El Pueblo Está Bravo 05-07-1987
El Pueblo Está Bravo 05-07-1987
El Pueblo Está Bravo 05-07-1987
En la víspera del siglo XXI nuevos horizontes se abren para nuestra marcha. Se nos ha
dicho que tenemos una gran historia. Yeso es verdad, pero no podemos seguir
viviendo de la nostalgia por las glorías de ayer.
Se nos ha dicho somos un gran país, y eso es verdad: pero podemos ser más grandes
todavía.
Se nos ha dicho que debemos sentirnos orgulloso de la democracia que tenemos y eso
es también verdad: pero podemos tener una democracia mejor de la que tenemos.
Todo lo que hemos logrado a lo largo de 176 años nos hace fuertes en la fe en
nosotros mismos. Inspirados en los grandes momentos de nuestro pasado los
venezolanos podemos avanzar sin vacilaciones y sin miedo. Levantemos en este 5 de
julio una voz de confianza en nuestra Patria, y un himno de optimismo frente a la
negación y el desaliento. Podemos hacerlo mucho mejor de lo que lo estamos
haciendo con la colaboración de todos vamos a lograrlo.
Estamos a las puertas de una nueva etapa en la historia de Venezuela. El año que
viene es año elecciones. 1988 nos plantea una coyuntura de cambio, final de una
jornada, comienzo de una nueva era.
Demos gracias por la cuota de deber que nos ha sido asignada y vayamos a cumplirla
con la alegría del militante de una causa de fe, con la pasión de patria que inspira
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nuestra vocación de servicio y con la indoblegable voluntad que anima los combates
recios.
Treinta años más tarde en 1830, Venezuela separada de Colombia, inicia su vida como
Nación Independiente bajo la hegemonía de la llamada oligarquía conservadora.
Treinta años más tarde, en 1860, la guerra larga impone una nueva etapa en la vida
nacional inspirada por el Federalismo y el Liberalismo.
Treinta años más tarde en 1899, triunfa la Revolución Restauradora, bajo el tema
sugerente de “Nuevos Hombres, Nuevos Ideales y Nuevos Procedimientos”, la
frustración posterior no puede haber desacreditado para siempre he irremisiblemente
la promesa que envuelven los nuevos hombres, los nuevos procedimientos y los
nuevos ideales.
Treinta años más tarde se anuncia un nuevo ciclo con la irrupción de la Generación del
28, que reclama impaciente en ilusión de Juventud el ingreso del país en el siglo XX.
Treinta años más tarde, aquí y ahora, el país es convocado a conquistar por primera
vez un cambio fundamental, más trascendente que cualquier otro intento en el
pasado, por la vía del voto popular y no por el camino traumático de las rupturas
cruentas y de las violencias fratricidas.
1988 representa una coyuntura de cambio sin ruptura. Una nueva historia está por
iniciarse. La voluntad de cambio que existe en el país abrirá el camino de una nueva
realidad.
Los venezolanos queremos un cambio. Las voces se expresan con creciente sonoridad:
“queremos elegir”, “déjennos trabajar”. No es menos democracia sino “una mejor
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democracia” lo que reclamamos, queremos empleo estable y bien remunerado,
queremos salarios que no se encojan bajo los efectos de la inflación. Queremos
oportunidades que permitan que los proletarios se conviertan en propietarios, que la
clase media se fortalezca, el capital se democratice, los profesionales no se frustren y
que el país entero marche hacia adelante con optimismo y entusiasmo.
En esta fecha, que es de todos los venezolanos, levantamos nuestra palabra para decir
que tenemos conciencia de la magnitud de los problemas que confronta la Nación,
pero que tenemos confianza en la capacidad del país para superar esos problemas. El
pueblo que hizo posible la Independencia, no puede tener miedo frente a las
dificultades. El pueblo que ha respondido con generosidad cuando ha sido convocado
a la grandeza, conserva intacta su disposición para el combate y la lucha. Con un
programa claramente definido, con un liderazgo inspirado en nobles propósitos, con
la ayuda de Dios, no hay crisis, por difícil que ella pueda ser, que el pueblo venezolano
no pueda derrotar.
No hay factor más negativo en la Venezuela de hoy que los espíritus reaccionarios y la
resistencia a los cambios que reclama el país.
Al final de todos los ciclos históricos anteriores también se hizo presente la terca
oposición a interpretar los signos de los tiempos.
En víspera del siglo XXI, con el alto grado de civilización que hemos alcanzado con la
estabilidad democrática e institucional que hemos logrado, tenemos la oportunidad
de alumbrar ese nuevo tiempo que se anuncia, por el esfuerzo de todos los
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venezolanos y no por la imposición de la fuerza, que tantas frustraciones ha producido
a lo largo de la historia. Aceptemos el desafío. Tenemos que atrevernos. No le
tengamos miedo al cambio. Conquistemos con los votos lo que tiempo atrás se
hubiera intentado por la violencia.
Tenemos una gran tarea por delante y no podemos darnos el lujo de esperar. Los
llamados a la calma y las invitaciones a esperar próximas oportunidades, nos
recuerdan aquel clamor angustiado que precedió a la firma del Acta de la
Independencia, “¿Y es que 300 años de calma no bastan?”.
Estamos animados por una noble impaciencia, por una patriótica impaciencia y por un
deseo de traducir en realidades los sueños y los ideales que hace muchos años nos
trajeron al combate político y a la lucha social.
LA VENEZUELA QUE ES
Es todo el país, en todas sus expresiones sociales, el que está listo para el cambio.
Vibrando frente a la invitación de progreso y desarrollo que nos anuncia el porvenir.
