Maria Magdalena
Maria Magdalena
Maria Magdalena
’ Magdalena
De apostol,
’ a prostituta y amante
Maria
’ Magdalena
De apostol,
’ a prostituta y amante
Isabel Gómez-Acebo
Carmen Bernabé
Mercedes Navarro
Mar Marcos
Juana Torres
Diana Rocco
Ángela Muñoz
Mª Leticia Sánchez Hernández
Honora Chapman
Desclée De Brouwer
© Isabel Gómez-Acebo, Carmen Bernabé, Mercedes Navarro, Mar
Marcos, Juana Torres, Diana Rocco, Ángela Muñoz, Mª Leticia
Sánchez Hernández, Honora Chapman, 2007
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
Isabel Gómez-Acebo
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INTRODUCCIÓN
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INTRODUCCIÓN
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INTRODUCCIÓN
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INTRODUCCIÓN
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Maria ’ Magdalena
y los siete demonios
Carmen Bernabé
Facultad de Teología. Universidad de Deusto
Carmen Bernabé
1. Agradezco a la editorial Bill el permiso que amablemente dio para publicar este artí-
culo, aparecido originariamente con el título “Mary Magdalene and the Seven Demons
in Social-Scientific Perspective”, en I. R. Kitzberger (ed.), Transformative Encounters. Jesus
and Women Re- viewed. Leiden: Brill, 2000, pp. 203-223. El artículo ha sido revisado y refor-
mado para su publicación en castellano.
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Introducción
2. Cfr. H. Haag, El Diablo. Su existencia como problema (Barcelona: Herder, 1978), p. 30.
3. C. Bernabé Ubieta, María Magdalena. Sus tradiciones en el cristianismo primitivo (Este-
lla: Verbo Divino, 1994. Reeditado 2006), pp. 191-201.
4. El término daimonion aparece en Mc 13 veces; en Mt 11 veces; en Lc 22 veces; Jn 6
veces. Pneuma poneron, Mt 1 veces; Lc 3 veces; Act 4 veces.
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MARÍA MAGDALENA
5. Cfr. J.J. Pilch,”Sickness and Healing in Luke-Acts”, en J. H. Neyrey (ed.), The Social
World of Luke-Acts. Models for Interpretation. Peabody, MA: Hendrickson 1991, pp. 196-97.
Ahora se puede encontrar en J.J. Pilch, Healing in the New Testament. Insights from Medical
and Mediterranean Anthropology. Minneapolis: Fortress Press, 2000.
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MARÍA MAGDALENA Y LOS SIETE DEMONIOS
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MARÍA MAGDALENA
I. Demonios y posesiones
1. Los demonios y los espíritus en la mentalidad antigua
En el período helenístico, el término neutro daimonion (pl. daimonia)
era preferido al de daimôn (pl.daimones) porque este último había lle-
gado a denominar unos seres semi-divinos muy relacionados con
los espíritus de los muertos. Y así, en el mundo greco-helenístico, el
término demonios (daimonia) pasó a indicar toda una serie de fuer-
zas personificadas que rodeaban al ser humano y que podían influir
y controlar su existencia para bien o para mal. Los demonios malig-
nos –los más abundantes y la única clase mencionada en el Nuevo
Testamento– podían dañar las posesiones y la vida de las personas,
produciéndoles enfermedades y desgracias, e incluso llegando a
dirigir su actuación al introducirse en su interior. Estas ideas se
encontraban enraizadas en las creencias animistas más ancestrales.
En los Sinópticos y en Hechos, al igual que en los Tanaítas, se pen-
saba que los demonios podían hacer daño al cuerpo y a la vida de
las personas, pero, aunque se creía que eran la causa de ciertas
enfermedades, a diferencia de lo que sucedía en el mundo griego no
se les consideraba seres intermedios entre Dios y la humanidad, ni
en relación con los espíritus de los antepasados. En época neotesta-
mentaria se les denominó también espíritus (pneumata) y se los cali-
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MARÍA MAGDALENA Y LOS SIETE DEMONIOS
6. Cfr. W. Foerster, “Daimôn”, in Grande Lessico del Nuovo Testamento (Brescia: Paideia,
1966), II, 741-790.
7. B. Malina y R. Rohrbaugh, Social-Science Commentary on the Synoptic Gospels
(Minneapolis: Fortress Press, 1992), p. 312.
8. Cfr. J. Pilch, “Power”, en J. Pilch y B. Malina, Biblical Social Values and theirs Meaning.
A Handbook (Peabody, MA: Hendrickson, 1993), p. 141. P.W. Hollenbach, “Jesus, Demo-
niacs, and Public Authorities: A Socio-Historical Study”, Journal of the American Academy
of Religion 49 (1981) 570-572. S. Guijarro, “The Politics of Exorcism: Jesus’ Reaction to
Negative Labels in the Beelzebul Controversy”, Biblical Theology Bulletin 29 (1999) 118-
129.
9. Cfr. H. Haag, El Diablo..., p. 119.
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MARÍA MAGDALENA
10. También he estudiado este tema en caso del endemoniado de Jerasa, en “El ende-
moniado de Jerasa desde la antropología cultural”, pp. en R. Aguirre, Los milagros de Jesús
Perspectivas metodológicas. EVD, Estella 2002, pp. 93-120.
11. DSM-III (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders. American
Academy of Psiquiatry, 1987).
12. Cfr. F.W. Putman, Diagnosis and Treatment of Multiple personality Disorder (Nueva
York/Londres: The Gilford Press, 1989); and also, C.A. Ross, Dissociative Identity Disorder.
Diagnosis, Clinical Features, and Treatment of Multiple Personality (Nueva York: John Wiley
& Son, 1997 (rev. de la 1ª ed. 1989).
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13. Cfr. I. Lewis, Ecstatic Religions. A Study of Shamanism and Spirit Possession. Lon-
dres/Nueva York: Routledge, 1989 (1ª ed. 1971, Penguin Books), pp. 32-59.
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14. Las culturas en las que se dan estas posesiones periféricas se caracterizan por tener
una estructura en la que las mujeres, a quienes se les niega la igualdad y ocupan posi-
ciones periféricas en un sistema donde los varones monopolizan las posiciones de poder.
En apoyo de esta deducción que ha sido hecha tras numerosos estudios comparativos,
están los casos opuestos de aquellas culturas en las que las mujeres comparten los pues-
tos de responsabilidad con los varones, y en las que el fenómeno de las posesiones no se
da. R. Kraemer en su obra Her Share of the Blessings. Women’s Religions Amongs Pagans,
Jews, and Christian in Graeco-Roman World (Nueva York/Oxford: Oxford University Press,
1992), p. 48, describe la relación entre la mayor posibilidad de actuación pública de las
mujeres en la época helenística y la disminución de los cultos extáticos, como las baca-
nales, entre las mujeres –al menos en sus expresiones más duras–.
15. Cfr. C.S. Kessler, “Conflict and Sovereignty in Kelantanase Malay Spirit Séances”, en
V. Crapanzano y V. Garrinson (eds.), Case Studies in Spirit Possession (Nueva York: Wiley,
1977), p. 316, citado por I. Lewis, Ecstatic Religions..., p. 76. Otro estudios que corroboran
estos resultados: Suryani, L. y Jensen, G., Trance and Posesión in Bali. A Window on Western
Multiple Personality, Possession Disorder and Suicide. Oxford: Oxford University Press 1995.
Ward, C.A. y Beaubrum, M.H., “The Psychodynamics of Demon Possession”. Journal for
Scientific Study of Religion 19 (1980), p. 201-207.
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16. Precisamente son las mujeres viudas, estériles, divorciadas las más propicias a sufrir
el mal histérico según los médicos de la antigüedad como Hipócrates o Galeno. Cfr. D.
Gourevich, Le mal d`etrê femme. La femme et la médicine dans la Rome antique (París: Societé
d`edition “les belles lettres”, 1984, pp. 117-119).
17. “Una interpretación espiritual ampliamente extendida de los problemas femeninos
comunes a muchas culturas cuyo diagnóstico y tratamiento da a las mujeres la oportuni-
dad de alcanzar fines (materiales y no materiales) que no pueden ser asegurados rápida-
mente de forma más directa”, (traducción propia) Cfr. I. Lewis, Ecstatic Religions..., p. 77.
18. Cfr. D. Gourevitch, Le mal d`etrê femme..., pp. 113-128; Also, M. MacDonald, Early
Christian, Women and Pagan opinion. The Power of the Hysterical Women (Cambridge:
Cambridge Univ. Press, 1996), p. 1-3. 102-109 [trad. esp. La mujer en el cristianismo primiti-
vo y la opinión pagana, EVD, Estella 2005].
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MARÍA MAGDALENA
19. Los estudios antropológicos con pueblos de todos los continentes y de culturas pre-
industriales en los cuales aparece el fenómeno de las posesiones, han mostrado cómo los
espíritus periféricos que poseen a estas mujeres exigen a sus maridos, hermanos, o
padres... aquello que las poseídas sienten que les falta. Por medio de estas posesiones,
que en ningún momento se afirma que sean fingidas, quienes las sufren –en este caso las
mujeres– consiguen atención sobre su situación. A veces es una forma rebelarse y de cas-
tigar –económicamente o por las molestias causadas– a quienes son responsables de las
situaciones de opresión, explotación, y marginación.
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27. Cfr. D. Gourevitch, Le mal d`etrê femme...,pp. 113-127; también, M. MacDonald, Pagan
Opinion..., p. 3, nota 7.
28. D. Gourevitch, Le mal d`etrê femme..., p.128. “Puede ser que puesto que los médicos han
sido todos hombres, no hayan podido cuestionar sus propios encuentros con las mujeres y, en con-
secuencia, su papel en las causas de esas manifestaciones patológicas. Pues la mujer no era histé-
rica porque tuviera un útero sino porque le faltaba un hombre o porque no tenía lo que ella echa-
ba en falta”.
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33. A. Schürman, Das Lukasevangelium (Freiburg: Herder, 1969), pp. 445ff. Este autor
cree adivinar un bloque de narraciones sobre mujeres (7,11-17; 7,36-50; 8,1-3).
34. Véase el estudio de M. MacDonald, Las mujeres en el Cristianismo primitivo y la opinión
pagana. El poder de la mujer histérica, EVD, Estella 2004. Ídem, “Was Celsus Right ¿The Role
of Women in the Expansion of Christianity”, en D. Balch y C. Osiek (eds.), Early Christian
Families in Context..., pp. 157-184. R. Stark, El auge del cristianismo. Ed. Andrés Bello,
Barcelona 2001.
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35. M.R. D’Angelo, “Women in Luke-Acts: A Redaccional View”, JBL 109/3 (1990)
441-461.
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38. Porné es un término muy poco utilizado en el N.T.: Lucas una vez, Mateo lo hace 2
veces, Marcos y Juan ninguna, y Pablo 2 veces. Porneia, también aparece pocas veces en
el N.T. y no es utilizada ninguna vez por Lucas.
39. B. Malina, El mundo del N.T. Perspectivas desde la antropología cultural. EVD. Estella
1995.
40. K. Corley, Private Women, Public Meals. Social Conflict in Synoptic Tradition. Peabody,
MA.: Hendrickson 1993. C. Osiek y M. MacDonald, A Woman Place. House Churches in
Earliest Christianity. Fortress Press, Minneapolis 2006, pp. 95-117. Dale B. Martin, “Slave
Families and Slaves in Families” en D. Balch y C. Osiek (eds.), Early Christian Families in
Context: An Interdisciplinary Dialogue. Eedermans, Grand Rapids 2003.
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de Juan Marcos aparece como cabeza de una casa donde está reu-
nida una comunidad (Hch 12,12). Prisca ejerce su función de maes-
tra en la casa, aunque la casa vaya cambiando de ciudad (Hch
18,18.26)43. Todas ellas aparecen en relación y en el ámbito de la
casa, aunque su servicio de diakonia se dirige a un círculo más
amplio que su grupo familiar como parece ser el ámbito de la co-
munidad. No se puede olvidar la importancia de la casa, como
novedad de los seguidores de Jesús, en la obra de Lucas44. Ella es el
lugar favorito de enseñanza y sanación en el ministerio de Jesús y
de sus seguidores.
Volviendo al sumario de 8,1-3, se puede decir, por tanto, que el tema
del servicio con sus bienes (uparjonton), un término característico
de Lucas45, pertenece a su redacción. Más que con la situación de las
discípulas de primera hora, y en concreto con María Magdalena,
tiene que ver con la situación de su comunidad donde parece haber
personas con recursos, muchas de ellas mujeres. Sabemos por otras
fuentes –incluso por Pablo– que en las comunidades había mujeres
patronas que contaban con recursos suficientes para apoyar a la
comunidad. Muchas veces esos recursos eran fruto de su trabajo,
como es el caso de Lidia, la comerciante en púrpura, quien, a juzgar
por su oficio, pudo ser una liberta46. Parece que Lucas deja ambiguo,
intencionadamente, el pasaje. El servicio con los bienes se apunta
como una forma de seguimiento para un tipo de mujeres a las que
43. J.M. Van Cangh, “La femme dans l’Evangile de Luc”, EthL 24 (1993), p. 297-324.
44. J.H. Elliott, “Temple versus Household in Luke-Acts: A Contrast in Social Institu-
tions”, pp. 211-240 en J. Neyrey (ed.), The Social World of Luke-Acts. Models for Interpreta-
tion. Peabody, Hendrickson 1991.
45. Este término aparece en Lucas 15 veces y 25 veces en Hechos (frente a las 3 veces que
aparece en Mateo y a ninguna en Marcos y en Juan).
46. S. B. Pomeroy, Diosas, rameras, esposas y esclavas. Mujeres en la antigüedad clásica. Bar-
celona: Akal /Alianza Universidad 1987, pp. 213-228, en concreto, p. 223. C. Osiek y M.
MacDonald, A Woman Place. House Churches in Earliest Christianity. Fortress Press,
Minneapolis 2006, pp. 95-117. Dale B. Martin, “Slave Families and Slaves in Families” en
D. Balch y C. Osiek (eds.), Early Christian Families in Context: An Interdisciplinary Dialogue.
Eedermans, Grand Rapids 2003.
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47. A. Kleinman, Patients and Healers in the Context of Culture. Berkley: University of
California 1980. A. Young, “The Anthropologies of Illness and Sickness”, ARA 11 (1982)
257-85; P. Worsley, “Non- Western Medical Systems”, ARA 11 (1982) 315-348.
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48. Para un estudio amplio y profundo del tema de las enfermedades de las mujeres
desde esta perspectiva y su aplicación a la exégesis evangélica, véase E. Estévez, El
poder de una mujer creyente. Cuerpo, identidad y discipulado en Mc 5,24b-32. EVD, Estella
2003, p. 73.
49. E. Estévez, El poder de una mujer creyente, p. 129.
50. J.J. Pilch, Healings in the New testament. Insights from Medical Anthropology and Medi-
terranean Anthropology.Fortress Press, Minneapolis 2000.
51. J.J. Pilch, “Sickness and Healing...”, pp. 190-92.
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55. Esta es también la opinión de K. T. Seim, The Double Message. Patterns of Gender in
Luke-Acts (Edimburgo: T&T Clark, 1994), pp. 42-43.
56. B. de Géradon, “l’Homme a l’image de Dieu”, Nouvelle Revue Théologique 80 (1958)
683-695. Este esquema ha sido divulgado por B. Malina, El Mundo del Nuevo Testamento,
pp. 96-101.
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59. Cfr. W. Foerster, “Daimôn”, en Grande Lessico del Nuovo Testamento (Brescia: Paideia,
1966), II, 741-790.
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MARÍA MAGDALENA
Podemos decir también que en una sociedad como aquella, los sín-
tomas de posesión apuntan a un sentimiento de inadecuación a la
vez que dejan ver una protesta sorda e impotente. La relación entre
estos síntomas y el anhelo de una mayor autonomía en las mujeres
está atestiguada en ciertos cultos. El comportamiento denominado
frenético, con síntomas similares, se daba entre las bacantes. En su
caso era en momentos concretos y separados de la vida normal por
darse en el culto62.
Como en el caso de las enfermedades, la posesión conlleva un juicio
social y, a la vez, un medio de protesta inconsciente. Lucas define a
María Magdalena, por tanto, como una mujer que presenta un senti-
miento de inadecuación con los roles atribuidos a las mujeres y utili-
za el cuerpo para expresar esta queja. Aparece como el paradigma de
mujer inquieta e insatisfecha con el papel y lugar atribuido. Cuanto
mayor sea el sentimiento de rebelión contra las normas sociales y la
situación que se padece, mayor será la represión y la introyección.
