Felicidad en San Agustín1
Felicidad en San Agustín1
Felicidad en San Agustín1
La felicidad verdadera y segura en sumo grado la alcanzan, ante todo, los hombres
de bien que honran a Dios, el único que la puede conceder
(CD 2,23,1).
Ambientación
San Agustín dice que el camino a la felicidad está en Dios. Dios es fuente de nuestra
felicidad y meta de nuestro apetito. Concibe la felicidad como gozo de la verdad. Cada
hombre es lo que ama. Su experiencia de la felicidad en el camino la encontró en
Dios, la Verdad misma que daría sentido a sus interrogantes; el que tiene a Dios lo
tiene todo; el que tiene todo menos a Dios no tiene nada. No es lo mismo vivir que
vivir felizmente (C 13,4,5). Lo que amas eres: Tarde te amé.
La dificultad no está en que seamos felices, no hay problema con ser feliz. El problema
llega cuando hacemos de la felicidad una meta que debemos y tenemos que alcanzar.
Cuando esto sucede, entonces pensamos que Dios existe para que seamos felices y
esto es un pensamiento peligroso. La felicidad no es hacer lo que uno quiere sino
querer lo que uno hace. Porque quien es auténtico, asume la responsabilidad por ser
lo que es y se reconoce libre de ser lo que es.
• Que los tesoros que tenía fueran esparcidos por el camino hacia su tumba.
Moraleja:
1. El tiempo es el tesoro más grande y valioso que tenemos, podemos producir más
dinero, pero no más tiempo para prolongar la vida. Cuando le dedicamos tiempo a
una persona, le estas entregando parte de nuestra vida, y es algo que nunca podemos
recuperar. El mejor regalo que le proporcionas a alguien es tu tiempo, pues, para este
hombre de las tres peticiones, su tiempo fue demasiado breve. Las lágrimas son la
sangre del alma.
2. Agustín dice: Si quieres conocer a una persona, no le preguntes lo que piensa sino
lo que ama. Para este hombre de las tres peticiones, le faltó mucho amor. Nadie es
feliz contra su voluntad.
3. El Papa Francisco manifiesta que el hombre de hoy debe mirar el pasado con
gratitud. Vivir el presente con pasión y de abrazar el futuro con esperanza. El hombre
de las tres peticiones, se quedó en su propio mundo. Mi peso es mi amor; él me lleva
doquiera soy llevado.
4. Al hombre de las tres peticiones, le faltó ser más consiente de la realidad que debe
emprender y de estar capacitado para enfrentarla con retos y proyectos que van
surgiendo. El tiempo es un juez tan sabio, que no sentencia de inmediato, pero al final
da la razón a quien la tiene.
5. El peor error del hombre de las tres peticiones, es creerse que tiene a alguien
asegurado. Nadie es dueño de nadie. Nadie es propiedad de nadie. El amor es trabajo
diario. Lo que descuidas lo pierdes. La verdadera perfección del hombre es descubrir
sus propias imperfecciones.
6. Para el hombre de las tres peticiones, fue tarde encontrarse a sí mismo, pues, en
la vida ni se gana ni se pierde, ni se fracasa ni se triunfa. En la vida se aprende, se
crece, se descubre; se escribe, borra y reescribe; se hila, se deshila y se vuelve a
hilar.
Como desenlace de esta anécdota, Dios no manda cosas imposibles, sino que, al
mandar lo que manda, te invita a hacer lo que puedas y pedir lo que no puedas y te
ayuda para que puedas.
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1. Fundamentos de la felicidad en Agustín.
Agustín descubre que el amor es la belleza del alma, pues, la verdad es como un león,
no necesitas defenderla. Déjala libre, se defenderá a sí misma. La felicidad verdadera
y segura en sumo grado la alcanzan, ante todo, los hombres de bien que honran a
Dios, el único que la puede conferir (CD 2,23,1). Nadie es feliz contra su voluntad.
Sin embargo, el gozo (que es parte de nuestro carácter) está basado en el carácter
inmutable de Dios y lo que ha hecho. La Sagrada Escritura nos da algunas fuentes
significativísimas de nuestro gozo:
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Esto representa que nuestro gozo no viene de nada en la tierra. Es por esto que
nuestro gozo puede subsistir a pesar de nuestras circunstancias terrenales, porque
no viene ni depende de nada aparte de Dios.
