Trabajo Final de Grado Andrea Cuadro
Trabajo Final de Grado Andrea Cuadro
Trabajo Final de Grado Andrea Cuadro
Facultad de Psicología
Cierto, hace más de una década que llegué a un lugar que no había planificado. Sin
embargo, estoy agradecida, porque este destino ha sido más enriquecedor de lo que hubiese
podido imaginar.
Emily Perl Kingsley, 1987
Agradecimientos
A mis padres principalmente, por su apoyo incondicional en cada paso de mi vida y por
inculcarme el valor del esfuerzo y la perseverancia para obtener logros…
A mis amigas de siempre, Romina y Vicky, por seguir de cerca cada paso de mi carrera y
comprender mis épocas de ausencia…
A mi novio Pablo, por impulsarme a perseguir mis sueños, por levantarme en cada caída y
alegrarse por cada uno de mis éxitos. A su familia, por la motivación y preocupación constante…
A mi tutora Dinorah, por acrecentar mi interés en el tema y por aceptar este desafío…
A los niños con autismo y a sus familias por todo lo que me han enseñado, ya que todos, aún
los que no conozco, han sido fundamentales para la realización de esta monografía…
Resumen ------------------------------------------------- 1
Introducción ------------------------------------------------- 2
¿De qué hablamos cuando decimos TEA? - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 4
- De una visión categórica a una dimensional - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 4
- Concepción actual desde el DSM V - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 6
- Prevalencia y etiología - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 7
Señales de alerta: ¿Qué tiene mi hijo? - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 8
La familia - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 11
La confirmación del diagnóstico: entre el alivio y la etiqueta - - - - - - - - - - - - - - - - 13
Impacto del diagnóstico en la familia: recorriendo etapas - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 15
Conviviendo con el autismo - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 21
- ¿Nueva vida familiar? - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 21
- Comunicarse, un desafío: crear para comprender - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 23
- Los hermanos también se expresan - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 24
Atravesando barreras: entre lucha, logros y desconciertos - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 25
- Pequeños pero grandes logros - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 25
- “El autismo no es una tragedia, la tragedia es la ignorancia” - - - - - - - - - - - - - - - - 26
- La odisea de la inserción educativa - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 27
- El apoyo económico: una nueva adversidad - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 28
Resignificación y fortalecimiento: desarrollando la capacidad de resiliencia - -- - - - - - 29
- Breve recorrido histórico del concepto - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 29
- Resiliencia en familias de niños con TEA - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 30
Eludiendo la soledad: compartir y sanar con familias en igual situación - - - - - - - - - - 32
El rol del profesional de la salud en la familia del niño con TEA - - - - - - - - - - - - - - - 33
Consideraciones finales - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 36
Referencias bibliográficas - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 40
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Resumen
Introducción
El presente trabajo propone abordar una temática que ha cobrado gran importancia en las
últimas décadas. En estas, se ha avanzado mucho en lo que respecta al autismo, pudiendo
percibirse por ejemplo en el desarrollo de investigaciones científicas y difusión de las mismas.
Dichos estudios dan cuenta de una multiplicidad de nuevos conocimientos en relación al origen
de este trastorno, características, prevalencia, necesidades, tratamientos, etc.
Innumerables progresos han posibilitado trascender el estudio del sujeto en solitario, a partir
de una concepción del mismo como un ser influenciado por diversos aspectos que establecen
modos de pensar y actuar, y en consecuencia relacionarse con otros. Esto ha permitido que las
investigaciones demuestren mayor interés en el entorno más cercano de las personas con TEA, la
familia, pero no obstante, a la hora de hablar de autismo y desarrollar acciones se desconocen u
olvidan sus vivencias, poniendo énfasis particularmente en el individuo afectado por el trastorno.
A modo de dar voz a estas familias pretendo, a partir de un acercamiento a las investigaciones
científicas existentes, dar cuenta del largo y arduo camino que recorren, en el que transitan por
infinidad de sensaciones y estados, consecuencia de dificultades presentes, así como también de
sorpresas y alegrías por logros obtenidos.
Considerando que los relatos en primera persona son un gran instrumento cuando de
vivencias se trata, se aportarán fragmentos de ellos obtenidos en entrevistas personales realizadas
para otra actividad académica sobre la temática.
Además de la necesidad de hacer visible lo anteriormente planteado, la elección del tema se
produce por interés personal en el mismo. El acercamiento a niños con TEA y a sus familias,
producto de asistencia a cursos, charlas, seminarios, me permitió vincularme a la temática y en
consiguiente produjo en mi la necesidad de investigar y profundizar sobre ella.
Estimo que a través de esta monografía pueda, además de relevar, sistematizar y exponer
datos científicos, generar en quienes la lean conciencia de que todos, sin importar desde qué
posición, podemos ejecutar acciones que contribuyan al bienestar de las personas con TEA, y en
consecuencia también a sus familias. No obstante, y considerando mi rol como futura profesional
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A razón de que el uso del término autismo resulta muy amplio y engloba muchos aspectos, se
propone que, partiendo de diversas conceptualizaciones de TEA concebidas a lo largo de la
historia nos acerquemos a la definición actual brindada por el DSM V.
Las señales de alerta que conducen a una consulta de esta naturaleza serán el puntapié inicial
para posteriormente, presentar nociones de la palabra familia, con el objetivo de dar cuenta sobre
qué población estaremos haciendo referencia en este trabajo y visualizando el lugar de la misma
como unidad de sostén y protección para quienes la integran.
Se exhibirán los obstáculos a los que las familias se deben enfrentar antes de obtener un
diagnóstico preciso y certero, para luego profundizar en cuáles son los efectos que se producen
en estas, puntualmente en las que un miembro, en este caso un niño, padece el trastorno. Se
visualizarán reacciones que generalmente los padres y hermanos presentan luego de conocer el
diagnóstico.
Con el fin de ahondar en estos aspectos será trabajado el concepto de resiliencia. El mismo
estará ligado con el tema a través de la exposición de diversas características personales de los
miembros de las familias, y otras de su entorno, las cuales visualizaremos favorecen/entorpecen
la posibilidad de desarrollar esta capacidad a nivel familiar frente al autismo.
Nuestro país, si bien desde hace años incluye a las personas con TEA en la generalidad de los
derechos de las personas con discapacidad, ha percibido necesidades específicas de estos grupos
(y sus familias) y a partir de una consulta participativa realizada en el 2014 se instauró un plan de
acción, que si se compara con las respuestas brindadas en años anteriores, incluye una gran serie
de medidas abarcando diferentes ámbitos en los que están insertos (educación, cultura, salud, etc)
(PRONADIS- Programa Nacional de Discapacidad, s.f). Sin profundizar en las propuestas
generadas desde este relevamiento, propongo pensar en lo que todavía son carencias o
deficiencias para estas familias, exponiendo las mayores necesidades y dificultades que atraviesa
este colectivo, el cual lucha día a día por obtener nuevos apoyos que garanticen derechos y
protejan a sus miembros más vulnerables.
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Todos estos aspectos a los que se ha hecho alusión y se profundizarán más adelante, inciden
en el nivel de resiliencia familiar. Teniendo en cuenta que la presente monografía se realiza en el
marco de un TFG de la Facultad de Psicología, considero sumamente imprescindible, como ya lo
he mencionado, trabajar a modo transversal sobre cómo el accionar de los profesionales de la
salud también tiene participación en el desarrollo de esta capacidad.
Podemos remitirnos a los comienzos del concepto de autismo, pero resultaría imposible
describir los inicios del trastorno en sí, ya que probablemente ha existido siempre.
La palabra “autismo” fue utilizada por primera vez por el psiquiatra suizo Paul Bleuler, para
referirse a una alteración propia de la esquizofrenia que consistía en un “alejamiento de la
realidad externa”, en la que los pacientes mostraban una tendencia a vivir encerrados en sí
mismos (Cadaveira & Waisburg, 2014, p.28). Etimológicamente, en consonancia, el término es
de origen griego, procediendo de la palabra “autos”, que significa “meterse en uno mismo”,
“ensimismarse” (Cadaveira & Waisburg, 2014, p.28).
