Texto 1 - Obiol - Familia y Educación Básica
Texto 1 - Obiol - Familia y Educación Básica
Texto 1 - Obiol - Familia y Educación Básica
El cambio familiar
y el proceso educativo
Sandra Obiol
1. Introducción. • Familia
2. El tránsito de las familia a las familias. • Familia monoparental
2.1. Evolución histórica de la familia. • Familia reconstituida
2.2. Recientes cambios sociodemográficos. • Hogar
2.3. Emergencia de nuevas formas familiares. • Individualización
3. La familia, agente de socialización en transforma- • Patriarcado
ción. • Unión de hecho
3.1. La familia un agente de socialización primor-
dial.
3.2. La socialización y el cambio familiar.
4. Las relaciones entre familias y escuelas.
4.1. La implicación de la familia en el proceso edu-
cativo.
4.2. De la escuela a la familia.
4.3. Escuela y familia: una cuestión de horario.
5. Síntesis.
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1 Introducción
La familia constituye un elemento fundamental en la organización social así como en
la configuración de nuestra identidad personal. Omnipresente en nuestra vida cotidia-
na —sobre todo en países donde el bienestar depende de la densidad y fortaleza de sus
redes—, la familia establece una estrecha relación, no siempre exenta de conflicto, con
la escuela que en una obra de estas características es imprescindible tratar. En este ca-
pítulo abordamos la vinculación que existe entre familia y educación, especialmente
conveniente en un momento donde los perfiles familiares están cambiando profunda-
mente dificultando sobremanera ofrecer una imagen unívoca de lo que representa hoy
en día una familia y, por tanto, haciendo más compleja la relación con las instituciones
educativas.
El capítulo se divide en tres partes. En primer lugar, nos centraremos en los princi-
pales indicadores de transformación que se están experimentado en la manera en que
las sociedades occidentales —centrándonos en la experiencia española cuyo proceso de
cambio familiar se ha producido a un ritmo vertiginoso— abordan las relaciones per-
sonales, y, por tanto, familiares, cuya consecuencia más evidente es la emergencia de
formas familiares, si bien no inéditas en nuestra historia, si con una entidad y signifi-
cados totalmente nuevos.
En segundo lugar, abordaremos el papel de la familia como agente de socialización
y de qué manera las transformaciones que está experimentando influyen en la que es
hoy en día, a causa del intenso proceso de individualización vivido, su principal función.
Y por último, expondremos la compleja relación que se establece entre escuela y
familia a través de dos ejes básicos del debate actual: la participación de las familias en
el proceso educativo y en consecuencia en la vida escolar teniendo en cuenta el impac-
to de las llamadas formas familiares emergentes en la educación de los miembros más
jóvenes de nuestra comunidad; y la difícil combinación de los horarios escolares y fa-
miliares (junto a los laborales).
lia ha sido el principal agente de transmisión de valores y actitudes vitales. Sin embar-
go, y así lo demuestran numerosos investigaciones, los vínculos familiares, a pesar de
ser diferentes, continúan siendo un claro y sólido referente en la vida cotidiana de los
individuos.
Tabla 4.1. Indicadores sociodemográficos del cambio familiar. Estado español, 1975-2009
1975 2009
Tasa bruta nupcialidad 7,2 ‰ (1976) 3,8 ‰
Edad media al matrimonio 27,2 –H/24,4-M (1976) 35,2 –H/32-M
Hijos de madre no casada 2% 34,5 %
Tasa bruta natalidad 18,73 ‰ 10,75 ‰
Edad media de la madre al primer hijo 25,2 29,6
Retomando la cuestión del aspecto novedoso de las estructuras familiares, Ruiz Be-
cerril (2004, 220-221) establece una serie de características de las nuevas formas fami-
liares que las hace diferentes y que procura su reconocimiento:
Todos estos elementos vienen a singularizar las que denominamos nuevas formas
familiares a pesar de encontrar ejemplos de estas a lo largo de toda nuestra historia. A
continuación haremos una breve reseña de aquellas formas de familia emergentes más
representativas: uniones de hecho, familias reconstituidas y, especialmente, la mono-
parentalidad.
