Gonzalez, M - Tesis de Maestria

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 141

UNIVERSIDAD NACIONAL DE QUILMES

INSTITUTO DE ESTUDIOS SOCIALES SOBRE LA CIENCIA Y LA TECNOLOGÍA


MAESTRÍA EN CIENCIA TECNOLOGÍA Y SOCIEDAD

Tesis

Status científico, discursos y conflictos: El proceso de institucionalización


de la homeopatía argentina. La revista Homeopatía, Buenos Aires, 1933-
1940.

Autor: Manuel A. González


Director: Dr. Pablo Kreimer
Índice

INTRODUCCIÓN 3

CAPITULO 1. PRINCIPIOS DE ANÁLISIS 6

CAPITULO 2. LA HOMEOPATÍA 20

CAPITULO 3. ORÍGENES DE LA HOMEOPATÍA. ANTECEDENTES


EN LA ARGENTINA Y CONTEXTO HISTÓRICO DE LA DÉCADA
DE 1930 36

CAPITULO 4. CONSTRUCCIÓN DE UN NUEVO ROL 52

CAPITULO 5. LA PELEA CON EL VIEJO ROL 98

CONCLUSIONES 128

BIBLIOGRAFÍA 133

2
INTRODUCCIÓN

Este trabajo es un relato sociohistórico que da cuenta de los principales rasgos acerca de
cómo se produjo el proceso inicial de institucionalización “perdurable” de la homeopatía en
Argentina. Dicho proceso comprende el lapso que se extiende desde julio de 1933, cuando un
reducido grupo de médicos que utilizaban la terapéutica homeopática decidió crear una
Sociedad que los nucleara, hasta noviembre de 1940, cuando el presidente Agustín Justo dictó
un decreto por el que se le otorgó reconocimiento jurídico legal.

El adjetivo “perdurable” indica una distinción respecto a otros procesos truncos de


institucionalización de la homeopatía en este país que florecieron durante el último cuarto del
siglo XIX, que en rigor son los primeros de los que se tienen noticias. La Sociedad que se
analiza en este trabajo (la SMHA, Sociedad Médica Homeopática Argentina, posteriormente
Asociación, AMHA) es la más antigua de las vigentes y la más importante: todos los centros de
homeopatía en la actualidad fueron desprendimientos, o emprendimientos (en el caso de los
centros del interior) de médicos egresados de la AMHA.

Tanto los procesos de institucionalización de la homeopatía del siglo XIX, como el que
se aborda en este trabajo, han sido atravesados por la cuestión de la legitimidad, que puede
analizarse desde la cuestión de las disputas por determinados espacios sociales o institucionales
(por ejemplo, el reconocimiento jurídico), o de la controversia más general que tiene que ver
con la validez “científica” del conocimiento apelado. En esta tesis se analiza históricamente el
posicionamiento social e institucional de la medicina homeopática en la década de 1930 en
Argentina y su vinculación con un modelo médico “oficial” o “hegemónico” que la excluye.

En consonancia con los trabajos desarrollados por los autores de orientación


constructivista de los Estudios Sociales de la Ciencia y por Eduardo Menéndez (en el caso
específico de la medicina), se considera aquí a la ciencia y a las concepciones de salud y
enfermedad como desarrollos socio-históricos, como construcciones producidas en un contexto
cultural determinado, tomando además a los discursos de los actores como prácticas en
situaciones sociales.

Así, a partir de la reconstrucción histórica de los procesos de desarrollo e


institucionalización de la homeopatía en el país, y del estudio de las acciones discursivas
generadas por médicos homeópatas a través de la publicación de una revista científica –

3
Homeopatía–, se desarrolla un trabajo de análisis y conceptualización acerca de los objetos y
sentidos que están en juego en los discursos legitimadores de una práctica considerada como
“marginal y anticientífica” por la mayoría de los médicos alópatas. De ella se han seleccionado
los artículos que se analizan y que al mismo tiempo brindan la posibilidad de identificar a los
actores y establecer hitos en la disputa.

La mirada constructivista del problema, acarrea la lectura de dos ejes que construyen el
problema: la constitución de un nuevo rol científico y la controversia que lo atraviesa. Esta
mirada permitirá encontrar particular riqueza en las distintas estrategias discursivas y en los
supuestos en los que se apoyan, por lo que se ha intentando mostrar la yuxtaposición de los
argumentos de “cientificidad” con las luchas por el posicionamiento público y la legitimación
social.

El relato se constituye de la siguiente manera: a esta breve introducción le sigue un


capítulo con algunos principios de análisis utilizados para construir una mirada y un objeto a ser
analizado; en segundo lugar, aparece un apartado acerca de la problemática general de la
homeopatía; en tercer lugar, se da cuenta de los principales antecedentes de la homeopatía hacia
la década analizada (1930) y del contexto histórico de la época. Los dos capítulos siguientes se
concentran específicamente sobre el problema en cuestión: en “La construcción de un nuevo
rol”, se analizan varios ejes sobre los cuales va tomando forma el rol institucionalizado del
homeópata. Estos ejes son la creación de la propia revista Homeopatía; la fundación de la
Sociedad y la construcción de un mito fundacional; la figura del mítico fundador de la
homeopatía, Christian Samuel Hahnemann; la construcción de las delimitaciones entre los
distintos roles; la enseñanza y la atención médica y, finalmente, la constitución de redes
internacionales de legitimación. En el capítulo sobre “El enfrentamiento directo y la obtención
de personería jurídica” se da cuenta de los argumentos sobre los cuales se debatió con distintos
actores, detractores de la homeopatía, a distintos niveles: desde un intercambio epistolar con un
Decano de una universidad francesa hasta la pelea con el Departamento de Higiene que derivó
en la obtención de la personería jurídica de la institución homeopática. Cierra el trabajo un
breve corolario que reúne las principales impresiones que fue dejando cada capítulo,
acompañado a su vez de algunas reflexiones generales sobre el proceso de construcción de la
narración que sigue a continuación.