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La clasificación médica del autismo como tal no ocurrió sino hasta 1943, cuando el médico
psiquiatra Leo Kanner describió a un grupo de 11 niños examinados en su clínica, los cuales
mostraban un interés muy disminuido por el contacto con otros, a lo que denominó “aislamiento
autista” (Baron-Cohen, 2008, p.40). Asimismo, observó en todos otras particularidades tales
como: obsesión por permanecer en un mismo ambiente, excelente memoria, buen potencial
cognitivo, hipersensibilidad a los estímulos, lenguaje sin intención comunicativa, entre otras)
(Martos & Burgos, 2013, p.18).
De esta forma, Kanner acuña el término “autismo” a la incapacidad de un grupo de niños para
establecer relaciones de índole social, así como a la presencia de otras características
mencionadas (Cadaveira & Waisburg, 2014, p.28).
Meses después, Hans Asperger, también psiquiatra de profesión, de igual modo identifica
niños con similares características (Alcantud Marín, 2013, p.17). No obstante, hicieron énfasis en
diferentes aspectos: Kanner reportó que algunos no hablablan y los que lo hacían no se
beneficiaban de sus capacidades linguísticas, notando además la realización de extraños
movimientos, algunos autoestimulatorios. Asperger, por su parte, observó intereres inusuales en
todos los niños, así como también repetitividad en rutinas y apego a objetos insignificantes.
Respecto al lenguaje, visualizó, además de que todos hablaban, que lo hacían con habilidad y
fluidez cuando de sus intereres se trataba. Luego de tantos años y con ellos grandes avances, hoy
podemos decir que se referían a la misma condición, pero en ese entonces, las diferencias
mencionadas llevaron a la formulación del Sindrome de Asperger (Cadaveira & Waisburg, 2014,
p.29), el cual fue considerado como un subconjunto dentro de los Trastornos Generalizados del
Desarrollo hasta el año 2014, y estando incluido actualmente dentro del Trastorno del Espectro
Autista.
Gran parte de las ideas de ambos permanecen aún vigentes y han contribuido a fundamentar
las bases de la concepción actual. De todos modos, debieron transcurrir años para que el
diagnóstico del trastorno dejara de ser categórico, ya que hasta la década de los 80
aproximadamente se era o no autista (Baron-Cohen, 2008, p.39), considerando la presencia de
las alteraciones en los extremos “todo-nada”.
No fue sino Lorna Wing, psiquiatra social británica y madre de una joven con autismo, quien
consideró por primera vez que el trastorno no era categórico, sino que generaba un espectro que
afectaba a 1 de cada 500 niños con CI por debajo de 70 (Baron-Cohen, 2008, p.46). Esta visión
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por cierto dimensional, permite comprender por qué los niños pueden ser tan diferentes,
agregando “…las características de nivel intelectual, regulación sensorial y grado de actividad,
que pueden ir en rangos de lo normal a reducido o aumentado.” (Grañana, 2014, p.42).
Conforme a la nueva concepción que se instauraba, sólida y consistente en la actualidad, el
autismo pasó a implicar la existencia de una gama de niveles cualitativamente alterados en áreas
diferentes del desarrollo (Valdéz, 2011, p.71).
Los mismos fueron integrados por esta misma médica en lo que se ha conocido como Tríada
de Wing (trastorno de la reciprocidad social, trastorno de la comunicación verbal y no verbal,
ausencia de conducta imaginativa y capacidad simbólica), la que incorpora tiempo después los
patrones repetitivos de actividades e intereses. Esta tríada es utilizada (para el diagnóstico de
autismo) por los sistemas mundiales de clasificación de trastornos mentales, tales como el CIE y
DSM (Cadaveira & Waisburg, 2014, p.43). En dichos manuales se describen estas características
bajo el nombre de Autismo y Trastorno del Espectro Autista, respectivamente.
Prevalencia y etiología
Respecto a la prevalencia del trastorno a nivel mundial, no hay concordancia total en los
datos. Se habla de sobre-diagnóstico, epidemia, pandemia, etc., y aunque no se ha logrado
acuerdo tampoco en lo que a esto se refiere, no cabe duda que los casos de autismo están en
aumento de forma muy llamativa (Cadaveira & Waisburg, 2014, p.66). La Organización Mundial
de la Salud (2016) sugiere que aproximadamente 1 de cada 160 niños lo tiene, mientras que
investigaciones recientes llevadas a cabo en EE.UU aluden a un número mucho mayor, en tanto
aseguran que 1 de cada 68 niños lo padece (Centros para el Control y la Prevención de
Enfermedades, 2016), mostrando un aumento del 30% respecto al 2012, en donde se indicaba
que la prevalencia era 1 en 88 (Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, 2014).
La brecha se hace aún mayor si nos remitimos a años anteriores, en tanto los datos señalaban que
la relación era 1 en 100 (2009), 1 en 166 (2000), 1 en 500 (1990), 1 en 2000 (antes de 1990)
(Cadaveira & Waisburg, 2014, p.68).
Diversas pueden ser las causas que expliquen el considerable aumento de casos, entre las que
se pueden destacar “…la mejora en la detección precoz, los cambios en la definición del autismo,
la mejora en los criterios diagnósticos y la ampliación del concepto a casos limítrofes…
incremento de las investigaciones… ampliación de conciencia pública…” (Cadaveira &
Waisburg, 2014, p.69).
producto de cualquier trauma que provocara efectos en el apego primario de la díada hijo-madre
(Baron-Cohen, 2008, p.44).
Luego Rutter con el desarrollo de sus teorías, refutó también la idea de Timbergen (Baron-
Cohen, 2008, p.44).
Aunque en la actualidad estas hipótesis son consideradas absurdas, debieron transcurrir
muchas décadas para que las madres dejen de culparse por la existencia de autismo en un hijo,
sentimiento provocado por dichas suposiciones. No obstante, la culpabilización de los padres
siempre existe (en distinta medida) ante cualquier discapacidad de un hijo.
En el presente estamos más vinculados a teorías relacionadas con factores biológicos, sobre
todo si nos referimos a los casos de mayor gravedad dentro del espectro, habiendo alcanzado
importantes desarrollos respecto a la posibilidad de factores de tipo “…genéticos, neurológicos,
inmunológicos, perinatales, neuroanatómicos y bioquímicos… (Alcamí Pertejo, y otros, 2008,
p.17). Al respecto, el mismo Rutter (1999) ya pensaba al autismo como el trastorno con la
influencia genética en mayor nivel entre los trastornos psiquiátricos infantiles de origen
multifactorial (citado en Urbistondo, 2009, p.5).
No es foco de profundización la etiología del autismo en esta monografía, por lo que
simplemente se pretende dejar en claro, como ya lo planteaban Galguera y Colbs (1984) que es
un trastorno de origen multifactorial, en donde lo que se pone en juego es la interacción de las
condiciones neurofisiológicas del sujeto con su entorno (familiar, social, ambiental) (citado en
Benites Morales, 2010, p.4).
Los síntomas del autismo pueden reconocerse de forma clara durante el segundo año de vida
(12-24 meses) (Asociación Americana de Psiquiatría, 2014), pero los avances de la ciencia y la
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Las investigaciones actuales están demostrando gran interés en la detección precoz, buscando
señales de alarma cada vez más en niños más pequeños. En España y en Estados Unidos, por
ejemplo, se han pensado y desarrollado interesantes proyectos con este objetivo. Durante el año
2016, en el país europeo se propuso un proyecto piloto basado en la observación de la fijación de
la mirada durante los primeros meses de vida, apoyado en la concepción de que los bebés con
este trastorno “…fijan la mirada en estímulos no sociales” (La Razón, 2017), mientras que
investigadores de la Universidad de Rochester (EE.UU) lograron, por medio de un estudio
científico, la identificación de una deficiencia en el oído interno en los niños con autismo el cual
podría afectar su capacidad para el reconocimiento del habla (Autismo Diario, 2016).
Es necesario aclarar que el desarrollo de estos trabajos (y de otros) por sí solos no hacen a un
diagnóstico aún en edades más tempranas, pero sí son valiosas contribuciones que seguramente,
sumados a próximos descubrimientos, permitirán la detección en etapas anteriores a las actuales.
Esto claramente sería un aporte a la mejora en la calidad de vida tanto de los niños como de sus
familias, ya que posibilitaría se adelantara el comienzo de la intervención, y en consecuencia,
obtener mejores resultados en las mismas. En esta línea, Newschaffer y Kresch (2008)
aseguran que “… la detección y atención temprana, son relevantes para la evolución y buen
pronóstico de las personas con TEA” (citado en Sampedro Tobón, González González, Vélez
Vieira, & Lemos Hoyos, 2013, p.457).
