de mi compatriota Joyce Mann. En los días siguientes visité los lugares de la línea
ley mencionados en la oración del gitano. En el barranco de la Tinaja conversé con un
guarda forestal. Supe que por aquel barranco desciende un caudal subterráneo de
unos cuarenta o cincuenta litros de agua por segundo.

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El barranco de la Tinaja ofrece un aspecto imponente. El santuario prehistórico
ocupa un abrigo rocoso de dimensiones catedralicias. Allí, en la roca parietal, se
cuentan hasta veintisiete círculos o series de círculos concéntricos, toscamente
tallados entre el –2000 y el –1500.[8]
Además de los grabados, y a un nivel más bajo, hay una venus en relieve,
preciosamente tallada y pulimentada con los típicos abultamientos de grasa de las
venus paleolíticas, de la que se distinguen, como brotando de la pared, el prominente
vientre y los muslos.
El dolmen del cerro Veleta se compone de ocho grandes losas verticales que
forman un octógono un tanto irregular y sostienen otra mayor que las cubre.[9]
Un octógono.
¿Tendría alguna relación con las capillas octogonales iniciáticas de los
templarios? ¿Acaso los templarios habían obtenido su idea del edificio octogonal de
los dólmenes sagrados?
Este dolmen puede fecharse en la Edad del Bronce, mil y pico años antes de
Cristo. Seguramente, lo construyeron prospectores de metales que construían tumbas
colectivas, adoraban a la Diosa Madre y plasmaban dibujos propiciatorios en las
cuevas (Fig. 19).
En las cuevas del cerro Veleta (llamadas de los Soles, del Poyo de la Mina y de
los Herreros) y en las del cerro vecino, separado por un barranco (cuevas del Plato y
la de la Higuera), aparecen muchas pinturas esquemáticas que representan figuras
humanas, cuadrúpedos, cérvidos y signos abstractos, círculos y puntos.
Las figuras humanas se han identificado con representaciones astrales.[10]
Curiosamente, este tipo de representaciones abunda más en estas cuevas que en sus
otros paralelos peninsulares.[11] Pensé que quizá no fuera una simple coincidencia.
Busqué información arqueológica sobre aquellos lugares en la estupenda
biblioteca del Instituto de Estudios Giennenses, instalada en un antiguo hospital y
convento carmelita, con la confortable sala de lectura abierta al claustro silencioso. El
manantial de la Magdalena se había remodelado en agosto de 1969. Durante las obras
aparecieron hachas neolíticas partidas como exvoto[12]. Estas hachas abundan en
lugares sagrados de la Antigüedad como Martos[13], Otíñar y Víboras. En un ladrillo
muy desgastado por el agua se distinguía claramente la marca W, una de las que
aparecían en la portada del manuscrito del gitano.
Entre el –2500 y el –2000, en el paraje de Marroquíes Altos, hoy ocupado por
modernas urbanizaciones, con sus supermercados, sus multicines y sus iglesias de
diseño, surgió lo que los arqueólogos denominan púdicamente una «macroaldea»:
treinta y cuatro hectáreas de perímetro amurallado, una compleja construcción de
cinco círculos concéntricos de canales excavados en la roca e intercomunicados por
canales transversales que se alimentaba con el agua de los manantiales de la Malena y

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de la catedral (Fig. 20).
—¿Cómo se explica una obra de ingeniería tan compleja en aquel tiempo? —le
pregunté a un arqueólogo con el que coincidí en la sala.
—Vaya usted a saber —se encogió de hombros—. Como parecerse, se parece a la
Atlántida descrita por Platón, aunque está aquí, en medio del secano, y no en el fondo
del océano. A no ser que algún superviviente de la Atlántida llegara aquí y fundara
una ciudad o «macroaldea» con ayuda de los nativos.
En Marroquíes Altos se encontraron cuatro cuevas artificiales, de corredor
acabado en cúpula y nichos laterales. Una de ellas contenía dieciocho esqueletos
flexionados y colocados en círculo, con la cabeza apoyada en la pared, que estaba
teñida con pintura roja.[14]
Luego estaba el asunto de las venus: en la región abundan las figuraciones de la
Diosa Madre ancestral en forma de pinturas, relieves o estatuillas femeninas: la del
santuario del barranco de la Tinaja, la de la cueva natural de Caño Quebrado,[15] la de
Torredelcampo.[16] (Fig. 21).
Las piezas del rompecabezas comenzaban a encajar.
Pero ¿cuál era el denominador común de todos estos yacimientos? En primer
lugar, la obsesión por el círculo: los relieves de Otíñar, el dolmen y las pinturas del
cerro Veleta, las tumbas de corredor de Marroquíes Altos, la esfera de Perulera, la
«macroaldea» de Marroquíes Bajos.
En segundo lugar, la presencia de agua: en el barranco de la Tinaja, en el cerro
Veleta, regado por el río Quiebrajano, en el Caño Santo de la catedral, en el manantial
de la Magdalena…
En tercer lugar, la fecha: todo ello puede datarse en la época neolítica y, más
exactamente, en la Edad del Bronce.
¿Qué gente calculó, construyó, esculpió y pintó este enigma encadenado? ¿Cuáles
eran sus creencias? ¿Por qué se interesaron los templarios por estos lugares tres mil
años después?
En un viaje a Londres, visité al profesor Mortimer Thomson en su cottage de las
afueras de Windsor. Estaba leyendo en el jardín posterior, en una vieja hamaca,
rodeado de rosas y de enanos de cemento. Me escuchó con atención, después
carraspeó ligeramente y me preguntó:
—¿Conoce el fundamento de las líneas ley?
—Me temo que no. Ni siquiera sabía que usted creyera en las líneas ley.
—En el mundo académico hay que ser cautos —murmuró con una sonrisa de
conejo—. Digamos que, oficialmente, no creo en las líneas ley, y sin embargo…

Las corrientes telúricas.

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Llegó la hija del profesor con una bandeja, una doncella talludita y rubia que me
profesa gran simpatía porque una vez la asistí en un desmayo durante unas
excavaciones en Baalbeck (una vieja historia que no viene a cuento). Tras saludarme
con la circunspección que imponía la presencia del patriarca, me sirvió un té de
Ceilán, espeso y amargo, y le sirvió a él una taza de vino de Jerez, dado que el té lo
pone nervioso. Cuando se retiró, reanudamos el debate académico.
—Comenzaremos por el principio, antes de llegar a las líneas ley —propuso
Thomson—. Te supongo enterado de que la evolución de la especie humana ha
supuesto para el hombre un progreso que lo ha llevado a erigirse en rey de la
Creación. Al evolucionar, el hombre ha ganado en capacidad craneal, en habilidad y
en inteligencia, pero, paralelamente, esta ganancia acarrea una pérdida del instinto.
Desde que tenemos calculadora de bolsillo, hemos olvidado multiplicar y desde que
desarrollamos la inteligencia hemos descuidado ese sexto sentido.
El profesor Thomson bebió un sorbito de su taza, chascó ligeramente la lengua y
prosiguió:
—El hombre actual ha perdido su instinto. Es incapaz de presentir reveses de la
naturaleza, como hacen otros animales menos evolucionados, que barruntan el
incendio, la inundación, el terremoto, el buque que se va a pique o cualquier otro tipo
de peligro. Muchos animales se tornan irritables y nerviosos cuando ventean el
peligro, avisan de que algo va a ocurrir, intentan huir. En algunos casos incluso han
sido capaces de barruntar la muerte propia o la ajena. Ya conoce el sorprendente
suceso de lady Pendelbury. Murió la anciana, aunque vigorosa, señora y su perro lobo
alemán cruzado con belga, que tanto la había acompañado durante sus últimos años
de viudez, se recluyó en las caballerizas del castillo emitiendo aullidos lastimeros, se
negó a comer y murió de tristeza una semana después del fallecimiento de su dueña.
Asentí. El caso apareció en los periódicos sensacionalistas. Incluso la propia reina
se había interesado por la suerte del perro.
—Y luego está lo de la prodigiosa memoria genética —prosiguió el profesor—,
esos animales capaces de recordar durante toda una vida un complicado camino que
recorrieron solamente una vez. Incluso existen especies capaces de recordar un
camino que no recorrieron nunca, los salmones que trabajosamente remontan las
corrientes de los ríos para depositar sus huevos en los cursos altos, obedientes a un
mandato genético. En fin, que los animales están integrados en la naturaleza. El
hombre no lo está y hoy menos que nunca, cuando se ha transformado en un
peligroso agresor de la naturaleza.
Apareció nuevamente la hija del profesor. Esta vez la vi llegar y pude admirar sus
armónicas proporciones.
—¿Se quedará a cenar Mr. Wilcox?
—Me encantaría, pero tengo un compromiso —mentí. En realidad, sólo me

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esperaba mi desangelada habitación de hotel, pero no quería molestar al profesor.
Ella pareció contrariada. Desde el desmayo en Baalbeck sentía una especial
simpatía por mí.
—Hubo un tiempo en que el hombre entendía la naturaleza y colaboraba con ella
—dijo el profesor dirigiendo una mirada melancólica a los setos lejanos, que
comenzaban a oscurecerse—. Aquel hombre primitivo, con una inteligencia y una
capacidad craneal todavía limitadas, conservaba aún la facultad de percibir ciertas
vibraciones de la naturaleza, de la tierra y del cielo. Porque la tierra no es un soporte
inerte. Por el contrario, está dotada de vida, es la matriz y el origen de la vida de las
criaturas que sustenta, incluido el hombre. Las vibraciones de la tierra son
especialmente intensas en determinados lugares recorridos por corrientes telúricas.
—¿Qué son corrientes telúricas? —indagué.
—Pulsiones electromagnéticas que recorren nuestro planeta a más o menos
profundidad, según el relieve, la conductibilidad de los terrenos y la presencia de
agua.[17]
Abrió un libro y me hizo leer un párrafo en voz alta:
—«De esas corrientes telúricas las hay que nacen de los movimientos de las aguas
subterráneas; otras de fallas de terrenos que han puesto en contacto suelos de
diferentes naturalezas, que acusan diferencias de potencial en los cambios de
temperaturas y otros más que vienen de lo más profundo del magma terrestre».[18]
—Hoy se empieza a admitir que el hombre no es ajeno a las leyes generales que
afectan al universo —prosiguió—. El universo está sujeto a una serie de ritmos
interrelacionados, a manera de un gigantesco aparato de relojería en el que unas
piezas regulan el funcionamiento de otras. Podemos hablar de ritmos solares, lunares,
planetarios e incluso galácticos.
»Esos ritmos afectan a la naturaleza desde el organismo más simple, incluso
desde el objeto de apariencia más inerte, hasta el ser más complejo que llamamos
hombre.[19]
»El hombre está sometido a una serie de biorritmos (respiratorio, cardíaco, etc.)
relacionados con la naturaleza exterior. El equilibrio de un ser exige su adaptación a
los ritmos del lugar en que habita. En los lugares recorridos por corrientes telúricas,
la naturaleza ejerce profunda influencia en el hombre.
Me señaló otra página de otro libro y me hizo leer:
—«En estos lugares, las personas con facultades supranormales vibran como
arpas, captan, transmiten mensajes, entran en comunicación con entidades y revelan
más claramente los poderes de que gozan.[20]
»El dolmen es piedra de religión. Está situado en un lugar donde la corriente
telúrica ejerce en el hombre una acción espiritual; está situado en un lugar donde
“alienta el espíritu”. Recrea la caverna en el seno mismo de la tierra, en la habitación

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dolménica, donde el hombre va a buscar el don terrestre».[21]
—Los antiguos santuarios y lugares de culto suelen situarse donde las corrientes
telúricas son más evidentes —concluyó—. Esto presupone un cierto conocimiento de
tales corrientes por parte del hombre primitivo, que podría remontarse al Paleolítico.
«Los lugares donde, a causa de sus naturalezas, se juntaban las corrientes telúricas y
las corrientes aéreas originaban dragones, tarascas y Melusinas».[22]
—Como el dragón representado por el lagarto de Jaén —dije.
—Exacto. Como ése y muchos otros. Algunas de estas corrientes eran positivas,
pues favorecían la fecundidad de la tierra o de los animales. Se señalaban con piedras
enhiestas o menhires, que, además, contribuían a fijarlas y a recoger las corrientes
celestes. «Eran piedras de fecundidad, pues acumulaban las propiedades
fecundadoras de la Tierra y del Cielo».[23]
»La existencia de menhires y piedras enhiestas nos demuestra que el hombre
primitivo conocía los factores telúricos que condicionaban su entorno natural, y los
modificaba en su provecho. Los que levantaban megalitos practicaban una especie de
acupuntura terrestre. Igual que el cuerpo humano o animal, la tierra está recorrida por
corrientes diferentes de las magnéticas y bastante mal conocidas en su naturaleza,
pero que no pueden permanecer inactivas en las capas geológicas que atraviesan y,
por lo tanto, no pueden quedar inactivas sobre la vegetación.[24]
»En las regiones donde los megalitos abundan, los campesinos los respetan
aunque estorben el laboreo de sus campos. Están convencidos de que atraen la lluvia
y fertilizan la tierra».[25]
Pocos días después regresé a España. Cuando comuniqué mis descubrimientos a
Juan, comentó:
—Parece que todo encaja. En el Jaén del siglo X todavía se tenía conciencia de la
existencia de una poderosa corriente telúrica que recorría su territorio. El nombre que
le daban entonces era «la carrera de las nubes». Según el historiador árabe Al-
Himyari, el valor de una finca en Jaén dependía de su ubicación respecto a la carrera
de las nubes.[26] Si la finca estaba comprendida dentro de dicha carrera, alcanzaba un
precio mucho más alto que si no lo estaba, puesto que su tierra se consideraba más
fértil. La explicación científica que le daban a este hecho era que, por alguna razón
desconocida, las nubes solían agruparse a lo largo de este corredor y descargaban allí
su lluvia. Evidentemente, se trata de una explicación forzada, porque a cualquier
observador actual se le alcanza que a lo largo de aquella pretendida carrera de las
nubes no llueve más que en sus contornos.
Sin embargo, el agricultor de la época de Al-Himyari todavía estaba dispuesto a
pagar mucho más por la tierra situada a lo largo de aquella línea misteriosa que
discurría entre Otíñar y Perulera.[27]
El cerro de las peñas de Castro está partido cerca de su cima y forma dos núcleos

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rocosos que recuerdan las tetas de una cabra. Por todas partes se descubren restos de
población antigua, especialmente musulmana. En la cima quedan ruinas de una
atalaya y de un lienzo de muralla, de dos eras y de un molino aceitero de época
musulmana. A sus pies se levanta el impresionante paredón de la torre Bermeja.
En las peñas de Castro aparecen restos prehistóricos de la época en que se
pintaron los abrigos del cerro Veleta y se esculpió el santuario del barranco de la
Tinaja: hachas votivas donadas por los devotos al santuario o lugar santo del monte y
dos corredores, uno de ellos tallado en la roca viva al pie de la peña, con pinturas
prehistóricas similares a las de Otíñar y cerro Veleta. Desgraciadamente, el corredor
está cegado y no se sabe adónde conduce.
El segundo túnel es natural y atraviesa de un lado a otro la cima de una de las
peña de Castro. En una de sus paredes, algo desdibujados por el tiempo, aparecen tres
trazos convergentes (\!/) parecidos al signo del libro del gitano sanador sobre la Mesa
de Salomón.
El mismo signo que aparecía en un ladrillo del manantial de la Malena.
Los lugares de la oración sanadora se localizan en una línea recta de doce
kilómetros de longitud que sigue el trazado de una corriente telúrica. En algún
momento de la prehistoria este trazado quedó fijado por una serie de hitos.
Probablemente, los hombres que levantaron estos monumentos habían evolucionado
tanto que ya no eran capaces de detectar por instinto la presencia de las corrientes
telúricas. Eran todavía conscientes de su influencia, pero no sabían ya explicarla. Por
lo tanto, aquella sucesión de lugares adquirió para ellos un significado religioso. De
este modo se explicaba la existencia de un Caño Santo, en un lugar todavía hoy
sagrado de la catedral, y un poco más lejos la leyenda del lagarto de la Malena, el
dragón resultante de la confluencia de una corriente telúrica y otra aérea.
No nos fue difícil alcanzar una conclusión lógica. Todo lo que habíamos
descubierto a lo largo de aquella línea ley parecía relacionarse con los cultos a la
fecundidad. Las piedras esféricas eran imagen del Huevo de la Creación. La Diosa
Madre o Virgen, asociada a estas piedras, era imagen de la naturaleza fecunda que da
vida a ese Huevo. Para el hombre primitivo fecundar es crear, es dominar la
naturaleza, es hacer que la naturaleza se someta a sus leyes.
La Fecundidad es el conocimiento de la clave de la Creación, la primera
preocupación inteligente de la especie humana.

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Fig. 19. El dolmen del cerro Veleta

Fig. 20. La macroaldea de Marroquíes Bajos que pudo inspirar la Atlántida


(Universidad de Jaén).

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Fig. 21. Venus de Torredelcampo.

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3
La espiga y la diosa

R ecordaba al profesor Robert Deianus de mis días escolares: alto, moreno,


algo chepudo, delgado, con aspecto de jefe indio, solemne y serio. Su colega
Mortimer Thomson le habló de mi investigación y tuvo la deferencia de recibirme.
—No tiene usted aspecto de perseguir quimeras —comentó a guisa de saludo.
A primera hora de la tarde, la sala social del Marson College estaba desierta. La
tenue luz de las melancólicas lámparas de visera verde competía con la del día
invernal que se filtraba por las vidrieras emplomadas. Deianus me ofreció asiento en
un ajado sofá chéster y él se acomodó en su sillón de orejas favorito, tapizado en
cretona estampada, de un color indefinible.
Escuchó, con el ceño fruncido, el relato de mis descubrimientos. Después
reflexionó un momento y dijo:
—Hace unos doce mil años ocurrió lo que los arqueólogos e historiadores
llamamos «revolución neolítica» o «revolución agrícola». Le supongo enterado.
Asentí. Años atrás se lo había oído contar ante una clase de veinte alumnos.
—¿En qué consistió esta revolución? —prosiguió—. Hasta entonces el hombre
había vivido de los frutos, semillas, raíces que recolectaba, o de lo que cazaba, o
pescaba. Cuando los alimentos comenzaban a escasear, la horda se trasladaba a otra
región menos explotada. Había mucho espacio, la naturaleza era virgen y la tierra
estaba poco poblada.
»Aquellos hombres eran simples depredadores. Pero, de pronto, la invención de la
agricultura alteró profundamente la vida y el destino de la humanidad. De ser
depredador de la naturaleza, el hombre se convierte en su colaborador. El vagabundo
recolector abandona su vida errante, echa raíces en un territorio que considera suyo y
se convierte en productor.
»Es un cambio que acarrea muchos cambios. El hombre tiene que inventarse el
concepto tiempo. Tiene que pensar en el futuro, labrar y sembrar hoy para recoger
mañana. Guardar lo necesario para subsistir hasta que llegue la próxima cosecha,
reservar la simiente…
»Estos cambios implicaron una revolución en el pensamiento. El hombre toma
conciencia de los ritmos superiores que rigen el cosmos.
»También se produjo un cambio social. Hasta entonces los hombres se habían
ocupado de la caza y las mujeres, de la recolección. La aparición de la agricultura,
que potencia la tradicional tarea de la mujer, acarrea una nueva valoración del
elemento femenino. La recolectora pasa a un primer plano. Se instituye el
matriarcado.

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»Cuando aumentó la población, la vida de los primeros agricultores se tornó más
difícil. La obsesión por asegurar la fecundidad de la tierra y de los animales, de la que
dependía la supervivencia de la comunidad, se concretó en unas prácticas mágicas
centradas en torno a la estrella Spica y a la Luna.
Un bedel asomó la cabeza. Deianus alzó una mano a guisa de saludo y despedida.
El bedel desapareció.
—En la profunda noche de los tiempos —prosiguió—, el hombre primitivo
contemplaba fascinado la bóveda celeste. Adoramos aquello que no nos explicamos
y, al propio tiempo, nos esforzamos en penetrar y dar sentido a lo que ignoramos.
»En los inicios de la revolución agrícola, hace unos catorce mil años, el
equinoccio de primavera tenía su punto vernal (o punto del sol en el ecuador celeste)
en la constelación de Virgo.
»Los sumerios llamaban a la constelación Bad-Tibira y a su estrella principal, Sib
(la Spica actual). Los primeros agricultores relacionaron la constelación de Virgo con
la diosa de la fertilidad Deméter, Ceres, Perséfone y los distintos nombres de la Diosa
Madre que, andando el tiempo, se ha transformado en la Virgen o Madre Divina.[28]
»El hombre primitivo observó que la estrella Spica, la principal de la constelación
que hoy llamamos de Virgo, desaparece en el horizonte del cielo nocturno el quince
de agosto, lo que coincide con el agostamiento de la vegetación. Era el tiempo de
recoger el trigo ya seco y maduro. Spica vuelve a aparecer en el cielo nocturno el
ocho de septiembre, coincidiendo con el momento de la sementera.[29]
»La mente primitiva asoció el ciclo agrícola, del que dependía la fecundidad de
las cosechas, con el de la misteriosa estrella Spica, que, de algún modo mágico, regía
la alternancia estacional que hace crecer el cereal. Por eso precisamente la llamaron
Spica, “espiga”.
»Entre los egipcios ocurre lo mismo, pero allí la referencia del año agrícola la
suministra el orto helíaco de la estrella Sirio (su primera aparición al amanecer), que
coincidía con la primera inundación anual del Nilo, que cubría la tierra con una capa
de limo fertilizante. La constelación de Orión precedía a Sirio en una hora.
Estaba claro: en diversas culturas de la Antigüedad, las piedras sagradas son la
representación de la divinidad vinculada a cultos astrales de significado agrícola.
—La fuerza fecunda de la tierra y de las hembras se personificaba en la Diosa
Madre, Gran Diosa o Diosa Blanca —prosiguió el profesor—. Aquellos agricultores
comenzaron a venerar pequeñas figurillas de exagerados rasgos femeninos que los
arqueólogos denominan, un tanto humorísticamente, venus.[30]
»Cada pueblo, cada religión del Mediterráneo, tuvo una Diosa Madre,
representante de la estrella Spica dispensadora de fecundidad. La Diosa Madre se
asociaba a la estrella, era reina del cielo y madre de los otros dioses que se derivaron
de ella.

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»Por todas partes la misma historia. La Diosa Madre recibe distintos nombres en
distintas culturas: la Sarrat Same de los babilonios; la reina de las espigas, Ishtar,
como nombraban al planeta Venus; la egipcia Isis y Hathor; la india Lacksmi; la
Cibeles de Asia Menor; la fenicia Astarté; la cartaginesa Tanit…
»Hubo un momento en que los cultos de Venus, Astarté e Isis se confundieron, ya
en los albores de nuestra era, cuando el imperio romano uniformaba el mundo
conocido. Pero entonces llegó el cristianismo, que hizo tabla rasa de los cultos
anteriores. A pesar de todo, la Diosa Madre, la constelación de Virgo, la estrella
Spica, perduraron confundidas en la Madre de Cristo, la Virgen María.
—Eso parece una afirmación arriesgada, profesor —objeté.
—¿Arriesgada? Nada de eso. Los días de la Diosa Madre eran el 15 de agosto y el
8 de septiembre, ocaso y orto helíaco, respectivamente, de la estrella Spica. En el
calendario cristiano la Asunción de la Virgen María se celebra el 15 de agosto y el
nacimiento de la Virgen, el 8 de septiembre. «La coincidencia de los acontecimientos
astronómicos es tan grande que puede considerarse excluido el azar».[31]
»Hoy se ha perdido la memoria de estas asociaciones, pero en la Edad Media,
cuando se construían las catedrales góticas, estaba todavía presente en el
conocimiento de unos pocos iniciados. Esto explica que la Virgen y el Niño
representen el signo de Virgo en el zodíaco de la vidriera de la catedral de Notre
Dame de París y explica también que los templarios se interesaran por los santuarios
matriarcales y los cristianizaran instituyendo en ellos el culto a las Vírgenes Negras.
—¿Y el culto a la Luna? —pregunté.
—Junto a la estrella Spica, la Luna ocupó un lugar importante en el culto a la
fecundidad. De hecho, aquel gran escenario de la noche parecía existir sólo para que
la cambiante Luna ejerciera su fría fascinación. Noche tras noche, el disco de plata
cruzaba la bóveda celeste, crecía, decrecía, moría y resucitaba. El hombre primitivo
se percató de la influencia del astro frío sobre las aguas. La Luna regía las mareas,
por lo tanto, también tenía poder sobre la lluvia, de la que dependía el crecimiento de
la espiga. La Luna era señora de la vegetación. Todavía hoy el aparcero de una finca
de Pembroke aguarda a que la Luna esté en cuarto menguante para recoger sus
hortalizas o a que brille la luna nueva para sembrar.[32]
—Además, el ciclo lunar de veintiocho días se relacionaba con el ciclo menstrual
de la mujer —apunté.
—¡Claro! Por eso la Luna se consideraba señora de la fecundidad en sus más
variados aspectos. Era femenina, desaparecía del cielo, moría, y luego volvía a
resucitar. La vegetación, que le estaba sometida, también moría y resucitaba,
siguiendo el ritmo de las estaciones. Pero el hombre también moría. Por consiguiente,
su resurrección, su inmortalidad, dependerían del poder mágico del astro frío.
Deianus hizo sonar una campanilla y el bedel apareció portando una bandeja con

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dos copas de oporto que depositó en la mesita delante de nosotros.
Tomamos el primer sorbo en silencio.
—¡Qué hermosa la vida! —murmuró Deianus, paladeando el licor—. Otro
símbolo relacionado con la Luna es la serpiente —prosiguió—. El agua nace en los
manantiales y luego se desliza por entre las piedras, «serpeando» como la serpiente
que abandona su escondite subterráneo y avanza con movimiento ondulante, tan
imposible de seguir por el ojo humano como el rápido curso de las aguas. La húmeda
serpiente se asoció a la Luna, señora de las aguas, la línea ondulada simboliza por
igual las aguas y la culebra.
»El símbolo de la serpiente es tan antiguo que ha ido enriqueciéndose con gran
cantidad de atributos: es la «fuerza» de la Luna, es la inmortalidad por metamorfosis
(puesto que la serpiente se renueva, pierde la piel vieja y renace), es la fecundidad
lunar y es la ciencia y la profecía, la sabiduría y la magia. Como inmortal, encarna los
espíritus de los muertos.[33]
»En la mente del hombre primitivo se formaron asociaciones que inspiraron
dioses y mitos: Luna-lluvia-fertilidad-mujer-serpiente-muerte-regeneración periódica.
[34]
»El hombre se aferraba a la continuidad de la vida más allá de la muerte, del
eterno retorno, de una fuerza que se manifiesta en el ritmo de la fecundidad, en el
revivir de la vegetación en la armonía de un cosmos o mundo ordenado.[35]

El Rey Sagrado
En los tiempos del matriarcado, una mujer a la que denominaremos reina gobernaba
la tribu como encarnación de la Diosa Madre, pero, al igual que ella, necesitaba un
hombre que la fecundara y asegurase, a través de ella, la fecundidad de la tierra, de la
que dependía la supervivencia de la tribu. El cónyuge de la reina era el Rey Sagrado.
La ceremonia de su designación simbolizaba la unión del rey Sol con la reina Tierra.
El ritual incluía el asesinato ficticio del rey durante la ceremonia del baño. Tenía que
morir como miembro de la tribu o clan al que había pertenecido para resucitar como
miembro de la tribu o clan de la reina. Como se sabe, el baño es imagen de muerte y
renovación.[36] Éste es también el sentido primigenio del bautismo cristiano.
Recordé los tres Reyes Sagrados que reciben su baño iniciático en el coro de la
catedral de Jaén.
En los tiempos más remotos, se sacrificaba al rey en cuanto la reina quedaba
embarazada. La preñez de la reina, y por lo tanto de la Diosa Madre, era la imagen de
la Creación del cosmos y el cosmos «sólo se crea por el sacrificio o autosacrificio de
un dios».[37]
El rito exigía el sacrificio del rey al final de cada Año Sagrado, pero como la idea

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de morir no entusiasmaba al monarca, con el tiempo se consiguió que un sustituto, a
menudo un niño, ocupase su lugar, o que su castración o cojera simbolizasen su
muerte.[38] Finalmente, se humanizó aún más la ceremonia y la cojera real era
solamente fingida.[39]
El Año Sagrado no debe entenderse como un año de 365 días, sino como Gran
Año, o período en el que el año solar y el año lunar del solsticio de invierno se
sincronizan y coinciden, lo que sucede cada diecinueve años.[40]
Comenzaron a llegar otros profesores para la tertulia académica de la tarde y me
despedí de Deianus.
—Téngame informado de sus investigaciones —me dijo— y procuraré ayudarle.

Asesinato en el baño.
La conversación con el erudito me suministró materia para pensar. Los Reyes
Sagrados morían en el agua, según el rito más antiguo, el de los tiempos de la Diosa
Madre, que deja su huella en algunas tradiciones históricas: Osiris, Hércules, Minos y
Agamenón perecen asesinados en el baño.[41]
Había algo en estas historias que resultaba familiar. Una antigua tradición de Jaén
señalaba el asesinato de un rey moro en los baños de la Magdalena, en el subsuelo del
actual palacio de los condes de Villardompardo, un tal Alí, muerto el 22 de marzo de
1018.[42]
Recordé el peñón de Uribe, mencionado en la oración del gitano y su emotiva
leyenda: un muchacho casadero que llevaba al hospicio a su padre impedido lo
depositó sobre el peñón de Uribe para descansar y despedirse de él. El anciano
rompió a llorar. «¿Por qué lloras, padre?», preguntó el hijo. «Porque recuerdo el día
en que llevé a mi padre al hospicio, como ahora haces tú conmigo. También yo lo
senté en esta piedra para despedirme de él». El hijo, arrepentido, cargó de nuevo con
el padre y lo condujo de vuelta a casa.
Las versiones más arcaicas de esta leyenda inmemorial sugieren su origen astral.
El joven es el Año Creciente; el viejo, el Año Menguante; la mujer con la que se casa
el joven es la Diosa Madre. Cada Año Sagrado, el Rey Sagrado se renueva y el que
llega se deshace de su predecesor hasta que un acto de piedad interrumpe la cadena
(el cambio de religión, que acaba con el rito sacrificial del Rey Sagrado). La
localización del cambio de Año, precisamente sobre el peñón de Uribe, sugiere la
función que el mítico altar de piedra tuvo en la ceremonia. Es posible que fuera el
altar de sacrificios lo que explicaría las extrañas incisiones y escotaduras labradas en
su superficie.
Dos tradiciones inmemoriales del barrio de la Magdalena aludían claramente al
sacrificio del Rey Sagrado en los tiempos matriarcales, cuando la Diosa Madre

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ordenaba el mundo desde el santuario dolménico y el oráculo de la fuente de la
Malena.
Seguí investigando el misterio de Jaén, mientras el cámara David O’Connor
continuaba postrado a causa del virus marroquí. El forzoso aplazamiento me estaba
resultando de lo más fructífero. Sentía que, por un azar del destino, tenía tiempo para
desenredar la madeja templada. Continué investigando. Supe que hace cuatro mil
años ocurrió uno de esos cataclismos que alteran el rumbo de la historia. Una serie de
tribus indoeuropeas procedentes del Asia Central irrumpieron en el Mediterráneo y
Oriente Medio.[43] Esta vez no eran agricultores, sino ganaderos que practicaban la
trashumancia y habitaban en chozas.[44] Los machos, toros y moruecos, encabezaban
sus rebaños, marcando la dirección y el ritmo de la caminata, mientras las hembras,
vacas y ovejas, los seguían sumisas. Estos pueblos se gobernaban por un sistema
patriarcal basado en el predominio del principio masculino y solar.[45]
Los recién llegados derrotaron a los pueblos autóctonos, agrícolas y matriarcales,
antes de convivir y fusionarse con ellos. Entre el Dios del Trueno de los pastores y la
Diosa Madre de los pueblos sometidos se estableció una rivalidad que todavía
perdura en las invisibles raíces de nuestra sangre o en eso que llamamos, de un modo
impreciso, cultura europea.
Esta rivalidad entre los principios solares y los lunares se manifiesta en los mitos
de lucha característicos de las religiones mediterráneas. Uno de ellos originó la
leyenda del lagarto de la Malena. El lagarto es la serpiente que habita en la gruta del
manantial matriarcal, lunar, del santuario jiennense. El preso condenado a muerte que
mata al lagarto es el héroe solar de los pueblos patriarcales. Su prisión es el recuerdo
del sacrificio de los Reyes Sagrados en los tiempos del predominio matriarcal. El
caballo que monta el héroe es el animal solar característico de estos pueblos, junto
con el carnero, representado por la piel de cordero que sirve de cebo. Y el fuego que
abrasa las entrañas del monstruo, y lo mata, es el Sol mismo.
Esta dicotomía solar-lunar no podía durar eternamente. El anhelo natural del
hombre era conciliar los dos principios, abolir dualismos, «trascender su condición
humana para reintegrarse en la unidad primordial».[46] Ésa fue la gran obra de la
sabiduría de Salomón que los templarios intentaron rescatar dos mil años más tarde.
Transcurrió casi un milenio antes de que se alcanzara una solución de
compromiso entre los principios lunar y solar. La información que tenemos es
fragmentaria, pero sabemos cómo resolvieron este dilema los pueblos que más han
influido en la cultura europea, los griegos y los hebreos.
Era necesario un dios nuevo que desposara a la Diosa Madre. El Dios del Trueno
de los pastores se casó con la diosa matriarcal y engendró en ella a dos mellizos: un
varón y una hembra.[47]
Los griegos adoptaron una religión ecléctica, capaz de satisfacer a las dos partes.

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En adelante, compartirían el poder el principio solar, patriarcal (el Dios Trueno,
Zeus), y el principio lunar, matriarcal (la Reina del Cielo, Hera). Zeus y Hera se
casan, y todos los dioses menores serán sus hijos.[48]
Los hebreos estaban divididos en doce tribus patriarcales y una matriarcal. La
devoción predominante era el dios-toro El, procedente de Asia, al que incorporaron
creencias de la religión solar de Akenaton durante su permanencia en Egipto, pero
cuando se asentaron en Canaán, la tierra prometida, encontraron que los agricultores
cananeos adoraban a la diosa lunar Ashera.[49]
Durante un tiempo, el conflicto entre autóctonos y forasteros pareció insoluble.
Hasta que Salomón, el sabio, resolvió la pugna de modo pragmático: en la nueva
capital de su reino, Jerusalén, levantó su famoso Templo dedicado al dios solar Yahvé
(otro nombre de El), pero muy cerca construyó otro templo dedicado a la diosa
Ashera. En la mitología hebrea, Yahvé estaba casado con Ashera, la Sabiduría, y con
otra diosa de nombre Anatha.
Las noticias que transmite la Biblia están manipuladas para adaptarlas a las
creencias religiosas de cada período, pero, a pesar de este enmascaramiento, diversos
indicios revelan que en Jerusalén hubo otros templos y otros dioses además de Yahvé.
El matrimonio de conveniencia entre Yahvé y Ashera, que aseguraba la pacífica
convivencia de principios solares y lunares, no duró mucho. Después de la muerte de
Salomón, en tiempos de Josías, se prohibió la adoración de Ashera y Anatha. El dios
El-Yahvé reinó en solitario, como dios absoluto.
Las cinco diosas griegas fueron más afortunadas. Aunque estaban en minoría
frente a los siete dioses varones, mantuvieron su influencia hasta que la religión
olímpica se sustituyó por el cristianismo, una religión patriarcal, solar y rígidamente
monoteísta derivada de la judía.
El establecimiento de esta religión patriarcal en las sociedades mediterráneas
obligó a reajustar los mitos lunares. Se suprimió la muerte sacrificial del Rey Sagrado
y se impuso el héroe solar vencedor de la Serpiente o de la Muerte, tan frecuente en
la mitología de los pueblos pastores que originaron las naciones históricas
(indoeuropeos, judíos y turcomongoles).[50]
El héroe solar es el salvador del mundo. Es Teseo, Dédalo, Sansón, Hércules,
Osiris, Minos, Agamenón.[51] Cristo también. Generalmente, el héroe solar es
traicionado por una mujer y asesinado en el baño. La oposición de la mujer-luna y el
baño lustral, donde muere el Rey Sagrado, son elementos familiares desde el mito
antiguo de la Diosa Madre.
Las primitivas religiones de Iberia dejan su rastro en algunos mitos
mediterráneos, especialmente en los grecolatinos. Existen razones para creer que los
mitos griegos más antiguos proceden del sur de la península Ibérica, la tierra de
Héspero, del Ocaso, del fin del mundo, donde sitúan los griegos tres regiones

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fundamentales de su mitología: los Campos Elíseos, el Hades y el Jardín de las
Hespérides, así como el Erebo y el Océano, donde se enfrentan los titanes y los dioses
del bosque tartesio, el imperio de Urano y el reino de Cronos.[52] En estas regiones
habitan también las tres Hespérides, las tres Gorgonas, las tres Parcas, las tres Moiras
o hijas de la noche, los tres Cíclopes y los tres Hecatónquiros.
Las tres Hespérides son las hijas de Atlas, que custodian las manzanas de oro de
la Sabiduría en un jardín o paraíso hasta que Hércules se las roba.
Las tres Gorgonas son Estero, la fuerte; Euriala, la que salta lejos, y Medusa, la
reina, de la que desciende Gerión, el gigante enemigo de Hércules.
Las tres Parcas (Cloto, que hila; Láquesis, que mide, y Átropos, que corta) son las
hijas de la Noche, como también lo son las Moiras, (y la noche es Occidente, el
Ocaso).
Los tres Cíclopes son Brontes, Estéropes y Argos.
Los tres Hecatónquiros son Coto, Briareo y Giges.[53]
En estos mitos clásicos más arcaicos los personajes se presentan en grupos de tres
y son femeninos, o gigantes (resultantes de la demonización de antiguos principios
femeninos).
Estas tríadas descienden de la Triple Diosa que reinaba en los santuarios
occidentales en los tiempos del matriarcado.[54]
En los relieves del coro de la catedral de Jaén, tres Vírgenes se simbolizan con
tres esferas de piedra, imagen del Huevo primordial de la Creación. Y hay tres Reyes
Sagrados en un baño iniciático, todo ello presidido por la imagen del obispo.
El obispo Suárez, que planeó la sillería del coro, era consciente de estas
asociaciones del antiguo santuario de la Diosa Madre que perduraban en el
cristianismo, las había acatado y quería transmitirlas.
Sobre mi mesa de trabajo tenía la fotografía aumentada del relieve en el que el
hombre del turbante muestra un grupo de estrellas al rey. La composición era simple:
arriba, las estrellas; abajo, la piedra esférica; a los lados, las dos figuras humanas. Era
evidente la relación entre el mundo de arriba, las estrellas, y el mundo de abajo, la
piedra.
La piedra ya estaba identificada. Era aquella misteriosa esfera hallada en la
catedral, el Huevo primordial del culto a la Virgen. Pero ¿y las estrellas?
Las estrellas eran seis, dispuestas de este modo peculiar:

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Seis estrellas. Sin embargo, el grupo de estrellas quedaba tan limitado por el
marco superior del relieve que quizá el artista había querido sugerirnos que estaba
incompleto. Algunas estrellas habrían podido quedar excluidas por falta material de
espacio para representarlas.
La Diosa Madre se identificaba con la estrella Spica de la constelación de Virgo.
¿Serían estas estrellas representación de Virgo?

Si comparamos la constelación de Virgo con las estrellas del relieve catedralicio,


el resultado es que coinciden. Si dividimos esta constelación con una línea imaginaria
a la altura del marco del relieve, el número y la disposición de las estrellas coincide:

Es más, la mano del hombre del turbante parece dibujar un arco que enmarca la
estrella Spica, que el artista ha diferenciado del resto tallándole cinco puntas, en lugar
de seis.
El cinco, precisamente, uno de los números sagrados de la Diosa Madre.
El mensaje del obispo Suárez está claro. La asociación entre la esfera de piedra, la
constelación de Virgo y el culto a las Vírgenes. Un sabio moro o judío, el hombre del
turbante, había transmitido el secreto de la Diosa Madre a un rey. El rey tiene la
espada desenfundada y en alto. ¿Ataca al hombre del turbante? No. El hombre del
turbante no parece sentirse amenazado. Entonces, ¿qué sentido tiene la espada en
alto? La espada es el símbolo de un rey que ejerce el poder de las armas. De un rey
conquistador. ¿Qué rey conquistador pudo recibir el secreto del hombre del turbante
en Jaén? Sólo uno. El rey cristiano que conquistó la ciudad y su territorio a los moros.

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Fernando III de Castilla, llamado el Santo.
En principio sólo era una hipótesis…

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La mesa de Salomón

L a oración de los gitanos señalaba la existencia de un antiguo santuario


asociado a una serie de lugares en los que el hombre prehistórico dejó su
impronta. El primer verso de la oración se refería a una mesa:

Por la mesa del moro


onde está el lagarto…

Esta evocación inicial parecía más importante que el resto y de algún modo lo
condicionaba.
La mesa del moro. ¿Qué podría ser la mesa del moro? ¿Aludía a una de tantas
leyendas de tesoros ocultos por los moros? Quizá un tesoro oculto en la guarida del
mítico lagarto. ¿Tenía sentido la aparición de Salomón en el libro del curandero
gitano?
—En algunas variantes de la leyenda del lagarto de la Malena se mencionaba que
el lagarto custodiaba la Mesa de Salomón —me confió mi amigo Juan mientras
degustábamos un vino acompañado de queso añejo y rosquillas en la taberna del
Gorrión—. Era tan poco significativo que no lo tuve en cuenta cuando escribí mi
libro.[55] Hasta que por casualidad supe que Salomón había construido una mesa
mágica que vino a parar a España.
Pero empecemos por el principio.
Según una antigua tradición oriental mencionada en el Corán, al final de los
tiempos aparecerá un animal monstruoso que llevará como distintivo el báculo de
Moisés y el sello de Salomón.[56]
En Oriente, un animal monstruoso custodia los objetos mágicos de Moisés y
Salomón. En Jaén, el mítico lagarto custodia la Mesa. Es evidente que se trata de una
misma tradición hoy perdida, que permanecía vigente en el año 711, cuando los
moros cruzaron el estrecho de Gibraltar y conquistaron el reino visigodo de España.
Las circunstancias de la conquista de España por los moros son también
legendarias. Los historiadores coinciden en señalar que en una ciudad de los godos
existía un palacio cerrado, un espacio sagrado en el que nadie, ni siquiera el rey,
podía penetrar… Cada nuevo rey godo añadía un nuevo cerrojo a la puerta, pero
ninguno se atrevía a abrirla porque la tradición aseguraba que si un rey violaba aquel
recinto, el reino se perdería irremisiblemente. Don Rodrigo desafió el tabú, hizo saltar
los cerrojos y penetró en el palacio. Entonces los moros conquistaron la Península.

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Cuando los invasores llegaron a este palacio hallaron en su interior un tesoro
compuesto de joyas maravillosas, que los historiadores árabes enumeran, entre ellas,
«un espejo mágico, grande y redondo que hizo Salomón, hijo de David (¡sobre ambos
la paz!). El que se miraba en ese espejo podía ver en él la imagen de los siete climas
del Universo».[57]
Este espejo era a la vez espejo y mesa, puesto que estaba provisto de cinco patas
(cinco, nuevamente el número de la Diosa). En Ben Abu al-Hakam leemos: «Tenía
tanto oro y aljófar como no se había visto cosa igual. Estaba valorado en doscientos
mil dinares». En algunas leyendas orientales la Mesa era de «berilo verde con
incrustaciones de rubíes y perlas, de 370 pies de diámetro».[58]
Las descripciones del maravilloso objeto discrepan en los detalles, pero coinciden
en afirmar que se trata de la famosa Mesa de Salomón (Fig. 22).
Algunos amuletos medievales pretendían reproducir la Mesa de Salomón en las
partes más nobles de iglesias o edificios sagrados. La idea central que preside estos
dibujos, verdaderos mándalas cristianos o islámicos, es el círculo que encierra
construcciones geométricas más o menos complejas (Figs. 23 y 24).
Era inevitable que la posesión de la Mesa provocara enfrentamientos entre Tariq y
Muza, los dos caudillos árabes de la conquista. «Muza —escribe el seudo Ben Qutaib
— puso estos objetos (la Mesa de Salomón y otra de ágata encontrada con ella) bajo
la custodia de personas de confianza, elegidas por él, y los ocultó a los ojos de los
suyos».
A pesar de esta voluntad de secreto, el asunto de la Mesa trascendió, hasta el
punto de que Tariq «le arrancó un pie con el oro y perlas que tenía y le mandó poner
otro semejante».[59]
Una acción aparentemente absurda. Le arranca un pie a la Mesa y a continuación
la restaura con otro semejante, se supone que también de oro y perlas, tan valioso
como el original expoliado. Esto indica que no se hace por su valor material. ¿Por qué
razón entonces?: la Mesa está cubierta de signos. Su decoración son los signos del
péndulo de Salomón. Tariq lo sabe y quiere restringir el acceso a esta información.
Divide el péndulo de Salomón en dos partes, igual que si rompiera un mensaje en dos
mitades y las ocultara en lugares distintos, como medida de seguridad. La Mesa
mantiene su valor material, pero el desciframiento y lectura de su mensaje sólo será
posible para el que, además de la Mesa, tenga la pata original.
La mutilación de la Mesa no pasó inadvertida. Otro historiador árabe, al-Maqqari,
escribe: «Ya sospechaba Tariq lo que después sucedió de la envidia de Muza, por las
ventajas que había conseguido y que le habría de ordenar la entrega de todo lo que
tenía, por lo que discurrió arrancarle a la Mesa uno de sus pies y esconderlo en su
casa y ésta fue, como es sabido, una de las causas de que Tariq quedase vencedor de
Muza ante el califa en la disputa que tuvieron sobre sus respectivas conquistas».[60]

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El hallazgo de la Mesa de Salomón llegó a oídos del califa de Damasco. Hasta el
más ignorante de los musulmanes comprendía que el valor de aquella Mesa excedía
con mucho el del oro y las piedras preciosas con que estaba fabricada. Hasta el
musulmán más ignorante había escuchado y repetido miles de veces los versículos 11
y 12 de la Sura XXXIV del Corán: «… Salomón tenía espíritus que trabajaban entre
sus manos por permiso del Señor (…), hacían para él lo que quería, desde estrados de
honor e imágenes y platos como fuentes de cobre y acetres sólidos…».
Daba que pensar. Así que los espíritus divinos metidos a orfebres hicieron para
Salomón objetos de metal «trabajando entre sus manos», es decir, inspirándolo,
obedeciendo su mandato. ¿Qué hicieron? Desde luego, la famosa Mesa o Espejo de
aleación de metales o la Mesa de Salomón, que era ambas cosas a la vez: una Mesa
en el aspecto físico y un espejo que sirve para ver, para conocer.
En el año 711, la Mesa formaba parte del botín de los conquistadores de España.
Probablemente, se alarmaron por la notoriedad que había alcanzado su secreto y
pusieron en circulación una historia destinada a ocultar el origen de la Mesa: ¿cómo
va a proceder de Salomón, un profeta muerto hace tantos siglos al otro lado del
mundo? Solamente es una alhaja donada a una iglesia por un rey cristiano, y
sucesivamente enriquecida por otros reyes.
Pero nadie creyó esta historia. De sobra sabían que la Mesa había permanecido
durante años en una cámara que ningún rey godo se atrevió a abrir por la maldición
que pesaba sobre ella, y que el mismo hecho de la conquista del reino godo por un
puñado de musulmanes confirmaba la exactitud de aquella profecía y el poder mágico
de la Mesa.
El califa de Damasco, la voz suprema del islam, reclamó la Mesa. Con fuerte
escolta, la Mesa volvió a los caminos… Y se perdió. Nunca llegó a Damasco ni
volvió a saberse de ella. Como si se la hubiese tragado la tierra. Como si hubiese
regresado a la perfecta oscuridad de su subterráneo.
Una última cuestión. ¿Dónde estaba la Mesa cuando la encontraron los árabes?
¿Qué ciudad era aquella en cuyo palacio se custodiaba el tesoro?
En el libro de Las mil y una noches se dice que la Mesa estaba en un país de los
francos (o sea, de los cristianos) llamado Lebta. Lebta es Ceuta, la ciudad africana
por la que comenzó la conquista árabe cuando su señor, el conde don Julián, facilitó
el paso del estrecho de Gibraltar a los invasores para vengar la violación de su hija
por el rey godo. Lebta o Ceuta debe interpretarse, en términos generales, como la
España visigoda. Otros autores señalan Toledo, la capital del reino, por un
razonamiento lógico: si el palacio pertenecía a los reyes visigodos y Toledo era su
capital, el palacio debió de estar en Toledo. Pero hay otra candidatura menos casual.
Jorge Luis Borges aglutina sus variadas lecturas y, al parafrasear la leyenda del
palacio, habla de «una ciudad que tenía por nombre Lebtit, o Ceuta o Jaén».[61] Así es

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que, descartada Ceuta, cuya mención se explica porque se asocia con la leyenda del
conde don Julián, sólo nos quedan dos posibles candidatos: Toledo y Jaén.
Según otra tradición medieval, recogida en el Victorial de Pero Díaz de Games, el
misterioso palacio de la Mesa de Salomón era obra de Hércules.
Amador de los Ríos identifica la cueva de Hércules con la cripta de algún templo
romano, y ciertamente cueva, y no palacio, la consideran otras fuentes antiguas.[62]
Cerca de Jaén existió una cueva de Hércules. En la vecina Martos se mantiene
una tradición hercúlea relacionada con la búsqueda de la Mesa de Salomón. Por lo
tanto, el palacio o la cueva de Hércules pudieron estar en Jaén. La mención de la
cueva recuerda inmediatamente a los que buscaron la Cava, «los que buscaron la
cueva», una serie de personajes históricos que han buscado la Mesa de Salomón.
La ubicación en Jaén del palacio o cueva de los reyes godos donde se guardaba la
Mesa de Salomón viene refrendada por otros datos históricos.
Durante la conquista de España, Tariq se desvió hacia la población de Mentesa
Bastia, es decir, La Guardia, a diez kilómetros de Jaén, antes de dirigirse contra
Toledo. Aunque urgía ocupar la capital del reino, Tariq se demoró para conquistar
Mentesa Bastia, un aparente error estratégico que no repetiría con ninguna otra
población.
Los historiadores no se explican esta actitud del caudillo. Tariq delega la
conquista de Córdoba en su general Mugit, para lanzarse en pos de una empresa
aparentemente secundaria. «Nos hace sospechar que concedía mucha más
importancia al hecho de apoderarse de Mentesa —escribe un autor— que el hacerlo
de Córdoba». Y añade: «No encontramos una respuesta satisfactoria a estas
cuestiones que nos plantearía el paso de Tariq por Mentesa y su devastador ataque a
la población».[63]
Tampoco tiene explicación lógica el itinerario seguido por Tariq. El camino más
directo de Écija a Toledo es la vía del Calatraveño, a través del valle de los
Pedroches, por el norte de Córdoba. Por lo tanto, «si Tariq se desvió… hacia Martos
es porque tenía manifiesta intención de dirigirse a Mentesa».[64]
Los historiadores encuentran absurda la actitud de Tariq. Pero si admitimos que el
caudillo consideraba más importante apoderarse de Jaén que de Toledo, todo cobra
sentido. La dificultad reside en que Jaén era entonces una ciudad minúscula, carente
de importancia. Es evidente que viniendo de Martos hacia La Guardia (Mentesa
Bastia), Tariq tuvo que pasar forzosamente por Jaén, pero las crónicas lo silencian.
Seguramente, sus escasos habitantes se habrían refugiado detrás de los fuertes muros
de la vecina Mentesa. Pero ¿por qué se detiene Tariq a sitiar y tornar Mentesa, lugar
sin valor estratégico, cuando urge llegar a Toledo cuanto antes? Desde luego, no por
la codicia del botín. Y aparte del botín, sólo las personas podían interesarle. Tariq se
había propuesto capturar a cierta persona. ¿A uno de los refugiados de Jaén? Si

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aceptamos que se desvió por Jaén con objeto de apoderarse de la Mesa de Salomón,
¿para qué quería a ésta o a estas personas? Quizá porque no había encontrado lo que
buscaba, pero sabía que la persona que podía mostrarle el camino hacia la Mesa se
había refugiado en Mentesa. Es muy posible que la Mesa de Salomón no estuviese
encerrada en una estancia del misterioso palacio de Jaén, sino en una cueva.
En la leyenda, el mítico lagarto que habita en el interior del cerro de Santa
Catalina custodia la Malena. Es perfectamente plausible, por lo tanto, que el tesoro no
estuviese exactamente en el palacio sino en algún escondite del monte, que está
hueco según la tradición. Es posible que se accediera al tesoro a través del misterioso
palacio, lo que conciliaría las dos versiones. Recientemente se ha rehabilitado un
tramo del pasadizo subterráneo, que, según la tradición, comunica el palacio de los
reyes moros y el castillo de Santa Catalina, aunque la misma tradición asegura que el
cerro alberga un intrincado laberinto de túneles y cavernas donde se pierden los
hombres que se arriesgan a explorarlo. ¿No buscaría Tariq al hombre o a los hombres
que conocían el acceso a la cámara secreta de la Mesa de Salomón, a través de este
laberinto?
Cuando Tariq llegó a Jaén, la ciudad era un pequeño caserío, Aurigi o Aurgi,
surgido en torno al antiguo santuario de la Diosa Madre y su oráculo. En cualquier
caso, se trataba de un centro religioso, y quizá su sacralidad determinó que la Mesa
de Salomón fuese a parar a aquel lugar. Hoy existe poco acuerdo sobre el origen y
significado del topónimo Aurgi, pero antiguamente se suponía que era “la que
engendra oro”.[65]
En labios de los árabes recién llegados, la antigua Aurigi vendría a pronunciarse
Yayyan o Xauen, de donde procede el actual nombre de Jaén. Por cierto, en el Rif
marroquí el nombre Xauen designa a una ciudad santa.
En Jaén, “la que engendra oro”, nunca hubo minas de oro. La denominación áurea
sólo se justifica como eco lejano de antiguos mitos asociados al santuario de la Diosa
Madre. Los antiguos sabían que en el santuario existía un tesoro. ¿El de Salomón?
La estrategia de Tariq se entiende si aceptamos que antepuso la captura de la
Mesa de Salomón a cualquier otro objetivo, incluidas Córdoba y Toledo, de las que
dependía el sometimiento de España. Esto demuestra que Tariq estaba convencido de
que la Mesa de Salomón se encontraba en el tesoro que los reyes godos custodiaban
en el santuario de Jaén, pero no demuestra que este tesoro existiese realmente.
Y, sin embargo, hay pruebas que confirman la existencia del tesoro. A partir de
Tariq, una serie de buscadores de la Mesa de Salomón consiguen riquezas
aparentemente inagotables. Otra prueba más directa y decisiva es el hallazgo de parte
de este tesoro, el llamado Tesoro de Torredonjimeno, encontrado en extrañas
circunstancias en 1926, en las ruinas de la antigua iglesia visigoda que posteriormente
había cobijado la ermita-santuario de San Nicolás. Nunca se pudo aclarar el número

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de piezas de oro que lo componían, porque muchas de ellas desaparecieron en manos
de intermediarios y especuladores y fueron fundidas para ocultar su procedencia… o,
al menos, esto es lo que se explicó oficialmente. Las pocas piezas que se rescataron
constituyen hoy uno de los más preciosos conjuntos existentes de orfebrería
visigótica.
De la ubicación del escondite de estas joyas, a unos quince kilómetros del
santuario jiennense, puede deducirse que quizá los custodios del santuario dividieron
el tesoro de los godos y lo repartieron entre los diversos escondrijos de los
alrededores de la ciudad.[66]
La leyenda mencionaba un palacio donde los moros encontraron la Mesa de
Salomón.
La leyenda se refería a la existencia de la Mesa de Salomón en el manantial de la
Magdalena, en Jaén. La oración del sanador hablaba del Peñón de Uribe / onde está
el palacio.
Pero ¿hubo en el Jaén medieval un palacio de los reyes?
Jaén nunca fue cabecera de un reino. No tenía por qué haber allí un palacio real.
Y, sin embargo, desde tiempo inmemorial hubo un palacio real en el barrio de la
Magdalena, muy cerca del manantial del Lagarto. El peñón de Uribe, donde se
sacrificaba al Rey Sagrado en tiempos del santuario dolménico, formaba parte de este
palacio. Quizá, en su origen mítico, el palacio lo era sólo para albergar al Rey
Sagrado, lo que explicaría la persistente tradición del palacio real asociada al edificio.
Fernando III se lo reservó, aunque nunca lo habitó porque se construyó otro en lo que
luego sería convento de San Francisco. Esta extraña actitud del rey castellano
confirma el tabú de la leyenda del palacio de los godos, que había acarreado la ruina
del rey Rodrigo.
El antiguo palacio real llamado «de los moros» se transmitió a los otros reyes de
Castilla, sucesores de Fernando III, junto con los secretos de la Mesa hasta que, en
1382, el rey Juan I cedió el edificio a los dominicos. Los frailes construyeron allí un
convento que hoy alberga el Archivo Histórico Provincial. A juzgar por la extensión
de este convento, el primitivo palacio era enorme.
El palacio contaba con una mina de agua que procedía directamente del venero de
la Malena. Un pasadizo subterráneo lo comunica con el palacio de los condes de
Villardompardo, en cuyos sótanos se encuentran los baños de Alí, el lugar donde fue
asesinado aquel mítico rey moro. Nuevamente el recurrente tema del Rey Sagrado
muerto en el baño. El baño existe, el palacio existe y el rey asesinado en el baño es
reiteradamente mencionado en los papeles antiguos…

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Fig. 22. Miniatura de un texto hebreo medieval. La estrella de David se
inserta en el lucero de ocho puntas rodeado de dieciséis estrellas y todo
ello se inscribe en el círculo. En el centro, un espacio octogonal oscuro…
una acumulación de símbolos cabalísticos en torno a la tradición
salomónica.

Fig. 23. Mándalas medievales inspirados en la Mesa de Salomón en el


nicho de los óleos sagrados de un monasterio español. N. Wilcox, 1991.

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Fig. 24. Mándala inspirado en la Mesa de Salomón en un ladrillo visigodo
procedente de Arjona. Museo Arqueológico de Granada. J. Sol, 1991.

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Fig. 25. El rey Salomón y su Mesa. Cerezo Moreno, 1987.

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El sabio Salomón

Y a va siendo hora de que nos ocupemos de Salomón. El gran monarca de Israel


hereda de su padre, el rey David, un estado poderoso, aunque poco
evolucionado, un pueblo de incultos pastores nómadas que él eleva, en tan sólo
treinta y nueve años de reinado (del –961 al –922), a la categoría de gran imperio.
Este rey de un pueblo que habitaba en chozas de paja y adobe y en tiendas de piel de
cabra arma una flota capaz de navegar hasta los confines del mundo conocido en
busca de metales y productos exóticos y reúne en su capital a los mejores artífices del
mundo para que construyan templos y palacios (Fig. 25).
En vida de Salomón se elevaron muchos templos en Israel, pero su obra más
famosa, la que dio testimonio imperecedero de su sabiduría, fue el Templo. Un
Templo construido para albergar dignamente el santuario del Arca de la Alianza.[67]
Salomón deseaba construir un templo magnífico. Pero en el nómada pueblo de
Israel no existían los oficios de arquitecto, cantero, carpintero o fundidor, necesarios
para levantar un edificio. Salomón tuvo que buscar técnicos y obreros especializados
en el extranjero.
Salomón solicitó de Hiram, rey de la vecina Tiro, el personal y los materiales que
necesitaba. Tiro era la más poderosa de las naciones fenicias y su flota mantenía
contactos con todo el mundo conocido. A Hiram no le resultó difícil complacer a su
poderoso vecino.[68]
El rey de Tiro designó arquitecto a un tal Hiram o Abhirán (no es coincidencia
que rey y arquitecto tengan el mismo nombre). El arquitecto convocó artífices de
distintos países. Se reunieron los materiales. Se allanó el solar. Se orientó la obra.
Finalmente, comenzó la construcción del Templo de Salomón.
También comenzaron los problemas. Los trabajadores de tan variadas
procedencias hablaban lenguas distintas y no se entendían. El fantasma de la
confusión de lenguas que dio al traste con la torre de Babel pesaría sobre el ánimo del
rey. Pero Salomón era sabio y contaba con la inspiración de Yahvé, a quien estaba
destinado el Templo. Salomón ideó un sistema de signos, una especie de código con
el que los obreros del Templo se comunicaban sobre la base del círculo. Así nació el
diagrama llamado péndulo o sello de Salomón, el primer lenguaje especializado del
mundo.
¿Un lenguaje especializado?
En efecto. Imaginemos el encuentro de dos matemáticos que hablan idiomas
distintos. No pueden conversar en sus respectivos idiomas, pero trazan números,

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signos, ecuaciones y fórmulas. En lo que se refiere a su disciplina matemática, no
encontrarán obstáculo alguno. Hablan un idioma especializado que sólo ellos
entienden.
El sistema que llamamos péndulo de Salomón sería, pues, un idioma reservado a
gentes escogidas. La construcción del Templo convocó durante siete años a un grupo
de iniciados procedentes de distintos puntos del mundo.
¿Siete años para levantar una especie de granero rectangular de unos cincuenta y
cinco metros de largo por veintiocho de ancho y quince de alto?
Ciertamente, estaba construido de sillares de piedra caliza y forrado con planchas
de cedro y ciprés y sus paredes estaban decoradas con figuras de querubines, palmas
y flores, pero, en cualquier caso, siete años parece demasiado tiempo para construir
un edificio tan simple, particularmente, si tenemos en cuenta los enormes recursos
económicos y humanos que Salomón allegó para tal empresa.
Debe de existir otra explicación. Quizá el congreso del rey y sus sabios
especialistas trabajó en otras cuestiones. Quizá lo del Templo sólo era un pretexto o
un símbolo.
A la entrada del Templo colocaron dos colosales columnas de bronce llamadas
Jakim y Boaz.
Entre los maestros que trabajaron en el Templo había uno llamado Jaquín (del que
derivan Jacques, Yago, Santiago y sus equivalentes). Jakin en vasco significa sabio.
Diversas cofradías de masones se titularon «los hijos del maestro Jacques» y se
proclamaron herederos de los conocimientos del Templo de Salomón transmitidos a
través de la arquitectura gótica europea.
Según otra versión, las dos columnas Jakim y Boaz fueron obra personal de
Hiram. En sus remates inscribió significativamente el signo de la flor de lis.
Otra leyenda habla de unos obreros que hicieron mal su trabajo y asesinaron al
gran arquitecto. ¿Se referirá a que no supieron guardar el secreto o a que se rebelaron
contra los planes de Salomón?
Los obreros díscolos fueron castigados con la lepra. Sus descendientes, los agotes
del Pirineo, llevarían una pata de oca como señal infamante.
La fama de la sabiduría y riqueza de Salomón atrajo a la reina de Saba, un lugar
al sudoeste de Arabia, el actual Yemen. Cuando comprobó, satisfecha, que la
sabiduría y riqueza de Salomón sobrepasaban lo imaginable, se enamoró de él y
vivieron un apasionado idilio. En la tradición judía, la reina de Saba es el demonio
femenino Lilit, que se disfrazó de mujer hermosa para tentar a Salomón. Lilit es la
diosa babilónica de la Luna, la primera mujer de Adán a la que está consagrado el
sauce.[69] La reina de Saba es la Diosa Madre en la versión maléfica que el judaísmo,
religión solar, ofrece del principio matriarcal.
La condición demoníaca de Lilit se manifestaba en sus pies de palmípeda. El

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astuto Salomón consiguió, mediante una argucia, examinar las piernas de la reina de
Saba, que ella se empeñaba en ocultar. La condujo a una cámara cuyo suelo estaba
alfombrado de espejos y ella creyó que era agua y, con un gesto muy femenino,
levantó sus ropas para evitar que se mojaran. Salomón descubrió entonces que su
enamorada tenía los pies de pato.[70]
La reina de Saba con pies de pato. Como los agotes, los malos obreros del Templo
condenados a la lepra (Fig. 26).
¿Qué sentido tienen estas leyendas?
La construcción del Templo de Salomón encubre el magno esfuerzo del rey judío
por reunir a los sabios del mundo con objeto de hallar el Shem Shemaforash, la
fórmula del nombre del Dios Primordial o principio básico que armonice los
principios solares y lunares.
La reina de Saba es una sacerdotisa matriarcal que concurre a la asamblea. El
secreto de la reina de Saba estriba en su pata de palmípeda, su pata de pato o de oca,
marca de su pertenencia al culto de la Diosa Madre, puesto que la primera
representación de la Diosa Madre es el Huevo que pone la palmípeda.
Entre los antiguos egipcios, Geb, dios de la tierra, lleva en la cabeza una oca o
pato. Su hembra pone el Huevo del Sol.[71] Lo mismo significa la transformación de
Zeus en cisne para llegarse a Leda y el pie palmeado de la Mere Lusine o Melusina
francesa, versión medieval de la Diosa Madre.
La pata de palmípeda origina diversos símbolos universales del matriarcado: la
flor de lis, la vieira o concha de Santiago y esos tres trazos convergentes que
aparecen en los escenarios jiennenses de nuestra historia.
La historia de los canteros malditos que asesinan a Hiram, el gran arquitecto de
Salomón, y se ven obligados a llevar el símbolo de la pata de la oca como emblema
infamante parece una fabulación posterior a Salomón, cuando sus sucesores derogan
el sincretismo solar-lunar y regresan a los cultos patriarcales. Los constructores
malditos que llevan la señal de la Diosa Madre son los que se mantienen fieles a la
tradición matriarcal en un mundo dominado por dioses masculinos.
Encontramos la flor de lis en las columnas del Templo de Salomón, las sublimes
Jakim y Boaz, y también la encontramos en el tocado de la Diosa Madre Hathor. En
el santuario jiennense de la Diosa Madre debieron ofrecer los peregrinos panecillos
votivos con los tres trazos de la pata de la palmípeda. Como queda dicho, el símbolo
se repite en el ladrillo encontrado en el manantial de la Malena en 1969, en la portada
del libro santo del gitano sanador y en una inscultura de las peña de Castro.
Otro símbolo universal de prosapia salomónica es el Nudo de Salomón o
esvástica del Miño, la imagen del laberinto en tres dimensiones, tres o más sogas que
se enlazan sin que se les vean los cabos, para simbolizar la unión y la dificultad del
conocimiento o la unidad esencial del triple principio de los santuarios matriarcales,

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el nudo gordiano que cortó Alejandro.
Salomón permite la construcción de templos a los dioses extranjeros de sus
esposas (tuvo setecientas legítimas, amén de trescientas concubinas). El Templo sólo
fue un pretexto. La única justificación de su obra y el único desvelo del rey fue la
Sabiduría, el Conocimiento. En esa empresa invirtió los recursos de un próspero
estado que controlaba las principales rutas caravaneras de la región; para eso sacrificó
incluso una parte importante de su reino cuando tuvo que saldar su deuda con el rey
de Tiro.[72]
Los desvelos de Salomón rindieron su fruto porque accedió a los más secretos y
ocultos conocimientos del mundo: «Dios otorgó a Salomón sabiduría y gran
entendimiento y anchura de corazón, como la arena del mar. La sabiduría de Salomón
sobrepasaba la de todos los hijos de Oriente y la sabiduría toda de Egipto».[73]
Egipto y Oriente, los polos del conocimiento, según la Biblia, habían rendido su
sabiduría secreta a Salomón.
Las tradiciones orientales recogidas por el Corán aluden a un Salomón al que
están sometidos «el viento tormentoso» (XXI, 81), los genios o espíritus que
«buceaban para él y obraban obra» (XXI, 82; XXVI, 17 y 20), y que el rey conocía «el
lenguaje de las aves» (XXVII, 16-17).
Ya está el Templo construido. Ya está el Arca de la Alianza en su
sanctasanctórum. «Entonces dijo Salomón: Yahvé, has dicho que habitarías en la
oscuridad. He edificado una casa para que sea tu morada eternamente» (I Reyes, VIII,
12, 13).
Queda el Arca de la Alianza encerrada en la oscuridad. Nadie volverá a verla
jamás. Tan sólo el Sumo Sacerdote puede penetrar en el sanctasanctórum, y sólo una
vez al año. La oscuridad y el secreto engullen el Arca, que ya no vuelve a
mencionarse en la Biblia. Se torna tan inaccesible como el inaccesible Dios de Israel.
No pasaría mucho tiempo sin que diversos avatares históricos acarrearan
repetidos saqueos de los tesoros del Templo. Sin embargo, el Arca no aparece. Como
si se la hubiese tragado la tierra.
¿Dónde estaba el Arca realmente?
El Templo que Salomón diseñó era simple: una gran sala rectangular con otra más
pequeña en la cabecera, el sanctasanctórum, donde estaba el Arca. Por consiguiente,
había dos niveles de suelo y el sanctasanctórum, a un nivel más elevado, sobre una
roca. ¿Ocultaba esta roca una cámara subterránea disimulada que los saqueadores del
Templo no descubrieron? Salomón debió preverlo todo, especialmente cuando, en sus
últimos años de reinado, se adivinaba que la grandeza de Israel no duraría mucho.
Para los egipcios, cada pirámide se asentaba sobre otra invertida y subterránea. La
exterior representaba la divinidad del faraón, la oculta, la de la Gran Diosa o Diosa
Madre, su esposa ritual.[74] Salomón, casado con la hija del faraón, heredero de una

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tradición religiosa de origen egipcio (la propia Arca de la Alianza), estaba muy
influido por Egipto. Es probable que al Templo exterior correspondiese otro
subterráneo. Quizá no debajo de él, lo que podría ser complicado, dado que se
asentaba sobre la roca viva, sino más bien en otro lugar secreto.
Una insistente tradición rabínica sostiene que el Arca de la Alianza se enterró.
Otra asegura que el profeta Jeremías la ocultó en una caverna.[75]
La sabiduría de Salomón se confina, a su muerte, al reino de lo subterráneo. Un
mito nos ofrece las claves de la interpretación. El más humilde animal subterráneo, el
ratón, debe avisar a los espíritus que trabajan para el rey de que Salomón ha muerto:
«Salomón no les advirtió de su muerte sino un animal de la tierra (que) mordisqueó el
extremo de su báculo y cuando el rey se desplomó (su muerte) se les manifestó a los
espíritus». (Corán XXXIV, 13).
El báculo de Salomón es el cetro. Símbolo del poder real, pero también la vara de
medir, símbolo del sabio arquitecto, e incluso la vara de los antiguos prodigios de la
magia que Moisés y Aarón sacaron de Egipto. El ratón que roe el báculo es un animal
sagrado de la Diosa Madre.[76] El significado de la alegoría está claro. Al final,
triunfa la Diosa Madre, su ratón roe el poder de Salomón y da con él en tierra. Los
espíritus que seguían trabajando para el rey creyéndolo vivo representan la
continuidad de su obra que la Diosa Madre interrumpe.
A la muerte de Salomón, hacia el –922, el reino se dividió en dos Estados
distintos, Israel y Judá. Jerusalén y el Templo quedaron en Judá, un Estado pobre y
aislado, que sobrevive penosamente durante diecinueve generaciones, hasta que en –
587 cae en poder de Babilonia.[77]
El tesoro del Templo sufrió continuas mermas. El año –918 el rey Roboam
entregó una parte al faraón Sesac (Sensok I), que había invadido su reino, para que
desistiera de atacar Jerusalén. En el año –800 ocurre otro tanto cuando el rey sirio
Jazael planea atacar la capital y Joás se ve obligado a entregarle el tesoro del Templo.
[78]
En –587 Nabucodonosor II sitió Jerusalén durante año y medio, destruyó la ciudad
e incendió el Templo. A los que contemplaban aquellos muros calcinados, les
parecería que el Arca de madera habría ardido.
El tesoro de las ofrendas del Templo engrosó la tesorería del conquistador. Pero el
tesoro esotérico, el de la sabiduría de Salomón, llevaba tiempo en su sanctasanctórum
secreto, accesible tan sólo al Sumo Sacerdote y a su sucesor.
Nabucodonosor deportó a los habitantes de Jerusalén a Babilonia. Los judíos
permanecerían allí (la «cautividad de Babilonia») hasta el –515, cuando, ya bajo el
dominio de los persas, se les permitió regresar a Jerusalén y reconstruir el Templo.
Resultaría prolijo narrar los avatares históricos que acaecieron a la vieja ciudad y
a su nuevo Templo. Así es que avanzaremos en el tiempo hasta el año 70, cuando las

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legiones romanas de Tito asaltan Jerusalén e incendian el Templo reconstruido.
¿Encontraron los legionarios de Tito el escondite sagrado del Arca hasta entonces
inviolado? Los romanos hallaron objetos rituales de los tiempos de Salomón que se
habían librado de anteriores saqueos, lo que confirma la existencia de una cámara
secreta. Ninguna fuente afirma que capturaran el Arca de la Alianza. Aunque, caso de
que dieran con ella, ¿qué era el Arca de la Alianza para un legionario romano? Un
desvencijado baúl de madera, que contenía un revoltijo de antiguallas de barro,
madera o piedra. Los saqueadores pudieron arrancar las planchas de oro que forraban
el Arca y arrojar el resto al fuego.
Los romanos encontraron un tesoro de objetos preciosos que Tito exhibió en su
desfile triunfal en Roma. La procesión del vencedor está inmortalizada en un relieve
del Arco de Tito en el que distinguimos el candelabro de siete brazos del Templo
llevado por los legionarios.
El tesoro de Salomón quedó depositado en el templo de Júpiter capitolino con
otros objetos sagrados procedentes de diversos países sometidos. En 410, el rey godo
Alarico conquistó Roma y trasladó el tesoro a Tolosa, la capital de su reino. Pero en
507, Alarico II, presionado por francos y burgundios, se vio obligado a abandonar
Tolosa para replegarse a sus posesiones de España. El tesoro se puso nuevamente en
camino y fue a parar a algún lugar de la península Ibérica, probablemente, al mítico
palacio o cueva de Jaén donde siglos más tarde lo buscaría Tariq.
La sugerencia era tentadora. Los avatares del tesoro del Templo explicaban que
templarios y calatravos informados en Tierra Santa buscaran la Mesa de Salomón en
Jaén. Pero esta hipótesis suscitaba algunas preguntas difíciles de responder.
En primer lugar, ¿qué relación existía entre la Mesa y el primitivo santuario de la
Diosa Madre? La críptica oración de los gitanos la establecía y otros indicios la
corroboraban. Algunas casas antiguas del Jaén medieval se adornaban con tres o
cuatro circunferencias enlazadas, el símbolo geométrico del Nudo de Salomón,
emblema de la Sabiduría y el Conocimiento del Gran Rey y representación del triple
principio de la Diosa Madre. En otros lugares del barrio se repetía la estrella de
David… (Figs. 27 y 28).
¿Y la flor de lis que adornaba las columnas del Templo y que es también emblema
de la Diosa Madre oriental, Astarté? El esquema más simple de la flor de lis, los tres
trazos convergentes, adornaba el libro del gitano sanador y aparecía en ciertos
relieves de la catedral, en los adornos de la moldura gótica de la calle Valparaíso.
¿Quién ordenó tallar aquella cenefa? El obispo Suárez, el iniciado inspirador de los
jeroglíficos del coro catedralicio…
Las piezas del rompecabezas encajaban. Además, existía un cerro de los Lirios,
nuevamente la flor de lis, integrado en la telúrica línea recta que discurría por los
lugares santos mencionados en la oración del gitano, y aquel cerro estaba colocado

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bajo la advocación de una Virgen antigua.
Una Astarté del siglo –VII o del –VIII encontrada en Cástulo, cerca de Jaén, tocada
con su característica flor de lis y llegada directamente desde la otra fachada del
Mediterráneo donde, por aquel tiempo, reinaba Salomón, confirmaba la existencia de
contactos directos entre estas tierras y las de Fenicia y Palestina de los tiempos
salomónicos.[79] Y el hecho de que el testimonio más típico fuese precisamente una
imagen de la Diosa Madre tocada con la simbólica flor de lis demostraba el
intercambio de creencias entre estas tierras (Figs. 29 y 30).
Había una relación entre el culto de la Diosa Madre y los secretos de la sabiduría
de Salomón. Indagamos al respecto.
Los secretos de Asia y del remoto Occidente se habían unido en la empresa de
construir el Templo de Salomón para que el sabio rey sintetizara la esencia misma del
mundo. Salomón concilio los principios solares y lunares en pugna, lo que se
simboliza en la superposición de triángulos que forma la estrella de su emblema o
sello, la estrella de seis puntas. El triángulo con el vértice hacia abajo es, desde las
primeras imágenes prehistóricas, símbolo de lo femenino y de la Diosa Madre. En la
venus de Torredelcampo marca el pubis femenino. Por el contrario, el triángulo con el
vértice hacia arriba representa lo masculino. En la superposición y entrelazamiento de
estos dos triángulos se contiene la unión ideal de los dos principios, la boda que el rey
sabio celebra en su Cantar de los Cantares, la esencia mística de la sabiduría de
Salomón.[80]
Hasta Salomón, el judaísmo había sido predominantemente solar, pero el rey
rompe con esta tradición para aglutinar, en síntesis feliz, los principios solares y los
lunares.[81] La boda mística de estos principios se refleja en algunos símbolos
salomónicos. Las columnas del Templo, Jakim y Boaz, representan la unión y
complementariedad. Jakim es «yikkon»; es decir, “el que se establecerá”, el Sol,
mientras que Boaz es “en ella fuerza”, la Luna.[82] Jakim es el dios del Año Creciente
y el sol recién amanecido; Boaz es el dios del Año Menguante y de los vientos
destructores.[83] Jakim es la dorada decadencia: Boaz asciende, es el verde
crecimiento.[84]
¿De qué medios dispuso Salomón para transmitir la sabiduría que allegó en sus
obras? El secreto está en la palabra y, más exactamente, en la potencia que se esconde
tras ella.
Según la Cábala, a cada objeto o ser de la creación corresponde un nombre que
contiene su esencia. El nombre secreto evoca la cosa designada, contiene la cosa
misma. Borges lo ha enunciado poéticamente:[85]

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en las letras de rosa está la rosa
y todo el Nilo en la palabra Nilo.

El hombre moderno no se sustrae a la función mágica de la palabra. Todavía


persisten palabras tabú que designan lo que no se debe nombrar: la culebra, por
ejemplo, a la que se llama bicha o señorita… O el verbo morir, reemplazado por
diñarla, pasar a mejor vida y otras paráfrasis.
El poder que Dios concede a Adán sobre las criaturas antes de la caída, en los días
felices del paraíso, depende precisamente de la capacidad de Adán de nombrar a los
animales, es decir, de conocer el nombre secreto de cada uno de ellos, lo que implica
entenderse con ellos y dominarlos. En esto consiste, también, la sabiduría de
Salomón. Salomón tiene el poder de hablar a plantas y animales y «se hace obedecer
por los espíritus».[86]
En la tradición oriental, ampliamente reflejada en el Corán, cada animal o cada
objeto de la Creación está habitado por su propio genio o espíritu. El dominio de
Salomón sobre los genios es consecuencia de su conocimiento del Shem
Shemaforash, Nombre del Poder o Grandísimo Nombre, como indistintamente lo
denominan las fuentes orientales.[87] Este nombre o fórmula universal estaba grabado
en el sello de Salomón, la estrella de seis puntas que configura la Mesa de Salomón.
[88]
Lo que nos conduce al problema del principio de la Creación o de Dios.
El nombre de los dioses antiguos es secreto. Cada dios tiene un nombre exotérico,
postizo, pero el verdadero nombre es secreto, esotérico. En el nombre secreto de Dios
reside la invocación y su poder.
En la Antigüedad, una vez que se descubría el nombre secreto de un dios, los
enemigos de sus seguidores podían utilizarlo para perjudicarlos con su magia.[89]
La fórmula divina hallada por Salomón resumiría a la divinidad toda del universo,
al dios primigenio de la Creación, al principio esencial aglutinante de lo masculino y
lo femenino. El secreto de Salomón era el secreto de la Creación, el Nombre del
Poder, la palabra todopoderosa Dios contenida en la palabra Dios; el nombre secreto
del que se derivó la Creación, el Shem Shemaforash, el nombre cuyo conocimiento
era equiparable a la posesión de todo su infinito poder.
Como siempre, el poeta lo ha enunciado mejor que los filósofos:[90]

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Y, hecho de consonantes y vocales,
habrá un terrible Nombre, que
la esencia cifre de Dios y que la Omnipotencia
guarde en letras y sílabas cabales.
Adán y las estrellas lo supieron
en el Jardín. La herrumbre del pecado
(dicen los cabalistas) lo ha borrado
y las generaciones lo perdieron.

