La Ceguera Es Como El Mar
La Ceguera Es Como El Mar
La Ceguera Es Como El Mar
Para este propósito, un perro, paradigma del amor incondicional y la fidelidad a toda
prueba, se erige en nuestro visor privilegiado. A través de su sentido de orientación y su
lectura perspicaz de los hechos, mas que de su vida semivelada por la ceguera, asistimos
a los hechos revelados. En esta obra, una ficción se gesta al interior de otra. El
componente fantástico se erige valido, admisible. Aquí, la ternura y la sensibilidad operan
como el centro mismo d lo dicho.
[ CITATION Gab17 \l 3082 ] La madre Teresa de Calcuta dijo alguna vez que “la
primera necesidad del ser humano era comunicarse”. Yo añadiría que es la última
necesidad también. La comunicación es una necesidad desde que nacemos hasta
que morimos, de hecho, cuando un familiar o un amigo mueren, más que la
muerte en sí, lo que nos angustia y desconcierta es la ruptura violenta de la
comunicación.
A diario las relaciones humanas precisan de comunicación. No dejamos de
comunicar incluso cuando no nos comunicamos, porque al no comunicarnos ya
estamos comunicando algo. Somos seres comunicantes por naturaleza, la
comunicación nos humaniza y es la esencia de nuestra sociedad.
Bibliografía:
[ CITATION Gab17 \l 3082 ]
Aldous Huxley.
Luego empecé a llorar para celebrar mi llegada a este mundo raro. El comienzo de algo.
Sombras y siluetas se podían distinguir desde la luz temprana. Pero encontrar la ternura de mamá
era lo mejor. Esa silueta amable que nos envolvía con su calor y la oscuridad se convertía más
amigable que antes. De tal modo que fui creciendo y ya no veía la necesidad de arrastrarme, sino
de estrenar mis pequeñas extremidades en el noble acto de andar.
Ya después mis orejitas se pudieron erguir solas, motivadas por esos pasos amorosos que mi
madre hacia al volver con nosotros, para envolvernos en su amor.
Luego descubrí que no podía jugar al igual que mis hermanos lo hacían, todavía no podía
distinguir muy bien las cosas, eso me ponía triste y solitario a un lado de la felicidad que ellos se
regalaban. Mi madre confundía mi llanto con hambre, pero no lo era, eso era miedo, miedo en
este estado liquido que nacía desde mis ojitos nobles. Nadie entendía mi drama ni mi terror.
Mi madre debió observarme con oscuridad, que luego, con su lengua me limpio esa oscuridad
tanto que volvió nuevamente esas siluetas. Y por fin pude ver a mis hermanos. También a mamá la
conocí. ¡Era hermosa, como una deidad! Bellísima, como el tamaño de la amistad que los años no
pueden romper. Mis hermanos se parecían también a mi madre, eran blancos como las gaviotas
extraviadas que a veces se posaban sobre las ramas a disputar algún fruto a otra ave. Éramos
cinco, ese día me regalaron tanta alegría.
La última cena
Entrenamientos
Competiciones
El perro tuerto
La cicatriz
La reina
El príncipe
Los visitantes
La promesa eterna
El forastero