Si en los estudios sociales de la ciencia se han dado una serie de trabajos notables sobre
el nacimiento de la investigación en ciencias biomédicas en Argentina, durante el siglo XX (por
ejemplo: Buch, 1996 y 2000; Buta, 1996; Estebánez, 1996; Kreimer, 2007; Prego, 1996), este
interés ha estado siempre orientado a las prácticas “oficiales”. En este marco, esta tesis

4
constituye el primer acercamiento a la problemática del proceso de institucionalización y el
discurso homeópata de la década de 1930 en Buenos Aires. En las páginas que siguen se pone
de relieve un discurso (de alguna manera olvidado o) sólo tangencialmente utilizado para
reconstruir una línea cronológica en otros trabajos de ciencias sociales.

5
CAPITULO 1. PRINCIPIOS DE ANÁLISIS

A continuación se repasará una serie de principios analíticos que han servido para darle
un orden a este relato. Algunos fueron punto de partida para la indagación primaria, mientras
que otros fueron recursos explicativos que surgieron de la necesidad planteada por un
heterogéneo, esquivo y lábil conjunto de datos empíricos llamados a constituirse como
información ordenada en una tesis de maestría.

El primer ángulo de entrada al problema fue una indagación que pretendía comprender
al fenómeno de la homeopatía desde un estudio de “controversias” a la manera de Harry Collins
(1981): resumidamente, buscar un conjunto de actores que confluyeran sobre la discusión del
valor de verdad de un determinado conocimiento. Como la discusión sobre la validez de la
homeopatía lleva alrededor de doscientos años, más que encontrar tal conjunto de actores en
activo que se enrolen para determinar su validez, comenzó a ser más interesante buscar distintos
momentos en los que hubiera ocurrido alguna discusión puntual.

En este sentido, la obtención del reconocimiento jurídico por parte de la institución más
importante de homeopatía es un tema que no ha sido mencionado más que anecdóticamente por
algunos historiadores de la homeopatía. El interrogante pasó a ser, entonces, cómo un grupo de
médicos formados en una facultad alopática había logrado constituirse en un medio
presuntamente hostil y en menos de una década lograr el reconocimiento estatal.

Una exploración exhaustiva de la principal fuente de los testimonios de los médicos


homeópatas de la época –la revista Homeopatía– junto con una serie de principios de análisis –
que siguen a continuación–, permitieron moldear el relato a medida que se iba construyendo, en
relación a los siguientes hitos:

-La reunión de un grupo de médicos que habían aprendido la homeopatía de forma


autodidacta, en julio de 1933, durante la cual deciden crear una Sociedad.
-El inicio de una publicación “científica”, la revista Homeopatía, a principios de 1934.
-La justificación mítica de esta aparición en sociedad. La delimitación de su rol y la del
médico “alópata”.
-Los intercambios con homeópatas del exterior como una forma de recepción
disciplinaria y de legitimación internacional.

6
-La creación de consultorios para público de escasos recursos y el dictado de cursos, a
partir de fines de 1934.
-Los distintos enfrentamientos entre la institución homeopática y el “entorno hostil” (en
particular con el Departamento Nacional de Higiene –con poder cuasi policial– representante de
los intereses de los médicos y farmacéuticos “alópatas”).

Juego de roles

Como ya se ha dicho, el punto de partida de este trabajo es una perspectiva


constructivista que, básicamente, considera al conocimiento científico como socialmente
construido, “lo que significa que la ciencia no opera de acuerdo a estándares universales o
criterios preestablecidos, sino que ésta es el resultado de prácticas ocasionales y
circunstanciales” (Lamo de Espinosa y otros, p. 541). En este sentido, se toma a los procesos de
legitimación y reconocimiento social como parte de la construcción de este conocimiento con
“especial atención […] al lenguaje y a la comunicación entre los científicos, dado que una parte
importante del material sobre el que se produce la actividad científica de construcción de hechos
consiste básicamente en enunciados” (Lamo de Espinosa y otros, p. 541).

Previo a la crítica constructivista, uno de los trabajos más citados e interesantes de los
estudios sociales de la ciencia sobre procesos de legitimación e institucionalización de una
“ciencia nueva” es el de Joseph Ben-David y Randall Collins, en el que destacan los factores
sociales en el origen de la psicología. En ese trabajo los autores discuten la idea de que el
conocimiento de una nueva disciplina se propaga y fortalece por la fuerza de las ideas fundantes
y, sobre todo, rompen con la explicación de que “si no prospera es por un fallo de las ideas en
sí” (Ben-David y Collins, 1966, p. 452).

Lejos de interrogarse por la “fertilidad de las ideas”, el problema pasa a ser cómo ocurre
que en cierto momento la difusión y transmisión de ideas relacionadas con una disciplina dada
crecen fuertemente en su efectividad: en vez de contemplar la mutación intelectual interna de
los campos de conocimiento, se concentran en los mecanismos contextuales que favorecen la
selección de estas mutaciones. Ben-David y Collins sostienen cuatro postulados para el
surgimiento de una nueva disciplina: 1) las ideas necesarias están disponibles por un período
prolongado antes de que se consolide la disciplina; 2) Sólo unas pocas de estas ideas llevan a un
crecimiento futuro; 3) Ese crecimiento ocurre cuando y donde las personas se interesan en estas
ideas. No sólo por su contenido intelectual sino también por su potencial de establecer una
nueva identidad intelectual y particularmente un nuevo rol ocupacional; 4) La condición bajo la

7
cual este interés crece puede ser identificada y usada como la base para una eventual
construcción de una teoría predictiva (Ben-David y Collins, 1966, p. 452).