A Salomón se le atribuye, en la tradición judía, el conocimiento del Verbo Divino


del que el nombre IHVH, el Yahvé o Jehová de nuestras Biblias, sólo sería un
sinónimo permisible. Éste sería el Shem Shemaforash, Nombre del Poder o
Grandísimo Nombre.
El conocimiento de la lengua de los pájaros, que las leyendas judías e islámicas
atribuyen a Salomón, simboliza el conocimiento de estas verdades fundamentales.[91]
El secreto de la sabiduría de Salomón residía, por lo tanto, en su conocimiento del
Nombre del Dios primordial, una fórmula precisa que encerraba el ideal de la
Creación y su potencia. Esta fórmula estaba expresada en su sello. En Oriente, el
sello acabó asimilándose al anillo, donde a veces se transportaba el sello, por motivos
de seguridad. Pero este anillo de Salomón en el que está inscrito su sello es fruto de
una tradición tardía. En la tradición más antigua, el sello de Salomón, el formulario
del Nombre del Poder o Nombre de Dios no es otro que la Mesa. Así entendemos que
la Mesa sea espejo de conocimiento donde se reflejan, a un tiempo, las siete regiones
del mundo.
La firme y universal creencia en la existencia de un legado salomónico que
desvelaba los secretos del mundo y que contenía la clave de la Creación fue
firmemente compartida por intelectuales cristianos, musulmanes y judíos a lo largo
de la Edad Media. Esto explica que, en distintas épocas y lugares, circulasen
documentos mágicos atribuidos a Salomón. Los más difundidos fueron los Mafteah
Shalomoh o «Clavículas de Salomón», con las que el mago podía fabricar el sello de
Salomón y trazar el círculo mágico o Mándala que concentra la energía divina sobre
el mago.[92]
Entre los libros salomónicos de tradición hispánica se encuentran el Llibre de
Poridat, manuscrito de la biblioteca Barberini de Roma, que contiene una serie de
tablas o formularios de sabiduría oculta.
Con la décima, «la que Dios enseñó a Adán en el Paraíso», «se lograrán
maravillas porque esta tabla es sobre todas las tablas en fuerza y en poder, y es el
secreto de la sabiduría: donde hay 1360 caracteres que representan todas las cosas

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creadas, regenerables y corruptibles en este mundo».[93]
Otro libro, llamado Tabulae Salomonis, popular entre los ocultistas de la Baja
Edad Media, ofrecía distinta versión.[94]
Es evidente que existía una tradición fundada de la existencia de un legado
secreto de Salomón.

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Fig. 26. La reina de Saba ante Salomón, en el coro de la catedral de Jaén.
El tallista Guierero, un iniciado del grupo del obispo Suárez, ha ocultado
los pies palmípedos de la reina.

Fig. 27. Iconografía de un altar del siglo XVII. A la izquierda,


representación esquemática del Nudo de Salomón, evolucionada en triple
anillo, símbolo cristiano de la Trinidad. A la derecha, la cruz de las Ocho
Beatitudes, una de las variantes de la cruz templaria, que encierra la clave
de su alfabeto cabalístico. N. Wilcox, 1988.

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Fig. 28. Nudos de Salomón que adornaban las fachadas de casas antiguas
del barrio de la Magdalena. J. Galán Rosa, 1975.

Fig. 29 Diosa Astarté de Cástulo, con la flor de lis de su tocado (según


García Bellido).

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Fig. 30. La flor de lis en los relieves de la cornisa gótica del obispo Suárez,
en la catedral de Jaén. J. Galán Rosa, 1975.

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6
La Cábala y el alfabeto

—¿U n cabalista? —se extrañó Angus Chipneck, y suspendió su humeante taza de


té en el aire, el dedo meñique extendido, los otros engarfiados sobre el asa—. ¿Para
qué demonios quiere usted un cabalista?
—Creo que lo que estoy investigando tiene algo que ver con la Cábala —dije.
—¿Algo? ¡No! Tiene que ver bastante, pero dudo que un cabalista pueda despejar
sus dudas.
No obstante, hay uno que solía enseñar matemáticas en la Sorbona, un exiliado
sefardita. ¿Cómo se llamaba…? Déjeme ver…
El profesor Chipneck consultó su abultada agenda y dio con la dirección del
cabalista. Me la apuntó en una nota.
—¿Mikonos? —me extrañé.
—Una isla griega.
—Lo sé, profesor, sólo que me parece un lugar extraño para un cabalista.
—¿Por qué? Los cabalistas son hombres como nosotros, si se pinchan sangran
como nosotros.
Dos días después volé a Atenas en un Boeing 767 de la British Airways y de allí a
Mikonos en un viejo ATR-42 de Olimpia Airways.
El día soleado arrancaba del mar reflejos turquesa, el vinoso mar de Hornero. Las
islas Cicladas pasaban bajo nosotros como palomas orladas de plumón blanco y azul,
las olas espumosas rompiendo en los acantilados, las aldeítas encaladas, las playas,
las calas donde los yates de recreo fondean…
En la isla hay trescientas cuarenta iglesias, pero no me fue difícil dar con la de
Parapotianí. El señor Arcángelos Petros-Beer, profesor emérito de la Sorbona,
habitaba en una casita marinera blanca, con las puertas y ventanas pintadas de azul,
arrimada a la iglesia, junto al muelle del pescado.
Me presenté, le entregué la carta de Angus Chipneck y me hizo pasar a la
terracita, desde la que se divisaban los chiringuitos playeros y las redes tendidas al
sol.
Permaneció en meditativo silencio mientras le explicaba la investigación que
estaba realizando.
—¡La Cábala! —dijo—. Como usted comprenderá, no es una disciplina que se
pueda explicar en un día, pero intentaré darle una idea de su contenido. Para la
Cábala, la esencia de cada objeto del mundo se contiene en la palabra que lo designa.
La rosa está en la palabra rosa, la luz está en la palabra día y las tinieblas llenan la
palabra noche. Nombrar una cosa es iniciar el proceso mágico de crearla. Eso explica

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que a veces eviternos mencionar lo que íntimamente tememos.
La riña de dos gaviotas por una sardina en medio del cielo azul cobalto distrajo
nuestra atención momentáneamente, pero Petros-Beer prosiguió en seguida.
—Los fundamentos de la Cábala son relativamente simples; su desarrollo,
extraordinariamente complejo. El que domina la palabra domina el objeto, lo
entiende. Y entender es la razón misma de la Sabiduría.
—Comprendo —dije.
—Pero Dios —prosiguió—, el Dios Primordial del que se deriva, como de una
fuente remota y necesaria, el caudal todo de la Creación, ha entregado algo más al
hombre: le ha entregado una serie de textos revelados, es decir, directamente
inspirados por Él. Para los judíos y cristianos estos textos son la Biblia o parte de ella.
La causa remota de la Cábala hebraica es, por tanto, el concepto de la «inspiración
mecánica del texto sagrado».[95] En estos textos revelados no hay nada que sea obra
del hombre: son emanación de Dios mismo. «Evangelistas y profetas son secretarios
impersonales de Dios que escriben al dictado… Dios mismo es el que dicta palabra
por palabra lo que se propone decir».[96] «La escritura revelada es, por lo tanto, un
texto absoluto en el que el azar no existe. La sola concepción de ese documento es un
prodigio superior a cuantos registran sus páginas. Un libro impenetrable a la
contingencia, un mecanismo de infinitos propósitos, de variaciones infalibles, de
revelaciones que esperan la sabiduría de un lector capaz de desvelarlas, de
superposiciones de luz. ¿Cómo no interrogarlo hasta lo absurdo, hasta lo prolijo
numérico, según hace la Cábala?»[97] ¿Sabe usted quién era Borges?
—Tengo una idea: un escritor argentino.
—Sí. Se interesó por la Cábala y la usó en algunos escritos. Borges decía:
«Burlarse de tales operaciones es fácil, prefiero procurar entenderlas». Nunca un
profano comprendió mejor el desvelo minucioso de tantas generaciones de cabalistas,
que consagraron sus vidas al esclarecimiento de una aparente quimera.
Asentí.
—La escritura revelada por Dios —prosiguió Petros-Beer— no puede contener ni
una tilde que sea fruto de la casualidad. Una emanación directa y voluntaria de Dios
debe forzosamente participar de la perfección divina. Por lo tanto, el Libro, que es
parte de Dios mismo, es un sistema perfecto, cerrado, glorioso, a través del cual
pueda el hombre remontarse a la comprensión de la obra divina. De este modo el
hombre trasciende sus propios límites y se eleva por un camino lleno de obstáculos,
ciertamente, que lo acerca, por encima de sus limitaciones, hasta la inteligencia de
Dios. El Libro es una escalera para llegar a Dios.
—¿No es un acto de soberbia intentar entender a Dios? —objeté.
—En absoluto —replicó el cabalista—. Dios no puede repudiar ese acercamiento
del hombre puesto que le ha legado las claves de su obra en el Libro sagrado

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inspirado por Él. La comprensión de la obra de Dios implica el conocimiento del
mundo y de sus mecanismos. Conocer es poder.
—Luego la Cábala puede conducir al poder —repuse.
—En efecto, usted lo ha dicho. El problema es que entre la teoría y la práctica
media un abismo. ¿De qué medios disponían los cabalistas para salvar ese abismo?
¿Consiguió alguno de ellos salvarlo, o todo fue una mera ilusión?
—¿Podría explicarme cuáles eran esos caminos? —pregunté.
—Lo intentaré. Algunos cabalistas los han expuesto como el que describe los
detalles de un prolijo mapa. Claro que conocer un mapa dista mucho de conocer el
paisaje del territorio que representa.
»Atienda: la palabra Cábala significa, en hebreo, “lo recibido”. Se han formulado
muchas definiciones de esta materia falsamente llamada ciencia, puesto que no es
sistemática. Se la ha llamado «saber secreto», «matemática sagrada», «lenguaje
místico», y de muchas otras maneras.
»La Cábala es un don de Dios al primer hombre que Dios le reveló a Moisés en el
Sinaí junto con la ley escrita. En el siglo II un rabino galileo, Simeón bar Yojai,
codificó las enseñanzas cabalísticas en el Zohar (Libro del Esplendor). Es de suponer
que la Cábala llevaría siglos de silenciosa evolución entre los sabios judíos como
sabiduría secreta reservada a los iniciados. Hay un texto cabalístico, Lámpara Santa,
que dice «el mundo sólo es estable en el secreto».[98]
»Otro texto fundamental de la Cábala, el Raza Abba o Gran Misterio, data del
siglo X, pero esta sabiduría secreta no empieza a denominarse Cábala hasta el siglo
XII, cuando Yehuda ben Barzilai, de Barcelona, emplea por vez primera la palabra.
»La Cábala es la química del espíritu divino. A partir de una serie de letras, que
también son cifras, Dios creó el mundo nombrando a las cosas. Nombrar es crear de
la nada. Es el sentido mágico de la Palabra en su enunciación bíblica. En un principio
fue el Verbo. La potencia divina era el Verbo, es decir, su propia Palabra, y a partir de
la Palabra existió todo lo demás.
Pasó un vendedor ambulante de helado, un viejo marino cojo, y saludó a Petros-
Beer, que le devolvió el saludo.
—Cuanto vemos en el universo —prosiguió el cabalista— corresponde a su
modelo ideado por Dios. «No existe ni el menor objeto en este bajo mundo que
carezca de equivalente en el mundo de Arriba por el que es regido», dice Rabí Ytsjak.
Al comprender la esencia del objeto de Abajo entenderemos la del objeto de Arriba.
Y entenderlos es poseerlos. Por este camino Dios permite al hombre participar de su
Sabiduría y de su Poder.
»Las letras-cifra emanadas de Dios se reciben a través de ciertos textos revelados,
es decir, compuestos por la propia divinidad. Si estos textos proceden de Dios mismo
es posible deducir a través de ellos los secretos de la divinidad. Esa labor de análisis y

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deducción es el trabajo de los cabalistas.
»El conocimiento del nombre verdadero de una cosa otorga poder sobre ella. El
conocimiento del nombre de un dios otorga poder sobre él. El conocimiento del
nombre del Creador, del principio máximo, otorga poder sobre su obra, es decir,
sobre la Creación misma.
—¡Es el Poder sin límite! —murmuré.
—Exacto. El cabalista efectúa sus cálculos sobre el alfabeto sagrado, el hebreo,
veintidós letras, de las que tres son madres, siete dobles y doce sencillas. «Cada letra
de fundamento es un concentrado de energía divina».[99]
»A cada letra del alfabeto hebreo le corresponde un número. En el universo todo
puede reducirse a medidas y las medidas se expresan en números, es decir, en letras.
»Tomemos, por ejemplo, la primera palabra de la Biblia, la primera que, para los
cabalistas, sale de la boca de Dios, Breshit. Esta palabra empieza por la letra B, una
de las llamadas «madre». También es la inicial de Braja o bendición. El libro sagrado
empieza por una bendición.
»En el ajedrez un número limitado de piezas genera un número ilimitado de
combinaciones, en el libro sagrado un número limitado de palabras expresa un
número infinito de mensajes. El Libro Sagrado contiene la sabiduría de Dios y su
Poder. Cada letra puede reemplazarse por su cifra correspondiente y estas cifras se
someten a otras operaciones —tomó una cuartilla y un lápiz y se puso a escribir—.
Aquí tenemos la palabra Yayin, que significa vino. Las tres letras que la componen
suman 10 más 10 más 50, es decir, setenta. También la palabra Sod, secreto, suma 70
(60, más 6, más 4). Esto confirma el proverbio cabalista Ninkhas Yayin Yatsa Sod,
«del vino sacarás el secreto».
—¡Extraordinario! —exclamé.
Garrapateó nuevas palabras en la cuartilla:
—Las letras de Ahavah, “Amor”, suman 1, más 5, más 2, más 5, es decir, 13. La
palabra Ehad, “uno”, también suma trece (1, más 8, más 4): Amor equivale a Uno. Si
sumamos Amor y Uno el resultado es 26. El nombre de Dios consta de cuatro letras
que valen 10, más 5, más 6, más 5, es decir, 26. Luego Amor y Uno hacen la cifra de
Dios. Y si vamos a la escritura revelada, en el versículo 26 del Génesis está escrito:
«Hagamos al hombre a nuestra imagen».
—¡Caramba!
—Los sentidos de la cifra divina son inagotables —prosiguió Petros-Beer con sus
anotaciones—: Desde Adán hasta Moisés transcurrieron 26 generaciones. 26 es la
diferencia numérica entre el nombre de Eva (que vale 8, más 6, más 5, es decir, 19) y
el de Adán (que vale 1, más 4, más 40, es decir, 45).
»Hacia el siglo vi algunas doctrinas cabalísticas se habían sistematizado en el
Sepher Yetsira o Libro de la Formación. Según éste, Dios creó el mundo a partir de

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tres entes superiores o Sepharim: el Sephar (las letras-cifra), el Sapor (la letra oral) y
el Sepher (la letra escrita).[100]
—¿Qué hay de los Sefiros? —pregunté para demostrar que, aunque poco, algo
sabía.
—Los atributos de Dios, con los que el cabalista intenta comprenderlo y
remontarse a su poder, son los diez Sephirot Belima (la Corona, la Sabiduría, la
Inteligencia, la Misericordia, la Severidad, la Belleza, el Triunfo, la Gloria, la Causa
y la Dignidad Real). La formulación precisa de estos atributos se plasma en el
llamado árbol sefirótico.
»Pero acceder a la sabiduría divina no es empresa fácil. El número de
combinaciones de las veintidós letras del alfabeto sagrado es infinito, puesto que,
además de letras, son cifras. La Verdad es única, pero los posibles caminos para
acceder a ella son infinitos. Para reducir su estudio a una escala humana y manejable,
los cabalistas han trazado una serie limitada de vías que son como las rutas del
caravanero en el vasto desierto o las del marino en el inmenso mar.
—¿Eso son los Sefiros?
—Procedamos con calma, la Cábala se contiene en 32 vías, que representan ideas
absolutas y reales. Los radios de una circunferencia pueden ser infinitos, pero la
Cábala ha escogido sólo 32 para llegar al centro porque la inteligencia del hombre es
finita. También se señalan 50 puertas de acceso al conocimiento que clasifican a los
seres en cinco series de a 10. Abrazan todos los conocimientos posibles mediante el
estudio de cada serie por ella misma y por sus relaciones con las otras. En cuanto a
las vías, están representadas por los 10 números de la aritmética y las 22 letras del
alfabeto hebreo.
»Es evidente que se trata de una compleja y absorbente actividad. El sabio puede
dedicarle toda una vida de intensa meditación y trabajo sin acercarse a la meta. Es, en
cierto modo, una alquimia espiritual que destila el alma del cabalista hasta hacer que
el camino constituya toda la justificación de su viaje.
»Vista desde fuera, la propuesta es descorazonados, pero quizá existan atajos en
ese camino.
—¿Atajos? —dije—. ¡Eso ya es otra cosa!
—Lo que no hay son atajos para evitar los atajos. Existen guías secretas que
conducen directamente a la meta del viaje, pero el viaje es indispensable en cualquier
caso y extremadamente laborioso.
—Pero la tradición asegura que Salomón poseyó la sabiduría perfecta porque
accedió a la Sabiduría divina, aún joven —insistí.
Petros-Beer sonrió.
—El único camino más corto y seguro lo tendrá el que posea el formulario
secreto de Salomón inscrito en su Mesa, según unos, y en el Cantar de los Cantares,

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según otros. En eso consiste el secreto de la Mesa de Salomón. Rabí Simeón, una de
las mayores autoridades cabalísticas, escribió: «Todos los tesoros del Rey Supremo
están encerrados en una sola Clave».[101]
Estuvimos hablando hasta muy tarde. Le conté que la oración del gitano sanador
relacionaba una serie de lugares identificables como santuarios de un culto a la Diosa
Madre con la Mesa de Salomón, el sabio que había conseguido emular la Sabiduría y,
por tanto, el Poder divino, al hacer compatibles los principios femeninos y
masculinos de la divinidad, remontándose al Nombre del Poder, esencia de Dios
Creador.
Cuando me despedí era de noche. Me abrí camino entre los turistas alemanes que
abarrotaban las cervecerías del paseo marítimo y regresé a la convencional habitación
del hotel Zorba. Me duché con agua tibia sintiendo mi musculatura vibrar bajo el
agua jabonosa.
Pasé la mano por el espejo empañado y el trozo limpio me devolvió mi cascada
de cabello rubio acabado wet y mi rostro atezado por el sol.
—Todavía nos queda un largo camino por recorrer —me dije.
Y salí a la noche griega, que se me ofrecía plena, con todos sus encantos.[102]

El alfabeto
Petros-Beer me había invitado a almorzar al día siguiente. Me presenté con un ramo
de rosas adquirido a la florista del hotel, una chica menudita y agraciada, salvo por el
bigote, que atendía por Alexandra.
El almuerzo fue sabroso y frugal: musaka, pez espada a la brasa y yogur con
nueces.
Tomamos café en la terraza sombreada que domina la playa.
Conversamos sobre el alfabeto hebreo con el que opera la Cábala.
—El alfabeto supone un esfuerzo por integrar al hombre y al cosmos en idéntico
ritmo explicó Petros-Beer. Esto es aplicable a cualquier alfabeto en sus inicios. «En
tal sentido, las virtudes de sus sonidos pueden despertar centros de energía cósmica».
[103] Las letras pueden ser «la llave del hombre iniciado para acceder a los planos

cósmicos». Petros-Beer me explicó que antes de que el hebreo originase la rica


tradición cabalística existieron otros alfabetos sagrados integradores de la energía
cósmica, de los que el hebreo procede en última instancia.
—¿Quiere decir que hubo otras Cábalas anteriores a la hebrea?
—Seguramente, las habría en alfabetos anteriores que se han perdido —me
confirmó—. Del mismo modo otros alfabetos antiguos coetáneos del hebreo pudieron
originar otras Cábalas. Por ejemplo, el griego. De hecho, «Pitágoras fue iniciado en el
misterio alfabético de los Dáctilos y es posible que debiera a ellos su teoría de las

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connotaciones místicas de los números».[104]
»Hoy se piensa que el alfabeto lo inventaron los cananeos hace unos tres mil
quinientos años. De los fenicios pasó a los hebreos y a otros pueblos semitas, y luego
a los griegos, que lo divulgaron por el Mediterráneo.
—¿Y no es así?
—No del todo. Estrabón, nacido en el –63, señala que en la España de su tiempo
los turdetanos sabían escribir y recitaban poemas y leyes en verso de más de seis mil
años de antigüedad.[105] Si estas obras estaban en verso, es evidente que tenían que
basarse en algún tipo de escritura alfabética. Aquí tenemos un firme candidato a la
invención del alfabeto, anterior, como mínimo, en 4500 años al que nos propone la
ciencia oficial, es decir, al fenicio. No obstante, es posible que los cananeos
inventaran el alfabeto hace casi cinco milenios, del mismo modo en que Colón
descubrió América en 1492. Es cierto que América recibió visitantes europeos
anteriormente (los vikingos, en el año 1000), pero fue Colón el que divulgó en
Europa la existencia del nuevo continente. De la misma manera, el alfabeto se pudo
inventar en la península Ibérica, aunque fueran los fenicios los que divulgaron su uso
muchos siglos después.
—¿Y por qué no se divulgó el alfabeto de la península Ibérica? —pregunté.
—Quizá sus inventores lo utilizaron para transmitir conocimientos sagrados
limitados a unos pocos iniciados. En este caso, la escritura no se confiaría a
materiales duros, piedra o arcilla cocida, sino a papiros, madera y otros soportes
fáciles de borrar en caso necesario.
»Los cananeos pudieron conseguir el invento, o su simple mecánica, en uno de
sus múltiples y bien documentados contactos con el sur de la península Ibérica.
Después pudieron divulgarlo y explotarlo en provecho propio. Esto explicaría que el
alfabeto surja en Canaán casi de pronto, sin apenas evolución previa.
»Muchos siglos después, una forma de ese alfabeto de origen fenicio, abierto y
comercial, arribaría a las costas españolas, donde lo copiarían los pueblos ibéricos.
Pero ésta es ya otra historia.
—¿Hay alguna prueba que permita afirmar eso, aparte de la palabra de Estrabón?
—inquirí.
—Muchas. Numerosos datos sugieren el origen ibérico del alfabeto. Una leyenda
señala que el fenicio Cadmos, mítico inventor del alfabeto, recogió de España un
sistema de escritura fonética. Luego fue a Grecia, reclamado por el centro iniciático
de Delfos, y finalmente fundó Tebas, desde la que se divulgó la nueva invención
entre los griegos. Otra leyenda helena atribuye a las Parcas la invención del alfabeto o
de parte de él (ya sabes que la morada de las Parcas estaba en el sur de España).[106]
Finalmente, una leyenda irlandesa asegura que un héroe procedente de España llevó
el alfabeto a Irlanda.[107] Estas leyendas confirman el origen occidental e ibérico del

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alfabeto.
—Pero más allá del testimonio de los antiguos, ¿cuál puede ser el origen del
alfabeto?
—Mircea Eliade señala que las fases de la Luna generaron correspondencias
complicadísimas que llegan hasta los árabes. Entre babilonios y hebreos existen 10 o
12 letras que designan fases lunares. En un escolio de Dionisio de Tracia, los sonidos
del alfabeto se asimilan a las fases de la Luna: las vocales son la luna llena; las
consonantes sonoras son los cuartos de luna y las sordas, la luna nueva.[108] El
alfabeto procede del calendario sagrado y éste se basa en las observaciones
astronómicas.
»Si la Luna inspira el alfabeto y encarna a la Diosa Madre, el alfabeto tiene en su
origen un sentido sagrado restringido al ámbito de los cultos matriarcales.[109]
»Muchas leyendas y creencias antiguas corroboran esta idea. Para los antiguos
egipcios y griegos, de los que procede la cultura mediterránea, el Conocimiento se
origina en Occidente. Si este conocimiento se transmite por la escritura, es evidente
que la escritura también procederá de Occidente.
A mi regreso al Santo Reino de Jaén supe que la arqueología regional apoyaba
esta conclusión. En el sur de España se producen hallazgos de escrituras
indescifradas, quizá simples balbuceos o imitaciones salidas de la mano de
analfabetos que han visto la escritura sagrada de los iniciados e intentan remedarla
torpemente para beneficiarse de sus virtudes mágicas.
Mencionaré, tan sólo, algunas inscripciones alfabéticas relacionadas con los
santuarios de la Diosa Madre de la provincia de Jaén.[110]
La más espectacular se encontró en una tumba de la necrópolis del santuario de
Santa Ana en Torredelcampo, a pocos kilómetros de Jaén. Al santuario de la Virgen
de la Cabeza pertenecen las misteriosas inscripciones de las piedras letreras de Sierra
Morena, en unos parajes, no es casual, donde abundaron poderosos santuarios
dolménicos de la Antigüedad. La propia denominación de la Sierra Morena alude al
negro color de la Diosa Madre. A la Virgen negra de Sierra Morena, Nuestra Señora
de la Cabeza, se la llama la Morenita. Una de las inscripciones de las piedras letreras
está en la finca Los Conejeros, vecina del santuario de la Cabeza, sobre una roca de
2,50 metros de alto por 3,50 metros de largo.[111]
Exceptuando el posible ideograma de la figura del sol, que se intercala en la
tercera línea, el resto es una escritura alfabética o su burda imitación.

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Letras parecidas aparecen en el anillo de cobre que encontró Schulten en sus
excavaciones en busca de Tartessos:[112]

Otros signos de esta índole se parecen más a los alfabetos orientales antiguos:[113]

En la misma categoría cabría clasificar la inscripción del sello de bronce de


Montealegre:

o las inscripciones que afloraron en Martos, cerca de Jaén, hacia el 1500 en letras
gódicas unas y en letras egipciacas otras. ¿Qué serían letras egipciacas para un
observador del siglo XVI?[114]
—Produce una especie de vértigo admitir que pueda haber mensajes escritos muy
anteriores a lo que pensábamos —reflexioné.
Petros-Beer sonrió.
—Te produce ese vértigo porque eres un principiante. Lo que te digo no es ningún
misterio. Hace tiempo que se estudia, aunque, debo admitirlo, todavía no figura entre
los intereses prioritarios de los académicos. ¿Has oído hablar de The Epigraphic
Society?
—Creo que no —admití.
—Su presidente, el doctor Barry Fell, era amigo mío. Dedicó su vida al estudio de
una de estas protoescrituras mucho más antiguas que las alfabéticas, la escritura
ogámica. Al principio se pensaba que la escritura ogámica era una variante
típicamente irlandesa del alfabeto latino, pero él demostró que se remontaba por lo
menos a la Edad del Bronce y que debió de inventarse en la península Ibérica.
—La escritura de los turdetanos.
—Pudiera ser. El hecho es que perduraba todavía en el siglo XII cuando el monje
irlandés Ballymote escribió su tratado sobre la escritura ogámica, que se conserva en

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la universidad de Dublín.
»Quizá te interese saber que ciertos indicios permiten suponer que los templarios
usaron esta escritura. En el muro norte de la iglesia de San Miguel de Breamo, en
Pontedeume, en la provincia de La Coruña, una iglesia que los templarios
construyeron sobre un santuario ancestral, se ha descubierto recientemente una breve
inscripción ogámica. Me pregunto cuántas habrá que pasan desapercibidas como
meros rayones en los muros de las viejas iglesias y ermitas.[115] (Figs. 31, 32 y 33).
—Las pruebas apuntan a un posible origen ibérico de los alfabetos antiguos —
admití aquella tarde ante los argumentos de Petros-Beer—, pero el alfabeto
constituye el vehículo de cultura por excelencia. Aceptar un origen occidental del
alfabeto parece descabellado, puesto que las grandes civilizaciones se originan en
Oriente.
—Parece descabellado, pero es posible que no lo sea —respondió el cabalista—.
A lo mejor remontándose en el tiempo, las grandes civilizaciones históricas se nutren
de la prehistoria occidental.
»Tradicionalmente, se ha aceptado que las primeras sociedades desarrolladas
surgen en el llamado Fértil Creciente o territorio comprendido entre los ríos Tigris y
Eufrates, la región de Palestina y el Nilo, el solar de los grandes pueblos de la
Antigüedad: sumerios, babilonios, akadios, asirios, israelitas, fenicios y egipcios. Los
historiadores difusionistas creen que las formas complejas de sociedad y
conocimiento que hoy conforman lo que llamamos cultura occidental irradian de allí.
—¿Difusionistas? —me sonaba la expresión, pero no terminaba de ubicarla.
—El difusionismo es la visión tradicional de la Prehistoria respaldada por la
arqueología, «la presunción fue que las principales innovaciones de la Europa
prehistórica fueron resultado de influencias del Cercano Oriente, traídas por oleadas
emigratorias de aquellos pueblos o bien por contactos entre regiones adyacentes».[116]
Basándose en las teorías difusionistas, los prehistoriadores aseguraban que la
arquitectura megalítica llegó a España desde el Este Mediterráneo, pero desde 1949
un nuevo procedimiento de análisis se incorpora al gabinete del arqueólogo: el
análisis de radiocarbono o carbono 14, en virtud del cual se puede calcular, con un
mínimo margen de error, la edad exacta de cualquier vestigio que haya tenido vida,
por ejemplo, un hueso o un trozo de madera. El perfeccionamiento de este sistema y
la incorporación de otros han dado al traste con las cronologías antiguas
demostrando, por ejemplo, que «las culturas neolíticas tardías de España son mucho
más antiguas de lo que se creía, bastante más antiguas que sus supuestos antepasados
mediterráneos orientales».[117] Es decir, que la difusión opera al contrario de como se
pensaba: no de Oriente a Occidente, sino más bien de Occidente a Oriente.
—Es de lo más notable —admití.
—Esta nueva visión de la Prehistoria, considerada hasta hace unos pocos años

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revolucionaria, se abre ahora camino incluso entre los arqueólogos aferrados a las
teorías tradicionales. Y precisamente al hilo de esta nueva comprensión de los
fenómenos culturales de la Antigüedad, comenzamos a estudiar seriamente algunos
mitos y tradiciones hasta hace poco considerados meras fantasías sin la menor base
histórica. Me refiero a las tradiciones que señalaban a Occidente y, más
concretamente, al sur de España o a su entorno marítimo como la cuna del
Conocimiento.

La Atlántida
Yo había oído hablar de la Atlántida. Incluso un colega mío algo chiflado había
intentado encontrar la ciudad sumergida buceando con una vieja campana de presión.
No encontró nada y un fallo mecánico lo dejó sordo.
¡La Atlántida!
Los sacerdotes egipcios de Isis, la Diosa Madre, le contaron al sabio griego Solón
que en los archivos de su templo, en Sais, se custodiaban las crónicas de la Atlántida,
una poderosa civilización que floreció en una isla del océano hace once mil años. Los
atlantes eran metalúrgicos, ganaderos, agricultores y constructores, pero «tras unos
espantosos terremotos y cataclismos, en un día y una noche terribles, la Atlántida se
hundió en el mar y desapareció».[118]
De la Atlántida se ha dicho y se ha escrito mucho, unos en favor de su existencia
real y otros en contra. No analizaremos aquí si el relato de Platón tiene base real o si
se trata de una fábula. Los sacerdotes de la Diosa Madre de Egipto estaban
convencidos de que sus conocimientos procedían del Extremo Occidente, donde
había existido una antigua civilización anterior a las del Cercano Oriente y origen de
todas ellas.
La otra gran civilización del Mediterráneo Oriental es la griega. Hércules, el
héroe solar griego, viaja hasta el sur de España para realizar dos difíciles trabajos:
robar los bueyes del gigante Gerión y robar las manzanas de oro del jardín de las
Hespérides, las hijas de Atlas (Hespértusa, la negra; Eritia, la roja, y Egle, la blanca).
Las manzanas que custodiaban eran el fruto del Conocimiento. El mismo sentido
tiene la manzana prohibida que Eva ofrece a Adán en el paraíso.
En cuanto a los fenicios y los hebreos, ya hemos visto como Hiram y Salomón
envían sus barcos a Tarsis, que es el sur de España y África, en busca de refinados
productos y metales.
Los historiadores antiguos apoyan estos mitos cuando alaban el poderoso reino de
Tartessos, en el sur de España, quizá el Tarsis bíblico, como sinónimo de abundancia
y riqueza, el país de la plata y del oro, regido por Argantonio, un rey venerable,
longevo, hospitalario y generoso.

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En el solar de Tartessos, en la Edad del Cobre, cuando se genera la leyenda
egipcia, existió, junto al santuario matriarcal de Jaén, en la zona de Marroquíes Bajos,
una ciudad en todo semejante a la Atlántida: sucesivos anillos de agua (alimentados
por el manantial de la Malena) separaban otros tantos anillos de tierra en los que se
levantaban las viviendas y los edificios públicos. Esta prodigiosa ciudad se está
excavando todavía.
Los mitos y las fuentes históricas antiguas coinciden en señalar la existencia de
una civilización en el extremo sur de Europa que es fuente de riqueza y
conocimiento, de una civilización superior a la suya.
Estos descubrimientos me tuvieron preocupado durante un tiempo. Consultaba
libros, tomaba notas, cavilaba sobre la relación de los antiguos santuarios con la
Cábala y los alfabetos sagrados. Cada paso que daba confirmaba mis sospechas de
que aquel magno entramado conducía siempre al mismo punto: el interés por la Mesa
de Salomón.
¿Por qué buscaron los templarios y otros después de ellos la Mesa de Salomón?
Porque contiene las claves para deducir el Nombre del Poder o Shem Shemaforash, es
decir, el verdadero nombre del Dios primordial de la Creación, la fórmula de la
sabiduría absoluta que, a su vez, entraña el poder absoluto.
El Nombre del Poder y la Cábala, que lo tiene por último objetivo, se basan en los
mecanismos del alfabeto sagrado. Este alfabeto, procedente del sur de España, era el
secreto celosamente guardado de los santuarios de la Diosa Madre.
Después de diversos avalares históricos, la Mesa de Salomón, formulario del
Nombre del Poder, regresa a uno de estos santuarios, el Dolmen Sagrado de Jaén.
Pero regresa en la Edad Media, miles de años después de que el santuario perdiese
vigencia.
Esto pensaba. Hasta que descubrí que el santuario seguía vigente en la Edad
Media y aún después.

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Figs. 31 y 32. Alfabeto ogámico, según Meter Kavanagh (1958), y
manuscrito medieval en el que se usa.

Fig. 33. Carmen Andrés, descubridora de la inscripción templaria de San


Miguel de Breamo, señala los trazos en el muro de la iglesia. J. Díaz.

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7
Ciertas vírgenes negras

P asé una semana en Londres con visita diaria a la British Library y salidas de
copas y confidencias con la archivera, Margaret Simpson, con la que había
trabado estrecha y consoladora amistad.[119]
Un día, en la parada de autobús del British, reconocí a Mr. Alexander
Shallowbrain, especialista en el mundo de las Cruzadas, de la Universidad de
Londres, al que había tratado en el curso de un reportaje sobre la caza con halcones
en la Edad Media. Yo estaba enfrente, en el pub Olimpia. Apuré mi cerveza, crucé la
calle y lo abordé.
—¿Así que anda usted detrás de los templarios? —me dijo cuando le expliqué
mis recientes intereses académicos—. Parece que ahora todo el mundo se interesa por
ellos. Bueno, no hay mucho que decir. Para empezar, los templarios consiguieron que
el rey Balduino les asignara sus cuarteles en las ruinas del Templo de Salomón que
ellos excavaron en busca del subterráneo.
»¿Qué buscaban los templarios en el Templo de Jerusalén? El objetivo secreto de
la orden interna del Temple era la Sinarquía o gobierno universal de los sabios. Se
trataba de regresar a la sabiduría conciliadora de Salomón, que sus descendientes
tanto judíos como cristianos habían perdido. Para ello necesitaban la herencia sagrada
de Salomón, su poder, cifrado en dos objetos del Templo: el Arca de la Alianza y la
Mesa de Salomón.
»Del Arca se había perdido la pista tras la destrucción del Primer Templo. Quizá
se encontraba en alguna cámara secreta de las ruinas que el Temple había recibido
como herencia. Los caballeros excavaron afanosamente en el solar del Templo.
»En cuanto a la Mesa de Salomón, los romanos la llevaron a Roma el año 70 y
después del saqueo de la Ciudad Eterna por los visigodos se agregó al tesoro sagrado
de estos pueblos, primero en Francia, luego en España, hasta que, en el año 711, se le
perdió la pista.
—Han pasado mil trescientos años —calculé—. ¿Dónde se encuentra ahora?
—Según la profesora Joyce Mann debe de estar en algún lugar del sur de España
—dijo Shallowbrain.
—¿Conoció usted a Joyce Mann? —me sorprendí de que el profesor supiera de
ella.
—¿Quién no conoció a Joyce Mann? —respondió Shallowbrain—. Una excelente
investigadora hasta que se puso al servicio del Priorato.
Llegó su autobús y aplazamos la conversación para un próximo encuentro.
El principio solar, patriarcal, se impuso, pero la Diosa Madre sobrevivió

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tenazmente en sus santuarios. Por todo el ámbito mediterráneo se manifiesta bajo los
más diversos aspectos: Isis, Astarté, Tanit, Rhea, Cibeles o la Virgen María.[120]
El patriarcado la había relegado a un papel secundario, pero la diosa se resistía a
que la anularan. El clero cristiano (solar) desprestigiaba los cultos matriarcales
relacionándolos con la hechicería. Las sacerdotisas del culto de la Diosa Madre se
convirtieron en brujas que, a menudo, acababan sus días en la hoguera. Su culto,
todavía venerado como «la vieja religión», se confinó al secreto, a los bosques, a las
fuentes, a los dólmenes, a los antiguos santuarios matriarcales.
A la sombra del dios masculino, inflexible y absoluto, medraba el principio
femenino de la Sabiduría, la Sofía. Para alejarla de toda sospecha se le dio carta de
naturaleza como sabiduría de Dios y más adelante el cristianismo la asimiló a la
Virgen María. Así fue como el culto a la Diosa Madre y a su Hijo perduró —y aún
perdura— en el cristianismo en forma de mariolatría. Con este disfraz alcanzó su
máxima difusión en la Europa medieval de la mano de los templarios. Así fue como,
por los intrincados vericuetos de la historia, aquellas ostentosas figurillas de las venus
paleolíticas, que representaban principios de fecundidad, se transformaron en las
diminutas imágenes de las Vírgenes Negras medievales, algunas de las cuales todavía
atraen a sus fieles a los antiguos santuarios del culto lunar suplantados por ermitas o
iglesias. La Serpiente que acompañaba a la Diosa Madre tuvo peor suerte, puesto que
se transformó en el Demonio del cristianismo.[121] Por su parte, el Rey Sagrado, el
que se sacrificaba según el mito antiguo, inspiró diversos mártires cristianos,
especialmente san Sebastián.
¿Cuántas advocaciones de «Nuestra Señora» existen en España y en Europa? Sin
duda, miles. Cada pueblo tiene la suya, y además hay ermitas campestres no adscritas
a población alguna, sino a lugares sagrados precristianos. Como el culto lunar se
resiste a morir, el nombre de la Virgen, en sus distintas advocaciones, se sigue
imponiendo a las mujeres de su jurisdicción, que son, de un modo muy especial, sus
fieles adoradoras.[122]
La multitud de Vírgenes que pueblan nuestra geografía son obosoms de la Diosa
Madre. Obosom es la manifestación de la fuerza vital de la divinidad en un objeto
visible, la plasmación concreta, material, de un principio abstracto. El obosom tiene
un nombre personal, próximo, íntimo y familiar, que el creyente puede invocar en su
oración. Todas las imágenes son trasunto de la Virgen, y el clero se esfuerza por
recordar su identidad esencial, pero las devotas —¿qué es de extrañar si en el fondo
se trata de un culto femenino y matriarcal?— no le rezan a la Virgen en abstracto: le
rezan a la Virgen de la Macarena o de Montserrat o a la de Covadonga.[123]
Las Vírgenes suceden en la cristiandad a las últimas versiones paganas de la
Diosa Madre, es decir, a todas aquellas Isis, Tanit y Astarté de los cultos
mediterráneos en los albores de nuestra era.

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En un viaje a Roma visité a Mario Banqueri, con el que había colaborado, años
atrás, en un reportaje sobre los santuarios marianos en la Toscana.
—¿Vírgenes en santuarios precristianos? —me dijo—. Eso fue cosa de los
templarios.
En las bibliotecas del Vaticano investigué sobre el interés mariano de los
templarios. En principio era una orden militar creada durante las Cruzadas para
defender el camino de Jerusalén, pero en seguida descubrí que bajo esa tapadera se
ocultaba algo más.
Uno de los enigmas templarios es la relación de la Orden con las Vírgenes
Negras.
—¿A qué obedece el interés del Temple por sembrar la cristiandad de Vírgenes
Negras? —le pregunté a Banqueri.
Nos habíamos citado en uno de los bares elegantes de la vía Véneto, a la caída de
la tarde. Él había pedido una cerveza belga y yo, mi habitual whisky escocés con
agua de Evian.
—¡Las Vírgenes Negras del Temple! —suspiró entre dos sorbos de cerveza—.
Las imágenes pequeñas como una muñeca, que supuestamente aparecían en antiguos
santuarios precristianos. ¿Tú sabes que esos santuarios solían instalarse en lugares
donde se manifiestan las energías telúricas?
—Eso tengo entendido.
—Diríase que los templarios se preocuparon de cristianizar y remozar los lugares
sagrados de las antiguas religiones perseguidas por el cristianismo.
Tomó otro sorbo. Evaluó el trasero de una hermosa viandante con disimulado
interés y prosiguió.
—Entre los siglos XI al XIII surge en toda la cristiandad, pero especialmente en el
Occidente de Europa, un repentino fervor hacia la Virgen María, tras el que se adivina
un plan preciso de la Orden del Temple.
»Se remozan santuarios marianos que en la época inmediatamente anterior habían
llevado una existencia mucho más discreta y en ocasiones casi apagada. Por doquier
se adora a Nuestra Señora en detrimento del culto debido a Jesucristo y a sus santos.
Encontramos las Vírgenes Negras en santuarios relacionados con centros de la tierra,
en santuarios matriarcales prehistóricos emplazados en lugares de poder (manantial,
cueva, acantilado, etc.), donde la Virgen Negra se asocia a la imagen anicónica de la
Diosa Madre.
—¿Qué quiere decir anicónica?
—Es un tecnicismo para decir que no se representaba al natural sino por medio de
algo abstracto, como una piedra esférica (a veces troncocónica, cilíndrica u
octogonal).
—Conozco algunas —comenté.

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—Para justificar la implantación de los nuevos santuarios se inventan apariciones
de las imágenes de Nuestra Señora en el interior de campanas, cuevas o troncos de
árboles. Por todas partes aparecen milagrosamente imágenes de madera de unos 70
cm de altura, 30 cm de anchura y 30 cm de profundidad.
»A veces las vírgenes aparecen en grupos de tres, vestigio de cultos ancestrales a
la Diosa Madre en la que la trinidad corresponde a las tres fases lunares y los tres
colores sagrados, por eso también el plumaje de las aves de los antiguos santuarios
combina los tres colores sagrados: blanco, negro, rojo (golondrinas, vencejos, grajos).
La sabiduría ancestral e iniciática se denomina lengua de los pájaros.
»Las leyendas de las apariciones de las imágenes atestiguan un origen mucho más
antiguo para sus veneradas Vírgenes. Algunas incluso aspiran a ser verdaderos
retratos de la Madre de Cristo copiados del natural por san Lucas.
—¿Y quién decidía los modelos?
—Los modelos ya estaban inventados. Las Vírgenes milagrosamente aparecidas
reproducen modelos bizantinos más antiguos, generalmente de la Agia Theotokos o
Santa Madre de Dios.
—Interesante. Supongo que los Templarios los encontraron en el territorio
bizantino.
—Ecco. Modelos bizantinos, rígidamente codificados en sus más mínimos
detalles, desde siglos atrás, por las autoridades religiosas de Constantinopla.
Banqueri se sabía de memoria el catálogo:
—Primero tenemos a la Kiriotissa o «Trono de la Sabiduría». La Virgen es el
trono y la Sabiduría es el Niño que sostiene directamente sobre su regazo, de espaldas
a la madre, descansando sobre su vientre, y ella mantiene las piernas abiertas en la
postura del parto. La indicación del ámbito femenino donde crece el infante enlaza
directamente con los orígenes del culto a la Diosa Madre, y viene a ser la versión
cristiana de la concavidad del dolmen sagrado donde reposa el Huevo primordial, la
Piedra.
»De la Kiriotissa o Trono de la Sabiduría derivan las imágenes románicas de
Occidente. La incomunicación entre la Virgen y el Niño no se debe a la torpeza de los
tallistas, sino al deliberado propósito de diferenciar a dos personas, haciendo de la
Virgen un simple soporte, un trono de la Sabiduría. La Virgen no es la Madre de
Cristo inspiradora de ternura que será en la época siguiente. Es, simplemente, un
principio abstracto, es la Sabiduría, la Sofía, y a ello se debe que sea negra.
»Quizá la relación se vea más clara en otro arquetipo de Virgen bizantina, la
Blanquenitissa, derivada de la imagen que se veneraba en la capilla del palacio de
Blanquernas. En ésta, el vientre materno se indica más claramente con los brazos
levantados de las parturientas y el Niño dibujado en su seno, dentro de un círculo que
representa el Huevo primordial. De este modelo derivan las Vírgenes de la

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Expectación, Vírgenes de la O y Vírgenes Inmaculadas de Occidente, en las que el
vientre constituye el motivo central.
—Lo que me cuentas es de lo más sorprendente.
—La Iglesia no lo anda pregonando por ahí, pero tampoco lo oculta. Es historia,
simplemente. En los siglos XII-XIII Europa se llena de Vírgenes Negras en unos
santuarios cuyos fieles no han visto en su vida a un negro y en muchos casos ni
siquiera saben que esa raza existe. Evidentemente, el color negro de las Vírgenes
Negras no pretende reproducir el tono de la piel de la Madre de Jesucristo.
—¿Quieres decir que era un color emblemático?
—Ecco. En el jeroglífico medieval, el negro es el color de la Sabiduría porque la
raíz de las palabras árabes negro y sabio es idéntica y, para la cristiandad occidental
de los siglos XI al XIII, los musulmanes son sabios y representan el Oriente, tan
superior en conocimientos y cultura a Occidente.
Había terminado la cerveza. Pidió otra y, al hacerlo, sonrió a las vecinas de mesa,
una pareja de turistas nórdicas, algo entradas en carnes y en años, pero todavía
vistosas.
—¿A ti te gustan las viudas, Nicholas? —me preguntó de sopetón.
—Mario, en estos momentos lo que más me gustan son las vírgenes.
Se le iluminó el semblante.
—Vírgenes Negras, naturalmente —aclaré.
Regresó al tono académico.
—Las Vírgenes Negras lo son porque ése es el color de la sabiduría y el color de
la alegórica esposa de Dios en el Cantar de los Cantares, un sublime poema de amor
y, en su lectura secreta, el testamento cabalístico de Salomón.
Recordé sus primeros versos:

Soy negra pero hermosa


hijas de Jerusalén…

»El equivalente indio de la Diosa Madre occidental es la diosa Kâlî —prosiguió


Banqueri—. La palabra sánscrita kâla, de la que procede el nombre de la diosa,
significa “negro”.[124] Otra palabra relacionada con la misma raíz: caló, la utilizan los
gitanos para nombrar a su raza. No es coincidencia, puesto que los gitanos proceden
de la India y en su primera aparición en Occidente se relacionaban con los ancestrales
cultos de la Diosa Madre. Aún hoy, Sara la Negra, la críptica Virgen de Santa María
del Mar, en Provenza, es la Virgen de los gitanos.
»La negrura es un elemento fundamental de la Virgen iniciática. En ocasiones su
nombre primitivo era simplemente «la Negra» como en el caso de la mentada Sara de
los gitanos o en el de la Virgen de Fuensanta de Martos, a 20 kilómetros de Jaén. La

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fuente que mana junto a su ermita se llamaba todavía en el siglo XVIII «de la Negra»,
pervivencia de la primitiva denominación de la Diosa tutelar.[125]
Hizo una pausa para beber media cerveza de un trago, se enjugó delicadamente el
rastro de espuma del labio superior con un pañuelo de seda y prosiguió:
—Pero regresemos a los modelos bizantinos de Nuestra Señora. El segundo
prototipo, algo más tardío, el de la Odegitria, “la que señala el camino de la
Salvación”, es decir, a Cristo, porque tiene al Niño sentado sobre su pierna izquierda
y lo señala con la mano derecha. El Niño sostiene una esfera en la mano izquierda.
—¿Una esfera?
—El Huevo primordial de la Creación (según otros, la Tierra, lo que no
concuerda con el hecho de que en aquella época la Tierra se consideraba plana). La
Creación, según la Cábala, depende del Conocimiento, por eso otras veces el Niño
lleva en la mano una manzana, símbolo del Conocimiento (lo que Hércules busca en
el occidental jardín de las Hespérides). A veces, el Niño no lleva esfera ni manzana,
sino una flor, con idéntico sentido.[126]
»Esa esfera o esa piedra que el Niño sostiene remite también al Huevo de la
Creación. A los templarios les interesaba marcar ese simbolismo. En Pajares de
Lampreana, Zamora, la Virgen de la antigua encomienda templaria se asocia a una
interesante leyenda. Un serpentón asolaba la comarca y siete caballeros templarios se
le enfrentaron, pero él los venció porque habían olvidado encomendarse a la Virgen.
Uno de ellos, al volver en sí, vio que la serpiente regurgitaba una piedra negra en la
orilla del lago. Al poco tiempo la Virgen se le apareció en sueños al templario y le
pidió aquella piedra. Él se la llevó y la depositó en la falda de la imagen, donde la
piedra permaneció durante muchos años como talismán contra las mordeduras de
alimañas. Después la guardaron en un hueco bajo la imagen. Durante la Guerra de la
Independencia escondieron la imagen en un pozo y, debido a la humedad, perdió su
color moreno.[127]
»Volviendo a la Virgen. Esta Odegitria prefigura un tercer modelo de Virgen, la
Theotokos o Virgen Madre, que establece plena relación efectiva entre el Hijo y la
Madre. El Niño se sienta a la izquierda en actitud de bendecir, mientras la madre le
ofrece una flor o una manzana, lo que indica que, a pesar de la actitud maternal, la
Virgen sigue siendo el vehículo de la Sabiduría divina, de la Sofía.
—¿Y qué me dices de la Virgen que amamanta al Niño? —pregunté recordando la
velada Virgen de la Antigua de la catedral de Jaén.
—La Galactrofusa, se llama, o Virgen de la Leche. Ese modelo no es bizantino:
desciende de un icono cairota inspirado en la tradicional imagen de Isis amamantando
a Horus que se transmite, sin apenas cambios, en la estatuaria egipcia desde los
tiempos de los faraones. Lo que viene a confirmar el estrecho vínculo existente entre
la Virgen medieval y sus antecesoras paganas.[128]

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»La ternura de la Galactrofusa, de la Virgen amamantadora, es engañosa, puesto
que esa leche que da al Niño sigue siendo la imagen de la Sabiduría, la misma
cualidad que la parturienta Kiriotissa quería sugerirnos con su hieratismo. Tan sólo ha
cambiado el medio. El mensaje sigue siendo el mismo: la Virgen es el manantial de la
Sabiduría Divina, sea porque asienta a Dios en sus entrañas, sea porque le ofrece la
leche del Conocimiento.
—¿Tú crees que los templarios, al implantar esas Vírgenes en los antiguos
santuarios, intentaban divulgar el Conocimiento, redimir a la humanidad de la
incultura y el fanatismo?
Banqueri asintió en silencio, repentinamente serio.
—Algo así. Lo que la Iglesia no ha intentado nunca, o casi nunca. Los templarios
compartieron en muchos casos su sabiduría secreta con algunos benedictinos, entre
los cuales hubo iniciados que practicaron la Cábala cristiana. En el monasterio
español de Suso hay un óleo del siglo XVII que representa al fundador, san Benito, con
las tres esferas: arriba la que contiene uno de los nombres hebreos de la Divinidad,
debajo una esfera suspendida en el aire y junto al santo, para completar el trío, una
balaustrada un tanto absurda que sólo sirve para introducir la tercera esfera como
elemento decorativo. Por si no queda claro, los ángeles del cielo sostienen los
estandartes de las órdenes militares, en primer lugar la de Calatrava, con sus flores de
lis ocultas y, a su sombra, la de Cristo, directa heredera, con Calatrava, del Temple,
que ya en este tiempo había desaparecido. Un mensaje iniciático evidente (Fig. 34).
Banqueri se pasó una mano por el rostro cansado.
—¡Los iniciados en la Cábala cristiana! —exclamó—. A este grupo pertenecía
san Bernardo, que consagró su vida a desvelar el oculto sentido del Cantar de los
Cantares. La leyenda medieval sostiene que la Virgen Negra se apretó el pecho para
que tres gotas (de nuevo el número tres con relación a esta Virgen) fueran a caer en
los labios de su devoto. La piadosa fábula quiere indicarnos que san Bernardo recibe
de la Virgen la sustancia del Conocimiento, es decir, la iniciación en los secretos de la
Diosa Madre (Fig. 35).
—Lo sorprendente es la vinculación de san Bernardo con la Orden del Temple —
apunté.
—Bernardo de Claraval es el verdadero fundador del Temple —admitió Banqueri
—. En su obra De Consideratione dice: «Dios es longitud, anchura, altura y
profundidad», es decir, Dios es la Geometría. No se puede decir más claro.
Dios es geometría. Recordé que la Mesa de Salomón contenía líneas y círculos,
pura geometría.
—Éste es el secreto de la geometría medieval —prosiguió mi amigo—, la
geometría sagrada aplicada por los templarios y los maestros iniciados del arte gótico.
La arquitectura gótica contiene a Dios porque es Dios mismo.

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Después de aquel fructífero viaje romano regresé a Hay on Wye a meditar todo lo
que estaba aprendiendo en mi madriguera solitaria.
Tomaba notas. Navegaba por internet indagando sobre iglesias, santuarios,
Vírgenes Negras. Averigüé muchas cosas. Resultaría prolijo enumerar los dólmenes y
subterráneos sagrados que tras la intervención del Temple, se transforman en iglesias
o ermitas consagradas a Nuestra Señora. Algunos santuarios franceses han sido
objeto de recientes estudios, entre ellos, los de la catedral de Cartres y los de
Clermont, Guincamp, Marsella, Saint Michel Rocamadour. En España este trabajo
está por hacer. No obstante se pueden citar los casos de las Vírgenes de Abra, San
Esteban de Briteiros (la piedra formosa), Nuestra Señora de la Barca (la piedra
abaladoira u oscilante),[129] el de La Santa Cruz, en Cangas de Onís,[130] la piedra y
el pozo de la ermita de la Soledad en Cantillana y el Dolmen Sagrado de la catedral
de Jaén, en el que ya, sin más dilación, penetramos.

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Fig. 34. San Benito, las Tres Esferas y las cruces de las órdenes militares
(óleo en el monasterio de Suso, La Rioja).

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Fig. 35. La Virgen se oprime el pecho para que san Bernardo reciba en los
labios las tres gotas de leche del Conocimiento. Relieve del coro de la
catedral de Jaén. J. Galán Rosa, 1975.

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Tres piedras en la catedral dolménica

E n el solar de la catedral de Jaén existió, en los tiempos del matriarcado, un


santuario donde se rendía culto a la Diosa Madre en su triple advocación.
Los hallazgos arqueológicos —recordemos las venus de Torredelcampo y Otíñar
o la Astarté de Cástulo[131]— corroboran la gran importancia de este santuario desde
épocas remotas y la continuidad del culto a la Diosa Madre en aquel lugar.
El santuario era un gran dolmen rodeado de otros dólmenes votivos de menor
entidad.
¿Por qué un dolmen?
El dolmen es la imagen de la caverna. Las cavernas son lugares sagrados, lugares
donde «lo numinoso se produce o es acogido»[132]. El dolmen es la alegoría de la
Diosa Madre, «el intento de reproducir el escenario de la procreación, húmedos y
angostos túneles de acceso a la celda uterina cobijada por cúpula».[133]
Dentro del Dolmen Sagrado, en su soterrada cavidad uterina, a la débil luz que se
filtraba del exterior, se columbraba la forma imprecisa de tres grandes piedras
esféricas que representaban a la Diosa. Entre las piedras brotaba un manantial, en el
centro mismo del dolmen. El agua formaba tres regatos que saldrían al exterior por
los tres caminos de acceso: el camino del Toro, correspondiente a la fratría del negro,
y los caminos de las fratrías blanca y roja. En el exterior del dolmen, sobre el túmulo
artificial que lo cubría, sobre los árboles sagrados que lo rodeaban, a lo largo de los
caminos de acceso, sobre las chozas y sobre los cielos se pespunteaba la negrura
azulada de miles de golondrinas, grajos y vencejos, las aves sagradas de la Diosa
Madre, protegidas y alimentadas por los devotos y peregrinos que les ofrecían los
frutos de la tierra y unas tortas votivas confeccionadas con harina en las que se
dibujaban los emblemas de las fratrías y a veces se adornaban con un huevo, tradición
que perdura en Jaén y en otros lugares.[134]
La Navidad cristiana procede de la festividad pagana del solsticio de invierno, las
saturnales romanas, en las que se exaltaba la fecundidad. En el Jaén medieval, un
ilustre iniciado, el condestable Iranzo, organizaba combates rituales de huevos y
repartía hornazos los lunes de Pascua. El hornazo, tradicional aún hoy de la Pascua,
se remonta a aquella torta con huevo del santuario dolménico. El huevo es símbolo
universal de generación y de vida, por eso aparecen huevos de distintas aves, incluida
la exótica avestruz, en algunas tumbas de Jaén.[135]
Los peregrinos y devotos llegados de lejanas tierras, tras afrontar trabajos y
peligros, accedían al santuario por tres entradas diferentes. El peregrino escogía una u

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otra según el aspecto de la divinidad que convenía a su devoción particular o a su
fratría, hermandad o clan. En cualquier caso, el camino que recorrían era idéntico. El
dolmen constaba de ocho grandes losas verticales que soportaban una gran losa
horizontal. Los ocho soportes habilitaban otros tantos huecos intermedios por los que
una persona podía entrar o salir. Cada dos losas señalaban una puerta de entrada
iniciática. Los espacios siguientes, a uno y a otro lado, quedaban invalidados, pues
una misma piedra no podía servir de dintel a dos puertas contiguas. Por lo tanto, tres
puertas ocupaban seis piedras. Las dos restantes constituían una cuarta puerta, sólo de
salida, que era común para los peregrinos de cualquier fratría que hubiesen
completado el recorrido iniciático en el interior del dolmen y hubiesen bebido agua
de la fuente.
De este modo quedaba establecida la unidad fundamental de la Diosa a pesar de
sus diversas advocaciones trinitarias. El peregrino accedía por la puerta de su fratría
particular, pero luego tenía que entrar y salir por las puertas de las otras fratrías, de
modo que su recorrido iniciático se confundía con los de ellas. La puerta de los
Iniciados, la cuarta, era común. Todos eran hijos de la Diosa Madre y al pasar por ella
se hermanaban.
El símbolo de la fratría del negro era el Toro; la del rojo, el Arco; la del blanco, el
Agua. Algunas ceremonias particulares de cada una de estas fratrías perduran en el
folclore. En el Jaén medieval, los ballesteros, descendientes de la fratría del rojo,
veneraban a san Antón y celebraban su fiesta con grandes hogueras. El condestable
Iranzo, uno de los iniciados de la lista de la Cava, quemaba cera en honor del santo.
La hoguera simbolizaba la fratría del rojo. Su origen matriarcal y agrícola se
manifiesta en los buñuelos que se asocian a la fiesta de San Antón.[136]
Regresemos al santuario y acompañemos a un peregrino de la fratría del negro.
Penetra en el dolmen por la puerta negra y sale por la blanca, vuelve a entrar por la
puerta roja y sale de nuevo por la negra. A continuación penetra por la blanca y
recorre el centro del dolmen, donde la fuente sagrada mana entre las tres esferas de
piedra. Después de beber agua y cumplir sus ritos en el manantial sagrado, el
peregrino sale por la cuarta puerta, la de los Iniciados. En su recorrido ha descrito tres
arcos de circunferencia que se cortan y forman, en su trayectoria por el interior del
dolmen, un triángulo esférico. Este triángulo encierra las tres piedras de la diosa y la
fuente sagrada. Es un recorrido preciso relacionado con el laberinto iniciático de otros
santuarios mediterráneos y con el Nudo de Salomón, ese enigmático emblema que
marcaba las viejas casas del barrio de la Magdalena.
El rito conoció una forma de culto más arcaica en la que el iniciado rodeaba la
piedra sagrada para contemplarla en todas sus facetas. Artemidoro supo de un
santuario en el que «se ven de trecho en trecho y de tres en tres o de cuatro en cuatro
unas piedras a las que dan la vuelta los que se allegan al lugar siguiendo una

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costumbre propia del país».[137]
Los que salían por la puerta de los Iniciados recorrían un tramo serpenteante de
poco más de un kilómetro de longitud, jalonado de piedras votivas, hasta un gran
manantial «tan recio como el cuerpo de un buey», cuyas aguas brotaban
impetuosamente del costado de la montaña, en medio de un bosque sagrado.
A lo largo de este camino había una serie de estaciones cuyo sentido explicaban a
los recién llegados las sacerdotisas y los bardos. Había un altar de sacrificios, el
peñón de Uribe, donde, cada cierto tiempo, se inmolaba al Rey Sagrado. Después de
cumplir los ritos necesarios, se accedía al manantial del oráculo y allí se recibía la
respuesta de la Diosa Madre, la dispensadora de fecundidad y bienestar.
Los pastores patriarcales expulsaron del santuario a las sacerdotisas del Dolmen
Sagrado e intentaron, en vano, desarraigar los cultos. Pasado un tiempo, se llegó a
una solución de compromiso. Volvieron las sacerdotisas y la religión matriarcal
perduró bajo las nuevas formas del patriarcado, pero los sucesivos colonizadores
patriarcales —los pueblos históricos— no sólo aportaron divinidades solares. A veces
llegaban influidos por los persistentes principios lunares, por las diferentes Diosas
Madre del ámbito mediterráneo. Los romanos, por ejemplo, aportaron los cultos de
Isis que tan sólo se superpusieron a los más antiguos de Tanit o Astarté, llegados
poco antes con fenicios y cartagineses. El terreno estaba abonado.[138]
Desde entonces han transcurrido milenios. Las religiones patriarcales se han
sucedido y han ocupado el santuario. Cultos solares de Iberia, el paganismo
grecorromano, el primer cristianismo, los santuarios de los godos con Totila y
Rufinus, el islam, el cristianismo de los conquistadores, han apagado los ritos
matriarcales del Dolmen Sagrado. Pero a pesar de ello, la Diosa Madre se aferra
tenazmente a su santuario.
El caso del Dolmen Sagrado de Jaén no es único. En todo el Mediterráneo se
encuentran vestigios de este rito neolítico que deja su rastro en las romerías católicas.
Hace unas semanas coincidí con Juan, mi amigo y traductor, en Soria, por cuyas
bellas tierras se encontraba casualmente.[139] Se ofreció a acompañarme a las hoces
del Duratón, no lejos de Sepúlveda, en Segovia, en donde yo me proponía observar
los buitres leonados que pueblan aquella interesante colonia (Fig. 36).
En las hoces del Duratón habitan doscientas parejas de buitres leonados, una
especie extinguida en casi toda Europa. Estos inteligentes y bellos animales nidifican
en febrero y ponen un único huevo por pareja en los nidos instalados en las cortadas
inaccesibles que ha ido labrando el río. Después de asistir a los rituales del vuelo y a
los cortejos, así como a la algarabía que las aves levantan en el carroñeo de una oveja
muerta, tras espantar a los alimoches más pequeños y ágiles que llegan los primeros
al festín, a media tarde, invité a mi amigo a visitar el cercano santuario de San Frutos,
el santo pajarero, situado en lo alto de un roquedo que el río ha recortado hasta

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convertirlo en una península. De hecho, el milagro del santo consistió en abrir el
profundo tajo que casi aísla las rocas de la ermita, cuando los moros intentaban pasar
al santuario para escabechinar a los cristianos allí refugiados.
Hay que advertir que aquí existió un santuario matriarcal cristianizado en el siglo
IV y transformado en ermita de la Virgen de la Hoz. La piadosa tradición sitúa en
estos parajes la vida de tres hermanos ermitaños (un trío que nos recuerda a los del
Dolmen Sagrado): san Frutos, san Valentín y santa Engracia. La Virgen de la Hoz,
por su parte, responde al esquema general de las Vírgenes Negras templarias:
escondida por sus devotos durante la invasión musulmana, permanece oculta hasta el
siglo XIII, en que se le aparece a un pastor llamado Pedro (=piedra) y le pide que avise
a las autoridades para que le construyan una ermita en aquel mismo lugar. La reina
Isabel la Católica, que era muy devota de esta Virgen, construyó un monasterio, cuyas
ruinas persisten hoy en el hondón del río. Vestigios del antiguo santuario precristiano
son las numerosas pinturas rupestres diseminadas por los abrigos de la zona, la
Solapa del Águila y la cueva de los Siete Altares, que albergó el cenobio visigodo y
luego mozárabe.
En la ermita, bajo el modesto altar que sostiene la imagen de san Frutos, hay dos
puertecitas por las que entran y salen los devotos cuando recorren de rodillas el
angosto deambulatorio en torno a la piedra santa que sostiene la imagen, un pilar
desgastado por los años, que acarician y besan (Fig. 37).
Podríamos multiplicar las referencias a rituales de ambulación en torno a piedras
sagradas. En el templo de Karnak, en Egipto, los turistas han heredado el ritual de
darle siete vueltas a una piedra sagrada para asegurarse la suerte en el futuro (Fig.
38). En la romería de Orcera, Jaén, se le dan siete vueltas a la ermita para pedir un
deseo. Los indios clackamas de Oregón (USA) veneraban una piedra llamada
Tomanowos (=Persona del Cielo), en realidad un meteorito muy poroso caído hace
diez milenios y transportado por un glaciar, durante la Edad del Hielo, a la cumbre de
una colina. La iniciación en la vida adulta requería que los jóvenes de la tribu diesen
una serie de vueltas y revueltas en torno a la piedra mientras repetían una salmodia,
lo que llamaban «el camino de Tomanowos». Ahora los representantes de la tribu
pleitean en los tribunales porque quieren recuperar el meteorito, que está en el Museo
de Historia Natural de Nueva York.

Dólmenes y campanas
Llamamos dolmen al monumento megalítico consistente en un recinto de losas
verticales techado por otras horizontales. La palabra es de origen bretón y significa
“mesa”. En otros lugares de Europa se llaman mesa, caja, tumba de gigante, horno,
cueva e incluso campana.

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En Jaén, el Santo Reino, el dolmen recibía el nombre de campana, quizá por la
sólida oquedad que sus piedras configuran. En las denominaciones que dan los
campesinos al mundo de su entorno suele haber mucho sentido común. Es posible
que las primeras campanas les parecieran instrumentos destinados a emitir
vibraciones mágicas. Desde luego, estaban convencidos de que los dólmenes las
emitían, puesto que se asociaban a las corrientes telúricas. El caso es que dólmenes y
campanas estaban cargados de significado religioso.[140]
Los documentos medievales y las tradiciones confirman la relación de identidad
dolmen-campana. La imagen de la Virgen de la Cabeza de Andújar, el santuario más
famoso de Andalucía oriental, se encontró en 1227 en la concavidad de dos peñas,
junto a una campana.[141] La campana es el dolmen, las dos peñas pueden ser las
cabezas o monolitos esféricos que, con la propia Virgen, completaban la tríada de
Diosas Madre, según veremos.
La otra gran Virgen del Jaén medieval, la de la Coronada, se encontró hacia 1270
bajo una campana extramuros de la Puerta de Martos.[142] La Virgen del Collado,
patrona de Santisteban del Puerto, se encontró también en el interior de una campana
enterrada.[143] La Virgen de Fuensanta de Martos se encontró en una caxa de piedra,
donde, según la tradición medieval, la habían enterrado los mozárabes en 894.[144]
Una antigua calle del Jaén medieval, situada en el camino iniciático que unía el
Dolmen Sagrado y el manantial de la Malena, se llamaba campanas de Santiago unas
veces y horno de Santiago otras. Horno y campana son dos denominaciones del
dolmen. Era lugar sagrado y allí se instituyó la Cofradía de Santiago de los
Caballeros.[145] Otra Virgen iniciática, la de la Consolación, se encontró en 1458 a
dos kilómetros de Torredonjimeno, cerca de Jaén, en lo que sus primeros devotos
describieron como una cueva.[146]
Vemos que, según la tradición, las negras y diminutas imágenes medievales de la
Virgen de esta tierra se descubren dentro de campanas, cajas o cuevas, es decir, de
dólmenes.
Al lado de la catedral de Jaén, por su costado norte, discurre la calle de las
Campanas, la calle de los dólmenes. En época medieval se abría en ella una
monumental entrada a la ciudad llamada Puerta de Santa María, la puerta de la
Virgen.
La catedral descansa sobre el collado del Dolmen Sagrado, un espacio sagrado
milenario muy anterior a la ocupación del lugar por curas y cabildos. En aquel lugar
se establecieron sucesivamente un templo pagano, una mezquita musulmana y una
catedral cristiana.
Muchos dólmenes y santuarios se transformaron en ermitas, tan abundantes en la
comarca. En algunos casos, la insistente actividad constructora de los devotos
destruyó o modificó el antiguo dolmen y alteró su espacio sagrado, pero otras veces

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esta relación se conserva. Si hacemos una excursión a Río Cuchillo y buscamos el
lugar donde fue ermitaño fray Juan de la Miseria, el animoso carmelita autor del
retrato de santa Teresa, encontraremos un dolmen —ésa era su cueva— sobre el que
luego se construyó una casa. Lo mismo ocurre en la ermita de la Santa Cruz en
Cangas de Onís, edificada sobre un dolmen que hoy le sirve de cripta, o en la cripta
de San Antolín, en la catedral de Falencia, que aprovecha una capilla visigótica a su
vez instalada en un dolmen (Fig. 39).
Hay tantos dólmenes, cuevas y peñas sagradas en España que intentar
mencionarlos sería cosa de nunca acabar. Regresemos al Dolmen Sagrado de la
catedral de Jaén, el santuario de la Diosa Madre más importante de la región.
El turista que hoy visita la catedral, obra maestra de Andrés de Vandelvira, repara
en que el templo ha sido ideado como santuario de una reliquia singular: el Santo
Rostro, el lienzo con el que, según la tradición, una piadosa mujer, la Verónica,
enjugó el rostro de Cristo en el camino del Calvario. El rostro atormentado,
manchado de sangre y de sudor, dejó su impronta en el lienzo.
Cristo es un Rey Sagrado y la piadosa intervención de la mujer, Verónica, más
importante aún que el propio Cristo en el culto primitivo de este santuario, revela un
compromiso entre la Diosa Madre titular y el nuevo Dios del Trueno de los
conquistadores patriarcales. ¿Debe extrañarnos que el más venerado Cristo de San
Francisco, junto a la catedral, se denominará precisamente «el Cristo del Trueno»?

Blanco, negro, rojo


En el coro de la catedral de Jaén aparecen tres Vírgenes que sostienen tres piedras
esféricas. En el camino de Damasco, donde Saulo recibe la revelación divina, hay tres
piedras esféricas. En el santuario del Caño Santo, en la catedral de Jaén, hubo tres
Vírgenes.
La Diosa Madre se adoraba en forma de trinidad, al propio tiempo una e
indivisible, al modo mágico de algunas religiones más tardías, incluida la cristiana.
La trinidad de la Diosa Madre representaba los tres aspectos de la Luna, el primer
símbolo universal del matriarcado. Había una luna nueva, la del crecimiento; otra
llena, la del amor y la batalla y una tercera negra o vieja, la de la muerte y la
adivinación. Blanca, roja y negra, los tres colores de la Luna.[147] En sus asociaciones
agrícolas la luna blanca era la cultivadora, la roja, la segadora y la negra, la
aventadora.[148] En su proyección femenina, la blanca es la doncella, la Primavera; la
roja es la mujer, el Verano; y la negra, la bruja, el Invierno.[149]
El color de la vida era el de la sangre, el del amor y la batalla, es decir, el rojo.
[150] Por eso se teñían de rojo los cadáveres, para que prolongasen su vida en la de

ultratumba. Éste era también el color del Rey Sagrado, el amante de la Diosa Madre

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destinado al sacrificio.[151]
En las antiguas lenguas ibéricas, rojo se decía gor, en vasco se dice gorri. El color
sagrado de la vida pervive en muchos topónimos de raigambre ibérica como
Calahorra o Ilíberis.
No es casual que en los campos de Gorgorafe, en el Guadiana Menor, se hayan
encontrado tantos dólmenes. Tampoco es casual que el mítico rey que enseñó la
agricultura a los pueblos ibéricos fuese Gárgoris, un Rey Sagrado, o el Rey Sagrado
por excelencia, en los lejanos días del matriarcado.
En los tiempos de Cáncer (es decir, en la era heraclea del –8750 al –6600),[152]
Hércules, el héroe solar, busca las manzanas del jardín de las Hespérides en
Occidente, en España.
La manzana es el símbolo universal del Conocimiento. Es la imagen
evolucionada de la esfera de piedra. En su camino, Hércules pasa por Martos y deja
un santuario al pie de la peña. Como en Calpe, la montaña se hace berilo del héroe
solar, su menhir sagrado, el monolito de su fundación.
Volvamos a las manzanas de las Hespérides. Gea, la Tierra, entregó estas
manzanas maravillosas a Hera como regalo de boda y encomendó su vigilancia a las
tres Hespérides, hijas de Atlas y de la Estrella Vespertina. Las Hespérides vivían en el
Océano y eran de diferente color: blanca, roja y negra, los familiares colores de la
Luna.[153]
Las Hespérides representan los tres aspectos de la Diosa Madre, en cuyo jardín
estaban las manzanas de oro, símbolos del Conocimiento, de la regla, de la fórmula
del saber que el héroe solar Hércules les arrebata. Esto ocurre en tiempos neolíticos,
de la revolución agrícola, lo que indica que los míticos secretos eran, en su versión
más antigua, los de la agricultura.
Los tres aspectos de la Diosa Madre perduran en el cristianismo en la forma de las
tres Marías. «Los coptos incluso se atrevían a combinar las tres Marías, espectadoras
de la crucifixión de Cristo, en una sola persona con María Cleofás, la Virgen y María
Magdalena».[154] El culto a la tríada de diosas sobrevive en Arles (Provenza). Los
gitanos veneran a las «tres Marías del Mar», la Virgen, María Cleofás (hermana de la
Virgen) y María Salomé (madre de Santiago y Tomás), a las que a veces agregan
Marta y Sara para formar un revelador quinteto.[155] La piadosa leyenda sostiene que
las expulsaron de Palestina y llegaron a Francia en compañía de Sara, la sirvienta
egipcia, de Lázaro (el resucitado), de Marta (la otra hermana de la Virgen) y de María
Magdalena (la pecadora, según la versión oficial; en realidad, la esposa de Jesús). En
el santuario matriarcal de Sainte Marie de la Mer, la piedra santa venerada por los
devotos es «la almohada», un bloque de mármol sobre el que supuestamente se
encontraron los huesos de las santas. Los gitanos sacan en procesión a santa Sara, el
24 de mayo, hasta la orilla del mar para esperar a las tres Marías.

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En la ermita de Piedras Santas, patrona de Pedroche (Córdoba), también se
veneran tres Vírgenes.[156] Son pervivencias del culto a las Marías que todavía era
firme en el Jaén del siglo XVI, cuando una devota encargó ponerlas en su capilla
funeraria.
En el Dolmen Sagrado de Jaén había un santuario de la Diosa Madre en su triple
aspecto. Cada color —blanco, rojo, negro— tenía su puerta y su camino. Estas
puertas sagradas perduraron, como veremos cuando la catedral sustituyó al dolmen.
El negro era el color de la fratría del Toro, posiblemente la más importante. La
calle del Toro, hoy calle del Obispo, era precisamente la que en época medieval
seguía el trazado que lleva hoy a la puerta del Perdón de la catedral.[157] La fratría del
blanco dejó su recuerdo en el nombre de la torre del Alcotán o del algodón; la fratría
del rojo, en el de la famosa puerta Bermeja, que comunicaba la primitiva catedral con
su claustro.
Más persistentes que la memoria de los hombres, más persistentes incluso que la
misma piedra, las aves sagradas de la Diosa Madre vuelven cada primero de marzo a
la catedral dolménica. Bandadas y bandadas de golondrinas, grajos y vencejos llegan
al templo y lo invaden, se cuelan por sus desvanes y galerías altas, se refugian en las
molduras barrocas de la fachada, instalan sus nidos en aleros y altillos provocando la
desesperación del cabildo, que no sabe ya qué medidas tomar para que las negras
aves abandonen la extraña querencia del templo. Lo han probado todo, desde
terroríficos espantapájaros a cebos envenenados, pero las aves de la Diosa acuden
tozudas a su cita anual guiadas por un ciego instinto milenario.
Lo que ocurre en la catedral de Jaén no es excepcional ni único. Hace miles de
años existieron otros santuarios de la Diosa Madre en los que se producía idéntico
fenómeno. En el cabo de San Vicente (Portugal), en un antiguo santuario dolménico,
se veneraban unas piedras sobre las que los devotos hacían libaciones de agua.[158] En
época musulmana el santuario se transformó en un lugar de culto que era, asombra
decirlo, monasterio cristiano y mezquita musulmana. No es que hubiera una mezquita
al lado del monasterio. Es que monasterio y mezquita eran una misma cosa. El
santuario estaba dedicado a san Vicente, pero es evidente que aquel curioso ejemplo
de hermandad y fusión de dos creencias enfrentadas se basaba en un convencimiento
muy anterior a las creencias mismas y al propio san Vicente, patrón del lugar, cuyas
reliquias se veneraban allí. Como dice Hagerty, «en el monasterio-mezquita de san
Vicente se encerraba el secreto mismo de al-Ándalus».[159]
Pues bien, en aquel santuario, que finalmente destruyeron los fanáticos
almorávides, habitaba una bandada de cuervos que revoloteaban sin cesar por encima
de la cúpula y nunca se apartaron del lugar o de sus aledaños. Se decía que habían
llegado de Valencia acompañando a las reliquias del santo.[160]
Este curioso fenómeno de los pájaros negros que se ha perdido en el cabo de San

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Vicente persiste hoy en el solar del Dolmen Sagrado jiennense.
Volvamos ahora la mirada a sus grajos y golondrinas. En realidad, no son negros
como los profanos creen. Si observamos de cerca una golondrina, la más sagrada de
estas aves, repararemos en que el plumaje superior es negro, en efecto, pero tiene la
garganta rojiza y la pechuga blanca: negro, rojo y blanco, los colores de la Diosa
Madre que persisten en sus aves consagradas.
Los paralelos mediterráneos son elocuentes: en Grecia, «las grullas eran sagradas
para la Luna, probablemente porque combinaban los colores lunares: el blanco, el
rojo y el negro».[161]
La golondrina es todavía sagrada en el Santo Reino y su vuelo se considera
premonitorio: si se acerca al suelo, anuncia lluvia vivificante, un oráculo propio del
matriarcado agrícola.
A las golondrinas no se las mata si uno quiere evitar la ira de la Diosa. La piadosa
leyenda cristiana ha disfrazado la antigua prohibición inventándole un motivo: se
respetan porque con sus picos sacaron las espina de Cristo crucificado.

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Fig. 36. Las hoces del Duratón con la ermita de San Frutos. N. Wilcox,
2001

Fig. 37. Una devota repta en torno a la Piedra Santa en cumplimiento del
rito de San Frutos. N. Wilcox, 2001.

Fig. 38. Los turistas dan siete vueltas en torno a la Piedra Santa en Karnak.
J. Sol, 2002.

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Fig. 39. Ermita de Santa Cruz en Cangas de Onís, Asturias. El santuario
cristiano sobre el dolmen sagrado. N. Wilcox, 2001.

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Fig. 40. El Santo Rostro de Jaén. Tarjeta postal, hacia 1950.