Hablamos de unión de hecho para referirnos a aquella que, con independencia de su
intención de contraer matrimonio o no, tiene un proyecto de vida en común por el que
sus miembros se presentan al grupo. Conviven en una misma residencia, tienen rela-
ciones sexuales plenas y una economía en común (Meil, 2003: 34). Se trata de una
forma de convivencia que se está incrementado en nuestra sociedad en las últimas dé-
cadas, sin embargo a ritmos diferentes según las circunstancias culturales y sociales de
cada país. Además las características de estas parejas también difieren según el contex-
to nacional al que hagamos referencia. Sin embargo, un elemento cada vez más pre-
sente, tal y como muestran en su estudio del caso español de Castro y Domínguez
(2008), es que no se trata solo de un fenómeno juvenil de carácter prematrimonial, una
especie de prueba ante el matrimonio —que también—, sino que hay una parte impor-
tante que han tenido experiencias conyugales previas.
En fin, las uniones de hecho han pasado de ser marginales a ser un proyecto acep-
tado cada vez más culturalmente.
En nuestras sociedades el número de familias reconstituidas está creciendo a un ritmo
importante. En este tipo de familias convive una pareja con hijos/as comunes y no co-
munes, es decir de uniones anteriores de uno o ambos miembros de la pareja (com-
puestas simples o compuestas dobles respectivamente). En este tipo de familias la pa-
reja progenitora, la conyugal y la parental no coinciden (Rivas, 2008).
Como ya hemos señalado, aunque estas familias han existido siempre, actualmente
se originan, en su mayor parte, por un divorcio y no por fallecimiento de uno de los
cónyuges y posterior matrimonio del superviviente, por lo que los hijos/as se relacionan
con diversos núcleos familiares: el del padre y el de la madre. De hecho en estas fami-
lias las relaciones de parentesco se multiplican lo que supone una mayor red social,
tanto en términos de compromisos sociales como de fuente de apoyo familiar.
Y por último nos referiremos a las familias monoparentales, una de las formas fami-
liares que en mayor medida representa la transformación de la familia tradicional y que
con mayor claridad muestra la pervivencia en nuestra cultura de la biparentalidad como
referente familiar.
Podemos entender la monoparentalidad de manera muy sencilla como la conviven-
cia de un solo progenitor con al menos un hijo/a dependiente. Estos son los criterios
básicos para poder distinguir una familia monoparental pero su heterogeneidad es
enorme tanto en el contexto vital como en la manera de entender y enfocar la mater-
nidad y paternidad en solitario. Las diferencias se introducen a partir de la edad de la
madre/padre, del número y edad de los hijos/as, de la convivencia o no del núcleo fa-
miliar con otras personas, de la vía de entrada a la monoparentalidad, del sexo del
progenitor, del estatus ocupacional, de la clase social, del hábitat, de la clase social, del
origen nacional, etc.
Hemos visto en los últimos tiempos un significativo incremento de la visibilidad
estadística y cotidiana de la monoparentalidad, sobre todo aquella de carácter más mo-
derno, es decir, con hijos/as menores a cargo y generada por una ruptura de unión no
ya tanto por la viudedad, tradicional vía de entrada a la monoparentalidad, y convi-
viendo con hijos/as adultos.
Las familias monoparentales retan a un modelo de convivencia todavía organizado
sobre pautas biparentales y de carácter patriarcal lo que les genera no pocos problemas
en gran medida por las inercias institucionales incapaces de asumir la profundidad de
estos mismos cambios. A pesar de la heterogeneidad de los núcleos monoparentales, y,
por tanto, también de sus formas vitales, la mayor incidencia de este tipo de núcleos
en zonas de vulnerabilidad social, incluso exclusión, muestra la posición de fragilidad
de estas familias. Familias mayormente encabezadas por mujeres que sufren un acceso
precario al mercado de trabajo junto a una gran dificultad para la conciliación del tra-
bajo remunerado con el hogar-familia y la ausencia de medidas de protección social
suficiente. De hecho, como muestran numerosos estudios, la monoparentalidad pone
en evidencia la peor situación social de las mujeres. La vulnerabilidad que presentan
en general las familias monoparentales no es más que la punta del iceberg de la situa-
ción de gran precariedad que viven muchas mujeres (Lewis y Piachaud, 1992). Además
es la denominada nueva monoparentalidad la que presenta, en principio, un mayor
riesgo de padecer situaciones de vulnerabilidad que la modalidad más tradicional, cons-
tituida por progenitores viudos y con hijos/as adultos.
