El Hombre en La Filosofía Griega

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El hombre en la filosofía griega (Antigüedad)

A partir del s. VI a.C., surge en Grecia, la filosofía.


El pensamiento griego, en general, pone el acento en dos aspectos del ser humano: su racionalidad y
su naturaleza política.

El animal racional
El hombre es un ser natural, por supuesto, pero diferente del resto de seres naturales, debido a que:
a) Es un animal que posee racionalidad
b) Dicha racionalidad le permite conocer y comprender no solo lo que le rodea, sino la propia
naturaleza humana, a sí mismo y sus relaciones con los demás
c) Por ello, puede elegir cómo quiere vivir, qué valores y normas van a regir la convivencia en la
polis.

Para los griegos, el hombre está a medio camino entre los dioses y los animales. Tiene instintos
animales, pero su capacidad racional le hace especial, convirtiéndole en un ser moral y político.

El animal político
El hombre griego vivía estrechamente vinculado a su polis ( a su ciudad) hasta el punto de que se
consideraba que una persona no es nada fuera de su ciudad. Se consideraba ciudadano, antes que
individuo, y se sentía en la obligación de participar activamente en el funcionamiento de la polis
(ciudad).
Este fragmento, extraído de la Política de Aristóteles, expresa muy bien esta concepción del hombre
como animal político:
“Es evidente que la ciudad-Estado es una cosa natural y que el hombre es por naturaleza un animal político (…) Y la
razón por la que el hombre es un animal político en mayor grado que cualquier abeja o cualquier animal gregario es
algo evidente. La naturaleza, en efecto, no hace nada sin un fin determinado, y el hombre es el único entre los
animales que posee el don del lenguaje. El lenguaje tiene el fin de indicar lo provechoso y lo nocivo, y, por
consiguiente, también lo justo y lo injusto, ya que el hombre es el único animal que puede percibir el bien y el mal, lo
justo y lo injusto, y es la comunidad y participación en estas cosas lo que forma una familia y una ciudad-Estado.”
Artistóteles, Política

La naturaleza humana
Con respecto a la cuestión de la naturaleza humana, es decir, con respecto a la cuestión de qué es lo que
caracteriza o cuáles son los rasgos esenciales del ser humano, veamos la postiura de Sócrates, filósofo
griego del siglo V antes de Cristo, maestro de Platón (del cuál leímos la Alegoría de la Caverna).
Sócrates considera que el hombre es su alma, dado que ésta es lo que lo distingue de cualquier otra
cosa. El alma es la razón, responsable tanto de nuestra actividad pensante como moral. Sócrates
muestra cierto desprecio hacia el cuerpo, que no es más que un instrumento del alma.
Para este pensador ateniense, alma y razón tienen la capacidad de autodominio, y, gracias a ese
autodominio, el ser humano puede ser libre, dominando su parte animal. El autodominio y la libertad
hacen que el hombre se convierta en un ser autónomo. El hombre sabio -afirma Sócrates- es el que no
necesita nada, ya que le basta con la razón, para vivir feliz, y no depende de los instintos, logrando
eliminar todo aquello que es superfluo.
Según Sócrates, la felicidad humana no puede venir del exterior, sino de la armonía interior del alma
que cada uno de nosotros pueda alcanzar. El hombre puede ser feliz, independientemente de cuáles
sean las circunstancias que rodean su vida, ya que, si bien los demás pueden dañar sus posesiones o su
cuerpo, no pueden arruinar su armonía interior. El hombre es, pues, el artífice de su propia felicidad o
infelicidad.

El problema de las relaciones alma-cuerpo


Éste es uno de los problemas más importantes de la filosofía griega y de mayor repercusión en la
filosofía posterior. ¿Qué es el alma? ¿Cómo se relaciona con el cuerpo? ¿Qué es más importante: el
alma o el cuerpo?
Entre los pensadores griegos encontramos ya las dos posturas filosóficas básicas con respecto a estas
cuestiones:
 DUALISMO ANTROPOLÓGICO: el hombre se compone de dos realidades diferentes, el cuerpo
y la mente. Estas dos realidades interactúan y producen todas las actividades humanas.

 MONISMO ANTROPOLÓGICO -de tipo materialista-: el ser humano no es más que cuerpo,
única realidad cuyos procesos físico-químicos dan lugar a todas las actividades que puede
realizar aquél.