Dice Agustín, cuando un hombre descubra sus faltas, Dios las cubre. Cuando un
hombre las esconde, Dios las descubre, cuando las reconoce, Dios las olvida.
Caminamos buscando la felicidad y ella ya está aquí, ha estado desde siempre;
insistimos en encontrarla afuera, en las esquinas del mundo, cuando jamás ha salido
de nuestro templo.
El año 386, fue decisivo para san Agustín, por el bautismo que recibe en Milán, es el
mismo año en que compuso el libro sobre la Vida Feliz.
En Agustín el objeto de la felicidad está en que todos queremos ser felices. La felicidad
reside en la perfección del alma. Somos demasiado débiles para descubrir la verdad
por la sola razón.
Entiende la felicidad como gozo de la verdad, pues quien goza de la verdad goza de
Dios, por quien son verdaderas todas las cosas. Lo que el hombre sabe lo sabe por
Dios quien lo ilumina y le hace participar del porqué de las causas últimas, que no son
entendibles por medio de la razón.
El que está lleno de amor está lleno de Dios mismo. Buscar para encontrar y encontrar
para seguir buscando. En la búsqueda de la verdad no hay mejor medio que el de las
preguntas y respuestas.
La felicidad va por la vida vestida de instantes, y para descubrir esos instantes hay
que habitar el presente.
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y filosofía y quadrívium: aritmética, geometría, música y astronomía) y en 370 se fue
a vivir a Cartago, donde tuvo contactos con el maniqueísmo, una doctrina religiosa
que se caracterizaba por la creencia en la existencia de dos principios contrarios que
luchan entre sí: el bien y el mal.
En 383 partió con destino a Roma, donde obtuvo el puesto de orador en la corte
imperial de Milán. En esta ciudad, Agustín asistió a las prédicas del obispo Ambrosio,
quien lo acercó a la fe cristiana. En el año 386, Agustín sintió una voz que clamaba:
“tolle, lege”, y que traduce: “toma, lee”. Esto lo provocó a leer la “san Pablo a los
romanos”, en la que encuentra las siguientes palabras que finalmente lo llevaron a la
conversión: “Como en pleno día, procedamos dignamente: basta de excesos en la
comida y en la bebida, basta de lujuria y libertinaje, no más peleas ni envidias. Por el
contrario, revístanse del Señor Jesucristo, y no se preocupen por satisfacer los deseos
de la carne” (Rm 13,13-14).
Luego de este episodio, Agustín fue bautizado por san Ambrosio el 24 de abril de 387,
se ordenó sacerdote en 391 y se consagró como obispo cuatro años después en la
ciudad de Hipona, actual Argelia, donde murió el 28 de agosto de 430 durante el sitio
de los vándalos.
Agustín expresa que Dios, camino a la felicidad. Cristo el Señor se humilló para que
nosotros aprendiéramos a ser humildes (S 272A). La felicidad consiste en conocer y
poseer a Dios. Agustín enseña que la felicidad radica en el proceso de tomar con
alegría lo que la vida nos proporciona.
Pero, con san Agustín, tratamos de hacer ver a las personas que la única manera de
llegar a ser felices es mediante la unión con Dios con el uso de la razón que estas
personas mantienen y además hacer ver que actualmente algunas personas se
equivocan respecto a que la religión no usa la razón para fundamentarse. La felicidad
engañosa es la más grande desdicha (CS 129,1).
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Deseando toda la felicidad, muchos ignoran el modo de llegar a ella. Agustín expresa
que todas las personas quieren ser felices y sustenta que no vamos a ser felices si no
gozamos de Dios como fuente de nuestra felicidad. Pues, para ser felices se necesita
perfeccionar algo más que el cuerpo, que en este caso sería el alma ya que esta es
superior al mismo cuerpo y que para ser felices hay que buscar algo que la
perfeccione, pero la debe de buscar dentro o fuera de esta. No puede ser buscada
dentro ya que no estaría perfecta y que debe ser buscada fuera del alma la fuente de
su perfección, solo quedaría Dios buscar aquellas virtudes que perfeccionen el alma
y que por tanto haga feliz al hombre.
El Papa Francisco dijo que hacer el bien a todos, sin importar quién sea el otro, es un
bello camino hacia la paz y es un deber de toda persona sin importar si es creyente o
no. El Papa precisó además que hacer el bien no es cuestión de fe, es un deber, es
un carné de identidad que nuestro Padre ha dado a todos porque nos ha hecho a su
imagen y semejanza. Y Él hace el bien siempre.