Esta situación impide a estos padres y madres solos atender a sus hijos/as de la ma-
nera como desearían respecto a la vivienda, el acceso a determinados servicios educa-
tivos, las actividades de ocio... lo que les genera un elevado grado de ansiedad que
repercute directamente en su salud y estabilidad emocional y, por supuesto, en la rela-
ción que mantienen con sus hijos/as (Almeda, Di Nella, Obiol, 2008). Además hay que
tener presente que esta pobreza afecta directamente a los niños/as y jóvenes, merma
sus posibilidades vitales. Es muy probable que estos niños/as sean adultos/as pobres en
el futuro dadas las escasas oportunidades vitales que se les ofrecen en los primeros años
de vida.
No se trata en absoluto de una relación directa, es decir, ser familia monoparental
no significa vivir en la pobreza, sino que esta circunstancia llega por la conjunción de
la estructura familiar con otras variables como la clase social, el empleo del progenitor
responsable, la procedencia del padre/madre... Pero sí se puede asumir que la mono-
parentalidad es un elemento de riesgo en la calidad de vida de sus protagonistas.
En definitiva, aunque todavía la mayoría de la población en la sociedad occidental
vive en lo que podríamos denominar familia tradicional, el incremento del número de
nuevas familias, pero sobre todo la aceptación generalizada de la diversidad familiar (a
pesar de las reticencias procedentes de algunos sectores de la población) es cada vez
más importante.
Hemos pasado de una familiar tradicional con una clara diferenciación de los roles
de género —también de edad— y de carácter público a un modelo menos claro en el
que el control social sobre cómo las personas han de organizar su vida privada ha de-
jado de ser legítimo. Nos encontramos además de con las familias tradicionales, con
familias monoparentales, uniones de hecho, familias reconstituidas, parejas de doble
ingreso, parejas que no conviven (living apart together), familias transnacionales, familias
homoparentales... La pluralización de las formas familiares es tan significativa que he-
mos de dejar de hablar de familia para hacerlo de familias.
temas de protección social elaborados por parte de un Estado con débil penetración en
la sociedad civil y muy desprestigiado, en gran medida por su pasado autoritario que
sigue pautas de clientelismo político. Pero, sobre todo, se diferencia del resto de regí-
menes de bienestar por el marcado sesgo familiarista de las dinámicas de provisión del
bienestar. La familia, en sentido extenso, se ha convertido en estos territorios la prin-
cipal red de protección de la población contra los riesgos sociales, adoptando el Estado
una función plenamente subsidiaria (Naldini, 2003).
Paradójicamente, a la importancia que tiene la familia en nuestro sistema de valores
el apoyo por parte de la Administración es muy limitado. De hecho, son los países de
la Unión Europea de los 27 con menor inversión en medidas de protección social a la
familia e infancia. En el caso español, el de menor nivel de gasto, se destina un 1,5 %
del PIB en 2008 cuando la media europea se sitúa en el 2 %, y encontramos países
como Dinamarca con un 3,8 % (Eurostat, 2011). Una ausencia del Estado como pro-
veedor de servicios de proximidad a las familias que obliga a que las personas descansen
su bienestar en la familia, en la que la mujer tiene un papel preponderante todavía hoy,
a través del cuidado de niños, mayores y enfermos, el apoyo material cotidiano o en-
contrar un empleo.
