Bultman
Bultman
Bultman
El final del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX es considerada en filosofía
la época de los llamados «padres de la sospecha». Filósofos de gran peso que
pusieron en entredicho algunos de los principios en los que se basaba la
sociedad anterior y que marcaron realmente su época. Gente como Hegel,
Marx, Feuerbach, Nietzsche, Freud, quienes generaron dudas, sospechas e
incertidumbre, y también, en el conjunto de las iglesias, más que todo en las
iglesias protestantes, sobre todo en Alemania, se dejaron influir por este
sentimiento de sospecha sobre aquellas cosas que habían sido las certezas y
seguridades precedentes.
Sobre todo, se dedicaron a investigar la autenticidad de los evangelios y
llegaron a investigar si realmente Jesucristo existió, y si el que existió es aquel
que reflejan los Evangelios.
Rudolf Bultmann
En este contexto, aparece una de las grandes figuras «desmitificadoras»,
Rudolf Bultmann, que no es tan antiguo en el tiempo. Bultmann muere en el
año 1976, no estamos hablando de un personaje que se remota a la noche de
los tiempos, sino que es relativamente reciente.
Es Bultmann quien concluye que «no hay nada que hacer». Es decir, que
tenemos que «olvidarnos» del Jesús histórico, y que tenemos que acercarnos a
los Evangelios como un relato «mítico» elaborado posteriormente, y sobre todo
elaborado a raíz de la «invención» del cristianismo, que va a «hacer San
Pablo». Según esta óptica ese «Cristo de la fe» no tiene nada que ver con la
realidad. Que el «Cristo de la fe» es alguien que «nos han contado» pero que
no existió realmente. Es decir, que el que existió, no es aquel que cuentan los
Evangelios, que son libros simplemente «míticos» e «inventados» sobre todo
por San Pablo.
Ejemplos varios
Pongamos un ejemplo. A ti te parece muy importante y esencial insistir en que
el Señor dijo «lo que hagas al más pequeño a mí me lo hicieron», el
compromiso social, la ayuda a los pobres, y a ti te parece eso muy importante,
muy bien. Pero a ti no te parece importante en cambio, que el Señor haya dicho
«lo que Dios unió que no lo separe el hombre», que «el que se divorcia de su
mujer y se casa con otra comete adulterio contra la primera», eso no te parece
importante, entonces lo segundo, que no te parece importante, lo pones en
duda, y dices: «¿Lo dijo Cristo?», primera cuestión, «no había grabadoras».
En el caso de que dijera algo parecido, «¿en qué contexto?, «¿quién lo
escuchó?, ¿cómo lo entendió y cómo lo contó?, ¿cómo lo escribió el que años
después lo escribió?» No merece la pena hacer un problema por eso.
Luego otro, con los mismos derechos que tu, con su carrito de supermercado,
ha elegido otro producto y ha dicho «a mí eso sí me parece muy importante,
pero no me parece importante que el Señor dijera «Tu eres Pedro y sobre esta
piedra edificaré mi Iglesia», o que el Señor dijera «Tomad y comed que esto es
mi cuerpo», o que Cristo resucitara, o que Cristo en la cruz nos dijera que es
importante pedir ayuda para perdonar como Él estaba perdonando cuando
exclamó «Padre, perdónales que no saben lo que hacen».
Es decir, la religión del supermercado es muy cómoda, pues es una religión a
tu manera y a tu gusto, para que no te moleste, pero eso que tú haces lo puede
hacer exactamente igual cualquier otro, y naturalmente eligiendo productos
que a ti no te gustan nada pero que aquel alega que tiene el mismo derecho a
hacerlo.
De esto se dieron cuenta, gracias a Dios, muchos, entre ellos, el profesor
Joseph Ratzinger, después arzobispo Ratzinger, luego Cardenal Ratzinger, y
después Papa Benedicto XVI.
Fue precisamente él quien denominó a este tipo de «religión» la «religión del
supermercado» y el escribe unos de los mejores libros que se han escrito que
son la trilogía sobre Jesús de Nazaret, y que yo recomiendo a todos que al
menos lean el prólogo, o la introducción del primero de los libros, porque sitúa
perfectamente el problema.
Es decir, nos dice cómo está la Iglesia en ese momento y las consecuencias
terribles que tiene para todos, no solamente para los de izquierda o para los de
derecha, la llamada «desmitificación» de Jesucristo, de decir que Jesucristo no
existió, o que el que existió no tiene nada que ver con el que nos cuentan, o
que el que nos cuentan hay que ver lo que dijo, si es que realmente nos dijo
algo.