Por el tipo de conocimiento y disciplina que representa la homeopatía en Buenos Aires


en la década de 1930 (un pequeño grupo de profesionales que se opone a un sistema curativo
vigente desde la década de 1850, y a la vez educados en ése sistema), resulta particularmente
interesante el tercer postulado, que implica el “movimiento” desde un rol hacia otro, implica un
pasaje, al menos momentáneo en una “posición de rol conflictiva”. Para los autores, “el
conflicto puede resolverse abandonando las actitudes y comportamientos apropiados al antiguo
rol y adaptando las propias del nuevo rol, en este caso se pierde la identificación con el viejo
grupo”, aunque aclaran que “sin embargo, el individuo puede no desear abandonar su
identificación con el viejo grupo de referencia, dado que esta puede otorgarle un alto status
(intelectual y social), o un más alto status que su nuevo grupo” (Ben-David y Collins, 1966, p.
459).

Así como resulta elogioso el esfuerzo de estos autores “clásicos” por explicitar los
“factores sociales” en la conformación de una nueva ciencia, se han realizado algunas críticas
válidas a sus aportes. Pablo Kreimer discute el alcance de lo “social” en el trabajo de Ben David
y Collins, argumentando que “[los factores sociales] no se refieren más que a los aspectos
institucionales de las disciplinas, ignorando todo otro elemento que provenga de otros actores
sociales y que podría desempeñar un papel importante en el desarrollo de las disciplinas
estudiadas” (Kreimer, 2003, p. 17). A los fines de esta investigación, esta crítica no invalida el
trabajo de Ben David y Collins, sino que se entiende como una solución superadora de la
“nueva sociología de la ciencia” a los trabajos iniciales. El desafío pues, pasa por encontrar
marcas más amplias en las prácticas (tratándose de un trabajo sociohistórico, generalmente
discursivas) de los actores implicados en el proceso de construcción de un nuevo rol.

El nuevo frente al viejo rol

Como Ben David y Collins (1966) han señalado, a la vez que se halla un proceso de
diferenciación, por la constitución de un “nuevo rol” se produce una tensión con el rol anterior.
En el caso de la medicina, además, el sistema considerado (por una corriente de la antropología
de la medicina) como hegemónico reviste ciertas especificidades que lo estructuran:

La medicina denominada científica constituye una de las formas institucionalizadas de atención


de la enfermedad y, en gran parte de las sociedades, ha llegado a ser identificada como la forma
más correcta y eficaz de atender el proceso salud/enfermedad (Menéndez, 1994, p. 72).

8
El Modelo Médico Hegemónico cumplió y cumple funciones curativo/preventivas, pero también
funciones de control, de normatización y de legitimación, que en determinadas coyunturas
económico-políticas pueden tener más relevancia que las funciones reconocidas como
‘estrictamente’ médicas (Menéndez, 1985, p. 22).1

Por ende, lo que interesa es ver cómo una naciente Sociedad Médica busca instituirse
como la única legítima en su especie, pero también en función a su posición subalterna respecto
de la “otra” medicina, que ejerce su rol controlador, y que es la que ha dado formación a los
representantes de esta nueva disciplina. El rol predominante de la “medicina alopática”, que
ostenta desde el Estado diferentes medios de sanción social, no debe hacer perder de vista que el
origen institucional y la problemática profesional entre la alopatía y la homeopatía guarda
poderosas similitudes.

Estos parecidos se ponen en juego no sólo en la pertenencia a una determinada


institución (como graduados de universidades nacionales), sino también de manera aún más
general en cuestiones estructurales:

Tanto este (el Modelo médico hegemónico) como las otras formas académicas y/o academizadas
(homeopatía, quiropracia, etcétera), o populares (herbolaria, espiritualismo, entre otros) de
atender a los padecimientos, tienen el carácter de “instituciones”, es decir instituyen una
determinada manera de “pensar” e intervenir sobre las enfermedades y, por supuesto, sobre los
enfermos (Menéndez, 1994, p. 72).2

De esta manera, la homeopatía comparte con la alopatía, antes que nada, el rol de
“sanador” a nivel más amplio (que detenta sobre el resto de las personas una legitimidad social
para la intervención “curativa”), pero también el de “médico académico” con trayectoria

1
Aún más, Menéndez entiende que: “El proceso de salud/enfermedad/atención, así como sus
significaciones, se ha desarrollado dentro de un proceso histórico en el cual se construyen las causales
específicas de los padecimientos, las formas de atención y los sistemas ideológicos (significados) respecto
de los mismos. Este proceso histórico está caracterizado por las relaciones de hegemonía/subalternidad
que opera entre los sectores sociales que entran en relación en una sociedad determinada, incluidos los
saberes técnicos” (Menéndez, 1994, p. 72).
Otro aspecto a poner en juego sobre la noción de hegemonía/subalternidad es el hecho de que todos los
actores que participan en esta disputa compartieron una primera formación médica común, ya que la
Asociación de homeópatas sólo acepta “médicos recibidos en Universidades Nacionales”, de formación
convencional, alopática, “cientificista”. Sin embargo, asumieron prácticas opuestas en sus principios
curativos, validatorios y legitimadores; estas diferencias en la práctica se sustentaron en contrastes
radicales en las concepciones acerca de la salud y la enfermedad, y miradas culturalmente distintas sobre
el hombre y su constitución física, psíquica y social.
2
Esta idea remite a los trabajos de Foucault sobre el disciplinamiento social que implicó el
establecimiento de la medicina moderna sobre la sociedad occidental: “Toda la segunda mitad del siglo
XVIII fue testigo del desarrollo de todo un trabajo que era, a la vez, de homogeneización, normalización,
clasificación y centralización del saber médico. ¿Cómo darle un contenido y una forma, cómo imponer
reglas homogéneas a la práctica de la atención, cómo imponer esas reglas a la población, por otra parte,
menos para hacerla compartir ese saber que para que le resultara aceptable? Ése fue el sentido de la
creación de los hospitales, de los dispensarios, de la Sociedad Real de Medicina, la codificación de la
profesión médica, toda una enorme campaña de higiene pública, toda una enorme campaña, también,
sobre la higiene de los lactantes y los niños, etcétera” (Foucault, 2001, p. 170).

