Yugo Desigual

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YUGO DESIGUAL.

«Por qué no puedo casarme con mi novio? Admito que es agnóstico pero es
de una buena familia, tiene muy buenos principios morales, es muy
respetuoso y tiene una excelente trayectoria?» me preguntó una muchacha
cristiana. Uno de los problemas más agobiantes en la Iglesia en todo el
mundo es el yugo desigual, es decir cuando un cristiano forma un matrimonio
o aun un noviazgo con una persona que no es de Cristo. La elección de su
pareja es de vital importancia porque la decisión marcará el resto de su
vida.
Recientemente un joven sudamericano nos escribió esta contestación a una
carta de consejo: «Sus consejos me son muy útiles y me dan paz respecto a
si voy a seguir o no con mi novia. Lo único que no estoy de acuerdo es que no
le parezca que una persona creyente se case con una no creyente, pues en
uno de los libros del Nuevo Testamento dice que si su pareja es incrédula no
la abandone pues puede que salve un alma».
¿Cómo podemos contestar a estas personas y a los miles de jóvenes con las
mismas inquietudes, mostrando misericordia y al mismo tiempo siendo leal a
las Escrituras? Dios nos dio la Biblia como nuestra autoridad para contestar
cuestiones difíciles y no tenemos que depender de nuestras propias ideas,
sentimientos o emociones.
En 2 Corintios Pablo nos da una orden (no una sugerencia) y luego hace una
seria de preguntas: «No os unáis en lazo con los infieles, pues ¿qué
asociación tiene la justicia y la iniquidad o qué comunión tiene la luz con las
tinieblas? o, ¿qué armonía tiene Cristo con Belial, o qué tiene en común un
creyente con un incrédulo?» (2 Co. 6:14-15). La mayoría estamos de acuerdo
en que el matrimonio entre un cristiano y un inconverso está terminante-
mente prohibido por Dios. Todo creyente que contrae nupcias con una
persona fuera de la familia de Dios, puede estar seguro de que está
actuando contra la voluntad del Señor, cualesquiera que sean las
circunstancias. Sin embargo, no estamos tan seguros del por qué.
Un día, me encontré con una joven que años atrás había sido parte del grupo
juvenil que mi esposa y yo habíamos dirigido en Guadalajara, México. Me
explicó que cuando era miembro del grupo de jóvenes pensaba que Dios no
tenía otra cosa que hacer entonces decidió prohibir el casamiento entre un
hijo de Dios y un inconverso. Con lágrimas en los ojos me confesó que ahora
sí entendía por qué Dios prohibe el matrimonio desigual. Sobretodo es para
la felicidad de sus hijos.
Al contraer matrimonio las dos partes llegan a ser «una sola carne» (Ef.
5:31; Gn. 2:24). La frase «una sola carne» expresa antes que nada la
relación sexual dentro del matrimonio. Pero el sentido completo se
desarrolla más ampliamente con el correr de los años. El matrimonio es un
enlace que involucra no solamente el cuerpo, sino también el alma y el
espíritu.
La Biblia prohibe el matrimonio mixto entre creyentes e inconversos porque
no es posible desarrollar en forma plena la verdad de «una sola carne». No
se puede unir el espíritu viviente del creyente y el espíritu muerto (sin
Cristo) del inconverso. No hay ni habrá comunión espiritual (2 Co. 6:14,15).
Por lo tanto, la comunicación se realiza solamente a nivel del «alma», la sala
de controles de quien no conoce a Cristo.
Sin embargo cualquier padre, pastor o consejero que ha tenido que lidiar con
una persona locamente enamorada de una persona inconversa sabe que
existe un «amor» tan fuerte que está seguro de que su situación particular
no está contemplada en la Biblia y abundan las razones y excusas. Vamos a
suponer que la mujer es la creyente.
«No hay jóvenes cristianos de mi edad en la iglesia».
«El es mucho mejor que la mayoría de los creyentes que conozco».
«Mi novio está de acuerdo en que nos casemos en la iglesia evangélica».
«He visto otros matrimonios que empezaron así y dio muy buen resultado».
«El no será estorbo para mi vida espiritual».
«Me dice que se va a convertir después de la boda».
«Me permitirá llevar a nuestros hijos a la Escuela Dominical»
«Tengo que casarme con él porque hemos tenido relaciones sexuales».
Como hemos mencionado, bajo cualquier circunstancia es pecado casarse con
un incrédulo. Un cristiano por consiguiente está incapacitado para implorar
la bendición de Dios sobre ese matrimonio.
En cuanto al argumento de que no hay jóvenes cristianos en la iglesia,