Esta protege de esos impulsos, sentimientos, pensamientos, prohibi-
dos por las normas sociales que se aprenden en la socialización y que
en aquellas sociedades estaban legitimados teológicamente. No aca-
tarlos o hacerlo mal suponía un juicio religioso y divino.
Jesús sana63 a esta mujer expulsando los siete demonios que la ha-
cían impura y desviada, y la situaban fuera de la comunidad. Pero
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MARÍA MAGDALENA Y LOS SIETE DEMONIOS
64. Jesús en sus palabras y acciones cuestiona el concepto del honor que existía en aque-
lla sociedad, reivindicándolo para los espacios, tareas y valores atribuidos a las mujeres.
Y lo hace cuando él mismo aparece dentro de casa, cuando utiliza imágenes de mujeres
o de sus labores para hablar de Dios y del reino (15,8), o cuando asume roles propios de
mujeres (acoge a los niños, alimenta, muestra ternura, llora en público (15; 18,15-16;
19,41)), o cuando los propone como esenciales para el discipulado (servir). Pero además
cuestiona y redefine el papel de reproductora en que la encerraba el interés de la familia
patriarcal (Lc 8,19-21; 11,27-28), con lo que también quedan cuestionadas y redefinidas,
desde los valores del reino, las relaciones entre varón y mujer, y la consideración de la
misma familia.
65. J.J. Pilch, Biblical Social Values..., p. 141.
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2
Las Marias
’ del cuarto
evangelio: plural de
singulares en plural
Mercedes Navarro Puerto
U. P. Salamanca
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LAS MARÍAS DEL CUARTO EVANGELIO
se llamen igual?, ¿es el nombre el único rasgo que las vincula?, ¿tie-
ne el autor-narrador del evangelio un propósito para su público
oyente y/o lector? Intentaré responder en lo que sigue a éstas y
otras preguntas mediante la exégesis narrativa, con la perspectiva
diacrónica en la base1.
64
MARÍA MAGDALENA
3. Éste es el último y definitivo Signo con el que el narrador cierra el primero de los
Libros y con el que, a la par, abre el segundo, el Libro de la Pasión y Gloria.
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4. Interesante Dorothy A. Lee, The symbolic Narratives of the Four Gospel, JSOT Press,
Sheffield 1994, 188-226.
5. Hay tres escenas en sus momentos narrativos: 12,1-2: exposición; 12,3: puesta en mar-
cha del relato; 12,4-6: reacción de Judas (vv. 4-5) y aparte del narrador sobre Judas (v. 6); 12,7-
8: respuesta de Jesús.
6. Cf. Nuria Calduch-Benages, “La fragancia del perfume”, EstBib 48 (1990) 243-265.
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MARÍA MAGDALENA
7. Cf. W. Vogels, De la mort à la vie vers la mort, en Adéle Chene y col. De Jesus et des fem-
mes, París-Montreal, 1987, 162.
8. Es la primera vez que el cuarto evangelio utiliza el verbo servir y las otras dos veces
que aparece están en el mismo capítulo: 12,26a.26b. El sustantivo sólo se utiliza en Caná
referido a los que atienden a la mesa de las bodas, en un contexto similar de banquete (2,5.9).
9. El término deipnon es polivalente. Puede significar cena, banquete social celebrado
en diferentes momentos del día, banquete funerario... Esta polisemia introduce una am-
bigüedad en el escenario de los hechos que sólo podemos evocar. El estudio del contex-
to deberá reconsiderarla y ponerla en relación con las otras recurrencias del c. 13 y 21
(13,2.4; 21,20). No es casualidad que el narrador la utilice sólo a partir de este momento
en que se inaugura la Pascua.
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LAS MARÍAS DEL CUARTO EVANGELIO
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MARÍA MAGDALENA
e ironía. El precio resalta su valor y digno de él, dice, son los pobres
más que Jesús. Las palabras de Judas han encontrado a cada perso-
naje un sustituto: en vez de María y su gesto, él se ocupa del perfu-
me y los 300 denarios que vale. En vez de Jesús, se ocupa de los
pobres. Convierte la autenticidad del perfume de nardo en 300 dena-
rios. El efecto sobre el público debió ser impactante al tratarse de
tanto dinero.
En su comprensión de los hechos Judas muestra su propia escala de
valores y desvela un conflicto implícito en los hechos. No es super-
ficial. Su perspectiva económica está asociada a valores humanos y
religiosos: la generosidad, la preocupación por los demás, el deber
de la limosna... valores de la Ley en sus exponentes más importan-
tes, como son la solidaridad y el amor al prójimo. Todo ello subra-
yado por el contexto de la Pascua, que justifica su protesta e invita
religiosa y humanamente a ser compartida. A la luz de las inter-
pretaciones, los hechos adquieren una densidad axiológica. La pro-
puesta de Judas indica que Jesús y María no son sensibles al valor
prioritario del prójimo. ¿Cómo sabe el lector si tiene razón? El na-
rrador sale al paso del Judas focalizador selectivo de los datos, que
al pasar todo al fondo centrando la escena en el valor monetario del
perfume, se convierte en manipulador y su protesta en ideología. La
habilidad del narrador protege a su lector desde la información
sobre el perfume y la información sobre quién es Judas. María ha
quedado bajo sospecha ¿Quién tiene la autoridad (narrativa) para
responder a la misma apelación a Dios que él hace apoyado en la
Escritura? Judas, sin advertirlo, propicia la única intervención posi-
ble, la de Jesús.
En la respuesta interpretativa de Jesús (Jn 12,7-8), segunda reacción a
los gestos de María, el narrador cierra/abre el episodio10. Jesús no
habla con María, sino acerca de ella. Contesta a Judas y luego amplía
10. El episodio termina, estrictamente hablando, con la intervención de Jesús en los vv.
7-8, pero esta misma intervención abre todo lo posterior al sentido de esta prolepsis.
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11. Cf. Sandra Schneiders, Written that you may Believe, Encountering Jesus in the Fourth
Gospel, Herder-Crossroad, Nueva York 1999, 150, quien nos da la razón al creer que los
capítulos 11 y 12 anticipan simbólicamente todos los acontecimientos que el Libro de la
Pasión y Gloria va a narrar a continuación. Jesús es simbólicamente ejecutado por la deci-
sión de las autoridades (11,47-53), simbólicamente sepultado (12,1-8) y simbólicamente
glorificado en su entrada en Jerusalén, que es atribuida explícitamente a su victoria sobre
la muerte en la resurrección de Lázaro (12,17-18).
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MARÍA MAGDALENA
las dos partes implicadas. Jesús desvela el sentido total y más autén-
tico del gesto de María, que remite a sí mismo. Por eso no habla de
ella y de su acción de modo impersonal, sino que se la apropia en
sus palabras, en plano activo, como ya se la había apropiado en
plano pasivo no-verbal. El nivel de interpretación afecta en profun-
didad al de los hechos. A su luz María dice mucho de la identidad
de Jesús. Toma la responsabilidad de insinuar aspectos velados y
fundamentales sin forzar la libertad del mismo Jesús y del público.
Lo ha hecho a rostro descubierto, ante los demás. La interpretación
de Jesús afecta, así mismo, a la identidad de María con respecto a Él
y la expone públicamente, sin forzar tampoco la libertad del resto.
Con su prolepsis Jesús se muestra a sí mismo como profeta y des-
vela a María como verdadera profetisa de su Pascua. Y ello a través
de la hermenéutica de la vida de Jesús que son sus gestos. María,
en las palabras (hermenéuticas) de Jesús, se manifiesta como herme-
neuta autorizada de su vida. Esas mismas palabras, además, arrojan
una luz singular sobre las relaciones entre María y Jesús. La inter-
pretación de los gestos como embalsamamiento, revela el amor y la
fe de María por Jesús, que la convierte ante los presentes y el lector
en la verdadera discípula que ama, conoce, y se adhiere a Jesús. A la
luz de la interpretación de Jesús es posible recuperar en favor de
la identidad de María la apertura del efecto del perfume en la casa
que, a su vez, se encuadra en el marco espacial, más amplio, de
Betania. Jesús, por su parte, no hay que olvidarlo, ama a María (cf
Jn 11,5). La posibilidad inclusiva de ambos datos, permiten al lector
percibir el anuncio de María como una verdadera predicación, ha-
ciendo de ella la primera predicadora universal del acontecimiento de
Jesús. Hermeneuta, profetisa, discípula y predicadora universal son las
características de María a la luz de las palabras de Jesús.
Estas palabras tienen la virtud de reorientar la percepción del lector
sobre la secuencia de personajes y acciones. Retrospectivamente,
puede contemplar el episodio a otra luz. En la primera escena, las
estrategias del narrador habían situado al lector en una distancia
71
LAS MARÍAS DEL CUARTO EVANGELIO
12. Cf. Carmen Bernabé, María Magdalena. Tradiciones en el cristianismo primitivo, EVD,
Estella 1994, 161-165; Ben Witherington III, Women in the Ministry of Jesus, Cambridge 1984,
112-114; Nuria Calduch, “La fragancia del perfume en Jn 12,3”, EstBib 48 (1990) 243-265.
13. Con respecto a similitudes de vocabulario, cf. M. Dodds, “The Gospel of St. John”
en W. Robertson, The Expositor’s Greek Testament, Gran Rapids 1983, 805.
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MARÍA MAGDALENA
14. Es preciso recordar que se trata de perfume de nardo y el nardo era considerado por
la tradición veda como perfume de amor (Atharva Veda 6, 102, 5-6). Se usaba como per-
fume de banquete en el mundo greco-romano y era conocido también en el judaísmo,
(Enoc etiópico 32,1). Es, así mismo, señal de fiesta, de alegría y hospitalidad. Cf.
Gianfranco Ravasi, Il Cantico dei cantici, EDH, Bologna 1992, 156.
73
LAS MARÍAS DEL CUARTO EVANGELIO
15. Utilizo la versión de los LXX, que traduce msh. por alei/fw.
16. Cf. a este respecto André Lacoque, Subversives. Un pentateuque de femmes (París 1992).
De las cinco mujeres subversivas que propone y estudia el autor, la escena de Betania tiene
de trasfondo evocativo a cuatro, porque a ellas hay que añadir la Sulamita del Cantar de
los Cantares. Sólo faltaría la alusión a Susana, la heroína del relato del libro de Daniel.
74
MARÍA MAGDALENA
17. María Magdalena, posteriormente, cumplirá esa función avanzando sobre la figura
de María de Betania.
18. Esta estrategia narrativa alude a la discusión histórica sobre las diferentes Marías. Es
claro que el narrador desea que se identifique cuanto antes a la María de Betania de 11,2
con la María de la unción en Betania de 12,3. ¿Existía en ese momento una cierta confu-
sión con respecto al personaje? Nuestro método no lo indaga. Puede verse, sin embargo
estudios y análisis histórico críticos como el de Carmen Bernabé, María Magdalena, o.c.,
161ss y 258-262. Para una síntesis del estado de la cuestión de las relaciones entre ficción
e historia puede verse Antonio Garrido Dominguez, El texto narrativo, Síntesis, Madrid
1993, 29-40.
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MARÍA MAGDALENA
reiterada del verbo amar (agapáô, agapa&w) en la alegoría del pastor, en la resurrección de
Lázaro (característica de las relaciones con las hermanas y con él) y en la última cena,
hace pensar en un contexto narrativo de discipulado y de estrecha amistad.
20. Tenemos algunas indicaciones: Marta comunica a María la llegada de Jesús; esta
comunicación es típica del discipulado en Jn; a Jesús se le llama Maestro. A estos indicios
se suman la reacción de María, expresada mediante el juego de términos utilizados por
el narrador: se levantó (h)ge/rqh) rápidamente (taxu&), que la presentan pronta a la llamada
de Jesús. La respuesta de María es significativa. En 11,20 el narrador había dicho que
María estaba en la casa sentada y ahora el texto muestra la reacción de María (11,31) en este
orden secuencial: escuchó (h)kousen), se levantó de prisa ( h)ge/rqh taxu) y llegó donde él. Tras
un retardo de la acción el narrador recupera a María en 11,32: llegó (elqen), vio a Jesús
~
(i&dousa), se echó a sus pies (e1pesen) y le habló con las mismas palabras de su hermana.
21. A diferencia de los sinópticos en Jn no es tan directa la relación entre estar a los pies
de Jesús y aprender como discípulo/a.
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22. Es lo que se deduce de la relación entre el llanto de Jesús y el verbo tarassô (tara&ssw),
que relaciona 11,33 con 14,1.27 en relación con la propia muerte de Jesús.
23. Esa percepción de Jesús, que comienza por María y se extiende a los judíos señala
una de las características que se apuntan en 12,3: la inclusividad y la expansión partici-
pativa. La secuencia es muy semejante: Jesús ve primero a María; ve que llora. Luego ve
que también lloran los judíos. La reacción los incluye a todos, una empatía que no se cen-
tra exclusivamente en María, ni se cierra en la relación María-Jesús. Lo que en este caso
guía el sentido de la vista, en el caso de 12,3 lo guía el sentido del olfato.
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24. De otros discípulos no se dice que sean amigos de Jesús en particular, exceptuando
al discípulo querido. Sin embargo la amistad acaba siendo un rasgo que define al disci-
pulado, como indica 15,13-15.
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25. A pesar de todas las variaciones entre ambas escenas, Jesús recupera en el c.13 la
acción de María en sus pies (12,3) lavando los de sus discípulos, para que ellos lo repitan
entre sí, como signo de hermandad y de recíproca amistad en clima de Pascua. No es una
casualidad que el narrador registre sólo en dos ocasiones un gesto parecido. Jesús cam-
bia, varía y generaliza el gesto único e irrepetible de María para con él. Del mismo modo
que María se puso a sus pies y con su gesto le estimuló y le expresó su adhesión total y
su amistad, proclamando su comprensión del mesianismo, él se pone a los pies de los dis-
cípulos para mostrarles con el ejemplo su amistad y extenderla con el signo de la repeti-
ción recíproca del gesto. De ese modo los implica en su mesianismo y en su Pascua. Cada
vez que ellos lo repitan estarán mostrando su adhesión al Mesías tal cómo él se concibe.
El lector puede preguntarse legítimamente por qué Jesús tiene que explicar su gesto de
una forma tan explícita a los suyos a diferencia de lo que ocurría en el caso de María. La
respuesta tiene que ver con la forma en que Jn trata al grupo de los discípulos. La falta
de comprensión de éstos hacia Jesús y su destino le obliga a dar explicaciones explícitas
y claras. En 11,6-16 recordará el lector cómo Jesús tuvo que decirles claramente que con
sus imágenes del sueño se estaba refiriendo a la muerte de Lázaro.
26. Cf Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por sus ovejas, 10,11 y nadie tiene amor
más grande que el que da su vida por sus amigos... vosotros sois mis amigos... 14,13.15
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27. Éstas son, a mi modo de ver, las notas sobre el placer que se desprenden de la unción
de Betania. Todo ello debió de suponer una forma diferente de conocimiento, más amplia
y libre. Su presencia en los cuatro evangelios muestra su importancia, pero haberla igno-
rado y silenciado muestra su potencial peligrosidad.
28. Cf Adeline Fehribach, Las mujeres en la vida del novio. Un análisis histórico-literario femi-
nista de los personajes femeninos en el cuarto evangelio, Desclée De Brouwer, Bilbao 2001
(orig. inglés 1998).
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bólica del Jesús del cuarto evangelio. En este sentido María, en par-
ticular, se encuentra en el rol de la novia y Marta en la que expresa
la fe necesaria para que Lázaro, el hermano, pase a formar parte de
esa nueva familia de Dios, ya que el matrimonio incorpora la fami-
lia de la novia a la del novio. Ya este texto había sido preparado por
las bodas de Caná, la escena de Nicodemo y por la identificación
entre Jesús y el novio por parte de JB y, por último, por la escena de
la samaritana. Las claves literarias son la focalización de los textos
en María, en relación con sus hermanos, como indica 1,1-2; las im-
plicaciones sociales de la unción de María en los pies, el consistente
esfuerzo del narrador por vincular a María con los judíos, para,
como la samaritana, facilitarles el acceso a Jesús...
Escritores como Suetonio, Plutarco y Ateneo muestran la costumbre
de ungir los pies de varones, novios, pero no el cabello ni la cabeza
(sinópticos). Hay en las novelas griegas escenarios románticos aso-
ciados a la unción de una mujer con perfume en los pies de los hom-
bres. En particular eran gestos de las novias a sus novios, pero tam-
bién de las que no estaban prometidas. María, según la autora, pare-
ce haber sido descrita como una novia mesiánica ficticia o simbóli-
ca. Aparecer con los cabellos sueltos (secar los pies), era escandaloso
para una mujer respetable, pues los cabellos femeninos eran alta-
mente eróticos para los varones. En el texto del cuarto evangelio sor-
prende la ausencia de censura que podría dar a entender un clima de
mayor intimidad, por ejemplo, si ella era una pariente de Jesús29.