Generalmente, los padres son los primeros en detectar en sus hijos la falta de conductas que se
esperan a su edad, así como otras muy particulares que llaman su atención.
Son numerosas las observaciones, y como se ha mencionado, pertenecen a diversas áreas del
desarrollo. Surgen preguntas tales como ¿por qué no me mira?, ¿por qué no me pide upa?, ¿por
qué parece que no se siente cómodo entre mis brazos?, ¿por qué deambula?, ¿por qué no juega?,
¿no me escucha?
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A pesar del surgimiento de todas estas interrogantes, a veces transcurre un largo tiempo hasta
que se acude a un profesional en busca de ayuda. Escribano Burgos (2013) denomina a esta etapa
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“ceguera del cariño”, en tanto existiría una especie de velo que no permitiría aceptar que el niño
está teniendo un desarrollo atípico (p.233).
De todos modos, como se expondrá posteriormente, en varias ocasiones este proceso no
culmina con este encuentro, sino que recién comienza.
La familia
Aún para considerarla responsable del trastorno, la familia y su rol como tal ha sido objeto de
estudio a lo largo de la historia.
Es por excelencia, el primer contexto socializador de un individuo, el lugar donde los mismos
“… se desarrollan a nivel afectivo, físico, intelectual y social, según modelos vivenciados e
interiorizados” (Sarto Martín, 1999).
Con el pasar del tiempo, ha podido crear sus pautas de interacción, a través de las cuales se le
concede un rol y funciones de acuerdo al mismo a cada uno de sus miembros, las que luego
integrarán la estructura familiar. Este modo de organización permite la estabilidad del grupo, a la
vez que crea un ambiente propicio para el desempeño de sus tareas esenciales: “…facilitar la
individualización y proporcionar sentimientos de pertenencia entre sus miembros” (Benites
Morales, 2010, p.7).
En el año 1988 fue publicado por las Naciones Unidas un informe concerniente a las
funciones familiares, y años más tarde, en 1993, fue Sarquis quien se ocupó de relevar estos
aspectos, entre los que destacan:
Hablar de familia en la actualidad engloba mucho más que lo que el concepto incluía en
décadas anteriores: hoy las familias nucleares (tradicionales) coexisten en la sociedad con
familias monoparentales, homoparentales, extensas, ensambladas, de acogida, etc.
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Este proceso de cambio impulsado por diversas causas, entre ellas el avance tecnológico, la
industrialización, la modernización, etc., produce inevitablemente alteraciones en los roles y por
consiguiente, en sus funciones (Cárdenas Lara, 2014, p.28). Muniz (2015) también se interesa en
el tema y se expresa sobre las funciones parentales, observando la existencia de “…un vacío en
las funciones de sostén y de corte que tan necesarias son para la constitución del psiquismo del
hijo” (p.22). En la misma línea que Cárdenas Lara, considera que son las exigencias del mercado
quienes vulneran a estos padres, haciendo de los vínculos lazos con mayor fragilidad (Muniz,
2015, p.22).
Pero de todos modos y sin importar el modelo de familia que se adopte y el momento
histórico en el que ella se ubique, se espera y se promueve que estos cometidos puedan
mantenerse.
Queda en evidencia por tanto, que las definiciones de familia son innumerables, puesto que
como hasta ahora ha sucedido, continuará modificándose. Respecto a esto, muchos autores se
han manifestado. Oliva Gómez y Villa Guardiola (2014) por ejemplo, creen que no puede
considerársela como una “…institución inmutable y tradicional, se requiere que de manera
contínua se reconsidere su forma y definiciones bajo las nuevas dinámicas…” (p.12).
En la misma línea, Engels cita a Morgan, quien señala que la familia “es el elemento activo;
nunca permanece estacionada, sino que pasa de una forma inferior a una forma superior a medida
que la sociedad evoluciona de un grado más bajo a otro más alto” (citado en Oliva Gómez &
Villa Guardiola, 2014, p.12).
Además, no debemos olvidar mencionar que la familia es un grupo en el cual se establecen
dependencias en forma recíproca, así como también vínculos afectivos entre sus integrantes, tal
como lo expone Valladares González (2008, p.5). La teoría general de los sistemas, de la mano
de Ludwing Von Bertalanffy (1991), ha realizado aportes significativos en esta línea, en tanto ha
concebido a la familia como un sistema de relaciones que va más allá de la suma de sus
miembros (citado en Valladares González, 2008, p.9).
Algunas cuestiones trabajadas por esta teoría revisten gran importancia en vistas del tema que
esta monografía desarrolla, ya que la primera se ha interesado entre otros puntos, por las
interacciones del individuo con su entorno, por la reciprocidad en la relación funcionalidad
familiar-desarrollo individual, y “… por la concepción de familia como sistema abierto, en
constante intercambio con otros grupos e instituciones de la sociedad.” (Valladares González,
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2008, p.9). Este trabajo pretende mostrar cómo se manifiestan estos aspectos cuando la familia
está integrada por un miembro con TEA, en tanto se producen modificaciones a nivel personal en
los integrantes de la misma, con la inevitable repercusión en el grupo familiar y social. A su vez,
se visualizará cómo repercute en estas familias el apoyo o desamparo de las instituciones,
organismos, etc.
Lo expuesto evidencia la importancia y el valor de la familia para cualquier ser humano.
““A ver madre, no es el fin del mundo”, le dijeron cuando le hablaban de la posibilidad de
que su pequeño se encontrara dentro del TEA. Y es verdad, es el comienzo de uno nuevo”
(Asociación ATU, 2016).
Alcanzar un diagnóstico de autismo implica necesariamente un ir y venir de consulta en
consulta con diferentes especialistas. Históricamente el proceso ha sido duradero, esperando en
algunos casos años para obtener una valoración certera. Sin embargo, los avances mencionados
anteriormente han permitido que este procedimiento se concluya en menos tiempo. De todos
modos, Cuxart y Fina (s.f) consideran que esta etapa es “… la más difícil de superar ya que
supone vivir constantemente entre la esperanza y el desconsuelo” (p.1).
Resulta interesante pensar el significado que los padres le atribuyen a este diagnóstico, y para
ello es necesario repasar a qué hacemos referencia cuando hablamos de este concepto.
El diagnóstico tiene como finalidad producir un sentido al problema que el paciente presenta.
Es tomado, al decir de Alicia Muniz (2005) “como punto de partida, como llave que abre y no
que cierra un proceso”, “como foco que a manera de faro guiará el diseño de la estrategia” (p.3).
Esta apreciación de Muniz, como puede verse, integra la concepción del diagnóstico como
principio de un trayecto o recorrido. En esta línea y contemplando la relevancia de las vivencias
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del sujeto, Janin (2013) entiende que “diagnosticar es algo muy diferente a poner un nombre”
(citado en Miguez & Sánchez, 2015, p.41).
Sin embargo, parece existir un permanente intento de demarcación entre lo que se considera
dentro de la línea de normalidad y aquello que no, y de este modo estaríamos frente a lo que
denominamos “etiqueta”: se coloca un nombre pero no se utiliza el conocimiento de lo que el
niño tiene para pensar cómo actuar sobre ello. Esta otra concepción genera consecuencias que
inevitablemente impactan en las nociones de individuo, familia, discapacidad, etc. (Montañés,
2015, p.157), ya que cuando el diagnóstico se vuelve etiqueta, esta pasa a ser la forma de
nombrar y reconocer a ese sujeto. Y esa es una de las grandes inquietudes de los padres de niños
con TEA al conocer el diagnóstico. La mamá de una niña con autismo relata en un sitio web
cuáles fueron sus primeras reacciones, entre las que describe la preocupación porque a partir de
ese momento su hija “…tenía un título, una casilla, la gente la señalaría diciendo ahí va la
autista…” (Grimes, 2016). El etiquetamiento es, según Montañés (2015), “producto de una serie
de características que reciben determinada valoración o significado de tipo negativo, con relación
a una ideología hegemónica dominante que configura mayoritariamente las pautas
socioculturales de una sociedad alta” (p.158), y olvida las singularidades tanto del sujeto como
de su entorno más cercano, a la vez que encasilla y cosifica.
