Stella Calloni Operación Cóndor 1

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Introducción

stella calloni

I ntrod u cci ó n

Stella Calloni (1)


1. Los primeros esbozos de la Operación Cóndor
Una bola de fuego apareció y desapareció tan rápidamente que
los pocos testigos que pudieron recordar algo, solo se acorda-
rían de un resplandor brillante. En unos brevísimos segundos un
fuego anaranjado brotó del piso del auto, y quemó el hombro
izquierdo del chofer, llenó por completo el auto, chamuscó los
pelos e hizo saltar las ventanas y luego se desvaneció en instan-
tes. La bola de fuego fue comprimida en un impacto que arrancó
y soltó el asiento trasero e hizo que el último recuerdo claro que
el pasajero tuviese fuera el de un agudo silbido, como del vapor
desprendiéndose de un metal caliente. Este impacto se llegaría a
convertir en el momento congelado que obsesionaría las mentes
de muchos extraños que oyeron el ruido, y por muchos años.

Esta fue la descripción del fiscal estadunidense Eugene M. Propper y el


periodista Taylor Branch en el libro Laberinto sobre el atentado que, la
mañana del 21 de septiembre de 1976, hizo volar el automóvil que condu-
cía el ex canciller chileno Orlando Letelier, a cuyo lado estaba su secretaria
Operación Cóndor. 40 años después

norteamericana Ronni Moffitt y, en el asiento trasero, el esposo de la jo-


ven, Michael Moffitt. (2)

 (1) Periodista, investigadora, docente y escritora, es la coordinadora del Informe. Ha escrito


y colaborado en distintos medios de prensa del país y del mundo. Por su actividad periodís-
tica ha recibido numerosos homenajes y premios nacionales e internacionales, entre ellos
el Premio Rodolfo Walsh de la Facultad de Comunicación Social (UN La Plata). En 2014 fue
distinguida como Personalidad en Defensa de los Derechos Humanos en la Región por la
Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
 (2) Propper, Eugene M. y Branch, Taylor, Laberinto, Bs. As., Vergara, 1990.

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Sucedió en la calle Sheridan Circle, en el barrio de las embajadas en


Washington DC. Atrapado en su asiento Letelier, horriblemente quema-
do, murió en el acto. Ronni sobrevivió escasos minutos y murió antes que
llegaran las ambulancias. Michael quedó herido, con quemaduras e in-
tentando salvar a su esposa.

Este fue uno de los mayores atentados de lo que se conocería entonces como
Operación Cóndor, cuya mano en garra había llegado hasta Washington en
un hecho que estaba demostrando la más descarnada impunidad con que se
movían los autores y sus responsables intelectuales.

Dos años antes, la noche del 30 de septiembre de 1974, en un barrio resi-


dencial de Buenos Aires la luz se había cortado extrañamente, lo cual hizo
que la explosión de un automóvil pareciera aún más intensa en la inmensa
oscuridad de la calle Malabia, en el barrio de Palermo.

El general chileno Carlos Prats, refugiado en Buenos Aires junto a su esposa


Sofía Cuthbert después del golpe del 11 de septiembre de 1973 en Chile,
estaba llegando al edificio donde vivía, casi a la medianoche, después de
una cena con amigos. Ante una serie de amenazas intentaba salir de Argen-
tina, pero la embajada chilena de la dictadura le negaba el pasaporte.

Prats había mantenido comunicación directa y epistolar con el General


Juan Domingo Perón, en esos momentos presidente de Argentina por
tercera vez. Pero, en julio de 1974, Perón murió a escasos meses de haber
asumido el poder, y Prats sabía que quedaba desguarnecido cuando la
Alianza Anticomunista Argentina (Triple A) incrementaba los secuestros,
asesinatos y atentados en todo el país.
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Decenas de chilenos, brasileños y uruguayos —que se habían refugiado


en Chile huyendo de las dictaduras en sus países— debieron salir en una
fuga desesperada hacia Argentina cuando el golpe militar de septiembre
de 1973 derrocó al presidente Salvador Allende instalando la dictadura
criminal en esa nación trasandina. El doloroso nuevo éxodo pronto se con-
vertiría en una trampa para los refugiados, espiados y perseguidos por
la Triple A y los agentes chilenos, brasileños y uruguayos que mantenían
acuerdos en sombras con sus pares argentinos, lo que facilitaría el camino
hacia la red Cóndor.