Uno de los máximos defensores de la postura dualista fue Platón, para el que:
 El ser humano se compone de cuerpo y alma, pero el alma tiene absoluta prioridad sobre el
cuerpo, ya que es la parte más noble del ser humano, fuente de todo lo bueno, como el
conocimiento racional.
 El cuerpo es solo el recipiente material del alma, a la que arrastra con sus pasiones, sus
instintos animales y le conduce a errores en el conocimiento.
 El alma humana es eterna, inmortal. Su unión con el cuerpo es transitoria: cuando una
persona muere, su alma se desprende del cuerpo y accede a otra dimensión, en la que puede
alcanzar el verdadero conocimiento. No obstante, pasado un tiempo, el alma vuelve a
reencarnarse en un cuerpo.

Para Platón, el alma posee tres partes. Cada una tiene una función diferente y, cuando realiza dicha
función de la mejor manera posible, alcanza su virtud moral correspondiente. Estas tres partes o
funciones del alma son:
PARTES DEL ALMA VIRTUDES
Razón Sabiduría
Ánimo Valentía
Apetito Templanza
Virtud de conjunto: Justicia como armonía entre las tres partes del alma

Para que un ser humano logre ser justo –habiendo alcanzado entonces la virtud moral más importante:
la justicia-, es necesario que se dé en él un equilibrio entre las tres partes de su alma; lo que equivale a
decir que la parte racional de su alma se ha de imponer sobre la voluntad y los instintos y éstos han de
dejarse guiar por aquélla.
Esta concepción de la naturaleza humana la expone Platón a través de un relato mítico que aparece en
uno de sus diálogos, el titulado Fedro.

El hombre en el pensamiento cristiano medieval (Medioevo)


Con el cristianismo nace una nueva forma de contemplar al mundo y al hombre. Si la filosofía griega se
basaba en la explicación racional, la filosofía cristiana se apoyará en la explicación religiosa. Para el
cristianismo, la razón no era suficiente para explicar los dogmas religiosos fundamentales. Todo podía y
debía ser explicado desde la fe.
Sin embargo, a medida que el cristianismo se fue extendiendo, fue necesario elaborar doctrinas que no
se centrasen en el ámbito puramente religioso y sobrenatural. Había que explicar la realidad natural: el
mundo y el hombre. Para ello, los pensadores cristianos necesitaron de la razón y recurrieron a
concepciones filosóficas griegas, que fueron adaptadas a los nuevos tiempos. Surge, así, la filosofía
cristiana.
Los pilares sobre los que se asienta esta nueva forma de interpretar la realidad son:

 La verdad: es revelada por Dios a los hombres.


 La fe: el hombre asume la palabra de Dios, como herramienta inapelable de iluminación y
conocimiento, a la que la razón debe obedecer.
 La creación: el universo, todo lo que existe, ha sido creado por Dios a partir de la nada.
 La Biblia: es el libro sagrado para el cristianismo, en el que se recoge la palabra de Dios
convertida en dogma.

Todo esto conforma un pensamiento teocéntrico, en el que Dios, y no el hombre, es el eje sobre el que
gira y del que depende toda la realidad, tanto natural como humana.
Bien, pero, para el cristianismo, ¿qué es el hombre?
La visión cristiana del ser humano se basa en estas tres ideas fundamentales:
 Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza . Esto sitúa al ser humano en el centro de la
creación. Frente a Dios, el hombre es un ser contingente y finito que existe por la bondad
divina, pero que podría no haber existido –y, de hecho, dejará de existir. Por otra parte, el
cristianismo defiende la dignidad e igualdad de todos los seres humanos.
 El alma humana es inmortal . Si bien el individuo en su totalidad es obra de Dios, el alma es su
nexo de unión con el Creador, la parte espiritual que le permite acceder a la resurrección.
Frente al alma, el cuerpo material es la parte que puede incitarla al pecado.
 Al final de los tiempos, el hombre resucitará en cuerpo y alma . La consideración del alma
como algo inmortal no es algo nuevo, pues ya los griegos creían en ella, si bien pensaban que,
cuando el individuo moría, el alma volvía a reencarnarse en un cuerpo y a vivir en este mundo,
y así eternamente, en un eterno retorno. Frente a esto, el cristianismo propone la idea de
resurrección, según la cual los hombres resucitarán en otra dimensión. Al modelo circular
griego, el cristianismo opone una concepción lineal del tiempo.