El contacto físico puede interpretarse como un dato que apoya
esta teoría, igual que el lenguaje de amor utilizado. María puede ser
vista como un instrumento literario para la fe de los judíos, como
familia ficticia de Jesús que expresa el duelo más profundo por su
amado, como instrumento para expresar la respuesta emocional de
Jesús y contrastar con la figura de Judas.
29. Desde mi punto de vista también puede significar que era una mujer de un estatus
o de una cultura más colonial y, por ello, más independiente, a la que los prejuicios del
pueblo importan poco.
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34. Así lo dice el mismo narrador en 19,28, corroborado por las palabras de Jesús en
19,30.
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35. Aparece en otros términos y con enorme fuerza narrativa en los sinópticos, sobre
todo en Mc 3,31-35.
36. Así, por ejemplo, Robert Gordon Maccini, Her Testimony is True. Women as Witnesses
according to John, Sheffield Press, Sheffield 1996.
37. Gordon cree que el cuarto evangelio mira a las mujeres en la cruz como testigos ofi-
ciales, garantes jurídicas de los acontecimientos narrados.
38. La dimensión individual, a mi modo de ver, no se ha tenido suficientemente en
cuenta, por un excesivo énfasis en la dimensión típica. El narrador, no obstante, diferen-
cia cuidadosamente cada personaje.
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39. Pueden verse los estudios histórico críticos, de comentarios, y Richard Baukham,
Gospel Women. Studies of the Named Woman in the Gospel, Eerdsman, Grand Rapid, Mychigan-
Cambridge UK, 2002.
40. Tampoco en este sentido la discusión está cerrada.
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41. Sobre la relación entre las mujeres de la cruz y la hora, puede verse Carmen Bernabé
Ubieta, “La mujer en el evangelio de Juan: la revelación, el discipulado y la misión”,
EphMar 43 (1993) 406.
42. Cf. Mercedes Navarro, “La mujer en Caná. Un relato de los orígenes”, EphMar 43
(1993) 313-338, donde destaco la importancia de la palabra y el conocimiento en los orí-
genes de la vida, en el Génesis y en el cuarto evangelio, de la mano de personajes a quie-
nes Jesús llama genéricamente mujer, un término que recorre el cuarto evangelio de prin-
cipio a fin.
43. Uno de los motivos teológicos que recorren el cuarto evangelio.
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Nivel de la historia
El relato que nos ocupa forma parte del final del Libro de la Pasión y
Gloria inmediatamente antes del epílogo del evangelio. En él pue-
den distinguirse tres secciones delimitadas por la información tem-
poral del narrador, pero también por el cambio de personajes, lugar
y acción. Los episodios se suceden cronológicamente de la mañana
del primer día de la semana, a la tarde y a la semana después46. El final
es también el final del evangelio propiamente dicho (20,30-31).
Nuestra secuencia, a su vez, se organiza narrativamente en una su-
cesión de tres episodios de diferente extensión: a) 20,1-2, donde
María va al sepulcro; b) 20,3-10, que narra la visita al sepulcro de los
discípulos; c) 20,11-18 en el que se relata el encuentro de María con
el resucitado. La secuencia está delimitada por el nombre de María
(20,1.18) y la mención de los discípulos (20,2.18) Los episodios a) y
c), por su parte, se enganchan entre sí mediante el nombre de María
y la mención del sepulcro (mnemeion, 20,1.11) La secuencia avanza
narrativamente gracias a la acción de María, inicio y final. En el medio
se intercala la visita de Pedro y el otro discípulo a la tumba.
El patrón narrativo que sigue el personaje, sus acciones y su en-
cuentro con Jesús, recuerda al lector a María la hermana de Marta.
La Magdalena, como su homónima anterior, es presentada en dos
46. Jn 20,1a el primer día de la semana, Th8 de\ mi=a tw~n sabba/twn; Jn, 20,19a la tarde de aquel
~
mismo día primero de la semana, Ou!shv ou{n o&ui/av th~~ h9me/ra| e0kei/nh th mia sabba&twn~; Jn,
20,26a, después de los ocho días, Kai\ meq' h9me/raj o)ktw_.
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47. Cf. Mercedes Navarro, En el umbral. Muerte y Teología en perspectiva de mujeres, Des-
clée De Brouwer, Bilbao 2005.
48. Por ejemplo, históricamente es poco probable que la madre de Jesús y otras mujeres
estuvieran en el lugar de la ejecución, tan cerca que pudieran escuchar al ejecutado. El
narrador ha considerado importante asociarlas a este momento de esta manera, privile-
gio de la narración (teológica) sobre la crónica.
49. Encontraremos igualmente un discurso directo de María a la vuelta de su encuentro
con el Resucitado.
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50. Los relatos del Libro de la Pasión y Gloria, han dejado claro el conocimiento de los
términos cuerpo (sôma) y cadáver (ptôma)
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52. Según una interesante descripción de Sandra M. Schneiders, Written o.c. el proceso
de María es empujado por varios participios que le son atribuidos y que van marcando
los cambios progresivos del personaje: escena 1ª (vv. 11-15), bajo el signo de klaiousa (par-
ticipio presente activo del verbo llorar), según la autora verdadero comienzo de la acción;
escena 2ª (vv. 16), bajo el signo de strapheisa (participio aoristo pasivo, del verbo darse la
vuelta); escena 3ª (vv. 17-18): bajo el signo de aggelousa (participio presente activo del
verbo anunciar) La interpretación de la autora gira sobre el aspecto semántico temático.
Considera 20,1-2 una introducción, sin tomar en cuenta la función narrativa del episodio
intercalado. Según Schneiders la finalidad del c. 20 no es contar qué sucedió (este evan-
gelio no “necesita” un relato de resurrección, pues las narraciones de la cruz son relatos
de glorificación), sino explorar, a través de la experiencia paradigmática y fundacional de
los discípulos, el efecto y significado de la glorificación de Jesús para los creyentes. Si la
glorificación de Jesús sucede en la cruz, la resurrección es la comunicación a los discípu-
los de su gloria pascual a través del retorno a ellos en el Espíritu.
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57. Cf. Albert Vanhoye, “Interrogation johannique et exégèse de Cana (Jn 2,4)”, Bib 55
(1974) 157-167.
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58. En este versículo mou se repite hasta 4 veces en el discurso directo de Jesús.
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59. Los términos evocadores son varios y el contexto de 1,38 ilumina el de 20,16-18. Al
comienzo los discípulos de Juan van detrás de Jesús y él mismo se vuelve (strayei/j) La
pregunta a los discípulos ¿a quién buscáis? (Ti/ zhtei\te), la dirige ahora a María ¿a quién
buscas? (ti/na zhtei\j), y la respuesta de ella, Rabbouni (que significa Maestro) (Rabbouni o3
le/getai dida&vkale) evoca la de los discípulos (Rabbouni o3 le/getai meqepmhneuo/mnon
dida&vkale) La búsqueda atraviesa el cuarto evangelio. Puede verse al respecto René
Kieffer, Le monde symbolique de Saint Jean, Cerf, 1989.
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60. Sólo tomamos en consideración el vocativo, no el término gynai que se repite en más
ocasiones.
61. El hebreo utiliza la forma arcaica del dual para referirse a varias de sus acciones en
dicho episodio.
62. La transgresión, a mi juicio, no tiene en estos capítulos del Génesis valor moral; por
el contrario, muestra la capacidad humana de audacia necesaria para la supervivencia y
para la creación. Sin ella lo humano no sería tal. Puede verse al respecto mi trabajo Barro
y aliento, San Pablo, Madrid 1993.
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63. Las diferencias en la elección del vocabulario, de los verbos en concreto, por parte
del narrador son significativas. En lugar de correr (trechô), utliza ir (erchomai), el lugar de
anunciar (aggellô), utiliza decir (legô).
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64. Cf. Carmen Bernabé, María Magdalena. Tradiciones en el cristianismo primitivo, o.c.
165ss.
65. Cf. Ann Graham Brock, Mary Magdalene, the First Apostle. The Struggle for Authority,
Harvard Th. Stud., Cambridge Ma 2003; S. Schneiders, o.c; Jane Schaberg, The Resurrec-
tion of Mary Magdalene. Legends, Apocrypha and the Crhistian Testament, Continuum, Nueva
York-Londres 2004.
66. Las había de dos tipos: a) pre-sofistas, escritas en lenguaje más popular, como la de
Jaritón, y b) sofistas, cuyos lectores/as eran personas más cultas, tales como Heliodoro,
o Dafne y Cloe de Longus. Su argumento tipo es que un hombre joven conoce casual-
mente a una mujer y se enamoran; encuentran obstáculos inesperados para su unión,
algunos llegan a casarse y luego son separados; atraviesan muchos peligros mortales en
viajes y aventuras y se unen eventualmente para vivir felizmente para siempre.
67. En Un cuento efesio ella reconoce al amado de inmediato, a pesar de que los siervos
no le reconocen hasta saber su nombre. Él también la reconoce a ella en seguida. En
Cereas y Callirroe Afrodita consciente de que Cereas no reconoce a la amada porque
piensa que se la han llevado de la isla, prepara una escena de reconocimiento, en donde
éste llega por el sonido de la voz de la amada. En ese instante descubre su cabeza, se da
la vuelta, Cereas reconoce a Callirroe y entonces se abrazan.
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71. Algo que no se aplicaría a la escena posterior en la que Jesús mismo invita a tocar a
Tomás, un varón, que aleja la escena de la convención literaria. Pero en la escena de María
y en la de Tomás no hay constancia textual de que Jesús es tocado. No se dice que María
le toca, ni se dice si Tomás lo tocó.
72. Será muy sumario. Su desarrollo queda para un estudio posterior.
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que coloca al comienzo y al final, no sólo como marco, sino para ex-
presar la progresión que lleva de la anticipación de los aconteci-
mientos en Betania, en la casa, después de haber resucitado a Lázaro
y haberlo sacado de la tumba afuera, a la experiencia que tiene lugar
en el exterior de la tumba de Jesús. María en Betania convierte su
propia casa en tumba, una tumba transformada, en donde los sig-
nos y gestos anuncian la vida de un Jesús anticipadamente ungido
para la muerte (sepultura) Todo el homenaje corporal que se puede
hacer a Jesús se realiza en aquel escenario. A partir de ese momen-
to Jesús camina hacia la glorificación preparado para la muerte. La
sepultura ya ha expresado todo su valor simbólico y mnémico dig-
nificando a quien otros pretenden (en vano) humillar en sus días y
momentos finales. El narrador propone a María Magdalena como
aquella que experimenta y testifica la culminación del proceso ante
los ojos del lector. El Jesús al que busca ésta María no está en ese
escenario, por eso ella debe realizar su proceso de conversión a la
vida, pues sólo ahí podrá encontrarse con un Jesús, real y transfor-
mado, con un cuerpo (identidad) no perceptible a primera vista ni
reconocible de inmediato. Lo muerto, muerto está. La nueva identi-
dad de Jesús remite a la comunidad. El narrador ya ha mostrado la
dinámica transformadora de la comunidad comenzando por
Betania donde se encuentra un grupo de hermandad, presumible-
mente biológica, en cuyo seno se gestan procesos diferenciados
(plurales) de fe y discipulado (Marta, Lázaro y María), continuando
en la escena de la cruz en donde se menciona a María de Klopas,
hermana (pesumiblemente biológica) de la madre de Jesús, y a
María Magdalena, en un momento testamentario de creación nueva
expresamente comunitaria, y la culmina en el episodio pascual pro-
tagonizado por la Magdalena, abierta a la comunidad constituida y
dispuesta para el comienzo de una historia nueva.
En el sentido antropológico, entre otras cosas, podemos mencionar
la dinámica que culmina el proceso de transformación de la condi-
ción corporal sexuada y relacional, comenzado en la inversión de
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74. Sin duda los artículos de este volumen dará a las lectoras y lectores muchos indicios
para una respuesta compleja.
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El evangelio de
Maria ’ Magdalena
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y la literatura gnostica
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Juana Torres
Mar Marcos
Juana Torres
1. Lc 7,11-15 y 36-49; 8,1-3; 10,38-42; 21,1-3; 23,56; 24,1; Jn 4,27; 8,1-11; 19, 25-27; Mt 9,20-
22; 15,21-28; 26,6-13; 27,55-56; Mc 7,24-30; 15,40-41; 16,1.
2. Hch 1,14; 4,14; 8,3; 9,2 y 36-42; 12,12-16; 16,13-15; 17,4; 18,2-3; I Cor 9,5; 16,19; Rom
16,1-5, 12 y 15; Flm 4,2-5.
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EL EVANGELIO DE MARÍA MAGDALENA Y LA LITERATURA GNÓSTICA
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MARÍA MAGDALENA
todavía durante el siglo II y parte del III las mujeres debían gozar
de cierta relevancia en las comunidades religiosas, de manera bas-
tante similar a la época de los apóstoles, tal como lo demuestran las
fuentes contemporáneas. Así, Ignacio de Antioquía hacia el 110
saluda en sus cartas a varias mujeres como Tabia y Alce que desta-
caban por la solidez de su fe y a las que apreciaba mucho5; en la obra
El Pastor, escrita por Hermas hacia el 140, es mencionada Grapte,
mujer de gran ascendencia en su comunidad a juzgar por el hecho
de que le fue enviada una copia de ese libro para que instruyera a
las viudas y huérfanos6. Es decir, que gozaba de un prestigio sufi-
ciente como para catequizar a otras personas, sin entrar en hipóte-
sis sobre un posible papel al frente del ordo de las viudas, como
sugieren algunos estudiosos7. Al igual que en épocas anteriores, las
mujeres ricas e influyentes contribuyeron con sus bienes y su apoyo
a la defensa y difusión del cristianismo y de sus seguidores, como
fue el caso de Marcia, la concubina de Cómodo8.
En la correspondencia de Cipriano de Cartago (250) aparecen nume-
rosas referencias a mujeres concretas como Numeria y Cándida y
también alusiones genéricas a los “hermanos y hermanas” que pres-
taron ayuda a otros cristianos9. Orígenes debió relacionarse con un
número importante de mujeres, tanto en calidad de alumnas que
asistían a su escuela como de benefactoras que le asistieron cuando
lo necesitaba, e incluso con algunos miembros de la casa imperial.
Para evitar las sospechas y la maledicencia con respecto a la fre-
cuente relación con sus alumnas se hizo castrar10; Juliana de Cesarea,
mujer “bastante culta y devota”, le hospedó en su casa durante dos
años en que tuvo que alejarse de Alejandría, y le ayudó en sus estu-
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30. Cf. J. Laporte, The Role of Women in Early Christianity, Studies in Women and Religion 7,
Nueva York-Toronto 1981; E.A. Clark, “Holy Women, Holy Words: Early Christian Women,
Social History and the “Linguistic Turn”, Journal of Early Christian Studies 6, 1998, 413-430;
B.D. Ehrman, After the New Testament: A Reader in Early Christianity, Nueva York, Oxford
University Press 1998; M. Marcos, “Mujer y profecía en el cristianismo antiguo”, en R. Teja
(ed.), Profecía, magia y adivinación en las religiones antiguas, Aguilar de Campóo 2001, 89-106
31. De virgin. vel. 9,2.
32. Const. Ap. 2, 58, 4-6; 3, 16, 4; 8, 19, 2; 24, 2; 25, 2. Didasc. Ap. 3, 12, 3. Sobre el ministe-
rio de las diaconisas cf. R. Gryson, Le ministére des femmes dans l’Église ancienne, Gembloux
1972, 75-79; y 104-109; A.G. Martimort, Les diaconesses. Essai historique, Roma 1982.
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EL EVANGELIO DE MARÍA MAGDALENA Y LA LITERATURA GNÓSTICA
Los Nicolaítas leían una obra escrita por Noria o Nora, considerada
la esposa de Noé y a quien veneraban39. Dos mujeres, Irene de Rutili
y Paula, eran seguidoras de un diácono que promovió un cisma en
Cartago en época de Cipriano (mitad del s. III); Felicísimo, que así
se llamaba, fue excomulgado junto con ellas40. En el movimiento
montanista fueron cofundadoras junto con Montano las profetisas
Maximila y Priscila o Prisca, que desplegaron su actividad a finales
del siglo II en Frigia.