… Nadie nos daba respuesta. Nadie nos explicaba lo que pasaba con nuestra hija.
La única respuesta que recibíamos a nuestras innumerables preguntas era: no sabemos.
Posteriormente nos dijeron que pretendían no hacernos sufrir.
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La existencia del diagnóstico provoca alivio y calma la ansiedad en la familia, ya que finaliza
la búsqueda de respuestas y pueden empezar a entender y darle sentido al mundo de su hijo
(Bilbao León & Martínez Martín, 2008, p.218), y permitirse pensar desde el punto de vista del
niño puede contribuir a la superación de dificultades de diversa índole, principalmente en lo que
respecta a la comunicación, aspecto tan afectado en este trastorno.
En palabras de Cuxart y Fina (s.f) “…saber la verdad, por más terrible que sea, es el principio
de aceptación de la realidad y es lo que abre el camino para tener el coraje de empezar a actuar”
(p.1), porque como se mencionaba anteriormente: es el comienzo de un mundo nuevo.
Ponerle un nombre a lo que el niño tiene, genera, además de las sensaciones ya descritas,
otras tales como incertidumbre y desesperación, en tanto el futuro se vuelve una gran incógnita.
¿Va a poder ir a la escuela?, ¿tiene cura?, ¿algún día será independiente?, son algunas de las
interrogantes que se plantean.
La sociedad actual se ha ocupado de proporcionar información sobre el autismo, pero años
atrás, existía un gran desconocimiento sobre el tema, a tal punto que los padres respondían con
total desconcierto ante el anuncio de que su hijo padecía este trastorno:
“Fue brutal, era el fin del mundo porque no sabíamos lo que era…” (Comunicación personal,
24 octubre 2015).
Academia Española (2014), el concepto hace alusión a “huella o señal que se deja”, “golpe
emocional producido por una noticia desconcertante”. Parece ser entonces la palabra justa para
describir lo que experimentan estas familias al momento de recibir el diagnóstico, porque como
se expondrá a continuación, por más que existan sospechas, un padre nunca está preparado para
una noticia tan devastadora.
Es sabido que cada familia es única, así como también lo es cada miembro de la misma, por
lo tanto las reacciones variarán según la persona y también serán distintos los tiempos de
duración. Otras circunstancias no menores hacen a esta diferencia: el grado de severidad del
autismo, el nivel de funcionamiento intelectual, la autonomía del niño (Benites Morales, 2010,
p.10), la demora del diagnóstico, la experiencia previa (Bilbao León & Martínez Martín, 2008,
p.219).
Existe un consenso en afirmar que la aceptación de que un hijo tiene autismo es un proceso.
Diversos autores han planteado diferentes etapas del mismo, en el que la familia es atravesada
por sensaciones innumerables. Si bien varían los nombres que les han colocado a estas fases, se
corresponden a una misma idea. Para presentarlo de una forma clara, he optado por enunciar las
que plantean Bilbao León y Martínez Martín en un artículo del año 2008, adicionando
características de cada una de ellas que han sido aportadas por otros autores. El paso del tiempo
no condiciona la elección de este texto para presentar las etapas, ya que si bien pueden existir
pequeñas variaciones consecuencia de avances en el tema, en general, todas son experimentadas
por las familias en algún momento luego de conocer el diagnóstico.
Durante estas fases (shock, negación, desesperanza, aceptación de la realidad) se
experimentan sensaciones similares a las que se viven durante la elaboración de un duelo.
Un niño es, aún desde antes de nacer, fuente de ilusiones, proyecciones, etc., tanto para sus
padres como para la sociedad en general. Al respecto, en el año 2015, Fabián Marquisio, músico
uruguayo, expresó durante el relato de su experiencia como padre de un hijo con autismo, que la
gente ante la pronta llegada de un bebé suele decir “…“mientras sea sanito”… y yo me pregunto
¿y si no es sanito qué?”. Es indiscutible que el amor que puede sentirse por ese hijo no cambia
ante la presencia de un diagnóstico de TEA, pero sí todo el resto, porque a fin de cuentas, tal
como lo publica Carrillo González (2011) lo que se pierde es el “hijo ideal” que anteriormente
estuvo cargado de esperanzas (p.45). Bilbao León y Martínez Martín (2008) ya se habían
expresado sobre este aspecto del tema, cuando manifestaron que “Siempre hay un sentimiento de
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pérdida al tener un hijo con discapacidad: los padres tienen que renunciar a las expectativas que
todo padre tiene de tener un hijo sin ninguna dificultad” (p.218). Benites (2010) lo reafirma
cuando plantea que se frustran las motivaciones de crianza que todo padre tiene respecto a su
hijo (citado en Cárdenas Lara, 2014, p.32).
Podría ser esta la etapa más peligrosa en lo que al niño refiere, ya que la minimización del
problema o la existencia de esperanza por parte de la familia de que el trastorno desaparecerá,
puede retrasar la ejecución de acciones eficaces y la intervención del hijo.
Se visualiza entonces, que esta etapa se halla generalmente acompañada de una fantasía de
recuperación del niño.
Comúnmente, el sentimiento de culpa es el que sigue en el proceso. Se piensa en toda la vida
del niño aún desde el embarazo, y se busca qué fue lo que se hizo mal para estar atravesando esa
situación. Es una fase de mucho cuestionamiento en la que la etiología del trastorno ha jugado un
papel trascendental. La teoría de las “madres heladeras” mencionada en páginas anteriores, ha
favorecido la presencia de este sentimiento, y si bien actualmente se considera que el autismo
tiene un origen multifactorial (Cadaveira & Waisburg, 2014, p.87), la existencia de otras
múltiples suposiciones sobre el origen, provocan la permanencia de la culpa principalmente en
las madres.
Asimismo, este sentimiento puede ser incrementado por la dificultad existente en visualizar
señales de alerta. Al respecto se expresan Werner, Dawson, Osterling y Dinno (2000),
manifestando que “… uno de los aspectos más crueles del autismo infantil es que, para los
padres, es muy lento el proceso de darse cuenta de que a su hijo le pasa algo.” (citado en Bilbao
León & Martínez Martín, 2008, p.218).
Algunas patologías se hacen visibles al momento del nacimiento debido a la existencia de
rasgos físicos en el bebé, así como otras pueden conocerse desde la etapa prenatal. El autismo en
cambio, no presenta rasgo físico alguno que refleje la presencia de un trastorno, lo que conlleva a
una mayor culpabilización por parte de los padres, en tanto sienten no pudieron visualizar con
anterioridad lo que le sucedía al niño.
La acumulación de las sensaciones descritas, así como el empezar a convencerse de que el
trastorno sí está presente, provoca muchas veces estrés y depresión. Si definimos al estrés como
“… una situación que excede nuestra capacidad de afrontar situaciones complicadas…”
(Cadaveira & Waisburg, 2014, p.257), parece lógico y esperable pensar que la palabra autismo
despierte esta sensación. Para la Real Academia (2014) este concepto hace referencia a la
“Tensión provocada por situaciones agobiantes que originan reacciones psicosomáticas o
trastornos psicológicos a veces graves”.
19
… la naturaleza inherentemente culpógena del propio autismo, la gran dependencia mutua que se
crea entre los niños con autismo y sus padres, la dificultad para afrontar las alteraciones de
conducta y el aislamiento, la falta de profesionales expertos, la limitación de las oportunidades
vitales y de relación que supone en un primer momento la existencia de una atención constante al
niño… (citado en Bilbao León & Martínez Martín, 2008, p.222).
Martínez y Cruz (2008) revelaron que el estrés familiar es resultado de tres componentes que
interactúan permanentemente: las características del niño, los apoyos con los que cuente la
familia y la percepción que la misma tiene del problema (citado en Ayuda Pascual, Llorente
Comí, Martos Pérez, Rodríguez Bausá, & Olmo Remesal, 2012, p.74), y un año más tarde
Urbistondo (2009) profundizó en este aspecto, asegurando que cuanto mayor sea la
sintomatología del niño, mayores son también los niveles de estrés de los padres (p.32).