No es extraño que la familia aparezca constantemente como la institución más va-
lorado por los españoles y se fortalezcan sus relaciones a través de una sociabilidad
continuada basada en muchos casos en esta misma provisión de servicios. Es decir, si
son los abuelos/as los que cuidan a los nietos/as, la relación entre padres y abuelos/as
será, por necesidad, mucho más cercana, diaria. Esta situación tiene como consecuencia
que la familia prolongue su capacidad de socialización más allá de las paredes del hogar
así como a lo largo del ciclo vital. Como también implica la posibilidad de conflictos
entre los contenidos y modos de socialización, es decir que padres y abuelos/as trans-
mitan diferentes valores y estilos de socialización, una circunstancia que hace más
complejo si cabe este proceso.
La socialización no es un proceso homogéneo sino que depende de la posición en
la estructura social que ocupe la familia lo que marca tanto el mundo de significados
con el que se encare la vida cotidiana como un acceso diferenciado a las oportunidades
vitales. Este acceso diferenciado pasa por poder asumir una determinada educación, por
la calidad de la vivienda, las posibilidades en la gestión de la salud y del cuidado de la
dependencia, la red de amistades, el acceso al mercado laboral, entre otros muchos
factores. Variables estructurales como clase social, género y etnia mediatizan los valores
y normas que se inculcan reproduciendo la estructura social, a pesar de la capacidad
homogeneizadora de la cultura occidental contemporánea. En este sentido es impor-
tante apuntar el empeoramiento del nivel de vida que suele acompañar a las familias
monoparentales, tal y como hemos señalado con anterioridad, y que implica la sociali-
zación de niños y jóvenes en un estado de vulnerabilidad. En este caso el hecho de
formar parte de una determinada estructura familiar no solo puede implicar un adel-
gazamiento de las oportunidades vitales sino también unas determinadas percepciones
del mundo que acompañarán a la persona a lo largo de su vida.
por una razón física, de capacidad para jugar con ellos/as (un elemento esencial de la
socialización). Además, el aumento de la esperanza de vida que ha procurado un mayor
tiempo de presencia de la figura de los abuelos/as que, aunque no convivan en el mis-
mo núcleo familiar que los niños/as, se establece un contacto constante entre ellos/as
en gran parte fomentado porque suplen la ausencia de servicios de proximidad a las
familias. Las redes familiares en las que hay miembros de cuatro generaciones han de-
jado de ser un fenómeno. La experiencia de ser nieto/a, padre o madre y abuela/o está
más presente en nuestra vida cotidiana (Meil, 2003).
Además nos encontramos con un mercado de trabajo cada vez más exigente con los
trabajadores/as, con horarios más atípicos. El tiempo se convierte en un recurso escaso
sobre todo en familias con niños/as de corta edad, como veremos en el cuarto epígrafe.
El tiempo pasado por los progenitores con ellos/as es cada vez menor y se compite con
otros agentes de socialización, tanto dentro de la misma familia, como es el caso de los
abuelos/as, como fuera, con la escuela o los medios de comunicación. Además la menor
presencia de las mujeres en el hogar junto con el androcentrismo todavía imperante en
nuestra sociedad que menosprecia los conocimientos domésticos que de generación en
generación se han trasmitido tradicionalmente de manera oral de madres a hijas con-
lleva su pérdida.
Esta menor presencia de la mujer en el hogar ha sido ampliamente cuestionada,
desde posturas conservadoras y patriarcales, como una dejación de la función sociali-
zadora de madres, sobre todo, pero también padres. Así se critica que la familia ya no
transmite a los jóvenes valores como el esfuerzo, la disciplina, el respeto... y eso, desde
esta perspectiva, es una clara muestra de que el sistema no funciona.