Prats era uno de los más vigilados por los agentes chilenos aquí, que te-
nían sus contactos “fraternales” con los servicios de inteligencia locales,

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Introducción

sectores policiales y militares, como se verá en el transcurso de este In-


forme.

En el momento en que Prats iba a entrar al garaje del edificio en que


vivía, el automóvil voló en pedazos. La explosión sonó aterradora en me-
dio de la soledad que mostraban las calles vacías por un apagón, pro-
vocado no casualmente en esa zona residencial de la capital argentina.
Prats y su esposa murieron en el acto. Una bomba había sido colocada
debajo del auto, con el que ambos recorrieron varias calles porteñas, y
se hizo detonar en el momento preciso, accionada desde lejos por los
asesinos.

En ambos casos, los más serios analistas consideraron que la mano del
dictador Augusto Pinochet estaba detrás de estos asesinatos, pero todos
sabían que no estaba solo en esta acción terrorista. Tenía cómplices y la
certeza de que todo naufragaría en la impunidad.

El atentado contra Letelier iba a resultar difícil de ocultar para el secretis-


mo que requería este tipo de operación. Había sucedido en Washington,
en el barrio de las Embajadas, poniendo además en peligro la vida de
algunos diplomáticos, entre ellos dos israelíes cuyo automóvil estaba jus-
tamente detrás del que llevaba a Letelier cuando se produjo la explosión.
De la misma manera, otro diplomático griego también pudo ser alcanzado
cuando caminaba frente a una sede diplomática.

Fue muy difícil acallar las voces periodísticas en Washington. Por razones
que veremos más adelante en este Informe, no estaba previsto que Lete-
lier estuviera acompañado por su secretaria y el esposo de esta, ambos
norteamericanos; ni estaba previsto que hubiera un sobreviviente, Michael
Moffitt, quien iba a ser clave en la lucha por justicia y verdad ante la horri-
ble muerte de su joven esposa.
Operación Cóndor. 40 años después

Las investigaciones, obstaculizadas por sectores de la inteligencia esta-


dounidense en momentos en que George H. W. Bush, quien luego sería
presidente de Estados Unidos, era el jefe de la CIA (Agencia Central de
Inteligencia), quedaron en manos de un fiscal —Eugene Propper— que no
se rindió fácilmente. Rodeado de algunos periodistas serios e inquisitivos,
juntos aunaron esfuerzos y asumieron el desafío para descubrir a los res-
ponsables del atentado.

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Fue en esos momentos en que comenzó a aparecer la sombra de una


operación secreta, que ya había sido mencionada por algunos colegas. El
británico Richard Gott, en el periódico The Guardian, de Londres, escribía
que “los especialistas que siguen de cerca la vida política de dicho con-
tinente [América Latina] afirman que se lleva a cabo allí algo semejante a
la Operación Fénix”, una operación de la CIA en el sudeste asiático en
1965, uno de los antecedentes más importantes de lo que fue la Opera-
ción Cóndor. (3) Esta advertencia de Gott sucedía tres meses y diecisiete
días antes del asesinato de Letelier y a solo dos días de la desaparición del
ex presidente de Bolivia, el general Juan José Torres, el 2 de junio de 1976,
en Buenos Aires, donde vivía en condición refugiado.

El 2 de agosto de 1979 el periodista Jack Andersen publicó en el Washington


Post un artículo bajo el nombre de “El Cóndor: los criminales latinoamerica-
nos”. Había accedido al informe del agente especial del FBI Robert Scherrer
quien, ante el asesinato de Letelier, explicaba, en septiembre de 1976 y me-
diante un cablegrama despachado desde la embajada de Estados Unidos
en Buenos Aires, que significaba la Operación Cóndor y su metodología.