En esta misma línea y con una reflexión más próxima a la actualidad, se destaca el trabajo de
la psiquiatra Alexia Ratazzi al mencionar los que considera son los grandes componentes del
nivel de estrés elevado. Entre ellos destaca:
…el fuerte impacto del diagnóstico, el desconocimiento sobre la condición que afecta a su hijo/a,
la falta de herramientas útiles para el manejo de conductas desafiantes, la incertidumbre con
respecto al futuro y la exposición a situaciones de estigma y discriminación… ( Ratazzi, 2016,
p.155).
20
Aunque la presencia de todos los sentimientos presentados puedan ser considerados como
negativos, Camilo Negro (2015) afirma que un paso esencial para la aceptación de la realidad es
sentirse atravesado por alguno de ellos. Los planteos de Bilbao León y Martínez Martín (2008)
sugieren que esta etapa se alcanza al superarse el estado de estrés y depresión, hallando medidas
racionales que se perfilen hacia el bienestar del niño (p.220-221). Claramente esta opinión se
desmorona de acuerdo a los datos sobre el estrés ya presentados: este estado de cansancio
mental, generalmente acompaña a los padres durante toda la vida, aún habiendo comprendido la
realidad que lo rodea.
De todos modos, aceptar no es sinónimo de estar conforme con la discapacidad: pueden
brindarle las herramientas necesarias para salir adelante pero lamentar toda la vida las
limitaciones que padece. En el polo opuesto a la aceptación, hay casos que nunca asimilan el
diagnóstico y transitan la vida negando que su hijo presenta las dificultades que ya conocemos.
21
Recordemos que cada miembro de la familia tiene diferentes reacciones ante el diagnóstico.
Del mismo modo, cada individuo dispone de diversos mecanismos para afrontar las situaciones
de la vida diaria. En el caso de los familiares de niños con autismo, pueden utilizar estrategias
tales como obsesionarse con el trabajo o sobreproteger al niño, de acuerdo a datos obtenidos de
investigaciones (Cuxart & Fina, s.f, p.3).
Las relaciones de pareja no se ven afectadas por igual en todos los casos ante la presencia de
un hijo con TEA: algunas se separan y/o divorcian debido a que la vida que deben adoptar les
plantea exigencias que no pueden sobrellevar juntos, mientras que para otras parejas, un hijo con
autismo fortalece la relación, la cual se sustenta en estos casos en un gran pilar: el apoyo mutuo.
Pese a la posibilidad de que las relaciones matrimoniales se vean entorpecidas a partir de los
inevitables cambios, Baron Cohen y Bolton (1998) han demostrado por medio de estudios que
los padres de niños con autismo no muestran mayores frecuencia de divorcio o separación que
los que tienen hijos sin este trastorno (citado en Benites Morales, 2010, p.10). Sí se visualiza que
el sostén percibido por parte del otro en la pareja, reconforta, y además permite afrontar de forma
más saludable el trastorno del hijo. Al respecto, una mamá se expresa a El País (2015): “La
unión de la familia fue fundamental en esta evolución tan positiva…”.
Existe además, una cuestión muy notoria que se desprende de lo presentado hasta el
momento: la nueva vida que tendrá la familia a partir del diagnóstico, implicará
indefectiblemente un aislamiento del ámbito social. El cansancio, la fatiga, el estrés, la
depresión, sumados a la reducción del tiempo libre, acarrean un alejamiento de los entornos que
solían frecuentarse, provocando cambios que adquieren gran magnitud.
Es posible que las conversaciones con amistades se concentren en el trastorno y sus
consecuencias, por lo que los espacios de dispersión acaban siendo una prolongación de lo que
viven a diario en sus hogares.
La sociedad como tal, despliega un rol fundamental en la vida de cada uno de nosotros, tanto
desde sus contribuciones y apoyos como desde sus trabas u osbtáculos. A pesar de los avances
alcanzados en la temática del autismo, estas familias aún deben luchar día tras día por la
aceptación de sus hijos. Es por ello, por la dimensión que este aspecto toma, que considero
oportuno dedicarle un subcapítulo.
23
La función de comunicación es una de las más alteradas en las personas con TEA, debido a
que presentan un lenguaje verbal particular o la ausencia del mismo en casos más graves. Esta
dificultad en la interacción genera la imposibilidad de que los adultos y demás miembros de la
familia como pueden ser los hermanos, comprendan qué desea el niño, por qué se comporta de
determinada forma, y otras numerosas acciones que para una familia típica no resultan
complejas.
En consecuencia, esta desventaja pasa a ser uno de los aspectos que más obstaculiza la
dinámica familiar y por consiguiente, se hace necesario buscar alternativas.
Existen estrategias, programas y modelos de intervención que tienen como metas terapéuticas
centrales aumentar las habilidades de comunicación y la interacción en todos los ámbitos en
donde el niño se despliega. Se destaca por ejemplo el programa TEACCH, el modelo Early Start
de Denver, el modelo SCERTS (Alcantud & Alonso, 2013, p.213). Además, se han desarrollado
sistemas aumentativos y alternativos de comunicación SAAC, con distinción del sistema
comunicativo de intercambio de imágenes, mas conocido como PECS (Alcantud & Alonso,
2013, p.219).
Pero en ocasiones la familia necesita de otros medios que faciliten la comunicación a nivel
familiar. Un claro ejemplo es el caso de Fabián Marquisio y su hijo Antonio, el cual brevemente
pasaré a comentar. Él, como papá de un hijo con TEA observó que la comunicación con su
pequeño se veía entorpecida por sus enormes dificultades, por lo que se inició en la búsqueda de
terapias e investigaciones que ayudaran a través de la música. La escasez de resultados suscitó la
creación de un disco al cual denominó “Villazul, música para crecer”, en el que agrupando lo
musical con lo terapéutico a través de 26 canciones cortas, reunió las actividades básicas de un
niño (levantarse, comer, ir a la escuela, control de rabietas, necesidades fisiológicas). Para su
realización, contó con el apoyo de profesionales para lograr que el mensaje llegue al niño de
forma eficaz: psicólogos, psiquiatras, terapeutas, le sugirieron determinadas características que
las canciones deberían cumplir (El País, 2014).
Este es un mero ejemplo que intenta dar cuenta de las peripecias a la que deben recurrir estas
familias ante las dificultades de interacción que suelen presentarse.
24
No obstante, no olvidemos la diversidad existente entre los niños con autismo: algunos se
deleitan con música mientras que otros no la toleran. Por lo que si bien muchas familias se han
visto favorecidas con esta creación, otras deben explorar distintas alternativas para lograr una
buena comunicación con sus hijos.
Los hermanos de niños con TEA también son atravesados por infinidad de sensaciones, las
que al igual que las que sienten los padres, se espera evolucionen hacia otras más esperanzadoras
y optimistas, que les permitan proyectar con felicidad el futuro familiar.
No importa en qué momento de la vida arribe a casa un hermano con autismo: siempre
demandará mas atención y dedicación que el que no lo tiene. Empero, la diferencia de edad sí
establece disparidad en la aceptación de la realidad, según lo ha revelado Sarto Martín (1999)
cuando cita a Montse Freixa (1999): “… los hermanos mayores de la persona con discapacidad
son más adaptables socialmente que los más pequeños; aunque a medida que los hermanos
crecen las dificultades o los problemas pueden aumentar…”.
A pesar de lo expuesto, Molina (1999) nos habla de una idea consensuada y aceptada
socialmente, que refiere también al impacto generado en los hermanos. De acuerdo a este autor,
el efecto en ellos y su posterior aceptación dependerá del clima familiar y de cómo se desarrollan
las relaciones entre padres e hijos con TEA (citado en Baña Castro, 2015, p.327).
Pero ¿qué se espera de un hermano? Un niño buscará en el hermano que viene en camino, un
compañero de juegos y travesuras. Este anhelo, históricamente alimentado por la sociedad,
muchas veces se ve frustrado cuando al niño tan ansiado se le disgnostica TEA. Tal vez no
juegue a carreras de autos sino que los alineará o separará por color, tal vez no comprenda el
objetivo de un partido de fútbol y correrá detrás de la pelota sin saber qué hacer, tal vez existan
inconvenientes en jugar un juego de mesa porque no entenderá las reglas del mismo. Y como
estas dificultades, otras miles. La ausencia de juego simbólico es una de las características que
más desconcierta a sus hermanos, en tanto esto se transforma en un obstáculo mayor aún al
momento del juego compartido.