9
institucional oficial. Este punto en común es clave para entender la tensión por la legitimación
de la disciplina que la a la vez horada la lógica curativa de la alopatía, la refuerza con prácticas
curativas y de legitimación similares.

Puesto así, es menester aludir al libro “Ciencia en acción” de Bruno Latour, quien
propone la idea de que la ciencia tiene dos caras: una que sabe, la otra que todavía no sabe
(1992, p.7), la primera es la ciencia “cristalizada” y la otra es la ciencia “en acción”. El autor
separa ambas y le atribuye cierto discurso a cada uno de los tipos ideales, mientras que la
primera es más conservadora y tiende a autolegitimarse, la segunda es relativizadora y pone en
cuestión los mecanismos de legitimación.

Si bien resulta tentador (y en parte plausible) atribuirle el discurso de ciencia “en


acción” a la homeopatía, al leer los artículos de Homeopatía puede entenderse que los voceros
de esta disciplina la representan también como un saber cristalizado (instituido) y no sólo hacia
los pares, a los que se pretende adoctrinar, sino también hacia los demás médicos y la sociedad
en general.

Institucionalizar y legitimar

Como bien señala Menéndez, las diferentes prácticas médicas instituyen una manera de
pensar, de entender la realidad y de intervenir sobre ella. Siguiendo a Pierre Bourdieu (1993),
las instituciones, además, buscan consagrarse como legítimas para dotar (instituir) a
determinados actores con ciertos atributos:

al hablar de la tarea de la institución y al hacer de la inculcación más o menos dolorosa de las


disposiciones duraderas un componente esencial de la operación social de la institución, no hago
sino dar a la palabra institución todo su sentido. Al haber recordado, con Poincaré, la
importancia que tiene la elección de las palabras, no creo que resulte inútil señalar que basta con
reunir las distintas acepciones de instituere y de institutio para obtener la idea de un acto
inaugural de constitución, de fundación, incluso de invención, que conduce por medio de la
educación a disposiciones duraderas, a costumbres, a usos (Bourdieu, 1993, p. 119).

Es así que “la investidura (del caballero, del diputado, del presidente de la República,
etc.) consiste en sancionar y santificar, haciéndola conocer y reconocer, una diferencia
(preexistente o no), en hacerla existir en tanto que diferencia social, conocida y reconocida por
el agente investido, y por los demás” (Bourdieu, 1993, p. 115). El entramado teórico lleva a
pensar en la “hibridación de roles” (que plantearon Ben-David y Collins), el pasaje del rol de
“médico alópata” (instituido por las facultades de las Universidades Nacionales) al de “médico
homeópata” (cuya institución logra en el período estudiado, a su vez, instituirse como tal)

10
requiere de una aceptación social más amplia que la del propio grupo: “El acto de institución es
un acto de comunicación, pero de una clase particular: notifica a alguien de su identidad, pero a
la vez que expresa esa identidad y se la impone, la expresa ante todos (katègoresthai es, en
principio, acusar públicamente) y le notifica con autoridad lo que es y lo que tiene que ser”
(Bourdieu, 1993, p. 117).

Es por ello que los actores que representan el nuevo rol deben hacerse de
reconocimiento social para poder ejercer la capacidad de instituir a sus miembros como
legítimos representantes de una práctica. En este caso, lo que se debe estudiar es cómo un grupo
de médicos busca legitimar su asociación ya que “los actos de magia social (como la concesión)
de cargos y honores […] sólo pueden tener éxito si la institución, en el sentido activo tendente a
instituir a alguien o algo en tanto que dotados de tal o cual estatus y de una u otra propiedad, es
un acto de institución en otro sentido, es decir, un acto garantizado por todo el grupo o por una
institución reconocida” (Bourdieu, 1993, p. 122).

Otra cuestión importante es la referente al “deber ser”: “La institución de una identidad
[…] es la imposición de una esencia social. Instituir, asignar una esencia, una competencia, es
imponer un derecho de ser que es un deber ser (o de ser). Es notificar a alguien lo que es y
notificarle que tiene que comportarse en consecuencia” (Bourdieu, 1993, p. 117). Por ello
también, los representantes del nuevo rol deben esforzarse en dejar claro qué es y qué no es
homeopatía, cuáles son los alcances, los límites, establecer esa “frontera mágica” que impide
que “los que están dentro, en el lado bueno de la línea, salgan, se degraden o pierdan categoría”
y “evitar permanentemente la tentación del paso, de la transgresión, de la dimisión” (Bourdieu,
1993, p. 119).

La reacción de las instituciones “alopáticas” debe entenderse también en esta lógica de


evitar las transgresiones, el debate entre la conducta inadecuada por ejercer la homeopatía y la
tensión con la fuerza del acto de institución que constituyó a esos transgresores en “médicos”.
Es así que Bourdieu aclara: “el poder del juicio categórico de atribución que realiza la
institución es tan grande que es capaz de hacer frente a todas las contradicciones prácticas”
(Bourdieu, 1993, p. 120), “uno de los privilegios de la consagración radica en el hecho de que,
al otorgar a los consagrados una esencia indiscutible e indeleble, ésta permite transgresiones que
de otro modo estarían prohibidas” (Bourdieu, 1993, p. 121).

Lo que ocurre es que tampoco se trata de una transgresión menor, sino una que pone en
cuestión (por momentos, por completo) a la práctica “hegemónica” que instituye a todos los
médicos del país. En el discurso de los homeópatas de la década de 1930 en Argentina, no se

11
observa una voluntad de completar un sistema con fallas o deficiencias, sino un reemplazo
completo porque, se sostiene, todo su sistema de conocimiento es falaz.