El cambio en las estructuras familiares ha influido en la capacidad y en las dinámi-
cas de la familia como agente de socialización. Un cambio que en primer lugar genera
incertidumbre, puesto que supone la dificultad de obtener respuestas ya conocidas a la
realidad. Hay muchos elementos nuevos, que todavía están en proceso de cambio in-
cluso, lo que requiere reflexión, negociación, consenso. Estamos hablando de prácticas
pero también de la manera de referirnos al universo familiar y con ello de la construc-
ción de las identidades familiares. Las cuestiones que surgen ante el cambio familiar
son muy diversas pero a la vez muy cotidianas. Nos planteamos con frecuencia cues-
tiones como si seré un buen padre/madre y qué significa eso. Cuándo quiero, o me
conviene, tener hijos/as. Cómo abordaré con mi hijo/a la cuestión de la paternidad si
lo he tenido sola y con ayuda de la reproducción asistida. Ante la ruptura del matrimo-
nio de mi hijo qué relación mantendré con mis nietos/as, y con mi exnuera. Cómo
llamo al marido de mi madre, etc. Toda una serie de preguntas que ponen de manifies-
to la dificultad de mantener algún tipo de certezas no solo respecto el mundo laboral o
el futuro sino también respecto nuestras familias, como bien apuntan Moncó y Rivas
(2007: 2):
Y ante esta circunstancia hemos de pensar que el parentesco es una red de posicio-
nes y de roles adscritos a esas posiciones que ahora, con la transformación de la familia,
• las reticencias mostradas por buena parte del profesorado respecto la inter-
vención de las familias en el proceso educativo;
• la falta de reconocimiento por parte de la escuela de la diversidad familiar;
• la relación entre el cambio familiar y el rendimiento académico.
Son muy frecuentes las críticas que recibe la familia por parte de un sector del pro-
fesorado. Estas críticas se sustentan en la dimisión de las familias en la socialización de
valores básicos para la convivencia delegando esta responsabilidad en la escuela y, por
tanto, en los maestros/as, así como una actitud negativa ante la cultura académica. Ante
esta situación, en muchas ocasiones, los docentes se sienten desbordados al verse obli-
gados a realizar funciones que, consideran, no les corresponden. En gran medida esta
afirmación tiene una base empírica contrastable puesto que, a pesar de la valoración
positiva de la importancia de la educación por parte de los padres y madres, su partici-
pación es puntual y escasa. Sin embargo, como apuntan diversos autores, en esta situa-
ción influyen muchos factores que matizan la consideración de la abdicación de las
familias en la educación de los niños/as.
En primer lugar, hemos de considerar el cambio de valores de la sociedad occiden-
tal que tiene como consecuencia una menor participación en los movimientos sociales
tradicionales, como podría ser considerado el asociacionismo de padres y madres de
alumnos/as. Una transformación que no solo afecta a los progenitores, como hemos
señalado, sino también al profesorado que se siente cada vez más alejado de los valores
que inspiraron este movimiento.
El estatus del maestro/a también se ve afectado por el cambio cultural que se está
dando en nuestra sociedad. Se trata de una figura cada vez más cuestionada y despres-
tigiada a pesar de la mejora general que se ha producido en sus condiciones laborales
en los últimos tiempos. En este proceso hay que considerar la evolución del perfil de
los progenitores resultando más frecuente que los interlocutores de los docentes tengan
un nivel de estudios igual o superior al suyo estableciéndose una relación más simétri-
ca, disminuyendo así la importancia del conocimiento como fuente de su autoridad.
Hoy los padres y madres difícilmente están dispuestos a aceptar incondicionalmente las
decisiones de los docentes respecto la educación de sus hijos/as. Frente esta situación
la reacción de una buena parte del profesorado es blindarse, alzar fronteras que impi-
dan la intervención y el cuestionamiento de su ejercicio del oficio. Por tanto, la dificul-
tad de la entrada de los progenitores en el proceso decisorio de las escuelas es, depen-
diendo de las características del centro, de los padres y de los profesores, significativa.
Junto a estas reticencias por parte del profesorado encontramos en la aproximación
de la escuela a la familia sus manifiestas dificultades en el reconocimiento de otras for-
mas de vida y de entender el mundo, de otras culturas en el aula.
La familia está cambiando su perfil. Cada vez es más frecuente encontrar estudian-
tes que pertenecen a una familia monoparental, reconstituida o niños/as que han lle-
gado al país a través de una adopción internacional. La diversidad familiar se entrecru-
za además con otras variables como la clase social, el lugar de procedencia o el nivel
educativo de los progenitores dibujando una compleja realidad diaria en las aulas con
la convivencia cotidiana de diferentes representaciones y prácticas culturales.