Imaginemos entonces, por medio de estos ejemplos, cómo se derrumba el “ideal” de hermano,
vivencia similar a la de los padres, descrita en páginas anteriores.
25
Debido a la atención tan personalizada que demanda un trastorno como lo es el autismo, los
hermanos suelen experimentar celos, vergüenza, frustración, decepción, y/o enojo. La falta de
información conlleva a una multiplicidad de sentimientos y cuestionamientos, atravesados por la
búsqueda de causas que expliquen la atención desigual que ellos perciben les brindan sus padres.
En alusión a esta diferencia se expresan Cadaveira y Waisburg (2014), presentando breves
ejemplos de ámbitos en los cuales los hijos distinguen estas diferencias. Entre ellos se destaca
que, en ocasiones perciben que a su hermano con autismo le son concedidos derechos de los que
ellos no gozan, a la vez que acaparan mayor tiempo y atención por parte de los adultos (p.264).
Lo que para una familia es un éxito del niño con TEA, seguramente en otras pasará
desapercibido. Es inevitable que cualquier padre se alegre cuando un hijo deja de usar pañal,
aprende a andar en bicicleta, y muchas otras acciones que demuestran que ese pequeño está
creciendo.
26
Los logros en los niños con autismo son otros, que tal vez parecen más sencillos, empero para
ellos demandan gran esfuerzo. Por lo tanto existen comportamientos que debido al trastorno
provocan satisfacción cuando se presentan, y sin embargo en la cotidianeidad de familias que no
tienen un miembro con TEA resultan habituales.
Al respecto un papá se expresa:
Para alguien que tiene un hijo que no tiene problemas y pasa con buena nota es genial, pero un
padre que logra que su hijo de vuelta la cabeza porque escucha un sonido, el logro es mucho más
grande. Uno se pone orgulloso de otro tipo de logros, como que el nene se ponga una media
(Varela, 2014).
Una vez Antonio y Fabián fueron a la playa. Cuando llegaron, a Antonio le llamó
la atención una señora y fue a verla. Se paró frente a ella y la observó. Ante la
incomodidad de la señora, Fabián fue a buscar a Antonio y le pidió disculpas a la
mujer. Antonio, inconforme, se acercó nuevamente a la señora y la miró. Fabián
volvió a retirarlo. Antonio corrió una vez más a observarla. La señora, esta vez
indignada, le dijo al padre “Habría que educarlo mejor”. Fabián la miró y le
contestó “Perdón por la molestia. Tiene mucha razón, hay que educar mejor.
Antonio es autista”
La inexistencia de marcadores físicos particulares que den cuenta del trastorno, hace a la
dificultad de comprender los comportamientos de estos niños.
Es claro que el mundo actual le ha dado mayor exposición al tema, siendo uno de los
principales propósitos el generar concientización en la población. Asimismo, y a pesar de los
esfuerzos que debemos reconocer ha tenido sus frutos en diversos ámbitos, se presentan aún
escenarios que reflejan la falta de información con la que se cuenta, impidiendo a la sociedad
cuestionarse qué hay detrás de lo que ven.
Pero ¿qué es lo que ven? Ven un padre irresponsable cuando su hijo intenta cruzar la calle sin
mirar, ven un padre que no pone límites si el niño cuando sube al ómnibus entra en crisis porque
no hay asiento disponible para él, y podría continuar presentando infinidad de ejemplos. Las
interpretaciones son inmediatas, y más aún cuando hay que referirse al niño. Un niño que no
27
puede esperar en una fila, que no acepta un “no” como respuesta, que hace berrinches o que
sencillamente insiste en observar a alguien como el caso de Antonio, a menudo es etiquetado
como mal enseñado o caprichoso. Y vaya si esto resulta abrumador y desesperante para las
familias de niños con autismo. “…No ven a una persona con TEA. No ven a un padre o una
madre desbordados…” (Gari, 2015).
Estas interpretaciones erróneas, que se adicionan a la reduccion del tiempo libre familiar por
cuestiones inherentes al trastorno, se vuelven un obstáculo para el relacionamiento social. En
consecuencia, las familias disminuyen su asistencia a eventos sociales que solían presenciar,
concurren el tiempo que el niño establece, o incluso, pueden llegar a abandonarlos, con el fin
único de evitar enfrentarse a la incomodidad de situaciones como las ya indicadas.
La conducta generalmente incomprendida que despliegan los niños afectados por el trastorno
del espectro autista, dan lugar a que también, en ocasiones, estas familias se vean excluidas de
determinados lugares cotidianos, tales como comercios, centros de salud, etc. Al respecto se
expresa la mamá de un hijo con TEA:
“Me sacaban de todos lados porque él hacía cualquier cosa…” (Comunicación personal, 23
octubre 2015).
Estas dificultades de comprensión se encuentran, tal vez en niveles aún mayores, en lo que
refiere al ámbito educativo. La actualidad nos presenta la inclusión como un ideal, pero bien
sabemos que nuestro país lejos está de lograr que todos estos niños, así como también
adolescentes, puedan insertarse en un espacio educativo de la forma en que su condición lo
exige.
Todos los obstáculos tienen un fuerte nexo con lo anteriormente planteado, en tanto la falta de
conocimiento sobre el autismo o las apreciaciones equivocadas son las bases desde las cuales se
generan las demás dificultades.
No todos los centros educativos de Uruguay tienen las puertas abiertas para recibir niños o
adolescentes con TEA, y no todo el que las tiene puede brindarle la mejor atención.
Es una lucha diaria e incesante la que estos padres tienen para lograr que el pasaje del niño
por las instituciones, incorpore todo lo que la inclusión implica: adaptación de la currícula,
28
La perseverancia de estas familias también se hace presente cuando luchan por otro tipo de
derechos que a sus hijos le corresponden.
La intervención de los organismos gubernamentales se da a través de asistencia económica
(pensión por invalidéz y ayudas extraordinarias) para solventar gastos de transporte escolar,
boletos, concurrencia a instituciones especializadas, acompañantes terapéuticos (BPS, 2016). Sin
embargo, este dinero resulta insuficiente. Los niños con TEA debido a sus características,
necesitan que la atención recibida sea, además de personalizada, regular. En ocasiones, es
imprescindible un acompañante diario, sumado a la presencia frecuente de otros profesionales
como puede ser el fonoaudiológo, el psicomotricista, entre otros, y la realización de actividades
tales como natación o equinoterapia.
Se infiere de dicha información que los costos elevados de los mismos no son cubiertos por la
contribución que aporta el BPS. Una investigación cualitativa llevada adelante por un estudiante
de la Licenciatura de Trabajo Social en nuestro país, reveló datos concernientes al tema
expuesto, siendo los padres de niños con TEA quienes brindaron información de manera directa
29
Tener un hijo con discapacidad no necesariamente implica para la familia la condena a sufrir una
patología familiar. Son muchas las familias que avanzan constructivamente a pesar de las
circunstancias adversas de la vida. Estas familias pueden resignificar la adversidad, encontrar una
nueva homeostasis familiar, y hasta salir fortalecidas (citado en Urbistondo, 2009, p.11).
Por las características que presentan los niños con autismo y sus familias, no parece sencillo
alcanzar este estado. Cabe aclarar además, que los miedos y las preocupaciones no desaparecen,
pero sí pueden experimentarse de otro modo. No obstante, la mayoría de las veces los padres y
hermanos logran comprender que la convivencia con un niño con TEA puede ser muy
gratificante y dejar grandes enseñanzas. Cada frustración del niño es una también de la familia,
pero cada logro también es compartido. Considerar que cada paso se vuelve parte de la
experiencia, contribuye al pensamiento positivo y al optimismo, elementos básicos para el
desarrollo de la resiliencia.
Tal capacidad ha sido objeto de diversas investigaciones. Walsh, por ejemplo, ha
profundizado sobre los procesos fundamentales que fortalecen la resiliencia, y si bien, no
ahondaremos en este aspecto, sí considero es importante mencionar cuáles son los elementos
esenciales para que una familia afronte de forma saludable el desafío que implica un trastorno
mental como en este caso. Se destacan “…las creencias, la capacidad de organización familiar y
de comunicación eficaz…” (Hernández Martínez, 2011, p.43). A partir de lo desplegado a lo
largo del trabajo y este punto en especial, puede visualizarse que los elementos que participan
31
con un rol preponderante en el desarrollo de la resiliencia, son de los más afectados en la familia
de un niño con autismo, en tanto como ya se ha planteado resulta inevitable la alteración de la
dinámica familiar (horarios, roles, etc.) a la vez que deben buscarse nuevos modos de
comunicación para facilitar la interacción con el niño.