La controversia, la disputa

Por lo expuesto, lo que no debe escapar al análisis es la cuestión controvertida de la


práctica, en términos económicos y cognitivos, es decir, por un lado, la naciente institución
homeopática representan una alternativa en la atención médica de la época, con el potencial
peligro de quitar pacientes. Por otro lado, se basa en un conocimiento que pone en duda los
principios que avalan y la propia terapéutica alopática. A este respecto, vale retomar a Bourdieu
quien conceptualiza al campo científico como una arena de lucha de intereses y disputa del
monopolio del poder: “el funcionamiento mismo del campo científico produce y supone una
forma específica de intereses (las prácticas científicas no aparecen como ‘desinteresadas’ más
que por referencia a intereses diferentes, producidos y exigidos por otros campos)” (Bourdieu,
1996).

Es Karin Knorr Cetina (1996) quien amplía la idea de campo para enunciar la de arenas
transepistémicas, expresando la necesidad de todo científico de interactuar con otros espacios,
que requiere competencias para vincularse con otras actividades, van desde los políticos más
encumbrados, pasando por ejemplo por el cadete del proveedor de insumos, el personal de
limpieza, hasta pares o aprendices del propio campo. La idea de “arenas” o espacios de acción,
si bien discute con una visión simplista de la noción de “campo” que el propio Bourdieu no
defendería, permite flexibilizar mejor la ya rígida posición de los actores frente a una disputa o
controversia y ayuda a la relativización de la centralidad del “conocimiento” en una contienda
científica.

En este sentido, el “programa relativista” considera que la evidencia científica y la


racionalidad ocupan un pequeño espacio en la construcción del conocimiento científico, por lo
que la actividad más relevante para explicar la ciencia en la actualidad está fuera de los
laboratorios. Son los factores sociales y no los técnicos los que explican su generación y
validación, y cuyos rasgos esenciales se pueden estudiar mejor durante las controversias (Lamo
de Espinosa y otros, 1994, p. 548, Collins, 1981, p. 6-19).

Harry Collins, uno de los cientistas sociales más célebres en el estudio de las
controversias científicas, no niega la existencia de la “naturaleza” sino más bien indica que se la
percibe como aquellos juegos infantiles de unir con líneas los puntos esparcidos en una hoja en
blanco, para formar una figura (Collins, 1985, p. 16). Por ello es que el saber científico, a pesar

12
de sus intenciones, no puede denotar realidad, sino simplemente construir un discurso acerca de
su existencia y la validación del saber sobre ella.

Este tipo de posturas deriva en un punto de vista desde el cual no tiene sentido
preguntarse por el valor de verdad de una disciplina en cuestión. Lo que define a una teoría
como valedera es la aceptación social y nunca al revés, de modo que el nudo del problema pasa
por resolver cuáles son los mecanismos que intervienen en la legitimación de una teoría o
práctica. Vale retomar aquí dos puntos del programa fuerte de Bloor (1998) cuando intentaba
establecer ciertos principios de la práctica sociológica sobre la ciencia: el principio de
imparcialidad, con el que pretendía que se de cuenta de la explicación del conocimiento que a
priori se considera verdadero, tanto como del que se considera falso (que era lo que estudiaba la
sociología hasta entonces), y derivado de este, también considerar el uso del principio de
simetría, en tanto que la misma explicación debe valer para ambos conocimientos.3

Es por ello que aquí se parte de considerar al saber homeopático como de igual valor de
verdad que el alopático, y no se pretende establecer otro juicio de valor que la creencia en que
ambas prácticas se basan en saberes médicos vinculados al conocimiento científico y su
legitimación social e institucional es lo que le otorga el valor de verdad. Este posicionamiento
ha provocado acusaciones y suspicacias de favorecer a uno u otro bando (por actores no
necesariamente médicos) en las sucesivas presentaciones a congresos que se han hecho de los
avances de esta investigación, lo cual da cuenta de que el debate sigue abierto, además de haber
redundado en una constante reflexividad sobre la objetividad de este trabajo.

Tomando como punto de partida el trabajo de T.S. Kuhn (2000), Harry Collins
considera que el estado de ciencia normal (cuando los científicos trabajan dentro de un
paradigma aceptado) es el período que habían abordado los diversos estudios de laboratorio.
También reconoce en el concepto kuhniano de revolución científica (cuando se cambia por
completo un paradigma) otro de los estados en los que se produce ciencia. Finalmente una
tercera situación, llamada período de ciencia extraordinaria, comprende los momentos en los
que los científicos producen conocimiento que no encajan dentro del paradigma, de esta forma,
progresivamente, se empieza a generar controversia.

En este sentido, Latour enumera una serie de características acerca del discurso
científico que pueden ser útiles para esta narración: la tecnicización de la literatura, cuando las

3
Por otra parte, Collins rechaza del programa fuerte el principio de causalidad porque su aceptación
implicaría suponer que el conocimiento parte de una serie de factores externos y más determinantes que el
proceso de construcción social.

13
“controversias estallan” (Latour, 1992, p. 29), la práctica de citar a otros autores (pp. 30-31), a
textos anteriores (p. 32-33), así como la importancia de ser citado por textos posteriores (p. 38-
39), o la estrategia de escribir textos que resistan los ataques de un entorno hostil (p. 44). Como
el análisis de la “ciencia en acción” de Latour se corresponde a un período distinto del estudiado
en este caso, no se espera una coincidencia absoluta con esta suerte de tipología.

Lo que permite el estudio de las controversias es develar el ordenamiento que se va


generando a través de un “poder confirmatorio” (Collins, 1981, p. 18 y Collins, 1985, cap. 2),
que condiciona la realización y valoración de “experimentos confirmatorios”. Por tanto, la
puesta a prueba “científica” tiene un valor relativo a ciertos ordenamientos sociales que pueden
ser entendidos como una red de generalizaciones conceptuales, lo cual nos permite entender de
otra manera la importancia de la publicación científica, el ordenamiento y la jerarquización
institucional.