En el caso de la escuela, a diferencia de la familia, esta transformación no ha sido
de tal magnitud y en general se mantiene la cultura escolar tradicional basada en la
idea de la familia tradicional, idealizada en muchas ocasiones. Pocas veces se muestra
la escuela proclive a reconocer otras realidades culturales diferentes a la establecida y
así lo ponen de manifiesto los protagonistas de las denominadas formas familiares
emergentes quienes no se sienten en absoluto representados en determinadas prácticas
escolares todavía basadas en la familia biparental, heterosexual y de procedencia local.
Las necesidades y las percepciones de estas nuevas familias no cuadran con la cul-
tura escolar establecida y reclaman mayor un reconocimiento: presencia en los libros
de texto, en el currículo, en la reconsideración de la organización de determinadas ac-
tividades (por ejemplo, el día del padre o de la madre), la flexibilidad en los horarios
de las reuniones informativas, la apertura de las escuelas a otros parientes... es decir
elementos que reconozcan la diversidad y que permita a estas familias acercarse a la
realidad escolar. Y no solo le ocurre, como ponen de manifiesto muchos autores, res-
pecto la diversidad familiar sino también respecto la cultura de clase obrera así como la
diversidad cultural que ha generado los procesos migratorios de los últimos años.
Son muchas las voces que abogan por un cambio en la práctica docente y en la or-
ganización de los centros educativos más sensible a la diversidad, por realizar el esfuer-
zo de integrar elementos de estas nuevas formas de conviven en la cultura escolar. Un
objetivo que se facilitaría con la formación de los docentes, presentes y futuros, en el
análisis de la diversidad familiar y cultural.
Y por último, es necesario abordar la relación que se suele establecer entre cambios
familiares y fracaso escolar o menor rendimiento académico. La menor presencia de la
madre en el hogar, el pretendido debilitamiento de las relaciones de parentesco, el di-
vorcio, la monoparentalidad, son para muchos las causas de un empeoramiento de los
resultados académicos. A pesar de que es escasa la investigación realizada en este sen-
tido, y de que suele existir una cierta correlación positiva entre cambio familiar y dis-
minución del rendimiento, no hay que olvidar que nos estamos refiriendo a realidades
sociales muy complejas en las que la estructura familiar se entrecruza con otras variables
como las condiciones económicas que pueden influir decisivamente en estos resultados.
En el caso de la monoparentalidad, uno de las formas familiares en las que encon-
tramos un número mayor de investigaciones, en general no es correcto identificarla
directamente como un factor de riesgo para el logro educativo. Estudios científicos rea-
lizados muestran que, una vez controlado el efecto de la situación económica, no se
aprecian diferencias significativas entre niños/as procedentes de familias biparentales y
monoparentales.
Por tanto, sería necesario tener en cuenta otras variables como la clase social, la
situación del Estado de bienestar, la etnia, la discapacidad... para poder hablar de la
relación entre diversidad familiar y fracaso escolar.
desarrollados. Es cada vez más evidente la necesidad de hacer compatibles los horarios
del trabajo remunerado, de la familia y de la escuela.
Es el tiempo laboral el que se erige como elemento central en la organización de
todos los horarios de la cotidianidad de las familias. La organización de este horario no
es ajena en absoluto a la gran precarización que está viviendo en sus formas el empleo:
atipicidad, nocturnidad, imprevisibilidad, prolongación de las jornadas tanto formal
como informalmente, trabajo por turnos, trabajo en festivos, etc. Formas que eviden-
cian la falta de control de los trabajadores/as sobre su tiempo de trabajo y, por exten-
sión, sobre su tiempo de vida.
En consecuencia, los tiempos en la convivencia familiar se resienten, sobre todo
ante la mayor presencia de la mujer en el mercado de trabajo, tradicional encargada
del cuidado del hogar-familia. La coordinación en las comidas, el cuidado de los enfer-
mos/as, mayores y niños/as —que cuentan con necesidades rígidas e imprevisibles, es
decir, la fiebre de un niño/a no puede ser negociada y aplazada, se debe atender aunque
no se hubiera contado con ella—, los compromisos sociales de carácter familiar... o sen-
cillamente la gestión diaria de la convivencia se convierte en una pesada carga para
muchas familias, sobre todo, para muchas mujeres.