Si en el seno de los grupos ortodoxos hemos podido constatar
durante los siglos II y III la actividad profética de algunas mujeres,
entre los movimientos heréticos los fenómenos de profetismo feme-
nino resultan mucho más frecuentes, según nos informan los apolo-
getas cristianos. Ya en el Nuevo Testamento se presenta a Jezabel, de
la iglesia de Tiatira, como paradigma del error doctrinal, una mujer
“que se dice profetisa y enseña, induciendo a la idolatría a sus
seguidores”41. Los Elquesaitas, cuyo nombre procede del autor del
libro que contenía sus revelaciones, Elcasai o Elquesai, de inicios del
siglo II, consideraban que existían dos principios: uno masculino,
representado por el hijo de Dios, y otro femenino, que era el Espíritu
Santo42. En ese grupo las mujeres participaban de los ministerios y
desempeñaban un papel relevante43. El marcionita Apeles inició el
movimiento herético seducido por los prodigios y las visiones de
Filumena y recogió en un libro las revelaciones que recibió de ella44.
Desde los inicios del montanismo dos profetisas estuvieron al lado
de su fundador, Priscila y Maximila, cuya participación debió resul-
tar decisiva en el origen y la difusión del movimiento. Los autores
ortodoxos aseguraban que los montanistas habían sido inducidos al
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MARÍA MAGDALENA
45. Hipól. Refut. VIII, 19, 1-2; Eusebio de Cesarea, Hist. Eccl. V, 16, 12.
46. Apocalip 2,18-23; Hechos 21,9.
47. Hipól. Refut. VIII, 19, 1-3; Eusebio de Cesarea, Hist. Eccl. V, 16, 9; VI, 20, 3; Epifanio,
Panar. 48, 3-8; Teodoreto de Ciro, Haeres. 3, 2.
48. Euseb. Hist. Eccl. V, 16, 18.
49. Tertul. De exhort. cast. 10, 5.
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EL EVANGELIO DE MARÍA MAGDALENA Y LA LITERATURA GNÓSTICA
50. Epifan. Panar. 49, 1, 2-4; 2, 5; 3, 2; Agustín, De haer. 27. En general, sobre las mujeres
en el montanismo cf. Ch. Trevett, Montanism, Gender, Authority and the New Prophecy,
Cambridge University Press 1996, cap. IV.
51. Firmil. ep. 75, 10.
52. Existen varios trabajos orientados en esa idea, tales como R. Ruether y E.
McLaughlin (eds.), op. cit., Nueva York 1979; E. Schüssler Fiorenza, In Memory of Her. A
Feminist Theological Reconstruction of Christian Origins, Londres 1983; y E. Pagels, Adam,
Eve and the Serpent, Londres 1990.
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53. Cf. A. McGuire, “Women, Gender and Gnosis in Gnostic Texts and Traditions”, en
R.S. Kraemer y M.R. D’Angelo, Women and Christian Origins, Oxford 1999, 257-299; M.
Marcos, “Mujeres y herejía en el mundo antiguo”, Edades. Revista de Historia 8, 2001, 145-
156; J. Torres, “Sexo y herejía en el mundo antiguo”, ibídem, 2001, 137-144; M. Marcos,
“Mujer y herejía en los orígenes del cristianismo”, en I. Gómez-Acebo (ed.), La Mujer en
los orígenes del cristianismo, Desclée De Brouwer, Bilbao 2005, 140.
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58. Tal es la importancia que se les concede a las mujeres en los textos apócrifos que se
ha llegado a sugerir la posibilidad de que los autores fueran mujeres, como defiende S.L.
Davies, The Revolt of the Widows. The Social World of the Apocryphal Acts, Illinois University
Press 1980, p. 50 ss. Cf. también V. Burrus, Chastity as Autonomy: Women in the Stories of
the Apocriphal Acts, Lewiston, Edwin Mellen Press 1987.
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59. Es la idea compartida por casi todos los Padres de la Iglesia y transmitida en los tra-
tados De virginitate que con tanta profusión se compusieron; cf., p. ej. Metodio de Olimpo,
Simp. 7, 190.
60. Tertuliano los condenaba en De Bapt. 17, 5.
61. Los textos han sido traducidos y comentados por A. Piñero, J. Monserrat Torrens y
F. García Bazán, Textos Gnósticos. Biblioteca de Nag Hammad, 3 vols., Ed. Trotta, Madrid
1997, 1999, 2000. Las traducciones que aquí se ofrecen proceden de esta obra.
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64. Los “diálogos de revelación” son conversaciones entre Cristo y sus discípulos man-
tenidas durante sus apariciones bien después de la Resurrección o después de la
Ascensión.
65. Para un inventario completo y un análisis exhaustivo de las referencias a María
Magdalena en los textos gnósticos, cf. A. Marjanen, The Woman Jesus Loved. Mary Magda-
lene in the Nag Hammadi Library and Related Documents, Leiden: Brill, 1996.
66. La mitad de ellos aproximadamente tiene paralelo en los Evangelios Sinópticos.
67. Es Tomás “el llamado Mellizo” en Jn 11, 16; 20, 24.
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MARÍA MAGDALENA
68. También interviene “una mujer de la multitud” (logion 79), que dijo a Jesús: “Bendito
el vientre que te llevó y los pechos que te nutrieron”. A lo que Jesús respondió: “Benditos
los que han oído la palabra (lógos) del Padre y la han observado. Porque habrá días en
verdad que diréis: Bendito aquel vientre que no estuvo preñado y aquellos pechos que
no dieron de mamar”.
69. El Evangelio de Tomás tiene un carácter encratita, que se manifiesta en la visión nega-
tiva del mundo y el cuerpo humano y en la insistencia en la necesidad para el gnóstico
de liberarse de la materia, retornando al hombre asexual de los orígenes.
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70. Cf. A. Pedregal, “La mulier virilis como modelo de perfección en el cristianismo pri-
mitivo”, en I. Gómez-Acebo (ed.), La mujer en los orígenes del cristianismo, Desclée De
Brouwer, Bilbao 2005, pp. 141-167, con abundantes referencias bibliográficas.
71. A. Piñero, J. Monserrat Torrens y F. García Bazán, op. cit., vol. II, pp. 167.
72. No es completamente seguro que esta María, a quien se llama Mariamme, sea María
Magdalena, pero es muy probable que así sea, ya que aparece asociada con los mismos
apóstoles que en otros textos gnósticos, como Pistis Sophia y la Sabiduría de Jesucristo. Cf.
A. Marjanen, Op. cit., pp. 77-78.
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73. Esto es, “¿dónde vais a situar las cosas que preguntáis al Hijo [del Hombre]. Cf. A.
Piñero, J. Monserrat Torrens y F. García Bazán, Op. cit., vol. II, p. 177, n. 48.
74. Reconstrucción del texto: “Nadie será capaz de preguntar por estas cosas, salvo
aquel que pueda colocarlas en su corazón y que sea capaz de salir de este mundo y entrar
en el lugar de la vida, de modo que pueda no ser retenido en este pobre mundo”. Cf.
Piñero, J. Monserrat Torrens y F. García Bazán, op. cit., vol. II, p. 178, n. 50.
75. Cf. otras intervenciones de María similares a éstas en contenido en 142, 79; 143, 83;
144, 88, 93; 146, 97.
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76. Piñero, J. Monserrat Torrens y F. García Bazán, Op. cit., vol. II, pp. 194 ss.
77. Felipe, Mateo, Bartolomé y Tomás.
78. A. Piñero, J. Monserrat Torrens y F. García Bazán, Op. cit., vol. II, pp. 127 ss.
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79. De las 19 páginas de las que constaba se han perdido las 1-6 y 11-14. Dos pasajes del
Evangelio (17,5-21; 18,5-19) se hallaron en un papiro griego de Oxirrinco en 1917. La ver-
sión griega no concuerda exactamente con la copta. A. Piñero, J. Monserrat Torrens y F.
García Bazán, Op. cit., vol. II, pp. 127-128.
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la ascensión del alma. Una vez que María habló, Andrés, con escep-
ticismo (“Yo, por mi parte, no creo que el Salvador haya dicho estas
cosas. Estas doctrinas son bien extrañas”), invita a los otros discí-
pulos a dar su parecer sobre la visión. Pedro, entonces, interviene,
poniendo en duda que el Salvador haya elegido a una mujer para
comunicarle en secreto sus revelaciones:
80. Nótese la desvalorización del género femenino, que está muy a menudo presente en
los textos gnósticos, al igual que en los canónicos.
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81. Felipe es uno de los apóstoles que gozaba de mayor consideración entre los gnósti-
cos como depositario privilegiado de las revelaciones secretas de Jesús. Así aparece tam-
bién en Pistis Sophia.
82. A. Piñero, J. Monserrat Torrens y F. García Bazán, Op. cit., vol. II, pp. 17 ss.
83. En el pasaje que precede a 59, 6-11 se habla del hombre celestial y el terreno y en el
que le sigue se tratan aspectos del Pleroma. Los que preceden y siguen a 63,30-64, 9 tra-
tan, respectivamente, de diversas analogías de Dios (es un antropófago, un asno, etc.) y
de tres de los sacramentos del grupo de los valentinianos, a los que pertenece el texto, el
bautismo, el matrimonio y la cámara nupcial.
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84. La restitución “en la boca” es de H.-M. Schenke, su primer traductor a una lengua
moderna, el alemán. Como notan los traductores del texto en español, paleográficamen-
te son también posibles las lecturas “mejilla” (ouooche) y “frente” (tejne).
85. El ciego es el no gnóstico.
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muchos casos como la predilecta– no indica que, por ello, las muje-
res disfrutaran en las comunidades gnósticas de una consideración
superior a las cristianas de los grupos ortodoxos. Tenemos muy
escasa información acerca de la composición sociológica y la orga-
nización de las comunidades gnósticas, formadas por iniciados que
constituían una élite, que sigue enseñanzas esotéricas y practica
rituales secretos. Su organización, no obstante, no debía ser muy
diferente a la de otras comunidades cristianas del tiempo, incorpo-
rando elementos mistéricos. De hecho, los gnósticos cristianos recla-
man su pleno carácter de miembros de la Iglesia. Como se ha podi-
do ver en la primera parte de este estudio, los siglos II y III, en los
que florece el gnosticismo, fueron claves en el proceso de limitación
de la capacidad profética y las funciones ministeriales de las muje-
res de una manera general en el Cristianismo.
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MARÍA MAGDALENA
151
4
Maria
’ Magdalena
.
en la patristica
’
Diana Rocco Tedesco
Diana Rocco Tedesco. Doctorado en Facultad de Filosofía y Letras. Univ. de Buenos Aires,
con especialidad en Historia del Cristianismo antiguo. Licenciatura en Teología. Instituto
Universitario, Instituto Superior Evangélico de Estudios Teológicos.
Cargos docentes: En Universidades Nacionales (Buenos Aires, Luján, Rosario) desde 1977
a 1998. En el IU ISEDET, desde 1992 hasta el presente.
Cargos de investigación: En el Instituto de Historia Antigua I (Oriente) y II (Clásica) en la
Univ de Buenos Aires, Luján y Rosario.
Participación en jornadas y congresos científicos: Expositora en: Universidad de Cantabria,
Santander, España, 2004; Universidad de Buenos Aires, 2004; Universidad de Rosario,
Centro de Estudios sobre Diversidad Cultural, I y II Jornadas “Experiencias de la diver-
sidad”, 2003, 2006; UNESCO en París (Francia), 1999; II Conferencia general, História da
Igreja na América Latina e no Caribe, 1995; Pontifícia Universidade Católica de Sao
Paulo, Primer Encuentro Panamericano de especialistas en Historia de Oriente, Filosofía
y Letras, UBA, diciembre de 1994. Y otros.
Publicaciones: En Revistas especializadas de la Univ. de Buenos Aires, Univ. Nacional
de Rosario, RIBLA, publicada en el Caribe y Cuadernos de Teología, del Instituto Univ.
ISEDET.
4
MARÍA MAGDALENA EN LA PATRÍSTICA
Diana Rocco
1. Evangelio de Mateo 27:57,61; 28:1; Evangelio de Marcos 15:40-47; 16:1-9; Evangelio de Lucas
8:2 (único versículo que no tiene que ver con muerte y resurrección de Jesús); 24:10;
Evangelio de Juan 19:25 (único vs en que MM aparece nombrada en segundo lugar); 20:1,18.
2. Este tema es tratado en otro de los capítulos del libro.
155
MARÍA MAGDALENA EN LA PATRÍSTICA
evangelizar, tuvo lugar su muerte. Según este relato sus restos, des-
pués de un cierto peregrinaje, terminan siendo adorados en la
Iglesia de Saint-Baume (por lo menos su cabeza) en una gruta que
se halla debajo de la Iglesia, hasta el día de hoy. También poseemos
un relato que la relaciona con la dinastía merovingia.
Un dato interesente es que, primero Gregorio Magno en el s. VI y
luego los Templarios en el XII, rescatan su culto como Santa, y que
en Chartres, una de las más importantes catedrales dedicada a la
Virgen María, existe también una imagen de MM muy venerada por
la Orden de los Caballeros Templarios. Recordemos que ellos son
los que financiaron la construcción de esta Catedral y que hasta el
día de hoy los Templarios tienen a la Virgen María y a MM como los
referentes más importantes del santoral católico.
Como historiadores no es difícil sospechar que la leyenda sobre esta
llegada al sur de Francia se deba también a la necesidad de legiti-
mación de la dinastía Merovingia, dato que aparece como histórico
en la ya célebre novela de Dan Brown, El Código Da Vinci. Esa leyen-
da la hace madre de una descendiente de Jesús, por supuesto fun-
dadora de la dinastía en cuestión. Esta es una clásica leyenda etio-
lógica de legitimación de origen de dinastías, muy conocidas por
los historiadores desde la antigüedad 3.
Entre los textos del Nuevo Testamento y la serie de sermones de
Gregorio I Magno, papa entre el 586 y 604, tenemos un enorme
vacío, que intentaremos llenar con las pocas menciones que los
Padres de la Iglesia hacen del personaje en cuestión.
Si partimos de la afirmación de que era efectivamente la más
importante de las discípulas de Jesús, lo que es fácilmente demos-
trable con los textos neotestamentarios, es legítimo preguntarnos
también por qué desaparece del mapa eclesiástico en los siguientes
siglos, con la excepción de unas cuantas menciones de algunos
3. Dos ejemplos muy antiguos: la leyenda que legitima a Sargón de Akkad (c.-2300) y
la que lo hace con Hatshepsut, faraona mujer, en Egipto (c.-1500).
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MARÍA MAGDALENA
4. Nos remitimos aquí al concepto de Maurice Gaudelier, en su tesis sobre Los Baruya
de Nueva Guinea, donde postula que las formas que adquieren las relaciones sexuales en
una sociedad son como una “máquina parlante”, que explicita dramáticamente, entre
otras cosas, las formas del poder que se ejerce en dicha sociedad.
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5. Así la I Epístola a Timoteo, 2:15. Recordemos que las mujeres, ya sea en la Biblia o
según las conductas sociales grecorromanas, siempre tenían que estar bajo la tutela de un
varón. Según los romanos eran el infirmus sexus, la adolescente eterna que debía ser cui-
dada y protegida, incluso de sí misma, por los varones. Según el AT, lisa y llanamente for-
maban parte de las posesiones del padre, que podía transferirla, bajo pago de una dote,
a un marido. En todo el entorno del Mediterráneo, en realidad, con más o menos severi-
dad, formaban parte del sistema de intercambio y alianzas entre familias.
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10. “Así mismo que las mujeres, vestidas decorosamente, se adornen con pudor y mo-
destia, no con trenzas ni con oro o perlas o vestidos costosos, sino con buenas obras,
como conviene a mujeres que hacen profesión de piedad. La mujer oiga la instrucción en
silencio, con toda sumisión. No permito que la mujer enseñe ni que domine al hombre.
Que se mantenga en silencio. Porque Adán fue formado primero y Eva en segundo lugar.
Y el engañado no fue Adán, sino la mujer que, seducida, incurrió en la trasgresión. Con
todo, se salvará por su maternidad mientras persevere con modestia en la fe, en la cari-
dad y en la santidad” (Traducción de la Nueva Biblia de Jerusalén).
164
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Pero Tertuliano, sin decir que simpatizaba con una situación social
de la mujer independiente, al convertirse al montanismo en 206,
modera su apreciación del rol femenino dentro de la Iglesia y, sobre
todo, acepta al ius prophetandi también en las mujeres, seguramente
por influencia de su conversión.12
¿Cómo encaja en este diseño teológico y eclesiológico una mujer
como MM que según los Evangelios canónicos, los no censurados, los
permitidos, los acordados, es discípula (Lc 8) y testigo y predicadora
de las buenas nuevas de la resurrección a los discípulos varones?