Otros de estos estudios han colocado el énfasis en distinguir rasgos característicos que posean
las personas resilientes. Hernández Martínez (2011) se ha encargado de realizar un repaso por
algunos de ellos y entre las cualidades identifica: “…habilidades para resolver problemas, alta
autoestima, esperanza realista, buen control personal, tenacidad, percepción del cambio como
algo favorable, percepción de tener control sobre los sucesos, fe y espiritualidad, optimismo, y
emociones positivas como el humor y la risa” (p.41-42).
Cerrando esta sección considero oportuno citar a Cadaveira y Waisburg (2014), quienes
brindan una clara definición de cómo estas familias aceptan el trastorno y a pesar de su
existencia, pueden salir adelante y sentirse favorecidos por compartir el día a día junto a un niño
con TEA. Aseguran que “Resiliente es aquel que logra ser feliz con lo que la vida le da, es quien
logra encontrar recursos donde no se ven, es quien logra disfrutar de las personas que incluso
tienen autismo.” (p.258).
32
Cualquier ser humano necesita por naturaleza de la presencia de otros para poder desarrollarse
como tal. Más imprescindible parece aún, cuando nos sentimos angustiados o cuando
consideramos que solos no podemos afrontar algo. Los padres de niños con TEA muchas veces
sienten que no pueden: con los gastos, con las rutinas, con la discriminación, con la falta de
comprensión. Se ha repasado a lo largo del presente trabajo algunos de los espacios que se
desempeñan como puntos de sostén, ya sean de tipo económico (organizaciones
gubernamentales, instituciones educativas siempre y cuando actúen adecuadamente) y/o afectivo
(otros miembros de la familia, amigos). Empero, las limitaciones con las que se ven obligados a
convivir acarrean por lo general, la necesidad de búsqueda de personas en situaciones similiares,
en este caso, de padres que estén recorriendo sus mismas etapas o que ya hayan culminado ese
proceso y puedan, desde el lugar que hoy ocupan, apoyar y contener a otros.
Como cada caso es único, es probable que estos pares no puedan dar respuesta a todas las
interrogantes que a un padre le surge ante el diagnóstico de autismo de un hijo. De todos modos,
muchas veces alcanza con saber que hay otro compartiendo sus mismas dudas, dificultades,
logros.
El psicólogo Robert Pérez opina sobre este tipo de vínculos, y aunque si bien no hace
referencia específicamente a la temática del autismo, alude a familias a cargo de personas con
enfermedades crónicas o trastornos. Asegura que “La unión hace la fuerza. Lo peor que le puede
pasar a una familia es quedarse aislada” (García, 2015).
Para evitarlo, se crean grupos de padres (virtuales o presenciales), asociaciones, instituciones,
blogs, entre otros, que buscan ampliar redes con el objetivo de encontrar apoyo, contención,
difusión.
Tal es el caso de Patricia Ballesta, madre de un niño diagnosticado con TEA, quien ante la
sensación de soledad frente al tema, optó por la creación de un grupo en facebook para
contactarse con otros padres a fines de compartir experiencias. En su grupo se publican relatos de
33
diversos tipos que reflejan las vivencias de quienes participan en él. Se visualizan sentimientos
de felicidad de los padres en comentarios que narran las superaciones y los grandes logros de sus
hijos (se ata solo los cordones, saludó con un beso, sumó un nuevo alimento a su rígido menú,
jugó con otros niños, etc.). Se publican además cuantiosos pedidos de ayuda, angustias por
ausencia de diagnósticos certeros, miedos, frustraciones (por obstáculos en la comunicación,
bullying, autoagresiones, por no ser acogidos en ninguna escuela, etc.) (García, 2015).
Este es solo uno de los tantos grupos conformados en redes sociales para este fin. A su vez, se
crean asociaciones civiles de padres de niños con autismo en diferentes regiones del país,
quienes por medio de la Federación Autismo Uruguay tienen voz en los espacios en los que se
tratan temas vinculados con el trastorno a nivel nacional (Federación Autismo Uruguay, s.f).
Esto es confirmado por Ballesta, quien afirma que “La mejor manera de ayudarnos entre los
familiares es saber que alguien nos escucha, que alguien está del otro lado.” (García, 2015).
Se concluye entonces, que estos espacios son de especial relevancia para los familiares, ya
que se genera una ayuda mutua y constante en relación a los procesos que atraviesan sus hijos,
propician la expresión de emociones por parte de los adultos, a la vez que posibilitan trabajar
organizados en la búsqueda de nuevos caminos o metas propuestas con respecto al presente o
futuro de sus niños.
Anónimo
Si tomamos como punto de partida el significado que le dan los padres al diagnóstico certero,
sería lógico que el proceso de evaluación del niño y la conclusión resultante del mismo fueran las
etapas más importantes en lo que a la participación de profesionales refiere. Es indiscutible el
valor de nuestra tarea en esas fases cruciales, empero creo que la mayor dificultad radica en
considerar que la labor ahí culmina.
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“Su hijo tiene autismo”, así de sencillo, como si un padre debiera saber de qué se trata, o
como si estuviera preparado para enfrentarse a todo lo que implican esas cuatro palabras. Por lo
tanto, el momento de transmitir el diagnóstico se vuelve clave, cobrando gran importancia la
información que se brinda a los padres: qué se le dice y cómo.
Anunciar la presencia de un trastorno no es tarea fácil. Mucho menos aún cuando el mismo es
crónico, afecta el futuro del niño y a nivel social presenta connotaciones negativas.
Pero ¿cómo empezar a tomar medidas adecuadas y potenciar las cualidades del niño sin tener
conocimiento de qué le sucede? Como ya se ha mencionado, la devolución a la familia se vuelve
un paso fundamental para comenzar a enfrentar el trastorno. Debido a tal importancia podríamos
asegurar que esta etapa es el punto de partida, y el apoyo o desamparo que perciban en ella
comienza a fijar “…el campo de los posibles y el mundo de los posibles negados de estas
familias.” (Montañés, 2015, p.158). Seguramente, escuchar que un hijo tiene autismo, sin más,
no permite priorizar las potencialidades del niño sino los aspectos negativos del trastorno. Al
respecto una mamá recuerda cómo reaccionó ante un diagnóstico sin ninguna explicación: “Me
enfoqué en las cosas que nunca podría hacer, que no vi las cosas de las que ya era capaz…”
(Grimes, 2016).
Las dificultades en este aspecto del tema habían sido ya visualizados por diversos autores.
Considero oportuno exponer un fragmento que indica cuál debería ser la información y la forma
en que se comunique a los familiares del niño, que el mismo padece un trastorno crónico.
Alcamí Pertejo, et al. (2008) aseguran que:
La devolución del diagnóstico de TEA debe acompañarse de una adecuada explicación de las
características del trastorno, incidiendo en las dificultades observadas en el niño, y en su grado de
afectación, pero también en sus aspectos más sanos y en sus potencialidades… Se utilizará un
lenguaje sencillo, sin tecnicismos y adaptado a las características de cada familia. (p.97-98)
De todos modos, actualmente, la importancia que para las familias reviste el momento de la
devolución no es tenido en cuenta por algunos profesionales quienes optan por mencionar
simplemente el nombre que proponen los manuales de psiquatría. De esta forma, el estado de
shock que se produce en los padres es mayor, ya que no se ejecuta ninguna acción que busque
paliar o minimizar las sensaciones de incertidumbre, desasosiego, frustración, y otras que
inevitablemente se experimentan en tales circunstancias.
El trabajo no debería culminar en esta etapa. Negro (2015) sostiene que como profesional
“…se debe estar ahí para mucho más que dar un diagnóstico o detectar alteraciones. Estar
dispuestos a escuchar, comprender la importancia del lugar que hemos elegido…”.