Otra novedad que aporta el cristianismo frente al pensamiento griego se refiere a la moralidad. Y es que,
para aquél, la moral del ser humano no depende de la razón, sino de las leyes de Dios. El hombre,
siendo una criatura de Dios, debe respetar las leyes divinas. De lo contrario, cae en el pecado, que es
producto de la maldad y no de la ignorancia de los seres humanos –como defendía Sócrates. Surgen así
nuevos conceptos morales, tales como el de pecado, culpa, arrepentimiento o redención. No obstante,
esto no impide que la razón juegue un importante papel para los pensadores cristianos.
Según éstos, el ser humano es libre de elegir entre el bien y el mal, de aceptar o no la palabra de Dios y
sus leyes, siendo, por tanto, responsable único de salvarse o condenarse.

Entre los autores cristianos, uno de los más importantes es Tomás de Aquino, representante de la
denominada Escolástica medieval. Seguidor de Aristóteles, para Santo Tomás, la naturaleza humana se
compone de alma y cuerpo. La primera es la parte principal, pues es de naturaleza espiritual e
incorruptible. El alma es el principio que da vida al cuerpo y es inmortal: no necesita del cuerpo para
existir, ni siquiera cuando el cuerpo muere. El cuerpo, por el contrario, es material y corruptible. La
unión de cuerpo y alma no es un castigo para ésta, sino que la beneficia, ya que el alma humana solo
puede obtener conocimiento a través de los sentidos del cuerpo.
Tomás de Aquino comparte la definición aristotélica del ser humano como animal racional, y considera
que éste es el único ser que, gracias a que posee racionalidad, puede conocer su propia naturaleza y
fijar normas de conductas apropiadas, tales como la conservación de la propia vida, la obligación de
cuidar y educar a los hijos o la obligación moral de buscar la verdad y huir de la ignorancia.

El hombre en la Edad Moderna


Durante los siglos XVII y XVIII se consolida la concepción del ser humano que se había iniciado en el
Renacimiento. El siglo XVII se caracteriza por una permanente situación de crisis, que afecta a todos los
ámbitos: político, económico, cultural y filosófico. Esta crisis afecta a la imagen que se tiene del ser
humano, que ahora es visto como un ser destronado de su lugar en el centro del universo, sometido a
las pasiones y a la fugacidad de la vida, pues todo es contingente y azaroso. No hay verdades absolutas,
sino apariencia e ilusión. Este es el estado de ánimo que se expresa tanto en el arte como en la literatura
filosófica de la época.
Del período moderno, vamos destacar la aportación filosófica llevada a cabo por Descartes.

El problema de las dos sustancias en Descartes


Descartes es el iniciador de una corriente de pensamiento filosófico que se conoce como racionalismo.
Se propone romper con el pasado escolástico medieval y renovar el panorama intelectual. Para ello,
utiliza la duda como método: dudar de todas las verdades establecidas dogmáticamente hasta ahora,
hasta encontrar una verdad de la cual sea imposible dudar.
El resultado fue su ya célebre “pienso, luego existo”. De esta manera, la conciencia, la razón humana
volvía a convertirse en el signo más emblemático del ser humano, ahora ya independiente de la fe ,
autosuficiente en la tarea de conocer y de transformar el mundo.
Descartes considera al ser humano formado por dos sustancias:
 La sustancia pensante: la conciencia, el yo o alma.
 La sustancia extensa: la materia.

El viejo problema de la relación entre el cuerpo y el alma se plantea, a partir de este momento, como el
problema de las relaciones entre el cuerpo-máquina, dominado por unas leyes de la física que no dejan
espacio para la libertad, y el espíritu humano (alma o razón), caracterizado por la libertad de la
voluntad.
Siendo esto así, ¿dónde quedan las pasiones y las emociones, que pertenecen al alma, pero que están
intrínsecamente unidas al cuerpo? Con respecto a este problema, el pensamiento moderno hará
especial hincapié en separar y distinguir entre el cuerpo y la mente, siendo superior ésta. La mente, la
razón da al hombre su libertad. Solo si la libertad humana está guiada por la razón, se puede no caer en
el error a la hora de elegir entre lo bueno y lo malo, y solo el acierto en esta elección conduce a la
felicidad. Por ello, la libertad, y con ella las pasiones y emociones, deben estar dirigidas por la razón.