La respuesta es muy simple: no encaja. Así que asistimos a toda una
creación exegética desde Orígenes en adelante para neutralizar el
escándalo de una mujer que habla, predica, aprende, enseña... todo
lo que los padres, afincándose en la Epístola a Timoteo, tratan de erra-
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Pero más adelante en el mismo texto, V,62, hace una larga descrip-
ción de diferentes movimientos herejes y menciona a seguidores de
una tal “Mariamne”, que podría ser MM. ¿Podría referirse a quie-
nes guardaron y trasmitieron el texto del Evangelio de María? No lo
sabemos. El pasaje en cuestión es el siguiente:
2. El argumento de la falta de fe
Pero es el inteligente Jerónimo el primero en enunciar el argu-
mento que recogerán luego Ambrosio y Agustín, para retransfor-
mar el personaje de protagonista privilegiada en segundona casi
anónima.
15. Hace ya algún tiempo se encontró un sermón que predicó en esa región, así que
resulta sospechoso que no conociera estos movimientos de mujeres registrados por otros
heresiólogos. Por ejemplo, Epifanio, Obispo de Salamina (c. 315-403) habla de algunos de
estos grupos, que por supuesto considera herejes, entre ellas las colliridianas, movimien-
to fundado por mujeres provenientes de Asia Menor, que era exclusivamente femenino,
con cultos dedicados a María Virgen, en los que se ofrecía sólo pan como sacramento. El
nombre del movimiento proviene del tipo de pan que se ofrecía. Véase sobre el tema a
Pier Angelo Gramaglia, en su comentario al De virginibus velandis, de Tertuliano, editado
en Roma, 1974, p. 171-172.
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1) cómo y por qué una mujer fue testigo antes que Pedro de la resu-
rrección;
2) cómo se pueden conectar los diferentes relatos sobre el episodio,
incluyendo a Juan, lo que le llevo a un juego interpretativo bas-
tante forzado para poder realizar una compaginación de cuatro
experiencias que difieren en muchos detalles.16
16. Entendemos los Evangelios como el testimonio de comunidades diversas, con inte-
reses y enfoques particulares, que hablan de un mismo tema, pero desde diferentes expe-
riencias.
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“Es justo que una mujer haya sido elegida como mensajera
para los hombres, a fin de que ella, que primero les había lle-
vado el anuncio del pecado, fuese también la primera en lle-
varles el anuncio de la gracia del Señor”.
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3. Conclusiones
Como vemos, el personaje en sí tuvo una larga y compleja histo-
ria. Los Padres tuvieron que forzar interpretaciones que anularan
su singularidad y la construyeron diferente, dócil, arrepentida.
Gregorio Magno puso los ingredientes que faltaban para terminar
el cuadro, para que volviera a su lugar cultural predeterminado: el
de la clausura en el ámbito privado, el de la exclusión de la mani-
pulación de lo sagrado, el del silencio. Fue un largo camino. Duran-
te cuatro siglos se fueron afinando los argumentos... pero el objeti-
vo de la iglesia obispal monárquica siempre estuvo claro. O María
Magdalena se adaptaba al molde social hegemónico impuesto por
la ideología de la Iglesia o desaparecía.
Era necesario que dejara su lugar de discípula y de líder, que aban-
donara su papel de testigo privilegiado de la resurrección, que no se
la reconociera en su papel de intermediaria entre el Maestro y su
primera comunidad. Era necesario convertirla en un objeto cultural
aceptable por los hombres del poder, y así pasa a ser la mujer que se
arrepiente, porque por definición es pecadora, ya por el solo hecho
de ser mujer –no nos olvidemos del papel de Eva como arquetipo
de la desobediencia y de que sólo la maternidad o la virginidad per-
petua hace aceptable a una mujer, pero nunca le será permitido ser
ni profetisa ni maestra, ni hablará ante una asamblea– MM puede
así ser resituada en el lugar del silencio y de lo privado. Una pros-
tituta arrepentida tendría como destino cierto el monasterio y la
clausura, sin ninguna duda, y por supuesto asegurado su ingreso al
santoral de la Iglesia.
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176
5
La conversion
’ como
patron
’ antropologico
’
Ángela Muñoz
Ángela Muñoz
I. Introducción
QUIENES SE ACERQUEN A LA FIGURA DE LA MAGDALENA en su configu-
ración medieval se abocan a un complejo entramado de imágenes y
narrativas cuyos desarrollos históricos, teológicos, antropológicos,
literarios y artísticos ofrecen una buena cantera de argumentos. Los
registros magdalenianos, aunque emparentados, se prestan a varia-
ciones de matiz, contenido, enfoque o intencionalidad según el con-
texto histórico y en el horizonte discursivo en el que nos situemos:
una homilía papal; el sermón de un fraile dominico del siglo XIII; la
historia de Santa María Magdalena según se recoge en la Leyenda
dorada; el libro de horas de una mujer de la nobleza, del patriciado
urbano o de la realeza; el espacio escenográfico de los dramas litúr-
gicos que se representaban en iglesias y calles de las principales ciu-
dades durante las conmemoraciones de Semana Santa, o de la
Pascua de Resurrección; el poema de un juglar o los escritos místi-
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2. K.L., Jansen, The making of the Magdalen. Preaching and Popular Devotion in the Later
Middle Age, Princeton, Princeton University Press, 1999.
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las que de una y otra forma entraron en relación con Cristo, enor-
memente problemático en orden a trazar claves nítidas de identi-
dad. En este marco de genérica indiferenciación femenina, junto a
María, la madre de Jesús, adquiere perfiles precisos la figura de
María Magdalena. María Magdalena, o mujeres que con el andar
del tiempo se han identificado con ella, aparecen recogidas en tres
acontecimientos en torno a los cuales los evangelios sinópticos pre-
sentan notables coincidencias y llamativas variantes. Son estos la
unción de Betania, la Pasión y muerte de Cristo y, por último, su
Resurrección. Los episodios son archiconocidos, no vendrá mal, sin
embargo, refrescar contenidos.
1. La Unción de Betania
3. Un comentario a este pasaje, así como a los otros en los que intervienen la Magdalena
o las mujeres, se encontrarán en Navarro Puerto, Mercedes, Marcos, Pamplona, Editorial
Verbo Divino, 2006.
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4. Previamente en Jn 11,1-2 se precisa que María, la que ungió al señor con ungüento
y le enjugó los pies con sus cabellos, era hermana de Lázaro, al que había resucitado, y
de Marta. Un elemento importante este que informará la visión medieval de María
Magdalena,
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5. Lucas añade otra información relevante, pues tendrá amplio eco en la recepción
medieval de esta figura evangélica, tiene relación con el talantes ocupacional de Marta y
María: “Yendo de camino, entró en una aldea, y una mujer, Marta de nombre, le recibió
en su casa. Tenía ésta una hermana llamada María, la cual, sentada a los pies del Señor,
escuchaba su palabra. Marta andaba afanada en los muchos cuidados del servicio, y, acer-
cándose, dijo: Señor, ¿no te da enfado que mi hermana me deje a mi sola en el servicio?
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¿Se trata de la misma mujer en todos estos casos? ¿O son los ritua-
les los que difieren? ¿Se trata del mismo ritual con notables despla-
zamientos de sentido? Estas son las preguntas que permanecen
abiertas.
Dile, pues, que me ayude. Respondió el señor y le dijo: Marta, Marta, tú te inquietas y te
turbas por muchas cosas; pero pocas son necesarias, o mas bien una sola. María ha esco-
gido la mejor parte, que no le será arrebatada” (Lc 10,38-42).
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7. Este libro, los ensayos que acoge y las citas bibliográficas que cada uno contiene, dan
prueba de ello.
8. E. S. Fiorenza, In Memory of Her: A Feminist Theological Reconstruction of Christian
Origins, Nueva York: Crossroad, 1983.
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11. Una edición de fácil acceso, Santiago de la Vorágine, La leyenda dorada, 2 vol. Madrid,
Alianza, 1982. cap. XCVI, pp. 382-992.
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los sentió mojados de las sus lágrimas tomó con los sus cabe-
llos, que eran luengos, e terguiógelos fasta que fueron enxutos,
e desi untógelos con un ungüento muy precioso, ca los omnes
de aquella tierra, por razón de la calentura que es muy grand,
usan mucho de baños e de ungüentos. E Simón, que era hués-
ped12 de la casa, seía pensando en su voluntad que si Jhesu
Christo fuese propheta, que no consientrie que lo taniese
aquella muger, que era pecadora. E nuestro Señor reprendió
a él en justicia, sobervioso que seyé pensando, e perdonó a
ella todos sus pecados.
E aquesta es María Madalena, a quien Jhesu Christo fizo tanta
gracia e le mostró tanto amor, que la entendió bien repentida,
ca sacó della siente diablos que la traian engañada e embebi-
da en aquel pecado. E ovol muy grand amor e fuel muy familiar,
e fizola su huéspeda13. E quiso que fuese su procuradora en el cami-
no. E escusóla del phariseo que la llamava suzia; e de su her-
mana Marta, que la llamava vagarosa; e de Judas Escariot, que
la llamava gastadera. E veyéndola llorar, lloró con ella. E por su
amor guareció a Marta su hermana, que habia corrompimiento de
sangre siete años avia. E por sus merecimientos quiso que Marcella,
manceba de su hermana, dixese este latín: Bienandan te es el vientre
que te engendró”. Aquesta María Magdalena es la que primeramen-
te començó a fazer penitencia muy nombrada, depués que Jesucristo
vino. Esta fizo el ungüento para el cuerpo de Jhesu Christo, e los dis-
12. Nótese que este término en la Edad Media designa no sólo al hospedado sino al que
hospeda. Marta y María se convirtieron en huéspedes de Jesús, según muchas tradicio-
nes hagiográficas. Esta idea, bastante asentada en la época, para las gentes era un claro
indicio del valor que Cristo les otorgaba. Sobre el carácter sagrado del hospes, véase
Balbin Chamorro, Paloma, Hospitalidad y patronato en la Península ibérica durante la anti-
güedad, Junta de Castilla y León, 2006, p. 24 y ss.; también Thomas Spaccarelli, A Medieval
Pilgrim’s Companion. Reassessing “El libro de los Huéspedes” (Escorial Ms. H-I-13), Chapel
Hill, University of North Carolina Press, 1998.
13. Esta vez es María Magdalena la horrada con la hospitalidad de Cristo, un dato que
cabe interpretar como reciprocidad pues, como queda dicho, la casa de Marta, María y
Lázaro fue hospedería habitual de Jesús en todas estas tradiciones.
193
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MARÍA MAGDALENA
Tan bella descripción no puede por menos que hacer deudora esta
leyenda de la cultura occitana, aquella de fuerte sustrato femenino,
en la que las mujeres forjaron una civilización de la palabra que
formuló desde la experiencia vivida las nuevas nociones del amor
cortés, las mismas que las místicas incorporaron a sus experiencias
del límite con la trascendencia.
El retrato que la Leyenda Dorada y otros flos Santorum divulgaron no
se deja reducir a los contornos del arrepentimiento penitencial que
todo un movimiento de predicación mendicante puso en marcha
bajo los auspicios modélicos de la María Magdalena de pasado
pecador16. Este es más bien el retrato de la conversión mediada por
un inequívoco vínculo amoroso, entablado en reciprocidad; un vín-
culo profundo que se hace público que se recrea en la acción y la
misión conjunta, que transforma el estatus de la mujer en la comu-
nidad cristiana.
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17. J.K. Walsh y B. Bussell Thompson, The Myth of the Magdalen in Early Spanish Literature,
Nueva York, Lorenzo Clemente, 1986, p. 3-5. Álvaro de Luna señalaba en su escrito que
Cristo “apareció a ella primero, e la ordenó apóstola”.
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18. Una selección de textos, edición por la que cito en esta ocasión, puede verse en
Rosanna Cantavella y Lluisa Parra, Eds. Villena, Isabel, Protagonistas femenines a la “Vita
Christi”, Barcelona, La Sal, 1987. Cap. CVVII, a CXXII. pp. 44-69.
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19. “i ¿quis.s porà fartar ni saciar de veure la glorìa e jocundidat de la presència sua?
(…) E la gloriosa Magdalena, veent d`espatles aquell Senyor qui cercava lasua ánima
enflamant-se tota en amor, dix: “Quemadmodum desiderat cervus ad fontes aquea-
rum,ita desiderat anima meaa te, Deus”. Op. cit., p. 51. Para la descripción del llanto
sobre los pies, pp. 55-58.
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20. La Magdalena “aixi triada e legida per lo senyor Fill de Déu entre totes les dones de
l`imperi seu per ésser per ell tan amada”. Op. cit. p. 50.
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MARÍA MAGDALENA
22. Una aproximación a este tema en Wolfram Aichinger, “Isabel de Villena: La imagi-
nación disciplinada”, en Research Group Querelle, The Querelle des femmes in the Roma-
nia. Studies in Honour of Friederike Hassauer, Verlag Turia+Kant, 2003, pp. 57-69. Sobre el
tema de la Querella véanse, entre otros, Robert Archer, Misoginia y defensa de las mujeres.
Antología de textos medievales, Madrid, Cátedra, 2001; Sobre esta temática cabe atender a
la Tesis doctoral que en breve presentará Ana Vargas Martínez en la Universidad Com-
plutense de Madrid.
23. La cuestión del adorno femenino es uno de los ejes de discusión de este debate en
el que discursos y prácticas de mujeres entran en colisión con discursos y normas de teó-
logos, filósofos y moralistas. Especialmente remito en este punto a las investigaciones de
Montserrat Cabré i Pairet, “From a Master to a Laywoman: A Feminine Manual of Self-
Help”, Dynamis 20 (2000) 371-393; id., “Cosmética y Perfumería”, en Luís García-Balles-
ter, coord., Historia de la ciencia y de la técnica en la Corona de Castilla, Valladolid, Junta de
Castilla y León, 2002, vol. II, 773-779.
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LA CONVERSIÓN COMO PATRÓN ANTROPOLÓGICO
24. Es abundadísima la literatura que menciona o profundiza en estos tópicos tan divul-
gados en la cultura medieval y renacentista. Sobre los vínculos afectivos y su incidencia
en las relaciones conflictivas entre los sexos, especulados en el marco del Paraíso y las
relaciones entre Adán y Eva, véase, remito a Ángela Muñoz Fernández, “Mujeres y reli-
gión en las sociedades ibéricas. Voces y espacios, ecos y confines”, en Isabel Morant, dir.,
Historia de las mujeres en España y América Latina. De la Prehistoria a la Edad Media, Madrid,
Cátedra, 2005, epígrafe, “Eva a Debate”, pp. 713-724; otra visión de cómo se formularon
las relaciones afectivas en este periodo histórico, Mª del Carmen García Herrero,
“Cuando Hércules hila”. El miedo a la influencia femenina a finales de la Edad Media”,
Historia y género: imágenes y vivencias de las mujeres en España y América (ss. XIII-XVIII).
Prensas de la Universidad de Málaga (en prensa).
25. Como se ha indicado, la imagen de la Magdalena predicadora y apóstola, fue un
significante vivo en la Edad Media. La leyenda Dorada y los flos Sanctorum vernáculos la
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MARÍA MAGDALENA
Bibliografía
AICHINGER, Wolfram, “Isabel de Villena: La imaginación disciplina-
da”, en Research Group Querelle, The Querelle des Femmes in the
Romania. Studies in Honour of Friederike Hassauer, Verlag Turia+Kant,
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dres de la Iglesia: hacia una revisión histórica del modelo hagiográ-
fico de la la leyenda de Santa María Egipciaca en la Alta Edad
Media”, Romance Quarterly, Fall, 3003, vol. 50, nº 4. p. 281-301.
FIORENZA, E. S., In Memory of Her: A Feminist Theological Reconstruction
of Christian Origins, Nueva York: Crossroad, 1983. [Traducción espa-
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Maria ’ Magdalena
en el arte: entre el enigma
y la fascinacion
’
Mª Leticia Sánchez Hernández
María Leticia Sánchez Hernández (Madrid 1959). Doctora en Historia por la Uni-
versidad Complutense. Licenciada en Teología por la Universidad Pontificia de Sala-
manca. Premio de la Real Academia de Doctores a la mejor tesis de letras en 1995. Con-
servadora de Museos de Patrimonio Nacional desde 1982 (Real Botica, Reales Monas-
terios). Ha publicado libros y artículos tanto sobre Monasterios Reales, como espiritua-
lidad femenina, vida cotidiana en el siglo XVII, belenismo y mística (Arbor, Arenal, La
Ciudad de Dios, Reales Sitios, etc.). Su colaboración en diversas exposiciones y ciclos de
conferencias dentro y fuera de España ha quedado reflejada en publicaciones de diver-
sos organismos oficiales. Desde el curso 2005-2006 es profesora invitada en el Instituto
Superior de Pastoral de la Universidad Pontificia de Salamanca.