Precisamente la incompatibilidad del trabajo productivo y reproductivo ha entrado
de pleno -con diferencias significativas en cronología, concepción y resultados— en la
agenda política de los países europeos. El Acuerdo de Lisboa de 2000 situó como obje-
tivo a alcanzar para 2010 un 60 % de la participación femenina en el trabajo remune-
rado en los estados miembros de la Unión Europea. Este tipo de objetivo ha de conlle-
var necesariamente una nueva problemática de necesaria solución: la necesidad de la
conciliación por parte de estas trabajadoras de sus responsabilidades profesionales con
el cuidado del hogar-familia, sobre todo si tenemos en cuenta la manifiesta reticencia
que nos muestran todos los estudios realizados de que los varones asuman parte de
estas responsabilidades.
Ante esta conciliación existen diversas estrategias que varían según los valores y
tradiciones existentes. Por ejemplo, en países de corte familiarista estas estrategias pasan
por la delegación del cuidado en otras mujeres de la familia mientras que en países con
una mayor presencia del Estado en la gestión del bienestar de la ciudadanía, como es
el caso de los Países Nórdicos, la conciliación se fundamenta en el uso de los diferentes
servicios de proximidad existentes.
En el caso español y respecto al Estado de bienestar, existen dos líneas de acción
estatal en esta dirección: la educación infantil, en especial en el tramo comprendido
entre los cero y los tres años, y las licencias parentales, es decir, ausencias reguladas —a
través de compensaciones económicas y derechos de protección social— del puesto de
trabajo para atender el nacimiento y la crianza de los hijos. Es la educación infantil la
opción más transitada, en gran medida porque en nuestro medio están muy poco de-
sarrolladas las licencias parentales. Las líneas de estas unidades educativas son dos:
entre 0 y 3 años, la de menor incidencia en nuestro país, y de entre 3 y 6 años, más
generalizada, de hecho se encuentra integrada en el sistema general de enseñanza y,
por tanto, la cobertura es más amplia que la del primer tramo. En el caso del primer
tramo, la tasa de cobertura durante el curso 2007/08 en el conjunto del estado era del
39 % (Elaboración propia, datos del Ministerio de Educación y del Padrón municipal de
habitantes). Una cifra importante pero que deja al 60 % de los niños/as españoles entre
0 y 3 años desatendidos.
a) Calendario escolar.
El conflicto manifiesto acerca del calendario escolar toma forma en el
largo periodo de vacaciones estivales, uno de los más prolongados de Euro-
pa, junto con un periodo de jornada intensiva que trastoca la organización
de las familias respecto la escuela.
Igualmente resulta complicado para las familias un calendario escolar
irregular con festividades variables que conlleva una variabilidad en los tri-
mestres escolares y, por tanto, ruptura en el ritmo de trabajo.
b) Horario escolar
El horario escolar es claramente incompatible con la gran mayoría de
horarios laborales de las familias. Se sufre la rigidez en las horas de entrada
y salida de la escuela, el prolongado espacio a mediodía, el desajuste por
niveles y, por tanto, entre hermanos/as, la diferencia horaria entre la escue-
la pública y la privada y los horarios de tutorías.
c) Actividades extraescolares
Y, por último, se refiere el autor a las actividades extraescolares como un
instrumento de conciliación, ya que permite alargar la jornada de los niños/
as, y de apoyo o ampliación del currículo escolar. Sin embargo pueden ge-
nerar más descoordinación en los horarios de las familias así como una in-
terferencia en las necesidades vitales y escolares de los niños/as. Además no
suelen ser actividades baratas, por tanto, introducen desigualdad entre las
familias.
5 Síntesis
En este capítulo hemos analizado las relaciones de la familia con la educación de niños/
as y jóvenes, una familia que ha sufrido una profunda transformación a partir del pro-
ceso de privatización e individualización que vivimos en las sociedades occidentales
desde el inicio de la industrialización.