El hombre en el pensamiento contemporáneo


A partir del siglo XIX culminó en Europa la Revolución Industrial, que trajo consigo importantes cambios
en la vida social y personal. Los descubrimientos científicos y su aplicación técnica transformaron el
sistema productivo. Así, creció el proceso de industrialización, se multiplicaron las grandes ciudades,
aumentaron la pobreza y la riqueza, los desequilibrios sociales, etc. La ciencia y a la técnica fueron vistas
como fundamentales para el progreso humano y social.
Todo ello dio lugar a un nuevo tipo de hombre, pragmático y utilitarista, que se ve a sí mismo
todopoderoso, gracias a su dominio de la naturaleza. Sin embargo, algún tiempo después, las dos
guerras mundiales del siglo XX provocaron la pérdida de confianza en el ser humano y la puesta en
cuestión de la cultura occidental, aunque también hicieron surgir un nuevo pensamiento humanista.
La filosofía de los siglos XIX y XX es muy rica y variada. El objetivo común a todas las corrientes de
pensamiento de este período ha sido conocer al ser humano y comprender la naturaleza de sus actos.

El existencialismo de Sartre
La pregunta sobre la naturaleza humana ha encontrado una respuesta paradójica en el siglo XX: nuestra
naturaleza consiste en no tener naturaleza. Esta es la tesis central del existencialismo, un movimiento
filosófico amplio y plural que rechaza que haya una esencia de lo humano, un modelo que debamos
realizar, y sitúa en la libertad el valor más importante del ser humano. Desde el nacimiento, el ser humano
es libertad pura: no es nada y puede serlo todo. Por eso no hay un camino marcado de antemano, sino que
cada uno va formando el suyo en función de las decisiones que toma.
Estamos obligados a ser libres y no podemos dejar de elegir. Hemos sido arrojados a la existencia sin
ningún tipo de orientación sobre qué o quiénes debemos ser, ni mucho menos sobre cómo hemos de vivir.
El ser humano incluye así una dimensión trágica: sin haber elegido la libertad con la que cargamos, hemos
de resolverla cotidianamente en cada una de nuestras acciones.

Al negar la esencia, el existencialismo pretende centrarse en la existencia real, concreta y particular de cada
hombre. Este debe ser para los existencialistas el verdadero objeto de la filosofía y cualquier otra cosa será
un intento de distraer la atención, de divagar y esconderse en concepciones abstractas que no nos ayudan a
comprender no ya qué somos, sino fundamentalmente quiénes somos.

Nuestra vida es un problema, pero esto nos da ventaja, ya que el resto de seres vivos no pueden elegirse.
Para Sartre, estar siempre por hacer es una manera de realzar la figura humana; y, aunque su
existencialismo incorpora ideas muy críticas con el género humano, no pierde de vista un componente ético.
Así, en El existencialismo es un humanismo defiende el compromiso y la responsabilidad como conceptos
inseparablemente unidos a la libertad, destacando que su ateísmo no implica una degradación o un
desprecio hacia el ser humano: al contrario, asumir que Dios no existe y que no hay ningún modelo de ser
que tengamos que realizar es una manera de destacar la dignidad y la grandeza del ser humano, que ha de
convertirse en el auténtico dueño de su propia vida.

Las sociedades disciplinarias y las sociedades de control: Foucault y


Deleuze

Para abordar esta problemática partiremos de un texto escrito por el filósofo francés Gilles Deleuze,
se trata de “Posdata sobre las sociedades de control”10.

En este trabajo hace en primer lugar una presentación de las «sociedades disciplinarias» según las
describe Michel Foucault11, también filósofo francés contemporáneo. Las sociedades disciplinarias
según Foucault tienen lugar entre los siglos XVIII y XIX y alcanzan su apogeo en el XX. El individuo se
encuentra siempre en situaciones de encierro, de un espacio pasa a otro: primero la familia, luego la
escuela, el cuartel, la fábrica, el hospital, quizá la prisión. Estos lugares de encierro tienen como función
principal concentrar, repartir el espacio, ordenar en el tiempo y articular estos aspectos de tal forma
que signifiquen una fuerza productiva cuyo efecto sea superador de la simple sumatoria de las fuerzas
elementales.