Trabajando preferentemente en equipos multidisciplinarios, y con el fin principal de mejorar
la calidad de vida de una persona con TEA, se debe identificar las necesidades del niño y su
familia y a partir de ellas elegir los programas y/o estrategias que resulten más adecuados
(Escribano Burgos, 2013, p.236). En esta misma línea, Baron-Cohen (2008) adiciona un aspecto
fundamental al trabajo del profesional con las familias: “…hacerla partícipe del plan individual
de apoyo… ayudando a planificar objetivos, recursos y resultados.” (p.235).
Es evidente que a mayor tiempo de tratamiento y más áreas engloben los mismos, mayores
serán los logros que podrá obtener el niño. Para ello, es indispensable que los padres formen
parte de las actividades, ya que como familia son quienes comparten la cotidianeidad con su hijo.
Al respecto, Ratazzi (2016) considera que “son de fundamental importancia las
intervenciones que ayudan a los padres a contar con herramientas y estrategias para interactuar
con sus hijos y promover su desarrollo” (p.153). Esta modalidad no es nueva sino que existe
desde la década de los setenta, pero los últimos años han sido cruciales para que este tipo de
intervenciones se multiplique a nivel mundial (Ratazzi, 2016, p.153).
Presenciar la labor que se lleva a cabo con el niño en los centros en donde se trabaja con él
puede considerarse una forma de acercamiento entre los profesionales y la familia, en pos de que
estos últimos adopten herramientas para la vida diaria con el pequeño.
No se intenta sustituir las intervenciones especializadas, sino permitir que los padres
ofrecezcan en su hogar un espacio de desarrollo óptimo para el niño. De acuerdo a
investigaciones realizadas, son diversas las razones por las cuales estas formas de trabajar
mediadas por padres son relevantes. Es evidente que posibilita en el niño una intervención
intensiva, pero los adultos también son grandes beneficiarios de dicha modalidad, en tanto
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disminuye sus niveles de estrés, los empodera para afrontar los desafíos que supone vivir con un
niño con TEA y en consecuencia, mejora la calidad de vida a nivel familiar (Ratazzi, 2016,
p.154).
Se demuestra entonces, que la participación que la familia tenga en el tratamiento del niño
influye en la forma en que afrontan el trastorno y organizan su vida.
La enseñanza en entornos naturales los favorecería mas aún. La presencia del terapeuta en el
hogar o en la institución escolar permitiría un acercamiento real a la cotidianeidad del niño
pudiendo aportar respuestas más adecuadas a las dificultades que se presentan (Baron-Cohen,
2008, p.235).
Ninguna de estas modalidades parecen tarea sencilla y la realidad muestra que efectivamente
estas no son las formas más comunes de intervenir: muchas veces el profesional no está
dispuesto a compartir su entorno de trabajo o a acercarse a los espacios en los que el niño
transucurre la mayor parte del tiempo.
Puede inferirse entonces, que la brecha entre lo que debería ocurrir (si se busca el mayor nivel
de bienestar familiar) y lo que realmente sucede, también se observa en etapas posteriores a la
devolución.
No obstante, se destaca la existencia de centros que sí operan con estas modalidades en
nuestro país, sin desmerecer el trabajo que llevan a cabo otras instituciones a través de otro tipo
de intervenciones.
En consecuencia, durante los tratamientos de sus hijos, no todos los padres se sienten
acompañados por los profesionales a pesar de la importancia que reviste su apoyo y contención.
Consideraciones finales
El autismo produce impacto en cualquier familia que deba afrontarlo. Este trastorno es
asociado por lo general a la idea de infelicidad y desgracia tanto para quien lo padece como para
quienes lo rodean en forma más cercana, debido a lo devastador que puede llegar a ser. Es por
esto, que a lo largo del presente trabajo se ha intentado explicar, entre otros aspectos, que la
forma en que se viva y conviva con el autismo dependerá de distintos factores (individuales,
familiares y del entorno). Al respecto, considero necesario volver a recalcar que los efectos
variarán de acuerdo a cada familia y a su vez, a cada miembro.
37
Si bien se ha expuesto que la lucha de estas familias es constante y los obstáculos a los que se
enfrentan son de diversa índole, procuré mostrar que convivir con un niño con TEA no es el fin,
sino cada día un nuevo comienzo en el que además de frustraciones se experimentan alegrías y
satisfacciones.
El compromiso de la sociedad con el tema considero está marcado por el simple hecho de
formar parte de ella. Habiendo visualizado que estas familias se ven afectadas por cada una de
nuestras acciones (miradas, comentarios, etc.) deberíamos actuar siempre de modo que esto sea
contemplado. Es necesario entender que el niño con autismo no elige tener un comportamiento
disruptivo, que cruza la calle sin mirar hacia los lados porque no tiene noción de lo que es el
peligro, o que grita sin cesar porque tal vez es su única forma de expresarse. A la vez que
también debería modificarse la visión que se tiene de los padres, y comprender lo difícil que
puede resultar, entre otras cosas, calmar a un hijo con las características ya expresadas.
Estas familias sueñan con que el niño con TEA sea aceptado en una escuela que considere sus
dificultades pero potencie sus habilidades, tenga amigos que acepten su forma diferente de jugar,
realice los tratamientos que necesita, etc. Independientemente sea el ámbito en el que se buscan
los logros, concluyo que cada uno de nosotros tiene algún tipo de influencia: ya sea como
docente, compañero de clase, profesional de la salud, miembro de organismo gubernamental, u
otras personas que compartan tiempo y espacio con estos niños.
Considero que la falta de información sobre las características del autismo, continúa siendo
uno de los principales motivos por lo que persisten estas dificultades a nivel social. No obstante,
debe destacarse que en los últimos años el tema ha cobrado gran relevancia en nuestro país. Se
han tornado frecuentes las charlas brindadas por profesionales especializados en TEA, y si bien
algunas se abocan a brindar herramientas a las familias de estos niños, generalmente puede
asistir todo tipo de público. De este modo, se promueve que la población pueda adquirir
conocimientos básicos sobre el trastorno y actuar en consecuencia aún sin convivir con un niño
que lo presente. Se visualiza la importancia que reviste para las familias la adquisición de
información por parte de la sociedad, en tanto es usual que sean las Asociaciones civiles que
trabajan por los derechos de las personas con autismo en nuestro país (conformadas por padres
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de niños con TEA), las que contactan a estos profesionales y solicitan expongan diversos
aspectos de la temática.
Estas charlas resultan ser un gran aporte, pero como ya se ha visto anteriomente, la
participación en el tema por parte de los profesionales puede darse por medio de una
multiplicidad de acciones.
Estimo que la función principal del profesional de la salud en estas familias debe ser la de
facilitador. En la misma se incluyen todas las actividades ya descritas anteriormente en el
subcapítulo “El rol del profesional de la salud en la familia del niño con TEA” (las cuales
contribuyen al bienestar de todos los miembros) a la vez que engloba las actividades que
permiten a la población en general acercarse a la temática, tales como las charlas.
Es fundamental que las familias sientan que no están solas para enfrentarse al trastorno. La
presencia de los profesionales se vuelve fundamental, pero a la vez también es imprescindible el
apoyo de otros que por atravesar situaciones similares, puedan comprender las vivencias de estos
padres. Es por ello que las familias de otros niños con TEA tienen una clara función de sostén, en
tanto acompañan en todas las etapas del proceso, cooperando con estrategias, opiniones, o
simplemente con su presencia física o virtual.
La lucha de los padres por conceder a sus hijos los derechos que merecen es continua, en
ocasiones agotadora y si bien encuentra avances, aún está lejos de alcanzar todas las metas
propuestas en pos de mejorar la calidad de vida de estos niños.
Existe un horizonte que apremia cada paso logrado por más pequeño que sea, pero en el
mismo estas familias se enfrentan a otro obstáculo: una sociedad que a juicio de muchos no está
preparada para recibir y acoger a estos niños cuando crezcan (Gari, 2015). Si bien este es uno de
los mayores temores de los padres, no se dan por vencidos en la búsqueda de la felicidad de sus
hijos, y es por ello que su vida se torna una especie de viaje en búsqueda de un horizonte que no
haga de las diferencias un mundo aparte.
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Finalizando esta monografía considero pertinente exponer una frase que refleja la
perseverancia con la que las familias recorren este viaje:
La utopía está en el horizonte. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez
pasos y el horizonte se desplaza diez pasos más allá. Por mucho que camine, nunca la
alcanzaré. Entonces, ¿para qué sirve la utopía? Para eso: sirve para caminar.
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