Esta transformación conlleva la emergencia de nuevas formas familiares que si bien
no son completamente nuevas en sus formas, sí en gran parte de sus características
definitorias y en sus significados e implicaciones en la vida cotidiana de sus miembros.
El nuevo perfil familiar necesariamente influye en los contenidos y modos de la
socialización, una circunstancia que tiene una doble lectura. Para algunos autores se
trata de un escollo insalvable que representa la negligencia de la familia en el ejercicio
de la que se considera su principal función. Y, por tanto, esta función socializadora la
deberán asumir otros agentes, entre ellos y de manera importante, la escuela. En el polo
opuesto encontramos la interpretación de que el cambio supone una oportunidad para
vivir nuevas sendas más centradas en el individuo —no necesariamente individualis-
ta— y, por tanto, más equilibradas.
Escuela y familia son los dos agentes fundamentales en la socialización de niños/as
y jóvenes. Su relación sin embargo no es fácil. Desde la construcción de expectativas y
dinámicas no siempre convergentes, sobre todo si tenemos en cuenta la influencia de
la estructura social en las mismas, las vías de aproximación no están todo lo transitadas
que deberían para conseguir una comunidad educativa más equilibrada y democrática.
Hemos abordado la relación de la familia y la escuela desde tres cuestiones en cuya
base se encuentra siempre un factor elemental: la posición que se ocupe en la estruc-
tura social. Los puntos tratados son:
das con la estructura social, solo así se pueden hacer interpretaciones ajusta-
das de la influencia que puede tener vivir en una determinada estructura
familiar y el resultado educativo.
• Y acabamos el capítulo refiriéndonos a una cuestión fundamental en la socie-
dad actual: la conciliación entre el trabajo remunerado y el cuidado del hogar-
familia. Una cuestión que ha entrado al debate social y político precisamente
por la diversificación de las formas familiares y que en muchas ocasiones di-
ficulta la relación de estas familias con la escuela.
Bibliografía recomendada
Beck, U. y Beck-Gernsheim, E. (2001): El normal caos del amor. Las nuevas formas de la relación amo-
rosa. Barcelona: Paidós.
Beck-Gernsheim, E. (2003): La reinvención de la familia. En busca de nuevas formas de convivencia.
Barcelona: Paidós.
Flaquer, L., Almeda, E. y Navarro, L. (2006): Monoparentalidad e infancia. Barcelona: Fundación
La Caixa
Garreta, J. (ed.) (2007): La relación familia-escuela. Lleida: Universitat de Lleida.
Pérez-Díaz, V., Rodríguez, J. C. y Sánchez, L. (2001): La familia española ante la educación de sus
hijos. Colección Estudios Sociales, núm. 19. Barcelona: Obra Social La Caixa.
Actividades
1. Como hemos apuntado en el texto uno de los debates de mayor vigencia es la
dificultad para conciliar horarios escolares, familiares y laborales. Haz la prueba
de apuntar durante dos días de la semana (uno laborable y otro festivo) las ac-
tividades que tú y tu familia realizáis a lo largo del día y el tiempo que necesitáis
para cada actividad. Después observa cuál es la distribución horaria y el nivel de
coordinación de los tiempos de los diferentes miembros de la familia y de estos
con otros ámbitos. ¿Qué conclusiones extraes? ¿Cuáles son las estrategias que
implementáis para hacer compatibles los diferentes horarios?
2. Compara las formas familiares de las familias de origen de tu grupo de amigos.
Tras eso pregúntales cómo se imaginan su futuro familiar. Qué líneas de análisis
encuentras en sus respuestas. ¿Cómo crees que influye, si es que lo hace, el pro-
ceso de individualización en los proyectos vitales de diferentes generaciones?
3. Analiza el funcionamiento de los órganos oficiales de participación familiar en
una escuela de tu municipio.
4. Intenta planificar diferentes acciones que la escuela puede emprender para fa-
cilitar el reconocimiento de la diversidad familiar.