Siguiendo la mayoría de los casos estudiados, pareciera que las controversias se cierran
con un consenso más o menos generalizado, y los “perdedores” de la contienda padecen la
dificultad creciente de mostrar la plausibilidad de sus argumentos, y a medida que se normaliza
el proceso de producción, se olvidan los puntos en cuestión y la explicación triunfante se va
cristalizando como una verdad auto evidente. Las preguntas, entonces, suelen estar orientadas a
¿Cómo es que una comunidad científica llega a un acuerdo? ¿Por qué la controversia no es
ilimitada? Habría que explicar, en definitiva, qué sustenta esa solidaridad que hace que todos
finalmente estén de acuerdo (Machamer y otros, 2000, p.7).

Se trata, entonces, de romper con la idea de controversia que simplifica la contienda


como dos posiciones definidas que se enfrentan hasta el cierre de la disputa, puesto que esto
ignora que muchas de las posiciones son evolutivas respecto de las iniciales, que muchos
actores de las controversias pertenecen a múltiples sectores y sus caminos son divergentes
(Kitcher, 2000, p. 22).4 En este sentido, se mezclan los conceptos de “controversia”, y el de
“disputa”, que se podría considerar como una confrontación que puede mantenerse sin que haya
producción de conocimiento de por medio.

Una de las críticas a la homeopatía es que no produce conocimiento nuevo y que se basa
en los ensayos de Hahnemann realizados entre fines del siglo XVIII y principios del XIX. Sin
embargo, asumir esta crítica como valedera implicaría negar que el problema del conocimiento
ocupa un lugar central en los debates para los actores, y el esfuerzo de los representantes de la

4
Véase el estudio sobre el core-set de Harry Collins, 1981.

14
homeopatía por generar explicaciones y pruebas. Es por ello que, para evitar expresiones como
“disputa controvertida” o “controversia disputada”, se podría considerar este estudio como el de
una “disputa” (por un espacio social legitimado a través de la legalización de una institución)
sin por ello desdeñar su carácter cognoscitivamente controversial: lo que aquí interesa es que la
legitimación institucional y social de una disciplina científica se ve afectada en múltiples
sentidos (sociales, institucionales, culturales).

Los discursos

El estudio de las publicaciones científicas resulta crucial a la hora de construir un relato


sobre la historia de la homeopatía, ya que se trata de poner de relieve cómo la disputa sobre el
carácter científico de esta disciplina resulta central sobre su propia institucionalización, de cómo
se va organizando en torno a esta discusión. Un problema similar enfrentó Steven Shapin (1991,
sin foliar): “En el contexto de comienzos de la Restauración inglesa, el problema del
conocimiento no poseía una solución única, beneficiaria de un consenso universal. La
tecnología de producción de conocimientos debía ser inventada, ilustrada y definida contra los
ataques”.

Además, el hecho de enunciar una serie de factores contextuales acerca de un


conocimiento, es un proceso necesario para su producción social y legitimación: el discurso
sobre la realidad natural es un medio de producir conocimientos relativos a esta realidad, de
reunir un consenso sobre estos conocimientos y delimitar dominios seguros en relación con
otros más inciertos (Shapin 1991, sin foliar). Es así que, la construcción de este “nuevo rol” es
en realidad el emergente de una terapéutica que se practicaba individualmente en forma aislada,
pero que además contaba con una historia de más de cien años, con lo cual sus defensores
buscan crear un “mito fundacional” que los ubique en la historia de la medicina.

La utilización de los análisis de los mitos permite indagar en el discurso la aparición de


algunos elementos constitutivos a la práctica homeopática. Para Lévi Strauss, el mito otorga un
origen a algunas cosas del presente, y al acentuar ese origen, le da más relevancia y también
produce un pasado. Así, lo que tiene pasado, reclama en el presente una legitimidad igual y
proyecta esta estructura hacia el futuro;5 ahora bien ¿es válido utilizar la idea de “mito” como
punto de partida para estudiar la institucionalización de una disciplina científica? El autor

5
Para Mircea Eliade, resulta muy difícil llegar a una definición de mito que abarque todas las
concepciones del mismo. Es de interés en este trabajo la siguiente definición “es, pues, siempre el relato
de una ‘creación’: se narra cómo algo ha sido producido, ha comenzado a ser […] Los personajes de los
mitos son seres sobrenaturales. Se les conoce sobre todo por lo que han hecho en el tiempo prestigioso de
los ‘comienzos’” (Eliade, 1992, p.12).

15
sostiene que “en nuestras sociedades la historia sustituye a la mitología y desempeña la misma
función […] a pesar de todo el muro que existe en cierta medida en nuestra mente entre
mitología e historia probablemente pueda comenzar a abrirse a través del estudio de historias
concebidas no ya en forma separada de la mitología, sino como continuación de ésta” (Lévi
Strauss, 1995b, p. 65).

La utilización de estos análisis permite indagar en el discurso de la revista Homeopatía


la aparición de los siguientes elementos característicos de los mitos:
1. “describen las diversas, y a veces dramáticas, irrupciones de lo sagrado (o de los
‘sobrenatural’) en el Mundo” (Eliade, 1992, p. 12),
2. “se considera como una historia sagrada y, por tanto, ‘verdadera’, puesto que se
refiere siempre a realidades” (Eliade, 1992, p. 13),
3. “por el mismo hecho de relatar el mito las gestas de los seres sobrenaturales y la
manifestación de sus poderes sagrados se convierte en el modelo ejemplar de todas las
actividades humanas significativas” (Eliade, 1992, p. 13),
4. “los mitos relatan no sólo el origen del Mundo […] sino también todos los
acontecimientos primordiales a consecuencia de los cuales el hombre ha llegado a ser lo
que es hoy” (Eliade, 1992, p. 17),
5. “se comunica a los neófitos durante su iniciación. O, más bien, se ‘celebran’, es decir,
se les reactualiza” (Eliade, 1992, p. 21).