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MARÍA MAGDALENA EN EL ARTE:
ENTRE EL ENIGNA Y LA FASCINACIÓN
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MARÍA MAGDALENA EN EL ARTE
1. L. Reau: Iconografía del arte cristiano, Barcelona, Ediciones del Serbal, 2001, Vol.7, T.2.
S., Zuffi: Episodios y personajes del evangelio, Barcelona, Electa, 2003
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9. Kyrios: Las Edades del Hombre. Catedral de Ciudad Rodrigo, mayo-diciembre, 2006.
10. Catálogo-Exposición, Y murió en la cruz, Córdoba, Cajasur, 2001, pp. 140-142.
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14. M. Sánchez Palacios: Pintura flamenca, siglos XV-XVI, Museo del Prado, Madrid, Offo,
1973.
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sionista: cara alargada con ojos pequeños, nariz afilada, boca caída
de labios, con ambas manos sostiene los pies de Jesús. Algunos
artistas aportan otra escena más antes del entierro que es el llamado
traslado del Cristo hacia el sepulcro. Es un tema típicamente rena-
centista en el que puede observarse a un nutrido grupo de personas
trasladando el cuerpo de Jesús hacia la tumba15. Rafael interpreta
con enorme libertad este tema en un lienzo (1507, Galería Borghese,
Roma) [imagen 6] en el que Magdalena se convierte en el centro de
la composición mirando con ternura a Jesús al tiempo que le acari-
cia una mano y la cabeza, mientras la Virgen está desvanecida y es
sostenida por las santas mujeres. El llanto sobre el Cristo muerto de
Petrus Christus (s. XVI, Musées Royaux des Beaux Arts, Bruselas)
sitúa a Magdalena a la izquierda sola, volviendo la cabeza para no
ver el cuerpo llagado de Jesús y con el bote de los ungüentos16.
A partir del siglo XIV, y por influencia de los pintores de Siena,
se empezó a representar el enterramiento de Cristo en presencia
de muchos asistentes. En escultura fue muy frecuente plasmarlo
durante los siglos XV y XVI promovido por las cofradías del Santo
Sepulcro que surgen en estos momentos y por la propaganda fran-
ciscana. Generalmente Cristo aparece colocado sobre un sudario y
es agarrado por dos hombres; alrededor se sitúan la Virgen sosteni-
da por San Juan, las santas mujeres cuyo número es variable, José
de Arimatea y Nicodemo –uno en cada esquina– y Magdalena que
puede aparecer en distintos lugares: detrás como una plañidera ele-
vando los brazos; a los pies de Jesús como la inmortaliza Quintín de
Metsys en el tríptico de Amberes (c. 1511); o arrodillada en la parte
anterior de la tumba, como en los sepulcros de la abadía de Solesmes
(1498), sin duda, una de las imágenes más hondas y conmovedoras
que existen en torno a la expresión del dolor. Fra Bartolomeo (s. XVI,
Palacio Pitti, Florencia) [imagen 7] pinta una dramática escena con
15. J.J. Martín González: Guía histórico artística de Valladolid, Valladolid, Miñón, 1972.
16. AA.VV: La pittura in Italia: il Cinquecento, Roma, Eldecta, 1989, T.I y II.
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tan solo tres personajes en torno al cadáver de Jesús: San Juan sos-
teniendo la cabeza y los brazos de la Virgen, y Magdalena vestida
de rojo con el cabello suelto que se arroja frenética abrazando sus
pies. Lo que comienza siendo un acto multitudinario se va transfor-
mando en una íntima y emocionante despedida donde María
Magdalena está destacada de la escena. Giovanni Bellini logra dar
ese toque conmovedor a su Santo Entierro (c. 1471-1474, Museos
Vaticanos) [imagen 8] retirando de la escena a la Virgen y San Juan,
a favor de un segundo plano de Arimatea y Nicodemo que sostie-
nen la cabeza de un Jesús semi sentado, y destacando a una
Magdalena a la derecha de la composición que le toma de la mano
en señal de despedida17. Hacia 1580 otro grupo escultórico de autor
castellano, similar en sus trazas a la lamentación, bellamente talla-
do, dorado y policromado del Monasterio de las Huelgas de
Burgos, presenta los personajes en torno al cadáver en otra posición:
Nicodemo y Arimatea en la cabeza y los pies, respectivamente, en
la parte posterior la Virgen rodeada por San Juan, las santas muje-
res y una Magdalena sin tocado que se diferencia claramente del
grupo al arrojarse materialmente sobre Jesús. El Santo Entierro que
pinta Caravaggio me gusta especialmente (1602-1604, Museos
Vaticanos) [imagen 9], porque el pintor modifica radicalmente las
actitudes y las expresiones de los personajes en una composición
–como casi todas las suyas– un tanto transgresora, porque la mujer
que levanta los brazos desesperada cerrando la composición no es
Magdalena, sino la que llora en silencio junto a la Virgen en igual-
dad de condiciones y de sentimientos, mientras Nicodemo y
Arimatea introducen a Jesús en la tumba: Magdalena no aparece en
su tradicional pose de “pecadora arrepentida que se desmelena”,
sino que aquí adquiere ese aire de serenidad y de pausada tristeza
que siempre ha sido reservado a María18.
17. C. Pietrangelic: Paintings in the Vatican, Ldon, Bulfinch Press Book, 1996.
18. W. Friedlander: Estudios sobre Caravaggio, Madrid, Alianza editorial, 1995.
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21. Agradezco a José Luis Valverde Merino –uno de los integrantes del inventario de la
diócesis de Palencia– el dato de la pila de Colmenares de Ojeda
22. S. Dilva y Verástegui, “Las miniaturas inéditas del Leccionario de Sahagún del siglo
XII: estudio iconográfico”, en Cuadernos de Arte e Iconografía, Madrid, FUE, 1993, T.VI-11.
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23. M. Scudieri, Musei di San Marco, Firenze, Giunti, Gruppo Editoriale, 2005.
24. AA.VV: The age of Corregio and the Carracci: emilian paintings of the sixteenth and seven-
teenth centuries, Cambridge University Press, 1986.
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3. Noli me tangere
Hemos visto cómo la resurrección se centra en torno a las santas
mujeres que no han desempeñado ningún papel trascendente en la
iconografía de los ciclos de infancia, pero en cambio adquieren
importancia en la vida pública de Jesús y en el ciclo de la pasión. En
el estricto terreno de las apariciones es el tema del “Noli me tangere”
el más difundido, por supuesto en mayor número que las aparicio-
nes a los discípulos que generalmente se asocian a los pasajes de la
incredulidad de Tomás y de los discípulos de Emaús. Aunque no
vamos a tratarlo ahora, es interesante señalar que con anterioridad a
la aparición a Magdalena, algunos artistas han pintado o esculpido
la aparición de Cristo a su madre, tema de origen bizantino asociado
en la Edad Media a la Leyenda Aúrea y al teatro de los Misterios, que
consideraban que Cristo debió procurar a su madre la primera ale-
gría de la resurrección, al margen de los datos evangélicos.
El Noli me tangere (denominación tomada de la Vulgata que en-
contraremos en inventarios y contratos de obra) puede presentarse
bajo dos aspectos iconográficos. En el primero, Cristo separa a
25. Catálogo exposición, Federico de Madrazo y Kuntz 1815-1894, Madrid, Museo del
Prado, noviembre 1994-enero 1995.
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26. Aurea Rosa idest praeclarissima expositio super evangelia totius anni de tempore et de sanc-
tis tam secundum Ordinem Praedicatorum quam secumdum Curiam continens Flores et Rosas
omnium expositionum Sanctorum doctorum Antiq. Preclarissimi et excellentissimi Sacre Theolo-
gie Doctoris Magistri Sylvestri de Prierio pedemontani Sacri Ordinis Fratrum Praedicatorum de
observantia. Impressum Bononie per Benedictum Hectores Calcographum Accuratissimo Anno
Salutis MCCCCCIII.
27. D. de Vos, op, cit.
28. Alonso Cano: Espiritualidad y Modernidad Artística, IV Centenario de su muerte,
Hospital Real de Granada, 2001-2002.
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31. C. Shikawa: The Retablo de la reina católica by Juan de Flandes and Michel Sittow,
Bryn Mawr College, 1989.
32. AA.VV, The age of Corregio… op,c it.
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36. Mª. L. Sánchez Hernández: Mariana de San José: la experiencia religiosa de una monja en
el siglo XVII, Madrid, Ed. El Orto (en prensa). Explico el origen y evolución del lagar de
Cristo desde la Edad Media hasta el siglo XVII.
37. T. Pignatti y F. Pedroco: Véronèse, catalogue complet, París, Bordas, 1992.
38. G. Vasari: Vidas de grandes artistas, Barcelona, Luis Miracle, 1940
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6. Escenas de Betania
Las escenas en la casa de Betania son tres: Cristo con Marta y María,
la resurrección de Lázaro y la unción de María que muchas veces se
confunde con el pasaje de la cena en casa de Simón. Uno de los prin-
cipales representantes de la escuela de Avignon, Nicolás Froment,
recoge las tres escenas en la tabla del Tríptico de Lázaro (1461,
Galería Uffizi, Florencia) 43 [imagen 20], mostrando a la izquierda la
40. Catálogo exposición: Tiziano, Madrid, Museo del Prado, junio-septiembre 2003.
41. I. Maisch: Mary Magdalen. The Image of a Woman through the Centuries, Collegeville,
Minnesota, 1998.
42. Catálogo exposición: Ribera, Madrid, Museo del Prado, junio-agosto 1992.
43. Tosone, op, cit.
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48. M. Salvá Pico, “La leyenda provenzal de Santa María Magdalena según la pinturas
góticas de la Iglesia de Sant Vicenç de Rus, Barcelona”, en Cuadernos de Arte e iconografía,
T.VI-11, 1993. Aparte del estudio de los frescos de Rus, la autora sintetiza el desarrollo de
la leyenda provenzal en las obras citadas de Giotto, Moser, el Maestro de la Magdalena,
las vidrieras de las catedrales del centro de Francia y los ejemplos existentes en Cataluña
y Levante. Así mismo dedica un apartado a la expansión del culto a Magdalena en Espa-
ña a través de la ruta francígena del Camino de Santiago.
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49. D. Angulo y A. Perez Sánchez: La escuela madrileña del segundo tercio del siglo XVII,
Madrid, Instituto Diego Velásquez, 1983.
50. Ribera, op, cit.
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52. A. García Sanz y J. Martínez Cuesta: “La serie iconográfica de ermitaños del
Monasterio de las Descalzas Reales”, en Cuadernos de Arte e Iconografía, Madrid, Funda-
ción Universitaria Española, 1991, T.IV, 7.
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una noble culta sentada ante una mesa leyendo un libro, con el bote
a la derecha; se ciñe un corpiño de terciopelo al cuerpo y luce un ata-
vío de perlas alrededor del cabello trenzado que cae por los hom-
bros y la espalda, muy característico de las mujeres florentinas.
Lucas Cranach, el viejo (1525, Wallraf-Richartz Museum, Colonia)
[imagen 25] sitúa en un paisaje pastoril con un fondo urbano a una
Magdalena que parece más una noble o la hija de un rico comer-
ciante, que una santa; se la reconoce por el tarro y por un pequeño
medallón lleno de ángeles que está en la parte superior izquierda,
que remite al espectador a su ascenso a los cielos53. Finalmente, y ya
en el siglo XVII, Georges de la Tour ha logrado con la Magdalena de
las dos llamas (1638-1643, Metropolitan Museum, Nueva York) la
conjunción perfecta entre la cortesana y la pecadora arrepentida. El
artista ha creado una penumbra llena de misticismo que sumerge al
espectador en un ambiente silencioso y adecuado para la medita-
ción. Magdalena está sentada de lado ante una mesa, pero no apa-
rece como mujer sensual, sino como mujer serena que lleva a Dios.
Su mirada conduce directamente al centro de la escena: la vela
encendida y su reflejo como imagen de Dios. El espejo juega un
doble rol: por un lado, es el objeto lujoso que recuerda su pasado
pecador (el espejo ha sido siempre el símbolo del pecado, especial-
mente de la vanidad femenina); por el otro, es la pieza que muestra
la verdad de Dios simbolizada en la vela. Así mismo, en la mesa
reposan las joyas que recuerdan su vida anterior y la calavera que
indica su conversión y su penitencia. La larga cabellera es una refe-
rencia a la unción de los pies de Jesús54.
Veamos, en último término, la representación más conocida de
Magdalena, la que de alguna manera ha penetrado en el imagina-
rio popular alejándola por completo de la mujer que tiene un papel
clave en los orígenes del cristianismo: se trata de la figura de la
53. M. Friedlander y J. Rosenberg: The paintings of Lucas Cranach, Nueva York, Tabard
Press, 1978.
54. P. Rosenberg: Georges de la Tour: catalogue complet des peintures, París, Bordas, 1992.
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MARÍA MAGDALENA
55. Una de las mejores especialistas en el tema de la Magdalena barroca es Odile Delen-
da que en su obra, L’iconographie de Sainte Madeleine après le Concile de Trente. Essai de
Catalogue des Peintures des Collections publiques françaises, París, tesis inédita, Ecole du
Louvre, 1984-1985, 5 vols, recoge todas las consignas de los tratadistas sobre la iconogra-
fía de la santa, así como un exhaustivo elenco de obras. Esta misma autora fue la comi-
saria de una exposición celebrada en México, María Magdalena: éxtasis y arrepentimiento,
México D.F., Museo Nacional de San Carlos 2001, que exhibió casi sesenta lienzos relati-
vos a la Magdalena barroca tanto europeos como latinoamericanos.
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56. E. Mâle: El arte religioso del siglo XII al siglo XVIII, México, Fondo de Cultura
Económica, 1952.
57. Falleti y Anglani, op, cit.
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pía finalidad del arte muy en consonancia con los sermones de Sa-
vonarola. Donatello esculpe posiblemente uno de sus mejores tra-
bajos en madera policromada y dorada (1454-55, Museo de la Ope-
ra del Duomo, Florencia) [imagen 26]; la talla retrata a una prosti-
tuta al final de su vida, con la salud precaria, físicamente arruinada
y reflejando en el rostro la degradación; sin embargo, hay algo en su
mirada que denota una profunda religiosidad.
Al hacer el análisis de la cabellera hablábamos de dos excelentes
ejemplos de penitente, la Magdalena de Tiziano y la de Ribera. Mu-
chos tratadistas han considerado que es imposible igualar el lienzo
del Españoleto, que ha logrado pintar una mujer de rostro puro con
perfectas proporciones ligeramente tapadas por el cabello, su belle-
za es radiante y serena aunque su boca exprese dolor, pero sus ojos
levantados al cielo y su luminoso resplandor la separan de lo mun-
dano y la elevan hacia Dios. A estos bellísimos ejemplos tendríamos
que añadir las Magdalenas de Domenicos Theokopulos –el Greco–
realizadas hacia 1577 (Worcester Art Museum, iglesia parroquial de
Paradas, Sevilla y Museo de Bellas Artes de Bilbao) [imagen 27] que
siguen estrictamente las normas de la Contrarreforma.
Hay un modelo de Magdalena que influyó enormemente en la
devoción popular debido a las copias que realizaron los miniaturis-
tas en esmalte, alabastro o venturina para los oratorios privados, y
a los grabados que se hicieron de ella y que circularon en estampas,
novenas, devocionarios y misales hasta el siglo XX. Se trata de la
penitente de Guido Reni (c. 1633, Galería de Arte Antica, Roma)
[imagen 29] que aparece en una cueva recostada sobre las rocas con
la mirada elevada hacia los dos ángeles de la parte superior y la
mano izquierda apoyada en la calavera. Su mirada lánguida está
muy en consonancia con el pietismo que se instalará a partir de la
segunda mitad del XVII y que seguirán posteriormente pintores
como Luca Giordano (Último cuarto del s. XVII, Casita del Príncipe
de El Escorial, Madrid) y Mengs (Segundo tercio del XVIII, Palacio
de Aranjuez, Madrid).
245
MARÍA MAGDALENA EN EL ARTE
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Imagen 1. Maestro de Rímini. Crucifixión. Museo de Allentown.
Imagen 10.
Dura Europos. Las mirróforas ante el sepulcro. Museo nacional de Damasco.
Imagen 11. Mosaico. Las mujeres en el sepulcro. San Vital, Ravena.
Imagen 12. Fra Angelico. Noli me tangere. Convento de San Marco, Florencia.
Imagen 13. Juan de Flandes. Noli me tangere. Palacio Real de Madrid.
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MARÍA MAGDALENA Y LAS TRADICIONES DEL SANTO GRIAL
3. Julian Pettifer, “Catholic woman in secret ordination,” BBC News, 22 de junio, 2005,
(http://news.bbc.co.uk/2/hi/programmes/crossing_continents/4119254.stm).