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9
La virgen que paseó por Jaén

E l Dolmen Sagrado en el que se adoraba a la triple Diosa Madre se convirtió,


con el tiempo, en una catedral cristiana que es relicario de una singular
reliquia: el Santo Rostro.
El Santo Rostro es un icono bizantino que representa la faz de un hombre delgado
y barbudo, un enigmático rostro en el que destacan unos enormes ojos de hermosas
pupilas. Sus devotos creen que es una genuina imprimación del rostro sudoroso y
ensangrentado de Jesucristo camino del suplicio (Fig. 40).
El Santo Rostro que vemos hoy es un hombre delgado y barbudo de ojos
melancólicamente ausentes, pero ¿fue siempre así?
En época medieval no se llamaba Santo Rostro, sino «la Verónica». Es decir, al
principio tenía nombre de mujer. Lo de Santo Rostro se impuso sólo a partir del siglo
XVIII y en dura pugna con la denominación tradicional, que es, por cierto, la que
utiliza Cervantes: «Por ahora voy a la gran ciudad de Toledo a visitar a la devota
imagen del Sagrario, desde allí me iré al Niño de la Guardia y dando una punta, como
halcón noruego, me entretendré con la santa Verónica de Jaén».[162] «Verónica o
Santa Faz como indiferente se le nombra», escribe, a finales del siglo XVIII, el deán
Mazas.[163]
Lo que los fieles adoraban con el nombre de la Verónica era un rostro lampiño en
el que sólo se distinguían unos ojos de penetrante mirada, una nariz y una boca.
El obispo Sancho Dávila hizo «pegar en una tabla el rostro», después «se mandó
pintar toda la parte exterior de la cara, lo que se hizo con muy poca premeditación e
inteligencia».[164] Quizá sobró premeditación. De este modo, el lampiño rostro de la
Verónica quedó travestido en la hierática faz barbuda actual. Se perdió para siempre
aquel rostro femenino que los peregrinos acudían a adorar el día de Nuestra Señora,
aunque sus devotos siguieron llamándolo «la Verónica».
Unos grandes ojos representan a la Diosa Madre en las pinturas rupestres y en los
idolillos prehistóricos. La Verónica era unos grandes ojos en un lampiño rostro de
matrona. El Santo Rostro fue, en su origen, una mujer más venerada, incluso, que
Cristo. Una mujer distinta a la Virgen María, cuyo culto sólo se extendió a partir del
siglo XII. Una mujer venerada ininterrumpidamente desde mucho antes, de la que, a la
postre, el clero cristiano se apropió hábilmente. La Verónica de las fuentes
medievales es, evidentemente, una Diosa Madre como confirman las leyendas
concernientes a esta reliquia (Fig. 41).
La Verónica se mostraba a los peregrinos una vez al año, el 15 de agosto, día de la

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Virgen. Cuando se acercaba este día afluían al templo sus devotos, algunos llegados
de lejanas tierras. Los moros de Granada aprovechaban la ocasión para perpetrar sus
incursiones en busca de botín y esclavos, sabedores de que encontrarían los caminos
abarrotados de indefensos peregrinos, según atestigua la Crónica de Tranzo.
La autoridad eclesiástica procuró asociar la reliquia, ya falsificada burdamente
para que representara a Cristo, con la fecha culminante de la Pasión del Crucificado y
decidió mostrarla dos veces al año: el tradicional día de la Virgen de Agosto y en
Viernes Santo. El próximo paso en el enmascaramiento de la Diosa Madre era
previsible: suprimieron la ceremonia de agosto, en el día de Nuestra Señora, de claras
raíces matriarcales precristianas y astrológicas, y la mostraron sólo en Viernes Santo.
Los devotos seguían acudiendo en tiempos de sequía a la Diosa Madre de la
fecundidad y de las aguas, cuyo verdadero origen ignoraban, bajo las pilosas
veladuras del Santo Rostro. Las rogativas se repiten en las sequías de 1653, 1655,
1658, 1661, 1668, 1737 y 1824. También acudían a la señora del mundo subterráneo
en los terremotos, como hicieron en 1712 y 1755.[165]
¿Por qué falsificó el obispo Sancho Dávila la venerada reliquia que sus
antecesores habían respetado en la forma antigua? Quizá porque se hizo preguntas
que sus antecesores no se habían formulado y supo extremos que convenía ocultar.
Sancho Dávila determinó que la Verónica llegó de Tierra Santa en el equipaje de
san Eufrasio, uno de los legendarios Siete Varones Apostólicos evangelizadores de
España, que estableció su sede episcopal en el Santo Reino.
Cuando los moros invadieron la Península, los cristianos trasladaron las reliquias
de san Eufrasio a las montañas de Astorga o a las de Oviedo y las ocultaron en un
cofre. Pasaron muchos años, tantos que casi se perdió memoria del contenido de
aquella caja, ya que nadie se atrevía a abrirla, hasta que don Ponce, obispo del rey
Ramiro in, no pudo refrenar su curiosidad y quebrantó los sellos del arca. En cuanto
levantó la tapa se quedó ciego. La memoria de tan ejemplar castigo disuadió a otros
posibles curiosos, hasta que el piadoso rey Alfonso VI tuvo el valor necesario para
abrir de nuevo el arca después de prepararse espiritualmente con ayunos y oraciones.
Como lo movía un limpio deseo de adorar las reliquias, esta vez no se produjo el
castigo divino. El rey tomó para sí el más precioso de los objetos, es decir, el Santo
Rostro, y lo transmitió a sus sucesores, hasta que Fernando III lo ofreció al templo de
Jaén, devolviéndolo a su primitivo lugar.
Según otra versión, el obispo don Nicolás de Biedma trajo el Santo Rostro de
Sevilla, donde lo había dejado Fernando III, que lo encontró en Jaén después de su
conquista. ¿Una reliquia cristiana en el Jaén musulmán? Pues sí. Cuando los moros
invadieron la diócesis de San Eufrasio, los cristianos ocultaron la reliquia en unas
catacumbas del barranco de los Escuderos, no lejos de la catedral.[166]
Éstas son las versiones eclesiásticas del origen de la Verónica, pero la persistente

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tradición popular señala que un obispo la trajo de Roma volando por los aires.
El obispo tenía tres diablillos encerrados en una garrafa… Un día, uno de ellos le
propuso un trato: lo llevaría por los aires a Roma si el obispo se comprometía a
entregarle cada noche las sobras de su cena. El prelado accedió y voló a Roma a
lomos del diablo, consiguió el Santo Rostro del Papa y regresó también por los aires.
El diablillo volvió a su garrafa y el obispo cada noche le entregaba puntualmente las
sobras de su cena, que a partir de entonces fueron nueces, por lo que al diablo sólo le
correspondían las cáscaras.[167] En esta leyenda observamos, además, la
identificación de los tres diablos de la garrafa con las tres advocaciones de la Diosa
Madre en el Dolmen Sagrado.[168]
El obispo don Sancho Dávila consiguió disfrazar aquel enigmático rostro de
mujer y hacerlo pasar por varón barbudo. Consiguió que el nombre de Verónica
cayera en desuso a base de potenciar el del Santo Rostro desde los púlpitos y las
imprentas. Consiguió, incluso, proveer a la reliquia con un origen cristiano y
consiguió que los falsos cronicones lo propalaran… Pero no consiguió silenciar una
serie de ritos ni borrar todas las pistas que insistentemente señalan el verdadero
carácter de la reliquia. Porque la sufrida Verónica no es otra cosa que la
representación de la Diosa Madre en el principal santuario de la región donde
estuvieron los lugares sagrados del antiguo matriarcado peninsular.
Hemos hablado de una triple Diosa Madre de la que la Verónica sería una mera
representación. ¿Dónde están las otras dos? Con el advenimiento del cristianismo, la
segunda se convirtió en la Virgen de la Antigua y la tercera, en la Virgen de la
Capilla.

Nuestra Señora de la Antigua.


En la capilla mayor de la catedral de Jaén, sobre el relicario donde se guarda, bajo
siete llaves, el Santo Rostro, vemos a Nuestra Señora de la Antigua, una Virgen
sedente de apenas 70 cm de altura, que sostiene al Niño en su brazo izquierdo y lo
amamanta (Fig. 42).
La Crónica General asegura que Fernando III se dirigió a la «mezquita mayor (la
actual catedral de la ciudad conquistada) y puso altar y urna a Santa María».[169] Eso
ocurrió en 1246. Sin embargo, la talla es más tardía.[170]
Es evidente que la Virgen de la Antigua no pudo ser aquella imagen que Fernando
III colocó en la urna. Pero, si hubo otra, ¿cómo es que a ésta se la llama «la Antigua»?
Quizá la Santa María del rey no fue otra que el Santo Rostro, es decir, la Verónica
en su primitiva imagen de mujer, antes de que se le añadiesen las sacrílegas barbas.
Ello explicaría, en efecto, que esta talla del siglo XIV pueda llamarse con propiedad
«la Antigua», puesto que es la primera que se hizo de Nuestra Señora propiamente

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dicha. La otra existía ya y era la enigmática Verónica, lo que explicaría, además, el
propio carácter de santuario de los templos que se han sucedido en aquel espacio
sagrado y la continuidad de su dedicación, primero a Nuestra Señora y luego al Santo
Rostro, sin perder por ello su identidad formal, puesto que ambas son la primitiva
Verónica.
Pero la Virgen de la Antigua recibió antes dos nombres distintos que el clero
procuró desarraigar y sepultar en el olvido. El primitivo nombre de la Virgen de la
Antigua es Nuestra Señora del Soterraño, es decir, Nuestra Señora del Subterráneo.
[171] Pero ¿por qué sustituyeron por otro su nombre primitivo? Evidentemente, porque

deseaban erradicar cualquier mención del subterráneo, es decir, del Dolmen Sagrado.
Después de destruirlo físicamente, o de cegarlo, se propusieron borrarlo también de la
memoria de sus fieles. Y cuando estaba recién salida del subterráneo, en el siglo XV,
se llamaba Virgen de la Consolación.[172]
Examinemos ahora la imagen.
Lo primero que llama la atención de esta Virgen Galactrofusa es su pedestal, una
peana en forma de nube, vagamente esférica, tan alta como la propia imagen. Esta
peana no es la original, sino un añadido del siglo XVII. ¿Cómo sería la original?
Nuestra hipótesis, que más adelante razonaremos, es que la original era una piedra
esférica de las llamadas cabezas. Cuando la arrumbaron, porque les pareció torpe y
pesado soporte para tan liviana imagen, tan sólo procuraron sustituirla por algo
parecido. Una nube tallada en forma casi esférica cubría perfectamente el expediente.
Pero ¿y los fieles? Los fieles devotos suelen resistirse a cualquier alteración de las
imágenes que veneran.
Los fieles no advirtieron el cambio. Hacía ya mucho tiempo que la imagen de la
Antigua estaba vedada a la contemplación del pueblo. Podían rezarle, eso sí, y
cuando le dirigían sus preces sabían que estaba allí, escuchándolos desde su alta
hornacina de la capilla mayor, a casi tres metros del suelo, encima del cofre de la
Verónica, pero no podían verla. Una cortina perpetuamente corrida delante de la
imagen lo impedía.
Esta cortina sólo se descorría cuando pasaba el cabildo en pleno por delante del
altar camino de la Sala Capitular, con el templo vacío, en privado.[173] La
contemplación de Nuestra Señora de la Antigua, como la del Arca de la Alianza del
Templo de Salomón, quedaba reservada al Sumo Sacerdote, a los iniciados.
Es sorprendente que se mantenga durante siglos la devoción por una imagen que
sus fieles no pueden contemplar. Hoy tal restricción ha caído en desuso, quizá porque
tampoco quedan fieles ya, y la Virgen de la Antigua se ofrece a nuestra curiosidad,
negra, remota, enigmática e inaccesible. Mejor diríamos que no toda la imagen sino
tan sólo su rostro oscuro y diminuto, puesto que el resto sigue oculto debajo de la
espesa cortina de sus ropajes y adornos, como sucede también con el resto de las

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Vírgenes Negras repartidas por nuestra geografía. Allí está la Virgen. Con el pulgar y
el índice se oprime el pezón izquierdo para que la leche llegue a la boca del Niño.
Pero no lo mira. Mira de frente a sus oferentes.
¿Y la tercera Diosa Madre? El caso de la tercera Diosa Madre podría parecer
increíble pero, afortunadamente, existen actas notariales que certifican su
rocambolesca historia.

La Virgen que paseó por Jaén


El 10 de junio de 1430, poco antes de la medianoche, ocurrió el prodigio. En medio
de un resplandor tan vivo que iluminaba la calle como si fuera de día, los atónitos
siete testigos del milagro contemplaron a una fantasmal comitiva que descendía por
la calle Maestra del Arrabal de San Ildefonso, en el barrio extramuros de la ciudad
medieval. Delante marchaban siete hombres con cruces. A continuación, unas veinte
personas que precedían a una hermosa señora con un niño en brazos a la que
acompañaban un hombre y una mujer. La seguían hasta trescientos hombres y
mujeres. Finalmente, cien hombres armados que cerraban la comitiva. Toda la
fantasmal procesión vestía de blanco.
El blanco cortejo rodeó el cementerio de la parroquia de San Ildefonso y se
detuvo en un palenque o palco revestido de paños blancos y rojos junto a los muros
de la iglesia. El hombre que acompañaba a la señora sostuvo ante ella un libro
abierto. A las doce en punto, cuando las campanas de la ciudad tocaron a maitines, la
milagrosa visión se esfumó, se apagó el resplandor y la oscuridad borró de nuevo los
perfiles de la ciudad dormida.
Tres días después, 13 de junio, comparecen ante los notarios Juan Rodríguez de
Baena, Álvaro de Villalpando y Fernando Díaz los testigos que habían presenciado el
milagro: Pero, hijo de Juan Sánchez, casero de la mujer de Rui Díaz de Torres y Juan,
hijo de Usanda Gómez, que dormían en casa de Alonso García, a espaldas de la
iglesia de San Ildefonso; María Sánchez, mujer de Pedro Hernández, moradores de la
calle Maestra del Arrabal y Juana Hernández, casada con Aparicio Martínez, que
habitaba junto al cementerio del templo. Comparecieron también, para atestiguar las
declaraciones, Pedro de Falencia y Alfonso Pérez. El documento notarial se conserva.
No se trata de una falsificación: los notarios y los testigos son personas que vivieron
cuando se levantó acta del prodigio. Las firmas son válidas. Todo es genuino. ¿Qué
podemos pensar? (Fig. 43).
Una de dos: o se acepta que verdaderamente la Virgen y otros cuatrocientos y
pico seres celestiales pasearon por las polvorientas calles del Jaén medieval aquella
calurosa noche de junio o se piensa que todo el asunto fue un montaje.
¿Un montaje? ¿Para qué y por quién?

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Examinemos los hechos.
A raíz del milagroso Descenso, la iglesia de San Ildefonso, una iglesia de arrabal,
fuera de las murallas, en un barrio todavía secundario, se convierte en santuario
elegido por la propia Virgen, lo que atrae numerosas devociones. Se instala una
capilla y en ella una imagen de la Virgen, una talla de finales del XIV o poco posterior
que aserraron de un retablo.
El celestial paseo de la Virgen por Jaén se inició en la calle Maestra del Arrabal,
actual Llana, que bajaba desde la torre del Alcotán, (una de las puertas sagradas del
Dolmen), junto a la capilla mayor de la catedral. Por consiguiente, puede decirse que
fue la propia Virgen la que manifestó su deseo de trasladarse desde la catedral a la
iglesia de San Ildefonso. Cuando sus fieles devotos conocieron el milagro a ninguno
le parecería mal que la autoridad eclesiástica se hiciese eco de la voluntad de Nuestra
Señora y dispusiese el traslado de su imagen al nuevo santuario por ella elegido.
Así fue como la tercera Diosa Madre de la catedral, probablemente la
correspondiente a la fratría del blanco, abandonó su antiguo santuario para mudarse a
una nueva residencia trescientos metros más abajo.
¿Quién decidió este cambio?
La máxima autoridad era el obispo Gonzalo de Stúñiga, que encargó la
información testifical. Este obispo, un noble educado para la guerra, que había estado
casado, no era muy ducho en cuestiones religiosas. Lo suyo era el fragor de la batalla,
la gloria de la pelea, no el cabildeo de las sacristías. En los treinta años de su
pontificado sólo se preocupó de guerrear contra los moros. Dejaba las teologías y los
encajes para sus subordinados. Él, al decir de los romances, «decía misa armado».
Dos veces cayó prisionero de sus enemigos y finalmente murió cautivo en las
mazmorras de Granada.[174]
No, el montaje del Descenso de la Virgen no parece propio de Gonzalo de
Stúñiga. Aunque él lo tolerara, la invención debió de partir de colaboradores suyos
que han quedado en la sombra. Quizá del cabildo catedralicio o de un grupo del
cabildo. La existencia de un grupo suficientemente poderoso como para inducir al
obispo a un montaje de tal magnitud es más que razonable.
Los que decidieron el cambio ¿organizaron tan grandísimo tinglado sólo para
cambiar de iglesia una imagen sin incurrir en las iras de sus devotos?
Desgraciadamente, sólo podemos conjeturar sobre esas razones.
Quizá quisieron separar a las tres Vírgenes, las tres Diosas Madre de la catedral,
para acabar con pervivencias arcaicas de cultos matriarcales que escapaban al control
de la iglesia oficial.
Quizá.
Hay un aspecto del documento notarial del Descenso que llama la atención: sus
cifras cabalísticamente significativas. La procesión parece inspirada en la de la diosa

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Isis (la Diosa Madre egipcia) con su hijo Horus en brazos, tal como se relata en El
Asno de Oro, de Apuleyo. Los cinco o siete portacruces representan al cinco, el
número de la diosa, y al siete, el número de cada cuarto lunar (4 x 7 = 28); la señora
con el Niño es, obviamente la Virgen Madre; el hombre que sostiene el libro abierto y
la religiosa son representaciones de lo masculino y de lo femenino trascendente (por
eso el libro). Los diez clérigos en dos filas de a cinco corresponden a los diez Sefirot
del árbol de la Vida cabalístico; la representación del valor del nombre divino como
32 + 42 = 52 (5 x 5) en su operación única, que muestra el teorema de Pitágoras en su
propuesta perfecta.
Trescientas personas entre hombres y mujeres sumados a diez clérigos y al grupo
de la Virgen, que son 4, dan 314 personas, resultado de multiplicar pi por cien, que
son los hombres armados representando a las 100 Lunas de los ciclos de la Diosa
(Hécate = 100; Eunate = 100 puertas, etc.), son también 157 hombres y 157 mujeres,
que es cada uno 50 x 3,14. A su vez, 100 es el área del cuadrado del sol que contiene
un círculo de perímetro 31,4; por otro lado, se citan 20 hombres en dos filas de a 10
(10x10 = 100): con 20 hacemos un cuadrado de cinco de lado y tenemos un círculo
(el de la Tierra o Santísimo) de 15,7 de perímetro.
Todos los datos concuerdan en la numerología de la Virgen, que es la Diosa
Madre, y su cortejo.
La imagen de la Virgen de la Capilla es una dama sedente sobre una extraña
peana formada por dos abultados almohadones superpuestos, variante de la cabeza de
piedra de la primitiva Diosa Madre, que constituye una de las formas del betilo en la
Antigüedad. Es la que adopta el ídolo de Chillaron (Carrascosa del Campo, Cuenca),
fechado hacia el –1500, y la que se repite en una de las cruces de Mengíbar y en la
del castillo de Tobaruela, cerca de Linares (Figs. 44, 45 y 46).
En el caso de la Virgen de la Capilla, señora y peana miden 0,57 centímetros. La
pierna izquierda de la Virgen se adivina rígida debajo de sus vestiduras, que sólo
dejan ver la punta del pie. La pierna derecha está algo flexionada. La postura del
cuerpo parece indicada para llevar un peso en el lado derecho, no en el izquierdo. En
realidad, la imagen primitiva no tenía Niño. El infante se añadió posteriormente, así
como el brazo y la mano izquierda que lo sostienen.
En la cabeza tenía una corona o adorno que aserraron cuidadosamente dejando
como único rastro una especie de anillo o diadema.[175]
Desde que llegó a su nuevo santuario, la Virgen se llamó de la Capilla. Pero
¿cómo se había llamado anteriormente, cuando todavía residía en la catedral? Es
posible que se llamara Virgen de la Espiga. De hecho, hasta bien entrado el siglo XIX
existió la reveladora costumbre de ofrendar seis espigas a la imagen, la Diosa Madre
que representa a la estrella Spica.
El santuario del Dolmen Sagrado albergaba a las tres Diosas Madre que en época

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cristiana se llamaron Verónica, del Soterraño y de la Espiga o de la Capilla.
La tradición sostenía que durante la dominación árabe, la Verónica permaneció
oculta en las catacumbas del barranco de los Escuderos, a unos trescientos metros de
la catedral, junto al manantial de Santa María. Pero este manantial sólo data del siglo
XVI. Antes de esa fecha sus aguas nacían en el subsuelo de la capilla mayor de la
catedral, la cavidad sagrada del Dolmen. Los constructores de la catedral renacentista
lo encañaron hasta el barranco de los Escuderos. El pilar donde vertían las aguas se
llamó, en recuerdo de su origen, de Santa María y a su pie se construyó la ermita de
San Félix de Cantalicio.[176] Por lo tanto, las catacumbas en las que los cristianos
encontraron la Verónica no eran sino el Dolmen Sagrado de la catedral. Los
musulmanes habían edificado su mezquita en el collado, pero habían respetado el
santuario subterráneo.

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Fig. 41. Santo Rostro, en el que, bajo las veladuras, se adivina un origen
femenino (la Verónica).

Fig. 43. Acta del Descenso


Fig. 42. La Virgen de la Antigua.
de la Virgen a Jaén. Archivo
Catedral de Jaén. Obsérvese la
de la Academia
peana esferoide en forma de nube
Bibliográfica Mariana, Jaén.
que sustituyó a la esfera de piedra.
Ortega.

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Fig. 44. El ídolo de Chillaron, hacia –1500 (Museo de Cuenca).

Fig. 46 Cruz del castillo de


Fig. 45. Cruz del Pilaren
Tobaruela, Linares. N. Wilcox,
Mengíbar. N. Wilcox, 2001.
2001.

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10
Una esfera de piedra

L as imágenes de Nuestra Señora que hemos mencionado tenían un rasgo


común. Todas ellas estuvieron provistas de una peana esferoide
desproporcionada respecto a la exigua estatura de la imagen.
La primera versión de estas peanas fue la esfera de piedra que representaba a la
Diosa Madre en el útero del Dolmen Sagrado. En el Cercano Oriente esta piedra
sagrada se denominaba abadir.[177]
¿Por qué esféricas? Es posible que por su similitud con los frutos de ciertos
árboles sagrados, aunque en un estadio posterior del culto pudieran relacionarse con
el culto iniciático de la redondez de la Tierra, por cuya divulgación castigaron a
Anaximandro, Esquilo y quizá a Sócrates.[178]
En los santuarios más importantes las esferas eran tres, representando a la tríada
de Diosas Madre consagradas a la Luna o a la Serpiente.[179] No obstante, la
adoración de piedras sagradas es universal. Estas grandes piedras que evocan la
presencia de la Diosa Madre fijan en el santuario el centro del mundo, el betel o el
omphalos. Son baityli, o betilos, “la casa del Dios”,[180] que protegen contra la
muerte dado que, al ser incorruptibles, el alma subsiste en ellas sin degradarse[181] e
influyen en la fertilidad de los campos y las mujeres por «la fuerza que su naturaleza
espiritual les confiere».[182]
En la Antigüedad, las piedras sagradas de la Diosa Madre fueron muy numerosas
en todo el ámbito mediterráneo. En Grecia, «la gente bailaba alrededor de un herm o
pilar de piedra a la espera de que la diosa tomara posesión de uno de ellos y le
provocara el canto poético».[183]
Consulté el asunto de las piedras sagradas con el profesor Mortimer Thomson en
una visita que le hice a su apartamento de Oxford.
—Un paralelo egipcio clásico de la piedra sagrada es el Ben-ben, como usted
sabrá —me dijo.
No, no lo sabía, pero indagué en las páginas egipcias de internet: «En la ciudad
sagrada de Heliópolis, al noroeste del moderno Cairo, los antiguos egipcios
guardaban una piedra misteriosa en una sala reservada al clero heliopolitano».
—Los egipcios creían que en el principio de los tiempos sólo existía un océano de
agua inerte llamado Nun, el no ser. De estas aguas salió la piedra Ben-ben que
sustentaba al Dios Sol o Atum, el Señor de los Límites del Cielo. La piedra Ben-ben,
en forma de pirámide, que imitaron luego en el remate de los obeliscos y de los
monumentos funerarios, el piramidión, se consideraba símbolo del poder regenerador

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del sol y se relacionaba con el pájaro benu o Ave Fénix, que renace de sus propias
cenizas cada quinientos años (Fig. 47).
Entre los egipcios, el Ben-ben, o piedra sagrada de Heliópolis, representaba a la
estrella Sirio, cuyo orto helíaco se conmemoraba en la apertura del Año Nuevo con la
celebración del nacimiento del niño divino Horus del vientre de la diosa Isis. Otras
piedras sagradas egipcias tuvieron forma esférica y pudieron representar estrellas que
a su vez representaban divinidades (Fig. 48).
Supe de más piedras sagradas adoradas en la Antigüedad: en el templo de Diana
en Éfeso los devotos adoraban «un símbolo de la diosa que había caído del cielo», o
sea, un meteorito. En el templo de Apolo, en Delfos, se adoraba el Ónfalos, una
piedra enviada por Cronos, el dios del cielo[184] (Figs. 49 y 50). En Emessa adoraban
la piedra cónica Elagalabus; en Heliópolis-Baalbek se adoraban unas piedras negras
cónicas; el dios nabateo Ushara se adoraba en forma de «piedra negra sin labrar con
cuatro cuernos» (protuberancias en la parte superior, que todavía caracterizan a
muchas piedras-altares o aras de la antigüedad grecorromana). Finalmente, la Piedra
Negra que los musulmanes besan ritualmente en el kiosko de la Kaaba, en La Meca,
es una de estas piedras sagradas que se adoraron en Arabia antes de la conversión al
islam. La Piedra Negra fue el único ídolo que los musulmanes respetaron cuando
conquistaron La Meca en 683. La llamaban Al Hadjar Alaswad, es decir, “la joven
tetuda”, o la núbil, la que puede ser madre, lo que la relaciona directamente con la
tradición de la Diosa Madre representada por una roca esférica.[185] (Fig. 51).
En Taxien y otros templos neolíticos de Malta, la esfera de piedra más antigua se
talló en forma de diosa, lo que resultó en una enorme matrona (Fig. 52).
En Roma, los primeros dioses Penates familiares se representaban por piedras
redondas. A Gea-Cibeles, diosa de la Tierra, se la veneraba en diversos templos «bajo
la forma de un meteorito negro y de superficie pulida».
El culto procedía de Frigia, en el centro de Anatolia, en Asia Menor (actual
Turquía). La imagen más notable de la Cibeles frigia era la enorme roca Arslankaya
(“roca de los leones”). En el siglo –VIII o –VII, labraron en ella un nicho en el que
representaron a la diosa entre dos leones.
También se afirmaba que Gea pulió la piedra y se la dio a comer a Urano.[186]
Piedras sagradas son los sílex religiosa mencionados por Claudino, los mirificae
moles de Cicerón,[187] la piedra negra de Pessinonte, imagen de la Diosa Madre frigia
que los romanos llevaron a Roma[188] y la piedra redonda que llamaban Neton los
accitanos (en la antigua Guadix).[189]
Con el advenimiento del cristianismo, los sacerdotes de la nueva religión se
esforzaron por desarraigar los ritos relacionados con piedras sagradas. En 681 y 682
los Concilios de Toledo anatematizaron a los veneratores lapidum o adoradores de
piedras.[190] A la postre, el clero fracasó y tuvo que adoptar una solución de

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compromiso. Puesto que el pueblo continuaba aferrado a aquellas toscas
representaciones de la Diosa Madre, era preferible cristianizarlas e incorporarlas a las
nuevas creencias. El fenómeno no es privativo de España. Incluso es posible que se
generara en otros lugares. En Éfeso, donde la histórica madre de Cristo vivió sus
últimos años y falleció, existía una piedra negra muy venerada que los turcos
denominaban karatchalti. Los sacerdotes cristianos se la apropiaron explicando que la
Virgen subió al cielo desde esta piedra. No es casual que en el mismo lugar existiera
un templo de la Diosa Madre latina (Magna Mater) con su efigie morena y menuda
como las de nuestras Vírgenes medievales.[191]
En Cefalú (Sicilia), en la catedral fundada por los normandos sobre las ruinas de
un templo pagano de Diana, se adoraban tres esferas de piedra de las que aún se
conserva una empotrada en el muro sur del templo, y una placa votiva que la
reproduce a tamaño natural (Figs. 53, 54 y 55). Cefalú, por cierto, fue fundado por
sicanos procedentes de la península Ibérica. En el prestigioso santuario de Diana
(recordemos que la Diosa Madre medieval era Diana, la protectora de la naturaleza)
fundaron los normandos el panteón de su dinastía.
En el Sacromonte de Granada, en las fiestas de San Cecilio, el varón apostólico,
mientras las autoridades bajo mazas y los canónigos se homenajean con una tortilla al
Sacromonte, las devotas entran en las catacumbas (la cueva sagrada) a probar la
virtud de dos grandes piedras, una negra y otra blanca, que sirven para encontrar
marido (la blanca) o para librarse de él (la negra).[192]
En el Andévalo onubense es famosa la romería al santuario de la Virgen de
Piedras Albas, interesante pervivencia de un culto ancestral, que se manifiesta en una
pareja de vírgenes relacionadas con el roquedo granítico y el espeso bosque donde
está el santuario.
En muchos casos, a las piedras consagradas a la Diosa Madre les colocaron
encima una imagen de la Virgen o, más raramente, una cruz. En Mengíbar, Jaén, cuya
patrona es la Magdalena, existió un antiguo santuario dolménico del que restan dos
esferas de piedra que sirven de peana a sendas cruces colocadas una en la parte alta
del pueblo y otra en la baja: la cruz del Pilarillo y la cruz del Estudiante. La del
Pilarillo marcaba el lugar donde daba la vuelta la procesión del Cristo de las Lluvias
(vestigio de danza ritual) antes de dirigirse al cementerio. En Pegalajar, a pocos
kilómetros de Jaén, otra piedra esferoide que sostiene una cruz nos recuerda la
pervivencia de santuarios matriarcales en el Santo Reino (Fig. 56).
A veces una oportuna leyenda justifica la asociación de una piedra con su imagen.
La Virgen del Pilar se apareció encima de un pilar de piedra o columna. De este
modo, no había reparo en que los fieles adorasen la piedra que era sustento y peana
de Nuestra Señora. Los sacerdotes confiaban en que, con el tiempo, la adoración se
transmitiría a la imagen superior, humana y maternal, mucho más atractiva que la

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arcaica e inexpresiva esfera. No andaban equivocados. Sin embargo, el monolito
esférico siguió siendo parte muy esencial de la nueva representación de la Diosa
Madre convertida ahora en Madre de Cristo. Y como tal perdura la piedra hasta
nuestros días, más o menos disimulada.
En su afán de acabar con el culto a la piedra, los sacerdotes consiguieron que su
contemplación se vedara al pueblo. Unas veces le pusieron velos y cortinas, como en
el caso de la Antigua, otras veces la taparon con un frontal de plata, como en el caso
de la Virgen de la Cabeza de Andújar o en el de la Virgen de Cazalilla (Figs. 57 y 58).
Con el tiempo, incluso lograron deshacerse de la molesta y, en apariencia, absurda
piedra de la peana, que, al fin y al cabo, ya llevaba generaciones oculta de la vista de
sus devotos. Pero, en cualquier caso, algún temor reverencial les aconsejó no
prescindir del todo de las formas de la piedra. Perduraron esas enormes y antiestéticas
peanas esferoides que son la nube de la Virgen de la Antigua, o los dos almohadones
de la Virgen de la Capilla, o el barroco frontal de plata de la Virgen de la Cabeza.
En algunos casos existen estampas o cuadros antiguos que atestiguan la existencia
del monolito esférico, ya desaparecido[193] (Fig. 59). Algunas piedras sagradas
perdieron su significado y fueron relegadas a diversos usos en el entorno del templo
cristiano.[194] En la ermita de las Virtudes, en Ciudad Real, la piedra sagrada del
antiguo santuario, un grueso fuste labrado de escamas, sustenta la pila bautismal.
Finalmente, otras piedras santas, probablemente la mayoría, quedaron
abandonadas en el campo cuando el santuario desapareció. Ése sería el caso de la
esfera de Perulera, que tras rodar a una hondonada desde su posición original, se ha
ido sepultando debido a las labores agrícolas del entorno.[195]
En nuestro deambular ornitológico por el territorio español, lo que nos lleva de un
lado a otro siguiendo la anual migración de las aves, hemos visitado muchas ermitas
fundadas sobre antiguos santuarios precristianos y hemos localizado algunas esferas
de piedra que en su momento sirvieron de peana a las imágenes de la Virgen, y luego
fueron escamoteadas por el clero. Para botón de muestra traemos aquí las fotografías
de algunas de las más notables, aunque en algún caso el lector entenderá que no
revelemos su paradero exacto para evitar que caigan en manos de expoliadores y
coleccionistas (Figs. 60, 61, 62, 63, 64, 65 y 66).

La Barca de Piedra
En algunos santuarios de la Diosa Madre la esfera de piedra pudo estar emplazada
sobre una especie de pedestal en forma de barca. Es posible que parte del rito
consistiera en mover la piedra sobre esa base cóncava. La palabra hebrea thebah[196]
designa un recipiente sagrado en forma de barco como el arca de Noé o la cestilla que
contenía a Moisés cuando lo salvaron de las aguas. El caso es que en algunos

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santuarios prehistóricos ha aparecido esa piedra vaciada en forma de barca o una
piedra natural de la misma forma. La más notable históricamente sería el Pedrón o
Padrón, la barca convertida en piedra en la que el apóstol Santiago llegó a Galicia,
según otras versiones, la piedra en la que amarró esa barca. Esta piedra se conserva
bajo el altar de la iglesia del apóstol y contiene una inscripción romana (Fig. 67).
En Muxía, Galicia, Santiago está predicando el cristianismo cuando llega la
Virgen en una barca impulsada por ángeles. La barca se conserva, convertida en
piedra, a los pies de la iglesia del pueblo. «Es una piedra oscilante utilizada antaño en
ritos de fecundidad»[197]. Otra barca de piedra asociada al santuario matriarcal es la
de la cueva santa en la montaña de Alájar en Huelva, el santuario matriarcal al que se
retiró el iniciado Arias Montano (Fig. 68). En el santuario matriarcal de Arjona debió
de existir otra barca de piedra que aparece en un grabado de 1629, en el que vemos a
un fraile templario (identificable por la cruz paté que lleva sobre el hábito en el
pecho) acostado en la barca, de la que tira un caballo. Dos individuos observan la
escena, uno de ellos tocado con un morrión, que pudieran representar a los dos
mártires de Arjona, san Bonoso y san Maximiano. Hay un pilar de piedra rematado
en ganchos, quizá picota alusiva al martirio de los santos y del templario, y la
inscripción SMARTIRES (Santos Mártires). (Fig. 69).[198]
Contemplando la esfera de piedra de la catedral de Jaén (que sigue fascinando a
sus visitantes, en la plaza de Santa María de Arjona) me he preguntado a veces por
qué estas piedras mantienen ese extraño magnetismo después de que las religiones
prehistóricas que las justificaban se hayan olvidado. Por todo el mundo, acá y allá,
seguimos encontrando ritos y mitos supervivientes de aquellas religiones. En la
frontera entre Marruecos y Mauritania, está el desierto de Ouarzazat, una región en la
que abundan grandes cobras negras, que los assaouas veneran. Los practicantes de
esta secta dan siete vueltas rituales a una gran piedra antes de aventurarse en la zona
de las cobras y capturarlas con las manos desnudas. Para los marroquíes, los assaouas
son brujos inmunes al veneno mortal de la cobra y capaces de beber agua hirviendo o
de meterse en la boca hierros candentes. Sólo los aprecian porque los pueden librar de
las serpientes y porque pueden provocar curaciones milagrosas.[199]
En Bombay, en un santuario de la diosa Shiva (la Negra), el rito consiste en
levantar una esfera de granito de cincuenta y cinco kilos de peso con los dedos índice
y corazón de seis devotos mientras recitan un mantra (Fig. 70).
En la cuenca del río Torralba y Sierpe, al sudoeste de Costa Rica, se encuentran
decenas de esferas de granito, andesita o caliza, perfectamente talladas y pulidas,
cuyo tamaño oscila entre los veinte centímetros de las más pequeñas y los dos metros
de diámetro de las mayores. Las esfera de Costa Rica son un enigma arqueológico:
sólo sabemos que se tallaron entre el –1000 y el 500 y que muchas de ellas se asocian
a enterramientos.

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Volvamos al Dolmen Sagrado de Jaén. Si el dolmen es la campana, ¿cómo
denominar a ese monolito esférico que a veces se encuentra en el interior del dolmen?
Los campesinos que penetraban en los dólmenes olvidados las llamaban cabezas, uno
de los sinónimos que designan el badajo de la campana.[200] En Jaén el badajo es
cabeza.
Las Vírgenes antiguas, las Vírgenes dolménicas que fueron a suplantar al
monolito esférico de la Diosa Madre, estaban sobre el badajo del dolmen, es decir,
sobre la cabeza. Eran Vírgenes de la Cabeza. Éste es el origen de la famosa
advocación mariana de Andújar y de las otras muchas Cabezas que jalonan el
nomenclátor mariano español.[201]
En otros lugares describieron el monolito, más prosaicamente, como piedra
(Virgen de Piedras Santas en Pedroche, provincia de Córdoba), o como peña.[202]
No termina aquí el rastro de los dólmenes sagrados. El estado natural del dolmen
es el subterráneo. Después de acabarlo solían cubrirlo de tierra, formando un
montículo artificial o collado. En algunos lugares, como Santisteban o Segura de la
Sierra, por citar sólo los cercanos a Jaén, existen Vírgenes del Collado, es decir,
Vírgenes del Dolmen. También, por el mismo motivo, existen Vírgenes de la Cueva.
La canción infantil que implora lluvia a la Virgen de la Cueva no es más que el eco
lejano de algún ritual traspasado al folclore. El mayor santuario ibérico de la
Península, en Sierra Morena, se llama también Collado de los Jardines.
En cualquier caso, peña o cabeza o collado, la Virgen se relaciona con una piedra
esférica, a menudo encerrada en un dolmen y relacionada con un manantial. A veces
la tradición local explica esta relación: la romería de Guarromán, el 15 de mayo, va al
lugar denominado la Piedra Rodadera (= esférica). En este caso, la imagen de Virgen
o santo ha perdido toda importancia. Importa sólo el lugar, la piedra rodadera.[203]
¿De dónde proceden estas piedras esféricas soporte de Vírgenes o santos? La
tradición popular lo indica claramente: puesto que son sagradas, proceden del cielo.
Si visitamos la bella localidad jiennense de Pozoalcón el 9 de mayo y nos unimos a la
alegre romería de San Gregorio, nos llevarán al lugar conocido como «la cruz»,
donde cayó del cielo una piedra redonda con una cara grabada que besan los romeros.
[204] Piedras celestes o meteoritos han recibido adoración en distintos lugares del

planeta, recordemos el Ben-ben egipcio de Heliópolis o la Kaaba de La Meca. Lo que


confirma la tesis de Eliade referente a la representación de la Diosa Madre en estas
piedras.[205]
La piedra sagrada venida del cielo o la cara milagrosa —como el rostro de la
Verónica de Jaén— admiten más variantes. La patrona de Pozoalcón, Jaén, impuesta
por el clero es la Virgen de los Dolores, pero a nivel popular se venera a Santa Ana,
que suplanta al culto de la Diosa Madre incluso en una etapa anterior al florecimiento
de la devoción a Nuestra Señora.

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La misma piedra venida del cielo es lo que un arqueólogo definiría como menhir
prehistórico, que está plantado junto a la ermita nueva en el cerro del Camello, cerca
de Alcalá la Real.[206]
Las coincidencias no existen. Por todas partes las antiguas imágenes y cruces se
yerguen sobre monolitos a veces disimulados por el tiempo o transformados en
pesados pedestales cúbicos o fustes de columnas que sostienen cruces o imágenes de
santos, pero nunca completamente vencidos.
Las esferas de piedra perduran incluso en la iconografía cristiana, que no tendría
por qué respetar las antiguas tradiciones. En la heráldica del cabildo de Jaén, la
catedral santificada por el Dolmen Sagrado, la Virgen se representa sobre una esfera
que unas veces es de piedra y otras se convierte en el dragón o lagarto jiennense. La
sierpe es la fuente, el manantial de aguas santas de la Diosa Madre.[207]
La mutilación ritual del Rey Sagrado que acompañaba a las arcaicas festividades
de la Diosa Madre ha dejado su huella en el folclore mariano. Juan de Rivas, el pastor
que encontró la imagen de la Virgen de la Cabeza de Andújar, era manco;[208] el
príncipe moro que halló la de Rus era ciego;[209] la reina que encontró la Virgen de la
Fuensanta (en Villanueva del Arzobispo) había sufrido la mutilación de manos y ojos.
[210]
A pesar de los dos mil años transcurridos, el clero cristiano no ha acabado con los
rituales de la Diosa Madre que persisten en la presencia del agua, los ritos femeninos,
la exaltación de la vegetación y de la fecundidad de la tierra propia del matriarcado
agrícola. Pero vayamos por partes.

El agua
En casi todas las ermitas de Nuestra Señora, y en gran parte de las de los santos o
Cristos que en algún momento las sustituyeron, existen pozos o manantiales sagrados,
las Fuensantas, Aguas Santas o Pozos Santos.
En el Dolmen Sagrado de la catedral de Jaén había un manantial cuyas aguas, que
brotaban en el interior del propio dolmen, se canalizaban en varias direcciones. Un
regato iba hacia la actual calle Pilarillos, donde estuvo la primitiva comunidad de
monjas de Santa Clara.[211] ¿Agua sagrada de la Diosa Madre para una comunidad
religiosa femenina? Es posible que ni el rey ni las monjas fueran conscientes de la
pervivencia de estas asociaciones ¿O lo eran?
A la muerte del último iniciado que trabajó en la catedral, Andrés de Vandelvira,
el cabildo dispuso que «el venero del testero del brazo sur del crucero» se encauzara
fuera del templo.[212] De este modo el manantial sagrado se llevó al pilar de la actual
ermita de San Félix de Cantalicio.
Visitemos esta apartada ermita.

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En su interior hay una Virgen Dolorosa acompañada de las doce Sibilas, cada una
con su nombre en una cartela: Pérsica, Líbica, Deifica, Cumea, Samia, Cumana,
Helespóntica, Frigia, Europea, Tiburtina, Egipcia y Eritrea.
Doce cuadros que corresponden a doce Sibilas. Curioso tema para una sencilla
ermita cristiana. En tres de ellas una misteriosa y anónima mano ha raspado los
nombres: Líbica, Cumea y Pérsica.[213]
¿No es extraño que se haya tachado el nombre de tres Sibilas, precisamente tres,
el número de las Diosas Madre del santuario dolménico? ¿Quién lo hizo y con qué
sentido? Otras preguntas sin respuesta.
Pero ¿quiénes eran las Sibilas?
Las Sibilas constituyen una pervivencia grecorromana del antiguo sacerdocio
femenino de la Diosa Madre. En este sentido, podemos afirmar que la reina de Saba
era una Sibila.
Las Sibilas habitaban en los antiguos santuarios de la Diosa, en lugares recorridos
por corrientes telúricas. Estaban dotadas del don de la profecía y lo ejercían en forma
de oráculos, con los que respondían a las consultas de los devotos.
La más famosa fue la de Cumas. De su oráculo se derivaron las Recopilaciones
sibilinas, colecciones de profecías que gozaron de gran autoridad entre los romanos,
quienes las guardaban en el Capitolio, junto con la Mesa de Salomón y el tesoro
antiguo.
No parece casual que en la ermita que conmemora el manantial sagrado del
Dolmen tengan asiento estas representaciones de adivinas paganas, sacerdotisas de la
Diosa Madre. Pero tampoco debe extrañarnos, puesto que la lista de los que buscaban
la Cava es larga, y esto indica que, en distintas épocas, existieron personas
interesadas en transmitir el legado del Conocimiento por medio de signos e imágenes
que los iniciados venideros pudieran entender.

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Fig. 47. Piramidión en el Fig. 48. La esfera de piedra
Museo Egipcio de El representada en la decoración de un
Cairo. J. Sol, 2004. templo egipcio. J. Sol, 2004.

Fig. 49. El Ónfalos del santuario Fig. 50. Piedra sagrada con
de Delfos. Museo Arqueológico serpiente en un templo griego
de Atenas. de Asklepios.

Fig. 51. La Piedra Negra de la Kaaba, Fig. 52. La Diosa Madre


en La Meca, vista a través de su del templo neolítico de
engaste de plata. Taxien, Malta.

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Fig. 53. Catedral de Cefalú, Fig. 54. Esfera de la catedral de
Sicilia. N. Wilcox, 2001. Cefalú, Sicilia. N. Wilcox, 2001.

Fig. 55. Esfera votiva de la catedral de Cefalú, Sicilia. N. Wilcox, 2001

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Fig. 56. Esfera retallada como peana de la cruz en Pegalajar, Jaén. N.
Wilcox, 2001.

Fig. 57. Virgen de la Cabeza, Fig. 58. Virgen de


Andújar Cazalilla

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Fig. 60. La esfera a los
Fig. 59. Virgen del Castillo, Vilches, en
pies de la Virgen. Talla
el siglo XIX. La pena esférica ha
en la iglesia de
desparecido actualmente. J. Sol, 2001.
Núremberg.

Fig. 61.
Fig. 62. La esfera y el manantial a la puerta del
Virgen del
antiguo santuario, hoy iglesia, pasan
Vinyet,
desapercibidos.
Sitges

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Fig. 63. Las Tres Esferas de la Virgen del Pueblito, Queretaro.

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Figs. 64 y 65. Esferas de piedra de antiguos santuarios. N. Wilcox, 2001.

Fig. 66. Esfera de piedra cristianizada. Iglesia de Antigua, Guatemala

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Fig. 67. Santiago y Fig. 68. La barca de piedra en el santuario
la barca de piedra. de la peña de Alájar, Huelva.

Fig. 70. Esfera


Fig. 69. El templario en la barca de piedra de
de piedra en el
Arjona. Grabado que ilustra la carta de fray
santuario de
Jerónimo Pancorbo sobre los mártires de
Shiva la Negra,
Arjona. Impreso en Antequera, 1629.
Bombay.

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11
De vírgenes y deshonestidades

H asta ahora hemos examinado la tríada de Vírgenes Negras de la catedral de


Jaén. Otras Diosas Madre recibieron culto en diversos lugares asociados al
Dolmen Sagrado.
La más famosa fue la Virgen Coronada, una imagen del tiempo de los godos que,
como tantas Vírgenes Negras, había aparecido hacia 1270 dentro de una campana
enterrada que un labrador encontró extramuros de la ciudad, muy cerca de la Puerta
de Martos.[214] Sobre el dolmen de la Coronada se construyó una ermita y después, en
1511, un monasterio en el que se fundó una Cofradía del Santo Sepulcro con cofrades
de «azote y luz, lutos, gallardetes y banderillas».[215] El paso que atraía la devoción
popular no era el del Santo Sepulcro sino una Virgen de los Dolores, imagen
actualizada de Isis, cuya fiesta, el tercer domingo de septiembre, tenía más de orgía
pagana que de manifestación cristiana:[216] «Salen a ver dicha procesión muchas
mujeres enamoradas y compuestas y llevan meriendas… y las mujeres hacen señas a
los cofrades… y hay mucho regocijo en un día tan triste y en cuanto anochece hay
muchas deshonestidades».[217]
Las personas devotas no ingresaban en la cofradía por las deshonestidades que
pasaban en Viernes Santo.[218] Ciertos cofrades «habían concertado un Viernes Santo
a dos rameras muy hermosas que salieran a la procesión en el ejido de la Coronada y
que saldrían con ellas a las huertas y se las llevaron a una acequia y allí se habían
metido y habían tenido acceso carnal con ellas, pues en cuanto anochece hay muchas
deshonestidades».[219]
El texto habla por sí solo. No obstante, conviene notar que copular, de noche y
dentro de una acequia, es decir, en el agua helada, en pleno mes de marzo, debe de
tener alguna explicación ritual antes que venérea.
Además de los excesos carnales, la procesión de la Coronada se caracterizaba por
los alcohólicos.[220] La autoridad eclesiástica, ignorante de las raíces rituales de aquel
aparente desenfreno, se esforzó por erradicarlo y dispuso que las cofradías de Semana
Santa «salgan de día, quitándose así muchas inquietudes y ofensas a Dios Nuestro
Señor».[221]
No sirvió de nada. En 1726 el obispo prohibía a los disciplinantes de las
Cofradías que llevasen «roquetes ni enaguas de mujer».[222]
Esta insólita presencia de hombres vestidos con ropas de mujer en la fiesta de la
Virgen se produce también por la misma época en la romería de la Virgen de la
Cabeza, la patrona de Sierra Morena fundada por los templarios.

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¿Qué sentido tienen tales prácticas escandalosas asociadas al culto de las
Vírgenes? Es evidente que son pervivencia de los cultos a la Diosa Madre. En todo el
mundo mediterráneo se repite el mismo fenómeno. En una determinada etapa
histórica, el sacerdocio del matriarcado lo desempeñan hombres, y estos hombres al
principio visten atuendos femeninos, los «hieródulos» del culto de Afrodita (otra
Diosa Madre) en Ascalón.[223] Incluso las sotanas del clero preconciliar y los encajes
y los bordados de las casullas tienen un aire de atuendo femenino.
También en la romería de la Virgen de la Cabeza se cometían desmadres sexuales
que escandalizaban a los píos cronistas del siglo XVIII: «La turba de devotos no repara
en nombrar a la purísima Madre de Dios con aquellas mismas expresiones rústicas e
insolentes que ha inventado el amor profano y la licenciosidad del vulgo… Hay feria
abierta en donde lo que más se comercia es el libertinaje y las palabras deshonestas…
Hay impuros movimientos y bailes desconcertados delante de las mismas sagradas
imágenes que adornan con este fin con ramos, flores, luces y buenas alhajas».[224]
Llovía sobre mojado. Ya en 1628 el obispo había ordenado, sin éxito, «que se
excusen los desórdenes y ofensas a Dios causados por el concurso de gente, hombres
y mujeres que acuden a la fiesta de Nuestra Señora».[225]
Lo que aquellos piadosos y escandalizados sacerdotes no comprendían es que
precisamente aquellas imágenes y aquellas romerías eran más materia de amor
profano que del amor divino tal como ellos lo entendían. Porque antes de que el
cristianismo silenciase a la Diosa Madre, sin conseguirlo del todo, aquel amor
profano que exalta, a través del sexo, la fecundidad había sido precisamente uno de
los atributos de la Diosa Madre que ahora la Virgen María, con todo su acento puesto
en la pureza, no conseguía (y no consigue hoy) erradicar. Y no olvidemos que la
prostitución ritual fue bastante común en los santuarios precristianos, incluidos los de
la península Ibérica.[226]

La Virgen Blanca
La ermita de la Virgen Blanca está en el cerro de los Lirios, a tres kilómetros de Jaén,
en el antiguo camino de Martos.[227]
El lugar se denominaba La Imora o Daymora en la época de la conquista,
corrupción de la frase: «La que i mora», la que vive allí, oportuno circunloquio para
ocultar el nombre secreto de la divinidad que, convenientemente convertida en Virgen
María, se llamó la Virgen Blanca.
La primitiva imagen se llamaba Virgen Alba. En la Edad Media se trasladó a Jaén
al cargo de la familia Rincón, avecindada frente al templo de la Magdalena. Hacia
1611, los Rincón la cedieron a la compañía de Jesús, que la entronizó en su iglesia de
la calle Compañía.

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La Virgen Alba, que significa blanca, era, en realidad, una Virgen Negra «de
piedra alabastro»[228] de 40 centímetros de altura, sobre una peana tan alta como ella.
[229] Aparentaba ser «muy antigua» con el Niño «mamando de su pecho». ¿Quizá una

imagen de Isis reciclada en Virgen María? En el mismo altar donde se veneraba esta
imagen colocaron los jesuitas «una pirámide de vidrio verde con remate de azófar,
labrada» que contenía una reliquia de san Eufrasio, primer obispo de la diócesis
venido de Oriente.[230]
A mediados del siglo XIX, Muñoz Garnica, un buscador de la Mesa de Salomón,
realizó grandes obras en la antigua iglesia de los jesuitas, ya arruinada, con la
esperanza de encontrar la imagen primitiva.
Las tres Vírgenes Negras que hemos mencionado (la Coronada, la Cabeza y la
Blanca) fueron destruidas en 1936.

La Asomada
La ermita de la Asomada es un sencillo edificio sobre la loma que domina el puente
de la Sierra, en el antiguo camino de Otíñar, a cinco kilómetros de Jaén. Su nombre
deriva del árabe samada, que significa “fuente de agua caliente”, por un manantial,
hoy seco, que hubo a los pies de la ermita. La Virgen ha desaparecido.

La Virgen de la Peña
La Virgen de la Peña se veneraba en una ermita a tres kilómetros de Jaén, junto a la
fuente de la Peña. La antigua imagen de la Virgen ha desaparecido, así como la peña
que la sustentaba.
Actualmente, perduran trazas de los ritos consagrados a la Virgen en la romería
del Cristo de Chircales, que la suplantó en su santuario. En la fiesta típicamente
matriarcal «la imagen se lleva en procesión hasta la glorieta para regresar de nuevo a
su ermita, que este día tiene arcos triunfales de pino y yerbas silvestres y altar de
capullos y rosas de olor».[231]
Estos cultos de la Diosa Madre, por primavera, con grandes despliegues vegetales
de flores, juncia y romero, aseguraban la fecundidad de los campos, de los animales y
de las personas.

Santa Ana
Nos queda, finalmente, la última Virgen ancestral que en rigor debiera ser la primera:
santa Ana.

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En sumerio el cielo se llamaba an.[232] Los pelasgos adoraban a una Diosa Madre
o Diosa Luna llamada Ana, nombre que significa precisamente “reina o Diosa
Madre”. Los romanos le consagraron un bosque sagrado en la Vía Flaminia, junto al
Tíber. Ovidio la identifica con la Minerva lunar «porque lleva el año con sus meses».
Su iconografía la representaba como una mujer anciana.[233]
Esta remota Diosa Madre mediterránea se transmite a los cultos cristianos
conservando el nombre de Ana y su figura de anciana.[234] Los teólogos medievales
definían a la Inmaculada como «la Concepción de santa Ana».[235]
Santa Ana es patrona de Torredelcampo, a once kilómetros de Jaén. Su santuario,
sobre el cerro que domina la población, está entre el Dolmen Sagrado de Jaén y el
santuario de Hércules en Martos. En tiempos prehistóricos, el santuario de Ana
estuvo protegido por uno de los más antiguos recintos amurallados de Europa, del
que quedan imponentes vestigios cerca de la ermita. En este santuario se encontraron
una venus o Diosa Madre de marfil, hoy desaparecida, así como «numerosos objetos
metálicos y de piedra».[236] En el santuario antiguo había tumbas con inscripciones en
un alfabeto desconocido, distinto al ibérico, que también han desaparecido.
El reciente folclore consumista que la vida moderna impone ha desvirtuado el
culto de esta Diosa Madre, pero todavía pueden rastrearse vestigios del primitivo
ritual y de las creencias a él asociadas. En algunos pueblos de la región existen
ermitas de santa Ana o, al menos, altares, y queda el recuerdo de la antigua
denominación de la santa, que no era otra que santa Ana Triple. ¡Triple Ana! ¡Extraña
manera de llamar a la Madre de la Virgen! Extraño, al menos, para sus actuales
devotas, que han ido olvidando lo que ya no comprenden. Sin embargo, esta
significativa denominación ha dejado huella documental en algunos lugares de la
diócesis, como Alcalá la Real, donde santa Ana Triple, abogada contra la sequía, en
su papel de Diosa de la Fecundidad, tuvo una ermita que hoy es aldea con su Fuente
del Rey, en la que Alfonso XI fundó un oratorio consagrado a la Virgen Coronada.[237]

Las Vírgenes irreverentes


Las Vírgenes medievales suplantaron a las Diosas Madre en los dólmenes sagrados y
santuarios. Aquellas diminutas imágenes negras, plantadas sobre los enormes
monolitos de la Diosa Madre, «aparecen» en el siglo XIII, coincidiendo con un súbito
renacimiento de los cultos a Nuestra Señora en todo el Occidente cristiano. Suelen
presentarse sedentes, con el Niño sostenido por el brazo izquierdo, pero en seguida
las taparon con elaboradas vestiduras que sólo dejaban ver el rostro.
Pero ¿es que no hubo Vírgenes más antiguas, es decir, anteriores al siglo XIII?
Seguramente, sí.
La Virgen gótica o románica que conocemos es una imagen cristianizada y tardía,

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importada de Bizancio. Si suplanta a la antigua Diosa Madre, cabría esperar que
perdurase en ella alguno de los rasgos propiciadores de fecundidad de las antiguas
representaciones de la Diosa Madre, aquellas venus o Astartés que las sucedieron.
Entre la Antigüedad y la Baja Edad Media, en el espacio de ese milenio, ¿hubo
imágenes que representen el eslabón perdido?
Las hubo, pero el clero cristiano las consideraba tan irreverentes y provocativas
que prefería ocultar sus cuerpos detrás de veladuras, vestidos y adornos. Por eso se
tapan tanto las imágenes actuales, que al fin y al cabo son tallas vestidas y tardías, lo
que explica precisamente que se salvaran de la quema.
«La quema» no es una frase hecha. Existieron imágenes primitivas de la Diosa
Madre, asimiladas a la Virgen María, que el propio clero destruyó.
Una resolución del Sínodo diocesano de 1624, presidido por el cardenal-obispo
don Baltasar Moscoso y Sandoval, bajo el título quinto, «Sobre veneración de
imágenes», dispone: «Que no se hagan imágenes de barro o cartón (se refiere
evidentemente a los exvotos populares que los fieles llevaban a los antiguos
santuarios) y que se entierren o consuman dentro de la iglesia o en otra mejor forma
las imágenes viejas y deformes que más provocan a risa que a devoción».[238]
El documento es revelador porque atestigua que, efectivamente, existieron
imágenes «viejas», es decir, antiguas, y «deformes». ¿Cómo definiríamos, si no, a
una venus prehistórica o su copia, con aquellas exageradas redondeces y sus
acumulaciones de grasa en el trasero, en las caderas, en el vientre y en el pecho? En
efecto, perdido ya el genuino sentido de tales manifestaciones, las imágenes, aunque
eran veneradas por tradición, provocaban «más a risa que a devoción», no a sus fieles
de siempre, evidentemente, sino a los sacerdotes forasteros como el obispo cardenal
firmante y la gran mayoría de sus colaboradores. En 1624 las condenaron al fuego.
Sólo se salvaron aquellas tallas modernas que satisfacían la estética oficial de la
Iglesia. Y de éstas también es de lamentar que casi ninguna sobreviviera a 1936.
Pero ¿alguien se opuso a esta medida? La disposición sinodal señala que hay que
deshacerse de tales imágenes «dentro de la iglesia», es decir, a puerta cerrada y en
secreto. Siendo así, los devotos nunca sabrían lo ocurrido o lo sabrían demasiado
tarde, cuando no se pudiera remediar. Además, puesto que hacía ya tiempo que estas
imágenes sólo mostraban el rostro, nunca advertirían que el resto del cuerpo,
«provocante a risa», había desaparecido.
No en todas partes se aplicó la medida con igual sigilo.
Algunos conventos de religiosas seguían fieles a tradiciones matriarcales
precristianas cuyo origen y sentido las propias monjas ignoraban. Uno de estos
conventos, el más antiguo, el de Santa Clara, junto al Dolmen Sagrado de Jaén, el
convento que se vanagloriaba del hallazgo de la Verónica en su huerto, había sido
finalmente trasladado a otro emplazamiento. Las monjas atrancaron la puerta del

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convento y recibieron a una comitiva episcopal arrojándole aceite hirviendo desde las
ventanas.[239]
Es posible que las monjas guardaran como oro en paño una de aquellas imágenes
«provocantes a risa»; es posible que el obispo intentara apoderarse de ella
pacíficamente cuando el asunto se complicó y estuvo a punto de convertirse en otro
Fuenteovejuna.
Si tenemos en cuenta la antigua relación existente entre estas monjas y el Dolmen
Sagrado, nos es lícito sospechar que quizá lo que las religiosas guardaban y defendían
con tanto empeño no eran sino las primitivas imágenes, las «provocantes a risa» de
las dos Vírgenes del dolmen que, junto con la Verónica, ahora convertida en un Cristo
barbudo, componían la triple Diosa Madre catedralicia. Esto explica que las imágenes
actuales de las Vírgenes Antigua y de la Capilla sólo se remonten al siglo XIV cuando
la tradición sostiene que, por lo menos, ya existían, aunque con otros nombres, a
principios del XIII.

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12
Tres vírgenes

L a Diosa Madre suele aparecer en los santuarios más importantes en forma de


trinidad o Diosa Triple, resultado de la multiplicación por tres del principio
esencial, para representar cada una de sus tres facetas. En el Dolmen Sagrado de la
catedral no hubo una Diosa Madre sino tres distintas, que dieron lugar a las tres
Vírgenes medievales, hasta que la Iglesia decidió suprimir dos de ellas, travistiendo
una en Cristo y trasladando la otra a un santuario distinto.
En la tradición cristiana de otros lugares, estas tres diosas se convirtieron en las
tres Marías, alusivas a tres personajes evangélicos que acompañaron a Jesús.
La tríada de la Diosa Madre perdura actualmente en muchas imágenes de la
Virgen en cuyo pedestal asoman tres rostros angélicos. A veces estos rostros se
figuran sobre la peana esferoide de la Diosa Madre. También queda rastro de la
trinidad en el cancionero popular. La canción de las tres morillas de Jaén, del siglo
XV, resulta extrañamente fascinante por su sencillez y por la obviedad de su
argumento. Pero bajo el prado florido del villancico discurren oscuras las corrientes
subterráneas del Dolmen Sagrado.[240]
La versión más antigua de esta composición es la del Cancionero de Palacio:

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Tres morillas me enamoran
en Jaén
Aixa Fátima y Marién.
Tres morillas tan garridas
iban a coger olivas
y hallábanlas cogidas
en Jaén
Aixa Fátima y Marién.
Y hallábanlas cogidas,
y tornaban desmaídas
y las colores perdidas
en Jaén
Aixa Fátima y Marién.
Tres morillas tan lozanas
iban a coger manzanas
en Jaén
Aixa Fátima y Marién.
Una a uno y uno a una
se quieren bien
Aixa Fátima y Marién.

¿Qué denso mensaje nos quiere transmitir la aparentemente intrascendente


cancioncilla? Supongamos que las tres morillas de Jaén son las tres Diosas Madre de
su santuario dolménico. El argumento de la cancioncilla es una contrariedad de las
protagonistas: van a coger olivas y alguien se las ha robado. Lo mismo les sucede con
las manzanas. ¿No nos recuerda lo ocurrido a las tres Hespérides, las tres hermanas a
las que el héroe solar Hércules robó las manzanas que custodiaban? El manzano es el
árbol de la Ciencia y del Conocimiento, no sólo en el jardín de las Hespérides del
mito griego, sino también en el jardín del Paraíso (paraíso significa “jardín”) del mito
bíblico de la historia de Adán.
El manzano y el olivo representaban respectivamente al solsticio de verano y al
de invierno en las ceremonias del Gran Año,[241] por lo tanto, la anónima cancioncilla
alude a los ritos agrarios del santuario dolménico habitado por las tres Diosas Madre
o, por mejor decir, la Diosa Triple.
Otra críptica composición, instalada como la anterior en el folclore infantil,
conjugaba los mismos míticos elementos en el juego del tejo que practicaban las
niñas de la plaza de la Malena hasta hace unos años:

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A la verde, verde,
a la verde oliva
donde cautivaron
a las tres cautivas.
De oro dorada,
dorada manzana
a las tres cautivas
cautivas llevaban.

En la literatura popular abundan los crípticos mensajes matriarcales deslizados


bajo formas aparentemente intrascendentes, pero siempre relacionados con lugares
donde existieron santuarios de la Diosa Madre. En Galicia lo encontramos en un
pliego de cordel recogido en Manciñeira:[242]

Ela eran tres comadres


e de un barrio todas tres
fixieron a merendiña
para ir ao San Andrés.

Con esa música galaica y remota, que evocaba brumas y lejanas melodías de
gaita, salí a pasear por Londres un melancólico día de marzo y mis pasos me llevaron
al puente de Blackfriars, de cuya estructura apareció colgado el cadáver del banquero
Calvi, una pierna doblada en cuatro, como el ahorcado del Tarot.
¿Cuántas cosas sabía y cuántas ignoraba?
Oscurecía sobre la rotonda templaria, la mole gris de la iglesia circular. Intenté
visitarla una vez más, contemplar las tumbas de los anónimos caballeros con almófar
y cota de malla, las piernas cruzadas que denotaban su lucha en Tierra Santa. Empujé
la puerta y no cedió. Ya estaba cerrada.
Regresé al hotel. Aquella noche telefoneé al cabalista Arcángelos Petros-Beer.
—¿Cómo van sus indagaciones? —me preguntó con voz joven y jovial. Al fondo
se oía un trasiego de cacharros en un fregadero. Estaba acompañado.
—Marchando —respondí—, tenemos un santuario dolménico que alberga una
trinidad de Diosas Madre, al que los devotos acceden por un camino iniciático que
reproduce el esquema geométrico del Nudo de Salomón, el símbolo del
Conocimiento.
—¿Y la Mesa de Salomón?
—Busco a los que la buscaron, un poco perdido.
—Persevere, joven. El formulario preciso de la Sabiduría absoluta, el acceso al

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Shem Shemaforash, la identidad de Dios, el alma de la Cábala, no se revelará
fácilmente, pero me da el corazón que su pista pasa por ese santuario del llamado
Santo Reino de Jaén.
No quise molestarlo más. Nos despedimos con unas frases cordiales. Con el
auricular en la mano, medité.
Salomón había conseguido reconciliar los principios solares y lunares
remontándose a la esencia misma de Dios para trascender la división bipolar del alma
humana. Sus sucesores desaprovecharon su obra abjuraron de la Sabiduría y
retornaron a una religión exclusivamente solar. La Sabiduría de Salomón quedaría
restringida a ser la preciosa herencia de un reducido grupo de iniciados y sería la
materia de la Cábala.
Me preguntaba: ¿queda algún vestigio de la religión matriarcal del santuario en la
tradición cabalística?
Recordé mi entrevista con Petros-Beer.
—En la Cábala hay un concepto abstracto —me dijo—, la Shejina, que equivale,
literalmente, a la Madre Suprema. La Shejina se compone a su vez de tres almas o
ángeles.
—Pero eso es la trinidad de la Diosa Madre —señalé.
Él sonrió:
—Esta Shejina o Madre Suprema está adornada con una serie de atributos que se
recitan en una letanía… Entrecerró los ojos y entonó la salmodia:[243]

La Piedra Maestra.
La Piedra Integral.
La Columna Central.
El Montón de Piedra.
El Pozo.

—¡Piedra, Columna, Pozo…! —dije entusiasmado—. No cabe mayor claridad.


El cabalista ensanchó su sonrisa:
—En el Bereshit Rabba, aparecen también afirmaciones sorprendentes, habida
cuenta del carácter radicalmente solar y masculino del judaísmo, del que
comúnmente se cree emanada la Cábala…
Tomó un libro del estante que había detrás de él y buscó una página. Me señaló
una línea:
—Lee…
—Todo depende de la Mujer —leí.[244]
—Y aquí abajo.
—Es la Mujer la que lleva la bendición a la casa.[245] Es extraordinario —

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comenté.
—Lo es. Y te demuestra que, efectivamente, la Cábala recoge los elementos
fundamentales del culto lunar a la Diosa Madre, que Salomón recibió de Occidente
traídos por aquel mítico Hiram y su hermandad de iniciados constructores del
Templo.

Volverán las oscuras golondrinas


Dos días después regresé a Jaén. Llegué de noche. Me duché, tomé un par de tapas en
el Fígaro,[246] cerca del hotel, y subí paseando a la plaza de la catedral. Me senté en
un banco y contemplé la fachada nocturna del templo.
Han transcurrido milenios. ¿Qué queda hoy de todo aquello? —meditaba—. ¿Qué
resta del Dolmen Sagrado, de las tres cabezas que encerraba, de la Trinidad de Diosas
Madre, de los cultos y antiguos ritos iniciáticos?
Nada.
Algunas devotas adoran al Santo Rostro como reliquia de Jesucristo. Nadie se
acuerda de Nuestra Señora.
Por la catedral, sumida en su penumbra silenciosa, discurren los canónigos que
pastorean la grey cristiana.
Milenios de fe y de antiguos secretos reposan dormidos entre sus piedras, en sus
cálidos cimientos.
Los turistas pasean por el interior de la catedral escudriñando sus capillas en
penumbra, desde las que los contemplan los apóstoles, los santos, los reyes y los
profetas. Es dudoso que los excursionistas que se internan por la Armónica Montaña
comprendan el Camino.
Pero existen unas criaturas que sí lo comprenden porque las tradiciones
milenarias persisten en su instinto. Una y otra vez regresan a la catedral como antaño
volvían al Dolmen Sagrado. Levanté la mirada y las contemplé, arriba, pespunteando
los relieves barrocos de la fachada del templo, arrebujadas en ventanas y cornisas, en
el regazo de los santos de piedra y en los remates de los pináculos.
Las aves, cuyo lenguaje, el lenguaje de los iniciados, comprendía Salomón. Los
vencejos y las golondrinas, las aves negras de la Diosa Madre. Siguen en la catedral,
saben que suplanta al dolmen, pero la piedra es piedra y el dolmen es el dolmen,
aunque ahora tenga las formas de un templo extraño. Para las aves nada ha cambiado.
El incienso de hoy les parecerá igual al humo de las viejas hogueras.
Todavía en el siglo XVII existía en Jaén, y en otros santuarios matriarcales, un
temor reverencial hacia vencejos y golondrinas. Se las respetaba. Eran aves que
vuelan a ultratumba. Las aves negras no se matan. Su carne es tabú. Son aves
sagradas.

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Vencejos, grajos y golondrinas siguen allí.
Sentado en un banco de la plaza de Santa María, ya anochecido, contemplé las
aves que guardan la memoria que perdieron los hombres, las aves sagradas que, a
pesar de los cebos envenenados que les administra el cabildo, regresan puntualmente,
cada atardecer de primavera, al Dolmen Sagrado de la Diosa Madre.

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13
Hércules en España

E l héroe solar mediterráneo es Hércules, el paladín glorioso que libera la tierra


de sus monstruos. Es un Rey Sagrado que a la llegada de los pueblos
patriarcales se transforma en rey agrícola y pastoril.[247]
Hubo muchos Hércules, pero el más conocido es el griego, el hijo de Zeus y
Alcmena, nacido justamente en el equinoccio de primavera, el año nuevo de los
babilonios y otros pueblos de la Antigüedad.[248]
La vida de Hércules es un continuo conflicto con la Diosa Madre. Todavía está en
la cuna, cuando Hera —la Diosa Madre— envía contra él a dos serpientes, pero el
niño las estrangula. Años después, Hera le provoca un ataque de locura y el héroe
asesina a sus seis hijos. Cuando recobra el juicio, y comprende la magnitud de su
crimen, peregrina al oráculo de Apolo en Delfos, que le impone el castigo de
obedecer al rey de Micenas, Euristeo, en lo que quiera mandarle.
Euristeo le encomienda doce trabajos, a cual más difícil. El primero, matar al león
de Nemea; el segundo, acabar con la Hidra de Lerna, una serpiente de cien cabezas
protegida de la diosa Hera; el tercero, capturar al jabalí de Erimanto y a la cierva de
Cerinía. Después, Hércules limpia de aves malignas el lago Estínfalo (otra vez las
aves asociadas a un santuario acuático). A continuación asea los establos del rey
Augias de Elide, para lo cual desvía el curso de un río. También captura al toro, padre
del Minotauro, y doma las yeguas antropófagas del rey de Tracia. El noveno trabajo
consiste en arrebatarle el cinturón a la reina de las Amazonas, que se resiste como un
mulo y perece en la refriega. El décimo, robarle los bueyes al gigante Gerión, un
monstruo con tres cuerpos, al que también mata; el undécimo, robar las manzanas de
oro del jardín de las Hespérides, tras acabar con su vigilante, el dragón Ladón.
Finalmente, Hércules desciende al infierno y captura al perro Cerbero.
Todos estos trabajos, excepto dos, transcurren en Grecia o en sus vecindades. Para
el décimo y el undécimo, Hércules debe desplazarse al extremo Occidente: el sur de
España.
La interpretación del mito está clara. Hércules es un héroe solar y patriarcal (un
pastor que se enfrenta a monstruos serpentiformes o derivados de la serpiente, el
animal lunar de la Diosa Madre).[249]
Examinemos con más detalle las hazañas de Hércules en Occidente. En Tartessos,
aquel mítico reino que se extendía por gran parte de Andalucía, reinaba el gigante
Gerión. Hércules atraviesa el Mediterráneo para llegar hasta allí y va matando los
monstruos que le salen al paso, una posible alusión al avance de los pueblos pastores

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patriarcales que derrotan a las poblaciones autóctonas matriarcales y agrícolas. La
Diosa Madre, Hera, protege a Gerión, pero a pesar de ello, Hércules lo vence. Gerión,
un gigante de tres cuerpos, representa a la Triple Diosa de los santuarios matriarcales.
Hércules conmemora su victoria erigiendo dos columnas a uno y otro lado del
estrecho de Gibraltar, réplica de las simbólicas dos columnas que flanqueaban la
entrada de los recintos sagrados antiguos.[250]
Hércules mata, pues, a Gerión, recoge sus bueyes rojos y los lleva a Micenas. Ese
regreso, arreando un considerable rebaño, brinda al héroe algunas aventuras
adicionales, entre ellas la de compartir el tálamo de un monstruo femenino, mitad
mujer mitad serpiente, al que, no obstante, hizo concebir trillizos.[251]
Esta historia marginal revela la concordia de un pueblo patriarcal con otro
matriarcal adorador de la Diosa Madre, que el monstruo serpentiforme representa.
[252]
En su condición de Rey Sagrado, Hércules debe superar ciertas pruebas rituales
para escapar del sacrificio, por eso vence a las sierpes de la Diosa Madre.
Los mitos hercúleos evocan un estadio cultural en el que los pueblos pastores
vencedores y los pueblos agrícolas vencidos buscan fórmulas de entendimiento. A la
postre, el héroe solar intenta que la reina o diosa lo acepte como esposo. Es lo que
nos sugiere el undécimo trabajo cuando el héroe consigue las manzanas de las
Hespérides «regalo de bodas de la Madre Tierra a Hera» tras matar al dragón Ladón,
que guardaba el manzano.[253]
El jardín de las Hespérides estaba en el extremo de Occidente, donde se pone el
sol. Para los griegos antiguos, Occidente era el sur de la península Ibérica, Andalucía.
[254] La puesta de sol sería un símbolo de la muerte del Rey Sagrado, que luego

resucita en el Año Nuevo.[255]


Tartessos, el reino del gigante Gerión, estaba también en Andalucía, la tierra
regada por el río Tarsis, el Guadalquivir. Los dos trabajos andaluces de Hércules son
reveladores: robar un rebaño de bueyes y robar unas manzanas. Lo que el héroe solar
arrebata son los secretos de la agricultura y de la ganadería, los dos grandes hallazgos
del neolítico, de aquella «revolución agrícola» que cambió radicalmente el destino de
la humanidad. Hércules es un hombre neolítico, desconocedor todavía de los metales,
por eso lucha con arco y flechas o con una clava de olivo. El olivo es el árbol del
festival de primavera, el símbolo que lleva la paloma al arca de Noé, el que acompaña
a Cristo, Rey Sagrado y héroe solar él mismo, en su entrada a Jerusalén y en su
pasión y resurrección.
Pero ¿por qué busca Hércules los secretos agrícolas en Occidente? Porque para
los neolíticos orientales existía una civilización superior a la suya en el sur de Europa.
[256] Para los ancestros de los griegos, el Conocimiento procede de Occidente. No es

casual que muchos artífices míticos del Templo de Salomón tengan también ese

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origen, ni que los sacerdotes egipcios sitúen en Occidente la Atlántida, aquella áurea
y civilizada tierra, ni que en Occidente floreciera Tartessos, de cuyas compilaciones
alfabéticas, con más de seis mil años de antigüedad, hablaba Estrabón. La persistente
tradición antigua señala la procedencia occidental del Conocimiento y la iniciación.
Hércules alcanza la sabiduría para los griegos como Salomón la alcanza para los
hebreos. Y ambos la obtienen de santuarios de la Diosa Madre imprecisamente
situados en el sur de España.
Existe un estrecho paralelismo entre el anónimo héroe que mata al lagarto de la
Malena y el Hércules mítico. Los dos están presos y realizan su hazaña para obtener
la libertad. Los dos se enfrentan con un monstruo serpentino que habita en una cueva.
En los dos casos aparecen claros símbolos solares (caballo, oveja, fuego) al servicio
del héroe que mata a la serpiente. Este paralelo podría, naturalmente, abarcar a todos
los héroes solares mediterráneos matadores de serpientes o dragones. A la postre,
asistimos al viejo tema de la simbólica derrota de los poderes de la Diosa Madre y del
matriarcado agrícola a manos de los héroes solares del patriarcado pastoril. Es
inevitable que el mito nos remita continuamente a la Historia.
La hegemonía de los pueblos solares no desarraigó el culto a la Diosa Madre en
sus grandes santuarios y lugares de peregrinación como el de Jaén. Los pastores
crearon sus propios centros religiosos para competir con los de la Diosa Madre, entre
ellos el santuario de Hércules en Martos, a dieciséis kilómetros del Dolmen Sagrado.
El santuario de Hércules en Martos fue tan famoso como el de Melkart (el Hércules
fenicio) en Cádiz. Sobre sus cimientos se levantó la iglesia de Santa Marta.[257]
Hércules llega para robar los rebaños de Gerión y conmemora su hazaña
levantando dos columnas, en Ceuta una y otra en Gibraltar y una tercera en Martos,
[258] la impresionante peña, una roca que se eleva majestuosamente hasta los 1003

metros de altura. En su cima, barrida por los vientos, construyeron los calatravos,
sucesores de los templarios, un castillo desde cuyos torreones se divisa una extensión
de muchos kilómetros a la redonda (Fig. 71). Probablemente, el primer santuario de
los pueblos pastores adoradores de los dioses uránicos del Trueno fuese la montaña
misma y de ahí proceda la sacralización de estas «columnas» que el héroe solar
levanta.[259]

San Cristóbal
El Rey Sagrado se presentaba a veces como un gigante verde formado de ramas y
plantas que simbolizaba la vegetación y los bosques. El gigante verde moría cuando
se agostaba la vegetación y cedía el puesto al hijo-esposo que había engendrado en la
Diosa Madre, y así sucesivamente.[260]
En la mitología grecolatina, el gigante verde se transforma en Heracles-Hércules

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y a la llegada del cristianismo, en san Cristóbal. El Hércules grecorromano había
transportado al dios Dionisio a través del río. Recordemos que Dionisio es un dios
lunar[261] y que en Delfos, santuario oracular, es desmembrado por su sucesor, lo que
confirma su carácter de Rey Sagrado.[262] San Cristóbal, que deriva de él, cruza
también el río llevando a la espalda a Jesús niño.[263]
El báculo de san Pedro, símbolo de la herencia iniciática cristiana, es una
transformación del bastón de medidas del Hiram salomónico, que representará la
sabiduría iniciática de los arquitectos medievales. Los dos proceden, en última
instancia, de la vara de Moisés y Aarón, que se tenía por el origen de la iniciación
cristiana. Pues bien, en san Cristóbal esta vara o báculo se representa doblemente en
la palmera que el gigante descuaja y utiliza como apoyo para cruzar el río con Jesús a
la espalda. La palmera es un árbol tutelar de la Diosa Madre y se relaciona con la
Virgen en la iconografía cristiana. La encontramos en el pilar que sostiene el techo de
la ermita de San Baudelio, en Soria, lugar de iniciación de los templarios (el aspirante
a caballero se encerraba en el edículo que existe precisamente sobre el tronco de la
palmera). (Fig. 72) (véanse, además, Figs. 86 a 88).
San Cristóbal es un santo especialmente simpático porque nos transmite un
mensaje sincrético y pacifista: el héroe solar que se apoya en la palmera matriarcal.
[264]
No es casual que, en toda España, el monte más representativo del entorno de
cualquier santuario de la Diosa Madre (o las ermitas de la Virgen o santa Ana que los
sucedieron) se consagre a san Cristóbal. Es la réplica solar con que los pueblos
patriarcales contrarrestan el poder y el prestigio de los santuarios de la Diosa Madre.
Tampoco es casual que en la nave de la derecha de nuestras iglesias y cerca de la
entrada encontremos gigantescas representaciones de san Cristóbal, costumbre que
impuso en Castilla Alfonso X el Sabio, otro iniciado.
Un ejemplo de actuación templaria o simplemente iniciática nos lo suministra
Puebla de los Infantes, en la Sierra Norte de Sevilla. Junto al pozo que surtía de agua
a la primera villa amurallada, se levanta la ermita de Santa Ana, con el camarín
construido sobre una roca emergente que se aprecia mejor desde el exterior. La iglesia
mira al monte Santo, que en esta ocasión no se llama de San Cristóbal, sino
simplemente El Santo, en cuya cumbre hay trazas de ruinas antiguas (Fig. 73). A dos
kilómetros del pueblo está el castillo de Almenara (o sea, castillo de la Luz) con su
hermosa capilla octogonal, ya en ruinas, que se fundamenta sobre una cueva
iniciática de origen incierto. Recordemos que las capillas octogonales eran el lugar de
iniciación de los templarios (Fig. 74).
El obispo Suárez conocía el simbolismo de san Cristóbal y representó al santo en
su coro jiennense en figura de un gigante barbudo con el rostro del Hércules
grecolatino. En el coro jiennense, san Cristóbal está en medio del río con el Niño

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sobre el hombro izquierdo[265] y en la orilla derecha del río hay un ermitaño que
contempla la escena. Hasta aquí todo responde a la tradición iconográfica del santo,
pero algunos detalles reclaman nuestra atención: un viento tempestuoso agita la capa
de san Cristóbal, las ropas del Niño y las aguas del río. Sin embargo,
misteriosamente, el viento no sopla en la cercana orilla, puesto que el sayal del
ermitaño cae con toda naturalidad.
En la orilla izquierda, sobre la pelada loma rocosa, aparece un lagarto: el mítico
lagarto de la Malena que custodia el tesoro de la Diosa hasta que se lo arrebata el
héroe solar Hércules-San Cristóbal. En la misma orilla, cerca del lagarto, hay una
planta extraña que da por toda flor o fruto una esfera. En la parte superior de la
palmera que sirve de báculo al santo, tres dátiles representan las tres esferas. El Niño
Jesús lleva otra esfera en la mano, la que la iconografía cristiana identifica
tradicionalmente con la bola del mundo. El ermitaño, que contempla la escena desde
la orilla derecha, lleva a la cintura un rosario de nueve cuentas, el número de la Diosa
Madre, ostentosamente tallado, sin respeto a las reglas de la proporción.
Me aficioné a Jaén y comencé a encontrarme como en casa en aquella
desangelada habitación del hotel. Margaret Simpson, la archivera del British, me
enviaba a diario, por internet, los datos que iba espigando en los papeles de Joyce
Mann. Tomaba mis notas, proseguía mi investigación y en los descansos, a cualquier
hora del día, me daba un paseo por la catedral o su entorno, para sentir bajo mis pies
la palpitación del antiguo santuario de la Diosa Madre, el que cobijó los cultos
ancestrales.
Salomón buscó el Conocimiento en Occidente, en Tarsis, en el sur de España,
adónde enviaba sus naves y de donde recibía a los maestros que construyeron su
Templo.
Hércules buscó el Conocimiento en Occidente, en el jardín de las Hespérides, en
el sur de España, donde robó las manzanas de oro de la Sabiduría, después de derrotar
a los repetidos símbolos de la Diosa Madre (gigantes o dragones) que las
custodiaban.
Los pueblos patriarcales buscan el Conocimiento en los santuarios matriarcales
del sur de la península Ibérica.
Pero los mitos de Hércules aluden a acontecimientos ocurridos unos ocho mil
años antes de Cristo, y Salomón existió realmente unos 900 años antes de Cristo. ¿Y
después? ¿Buscó alguien el Conocimiento después de estas fechas?
Es evidente que sí. Lo buscaron los cabalistas, que intentaron e intentan
desentrañar el secreto del Nombre del Poder hallado por Salomón y consignado en el
jeroglífico de su Mesa.
A lo largo de la Edad Media, algunos hombres creyeron que esta Mesa había ido a
parar a Jaén, a uno de los mayores santuarios de la Diosa Madre en la Antigüedad.