En la histórica “Carta abierta a la Junta Militar” escrita por el periodista, es-


critor y militante argentino Rodolfo Walsh en 1977, al denunciar las desapa-
riciones, crímenes, persecuciones en su país, ya mencionaba operaciones
internacionales que se estaban desarrollando en la región. Walsh fue asesi-
nado horas después de que su carta comenzara a circular clandestinamente
en todo el país y llegara a distintos lugares del mundo. El 25 de marzo de
1977, después de lograr despachar esa carta, fue secuestrado en una calle en
el sur de Buenos Aires por un grupo de tareas de la Armada, al que se resistió
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heroicamente, en soledad. Se lo llevaron herido y hasta hoy permanece des-


aparecido, aunque se conoce que pasó por el mayor centro clandestino de
detención de Argentina, la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). Antes
de su muerte estaba detrás de la pista de la siniestra operación internacional
que fue Cóndor.

2. La Operación Cóndor
Entre mediados de los años 70 y principios de los 80, en el marco de la
Doctrina de Seguridad Nacional (DSN) de Estados Unidos, en el contexto
de la “Guerra Fría”, se desarrolló la Operación Cóndor, nombre asignado

 (3) Gott, Richard, “Shots and Plots”, en The Guardian, Londres, 04/06/1976, pp. 17/18.

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Introducción

a un proyecto de inteligencia y coordinación entre los servicios de seguri-


dad de los regímenes militares del Cono Sur.

La Operación Cóndor, cuya acta institucional data de una reunión sostenida


en Santiago de Chile entre el 25 de noviembre y el 1 de diciembre de 1975,
fue un sistema secreto de inteligencia, una coordinadora de las dictaduras
del Cono Sur para intercambiar información y perseguir políticos, ubicados
en sus lugares de refugio. A su vez, secuestraba, torturaba, y trasladaba
a unos y otros a través de fronteras sin ningún trámite legal, y formaba
comandos para asesinar a figuras consideradas enemigos claves para los
dictadores en el país donde se encontraran. El terror borraría las fronteras.

Había suficientes experiencias previas bilaterales, intercambio de informa-


ciones entre dictaduras e incluso con gobiernos supuestamente democrá-
ticos. Existen registros de entrega de prisioneros políticos desde los años
60 y principios de los 70, así como lo que varios investigadores han dado
en llamar el pre-Cóndor, en los años 1974 y 1975.

Cada país había tenido experiencias criminales contrainsurgentes, parami-


litares y parapoliciales desde mucho antes. Entre ellos, los Escuadrones de
la Muerte en Brasil; La Triple A entre los años 1973 y 1976, y el modelo de
contrainsurgencia que fue el Operativo Independencia de 1975 en el no-
roeste argentino; y los grupos civiles y militares que bajo la sigla de Patria
y Libertad produjeron los asesinatos y acciones terroristas en Chile antes
del golpe de Estado de 1973. J. Patrice Mc Sherry resume:
La maquinaria de Cóndor fue un componente secreto de una
estrategia más amplia de contrainsurgencia, dirigida por Esta-
dos Unidos para impedir o revertir los movimientos sociales que
demandaban cambios políticos o socioeconómicos. La Ope-
ración Cóndor encarnaba un concepto estratégico clave de la
Doctrina de Seguridad Nacional de la Guerra Fría; el concepto
Operación Cóndor. 40 años después

de defensa hemisférica que estaba definida por fronteras ideo-


lógicas y que sustituía la doctrina más limitada de defensa terri-
torial [y añade que] (…) para los militares anticomunistas y sus
patrocinadores estadounidenses, la Guerra Fría fue la Tercera
Guerra Mundial, llamada guerra de las ideologías. (4)

 (4) Mc Sherry, J. Patrice, Los Estados depredadores: la Operación Cóndor y la guerra encu-
bierta en América Latina, Montevideo, Ediciones de la Banda Oriental, 2009, p. 25.

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El 22 de diciembre de 1992, en dependencias policiales del barrio de Lam-


baré, en Paraguay, el joven juez Agustín Fernández, acompañado por el
profesor y pedagogo Martín Almada, familiares del desaparecido médico
paraguayo Agustín Goiburú, y algunos periodistas, descubrió una canti-
dad de documentos de los llamados “archivos del horror” referidos a la
larga dictadura del general Alfredo Stroessner (1954-1989). Entre estos do-
cumentos se encontraron una serie de archivos referidos a la Operación
Cóndor, el nombre que le otorgaron sus creadores en Chile en 1975.