4. Michael Baigent, Richard Leigh y Henry Lincoln, Holy Blood, Holy Grail, Nueva York,
Delacorte Press, 1982; version española: El enigma sagrado, trad. Jordi Beltrán, Madrid, Edicio-
nes Martínez Roca, 2006.
5. Baigent y otros, El enigma sagrado, p. 437.
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MARÍA MAGDALENA Y LAS TRADICIONES DEL SANTO GRIAL
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este libro: sus autores afirman que “un relato que se refiere a un
tesoro, aunque se trate del tesoro del templo de Jerusalén, tiene una
relevancia y una importancia limitadas”.16 ¿Para quiénes? Para los
que promueven de una manera sensacionalista que la línea sanguí-
nea de Jesús y María Magdalena es el auténtico Santo Grial. Este es
el secreto que, según Baigent y otros, fue descubierto y utilizado por
Saunière para chantajear al Vaticano, amasando de esta manera una
fortuna.17 En términos generales, estos autores tienden a malinter-
pretar los textos que utilizan y a cargar al lector con información que
parece creíble pero no lo es. Se alejan completamente de la realidad
cuando afirman, por ejemplo, que Josefo fue testigo de la caída de
Masada18 y que “ningún erudito, que nosotros sepamos, haya
comentado anteriormente estas alocuciones [las de Eleazar en Ma-
sada]”.19 Esto es totalmente absurdo, teniendo en cuenta los siglos
de erudición que existen sobre los textos de Josefo, incluyendo su
relato de Masada en La guerra judía, Libro 7.20 En su relato, Josefo
deja claro que él no estuvo allí –cuando nunca pierde una oportuni-
dad de mencionar los casos en los que sí fue testigo de algún acon-
tecimiento– y dice que un testigo femenino que sobrevivió “informó
a los romanos” sobre los discursos pronunciados y el consiguiente
suicidio en masa.21 Lo que pretenden con esta lectura sesgada de
Josefo es dar base a su argumento, según el cual Pilato conspiró con
los seguidores de Jesús para montar “una crucifixión ficticia” 22 y
que estos seguidores eran esenios, que en realidad eran zelotes, que
a su vez eran los sicarios que murieron en Masada. Sólo esta última
afirmación –que los sicarios murieron en Masada– es cierta, si uno
se apoya en La guerra judía de Josefo para el relato del episodio de
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25. Dan Brown, El Código Da Vinci, trad. Juanjo Estrella, Barcelona, Ediciones Urano, 2003.
26. Cf. Smith, op. cit.
27. Por ejemplo, dos obras de Bart Ehrman: Truth and Fiction in the Da Vinci Code (op. cit.) y
Peter, Paul and Mary Magdalene: The Folowers of Jesus in History and Legend (Nueva York,
Oxford University Press, 2006); Mary R. Thompson, Mary of Magdala: What the Da Vinci Code
Misses (ed. rev., Nueva York, Paulist Press, 2006); Mary R. Thompson, Mary of Magdala: What
the Da Vinci Code Misses (ed. rev.), Nueva York, Paulist Press, 2006; dos libros de Amy Welborn
titulados De-Coding Da Vinci: The Facts Behind the Fiction of the Da Vinci Code (Huntington,
Indiana, Our Sunday Visitor-Publishng Division, 2004) y De-Coding Mary Magdalene: Truth,
Legends and Lies (Our Sunday Visitor, 2006); y Ben Witherington, The Gospel Code:Novel
Claims about Jesus, Mary Magdalene and da Vnci, Downers Grove, Ill., Intervarsity Press, 2004.
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Cena de Da Vinci, y ella musita para sí: “¿Y ésta es la mujer capaz de
destruir ella sola la Iglesia? 34 (El énfasis es de Brown en el original en
ingles; ¿por qué la Iglesia es tan frágil en esta novela?). Sophie ni
siquiera se arriesga a conjeturar quién podría ser la mujer, lo cual
carece de sentido puesto que su trabajo le exige resolver enigmas. De
forma poco convincente pregunta: “¿Quién es?” y Teabing le con-
testa que es María Magdalena. Sophie responde con otra pregunta:
“¿La prostituta?”. Teabing rápidamente le saca de su error y su igno-
rancia (aunque hay que decir que la ignorancia de Sophie crece a lo
largo del libro): el papel de María Magdalena como esposa de Jesús
fue escondido por “la Iglesia en su primera época” porque esto
podría, de alguna manera, poner en peligro la fama de Jesús como
“un ser divino”.35 En realidad, la explicación de Teabing tiene un cier-
to aire de nestorianismo, como si los distintos aspectos de la vida de
Jesús podrían, de alguna manera, dividirse en categorías, divino
aquí, humano allá, algo que no hubiera resultado aceptable para la
mayoría de “la Iglesia en su primera época”, al menos después del
Concilio de Éfeso en 431. Más adelante, Teabing desarrolla sus ideas
afirmando que todos los libros de su biblioteca apoyan la idea de
que “María Magdalena era el vientre” [en inglés, “Mary Magdalene
was the womb”] en el que se perpetuó el linaje real de Jesús. El
Priorato de Sión, en nuestros días, sigue venerándole todavía como
diosa, como Santo Grial, como rosa y como Madre Divina”.36
¿“María Magdalena era el vientre?”. ¡Una afirmación así es más pro-
pia de alguna escena escalofriante de El cuento de la criada de Marga-
ret Atwood que de una novela que supuestamente aboga por el
poder de “lo femenino sagrado”! La ironía sería divertida si no exis-
tiera la posibilidad de que siquiera un mínimo porcentaje de los 40
millones de personas que han comprado este libro podría ser des-
pistado por tal reductio ad absurdum. Y lo que es más extraño aún,
incluso la Iglesia, el monstruo patriarcal y asesino de esta novela,
34. Ib., p. 303.
35. Id. (énfasis de Brown en el original en inglés).
36. El Código Da Vinci, op. cit., p. 317.
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37. Nancy De Flon y John Vidmar, O.P., 101 Questions and Answers on The Da Vinci Code and
the Catholic Tradition, Nueva York, Paulist Press, 2006.
38. El Código Da Vinci, op. cit., pp. 314-315.
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44. Cecilia Goodnow, “Brown drew inspiration from local author’s books for ‘Da Vinci Code’,”
Seattle Post-Intelligencer, 18 de mayo, 2006 (http://seattlepi.nwsource.com/books/270555_star-
bird18.html.
45. Por ejemplo, en su libro Mary Magdalena, Bride in Exile (Rochester, Vermont, Bear and
Company, 2005), Starbird habla de “cartas de tarot del siglo XV que representan un hierofante
femenino o sumo sacerdotisas/papas en la tradición de la Magdalena” (p. 35). Sin embargo en el
libro de Ronald Decker, Thierry Depaulis y Michael Dummett titulado A Wicked Pack of Cards:
The Origins of the Occult Tarot (New York, St. Martin’s Press, 1996), no hay ninguna cita con
respecto a María Magdalena y su relación con las cartas del tarot.
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49. Richard Barber, The Holy Grail: Imagination and Belief, Cambridge, Mass., Harvard
University Press, 2004, p. 95.
50. Ib., p. 49.
51. Ib., ilustración de cara a la p. 240; cfr. también Arthur Waite, The Holy Grail: The Galahad
Quest in Arthurian Literatura, New Hyde Park, N.Y., University Books, 1961, pp. 107-108.
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Cuando hubo entrado allí / con el grial que sostenía / se hizo tal
claridad / que despareció la luz de las candelas / como ocurre
con las estrellas / cuando el sol o la luna se levantan. / Después
de ésta llegó nuevamente / otra doncella que llevaba un plato
de plata. / El grial, que iba por delante, / era de oro fino purísi-
mo; / enía el grial piedras preciosas / de muchísimas clases, /
de las más costosas y valiosas / que se encuentran en tierra o en
el mar; / sin ninguna duda, las piedras del grial / superaban a
todas las demás piedras. / Del mismo modo que había pasado
la lanza / pasaron por delante del lecho, / y pasaron de un apo-
sento a otro. / Y el joven los vio pasar / mas no se atrevió a pre-
guntar / a quién se servía con el grial, / pues seguía conservan-
do en su corazón / las palabras del sabio prohombre. / Me temo
que esto sea prejudicial, / pues he oído reprochar / que uno se
calle demasiado / a que hable en exceso. / Que sea para bien o
sea para mal, / yo no lo sé, no pregunta nada.52
Una lanza blanca con una gota de sangre ha iniciado la procesión de
diversos objetos hacia la sala, pero es el grial, ricamente adornado,
que produce una visión beatífica de los cielos. Sin embargo, Perce-
val no pregunta por él, lo que más tarde será la causa de una guerra
cruenta, y se lamenta más tarde: “y tuve desde entonces, tal dolor /
que hubiese preferido morir, / y que me olvidé del señor Dios, / ni
volví a pedirle misericordia / ni hice nada, que yo sepa, / por lo que
pudiera obtener compasión”.53 El ermitaño que oye estas tristes
palabras le cuenta a Perceval lo que es en realidad el grial que vio
en el castillo: un plato para la comunión, que es la única comida
–una comida verdaderamente espiritual– del rey y que “le mantie-
ne en vida y le conforta”. Entonces el ermitaño le aconseja a Perce-
val que se arrepiente y asista a la misa: “Ama a Dios, cree en Dios,
adora a Dios” y que “Si una doncella te pide ayuda, / ayúdala, será
52. Alain Verjat Massmann, Chrétien de Troyes: El cuento del Grial, Barcelona, Bosch Casa
Editorial, 1995, pp. 273-275.
53. Ib., p. 471.
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bueno para ti, / lo mismo una dama viuda o una huérfana”.54 Por
fin, Perceval ha aprendido la lección fundamental de la fe que todo
caballero debe conocer para llevar una digna vida cristiana. Lo últi-
mo que se nos cuenta de Perceval es que recibe la comunión el
domingo de Pascua, igual que Dante ascenderá al Paraíso y verá su
gloria en el día de la Resurrección. Al poema de Chrétien, enorme-
mente popular aunque inacabado, le fueron agregadas numerosos
finales, y fueron surgiendo otros romances que describían el grial, al
mismo tiempo que se fueron variando sus diversos atributos, como
ha señalado Barber en detalle.55
Aunque María Magdalena nunca aparece por su nombre en Le conte
du Graal, es posible que su papel especial como la que descubre la
resurrección de Cristo quede reflejado en la imagen, presente en este
poema, de la hermosa doncella que porta la forma eucarística, ver-
sión transubstanciada de Cristo, en el Grial.56 En última instancia, lo
que le importa a Perceval en el poema no es el grial en si, ni la forma
que toma, sino el poder transformador para la vida de la persona
que lo contempla, quien después de muchas aventuras y una caren-
te formación como caballero, aprende por fin cómo relacionarse con
Dios a través del misterio de la eucaristía llevada en ese grial. No
obstante, este propósito y este significado trascendentales del grial
no han sido capaces de frenar la búsqueda y la custodia hasta nues-
tros días, de diversos recipientes en los que se cree que María
Magdalena recogió la sangre de Cristo.57
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Rochester, Vermont, Bear and Company, 2004, pp. 128-132; y Justin Griffin, The Holy Grail: The
Legend, the History, the Evidence, Jefferson, No. Carolina y Londres, McFarland & Co., 2001,
pp. 134-141.
58. Sherry Reames, The Legenda Aurea: A Re-examination of its Paradoxical History, Ma-
dison, Wisconsin, University of Wisconsin Press, 1985, pp. 197-209.
59. Fray José Manuel Macías, Santiago de la Vorágine: La Leyenda Dorada, 1, 2ª ed., Madrid,
Alianza Editorial, 1984, p. 385.
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60. Una representación plástica de este tema es el fresco del año 1365 en la Capilla Rinunccini
de la iglesia de Santa Croce en Florencia.
61. Más adelante en este relato, María Magdalena, gracias a una visión, ayuda a otra mujer
embarazada en apuros a dar a luz con éxito a un hijo varón, después de ser la única supervivien-
te de un naufragio (Macías, op. cit., p. 391).
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62. Susan Haskins, Mary Magdalen; Myth and Metaphor, Nueva York, Riverhead Books, 1993,
p. 234.
63. Es curioso notar que Bart Ehrman, en su libro Truth and Fiction in the Da Vinci Code (op.
cit.) no se refiere a esta faceta del relato de la Legenda.
64. Macías, op. cit., p. 391.
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MARÍA MAGDALENA Y LAS TRADICIONES DEL SANTO GRIAL
Conclusión
Más de veinte mujeres han sido ordenadas por la organización
Romana Catholic Womenpriests, y hay otras 130 en la lista de espe-
ra, incluyendo unas 80 estadounidenses… Las candidatas tienen, en
su mayoría, entre 50 y 70 años, y han luchado durante décadas para
ser ordenadas, según las organizadoras de la ceremonia.65
Estas mujeres de nuestros tiempos –muchas de ellas esposas, ma-
dres (¿“vientres”?), y abuelas– han descubierto que sus distintos
papeles y ocupaciones en la vida no han sido completamente satis-
factorios y que su auténtica vocación es la de sacerdote católica. La
ordenación de mujeres en la Iglesia católica salvaría la dicotomía a
la que se refería el arzobispo Foley, entre las mujeres que dan a luz
y los hombres que ejercen de sacerdotes. En cierto modo, estas mu-
jeres sacerdotes armonizarían todas las imágenes de María Mag-
dalena que hemos examinado en este capítulo: la moderna inter-
pretación de su figura como esposa de Jesús y madre de sus hijos (es
decir, como si ella misma fuera el grial); su antigua imagen en los
evangelios como apóstol de la Resurrección, fundamento de la fe
cristiana y corazón del misterio de la liturgia eucarística celebrado
por los sacerdotes católicos, que a su vez dio lugar a los relatos
medievales del grial; y la visión medieval de la santa como predica-
dora y cuidadora de su comunidad. El tiempo dirá si la Iglesia cató-
lica está dispuesta a aceptar esta amalgama de las diversas María
Magdalenas en la forma de mujeres sacerdotes. ¿O continuará
diciendo Noli me tangere?
65. Susan Snyder, “Defying Church, organization ordains 8 women as priests”, The Philadel-
phia Inquirer, 1 de agosto, 2006.
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narrativa contemporanea
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EN LA NARRATIVA CONTEMPORÁNEA
Isabel Gómez-Acebo
I. El caldo de cultivo
EL GRAN ÉXITO DE EL CÓDIGO DA VINCI ha hecho pensar que el interés
contemporáneo por la figura de María Magdalena es reciente e
impulsado por la obra de Dan Brown. Nada más lejos de la realidad
pues una serie de diversos factores han intervenido para sacar su
figura del olvido y darle nuevo lustre. Mencionaré algunos.
En el camino de nombrar santos patronos para las distintas cofradías
de artesanos y profesionales le tocó a María Magdalena estar al fren-
te de las prostitutas. La historia había enfatizado de su vida un carác-
ter de pecadora que le era ajeno por la confusión con otro personaje
bíblico que era la mujer pública que derramaba el perfume sobre los
pies de Jesucristo, un texto que aparece en el evangelio de Lucas 7,37-
39. El calificativo de pública la hizo a aparecer como prostituta pues
¿qué otras categorías la harían entrar en ese epígrafe siendo mujer?
El número de prostitutas en los países industrializados a mediados
del XIX se multiplicó por causa de la revolución industrial. Muchas
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1. Más información sobre el gnosticismo en el capítulo de este libro que se dedica al tema.
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George relaciona su posesión con los ídolos que adoraban los cana-
neos al entrar Israel en la tierra prometida. María, de niña, en una
peregrinación a Israel encuentra una estatuilla de marfil maravillo-
samente esculpida que guarda a sabiendas de que su deber era des-
truirla. Esta figurita que representa a Ashera la va a perseguir a lo
largo de su vida luchando con ella e invitando a sumarse a la causa
a otros monstruos del mal. Al final nuestra protagonista lleva en su
interior al demonio de las tempestades Pazuzu, a Heket, al demonio
del mediodía, a Rabisu, una voz blasfema innominada, a Abbidon...
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5. Equivale al Hades griego y es el lugar donde van los muertos en la escatología judía.
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débil para vengar tamaño ultraje, pone la cabeza a los pies de Jesús
como víctima que consagra su cólera” (p. 33).
Hay que reconocer que ninguno de nuestros autores describe a
María prostituta con desprecio. La vida que le tocó vivir la empujó
gradualmente por este camino que nunca hubiera tomado por sí
sola. Loca, despechada, violada... fueron el resultado de su mala
suerte. Da la impresión de que nuestros novelistas adoptan la mira-
da de Jesús para evaluar a la Magdalena, una mirada que se posa
con amor sobre todas las personas especialmente sobre aquellas que
la sociedad margina y desprecia como sería el caso de las prosti-
tutas.