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Y aquí andaba yo, buscando a mi vez en este descreído siglo XXI, noticias de las
personas que entonces y después de entonces indagaron sobre la Mesa de Salomón.

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Fig. 71. La peña de Martos.

Fig. 72. San Cristóbal, relieve en el coro de la catedral de Jaén. J. Galán


Rosa, 1975.

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Fig. 73. Ermita de Santa Ana, Puebla de los Infantes, Sevilla: el camarín
de la santa sobre la roca iniciática. J. Sol, 2003.

Fig. 74. Capilla octogonal del castillo de Almenara, Peñaflor, Sevilla. N.


Wilcox, 2000.

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14
El periplo de los babilonios

E n la plaza de la Magdalena, a un tiro de piedra del manantial del Lagarto,


existe una vivienda humilde, como todas las de la vecindad, que se conoce
como «la casa de las almenas». Esta denominación parece absurda, puesto que no
tiene almenas ni trazas de haberlas tenido. Sin embargo, hasta los años cincuenta del
siglo XX, el dintel de su puerta presentaba un extraño relieve que podía interpretarse
como un edificio almenado.

Un rectángulo coronado por una línea quebrada. Dentro del rectángulo había unas
letras o números ilegibles; debajo, un par de líneas onduladas apenas perceptibles
debido al deterioro de la piedra.
Antiguamente, se creía que los espíritus habitaban ciertas fuentes, ciertos árboles
y ciertos edificios. El espíritu de los edificios residía en el dintel de la entrada.[266]
(Fig. 75). Quizá el relieve de la casa de las almenas representaba algo trascendente.
El dintel de la casa de las almenas desapareció en los años sesenta, durante una
reforma, pero a la derecha de la puerta perdura una interesante ventana de yeso, que
reproduce la estrella de seis puntas, el sello de Salomón o estrella de David, que
vuelve a repetirse en el patio y en otros edificios del entorno (Figs. 76, 77, 78 y 79).
La casa de las almenas es relativamente moderna, quizá de finales del siglo XIX.
La estrella y la piedra del dintel debieron de pertenecer al edificio anterior. La
tradición sostiene que allí vivió un famoso sanador judío y que allí se hospedó un rey
de España.
En la época del califato hubo un famoso médico judío oriundo de Jaén, Hasday
Ben Chaprut, miembro de una de las más notables familias de la ciudad. Esta casa,
emplazada en lugar preferente del núcleo medieval, podría muy bien haber sido la
suya. Es evidente que a lo largo de aquel dilatado período debieron de existir muchos
médicos judíos en Jaén, pero existe otro indicio que refuerza esta hipótesis. Se
menciona en una de las oraciones de los curanderos:

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San Champrún bendito
que lees en la mesa
La tierra y el aire
y el fuego en la artesa,
el pan camarado, (?)
la paja en la era,
que se me cure el mulo
de esta manera.[267]

Ese san Champrún, inexistente en el santoral cristiano, no es otro que el famoso


médico de Jaén Chaprut, del que escribe Mosé Ibn’Ezra en su Libro de Poética: «En
su tiempo se despertaron los ánimos adormecidos… Él supo extraer para su país las
aguas de las fuentes de la ciencia oriental e importar los tesoros de la sabiduría desde
todas las ciudades lejanas, él fortificó las columnas de la ciencia, rodeándose de
sabios procedentes de Siria y Babilonia».
Es un texto revelador: este enigmático personaje había traído «los tesoros de la
sabiduría» de Siria y Babilonia.
Siria era para los contemporáneos de Ibn’Ezra toda la fachada oriental del
Mediterráneo, incluida Israel. ¿Qué tesoros de sabiduría podían proceder de allí y de
Babilonia?
El texto aludía a ciertos sabios venidos de aquellos lugares. Después de la
destrucción de Jerusalén y el exilio de sus habitantes, Babilonia se había convertido
en el centro principal del pensamiento judío. Allí se fraguó el Zohar, el Libro del
Esplendor cabalístico.[268] Aquel tesoro de la sabiduría oriental que Hasday Ben
Chaprut trajo de Siria y Babilonia era la primitiva Cábala hebraica.
En el año 912 murió Sa’adyá ha-Gaón, maestro de la hermandad de Sura y «la
más destacada figura del judaísmo oriental durante los cinco siglos que siguieron a la
clausura del Talmud babilónico».[269] Su sucesor, Ben Hanok, y un grupo escogido de
sus discípulos viajaron a Occidente para recabar ayuda económica de los judíos
occidentales, una endeble justificación del largo y difícil viaje de cuatro ancianos. En
aquel tiempo existían prósperas comunidades judías en Palestina y Egipto que
hubieran podido socorrer a la babilónica. Por otra parte, hubiera resultado más lógico
enviar a los miembros más jóvenes de la hermandad, no a los más ancianos y sabios,
cuya pérdida resultaría irreparable, puesto que las enseñanzas cabalísticas se
transmitían por vía oral.
Es evidente que la misión de los ancianos cabalistas de Sura en Occidente era
distinta. Buscaban algo.
Hoy contemplamos la Cábala como una actividad inmaterial que no precisa más

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apoyatura textual que la que le otorga la Biblia. A partir de la palabra revelada, la
Cábala desarrolla sus ecuaciones espirituales. En la judería babilónica no faltaban
códices de la Biblia. No era menester buscarlos en Occidente. Los de Occidente eran
idénticos a los babilónicos, repetían incluso sus mismos presuntos errores.
¿Qué buscaban entonces aquellos ancianos portadores de la ciencia cabalística?
Recordemos que el tesoro de la Mesa de Salomón no reside tan sólo en su valor
material, en el oro y las piedras preciosas, sino más bien, y principalmente, en su
contenido espiritual, en el código que transmiten los valores numéricos de sus líneas,
las letras de sus inscripciones y en la geometría mística expresada en sus ricas
taraceas.
Ignoramos lo que el maestro Sa’adyá ha-Gaón sabía del paradero final de la Mesa
de Salomón. Es muy posible que sus últimas noticias, desfasadas varios siglos a causa
de la incomunicación y aislamiento en que vivía la hermandad de Sura, señalasen
Roma como el destino final del tesoro del Templo tras su saqueo por los romanos. El
hecho es que aquel grupo de ancianos cabalistas se dirigía a Italia, pero el navío en el
que viajaban naufragó y, aunque los ancianos salvaron la vida, cayeron en poder del
almirante de la flota de Córdoba, un tal Rumalis, que los vendió como esclavos.[270]
El relato de los avatares sufridos por los cabalistas de Sura procede de una fuente
digna de crédito, pero sus detalles no encajan. ¿Qué hacía cerca de las costas italianas
un navío de guerra del califa de Córdoba? ¿Cómo pudieron salvarse de un naufragio
cuatro viejos medio impedidos?
Parece más plausible que estos detalles novelescos deban interpretarse
alegóricamente. Quizá quieren expresar que las pesquisas de los cabalistas de Sura en
Roma naufragaron, es decir, fracasaron, y que, después de aquello, siempre en pos de
lo que habían venido a buscar a Occidente, es decir, del tesoro del Templo,
prosiguieron su búsqueda en Al-Ándalus.
Sea como fuera, Moisés Ben Hanok llegó a Córdoba. La pudiente aljama
cordobesa lo redime de la esclavitud y lo pone al frente de su escuela rabínica. Ben
Hanok no descuida la tarea que lo trajo a Occidente. Traba amistad estrecha con los
Chaprut de Jaén y transmite sus enseñanzas más secretas, los arcanos de la Cábala, a
un vástago de esta familia, Hasday Ben Chaprut.
Ben Hanok no regresó a la lejana Sura. La hermandad de Sura desapareció en el
transcurso de una generación, pero la llama de su sabiduría, conservada en
Mesopotamia durante siglos, prendió en la lejana Sefarad. Ben Hanok había
encontrado en Chaprut a un brillante discípulo digno de portar el sello. Los
acontecimientos ulteriores de la vida de Ben Chaprut no dejan lugar a dudas. Su
fulminante ascenso a las más altas esferas del poder y otros peculiares
acontecimientos de su biografía sólo pueden entenderse en el contexto de alguna
forma de iniciación que hizo de él un hombre superior. Hasday Ben Chaprut destacó

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sobre sus contemporáneos por su brillantez y cultura. Fue igualmente famoso como
médico, como diplomático, como canciller y como ministro de asuntos exteriores del
califa de Córdoba, en el apogeo de su poder.
Un hombre tan polifacético estaría muy ocupado en los negocios de la corte y en
la alta política. Sin embargo, se consagró a una serie de empresas en apariencia
absurdas o, al menos, ilusorias. Usó su poder como ministro plenipotenciario del
califa para esclarecer el destino de las diez tribus de Israel perdidas después de la
caída de Samaria, en el año –721, cuando los asirios deportaron y dispersaron a los
israelitas. Después del milenio transcurrido, Chaprut convierte la búsqueda de aquella
gente en una de las cuestiones más importantes de su vida. Descubre que en el lejano
Oriente, entre el mar Caspio y el río Volga, existe un pueblo de religión judía, los
kázaros. Escribe una larga epístola a su rey, un tal José, convencido de haber
encontrado, al fin, a las diez tribus perdidas.
Pero ¿por qué las diez tribus? ¿Por qué este ministro del califa cordobés descuida
los graves asuntos de Estado para mover cielo y tierra en busca de unas personas de
las que no han quedado más que lejanos ecos envueltos en la bruma de la leyenda?
Lo que Ben Chaprut busca afanosamente es algo relacionado con sus estudios. Entre
la gente deportada por los asirios viajaban algunos grandes maestros. Era más que
probable que la tradición salomónica se hubiese conservado entre ellos. Es evidente
que Ben Hanok inspiró esta búsqueda, que se trataba de encontrar algo que los
mismos cabalistas de Sura habían buscado afanosamente. Quizá lo mismo que habían
venido a buscar a Occidente. La hermandad de Sura descendía de los judíos
deportados a Babilonia tras la derrota de Judá en –587, es decir, siglo y medio
después de la desaparición de las diez tribus. En este tiempo pudo forjarse la leyenda
rabínica de los secretos perdidos con la gran diáspora en este pueblo siempre
hambriento de Sabiduría.
En su carta a los kázaros, Ben Chaprut anuncia que está dispuesto a abandonarlo
todo para irse a vivir con ellos. El privado del califa de Córdoba, el hombre más culto
de la ciudad más culta del Estado más culto de Occidente, un hombre que está en la
cima del poder, está dispuesto a iniciar una nueva vida entre pastores medio
analfabetos que habitan en tiendas de piel de cabra en las inhóspitas orillas del
Caspio. ¿Qué secreto guardaban las diez tribus para que los iniciados estuvieran
dispuestos a correr tales aventuras por acercarse a él?
Los correos no funcionaban mejor que ahora. La carta tardó años en llegar a José,
el rey de los kázaros, y la respuesta invirtió otros pocos años en alcanzar a Ben
Chaprut. Una decepción vino a culminar tanta esperanza acumulada en la paciente
espera. El rey José informaba que los kázaros no eran descendientes de las míticas
diez tribus. Su historia era mucho más sencilla. Hacía poco más de un siglo que uno
de sus antecesores se había convertido al judaísmo y a esa circunstancia se debía que

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su pueblo profesara la religión de Moisés.[271]
Existen otras circunstancias enigmáticas en la vida de Ben Chaprut. ¿Qué tratos
mantuvo con los sabios bizantinos? Desde luego, excedieron el mero intercambio
diplomático entre dos potencias, aunque aparentemente sólo fueron misiones
culturales: la embajada de Constantino VIII que visita Córdoba lleva un libro para
Chaprut, el sabio primer ministro. Al poco tiempo Chaprut consigue que Bizancio
envíe un letrado, el monje Nicolás, para traducir al latín el tratado médico de
Dioscórides, un texto científico del siglo I. Ésa fue la explicación oficial. Pero para
traducir un texto griego al latín hubiesen sobrado sabios en la culta Al-Ándalus y, en
cualquier caso, el monje Nicolás lo hubiese traducido igualmente en Bizancio sin
necesidad de cruzar el mar. Es evidente que el texto que el monje tradujo no se
encontraba en Bizancio sino en España y que era algo más que un libro de medicina.
Probablemente, se trataba de un código, de una escritura secreta quizá compuesta con
letras griegas, pero con un fondo doctrinal muy distinto, un fondo que requería algo
más que un erudito en letras griegas.
Pero ¿de qué se trataba?
Mil años después de la muerte de Ben Chaprut resulta imposible desentrañar el
misterio, aunque los fríos hechos nos señalen que tal enigma existió.
Es evidente que Ben Chaprut no estaba solo. La hermandad de Sura revivió a
orillas del Guadalquivir, se robusteció con savia nueva y floreció con renovado
esplendor en la ciudad de los califas, en la que, por cierto, se encontraba entonces la
mayor biblioteca del mundo.
Los cabalistas buscan la Mesa de Salomón. La tradición de este tesoro de
Sabiduría existe y se confunde con la de un lugar sagrado mucho más antiguo
establecido en Jaén. A partir de este punto y siguiendo un proceso cuyos detalles se
nos escapan, las dos tradiciones se confunden. Las tres cabezas de la Gran Diosa,
representadas en las tres esferas de piedra que el Dolmen Sagrado encerraba como
representaciones del triple principio femenino, se asimilan a tres principios
cabalísticos.
Por aquellos días supe que Arcángelos Petros-Beer había abandonado su retiro
griego para volar a Milán, donde tenía que asistir al bar mistva de un sobrino. Por
teléfono, concertamos una cita para la semana siguiente en París, en donde quería
pasar unos días antes de regresar al vinoso mar de Hornero.
Nos vimos en la isla del Sena, en el embarcadero, donde una discreta placa
recuerda el lugar en el que Jacques de Molay y la plana mayor del Temple perecieron
en la hoguera. Tomamos el bateau-mouche y paseamos por el Sena, acomodados en
el puente superior, entre un disciplinado grupo de japoneses con cámaras al cuello.
Lo puse al corriente de mis últimas investigaciones.
—La Cábala menciona la «Cabeza del Anciano» que se puede identificar con la

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«suprema esencia divina del Creador»[272] —dijo—. Ésta es la «Cabeza de las
Cabezas», pero al propio tiempo es «tres cabezas superpuestas una en otra».[273]
Vio cierta perplejidad reflejada en mi semblante.
—Otro pasaje parece más claro y contundente: «El Anciano está constituido por
tres cabezas reunidas en una sola».[274]
—O sea, la Trinidad —apunté—. Tres esferas de piedra veneradas en un vetusto
santuario representaban un principio abstracto: la divinidad creadora de la Diosa
Madre, cuyo atributo es la Sabiduría.
Arcángelos asintió.
—En un momento histórico los cabalistas las asimilan a los tres principios de la
Creación representados por el Anciano de los Ancianos, cuyo atributo es también la
Sabiduría.
—Lo que los templarios llamarían Bafomet —dije.
—Cambia la terminología, pero el fondo es el mismo. Además, en las dos
concepciones existe un misterio de la trinidad: los tres principios son, en realidad,
uno solo. La Diosa Madre es, en esencia, una y las Cabezas del Anciano están
reunidas en una sola.[275]
Bordeábamos los muros grises de Notre Dame, reflejados en el Sena. Arcángelos
dijo:
—Volvamos a los principios cabalísticos. La Cabeza del Anciano recibe otros dos
nombres: el Gran Rostro y, vista desde fuera a través de las veladuras del secreto, la
Pequeña Figura.[276] Ya tenemos los tres nombres de esta única e indivisible trinidad.
Los cabalistas la relacionaron con los tres principios del Dolmen sagrado, con sus tres
esferas.
—Entiendo.
—La «Cabeza del Anciano vistió la Corona», dice un texto cabalístico. La corona
es símbolo de soberanía y es tesoro, lo que alude a la realeza, a Salomón y a la
riqueza de oro y sabiduría que lo caracterizaba y a su herencia de oro y sabiduría
representada por la Mesa.
«Un rocío sale a diario de la Cabeza del Anciano», dice el texto cabalístico, y
añade: «Este rocío corre por el vergel sagrado».[277]
Caí en la cuenta. La Cabeza del Anciano se identifica con el santuario del Dolmen
Sagrado, y el rocío, con su fuente. El agua discurría ladera abajo por la calle de
Valparaíso.
Valparaíso, “el valle del paraíso”, el vergel sagrado de los cabalistas, la cabecera
de la catedral de Jaén, donde está la moldura gótica del primitivo templo.
Arcángelos sonrió aprobadoramente a mis deducciones. Después prosiguió:
—Otra máxima cabalística: «Tres letras se han grabado en la cabeza de la
Pequeña Figura, que corresponden a las tres mentes alojadas en los tres cráneos».[278]

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—Parece que la Pequeña Figura, que es lo visible y externo de la Cabeza del
Anciano o principio, mantiene un mensaje esotérico o contiene un código, contiene
escritura —sugerí.
—La Cábala habla de tres letras —dijo Arcángelos—. Son las tres Letras Madres:
Alef, Mem y Shin.
—¿Son las que están grabadas en la cabeza de la Pequeña Figura?
—En efecto —concedió el cabalista—, pero existe otro pasaje que contradice el
anterior: «Cuatro son los cerebros que posee la Pequeña Figura».[279]
—Eso me desconcierta —admití—. ¿Representan a otras cuatro letras?
—La Pequeña Figura contiene, según la cita textual, tres.
—¿Cómo se compaginan las dos cifras? —pregunté—. ¿Quizá estas cuatro letras
son distintas a las tres Letras Madres? ¿Podrían ser las que componen el
Tetragrámaton: Y H V H?
Arcángelos asintió complacido.
—Un maestro de la Cábala, rabí Simeón, enseña: «El Nombre sagrado ha sido
revelado y escondido a la vez». Y H V H es lo revelado.
—¿Y lo escondido?
—Lo escondido está en las combinaciones de las veintidós letras del alfabeto
sagrado que forman las coronas de Misericordia y los veintidós senderos de la
Clemencia. «Trece letras conciernen al Anciano de muchos días, y nueve a la
Pequeña Figura» —recitó—. La combinación de Y H V H con las nueve letras de la
Pequeña Figura forman el Nombre inefable, el Shem Shemaforash pronunciado por el
Sumo Sacerdote en el seno del Tabernáculo.[280]
—O sea, si no he entendido mal, las tres letras inscritas en la cabeza de la
Pequeña Figura representan cada una de ellas una trinidad de signos, lo que totaliza
nueve. También los tres principios de la Diosa Madre del dolmen se triplicaban en
una cifra de nueve.
—Es significativo.
Las lecciones de la Cábala, que Arcángelos me administraba con gran paciencia,
me dejaban agotado. Es un mundo complejo cuyo tránsito requiere el entrenamiento
de toda una vida en la escuela rabínica, o quizá un temperamento menos inquieto que
el mío.
Proseguí mis indagaciones en Londres, en la estupenda biblioteca de la Escuela
de Estudios Judíos. Por la tarde me cité con Margaret, que continuaba clasificando los
papeles del RILKO. Nos encontramos, como siempre, en la esquina de la calle
Russell, frente al pub The Horny Sailor.
—Traigo algún material interesante —me dijo.
Se había teñido los labios con un carmín suave. Estaba atractiva.
—Esta noche no, por favor —le dije—. Ya he tenido bastante por hoy. Esta noche

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sólo quiero invitar a cenar a una guapa bibliotecaria.
Se sonrojó ligeramente.
La lleve al La Famiglia, un restaurante italiano de Chelsea, en el que sirven unas
notables ensaladas de cinco clases de lechuga. Ella pidió una ensalada de lechuga y
zanahoria. A Margaret le encanta la zanahoria.
Al término de la cena, después del Chianti y del tiramisú, paseamos por la orilla
del Támesis, bajo las farolas, sobre los adoquines brillantes y mojados.
—¿Cómo van tus investigaciones? —preguntó.
Le hablé del grupo de cabalistas de la hermandad de Sura que se embarcó en un
viaje a Occidente en busca de la Mesa de Salomón, hace mil años.
También le conté la historia del vástago de la familia judía jiennense de los
Chaprut, custodia del secreto, que recibió enseñanza de aquellos cabalistas y al
parecer penetró en el secreto, es decir, leyó en la Mesa.
—Pero Chaprut no obtuvo el éxito completo —concluí—, o al menos, esto es lo
que se deduce de su desesperada e infructuosa búsqueda de las diez tribus perdidas de
Israel, entre las que seguramente esperaba encontrar las claves que le faltaban. El
mismo sentido pudieron tener sus relaciones con los sabios bizantinos a los que
también recurrió en busca de ayuda.
Le hablé de la Cábala y me sorprendí de mi propia comprensión del tema.
—Los textos cabalísticos cifran la sabiduría de Dios en tres cabezas que son sólo
una, la llamada Cabeza del Anciano. Ésta también se conoce como Gran Rostro o
Pequeña Figura. Del lugar de esta triple cabeza brotan, según la Cábala, los cuatro
ríos del Paraíso. Creo que esta alegoría se basa en la tradición del Dolmen Sagrado,
de aquel santuario matriarcal donde se contenían las tres cabezas o monolitos de la
Triple Diosa, que es en realidad sólo una, santuario del que, efectivamente, brota el
manantial de la iniciación, el Caño Santo. Lo que viene a demostrar la estrecha
conexión existente entre la Cábala y el santuario matriarcal de la Diosa Madre.
Aquella noche la despedí frente a su casa, con un casto beso en la frente.

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Fig. 75. Pectoral protector en el dintel de una casa de Garganta la Olla,
Cáceres. N. Wilcox, 2001.

Fig. 76. Estrella de David en la Fig. 77. Estrella de David en la


fachada de la casa de las fachada de la casa de las
almenas. N. Wilcox, 2002. almenas. N. Wilcox, 1987.

Fig. 78. Estrella de Fig. 79. Estrella de David en la fachada de


David, hoy la casa de los priores, hoy desaparecida,
desaparecida, en el residencia de los de la iglesia de la
patio de la casa de Magdalena. Revista Don Lope de Sosa,
las almenas, 1971. 1929.

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Fig. 80. Vista aérea de Calatrava la Vieja, enclave templario primero y
después calatravo.

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15
Los templarios y el Santo Reino

E ntraba el otoño en Londres, lluvioso y desapacible. Los árboles de Hyde Park


se habían dorado y las rachas de viento provocaban la caída de las hojas
muertas. En la habitación de mi hotel, o en la sala de lectura de la British Library,
proseguía mis investigaciones.
En la cristiandad medieval, que abarcaba Europa y parte de Asia, sólo hubo dos
regiones que merecieran el calificativo de santas: Tierra Santa y el Santo Reino.
Los templarios surgieron como una orden caballeresca de monjes soldados
destinada a defender Tierra Santa, pero también se interesaron por el Santo Reino, en
la cabecera del valle del Guadalquivir, una tierra en la que abundaban los santuarios
precristianos. En el siglo XII, cuando se implanta el Temple en España, los maestres
empeñaron las energías de la Orden en la conquista del sur.
El primer territorio del sur, pasadas las montañas de Sierra Morena, era el Santo
Reino.
El antiguo Santo Reino, que ocupa gran parte de la actual provincia de Jaén,
presenta todavía hoy, a pesar de las injurias del tiempo y del olvido, mayor
concentración de ermitas, santuarios y lugares santos que otras regiones españolas
más devotas.
En 1147, los templarios consiguieron que el rey Alfonso VII de Castilla les cediera
la ciudad de Calatrava la Vieja, un enclave estratégico que, en circunstancias
normales, la corona se habría reservado puesto que controlaba los pasos naturales
hacia el Santo Reino y el valle del Guadalquivir y era encrucijada de los caminos de
Mérida a Cartagena y de Córdoba a Toledo (Fig. 80).
Los templarios colaboraban estrechamente con los judíos de cierta hermandad, La
Lámpara Tapada. Eso explica que entregaran la alcaidía de Calatrava a un judío, Rabí
Judá Ben Yusef Ben Ezra, descendiente de la estirpe de David, o sea, el Exilarca.
Sin embargo, ocho años después de obtener Calatrava, en 1158, los templarios
cambian bruscamente de parecer y la devuelven al rey de Castilla pretextando que no
se sienten capacitados para defenderla de los moros. En la corte de Toledo, el maestre
del Temple que entrega las llaves de Calatrava coincide con un abad cisterciense, don
Raimundo de Filero, y con su compañero fray Diego Velásquez, quienes se ofrecen a
defender la ciudad si el Papa los declara orden militar con los mismos privilegios que
las de Tierra Santa. En cualquier caso, la elección de los maestres dependerá de los
abades de Morimond, que es una sucursal del Temple.
Ése es el origen, en 1164, de la Orden de Calatrava, que adopta como distintivo
una cruz formada por cuatro flores de lis. Recordemos que la flor de lis es el

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desarrollo de la pata de oca, símbolo de la Diosa Madre, usado también por Salomón
en una de las columnas que flanqueaban su Templo (Fig. 81). Incluso la palabra
Calatrava, cuya elección imponía el nombre árabe de la ciudad, se revistió de una
carga simbólica al hacerlo derivar de Cal y traba. Traba, “asir o tirar de algo”, o “lo
que ata fuertemente”; Kala es raíz indoeuropea que en sánscrito significa lo negro,
emblema, a su vez, de la Sabiduría. Por lo tanto podría interpretarse como «lo que
une o lo que vincula la Sabiduría». La vinculación se subrayaba añadiendo a la cruz
de las flores de lis dos trabas o grilletes de hierro, uno a cada lado, en la parte
inferior, la traba que une a dos, alusión al mito iniciador de los Dióscuros, que los
templarios repiten en su conocido sello de los dos caballeros sobre el mismo caballo
(Fig. 82). En última instancia, es una alusión a la Áurea Catena establecida entre
Maestro y Discípulo, Iniciado y Postulante.
El Temple y Calatrava, a partir de entonces, siguieron trayectorias paralelas, cada
cual con sus territorios. Todavía los templarios colaboraron eficazmente en la batalla
de las Navas de Tolosa, 1212, que abrió los pasos de Sierra Morena y posibilitó la
conquista del Santo Reino y del valle del Guadalquivir en los años siguientes. El
maestre del Temple castellano, Gómez Ramírez, murió en las Navas de Tolosa con
muchos de sus freires. La tradición sostiene que se hizo sepultar a cinco kilómetros
de allí, en el paraje del Collado de los Jardines, el antiguo santuario de la diosa
abandonado desde tiempos de los iberos.[281] A principios del siglo XX todavía se
conservaba frente a la cueva un montón de piedras que, probablemente, sostuvieron
en su momento una cruz de madera.
Los pastores y leñadores de la comarca lo llamaban el Majano del Maestro,
evidente corrupción de la palabra maestre. Al santuario en sí, un enorme abrigo
abierto en el costado de la montaña, lo llamaban la cueva de los Muñecos, por los
exvotos que acumulaba.
En 1212 los conquistadores cristianos adelantaron la frontera hasta el castillo de
Vilches, ya en el Santo Reino, y entronizaron una Virgen Negra que hasta el siglo
XVIII lució una gran peana esférica. Entre 1224 y 1245, en sucesivas campañas,
Fernando III el Santo conquistó el Santo Reino y gran parte del valle del Guadalquivir
con el auxilio de la Orden de Calatrava, a la que recompensó, en 1230, con una
extensa comarca en la que se enclavaban los santuarios prehistóricos más
importantes, entre ellos el de la Negra, en Fuensanta (= Fuente Santa), encomienda
de Martos. En este territorio los patronos de los lugares son siempre santos dobles:
Martos (san Amador y su compañero); Arjona (san Bonoso y san Maximiano),
Torredonjimeno (san Cosme y san Damián); Higuera de Calatrava (san Sebastián y
san Roque). La herencia templaria de la Orden de Calatrava es evidente. La Orden
nace ya rica y poderosa, fundada por dos freires (siempre la pareja templaria). En
1224, durante la primera expedición andaluza de Fernando III, los calatravos

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abandonan la hueste real para atacar Víboras, castillo cercano al santuario de la
Negra, en Fuensanta, y al otro santuario matriarcal del cerrillo del Olivo, cerca de
Frailes.
En los veinticinco años que dura la conquista, se descubren en el Santo Reino no
menos de cincuenta Vírgenes Negras, que justifican la cristianización de otros tantos
enclaves sagrados ancestrales. Los lugares santos tradicionales eran tan abundantes
que los templarios y calatravos, sembradores de Vírgenes Negras, ignoraron aquellos
en los que el antiguo santuario había quedado en un lugar despoblado, como Sierra
Morena.
La más importante de ellas, la Virgen de la Cabeza, hallada en 1227, cae en un
principio bajo la tutela directa de los templarios, que fundan su cofradía en 1245.[282]
Después, por distintos motivos, aquel territorio se reintegra a la ciudad realenga de
Andújar, pero el santuario continúa existiendo bajo los mejores auspicios y es todavía
hoy uno de los más importantes de la Península.
Por lo demás, los calatravos se independizan del Temple, aunque el núcleo
secreto de la Orden, el restringido a los iniciados, probablemente creado como una
derivación del Temple, trabaja junto a la Orden madre en términos de igualdad (los
dos compañeros que montan el mismo caballo). Esto explica que cuando el Papa
disuelve la Orden del Temple, los freires de la provincia castellana se acogen a la
Orden de Calatrava. En Portugal, sin embargo, crearon la Orden de Avís.
En estas investigaciones andaba cuando se nos echó encima el otoño, vinieron las
lluvias, se acortaron los días y la vegetación se agostó en el parque de Cazorla. Ya el
cámara David O’Connor se había repuesto de sus diarreas, pero había pasado el
tiempo de las filmaciones. Había que aplazar el documental hasta la primavera.
Mientras tanto, el asunto de los templarios y la Mesa de Salomón cada día me
apasionaba más. En una visita a Londres coincidí en el club The Heavy Petting con el
obispo anglicano Rev. Asshole. Cuando supo de mis intereses por la Mesa de
Salomón me entregó una tarjeta para sir Flop Bergenbeisen, compañero de su partida
de bridge semanal y hermano de un directivo de cierta organización neotemplaria,
que podría suministrarme alguna información de interés. Visité al hermano de sir
Flop en su mansión de Berkshire. Era un viejo coronel retirado, cojo de una antigua
herida de El Alamein en la pierna izquierda. Paseamos por el jardín de su mansión,
abierto a los prados con el bosque de abedules al fondo.
—Mi abuelo pertenecía a una logia neotemplaria llamada Los Doce Apóstoles,
¿ha oído usted hablar de ella?
—Es la primera noticia que tengo —mentí. No suelo mentir más de lo
estrictamente necesario, pero temí que si decía que la logia aparecía en los papeles
del RILKO se mostrara reacio a colaborar.
—Bueno. Los Doce Apóstoles se habían propuesto continuar la labor de los

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templarios, instituir un imperio universal del bien y de la justicia. Para eso
necesitaban operar sobre la sekinah, el Shem Shemaforash, el tesoro espiritual
contenido por la Mesa de Salomón, el Nombre Secreto de Dios, la formula primordial
de la materia, la ordenación del mundo.
»Eran los tiempos en que Europa, como un lobo, se repartía los despojos del
mundo, la cara menos amable del imperio, los tiempos en que el blanco sojuzgaba a
los pueblos negros, amarillos, cobrizos o morenos; el tiempo, también, en que los
propios lobos, Inglaterra y la naciente Alemania, se enseñaban mutuamente los
colmillos en vísperas de la gran guerra.
—Es evidente que las cosas no salieron como deseaban.
—En efecto. Nuevamente, como en tiempos de los templarios, la justicia perdió.
La Sinarquía es una utopía. Quizá.
Nos habíamos sentado en un banco de piedra, frente a la entrada del laberinto.
Miró melancólicamente su pierna de palo, que asomaba bajo los pantalones
bombachos, y me contó la historia de la Mesa:
—Cuando los moros invadieron España encontraron la Mesa de Salomón en
Toledo, en el subsuelo de una iglesia a la que los condujo un obispo renegado del
bando de los enemigos de Rodrigo. El califa de Damasco reclamó la Mesa y se la
enviaron, pero al pasar por el Santo Reino, remontando el collado que dicen
Giribaile, se hospedaron en un convento mozárabe y el abad les administró una droga
en la sopa y huyó con la Mesa. Al día siguiente, cuando se despertaron y vieron lo
que había ocurrido, prefirieron disolverse y acogerse a Sierra Morena, entre los
bandidos, para escapar del castigo que el califa aplicaba a los incompetentes:
emasculación con ayuda de unos alicates de oro, que habían pertenecido al tesoro de
Cambises.
—¿Qué fue de la Mesa? —inquirí.
—El abad de Giribaile tenía un hermano monje en la diócesis de Ossaria, a un día
y medio de camino, allí se refugió con su tesoro. En Ossaria, la Mesa de Salomón
permaneció oculta en la cripta de un santuario de San Nicolás. No sé si sabrá que en
el cristianismo antiguo san Nicolás es el custodio de tesoros.
—Tenía una idea…
—Pues bien, el abad de Ossaria, depositario del tesoro sagrado, escribió una carta
a los dos obispos toledanos, Totila y Rufinus, que custodiaban la Mesa en Toledo, los
únicos que no tenían diócesis asignada y sólo tenían que velar por el Shem
Shemaforash. Totila y Rufinus se trasladaron a Ossaria y el abad les confió el
gobierno de aquella humilde parroquia.
»El santuario de San Nicolás de Ossaria resultó destruido unos años después,
durante la guerra civil entre los propios moros, la llamada fitna, y la comunidad se
dispersó. Para entonces los dos obispos eran muy ancianos. Totila se enterró en un

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convento llamado La Negra y Rufinus en otro llamado Urgavo (hoy Arjona), en el
que fundó una ermita dedicada a san Nicolás. No sabemos muy bien a cuál de los dos
fue a parar la Mesa. En cualquier caso, al poco tiempo los musulmanes expulsaron de
nuevo a los monjes y Rufinus se estableció en Montesión, en Sierra Morena. A Totila
le sucedió lo mismo y peregrinó a los Santos Lugares, pero falleció antes de llegar a
ellos, en el monasterio de Santa Catalina, al pie del monte Sinaí. El fraile que lo
acompañaba regresó a España y se estableció en el cenobio mozárabe de Nájera, en
La Rioja. En 1079, los benedictinos de Cluny se hicieron cargo del monasterio recién
fundado, y entre los papeles del antiguo cenobio encontraron datos de Totila, que un
benedictino (siglo XII) incluyó en un relato del viaje de Totila a los Santos Lugares.
Este códice se perdió luego, pero algunas partes se refundieron en la obra de un
tercero, entre ellas el relato de la sepultura y muerte de Totila en el Sinaí.
»Rufinus, por su parte, antes de morir, esculpió el esquema de la shekinah, la
fórmula geométrica del Nombre de Dios, en una piedra del monte Sión. Mi padre y
los otros once apóstoles buscaron esa piedra en 1909.
»No sé si usted sabrá que en 1926 apareció un tesoro visigodo en las ruinas del
santuario de San Nicolás.[283] En una de las joyas, que adornarían el altar, aparecen
los nombres de Trutila y Rovine, que deben de ser Totila y Rufinus germanizados.
Recordé que Joyce Mann había realizado excavaciones en 1943 en una finca de
Torredonjimeno. Las piezas del puzle comenzaban a encajar.
Regresé a Londres y pasé algunos días en la British Library investigando los
fondos que Margaret ordenaba. Al parecer, el monasterio de Montesión de Sierra
Morena había generado el topónimo Montizón, “el monte de la Luz”. Encontré, en
efecto, un Montizón de la provincia de Jaén que en la Edad Media pertenecía a la
Orden de Santiago. Sin embargo, conservaba algún vínculo misterioso con los
calatravos porque el municipio donde estaba enclavado, Chiclana, mantenía la cruz
calatrava, con sus cuatro flores de lis, en su heráldica.
En los documentos RILKO se citaba repetidamente a un monje llamado Verginus.
Le envié varias fotocopias de las papeletas de Joyce Mann a mi profesor
Alexander Shallowbrain, el especialista en Cruzadas. Me citó para tomar el té al día
siguiente en su pequeño apartamento del St. Andrews College.
—¿Ha dado usted con Verginus? —irrumpió bruscamente en el tema—. Debo
decir que esto es de lo más notable. Cuando procesaron a los templarios franceses, en
1314, un monje de la encomienda de París, Carolus Beneca, confesó en el potro de
tormento que el gran maestre Jacques de Molay había enviado a Castilla a un tal
Petrus Verginus para recuperar la Mesa de Salomón. Naturalmente, Felipe el
Hermoso conocía la existencia del fabuloso tesoro sagrado de los godos, así que
intentó recuperarlo por su cuenta, pero fracasó. También lo intentaron el papa
Clemente V y sus sucesores, Juan XXII y Benedicto XII, sin resultado. En un informe

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del archivo secreto vaticano, ordenado por el papa León X en 1518, sabemos que su
antecesor, Benedicto XII, reclamó a la diócesis de Jaén un códice que Vergino había
entregado, antes de morir, al obispo Juan IV. El obispo ya había fallecido y su sucesor,
Juan V, respondió que en la diócesis de Jaén no tenían ni idea del asunto.
Parte de la información de Los Doce Apóstoles procedía del Vaticano (algunos
apóstoles eran obispos y cardenales), pero otra parte procedía de los depositarios del
Temple en Inglaterra. El profesor Shallowbrain me aclaró este extremo:
—En 1314, después de la ejecución de la cúspide de la Orden del Temple en la
isla de París, un fraile superviviente, Marcus Larmenius, se estableció en Edimburgo.
Este Larmenius mantenía contactos con Lámpara Tapada, la sociedad secreta judía
que protege a la estirpe del Resh Galutha.
—¿El Resh Galutha? —pregunté—, ¿de qué se trata?
—Es largo de contar —dijo Mr. Shallowbrain— y se me hace tarde para la cena.
Te prestaré un par de libros. Los lees y regresas la semana que viene para que
continuemos la conversación.
Me retiré una semana a Hay on Wye, con los libros y con los recuerdos de
Elizabeth, que el tiempo iba tiñendo de una suave añoranza. Leía y anotaba durante el
día, a media mañana paseaba entre los hayedos, por la tarde dormía una siesta breve y
trabajaba hasta el anochecer.
Resh Galutha.
—El Shem Shemaforash, la fórmula sagrada inscrita en la superficie de la Mesa
de Salomón, estaba custodiada por el Sumo Sacerdote de Israel, también conocido
como Baal Shem o Maestro del Nombre. Una vez al año, el Sumo Sacerdote,
protegido por el pectoral de las doce piedras, penetraba en el sanctasanctórum, la
estancia secreta del Templo de Jerusalén y comparecía en la presencia de Dios (una
luz tenue instalada sobre el Arca de la Alianza, entre las puntas de las alas extendidas
de los querubines que adornaban la tapa), para pronunciar el Shem Shemaforash, el
nombre secreto de Dios, en voz baja, apenas un susurro en un rincón del arca de
piedra que era aquella estancia. Esa fórmula sacratísima musitada actualizaba la
alianza entre Dios y la humanidad y renovaba la creación para que el mundo
continuara existiendo.
Al construir la mesa, Salomón se aseguró la transmisión del secreto de la Alianza.
Por lo demás, cada Baal Shem instruía a un discípulo que había de sucederle en el
misterio del Shem Shemaforash para que la tradición no se perdiera. Por lo tanto, los
poseedores del secreto eran siempre dos (reconocí, una vez más, a la pareja templaria
y calatrava), aunque solamente uno compareciera en presencia del Santísimo para la
renovación de la Alianza.
En Israel existían dos sucesiones dinásticas paralelas: el Mesías de David,
llamado en hebreo Resh Galutha y en griego Exilarkés o príncipe del exilio, que

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representaba la realeza, y el Mesías de Aarón o Sumo Sacerdote (que casi siempre era
el propio Baal Shem).
El Resh Galutha, o Exilarkés, representaba a la estirpe de los reyes de Israel que
se mantenía en espera de la restauración de Israel. Existe una estirpe de David,
transmitida a través de la sangre de Jesús, la sangre real, sang real, simbolizada por el
Grial. Jesús, en su calidad de depositario de los derechos dinásticos de Israel, fue muy
distinto al Jesús manso que presentan los evangelios. Fue un príncipe que se casó y
tuvo hijos. Su estirpe, representada por el Exilarca, está destinada a gobernar el
mundo.
En el bosque de Hay on Wye, entre las brumas otoñales, descubrí una cegadora
luz antigua a través de los textos.
Así que el Jesucristo de mi catequesis infantil, el hombre manso como un cordero
que hablaba para los pescadores y decía dejad que los niños se acerquen a mí, era en
realidad Jesús, era el Exilarca, hijo de Judas el Galileo o Judas de Gamala, caudillo
ejecutado por los romanos cuando la rebelión del Censo, en el año 6, y nieto de
Ezequías, también ejecutado. Jesús era de estirpe real, descendiente de David, y sus
seguidores eran violentos zelotes, la facción política y guerrera de los esenios
(aunque terminaron separándose de ellos).
Jesús representaba el poder temporal, la realeza, mientras que Juan el Bautista,
descendiente de Aarón, representaba el poder espiritual, el Sumo Sacerdocio. El
bautismo de Jesús en el Jordán por Juan el Bautista equivaldría a la investidura real.
Juan el Bautista tenía el sagrado deber de apoyar al rey Jesús. Esto explica que los
Templarios abrazaran las doctrinas de los seguidores del Bautista, la secta juanista
que encontraron en Tierra Santa, el principal pecado por el que el Papa no tuvo
inconveniente en decretar la disolución de la Orden.
A la muerte de Jesús, sus partidarios se escinden en tres facciones: paulistas,
juanistas y petristas: la primera se impone y anula a las otras dos, de las que quedan,
testimonialmente, pequeños grupos en Tierra Santa. Cuando los Templarios llegan a
Tierra Santa se convierten en petristas, la verdadera iglesia, entran en contacto con
los mandeístas, que tienen a san Juan por el Mesías y desarrollan dos órdenes: la
externa y la secreta, que aspira a implantar la paz universal bajo la dinastía davídica.
La meta de los templarios es la Sinarquía, el gobierno mundial por una sociedad
perfecta, entronizando al Rey del Mundo (el Vaticano también lo intenta a través de
Cristo Rey): rey y sacerdote unidos por el secreto de la fórmula del Shem
Shemaforash.
Los Templarios conocían el secreto de la descendencia de Cristo y de la
restauración de su estirpe. También lo conocían los judíos de Lámpara Tapada en
Oriente (su versión occidental, cristiana, sería el Sionis Prioratus).
Una semana después regresé junto a Mr. Shallowbrain.

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—¿Sabes ya lo que es el Resh Galutha?
—Lo sé.
—Ahora comprenderás muchas más cosas. En 1368 un obispo de Aix, en
Gascuña, Nicolás de Biedma (no es casual que tomara el nombre de Nicolás), tuvo
noticias del asunto Vergino y movió cielo y tierra para que le asignaran el obispado
de Jaén, en el Santo Reino. Una vez allí, buscó el Códice Verginus en la catedral de
Jaén, lo encontró, lo descifró y lo vertió al latín.
Tras la muerte del obispo, hacia 1380, la hermandad Lámpara Tapada obtuvo
información sobre la Mesa de Salomón, quizá robada al obispo Biedma (cuyo médico
era judío) o bien de Totila, el obispo godo muerto en Santa Catalina del Sinaí. El caso
es que el códice Biedma llegó incompleto a Roma, con lo cual carece de sentido y
hoy está catalogado en la Biblioteca Vaticana como Códice Verginus.
Pero Vergino, además de producir su códice, esculpió la Mesa de Salomón en la
llamada piedra del Letrero en los alrededores de su monasterio. La señaló con una
cruz patriarcal (usada también por la suprema del Temple) y su firma: PBS (Petrus
Verginus Signum).
A mi regreso a España fui a Chiclana y busqué el lugar de la piedra del Letrero.
Era una placa de roca silícea que afloraba en medio de un olivar. Estaba tan
deteriorada por la acción de arados y tractores que las inscripciones de Vergino
habían desaparecido por completo. No obstante, sus coordenadas geográficas me
parecieron significativas porque ciaba cerca del santuario ibérico de la Venta de los
Santos (que luego sería ermita mariana con una Virgen Negra, hallada en el tronco
ahuecado de una encina, como la de Ponferrada y otras Vírgenes templarias). La
Venta de los Santos está, además, a mitad de camino entre los santuarios prehistóricos
de Collado de los Jardines y Castellar de Santisteban.

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Fig. 81. La cruz de Calatrava en la reja de una ventana de un palacio de
Arjona. N. Wilcox, 2003.

Fig. 82. Sello templario con dos caballeros sobre un solo caballo. Siglo
XIII. (Arch. Hist. Nal. París).

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16
El rey de la espada

M e instalé definitivamente en Jaén dispuesto a desentrañar el enigma que


había tentado a tantos a lo largo de los siglos. Volví a recorrer, con los ojos
bien abiertos, los lugares ancestrales del Santo Reino frecuentados por los buscadores
de la Mesa de Salomón.
Una tarde contemplaba el relieve del coro catedralicio que representa la esfera de
piedra entre el rey cristiano y el sabio del turbante, cuando se me acercó un canónigo
y me espetó:
—¿Ha leído usted ese libro de la Mesa de Salomón, eh? ¡Pura patraña!
Y se marchó desdeñoso y estirado, sin aguardar respuesta. Lo contemplé mientras
se alejaba con aquel elegante flamear de faldas, enaguas blancas, con vuelo y puños
de encaje, que destacaban sobre el negro con su fimbria púrpura. Me admiró el porte
de aquel sacerdote, su certeza berroqueña en la verdad excluyente que predica la
Iglesia. Llevan dos mil años en el negocio de vender humo y, aunque ya la sociedad
civil no les consiente que quemen a los disidentes, todavía se muestran intolerantes
con la competencia. Miré a mi alrededor. Estaba el templo en recogida penumbra.
Había algunas señoras de edad y un par de jóvenes opusinos arrodillados en los
bancos de madera, esperando la misa. Pensé en los absurdos dogmas que el de la
sotana les había inculcado desde la infancia, antes de la edad de la razón, en el disco
duro del cerebro. Hace dos mil años, un dios cananeo permitió que su hijo se
encarnara y bajara a la tierra para sufrir martirio y morir crucificado a fin de redimir a
la humanidad de un pecado cometido por un hipotético primer hombre, miles de
generaciones atrás, un pecado con el que fatalmente nacemos todos los mortales.
Pensé, con cierta melancolía, en los extraños dogmas con los que se gana la vida el
hombre de la sotana: que ese hijo de Dios martirizado resucitó al tercer día y subió al
cielo —¿adónde, a qué planeta?— en carne y hueso, así como la madre que lo
engendró, y que en su nacimiento no intervino semen de varón, sino un Espíritu
Santo, sin concurso carnal alguno, y que la mujer se mantuvo virgen antes, durante y
después del parto. El hombre que profesaba creer en todas esas cosas estaba
convencido también de que elevando las manos y repitiendo una fórmula sagrada, el
trozo de pan que sostienen sus dedos se transforma en carne y sangre del judío que
crucificaron los romanos hace dos mil años, no en un símbolo de su carne, sino en la
carne y la sangre verdaderas.
Viéndolo alejarse me pregunté si verdaderamente creía en todo eso o si solamente
fingía creerlo porque lo requería su oficio y de algo hay que vivir. La duda me
reconcomía. Desde luego, todo el dogma católico, ese encadenamiento de mitos

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absurdos que suponen un insulto a la inteligencia humana y un monumento al
fanatismo y a la sinrazón, me resultaba mucho más increíble que la historia de la
Mesa de Salomón.
En estas cavilaciones andaba cuando se me acercó otro visitante que buscaba,
como yo, el relieve de la esfera de piedra con el rey y el sabio.
—¿Usted cree que los templarios encontraron el tesoro?
—Pues mire usted —le dije—, no sé qué pensar.
Ésa es mi verdad. Investigo y descubro que a lo largo de la historia muchas
personas notables han buscado el secreto de la Mesa de Salomón. Supongo que yo no
busco la Mesa, sino a las personas que la buscaron. La vida me ha baqueteado mucho
y ya creo en pocas cosas. De lo único que estoy seguro es de que algunas historias no
son tan increíbles como las que cuentan los brujos de la tribu, o sea, el clero de
cualquier religión, en cualquier tierra.
Regresé al hotel, conecté el ordenador portátil y revisé mis apuntes. El rey de la
espada debe de ser Fernando III, que conquistó Jaén en 1246. Me hice una pregunta:
¿participó Fernando III en la búsqueda de la Mesa de Salomón?
El relieve de la silla del coro de Jaén que representa al hombre del turbante
transmitiendo la tradición del Dolmen Sagrado al rey manifiesta que Fernando III
recibió esta información directamente de algún personaje moro o judío de la ciudad.
Y esta creencia estaba aún viva entre los iniciados cuando el obispo Suárez hizo tallar
aquellas sillas, a principios del siglo XVI. Igualmente viva se hallaba la tradición que
identificaba a la Virgen del Soterraño o Antigua con la imagen depositada por
Fernando III en el templo dolménico el día de su entrada en Jaén; o que la dedicación
a la Magdalena del templo oracular del manantial hubiera sido igualmente decisión
personal del monarca.
Partiendo de la hipótesis de la iniciación directa de Fernando III, pueden
contemplarse bajo una luz inédita las circunstancias que lo condujeron a la conquista
de Jaén.
La primera expedición de Fernando III a Andalucía, la campaña de Quesada,
cuando todavía era un joven de veintitrés años, ocurrió en 1224. En esta expedición
ocurre un hecho singular. En contra de toda lógica militar, los freires calatravos se
apartan de la hueste real y, tomando una dirección diametralmente opuesta a la del
joven rey, van a saquear el castillo de Víboras, al sur de Martos, cerca del santuario
de Fuensanta, «la Negra», uno de los antiguos lugares consagrados a la Diosa Madre.
La crónica asegura que regresaron con un espléndido botín, cosa difícilmente creíble,
habida cuenta de que Víboras era un lugar carente de importancia. Pero
probablemente los freires no se pusieron en tal peligro para buscar ganancia material.
Buscaban algo más profundo.
Para llegar a Víboras pasaron por las ruinas del santuario de San Nicolás, cerca de

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Torredonjimeno, donde, en 711, se ocultó la Mesa de Salomón, el santuario en el que
los obispos Totila y Rufinus velaron por el secreto.
Era razonable conjeturar que el rey estaba informado de ello. De otro modo, no
hubiese permitido a las tropas calatravas partir a una empresa aparentemente absurda,
que debilitaba el grueso de su ejército.
Años más tarde concedió a los calatravos un extenso territorio que incluía el
santuario de San Nicolás, la columna de Hércules (Martos), el santuario de la Negra
en Fuensanta de Martos (Fuente-Santa), Víboras, y otros lugares de la región.
Dentro del recinto exterior del castillo de Víboras existe un tosco relieve que
reproduce el mismo esquema geométrico que adornaba el dintel de la casa de las
almenas, el antiguo solar de los Chaprut, iniciadores de la tradición cabalística en
Jaén (Fig. 83).
En 1225 Fernando III dirigió sus fuerzas contra Granada, por Martos y Fuensanta,
al santuario de la Diosa Madre, de la Negra, y Víboras, los santuarios de la Diosa
Madre explorados por los calatravos el año anterior. Ya en tierras de Granada, recibe
una visita de don Alvar Pérez de Castro, noble castellano a sueldo de los moros de
Jaén. Después de una larga entrevista don Alvar se une al rey, que lo colma de
honores y le otorga su confianza.
Don Alvar Pérez de Castro llevaba tiempo residiendo en Jaén, de la que era
alcaide o jefe militar y como tal había defendido la ciudad frente a su rey natural. Su
repentina reconciliación con Fernando pudo deberse a la información que le
transmitió acerca de la Mesa de Salomón. Desde entonces, al rey de Castilla le
obsesionó la conquista de Jaén «quel auie gran sabor a tomar». (Ocampo). No puede
ser coincidencia que en sucesivas expediciones la hueste real recorra lugares
relacionados con los santuarios del Dolmen Sagrado. En 1228 llega a Castro (a las
peña de Castro), y remonta el río de la Plata siguiendo la línea del cerro Veleta y
Otíñar, cuya población destruye como antes destruyera la de Grañena (la teua o
Caleña de las crónicas), correspondiente al cerro Pitas, uno de los que esconden
tesoros mágicos según la tradición. En 1245 cerca la ciudad y, tras siete meses de
asedio, la rinde, aunque las tropas ocupantes no entran en ella hasta tres semanas más
tarde.
La entrega de Jaén es enigmática.
Alhamar, el fundador de la dinastía nazarita de Granada, pacta la entrega de Jaén
con Fernando III después de una entrevista personal. Según la versión oficial, el
musulmán se presentó espontáneamente en el campamento cristiano y se entregó al
rey de Castilla con gran humildad. Fernando III, por su parte, correspondió a este
hermoso gesto garantizando a Aben Alhamar la supervivencia de su reino y
aceptándolo como vasallo.
Demasiado simple para ser verdad. Examinemos el asunto.

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Después de siete meses de asedio, Jaén estaba perdida. El resto del territorio
musulmán, parte del valle del Guadalquivir y el futuro reino nazarí de Granada
también estaban irremisiblemente perdidos a medio plazo. El Estado de Al-Ándalus
era tan caótico que no hubiese tardado en caer en manos de Castilla. Por lo tanto, el
pacto de Jaén resulta completamente desfavorable para los intereses de Fernando III.
Alhamar cede solamente una ciudad de antemano perdida y se asegura el
mantenimiento del resto de su reino a pesar de lo precario de su situación. Los
historiadores lo han comprendido así pero, lejos de admitir que quizá hubo alguna
cláusula secreta en el tratado, prefieren pensar que el rey de Castilla se sintió
conmovido por el gesto y se mostró generoso.
Una explicación romántica completamente carente de lógica. El objetivo final de
Fernando III era lisa y llanamente conquistar los territorios musulmanes a uno y otro
lado del estrecho de Gibraltar. Sólo la muerte evitó que cruzase a África para
proseguir sus conquistas.
Entonces, ¿cómo se explica que dejara atrás un gran reino musulmán, que
aceptara la supervivencia de una dinastía árabe en Granada y que garantizara la
inviolabilidad de ese reino y de esa dinastía al reconocerlos como vasallos de
Castilla?
Un pacto secreto. Alhamar ofreció a Fernando III lo que tan afanosamente había
buscado desde que comenzó sus conquistas, el secreto de la Mesa de Salomón.
Esta hipótesis viene reforzada por el hecho de que desde ese momento las
dinastías reinantes en Castilla y en Granada comparten el misterio de la Mesa, un
vínculo secreto que resiste incluso a sus ocasionales desavenencias y guerras.
Ya tenemos a Fernando III en Jaén, donde, a pesar de los graves asuntos que lo
reclaman en otros lugares, se demorará por espacio de siete meses. De lo que hizo en
este tiempo contamos con algo más que conjeturas. Fernando III se construyó un
palacio extramuros, en un lugar despejado frente a la mezquita del Dolmen Sagrado.
Extraña disposición: el agua de este palacio se encaña desde el llamado «palacio
de los reyes moros», el lugar del peñón de Uribe de la Magdalena. Traen el agua de
una fuente distante quinientos metros cuando existe otra, la del Dolmen Sagrado, a
sólo cincuenta metros.[284]
El palacio es un edificio civil, pero adosada a él, el rey hace construir una capilla
que «no podrá demolerse nunca».[285] La suerte de su palacio no preocupa al rey, pero
sí la de la capilla adyacente.
Un siglo más tarde, en 1354, el sucesor de Fernando, Pedro I, cede el palacio a los
claustrales de San Francisco y les advierte que no se puede tocar la capilla, que debe
respetarse tal como está.
¿Qué tiene de particular esta capilla?
En un documento de 1524 aparece nuevamente la misma exigencia: «Ni ahora ni

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en ningún tiempo no han de poder deshacer una capilla do se decía misa que la fundó
e fizo el señor don Fernando el Santo».[286]
A finales del siglo XVIII otro buscador de la Mesa, el deán Mazas, advierte que la
capilla que «se debe mirar con respeto y no permitir jamás que se altere ni deshaga».
[287]
Y finalmente, un iniciado en la Mesa de Salomón, Muñoz Garnica, hace lo
humanamente posible por evitar la destrucción de la capilla cuando, a mediados del
siglo XIX, se aprueba su demolición.
¿Qué secreto encerraba esta capilla por el que personas tan significadas, algunas
conocedoras del misterio de la Mesa de Salomón, se empeñen en que se respete y se
conserve inalterada?
Una capilla octogonal. Una capilla similar a las docenas de capillas octogonales
que los templarios elevan en sus edificios iniciáticos a imitación de la cúpula que
corona la roca sagrada del Templo de Jerusalén (Fig. 84).

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Fig. 83. El pectoral en el castillo de Víboras. N. Wilcox, 2003.

Fig. 84. Señalada con una B, la capilla iniciática octogonal construida por
Fernando III junto al Dolmen Sagrado de Jaén, hacia 1867.

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17
Una roca bajo el templo

L a roca del templo de Jerusalén, sobre la que Salomón instituyó a la Diosa


Madre Ashera, esposa de Yahvé, había acumulado un denso contenido
religioso: era la piedra sobre la que el patriarca Abraham estuvo a punto de sacrificar
a su hijo Isaac cuando lo contuvo la mano del Ángel; era la piedra betel sobre la que
Jacob apoyaba la cabeza cuando soñó con la escalera que unía el cielo y la tierra, por
la que ascendían y descendían los ángeles, símbolo vivo de la iniciación (por eso la
llamó Casa de Dios[288] y Puerta del Cielo). Es también la roca desde la que
Jesucristo y Mahoma ascendieron al cielo, según sus respectivas religiones; Jesús, a
pie; Mahoma, a caballo (dejando la huella de su montura en la roca). Es, finalmente,
la roca sobre la que se colocará el Trono de Dios el día del Juicio Final.
Desde la roca viva de la montaña sagrada de Jerusalén, el betilo que sirvió a
Jacob de cabezal se transmitió, según la tradición, a su nieto Manases, luego al
egipcio Haythekes, que la llevó a España y fundó, sobre ella, el reino de Brigantium
(La Coruña), uno de cuyos reyes envió a un hijo a colonizar Irlanda. De este modo, la
piedra llegó a Tara y, en el siglo V, a Escocia. En 1296 el rey de Inglaterra la llevó a
Londres, a Westminster, y la colocó debajo del trono inglés. Desde entonces, muchos
monarcas se han coronado a un tiempo reyes de Inglaterra (el trono) y de Escocia (la
piedra).
Debajo de la roca de Jerusalén existe un pozo que comunica con una caverna, en
parte natural, llamada «el pozo de las Almas» o «el agujero de los muertos» (aleik es-
salam o bir-el-arwakh), en el que se supone que tres veces por semana las almas de
los muertos se congregan y producen un sonido parecido al murmullo de las abejas.
Ésta es la imagen natural del sanctasanctórum, el lugar misterioso en el que se
practicaron los ritos en la noche de los tiempos, antes de la llegada de los hebreos a
Israel, que heredaron el lugar como punto más sagrado del mundo y centro del
universo. En el techo existe una concavidad llamada ahora «el turbante de Mahoma»,
donde se supone que el profeta del islam se golpeó la cabeza. Hay también una
protuberancia por la que la propia roca habló para saludar al califa Ornar cuando
penetró allí para orar.
Los templarios se instalaron en el antiguo recinto del Templo, un espacio en
ruinas en el que destacaban un par de edificaciones islámicas, las llamadas al-Aqsa,
en las que instalaron su capilla, y la Cúpula de la Cadena, que convirtieron en iglesia
de Santiago el Menor. Los monjes guerreros respetaron los dos edificios, conscientes
de la tradición esotérica que la cúpula y la roca contenían, y establecieron en ella el

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templo del Grial o centro del mundo, que desde entonces apareció en sus sellos y se
reprodujo en capillas e iglesias por las distintas provincias templarias.
Generalmente, estas iglesias octogonales contenían un espacio central de planta
circular, con lo que plasmaban los dos centros sagrados de Jerusalén, el octógono del
Templo de la Roca y el círculo de la iglesia del Santo Sepulcro. De este modo,
expresaban la dualidad de la ley antigua o el conocimiento ancestral, al que se
sumaba la ley nueva o la actualización de ese conocimiento en el proyecto de la
Sinarquía, la concordia y la paz universal bajo la Justicia.
En los papeles de Joyce Mann había detallados diarios de sus andanzas por
España en pos de las huellas del Temple que se manifestaron en multitud de edificios,
aunque la inmensa mayoría de ellos se han perdido.
Las estructuras octogonales del Temple suelen relacionarse en la tierra a nivel
telúrico con un pozo sagrado o cripta en la que se venera la piedra de la Diosa Madre
y sobre ella, en el eje del mundo, un edículo aéreo denominado «linterna de los
muertos», el lugar en el que el iniciado muere y sepulta la vida anterior para renacer a
la nueva vida.
En los documentos RILKO hay una ficha de la señora Mann sobre la linterna de
los muertos más antigua del Santo Reino. Está en el complejo eremítico visigodo o
mozárabe de Giribaile. Junto a la cueva del santuario, en el escarpe de la montaña, la
señora Mann encontró una escalera tallada en la roca, con su pasamanos, que
solamente ascendía hasta un pequeño cubículo del escarpe, un oratorio para una sola
persona (Fig. 85). «Era una ceremonia iniciática durante la cual el hombre antiguo
moría para que de él naciera el hombre nuevo, incluso cambiando de nombre.
Seguramente la ceremonia proviene de antiguos cultos precristianos».
En Tomar (Ribatejo, Portugal) los templarios construyeron en 1160 una capilla
octogonal provista de un edículo central que imitaba arquitectónicamente las ramas
de una palmera (Fig. 86).
Esto me recordó las ramas de la palmera en la ermita soriana de San Baudelio,
que visité siguiendo los pasos de la señora Mann. La ermita, edificada a finales del
siglo X por los mozárabes,[289] en medio de Castilla, se inspira en edificios irano-
asirios. La planta circular está indicada por un vigoroso pilar central en forma de
palmera sobre cuyas ramas se abre disimulada la «linterna de los muertos». La
linterna de los muertos sobre una columna usada en ceremonias de iniciación se
repite mucho en pinturas de algunos templos románicos. Debió de ser bastante común
en algunas iglesias que sustituían a santuarios de la religión antigua (Figs. 87, 88, 89,
90 y 91).
Pensé en la palmera como árbol de la Ciencia y de la Vida, un tema oriental
transmitido a los antiguos textos cristianos.
La estructura de la rotonda templaria se reproduce en la iglesia de la Veracruz de

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Segovia, en Caravaca de la Cruz (Murcia) y en otros veinte templos peninsulares ya
desaparecidos, entre ellos el de Jaén y la ermita de San Nicolás de Arjona (véase Fig.
84).
Cuando comuniqué mis descubrimientos al profesor Chipneck, me aclaró algunos
conceptos.
—El símbolo de la iglesia octogonal proviene del Centro Sagrado Invisible: el
punto central ocupado por la roca sagrada de Jerusalén, centro del mundo para el
sincretismo hebreo e islámico que los templarios acatan e incorporan en sus
ceremonias. En esta arquitectura iniciática se plasma el universo: del centro sagrado
circular se pasa al cuadrado a través del octógono, que simboliza la unión de lo
celeste y lo terrenal, la perfección divina. Como en los antiguos santuarios de la
Diosa Madre, en torno a la roca del Templo, los sufíes celebraban su danza ritual o
tawaf, rodeando la piedra. Si quieres te pongo una cinta con la salmodia que
murmuran los sufíes mientras danzan, aunque te advierto que es ininteligible y de lo
más monótono.
Aquella noche, medité sobre mis descubrimientos en la soledad de mi cuarto de
hotel con vistas a los castaños de Indias de Bloomsbury Square. En el Santo Reino
hubo dos iglesias octogonales, la de Jaén y la ermita de San Nicolás de Arjona, las
dos situadas en las proximidades de centros sagrados de cultos ancestrales, lo que
coincidía con las edificaciones templarias.
No podía ser coincidencia.
En los días siguientes recabé información sobre el palacio de Fernando III en Jaén,
puesto que su suerte iba unida a la de la capilla octogonal. En 1354 el rey Pedro I el
Cruel lo cedió a los franciscanos. Reconvertido en monasterio perduró hasta 1867,
año en que fue demolido para construir en su solar el actual edificio de la Diputación
Provincial. En una fotografía de ese mismo año pude contemplar la capilla octogonal
todavía en pie, con su «linterna de los muertos».
En el siglo XV el maestre de Calatrava y el obispo Gonzalo de Stúñiga fundan en
aquella misteriosa capilla la Cofradía de San Luis de los Caballeros, cuyo cometido
era recoger y enterrar a los que murieran luchando contra los moros. Las pinturas
primitivas, de tiempos de Fernando III, se sustituyeron por otras nuevas.
Este maestre de Calatrava, tan interesado en la capilla de Fernando III, es Luis de
Guzmán. Al poco tiempo casa a una hija suya con el heredero de la casa de Messía,
señor de la Guardia, de una familia vinculada al santuario de la Diosa Madre de Santa
Eufemia, en la parte cordobesa de Sierra Morena. La pareja fundará en la Guardia un
monasterio consagrado a la Magdalena.
¿La Magdalena?
María de Magdala.
La tradición cristiana, en su afán por reescribir la historia, transformó a María de

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Magdala en una prostituta redimida de su oficio, que acompañaba al séquito de
Cristo. En realidad, la Magdalena fue la esposa de Jesús, una princesa de la estirpe de
David casada con el Jesús histórico depositario de los derechos dinásticos de Israel, el
Resh Galutha. Tras el fracaso y la muerte de su esposo, la Magdalena se exilio al sur
de Francia, donde existían comunidades judías. El Grial de los mitos medievales
alude en realidad a su descendencia, la sang real del rey Jesús, continuadora de la
dinastía sagrada de Israel.
En el centro del patio claustral del monasterio de la Magdalena, los Messía
entronizan una escultura de la Magdalena orlada de crípticas inscripciones, que
actualmente preside el patio de la Diputación de Jaén, en el lugar exacto donde estuvo
la capilla octogonal del convento de San Francisco. Me pareció demasiada
coincidencia, aunque bien es cierto que a veces el azar urde estas simetrías.
¿Qué había en la misteriosa capilla de Fernando III? Tenemos descripciones
detalladas, pero tardías, ninguna anterior al siglo XVII. En los cuatro siglos
transcurridos desde su fundación, el edificio sufrió alteraciones. Por ejemplo, las
pinturas, que el maestre de Calatrava sustituyó por otras.
Los calatravos siempre tras el enigma…
La joya de la capilla era un Cristo. No un crucificado, sino un Cristo muerto que
recibe un extraño nombre: el Señor del Trueno,[290] la misma denominación del dios
masculino y solar que aportaron los pueblos pastores a los dominios matriarcales de
la Diosa Madre. Por tal nombre, el Señor del Trueno, lo conocía el pueblo y así figura
en los documentos, aunque su nombre oficial fuese el de Cristo de la Veracruz. La
imagen databa del siglo XVII, pero era una simple réplica de otra más antigua
desaparecida.
Este Señor del Trueno tutelaba los fenómenos atmosféricos. Su milagro más
celebrado consistió precisamente en enviar un espantoso trueno seguido de lluvia
después de una alarmante sequía.[291]
El dios de los fenómenos atmosféricos, precisamente identificado con el trueno,
representa una pervivencia de los cultos patriarcales paralela a la matriarcal de las
Vírgenes Negras del Dolmen Sagrado. El Cristo del Trueno intenta emular el culto
matriarcal del santuario vecino aprovechando las corrientes telúricas del lugar, un
deseo, en suma, de usurpar lo sagrado de los santuarios de la Diosa.
La exigencia de Fernando III sobre el carácter inviolable de aquella capilla
(recordemos que no podría demolerse nunca) cobra todo su sentido, y explica
también ese aparente absurdo de que el agua del palacio adyacente se traiga de tan
lejos existiendo un manantial tan cercano. No pueden traerla del Dolmen Sagrado de
las Vírgenes porque el edificio de San Francisco es incompatible con el del Dolmen.
Una serie de detalles secundarios confirmaba mi suposición: la existencia de
pinturas (en realidad, copias fidedignas realizadas a finales del XIX) en las que el

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Señor del Trueno estaba rodeado por los símbolos del Sol y la Luna, el sincretismo de
principios matriarcales y patriarcales que se intentó en los santuarios de Jaén.[292]

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Fig. 85. La escalera iniciática Fig. 86. Capilla templaria de
de Giribaile. J. Sol, 2001. Tomar (Portugal). N. Wilcox, 1983.

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Figs. 87, 88 y 89. Ermita de San Baudelio, Soria, con el edículo
denominado «linterna de los muertos» sobre la palmera que sostiene la
techumbre. J. Sol, 2001.

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Fig. 90. La «linterna de los muertos» en la iglesia templaria de la Veracruz,
Segovia.

Fig. 91. Rotonda central de la iglesia templaria de la Veracruz, Segovia.

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18
El rey sabio

C uando Fernando sentía próximo su fin, le confió a su hijo que había recibido
Jaén en pleito-homenaje de Alhamar con la condición de devolverla sí el rey
de Granada se la reclamaba. Naturalmente, ningún historiador moderno presta el
mínimo crédito a esta historia. En cualquier caso, el rey moribundo transmitió a su
heredero un secreto relacionado con Jaén en su lecho de muerte: la Mesa de Salomón.
[293]
En sus últimos años, Fernando III había considerado la posibilidad de titularse
emperador. Su hijo retomó el proyecto. La posesión del talismán salomónico presta a
Alfonso X el respaldo espiritual necesario para aspirar al imperio de la cristiandad.
Quizá le hizo perder contacto con la realidad, porque se volvió tan soñador que sus
proyectos, y hasta su vida, fracasaron. Pero ciñámonos a los hechos.
En 1254 había muerto el último emperador Hohenstaufen dejando vacante el
trono imperial de Europa. La jefatura de la dinastía gibelina recaía sobre la madre de
Alfonso X, la primera esposa de Fernando III, Beatriz de Suabia. Por lo tanto, los
derechos de los Hohenstaufen correspondían al joven rey de Castilla. Pero surgieron
problemas. Para empezar, la corona imperial no era hereditaria sino electiva y
dependía del voto de los siete príncipes alemanes. Alfonso X invirtió ingentes sumas
de dinero en sobornos. Los gibelinos italianos, encabezados por Pisa, le ofrecieron la
corona imperial en 1256 y él se tituló «emperador electo» y hasta creó una cancillería
imperial independiente de la castellana, pero otros electores votaron a Ricardo de
Cornualles, hermano del rey de Inglaterra, de manera que en Europa llegó a haber dos
emperadores, pero sólo un imperio. Mantener la candidatura e imponerse a su rival
costaba tanto que las Cortes castellanas se declararon abiertamente contrarias a las
pretensiones reales.
A pesar de ello, Alfonso X insistió en su proyecto con la ilusión de coronarse
emperador en Roma, por el Papa, ante la realeza europea, como un nuevo Salomón.
La corona imperial era sagrada y debía pertenecer al Resh Galutha, al legítimo
propietario de la sagrada herencia de la Mesa de Salomón…
Pero sus proyectos naufragaron. Los moros de los territorios recientemente
conquistados se sublevaron y Alfonso se vio obligado a desatender sus proyectos
imperiales durante un tiempo. Cuando quiso recuperarlos, el Papa desestimó su
candidatura.

El castillo

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Hacia el final del reinado de Alfonso el Sabio, la economía se recupera
sorprendentemente y la dobla castellana se convierte en la moneda más fuerte de
Europa. Algunos piensan que se reanudó el suministro de oro africano a través de las
rutas del desierto, pero la situación política en África no había sufrido cambios. La
nueva pujanza económica castellana se basa en la abundancia de oro, pero ¿por qué
había de venir de África? Quizá el oro estaba mucho más cerca. Si la tradición de los
tesoros asociados a la Mesa de Salomón es cierta, y los testimonios así parecen
indicarlo, el oro pudo, efectivamente, haber estado en España…
No obstante, quedaría por explicar por qué Fernando III no dispuso del antiguo
tesoro de los godos a pesar de que poseyó el secreto de la Mesa de Salomón y lo
transmitió a su hijo.
Podría ser. En cualquier caso, Fernando III fue estadista y militar y su hijo,
hombre de ciencia. Alfonso X se dedicó a desentrañar los secretos de la Mesa y para
ello se rodeó de sabios cristianos, musulmanes y judíos, entre los que figuraban
expertos cabalistas.
Lamentablemente, una gran parte de la obra conocida de Alfonso X se ha perdido,
sin contar con la otra parte secreta. Alfonso hizo traducir la Biblia, el Corán y el
Talmud, los tres libros que contienen las tradiciones existentes sobre Salomón y su
obra.
El secreto de la Mesa de Salomón se relaciona, como vimos en otro lugar, con los
primitivos alfabetos sagrados. Éstos, a su vez, se vinculaban al calendario. El
calendario sagrado fijaba la duración del Rey Sagrado, esposo de la Diosa Madre, en
un Año Sagrado, un período de diecinueve años, que transcurre hasta la concurrencia
de los tiempos solares y lunares.[294] Uno de los afanes científicos de Alfonso X
consistió precisamente en la determinación de tablas astronómicas.
Durante mis estancias en Jaén había subido varias veces al castillo de Santa
Catalina. Después de atisbar los secretos de su constructor, Alfonso X, lo visité
nuevamente con otro espíritu (Fig. 92).
El castillo tiene dos entradas: la principal, que mira a la ciudad, y otra muy
disimulada, apenas una poterna, que da directamente a las rocas y despeñaderos de la
parte opuesta del cerro. Esta puerta está siempre cerrada con una cancela de hierro.
Al lado de su jamba izquierda, sobre uno de los sillares más bajos, es decir, en un
lugar escogido para que pase desapercibido, existe, entre otras marcas de cantería, la
misma marca misteriosa que encontramos en la casa de los Chaprut, los judíos
cabalistas de la Magdalena, y en el castillo de Víboras, tan visitado por los maestres
de las órdenes militares. La marca que reaparece en el muro gótico del obispo Suárez,
el directorio de sus conocimientos secretos. Una marca singular encontrada en
edificios de muy distintas épocas, algunos de ellos templarios, el más antiguo del
siglo IX; el más moderno, de principios del XVI (Figs. 93, 94 y 95).

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No se trata, desde luego, de una marca de cantero. Si lo fuera se repetiría más de
una vez en cada monumento. Además, el ejemplar más antiguo conocido, el que
presidía el dintel de los Chaprut, era por su tamaño y situación, más bien señal
heráldica que contraseña de constructor.
El de la casa de los Chaprut presentaba tres letras o signos inscritos en el interior
del rectángulo. En los otros observamos una cuadrícula que los divide en ocho
casillas. Si sumamos a este número el de los espacios que habilitan los cuatro
triángulos del remate superior, el número total de espacios asciende a doce,
dispuestos en tres filas sucesivas de cuatro espacios.
Regresemos una vez más al coro del obispo Suárez. En el relieve que representa a
Cristo cargado con la cruz camino del Calvario hay un detalle aparentemente
absurdo. De la túnica de Cristo, a la altura del suelo, pende un objeto parecido a una
tabla cuadrada que han atado con dos nudos al borde del vestido. Dentro de la tabla
aparecen doce resaltes semiesféricos dispuestos en tres filas de a cuatro (Fig. 96).[295]
Es evidente que tanto esta extraña talla como los otros relieves quieren
representar la misma cosa. Pero ¿de qué se trata?
La posible respuesta está en la Biblia. En el libro del Éxodo, de gran valor
cabalístico, en el capítulo 28, versículos 15 al 30, leemos: «Harás un pectoral del
juicio artísticamente trabajado, de hilo torzal de lino, oro, púrpura violeta, púrpura
escarlata y carmesí. Será cuadrado y doble, de un palmo de largo y uno de ancho. Lo
guarnecerás de pedrería en cuatro filas. En la primera fila pondrás una sardónica, un
topacio y una esmeralda; en la segunda, un rubí, un zafiro y un diamante; en la
tercera, un ópalo, un ágata y una amatista; y en la cuarta, un crisólito, un ónice y un
jaspe. Todas estas piedras irán engarzadas de oro, doce en número según el número
de los hijos de Israel; como se graban los sellos así se grabará en cada una de ellas el
nombre de una de las doce tribus… Se unirá el pectoral por sus anillos a los anillos de
la túnica para que quede el pectoral por encima del cinturón sin poder separarse de
él… Así cuando entre Aarón en el santuario llevará sobre su corazón los nombres de
los hijos de Israel en el pectoral del juicio, en memoria perpetua ante Yahvé. Pondrás
también en el pectoral del juicio los urim y tummim, para que estén sobre el corazón
de Aarón cuando se presente ante Yahvé y lleve así constantemente sobre su corazón
ante Yahvé el juicio de los hijos de Israel». (Figs. 97 y 98).
Ahora bien, ¿qué sentido tiene este pectoral tan minuciosamente descrito por Dios
mismo?
Vemos que se trata de un cuadrado dividido por doce secciones en las que se
insertan, montadas en oro, otras tantas piedras preciosas o semipreciosas, cada una de
las cuales representa a una tribu de Israel y lleva inscrito el nombre secreto de esa
tribu en su interior.
El Sumo Sacerdote usa el pectoral solamente cuando penetra en el

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sanctasanctórum del Templo. Nadie más que él puede usarlo en esa ocasión especial.
Por consiguiente, el pectoral tiene alguna relación con la ceremonia que el Sumo
Sacerdote cumple una vez al año y siempre en solitario dentro de aquel oscuro
habitáculo.
¿En qué consistía aquella ceremonia secreta? «El santo e inefable Nombre de
Dios era el nombre que sólo podía pronunciar el Sumo Sacerdote, una vez al año y en
voz baja, cuando iba al Santo de los Santos y que no podía ser escrito».[296]
Los valores cabalísticos del pectoral son significativos: doce piedras organizadas
en tres columnas de cuatro piedras cada una. En los números 3 y 4 se contiene el
enigma del Nombre del Poder.
El Dios de la Zarza le da a Moisés esta definición de sí mismo: «Soy el que soy».
El valor cabalístico de la expresión en hebreo, reducido a cifras, es 543, que suma 12,
el número en el que se contienen el 3 y el 4 (3 x 4 = 12; 4 x 3 = 12). La cifra 543 es
también el teorema de Pitágoras, puesto que a triángulo de catetos 3 y 4 corresponde
hipotenusa 5, sólo que Salomón se adelantó en siete siglos al sabio siciliano.
El pectoral forma un rectángulo de 3 por 4 y diagonal 5, que equivale a dos
triángulos de 345 o 543. Por otra parte, el valor cabalístico de la voz «Moisés» en
hebreo es 345 y esta cifra es siempre resultado de una operación sagrada: sus dos
primeros números al cuadrado son igual al tercer número al cuadrado:

32 + 42 =52

Llevados a la geometría (y no olvidemos que la Mesa de Salomón sólo contiene


tres letras; el resto son trazos geométricos), el resultado son las tres Figuras Madres,
el triángulo (3), el cuadrado (4), el pentágono (5), de las que se deduce el valor de pi,
geométricamente representado por 345 o 543 (dado que ni con el uno ni con el dos se
pueden formar figuras).[297]
El secreto de la sabiduría de Salomón era, según hemos visto, su conocimiento
del Nombre del Poder, el Shem Shemaforash, la llave de la sabiduría y el poder. La
Mesa de Salomón contenía ese nombre de Dios que no puede ser pronunciado ni
escrito. Ése era su secreto. Y la aparición del pectoral del Sumo Sacerdote, el único
que puede pronunciar una vez al año aquel nombre secreto, en el contexto de la busca
de la Mesa de Salomón, nos conduce, una vez más, al Nombre de Dios, al Nombre
del Poder.
Pero regresemos al castillo de Santa Catalina. La del pectoral del Sumo Sacerdote
no es la única marca singular que encontramos en sus muros. Hay otra que solamente
se observa en dos lugares del edificio.
La encontramos en el dintel de la puerta de entrada al recinto exterior, también en
posición muy baja y disimulada, y en el interior de la torrecilla intermedia del lienzo
sur de la fortaleza. Esta última bien a la vista (Fig. 99).

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Se trata de un lucero de ocho rayos, resultante de la superposición de dos
cuadrados de manera que formen una estrella de ocho puntas. En su diseño sigue la
idea del sello de Salomón, que superpone dos triángulos para formar la estrella de
seis puntas.
El número ocho tiene un significado concreto.
El mismo diseño de esta estrella se repite hasta la saciedad en la decoración
simbólica de las obras nazaríes y muy especialmente en la Alhambra de Granada.
La casa real nazarí, cuyo primer monarca y fundador fue Alhamar, el que acordó
el pacto de Jaén con Fernando III, conocía los secretos de la Mesa de Salomón. El uso
emblemático de esta estrella en obras tanto castellanas como nazaríes se relaciona
con la Mesa de Salomón, el secreto compartido por las dos casas reales por encima de
sus diferencias políticas y religiosas. Este lucero o estrella de ocho puntas puede
representar la Mesa de Salomón.