Ya avanzado el siglo XX, estos espacios de encierro antes mencionados entran en crisis: la prisión, el
hospital, la fábrica, la escuela, la familia. La búsqueda de reformas de estos espacios no ha avanzado
porque, según Deleuze, estas instituciones están terminadas (las sociedades disciplinarias ya
mencionadas). Mientras que estas instituciones «agonizan» toman su lugar las «sociedades de control»
que las reemplazan.

¿En qué consisten las sociedades de control? No son lugares o sistemas de encierro, sino por el
contrario, se trata de formas de control al «aire libre». Por ejemplo: los hospitales de día. Ahora las
empresas han reemplazado a las fábricas y la empresa es más voluble, los salarios, su estabilidad
dependen de desafíos, de concursos. Los juegos televisados expresan la situación de empresa. Mientras
la fábrica estaba conformada por individuos donde el patrón vigilaba ese individuo o cuerpo en la masa
y los sindicatos movilizaban a la masa, ahora la empresa introduce la «motivación» oponiendo como
rivales a los individuos entre sí y dividiéndolos en sí mismos. El «salario al mérito» es el objetivo.
En las sociedades de disciplina (Foucault) siempre se está comenzando, de la escuela al cuartel, del
cuartel a la fábrica, etc., mientras que en las sociedades de control (Deleuze) por el contrario, hay una
continuidad constante la empresa, la formación, el servicio, están siempre cambiando por eso nada
concluye. En síntesis, en la sociedad de control no puede establecerse un punto fijo de finalización y
comienzo
Ejemplos:

Hace unos cuantos años atrás un perito mercantil (egresado de una escuela media de comercio)
podía trabajar en una oficina toda su vida hasta llegar el momento de jubilarse (sociedad
disciplinaria) en cambio, hoy, es un título insuficiente y las tareas que se desempeñan requieren
otras destrezas y habilidades que se logran a través de cursos que serán impartidos por la misma
empresa, uso de computadoras e internet, entre otros conocimientos. Un trabajador
independiente, plomero, gasista, electricista, constructor, en las sociedades disciplinarias también
se capacitaba como aprendiz, generalmente, para ejercer su profesión y al concluirla continuaba
durante su etapa activa con esos mismos conocimientos; además la contratación de sus servicios
era a través del teléfono fijo, guía telefónica comercial o carteles en la vía pública. Hoy es
imprescindible que posea un teléfono móvil en el cual recibirá llamadas o mensajes, aún fuera de su
horario previsto de trabajo así como también hacer publicidad a través de Internet, en una página
web donde la información puede ir variando a lo largo del tiempo.

En las sociedades de disciplina hay dos polos, la firma que indica al individuo y el número de
documento que indica su posición en la masa, de esta forma se moldea la individualidad de cada
miembro del cuerpo. En cambio en las sociedades de control no es lo esencial la firma ni el número de
documento, sino una cifra, que no es más que una «contraseña» (como cuando usamos el correo
electrónico o las tarjetas bancarias). La cifra del control permite el acceso o rechazo a la información.

El dinero expresa muy bien la diferencia, afirma Deleuze, mientras en las sociedades disciplinarias
lleva como característica el oro como patrón o referencia, en las sociedades de control, la cifra se refiere
a diferentes monedas (pueden variar de una época a otra por ejemplo del dólar al yuan).

El marketing es el instrumento de control social, el hombre antes era el hombre encerrado, ahora es
el hombre endeudado. Ahora hay demasiados para el encierro, el control tiene que enfrentarse con la
disolución de las fronteras y además con la explosión de villas-miserias y guetos
Deleuze en su trabajo cita a Félix Guattari, quien imagina una ciudad en la cual cada uno puede salir
de un lugar con una tarjeta electrónica que abre tal o cual barrera, la cual podía o no ser aceptada por
ejemplo entre determinadas horas, pero lo importante es que la computadora señala la posición de
cada uno (como el popular GPS actual).