Obviamente, los representantes de la Sociedad Médica estudiada no formaban parte de


una sociedad ágrafa, como las estudiadas por Eliade, pero, sin embargo cabe verificar si echan
mano a estrategias discursivas, orientadas a la construcción de un rol, que tengan que ver con
este sistema de explicación. Se trata de poner en tensión la manera de construir su aparición
como representantes de un “nuevo rol”, que remite a una “pureza de otros tiempos”; así el mito
de origen, es una continuación del mito de la creación, “rememora brevemente los momentos
esenciales de la Creación del Mundo, para pasar a narrar a continuación la genealogía de la
familia real, o la historia tribal, o la historia del origen de las enfermedades y de sus remedios, y
así sucesivamente” (Eliade, 1992, p. 43) “es la reactualización del comienzo absoluto” (Eliade,
1992, p. 44).

En este sentido, vale aquí reivindicar el supuesto de que a través del discurso se pueden
construir materialidades, causalidades y evidencias concretas partiendo de considerar el
lenguaje, los discursos, como prácticas sociales y no como una mera “expresión” o
“representación”:

16
Los sujetos hacen unas veces unas cosas y otras veces, otras; dicen unas veces unas cosas y otras
veces, otras. La pregunta sobre la relación entre el “decir” y el “hacer”, planteados como ámbitos
separados, debe ser reemplazada por la pregunta por la relación entre la producción de prácticas
–discursivas y no discursivas– en las diferentes situaciones: por la diferencia entre sus distintas
“censuras estructurales” [ya que] toda práctica del sujeto se produce siempre en una situación
social que le impone unos imperativos prácticos, materiales y simbólicos (Martín Criado, 1998,
p. 67).

La idea, entonces, es entender el discurso que aparece en la revista Homeopatía como


una práctica concreta inserta en un contexto histórico, y susceptible de ser analizada con los
principios de análisis enunciados en este capítulo. Sobre el énfasis particular en la acción
discursiva, Hurtado de Mendoza y Busala (2002), en un trabajo dedicado a “La divulgación
como estrategia de la comunidad científica argentina” analizan una serie de factores de la
divulgación de la ciencia en Argentina post Segunda guerra mundial. Estos son los de una
utilidad dual de la publicación estudiada: “revista de divulgación y canal de comunicación
interno de la comunidad científica”. Estos objetivos que para Hurtado de Mendoza y Busala
eran “difícilmente conjugables” pueden ser vistos como “una ambigüedad inherente a la
concepción de su línea editorial, o bien puede ser tomada como indicio de que quienes hacían
Cel percibieron una ‘distancia’ no excesiva entre la cultura científica (…) y el público”
(Hurtado de Mendoza y Busala, p.41).

Si la comunicación científica y la divulgación parecen poco conjugables para un grupo


que tiene su legitimidad bien consolidada, para los homeópatas resulta crucial lograr tal mixtura
ante la necesidad de generar un medio propio por el cual demostrar su método y eficacia con sus
propias explicaciones y métodos validatorios (distintos a los que aparecen en las revistas del
modelo médico hegemónico) sin que otros intermediarios puedan malinterpretarlos, pero
además como una forma de institucionalizarse y crecer en una plataforma de tipo científico, ante
la hostilidad del entorno.6 Esta postura favorece la convergencia de lo expuesto por Ben-David
y Collins sobre la construcción de un “nuevo rol” y la de Bourdieu de la necesidad de que la
institución tenga un marco de legitimidad social más amplia que la que da el propio grupo.

La conflictividad de roles se expresa en acciones discursivas particulares por la


imperante necesidad de adquirir formas propias de socialización del propio saber, que se ajuste
a la singularidad del mismo diferenciándolo del otro, del que, al mismo tiempo, deben conservar
ciertos patrones comunes para ser considerados, en cierta medida, “pares”. El tema cognitivo, es
6
Publicar hacia el interior de la comunidad homeopática, además de divulgar al público común, implican
crear un canal de comunicación y un legitimador institucional hacia dentro y hacia fuera de la disciplina.
Como veremos más adelante, por ejemplo, se otorga gradualmente cierto prestigio al interior del grupo de
homeópatas y hacia otras instituciones homeópatas extranjeras enviando ediciones de la revista y
aceptando artículos del exterior, las sucesivas respuestas de otros centros de homeópatas jerarquizan el
estatus de la institución local y otorgan la posibilidad de ostentar ante la opinión pública la aceptación
foránea que no consiguen en Argentina.

17
decir de la controversia que “excede” la disputa, es central en tanto que el “método científico”
es una forma cristalizada de regulación de la interacción social dentro de una comunidad, donde
se establecen ciertos “patrones de actividad” (Shapin y Schaffer, 2005).

Ahora bien, la cuestión de la “divulgación”, de la propagación de una serie de ideas y de


conocimientos al público en general, es en el caso de la medicina aún más relevante que en
cualquier otra práctica en la que se ve implicada la “ciencia”. Y lo es porque la existencia o
supervivencia de ciertas prácticas curativas parece depender más de un mercado de clientes que
solventan la actividad, que de una serie de negociaciones ligadas a la definición por la validez
de un cuerpo de conocimientos; sin embargo, estas variables también parecen ser
interdependientes.

Parece conveniente analizar estas construcciones desde la perspectiva que Martín Criado
(1998) toma de Goffman y de Bourdieu, para comprender las múltiples implicaciones que
aparecen en los distintos discursos. Como bien señala el autor español, Erving Goffman realizó
uno de los desarrollos teóricos más completos tomando a la producción lingüística como
“práctica en un universo de prácticas” (Martín Criado, 1998, p. 56).

Los elementos que Martín Criado (así como su lectura) toma de Goffman se asumen en
este trabajo como principios teórico-metodológicos válidos y se resumen en los siguientes ítems
(Martín Criado, 1998, p. 59-62):

-Se entiende a los discursos como prácticas (movimientos discursivos, “jugadas”) en la


que los actores gestionan su propia imagen delante de los demás.