En Agustín es mejor cojear por el camino que avanzar a grandes pasos fuera de él.
Pues quien cojea en el camino, aunque avance poco, se acerca a la meta, mientras
que quien va fuera de él, cuanto más corre, más se aleja.
En Agustín no basta con conocer; es preciso saber. Nadie es feliz contra su voluntad.
¿Todos queremos ser felices? Tropezamos con la pregunta que lleva a recapacitar
de si, ¿todos queremos ser felices?, que Agustín dirige a sus interlocutores en su libro
De la vida feliz, se la hace cada hombre, bajo una u otra forma, en la trayectoria de
su vida.
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puede aspirar a momentos felices? ¿Existe un camino que garantice ser feliz? ¿Existe
la felicidad? ¿Es un mito, una abstracción o algo que efectivamente se puede
alcanzar? Y si es posible conquistar la felicidad, ¿alcanzarla de qué depende? ¿De lo
que cada uno haga? ¿De las circunstancias que nos rodean? ¿O de lo que el azar
acerque a nuestra vida?
Ser feliz supone que el hombre sea capaz de lograr un equilibrio que supere sus
objeciones y sus conflictos. Si el hombre quiere ser feliz, no debe olvidar que la
felicidad es el resultado de una conquista primero sobre él mismo y luego sobre un
mundo en el que debe tener en cuenta no puramente las fuerzas naturales, sino
también a los demás hombres. Si quieres cambiar tu vida, cambia tus deseos.
Estos dos filósofos Séneca y Agustín coinciden en sus tratados que vivir feliz todo el
mundo lo desea, pero descubrir en qué consiste lo que hace la vida feliz nadie lo ve
claro, pues cuanto más la buscamos más nos alejamos de ella. Para estudiar en qué
consiste el objeto de nuestras aspiraciones escribe su pequeño tratado De la vida
feliz.
Anotamos que Agustín asimismo buscó la felicidad por diversos caminos. Aplicó su
formidable inteligencia a indagar sobre ella y llegó a la solución de que la vida feliz
consiste en gozar de la Verdad (con mayúscula). Aunque todos confiesen preferir la
verdad a la mentira, no buscan la verdad absoluta que sirva de apoyo a todas las
demás. Muy diferente al relativismo que nos carcome proclamando, sin rebozo, que
todas las verdades son similares e invocando la tolerancia, nos blandea buscar la
verdad absoluta sobre la que edificar nuestra vida. Pues, cada día somos menos
felices y hemos llegado hasta confundir la felicidad con el estado de bienestar, cada
día más estropeado. Nadie es feliz contra su voluntad.
Agustín dice que haz lo que debes hacer y hazlo bien. Lo que amas eres. Esta es la
única forma para alcanzar la perfección. La medida del amor es el amor sin medida.
El camino a la felicidad está en Dios, dentro de nosotros. Solo hace falta que
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aclamemos: ¡Nos hiciste para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse
en Ti! (C 1,1,1). Con estas palabras, que se han hecho célebres, Agustín se dirige a
Dios en las Confesiones, y en ellas está la síntesis de toda su vida.
Agustín en un instante de su vida estuvo sediento de felicidad, la buscó y fue tras ella;
pero en un momento de lucidez y claridad, se dio cuenta que la tenía dentro, muy
dentro de su corazón, hasta llegar a exclamar en sus confesiones:
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El camino que siguió hacia Dios fue más largo de lo que él hubiera querido, pero el
Señor no demoró en transformar la pasión natural, la energía y la lucidez de Agustín
para hacerlo un servidor suyo y de la Iglesia. Las perennes oraciones de Mónica, su
madre, fueron así contestadas mucho más de lo que ella pudo haberse imaginado.
Sublimes las palabras de Agustín que luchó para alcanzar el camino de la felicidad,
relatando cómo el Señor le trasladó de las tinieblas a la santidad. Qué gozo para el
creyente comprobar esa “obra de arte”, que Dios hizo en Agustín.
San Agustín manifiesta lo que Dios le dice: “tú te transformarás en mí”. O como dice
san Pablo: “vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí” (Ga 2,20). Y
quien vive en y por Cristo, tiene hambre y sed de Cristo. Nos limpia, nos sana, nos
libera del pecado, nos convierte en santos. Para ello nos creó, para ello nos eligió.