Hoy nos encontramos en el régimen de prisiones con penas de «sustitución» para la pequeña
delincuencia con el uso de collares electrónicos o muñequeras electrónicas que obligan a quien cumple
una pena a quedarse en su casa. El régimen de las escuelas con sus formas de evaluación continua y
formación permanente, se da conjuntamente con el abandono de la investigación en la Universidad. El
concepto de empresa ingresa en todos los niveles de la escolaridad. El régimen de los hospitales, es la
nueva medicina sin médico ni enfermo, diferenciando a los enfermos potenciales, las personas de riesgo
cuyo número (cantidad) debe ser expresado en estadísticas. En palabras de Deleuze: «la cifra debe ser
controlada». Según Deleuze estamos enfrentando una nueva forma de dominación. El desafío
consistirá en conocer las formas de resistencia para atacar las maravillas del marketing y la publicidad.

El miedo: Diana Cohen Agrest


Esta filósofa argentina contemporánea en su libro Ni bestias ni dioses. Trece ensayos sobre la fragilidad
humana12, escribe entre otros temas sobre el miedo. Uno de sus ensayos se denomina «El miedo. De
mecanismo de supervivencia a construcción social» y haremos una breve reseña de este trabajo.
La elección o recorte de este problema (el miedo) se fundamenta en que éste ocupa un lugar
primordial en nuestra sociedad moderna, aunque es propio del animal humano y no humano, como se
verá. Pero también es interesante analizar su tratamiento como producto del pensamiento de una
mujer filósofa argentina, hecho no muy corriente en la historia de la filosofía.
Diana Cohen Agrest (en adelante D.C.A.) comienza el ensayo con una descripción del hecho ocurrido
la mañana de 1938 en Nueva York. El conocido cineasta y director Orson Welles en una emisión de radio
anunciaba que la ciudad había sido invadida por marcianos. En aquellos tiempos todavía los medios
masivos de comunicación no tenían el alcance que tienen hoy, pero ese experimento social dejó
demostrado que la histeria colectiva puede llegar a extremos cuando ese medio es utilizado
eficientemente. Según D.C.A. estas y otras experiencias fueron como una especie de preanuncio de
nuestra cultura del miedo, ese miedo que sometido a causas naturales o sociales desde tiempos
inmemoriales, hoy en esta sociedad globalizada puede ser amplificada enorme cantidad de veces.
Algunos de los ejemplos que nos aporta la pensadora: los tsunamis, los terremotos, la gripe A, la «vaca
loca» entre otros como el efecto Y2K por la falla en el software al inicio del nuevo milenio por el impacto
del triple cero. También hay otros que son amenazas universales y atemporales como la violencia, la
enfermedad y la muerte.
Puede aceptarse que el miedo es necesario para la supervivencia y es común entre humanos y
animales no humanos. La reacción típica es la huida y el intento de tomar distancia del objeto temido. A
pesar del punto en común entre humanos y animales no humanos, podría afirmarse, que así como otras
emociones comunes entre humanos, el miedo es transformado por las estructuras sociales.
Siguiendo con el punto de vista biológico, la ciencia ha podido demostrar que el cerebro puede
reducir las reacciones producidas por el miedo y puede aprender a controlarlas. Logrando la
modificación de ciertas creencias se puede reducir el miedo y fue así que los filósofos por ejemplo,
propusieron hacer una crítica racional de las creencias que son origen del miedo.
En nuestra sociedad actual el lenguaje de los medios «crea, diseña y amplifica el temor». Dice D.C.A.
que lo que se muestra en los medios por su sola presencia adquiere estatuto de real, entonces si una
amenaza es difundida, es considerada parte de la realidad. Peligros potenciales se muestran como
peligros reales, pero estamos en un mundo lleno de estos peligros potenciales.

La pregunta es entonces:
«…¿el riesgo es algo puramente objetivo que atiende a las causas o a su probabilidad calculable
objetivamente de que un evento tenga lugar; o acaso, como otros piensan, es una construcción
social, en cuyo caso el reconocimiento de un riesgo no remitiría a una realidad externa e
independiente sino más bien a los grupos sociales que lo formulan?»

Explica la pensadora, que el constructivismo propone una respuesta posible: que el miedo sea una
construcción social al servicio de los intereses de turno. Uno de los ejemplos que se proponen es el
miedo político, que tiene como objetivo favorecer a centros de poder. Por otro lado, los objetivistas
señalan que el miedo es la respuesta a objetos reales

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