quisiera aclarar tres puntos: a) Los solteros tienen que creer y confiar en
las promesas del soberano Dios. «Mis ojos están puestos en ti. Yo te daré
instrucciones, te daré consejos, te enseñaré el camino que debes seguir. No
seas como el mulo o el caballo, que no pueden entender y hay que detener su
brío con el freno y con la rienda, pues de otra manera no se acercan a ti»
(Sal. 32:8-9 VP). b) Uno no está siempre limitado a los muchachos de su
propia iglesia. Una excelente manera de conocer a chicos creyentes es en
las actividades y campamentos interdenominaciones. c) Es mejor no casarse
que casarse en contra de la voluntad de Dios. La soltería es una opción
bíblica (1 Co. 7).
Personalmente, no acepto la escapatoria de que los inconversos son «
mejores que los creyentes». O algo anda mal con los jóvenes cristianos de
esa iglesia (quizá no sean verdaderos cristianos), o el amor ha cegado los
ojos de la parte interesada.
Es sorprendente que hay personas que todavía piensan que Dios le da la
bendición a un yugo desigual con tal que se casen en la iglesia. No importa en
qué iglesia se casen; si uno de los novios no es creyente en Cristo el
casamiento sigue siendo desobediencia.
En cuanto al argumento de que existen matrimonios mixtos exitosos, o bien
que el inconverso se convierte al Señor después de la boda, lo que ocurrió
con Fulano o Mengano no puede sentar precedentes y permitirme actuar de
la misma manera. Mi fundamento es la Biblia, y allí claramente se afirma que
tal unión es pecado. Más aun, por cada caso que por la misericordia de Dios
ha resultado exitoso, cualquier pastor podrá mencionar 50 otros con
resultados nefastos. Es más, hemos visto que gran la mayoría de los
inconversos que se casan con cristianos, nunca se convierten al Señor.
Existe una predilección de mandar al altar a una pareja que ha tenido
relaciones íntimas. El matrimonio autoriza las relaciones sexuales, pero el
mero hecho de tenerlas o haberlas tenido no equivale a estar casado ni a
que deba casarse con la otra parte. A primera vista Deuteronomio 22:28
quizá dé la idea de que una pareja de novios que cometen fornicación se
deben casar y «relaciones sexuales igualan al matrimonio». Sin embargo,
este pasaje no trata el caso de una pareja de novios que consienten en tener
relaciones íntimas. Por aquel pecado a la pareja le esperaba ser apedreada
(Dt. 22:13-24). Sino más bien se trata de una violación y el Antiguo
Testamento en su intento de proteger a la mujer violada (nadie se casaría
con ella) manda que el hombre se case con ella.
Cuando uno de los novios es inconverso he descubierto que un obstáculo es
el testimonio del creyente. El hecho de que él o ella esté saliendo con un
inconverso, da testimonio de que algo anda mal en su vida espiritual. Una
linda muchacha que trabajaba en una de nuestras oficinas salía con un chico
inconverso. Su padre, anciano de una iglesia evangélica, habló con ella; otro
hombre de la iglesia le advirtió del error; yo le hablé y un compañero de
nuestro equipo también la aconsejó. La joven sin embargo no nos quería
escuchar. «¡Qué importa, si no pienso casarme con él!» Le indiqué que si era
el caso, estaba perdiendo el tiempo, tal como dice Jeremías: «Cavaron para
sí cisternas rotas que no retienen agua» (2:13). No importa cuánta agua uno
eche en una cisterna rota, no la retendrá, así que hacerlo es perder tiempo,
esfuerzo y energía. Lo mismo sucede en una relación no bíblica—uno está
echando agua pero la cisterna está rota. A pesar de todos los consejos, ella
seguía de novia con ese muchacho. Un día el novio de nuestra secretaria por
pura curiosidad entró en una carpa donde predicaban el evangelio. Se sentó,
escuchó el mensaje y al terminar pasó al frente para recibir al Señor. Esto
nada tuvo que ver con el testimonio de la muchacha. Después de comprender
todas las implicaciones de la decisión que había tomado, el joven terminó con
su novia. Su explicación fue: «No quiero andar con una chica que, siendo
cristiana, estaba de novia con un inconverso—aunque el inconverso haya sido
yo». La última vez que oí hablar de ellos, el muchacho caminaba fiel al Señor
y ella se había casado con otro inconverso porque esperaba familia.
Aunque podemos tener muchos amigos, hay diferentes niveles de amistad.
a. Los conocidos. La relación se caracteriza por un contacto ocasional
a nivel superficial. Es un trato a nivel general, que se da tanto con
creyentes como con inconversos.