Señor, sálvanos. Señor, santifícanos. Señor, sé el dueño de todo nuestro ser. Sé el
Soberano de nuestras vidas y llévanos al Padre. De poco sirve decir la verdad con los
labios y no con el corazón y está ya claro cómo la satisfacción de todos los deseos es
la felicidad, que no es una diosa, sino un don de Dios (CD 5, pról.).
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a. La de Aristóteles, que afirmaban que ser feliz implicaba lograr la autorrealización y
alcanzar las metas que nos hemos propuesto, logrando un estado de plenitud y
armonía del alma. Esta corriente filosófica se conoció como eudemonismo.
La vida de Agustín es un asombroso ejemplo del inmenso peso que pueden tener en
nuestro futuro del saber que conservamos y los valores de identidad que la sustentan:
El amor arrastra y potencia la actividad de conocer y a la vez da sentido y dinamiza la
búsqueda que el hombre emprende: aproximarse al amor de Dios en el camino a la
felicidad, ama y haz lo que quieras. Si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con
amor; si corriges, corregirás con amor; si perdonas, perdonarás con amor. Si tienes
el amor arraigado en ti, ninguna otra cosa sino amor serán tus frutos.
Recuerda que todas las personas nos equivocamos, aprende a perdonar. Pedir
Perdón, no es humillarse, es reconocer que fallamos y queremos cambiar ya que
enamorarse de Dios es el romance más grande; buscarle la mayor aventura; para
encontrarlo, el mayor logro humano. No se entra en la verdad sino con el amor. Lo
que amas eres. No es lo mismo vivir que vivir felizmente. Cada hombre es lo que ama.
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7. Dios, felicidad del hombre
San Agustín dice “el hombre nuevo nace del viejo, porque la regeneración espiritual
se inicia con el cambio de la vida terrestre y mundana” (CS 8,10). La felicidad del
hombre es la felicidad del alma. La felicidad es Dios. Ninguno duda que la virtud es la
perfección del alma. No quieras derramarte fuera; entra dentro de ti mismo, porque
en el hombre interior reside la verdad; y si hallares que tu naturaleza es mudable,
trasciéndete a ti mismo, mas no olvides que, al remontarte sobre las cimas de tu ser,
te elevas sobre tu alma, dotada de razón. Encamina, pues, tus pasos allí donde la luz
de la razón se enciende” (VR 39,72).
Los sermones del pastor no solo le causan admiración por su elocuencia, sino que lo
ayudan a disipar viejos prejuicios maniqueos contrarios al Antiguo Testamento. Ya
catecúmeno va descubriendo la noción cristiana de Dios, atrayendo su alma inquieta.
Pero todavía encuentra demasiados escollos en el camino. Le cuesta renunciar a los
éxitos de la vida mundana y a las ambiciones retóricas.
Agustín libra aún un combate interior entre el escepticismo intelectual que lo retiene y
el ideal de alcanzar la certeza en la fe cristiana. Se repite la experiencia del Hortensio,
tropezando con unos libros de los neoplatónicos, “Sobre la belleza de Plotino” y “Sobre
el retorno del alma” de Porfirio.
Estas lecturas le ayudan a superar un conflicto interior que había permanecido sin
solución desde sus días de maniqueo: el problema del mal y el pecado. Dios es fuente
de nuestra felicidad y meta de nuestro apetito. La felicidad está en la perfección del
alma. La felicidad es Dios. Nadie duda que la virtud es la perfección del alma.
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Todos y cada uno de los hombres pasan la vida buscando la felicidad eterna, el ser
siempre felices. Se busca algo que nunca se acabe, una felicidad infinita que sea
capaz de llenarle. Esto trae como consecuencia la necesidad de certezas, de algo en
qué agarrarse.
San Agustín interpreta las palabras del Apóstol: “Alegraos siempre en el Señor” (Flp
4.4-6). El Apóstol nos manda alegrarnos, pero no en el siglo, sino en el Señor. Hay
dos gozos diferentes: uno es el gozo de este siglo y otro el gozo de Dios. Hay dos
gozos de Dios: uno en esta vida y otro en el cielo. Pero ¿cómo no me podré alegrar
con el gozo de este siglo, si vivo en él? Levantándome sobre este mundo y pensando
en Cristo. Cristo está cerca. En Dios tenemos el compendio de todos los bienes.
Recordar que para san Agustín “el amor arrastra y potencia la actividad de conocer y
a la vez da sentido y dinamiza la búsqueda que el hombre emprende: aproximarse al
amor de Dios”.
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