El manantial
La posesión por la casa real de Granada del secreto de la Mesa de Salomón dejó su
huella en la leyenda. Según la profecía popular, el rey moro de Granada abrevaría un
día a su caballo en la fuente de la Magdalena.[298] En la leyenda del lagarto de la
Malena, el caballo es el emblema del héroe solar vencedor de la serpiente (en
realidad, la Diosa Madre que guarda el secreto de la sabiduría). Por extensión, el
lagarto guarda la Mesa de Salomón. Llega el Rey Sagrado y abreva su caballo en el
manantial, es decir, vence al lagarto y obtiene su secreto. Ése era el significado
esotérico de la leyenda, pero el sencillo pueblo, que ignoraba el misterio de la Mesa
de Salomón, la interpretaba exotéricamente. Creían que el rey moro de Granada
reconquistaría Jaén algún día. Por eso respiraron tranquilos una buena mañana de
1483 cuando creyeron cumplida ya, y sin daño, la profecía: «Como los moros suelen
abrevar a sus caballos donde se les ofrece, cuando trajeron al rey Chiquito (se refiere
a Boabdil de Granada) y lo pasaron por Jaén, aflojó la rienda y dio agua a su caballo
en el pilar de la Magdalena, lo cual visto por los viejos del pueblo alzaron la voz
diciendo que era ya cumplida la profecía».[299]
El manantial oracular de la Magdalena y morada del dragón que custodiaba la
Mesa de Salomón conservó su carácter sagrado al margen de los diversos empleos
útiles que la ciudad dio a sus aguas (Fig. 100).
Los reyes de Castilla, que heredan el secreto de la Mesa de Salomón desde
Fernando III, son, en este sentido, Reyes Sagrados, herederos del héroe solar vencedor
de la serpiente y conquistador de los secretos de la Mesa. En este contexto se
explican las pinturas que decoraban la bóveda del manantial. «La bóveda es de
calicanto costoso, muy enlucida, y pintados en ella todos los reyes cristianos que ha

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habido después de que fue ganada esta ciudad… Hay un pastorcillo que está
poniendo un corderino a una sierpe».[300]
En la bóveda del manantial, una cúpula octogonal que encierra el espacio
sacralizado de la fuente, existe una colección de pinturas que representa al héroe solar
que mata al lagarto y a la serie de los reyes cristianos desde Fernando III. La
continuidad de la conquista del primer Rey Sagrado vencedor de la serpiente, el héroe
mítico, Hércules o comoquiera que lo llamemos, se expresa en los Reyes de Castilla
que van heredando el secreto que aquél conquistó: la Mesa de Salomón.

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Fig. 92. Castillo de Santa Catalina, Jaén.

Fig. 93. Pectoral del Nombre Fig. 94. Pectoral del Nombre del
del Poder en la jamba de la Poder en la obra gótica del
poterna del castillo de Santa obispo Suárez. Catedral de Jaén.
Catalina. J. Sol, 2001. N. Wilcox, 2001.

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Fig. 95. Pectoral del
Fig. 96. Pectoral del Nombre del
Nombre del Poder en el
Poder colgado de la túnica de Cristo
castillo templario de
en un relieve del coro del obispo
Tomar (Portugal). N.
Suárez de la catedral de Jaén.
Wilcox, 2001.

Fig. 97. El Sumo Sacerdote Fig. 98. La figura del pectoral se


de Israel revestido con el repite modificada en la
pectoral del Nombre del representación del Arca de la
Poder en una estampa, hacia Alianza en un manuscrito, hacia
1920. 1008.

Fig. 99. La estrella de ocho puntas, emblema compartido por las casas
reales de Castilla y Granada. N. Wilcox, 2001.

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Fig. 100. El lucero de ocho puntas en la alberca de la iglesia de la
Magdalena, frente al manantial del Lagarto. Es el único resto conservado
de la mezquita, hacia 1950.

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19
De nuevo los calatravos

L os calatravos heredaron de los Templarios ciertos intereses en Andalucía, lo


que explica aquella extraña expedición de 1224 contra el castillo de Víboras,
en el territorio de la Fuensanta, de la Negra, y también que, unos años más tarde,
consigan de Fernando III la concesión de un extenso territorio que incluía Víboras y
Martos. En el mismo territorio, hoy término de Frailes, existe otro manantial sagrado
de la Negra, no lejos de la casería donde el «santo». Luisico Aceituno recibía a sus
devotos y los sanaba haciéndoles beber agua de ese manantial.
Los calatravos establecen su encomienda mayor en Martos.
Recordemos que Martos era la tercera columna que levantó Hércules cuando
llegó a España en busca de las manzanas de oro de la Sabiduría, el solar del famoso
templo de Hércules, héroe solar, contrapuesto a los otros grandes santuarios
matriarcales de la región.
Los calatravos se establecen definitivamente en Martos en 1228, «desde entonces
—escribe Argote de Molina, en el siglo XVI— siempre tuvo los caballeros más
principales de Calatrava y los más valerosos en armas por ser una de las mayores
fuerzas de toda la frontera y en quien los reyes de Granada tenían puestos sus ojos».
Los reyes de Granada, que comparten con los de Castilla la tradición iniciática de
la Mesa de Salomón, veían en Martos algo más que un enclave estratégico vital, pero,
aunque intentaron reconquistar la peña de Hércules en diversas ocasiones, nunca
consiguieron arrebatar aquella plaza a los calatravos.
Ascender a la peña de Martos constituye aún hoy una notable hazaña deportiva,
tan inaccesible es la fortaleza que edificaron los frailes en su cima hacia 1240. Allí
depositaron los maestres el tesoro de la Orden que a finales del siglo XV secuestró un
comendador rebelde. Volveremos sobre este hecho más adelante.
La leyenda asegura que los calatravos habían hallado el tesoro de Hércules en una
cueva de la peña. Un arqueólogo del siglo XVII, Jimena Jurado, perteneciente al
círculo de iniciados del cardenal Moscoso y Sandoval, encontró en esa cueva ciertas
inscripciones latinas del templo de Hércules, y legó un dibujo en el que se percibe
claramente que dentro de la caverna sagrada existía una esfera de piedra. Desde
entonces, se ha olvidado la entrada de la cueva y nadie conoce su ubicación (Figs.
101 y 102).
En la Antigüedad, la peña de Martos se había consagrado a un dios solar por su
proximidad al santuario matriarcal del Dolmen Sagrado. Los calatravos relacionaron
la montaña de su héroe solar y el manantial de la serpiente iniciática a la que éste

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vence, el manantial de la Magdalena.
Los calatravos se interesan por el santuario de Jaén, en un principio por personas
interpuestas, pero más adelante, en 1437, fundan el priorato de San Benito con sede
en la iglesia homónima, que comunica directamente con otras casas propiedad de la
Orden, que ocupaban toda una manzana frente al antiguo palacio de los reyes moros,
el lugar del peñón de Uribe y los baños árabes del palacio de Villardompardo, una
zona llena de resonancias iniciáticas para los que buscaron la Mesa de Salomón.
La iglesia del priorato estaba decorada con unos frescos que se destruyeron en
1623 por decisión del obispo Moscoso y Sandoval, quien destruyó o escamoteó las
imágenes de Vírgenes anteriores al siglo XIII con aquel pretexto de que «provocaban a
risa más que a devoción».[301]
Esto da que pensar: las autoridades eclesiásticas de la diócesis condenan las
imágenes en las que perduran las tradiciones sagradas del Dolmen. Lo extraño es que
esta orden sea válida incluso para el priorato de San Benito de la Orden de Calatrava,
que estaba exento de la jurisdicción ordinaria. Con esta reforma desapareció el
retablo mayor y sus escenas del Descendimiento coronadas por ocho ángeles dorados.
Además del priorato y sus casas, los calatravos poseían en Jaén algunas fincas
estratégicamente situadas, entre ellas una casa lindante con la Santa Capilla de San
Andrés, monumento iniciático del que se hablará más adelante; y una huerta fuera de
la puerta del Aceituno, con una alberca octogonal que subsistió, ya muy deteriorada,
hasta principios del siglo XX.
La Orden de Calatrava poseyó también cortijos en el villar de Cuevas; en el cerro
Pitas, también llamado «del Moro», y en las peñas de Castro, tres lugares que no
parecen escogidos al azar. En el cerro Pitas existió, o existe, de acuerdo con la
leyenda, un fabuloso tesoro. Las peñas de Castro constituyen, según vimos, otro de
los lugares sagrados de la línea telúrica mencionada por la oración del gitano.
A la luz de estos datos, el relieve que representaba a Fernando III y al hombre del
turbante cobraba pleno sentido. La Orden de Calatrava, heredera de los Templarios,
había buscado la Mesa en Martos y Víboras, pero fue Alvar Pérez de Castro el que
confirmó a Fernando III el secreto de la Mesa de Salomón y su relación con el
Dolmen Sagrado de Jaén. Desde que el rey conquistó la ciudad y con ella el
santuario, las casas reales de Castilla y Granada compartirían el secreto de la Mesa.
Fernando III edificó frente al Dolmen Sagrado una capilla octogonal consagrada al
Dios del Trueno en la figura de Jesús, trasunto de los antiguos cultos patriarcales. Los
buscadores de la Mesa se relacionan con esta capilla, entre ellos la misteriosa familia
de los Messía. Sin embargo, será el hijo de Fernando III, el rey Alfonso X el Sabio, el
que profundice en lo referente al secreto de la Mesa de Salomón, el que edifique el
castillo de Jaén, una arquitectura esotérica en la que aparecen repetidamente los
jeroglíficos relacionados con la búsqueda de la Mesa: el pectoral del Sumo Sacerdote,

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depositario del Nombre del Poder, y el lucero de ocho puntas.
Por otra parte, su inexplicable riqueza y su interés por la Cábala son reveladores.

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Fig. 101. El santuario de la cueva de Hércules, con la esfera de piedra, en
la peña de Martos, según Jimena Jurado, investigador de la Mesa de
Salomón por encargo del obispo Moscoso (Anales de la Villa de Arjona,
1640, p. 162).

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Fig. 102. La cueva de Hércules y su esfera en otro dibujo de Jimena Jurado
(manuscrito 1180 de la Biblioteca Nacional).

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20
El obispo a lomos del diablo

E n el siglo XVII la leyenda del obispo de Jaén a lomos del diablo era tan popular
que el padre Feijoo le dedicó un ensayo, De la transportación mágica del
obispo de Jaén. En una iglesia de Roma se mostraba el sombrero que el obispo de
Jaén se dejó olvidado en su memorable visita.[302]
Recordemos nuevamente la leyenda: el obispo de Jaén tenía encerrados a tres
diablillos en una garrafa. Un día, uno de ellos le propuso llevarlo por los aires si, a
cambio, le entregaba cada noche las sobras de su cena. El prelado aceptó y le pidió al
diablillo que lo llevase a Roma, a ver al Papa. En un abrir y cerrar de ojos volaron
obispo y diablo y aterrizaron en el Vaticano, justo a tiempo para evitar que el Santo
Padre cometiese un gran pecado. El Pontífice,[303] agradecido, le entregó al obispo el
Santo Rostro.[304] De vuelta en Jaén, el diablo retornó a su encierro en la garrafa. A
partir de entonces, el obispo cenaba nueces y le echaba las cascaras al diablo: «Ahí
van las sobras pactadas», le decía.
La versión medieval de la leyenda es algo distinta: el que tenía encerrados a los
diablos no era el obispo de Jaén sino el rey Salomón, como atestigua el Virgilio
Hispano citado por Menéndez Pelayo.[305] Por esta interesante obra sabemos que
unos espíritus o genios dieron lugar al Arte Notoria, quae est ars et scientia sancta,
[306] la Cábala, que los espíritus encerrados en la garrafa comunicaron a Salomón y él

«los encerró en una botella fuera de uno que era cojo».[307] Recordemos la cojera
iniciática del Rey Sagrado.
Según la misma fuente, Aristóteles fue un hombre inculto y de pocas luces hasta
que Alejandro Magno tomó Jerusalén y «él logró saber dónde estaban encerrados los
libros de Salomón y se hizo sabio».[308]
En tiempos de Mahoma la historia de Salomón y los diablos de la garrafa era tan
conocida que dejó perdurable huella en el Corán: «De los schayatin los había que
buceaban para él y obraban obra». (Sura XXI, 82); «… y ajuntaron para Salomón sus
huestes de genios». (Sura XXVII, 17); «… y de los genios había que trabajaban entre
sus manos por permisión de su señor». (Sura XXXIV, 11).
Por consiguiente, y ya durante la Edad Media, se produce una identificación
fundamental entre Salomón y el obispo de Jaén. En cualquier caso, se trata del
personaje más o menos legendario que mantenía a tres genios o diablos encerrados en
una garrafa.
Estos espíritus ayudan a Salomón a obtener la Sabiduría perfecta, es decir, el
nombre secreto del Dios primordial, el Shem Shemaforash, el objetivo final de la

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Cábala. En la versión del obispo de Jaén, lo ayudan a volar por los aires para llevar a
Jaén el Santo Rostro.
En el extremo opuesto de estas leyendas aparentemente divergentes, tenemos el
objeto precioso, Cábala o Santo Rostro. Los genios o espíritus que otorgan a Salomón
el Conocimiento o Cábala son los constructores del Templo, «los que obran para él»,
los sabios de Oriente y Occidente que convocó en su magno congreso. Al final, todos
los caminos se confunden para conducir a Roma. A Roma fue primero el formulario
cabalístico de Salomón, es decir, su Mesa, y a Roma va, según la leyenda, el obispo
volador que trae el Santo Rostro. Y finalmente, tanto la Mesa como el Santo Rostro
recalan en Jaén, lo que en el lenguaje poético del mito se traduce por la identificación
de Salomón y el obispo de Jaén.
El obispo de Jaén que, según la tradición, trajo de Roma la reliquia fue don
Nicolás de Biedma en 1376 (Fig. 103).
Si en realidad nadie trajo de Roma la reliquia, que ya existía en Jaén desde los
tiempos antiguos y no era sino una representación de la Diosa Madre, ¿qué misterio
se esconde en la trama secreta de esta tradición? ¿Era éste el obispo que tenía
encerrados a los tres diablos en una garrafa? ¿Era don Nicolás de Biedma un cabalista
que alcanzó a descifrar los secretos de la Mesa y, por lo tanto, emuló a Salomón? Ésa
era la lectura que sugería el lenguaje mítico.
Había más circunstancias extrañas en la vida de este obispo. En 1378 fue
promovido al obispado de Cuenca, donde acabó sus días. Precisamente en Cuenca,
donde, tres siglos más tarde, surge un individuo que asegura tener encerrados a tres
diablos en una garrafa y que estos diablos lo llevan volando a Roma. Por este motivo
la Inquisición conquense procesó al doctor don Eugenio Torralba, que sostenía ante
los inquisidores que el diablo que lo llevó por los aires era un espíritu bueno de
nombre Zequiel. No le valió de nada y dio con sus huesos en la cárcel.[309]
El obispo medieval que fue volando a Roma a lomos de un diablo acaba en
Cuenca. Tres siglos más tarde, se reproduce la historia también en Cuenca. No es
posible que se trate de coincidencias. Pero, en cualquier caso, en Cuenca queda uno
de los muchos cabos sueltos de esta historia, en espera de que nuevos datos arrojen
luz sobre el tema.

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Fig. 103. El obispo don Nicolás de Biedma (galería del archivo de la
catedral de Jaén).

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21
Un rubí en la corona de Inglaterra

D esde Fernando III el conocimiento de la Mesa de Salomón se transmite con la


corona de Castilla y pasa de cada rey a su sucesor. Unos reyes le prestan más
atención que otros. Incluso es posible que algunos de ellos, rudos hombres de armas,
incapaces de comprender cabalmente el legado iniciático de la Mesa, se desentiendan
totalmente de él. Es el caso de Sancho, hijo de Alfonso X, que reina de 1284 a 1295.
A primera vista parece paradójico que el hijo de “el Sabio” más devotamente
dedicado a descifrar los secretos de la Mesa no parezca siquiera haber tenido noticia
de ella. Es muy probable que Alfonso el Sabio nunca le confiase su secreto al hijo
díscolo que se rebeló contra él e intentó destronarlo.
Sin embargo, es evidente que Alfonso X se cuidó de que alguno de sus más leales
colaboradores transmitiese la preciosa herencia a su meto, el rey Fernando IV el
Emplazado, al que el interés por la Mesa de Salomón le costó la vida tras una serie de
acontecimientos de difícil interpretación.
En 1312 Fernando IV sitia Alcaudete, ciudad musulmana cercana a Jaén. Al pasar
por Martos comparecen ante él los hermanos Carvajales, acusados de asesinato. El
rey, en juicio sumarísimo, los condena a morir despeñados dentro de jaulas de hierro,
desde la célebre peña de Martos, la mítica columna de Hércules. Los Carvajales, tras
protestar su inocencia, viendo que los condenan injustamente, emplazan al rey para
que comparezca ante la justicia divina en el plazo de un mes. El día en que se cumple
el plazo, el 7 de septiembre, el rey almuerza con excelente apetito y se retira a sestear.
Cuando el mayordomo va a despertarlo lo encuentra muerto.
Éstos son los términos de la leyenda que, desde su mención en la crónica
atribuida a Fernán Sánchez de Tovar, repiten los historiadores de los siglos XVI y XVII.
El rey muere un 7 de septiembre, es decir, precisamente el día anterior al que en
otros tiempos se celebraba el orto helíaco de la estrella Spica, cuyo nacimiento ocurre
el 8 de septiembre. En los términos del mito, la muerte del rey propicia el nacimiento
de la Diosa Madre, por lo tanto, Fernando IV cumple la función del Rey Sagrado. Y
muere precisamente en Jaén, en el palacio real, junto al peñón de Uribe, donde se
sacrificaban los Reyes Sagrados en los tiempos del Dolmen. Y su muerte resulta ser
precisamente el acto más importante de su corta vida, puesto que incluso los
historiadores que no dan crédito a la leyenda titulan al rey «el Emplazado».
La misma tradición asegura que velaron el cadáver del monarca, o incluso lo
sepultaron, en el Arco de San Lorenzo de Jaén.[310] La iglesia de San Lorenzo
pertenecía al hospital que fundó don Luis Lucas de Torres, religioso del siglo XV,

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perteneciente a una de las dos familias jiennenses que conocieron el secreto de la
Mesa e hijo del condestable Iranzo, cuyo nombre figura en la lista de los que
buscaron la Cava. Desde el siglo XV esta iglesia se vincula a personas conocedoras de
la tradición de la Mesa. Más adelante veremos como un criado del condestable
Iranzo, un tal Juan de Olid, su secretario y probable heredero de sus conocimientos
sobre la Mesa, recibe sepultura en esta parroquia. Las piezas del rompecabezas
coinciden. Alguien, en el siglo XIV, o incluso en el XV, tuvo interés en fraguar la
leyenda de la muerte sacrificial del Rey Sagrado coincidiendo con el nacimiento de la
Diosa Madre y señaló este Arco de San Lorenzo, relacionado con los iniciados en el
secreto de la Mesa, como enterramiento del rey (Fig. 104).
Hay otra circunstancia significativa. Esos hermanos Carvajales protagonistas de
la leyenda existieron en realidad, aunque no fueron contemporáneos del rey Fernando
IV sino del condestable Iranzo, un siglo después.
Los hermanos Carvajales eran comendadores de la peña de Martos cuando se
rebelaron contra la Orden de Calatrava y se apropiaron del tesoro que su maestre,
Pedro Girón, había depositado en aquella fortaleza.[311]
Así que existió un tesoro de los calatravos guardado en la peña de Martos, la roca
levantada por Hércules. Aquel Pedro Girón, maestre de Calatrava, conoció el secreto
de la Mesa heredado por la casa real de Castilla y, por fantástico que parezca, no
concibió mejor medio para apoderarse de él que casarse con la heredera del trono
castellano, la princesa Isabel. Estuvo a punto de conseguirlo, pero murió en
misteriosas circunstancias, probablemente envenenado, cuando acudía a las bodas.
[312]
La leyenda de la muerte del rey Fernando IV el Emplazado admite una lectura
esotérica relacionada con el sacrificio del Rey Sagrado. Probablemente, la leyenda
sea obra de la familia Torres, que estaba en el secreto de la Mesa de Salomón.
Los hermanos Carvajales fueron despeñados dentro de sendas jaulas de hierro que
rodaron hasta Martos. Este refinado tormento medieval refleja un rito solar. En
algunas sociedades antiguas se lanzaban «ruedas en llamas montaña abajo en los
solsticios», a veces con «hombres atados a las ruedas».[313] Esto confirma el carácter
ritual de la leyenda de los Carvajales. Recordemos que la peña de Martos
corresponde a la tercera columna de Hércules, el héroe solar por excelencia.
El sentido religioso del rito que acompaña a la muerte de los Carvajales se
conmemora en la cruz del Lloro, un grueso fuste de piedra, réplica de un antiguo
menhir, rematado por la cruz de hierro que cristianizó al monolito pagano (Figs. 105
y 106).
¿En qué circunstancias falleció Fernando IV, cuando sólo contaba veintisiete años
de edad? Probablemente, nunca lo sabremos. Desde luego, falleció en Jaén de manera
repentina y misteriosa, tal vez relacionada con el secreto de la Mesa. O, al menos, los

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Torres, que estaban en el secreto, la relacionaron y la hicieron coincidir con una fecha
precisa llena de connotaciones míticas.

Agua y almenas
A Fernando IV el Emplazado lo sucedió su hijo Alfonso XI, que sólo contaba un año
de edad. Sin embargo, el secreto continuaba transmitiéndose, pues nuevamente se
manifiesta en el hijo de Alfonso, el rey Pedro I el Cruel. Durante su reinado, Castilla
se escinde en una guerra civil entre los partidarios del rey legítimo y los de su
hermano bastardo, Enrique de Trastámara.
En plena guerra civil, el rey don Pedro visita Jaén de incógnito y sin escolta.
Resulta difícil creer que este hombre tan alejado de veleidades místicas lo abandonara
todo para ir a Jaén en pos de una leyenda a la que su padre no había prestado
demasiada atención. Es evidente que Pedro I obedecía a razones poderosas que
justificaban el riesgo.
El secreto de la Mesa de Salomón se había transmitido a la casa real de Castilla,
pero también a la de Granada desde su fundador, el rey Alhamar. En 1362, Pedro I
prende y ejecuta al rey de Granada cuando lo visitaba en el alcázar de Sevilla después
de arrebatarle «tres piedras falaxes muy notables e muy grandes… e otras doblas e
joyas».
Estaba en este punto de la investigación cuando Margaret me hizo llegar unas
notas sobre Pedro I que había encontrado entre los papeles de la señora Mann.
La telefoneé esa misma noche.
—Joyce Mann estaba convencida de que el famoso rubí espinela maldito de
Pedro I formaba parte de este alijo.
—¿De qué rubí me hablas?
—El 3 de abril de 1367, Pedro I derrotó a su hermano Enrique gracias a la ayuda
de los arqueros ingleses del Príncipe Negro. Pedro I recompensó al Príncipe Negro
con «muchas joyas ricas de aljófar e piedras preciosas», entre ellas un notable rubí
espinela.
—No tenía ni idea.
—Porque no eres nada patriota —me riñó cariñosamente—. Si lo fueras, sabrías
que el rubí, que tiene el tamaño de un huevo de paloma, está engastado en nuestra
corona imperial, la inglesa, entre dos flores de lis.
—Ésa es la flor que simboliza a la Diosa Madre —apunté.
—Lo sé; y el dos es el número del Temple —prosiguió Margaret—. Como otras
joyas notables, este rubí tiene su leyenda maldita. Sus propietarios tienden a morir
trágicamente: el propio Pedro I, asesinado por su hermano en Montiel; el Príncipe
Negro, fallecido a los pocos meses de recibir la joya, sin llegar a reinar; un siglo

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después, el rey Ricardo in de Inglaterra, derrotado y muerto en combate cuando
llevaba una corona adornada con el rubí de la Mesa.
—¿Cuando decía «Mi reino por un caballo»?
—Exacto.
Medité sobre el rubí que causa la ruina de los que lo lucen, la joya que Tariq
arrancó presumiblemente de la Mesa de Salomón en (y murió por ello al poco
tiempo). En mi siguiente visita a Londres fui a la torre y lo admiré por unas pocas
libras, tras la rotonda de cristal blindado en la que se exhibe el tesoro real. Margaret
me insinuó, medio en broma, que quizá no sea del todo ajeno a las desventuras del
príncipe Carlos y de la princesa Diana y del incendio del castillo de Windsor en el
annus horribilis de Isabel II. Aquel mismo año, la reina se había probado la corona
por si había que hacer algún ajuste cuando se preparaban las celebraciones, que
resultaron tan amargas y deslucidas, de sus bodas de oro. Finalmente, se decidió que
la corona del rubí maldito no figurara en la celebración (Fig. 107).
El desventurado rey de Granada al que Pedro I arrebató el rubí pudo confesar
antes de morir, bajo tortura, que la Mesa de Salomón era algo más que el tesoro
espiritual que había interesado al abuelo de Pedro I hasta el punto de costarle la vida.
Esto explicaría que el impulsivo rey de Castilla se arriesgara a viajar a Jaén de
incógnito.
Pedro I llega de noche y se hospeda en una casa de la plaza de la Magdalena. Su
anfitrión, un tal Salazar, descubre que es el rey por el sonido que le producen las
rodillas artríticas.[314]
Cuando amanece, Pedro I encuentra a Salazar acurrucado en un rincón, espada en
mano. Después del sobresalto inicial le pregunta:
—¿Qué haces ahí?
—Guardo el aposento donde duerme mi señor natural —responde Salazar.
Conmovido por este gesto, Pedro I lo ennoblece concediéndole el apellido del
Rincón y le otorga a la casa el privilegio de «agua y almenas».[315]
Agua y almenas. El rey se había hospedado en la antigua casa de Ben Chaprut,
luego llamada «de las almenas» en alusión al grabado de su dintel, en el que la línea
quebrada superior representaría las almenas y la ondulada inferior podría ser el agua.
Pero una leyenda que deja marcas indelebles sobre una piedra no es tal leyenda,
es historia viva, conservada por vía oral.
¿A qué fue a Jaén Pedro I? Desde luego, no por simple capricho. Resulta
inadmisible que el rey se pusiera en tales peligros sin motivo.
Al poco tiempo, Pedro I castiga a la ciudad, partidaria del rebelde Enrique,
vendiendo los judíos locales a su nuevo aliado Mahomed V de Granada. Pero los
judíos mal podrían ser responsables de la rebeldía de una ciudad de cuyo gobierno
estaban excluidos. Además, el rey no castigó de igual modo a los judíos de otras

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ciudades rebeldes. Y, lo que es más extraño, salvo en el caso de Jaén, Pedro I se
mostró decidido protector de los judíos frente a los brotes de violencia antisemita que
comenzaban a azotar Castilla.
Se deduce que los judíos de Jaén habían cometido alguna falta grave contra Pedro
I.
Examinemos los hechos: el rey visita la ciudad de incógnito y sin escolta, se aloja
en la antigua casa de los Chaprut, habitada presumiblemente por sus descendientes,
una familia criptojudía que ha adoptado el apellido Salazar (y desde entonces «del
Rincón»). Criptojudíos sólo hasta cierto punto, puesto que en la parte que se ha
conservado de la casa medieval observamos dos ventanas de yeso y piedra en forma
de estrella de David, una en la calle y otra en el patio interior.
Es evidente que el rey de Castilla, angustiosamente necesitado de ayuda para
vencer a los rebeldes, precisaba que los custodios del secreto de la Mesa le prestasen
el auxilio necesario. Pero los Rincón no quisieron o no pudieron satisfacer las
exigencias del rey. Pedro I, que tenía un pronto temible, se vengó de la aljama de Jaén
condenándola a la esclavitud y al destierro.
Es evidente también que en Jaén quedó memoria de estos sucesos, y no sólo en
forma de leyenda. Juan de Castro, obispo de la diócesis entre 1379 y 1382 (diez años
después de ocurridos los hechos), redactó una Crónica verdadera, hoy perdida, en la
que defendía a Pedro I.[316]
Los Rincón, o quienes se entrevistasen con el rey en la casa de las almenas en
aquella noche memorable, denegaron a Pedro I el auxilio espiritual de la Mesa, que es
tanto como decir su poder.
Entre las notas de Joyce Mann se encuentran algunas referencias a un tal J. M.
fusilado en 1941 tras un proceso en el que lo acusaron de expoliar el tesoro de la
catedral de Jaén.
Joyce Mann se había tomado muchas molestias para conseguir el sumario de la
causa de J. M., aunque ningún familiar del represaliado quiso responder a sus
preguntas. Pensé que medio siglo habría cerrado las heridas de la Guerra Civil y que
ahora los familiares de J. M., ya en su segunda generación, quizá aportaran alguna luz
al asunto que me traía entre manos.
Busqué el apellido en la guía telefónica de Jaén e hice unas llamadas sin
resultado. Ninguno de los J. M. registrados en la guía de Jaén tenía relación con la
persona que me interesaba. Entonces recurrí a las páginas amarillas. Había una
agencia de detectives, La Impepinable, que no me terminó de convencer. La siguiente
de la lista era Pinkerton Investigations. Conductas dudosas. Adulterios. Adolescentes
Mejorables. Laboral. Desaparecimientos. Confirmación de sospechas. Precios
ajustados.
Telefoneé y concerté una cita. La agencia estaba cerca de la catedral, lo que tomé

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como un buen augurio, en el primer piso de un inmueble de renta antigua al que se
accedía por unas escaleras medio hundidas de baldosa hidráulica desportillada, lo
que, unido al aroma de orines de gato que embalsamaba el aire, moderó mi
entusiasmo inicial. En una puerta sólida de cuarterones había una placa de bronce que
no recordaba cuándo vio por última vez el limpiametales, con la inscripción
Pinkerton Investigations, en negro. Pulsé el timbre. No funcionaba. Llamé tres veces
con los nudillos. Un hombre de mediana edad, calvo, un poco gordo, con pinta de
escribiente, me introdujo en el único despacho y me ofreció asiento tras una mesa
llena de carpetas, papeles y ceniceros repletos de colillas.
—¿Es usted Pinkerton? —pregunté incrédulo.
—Bueno —sonrió mostrando unos dientes pequeños y amarillos—. En realidad,
me llamo José Conejera, pero comprenderá usted que con ese nombre no me iba a
jalar una rosca en esto del detectiveo, por eso me puse Pinkerton. Lo saqué de una
novela muy buena de Marcial Lafuente Estefanía. Bien, mi tiempo es oro. Times is
golden, como dicen ustedes. Dígame qué se le ofrece. ¿Se la pega su señora?
—No se trata de eso. Quiero localizar a los familiares de un hombre al que
fusilaron en 1941.
—Un rojo fusilado por los nacionales, claro —dedujo Pinkerton.
—Ya veo que no se le escapa nada —comenté, aprobador.
—Bien. Hablemos de tarifas antes que nada. Mis honorarios varían mucho
dependiendo de la complejidad de cada caso, claro. Si usted me pide que localice a
alguien notorio, pongo por caso a la señora Palizón Bis, a la que todo el mundo
conoce, dado que se pirra por figurar y salir en los periódicos, eso le puede costar un
euro, más IVA naturalmente, una tarifa simbólica, pero si me pide que dé con el
paradero de Bin Laden, lo que no me sería imposible, se lo advierto, eso saldría ya
por una pasta gansa. Localizar a la familia de un objetivo que desapareció hace
cincuenta años, y además fusilado, ¡vaya por Dios!, eso le saldrá por ciento veinte
euros diarios, más gastos, más IVA.
»Y le advierto que los gastos pueden ser cuantiosos porque lo que más cuesta es
dar con alguien que te informe a cambio de una suma de dinero. Lo difícil es dar con
la persona que sabe, le pagas y te pone en la pista. Eso puede costar, según la
posición de esa persona, mil euros suplementarios, quizá más. Y me lo darán a mí,
que tengo contactos en la ciudad, antes que a un británico con pinta de aventurero que
parece, y usted dispense, que no es por ofender, un anuncio de Marlboro.
Lo contraté. Tres días después me telefoneó:
—Tengo a una hermana del objetivo, la única familia que le queda, que vive en
Lisboa. Venga a verme y le daré los datos y los detalles. Y no olvide su talonario.
Me había citado en el café Montana. Lo encontré sentado delante de un chocolate
con churros. Me invitó a desayunar. Antes de recibir la información satisfice los mil

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quinientos euros del trabajo, más IVA.
—¿Necesita factura? —indagó Pinkerton mientras contaba los billetes con
despego hidalgo y miraba algunos al trasluz, no fueran a ser falsos.
—No, no hace falta.
—Mejor —comentó—. Así evitamos dejar rastros.
Guardó los billetes en el bolsillo interior de la chaquete. Sacó de su carpeta un
folio en cuya cabecera había escrito una dirección y un teléfono de Lisboa. Partió el
folio por la mitad, me tendió la parte escrita y devolvió la otra a la cartera.
—Hay que ahorrar papel —comentó—. Que nos estamos cargando los bosques.
Llamó al camarero y me permitió que pagara la cuenta. Me tendió una mano
blanda al despedirnos.
—¡Que haya suerte! Ya sabe dónde me tiene.
Y me introdujo en el bolsillo superior de la chaqueta una tarjeta de la agencia.

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Fig. 104. El Arco de San Fig. 105. La cruz del Lloro, en
Lorenzo, en Jaén, hacia 1950. un dibujo de Gustavo Doré.

Fig. 106. La cruz del Lloro en la actualidad. N. Wilcox, 2001.

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Fig. 107. El rubí de Pedro I el Cruel engastado en la State Imperial Crown,
la corona que desde 1838 se ha usado en la coronación de los monarcas
británicos, con las desastrosas consecuencias de todos conocidas, que yo,
como leal súbdito de Su Graciosa Majestad, lamento. N. Wilcox, 1974.

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22
Asesinato en la catedral

E n el siglo XV existieron en Jaén, al menos, dos estirpes conocedoras del secreto


de la Mesa de Salomón, los Torres y los Rincón. Algunos miembros de esta
familia buscaron la Cava en distintas épocas, circunstancia que se refleja en la lista
del archivo catedralicio.
De los Rincón, probables descendientes de los Chaprut, los cabalistas judíos de la
Magdalena, ya tenía alguna idea. Me centré en los Torres, el linaje al que perteneció
el alcaide de los alcázares de Jaén, Pedro Ruiz, muerto en 1410 guerreando contra los
moros. Su hijo Fernando Ruiz, señor de Villardompardo, contrajo matrimonio con
Inés de Solier, francesa, hija del provenzal Arnau de Solier. El parentesco con una
familia provenzal pudiera no ser ajeno al asunto de la Mesa de Salomón.
El primogénito de la pareja, Pedro, murió, como su abuelo, guerreando contra los
moros de Granada y no dejó sucesión. El segundo vástago, Carlos, se casó con una
hija del señor de Santa Eufemia, la cabecera militar del valle de los Pedroches, al
norte de la provincia de Córdoba, un lugar señalado en los cultos a la Diosa Madre.
Tuvieron una hija llamada Teresa, que se casó con Miguel Lucas de Iranzo,
condestable de Castilla. Tanto Miguel Lucas como su suegro, Carlos de Torres,
figuran en la lista de los que buscaron la Cava. El tercer hijo de Fernando Ruiz fue
Juan de Torres, y el cuarto, María de Torres, que se casó con Fernando de Portugal,
hijo del infante don Dionisio.
Todos los miembros de esta familia tuvieron capilla y enterramiento en la catedral
de Jaén.[317]
El antiguo sacerdocio femenino adscrito a la Diosa Madre, ahora transformada, de
acuerdo con los tiempos, en Virgen María, se mantenía en el siglo XV en la familia de
los Torres, patrocinadora de una extraña congregación religiosa no adscrita a orden o
disciplina alguna y, por tanto, totalmente independiente de la autoridad eclesiástica.
En tiempos de Enrique IV, la abadesa de aquella casa era una tal Marina de Torres,
«cerca de la Magdalena —dice la crónica—, religiosa muy devota y honesta».[318]
Las funciones oraculares desarrolladas dos milenios atrás se mantenían, como
podemos entrever por la documentación de la época. En 1468, cuando nace un hijo
del condestable Tranzo, «dos caballeros tomaron a su señoría en los hombros y
lleváronlo así hasta una casa que está cerca de la dicha iglesia de la Magdalena, do
estaban ciertas dueñas emparedadas de muy santa vida. Y allí estuvo grande hora con
ellas rogándoles que rogaran a Dios por el hijo que había nacido».[319]
Es de suponer que el oráculo ofrecido a Iranzo sería favorable tratándose de un

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miembro de la familia. La madrina del bautizo fue precisamente aquella doña Marina
de Torres, «madre de las emparedadas, dueña de muy santa e honesta vida»;[320] el
padrino, el guardián del monasterio de San Francisco, sede del Señor del Trueno, lo
que tampoco parece casual.
La casa de las emparedadas se dividió en vanas fincas. El inmueble principal
pertenecía a doña Violante de Torres en el siglo XIX.
La parte donde vivían las emparedadas herederas del oráculo, la «Casa de la
Virgen», subsistió, con reformas, hasta mediados del siglo XX.
Ya va siendo hora de que nos ocupemos del condestable Iranzo.
Don Miguel Lucas de Iranzo era la persona de confianza que el rey Enrique IV
envió a Jaén para que se ocupara de los intereses de la casa real de Castilla sobre la
Mesa de Salomón.
A mediados del siglo XV compartían el secreto los Torres, los Rincón y las casas
reales castellana y granadina.
Miguel Lucas de Iranzo había sido uno de los íntimos del príncipe Enrique en su
depravada juventud, cuando el futuro rey y sus amigos escandalizaban a la corte con
sus prácticas homosexuales. Ya rey, Enrique IV favorece a Iranzo extraordinariamente
y, a pesar de su origen plebeyo, le otorga, en el mismo día, los títulos de barón, conde
y condestable de Castilla. Las circunstancias que rodean este súbito encumbramiento
de un personaje cuyos únicos méritos parecían haberse demostrado hasta entonces en
la alcoba real son sorprendentes (Fig. 108).
Iranzo había estado «preso con grandes guardias» en el alcázar de Madrid.[321]
¿Cuál era el motivo de tan severa prisión? Que «el rey deseaba hacerlo uno de los
mayores hombres de este reino».[322] ¿Cómo puede entenderse que el rey mantenga a
un hombre varios meses en un calabozo de palacio porque piensa otorgarle los más
altos cargos? Absurdo. ¿No será, más bien, que durante esos meses Iranzo tiene que
permanecer en el palacio protegido con guardias e incomunicado, que no preso, para
preservarlo de posibles peligros? Esta explicación resulta mucho más satisfactoria,
pero plantea un nuevo interrogante: ¿qué tramaban el rey e Iranzo?
Enrique IV saca a Iranzo de su pretendida prisión para ennoblecerlo ante la corte
en una solemne ceremonia que la Crónica describe prolijamente. Además de la corte,
asisten a la ceremonia unos caballeros alemanes. ¿Quiénes son? ¿Qué papel
desempeñan? Más preguntas que no tienen respuesta. ¿Es uno de ellos ese alemán
llamado Juanes que acompaña a Iranzo como hombre de confianza durante el resto de
su vida?[323] Y, por cierto, también a un italiano, de nombre Juliano, «bien
gentilhombre».[324]
Otro enigma. El rey ennoblece a Iranzo nombrándolo barón, conde y condestable.
¿Barón de qué, conde de qué? En los documentos queda el espacio en blanco.
Ya ennoblecido y ascendido a condestable, Iranzo acompaña al rey en un

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recorrido por santuarios marianos. En 1458 van al monasterio de Arlanza,[325] al de
Mejorada,[326] a Santa María de Rayuela.[327] Al año siguiente, a Guadalupe, «donde
estuvo ciertos días que no salió del monasterio».[328] ¿Ha encontrado Iranzo lo que
buscaba en Guadalupe? En cualquier caso, volverá en diversas ocasiones.
Guadalupe, el gran monasterio extremeño. En uno de los muros laterales de la
iglesia hay una reja pequeña, poco mayor que la palma de la mano, similar a la que
protege la piedra de la Virgen en la catedral de Toledo. El pasaje está tan oscuro que
fácilmente pasa desapercibida para el viajero o el peregrino que no la conozca. El
visitante debe encender una linterna o una cerilla para ver qué hay detrás de la
rejita… una piedra santa, naturalmente (Fig. 109).
Nos intriga esta repentina devoción mariana del antes depravado Iranzo.
Al poco tiempo, y a pesar de que, por su cargo, debe ocuparse de las milicias del
rey, Iranzo se pierde durante dos meses. Nadie sabe dónde está, oficialmente, ni
siquiera el rey. Años después, su cronista declara que permaneció retirado en una
aldea de Cuenca llamada Urcas.[329]
Nuevamente Cuenca, la diócesis definitiva del obispo Nicolás de Biedma, el que
voló a lomos del diablo, el émulo de Salomón, el lugar donde la Inquisición
procesaría al doctor Eugenio Torralba, que sostenía haber heredado los poderes de
aquel obispo.
A la vista de estos datos se hace ya evidente que Iranzo busca el camino secreto
que conduce a la Mesa de Salomón o a su desciframiento. Don Lope Barrientos, el
obispo de Cuenca en tiempos de Iranzo, cerró ciertos tratos con el rey, del que había
sido preceptor, y con el propio Iranzo. El obispo de Cuenca que habría heredado los
papeles que aquel antecesor suyo, don Nicolás de Biedma, dejó al morir.
¿A qué se dedicó Iranzo durante aquellos dos meses pasados en Cuenca?
En 1461 vuelve Iranzo a Guadalupe y, a su regreso, pasa una noche encerrado en
la catedral de Jaén.[330] ¿Qué busca Iranzo en el antiguo santuario de la Diosa Madre?
En cualquier caso, Iranzo figura en la lista de los que buscaron la Cava.
Hay otros datos que confirman la relación de Iranzo con Guadalupe. En otra
ocasión recibe y hospeda a José de Villafranca, «hombre de buena discreción que
había tenido cargo de oficios y aun facienda del prior y frailes de Guadalupe»,[331] un
emisario del prior de Guadalupe, pero ignoramos los tratos que Iranzo o el rey se
traen con los frailes.
Iranzo fue a Guadalupe por lo menos en otras dos ocasiones. Allí recibió a Juan
de Foix, enviado del rey de Francia, y quedaron citados en Bailen,[332] donde el
francés conversó con Iranzo por espacio de doce o trece días.[333] ¿Qué misión traía
este enviado del rey de Francia cerca de los frailes de Guadalupe y de Iranzo?
Sea cual fuere la relación que Enrique IV mantuvo en vida con Guadalupe, la
siguió manteniendo después de muerto, puesto que allí recibió sepultura. Su momia,

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examinada por una comisión de arqueólogos en 1946, había aparecido oculta «en un
escondrijo más que cripta detrás del retablo del monasterio».[334] El rey Enrique IV no
fue cojo en vida. Sin embargo, los pies de su momia muestran «una inclinación
exagerada hacia afuera, en la posición llamada pie valgo».[335] ¿La cojera ritual del
Rey Sagrado?

El exilio de Iranzo
Cuando el rey lo nombra conde y condestable de Castilla, un espléndido porvenir
para un joven, Iranzo abandona la corte y se exilia voluntariamente en Jaén para el
resto de su vida. Deja el halago de la corte para encerrarse en una ciudad de la
frontera, poblada por gente violenta y perpetuamente amenazada por los moros. Los
que conocieron a Miguel Lucas en su depravada juventud no creían espontánea
aquella mudanza.[336] En una carta al Papa en 1471, Iranzo justifica su decisión: «Por
servicio de Dios, ensalzamiento de su fe, defensión de esta frontera, acordé
desterrarme de la corte».[337]
Los datos parecen confirmar que Enrique IV heredó, con la corona, cierto
conocimiento de la Mesa de Salomón y escogió a su amigo de confianza para que
velase por sus intereses en Jaén. Iranzo colaboró fielmente con su rey, pero también
contó con una serie de fieles confidentes con los que compartía probablemente su
secreto. Quizá ese criado alemán; quizá su hermano Alonso de Iranzo, arcediano de
Toledo.
En cualquier caso, el proyecto real sobre la Mesa de Salomón se vería primero
estorbado y después definitivamente relegado por los graves acontecimientos de la
guerra civil entre Enrique IV y la nobleza rebelde, que exigieron atención prioritaria
tanto del rey como de Iranzo.

Los gitanos
¿Qué sentido tienen las misteriosas relaciones de Iranzo con ciertos personajes
tradicionalmente identificados como gitanos? En enero de 1470 aparece en Andújar
«un caballero que se llamaba el conde de la Pequeña Egipto con su mujer la condesa
doña Luisa y hasta cincuenta personas».[338] Iranzo los hospeda durante una semana y
cuando reemprenden el camino les entrega una suma de dinero. A los quince días
llega el «duque Paulo de la Pequeña Egipto» e Iranzo hace otro tanto.[339]
Hay una característica común que identifica a varios nombres de la lista de los
que buscaron la Cava: la posesión de ilimitados medios de fortuna. Estos personajes
asombraron a sus contemporáneos por su riqueza inagotable. El lector de la Crónica

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del Condestable no puede dejar de preguntarse a lo largo de sus cuatrocientas páginas
de, por otra parte, amena lectura, de dónde sacaba Iranzo tanto dinero. Desde que
llega a Jaén, Iranzo gasta a manos llenas. Su corte particular compite y hasta aventaja
en gasto y largueza a la corte del rey su señor. Es más, incluso a veces tiene que
socorrer al monarca: «Los dineros que le dio al rey para ayuda de sus gastos, los
cuales eran tantos que todos los cortesanos partieron maravillados de dónde lo podía
cumplir».[340]
«De dónde lo podía cumplir». Es decir, que tampoco sus contemporáneos se
explicaban de dónde sacaba el condestable tanto dinero. «Para todos había
abundancia y fartura», señala el cronista.[341]
En cuanto llega a Jaén, Iranzo se construye un fastuoso palacio del que quedan
notables restos en el teatro municipal de la calle Maestra. Por cierto que este palacio
está situado en el camino sagrado que conducía desde el santuario dolménico hasta el
manantial oracular de la Magdalena, al igual que los otros palacios construidos o
habitados por otros buscadores de la Cava (el del obispo Suárez y el de los condes de
Villardompardo).
Al cronista del condestable no le importa sugerirnos que sabe mucho más de lo
que declara y hasta en una ocasión llama a Iranzo «otro segundo Salomón».[342]
A instancias de Iranzo, el rey permite la fundación de una casa de la moneda en
Jaén.[343] Una ciudad menor, perpetuamente amenazada por los moros, fronteriza,
parece el lugar menos apropiado para sede de una casa de la moneda. A no ser que el
oro abunde en ella y que alguien esté interesado en que se amonede allí mismo para
que su circulación sea más discreta. El rey visita en 1469 la nueva ceca, cuya
moneda, la «jaenciana», será pronto muy estimada.[344]
En tiempos de Iranzo todavía quedaban importantes vestigios del santuario
dolménico, con sus tres caminos marcados por menhires, que describían la triple
lazada constitutiva del Nudo de Salomón en las inmediaciones del Dolmen Sagrado,
mientras que el nudo propiamente dicho estaba en su interior. Sobre el dolmen se
había edificado la mezquita mayor en tiempos islámicos. Los caminos,
probablemente, habían caído en desuso, pero todavía quedaban vestigios de ellos,
particularmente en la zona despejada de edificaciones, es decir, extramuros y en la
plaza ante la nueva iglesia.
Por alguna razón, Iranzo decidió arrasar todos estos vestigios, «allanó la plaza de
Santa María» y el terreno extramuros quitando «las grandes piedras que en ella
había».[345] Aprovechando aquellos trabajos, practicó excavaciones junto a la puerta
de Santa María, la de la calle Campanas. No sabemos qué buscaba ni si lo encontró.
¿Quizá las antiguas tres cabezas del dolmen?

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Una extraña ceremonia
El condestable Iranzo observa una extraña conducta en otras ocasiones señaladas. El
día de San Juan, la fiesta del solsticio de verano, una fiesta eminentemente solar, viste
un traje dorado y acompañado de paje ataviado del mismo color (el color del sol), se
dirige escoltado por sus caballeros a la catedral, es decir, al Dolmen Sagrado, y de allí
al río «media hora antes de que despuntase el sol».[346]
Al llegar al río los caballeros se engalanaban con flores y ramos y de esta guisa
regresaban a la ciudad, donde los aguardaba un banquete de frutas y vino. Antes de
alcanzar la puerta de Santa María, los que regresaban engalanados de verde topaban
con otro grupo de jinetes que los esperaban fuera de las murallas. Entre los dos
grupos se trababa una escaramuza con inocentes cañas en lugar de lanzas aceradas.
La batalla fingida se reñía junto a la puerta de Santa María y en la plaza homónima,
es decir, en los dos únicos espacios despejados que restaban del antiguo camino
iniciático del Nudo de Salomón en torno al Dolmen Sagrado. Evidentemente, el
combate de un grupo de hombres adornados con ramas y flores y otro sin adornos
representaba, aunque ellos no tuviesen memoria de ello, el antiguo conflicto entre los
cultos solares y lunares, entre los seguidores de la Diosa Madre agrícola, vestidos de
verde, y los pastores adoradores del Dios del Trueno, vestidos de pardo.[347]
Otra extraña ceremonia se celebró el 7 de mayo de 1470 durante el
amojonamiento de los términos de Jaén y Andújar. Asistieron el deán de Jaén, el prior
de Santa María y el guardián del convento de San Francisco, sede del Señor del
Trueno.[348] Iranzo coloca el primer mojón en el pozo de Corbul, en medio del arroyo
Salado, y arroja una lanza al pozo, clara metáfora de la lucha del héroe solar contra el
dragón acuático. Un criado suyo se lanza al pozo y rescata el arma.[349] A
continuación, unos niños, convocados con ese fin, arman una algarabía y se mojan
entre ellos con agua del pozo.
El condestable levanta un gran majano de piedras en lo alto del cerro Corbul y
otro más grande al pie de los Llanos de Santa María.[350] Los majanos son
pervivencias de las alineaciones megalíticas y el nombre Llanos de Santa María nos
confirma la inspiración de la Diosa Madre en este tipo de obras. Al levantar el
majano de Santa María, los muchachos que acompañaban a Iranzo «jugaron un rato
en derredor (del majano, es decir, del menhir, de la Piedra), el juego de las yeguas en
el prado y luego diéronse de puñadas»[351], en lo que parece un juego propiciatorio de
la fecundidad, vestigio de los cultos a la Diosa Madre, que termina en simulacro de
pelea, evocación de los conflictos provocados por la llegada de los pueblos pastores.
Pero el día trae más curiosas pervivencias. En otro de los mojones, los muchachos
«mataron un carnero a cañaverazos y le cortaron la cabeza, que fue soterrada».[352] El

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carnero es símbolo solar, por eso buscan su vellocino los argonautas. Estos
muchachos oficiantes de antiguas ceremonias sacrifican al carnero y luego entierran
su cabeza en el centro del mojón y proponen llamarlo «el del Carnero», pero Iranzo
interviene para que se llame más bien «del Cordero».
Es evidente que todas estas ceremonias están llenas de sentido y que se celebran
en un orden preciso. Que nosotros seamos capaces de interpretarlas correctamente es
harina de otro costal. En cualquier caso, existe un paralelo con los cultos orientales de
Mitra, el dios que hacía brotar un manantial donde se lanzaba su lanza y sacrificaba
toros iniciáticos en la gruta sagrada.
Algo más sabemos del significado de otro uso estrictamente observado por la
corte local de Iranzo. El lunes de Pascua, el condestable repartía hornazos entre sus
colaboradores y el pueblo.[353] El hornazo es la ofrenda a la Diosa Madre en el
Dolmen Sagrado. Al segundo día, Iranzo organizaba un banquete en la fuente de la
Peña, otro lugar consagrado a la Diosa Madre cuyo prado se llama, aún hoy,
Valparaíso.
¿Valparaíso? Así se denomina también a la calleja situada sobre el Dolmen, hoy
cabecera de la catedral que lo suplanta. ¿Coincidencias? ¿Es coincidencia que la
bandera que el condestable lleva contra los moros sea «de damasco carmesí, de tres
puntas, con una roca bordada»?[354] La Cabeza del Dolmen Sagrado y el número tres.
No cabe emblema de significado más claro.

El asesinato
Todas las pruebas apuntan a que Iranzo consiguió algo. El rey le encomendó una
misión relacionada con la Mesa de Salomón, Iranzo emparentó con la familia de los
Torres y accedió al tesoro. Esto es evidente. Pero ¿consiguió todo lo que se había
propuesto o lo que el rey pretendía? No. En última instancia fracasó. Se produjeron
demasiadas circunstancias adversas. Primero, la muerte de su hermano, del que quizá
dependía el éxito de la parte espiritual de la empresa. Luego, una prolongada guerra
civil especialmente devastadora para Jaén y su comarca. Después, los ataques de los
moros granadinos, y finalmente, los enemigos personales que Iranzo se granjeó en
Jaén desde su llegada a la ciudad. El condestable consiguió abortar algunas conjuras
tramadas contra su persona, pero sucumbió a la última.
El día 21 de marzo de 1473, festividad de San Benito, Iranzo asistía a misa en la
catedral y estaba arrodillado en las gradas de su capilla mayor, justamente encima del
santuario dolménico, cuando «entró un hombre arrebozado y le dio en la cabeza con
el mocho de la ballesta que traía».[355] Iranzo murió en el acto. A continuación, el
populacho se lanzó contra las casas de los conversos, descendientes de los judíos, en
la Magdalena, y las saqueó y mató a muchos de ellos.

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Oficialmente, el asesinato de Iranzo había sido un acto espontáneo del pueblo,
que odiaba a los judíos conversos, protegidos del condestable. Parece que hubo una
relación directa entre el asesinato y la subsiguiente matanza de conversos, puesto que
los dos actos ocurren casi simultáneamente.
¿Por qué protegía el condestable a los conversos? ¿Sólo por humanidad y por
justicia, porque eran súbditos laboriosos y pacíficos? Seguramente, hubo otras
razones. Los Torres, con los que Tranzo había emparentado, descendían de conversos
que habían entroncado con casa noble para lavar la impureza de sus orígenes. En
realidad, muy pocos linajes nobles del siglo XV estaban limpios de sangre judía.
Estas circunstancias que condujeron a la muerte de Iranzo ocultan asuntos más
graves que no se reflejan en la documentación y cuyo alcance sólo podemos
conjeturar. Quizá el condestable se apoyaba en algunos criptojudíos —muchos
conversos lo eran— para adelantar en su búsqueda de la Mesa de Salomón, cuyo
mensaje, no lo olvidemos, estaba cifrado y esta cifra constituía la materia de la
Cábala…
El crimen no quedó impune. Pasados dos años, Enrique IV llega a Jaén de
incógnito, como su antecesor Pedro I ciento diez años antes, también por un asunto
relacionado con la Mesa de Salomón. En aquella ocasión Pedro I se hospedó en la
«casa de las almenas», que pertenecía a la familia Rincón. Pues bien, Enrique IV
también se hospeda secretamente con la familia Rincón. ¿Qué motivo le trae a Jaén?
Aparentemente, sólo vengar la muerte de Iranzo. Al día siguiente se presentó en el
ayuntamiento, convocó a ciertos regidores y jurados de la ciudad y cuando
comparecieron los hizo ahorcar de las ventanas consistoriales, enfrente de Santa
María, el santuario dolménico donde habían asesinado a Iranzo. «Y fecha esta justicia
luego se partió de Jaén a la corte donde tenía su asiento».[356]
Es una historia interesante. Un año después, Enrique IV falleció en extrañas
circunstancias, tras escapar, casi moribundo, de su alcázar de Madrid con dirección a
algún lugar del Pardo, adonde sus menguadas fuerzas no le permitieron llegar. Lo
sepultaron en Guadalupe, el santuario mariano que tanto importa en esta historia.
Miguel Lucas de Iranzo dejó sólo un hijo, Luis Lucas de Torres, que se hizo
franciscano. El mayorazgo de la casa recayó en su sobrino Hernando de Portugal.[357]
Luis Lucas de Torres sólo contaba cinco años cuando asesinaron a su padre. Fundó un
hospital en una propiedad de la familia, en la calle Madre de Dios (= Diosa Madre), y
encomendó su rectoría a uno de los incondicionales colaboradores de su padre, a Juan
de Olid. Juan de Olid, secretario de Iranzo durante muchos años, casado con una
mujer de la casa de los Torres, la Rendeler, que servía a la condesa, parece que estuvo
también en el secreto de la Mesa de Salomón.
A Juan de Olid y a su esposa los sepultaron en la parroquia de San Lorenzo,
perteneciente al hospital fundado por don Luis. En el aposento alto del Arco de San

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Lorenzo campean las armas de los Olid, cuyo contenido iniciático es patente: lunas
de plata invertidas y estrellas o soles de oro; el sincretismo salomónico en la
heráldica jiennense del siglo XV.
Igualmente iniciática parece la fuente en el patio de la casa de los Torres en la
calle de San Andrés, de cantería y ochavada (el ocho que tanto se repite en la
tradición de la Diosa Madre y en la templaria), con cuatro caños y cuatro arriates que
subdividían el patio en cuatro cuadrantes, la alegoría del paraíso.[358]
La actuación de Iranzo y sus colaboradores nos plantea muchas preguntas de
difícil respuesta. Casi toda la información disponible procede de su cronista
particular, que se recrea a veces en detalles reveladores sólo para un iniciado, pero
que, fiel a su compromiso secreto, nos veda la información fundamental. La clave
pudiera estar en los dos últimos años de la vida de Iranzo, entre diciembre de 1471 y
marzo de 1473, que la Crónica no recoge. Tampoco podemos descartar la posibilidad
de que esta información haya sido escamoteada después de la muerte del condestable.
El manuscrito de la Crónica pasó de la familia Torres al obispo Suárez, que llegó
a Jaén 22 años después de la muerte de Iranzo. Pudo ser el propio Suárez, o alguno de
sus descendientes, el que suprimió, por motivos que se nos escapan, esos dos
enigmáticos años que faltan en la Crónica.
Pinkerton me había proporcionado la dirección lisboeta de la sobrina nieta de
J. M. Durante unos días me mantuve indeciso. ¿Valía la pena viajar hasta la bella
ciudad del Tajo para interrogar a una señora que probablemente se mostraría remisa a
desvelar secretos familiares a un extranjero? Finalmente me decidí. Alquilé un
deportivo rojo con tracción a las cuatro ruedas y me interné por las carreteras
secundarias adoquinadas admirando el paisaje lusitano.
Lisboa nunca decepciona: su belleza, su gente amable y hospitalaria, su historia
rezumada en cada edificio, en cada fachada revestida de azulejos, en cada rincón. Me
interné por la Alfama, donde vivía Victoria M. Era una mujer menuda, de mediana
edad, no exenta de atractivos físicos, con un trasero firme y una sonrisa delicada. Le
conté lo que estaba investigando. Me mostró algunos papeles de su tío J. M., que
había encontrado ciertos documentos en la catedral de Jaén relativos al santuario y a
la logia masónica Los Doce Apóstoles que buscó la Mesa de Salomón.

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Fig. 108. El condestable Miguel Lucas de Iranzo, en un retrato de Cerezo
Moreno conservado en el parador del castillo de Jaén. J. M. Pedrosa.

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Fig. 109. La piedra santa del monasterio de Guadalupe. N. Wilcox, 2002.

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23
El obispo insepulto

E n la primera mitad del siglo XVI un grupo de iniciados, entre los que destacan
el obispo Suárez y el protonotario papal Gutierre Doncel, desarrolló una
intensa actividad en Jaén. De cuantos buscaron la Cava ninguno anduvo más cerca de
alcanzar los tesoros material y espiritual de la Mesa de Salomón. Además,
transmitieron sus hallazgos a la posteridad en forma cifrada, «manteniendo
voluntariamente estos velos», como aconseja la Cábala.[359]
Don Alonso Suárez de la Fuente del Sauce fue obispo de Jaén entre 1500 y 1520.
Había nacido, en el seno de una familia humilde, en un pueblecito de la actual
provincia de Ávila, Fuente del Sauce, cerca de Arévalo. «Nunca tuvo nobleza ni eran
sus padres hidalgos ni tenían armas ningunas».[360]
Es un hombre de carne y hueso, pero su biografía corresponde fielmente a los
patrones del mito. Es, naturalmente, una simple coincidencia, pero hay demasiadas
coincidencias en esta historia. En su infancia fue pastor, como Hércules y como otros
héroes solares desveladores del secreto de la serpiente.[361] Siendo todavía muchacho,
fue a un sastre a que le hiciese un capote y yéndoselo a poner el dicho sastre al dicho
obispo le dijo: «Paréceme un obispo con ese capote».[362] Muchos años después, el
humilde pastor llegó a obispo, tal como le profetizara el humilde alfayate, y «le dio
de comer por ello», es decir, le concedió una pensión vitalicia.[363]
Don Alonso Suárez ascendió de su humilde estado e hizo carrera. Primero obispo
de Mondoñedo,[364] después, inquisidor general, obispo de Lugo y comisario general
de la Santa Cruzada. En Mondoñedo y Lugo se interesó por los temas de la sabiduría
antigua y desde su puesto de inquisidor conoció a algunos cabalistas.
En 1499 era obispo electo de Málaga pero, al quedar vacante la sede de Jaén,
porque su obispo fray Diego Deza se trasladaba a Sevilla, don Alonso consiguió el
puesto.
El pontificado del obispo Suárez en Jaén, que ocupó los últimos veinte años de su
vida, fue muy fructífero. No quedó rincón en su diócesis donde no levantara iglesias
y monumentos. Aún hoy, cuando tantas obras suyas han desaparecido, nos admira
encontrar el escudo heráldico del obispo constructor en tantos edificios, en San
Andrés de Baeza, en la capilla de San Ildefonso, en la catedral de Jaén, en la sillería
de su coro, para cuya talla hizo venir al artista flamenco Gutierre Guierero.
Esta intensa actividad plantea una serie de preguntas de difícil respuesta. ¿De
dónde sacaba don Alonso el oro que gastó en edificar puentes, templos, casas,
palacios, fortalezas y conventos?

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Don Alonso también construyó edificios de uso civil: el castillo en Begíjar, el
puente de Baeza sobre el Guadalquivir, y el palacio que habitó en Jaén, ya
desaparecido.
¿De dónde procedían las ingentes sumas de dinero que Requerían estas obras?
A esos dispendios habría que añadir los que acarreaba el sostenimiento de su
corte. Con don Alonso Suárez llegó a Jaén una nube de sobrinos carnales y sobrinos
nietos de humilde origen a los que enriqueció. Fundó en sus sobrinos tres mayorazgos
«sólo de los bienes que adquirió y en modo alguno con las rentas eclesiásticas, ya que
la totalidad de ellas la empleó en socorrer a los pobres y en obras».[365]
En aquel pueblecito abulense del que procedía la cepa familiar, don Alonso hizo
construir un castillo en 1514 y una hermosa capilla dentro de la iglesia para que sus
sucesores tuviesen un digno enterramiento.[366]
Y aún gastó más en alhajas y en muebles, de los que sólo se ha conservado el
tenebrario del maestro Bartolomé, que lleva su escudo[367] y la reja de la catedral de
Baeza, despojo de la capilla mayor de la catedral de Jaén que él empezó a construir y
que un sucesor suyo demolió.[368]
Es evidente que don Alonso dispuso de unas sumas de dinero que excedían
sobradamente las rentas de su obispado. ¿De dónde procedían aquellas riquezas?
Probablemente, tenían el mismo origen que las del condestable Iranzo.
Pero ¿estuvo solo don Alonso o lo ayudó alguien en su obra secreta? Entre sus
íntimos figura el arcediano Martín de Ocón, su secretario racionero Tomás de Medina
y su sobrino nieto Francisco Téllez, llamado el Viejo, a los que retrata a su lado en la
silla episcopal del coro de su catedral (véase Fig. 7).[369]
Es revelador que aunque Martín de Ocón colaboró en su cargo con varios obispos
de Jaén, en su testamento sólo recordara a don Alonso.[370] Martín de Ocón amasó
también una considerable fortuna: era propietario de casas en la calle Maestra, la
principal de la ciudad, fundó una capellanía, gastó una hacienda en la capilla del
Puente del Obispo.[371] Además, adquirió una huerta en Otíñar, lindera con el camino
de Granada,[372] la zona donde están los grabados rupestres y el dolmen. Martín de
Ocón dejó en su testamento, dictado el 15 de septiembre de 1541, una extraña manda:
cede sendas sepulturas a los más fieles colaboradores del obispo, a Juan de Medina el
racionero, y a Francisco Téllez, el sobrino nieto de don Alonso, «por la mucha
conversación que con él he tenido y buenas obras que de él he recibido y por otros
justos respetos».[373]
¿Qué sentido tendrán estas últimas palabras: «Por otros justos respetos»?
Probablemente, nunca lo sabremos. El testamento era un documento público y esa
críptica frase quedaba para la conciencia de los que estuvieran en el secreto de las
relaciones existentes entre este grupo de seguidores de don Alonso.
Martín de Ocón destina una crecida suma de dinero para ornamentos de culto. A

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primera vista se trata de una donación piadosa que un canónigo rico hace a su iglesia.
Pero, si examinamos la letra menuda del documento, encontramos una serie de
exigencias aparentemente absurdas. En estos ornamentos deben bordarse las armas
del obispo Suárez en un plazo de dos días después de recibida la herencia, de lo
contrario, todo pasará a propiedad de las monjas de la Coronada, el monasterio
construido por el obispo Suárez.
Esta exigencia da que pensar. Lo habitual era bordar las armas del obispo que en
el momento de la donación rigiese la diócesis, no las de uno de sus predecesores ya
fallecido. Pero el testamento de Martín de Ocón exige que se borden las armas de don
Alonso Suárez «e no otras algunas».[374]
Y hay más. Esos ornamentos no saldrán de la catedral bajo ningún pretexto: «Que
no se pueda prestar los dichos ornamentos a otra iglesia ni monasterio ni a lugar ni
persona alguna aunque haya mandamiento o licencia del prelado o del cabildo (…)
que estén en la dicha iglesia y no sirvan a otra parte ninguna».[375]
¿Qué sentido tienen estas exigencias? Es evidente que no se trata de unos simples
ornamentos. Martín de Ocón no quiere que se dispersen. Deben permanecer para
siempre en la catedral. Sólo deben usarse en ella. Quizá sus minuciosos bordados
ocultaban un mensaje o un código, invisible para el profano ajeno al secreto, pero mil
veces mejor guardado que cualquier tipo de mensaje escrito y confiado a un papel, a
un pergamino o a una piedra. Algún significado deben de tener las armas del obispo
Suárez tan insistentemente recomendadas, en contra de los usos y tradiciones de la
iglesia. A cualquiera le parecería absurda la idea de bordar las armas de un obispo
muerto hacía ya más de veinte años. Pero el escudo de armas del obispo Suárez es
todo un catecismo de iniciación. Representa una fuente octogonal de cuyo interior
brota un sauce, la Fuente del Sauce. Pero el sauce «es el árbol sagrado de la luna
desde Lilit la diosa babilónica».[376] Es el árbol consagrado por los griegos a Hécate,
Circe, Hera y Perséfone, todas ellas aspectos de la Diosa Madre.[377] Y en cuanto al
octógono, es la base arquitectónica de las construcciones templarias, la suma del ocho
y el centro invisible que es el nueve, nuevamente el número de la Diosa Madre.
De la fuente octogonal (octógono sagrado y agua) brota un sauce (árbol de la
Diosa Madre). El significado está claro: la Sabiduría es el árbol que Crece de la
iniciación.
Treinta y cinco años más tarde —el 19 de julio de 1577— era el sobrino nieto del
obispo Suárez el que otorgaba testamento y solicitaba sepultura en la capilla del
obispo y si no puede ser, «sobre el enterramiento del licenciado Martín de Ocón, en la
segunda losa». Estos hombres han estado tan unidos en vida por los secretos que
compartían que no se resignan a separarse en la muerte. «La segunda losa»[378] se
refiere a las tres losas que Martín de Ocón encargó para las sepulturas de su capilla.
El grupo de iniciados que rodeó y asistió a don Alonso Suárez en los veinte años

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de pontificado jiennense mantuvo su cohesión hasta la muerte pero ¿quedaron
continuadores? Es posible. En la documentación se observan los rastros de una
sórdida polémica entre dos descendientes de don Alonso que se disputan «una
mochila carmesí bordada en Oro».[379] Un sobrino de Francisco Téllez la menciona
en su testamento y jura por Dios que no la tiene› Otro sobrino lo acusaba de habérsela
apropiado Esta mochila extraviada que alguien ocultó ¿qué contenía? Nuevamente es
un testamento, un documento público, el que nos pone sobre la pista para después
dejarnos a oscuras. ¿Sería quizá algún libro? ¿Dejó Don Alonso algún legado
iniciático para la posteridad o se llevó a la tumba el secreto de la Mesa de Salomón?
[380]
En cualquier caso existen fundadas razones para sospechar que algunos papeles
del obispo se conservaron en la familia. Una generación más tarde un descendiente
suyo, Ambrosio Suárez del Águila, posee el manuscrito de la Crónica del
Condestable Iranzo, compuesta por una anónima mano conocedora de la existencia
de la Mesa de Salomón.
Don Alonso Suárez era un iniciado. Conocía el lugar donde se asentaba la
catedral. Sabía que aquel collado era, además, un templo del Conocimiento y sintió
que su deber de iniciado era asegurarlo y transmitirlo. ¿Cómo? Él construiría un
templo, un renovado dolmen adecuado a los nuevos tiempos. Naturalmente, empezó
la obra por la capilla mayor, emplazada sobre el subterráneo del Dolmen Sagrado
(Fig. 125). Para que el espacio sagrado se respetase escrupulosamente encajó esta
capilla literalmente entre las torres de la vecina muralla a la que estaba adosada la
antigua mezquita.
Don Alonso Suárez falleció el 5 de noviembre de 1520 y su cuerpo recibió
sepultura, por expreso deseo suyo, en el suelo de aquella capilla mayor, es decir,
sobre el corazón del Dolmen. Y aquí empieza la parte más enrevesada del asunto.
Ciento catorce años después, se demolió la capilla. La momia del obispo fue
desenterrada y trasladada, provisionalmente, a la sacristía. Cuando la nueva capilla se
terminó de construir, en 1664, el cabildo se negó a que el cuerpo del obispo se
devolviera a la primitiva sepultura, para que el santuario del Santo Rostro quedara
libre de enterramientos. Tal decisión originó un farragoso pleito que duró siglos entre
el cabildo y los familiares del obispo Suárez. Mientras se resolvía el asunto, la momia
del obispo quedó alojada provisionalmente en un mueble de esta capilla. Durante
cuatro siglos, don Alonso durmió el sueño eterno en un cajón. La cajonera, adosada al
lado izquierdo de la capilla, presentaba la siguiente inscripción:

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AQUÍ YAZE Dn. ALONSO SUÁREZ DE LA
FUENTE EL SAUZ, OBISPO
DE ESTA Sta YGLESIA
FALLECIÓ A CINCO DE NOVIEMBRE DE 1522.
SE MANDO TRASLADAR POR LOS SS. DEAN Y
CABILDO A 24 DE OCTUBRE DE 1664
EN SEDE VACANTE.

Cada año, la víspera del Día de los Difuntos, sus descendientes enviaban al
cabildo seis blandones de cera nueva. Se entendía que, si el cabildo los aceptaba, la
momia de don Alonso podría recibir sepultura en la capilla mayor. Pero el cabildo los
rechazó siempre, año tras año (Fig. 110).
Dentro del cajón, en un ataúd de lata, estaba la momia del obispo, vestida de
pontifical, con báculo de madera y las manos cruzadas sobre el pecho. Un pergamino
encerrado en una cajita daba somera noticia del difunto.
Don Alonso Suárez se hizo enterrar con un libro y con unos determinados
ornamentos. Pero libro y ornamentos se cambiaron por otros el 15 de mayo de 1876.
Los antiguos desaparecieron, así como el libro que los acompañaba. Para que no se
notara su falta pusieron en su lugar, sobre el corazón de la momia, un ejemplar de las
Odas de Horacio, que acompañaba al difunto todavía en 1958, cuando la cajonera se
abrió por deseo de doña Carmen Polo, esposa del general Franco, que quería
contemplar la momia (Fig. 111).
Un somero examen del enterramiento nos plantea una serie de interrogantes:

1. ¿Por qué tanto el epitafio exterior como el pergamino que acompaña a


la momia se empeñan en asegurar que el obispo falleció en 1522,
cuando en realidad murió dos años antes? Si sumamos
cabalísticamente la cifra 1 + 5 + 2 + 2 el resultado es 10, que se reduce
a 1, el número del Origen. La cifra verdadera, 1 + 5 + 2 + 0, hubiera
dado 8.
2. ¿Qué contenía aquel libro que acompañó a don Alonso a la tumba?
¿Quién lo tomó y qué se hizo de él?
3. ¿Eran los vestidos pontificales que amortajaban al difunto portadores
de algún mensaje secreto como el que su colaborador Martín de Ocón
hizo bordar en los que dejó en herencia a la catedral?

Es razonable suponer que una anónima mano actuó en 1876 para apropiarse de
estas vestiduras y del libro. Una anónima mano probablemente surgida del propio

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cabildo, que conocía la existencia del testamento miciático del gran obispo.
Seguramente la misma mano que por aquellos años registró los archivos de la
catedral y se adueñó de otras claves del enigma o las hizo desaparecer, como veremos
en los capítulos siguientes.
Desde que los enigmas de la catedral de Jaén comenzaron a atraer la atención
pública debido a la publicación de un libro acerca del tema en 1988, nuevas pruebas
se han destruido «casualmente»: la Virgen de la Capilla, que era negra desde la Edad
Media, es ahora blanca tras una oportuna restauración; el obispo Suárez ha recibido
por fin sepultura en el suelo de la capilla mayor y la inscripción de la cajonera que
contenía la momia, con su fecha significativamente equivocada, ha desaparecido
(Figs. 112, 113 y 114).[381]
Victorita, la sobrina nieta de J. M., se ha mudado de su pisito alquilado de la
Alfama a un apartamento con garaje en el ensanche de Lisboa y asegura que en la
mudanza se perdieron los papeles de su tío. Son tantas coincidencias que uno no
puede dejar de pensar que quizá alguna mano misteriosa se empeña en borrar las
señales que conducen a la resolución del enigma.

Un laberinto de símbolos
Don Alonso Suárez no se enfrentó en solitario a la búsqueda de la Mesa de Salomón.
Ya hemos visto que contó con la valiosa ayuda de aquellos tres colaboradores
igualmente iniciados a los que hizo retratar en su silla episcopal. Pero la nómina de
este grupo, el mejor conocido y quizá el que más claramente alcanzó el éxito al
desvelar el Conocimiento, no estaría completa si no añadiésemos otros dos nombres:
el tallista Gutierre Guierero y el protonotario papal Gutierre Doncel.
Gutierre Guierero es el tallista flamenco, natural de Amberes, que don Alonso
contrató hacia 1518 para que tallara el coro en el que proyectaba dejar su testamento
iniciático. De Guierero se ignora casi todo. Se sospecha que quizá no fuese fiel
creyente católico, aunque probablemente se trataba de un iniciado miembro de la
hermandad secreta Los Niños de Dios, tan extendida en los Países Bajos, a la que
también perteneció Arias Montano (Fig. 115). En vísperas de su muerte expresó su
deseo de recibir sepultura en la catedral, un rasgo común a los individuos del grupo
episcopal, que aspiran a enterrarse en el Dolmen. Inspirado por don Alonso, Guierero
despliega un intrincado laberinto de símbolos en sus tallas para la sillería de la
catedral, un libro de imágenes que aguarda a que alguien sepa y pueda descifrarlo.
[382]
Gutierre Guierero deja su testimonio personal en el retrato de los iniciados que él
mismo talló primorosamente en la silla episcopal. Su rúbrica consistía en dos aspas:
la de la izquierda formada por el cruce de martillo y formón; la de la derecha, por dos

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simples trazos que acotan nombre y apellido. Estas marcas aparecen en los frisos de
la mencionada silla episcopal.[383]
Es revelador que el maestro Guierero tallara un san Roque de bulto redondo para
la iglesia de Santa María de Arjona, donde la imagen se veneró hasta su destrucción
en 1936. Santa María de Arjona es la iglesia que sustituyó al santuario matriarcal
transformado en ermita de San Nicolás, la iglesia en cuya clave central los calatravos
instalaron el más soberbio ejemplar de Bafomet que conocemos, más antiguo que la
propia iglesia. ¿Por qué acepta Guierero tallar un san Roque para esa determinada
iglesia, tan a trasmano de los lugares donde habitualmente trabaja? San Roque es el
santo patrón de los iniciados en su vertiente cristiana. Durante la Edad Media, y aún
después, se veneraba como abogado de la peste. Su iconografía lo presenta en traje de
peregrino, señalándose con un dedo una llaga por encima de la rodilla izquierda y
acompañado por un perro. «El peregrino es la imagen del buscador de Conocimiento,
el que recorre el camino iniciático en pos del saber que irá descubriendo a través de
las distintas etapas».[384]
En san Roque concurren la prisión del héroe solar y la cojera ritual del Rey
Sagrado. Su fiesta se celebra el 16 de agosto, al día siguiente de la Asunción de la
Virgen. Recordemos que los días de la Diosa Madre eran el 15 de agosto y el 8 de
septiembre, ocaso y orto helíaco, respectivamente, de la estrella Spica, la Asunción
de la Virgen en el calendario cristiano. La celebración del día del santo tras la fiesta
de la Virgen indica que san Roque es el peregrino que sigue a la Diosa Madre, el que
recorre sus santuarios.
San Roque es el santo templario por excelencia junto con san Juan y san
Bartolomé. Nació con dos reveladores antojos sobre la piel: una cruz roja en el pecho
y otra sobre el hombro izquierdo (como los templarios sobre el hábito).
El escultor Gutierre Guierero realizó en 1528 una serie de retratos en las zapatas
que sostienen los techos en la Santa Capilla de San Andrés. Guierero talló rostros
angustiados y cargados de símbolos: una barba entrelazada en forma de ocho,
híbridos de hombre y animal dotados de un hocico repugnante, locos… (Figs. 116,
117, 118 y 119).
La Santa Capilla es una fundación de Gutierre Doncel, otra figura enigmática del
grupo, ligada al santuario. Estudió en la escuela de la catedral y, tras ordenarse
sacerdote, marchó a Roma coincidiendo con la llegada a Jaén de don Alonso Suárez.
Los motivos de este viaje son confusos. Pudo acudir al Jubileo Santo, o en busca de
gracias pontificias para la capilla consagrada a la Virgen que proyectaba fundar, pero
ninguna de estas razones justifica que Gutierre Doncel se afincase en Roma por el
resto de sus días.[385]
La carrera de Gutierre Doncel es fulminante. Un humilde clérigo español, sin
valedor ni padrino conocido, escala, en muy pocos años, los primeros puestos de la

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jerarquía vaticana y asciende a tesorero, capellán y protonotario del Pontífice. Por
muchos que fueran los méritos de Gutierre Doncel, en Roma sólo se podía ascender
tan meteóricamente si se procedía de una familia ilustre. Sin embargo, él «llegó de la
categoría infusa de expectante a tesorero del Papa y protonotario apostólico de la
curia romana».[386]
En 1503, a poco de su llegada a Roma, alcanza del papa Julio II un puesto de
racionero en la catedral de Jaén que traspasa, cuatro años más tarde, al secretario del
obispo Suárez. En 1508 el Pontífice le concede el priorato de San Andrés de Jaén,
uno de los menos relevantes de la ciudad. ¿Por qué ése precisamente? ¿Quizá porque
aquel edificio ocupaba el solar de la antigua sinagoga, el lugar donde Hasday Ben
Chaprut, un lejano iniciado, había transmitido los conocimientos que ahora heredaba
Gutierre Doncel? ¿Escogió el lugar por otro motivo? ¿Tuvo en la época dolménica
algún significado especial?
Ser racionero o prior en su lejana ciudad provinciana no eran más que migajas
caídas de la mesa del Pontífice. Gutierre Doncel estaba llamado a más altas
responsabilidades. A los trece años de estancia en la ciudad del Tíber seguía siendo
uno más entre los miles de clérigos que rumiaban pacientemente sus ambiciones por
los palacios vaticanos. Hasta que, de pronto, en 1513, el nuevo papa, León X, lo
nombra su tesorero, capellán y protonotario. ¿Qué motivos impulsaron al Pontífice
para acumular tan altos cargos sobre un perfecto desconocido?
Súbito ascenso seguido de repentina riqueza. El caso es similar al del condestable
Iranzo. Al poco tiempo, Gutierre Doncel derrochaba una fortuna en obras pías sin
dejar de vivir austeramente aunque lo rodease el lujo de la corte papal.
Ya estaba Gutierre Doncel donde pretendía. Por fin pudo entregarse a la obra de
su vida, al proyecto que acariciaba desde que llegó a la ciudad pontificia: la Santa
Capilla de San Andrés, «la obra en la que he gastado toda mi vida».[387]
Gutierre Doncel menosprecia sus actividades como alto oficial de la corte
romana. Lo realmente importante de su vida es la fundación de una modesta capilla
en una modesta iglesia de una modesta ciudad española. Evidentemente, Gutierre
Doncel quiere indicarnos que la Santa Capilla es distinta a lo que parece, que aquel
edificio y las obras de arte que contiene son más de lo que aparentan.
La Santa Capilla debe ser, por su expreso deseo, «lugar de peregrinación».
Gutierre Doncel envía cajones de tierra procedente de las catacumbas de santa María
del Camposanto, de san Sebastián, san Gregorio y santa Potenciana, para que se
esparza en las bóvedas y sepulturas de la capilla. ¿Llegó alguna otra cosa de Roma
además de la tierra, en aquellos voluminosos cajones?
En 1527 las tropas de Carlos V asaltan y saquean Roma. El condestable de
Borbón, jefe de las tropas invasoras, había ordenado apresar a Gutierre Doncel y
conducirlo a su presencia. Pero el condestable de Borbón murió en el asalto y los

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lansquenetes a los que había encomendado la captura del tesorero papal pensaron que
Gutierre Doncel conocía el escondite de los fabulosos tesoros del Vaticano. Lo
torturaron suspendiéndolo de los testículos para obligarlo a revelar el paradero del
tesoro, pero Gutierre Doncel expiró sin traicionar sus secretos.
Los decepcionados lansquenetes que lo asesinaron nunca llegaron a sospechar
que los tesoros que custodiaba Gutierre Doncel no estaban encerrados en ocultos
cofres sepultados en el subsuelo de Roma sino a dos mil kilómetros de allí, bien a la
vista. El tesoro de Gutierre Doncel era aquella Santa Capilla de Jaén, la obsesión de
su vida.
Aún hoy la Santa Capilla es un lugar misterioso, uno de esos edificios cuya
contemplación nos sobrecoge sin que sepamos a qué se debe la instintiva devoción
que inspira (Fig. 120). Y no somos los únicos en percibir las claves que sugieren el
misterio. «Es una fachada desconcertante —señala un autor—: sus sillares tienen la
pátina dorada y refulgente de los años. ¿Por qué el escudo de las Cinco Llagas? ¿Por
qué ese otro con los símbolos de la Pasión? ¿De dónde esas columnas empotradas
con fustes de hojarasca? ¿Vinieron de otro edificio demolido? Todo eso choca con el
relieve inmaculista del abrazo de san Joaquín y santa Ana ante la Puerta Áurea de
Jerusalén».[388] (Fig. 121).
Acerquémonos a la Santa Capilla.
No es fácil encontrarla en el dédalo de callejuelas del barrio medieval. Pasa tan
desapercibida que la mayoría de los habitantes de la ciudad ignora su existencia.
Pero, por otra parte, el edificio es un libro abierto para el que llegándose a él sepa
leerlo. Han transcurrido casi cinco siglos desde su fundación. Desde entonces,
inevitablemente, este libro de Gutierre Doncel ha perdido muchas páginas a pesar de
las precauciones del fundador.
¿Qué precauciones? Gutierre Doncel insistió en que las pinturas de la capilla se
conservasen inalteradas. «Y porque yo hice pintar muchas imágenes las cuales se
gastan y mancillan con el humo de la cera que se quema, ordeno que dentro de la
capilla no arda más cera que la que se pone en los altares para decir misa».
Desgraciadamente, estas pinturas han desaparecido, pero, con todo, la Santa Capilla
todavía conserva claves que permiten adivinar las intenciones de su fundador.
En la Santa Capilla trabajaron arquitectos, escultores, tallistas, rejeros y pintores.
Las instrucciones del fundador son tan estrictas que todas las obras transmiten
idéntico mensaje, incluso después del tiempo transcurrido. El encuentro de san
Joaquín y santa Ana ante la Puerta Áurea de Jerusalén que preside la fachada se repite
en la reja de la capilla principal, obra del famoso maestro Bartolomé (Fig. 122). ¿Por
qué ese empeño en esa escena particular? Santa Ana, madre de la Virgen, es la Virgen
primordial que enlaza con la tradición precristiana del santuario de Jaén. Santa Ana
representa a la estirpe de David, al rey de Israel; san Joaquín, por su parte, representa

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a la estirpe sacerdotal de Aarón. Las dos estirpes, sagrada y real, se encuentran ante la
Puerta de Oro, la Puerta Áurea de Jerusalén que alude al tesoro del Conocimiento
transmitido por la Mesa de Salomón. Desde la Antigüedad, la Puerta significa la
muerte, la real y la figurada, que es la iniciación en los misterios. Incluso se ha
afirmado que la primitiva religión mediterránea es la de la puerta, el paso al más allá,
al mundo de ultratumba, pero también la comunicación entre esas dos dimensiones, la
herencia iniciática que rescata de la muerte y amplía la vida a través de la Sabiduría.
¿Es eso lo que nos transmite la Puerta Áurea de Jerusalén, la Puerta de Oro de la
ciudad en la que los templarios sitúan la Piedra Primordial y el Eje del Mundo?
En la reja del maestro Bartolomé observamos una serie de figurillas femeninas,
aparentemente decorativas, que sostienen sendas cartelas en forma de 8 (Fig. 123).
Recordemos que una de las cabezas talladas para las zapatas del apeadero, obra
de Guierero, luce una insólita barba en forma de 8 (véase Fig. 116, p. 313). La misma
lectura esotérica aparece una y otra vez en los distintos materiales.
En la parte superior de la reja del maestro Bartolomé vemos el árbol de Jessé, o
árbol genealógico de la Virgen, del que parten doce generaciones, seis a cada lado,
mientras Jacob duerme recostado a su pie, con la cabeza apoyada sobre la piedra
betel, o casa de Dios, una piedra significativamente negra (Fig. 124). Cada figura
compone un rosetón del simbólico árbol.[389] El mensaje está claro. Abajo está la
piedra sobre la que se asienta la cabeza de David, el fundador del Templo —no
olvidemos que Salomón edificó el Templo en el espacio que Jacob había comprado a
tal efecto, donde estaba el betel, la piedra que le confirió la visión de la escala entre la
tierra y el cielo—. Y arriba, encima de todo, la Virgen, la Madre Primordial, la
versión cristiana de la Diosa Madre.
La piedra de fundamento vuelve a aparecer en el relieve del apeadero o portal que
da acceso a la Santa Capilla, en una imagen de la Virgen rodeada de una serie de
lemas y alegorías. Una de ellas, la que lleva la cartela POSUITe, representa una fuente
con una esfera de piedra de la que manan tres chorros de agua. Nuevamente, el eterno
tema del Dolmen Sagrado.
Otra de las cartelas: SPECVLUM Iustitiae (Espejo de justicia), debería acompañar a
la representación de un espejo, pero en su lugar vemos un cuerpo cóncavo inserto en
una estrella de nueve puntas. Nuevamente, la esfera de piedra y el número nueve,
múltiplo de la Diosa Madre.
La pieza más importante de la Santa Capilla fue el retablo del altar mayor,
pintado y tallado por Juan de Borgoña y Gutierre Guierero, que era «objeto de
censuras e indevoción del pueblo»[390], quizá la página más interesante y reveladora
de este compendio de compleja simbología que es la Santa Capilla. Inevitablemente,
atrajo las iras de los sacerdotes. En vida del fundador nadie se hubiese atrevido a
poner la mano en aquella obra, pero siglo y medio después (1698) aquellas figuras

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sólo provocaban la «indevoción del pueblo», por lo que el retablo se sustituyó por
otro más convencional.[391] De la obra primitiva sólo se salvó una Virgen enviada
desde Roma por el fundador, que siguió resultando «inadecuada», hasta que la
sustituyeron por otra en 1735. ¿Inadecuada por qué? ¿Inadecuada para quién?
Preguntas sin respuesta. La imagen nueva conservaba algún rasgo de la antigua: una
monumental peana con tres rostros tallados: nuevamente, la piedra esférica y la
Trinidad.