Este oficio que se le achaca daba pie para convertirla en el persona-
je principal de una lapidación siguiendo el pasaje del evangelio de
Juan 8. Kazantzakis describe que los varones del pueblo envidiosos
de los favores de los que otros gozaban y secundados por los celos de
sus esposas, cogen a María y la echan a una cisterna vacía. Nuestro
autor nos da los motivos por los que buscan su condena algo que no
se menciona en el texto canónico. Su propósito es matarla arroján-
dole piedras sobre su cuerpo que era lo aconsejado por la ley que
seguía las prescripciones de Moisés para las mujeres, una actitud
semejante a la que describe el evangelio
El receso que se origina cuando salen en busca de las piedras per-
mite que Jesús, que está en la vecindad, escuche los gritos de peti-
ción de ayuda de María. Se acerca al lugar y la salva pidiendo a
todos los que no hubieran pecado nunca que arrojaran la primera
piedra. La historia es bien conocida pues repite al pie de la letra el
texto evangélico: nadie se atreve y todos se van alejando del lugar.
María, de nuevo, ocupa el lugar de otra protagonista del evangelio.
Otra identificación que se hizo fue con la mujer del perfume que
unge los pies de Jesús en los evangelios. Un texto que aparece en el
evangelio de Lucas 7,36-50 donde es tachada de pecadora pública.
Una condición que cuando se imputa a las mujeres siempre tiene
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que ver con su vida sexual mientras que el mismo calificativo para
los varones está lleno de dignidad y respeto. En Slaugther, María
comenta lo que va a hacer con Jesús cuando vuelva: “Estaré espe-
rándole para lavar sus pies y ungir su cabeza con aceite”. Lo mismo
sueña la Magdalena en la obra de Kazantzakis: “Todos los atarde-
ceres calentaré agua, lavaré su santos pies y soltando mi cabellera
los secaré con ella”. El mismo gesto erótico, sin los besos que tam-
bién suministra la pecadora de Lucas y que escandaliza a los co-
mensales que comparten mesa con Jesús. Un Jesús que se deja hacer
sin protesta alguna.
La confusión de identidades también la convierte en la María de
Betania que es hermana de Lázaro y Marta cuyo relato podemos
leer en Juan 11,1-12. En el texto de Kazantzakis, el último sueño ten-
tador de Jesús, le describe bígamo, casado con ambas hermanas de
las que tiene hijos pero a las que confunde entre sí. Al final del libro
todas las protagonistas tienen la misma cara y personalidad dentro
de esa concepción que ha compartido la humanidad y que tiende a
hacer de las mujeres personas idénticas, clones unas de otras. En
María Magdalena se da el caso perfecto pues se la va describiendo
con la personalidad de muchas mujeres distintas.
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salvarse. De nuevo la idea que subyace tiene que ver con nuestra
condición más material que la del varón.
Slaugther describe el encuentro con Jesús cuando María es ya la
concubina del procurador romano que la violó y a quien le ofreció
su vida si salvaba la de su novio. Ese contacto con el galileo cambió
su manera de ser y la hizo ser capaz de generosidad, capaz de pedir
por la curación del hombre que había arruinado su suerte. Le dice
al que era su prometido: “Cuando veas a Jesús comprenderás por
qué puedo pedir por la vida de Gaio Flaco, aunque sé que mañana
me azotará y me entregará en manos de cualquier varón que visite
su casa. Simplemente el hecho de mirar a Jesús y oírle hablar te con-
vierte en una persona diferente” (p. 216).
2. La enamorada
Todos nuestros textos coinciden, de alguna forma, en que la Magda-
lena se enamora de Jesús. Margaret George permite que nos pasee-
mos por sus sentimientos: “No puede ser, me estoy peligrosamente
enamorando de este hombre. Sólo porque es cariñoso y me consue-
la cuando mi marido me ha abandonado. No es suficiente. Estoy
débil y sin control de mis sentimientos”. Tras estas primeras refle-
xiones su corazón sigue dando pasos que le revelan la importancia
creciente del joven profeta en su vida: “Tenía la convicción de que
Jesús, sobre todo lo demás, se había convertido en alguien necesa-
rio para su vida”. Hasta que se permite soñar con lo que intuye es
imposible aunque no acierta a explicar la razón:
“Y Jesús ¿me miraba de forma distinta que a los demás? Y si
lo hacía ¿qué significado podía tener? Yo también le miro
de manera distinta que a los otros hombres que he conocido
en mi vida. Es un hombre. Se casará algún día. Necesita una
compañera ¿Por qué estoy pensando estas cosas? se pregun-
ta. Debo parar pues está mal. Pero ¿por qué está mal? Una
pequeñita voz interior se cuestionaba ¿por qué? ¿era su voz?
¿la voz de Satán? Pero ¿por qué de Satán? Jesús era un varón
y los varones se casaban. Esa era la pura verdad” (p. 379).
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una planta sin agua”. Una descripción más cercana a los resultados
de un fuerte ascetismo que a las señales de una mujer enamorada.
El texto puede estar apuntando a que para seguir a Cristo las muje-
res debemos perder todos los atractivos de nuestro sexo pues era la
manera de convertirnos en seres más espirituales. Desgraciadamen-
te a lo largo de la historia de la humanidad se ha dado esta lectura lo
que no tuvo su contrapartida en los varones que intentaban seguir el
mismo camino.
Me parece que Marguerite Yourcenar apuesta por una solución se-
mejante: Jesús como novio de la humanidad pues habla de la cruz
en estos términos: “Consentí en verlo morir a la manera de una
amante que consiente que su amado haga un brillante matrimonio...
Le vi acostarse en el lecho vertical de sus nupcias eternas; asistí al
momento horrible en que lo ataban con cuerdas, al beso que dio a la
esponja aún empapada de un amargor marino, a la lanzada del sol-
dado que se esforzaba por perforar el corazón del divino vampiro”
(p. 80). El amor de la Magdalena se había unido en el madero de la
cruz con el alma humana.
Aquí nos encontramos con un denominador común en mucha lite-
ratura religiosa que considera la imagen femenina como la mejor
representación de la persona humana y eso a pesar de que estamos
en una civilización patriarcal. Puede que el motivo se encuentre en
que la divinidad tiene rasgos de varón y una humanidad femenina
se presta mejor al matrimonio sagrado pero el hecho ahí está.
No recibió, dice, más que una migaja de su amor infinito pues com-
partió su corazón con las criaturas como cualquier otra. “Mis aman-
tes de antaño se acostaban sobre mi cuerpo sin preocuparse de mi
alma: mi celeste amigo de corazón sólo se preocupó de calentar ese
alma eterna, de suerte que una mitad de mi ser no ha dejado de
sufrir. Y sin embargo me ha salvado... evito el serio error de serle
necesaria a Dios” (p. 83). Para mí, un final triste de una bella histo-
ria de amor pues no veo positiva una visión de Dios que no le
importa su criatura. Ese Dios impasible del que hablaban los filóso-
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fos y que choca con la de los místicos y muchas mujeres que ven
en Dios reflejadas sus cualidades de madre. Prefiero pensar que le
somos necesarios a un Dios que busca y goza con nuestro amor.
Slaugther da un giro de 180º a la misma idea pues, en su caso, Jesús
no es el novio de la humanidad sino la madre. La Magdalena le dice
a su prometido José de Arimatea: “Seguramente sólo una mujer
puede comprender el corazón profundo de Jesús pues el amor que
tiene por el mundo es como el de una madre por su hijo, algo que
todas las mujeres sienten en su interior” (p. 255). No creo que sea
casualidad que estas palabras las diga una María Magdalena que no
está enamorada de Jesús en esta novela.
El amor de María, Rilke, lo compara con el de los penitentes. Le gus-
taría dejarse llevar y caer en brazos del esposo que es Jesús pero no
se encuentra digna. Por eso como Pedro y, contra su deseo, exclama:
¡Apártate de mí! Es psicológicamente una manera de invitar recha-
zando que Jesús comprende mejor que ella misma.
Ella no puede abrazarse a Jesús más que a través de las oscuridades
de la fe, a su sombra y no a su cuerpo lo que se acrecienta cuando,
muerto el amado, se queda viuda y desconsolada. A partir de este
momento María se convierte en imagen de la Iglesia. Una Iglesia
que grita “revertere, revertere” y que cubre de lágrimas su pena. Un
amor así rechazado busca los lugares solitarios lo que implica el
desierto de la Magdalena pero también la naturaleza de la esposa
del cantar 4,8. Sabe que Dios se comunica escondiéndose y por eso
le insta a huir: “Huye, amado mío”. Es un amor que ha de crecer
entre abandonos y privaciones pues ha de morir mártir de Jesu-
cristo.
En suma, una visión preciosa de la búsqueda de Dios prefigurado
en Jesucristo que no se colma en esta vida. El amado huye o se
muere con lo que la mujer no puede alcanzarle: nolli me tangere. Esa
proximidad es una promesa de futuro de la que vive su amor.
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3. Un amor compartido
Sólo una de estas novelas se atreve a reconocer que Jesús corres-
ponde al amor de la Magdalena. Nos habla de que su encuentro fue
casual en las montañas de Galilea cuando Jesús se dirigía a Nazaret
para visitar a su madre. Allí se hicieron una serie de confidencias
mutuas entre las que la mujer confesó su vida de prostituta y su
calidad de impureza; una reflexión que a Jesús hizo reír. Este diálo-
go íntimo terminó en una unión carnal.
Tiempo después cuando María se acercó a un lugar donde estaba
predicando Jesús demostró su gozo de volverla a ver. Sus seguido-
res pudieron escuchar: “Esta es María, una mujer que conocí y de
la que me enamoré. Un murmullo de sorpresa recorrió en los dis-
cípulos cuando vieron que la tomaba en sus brazos y la besaba”.
Aunque a lo largo de su vida pública siempre estuvo rodeado de
gente, siempre encontró tiempo para encontrar momentos de sole-
dad con la Magdalena. Pero ella tuvo que entender que en su vida
no había espacio para una persona especial. Tampoco lo hubo para
su madre ni para sus hermanos.
Hay que agradecerle a la escritora que la naturalidad con la que
habla de estas relaciones no incluya ningún tipo de mención íntima
más allá que comentar que existieron. El respeto por la persona de
Jesús puede frente al morbo de unas descripciones pormenorizadas.
En la novela de Fanny Rubio también se tiene la sensación, menos
explícita, de que Jesús corresponde al amor de la Magdalena. Se le
oye decir: “¿Por qué estás siempre al lado de mis pies? ¿Por qué no
vienes a sentarte a mi lado? Me reclamabas atrayéndome por los
hombros a tu altura. Conocías palmo a palmo, por dentro y por
fuera, cada uno de los rincones de mi sombra. Bajé la vista: No quie-
ro mirar a mi Dios cara a cara. Soy hombre advertiste” (p. 58). De
nuevo esa dicotomía de las dos naturalezas en la persona del Mesías
que cada autor interpreta a su manera.
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estar seguro” (p. 435). Le hizo falta un signo especial para rendir-
se ante la particularidad de la mujer.
También Slaugther presenta problemas de María con Pedro. Ella le
echa en cara al varón que está pensando en reinos terrenos cuando
Jesús lo que pretendía era cambiar los corazones de los hombres. Un
argumento que el pescador no comparte pues sigue con la ilusión
de que el Mesías prometido acabe con la opresión de los judíos.
María entonces comprende que los ojos de los discípulos no se abri-
rán hasta después de su muerte. Incluso entonces cuando Pedro duda
de la resurrección de Jesús es María la que mantiene su fe: “Ahora
sabrás lo que Cristo significaba y para lo que vino” (p. 299).
En la novela de Fredriksson, Pablo y Pedro, visitan a María tras la
muerte del Maestro y le piden que escriba sus memorias ya que
ella fue la persona que más cercana tuvo en su vida. La Magdalena
aprovecha para recordarle que entonces no perdía ocasión de ta-
charla de mentirosa o exigía que las mujeres estuvieran calladas
¿cómo es que ahora le reconoce ser el “mejor discípulo de Jesús”?
Jesús tiene que defenderla de los otros en la obra de Fanny Rubio.
“Ni ella ni los otros son inferiores por el hecho de ser mujer, estar
casada o haber enfermado. Ella está en mi corazón antes que tú” (p.
45) le dice al Cobarde, una manera de caracterizar a Pedro. Un Pe-
dro que en otro lugar la define como persona de poco juicio para
situar su crédito por debajo de los otros o que reconoce y se arre-
piente tras su negación del Maestro de haberla llamado llorona. Un
adjetivo que se les echa en cara a las mujeres con frecuencia pues
dar muestras de sentimientos, lo que está mal visto en la sociedad
patriarcal.
No todos los pasajes de estos libros hablan de relaciones enfrenta-
das. Margaret George relata una escena en la que Jesús ordena que
María y Juan se emparejen para salir a misionar. Ella no se atreve,
por su condición femenina, a dirigirse a la asamblea reunida en la
sinagoga pero, en cambio, ante los esfuerzos inútiles de Juan es ella
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7. Las obras que menciono son Margaret Starbird, María Magdalena y el Santo Grial. La
verdad sobre el linaje de Cristo, Planeta, Bacelona 2004; Susan Haskins, Mary Magdalen.
Myth and Metaphor, Riverhead Books, Nueva York 1993; Jane Schaberg, The Resurrection of
Mary Magdalen. Legends, Apocrypha and the Christian Testament, Continuum Nueva York
2004; Karen King, María de Magdala. Jesús y la primera apóstol, Poliedro, Barcelona 2005;
Ann Grahm Brock, Mary Magdalene, The First Apostle. The Struggle for Authority, Harvard
Theological Studies, Cambridge 2003.
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Títulos de la Colección
EN CLAVE DE MUJER
Dirigida por: Isabel Gómez-Acebo
RELECTURA DEL GÉNESIS. Isabel Gómez-Acebo (Ed.)
CINCO MUJERES ORAN CON LOS SENTIDOS. Isabel Gómez-Acebo (Ed.)
AMOR MALTRATADO. MATRIMONIO, SEXO Y VIOLENCIA EN LOS PROFETAS
HEBREOS. Renita J. Weems.
DIEZ MUJERES ORAN ANTE UN CUADRO. Isabel Gómez-Acebo (Ed.)
RELECTURA DE LUCAS. Isabel Gómez-Acebo (Ed.)
MUJERES QUE SE ATREVIERON. Isabel Gómez-Acebo (Ed.)
DEL COSMOS A DIOS. ORAR CON LOS ELEMENTOS. Isabel Gómez-Acebo (Ed.)
MARÍA. MUJER MEDITERRÁNEA. Isabel Gómez-Acebo (Ed.)
MUJERES Y ¿SECTAS? AYER Y HOY. Isabel Gómez-Acebo (Ed.)
Y VOSOTRAS, ¿QUIÉN DECIS QUE SOY YO? Isabel Gómez-Acebo (Ed.)
ASÍ VEMOS A DIOS. Isabel Gómez-Acebo (Ed.)
¿QUÉ ESPERAMOS DE LA IGLESIA? LA RESPUESTA DE 30 MUJERES. Isabel
Gómez-Acebo (Ed.).
LAS MUJERES EN LA VIDA DEL NOVIO. UN ANÁLISIS HISTÓRICO-LITERARIO
FEMINISTA DE LOS PERSONAJES FEMENINOS EN EL CUARTO EVANGELIO.
Adeline Fehribach.
ORAR DESDE LAS RELACIONES HUMANAS. Isabel Gómez-Acebo (Ed.).
LA MUJER Y EL VALOR DEL SUFRIMIENTO. UN TREMENDO Y ASOMBROSO
REMAR HACIA DIOS. Kristine M. Rankka.
UNA COMPAÑERA PARA MATEO. Amy-Jill Levine con Marianne Blic-
kenstaff.
UNA COMPAÑERA PARA MARCOS. Amy-Jill Levine con Marianne Blic-
kenstaff.
LA MUJER EN LOS ORÍGENES DEL CRISTIANISMO. Isabel Gómez-Acebo (Ed.).
ESPIRITUALIDAD Y FORTALEZA FEMENINA. Pilar de Miguel (Ed.).
EN EL UMBRAL. MUERTE Y TEOLOGÍA EN PERSPECTIVA DE MUJERES. Merce-
des Navarro (Ed.).
RELECTURA DEL ÉXODO. Isabel Gómez-Acebo (Ed.).
MARÍA MAGDALENA. DE APÓSTOL, A PROSTITUTA Y AMANTE.
Isabel Gómez-Acebo (Ed.).
Este libro se terminó
de imprimir
en los talleres de
RGM, S.A., en Bilbao,
el 10 de abril de 2007.