El aspecto más secreto de Cóndor, la “Fase III”, fue su capacidad para ase-
sinar líderes políticos especialmente temidos por su potencial para movi-
lizar la opinión pública mundial y organizar amplia oposición a los Estados
militarizados. Concebida en esos términos, esta operación —tal como la
llevó adelante el general Augusto Pinochet en sus primeros momentos—
podría ser catalogada como una acción “elitista”. Iba por figuras impor-
tantes política y militarmente, y por las jefaturas de las guerrillas surgidas
en países del Cono Sur en los años 60 y 70.

En estos últimos años los medios de comunicación comenzaron a llamarle


“Plan Cóndor”, aunque “Plan” es un trazado geoestratégico y el Cóndor
fue una táctica contrainsurgente, una de las tantas operaciones que, como
veremos, se utilizaron y siguen utilizándose contra pueblos y gobiernos en
este siglo XXI.

En su trabajo sobre conducción política, el general Juan Domingo Perón,


tres veces presidente de Argentina, derrocado por un golpe militar en
1955 cuando estaba en su segundo mandato (1946-1955), y elegido en
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1973 por la misma y masiva voluntad popular, sostenía que “lo estraté-
gico es la guerra, lo táctico es la batalla o las batallas. De esa manera es
preciso comprender que aunque ambas cosas corresponden a lo mismo,
pertenecen a actividades distintas. Así la táctica depende de la estrategia,
y se realiza en absoluta dependencia de las finalidades fijadas por esta”. (5)

En los archivos de Paraguay, entre otros documentos, se encontró el acta


fundacional de Cóndor, de noviembre de 1975, mediante la cual las dicta-
duras del Cono Sur, y el gobierno de Isabel Martínez de Perón en Argentina,
“institucionalizaron” las operaciones bilaterales, que se habían incrementado

 (5) Perón, Juan Domingo, Manual de Conducción Política, Bs. As., Subsecretaría de Informa-
ciones de Presidencia de la Nación, 1953.

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Introducción

en 1974 con los evidentes ensayos de la dictadura de Augusto Pinochet: el


asesinato del general Prats y otros. Hay que mencionar, sin embargo que
el esquema de Cóndor, tal como fue concebido comenzaría a funcionar
integralmente con la llegada de los dictadores al poder en Argentina en
marzo de 1976.
Hay que destacar la importancia de Brasil, que desde 1964 había impuesto
una dictadura de la Seguridad Nacional y había convertido a su cancillería
y sus comandos militares en los más importantes receptores de datos e
informaciones de inteligencia de toda la región, como relatara el exagente
de la CIA Philip Agee en una entrevista de 2006. (6)

Una de las pruebas concretas sobre la red de Operación Cóndor fue la car-
ta enviada en octubre de 1975 por el entonces coronel del Ejército chileno
y director de la DINA (Dirección de Inteligencia Nacional), Manuel Con-
treras, al jefe de inteligencia militar de Paraguay, general Benito Guanes
Serrano, y al director de la policía paraguaya, general Francisco Brites. Se
trataba de la invitación a participar en una “reunión de trabajo de carácter
estrictamente secreto, a realizarse en Santiago entre el 25 de noviembre y
el 1 de diciembre de 1975”, cita en la que se habría de materializar la pro-
puesta planteada por Augusto Pinochet a su cómplice, Alfredo Stroessner,
durante el viaje a Asunción del general chileno en 1974.

Aquella reunión secreta de 1975 contó con la asistencia de los encargados


de seguridad y jefes de las policías secretas de Argentina, Brasil, Uruguay,
Paraguay y Chile. En ella quedó estructurada la coordinadora represiva.