Los relieves de Valparaíso


De la catedral iniciática del obispo Suárez, sólo se conserva el muro que cerraba la
capilla mayor, el habitáculo de las Vírgenes Negras, establecido sobre el Dolmen
Sagrado. Este muro tiene, dentro del conjunto del edificio, una especial significación
(Fig. 126).
Sin embargo, su conservación hasta nuestros días parece obra del azar. Los que
demolieron el resto de la obra del obispo Suárez pensaron que este muro era lo
suficientemente sólido como para servir de cimiento a la nueva catedral renacentista
y, por consiguiente, lo respetaron. Al menos, ésa es la explicación oficial, pero la
verdadera razón de que ese muro se haya conservado pudo muy bien ser distinta.
El arquitecto de la nueva catedral, Andrés de Vandelvira, era un iniciado que
figura en la lista de los buscadores de la Cava. Quizá él veló por la conservación de
este extraño añadido gótico al templo de estilo grecorromano que le habían
encomendado.
Es un muro liso, sin ventanas ni puertas, de treinta y cinco metros de largo por
unos ocho de alto, con seis contrafuertes repartidos a intervalos regulares. La severa
sillería se remata con una moldura profusamente decorada en relieve a unos cinco
metros del suelo. Sobre la moldura se reanuda la sillería, plana y sin incidentes.
La moldura ¿es sólo un adorno?
Se encuentra a una altura suficiente para que se pueda observar en sus detalles a
simple vista, pero, al propio tiempo, lo suficientemente alta como para preservarla del
deterioro de la calle.
El constructor quiso que estuviese bien a la vista de los viandantes, pero no a su
alcance. Para alcanzar los relieves hace falta una escalera.
Si la moldura fuera un simple adorno, probablemente su decoración se repetiría
regularmente. Algunos motivos se reiteran, pero sin obedecer a un esquema regular.
La moldura es un mensaje cifrado en el que se repiten los mismos iconos, es decir, las
mismas letras del alfabeto, cuyo número es limitado; pero las palabras que estas letras
forman en sus combinaciones son mucho más variadas. Por lo tanto, puede tratarse de
un mensaje que no utiliza letras sino símbolos, una especie de jeroglífico. Símbolos

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combinados para formar palabras, palabras que reflejan ideas, la revelación de un
mensaje secreto reservado para el que sepa leerlo.
Se podría argumentar que si se pretendía transmitir un mensaje, pudieron utilizar
letras. De hecho, a principios del siglo XVI, cuando se hizo esta moldura, perduraba la
moda gótica de adornar edificios con cenefas escritas. Pero no. El obispo Suárez
prefirió usar símbolos en lugar de letras. Evitó que su mensaje fuese accesible a
cualquiera que supiese leer. Lo que él quería transmitir era un texto cifrado, al
alcance sólo de los iniciados (Figs. 127, 128 y 129).
¿Qué transmitió el obispo Suárez en esta obra enigmática?
Los seis contrafuertes del muro dividen la moldura en cinco paneles largos y
dieciséis paneles cortos.
La cenefa se divide a su vez en tres partes: las dos molduras cilíndricas y la cinta
intermedia que las molduras enmarcan. La moldura superior es lisa; la inferior forma
una guirnalda trenzada con ramas de olivo hojas de palmera y granadas y atada a
intervalos por un cinto de cuero con su hebilla. La cenefa intermedia contiene
motivos decorativos góticos, rematados en florones, todo primorosamente labrado en
la piedra.
Cada uno de estos elementos presenta, a uno y otro lado, motivos decorativos
realistas: conchas de Santiago o vieiras, flores de lis, rosas, flores de diversos tipos,
en alguna ocasión agrupadas en ramilletes de a tres, cabezas humanas…
En el florón superior también encontramos hojas de cardo, tan familiares a los
arquitectos góticos, hojas de acanto, vegetales fantásticos, granadas, dragones, figuras
humanas en extrañas posturas, a veces abrazadas a coronas vegetales, cabezas de
monstruos… incluso una extraña planta que da uvas o algo similar pero forma con
sus hojas o sarmientos un Nudo de Salomón. También se observan parejas de
animales parecidos al cerdo.
En la base de algunos florones aparece el motivo de las tres esferas de piedra,
pero en otros este número aumenta, siempre en grupos numéricamente significativos
(Fig. 130).
En la moldura inferior figura a veces el Nudo de Salomón en el entrelazo de los
tallos de la granada. En un tramo se interrumpe bruscamente el decorado de palmas y
granadas para dejar paso, sin solución de continuidad, como si se tratara de una obra
distinta, al espinoso cardo.
En total, son ochenta y dos elementos decorativos de inspiración arquitectónica
que, si deducimos los que no alcanzan total desarrollo en altura, se reducen a 77, es
decir, a 72 más 5. Cada uno de estos elementos tiene un valor distinto por su propia y
diferenciadora decoración y por su relación con los elementos del entorno, un
mensaje cifrado que usa iconos en lugar de letras.
Este mensaje debe leerse de derecha a izquierda, como los textos cabalísticos

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hebreos.

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Fig. 110. La sepultura provisional del obispo Suárez en una cajonera de la
capilla mayor de la catedral de Jaén. J. Galán Rosa, 1975.

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Fig. 111. La momia del obispo Suárez tal como apareció cuando doña
Carmen Polo, esposa del general Franco, se la hizo mostrar en 1968.
Ortega, 1968.

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Fig. 112. La Virgen de la Fig. 113. La Virgen de la Capilla
Capilla. Obsérvese la doble cuando era negra (postal hacia
peana 1950).

Fig. 114. La Virgen de la Capilla, Fig. 115. Autorretrato del


blanqueada, tras su restauración tallista Guierero, colaborador
(hacia 1990). del obispo Suárez.

Figs. 116 a 119. Tallas de Guierero, en las zapatas de la Santa Capilla de


Jaén. J. Galán Rosa, 1975.

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Fig. 120. La Santa Capilla de San Andrés, con la capilla miciática
octogonal (a la izquierda de la fotografía). J. Galán Rosa, 1975.

Fig. 121. Fachada principal de la Santa Capilla de San Andrés, con el


relieve que representa el abrazo de Joaquín y Ana ante la Puerta Áurea de
Jerusalén. J. Galán Rosa, 1975

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Fig. 122. Motivo central de la reja de la Santa Capilla de San Andrés.
Nuevamente, el encuentro de Ana y Joaquín ante la Puerta Áurea: un
simbolismo miciático. J. Galán Rosa, 1975.

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Fig. 123. La Virgen que sostiene el ocho en la reja de la Santa Capilla. J.
Galán Rosa, 1975.

Fig. 124. Jacob sueña con la cabeza apoyada en el betel o Piedra Negra.
De su costado brota el árbol genealógico de la Virgen, la sucesión de la
sang real de la casa de David. J. Galán Rosa, 1975.

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Fig. 125. Talla mañana Tota Pulcra de la Santa Capilla, en la que se repiten
los temas de la piedra esférica y la fuente sagrada. J. Galán Rosa, 1975.

Fig. 126. El muro de la catedral con la moldura del obispo Suárez. J. M.


Pedrosa, 2004.

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Figs. 127 y 128. Flores de lis, rosas, dragones y granadas: un mensaje
esotérico del obispo Suárez en la moldura gótica de la catedral. J. Galán
Rosa, 1975.

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Figs. 129 y 130. Las tres esferas como elemento decorativo del muro del
obispo Suárez. J. Galán Rosa, 1975.

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24
El bafomet

E n la esquina del primer contrafuerte, entre los dos primeros paneles, sentado
sobre la moldura superior de la cenefa, hay un hombrecillo vestido a la usanza
del siglo XV y tocado con un turbante que se anuda reproduciendo el esquema
tripartito del Nudo de Salomón. Tiene la cara redonda y fea, la mirada curiosa e
incisiva, algo desviada hacia la izquierda, la boca enorme y firmemente cerrada, con
algo de sapo, los labios apretados. Está sentado en el suelo a usanza oriental, las
piernas retraídas y los pies juntos por las plantas. Los codos descansan sobre las
rodillas y se agarra los tobillos con las manos. La izquierda tiene el dedo índice
montado sobre el corazón (Fig. 131).
Todos estos detalles escultóricos deben de ser significativos, porque aparecen
minuciosamente descritos en los papeles de Joyce Mann bajo el epígrafe: «Bafomet
de la catedral».
El Bafomet se menciona repetidamente en los procesos contra el Temple. Según
los inquisidores, los templarios adoraban a un ídolo al que llamaban Bafomet. No
queda claro si se trataba de un monstruo deforme, de un busto humano o de un ser
andrógino.
El Bafomet de los Templarios es la plasmación simbólica de un ente abstracto de
la Cábala, la Pequeña Figura. En el capítulo dedicado a Ben Chaprut se citaron los
textos cabalísticos que aludían a esta Pequeña Figura representativa de lo visible o
externo de la Cabeza del Anciano o Dios Primordial.
Después de mi indagación sobre Joyce Mann, me reuní con Mr. Mortimer
Thomson en su despacho del All Souls College y le mostré las fotocopias de algunas
fichas de la investigadora.
—La señora Mann hizo bien su trabajo —comentó—, aunque tuvo ciertas
dificultades dado que se trataba de una mujer físicamente especiosa, y los españoles,
en los años cuarenta, además de mal comidos, estaban muy reprimidos y no
concebían que una mujer viajara sola sin ser puta.[392]
Mr. Mortimer Thomson tenía una tendencia a divagar que yo achacaba a su
avanzada edad, aunque en sucesivas conversaciones fui descubriendo que en realidad
sentía hacia Joyce Mann una mezcla de envidia y admiración. Ella, mujer, se había
arriesgado a realizar su trabajo de campo en condiciones a veces penosas, mientras
sus compañeros se quedaban en casa, sin salir de Oxford, dedicados a labores de
gabinete.
Mr. Mortimer Thomson recordaba perfectamente el asunto de los Bafomets de

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Joyce. La intrépida arqueóloga había recorrido los lugares templarios de España en
busca de Bafomets y había informado sobre los que le parecieron más interesantes.
—Era un asunto secundario desde el punto de vista académico —observó Mr.
Mortimer Thomson—, pero no carecía de interés, dado que en Francia se conservan
escasos Bafomets porque los sicarios del rey Felipe los destruyeron sistemáticamente.
En España, por el contrario, los templarios no sufrieron persecución y sus símbolos se
respetaron.
Mr. Mortimer Thomson me suministró una fotocopia de la lista de Joyce Mann.
A mi regreso a España recorrí los lugares que aparecían en el itinerario de Joyce
Mann. Los templarios y sus sucesores calatravos solían emplazar el Bafomet en la
piedra clave del arco de entrada a sus iglesias, un lugar lógico si se piensa que en el
arco apuntado la clave es la que sostiene el empuje del resto, y que el arco de entrada
es el que acota y enmarca, para el devoto y para el iniciado, el lugar sagrado situado
en el altar mayor o en sus aledaños. El Bafomet de la mayor encomienda templaria de
la Península, el de Fregenal de la Sierra, en Badajoz, tiene la forma de un rostro de
anciano feo, toscamente tallado con una barba poblada y partida, peinada a surcos a
uno y otro lado de la cara (Fig. 132). Algo parecido sucede con el de la iglesia
templaria de la Veracruz, a las afueras de Segovia (Fig. 133). El de Arjona, en la
iglesia de Santa María, presenta la misma barba partida, pero en este caso la cabeza
se apoya en dos extrañas proyecciones que no supe interpretar hasta que visité la
capilla templaria de San Bartolomé, en el río Lobos (Fig. 134).
En realidad, había acudido allí en busca de los buitres, como dije. El río Lobos, en
Soria, hace un recodo y se encaja en una hoz que discurre entre escarpes inaccesibles
en los que anida una nutrida colonia de buitres. Es un placer tenderse en la hierba, a
la sombra de los muros románicos, y contemplar, al otro lado del río, el vuelo del
buitre, las hembras enseñando a las crías con solicitud maternal y los machos de
pescuezo deshilachado ojeando a las hembras e intentando emparejarse con ellas.
Difundir la especie para cumplir el mandato evangélico.
Incluso las personas, criaturas de la naturaleza al fin y al cabo, no somos ajenas a
esa propensión natural a difundir la especie.[393]
Un lugar interesante el cañón del río Lobos. Aparqué el todoterreno a un par de
kilómetros de distancia, pasado el pequeño camping, y seguí la senda marcada
paralela al río, entre la arboleda, el mismo camino por el que los caballeros
templarios de la vecina encomienda de Ucero acudían de mañana a cumplir sus ritos
y rezos al santuario.
El santuario es una pequeña iglesia consagrada a san Bartolomé, una de las
devociones de los templarios. A san Bartolomé lo despellejaron sus torturadores, por
eso se representa viejo, con su propia piel en la mano. Para el Temple equivale a la
simbólica serpiente que se desprende de su piel y se renueva. Renovación: morir para

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vivir, renacer a una vida superior, el objetivo de toda Iniciación.
Cuando llegué a la iglesia era todavía temprano y estaba cerrada. Crucé el
puentecillo de madera y penetré en el antiguo santuario pagano, el que los templarios
remozaron al construir su iglesia.
El santuario ancestral del río Lobos es una hendidura vertical en la roca que
semeja un sexo femenino. Dentro, el parecido se acentúa, puesto que la única y ancha
galería penetra como una vagina en suave cuesta en el interior de la montaña (Figs.
135 y 136).
La vagina de la tierra. Cerca de la entrada hay una roca prominente, un altar
natural. En el fondo, un pequeño espacio más reservado pudo ser el sanctasanctórum.
Los visitantes de aquel santuario bien podrían pensar que regresaban a la tierra y
volvían a nacer de ella. Las piedras representativas de la diosa madre desaparecieron.
Quizá se encuentren en el subsuelo de la vecina iglesia templaria.
Me tumbé en la hierba hasta que apareció el guarda. Lo acompañaba un
matrimonio, Juan Sol y Gloria, que deseaban visitar el templo.
—¿Se interesa por la arquitectura? —me preguntó Juan.
—Bueno, en realidad, busco un rostro esculpido en algún capitel. Un amigo me
ha hablado de él.
—¿El Bafomet? —preguntó Juan con una sonrisa.
—¿Sabe lo del Bafomet?
—¡Sí, hombre! Ahí lo tiene usted —dijo señalándomelo.
El Bafomet se repetía en varios capiteles: un rostro de hombre con grandes orejas
(símbolo del discípulo que escucha al Maestro) sobre una pareja de proyecciones
verticales similares a la del Bafomet de Arjona (Fig. 137).
—¿Y esos alargamientos debajo de la barba? —pregunté.
—Ésos son los tabotat que acompañan a ciertos Bafomet, no a todos: los tabotat,
que suelen darse en parejas (singular tabot), son representaciones de las tablas de la
ley que Moisés depositó en el Arca de la Alianza. Como se sabe, se supone que el
Arca está en el santuario rupestre de Lalibela, en Etiopía. Nadie puede verla, pero en
muchas iglesias etíopes hay copias de sus tabotat que se utilizan en las ceremonias.
Juan Sol me señaló otros detalles que suelen pasar desapercibidos: los graffitis
con ocho radios, representación del octógono, similares a los que grabaron los
templarios encerrados en las mazmorras del castillo de Chinon; la losa con la cruz
patada en la que algunos visitantes iniciados posan los pies desnudos…
Los Bafomets templarios me remitieron, como cerezas prendidas, a la veneración
templaria de cráneos santos. En la mezquita de Damasco se venera un relicario con la
calavera de san Juan Bautista, la figura más característica del santoral templario (Fig.
138).
En el santuario de los Santos de Arjona, en una urna de cristal, se venera la

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calavera de uno de los dos patronos, Bonoso o Maximiano (Fig. 139).
La calavera de san Eufrasio, uno de los varones apostólicos, en Andújar, se
guardaba en un relicario de plata que durante un tiempo se exhibió en el museo de la
catedral de Jaén y ahora han retirado del público (Fig. 140). (Recordé la fundación
templaria del santuario de la Virgen de la Cabeza de Andújar).
En el santuario de San Frutos en las hoces del Duratón, Segovia, se veneraban las
calaveras de los santos Valentín y Engracia, decapitados por los moros y arrojadas a
la fuente de El Caballar, desde entonces conocida como Fuente Santa. En tiempo de
sequía era tradicional mojar en el agua de la fuente las calaveras de los santos para
impetrar lluvia.[394]
Finalmente, en la abadía de Mons se venera la calavera del rey san Dagoberto II,
(651-679) el último rey merovingio descendiente de la sang real de Jesucristo,
asesinado ritualmente de una lanzada en el ojo mientras dormía (Fig. 141).
Recordemos el interés de los templarios por la sang real.
A mi regreso a Londres estudié algunos tabotat del Legado Etnográfico Hackney,
en el Museo Británico. De cerca no impresionan: unos renegridos listones de madera
o de piedra, de sección triangular o trapezoidal, largos y anchos como un antebrazo
(¿quizá el codo sagrado?), con una serie de ideogramas e inscripciones en ge’ez, la
lengua litúrgica de Etiopía. Según la ficha que Margaret me facilitó, procedían de la
expedición de Napier a Magdala, en 1867.
Los Bafomets templarios del río Lobos y el de Arjona se asientan sobre tabotat
representativos del contenido del Arca de la Alianza.
El Bafomet de Jaén es una figurilla casi renacentista desprovista de la rigidez de
sus colegas medievales, pero su mensaje es el mismo: asentado sobre una esquina del
templo, la parte arquitectónicamente más débil, dominando los dos planos, preside la
moldura gótica del obispo Suárez y comunica su mensaje intemporal: esto que sigue
es la palabra de Dios Primordial emanada de la Pequeña Figura, o sea, de su
figuración física, éste es su secreto. Pero al propio tiempo, la Pequeña Figura tiene la
boca ostensiblemente cerrada y apretada para indicar su vocación de secreto y la
obligación de guardarlo que la Sabiduría impone a los iniciados.
En cualquier caso, representa «el principio de unidad trascendente frente a la
apariencia dualista».[395]
La tradición popular desprecia esas complejidades y sostiene que aquella figura
de aspecto entre risible y desagradable representa a Mahoma. Para justificar esa
atribución se dice que antiguamente tenía el rostro pintado de negro, lo que motivó
que se conociera popularmente como «la mona».[396]
En Jaén, «la mona» inspiraba un temor reverencial, especialmente desde que un
mozo que le rompió la nariz con una piedra enloqueció y murió. La calle Valparaíso,
poco más que humilde callejón, por el que discurre la moldura gótica, se conoce

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popularmente como «callejón de la mona». Los paganos llamaban a Cristo kixmi (es
decir, mono).
Enfrente del Bafomet, en el rincón que forma el contrafuerte vecino, una gárgola
representa a un dragón con cabeza de serpiente, alas de murciélago replegadas y
garras de águila, la mítica serpiente de la Malena según la iconografía catedralicia
(Fig. 142).
Casi todos los sillares que componen el muro del obispo Suárez ostentan marcas
de cantero. Cada cantero o equipo de canteros poseía una señal o firma que esculpía
sobre una de las caras del sillar cuando terminaba de cantearlo. Para algunos, estas
señales tienen una explicación práctica: servían para cobrar lo trabajado al final de la
jornada o para justificar la excelencia del trabajo frente al pagador.
Una explicación absurda. Si fuera así, el arquitecto procuraría que tales señales
quedaran en la parte oculta de la obra y no en su cara externa, a la vista de todo el
mundo. Las marcas de cantero en la cara externa del sillar son la firma del creyente
que está levantando, con el esfuerzo de sus manos, una obra espiritual.
Las marcas representan al gremio o grupo del cantero. En el muro del obispo
Suárez debieron de trabajar, como se deduce del examen de estas marcas, dos equipos
sucesivos. El primero, que levantó los cimientos y las primeras dos o tres hiladas,
podría corresponder al pontificado del obispo Osorio. A esta parte pertenecen las
siguientes:

Parecen versiones muy estilizadas de la flecha que brota de la esfera, de la cabeza


de toro y de un aparato de nivelar basado en un objeto que flota sobre el agua.
El equipo siguiente, más numeroso, convocado por el obispo Suárez, constaba de,
al menos, catorce canteros. Uno de ellos usaba la marca de la cabeza de toro, ya
empleada en el período anterior. Quizá era la misma persona, convocada de nuevo
después de unos años.

Aparte de los canteros, en la época del obispo Suárez trabajaron en la moldura


gótica algunos escultores, quizá Enrique Egas, que fue visitador y tasador de la obra.
En los signos de cantero de la segunda etapa volvemos a encontrar elementos

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familiares: la flecha, el compás (que traza circunferencias, símbolo del agua desde los
tiempos más remotos), la cabeza de toro más o menos esquemática, y dos letras: la
tau y la i.
La i en su forma gótica coetánea de la obra podría tratarse simplemente de una
inicial, quizá la del condestable Iranzo, un iniciado mártir de los secretos del Dolmen
Sagrado, asesinado pocos años antes, precisamente sobre el espacio central del propio
dolmen. También podría ser la inicial de Isis, uno de los nombres de la Diosa Madre.
(Figs. 143, 144, 145 y 146).

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Fig. 131. Bafomet del obispo Suárez. V. M. Aspas Jiménez, 2004.

Fig. 132. Bafomet de la iglesia templaria de Fregenal de la Sierra


(Badajoz). J. Sol, 2002.

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Fig. 133. Bafomet de la Fig. 134. Bafomet de la iglesia de
iglesia de la Veracruz Santa María de Arjona (Jaén). J.
(Segovia). J. Sol, 2002. Sol, 2002.

Fig. 135. El
Fig. 136. La ermita templaria de San
santuario ancestral
Bartolomé, desde el interior del santuario
del río Lobos. J. Sol,
del río Lobos. J. Sol, 2001.
2001.

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Fig. 137. El Bafomet de la Fig. 138. Relicario que contiene
ermita de San Bartolomé, con la calavera de san Juan Bautista.
los tabotat. J. Sol, 2001. Mezquita de Damasco.

Fig. 139. Calavera de san Bonoso Fig. 140. Calavera de S.


o san Maximiano en el santuario Eufrasio que se exhibía en el
de los Santos de Arjona. N. museo de la catedral de Jaén.
Wilcox, 2001. N. Wilcox, 1988.

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Fig. 141. Calavera del rey Fig. 142. La serpiente o dragón
Dagoberto II en su relicario de en la gárgola de la catedral del
plata de la abadía de Mons. obispo Suárez. J. Sol, 2003

Figs. 143 y 144. Marcas de cantero en el muro del obispo Suárez. J. Galán
Rosa, 1975.

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Figs. 145 y 146. Marcas de cantero en el muro del obispo Suárez.
Obsérvese la tau templaria. J. Galán Rosa, 1975.

Fig. 147. La catedral de Jaén, hacia 1950.

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25
Los templos del santuario

A l Dolmen Sagrado le sucedieron el templo pagano, la iglesia visigoda, la


mezquita y, finalmente, la catedral. Algunas guías de turismo la denominan
«la bella desconocida». Jaén tiende a pasar desapercibida entre destinos turísticos tan
famosos como Granada, Córdoba y Sevilla. Pero, aunque la ciudad no tuviera otros
monumentos, que los tiene, su catedral bien vale una visita (Fig. 147).
Un estudioso la considera «lo más armónico del renacimiento andaluz, y en cierta
medida del renacimiento español, y un punto de referencia obligado para las grandes
catedrales que se construirán en el Nuevo Mundo».[397]
Detrás de la armonía y serenidad del templo renacentista se esconde un complejo
proceso constructivo denso en personas y acontecimientos, un pasado que se nos
revela, aunque sea de modo incompleto, porque perdura en las piedras o en los
polvorientos legajos. Un ilustre visitante del siglo XVIII, don Antonio Ponz, lo
percibió: «El todo es grandiosísimo y causa un efecto terrible».[398]
El visitante casual quizá no perciba este efecto terrible en la sublime arquitectura.
Descubrir el sentido profundo de las cosas, el que subyace bajo las apariencias,
requiere tiempo y esfuerzo.
Como ya comenté, los egipcios, herederos de la gran tradición de Occidente,
pensaban que debajo de las pirámides que construían se formaba otra invertida,
invisible, subterránea, que completaba las funciones de la aparente.[399] También,
como vimos en su momento, el Templo de Salomón tenía su contrapartida
subterránea, y una de las dos míticas columnas, Jakim y Boaz, que flanqueaban la
entrada, era soterrada, por más que la apariencia exterior atestiguase lo contrario.
A la catedral exterior corresponde la catedral subterránea del dolmen. El
monumento renacentista es el pedestal trucado del verdadero templo, el Dolmen
Sagrado, que palpita en el subsuelo perpetuamente recorrido por su corriente telúrica.
La Tabla de Esmeralda, el texto cabalístico atribuido a Salomón, comienza: «Lo
que está arriba es como lo que está abajo y lo que está abajo es como lo que está
arriba…».
El templo subterráneo de la Diosa Madre que está abajo se prolonga en el templo
cristiano de arriba.
En la catedral, tal como hoy la vemos, se han alterado muchos elementos
simbólicos, pero quedan otros que captan la atención del que sepa leerlos. Los
sacerdotes encañaron las fuentes sagradas para alejarlas del santuario. No dejaron
más agua que la que contienen las pilas de agua bendita. Pero un fiel devoto de la

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Diosa Madre se las ingenia, en 1780, para dejar su mensaje en estos sustitutos del
manantial iniciático. Cada pila del agua bendita de la catedral está presidida por una
lápida de mármol blanco sobre la que han tallado una cruz con un travesaño superior
y otro inferior. Es decir, la cruz de arriba se prolonga en la cruz de abajo, como
reflejada en un espejo. El jeroglífico está claro: el templo de arriba se prolonga en el
de abajo; lo que está arriba es como lo que está abajo. Son dos cruces idénticas que
comparten el travesaño vertical. Cada brazo de las cruces remata en un adorno
romboidal que contiene tres incisiones circulares. El tres, número de las Diosas
Madre del santuario dolménico. Tres veces repetido porque cada una de ellas
contiene su propia trinidad (Fig. 148).
La primera vez que reparé en ellas me parecieron significativas. Me quedé
pensando: ¿dónde había visto yo una cruz similar? Repasé mentalmente las iglesias y
catedrales que conozco, que son muchas, dado que hace unos años realicé un
documental sobre aves urbanas y ello me llevó a visitar las cubiertas de los templos
en los que anida esta interesante fauna.
Pasé una noche de sueños inquietos, el viento de Jaén soplando, como sólo él
sabe hacerlo, en los intersticios de la ventana en mi habitación del hotel. De
madrugada, con la luz indecisa del amanecer filtrándose por los visillos, me asaltó,
como un relámpago, la imagen de la cruz que estaba buscando: la había visto un par
de años antes en la catedral de Toledo.
A los británicos nos gusta mucho Toledo, y no digamos a los americanos. Decidí
emprender una excursión a la imperial ciudad, la de las tres culturas, el centro de la
Península, la capital visigoda, la segunda Jerusalén, la gloria de España y la luz de
sus urbes, la ciudad de los concilios.[400] Tomé la autovía de Andalucía, que atraviesa
Despeñaperros y las llanuras manchegas, después la desviación y a mediodía entré en
Toledo. Me dirigí directamente a la catedral, satisfice los abusivos cinco euros que te
extirpan por la visita y penetré en el templo en medio de una nube de japoneses. En la
giróla descubrí lo que iba buscando: una cruz especular como la de la catedral de Jaén
en uno de los pilares del magno edificio (Fig. 149).
La cruz se repetía en los lugares significativos.
¿Se fundaba la catedral de Toledo sobre un santuario de la Diosa Madre? Si mis
sospechas se confirmaban, este hecho vendría a ratificar el carácter de estos templos
cristianos.
Acertó a pasar a mi lado un venerable sacerdote, un canónigo metido en carnes,
con poderosos andares de picador de toros. Inquirí:
—Perdone, reverendo. ¿Podría decirme si existe en esta catedral una piedra santa
o algo parecido?
El sacerdote me miró receloso. No se lo reprocho, dado que vivimos tiempos
difíciles en los que la tempestad del laicismo agita la barquichuela de san Pedro y

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amenaza con hacerla zozobrar.
Finalmente, hallé gracia a sus ojos, dado que repuso:
—Sí, hijo, aquí se venera la piedra milagrosa de la Virgen.
Me condujo, y yo lo seguí dócilmente, hasta el otro lado de la catedral. Allí, junto
a un robusto pilar de los que sostienen las altas bóvedas, se erige una capilla gótica
barroquizante, cuajada de rejas, mármoles, volutas, lámparas y brillos.
—Ahí lo tienes —me señaló.
Adosado al templete, había un edículo menor, de mármol rojo, no mayor que un
buzón de correos, y provisto de dos ventanitas con sendas rejas en miniatura. Al otro
lado de las rejas se veía una piedra, al parecer sin tallar, no muy grande, tan encerrada
en su relicario de mármol que es imposible percibir qué forma tiene, pero en
cualquier caso no será mayor que una cabeza humana (Figs. 150 y 151).
—Ésa es la piedra de Nuestra Señora —explicó el sacerdote—. Verás que está
desgastada por las numerosas generaciones de devotos que la han tocado al impetrar
los favores de Nuestra Señora.
Era cierto, la piedra presentaba unos rehundimientos en los lugares donde
alcanzaban los dedos de los devotos. La propia rejilla del buzón, con ser de hierro
forjado, estaba también desgastada por el roce piadoso. Me pareció extraordinario.
—Nuestra Señora descendió del cielo para imponer una casulla a san Ildefonso,
arzobispo de esta iglesia, y al hacerlo posó sus pies en esta piedra —me explicó el
clérigo.
Marchó el clérigo a sus acuciantes quehaceres y yo quedé caviloso junto al buzón
que guarda la piedra sagrada. Un extraño sosiego se había apoderado de mí, que yo
no sabía si atribuir a mi crianza cristiana (aunque de la rama anglicana) o
simplemente a la paz que se respira en los antiguos santuarios. El caso es que una
fuerza invisible me retenía junto a la piedra. Rodeé el altarcito del monumento,
contemplando su hermosa factura barroca, y de pronto reparé en que en realidad era
una tumba.
La tumba de un arzobispo.
La tumba del que fue obispo de Jaén, don Baltasar Moscoso y Sandoval, el que
escamoteó las imágenes provocantes a risa, el que excavó en los santuarios
ancestrales de santa Potenciana y de Arjona, el cardenal cuyo nombre figuraba en la
lista de los que buscaron la Cava.
Don Baltasar Moscoso y Sandoval se había hecho sepultar junto a la piedra
sagrada, con la cabeza apoyada en ella, como Jacob en el betilo.
Regresé a Jaén y volví a la catedral a contemplar la cruz especular sobre el agua
bendita.
Lo primero que el visitante encuentra al entrar en el templo son estas enigmáticas
lápidas. Los sacerdotes les han dado una explicación razonable aunque inverosímil:

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es la cruz de san Pedro (invertida) que se funde en la cruz de Cristo. Si el motivo de
la cruz especular fuera tan simple, no cabe duda de que este símbolo se prodigaría en
los miles de iglesias cristianas repartidas por el mundo. Pero no, la extraña cruz doble
sólo se encuentra en aquellos lugares donde el templo cristiano sustituyó los cultos
ancestrales de las aguas y de la piedra.
En el templo de Vandelvira. ¿Qué se hizo del Dolmen Sagrado, santuario de los
tres aspectos de la Diosa Madre?
La sacralidad del lugar se mantuvo con los iberos, los romanos, los visigodos y
los árabes que edificaron sobre su collado una mezquita en tiempos de Abd el
Rahman II (826).[401] Los musulmanes estaban familiarizados con la adoración de
betilos y piedras sagradas. La famosa Kaaba de la Meca, centro espiritual del islam,
es una de estas piedras.
La mezquita de Abd el Rahman, de reducidas dimensiones, poco más que un
oratorio, estaba calculada para adueñarse del manantial y del santuario, pero, con el
tiempo, la ciudad creció y la mezquita con ella.
Pasaron los siglos. Cuando Fernando III conquistó Jaén en 1246, lo primero que
hizo fue consagrar aquella mezquita como templo cristiano y en él «fizo poner altar e
hurna a santa María». El lugar seguía siendo sagrado aunque cambiara la religión. El
clero cristiano recién llegado apreciaba su valor y se adueñó de él para explotarlo,
pero, en cualquier caso, continuó siendo un santuario en el que los fieles se
comunicaban con la antigua divinidad, con las fuerzas telúricas. Como antaño, los
devotos seguían peregrinando allí para cumplir los antiguos ritos y beber de sus aguas
salutíferas.
En 1368, el obispo reinante, don Nicolás de Biedma, decidió demoler la obra
musulmana para construir en su lugar una catedral gótica de cinco naves.
Nicolás de Biedma era un iniciado, era el obispo que la leyenda confunde con
Salomón, el que tenía encerrados a tres diablos en una garrafa. Biedma deseaba
edificar un libro de piedra que contuviera los secretos de la Sabiduría iniciática
transmitidos por sus antecesores. Concibió un extraño templo, distinto a los que se
levantaban en otros lugares de la cristiandad. «Causa admiración —escribe un
historiador de la catedral— la disposición del Templo. Lo más del área se hallaba, al
parecer, sin servicio para el pueblo»; y luego añade: «El expresado diseño carece de
toda explicación».[402]
Una catedral gótica absurdamente diseñada sobre el Dolmen Sagrado de la Diosa
Madre. ¡Lástima que la arrasaran! El obispo constructor murió en 1383 e
inmediatamente se abandonaron las obras. Había comenzado la catedral por su capilla
mayor, destinada a relicario de la Verónica y de las otras dos Vírgenes. Llegó incluso
a construir un cimborrio octogonal —el prototipo templario, siempre presente— y un
claustro al que se accedía por la famosa puerta «colorada o bermeja».[403]

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Pero la obra del iniciado nunca se completó. A sus sucesores les parecía absurda.
No la entendieron. Los compañeros que el obispo congregó para su obra se
dispersaron en busca de nuevos trabajos. Fueron pudriéndose los silenciosos
andamios. Tras un siglo de indiferencia e incuria de los sucesivos cabildos la obra de
don Nicolás de Biedma amenazaba ruina. Los iniciados seguían acudiendo al templo.
Incluso hubo un momento, coincidente con el gobierno de uno de ellos, el
condestable Iranzo, en que se concibieron esperanzas de concluir el gran libro de
piedra, pero el proyecto se abandonó tras el asesinato del condestable en el santuario.
Corrían malos tiempos para los iniciados. El gran enemigo del condestable, don Luis
Osorio, el obispo que cabalgó junto a los Reyes Católicos a la conquista de Granada,
[404] ordenó demoler el crucero y la capilla mayor. De nuevo quedaron a la intemperie

las Vírgenes del Dolmen.


Pero las viejas piedras continuaban atrayendo a sus antiguos devotos. Hombres y
mujeres peregrinaban al Dolmen para recorrer el laberinto de las tres puertas y beber
el agua de la fuente sagrada. Al comienzo de cada primavera se renovaba el milagro
de las aves negras que acudían a su cita obedeciendo un instinto milenario.
Todo parecía perdido cuando sucedió el milagro. El obispo Suárez, un iniciado
más sabio incluso que don Nicolás de Biedma, reemprendió, con nuevos bríos, la
edificación de la catedral gótica. «Sacó de cimientos la capilla mayor», dice la
crónica; es decir, exploró el dolmen soterrado. En ocho años —otra vez el número
ocho— su maestro de obras, Pedro López, construyó nuevamente la capilla mayor
para santuario de las Vírgenes.
Un hado adverso o una desafortunada coincidencia —pero ¿existen las
coincidencias?— malogró nuevamente el proyecto. A la muerte del obispo se
suspendieron las obras y los canteros se dispersaron ante la indiferencia de un cabildo
ignorante o malintencionado. Un par de lustros después, la obra amenazaba ruina, o
al menos eso certificaban los maestros que examinaron el edificio. Había que demoler
una vez más.
Entonces el obispo cardenal Merino retomó la idea de construir la catedral. El
cardenal había estado en Roma, había admirado las grandes obras de la Antigüedad y
las espléndidas realizaciones del renacimiento, se había enamorado del nuevo estilo
grecolatino que triunfaba en Italia. Concibió su catedral como un templo distinto. No
la catedral gótica de sus antecesores, sino una catedral acorde con la estética de los
nuevos tiempos.
De las canteras del Mercadillo volvieron a llegar pesados carros de piedra. El
rumor de los canteros llenó otra vez la plaza de Santa María. ¿Quién dirigiría el
proyecto de la nueva catedral? Nuevamente un adepto, Andrés de Vandelvira, el
hombre providencial que trazó los planos de 1534.
La catedral no sería gótica pero, al igual que sus antecesoras, guardaría en sus

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formas el compendio de la perfección, «las medidas escrupulosamente determinadas
con arreglo a esa obsesión por la euritmia como “orden divino” que dominaba la idea
de la arquitectura en Vandelvira».[405]
Vandelvira conocía los secretos de las construcciones templarias. Su obra más
pura y personal, la iglesia de San Salvador de Úbeda, reproduce la planta de la Santa
Capilla del Temple de París, la obra templaria por excelencia, y está cuajada de
mensajes para el que sepa interpretarla: tres puertas, setenta y dos codos reales del
pavimento a la cúpula, la cripta…
En la catedral de Jaén, Vandelvira sólo supervisó una mínima parte de la obra,
pero, a su muerte, otro iniciado, su discípulo Alonso de Barba, continuó su proyecto,
del que, como Vandelvira advierte en su testamento, «tengo mucho comunicado de
los secretos de dicha obra y le dexo el modelo della».[406] ¿Cabe mayor claridad?
Pero el cabildo se interpuso una vez más y obligó a Alonso de Barba a alterar los
planes del maestro. La documentación refleja los esfuerzos de Barba por acomodar
los planes de Vandelvira a las instrucciones del cabildo. A los siete años de la muerte
del arquitecto, un platero, Francisco Merino, y un escultor, Sebastián de Solís, se
subían a los andamies a discutir las trazas. ¿Qué anónima mano movía los hilos? En
1594, destituyeron a Alonso de Barba como maestro mayor.[407] Con él se perdió la
última esperanza del templo compendio de la antigua sabiduría, del libro de piedra,
del preciso formulario de la Creación. Sólo el planeamiento general del templo y una
mínima aunque sustanciosa parte de su fábrica, el lado sur, son obra directa de
Vandelvira, el último iniciado que trabajó en la catedral.
¿Qué quiso expresar Vandelvira? Su obra maestra admite diversas lecturas. Por
una parte plasma «un símbolo religioso tradicional como la Jerusalén Celestial o
Templo de Salomón».[408] Por otra, un santuario para custodiar la Verónica. La
estructura misma del edificio está pensada para que se adapte a las necesidades
rituales de esa reliquia. Tradicionalmente, la Verónica bendice los campos desde los
puntos cardinales del edificio, en sus alturas, y bendice el interior del recinto sagrado
desde esos mismos puntos. Existen, por lo tanto, una bendición exterior y otra interior
que Vandelvira cuidó de facilitar con galerías y balcones: «Toda la catedral puede
recorrerse en el segundo piso merced a la amplitud del hueco de las capillas, el cual
se mantuvo igualmente en los pies, tras la fachada, permitiendo de esta manera
mostrar el Santo Rostro a los cuatro puntos cardinales… y espaciosas dependencias
creadas con carácter de plano civil para el Cabildo que se aproxima así al ideal del
Templo de Salomón».[409]
La bendición del Santo Rostro conserva todavía los rasgos de un arcaico ritual
enteramente ajeno a su actual manipulación cristiana similar a la bendición del
mundo con la Veracruz de Carayaca, en Murcia. En los dos casos se trata de un ritual
templario relacionado con la Piedra de Fundación del santuario sagrado. En la

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catedral de Jaén, los nueve puntos precisos (nueve, otra vez, el número familiar de la
Diosa Madre) desde los que hay que impartir la bendición de los campos están
determinados exactamente con sendas tablillas en las que se lee la palabra «AQUÍ». De
este modo, las coordenadas astrales que la bendición relaciona se salvaguardan,
aunque el clérigo que bendice no sepa calcularlas e ignore el significado esotérico de
la operación que realiza. Los sucesores del obispo Suárez lo dejaron todo bien atado.
Según los papeles de la RILKO, el único investigador que consultó la
documentación de los Vandelvira fue el canónigo e investigador Muñoz Garnica a
mediados del siglo XIX.[410] La esposa de Vandelvira, Luisa de Luna, transmitió su
revelador apellido a sus descendientes femeninos, mientras que los varones usaban el
apellido del padre.[411] Cinco generaciones después del arquitecto, un descendiente
suyo, Antonio Melgarejo, se casó con una Antonia de Torres, de los Torres conversos
de Jaén, custodios, junto con los Rincón, del secreto de la Mesa.[412] Un hijo de esta
pareja, Juan de la Cruz Melgarejo Torres, sacerdote en Torredonjimeno, puede ser el
mismo José Melgarejo que aparece en la lista de los que buscaron la Cava. En
Torredonjimeno, recordemos, estaba aquel santuario visigodo de San Nicolás al que
se acogieron los obispos Totila y Rufinus, custodios de la Mesa de Salomón.

La Magdalena
Fernando III consagró una iglesia a la Magdalena en el manantial oracular de Jaén, el
lugar sagrado que había sido sucesivamente templo pagano y mezquita. La alberca de
abluciones de la mezquita todavía subsiste adosada a la actual iglesia.
En la Magdalena, el barrio más antiguo y castizo de la ciudad, están el manantial
del Lagarto; el peñón de Uribe, que fue piedra de sacrificios; el palacio de los condes
de Villardompardo, construido sobre los baños árabes donde murió el rey Alí; el
palacio de los reyes moros, aquel edificio encantado, según la leyenda, donde pudo
ocultarse la Mesa de Salomón; el priorato de los calatravos; la «Casa de la Virgen»,
habitada por una extraña comunidad de mujeres emparedadas…
No parece casual que Fernando III dedicara el lugar del Dolmen a Santa María y
su oráculo a la Magdalena.
María Magdalena.
Según La leyenda dorada, que recoge e inspira muchas tradiciones medievales de
santos, el nombre de Magdalena significa tres cosas: mar amargo, iluminadora e
iluminada.[413] En la leyenda cristiana, el mar amargo alude a las muchas lágrimas
que derramó la penitente. En cuanto a la tercera cualidad, la de iluminada, el texto de
La leyenda dorada no puede ser más preciso: «Su mente está actualmente ilustrada
con la realidad del conocimiento divino».[414] ¿Cabe mejor definición del objetivo
último de los cabalistas, del secreto último que custodia el mítico dragón de la

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Magdalena, frente al oráculo de la Iglesia?
Para La leyenda dorada, la Magdalena es hermana de Lázaro, el muerto
resucitado por Cristo, y de Marta.
Magdalena lavó y perfumó los pies de Jesús y él le perdonó sus pecados y
expulsó de ella siete demonios que la atormentaban.[415] Desde entonces, la mujer lo
acompaña tanto en la vida como en la muerte. La Magdalena perfuma, lava, amortaja
y vela el cadáver de Jesús como haría una esposa con su marido y permanece junto a
su sepulcro cuando todos los demás han marchado. La Magdalena es también la
primera persona a la que se aparece Cristo resucitado.
Según la tradición medieval, los enemigos de Cristo abandonaron a la Magdalena
y a sus parientes en una barca en alta mar. La embarcación cruzó milagrosamente el
Mediterráneo y encalló en una playa de Marsella, cerca de un templo pagano en el
que se adoraban ídolos. En el país había un rey atormentado porque su esposa era
estéril. La Magdalena obró el milagro de que concibieran un hijo y los reyes se
convirtieron al cristianismo. Desgraciadamente, la reina murió de sobreparto cuando
realizaba un viaje por mar y su desolado esposo abandonó el cadáver junto con el hijo
recién nacido en una isla, dentro de una cueva. El monarca se hizo de nuevo a la mar
y peregrinó a Jerusalén. A los dos años regresó a la cueva y encontró al niño vivo y la
madre no estaba muerta, sino dormida.
En esta leyenda aparentemente absurda, podemos reconocer los rasgos familiares
de una cueva, que es el espacio mágico del Dolmen Sagrado, donde la muerta
resucita, que es metáfora de la iniciación. Y la iniciada es una mujer, como es natural
tratándose de un culto matriarcal. Y todo ello tiene relación con la maternidad de la
mujer, otro elemento fundamental de los cultos de la Diosa Madre.
Magdalena se retiró al desierto durante treinta años. Siete veces al día asistía a los
oficios divinos en el cielo, transportada por ángeles, y siete veces al día se alimentaba
de manjares celestiales.[416]
Otro ermitaño del desierto intentó visitarla en su cueva, pero a medida que
avanzaba las fuerzas lo abandonaban y una potencia misteriosa lo detenía. Por tres
veces llamó a la santa antes de que ella le respondiera y lo admitiera en su presencia.
En esta historia reconocemos la dificultad de aproximación al Conocimiento y
quizá el carácter triple de la Diosa Madre, representada por la Magdalena.
Los niños del barrio de la Magdalena cantaban todavía en 1968 una canción
infantil que alude a las raíces precristianas de la santa:

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María Magdalena que aleja de día
la mesa onde borda cómo relucía;
paran pajarillos, paran los corderos
y paran las piedras que van por los cielos.
Se asoma a la fuente con su resplandor
y ve las columnas de casa de Dios.

Por los detalles de su biografía evangélica, la Magdalena era esposa del Rey
Sagrado, que parece ser Cristo, una Diosa Madre desdibujada por el mito cristiano
que, como religión solar, concede más importancia al elemento masculino, al Rey
Sagrado, que al femenino.
La Magdalena llega a Marsella, el prestigioso centro pitagórico griego donde se
compendia ese monumento esotérico que es el Tarot, cuyo primer arcano representa
precisamente a Salomón delante de su Mesa.[417] En Marsella se instala Magdalena
en un templo pagano, lo que la vincula con la religión precristiana de Occidente.
Finalmente, la vemos abogada de preñadas y parturientas, lo que subraya su relación
con la Diosa Madre dispensadora de fecundidad.[418]
Fiel a su primera identidad con la Virgen María, la Magdalena ocupó el oráculo
de la Diosa Madre del Dolmen Sagrado de Jaén.
En la iglesia de la Magdalena existe una pintura anónima influida por los grandes
maestros italianos del Renacimiento que representa a Magdalena, en su lecho de
muerte, rodeada de ángeles músicos, alegres a pesar de las circunstancias, y entre
ellos una figura negra, su criada egipcia Sara, que presenta un crucifijo a la
moribunda.[419] ¿Qué significa este jeroglífico? Sara es una maga egipcia, una Virgen
Negra que sugiere los poderes esotéricos de la religión matriarcal instalada en aquel
oráculo.
La Virgen medieval heredera de la Diosa Madre es negra porque el negro es el
color de la sabiduría de los iniciados. La figura negra de Sara que conforta a la
Magdalena es su Sabiduría, su iniciación.
Reparemos ahora en el relieve de la fachada principal del templo, frente al
manantial, a unos metros de la guarida del mítico lagarto. Es una obra gótica tardía,
del pontificado del obispo Esteban Gabriel Merino (1523-1535), algo posterior a la
moldura de la catedral. Representa a la Magdalena en su cueva arrodillada y
penitente. En el ángulo inferior derecho aparece un objeto esférico con pie de copa,
seguramente el tarro de los ungüentos con los que la mujer perfumó los pies de
Cristo. La tapadera podía haber sido plana, pero es una semiesfera sin más
justificación que introducir veladamente la forma de la piedra esférica, del Huevo
primordial de la Diosa Madre (Fig. 152).

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El mismo diseño esférico se repite en el relieve de la Magdalena del coro del
obispo Suárez. En la del obispo Merino aparece, además, una calavera, la otra forma
de la esfera. Y la rodilla desnuda de la santa, revelada por un desgarro de su saya,
completa el trío de esferas.[420] Ungüentario, calavera y rodilla se agrupan
significativamente: el mismo trío de esferas del coro de la catedral y en la cornisa
gótica de la calle Valparaíso, todas talladas o esculpidas en la misma época.
Las tres esferas de la Magdalena del obispo Merino se relacionan, además, con un
cuarto elemento: un libro abierto que aparece entre ellas.
Penetramos ahora en la iglesia para admirar su joya más preciada, la crucifixión
de El Indaco (nacido en 1478). Este interesante grupo escultórico aporta nuevos
detalles reveladores: la cruz no adopta su forma tradicional, sino que forma una T; las
figuras de la Virgen y de Cristo son secundarias y se supeditan a la de la Magdalena.
¿Cómo es posible que el escultor haya antepuesto a Cristo y a su madre una figura de
menos relieve? A no ser que el artista o el mecenas que le encargó la obra estuviese
convencido de que la Magdalena es mucho más importante de lo que la tradición
cristiana nos enseña (Fig. 153).
En 1577 se esculpió una Magdalena para adornar la fuente del claustro del
convento de Dominicos de la Guardia, a once kilómetros de Jaén, cuya advocación
era santa María Magdalena de la Cruz.[421] La imagen representa a una mujer joven
sentada sobre un escabel o trono y envuelta en amplias vestiduras, en las que se
observa un gusto renacentista que no armoniza con la actitud hierática de la figura.
En la mano izquierda sostiene un recipiente esférico idéntico al del relieve de la
iglesia de la Magdalena. La mano derecha la tiene sobre el pecho. Entre los pliegues
del vestido, enmarcado por el diseño general de la figura, se distingue un vientre
prominente que recuerda a la bizantina Blanquenitissa, inspiradora de las Vírgenes de
la O y de las Inmaculadas, versiones medievales de la Diosa Madre que encierra en
su vientre la promesa de la vida, la fecundidad de la Creación. Idéntica función tiene
la roca sobre la que descansan los pies desnudos de la imagen. Es revelador que una
dama tan ricamente vestida tenga, sin embargo, los pies desnudos sobre la roca
esférica que la sustenta, una roca irregular y cóncava que desentona del trono o
escabel en que está sentada. La concavidad del vientre, la de la piedra y la del
recipiente esférico son otras tantas indicaciones del simbolismo esotérico de la
Magdalena: es la Diosa Madre, la esposa del Rey Sagrado (Fig. 154).

Las tribulaciones de una escultura


El convento de la Magdalena de la Guardia se abandonó después de la
desamortización, en 1836. En 1919, un joven hombre de ciencia inició una campaña
para rescatar y salvar la fuente y la imagen de la Magdalena, lo que consiguió

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finalmente casi medio siglo después, en 1963, cuando la fuente se instaló en el patio
del palacio de la Diputación, precisamente en el lugar de la capilla octogonal del
Señor del Trueno levantada por Fernando III.[422]
En el último traslado, la cabeza de la estatua desapareció. La que hoy luce es
moderna.
Los papeles de RILKO contienen algunos datos sobre esta imagen de la
Magdalena que Joyce Mann observó in situ, en las ruinas del convento de la Guardia.
Los marqueses de la Guardia, don Rodrigo Mero y Carrillo y doña Mayor de
Fonseca, fundaron el primitivo convento en 1530. La Magdalena era una veneración
familiar y su nombre se imponía tradicionalmente a las primogénitas.
La familia procedía del antiguo tronco de los Messía, cuyo escudo de armas
aparece en el pedestal de la estatua.
Según los antiguos memoriales de la familia, el primer Messía fue un godo
llamado Galdín Messiano que se asentó en Galicia. De allí se extendieron sus
descendientes hacia el sur con la conquista cristiana. El primero en atravesar la raya
de Sierra Morena fue Arias Díaz Messía, que luchó en la batalla de las Navas de
Tolosa (1212).
El árbol de la familia echó sus ramas en Sevilla, Segovia, Ciudad Real y
Extremadura. Un Gonzalo Messía fue comendador de Segura de la Sierra antes de
exiliarse en Francia huyendo de Pedro I y de ponerse al servicio del conde de
Armagnac. De éste descendería el Diego González Messía al que los moros
derrotaron junto a Pedro Ruiz de Torres de Jaén en 1410. Desde este momento, la
familia Messía emparenta con la de los Torres de Jaén. Un hijo de Diego, Rodrigo
González Messía, se casa con Mencía de Guzmán, hija de María de Torres y del
maestre de Calatrava, una boda poco menos que imposible por ser el contrayente
maestre de una orden religiosa, pero el Papa le concedió su dispensa atendiendo a la
conveniencia del matrimonio. Un dato que conviene tener en cuenta: el Papa
considera conveniente que los Messía emparenten con los Torres. Una hija de esta
pareja, Inés Messía de Guzmán, se casa con un Gonzalo Messía de Carrillo, señor de
Santa Eufemia y vástago de la rama cordobesa de la familia, que hacía dos
generaciones había obtenido el señorío de Santa Eufemia y sus lugares aledaños, en
la Sierra Morena cordobesa. Así se funden el marquesado de la Guardia y el señorío
de Santa Eufemia.
Una descendiente de esta unión, Guiomar Messía, se casa con Carlos de Torres y
Portugal, cuyo nombre figura en la lista de los que buscaron la Cava. Nuevos
vínculos de los Messía con los Torres de Jaén. De esta pareja nace Teresa, la esposa
del condestable Iranzo, otro buscador de la Cava. Y para rematar nuestra sorpresa, los
memoriales de la familia reflejan que muchas mujeres de este linaje ingresaron en el
convento de Santa Clara de Jaén.

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Del complicado árbol genealógico del linaje se deduce que en el siglo XV las dos
familias, Torres y Messía, injertan sus ramas más comprometidas en la búsqueda de
la Cava, es decir, las depositarías del secreto de la Mesa de Salomón. Ya vimos que
esta familia controlaba el oráculo matriarcal de la Magdalena en su forma
evolucionada de la «casa de emparedadas». Con el tiempo, el oráculo pasa de los
Torres a los Messía en el beaterío que doña María Messía y Carrillo, «gran señora de
virtud y sangre», tendría en la calle del Rostro.[423]
¿Emparentaron las dos familias para aunar sus esfuerzos en la común empresa?
Es muy posible. Los Messía aportan sus dominios sobre uno de los grandes
santuarios de la Diosa Madre, el de Santa Eufemia, en los Pedroches; los Torres, sus
conocimientos sobre el santuario de Jaén. La unión entre las dos estirpes sigue
vigente a finales del siglo XVII, cuando los Messía de la Guardia fundan un convento
bajo la advocación de la Magdalena, representada por una críptica escultura de la
santa, orlada de enigmáticas inscripciones.
En el feudo de los Messía existía una ermita de la Virgen Coronada, réplica de la
Virgen Negra de Jaén, tutelar de la familia Torres. Y aún más. El patrono de la
Guardia es san Sebastián, el santo cristiano que suplanta al Rey Sagrado, esposo
sacrificial de la Diosa Madre. Y precisamente en el cerro de San Sebastián de la
Guardia existen vestigios de poblamiento humano en los tiempos del patriarcado.
Aceptemos que el más remoto ancestro de los Messía es aquel godo Galdín
Messiano del que todos aseguraban descender. Pero ¿de quién descendía Galdín
Messiano? El nombre es de origen merovingio y quizá emparenté con la estirpe que
reinó en Francia en la Edad Media. La palabra, de origen oriental, se asemeja
sospechosamente a Mesías, es decir, ungido. Según las leyes de Israel, el ungido —
con aceite, el árbol sagrado de la diosa— es el rey. Un profeta enviado de Dios suele
ungir al nuevo rey derramando aceite sobre su cabeza en una ceremonia que equivale
a su coronación efectiva.
Siendo así, cabría pensar que quizá la estirpe de los Messía pudo relacionarse con
la Mesa de Salomón, incluso antes de conocer su secreto.
El título de Mesías se transmite en la simiente de David y Salomón. La estirpe
sobrevivió a los azares de la historia y alcanzó la Edad Media consciente de su origen
y de su legado, como depositaria de la sagrada herencia de María de Magdala, la
Magdalena evangélica, y legítima heredera de la sangre real, el Grial, y del legado
secreto de Salomón.

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Fig. 148. La cruz doble en la Fig. 149. La cruz doble en la
catedral de Jaén. N. Wilcox, catedral de Toledo. N. Wilcox,
2003. 2003.

Fig. 150. Relicario en el que se custodia la piedra de la Virgen en la


catedral de Toledo. N. Wilcox, 2003.

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Fig. 151 Detalle de la piedra de la Virgen de la catedral de Toledo, tras la
reja por la que introducen los dedos los devotos. N. Wilcox, 2003.

Fig. 152. Relieve de la Magdalena en la iglesia homónima de Jaén. La


rodilla de la santa, la calavera y el ungüentarlo forman la triple esfera.
J. M. Pedrosa, 2000.

Fig. 153. Crucifixión


Fig. 154. La Magdalena del convento de la
de El Indaco, iglesia
Guardia, hoy en la Diputación Provincial
de la Magdalena,
de Jaén. J. Galán Rosa, 1975.
Jaén.

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26
El árbol sefirótico

A principios de octubre me telefoneó Burt Bricklayer, el documentalista de la


BBC.
—Malas noticias. Ahora que David O’Connor estaba medio repuesto de sus
diarreas, Ferguson-Pollack ha dejado a la familia y se ha trasladado a Tahití.
Ferguson-Pollack, el realizador, la pieza clave en cualquier reportaje.
—¿Qué significa «se ha trasladado»? —pregunté—. ¿Cuándo regresa?
—Nunca. Se ha ido para siempre. Se ha echado una novia tahitiana con veinte
años, dos tetas como dos jarritas de melaza, duras y dulces, y unas caderas a juego,
una muchacha amable que sonríe continuamente, accede a todo y no exige nada. Ya
lo ves, chico, el viejo Ferguson nos manda a todos a paseo.
—¿Entonces, qué hay del proyecto «Aves en Cazorla»?
—Tendrá que esperar hasta que la BBC designe a otro realizador, y ya sabes
cuánto les cuesta tomar la más mínima decisión.
Aquella mañana me sentía melancólico. Desayuné churros en el mercado de
abastos de Jaén y paseé sin rumbo fijo por los alrededores de la catedral como solía
hacer últimamente, rumiando pensamientos tristes. Mis pasos me llevaron a la
Alameda de Capuchinos, el mirador sobre la campiña, el paisaje de olivos brotando
como un mar verde y plata del cendal de la niebla, el cerro Zumel al fondo.
Así que Ferguson-Pollack, de unos cincuenta años, largo y trigueño, había dejado
plantada a Helen, su esposa gorda, gruñona y celulítica, por ese orden, adicta a los
tranquilizantes y a los mercadillos, a sus cinco hijas feúchas y pelirrojas («Entre todas
suman treinta y dos piercings, Nicholas —me decía—. Y no veas cómo tiran de mi
dinero») y a su segunda esposa, la BBC, a la que llevaba uncido toda la vida, para
retirarse a las soleadas islas del Pacífico, a vivir sus últimos años, sin agobios, con los
fondos de jubilación y una camisa de flores. Goodbye to all that.[424]
El nuevo aplazamiento de la BBC me permitió leer los libros sobre la Cábala que
había acumulado en mi mesita de noche del hotel de Jaén. Fue como penetrar en una
caverna inmensa que aparece de pronto a un lado del camino, invitadora y misteriosa.
Descubres de pronto que dentro de esa caverna cabe un firmamento con las estrellas
más limpias, más numerosas, más brillantes que todos los firmamentos que recuerdas
en tu intensa vida aventurera, más que tus noches de desierto en Gobi o en los
pedregales del Sahara, más que tus noches de amor en las playas del Caribe o en
Copacabana, más que los amaneceres en la selva brasileña, cuando la verde soledad
se puebla con el canto atronador de mil aves invisibles. La Cábala. Lees unas páginas,
como el que observa un mapa, sin siquiera atreverte a adivinar el paisaje verdadero y

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con sólo ese atisbo te explicas que un hombre pueda dedicarle a esto la vida entera,
aun sospechando que jamás alcanzará a vislumbrar la luz que lo aguarda al otro lado
porque el propio camino es ya luz suficiente.
El Sefer Yetsirá, el Libro de la Creación, considerado el tratado cabalístico más
antiguo, enumera los 32 senderos que conducen a la Sabiduría: los diez Sefirot
Belimá y las 22 letras-cifra del alfabeto sagrado.
Los Sefirot Belimá, o numeraciones puras, son los atributos de la divinidad, los
elementos más simples, reducidos a la escala de la inteligencia humana, que
contienen el Shem Shemaforash, la fórmula de la Creación o el Nombre del Poder, el
nombre secreto de Dios.
Los diez Sefirot se disponen esquemáticamente en forma de árbol (recordé el
árbol de la Ciencia, del Conocimiento, en el Paraíso) en el que los Sefirot serían
frutos y las ramas intermedias serían los canales sefiróticos por los que «discurre la
luz», según los textos cabalísticos, de modo más o menos intenso según la posición
relativa que cada uno ocupa dentro del árbol (Fig. 155).
En estas cavilaciones estaba, los días deslizándose iguales a los días, cuando entró
el invierno con sus lluvias y su tiempo desapacible y decidí refugiarme, como otras
veces, en mi molino rehabilitado de Hay on Wye, con mi perro Zeus y mi gato
Hornero. La herida que había quedado en mi alma tras la desaparición de mi adorada
Elisabeth se había restañado, aunque la cicatriz, fresca todavía, dolía y estaba lejos de
desaparecer. Busqué distracción en la redacción de algunos informes comprometidos
hace tiempo con la Royal Ornithological Society, especialmente el de las costumbres
nupciales del avestruz gris, en los largos paseos por los senderos más intrincados del
bosque; en la lectura y meditación sobre el asunto de los santuarios matriarcales; de
la Cábala y la Mesa de Salomón.
En mis anteriores investigaciones había seguido, a veces, un viejo texto de mi
amigo Juan, basado a su vez en los papeles de J. M., el archivero fusilado por los
fascistas tras la Guerra Civil. Le parecía a Juan que los lugares de la línea ley de Jaén,
la principal y dos secundarias, a uno y otro lado, coincidían con otros tantos enclaves
significativos que, a su vez, eran un reflejo cartográfico del árbol sefirótico. Medité
sobre el asunto, hice mis comprobaciones y lo encontré totalmente falto de
fundamento, de manera que abandoné esa línea de investigación.[425]
Santuarios y Mesa de Salomón atraían el doble interés de los templarios. Por una
parte, buscaban los lugares de poder ocupados por santuarios matriarcales y los
recuperaban e instalaban en ellos Vírgenes Negras; por otra, indagaban sobre el
legado iniciático de Salomón, sobre el Arca de la Alianza y la Mesa de Salomón.
Esa confluencia confirmaba el origen occidental de la sabiduría recibida por
Salomón e iluminaba las enseñanzas que el mítico Hiram, arquitecto del Templo,
dispensó al rey sabio. Quizá la Cábala alargaba sutiles raíces hasta los cultos

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matriarcales desarrollados en Occidente hace milenios, no sólo en el de Jaén, sino
quizá en media docena de ellos, incluyendo el del cabo de San Vicente, el de los
inquietos pájaros. ¿Por qué no?
Quizá la sabiduría de Salomón y su intento de aglutinar los principios solares y
lunares en pugna hasta entonces y después de entonces se basó en los conocimientos
que recibió de la tradición solar egipcia, vía Moisés, y de la tradición lunar
occidental, vía Hiram y sus constructores.
Había otros elementos que descartaban cualquier posible coincidencia. El
esquema del árbol sefirótico se plasmaba inequívocamente en la representación de la
Virgen Coronada, una de las Vírgenes Negras de Jaén, a la que el obispo Suárez le
construyó un convento. La Coronada aparece rodeada por cuatro ángeles que la
sostienen en el aire mientras un quinto o Dios mismo la sobrevuela y la corona (Fig.
156).
Si trazamos una línea que una la corona de la Virgen con sus pies y otras líneas
que recorran a los ángeles a través de sus brazos extendidos hacia la Señora, lo que
resulta es el esquema del árbol sefirótico invertido, en el que los centros del eje son la
corona, la cabeza, el vientre y la piedra.
Los Sefirot laterales son los ángeles. Los canales sefiróticos son los brazos de los
ángeles tan armónicamente dispuestos. No puede tratarse de una coincidencia.
¿Quién ocultó los Sefirot en la Virgen Coronada? ¿A quién le interesaba aunar las
dos ideas: el culto a la Diosa Madre y el árbol sefirótico resumen de la Sabiduría
divina?
Al obispo Suárez. Todos los caminos conducen a él.
Las reproducciones más antiguas de la Coronada sefirótica han desaparecido,
pero quedan muchas copias, entre ellas, la Virgen que preside la portada sur de la
catedral de Jaén, obra del iniciado Vandelvira, y la del relieve procedente del propio
convento de la Coronada, hoy en el museo de Jaén.[426]
En la portada de la iglesia de San Pablo en Úbeda, obra de 1511, del obispo
Suárez, cuyas armas ostenta, encontramos otra Virgen sefirótica.
¿Una iglesia consagrada a San Pablo? El obispo Suárez se identifica nuevamente
con el Saulo perseguidor de los cristianos y al erigirle un templo, escoge como
motivo central de su portada la Virgen Coronada, que representa, ella misma, la
fórmula del Nombre Divino contenida en el árbol sefirótico, la escalera para alcanzar
la esencia del Dios Creador.
Una llamada de Mr. Alexander Shallowbrain me llevó de nuevo a España, a
principios de marzo, cuando ponen sus huevos los halcones y las cigüeñas, el águila
real incuba y los aguiluchos laguneros inician el celo, cuando los sembrados
tempranos comienzan a brotar y remontan el paralelo gansos, limícolas, milanos,
alcaudones y grullas. Margaret había logrado descifrar uno de los cuadernos ilegibles

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de Joyce Mann que contenía material interesante para mí. Corrí a reunirme con ella y
pasé algunas mañanas tomando notas en la British Library y algunas tardes en su
agradable compañía.
Entre los papeles de RILKO habían aparecido las actas y la correspondencia, en
parte cifrada, de una logia neotemplaria, Los Doce Apóstoles, de principios del siglo
XX y un informe de la señora Joyce que indagaba en la relación del rey Felipe II de
España y la Mesa de Salomón. Hacia 1580, el bibliotecario real, Arias Montano,
informó al rey sobre la existencia del códice templario del obispo Biedma.[427] Felipe
II se había propuesto encontrar la Mesa de Salomón y devolverla al Templo de
Salomón que estaba construyendo en El Escorial. Pero la copia del Códice Verginus
que consiguió estaba incompleta. Creyó que podía conseguir la parte restante en
Roma. Sin reparar en medios envió en 1590 a Juan Bautista Villalpando y a su
compañero Del Prado al Santo Reino, para indagar el legado del templario Verginus
en las ruinas del monasterio de Montesión.
Jerónimo del Prado encontró el esquema de la Mesa tallado por Vergino cerca del
antiguo santuario de Montesión, en la piedra del Letrero. Si lograba descifrarlo no
necesitaría las páginas finales del Códice Verginus. La copia de la Mesa que hizo Del
Prado se añadió al códice incompleto de El Escorial.
El rey en cuyos dominios no se ponía el sol, el que intentó repetidas veces borrar
a Inglaterra del mapa, estaba obsesionado con reproducir fielmente la arquitectura
sagrada del Templo de Salomón.
Uno de los títulos de Felipe II era Rey de Jerusalén. El rey, que no era emperador
del Sacro Imperio Romano Germánico como lo había sido su padre Carlos V,
aspiraba a convertirse en un segundo Salomón, el Rey Sagrado anterior al Imperio.
Esto explica que los aduladores artistas de la corte Austria representaran al Salomón
bíblico con los rasgos de Felipe II.
Felipe II quiso reproducir en El Escorial el Templo de Jerusalén, pero la empresa
planteaba un problema: si se reproducía con las dimensiones exactas de la Biblia, el
Templo resultaba un edificio modesto, sin mayor mérito. Los intelectuales
renacentistas habían acatado como canónicos los cinco órdenes del estilo clásico
griego y romano, creados, por lo menos, cinco siglos después del Templo de
Salomón. Villalpando, uno de los dos jesuitas comisionados por Felipe II para el caso,
ideó una explicación satisfactoria: Dios creó el estilo clásico para su Templo de
Jerusalén y desde allí el estilo divino irradió a Grecia y a Roma. Villalpando, que
basaba sus conclusiones en la visión bíblica de Ezequiel, diseñó un templo
desmesurado que seguramente no podía construirse con los medios de entonces.
Inevitablemente, surgió la polémica entre los puristas, que se atenían a las
dimensiones ofrecidas por la Biblia y los que, como Villalpando, propugnaban un
edificio gigantesco. En el bando de los puristas militaban Arias Montano (que

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defendió su tesis en el Apparatus de la Biblia Políglota de 1572) y el padre Sigüenza.
En la sala vicarial de El Escorial hay dos misteriosas inscripciones redactadas por
Arias Montano: Hic lapis offensus ferrient, feret que ruinam; Hic es inoffensus petra
salvtis erat. Que se tradujo en esta forma:

Ofendida está la Piedra despreciada


mortal ruina o irremediable herida,
hará su ofensor; mas, si temida,
será refugio de salud cumplida.

Y la otra: Hanc haec mirandam tibi protulit unio gemman authori cara est
vtraque petra deo:

¿Ves esta unión, ves estas piedras bellas?


De aquí salió la Piedra tan preciosa
Que te enriquece y de su autor amadas
Son sumamente piedras apreciadas.

Polémicas aparte, El Escorial reproduce conscientemente el Templo de Salomón.