b. La amistad ligera. Este tipo de relación está basada en intereses o


actividades comunes con vecinos, compañeros de trabajo, de escuela,
etc. En este grado también podemos hacer amistad con personas
cristianas e inconversas. Como sucede en el primer caso, nos brinda
una buena oportunidad de evangelizar con nuestra vida y palabra a las
personas que no conocen a Cristo.

c. La amistad familiar o de confianza. Esta relación se basa en los


propósitos y metas de la vida que haya en común. Este nivel está
cimentado en una amistad más profunda. Tal profundidad en la
relación debe darse entre cristianos. Esta amistad podría conducir a
los primeros pasos del noviazgo.

d. La amistad íntima. Es un compromiso espiritual muy profundo, de


discipulado recíproco. En tal relación existe la libertad de corregirse
mutuamente. Hay confianza total, y el propósito es desarrollar el
carácter de Cristo. Idealmente aquí se incluyen las últimas etapas del
noviazgo y el matrimonio. Los problemas surgen cuando invitamos a
amigos inconversos a compartir una profundidad de nuestra vida que
ellos realmente no pueden compartir porque no son hijos de Dios.
Algo que pasa a menudo es que el novio inconverso alega convertirse a
Cristo. Ello no es señal de que necesariamente deban marchar al altar. Los
dos tendrían que conocerse como creyentes, y el nuevo en la fe necesitaría
tiempo para exhibir «frutos dignos de arrepentimiento» (Lc. 3:8) y crecer
espiritualmente. Porque muchas veces se convierte a su novia o a su religión
y no a Cristo.
Para el creyente ya envuelto en un yugo desigual, el siguiente paso es
deshacer este noviazgo no bíblico. A veces no es tan sencillo romper aun el
compromiso más superficial. Está la presión de los padres; él «no puedo vivir
sin ella» del novio y la vergüenza ante familiares, quizá inconversos, que no
entienden las normas bíblicas que gobiernan el matrimonio. Un noviazgo roto
dejará un gran vacío en el corazón de los dos, pero con el tiempo ese
creyente conocerá el gozo profundo que Dios da a los que le obedecen (1
Juan 3:22-24; 5:2,3).
Los líderes de la iglesia a esta altura tienen una seria responsabilidad para
con el joven que rompió el noviazgo. Deberán instruirle sobre cómo rehacer
su vida según los preceptos bíblicos, para que este problema no vuelva a
suceder con esa persona ni con los demás jóvenes de la iglesia. Sugiero
estudios sobre temas bíblicos en el grupo juvenil: ¿Cómo conocer la voluntad
de Dios? ¿Con quién me casaré? ¿Qué es el verdadero amor? ¿Cómo
prepararme para el matrimonio cristiano? ¿Cómo comportarse durante el
noviazgo? ¿Cómo encontrar un compañero cristiano? El lugar de los padres
en el proceso de elegir la pareja.
Otro problema se presenta cuando los novios insisten en casarse a pesar de
los consejos de los líderes espirituales de la iglesia. ¿Debe el pastor
celebrar tal boda? Por lo general, cuando un pastor decide llevar a cabo la
ceremonia en estas condiciones, sus razones son: 1) temor de perder la
oportunidad de evangelizar al cónyuge inconverso después de la boda; 2)
temor de que a pesar de todo los jóvenes vayan a otra iglesia; 3) temor a
perder la membresía de la familia del novio cristiano. Es preciso que la
iglesia conozca la postura del pastor en cuanto a este asunto, a fin de
apoyarlo, y para que él no tenga que delinearla por vez primera bajo la
presión de una crisis.
Para terminar quiero compartir una carta que recibí recientemente de una
señora en Argentina.
«Hace doce años que estoy casada. Pero antes de casarme le había pedido
consejo sobre mis relaciones con mi novio inconverso. Usted me respondió y
me aconsejó enviándome las citas bíblicas para que yo pudiera leer lo que el
Señor quiere para sus hijos. El resultado por no obedecer es triste y
lamentable, dos vidas frustradas. Vivimos juntos, pero nuestros caminos no
pueden ser iguales, ni nuestros deseos, ni nuestros anhelos, ni las
distracciones, etc., tal como usted lo dice en su carta. Espero que mi
testimonio sirva para que todos los jóvenes cristianos escuchen la voz del
Señor por medio de sus sabios consejos, y puedan ser felices en sus
matrimonios.»

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