De la misma manera, en una carta dirigida por Manuel Contreras a Pi-


nochet a comienzos de 1976, el jefe de la DINA le solicitaba al dictador
chileno un presupuesto adicional de 600 mil dólares con el argumento de
que necesitaba fondos para el personal a su cargo que debía enviar a las
misiones “diplomáticas” en Perú, Brasil, Argentina, Venezuela, Costa Rica,
Operación Cóndor. 40 años después

Bélgica e Italia, entre otros países, para la “neutralización de los principa-


les adversarios de la Junta de Gobierno en el exterior” —principalmente
en México, Argentina, Costa Rica, Estados Unidos, Francia e Italia—, ade-
más de gastos para financiar “nuestras operaciones en Perú” y el “entre-
namiento antiguerrillero de nuestros hombres en Brasil”. (7)

 (6) Entrevista realizada por Stella Calloni a Philip Agee, diario La Jornada, 2006.
 (7) Calloni, Stella, Paraguay: los años del lobo, Bs. As., Ediciones Mopassol, 1993.

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stella calloni

Como asistentes y asesores permanentes, las dictaduras contaban con


la contrarrevolución cubana de Miami —la “cara” contrainsurgente de la
CIA—, y los servicios secretos de Francia, cuando una buena parte de es-
tos protegían a los criminales de la Organización Armada Secreta (OAS),
exmilitares de la guerra de Francia en Argelia. También colaboraron en
Cóndor figuras clave de acción de los ejércitos secretos de la Organiza-
ción del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), que constituyeron —como
se verá en este Informe— una organización terrorista que en Italia llevó
adelante la Operación Gladio, que tomó otros nombres en los países de
Europa en los que actuó, un hecho que ha permanecido en la impunidad.
Esta impunidad hace posible, en el siglo XXI, que la OTAN continúe utili-
zando ejércitos mercenarios en las guerras coloniales de estos años.

Es imposible acceder a la génesis de esta operación contrainsurgente sin


analizar la perspectiva global que rodeó ese momento. Sobre la base de
dos dictaduras de viejo cuño en el Cono Sur, en Paraguay (1954-1989) y en
Brasil (1964-1985), se produjo una verdadera “siembra” de golpes milita-
res en función de los objetivos de la DSN estadounidense, estableciendo
la práctica del terrorismo de Estado bajo control de Estados Unidos con
el objetivo de eliminar las voces opositoras, principalmente de izquierda.

Las dictaduras abarcarían toda la subregión. Las de Bolivia (1971), Uru-


guay (1973), Chile (1973), Argentina (1976) se agregaron a las de Paraguay
y Brasil.

A partir de noviembre de 1975, la Operación Cóndor estaba en marcha. Su


cabeza operaba en Santiago de Chile. Aunque la coordinación represiva
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quedó aprobada y establecida en esa fecha, anteriormente ya se habían


registrado acciones bilaterales conjuntas.

En 1974 se produjo el “ensayo” más cercano con el asesinato del general


Prats y su esposa Sofía, y con el del militar uruguayo Ramón Trabal en Pa-
rís. En 1975 tuvo lugar el atentado contra el político democristiano chileno
Bernardo Leighton y su esposa Ana, en Roma, que no logró su misión de
asesinarlos pero dejó a ambos discapacitados de por vida. Este caso se-
ría recordado luego, cuando ocurriera el asesinato de Letelier, porque el
hecho se produjo en las cercanías del Vaticano, donde el político chileno
tenía amigos y encontraba círculos de apoyo a sus denuncias contra Pino-
chet. También en 1975 se llevó adelante la llamada Operación Colombo.
De ella participaron Argentina, Chile, Brasil, la CIA y, muy especialmente,

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Introducción

la prensa de los tres países, que encararon una de las acciones de guerra
psicológica más criminal que recuerde la historia de esos días, como se
registrará más adelante en este Informe.

En todos estos últimos casos ya estaban comprometidos tres o más paí-


ses, para sentar precedentes sobre la importancia de esta metodología.
En marzo de 1976, con la llegada de la dictadura militar a Argentina, se
completó el cuadro de la asociación ilícita, como fue calificada esta coor-
dinación en los primeros juicios de Cóndor en Argentina en el año 2001.

Esto estará desarrollado a lo largo de este trabajo, que intenta sistematizar


la información sobre la Operación Cóndor, enriquecida por los documen-
tos descalificados en los últimos años, por el informe sobre la acción de la
CIA en Chile, revelada ante el Congreso de ese país, en el año 75, por las
investigaciones periodísticas y por el desarrollo de los juicios.