Si suprimimos patios y edificios adyacentes, comprobamos que el núcleo central del
edificio, su iglesia, el tabernáculo y la antesala copian los diseños rectangulares del
Templo de Jerusalén. El conjunto se articula de acuerdo con proyecciones
geométricas herméticas con las tres figuras básicas, el cuadrado, el círculo y el
triángulo equilátero. Los constructores dejaron claves de este mensaje, las tres figuras
herméticas superpuestas, en la tabla que sostiene el Euclides pintado por Tebaldi en el
techo de la biblioteca (Fig. 157).
Trasladado al plano de El Escorial, el vértice de ese triángulo señala el
tabernáculo «lugar de mucha devoción», según el propio Herrera, el punto donde
debería pronunciarse el Shem Shemaforash. Felipe II no se atrevió a pisar esta
estancia de su templo, en espera de que sus agentes consiguieran el secreto del
Nombre del Poder y el sacerdote por él designado lo reprodujera en aquel lugar
sacratísimo.
La arquitectura renacentista de El Escorial intenta armonizar con el orden
cósmico, convirtiendo todo el edificio en un acumulador y dispensador de energía. El
arquitecto Juan de Herrera trabajaba según la noción pitagórica de la música de las
esferas que establece la armonía entre los cuerpos celestiales. En El Escorial vemos
dos elementos omnipresentes: la esfera y el cubo. La esfera, símbolo de la propia
Tierra o del Huevo Primordial de la Creación, es, como hemos visto, un objeto
sagrado adorado desde la prehistoria dentro de la cueva o matriz de la tierra. La

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esfera es visible, móvil y femenina, «la unidad, esencia infinita, uniformidad y
justicia de Dios», según Palladio. El cubo, o hexaedro, representa a la tierra como un
elemento y el supremum numen, concepto de la arquitectura de origen divino que
viene a ser la esencia invisible de la esfera. De hecho, la piedra fundacional o
primarius lapis de El Escorial fue precisamente una piedra cúbica sobre la que los
obispos desarrollaron una compleja ceremonia propiciatoria.
Juan de Herrera compuso un libro, Discurso de la figura cúbica, según los
principios y opiniones del místico y ocultista Raimundo Lulio, que encierra «grandes
e subidos misterios i secretos difíciles de calar».
En el fresco de Luca Cambiase que decora la bóveda del coro alto vemos una
escenificación del paraíso. En la cúspide está la Trinidad Divina, los pies de la
Primera y de la Segunda Persona descansan sobre un bloque de piedra cúbico (Fig.
158).
En su obsesión por alcanzar el Shem Shemaforash como nuevo Salomón, Felipe II
envió a Roma, hacia 1592, a Juan Bautista Villalpando y Jerónimo de Prado sobre la
doble pista del Códice Verginus y los documentos templarios que supuestamente se
custodiaban en la sección Aviñón, del archivo secreto vaticano, desde la caída del
Temple francés.
Prado y Villalpando discrepaban sobre la interpretación de los documentos y
demoraron sus informes a pesar de la impaciencia de Felipe.
En 1595 murió Del Prado en Roma. Joyce Mann sospechaba que pudo eliminarlo
la sociedad Lámpara Tapada por mediación de uno de los médicos judíos del
Pontífice. En una nota marginal, la señora Mann especulaba si Prado sería el autor de
una copia del Códice Verginus completo que existió en la Biblioteca de El Escorial,
de los fondos de Felipe II, hasta mediados del XIX.
Villalpando continuó otros quince años en Roma buscando obsesivamente las
páginas finales del Vergino, loco y aquejado de manía persecutoria.
En los papeles de la señora Mann se mencionaba a menudo una sociedad secreta
isabelina, Los Hijos de Dios. Mr. Robert Deianus, respondiendo a mi consulta, me
confirmó el carácter secreto de esta sociedad cristiana integrada por católicos y
protestantes, personas de talento intereresadas en estudios bíblicos, lo más granado de
la intelectualidad de los Países Bajos, Italia, Francia… Se le suponía relacionada con
Taeda Tecta, o Lámpara Tapada.
En los documentos RILKO se mencionaba como miembro de Los Hijos de Dios a
un obispo de Jaén, don Baltasar Moscoso y Sandoval, cuyo nombre también figura en
la lista de los que se interesaron por la Cava. De los documentos hallados por la
señora Mann en el archivo catedralicio se deducía que este prelado buscó la Mesa de
Salomón entre 1625 y 1646 en dos oratorios godos rescatados por templarios y
calatravos, el antiguo santuario de Santa Potenciana, en Villanueva de la Reina, junto

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al Guadalquivir, y el santuario de San Nicolás, en Arjona, el refugio del obispo
visigodo Totila. Moscoso y Sandoval acometió unas largas y costosas excavaciones
en el solar del santuario, como antaño los templarios en el solar del Templo de
Salomón. Probablemente, buscaba el templo subterráneo o cueva sagrada. Las
excavaciones se realizaron en el contexto del descubrimiento de las reliquias de
mártires cristianos torturados por los romanos, una acumulación de huesos
pertenecientes a una necrópolis argárica.[428]
A mi regreso a Jaén me dirigí al Instituto de Estudios Giennenses y solicité
información sobre las excavaciones de Moscoso y Sandoval en el santuario de
Arjona. El asunto revistió mucha importancia en su momento y generó algunos
libros. En uno de ellos, los Discursos apologéticos de las reliquias de san Bonoso y
Maximiano, compuestos por Manuel Tamayo, página 354, encontré la pista segura de
la vinculación templaria de aquel santuario: el libro reproducía varias piedras
encontradas durante las excavaciones, todas ellas decoradas con cruces
inequívocamente templarias (Fig. 159).
También indagué sobre el obispo Moscoso y Sandoval. Su súbito
encumbramiento recuerda el del condestable Iranzo y el de Gutierre Doncel, salvando
distancias. Era un veinteañero y ya había alcanzado la dignidad de deán en la catedral
de Toledo y cardenal de la iglesia (Fig. 160).
Nuevamente Toledo. Moscoso y Sandoval comenzaba su carrera a la sombra de la
catedral de Toledo, continuaba en Jaén, en sus años de actividad más febril, y
nuevamente se retiraba a Toledo, ya arzobispo, para morir allí. Una vida a la sombra
de estas dos catedrales.
Recordé la cruz especular de la catedral de Toledo y la piedra de la Diosa Madre,
sobre la que se posó la Virgen.
¿Quién impulsó la meteórica carrera de Moscoso y Sandoval? En cuanto cumplió
los preceptivos treinta años, lo nombraron obispo de Jaén. Se incorporó a la diócesis
del Santo Reino en 1619. En sus primeros años de pontificado no parece realizar
actividad alguna que lo relacione con la búsqueda de la Mesa de Salomón, pero de
pronto, hacia 1625, comienza a excavar afanosamente en todos los lugares señalados
por la tradición. La gente continuaba acudiendo y realizando extraños ritos en el
santuario de Santa Potenciana, en el Guadalquivir, donde se veneró desde tiempo
inmemorial una Diosa Madre, un lugar sagrado que los romanos convirtieron en
ninfeo o santuario de divinidades acuáticas que posteriormente fue el morabito de una
santa curandera.[429] Moscoso y Sandoval indagó en el lugar y abrió el supuesto
sepulcro de Potenciana (a la que declaró santa) y llevó los restos a la iglesia del
pueblo. No es casual que a finales del siglo XIX la logia templaria Los Doce
Apóstoles se interese por esta iglesia. Tampoco parece casual que en su fachada
exista un relieve de un arcángel que presenta un libro abierto con la inscripción latina

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Terribilis locus iste est (Figs. 161 y 162).
El profesor Deianus me recibió en su casa, un cottage en Chelsea que olía a papel
viejo y a rosas putrefactas. Con su característica brusquedad me ofreció asiento y una
copa de oporto. Luego observó en silencio la fotografía ampliada que había colocado
sobre su mesa.
—Terribilis locus iste est —murmuró—: La marca de los buscadores de la Mesa,
los hijos de Jacob que requieren la escala que conduce al cielo, la escala de los
ángeles, desde la piedra sagrada, el betilo —contempló todavía, un rato más aquella
fotografía y añadió—: La misma inscripción que el párroco Berenguer Sauniere hizo
esculpir, por los mismos años, en el frontispicio de su iglesia de Rennes le Chateau.
—¿Qué encontró Moscoso y Sandoval en el santuario de Potenciana?
—No lo sabemos —dijo Deianus (tomé nota del plural)—, pero su interés se
centró después en el santuario de San Nicolás, en Arjona. Y al propio tiempo
reemprendió la construcción de la catedral de Jaén, un pretexto para nuevas
excavaciones en el Dolmen Sagrado.
Deianus lo sabía todo sobre Moscoso y Sandoval y no se cuidaba de ocultarlo,
como otras veces.
—En 1646 regresó a Toledo, de donde el Papa lo había nombrado arzobispo, a
instancias del rey. En su despedida de la diócesis fue primero a Arjona y luego al
antiguo morabito de santa Potenciana. Después de Trento, la Iglesia católica decide
apropiarse de los lugares santos de la religión tradicional. Ya que no puede erradicar
la veneración de los antiguos santuarios de la Diosa, se los apropia y los engloba con
toda su pompa ritual, y se lleva el agua a su molino. El caso de Arjona no es único.
Se repite en muchos otros lugares de la cristiandad en los que pervivían cultos
ancestrales en la memoria del pueblo.
»Lo que singulariza el caso de Arjona es su extraordinaria difusión. El fenómeno
estuvo orientado y controlado por el cardenal Moscoso y Sandoval auxiliado por su
secretario don Martín de Jimena Jurado. La señora Joyce encontró sus croquis de las
excavaciones.[430]
En Jaén examiné los croquis de Jimena Jurado. Son unos dibujos torpes, pero
muy detallados, llenos de notas sobre lo encontrado en cada lugar. Por ninguna parte
se menciona la Mesa, como cabía esperar, aunque estudiando el material y
comparándolo con el terreno, se ve que no dejaron un palmo cuadrado de tierra sin
remover (Fig. 163). Encontraron muchos huesos y restos de hornos de martirio,
huesos que sangraban, que despedían un perfume embriagador y obraban prodigios.
De todo ello queda cumplido testimonio en el actual santuario en el que se veneran
las reliquias y en el patronazgo de san Bonoso y san Maximiano, los dos mártires
principales, cuya fiesta celebran el 21 de agosto (Fig. 164).
Con todo aquel material intenté encontrar el hilo que me permitiera seguir alguna

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pista. Había unos cuantos datos reveladores. Por una parte, la fiesta de los santos de
Arjona, o Fiestasantos, se celebra el 21 de agosto, seis días después del ocaso de la
estrella Spica, que, en el calendario cristiano, representa la Virgen de Agosto; por otra
parte, la veneración en el santuario de Arjona del supuesto cráneo de uno de los
santos. Además, el hecho mismo de dos santos gemelos o camaradas, típicamente
templario y calatravo, que se dan con frecuencia en estas tierras calatravas.
¿Qué sentido tienen esos santos gemelos?
En 1200, el cabalista Yehuda Ben Barzilay escribió: «Siendo Yavé el creador
único de la Cábala, un solo hombre no está en condiciones de aprehender totalmente
su sentido. Tómate por lo tanto un compañero, dedicaos a meditar sobre el Yetsirá y
llegaréis a comprenderlo».
Santos dobles. ¿Y las calaveras?
Ya había observado que donde se venera un cráneo aparecen los templarios a
poco que se investigue.
Una visita a Mr. Shallowbrain me aclaró algunos conceptos.
—¿Cráneos templarios? —respondió el viejo profesor—. Cuando detuvieron a los
Templarios de París, en 1307, los esbirros del rey encontraron en la iglesia del
Temple una cabeza de mujer, hueca, de metal sobredorado, que contenía una calavera
y una cartela con la inscripción: CAPUT LVIIIm. Los templarios veneraban ciertas
calaveras con las que, probablemente, se relaciona el Bafomet. Es posible que esta
adoración viniera de antiguo. Los templarios conocían el secreto de la estirpe
sacerdotal de Aarón y su reliquia sagrada, la cabeza decapitada de Juan el Bautista.
Se dice que la cabeza fue de Jerusalén a Cilicia y de allí a Constantinopla; otros dicen
que está en Damasco, en el edículo de mármol de la mezquita omeya, trasladada
desde la iglesia de Teodosio. La pista no siempre es fácil de seguir. El caso es que los
caballeros templarios veneraban calaveras en sus santuarios o encomiendas
principales. ¿Conoces el santuario de San Saturio, en Soria? Hay una cabeza de plata
con la leyenda Caput St. Satvr civil nomant patroni. Dentro guarda una calavera (Fig.
165).
Recordé la calavera santa de la ermita de San Frutos (Segovia) que procede de la
encomienda templaria de Sepúlveda; la de San Gregorio Ostiense en Sorlada
(Navarra), quizá procedente de la encomienda de Aberín, o la de San Guillermo en
Arnótegui (Obanos, Navarra, cerca de la iglesia octogonal templaria de Eunate). (Fig.
166).[431]
Los ritos de todas estas cabezas son parecidos: las pasean en procesión y pasan
por ellas agua y vino, que adquieren propiedades curativas contra ciertos males.
También se baña en agua y vino la Vera cruz templaria de Cara vaca, Murcia.
—Si andas investigando en el Santo Reino sabrás algo de san Eufrasio.
—Fue uno de los míticos Siete Varones Apostólicos que evangelizaron España.

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Murió siendo obispo de Iliturgi.
Sonrió.
—Es otra cabeza santa, que deben de tener dentro de un relicario en la catedral de
Jaén.
—La tuvieron, pero ya no está expuesta.
—Es un Rey Sagrado. Su martirio y su fiesta, el 15 de mayo, es eminentemente
agrícola. Se supone que lo martirizaron en Iliturgi, y lo sepultaron en el mismo lugar.
Seis siglos después, el rey Sisebuto erigió una capilla en torno a su tumba, pero en
711, al llegar los moros, sus devotos trasladaron el cuerpo a la iglesia de Valdemao,
en Galicia, cerca de Samos.
—¿Y la calavera?
—La calavera vino de Galicia en el siglo XVI.
Asentí.
—Debes buscar conexiones entre las calaveras santas templarias y las Vírgenes
Negras. Comienza por la de Santorcaz, cerca de Madrid, una Virgen Negra
encontrada en el tronco de una encina.
—El árbol sagrado.
—Hay una cámara oculta, de no más de cuatro metros cuadrados, en el ábside del
santuario, con dos puertecillas disimuladas. Mirarás las pinturas, rombos apaisados,
abejas y estrellas de seis puntas. Allí había doce arquetas de reliquias y una de ellas
contenía la calavera de san Torcuato.
—Otro varón apostólico —me apresuré a decir—. El patrono de Guadix.
—Tiene su ermita en un cerro desértico y pelado, un monasterio subterráneo, con
un olivo santo que crecía sobre su tumba y florecía y daba aceite el mismo día.
Las cabezas veneradas por los templarios, o por sus sucesores los calatravos, se
relacionan con cultos ancestrales y ceremonias de iniciación y conocimiento.
Recordé la leyenda del papa san Silvestre II (999-1003), que viajó a Toledo en
busca de Conocimiento y encontró una cabeza de cobre que contestaba sí o no y
predecía el porvenir. La cabeza perteneció después a Roger Bacon y a Alberto el
Grande y se perdió en 1280.
La misma cabeza parlante se atribuyó al Viejo de la Montaña, el profeta de la
secta de los asesinos, con los que los templarios mantuvieron cierta relación en Tierra
Santa. Incluso es posible que la palabra Bafomet derivase de una expresión árabe,
Ouba el Fumet, “la boca del padre”, el que trasmite la palabra o la enseñanza. Es, en
fin, la que Cervantes menciona en el Quijote.
Volviendo al proceso de París, dos templarios que no se conocían entre sí,
Antoine de Verceil y Hugues de Faura, coincidieron en declarar ante dos tribunales
diferentes una misma historia: un caballero templario de Sidón estaba tan enamorado
de una doncella llamada Ise que cuando murió abrió el sepulcro y violentó el cadáver

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de su amada. Al terminar, la voz de la difunta le advirtió: «Regresa dentro de nueve
meses y recogerás tu fruto. No te separes jamás de él pues te deparará cuanto puedas
desear». El caballero regresó a los nueve meses y encontró que el cadáver ya reseco
de su amada había dado a luz una calavera. El nombre Ise de la doncella se parece
demasiado a Isis como para no remitirnos a alguna ceremonia secreta de los cultos
isíacos. Por otra parte, los alquimistas recordaban que el fruto del Conocimiento se
recoge en el sexo de Isis. En los antiguos ritos dionisíacos la bacanal era una
exaltación del sexo como vía de Conocimiento.
—¿Qué significa esa parábola? —le pregunté a Deianus—. ¿Cómo puede
recompensarse la necrofilia, que es un pecado horrendo?
Deianus sonrió.
—La parábola tiene sus propias leyes, que no son morales. Esa cabeza
subterránea está en una tumba. Esa cabeza, sabia es el producto de la mujer, de la
Virgen. Piensa por tu cuenta y verás que todo se relaciona.

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Fig. 155. Diagrama de los Sefirot o Atributos Divinos (según Z’Ev Ben
Simón Halevi).

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Fig. 157. Euclides señala la triple
Fig. 156. Virgen sefirótica en
figura geométrica: triángulo,
la portada de la iglesia de
cuadrado, círculo. Fresco de
San Pablo de Úbeda. Arriba,
Tebaldi en la Biblioteca de El
las armas del obispo Suárez.
Escorial.

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Fig. 158. La Primera y la Fig. 159. Cruces templarias
Segunda Personas de la halladas en las excavaciones de
Trinidad posan los pies sobre Arjona en 1629 (Manuel Tamayo:
la Piedra Cúbica. Fresco de Discursos apologéticos de las
Luca Cambiaso en la bóveda reliquias de san Bonoso y san
del coro de El Escorial. Maximiano, p. 354).

Fig. 160. El obispo Moscoso y Sandoval. Galería de retratos del archivo de


la catedral de Jaén.

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Figs. 161 y 162. Relieve en la iglesia de Villanueva de la Reina y detalle
del mismo con la inscripción Terribilis locus iste est. N. Wilcox, 2003.

Fig. 163. Croquis de Jimena Jurado que describe las excavaciones


practicadas en el solar del santuario de San Nicolás de Arjona, 1638
(archivo del Instituto de Estudios Giennenses).

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Fig. 164. San Bonoso y san Maximiano, santos patrones de Arjona. Entre
ellos, la urna con la calavera santa.

Fig. 165. Cabeza relicario de san Fig. 166. Cabeza de san


Saturio en la concatedral de San Guillermo en Arnótegui
Pedro de Soria. (según R. Alarcón, 1986).

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27
Los que buscaron la cava

R ecibí una postal dé Ferguson-Pollack desde Tahití. Se despedía de mí, me


mandaba un abrazo latino y me invitaba a pasar unos días junto a él y a su
novia, Tehani, «nombre que —decía— en haitiano significa camino angosto, suave y
placentero».
Me lo imaginé recorriendo el camino angosto, suave y placentero en una playa
solitaria, de arenas limpias y resplandecientes, con dos o tres cocoteros enmarcando
la lenta puesta de sol y el batir cansino de la cuna que eternamente se mece.[432] La
Polinesia quedaba lejos. También Hay on Wye, con el dulce fantasma de Lizzy y la
brisa vespertina meciendo las ramas altas, tiernas, de los tilos. Refugié mi melancolía
en el estudio sobre la Mesa de Salomón.
La lista de los que buscaron la Cava apareció en las galerías altas de la catedral de
Jaén, en julio de 1968, entre otros muchos papeles e impresos de distinto origen y
variado contenido, que estaban amontonados en un rincón de las galerías altas de la
catedral, fuera del archivo. La lista contenía una serie de nombres ordenados
cronológicamente desde el siglo XIII hasta finales del siglo XVIII.
El documento, escrito en letra afilada, con tinta oscura y con plumilla metálica,
podría datar de finales del siglo XIX o de principios del XX. Lamentablemente, hoy se
encuentra en paradero desconocido.
El autor de la lista de los que buscaron la Cava pudo ser una persona relacionada
con la catedral de Jaén, que vivió a finales del siglo XIX. Es posible que perteneciera
al grupo de estudiosos que encabezaba Manuel Muñoz Garnica, canónigo lectoral de
la catedral de Jaén (Fig. 167).[433]
Manuel Muñoz Garnica nació en Úbeda el día de Navidad de 1821. Aquel día un
golpe de viento rompió los pestillos de la puerta del Perdón de la catedral y la abrió
de par en par después de doblar cuatro gruesas trancas de hierro.[434]
A los veinticinco años, Muñoz Garnica se había ordenado sacerdote y era
catedrático de Lógica y director del instituto de Jaén.[435]
Muñoz Garnica procedía de una familia de clase media, pero no heredó nada. Su
sueldo como director del instituto sólo le permitía vivir con cierto desahogo. Sin
embargo, a lo largo de su vida, y ya desde esta etapa temprana, dispuso de crecidas
sumas de dinero de misterioso origen, como Iranzo, como el obispo Suárez, como
Gutierre Doncel, como otros buscadores de la Cava.
El recién creado instituto se mantenía a duras penas con las escasas rentas de unas
finquitas de Grañena.[436] El joven director se interesaba especialmente por aquel

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paraje: «Era frecuente verle a caballo recorriendo casi a diario la finca».[437] Al poco
tiempo, «las menguadas rentas del instituto crecían como por ensalmo».[438]
El biógrafo de Muñoz Garnica no se explica de dónde procedía el dinero, puesto
que, en verdad, la tierra de Grañena no daba para tanto. Pero ¿qué tierra es aquélla?
En Grañena está el cerro Pitas, uno de los enclaves relacionados con el santuario de la
Diosa Madre, un lugar donde, según la tradición, existe un tesoro enterrado. ¿Qué
encontró Muñoz Garnica en el cerro Pitas? ¿Por qué se embarcaba casi a diario en la
excursión ecuestre por aquellos parajes?
El instituto ocupaba el antiguo edificio de los jesuitas, en la calle Compañía, que
albergó, trescientos años antes, la primitiva imagen de la Virgen Blanca (o Virgen del
Alba). La iglesia estaba en ruinas, pero Muñoz Garnica la restauró «a su costa».[439]
La restauración fue concienzuda. Se derribaron muros y tabiques bajo la atenta
dirección de Muñoz Garnica. ¿Esperaba nuestro hombre encontrar la primitiva
imagen de la Virgen Blanca, oculta en algún hueco o alacena tapiada? De hecho, uno
de los grandes desvelos de Muñoz Garnica fue precisamente preservar y estudiar las
antiguas imágenes que peligraban a causa de la desamortización.
Además, el joven sacerdote repartía «cuantiosas limosnas» entre los necesitados.
Como el obispo Suárez, que también amparó a familias venidas a menos.
En vísperas de la revolución de septiembre de 1868, Muñoz Garnica «se reunió
secretamente con sus dos más fieles colaboradores y les expuso la urgente necesidad
de salvaguardar el capital del instituto formado a la sazón por unos once mil duros
que se guardaban celosamente en una alacena de la dirección confiada a su custodia.
(…) Bajo la total responsabilidad de Muñoz Garnica el dinero se repartió en once
talegas, que se llevaron a la catedral, donde Muñoz Garnica lo ocultó bajo la sillería
del coro hasta que pasó la efervescencia política del momento».[440]
Un texto revelador. Así que, después de gastar una fortuna en la restauración del
edificio del instituto y su iglesia y después de dar «cuantiosas limosnas», todavía le
quedaban al joven sacerdote once mil duros de plata, que esconde —¿otra
coincidencia?— en el coro del obispo Suárez.
Once mil duros de plata suponían una enorme fortuna con la que hubiese podido
comprar media provincia. ¿De dónde salía aquel dinero? ¿De la finca de Grañena?
Desde luego que no. O, al menos, no del trigo y de la aceituna que la finca producía.
¿De dónde procedía, entonces, el tesoro?
A la vista de las otras actividades que Muñoz Garnica desarrolló a lo largo de su
breve vida, la misma pregunta nos asalta repetidamente.
Cuando se decide demoler aquel convento de San Francisco, sede del Señor del
Trueno, Muñoz Garnica intenta salvar el monumento. Por medio de un amigo, porque
no quiere que lo relacionen con el asunto, ofrece hasta diez mil reales por la iglesia
octogonal, de evidente inspiración templaria, que levantó Fernando III con el expreso

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encargo de que jamás fuese alterada o demolida. El templo tan significativo para los
buscadores de la Mesa de Salomón.
Pero, a pesar de sus desvelos, el convento y la capilla octogonal perecieron bajo
la piqueta.[441]
Las numerosas obras que emprendió en su vida ocasionaron a Muñoz Garnica
cuantiosos gastos que sufragaba sin aparente esfuerzo. No obstante, no fueron las
actividades arquitectónicas el principal capítulo de sus dispendios. Su mayor
inversión económica fue, sin duda, la editorial.
En los tiempos de Muñoz Garnica asistimos a una viva polémica entre Iglesia y
Estado. La Iglesia ha perdido casi todos sus seculares privilegios, ha visto sus bienes
saqueados, unas veces por la chusma amotinada, otras por las leyes de
desamortización, y se siente acosada por sus adversarios protestantes,
librepensadores, masones y por otros demonios familiares, verdaderos o imaginarios.
En 1864, Pío IX publica su Syllabus de errores, en el que la Iglesia denuncia
ochenta corrientes de pensamiento modernas contrarias a sus intereses, entre ellas
socialismo, francmasonería y racionalismo. La Iglesia se siente perseguida y mártir,
como en los viejos tiempos del imperio romano. Necesita desesperadamente
defensores. Y Muñoz Garnica, brillante pluma y acerada inteligencia, se erige en
campeón de la causa y se lanza a la palestra con sus escritos y con las empresas
editoriales y propagandísticas que financia.
Es difícil calcular el dinero que Muñoz Garnica invirtió en esta actividad. Los
indicios permiten suponer que las sumas que desembolsó directamente, o por medio
de agentes interpuestos, debieron de ser astronómicas.[442]
En lo que se refiere a su vida privada, nuestro hombre no se esforzó en ocultar su
riqueza. Es una persona a la que «le gusta cuidar mucho la figura, cuya ropa es
siempre de buen paño y mejor sastre».[443] «Suele frecuentar las tertulias del Jaén
aristocrático».[444] «Es aficionadísimo a la buena sociedad».[445]
Vestir bien y alternar con la aristocracia le acarrearía cuantiosos gastos. Pero no
es todo. Muñoz Garnica viaja constantemente.[446] A Madrid, a Italia y a Francia.[447]
¿Qué graves asuntos reclamaban la presencia de este sacerdote español en Francia e
Italia para que se desplazara con tanta frecuencia? Es difícil saberlo porque, en
cuanto salía del estrecho marco de su ciudad, Muñoz Garnica «cultivó la virtud de
pasar desapercibido».[448]
De estos viajes, al menos dos fueron oficiales: en 1869, a Madrid, acompañando
al obispo Antolín Monescillo, que iba a defender a la Iglesia desde su escaño de las
Cortes, y el de Roma, en el mismo año, con ocasión del Concilio Vaticano I, también
acompañando al mencionado obispo.[449]
Las estrechas relaciones de Muñoz Garnica con el obispo Monescillo se explican
por la intensa actividad política que éste desarrolló. Desde 1865 Muñoz Garnica se

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involucró cada vez más en la lucha política hasta erigirse como uno de los más
importantes defensores de la ideología conservadora, del neocatolicismo, en cuyas
filas militaba abiertamente.[450]
Sin embargo, la política nacional nunca apartó a Muñoz Garnica de sus otros
intereses.
Conservó hasta su muerte su dignidad de canónigo de la catedral de Jaén
rechazando sustanciosas propuestas de promoción, como la de obispo auxiliar de
Sevilla.[451]

La alacena del morisco


Regresemos ahora al asunto de la Mesa de Salomón. Es evidente que el acceso de
Muñoz Garnica a sus tesoros debió de producirse en fecha muy temprana, a juzgar
por la repentina e inagotable riqueza que el joven sacerdote empieza a disfrutar hacia
1846.
¿Tuvo Muñoz Garnica acceso, ya tan joven, al secreto de la Mesa de Salomón?
En 1846 nos ofrece una clave cuando escribe: «La mezquita y la biblioteca del moro
fueron el Templo y la ciencia de Oriente y Occidente».[452] Naturalmente, Muñoz
Garnica podía estar hablando en términos muy generales y así lo entendieron, sin
duda alguna, sus lectores. Pero nosotros sabemos de él más que sus seguidores y
podemos penetrar más allá del aparente sentido de sus palabras. ¿Qué mezquita y qué
biblioteca del moro son imaginables en el contexto jiennense en que se produce la
alusión?
La mezquita, evidentemente, es la que enlaza, a través del tiempo, el Dolmen
Sagrado con la catedral cristiana. Pero ¿y la biblioteca? ¿Existió una biblioteca del
moro?
Apenas medio siglo antes, el 29 de diciembre de 1790, otro sacerdote de la
catedral, el deán Mazas, realizó un interesante descubrimiento. En el derribo de una
casa de su propiedad, cercana a la catedral, los albañiles toparon con una alacena
tapiada y disimulada. Dentro de ella «se halló un depósito de doce libros y otros
papeles en lengua árabe, cinco de ellos contenían el Alcorán completo, los otros eran
de exposición del mismo, de liturgia, diversas oraciones y varios secretos naturales y
supersticiosos».[453]
Aquí tenemos la biblioteca del moro o, al menos, una biblioteca del moro en la
que aparecen escritos sobre «vanos secretos naturales y supersticiosos». ¿De qué otro
modo definiría el profano lo referente a la Mesa de Salomón y al Dolmen Sagrado si
no quiere complicaciones con la Inquisición, a la que finalmente fueron a parar los
papeles? Aunque es lícito preguntarse: ¿fueron todos? ¿Entregó el deán Mazas todo
lo que encontró en el escondite o se reservó algo? También Muñoz Garnica debió de

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hacerse esta pregunta, puesto que una de las actividades a las que con más ahínco
dedicó parte de su estudiosa juventud fue la búsqueda de los papeles del deán Mazas,
tanto en la ciudad como en el archivo catedralicio. Y así, nuevamente, la pista nos
conduce al archivo de la catedral…
¿Quién escondió aquellos libros y papeles en el hueco secreto de la casa? El deán
Mazas sólo aclara que debieron de pertenecer a un morisco que viviría en el Jaén del
siglo XVI. Junto con los papeles había otros escritos en castellano y dos pares de
anteojos.[454] Lo que nos lleva a plantearnos una simple pregunta: ¿consiguió Muñoz
Garnica estos documentos? Si el deán Mazas retuvo algunos, como es lo más
probable, y los depositó en el lugar más seguro, es decir, en el laberinto de
documentos del archivo catedralicio, es muy probable que Muñoz Garnica los
encontrara. De hecho, nuestro hombre gastó largas horas de silencioso trabajo en
aquel archivo del que fue custodio durante muchos años, así como de la biblioteca de
la catedral.[455]
Por los años en que Muñoz Garnica interviene activamente en la política de la
Iglesia, una facción del Vaticano trabaja conjuntamente con la hermandad secreta
Sionis Prioratus, que postula la restauración de los Habsburgo y los Borbones, como
paso previo a la entronización de la casa de Lorena a la cabeza de un renovado Sacro
Imperio Romano que pastoree a los países de la cristiandad. La casa de Lorena era la
depositaría del legado mesiánico de David, encarnado en tres familias descendientes
de la sangre de Cristo, el sang real.
Por esta época se producen conversaciones entre la Santa Sede y el gobierno de
Isabel II, reina de España. En 1867 un agente de Isabel II ofrece a Pío IX el Códice
Verginus, depositado en la Biblioteca de El Escorial, a cambio de que acceda a
bautizar al hijo de la reina (el futuro Alfonso XII), vástago adulterino habido de su
amante de aquellos meses, el bizarro capitán de ingenieros Puig Moltó. El Vaticano, a
través de su jerarquía española, seguía interesado en la Mesa de Salomón.
Probablemente, cifraban en la posesión del Shem Shemaforash la consecución de los
nuevos objetivos de la Iglesia.
En 1862 se había producido un cisma en el seno del Sionis Prioratus: algunos
miembros descontentos (porque la hermandad estaba infiltrada por neotemplarios de
Raymond Fabré-Palaprat y Ledrú, a los que consideraban meros arribistas que
intentaban usar los secretos de la logia en su provecho) se constituyeron en logia
independiente bajo la antigua denominación Lámpara Tapada.[456]
En 1870, el Papa convocó el Concilio Vaticano I. La Iglesia había perdido los
dominios papales, se sentía atacada por los estados laicos de Europa e intentaba a
todo trance recuperar su papel histórico como rectora de conciencias y legitimadora
de las monarquías cristianas. En el Concilio, el Papa reforzó su autoridad y sus
prerrogativas con la declaración de infalibilidad pontificia, al tiempo que intentaba

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vincular el porvenir de las monarquías a su sometimiento a la Iglesia, una idea
medieval ya periclitada. Durante el resto del siglo XIX, la Iglesia ultramontana que
surge del Vaticano I impulsó nuevas instituciones académicas y administrativas que
resistieron a las ideas modernas.
En este contexto, el Sionis Prioratus funda en Ginebra, en 1871, la Société de
l’Orient Latín y envía a España al investigador Antoine Bigou en busca de la piedra
del Letrero, que presuntamente contenía el esquema de la Mesa de Salomón.
Según los documentos de RILKO, hacia 1873 se constituyó la Sacra Logia
Pontificia de los Doce Apóstoles, una hermandad en la que estaban representadas la
Iglesia, la corona española y Lámpara Tapada. Su objetivo consistía en aunar los
esfuerzos de las distintas partes para encontrar la Mesa de Salomón o su secreto en
provecho común. En las cláusulas del acuerdo se especificaba que lo explotarían «en
beneficio de la humanidad». La sociedad entró en contacto con el cabildo jiennense y
se atrajo a Muñoz Garnica o a algún colaborador suyo, el que compuso la lista de los
que buscaron la Cava.
Existen poderosas razones para sospechar que Muñoz Garnica o sus amigos
expurgaron el archivo y la biblioteca catedralicios de escritos referentes a la Mesa de
Salomón y al Dolmen Sagrado, de la época del deán Mazas o anteriores. En el
archivo existía un armario secreto en el que se guardaba la documentación reservada.
A raíz de la revolución de 1868, cuando el gobierno decretó la incautación de los
archivos eclesiásticos, la Iglesia comprendió que sus papeles no estaban ya seguros.
[457] ¡Aquel tesoro que resumía la secular actividad de la Iglesia, con sus secretos,

incluidos los inconfesables, caería en manos laicas! La Iglesia se apresuró a ocultar


ciertos documentos. Cuando la comisión incautadora se presentó en la catedral, el
avisado Muñoz Garnica había escamoteado y puesto a buen recaudo el material
comprometedor para la Iglesia o para su persona. Su discípulo y gran admirador,
Palma Camacho, muestra, años después, un revelador despego hacia la
documentación desaparecida de la catedral cuando, al tratar de justificar el vacío
documental en torno al Santo Rostro, escribe: «Hay tradición, Nihil quaeras amplius,
no busques más».[458]
La rama disidente de Lámpara Tapada, integrada por una veintena de miembros,
se aproximó a la rama más abierta y progresista de la Iglesia, hasta el punto de que
algunos cardenales ingresaron en ella. Más tarde se unió a una hermandad
pluriconfesional, con participación de grupos cristianos y judíos cuyo objetivo
expreso era retomar el proyecto templario de la Sinarquía en un momento en que en
el horizonte del mundo civilizado comenzaban a percibirse tambores de guerra.
El obispo Escolano pudo simpatizar con esta opción aperturista de la Iglesia y
quizá ello explique que intentara evitar el nombramiento de Muñoz Garnica como
canónigo de la catedral. El biógrafo, otro sacerdote canónigo de la catedral, apunta:

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«Hubo algo oscuro entre Muñoz Garnica y el obispo», pero no nos explica más,
dejándonos en la incertidumbre.[459]
Existen muchos otros detalles reveladores en la biografía de Muñoz Garnica,
actos que podrían pasar desapercibidos, dada su condición de sacerdote, pero que,
aun así, corresponden también a los intereses secularmente manifestados por los
buscadores de la Cava: su especial devoción por las Vírgenes Negras de Jaén, sus
desvelos por hacerse con las imágenes o simplemente por salvar las que estaban en
peligro tras la disolución de los conventos. Muñoz Garnica se muestra muy devoto de
la Virgen de la Capilla, cuyo nombre da al colegio, y no tanto del Santo Rostro, que
solicita examinar en 1852 al opositar a su canonjía.[460] También se ocupa
intensamente de la Virgen de la Cabeza, la Virgen Negra de Sierra Morena, sobre la
que incluso escribe un opúsculo.[461] Pero estas circunstancias, con ser misteriosas,
no lo son tanto como su muerte repentina el 14 de febrero de 1876 a los cincuenta y
seis años de edad. Un mes antes, había estado en Francia y se había detenido en
Madrid unos días. Estaba sano. No padecía enfermedad alguna. En su partida de
defunción no consta la enfermedad que lo llevó a la tumba.[462]
Otra circunstancia misteriosa: «A su muerte sus papeles se repartieron
lastimosamente. Unos fueron a la catedral. Otros quedaron en poder de sus deudos
íntimos don Carlos García de Quesada y el señor marqués de Navasequilla», escribe
su biógrafo, y añade: «En la catedral hemos buscado afanosamente sus papeles y no
aparecen».[463] Quizá porque alguien se le había adelantado.
Los papeles de Muñoz Garnica se depositaron en la catedral a finales de febrero.
Alguien los examinó durante los meses de marzo y abril. Siguiendo el hilo conductor
de aquellos documentos, ese alguien descubrió el lugar donde se codificaba el
testamento iniciático del obispo Suárez. El escondite más impensable: la propia
tumba del obispo. La momia del obispo llevaba siglos depositada en una cajonera.
Pues bien, el 15 de mayo de 1876, tres meses después de la muerte de Muñoz
Garnica, alguien abre el ataúd con el pretexto de renovar la mortaja de la momia y
sustrae el libro con que el obispo Suárez se había hecho sepultar, dejando en su lugar
otro de aspecto parecido, una edición de las Odas de Horacio.
Para terminar con Muñoz Garnica, sólo dos preguntas: ¿figuraban entre sus
papeles los que el canónigo había retirado del archivo cuando la incautación
gubernativa de 1869, y los que presumiblemente ocultó allí el deán Mazas después de
su descubrimiento de la alacena del morisco? ¿Aclararían estos papeles, tan
misteriosamente desaparecidos, el secreto de la opulencia de Muñoz Garnica, de sus
viajes a Francia y a Roma, de su inesperada muerte y quizá el secreto de la Cava tan
afanosamente buscado?
Arduas preguntas que no tienen respuesta.
Pío IX murió en 1878. Le sucedió León XIII, otro papa reaccionario que había

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colaborado en el Syllabus de errores. El nuevo Pontífice desarrolló una intensa
actividad pastoral: fundó centros de estudios de filosofía y teología en Roma e
impuso el neotomismo en facultades y seminarios católicos. Inflexible en materia de
protocolo, jamás dirigió la palabra a sus sirvientes menores.
De acuerdo con los documentos RILKO, la logia Los Doce Apóstoles consiguió
la versión de Verginus del esquema de la Mesa de Salomón y la confió a doce lápidas
de mármol, que repartió entre sus miembros.
Los buscadores de la Cava y de los secretos de la Mesa de Salomón en el Jaén
decimonónico dejaron otros rastros de su actividad. En el centro del barrio de la
Magdalena, rodeada de los lugares iniciáticos del antiguo santuario matriarcal, frente
al palacio de los condes de Villardompardo, vástagos de la familia Torres, en cuyos
sótanos pueden visitarse los baños árabes donde murió el rey moro, es decir, el Rey
Sagrado, junto al palacio de los reyes moros y el mítico peñón de Uribe, junto a la
calle Herrerías, donde estuvo el priorato de San Benito de los Calatravos, en la plaza
de Santa Luisa de Marillac, dejaron el símbolo más claro y elocuente. La plaza está
adornada de viejos árboles que dan sombra a una fuente. En el centro, emergiendo del
agua quieta, un pilar octogonal (tan frecuente en la construcción templaria y
calatrava) sostiene una semiesfera (la piedra de la Diosa Madre) sobre la que se
yergue una oca con sus patas de palmípeda extendidas sobre la piedra. El conjunto
está fechado en 1892 (Fig. 168). Recordemos que la oca es uno de los símbolos
principales de los cultos matriarcales del santuario. A la oca se añade el símbolo de la
serpiente, que se eleva a lo largo del pescuezo de la oca, compitiendo con ella. La
palmípeda levanta la cabeza para señalar con el pico a las estrellas, como hace el
sabio del turbante en el relieve del coro.
¿Qué significa la oca en el contexto del santuario matriarcal?
En los santuarios matriarcales, la Sabiduría se personificaba en la oca, el animal
que domina los tres elementos porque camina por la tierra, nada en el agua y vuela
por el aire. El maestro Jars o Jakin, personificación de la oca sabia, se transforma,
con el sincretismo cristiano, en Santiago, San Jacobo o Jacques, siempre relacionado
con la piedra y con Nuestra Señora.[464] A Santiago se le aparece la Virgen en la barca
de piedra de Muxía o en el pilar de Zaragoza, y la propia piedra donde depositan el
cadáver del sabio se funde y deja un molde parecido a la oquedad de una barca. Con
el camino ideal de la iniciación se relaciona el juego de la oca, supuestamente
inventado durante la guerra de Troya, un juego sagrado cuyo trazado revela una clave
cabalística numérica: 63 casillas numeradas y la central sin numerar que constituyen
un mapa espiritual de la ruta terrestre que el iniciado sigue hasta el santuario
cristianizado de Santiago (y antes al Finisterre).
El mensaje ocultista del juego está en sus 63 casillas, que por reducción
cabalística totalizan 9, el número de la Diosa Madre:

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63 = 6 + 3 = 9

Las catorce ocas del juego están espaciadas cada cinco casillas de la anterior y
cada cuatro de la siguiente en dos grupos entremezclados en los que el espacio entre
las ocas es de nueve casillas. En el juego, las ocas aparecen en las casillas 5, 9, 14,
18, 23, 27, 32, 36, 41, 45, 50, 54, 59, (64), que se puede distinguir en los dos grupos
de siete ocas que discurren a lo largo del juego de la siguiente manera:

Serie primera: 5, 14, 23, 32, 41, 50, 59


Serie segunda: 9, 18, 27, 36, 45, 54 (64)

Dos grupos que constituyen dos espirales entrelazadas en la espiral común del
camino de la oca.
Los misterios cabalísticos que el juego encierra se manifiestan en combinaciones
sorprendentes. Las dos series pueden sumarse vertical y horizontalmente de este
modo:[465]

Primera: 5 + 14 + 23 + 32 + 41 + 50 + 59=224=2+2+4=8
Segunda: 9 + 18 + 27 + 36 + 45 + 54 + 64=253=2+5+3=1
14 32 50 68 86 104 123 477=4+7+7=9
5 5 5 5 5 5 6

El pie de la oca en la Diosa Madre se manifiesta en el folclore de muchos pueblos


antiguos, comenzando por el hebreo. Recordemos la leyenda de la reina de Saba,
cuyo pie izquierdo era una pata de oca.
En la Edad Media tenemos a la reina Pedauque (“pie-de-oca”), esposa del rey
godo Eurico, reina buena, sabia y querida, evidente imagen de la Diosa Madre, y al
hada Melusina (Madre Lusina), que el conde Raimundo de Poitou desposó ignorante
de su secreto: en determinados días (nuevamente las fases de la luna) los pies se le
volvían patas de oca[466]. El conde le había jurado no mirarla a los pies, pero un día
vulneró su juramento y ella desapareció para siempre, aunque le dejó un hijo para
consuelo de su vejez. En algunos pueblos españoles circula la misma historia de una
mora encantada que se enamora de un caballero.
La sacralidad de la oca se manifiesta también en la mitología medieval de
Lohengrin, el caballero del Cisne, en el ciclo griálico.
Había escrito varias veces al profesor Angus Chipneck explicándole mis
descubrimientos y consultándole muchas dudas, sin obtener respuesta. Finalmente,
me respondió con un e-mail.
—Veo que es usted tenaz y no se da por vencido. En su próxima visita a Oxford

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venga a verme y hablaremos.
Me recibió en su casa de Hambrook Grove, rodeado de libros y carpetas que
incluso ocupaban los pasillos y, según pude comprobar después, el cuarto de baño.
—Los templarios ardieron en la hoguera, pero otras organizaciones recogieron el
testigo que dejaron y prosiguieron con la tarea de iluminar y humanizar el mundo.
Que hayan fracasado una y otra vez no es razón para desistir. Quizá algún día se
consiga esa paz universal y ese reinado de la Justicia.
—Es lo que todos deseamos, supongo. Me dirigió una mirada irónica.
—¿Todos? Le puedo asegurar que todos no. Bien, usted tiene muchas dudas,
intentaré aclararle algunas. En 1903 León XIII creó una Comisión Bíblica Pontificia
cuyo objetivo verdadero era recuperar el Shem Shemaforash para la Iglesia. El Papa
murió al poco tiempo y estaba previsto que lo sucediera el cardenal Rampolla, su más
estrecho colaborador, pero el veto del emperador Francisco José de Austria forzó al
Espíritu Santo a elegir a Giuseppe Sarto, más conocido como Pío X (1903-1914), un
hombre sin experiencia, nada dúctil, iracundo, paranoicamente obsesionado por las
lacras del mundo moderno: comunismo, socialismo y libre pensamiento. Pío X
intentó renovar la vida espiritual de la Iglesia a base de mucho catecismo. Fue un
paso atrás. Al propio tiempo, el gobierno francés acosaba a la Iglesia, lo que provocó
aún más la ira clerical y un deseo inquisitorial de expurgar la doctrina de las
filtraciones modernas. Eso dio al traste con la colaboración interconfesional de Los
Doce Apóstoles. De nada sirvió que el rabino Moshe Gerlem dirigiera una carta al
Papa en 1908 abogando por el mantenimiento de la hermandad: el Papa retiró a los
tres cardenales que formaban parte de la comisión. Sin embargo, otros clérigos de la
facción más progresista y dialogante los sustituyeron, motu proprio, con ánimo de
proseguir la tarea. Un ejercicio peligroso, puesto que estaban vigilados por el servicio
secreto vaticano, el Solidatium Pianum o Cofradía de Pío, dirigido por el cardenal
Humberto Benigni.
—¿Un servicio secreto vaticano?
—Sí, ¿de qué se asombra? De los más antiguos y efectivos. Benedicto XV lo
desmanteló en 1921. Benigni había dimitido en 1911, quizá atraído por los disidentes,
pero lo sucedió Pacelli, el futuro Pío XII, más frío y eficiente. Mientras tanto, Los
Doce Apóstoles proseguían su búsqueda de la Mesa y se centraban en determinados
lugares, entre ellos el antiguo santuario de San Nicolás en Arjona.
—Ya hubo un obispo en el siglo XVII que excavó allí —apunté—. En la iglesia se
conserva un notable Bafomet templario.
—Veo que ha abierto los ojos —sonrió Chipneck aprobador—, pero quizá no lo
suficiente. El obispo hizo algo más que excavar, también construyó una réplica del
Templo de Salomón con el pretexto de albergar unas reliquias.
—¿Una réplica? —me sorprendí.

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—La ermita de los Santos la llaman —dijo Chipneck.
—La visité cuando estuve allí —dije—. Ahora es un museo.
—Quizá deba regresar con los ojos muy abiertos —prosiguió Chipneck—. Mil
novecientos doce fue un año muy activo para la logia. Un miembro de Los Doce
Apóstoles, el barón de Velasco, añadió dos contrafuertes innecesarios al santuario de
los Santos para figurar las columnas Jakim y Boaz del Templo de Salomón (Figs. 169
y 170). Por las mismas fechas, el arqueólogo Cabré excavaba los antiguos santuarios
matriarcales del Santo Reino, el del Collado de los Jardines y el de Castellar de
Santisteban, asistido por el jesuita Calvo. En septiembre, Los Doce Apóstoles se
reunieron en el palacio campestre de uno de ellos y se repartieron doce lápidas de
mármol que contenían sendas copias del Shem Shemaforash según el Códice
Verginus.
—¿Dónde se encuentran esas lápidas?
Chipneck se encogió de hombros.
—No sé. Creo que alguna llegó al Vaticano poco después. Un canónigo de la
catedral de Jaén la había recibido de una marquesa viuda que, a su vez, la había
encontrado en una capilla secreta. No sé si sabe usted que los componentes de la
logia se hacían construir capillas secretas en sus residencias.
—¿Capillas secretas?
—Sí, pequeñas capillas tapiadas e inaccesibles. Las llamaban «capillas del rey»,
en alusión a Salomón, trasuntos del sanctasanctórum original destinadas a albergar la
Mesa cuando se encontrara (Fig. 171). Supongo que las lápidas de mármol se
destinaban a esas capillas. Los Doce Apóstoles se disolvieron después, pero en 1913,
uno de sus componentes, Louis Plantard, fundó la Ordem Soberana do Templo de
Jerusalem, con sede en París. Este Plantard pertenecía a Lámpara Tapada, junto con
Moshe Gerlem. Quizá constituyeran un círculo restringido en la cúspide de la Orden,
no sé.
Chipneck cebó parsimoniosamente su pipa, la encendió, comprobó el tiro y
prosiguió con su explicación:
—Por las mismas fechas uno de los doce apóstoles, don Fernando Recio Paredes,
barón de Velasco, miembro de la logia Gran Oriente Español, se hace construir una
capilla funeraria bizantina bajo una de las iglesias de Arjona, la de San Juan,
naturalmente, el santo templario. Le aconsejo que le eche un vistazo. Quizá le aclare
algunas ideas.
Margaret me había invitado a una cena fría en su cálido apartamento con vistas al
viejo Támesis, en el barrio fabril medio destruido por la Luftwaffe y rehabilitado tras
la guerra. Después de las tostadas de pan con baked beans[467] y la loncha de jamón
de York, charlamos de nuestras cosas en el sofá, a la luz de las velas, con música
suave de Carly Simón y dejamos fluir nuestras emociones.

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Fig. 167. El
canónigo don Fig. 168. La fuente del pato, frente a los baños
Manuel árabes y al mítico palacio de los reyes moros en el
Muñoz barrio de la Magdalena. N. Wilcox, 2002.
Garnica.

Figs. 169 y 170. El santuario de los Santos de Arjona, antes de 1906 y en


la actualidad con los dos contrafuertes que representan a las columnas
Jakim y Boaz. N. Wilcox, 2003.

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Fig. 171. Óculo tapiado que constituía el único acceso posible de la capilla
secreta hallada en un palacio de la calle Mesa de Jaén. El inmueble se
demolió en 1988. Al fondo, más oscuro, lo que parecía un altar.

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28
La montaña mágica

U na mañana brumosa tomé el barco-autobús que remonta el Támesis hasta


Greenwich. Deianus, alto y robusto, me estaba esperando en el muelle. Nos
estrechamos la mano y paseamos a lo largo del Cutty Shark y de la fila de turistas
nipones que hacían cola frente a la taquilla del navío. Anduvimos hasta los jardines
del National Maritime Museum, desiertos a aquella hora de la mañana. Después de
unas frases de conversación cortés acerca del tiempo impredecible típicamente
británico que soportábamos, Deianus se detuvo y me miró a los ojos.
—Me ha sorprendido usted —declaró con una leve sonrisa—. No esperaba que
fuese tan tenaz en su investigación sobre la Mesa de Salomón.
—Tengo la impresión de que me he refugiado en ese estudio para huir de ciertos
problemas personales.
—Huir —murmuró—. ¿No es eso lo que en el fondo hace la especie humana
desde que descubrió su desamparo, desde que inventó a Dios?
No supe qué responder.
Él carraspeó ligeramente y prosiguió.
—Usted ha encontrado a casi todos los que buscaron la Cava. Es justo que sepa
algo más de aquel objetivo que se habían marcado, alcanzar la Mesa de Salomón.
»No era sólo un objeto. No era sólo los tesoros que el objeto depara. El Shem
Shemaforash, el Nombre del Poder, el nombre secreto del Dios primordial, la fórmula
precisa de la Creación desde la que el hombre se trasciende y asciende a Dios,
comprende su Creación, la comparte y la reproduce es, también, el Poder absoluto y
la Sabiduría absoluta.
Se detuvo nuevamente y me miró a los ojos.
—¡Sabiduría! —añadió—. Ése es el objetivo final de la Cábala.
Llevaba meses investigando, pero no sabía nada de ese nombre terrible y
absoluto. Había seguido las huellas de algunas personas que lo buscaron
afanosamente, pero ignoraba adónde conducía ese camino ni cuánto camino les
quedó por recorrer cuando murieron. Ni siquiera estaba seguro de que alguno de ellos
alcanzara la meta.
—El Nombre del Poder —prosiguió Deianus— se relaciona con ciertos alfabetos
sagrados que, en sus inicios, fueron calendarios astrales y especialmente de la Luna,
el primer símbolo de la Diosa.
»El calendario alfabético implica un año de 360 días, de cinco vocales-estaciones,

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cada una de 72 días con otros 5 días sobrantes. Eso es precisamente lo que expresa la
moldura gótica de la calle Valparaíso donde el obispo Suárez dejó su mensaje
esotérico. Recuerda que se compone de 77 elementos, es decir, de 72 días,
correspondientes a las vocales-estaciones, más 5 días sobrantes.[468] Estos cinco días
se relacionan, a su vez, con el primer número sagrado de la Diosa.
»El número 72 es canónico en el santuario de Stonehenge, que fue a un tiempo
templo y observatorio astronómico.[469] Es el número más grandioso del sol, el ocho,
multiplicado por nueve, el número de la Luna.[470] Además, el 72 es el número de la
precesión de los equinoccios. Cada 72 años el eje de la Tierra se mueve un grado.
Este fenómeno lo conocían los babilonios, los egipcios, los mayas y los incas.
»La esencia numérica de la Diosa, en cuyos santuarios se crean los alfabetos
sagrados, es el número tres, pero esa trinidad sólo oculta un aspecto complejo de la
unidad. Este misterio numérico se mantiene, por cierto, en el cristianismo. En algún
caso el tránsito es tan evidente como en el santuario de las tres musas helicomanas
que se transforma en iglesia de la Santísima Trinidad en la Edad Media.[471]
»EL mismo sentido tienen los textos cabalísticos que cifran la trinidad de cabezas
que habitan la Cabeza del Anciano o abstracción del Nombre del Poder.
Habíamos alcanzado el parterre de las rosas, en el que una urna griega derrama
una limpia cascada de agua sobre una fuente. Deianus mojó la mano distraídamente y
aunque hacía frío se refrescó la frente. Prosiguió:
—Las vocales originales de la Diosa son AOUEI. El número cinco se consagra a
la Luna.[472] «Pero la vocal de la muerte I se reemplaza por la consonante regia J y la
vocal del nacimiento omega (la o larga) completando la vocal del nacimiento alfa».
[473]
»Salomón enunció el nombre divino de siete letras. Este número sagrado abarca
la semana de siete días gobernada por el Sol, la Luna y los planetas.
»Después de su conflicto con los principios patriarcales, los alfabetos sagrados
matriarcales sufrieron cambios. No sé cómo se resolvieron en los santuarios de la
península Ibérica, pero conozco algo de lo que ocurrió en los griegos. Ellos
«eliminaron del alfabeto las consonantes H y F y las incorporaron al nombre secreto
de ocho letras de Dios».[474]
»Idénticas o similares transmutaciones se practicaron en otros pueblos
mediterráneos que también aceptaron un nombre divino de ocho letras relacionado
con el principio masculino del sol. El ocho se consagraba al Sol en Babilonia, Egipto,
Arabia, quizá porque es numéricamente el signo de la «repetición 2 x 2 x 2».[475]
»El candelabro sagrado judío, la Menorah, símbolo de la Creación, contiene en
sus siete luces las vocales del Nombre del Poder salomónico. Con los cambios
alfabéticos se incorpora un candelabro de ocho brazos (Chanukah) testimoniado en la
fiesta hebrea del solsticio de invierno.[476]

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Recordé que en los enigmáticos relieves de las zapatas de la Santa Capilla de San
Andrés tallados por Guierero, la barba del anciano que representa al Bafomet tiene
forma de ocho, la de otro personaje se abre para formar la letra omega.
—El secreto del nuevo Nombre —prosiguió Deianus— se relaciona con la
sustitución del sagrado número 7 por el sagrado número 8 y con la prohibición de las
letras F y H del alfabeto ordinario.
—¿Le dieron ocho letras al Nombre en lugar de siete? —me atreví a sugerir.
—Simónides agregó omega (la o larga) y la eta (la e larga) a las siete letras
originales AOUEIFH inventadas por las Parcas o Mercurio y suprimió la H aspirada
otorgando su carácter a eta —prosiguió Deianus, ajeno a mi interrupción, abstraído
en sus pensamientos—. El Óctuple Nombre de Dios que contenía la digamma F (V) y
la H aspirada era, tal vez, JEHUOVAÖ, pero deletreada, por razones de seguridad,
así:
»JEBUOTAÖ será la Óctuple Ciudad de Luz en la que residía la Palabra que era
Toth, Hermes, Mercurio…
»JIEVOAÖ, la forma anterior de siete letras, recuerda el nombre Bendito del
Santo de Israel. Sólo la podía pronunciar el Sumo Sacerdote una vez al año y en voz
baja cuando iba al sanctasanctórum, el Santo de los Santos. No podía escribirse. Se
transmitía de un sacerdote a otro, no escribiéndola directamente, sino describiendo el
alfabeto escrito que la revelaba…
Durante unos minutos paseamos en silencio, hombro con hombro, como dos
viejos amigos. Se había despejado la niebla matutina y parecía que se preparaba una
mañana radiante. El sol asomaba a intervalos tímidamente entre las nubes.
—Así que ése es el secreto de la Mesa de Salomón —dije—: La descripción de
un código alfabético que conduce al Shem Shemaforash, al Nombre del Poder.
—Simónides y Pitágoras estabilizaron la forma de ocho letras JEHUOVAÖ en
honor del inmortal dios solar Apolo omitiendo la I, la vocal de la muerte, y
conservando la Y, semivocal de la generación[477] —prosiguió Deianus.
—Algunos personajes históricos se jactaron de conocer el secreto del Nombre —
dije—, entre ellos, el historiador judío Flavio Josefo y el presidente de las academias
fariseas.
—Es posible —concedió Deianus—. La cadena de iniciación nunca se
interrumpió. Por eso los templarios la encontraron en su casa de Oriente. Las ocho
letras de Simónides y Pitágoras revelan por qué el ocho aparece repetidamente en las
obras templarias, en sus capillas octogonales y vuelve a repetirse con relación a la
Mesa de Salomón y al santuario matriarcal de Jaén.
Recordé los detalles: el ocho en la cúpula que quiso levantar sobre su catedral
iniciática Nicolás de Biedma, el obispo volador asimilado a Salomón por la leyenda
medieval; el ocho en la compleja simbología de la Santa Capilla, el ocho en la estrella

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simbólica de Alfonso X el Sabio y en las obras de los nazaríes granadinos, el ocho en
la portada del libro de los gitanos…
Comprendí la razón de la ofrenda cereal al lagarto de la Malena y a las fuentes
iniciáticas: panes divididos en ocho porciones, ochíos, que todavía se consumen en
Jaén.[478] El ocho repetido en ciertas Mesas iniciáticas que intentan reproducir, como
un eco lejano, la de Salomón: la de San Martín de Arjona, desaparecida en 1936;[479]
la de la abadía del Sacromonte de Granada, que, según la leyenda, perteneció a los
reyes nazaríes.[480]
—La trinidad de la Diosa de los santuarios matriarcales ibéricos se multiplica en
tres trinidades, lo que nos lleva al número nueve —prosiguió Deianus—. En ciertos
casos, este cambio puede datarse con precisión. Las nueve musas, por ejemplo,
empiezan a derivarse de la trinidad previa en el siglo –VII.[481] En España los
romances tradicionales vinculados a arcaicas supervivencias matriarcales nos
conducen también a este número. En el romance de la dama Gelda, que va a la ermita
de San Andrés a deshacer un sortilegio, nos describen que la devota tiene que tomar
nueve ondas antes de la salida del Sol, llevando en las manos nueve hojas de olivo.
[482]
»El número 9 está relacionado con el 8 en la disposición del ajedrez sufí.
»EL número 8 de las capillas octogonales templarias oculta el número 9, el centro
a partir del cual se organiza el octógono geométrico.
»En fin, no es cosa de profundizar los secretos matemáticos del número 9 que
tanto interesan a los cabalistas. De todos los números dígitos, el 9 es el mágico por
excelencia, porque se presta a combinaciones sorprendentes.[483]
Pensé en la predilección por el número nueve de los que buscaron la Cava, las
nueve misas que encargó Andrés de Vandelvira, el arquitecto de la catedral, en su
testamento.[484]
Todavía investigué durante dos semanas en los fondos RILKO de la British
Library. En ese tiempo descubrí algunas cosas sobre la misión de Joyce Mann en el
Santo Reino y sobre las pervivencias templarias.
Una mañana recibí una llamada telefónica de Burt Bricklayer.
—Pedazo de gandul, ponte las pilas porque dentro de quince días comenzamos el
rodaje en Cazorla. Vente por aquí y charlamos.
La BBC me llamaba al deber. Teníamos crédito y equipo. Había que desempolvar
el proyecto del documental a toda prisa. Revisé mis papeles e hice el equipaje.
Durante el trayecto desde el aeropuerto de Granada, en un todoterreno de alquiler,
conduje pensativo. Había aplazado en diversas ocasiones una visita a Arjona. Ahora
tenía ocho días libres antes de que el equipo de filmación desembarcara en España.
Ahora o nunca, me dije, y enfilé la carretera de Alcalá la Real, que discurre a través
de los antiguos territorios de la Orden de Calatrava, hasta Arjona.

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Arjona, a media mañana, tenía el aspecto tranquilo y apacible de los pueblos del
sur. Aparqué en la plaza de los Coches, en el centro del pueblo, y subí a la explanada
de Santa María por una calle empinada que discurre al pie de la imponente muralla
ibérica. No pasé por alto ninguno de los lugares que había venido a visitar. Otra vez
me asomé al mirador sobre la muralla que llaman Cementerio de los Santos y subí la
amplia escalinata que conduce a la meseta superior, a la plaza de Santa María. La
esfera de piedra del santuario dolménico de la Diosa Madre continuaba en su rincón,
enigmática e inspiradora. Crucé la plaza y contemplé, como meses atrás, el Bafomet,
los abultados ojos de la Sabiduría que veneraron los templarios y los calatravos. Caí
en la cuenta de que el Bafomet se contempla desde el atrio enlosado de la iglesia que
oculta el aljibe de la mezquita almohade, las aguas santas de la cisterna construida
con piedras romanas, sostenida por gruesas columnas orladas de inscripciones…
Había aplazado a propósito la visita al santuario de los Santos. Crucé de nuevo la
plaza y lo contemplé.
—El obispo Moscoso Sandoval construyó el Templo de Salomón en el santuario
de los Santos de Arjona —me había advertido Deianus—. Si abres los ojos
comprenderás.
Abrir los ojos. Lo mismo que me había aconsejado Chipneck, con las mismas
palabras. Me pregunté si era algo más que una casualidad.
Comprendí cosas que no había advertido en mi primera visita. El santuario que
reproduce el Templo de Salomón tiene dos niveles. Recordé la Tabla de Esmeralda
de Salomón: «Lo que está arriba es como lo que está abajo». Hay un templo de
arriba, lo que hoy es el santuario de San Bonoso y San Maximiano, los santos
gemelos, los Dióscuros cristianos, los caballeros que montan el mismo corcel de los
templarios, los santos dobles calatravos y hay un santuario de abajo, subterráneo y
oculto del lado de la plaza de Santa María pero evidente del lado del Cementerio de
los Santos; el actual museo arqueológico. En la clave de su puerta encontré la versión
renacentista del Bafomet: un Santo Rostro que, enigmáticamente, sonríe.
El hombre torturado, el Cristo crucificado que suplanta a la Diosa Madre, sonríe
como si nos comunicara su irónico secreto.
Me había provisto de los planos del edificio. Había tomado medidas y las había
comparado con las del Templo de Salomón expresadas en la Biblia.
El Templo de Salomón era una nave rectangular orientada este-oeste terminada en
un adytum o habitación cuadrada, el sanctasanctórum o debir, sobre una plataforma
levantada que formaba un cubo perfecto de veinte codos de alto, largo y ancho.
El santuario de los Santos de Arjona reproducía el Templo de Salomón adaptado a
la metrología del codo sagrado. La disposición era la misma tanto en el templo de
arriba como en el de abajo, excepto por un pequeño detalle: en el templo de abajo el
acceso al sanctasanctórum estaba interrumpido por un altar de yeso (Figs. 174, 175,

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176 y 177).[485]
Consulté el plano: el sanctasanctórum existía, en su plataforma elevada, como en
el Templo de Jerusalén, pero le habían tenido que abrir un acceso desde la calle en la
fachada lateral.
Comprendí por qué la logia de Los Doce Apóstoles había construido los dos
enormes contrafuertes que representaban a las columnas Jakim y Boaz para enmarcar
la humilde puerta de aquel habitáculo: es que era la verdadera entrada al
sanctasanctórum que el edificio iniciático ocultaba.
Me llamó la atención la extraña disposición interior: una cámara pequeña en
forma de H y un gran espacio vacío desaprovechado a su lado, muchos metros
cúbicos de edificio aparentemente vacío.
Algo no encaja. Han construido una parte del edificio absurdamente maciza.
A no ser que…
A no ser que en esa parte exista una cámara oculta. ¿Es que existe una cámara
oculta?
Excitado por mi descubrimiento, me propuse examinar más cuidadosamente,
plano en mano, el complejo edificio. Nuevamente ascendí al templo superior y
comprobé, en efecto, que el camarín de los santos en el que se venera la calavera
santa (la vieja devoción del Temple) estaba cubierto por una cúpula que se resuelve
exteriormente en un octógono con una claraboya igualmente octogonal, la «linterna
de los muertos» propia de los edificios iniciáticos.
Nuevamente en el exterior, descendí la escalinata de la plaza hasta los
contrafuertes semicirculares que representan a Jakim y Boaz, añadidos por Los Doce
Apóstoles en 1906. Entre las dos columnas, la puertecita. Empujé. Estaba abierta.
Dentro, una pequeña cámara en forma de H tan pequeña que no puede servir para
nada, un extraño recoveco inútil y sin relación alguna con el resto del edificio, ¿el
sanctasanctórum? No supe cómo interpretarlo. A todas luces, la puerta de ingreso era
un añadido posterior. ¿Estuvo esta cámara cerrada y ciega cuando se construyó el
edificio en 1648?
Observé el muro lateral. Ni rastro de una posible puerta de entrada a la cámara
secreta que pudiera contener: sólo mampuestos en hilera, como el resto del edificio.
¿Qué se oculta en este espacio cerrado y perdido?
Nadie ha explorado esos metros cúbicos de edificio inaccesibles.
Recordé la bir-el-arwakh del Templo de Salomón, el pozo de las Almas. ¿Quiso el
obispo Moscoso y Sandoval reproducir aspectos del Templo que los templarios
habían transmitido, lo que indagaron tras sus excavaciones, aquellos secretos que les
hicieron concebir la orden mística dentro de la orden externa?
Me sentía bien en aquella cámara. Pensé: el edificio es un diapasón, un
condensador de energía que actúa sobre el que penetra en él, sobre mí.

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Permanecí allí un buen rato. Luego salí y rodeé el edificio. Era una bella
construcción renacentista, pero algunos detalles de su decoración no se explicaban
fácilmente. En la cara opuesta, subiendo la otra escalinata que conduce del
Cementerio de los Santos a la plaza de Santa María, hay una bella hornacina
renacentista vacía, sin fondo alguno. Un espacio rectangular encuadrado por un
elaborado marco de piedra que no parece tener objeto aparente. ¿Qué función tiene y
qué representa? Más arriba, en el mismo muro, un óculo circular que no da luz ni
vista a ninguna parte. ¿Por qué?
Nuevamente en la plaza de Santa María, contemplé la portada de la nave superior
del templo. Sobre la puerta, una doble hornacina destinada a dos santos que jamás la
ocuparon, una doble hornacina vacía, un mero número abstracto, la dualidad que da
paso a la unidad (Fig. 178).
¿Qué ocultaba la enigmática construcción de aquel edificio a un tiempo funcional
y absurdo? ¿Qué sentido tenía que una parte importante de él estuviera maciza?
¿Ocultaba alguna cámara secreta?
El obispo había querido reproducir el Templo de Salomón. Tomé asiento en un
poyete y busqué lo referente al templo en la Biblia. En el libro primero de los Reyes,
capítulo ocho, versículos 27 al 29, encontré la clave en la oración de Salomón en la
dedicación de su templo, cuando dice: «Los cielos no son capaces de contenerte.
¡Cuánto menos esta casa que yo he edificado!… Que estén tus ojos abiertos noche y
día sobre este lugar, del que has dicho: EN ÉL ESTARÁ MI NOMBRE».
¡En él estará mi Nombre! Era evidente que se refería al nombre de Dios, a su
nombre poderoso y secreto, al Shem Shemaforash.
¿Dónde estaba el Nombre?
¿Ocultaba aquella cámara secreta la Mesa de Salomón?
El nombre secreto se expresaba en proporciones geométricas: recordé aquella cita
de san Bernardo, el impulsor del Temple y del cristianismo iniciático, en su obra De
Consideratione: «Dios es longitud, anchura, altura y profundidad».
De un modo u otro, aquel edificio contenía el misterio.
Allí estaba, como un arpa dormida, aguardando al que sepa templar sus cuerdas,
arrancar de ella la suprema melodía.
No sé cuánto tiempo permanecí frente al santuario, contemplando sus armoniosas
líneas, sintiendo que, al menos, había descubierto una parte de su secreto.
Una señora de mediana edad, cargada con la cesta de la compra, subió la
escalinata que comunica el Cementerio de los Santos con la plaza de Santa María. Al
llegar a mi altura exhaló un suspiro y me dijo:
—¡Las escaleritas!
Me había mirado y me había sonreído. La vi alejarse. Las escaleritas la ayudaban
a mantener una silueta atractiva, pensé. La belleza y la soledad del lugar. Pasar por

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aquí cada día, a la sombra del misterio, pensé.
Llegó la hora del almuerzo y bajé a reponer fuerzas a un restaurante de la plaza de
los Coches. Después continué con mis indagaciones.
Los documentos RILKO mencionaban al barón de Velasco, uno de los
componentes de la logia de Los Doce Apóstoles, que se había construido una cripta
subterránea bajo la iglesia de San Juan.
San Juan. Uno de los santos templarios. La devoción de una iglesia gnóstica
cristiana, paralela a la de Roma.
Pensé que valía la pena explorarlo. La iglesia estaba cerca de Santa María, al otro
lado del barrio medieval, donde antiguamente se ubicaba la judería. Ya no se accede a
la cripta desde la iglesia. La entrada actual es una puerta anónima, de chapa, en la
fachada trasera del templo. Pedí la llave en el ayuntamiento y me dirigí a la iglesia.
Por el camino refresqué lo que sabía del arquitecto que la diseñó, probablemente el
último arquitecto iniciado de la cadena que comienza en Hiram.
El arquitecto era Antonio Florián, hijo de Justo Florián.
¿De qué me sonaba Justo Florián? Lo comprobé en mis apuntes: uno de Los Doce
Apóstoles, arquitecto, «de origen gallego, se estableció en Jaén en 1884 y adquirió
extensas fincas y minas en el término de Fuensanta de Martos».
¿Por qué ese interés por el subsuelo de Fuensanta de Martos?
Fuensanta, la Fuente Santa, el santuario de la Negra, el objetivo de los calatravos
en aquella extraña expedición de 1224, cuando atacaron el vecino castillo de Víboras.
Además, Justo Florián excava el solar de la antigua iglesia calatrava en Porcuna y
edifica en su solar un nuevo templo de traza bizantina.
¿Qué había buscado en la cripta de los calatravos?
Antonio Florián heredó los intereses de su padre. Se licenció en arquitectura a los
veintitrés años y amplió estudios en Venecia (ese interés por la arquitectura iniciática
oriental, por el número de oro y la áurea proporción), antes de trasladarse a Viena
junto al arquitecto Otto Wagner. Allí se relacionó con los círculos ocultistas y conoció
a Walter Stein y Otto Rahn, que más tarde colaborarían con los nazis en la búsqueda
del Grial. De regreso al Santo Reino, en 1914, edificó la obra más extraña de su vida:
una cripta subterránea según los principios de la arquitectura sagrada. En apariencia,
se trataba de un panteón cruciforme de planta central, destinado a la familia del barón
de Velasco, otro componente de Los Doce Apóstoles. La cripta, en realidad, jamás
tuvo destino funerario alguno, pues se había concebido como marco para albergar la
Mesa de Salomón (Figs. 179, 180, 181, 182 y 183).
La sociedad de Los Doce Apóstoles se disolvió al poco tiempo, pero la cripta
mantuvo sus funciones, cualesquiera que fueran. Algunos ancianos del pueblo
recuerdan que un par de veces al año llegaban forasteros en coches lujosos que
aparcaban lejos, en la plaza de los Coches, y se encerraban en la cripta durante horas.

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Quizá alguna organización neotemplaria la usaba para sus ceremonias. En 1936 la
cripta resultó dañada junto con la iglesia, y desde entonces permaneció cerrada y
sellada hasta su reciente restauración.
La iglesia de San Juan está en el extremo de una plaza tranquila, rodeada de
naranjos. Contemplé la bella fachada plateresca y la torre, más minarete que
campanario, de planta octogonal (Fig. 184).
Una torre calatrava octogonal, tan delgada que en su cuerpo de campanas apenas
queda espacio para una persona. ¿Qué me recordaba esta construcción?
Caí en la cuenta: «La linterna de los muertos», el cubículo de los iniciados que
trascienden a la otra vida.
Comprendí que no había nada casual en aquella iglesia: ni su dedicación a san
Juan, ni el insólito campanario calatravo, ni la elección de Los Doce Apóstoles para
albergar la cripta iniciática en el subsuelo sagrado.
En un callejón lateral encontré la puerta de acceso a la cripta. Introduje la llave y
entré. Un habitáculo del que partía una hermosa escalera descendente, curva, de
mármol finísimo. Pulsé un interruptor. Abajo se encendieron las luces. Descendí los
peldaños sintiendo que el corazón se aceleraba levemente, la misma sensación que a
lo largo de mi vida me ha asaltado en otros lugares donde el misterio se manifiesta.
Hay algo trascendente en el ambiente de aquel lugar, lejanos ecos, sentimientos
antiguos detenidos entre aquellas piedras relucientes. La cripta es enteramente
bizantina, mármoles y teselas cubren las paredes, ángeles de mármol extienden sus
alas cuádruples. En la redonda bóveda del techo un majestuoso Jesús pantocrátor de
profunda mirada levanta dos dedos para bendecir. Un templo oriental bajo una iglesia
andaluza.
Los nichos de las paredes configuran una cruz de dos pares de brazos desiguales,
el superior en forma de T, la variante secreta de la cruz templaria.
Una cruz en forma de T.
La inicial del Temple, la marca en el muro del obispo Suárez, la cruz de la
crucifixión de El Indaco tallada para glorificar a la Magdalena, esposa de Jesús.
Cada uno de los extremos de la cruz en forma de T parte de una enorme escultura
de mármol blanco. Tres esculturas. Tres damas.
La Triple diosa del dolmen, la Diosa Madre en una formulación moderna, al estilo
fin de siècle predominante cuando se construyó esta cripta.
En el suelo, disimulado entre los mármoles, un mecanismo de hierro destinado a
mover las toneladas de cada una de las esculturas femeninas que disimulaban los
nichos instalados en los brazos de la cruz.
Posé mi mano en el frío mármol e intenté imaginar los sentimientos del
arquitecto, del escultor, de los doce hombres empeñados en recuperar el Shem
Shemaforash que habían ideado aquella extraña construcción para recibir en su día la

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Mesa de Salomón.
¿Qué fue de ellos? La Primera Guerra Mundial los dispersó. Sus nombres
aparecen después en distintas organizaciones europeas. En cuanto a Antonio Florián,
el arquitecto de la cripta, fue otra víctima de la Guerra Civil. En 1937 lo destituyeron
como arquitecto del Estado, huyó a Francia, pasó a la zona nacional y se instaló en
San Sebastián, pero los nacionales confirmaron su destitución. Murió en 1941 en
Madrid. En el testamento dispuso que por todo epitafio le pusieran una palabra:
artista.
Tras la visita regresé al ayuntamiento para devolver la llave del subterráneo.
—¿Qué le ha parecido? —me preguntó el municipal—. ¿A que no se imagina uno
que pueda haber una cripta bizantina en Andalucía?
—Lleva usted razón. Uno no se lo imagina.
—Aquella lápida que ve usted allí —señaló—, empotrada debajo de la escalera,
estaba en la cripta.
Un escalofrío me recorrió el cuerpo. Así que, al término de mis indagaciones,
cuando nuevamente las labores de la BBC me iban a devolver al mundo prosaico del
presente, el azar o el destino me reservaba la mayor sorpresa. Así fue como descubrí
el aspecto físico de la Mesa de Salomón, la formulación geométrica del Shem
Shemaforash, en aquel mármol que en su día adornó el frontispicio del altar de la
cripta.
Me acerqué a la escalera y examiné cuidadosamente la lápida templaria: la
estrella, los cuadrados, la retícula central, los cuatro círculos del Mercaba
cabalístico… un mundo en el que no me atrevía, no me atrevo, a penetrar, el mundo
de los iniciados que a través de los siglos han soñado con remontarse a los misterios
de Dios, de servir a los hombres, de instaurar la paz y la hermandad bajo la Sinarquía.
En un atisbo de inspiración, comprendí, como una luz remota, por qué habían
luchado y muerto los caballeros templarios y todos los iniciados que retomaron la
antorcha y siguieron su camino en los siglos sucesivos (Figs. 185 y 186).
Como impulsado por un extraño palpito subí la escalera. En el muro frontero,
presidiéndola, un antiguo azulejo: el encuentro de Ana y Joaquín frente a la Puerta
Áurea de Jerusalén, el mismo motivo con el que el iniciado Gutierre Doncel adornó la
fachada y la reja de su Santa Capilla, aquel cofre de misterios disimulado entre las
callejuelas del barrio antiguo de Jaén.
—¿Y ese azulejo?
El municipal sonrió.
—Es muy antiguo. Casualmente, procede del palacio del barón de Velasco, el que
hizo la cripta bajo la iglesia de San Juan.
Casualmente había dicho, pero yo sé bien que la casualidad solamente existe para
quienes no saben explicar las causas.

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Regresé al coche y enfilé la carretera de Cazorla, pensativo y conmovido por lo
que había descubierto.
Hubo una vez una Orden integrada por caballeros que se propusieron rescatar el
mundo del sufrimiento y liberarlo de la injusticia. Quizá su obra no esté enteramente
perdida mientras otros caballeros recojan el testigo y prosigan la tarea.
El parque natural de Cazorla, mediado mayo, estaba en el apogeo de su belleza.
Llegó mi equipo y regresé al mundo de las aves, a la verde naturaleza, a la
hermandad de las tardes de vino y charla en torno a la chimenea de la torre del
Vinagre. Algo había florecido dentro de mí, quizá la crisálida de un hombre distinto,
menos convencional, que se abría paso, no sin dolor, entre mis recuerdos, mis
vivencias y mis pensamientos, en la profunda huella de los meses transcurridos tras la
pista de los Templarios y la Mesa de Salomón.

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Fig. 172. El Cementerio de los Santos de Arjona. En primer término, la
muralla ibérica; arriba, el santuario de los Santos. N. Wilcox, 2002.

Fig. 173. Panorámica desde el Cementerio de los Santos de Arjona.


Delante, la campiña del Guadalquivir; al fondo, Sierra Morena. N. Wilcox,
2002.

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Fig. 174. Santuario de los Santos de Arjona. La fachada de Jakim y Boaz,
con la entrada a la cámara en forma de H.

Fig. 175. Santuario de los Santos de Arjona. La fachada del óculo.

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Fig. 176. El santuario con el misterioso espacio macizo que pudiera ocultar
una cámara secreta.

Fig. 177. Santuario de los Santos de Arjona. En su planta se observa el


enigmático aposento en forma de H y junto a él, el espesor y la altura de la
zona inexplorada que forma un cubo perfecto, como el sanctasanctórum
del Templo de Salomón.

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Fig. 178. Fachada del santuario de los Santos de Arjona desde la plaza de
Santa María. Sólo se aprecia el templo superior. N. Wilcox, 2003.

Fig. 179. Planta de la cripta del barón de Velasco. Forma la figura de la


cruz templaria con doble travesaño (dibujo de Jesús de la Torre Barranco).

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Fig. 180. Cruces templarias de doble travesaño, llamadas de San Zacarías
y San Bartolomé (según R. Alarcón).

Fig. 181. Pantocrátor de estilo Fig. 182. Una de las tres


neobizantino en la cúpula de la diosas en la cripta del
cripta del barón de Velasco, Arjona. barón de Velasco, Arjona.
J. Sol, 2002. J. Sol, 2002.

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Fig. 183. Los ángeles en la Fig. 184. La torre octogonal de la
cripta del barón de Velasco. iglesia de San Juan en Arjona. N.
J. Sol, 2002. Wilcox, 2003.

Figs. 185 y 186. Patio del ayuntamiento de Arjona y lápida templaria


empotrada en su muro. J. Sol, 2003.

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FIN

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Acabóse de imprimir el día 27 de septiembre de
2004. Día de Cosme y Damián, santos mártires
venerados por los templarios y los calatravos. Eran
naturales de Egea, en la Arabia, gemelos y sabios
en ciencias y artes y reputados sanadores. Fueron
decapitados por Diocleciano el año 285. Sus
cráneos se veneraban en Luzarche en tiempos de
las Cruzadas.

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NICHOLAS WILCOX es un seudónimo usado por el escritor Juan Eslava Galán.
Juan Eslava Galán nació en Arjona (Jaén) en 1948; se licenció en Filología Inglesa
por la Universidad de Granada y se doctoró en Letras con una tesis sobre historia
medieval. Amplió estudios en el Reino Unido, donde residió en Bristol y Lichfield, y
fue alumno y profesor asistente de la Universidad de Ashton (Birmingham). A su
regreso a España ganó las oposiciones a Cátedra de Inglés de Educación Secundaria y
fue profesor de bachillerato durante treinta años, una labor que simultaneó con la
escritura de novelas y ensayos de tema histórico. Ha traducido la poesía de T. S. Eliot
y escribe novelas de ficción histórica con el seudónimo Nicholas Wilcox. Entre sus
obras destacan: En busca del unicornio (Premio Planeta 1987), El comedido hidalgo
(Premio Ateneo de Sevilla 1994), Señorita (Premio Fernando Lara 1998 y Premio de
la Crítica Andaluza 1998) o La mula. También ha publicado varios ensayos, como
Los castillos de Jaén o Los templarios y otros enigmas de la historia.

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Notas

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[1] Me sonroja tan favorecedora descripción de mi persona, pero eso es lo que dice el

texto original: a bold, fat, flabby man disguising his congenital ugliness with an
indocile beard. (N. del T.) <<

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[2] En la ficha de entrada de los documentos en la British Library figuraba la fecha,

1969, y la dirección postal del RILKO: «All Communications to: Mrs. Janette
Jackson, 34 College Court, Hammersmith, London, W.6». He realizado gestiones
para contactar con la organización sin éxito. En la casa de College Court se han
sucedido desde entonces varios inquilinos. Cabe la posibilidad de que dieran una
dirección falsa. <<

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[3] Esta hornacina estaba en la fachada posterior del número 24 de la calle Veracruz,

que da a la calle de los Abades. Hoy ha desaparecido.


También se perdió en el mismo año el Cristo de los Tres Faroles de Bargas, un pueblo
de Toledo, que tenía tres testículos muy hermosos en el lugar adecuado. Por suerte,
queda el testimonio del estandarte bordado de la cofradía en el que el Cristo luce sus
tres huevos bajo un púdico faldellón, al que llaman «de los Tres Faroles». <<

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[4] MORALES Y MARÍN, JOSÉ LUIS: Diccionario de iconología y simbología, Taurus,
Madrid, 1984, p. 180. <<

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[5] No es casual que la comida típica del domingo de Resurrección sea el hornazo, un

bollo con un huevo sujeto por una cruz hecha con dos tiras de pan. Véase RAFAEL
ORTEGA SAGRISTA: Escenas y costumbres de Jaén, Instituto de Estudios Giennenses,
Jaén, 1977, p. 94. Antiguamente, el hornazo se comía precisamente al paso de la
procesión. Era una comida iniciática que conmemoraba la resurrección de Dios con
que se abre simbólicamente el nuevo ciclo creador que el huevo representa. <<

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[6] Describe brevemente el libro, cuyo contenido estaba grasiento e ilegible, el
antropólogo Celedonio Tocino Vira, «Paseos folklóricos por Andalucía», La Luz
Occidental, núm. 2, Granada (julio, 1912), pp. 12-18. <<

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[7] En 1922 lo explicó en su libro Early Brttish Trackways, que en 1925 completó con

The Old Straight Track. (N. del Autor).


Una reciente encuesta entre los suscriptores de la revista Tracks in the Lanscape
reveló que los aficionados a buscar ley consideran su actividad la más placentera que
se puede realizar sin quitarse los pantalones. (N. del T.) <<

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[8] Casi todos presentan una concavidad, que marca el centro, rodeada por dos anillos,

pero algunos ejemplares tienen tres anillos e incluso uno tiene cinco en un lugar del
abrigo donde la naturaleza ha tallado una especie de capilla natural, el
sanctasanctórum del conjunto. En este sector los círculos abundan más y están más
agrupados. Uno de ellos tiene la curiosa forma de candelabro invertido, con dos
prolongaciones, semejantes a cuernos, hacia arriba.
ESLAVA GALÁN, JUAN: «Los grabados rupestres de Otíñar», Boletín de la Asociación
Española de Amigos de la Arqueología, núm. 18 (diciembre, 1983), pp. 15-18. <<

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[9] Seis de las losas son de parecidas proporciones, pero la séptima y la octava, que

forman juntas un lado del polígono, vienen a ser la mitad de cada una de las otras. <<

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[10] CARRASCO RUS, JAVIER: Las pinturas rupestres del Cerro de la Pandera (Jaén),

Museo de Jaén, Jaén, 1980, p. 17. <<

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[11] Ibíd., p. 35. <<

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[12] ELIADE, MIRCEA: Tratado de historia de las religiones, Cristiandad, Madrid, 1974,

vol. 1, p. 235. <<

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[13] FERNÁNDEZ CHICHARRO, CONCEPCIÓN: «La colección de antigüedades arqueológicas

del padre Recio», B.I.E.G., núm. 20 (abril-junio, 1959), pp. 146, 147. <<

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[14] VALIENTE MALLA, JESÚS:
«La primera Edad del Bronce», Historia de España,
Historia 16, Madrid, abril, 1980, p. 30. <<

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[15] Marroquíes Altos y Caño Quebrado se han fechado entre principios del segundo

milenio a. de C. y el Bronce tardío, estrado ya el primer milenio a. de C. <<

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[16] ARROYO SEVILLA, EDUARDO: «Algunas aportaciones al acervo arqueológico y
artístico de la provincia», B.I.E.G., núm. 7 (enero-marzo, 1956), p. 15. CARRASCO RUS,
JAVIER: op. cit., p. 33. <<

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[17] DEQUELOR, CHRISTINE: Las aves mensajeras de los dioses, Plaza y Janes,
Barcelona, 1980, p. 75. <<

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[18] CHARPENTIER, LOUIS:
El enigma de la catedral de Chartres, Plaza y Janes,
Barcelona, 1978, p. 25. <<

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[19] CHARPENTIER, LOUIS: Los gigantes y su origen, Bruguera, Barcelona, 1972, p. 178.