Treinta años han pasado y todo lo le que ayer pudo haber servido para llenar vacíos,
para corregir fallas y cumplir deficiencias, hoy se han convertido en freno limitante de
nuevas posibilidades. Crecieron demasiado y se prolongaron patológicamente en el
tiempo. El centralismo, el estatismo y el partidismo exagerado amenazan hoy la salud
de las instituciones democráticas que en alguna medida ellos mismos contribuyeron a
crear.
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El exceso de centralismo, asfixia a las regiones y agota a la propia capital.
Frente a estos reclamos de cambio y de renovación, el liderazgo político del país tiene
que presentar sus respuestas.
Ya las conocemos:
Reorientar al Estado hacia su función de gerente del bien común, que solo interviene
para proteger a los débiles, para corregir injusticias y para orientar la sociedad y
conducirla en la dirección que esta ha determinado democráticamente.
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En la víspera del nacimiento de un nuevo ciclo de nuestra historia, ante la obligación
que nos impone los retos de la proximidad del año 2000, el aniversario de la
Independencia de la Patria nos convoca a un nuevo consenso nacional. Vamos en este
recinto y a proyectarlo por todo el país, entendimiento para avanzar, unidad para
crecer, aliento para producir, justicia para distribuir.
EL CLAMOR EN LA CALLE
De la calle nos llega el clamor que reclama reformas en el sistema electoral para elegir
a nuestros representantes en los cuerpos deliberantes, para separar efectivamente las
elecciones Presidenciales de las Legislativas y de las Municipales, para escoger a los
gobernadores de Estado por el voto popular, directo y secreto, para elegir al alcalde y
para crear gobiernos locales efectivos y eficientes.
Ser joven no es una amenaza. La juventud no puede ser vista jamás como una
amenaza. Solo las sociedades enfermas desconfían de sus jóvenes muchachos.
Ser joven es una promesa. Una nación fresca y saludable como la nuestra, tiene que
demostrar confianza en su juventud.
Estamos orgullosos de la democracia que tenemos, entre otras cosas porque ella nos
permite avanzar hacia una mejor democracia.
No tenemos esa fatiga del alma que se empeña en pintar una leyenda negra de los
últimos 30 años. Eso no es justo, ni es científico, ni es objetivo.
En esta hora de dificultades en que algunos pretenden devaluar todo lo que con tanto
esfuerzo ha conquistado el pueblo venezolano, yo levanto mi voz con toda convicción
para defender lo que merece ser defendido de la “democracia que tenemos” y para
asumir el compromiso de cambiar lo que debe ser cambiado y, para conquistar “la
democracia que queremos”.
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Tenemos derecho a sentirnos orgullosos del Pacto de Punto Fijo, testimonio de una
grande y noble capacidad para el entendimiento. Allí se consagro la sabiduría, el
patriotismo y la vision trascendente de esos grandes estadistas nuestros. Rómulo
Betancourt, Rafael Caldera y Jóvito Villalba.
Esa capacidad para el entendimiento de los venezolanos está viva y presente en esta
hora en que el reclamo de cambio nos convoca de nuevo a un gran entendimiento
nacional.
Hace apenas unos días, nos dijo el Presidente Lusinchi, que se sentiría feliz si su
administración fuera recordada históricamente por el empeño puesto en el desarrollo
de la agricultura. Ojala que así sea, Presidente. Se lo deseamos con toda la sinceridad
de quienes queremos todo lo bueno para nuestro país.
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En la Venezuela que queremos construir es necesaria una clara conciencia de
continuidad que permita proyectar en el tiempo, más allá de las fronteras de un
periodo constitucional, las políticas positivas para el desarrollo y el progreso del país.
EL TIEMPO HA LLEGADO
Venezuela puede ser el sueño realizado de los hombres que hace 176 años nos
entregaron esta herencia: la promesa cumplida de su pueblo en este tiempo, el legado
digno de sus jóvenes. Que aquellos lo reciban triunfales y la mejoren, y la
perfeccionen y nos superen.
Vamos a cumplir el destino de nuestra generación para que vengan luego las próximas
generaciones y planten su bandera más alto todavía y puedan decir con orgullo que lo
hicieron aún mejor que nosotros para que su orgullo sea nuestro mejor orgullo.
Es buena esta ocasión para proclamar, que por encima del modo adeco, o del modo
copeyano, o de cualquiera de los modos representados en la estupenda policromía de
nuestra democracia, a todos nos tiene que vincular en esta hora un modo
genuinamente venezolano de amar y de servir a Venezuela.
Por eso señor Presidente, permítame recoger el llamado que usted formuló
recientemente, para comprometer todos a llevar el próximo proceso electoral con
toda la dignidad de una rotunda manifestación de amor por Venezuela. Vayamos al
debate cívico, con grandeza espiritual, con elevación de propósitos, con conciencia de
patria, que nos aconseja no olvidar nunca la unidad fundamental que nos vincula y el
destino común que nos obliga.
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Cuantas veces los venezolanos de tantas generaciones tuvieron que descubrir en las
cárceles, o en el exilio, que un poco más de unidad no le quita lo valiente a nadie, que
un poco menos de pugnacidad ennoblece los afanes de lucha, que una dosis mayor de
tolerancia y de disposición al dialogo es necesaria para la salud de la democracia.
Todo, unidos. Hacia una Venezuela nueva que si podemos alcanzar con el orgullo de lo
que hemos sido, de lo que somos y de lo que llegaremos a ser. Todos, unidos.
De la calle nos llega, señores congresantes de todos los partidos, una creciente voz de
protesta que se expresa en manifestaciones de diversa índole.
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