Fueron claves los aportes en el juicio llevado adelante por el juez Baltasar
Garzón sobre esta Operación en España en los años 90. Así como el juicio
por el asesinato de Letelier y su secretaria Moffitt en septiembre de 1976.
En este caso, las investigaciones del fiscal Eugene Propper permitieron
recorrer los caminos secretos de Cóndor y reunir documentación y tes-
timonios dando luces sobre lo que fue esa Operación ya en el año 1979.

Este Informe intenta partir de los orígenes, del entorno mundial y regional
en que transcurrieron estos hechos —los países de América Latina bajo
dependencia—, para entender el verdadero laberinto de la Operación
Cóndor, una táctica contrainsurgente que se destacó entre decenas de
operaciones llevadas a cabo en todo el mundo.

Podría decirse que en sus orígenes fue una operación “elitista” por cuan-
to estaba dirigida a tratar de librar a las dictaduras del Cono Sur de im-
portantes figuras que en el exilio eran reconocidas suficientemente como
Operación Cóndor. 40 años después

para influir con sus denuncias contra los dictadores. Pero también Cóndor
“justificaba” su accionar, tal como surge de sus propios documentos, en
la decisión de acabar con lo que los dictadores determinaban como una
organización guerrillera “supra nacional”, en referencia a una Coordina-
dora Revolucionaria que habían creado los movimientos guerrilleros más
importantes surgidos en el Cono Sur entre fines de los 60 y principios de
los años 70. Sin embargo, ese proyecto de coordinación revolucionaria
tuvo escasa vigencia y había sido duramente golpeado por las dictaduras,

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stella calloni

pero servía como argumento para establecer la contraparte criminal que


abarcaría a los países del Cono Sur.

Si esta Operación, una entre centenares que se han realizado en el oscuro


laberinto de las contrainsurgencias, con su marco de ilegalidad y violación
de todos los derechos adquiridos por los pueblos, tuvo tanta trascenden-
cia fue porque la impunidad con que actuaban sus responsables intelec-
tuales y directos los llevó a cometer asesinatos de figuras tan importantes,
y en lugares “intocables” como Washington o Roma, que fue imposible
esconder cadáveres bajo las alfombras del mundo.

Lo que los responsables de estos crímenes de lesa humanidad no previe-


ron es que tanto Cóndor, como sus antecedentes más significativos —las
Operaciones Phoenix (Fénix) en el sudeste asiático entre 1965 y 1973 o
la Operación Gladio en la Italia de la postguerra, en la que actuaron los
llamados “ejércitos secretos” de la OTAN conformados por criminales te-
rroristas—, dejaron rastros imposibles de borrar.

En Europa, los grupos fascistas reincorporados a tareas “sucias” fueron


protegidos y reclutados para cometer atentados de falsa bandera, asesi-
natos y secuestros destinados a acabar con el “peligro del comunismo”,
como surge en el transcurso de este Informe.

Los jefes de estas operaciones criminales y los asesinos “estrellas” partici-


paron de una a otra: de Phoenix a Gladio, de Gladio a Cóndor, los mismos
nombres, las mismas metodologías que han dejado miles de víctimas, en
una cadena que se desarrolló a lo largo de los años y en distintos lugares
del mundo. De Cóndor a Guantánamo, de los centros clandestinos de
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detención en Vietnam a los establecidos en el Cono Sur en los años 70 y


las cárceles secretas que ofenden a la humanidad en su conjunto en este
siglo, y que han convertido a gobiernos y países europeos en cómplices
de crímenes contra la humanidad.

A 40 años de la creación de la Operación Cóndor, este Informe es una res-


puesta a los que tomaron el nombre de un ave venerada por los pueblos
indígenas del altiplano para ejecutar tareas de muerte, destrucción y de-
solación. Tendremos la palabra viva de víctimas, familiares, y de aquellos
que, en cada uno de los países implicados, investigaron y juzgaron a los
criminales de Cóndor para que Nunca más sea.

XLII

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