<<

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[20] Ibíd., p. 76. <<

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[21] CHARPENTIER, LOUIS: El enigma de la catedral de Chartres, op. cit., p. 27. <<

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[22] Ibíd., p. 26. <<

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[23] Ibíd., p. 26. <<

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[24] CHARPENTIER, LOUIS: Los gigantes y su origen, op. cit., pp. 164, 165. <<

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[25] Ibíd. <<

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[26] AL-HIMYARI, RAWD:
La Péninsule Iberique au Moyen Age, d’aprés le «Kitab
al-Rawd al-Mi ’ta fi-habar al-aqtar» d’lbn o Abd al-Mu ’nim al-Himyan, traducción
de E. Lévi Provençal, Leyden, 1938, p. 71. <<

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[27] Al-Himyari no menciona estos topónimos, pero habla de la Sierra de Qastruh

correspondiente a las actuales peñas de Castro, un cerro distante de Jaén dos


kilómetros, al sur. Estas peñas de Castro reciben también el nombre de Silla de la
Reina, denominación relacionada con la esencia misma de la corriente telúrica que
discurre por ellas. <<

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[28] Mi buen amigo Juan Sol me aporta algunas precisiones astronómicas: «Tomando

como referencia lo establecido por Richard Henning en Grandes enigmas del


Universo, y ayudándonos de un soporte informático (Starry Night Pro
[www.starrynight.com]), teniendo en cuenta el cambio de eje de giro de nuestro
planeta, fenómeno conocido como precesión y el cambio del calendario Juliano al
Gregoriano, podemos concluir que hacia el 15 de agosto del año –2000, la estrella
Spica se dejaba de ver al atardecer justo después de la puesta de sol, e
inmediatamente se ponía al oeste por el horizonte, fenómeno conocido como Ocaso
Helíaco. A partir de ese día dejaba de verse durante unos cuarenta días. Asimismo,
hacia el 9 de septiembre del año 500, ocurría el fenómeno opuesto, conocido como
Orto Helíaco, es decir, que la estrella Spica aparecía por el este al amanecer y se veía
unos minutos justo antes de que el resplandor del sol cegara su brillo». <<

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[29] La desaparición es el ocaso de la estrella; la aparición, su orto helíaco. <<

www.lectulandia.com - Página 343


[30]
La evolución de estas figurillas arranca ya desde el período anterior, el
paleolítico. <<

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[31] HENNING, RICHARD: Grandes enigmas del Universo, Plaza y Janes, Barcelona,

1971, pp. 193-200. <<

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[32] ELIADE, MIRCEA: op. cit., vol. 1, p. 196. <<

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[33] Ibíd., p. 199. <<

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[34] Ibíd., p. 204. <<

www.lectulandia.com - Página 348


[35] VALIENTE MALLA, JESÚS: «La primera Edad del Bronce»: op. cit., p. 26.

La Diosa Madre necesitaba el concurso de un varón que la fecundase a imagen de lo


que ocurría en la naturaleza. Por lo tanto le inventaron una pareja. Este compañero de
la Diosa era un personaje menor, plasmación de los fenómenos atmosféricos, que
unas veces se asimilaba a la Serpiente de la Sabiduría y otras a la Estrella de la Vida.
El Hijo nacía de la diosa cada año e iba creciendo con las estaciones, finalmente
mataba a la Serpiente y de este modo lograba el amor de la Diosa. Luego perecía y de
sus cenizas nacía de nuevo la Serpiente. La Diosa comía el Huevo de la Serpiente y el
Hijo volvía a nacer de ella (véase ROBERT GRAVES: La diosa blanca, Alianza, Madrid,
1983, p. 544). El Hijo y la Serpiente son fundamentalmente la misma persona
fecundadora de la Madre. Cada uno de ellos es el padre del otro para reflejar la
alternancia estacional de la naturaleza. El Hijo Estrella es el espíritu del Año
Creciente; la Serpiente, el del Año Menguante. El drama de su enfrentamiento refleja
el progresivo debilitamiento del Sol en el otoño e invierno y el subsiguiente
fortalecimiento en primavera y verano, un proceso del que depende el ciclo agrícola.
<<

www.lectulandia.com - Página 349


[36] ELIADE, MIRCEA: op. cit., vol. 1, p. 229. <<

www.lectulandia.com - Página 350


[37] Ibíd., p. 126. <<

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[38] GRAVES, ROBERT: La diosa blanca, op. cit., pp. 165, 318, 689. <<

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[39] Ibíd., p. 465. <<

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[40] Ibíd., p. 142. La cojera es vestigio de una danza ritual, en espiral, inspirada en las

danzas de apareamiento de las aves, en particular de la perdiz (véase ROBERT GRAVES:


La diosa blanca, pp. 459, 460,464). La cojera es signo de iniciación. La nómina de
dioses o héroes cojos es bastante extensa. Además, tiene una relación histórica con el
arte de la de la herrería, que fue magia en sus principios (véase ROBERT GRAVES: op.
cit., pp. 456-468). Lo que nos retrotrae a otro suceso que marcó profundamente la
vida de los pueblos: la aparición del hierro. <<

www.lectulandia.com - Página 354


[41] Ibíd., pp. 442,450. <<

www.lectulandia.com - Página 355


[42] AGUIRRE SÁDABA, JAVIER y JIMÉNEZ MATA, CARMEN: Introducción al Jaén islámico

(Estudio geográfico histórico), Instituto de Estudios Giennenses, Jaén, 1979, p. 182.


<<

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[43] Los arqueólogos españoles los denominan pueblos del Vaso Campaniforme. <<

www.lectulandia.com - Página 357


[44] VALIENTE MALLA, JESÚS: op. cit., p. 34. <<

www.lectulandia.com - Página 358


[45] La palabra dios, de origen común para todas las lenguas indoeuropeas, incluida el

castellano, es, por consiguiente, masculina. <<

www.lectulandia.com - Página 359


[46] ELIADE, MIRCEA: op. cit., vol. 1, p. 219. <<

www.lectulandia.com - Página 360


[47] El dios varón será Apolo (el Sol); la diosa será el reflejo, cada vez menos
importantes, de la propia Diosa Madre (véase ROBERT GRAVES: La diosa blanca, op.
cit., p 544.) <<

www.lectulandia.com - Página 361


[48] GRAVES, ROBERT: Los dos nacimientos de Dionisio, Seix Barral, Barcelona, 1984,

p. 65. Este compromiso se refleja en la situación política. Seis estados griegos son
matriarcales y otros seis patriarcales. Su federación garantiza el equilibrio de los dos
principios. Con el tiempo este equilibrio se altera fatalmente, puesto que un nuevo
dios, Dionisos, viene a usurpar el puesto de una de las diosas, Hestia (Vesta). <<

www.lectulandia.com - Página 362


[49] GRAVES, ROBERT: Los dos nacimientos de Dionisio, op. cit., p 59. <<

www.lectulandia.com - Página 363


[50] ELIADE, MIRCEA: op. cit., vol. 1, p. 182. <<

www.lectulandia.com - Página 364


[51] GRAVES, ROBERT: La diosa blanca, op. cit., pp. 137, 442. <<

www.lectulandia.com - Página 365


[52] PAREDES GROSSO, JOSÉ MANUEL: El jardín de las Hespérides, Madrid, 1985, p. 37.

<<

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[53] Ecos del segundo de ellos alcanzarán a poblar los sueños febriles de Don Quijote.

<<

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[54] Incluso algunas de las más significadas diosas individuales del panteón
grecolatino proceden de cultos matriarcales de Occidente. Atena, la diosa de la
Sabiduría, quizá la más característica del conjunto de dioses griegos, procede de
Libia, a orillas del lago Tritón, «donde parece haber sido primitivamente la diosa
triple Libia Neith a la que los griegos llamaban Libia o Lamia» (véase ROBERT
GRAVES: La diosa blanca, op. cit., p. 304). El árbol tutelar de esta diosa de la sabiduría
sería el olivo. Y la Triple Diosa del Sur de la península Ibérica, remoto origen de
aquella advocación, tiene precisamente al olivo y al manzano como aspectos del Año
Creciente y del Año Menguante en que se divide su ciclo ritual. <<

www.lectulandia.com - Página 368


[55] ESLAVA GALÁN, JUAN: La leyenda del lagarto de la Malena y los mitos del dragón,

edición abreviada de la Caja de Ahorros de Córdoba, Córdoba, 1980; edición


completa en Universidad de Jaén, 1989. <<

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[56] Corán, Sura XXVII, 84. <<

www.lectulandia.com - Página 370


[57] Libro de las mil y una noches; noches 202 y 203. <<

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[58] GALL, MICHEL: El secreto de las mil y una noches, Plaza y Janes, Barcelona, 1973,

p. 129. <<

www.lectulandia.com - Página 372


[59] BEN ABU AL-HAKAM: Kitab Futuh Misr, traducción de Lafuente Alcántara, pp. 211,

212. (Véase CLAUDIO SÁNCHEZ ALBORNOZ: La España musulmana, Espasa Calpe,


Madrid, 1978, vol. 1, p. 65). <<

www.lectulandia.com - Página 373


[60]
Ibíd., p. 66. Procede de AL-MAQQARI: Nafh al-tib, traducción de Lafuente
Alcántara, p. <<

www.lectulandia.com - Página 374


[61] BORGES, JORGE LUIS: Historia universal de la infamia, Alianza, Madrid, 1971, p.

114. <<

www.lectulandia.com - Página 375


[62] MENÉNDEZ PELAYO, MARCELINO: Historia de los heterodoxos españoles, Biblioteca

de Autores Cristianos, Madrid, 1956, vol. I, p. 669. <<

www.lectulandia.com - Página 376


[63] AGUIRRE SÁDABA, JAVIER y JIMÉNEZ MATA, CARMEN: op. cit., p. 79. <<

www.lectulandia.com - Página 377


[64] Ibíd., p. 78 <<

www.lectulandia.com - Página 378


[65]
Así lo afirma Lucio Marineo Sículo en su obra De Rebus Hispaniae
Memoralibus, editada en 1530. MOZAS MESA, MANUEL: Jaén legendario y tradicional,
Palomino, Jaén y Pozo, Jaén, 1958, p. 369. <<

www.lectulandia.com - Página 379


[66] FERNÁNDEZ CHICHARRO, CONCEPCIÓN: op. cit., p. 140. <<

www.lectulandia.com - Página 380


[67] El Arca de la Alianza era un simple cofre de madera ennoblecido con planchas de

oro. En su interior se guardaban las famosas Tablas de la Ley, otorgadas por Yahvé a
Moisés, y otros objetos rituales. Este cofre no había tenido más cobijo que una simple
tienda de campaña, pero Salomón le construyó un santuario digno de la grandeza de
su imperio en el monte Moria, frente a Jerusalén, que David había comprado al
jebuseo Arauná para instalar su altar de holocaustos. Así es que fue David el que
sacralizo el lugar que antes fuera una simple era barrida por los vientos. <<

www.lectulandia.com - Página 381


[68] El fenicio hizo un excelente negocio puesto que, desde que comenzó su
colaboración con Salomón, recibió de Israel unos pagos anuales que se pueden cifrar
en cinco millones de kilos de trigo y cuatro millones de litros de aceite de oliva. <<

www.lectulandia.com - Página 382


[69] GRAVES, ROBERT: Los dos nacimientos de Dionisio, op. cit., p. 11. <<

www.lectulandia.com - Página 383


[70] Corán, Sura XXVII, 44. <<

www.lectulandia.com - Página 384


[71] CHARPENTIER, LOUIS: Los gigantes y su origen, op. cit., p. 119. <<

www.lectulandia.com - Página 385


[72] Salomón, prototipo de todos los sabios, pero pésimo administrador, gasta tanto

dinero en sus obras que su deuda con Hiram se acumula hasta el punto de que le
resulta imposible saldarla. Al cabo de veinte años de relaciones comerciales tiene que
hipotecarle veinte ciudades al norte de Monte Carmelo y gran parte de la llanura de
Akkó. Además, crece el malestar del pueblo, abrumado por los abusivos tributos. <<

www.lectulandia.com - Página 386


[73] I Reyes, IV, 29, 30. <<

www.lectulandia.com - Página 387


[74] GRAVES, ROBERT: Los dos nacimientos de Dionisio, op. cit., p. 214. <<

www.lectulandia.com - Página 388


[75] GRAVES, ROBERT: Rey Jesús, Edhasa, Barcelona, 1984, p. 239. <<

www.lectulandia.com - Página 389


[76] GRAVES, ROBERT: Los dos nacimientos de Dionisio, op. cit., p. 215. <<

www.lectulandia.com - Página 390


[77] GRAVES, ROBERT: La diosa blanca, op. cit., p. 16. Apolo, Dios de la ciencia y del

conocimiento, desciende también del demonio de una hermandad que tenía por tótem
al ratón de la Europa matriarcal. <<

www.lectulandia.com - Página 391


[78] El texto alude al tesoro de las ofrendas que se iba engrosando de día en día con

los exvotos de los fieles. Lo confirma el hecho de que, tiempo después, cuando el
ejército de Israel saquea la capital de Judá, capture en el Templo un enorme botín que
llevaría a Samaria. <<

www.lectulandia.com - Página 392


[79] BLANCO FREIJEIRO, ANTONIO: «El ajuar de una tumba de Cástulo», Oretania, núm.

19 (enero-abril, 1965), Linares, pp. 7-70. <<

www.lectulandia.com - Página 393


[80] GRAVES, ROBERT: La diosa blanca, op. cit., p. 365. <<

www.lectulandia.com - Página 394


[81] El Arca de la Alianza revela, en sus precisas medidas, que estaba dedicada al Sol

(GRAVES, ROBERT: Ibíd., p. 370). Moisés había sido sacerdote solar (Ibíd., p. 374). <<

www.lectulandia.com - Página 395


[82] Ibíd., p. 153. <<

www.lectulandia.com - Página 396


[83] Ibíd., p. 388. <<

www.lectulandia.com - Página 397


[84] GRAVES, ROBERT: Rey Jesús, op. cit., p. 243. <<

www.lectulandia.com - Página 398


[85] BORGES, JORGE LUIS: Obras completas, Ultramar, Madrid, 1977, p. 885. <<

www.lectulandia.com - Página 399


[86] GALL, MICHEL: op. cit., pp. 121, 122. <<

www.lectulandia.com - Página 400


[87] Ibíd., pp. 113, 115. <<

www.lectulandia.com - Página 401


[88] Ibíd., pp. 113. <<

www.lectulandia.com - Página 402


[89] GRAVES, ROBERT: La diosa blanca, op. cit., p. 59. <<

www.lectulandia.com - Página 403


[90] BORGES, JORGE LUIS: Obras completas, op. cit., p. 885. <<

www.lectulandia.com - Página 404


[91] ELIADE, MIRCEA: op. cit., vol. 1, p. 203. <<

www.lectulandia.com - Página 405


[92] GALL, MICHEL: op. cit., p. 153. <<

www.lectulandia.com - Página 406


[93] MENÉNDEZ PELAYO, MARCELINO: op. cit., vol. I, p. 679. <<

www.lectulandia.com - Página 407


[94] Ibíd., p. 682. <<

www.lectulandia.com - Página 408


[95] BORGES, JORGE LUIS: Obras completas, op. cit., p. 209 <<

www.lectulandia.com - Página 409


[96] Ibíd., p. 211 <<

www.lectulandia.com - Página 410


[97] Ibíd., p. 212 <<

www.lectulandia.com - Página 411


[98] GRAD, A. D.: Iniciación a la kábala hebraica, Altalena, Madrid, 1984, p. 64. <<

www.lectulandia.com - Página 412


[99] Ibíd., p. 105. <<

www.lectulandia.com - Página 413


[100] KONING, FREDERIK: Diccionario de ocultismo, Bruguera, Barcelona, 1974. <<

www.lectulandia.com - Página 414


[101] GRAD, A. D.: Iniciación a la kábala hebraica, op. cit., p. 64. <<

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[102] Por cierto, que me envió una postal desde Mikonos, una chica desnuda en la

playa besando a un asno, lo más adecuado para levantarme el ánimo tras mi


operación de hemorroides. Excuso decir el cachondeo que organizó a mi costa en el
hospital, porque la postal recorrió todas las consultas antes de llegar a mí. (N. del T.)
<<

www.lectulandia.com - Página 416


[103] ELIADE, MIRCEA: op. cit., vol. I, p. 213. <<

www.lectulandia.com - Página 417


[104] GRAVES, ROBERT: La diosa blanca, op. cit., p. 530. <<

www.lectulandia.com - Página 418


[105] GARCÍA BELLIDO, ANTONIO: España y los españoles hace dos mil años. Según la

geografía de Estrabón, Espasa Calpe, Madrid, 1968, p. 60. <<

www.lectulandia.com - Página 419


[106] GRAVES, ROBERT: La diosa blanca, op. cit., p. 400. <<

www.lectulandia.com - Página 420


[107] Ibíd., p. 106. <<

www.lectulandia.com - Página 421


[108] ELIADE, MIRCEA: op. cit., vol. 1, p. 212. <<

www.lectulandia.com - Página 422


[109] GRAVES, ROBERT: La diosa blanca, op. cit., pp. 10-14. <<

www.lectulandia.com - Página 423


[110] ARROYO SEVILLA, EDUARDO: «Algunas aportaciones al acervo arqueológico y
artístico de la provincia», op. cit., p. 13. <<

www.lectulandia.com - Página 424


[111] CORCHADO SORIANO, MANUEL: «Huellas de inscripciones en la Sierra de Andújar»,

B.I.E.G., núm. 101 (enero-marzo, 1980), p. 12 (fotos). <<

www.lectulandia.com - Página 425


[112] MALUQUER DE MOTES, JUAN: Tartessos, Destino, Barcelona, 1984, p. 19. <<

www.lectulandia.com - Página 426


[113] CORCHADO SORIANO, MANUEL: op. cit. <<

www.lectulandia.com - Página 427


[114] GARCÍA SERRANO, RAFAEL:
«Documentos para la historia de la arqueología
española. Textos referentes a Martos», B.I.E.G., núm. 77 (julio-septiembre, 1973), p.
23. <<

www.lectulandia.com - Página 428


[115] DÍAZ, JORGE: «Una inscripción ogámica en la iglesia templaria de San Miguel de

Breamo, Galicia», Arqueología y enigmas de la Historia, núm. 4, Madrid, 1996, pp.


34-36. <<

www.lectulandia.com - Página 429


[116] ESLAVA GALÁN, JUAN: «La nueva Arqueología», Historia y Vida, Barcelona,
marzo, 1980, p. 72. <<

www.lectulandia.com - Página 430


[117] Ibíd., p. 7. <<

www.lectulandia.com - Página 431


[118] PLATÓN: Critias. <<

www.lectulandia.com - Página 432


[119] Lo veía venir. (N. del T.) <<

www.lectulandia.com - Página 433


[120] SÁNCHEZ DRAGÓ, FERNANDO: Gárgoris y Habidis. Una historia mágica de España,

Peralta, Madrid, 1978, vol. 1, p. 51. <<

www.lectulandia.com - Página 434


[121] GRAVES, ROBERT: La diosa blanca, op. cit., p. 544. <<

www.lectulandia.com - Página 435


[122] Aquí yerra Wilcox. A las niñas de ahora las llaman Jennifer, Vannesa, Samantha,

Glosipodontra y otros nombres de moda ajenos al de la Virgen del lugar. (N. del T.)
<<

www.lectulandia.com - Página 436


[123] GRAVES, ROBERT: Los dos nacimientos de Dionisio, op. cit., p. 86. <<

www.lectulandia.com - Página 437


[124] ELIADE, MIRCEA: op. cit., vol. 1, p. 216. <<

www.lectulandia.com - Página 438


[125] OLIVARES BARRAGÁN, FRANCISCO: Transcripción, comentario y ampliación del
Atlante Español de Bernardo de Espinalt, Instituto de Estudios Giennenses, Jaén,
1980, p. 541. <<

www.lectulandia.com - Página 439


[126] El modelo de este prototipo es un icono de Antioquía que se atribuía a san

Lucas. Muchas réplicas occidentales se suponían talladas por el santo evangelista. <<

www.lectulandia.com - Página 440


[127] ALARCÓN, RAFAEL: La otra España del Temple, Martínez Roca, Barcelona, 1988,

pp. 66 y ss. <<

www.lectulandia.com - Página 441


[128] La Glicofilusa o “dulce amante” es la que juega con el Niño. El modelo más

divulgado entre nosotros es la del Perpetuo Socorro con su descolgada sandalia en


apariencia anecdótica. Pero estas Vírgenes son ya obras del siglo XIII y posteriores, y
nos interesan menos. <<

www.lectulandia.com - Página 442


[129] SÁNCHEZ DRAGÓ, FERNANDO: op. cit., vol. 1, p. 153. <<

www.lectulandia.com - Página 443


[130] ATIENZA, JUAN G.: Guía de la España Mágica, Martínez Roca, Barcelona, 1981.

<<

www.lectulandia.com - Página 444


[131] ARROYO SEVILLA, EDUARDO: «Algunas aportaciones al acervo arqueológico y
artístico de la provincia», op. cit., p. 17. <<

www.lectulandia.com - Página 445


[132] BLANCO FREIJEIRO, ANTONIO: «El ajuar de una tumba de Cástulo», op. cit., <<

www.lectulandia.com - Página 446


[133] BETTLEHEIM, BRUNO:
Heridas simbólicas (los ritos de pubertad y el macho
envidioso), Barcelona, 1973. p. 108. <<

www.lectulandia.com - Página 447


[134] En efecto, en la vigilia de Navidad es tradicional comer sopa de huevo. (N. del

T.) <<

www.lectulandia.com - Página 448


[135] BLANCO FREIJEIRO, ANTONIO:
«Excavaciones arqueológicas en la provincia de
Jaén», B.I.E.G., núm. 22 (octubre-diciembre, 1959), p. 95. <<

www.lectulandia.com - Página 449


[136] ORTEGA SAGRISTA, RAFAEL: Escenas y costumbres de Jaén, op. cit., p. 76. <<

www.lectulandia.com - Página 450


[137] GARCÍA MERCADAL, J.: España vista por los extranjeros, Aguilar, Madrid. <<

www.lectulandia.com - Página 451


[138] SÁNCHEZ DRAGÓ, FERNANDO: España, op. cit., vol. 1, p. 197. <<

www.lectulandia.com - Página 452


[139] De casualidad, nada. Había acudido, fiel a mi cita anual, a la fiesta de la matanza

en Burgo de Osma, donde, en un inmenso comedor con capacidad para acoger a más
de quinientos invitados, los aficionados degustamos hasta dieciocho platos
confeccionados a base de carne o vísceras de cerdo. Incluso el postre, que aquel año
consistió en fresas con oreja de cochino cortada en delgados hilos. (N. del T.) <<

www.lectulandia.com - Página 453


[140] El dolmen, es decir, la campana, ha dejado múltiples vestigios en la toponimia

jiennense. En Arjona existe una casería de «la Campana» en el lugar donde existió un
dolmen de corredor que fue destruido a principios del siglo XX para aprovechar la
Piedra. En la Sierra de Jaén existe un monte Campanario, que es el lugar donde están
las campanas, los dólmenes. <<

www.lectulandia.com - Página 454


[141] MORALES TALERO, SANTIAGO DE: «La Iliturgi de Helvio y Alfonso VII», B.I.E.G.,

núm. 23 (enero-marzo, 1960), p. 15. <<

www.lectulandia.com - Página 455


[142] ORTEGA SAGRISTA, RAFAEL: «Historia de la Cofradía de la Transfixión y Soledad

de la Madre de Dios», B.I.E.G., núm. 113 (enero-marzo, 1983), p. 12. <<

www.lectulandia.com - Página 456


[143] OLIVARES BARRAGÁN, FRANCISCO: «La mayordomía de la Virgen del Collado»,

Once de junio. Miscelánea de Estudios Marianos, Jaén, 1985, p. 447. Según la


tradición la encontró un labrador de nombre Esteban Solís Palomares el 26-IV-1232.
<<

www.lectulandia.com - Página 457


[144] OLIVARES BARRAGÁN, FRANCISCO: Transcripción, ampliación y coméntanos del

Atlante Español de Bernardo de Espinalt, op. cit., p. 85. <<

www.lectulandia.com - Página 458


[145] ORTEGA SAGRISTA, RAFAEL: «Las antiguas parroquias de San Pedro y Santiago e

iconografía de los dos apóstoles», B.I.E.G., núm. 57 (julio-septiembre, 1968), p. 63.


<<

www.lectulandia.com - Página 459


[146] MONTIJANO CHICA, JUAN: «La aportación de la diócesis de Jaén a los martirios de

los mozárabes cordobeses del siglo IX», B.I.E.G., núm. 15 (enero-marzo, 1968), p. 19.
<<

www.lectulandia.com - Página 460


[147] GRAVES, ROBERT: La diosa blanca, op. cit., p. 89. <<

www.lectulandia.com - Página 461


[148] Ibíd. <<

www.lectulandia.com - Página 462


[149] Ibíd., p. 543. <<

www.lectulandia.com - Página 463


[150] PIETSCH, ERICH: Altamira y la prehistoria de la tecnología química, Madrid, 1974,

p. 18. <<

www.lectulandia.com - Página 464


[151] GRAVES, ROBERT: La diosa blanca, op. cit., p. 453. <<

www.lectulandia.com - Página 465


[152] CHARPENTIER, LOUIS: Los gigantes y su origen, op. cit., p. 38. <<

www.lectulandia.com - Página 466


[153] SÁNCHEZ DRAGÓ, FERNANDO: op. cit., vol. 1, p. 76. <<

www.lectulandia.com - Página 467


[154] GRAVES, ROBERT: La diosa blanca, op. cit., p. 185. <<

www.lectulandia.com - Página 468


[155] Ibíd., p. 350. <<

www.lectulandia.com - Página 469


[156] ESLAVA GALÁN, JUAN: «Vestigios de cultos precristianos en algunas ermitas del

valle de los Pedroches (Córdoba)»., Acrópolis, núm. 136 (marzo, 1986), p. 20. <<

www.lectulandia.com - Página 470


[157] CHAMORRO LOZANO, JOSÉ: Guía artística y monumental de la ciudad de Jaén.

Jaén, 1971. <<

www.lectulandia.com - Página 471


[158] Estrabón lo denomina cabo Sagrado. Artemidoro lo visitó personalmente hacia o

–100. BLÁZQUEZ, JOSÉ MARÍA: Imagen y mito, Cristiandad, Madrid, 1977, pp. 324, 325.
<<

www.lectulandia.com - Página 472


[159] HAGERTY, MIGUEL JOSÉ: Los cuervos de San Vicente, Editora Nacional, Madrid,

1978, p. 14. <<

www.lectulandia.com - Página 473


[160] Ibíd., p. 325. <<

www.lectulandia.com - Página 474


[161] GRAVES, ROBERT: Los dos nacimientos de Dionisio, op. cit., p. 11. <<

www.lectulandia.com - Página 475


[162] CERVANTES, MIGUEL DE: Los trabajos de Persiles y Segismunda, libro 111, cap. VI.

<<

www.lectulandia.com - Página 476


[163] MARTÍNEZ DE MAZAS, JOSÉ: Retrato al natural de la ciudad y término de Jaén, El

Albir, Barcelona, 1978, p. 147v. <<

www.lectulandia.com - Página 477


[164] CHAMORRO LOZANO, JOSÉ: Guía artística y monumental de la ciudad de Jaén,

Jaén, 1971, p. 225. Los templarios y la Mesa de Salomón <<

www.lectulandia.com - Página 478


[165] Ibíd., p. 230. <<

www.lectulandia.com - Página 479


[166] Ibíd., p. 208. <<

www.lectulandia.com - Página 480


[167] Ibíd., p. 212. <<

www.lectulandia.com - Página 481


[168] En lo de cenar nueces para jorobar al diablillo no sólo hemos de ver la congénita

maldad del prelado, sino un saludable hábito dietético que los especialistas en
medicina natural recomiendan. Los prelados, a los que no importa abreviar la vida
terrenal dado que esperan pacientes otra mejor en el Cielo, a la derecha del Padre,
prefieren sin embargo el chuletón de buey de dos dedos de grueso, pasado con una
botella de Ribera del Duero, o dos, si menester fuera. (N. del T.) <<

www.lectulandia.com - Página 482


[169] CHAMORRO LOZANO, JOSÉ: Guía artística y monumental de la ciudad de Jaén, op.

cit., p. 113. <<

www.lectulandia.com - Página 483


[170] GALERA ANDREU, PEDRO: La catedral de Jaén, Everest, León, 1983, p. 31. <<

www.lectulandia.com - Página 484


[171] VILCHES, FRANCISCO DE: Santos y santuarios del obispado de Jaén y Baeza,
Madrid, 1653, f. 251. <<

www.lectulandia.com - Página 485


[172] Crónica del condestable Iranzo, Espasa Calpe, Madrid, 1940, pp. 241, 242, 306.

<<

www.lectulandia.com - Página 486


[173] CHAMORRO LOZANO, JOSÉ: Guía artística y monumental de la ciudad de Jaén, op.

cit., p. 173 <<

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[174] MONTIJANO CHICA, JUAN: «Los prelados giennenses y la Virgen de la Capilla»,

B.I.E.G., núm. 36 (abril-junio, 1963), p. 69. <<

www.lectulandia.com - Página 488


[175] CHAMORRO LOZANO, JOSÉ: Guía artística y monumental de la ciudad de Jaén, op.

cit., p. 264. <<

www.lectulandia.com - Página 489


[176] RODRÍGUEZ MOLINA, JOSÉ: «El patrimonio eclesiástico del obispado Baeza-Jaén».

B.I.E.G., núm. 82 (octubre-diciembre, 1974), p. 52. <<

www.lectulandia.com - Página 490


[177] KONING, FREDERIK: op. cit., p. 7. <<

www.lectulandia.com - Página 491


[178] SÁNCHEZ DRAGÓ, FERNANDO: op. cit., vol. 1, p. 51. Mircea Eliade ofrece una

posible explicación. Según él, los meteoritos caídos del cielo se consideraban
imágenes de la Diosa Madre porque se creyó que eran perseguidos por un rayo,
símbolo del dios uránico (véase Tratado de historia de las religiones, op. cit., vol. 1,
p. 265). Entre estos meteoritos habría que incluir las hachas pulimentadas propias del
período neolítico, universalmente conocidas por los campesinos como «piedras del
rayo». <<

www.lectulandia.com - Página 492


[179] SÁNCHEZ DRAGÓ, FERNANDO: op. cit., vol. I, p. 150. <<

www.lectulandia.com - Página 493


[180] ELIADE, MIRCEA: op. cit., vol. 1, p. 266. <<

www.lectulandia.com - Página 494


[181] Ibíd., p. 254. <<

www.lectulandia.com - Página 495


[182] Ibíd., pp. 255, 256. <<

www.lectulandia.com - Página 496


[183] GRAVES, ROBERT: Los dos nacimientos de Dionisio, op. cit., p. 10. La aludida

piedra de Delfos era ovoide, blanca y medía unos 40 centímetros de altura. <<

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[184] Hoy se encuentra en el Museo de Atenas. <<

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[185] ALARCÓN, RAFAEL: La otra España del Temple, op. cit., p. 63. <<

www.lectulandia.com - Página 499


[186] KONING, FREDERIK: op. cit., p. 7. <<

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[187] SÁNCHEZ DRAGÓ, FERNANDO: op. cit., vol. I, p. 152. <<

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[188] Ibíd., p. 148. <<

www.lectulandia.com - Página 502


[189] Lo testimonia Macrobio, siglo VI. <<

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[190] SÁNCHEZ DRAGÓ, FERNANDO: op. cit., p. 152. <<

www.lectulandia.com - Página 504


[191] Ibíd., p. 114. <<

www.lectulandia.com - Página 505


[192] Una vez más, Wilcox nos ofrece información fragmentaria e incompleta. Debería

explicar que la tortilla al modo del Sacromonte canónica se compone de huevos,


sesos y criadillas. Los monjes de la abadía cenaban media tortilla por barba excepto
el abad, don Zotico, que se tomaba una entera, pretextando que el médico le había
prohibido la sal. (N. del T.) <<

www.lectulandia.com - Página 506


[193] Por ejemplo, en el caso de la Virgen del Castillo, en Vilches, que aparece en la

antigua heráldica del pueblo. <<

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[194] En la parroquia de San Pedro, en Jaén, hoy extinguida, se talló en ella una pila

bautismal. <<

www.lectulandia.com - Página 508


[195] La lista de diminutas vírgenes con enormes peanas de piedra podría hacerse

interminable, pero preferimos no agotar la paciencia del lector y limitarla a imágenes


antiguas o copias de las antiguas. Hay miles de ellas a lo largo de ancho de la
geografía hispana. Desde luego, ninguna tan conocida como la Virgen del Pilar de
Zaragoza, que descansa sobre una peana también desproporcionada: un cilindro de
piedra o pilar mucho mayor que la imagen propiamente dicha. <<

www.lectulandia.com - Página 509


[196] De thebah podría derivar la palabra etíope tabot, referida a las tablas-talismán

del Arca de la Alianza, que, como veremos más adelante, se relaciona con el Bafomet
de los templarios. <<

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[197] ALARCÓN, RAFAEL: A la sombra de los Témplanos, Martínez Roca, 1986, p. 26.

<<

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[198] También existen barcas de piedra en otros santuarios prehistóricos europeos. En

el de Externsteine, el Stonehenge alemán, en Westfalia, cerca de Horn-Bad Meinberg,


que fue santuario entre los antiguos germanos, prosiguió en la Edad Media y
finalmente se reavivó como lugar de culto nazi bajo Hitler, la oquedad en forma de
barca llamada Roca de la Tumba sigue atrayendo peregrinos, que se recuestan en ella
en posición fetal para cargarse de energía. Véase ROSA SALA ROSE: Diccionario crítico
de mitos y símbolos del nazismo, El Acantilado, Barcelona, 2003, pp. 138-141. <<

www.lectulandia.com - Página 512


[199] Un reportaje sobre uno de estos individuos apareció en el magazine de El Mundo

del 6 de agosto de 2000. (N. del T.) <<

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[200] MOLINER, MARÍA: Diccionario de uso del español, Credos, Madrid. 1981, vol. 1,

p. 181. <<

www.lectulandia.com - Página 514


[201] Circunscribiéndonos de nuevo al Santo Reino, citaremos sendas Vírgenes de la

Cabeza en Cazorla, Campillo, Huesa y Linares. <<

www.lectulandia.com - Página 515


[202] Por eso tenemos también Vírgenes de la Peña en Jaén, Segura de la Sierra y

Orcera. <<

www.lectulandia.com - Página 516


[203] OLIVARES BARRAGÁN, FRANCISCO: Transcripción, comentario y ampliación del
Atlante Español de Bernardo de Espinalt, op. cit., p. 549. <<

www.lectulandia.com - Página 517


[204] Ibíd., p. 294. <<

www.lectulandia.com - Página 518


[205] ELIADE, MIRCEA: op. cit., vol I, p. 265. <<

www.lectulandia.com - Página 519


[206] OLIVARES BARRAGÁN, FRANCISCO: Transcripción, comentario y ampliación del
Atlante Español de Bernardo de Espinalt, op. cit., p. 71. <<

www.lectulandia.com - Página 520


[207] También abundan las Vírgenes de Aguas Santas o de Fuentes Santas
(Fuensanta). Fuensantas hay, sólo en Jaén, por lo menos tres, cada una de ellas con su
ermita de Nuestra Señora: en Fuensanta de Martos, en Villanueva del Arzobispo y en
Huelma. <<

www.lectulandia.com - Página 521


[208] MORALES TALERO, SANTIAGO DE: op. cit., p. 16. <<

www.lectulandia.com - Página 522


[209] ESLAVA GALÁN, JUAN: Leyendas de los castillos de Jaén, Caja Rural de Jaén, Jaén,

1981, p. 13. <<

www.lectulandia.com - Página 523


[210] OLIVARES BARRAGÁN, FRANCISCO: Transcripción, comentario y ampliación del
Atlante Español de Bernardo de Espinalt, op. cit., pp. 129, 130. <<

www.lectulandia.com - Página 524


[211] En 1409 el rey Enrique II otorga aguas de esa fuente «que está ante la iglesia de

Santa María» a las monjas de Santa María de Gracia. Véase DE LA TORRE LENDÍNEZ,
TOMÁS: «El monasterio de Santa Clara de Jaén: notas para su historia», B.I.E.G., núm.
112 (octubre-diciembre, 1982), p. 66. <<

www.lectulandia.com - Página 525


[212] SANCHO RODRÍGUEZ, MARÍA ISABEL: «Dos documentos importantes para la historia

de la Catedral de Jaén», B.I.E.G., núm. 115 (julio-septiembre, 1983), p. 26. <<

www.lectulandia.com - Página 526


[213] ULIERTE VÁZQUEZ, LUZ: «Las Sibilas de Jaén», Traza y Baza, núm. 8, Valencia,

1982, pp. 58-61. <<

www.lectulandia.com - Página 527


[214] OLIVARES BARRAGÁN, FRANCISCO: Transcripción, ampliación y coméntanos del

Atlante Español de Bernardo de Espinalt, op. cit., p. 20 <<

www.lectulandia.com - Página 528


[215] CHAMORRO LOZANO, JOSÉ: Guía artística y monumental de la ciudad de Jaén,

Jaén, 1971, p. 50 <<

www.lectulandia.com - Página 529


[216] ORTEGA SAGRISTA, RAFAEL: «Historia de la Cofradía de la Transfixión y Soledad

de la Madre de Dios», op. cit., p. 11. <<

www.lectulandia.com - Página 530


[217] Ibíd., p. 47. <<

www.lectulandia.com - Página 531


[218] Ibíd. <<

www.lectulandia.com - Página 532


[219] Ibíd., p. 48. <<

www.lectulandia.com - Página 533


[220] ORTEGA SAGRISTA, RAFAEL: «La Cofradía de la Santa Vera Cruz de Jaén», B.I.E.G.,

núm. 58 (octubre-diciembre, 1968), p. 63. <<

www.lectulandia.com - Página 534


[221] Ibíd., p. 45. <<

www.lectulandia.com - Página 535


[222] ORTEGA SAGRISTA, RAFAEL: «Historia de las Cofradías de Pasión y de sus
procesiones de Semana Santa en la ciudad de Jaén», B.I.E.G., núm. 10 (octubre-
diciembre, 1956), p. 51. <<

www.lectulandia.com - Página 536


[223] HUTIN, SERGE:
Historia mundial de las sociedades secretas, Luis de Caralt,
Barcelona, 1971, p. 65. <<

www.lectulandia.com - Página 537


[224] MARTÍNEZ DE MAZAS, JOSÉ: Memorial sobre el culto que se da a algunos santos en

el obispado de Jaén, manuscrito de la biblioteca de la Casa de la Cultura de Jaén, pp.


142, 143. <<

www.lectulandia.com - Página 538


[225] GÓMEZ MARTÍNEZ, ENRIQUE: Aspectos históricos y sociales en torno al culto a

Nuestra Señora de la Cabeza en los siglos XVI y XVII, Cuadernos de Historia,


Universidad Popular de Andújar, Andújar, 1983, p. 22. <<

www.lectulandia.com - Página 539


[226] Cubículos fornicatorios eran, seguramente, las celdillas que rodean el santuario

tartésico de Cancho Roano y otras descubiertas en la ciudad iberorromana de Cástulo.


<<

www.lectulandia.com - Página 540


[227] LÓPEZ PÉREZ, MANUEL: La Virgen Blanca, devoción secular de Jaén, Jaén, 1976,

p. 4. <<

www.lectulandia.com - Página 541


[228] CHAMORRO LOZANO, JOSÉ: Guía artística y monumental de la ciudad de Jaén, op.

cit., p. 103. <<

www.lectulandia.com - Página 542


[229] Ibíd., pp. 102,103. <<

www.lectulandia.com - Página 543


[230] Ibíd., p. 100. <<

www.lectulandia.com - Página 544


[231] Ibíd., pp. 19, 20. <<

www.lectulandia.com - Página 545


[232] GRAVES, ROBERT: La diosa blanca, op. cit., p. 521. <<

www.lectulandia.com - Página 546


[233] MORALES Y MARÍN, JOSÉ LUIS: op. cit., p. 40. <<

www.lectulandia.com - Página 547


[234] GRAVES, ROBERT: La diosa blanca, op. cit., p. 522. <<

www.lectulandia.com - Página 548


[235] JUAN LOVERA, CARMEN: «Santa Ana Triple o la Inmaculada Concepción», Once de

junio. Miscelánea de estudios marianos, Academia Bibliográfica Mariana de la


Virgen de la Capilla, Jaén, 1985, p. 345. <<

www.lectulandia.com - Página 549


[236] ARROYO SEVILLA, EDUARDO: «Algunas aportaciones al acervo arqueológico y
artístico de la provincia», op. cit., p. 15. <<

www.lectulandia.com - Página 550


[237] JUAN LOVERA, CARMEN: op. cit., p. 316. <<

www.lectulandia.com - Página 551


[238] DE LA TORRE LENDÍNEZ, TOMÁS: op. cit., p. 68. <<

www.lectulandia.com - Página 552


[239] Ibíd. Las marcas del aceite en la puerta del recinto perduraron largo tiempo para

recuerdo de tan singular acontecimiento. <<

www.lectulandia.com - Página 553


[240] GONZÁLEZ LÓPEZ, LUIS:
«El jaenero al-Gazal: Yahya ben Hakam al-Bakri»,
B.I.E.G., núm. 6 (septiembre-diciembre, 1955), pp. 76-78. <<

www.lectulandia.com - Página 554


[241] GRAVES, ROBERT: Los mitos griegos, Alianza, Madrid, vol. I, 1985, pp. 231, 232.

<<

www.lectulandia.com - Página 555


[242] SÁNCHEZ DRAGÓ, FERNANDO: op. cit., vol. 1, p. 170. <<

www.lectulandia.com - Página 556


[243] GRAD, A. D.: Iniciación a la kábala hebraica, op. cit., pp. 51, 52. <<

www.lectulandia.com - Página 557


[244] Ibíd., p 55 <<

www.lectulandia.com - Página 558


[245] Ibíd., p. 56 <<

www.lectulandia.com - Página 559


[246] Aquí elaboran una masa de morcilla muy notable. (N. del T.) <<

www.lectulandia.com - Página 560


[247] GRAVES, ROBERT: Los mitos griegos, op. cit., vol. 2, pp. 160, 161, 172. <<

www.lectulandia.com - Página 561


[248] Ibíd., p. 111. <<

www.lectulandia.com - Página 562


[249] GRAVES, ROBERT: La diosa blanca, op. cit., p. 306. <<

www.lectulandia.com - Página 563


[250] Los pílonos de los templos egipcios, las columnas del Templo de Salomón, la

puerta del santuario de Melkart, el Hércules fenicio, en Cádiz, incluso las dos torres
de las iglesias cristianas. Robert Graves las relaciona con los secretos del alfabeto
pelásgico y nos recuerda que los irlandeses atribuían la invención del alfabeto a un
héroe procedente de España. <<

www.lectulandia.com - Página 564


[251] No cabe duda de que, como galán, Hércules tenía buenas tragaderas. (N. del T.)

<<

www.lectulandia.com - Página 565


[252] GRAVES, ROBERT: Los mitos griegos, vol. 2, pp. 176-180. <<

www.lectulandia.com - Página 566


[253] Ibíd., p. 181. <<

www.lectulandia.com - Página 567


[254] Para algunos, el jardín estaba en el país de los Hiperbóreos; para otros, en las

laderas del monte Atlas, en el Magreb, o en una isla del Océano. <<

www.lectulandia.com - Página 568


[255] Ibíd., p. 189. <<

www.lectulandia.com - Página 569


[256] CHARPENTIER, LOUIS: Los gigantes y su origen, op. cit., p. 22. <<

www.lectulandia.com - Página 570


[257] Recordemos que esta santa, sucesora de Hércules en la titularidad del lugar, es

también una matadora del dragón. <<

www.lectulandia.com - Página 571


[258] Francisco Delicado escribe: «Allí puso Hércules la tercera piedra o columna que

al presente es puesta en el templo. Hallóse en 1504», y añade: «Al pie de la Peña se


han hallado ataúdes de plomo y marmóreos escritos en letras gódicas y egipciacas».
<<

www.lectulandia.com - Página 572


[259] También, por supuesto, las pirámides, esquemáticas montañas artificiales de los

faraones, dioses de una religión solar ellos mismos. <<

www.lectulandia.com - Página 573


[260] El gigante se representó en algunos santuarios o pozos sagrados en los que se

veneraba a la Diosa. El famoso gigante de Cerne Abbas, al sur de Inglaterra, de


cincuenta y cinco metros de largo, blande una clava hercúlea y un pene erecto; el
Hombre Largo de Wilmington, Sussex, Inglaterra, con sus setenta metros, es la figura
humana más grande del mundo. En el Valle de los Templos de Agrigento, Sicilia,
existe la escultura tumbada de un gigante o telamón en las proximidades del santuario
de las divinidades clónicas Deméter y Perséfone, con sus pozos sagrados. <<

www.lectulandia.com - Página 574


[261] ELIADE, MIRCEA: op. cit., vol. I, p. 196. <<

www.lectulandia.com - Página 575


[262] GRAVES, ROBERT: La diosa blanca, op. cit., p. 467. <<

www.lectulandia.com - Página 576


[263] GRAVES, ROBERT: Los dos nacimientos de Dionisio, op. cit., p. 75. <<

www.lectulandia.com - Página 577


[264] SÁNCHEZ DRAGÓ, FERNANDO: op. cit., vol. 2, p. 159. <<

www.lectulandia.com - Página 578


[265] En las representaciones mañanas y en las de san Cristóbal, el Niño siempre

queda del lado izquierdo. <<

www.lectulandia.com - Página 579


[266] GALL, MICHEL: El secreto de las mil y una noches, op. cit., p. 96. <<

www.lectulandia.com - Página 580


[267] TOCINO VIRA, CELEDONIO: «Paseos folklóricos por Andalucía», op. cit., p. 15. <<

www.lectulandia.com - Página 581


[268] GRAD, A. D.: Iniciación a la kábala hebraica, op. cit., p. 36. <<

www.lectulandia.com - Página 582


[269] GONZALO MAESO, DAVID: «Un jaénes ilustre ministro de dos califas: Hasday Ben

Chaprut», B.I.E.G., núm. 8 (abril-jumo, 1956), p. 72. <<

www.lectulandia.com - Página 583


[270] ABRAHAM BEN DAVID: Libro de la Tradición. <<

www.lectulandia.com - Página 584


[271] El rey José y el ministro Hasday no volvieron a escribirse. A los diez años, el

príncipe de Kiev invadió el territorio de los kázaros y destruyó su reino. Finalmente,


por uno de esos guiños en que a veces se complace la historia, los kázaros siguieron
el nebuloso e incierto destino de aquellas diez tribus perdidas y no se volvió a saber
de ellos. <<

www.lectulandia.com - Página 585


[272] GRAD, A. D.: Libro de los principios cabalísticos, EDAF, Madrid, 1979, p. 21. <<

www.lectulandia.com - Página 586


[273] Ibíd. <<

www.lectulandia.com - Página 587


[274] Ibíd. <<

www.lectulandia.com - Página 588


[275] Ibíd. <<

www.lectulandia.com - Página 589


[276] Ibíd. <<

www.lectulandia.com - Página 590


[277] Ibíd., p. 21. <<

www.lectulandia.com - Página 591


[278] Ibíd., p. 24. <<

www.lectulandia.com - Página 592


[279] Ibíd. <<

www.lectulandia.com - Página 593


[280] Ibíd., p. 25. <<

www.lectulandia.com - Página 594


[281]
En el siglo XX se ha excavado extensivamente. De sus alrededores se han
rescatado unos veinte mil exvotos de bronce o de hierro que están repartidos por los
museos del mundo. <<

www.lectulandia.com - Página 595


[282] La escritura de la Cofradía de Hidalgos de Andújar comienza: Nos Fray
Bernardo Aguilera, comendador de la Santa Orden del Templo de Jerusalem (sigue
una lista de nombres entre los que figura un Diego de Fitero, descendiente de uno de
los dos fundadores de Calatrava). <<

www.lectulandia.com - Página 596


[283] En la finca Los Majanos de Garañón, a tres kilómetros de Torredonjimeno, la

antigua Ossaria. El tesoro se dispersó y ahora se encuentra repartido en varias


colecciones particulares, salvo algunas piezas en los museos de Córdoba y Barcelona.
En el primer trimestre de 2004 el Museo Arqueológico de Córdoba le dedicó una
exposición. <<

www.lectulandia.com - Página 597


[284] MADOZ, P.: Diccionario geográfico-histórico-estadístico de España y sus
posesiones de ultramar, Madrid, 1846, p. 551. <<

www.lectulandia.com - Página 598


[285] CHAMORRO LOZANO, JOSÉ: Guía artística y monumental de la ciudad de Jaén,

Jaén, 1971, p. 88. <<

www.lectulandia.com - Página 599


[286] MARTÍNEZ DE MAZAS, JOSÉ: Retrato al natural de la ciudad y término de Jaén, op.

cit., pp. 60, 61. <<

www.lectulandia.com - Página 600


[287] Ibíd., p. 57. <<

www.lectulandia.com - Página 601


[288] Bet-El, de donde betel o betilo. En un betilo del siglo –V expuesto en el museo de

El Bardo, en Túnez, una esfera de granito aplanada, con un rostro asexuado


toscamente insculpido, leemos la inscripción «casa de Dios» en púnico y en griego.
<<

www.lectulandia.com - Página 602


[289] Cristianos que vivían en tierras de moros y satisfacían un impuesto para que les

permitieran practicar su religión. <<

www.lectulandia.com - Página 603


[290] ORTEGA SAGRISTA, RAFAEL:
«Historia de las Cofradías de Pasión y de sus
procesiones de Semana Santa en la ciudad de Jaén», op. cit., p. 72. <<

www.lectulandia.com - Página 604


[291] ORTEGA SAGRISTA, RAFAEL: «La Cofradía de la Santa Vera Cruz de Jaén», op. cit.,

p. 72. <<

www.lectulandia.com - Página 605


[292] Ibíd., p. 74. <<

www.lectulandia.com - Página 606


[293] Fernando III murió en 1252. Un historiador del siglo XVII, Ordóñez de Caballos,

alude a una entrevista del rey con su hijo y heredero, el infante don Alfonso. <<

www.lectulandia.com - Página 607


[294] Dura exactamente 19 revoluciones del sol y 235 lunaciones, lo que, en términos

de nuestro calendario, equivale a 19 años, dos meses y cuatro minutos. Se trata del
año que los astrónomos denominan metónico, porque fue divulgado por Metón el año
–433. <<

www.lectulandia.com - Página 608


[295] Este objeto aparece en otros nazarenos tallados por artistas flamencos en el coro

de la catedral de Burgos, en el retablo mayor de la catedral de Oviedo, en la sillería


de la catedral de Barcelona (véase José Domínguez Cubero, «La Iconografía del
Nazareno…», Alto Guadalquivir, Semana Santa, 2002). <<

www.lectulandia.com - Página 609


[296] GRAVES, ROBERT: La diosa blanca, op. cit., p. 400. <<

www.lectulandia.com - Página 610


[297] Otro cálculo ratifica que Salomón conocía el número pi. Cuando encargo a

Hiram la fabricación de una pila de bronce le encomendó: «La pila será redonda, de
10 codos a uno y otro lado; un cordón de 30 codos medirá su circunferencia interior y
su pared tendrá un palmo de grueso». (I Reyes, VII, 23-26). Si denominamos X al
espesor de la pila, como la longitud de la circunferencia interior (30 codos) debe ser
igual al número pi (3,14159) multiplicado por el diámetro (10 codos menos dos veces
el grosor de la pared), tendremos 30 = 3,14159 x (10 – 2X). Por tanto, el grosor de la
pared (X) vale 0,225348. Y dado que, según la Biblia, la pared tenía un palmo de
gruesa, el valor de un palmo es de 0,225348 codos. <<

www.lectulandia.com - Página 611


[298] Se recoge en Floresta de anécdotas y noticias diversas (siglo XV). <<

www.lectulandia.com - Página 612


[299] ORTEGA SAGRISTA, RAFAEL: Dibujando en Jaén, Instituto de Estudios Giennenses,

cuadro XXXV (plaza de la Magdalena). <<

www.lectulandia.com - Página 613


[300] XIMÉNEZ PATÓN, BARTOLOMÉ: Historia de la antigua y continuada nobleza de la

ciudad de Jaén, Riquelme y Vargas Ediciones, Jaén, 1983, pp. 16, 17. <<

www.lectulandia.com - Página 614


[301] JAVIERRE MUR, ÁUREA:
«El priorato de San Benito de Jaén, de la Orden de
Calatrava», B.I.E.G., núm. 8 (abril-junio, 1956), p. 11. <<

www.lectulandia.com - Página 615


[302] FEIJOO, BENITO: Obras escogidas de Feijoo, Biblioteca de Autores Españoles,

Madrid, 1863, pp. 499, 500. <<

www.lectulandia.com - Página 616


[303] Las fuentes, que hemos fatigado en vano, no especifican qué clase de pecado

fuera. En la duda, es lícito entender que de lujuria, a la que los pontífices eran
proclives como toda persona de vida regalada. (N. del T) <<

www.lectulandia.com - Página 617


[304] Pero con tan mala fortuna que uno de los dobleces del sagrado paño de la

Verónica cayó al mar. Lo que explica que, de los tres dobleces originales, sólo se
conserven dos: el de Jaén y el de Roma. <<

www.lectulandia.com - Página 618


[305] MENÉNDEZ PELAYO, MARCELINO: Historia de los heterodoxos españoles, op. cit.,

vol. I, pp. 666, 667. <<

www.lectulandia.com - Página 619


[306] Ibíd., p. 667. <<

www.lectulandia.com - Página 620


[307] Ibíd., p. 667. <<

www.lectulandia.com - Página 621


[308] Ibíd., p. 668. <<

www.lectulandia.com - Página 622


[309] Ibíd., vol. 2, pp. 305-307. <<

www.lectulandia.com - Página 623


[310] El Arco de San Lorenzo es el ábside de una antigua iglesia desaparecida en

1825. <<

www.lectulandia.com - Página 624


[311] Crónica del condestable Iranzo, op. cit., pp. 263, 326, 327. <<

www.lectulandia.com - Página 625


[312] ESLAVA GALÁN, JUAN: Leyendas de los castillos de Jaén, op. cit., pp. 37-41. <<

www.lectulandia.com - Página 626


[313] ELIADE, MIRCEA: op. cit., vol. 1, p. 180. <<

www.lectulandia.com - Página 627


[314] MOZAS MESA, MANUEL: op. cit., pp. 137 y ss. <<

www.lectulandia.com - Página 628


[315] Ibíd., pp. 142-143. <<

www.lectulandia.com - Página 629


[316] Interesante personaje este obispo, que antes de llegar a Jaén ejerció su ministerio

en Aix de Gascuña (Francia) y fue capellán real y confesor de la infanta Constanza.


Este hombre debió de estar enterado de muchas cosas. El manuscrito de su crónica lo
tenían los frailes del monasterio de Guadalupe, que se relacionaron estrechamente
con las pretensiones reales a la Mesa de Salomón, como veremos más adelante.
Véase «Guadalupe, devoción de los Reyes Católicos», Historia 16, núm. 80
(diciembre, 1982), pp. 82-89. <<

www.lectulandia.com - Página 630


[317] ARGOTE DE MOLINA, GONZALO: Nobleza de Andalucía, Instituto de Estudios
Giennenses, Jaén, 1957, pp. 651, 652. <<

www.lectulandia.com - Página 631


[318] Crónica del condestable Iranzo, op. cit., p. 261. <<

www.lectulandia.com - Página 632


[319] Ibíd., pp. 376, 377. <<

www.lectulandia.com - Página 633


[320] Ibíd., p. 379. <<

www.lectulandia.com - Página 634


[321] Ibíd., p. 5. <<

www.lectulandia.com - Página 635


[322] Ibíd. <<

www.lectulandia.com - Página 636


[323] Ibíd., p. 33. <<

www.lectulandia.com - Página 637


[324] Ibíd., p. 305. <<

www.lectulandia.com - Página 638


[325] Ibíd., p. 23. <<

www.lectulandia.com - Página 639


[326] Ibíd., p. 25. <<

www.lectulandia.com - Página 640


[327] Ibíd., p. 28. <<

www.lectulandia.com - Página 641


[328] Ibíd., p. 31. <<

www.lectulandia.com - Página 642


[329] Ibíd., p. 29 <<

www.lectulandia.com - Página 643


[330] Ibíd., p. 63 <<

www.lectulandia.com - Página 644


[331] Ibíd., p. 273 <<

www.lectulandia.com - Página 645


[332] Ibíd., p. 32 <<

www.lectulandia.com - Página 646


[333] Ibíd., p. 34 <<

www.lectulandia.com - Página 647


[334] MARAÑÓN, GREGORIO: Ensayo biológico sobre Enrique IV de Castilla y su tiempo,

Espasa Calpe, Madrid, 1975, p. 17. <<

www.lectulandia.com - Página 648


[335] Ibíd., p. 25. Las mismas misteriosas relaciones las heredó su hermana y sucesora

en el trono Isabel la Católica, que a lo largo de su vida visitaría el monasterio en 23


ocasiones y a veces permanecería en él durante un mes. En 1495, el alemán Munzer
escribe: «Gusta la reina sobremanera de este monasterio y cuando está en él dice que
se encuentra en su paraíso». ¿Qué significó aquel monasterio para los reyes de
Castilla y en especial para Isabel? Véase «Guadalupe, devoción de los Reyes
Católicos», Historia 16, núm. 80 (diciembre, 1982), pp. 82-89. <<

www.lectulandia.com - Página 649


[336] El arzobispo de Toledo escribe: «Después de su matrimonio está consagrado a

sus deberes conyugales y huyendo de la corrupción de la corte veile retirado en Jaén


reformando allí con gran acierto viciosos hábitos inveterados». (Crónica de Patencia,
1,7,1). <<

www.lectulandia.com - Página 650


[337] Crónica del condestable Iranzo, op. cit., p. 470. <<

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[338] Ibíd., p. 416. <<

www.lectulandia.com - Página 652


[339] Ibíd., p. 416. <<

www.lectulandia.com - Página 653


[340] Ibíd., p. 199, 200. <<

www.lectulandia.com - Página 654


[341] Ibíd., p. 134. <<

www.lectulandia.com - Página 655


[342] Ibíd., p. 67. <<

www.lectulandia.com - Página 656


[343] Ibíd., p. 310. <<

www.lectulandia.com - Página 657


[344] Ibíd., p. 399. <<

www.lectulandia.com - Página 658


[345] Ibíd., p. 118. <<

www.lectulandia.com - Página 659


[346] CARO BAROJA, JULIO: La estación del amor, Taurus, Madrid, 1979, p. 135. <<

www.lectulandia.com - Página 660


[347] Crónica del condestable Iranzo, op. cit., pp. 170-172. <<

www.lectulandia.com - Página 661


[348] Ibíd., p. 424. <<

www.lectulandia.com - Página 662


[349] Ibíd., p. 426. <<

www.lectulandia.com - Página 663


[350] Ibíd., p. 427. <<

www.lectulandia.com - Página 664


[351] Ibíd., p. 427. <<

www.lectulandia.com - Página 665


[352] Ibíd., p. 428. <<

www.lectulandia.com - Página 666


[353] Ibíd., p. 75. <<

www.lectulandia.com - Página 667


[354] Ibíd., p. 191. <<

www.lectulandia.com - Página 668


[355] Ibíd., p. XXII. <<

www.lectulandia.com - Página 669


[356] Ibíd., p. XXIII. <<

www.lectulandia.com - Página 670


[357] Ibíd., p. XLIII. <<

www.lectulandia.com - Página 671


[358] ORTEGA SAGRISTA, RAFAEL: Dibujando en Jaén, op. di., cuadro XLIII (La calle de

San Andrés). <<

www.lectulandia.com - Página 672


[359] GRAD, A. D.: Libro de los principios cabalísticos, op. cit., p. 15. <<

www.lectulandia.com - Página 673


[360] Ibíd. <<

www.lectulandia.com - Página 674


[361] TORAL Y FERNÁNDEZ DE PEÑARANDA, ENRIQUE: «Vivencias del obispo don Alonso

Suárez», B.I.E.G., núm. 110 (abril-junio, 1982), pp. 14, 15. <<

www.lectulandia.com - Página 675


[362] Ibíd. <<

www.lectulandia.com - Página 676


[363] Pero hay más temas del antiguo mito que parecen proyectarse en la biografía de

don Alonso Suárez y los suyos. Por ejemplo, la mutilación ritual del Rey Sagrado. A
su tío abuelo «le habían cortado una mano por causa del dicho obispo su hermano».
Ibíd. <<

www.lectulandia.com - Página 677


[364] MONTIJANO CHICA, JUAN: «Los prelados giennenses y la Virgen de la Capilla», op.

cit., p. 76. <<

www.lectulandia.com - Página 678


[365] TORAL Y FERNÁNDEZ DE PEÑARANDA, ENRIQUE: op. cit., p. 20. <<

www.lectulandia.com - Página 679


[366] COOPER, EDWARD: Castillos señoriales de Castilla, siglos XV y XVI, Fundación

Universitaria Española, Madrid, 1980, pp. 1067, 1068. <<

www.lectulandia.com - Página 680


[367] CHAMORRO LOZANO, JOSÉ: Guía artística y monumental de la ciudad de Jaén,

Jaén, 1971, p. 184. <<

www.lectulandia.com - Página 681


[368] CHAMORRO LOZANO, JOSÉ: «La catedral de Baeza», B.I.E.G., núm. 22 (octubre-

diciembre, 1959), p. 33. <<

www.lectulandia.com - Página 682


[369] TORAL Y FERNÁNDEZ DE PEÑARANDA, ENRIQUE: op. cit.., p. 53 <<

www.lectulandia.com - Página 683


[370] Ibíd., p. 24. <<

www.lectulandia.com - Página 684


[371] Ibíd., p. 25. <<

www.lectulandia.com - Página 685


[372] Ibíd., p. 26. <<

www.lectulandia.com - Página 686


[373] Ibíd., p. 28. <<

www.lectulandia.com - Página 687


[374] Ibíd., p. 32. <<

www.lectulandia.com - Página 688


[375] Ibíd., p. 32. <<

www.lectulandia.com - Página 689


[376] GRAVES, ROBERT: Los dos nacimientos de Dionisio, op. cit., p. 11 <<

www.lectulandia.com - Página 690


[377] GRAVES, ROBERT: La diosa blanca, op. cit., p. 225. <<

www.lectulandia.com - Página 691


[378] TORAL Y FERNÁNDEZ DE PEÑARANDA, ENRIQUE: op. cit., p. 34. <<

www.lectulandia.com - Página 692


[379] Ibíd., p. 43. <<

www.lectulandia.com - Página 693


[380] Ibíd., p. 49. <<

www.lectulandia.com - Página 694


[381] El 13 de mayo de 2001 el cuerpo del obispo insepulto recibió sepultura en la

capilla mayor de la catedral de Jaén por disposición del obispo Santiago García
Aracil, vinculado al Opus Dei, en presencia de los descendientes del obispo insepulto,
los condes duques de Benalúa y San Pedro de Galatín, tras 368 años en la cajonera
(«El obispo insepulto descansa en paz, tras cinco siglos»), El Mundo, Andalucía, 14
de mayo de 2001, p. 15. <<

www.lectulandia.com - Página 695


[382] Aunque a este libro, con el tiempo, se le han suprimido algunas páginas y se le

han añadido otras de distinta caligrafía e inspiración. <<

www.lectulandia.com - Página 696


[383] Ibíd., p. 81. <<

www.lectulandia.com - Página 697


[384] ATIENZA, JUAN G.: Santoral diabólico, Martínez Roca, Barcelona, 1988. <<

www.lectulandia.com - Página 698


[385] MONTUNO MORENTE, VICENTE: «Jaén por la Inmaculada», B.I.E.G., núm. 4 (enero-

abril, 1955), p. 20. <<

www.lectulandia.com - Página 699


[386] CHAMORRO LOZANO, JOSÉ: Guía artística y monumental de la ciudad de Jaén, op.

cit., p. 237. <<

www.lectulandia.com - Página 700


[387] MONTUNO MORENTE, VICENTE: op. cit., p. 27. <<

www.lectulandia.com - Página 701


[388] ORTEGA SAGRISTA, RAFAEL: Dibujando en Jaén, op. cit. (calle del Rostro). <<

www.lectulandia.com - Página 702


[389] CHAMORRO LOZANO, JOSÉ: Guía artística y monumental de la ciudad de Jaén, op.

cit., p. 248. <<

www.lectulandia.com - Página 703


[390] ORTEGA SAGRISTA, RAFAEL: «Arte y artistas en la Santa Capilla», B.I.E.G., núm. 30

(octubre-diciembre, 1961), p. 34. <<

www.lectulandia.com - Página 704


[391] Ibíd., p. 35 <<

www.lectulandia.com - Página 705


[392] No sé cómo traducir «specieuse», una de esas palabras francesas que usan los

ingleses cuando no se atreven a coger el toro por los cuernos. En román paladino
viene a decir que estaba buena, como se deduce del contexto. (N. del T.) <<

www.lectulandia.com - Página 706


[393] Cierto, pero las hembras de la especie humana os dan a unos más facilidad que a

otros para difundirla. No basta con la afición. Los que somos gordos y calvos la
difundimos menos. (N. del T.) <<

www.lectulandia.com - Página 707


[394] ALONSO, VÍCTOR: Breve historia de la vida de San Frutos, Segovia, 1996, p. 29).

<<

www.lectulandia.com - Página 708


[395] ATIENZA, JUAN G.: Guía de la España Templaria, Ariel, Madrid, 1985, p. 213. <<

www.lectulandia.com - Página 709


[396] SÁNCHEZ DRAGÓ, FERNANDO: op. cit., vol. 2, p. 42. <<

www.lectulandia.com - Página 710


[397] GALERA ANDREU, PEDRO: La catedral de Jaén, op. cit., p. 5. <<

www.lectulandia.com - Página 711


[398] PONZ, ANTONIO: Viaje de España, Madrid, 1791, p. 78. <<

www.lectulandia.com - Página 712


[399] GRAVES, ROBERT: Los dos nacimientos de Dionisio, op. cit., p. 215. <<

www.lectulandia.com - Página 713


[400] Y de los mazapanes y del tocino a la plancha y las magrillas, que en la plaza de

Zocodover las preparan como nadie. (N. del T.) <<

www.lectulandia.com - Página 714


[401] CHAMORRO LOZANO, JOSÉ: Guía artística y monumental de la ciudad de Jaén,

Jaén, 1971, p. 115. <<

www.lectulandia.com - Página 715


[402] Ibíd., p. 118. <<

www.lectulandia.com - Página 716


[403] Ibíd., p. 121. <<

www.lectulandia.com - Página 717


[404] Sin relación alguna con el otro Osorio, tonto y fatuo. (N. del T.) <<

www.lectulandia.com - Página 718


[405] GALERA ANDREU, PEDRO: Arquitectura y arquitectos en Jaén a fines del siglo XVI,

Instituto de Estudios Giennenses, Jaén, 1982, pp. 100, 101. <<

www.lectulandia.com - Página 719


[406] GALERA ANDREU, PEDRO: La catedral de Jaén, p. 10. <<

www.lectulandia.com - Página 720


[407] GALERA ANDREU, PEDRO: Arquitectura y arquitectos en Jaén a fines del siglo XVI,

op. cit., p. 101. <<

www.lectulandia.com - Página 721


[408] GALERA ANDREU, PEDRO: La catedral de Jaén, p. 3. <<

www.lectulandia.com - Página 722


[409] Ibíd., p. 44. <<

www.lectulandia.com - Página 723


[410] ORTEGA SAGRISTA, RAFAEL: «La familia de Andrés de Vandelvira», B.I.E.G., núm.

6 (septiembre-diciembre, 1955), p. 10. <<

www.lectulandia.com - Página 724


[411] Ibíd., p. 11. <<

www.lectulandia.com - Página 725


[412] Ibíd., pp. 13, 14. <<

www.lectulandia.com - Página 726


[413] VORÁGINE, SANTIAGO DE LA: La leyenda dorada, Alianza, Madrid, 1982, p. 382.

<<

www.lectulandia.com - Página 727


[414] Ibíd., p. 383. <<

www.lectulandia.com - Página 728


[415] Ibíd., p. 384. <<

www.lectulandia.com - Página 729


[416] Ibíd., p. 388. <<

www.lectulandia.com - Página 730


[417] GRAVES, ROBERT: La diosa blanca, op. cit., p. 371. <<

www.lectulandia.com - Página 731


[418] Ésta es la historia que la leyenda y la hagiografía medieval nos transmiten de la

Magdalena. Pero la verdadera historia de este enigmático personaje debió de ser


mucho más antigua y confusa. De hecho, dos madres de Jesús son constantemente
confundidas y su madre adoptiva aún más, con la María Magdalena galilea o María
de Magdala, posiblemente porque ella era conocida como María Ma’gaddla (= la
tejedora) (véase ROBERT GRAVES: Los dos nacimientos de Dionisio, op. cit., p. 93). <<

www.lectulandia.com - Página 732


[419] CHAMORRO LOZANO, JOSÉ: Guía artística y monumental de la ciudad de Jaén, op.

cit., p. 194. <<

www.lectulandia.com - Página 733


[420] La rodilla descubierta de la santa es la izquierda. Mostrar la rodilla izquierda es

una señal antigua de iniciación. <<

www.lectulandia.com - Página 734


[421] OLIVARES BARRAGÁN, FRANCISCO: Transcripción, comentarios y ampliación del

Atlante Español de Bernardo de Espinalt, op. cit., p. 263. <<

www.lectulandia.com - Página 735


[422] LÓPEZ PÉREZ, MANUEL: «El palacio provincial», B.I.E.G., núm. 119 (julio-
septiembre, 1984), pp. 28, 29. <<

www.lectulandia.com - Página 736


[423] ORTEGA SAGRISTA, RAFAEL: Dibujando en Jaén, op. cit. (calle del Rostro). <<

www.lectulandia.com - Página 737


[424] “Adiós a todo eso”: lo dejo sin traducir porque es el título precisamente de la

autobiografía de Robert Graves, uno de los autores favoritos de Wilcox. (N. del T.) <<

www.lectulandia.com - Página 738


[425] O sea, plagia descaradamente mi libro, porque eso es lo que está haciendo, sin

dignarse al menos citarlo, y descalifica, sin aducir razones, la parte más elaborada del
mismo. No esperaba esto de Wilcox. (N. del T.) <<

www.lectulandia.com - Página 739


[426] CHAMORRO LOZANO, JOSÉ: Guía artística y monumental de la ciudad de Jaén,

Jaén, 1971, p. 320 <<

www.lectulandia.com - Página 740


[427] Arias Montano se retiró del mundo para residir en el antiguo santuario matriarcal

de la peña de Alajar, uno de los pocos que conservan la gruta con la piedra en forma
de barca, característica de los santuarios matriarcales. <<

www.lectulandia.com - Página 741


[428] Los documentos citados por la señora Mann no figuran ahora en los repertorios

del archivo catedralicio, que, cuando la investigadora lo consultó, estaba


desorganizado tras la Guerra Civil. <<

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[429] En el Santo Reino han existido dinastías de santos populares que curaban a los

devotos en las proximidades de antiguos santuarios matriarcales. El fenómeno ha


perdurado hasta hoy en la Sierra Sur. Luisico Aceituno, a mediados del siglo XIX,
curaba junto al manantial de la Negra. Lo sucedieron el santo Custodio y el santo
Manuel. Todavía acuden muchos devotos a sus tumbas. El caso de santa Potenciana
pudo ser similar. <<

www.lectulandia.com - Página 743


[430] Se conservan en el archivo del Instituto de Estudios Giennenses. <<

www.lectulandia.com - Página 744


[431] ALARCÓN, RAFAEL: A la sombra de los Templarios, op. cit., p. 185 <<

www.lectulandia.com - Página 745


[432] Esto es un verso de Walt Whitman. «A cada cual lo suyo». (N. del T.) <<

www.lectulandia.com - Página 746


[433] Además del canónigo lectoral, pudieron figurar en la hermandad tres canónigos,

Francisco Fernández, Cristino Morrondo y Ramón Rodríguez de Gálvez, y un seglar,


el catedrático de instituto e historiador del Santo Rostro Federico Palma Camacho,
amigo de los anteriores y gran conocedor de los archivos catedralicios. <<

www.lectulandia.com - Página 747


[434] MONTIJANO CHICA, JUAN y LÓPEZ PÉREZ, MANUEL: Muñoz Garnica, polígrafo
ubetense, Instituto de Estudios Giennenses, Jaén, 1978, p. 23. <<

www.lectulandia.com - Página 748


[435] Ibíd., p. 39. <<

www.lectulandia.com - Página 749


[436] Ibíd., p. 36. <<

www.lectulandia.com - Página 750


[437] Ibíd., p. 42. <<

www.lectulandia.com - Página 751


[438] Ibíd. <<

www.lectulandia.com - Página 752


[439] Ibíd., pp. 89, 90 <<

www.lectulandia.com - Página 753


[440] Ibíd., p. 48. <<

www.lectulandia.com - Página 754


[441] Ibíd., p. 92. Otras empresas en las que Muñoz Garnica invirtió crecidas sumas de

dinero fueron el oratorio de San Juan de la Cruz en Úbeda y la capilla del Salvador en
la misma ciudad. ¿Fervor filial del rico sacerdote hacia su ciudad natal o algo más?
También adquirió un palacio para sede de la Hermanitas de los Pobres en el llamado
Cuartelillo, calle Pilar de la Imprenta, y fundó y dotó al convento de misioneros
carmelitas de Marquina. <<

www.lectulandia.com - Página 755


[442] Desde aquella modesta revista El Estudio, que en 1850 creció al amparo de su

instituto, Muñoz Garnica se mostró siempre partidario de la propaganda periodística.


A escala nacional sostuvo publicaciones como El Guadalbullón, La Razón Católica,
El Siglo Futuro, órgano, esta última, del partido carlista y neocatólico de Nocedal, y
La Ciudad de Dios. Es sintomático que la muerte de Muñoz Garnica provoque la
ruina de la editorial que dirigía su amigo y colaborador López Vizcaíno.
Evidentemente, la empresa se sostenía solamente gracias a los sufragios de Muñoz
Garnica. <<

www.lectulandia.com - Página 756


[443] MONTIJANO CHICA, JUAN y LÓPEZ PÉREZ, MANUEL: Muñoz Garnica, polígrafo
ubetense, op. cit., p. 67. <<

www.lectulandia.com - Página 757


[444] Ibíd., p. 71. <<

www.lectulandia.com - Página 758


[445] Ibíd., p. 73. <<

www.lectulandia.com - Página 759


[446] Ibíd., p. 71. <<

www.lectulandia.com - Página 760


[447] Ibíd., p. 72. <<

www.lectulandia.com - Página 761


[448] Ibíd., p. 132. <<

www.lectulandia.com - Página 762


[449] Ibíd., p. 63. <<

www.lectulandia.com - Página 763


[450] Ibíd., p. 107. Es muy probable que su apoyo al partido de Nocedal, con el que

mantenía estrechos vínculos de amistad, fuese, además de intelectual, financiero. De


hecho, se le acusó repetidamente de «carlista» y «agente de la reacción». Ibíd., p.
111. <<

www.lectulandia.com - Página 764


[451] Ibíd., p. 100. <<

www.lectulandia.com - Página 765


[452] Ibíd., p. 41. <<

www.lectulandia.com - Página 766


[453] MARTÍNEZ DE MAZAS, JOSÉ: Retrato al natural de la ciudad y término de Jaén: su

estado antiguo y moderno, op. cit., pp. 133, 134. <<

www.lectulandia.com - Página 767


[454] Un detalle conmovedor. En aquella época los anteojos sólo los usaba la gente

que leía. El morisco no sólo había vivido ocultando sus creencias, sino incluso su
mera condición de lector, intentando pasar ante sus vecinos por hombre de pocas
letras. <<

www.lectulandia.com - Página 768


[455] MONTIJANO CHICA, JUAN y LÓPEZ PÉREZ, MANUEL: Muñoz Garnica, polígrafo
ubetense, op. cit., p. 62 <<

www.lectulandia.com - Página 769


[456] En 1922 desistieron y regresaron al tronco común. <<

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[457] MENÉNDEZ PELAYO, MARCELINO: Historia de los heterodoxos españoles, op. cit.,

vol. 2, p. 1050. <<

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[458] PALMA Y CAMACHO, FEDERICO: Noticias del Santo Rostro de Nuestro Señor
Jesucristo que se venera en la Santa Iglesia Catedral de Jaén, Jaén, 1887, p. 22. <<

www.lectulandia.com - Página 772


[459] MONTIJANO CHICA, JUAN y LÓPEZ PÉREZ, MANUEL: Muñoz Garnica, polígrafo
ubetense, op. cit., p. 113. <<

www.lectulandia.com - Página 773


[460] Ibíd., p. 53. <<

www.lectulandia.com - Página 774


[461] Ibíd., pp. 128, 152. <<

www.lectulandia.com - Página 775


[462] Ibíd., p. 115. <<

www.lectulandia.com - Página 776


[463] Ibíd., p. 166. <<

www.lectulandia.com - Página 777


[464] ALARCÓN, RAFAEL: A la sombra de los Templarios, op. cit., p. 63. <<

www.lectulandia.com - Página 778


[465] Ibíd., p. 91. <<

www.lectulandia.com - Página 779


[466] Según algunas versiones, de cintura para abajo se transformaba en serpiente, lo

que origina la leyenda de la Tragantía de Cazorla. <<

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[467] Tostadas de pan de molde cubiertas de una especie de potaje de judías con

tomate edulcorado con sacarina industrial y una lámina de jamón hervido. ¿Es para
matarlos o no? Del vino no dice nada. Supongo que Nicholas aportaría una botella de
la caja de tinto de Frailes, de Sierra Sur, que le regalo todos los años por Navidad.
Lo de «dejamos fluir nuestras emociones», por acoplarse carnalmente, prefiero no
comentarlo. (N. del T.) <<

www.lectulandia.com - Página 781


[468] GRAVES, ROBERT: La diosa blanca, op. cit., p. 383. <<

www.lectulandia.com - Página 782


[469] Ibíd., p. 407. <<

www.lectulandia.com - Página 783


[470] Ibíd. <<

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[471] Ibíd., p. 541. <<

www.lectulandia.com - Página 785


[472] Ibíd., pp. 367, 658. <<

www.lectulandia.com - Página 786


[473] Ibíd., p. 658. <<

www.lectulandia.com - Página 787


[474] Ibíd., p. 652. <<

www.lectulandia.com - Página 788


[475] Ibíd., p. 396. <<

www.lectulandia.com - Página 789


[476] Ibíd., pp. 660, 661 <<

www.lectulandia.com - Página 790


[477] Ibíd., pp. 399, 400. <<

www.lectulandia.com - Página 791


[478] ORTEGA SAGRISTA, RAFAEL: Escenas y costumbres de Jaén, op. cit., pp. 94,127. <<

www.lectulandia.com - Página 792


[479] MARTÍNEZ RAMOS, BASILIO: «La parroquia de San Martín de Arjona», B.I.E.G.,

núm. 34 (octubre-diciembre, 1962), p. 62. <<

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[480] La leyenda de la mesa del Sacromonte asegura que el rey moro hizo cortar las

manos del artesano que la hizo para evitar que pudiese repetirla. El mensaje esotérico
es evidente. <<

www.lectulandia.com - Página 794


[481] GRAVES, ROBERT: La diosa blanca, op. cit., p. 548. <<

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[482] SÁNCHEZ DRAGÓ, FERNANDO: op. cit., vol. 1, pp. 171, 172. <<

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[483] Tengamos, por ejemplo, la tabla del 9, que los escolares consideran la más

difícil. Su construcción es, sin embargo, elemental: en sus productos todas las
decenas no son sino la serie de números dígitos en orden natural encabezada por el
cero, mientras que las unidades forman la misma serie en orden decreciente, cerrada
por el cero.
Gráficamente, se puede disponer así:
1ª serie 2ª serie
0 9
1 8
2 7
3 6
4 5
5 4
6 3
7 2
8 1
9 0
Toda operación que tiene como base el nueve tiene que dar un resultado cuya suma
de valores absolutos de sus cifras sea 9 o múltiplo de 9 que, a su vez, pueda reducirse
nuevamente al número original, es decir, al 9, según los procedimientos aritméticos
que son usuales entre los cabalistas. Del mismo modo, multiplicando una cantidad
cualquiera por un múltiplo de 9 la suma de los valores absolutos del resultado del
producto tiene que ser múltiplo de 9. Este tipo de distribución armónica se encuentra
también en la tabla del 3, relacionada místicamente con el 9. <<

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[484] VANO SILVESTRE, RAFAEL: «La iglesia de Santa Cruz, de Baeza», B.I.E.G., núm. 21

(julio-septiembre, 1969), p. 43. <<

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[485] JAMES, E. O.:
El Templo. El espacio sagrado de la caverna a la catedral,
Ediciones Guadarrama, Madrid, 1966, p. 166. <<

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