-Sus discursos y prácticas van mutando, por lo que Goffman resalta la necesidad de
delimitar la “situación social”, para romper la idea de sujetos “compactos”. Esto implica una
escisión de los sujetos, correspondiente a cada “situación social” según la cual la existencia de
una “persona verdadera” es un supuesto de sentido común, sobre el que se juega el sentido de la
interacción. En cada una de estas situaciones, varían las normas de aceptabilidad.

-De esta manera, las prácticas discursivas aquí analizadas permitirían mostrar distintas
orientaciones según dichas normas de aceptabilidad en el grupo de referencia, pero (y esto cobra
fundamental importancia debido a que esas mismas normas están en discusión) la competencia
comunicativa depende también de la implicación del sujeto a un grupo de pertenencia.

18
-Goffman argumenta que adquirir esta competencia comunicativa no es meramente
desarrollar una habilidad, sino también una creencia, con lo cual descarta la idea de que el sujeto
es plena y conscientemente estratégico.

Los discursos y prácticas de los actores van mutando, por lo que Goffman resalta la
necesidad de delimitar la “situación social”, para romper la idea de sujetos “compactos”. Esto
implica una escisión de los sujetos, correspondiente a cada “situación social” según la cual la
existencia de una “persona verdadera” es un supuesto de sentido común, sobre el que se juega el
sentido de la interacción.

En cada una de estas situaciones, varían las normas de aceptabilidad de lo que debe ser
“correcto”. En este sentido, en el caso aquí analizado se cruzan cuestiones que tienen que ver
con la escisión de los sujetos “instituidos” como médicos, pero que, a su vez, quieren
“instituirse” como homeópatas, lo que genera una hibridación de roles, y hace que a veces
recurran al prestigio que otorga el viejo rol. Pero la escisión no termina allí, ya que la propia
figura social de médico, entre sí como pares, frente al Estado y los pacientes va presentando
distintas “situaciones sociales” (o, por qué no, arenas).

De esta manera, las prácticas discursivas aquí analizadas permitirían mostrar distintas
orientaciones según dichas normas de aceptabilidad en el grupo de referencia, pero (y esto cobra
fundamental importancia debido a que esas mismas normas están en discusión) la competencia
comunicativa depende también de la implicación del sujeto a un grupo de pertenencia. De esta
manera, Goffman argumenta que adquirir esta competencia comunicativa no es meramente
desarrollar una habilidad, sino también una creencia, con lo cual descarta la idea de que el sujeto
es plena y conscientemente estratégico.

19
CAPITULO 2. LA HOMEOPATÍA
En este apartado se reseña brevemente el primer ángulo de entrada a la investigación:
una mirada general sobre la tematización de la homeopatía en la actualidad. En primer lugar, se
presentan los principios de la homeopatía tal cual se enseñan hoy en la principal escuela
homeopática del país; posteriormente se da cuenta de las principales críticas por parte de los
opositores más visibles; en tercer lugar, se presentan algunos análisis desde las ciencias sociales
a modo de “estado de la cuestión”; por último, aparece un ligero contrapunto acerca del
nacimiento de la homeopatía. No se trata de una revisión exhaustiva, sino de un punto de partida
a partir del cual el lector puede contar con los trazos más gruesos de la problemática.

A nivel más general, la homeopatía (en Europa y América, en general y en la Argentina


en particular) constituye en la actualidad un sistema médico que pugna por legitimarse en
distintos espacios sociales oponiéndose a la medicina –en términos de Menéndez– hegemónica
(según los homeópatas, “alopática”), reproduciendo una controversia que se da a nivel
internacional sobre métodos y principios curativos. Los espacios sociales en disputa e
implicados en esta discusión son diversos y van desde la esfera social más amplia (el
“mercado”, los pacientes), pasando por sectores académicos y pseudoacadémicos, hasta otros
menos visibles relacionados con experimentos de revisión y testeo.

Principios de la homeopatía

En el manual de formación de médicos homeópatas de la Asociación Médica


Homeopática Argentina (AMHA), se establecen cuatro principios fundamentales de la
terapéutica, bajo la aclaración de que “toda medicina que pretenda llamarse homeopática debe
cumplir con estos cuatro principios en su totalidad. Ninguno de ellos es excluyente ni puede ser
obviado” (Pellegrino, 2004, p. 37):

1. Ley de semejanza o similitud.


2. Experimentación en el hombre sano.
3. Dosis infinitesimales.
4. Remedio único.

El primer principio es una generalización del aforismo similia similibus curentur (lo
semejante cura lo semejante), de Hipócrates, quien también había afirmado lo opuesto,

20
contraria contrarius curentur (Valenzuela, 1990, p. 37; Kaufman, 2004, p. 15-16). En 1790 el
padre de la homeopatía, Christian Hahnemann

traduciendo la materia médica de Cullen encuentra la descripción del autor sobre la


sintomatología propia de la intoxicación por quina producida en ingestiones terapéuticas,
accidentales o tóxicas, que reproducen con similitud el cuadro de un acceso palúdico, afección
que a su vez se trataba eficazmente con quina. Razonando que la causa por la cual ésta cura el
paludismo tiene relación con la ley de la similitud, abre una hipótesis de trabajo en la que “tal
vez la acción curativa de una droga está dada por poder producir en el hombre sano aquello que a
su vez es capaz de curar en el enfermo” (Pellegrino, 2004, p. 38).

Razonablemente, esto lo lleva a trabajar en lo que luego se convertiría en el segundo de


los principios enunciados y según el propio Hahnemann consistían en “experimentaciones
denominadas patogenesias”:

“administrar experimentalmente los diversos medicamentos en dosis moderadas a personas sanas


a fin de descubrir qué cambios, síntomas y signos produce su influencia individualmente en la
salud física y mental, esto significa qué elementos morbosos son capaces de –y tienden a–
producir. La única manera posible de averiguar su poder medicinal es observando los cambios
que los medicamentos pueden producir en el organismo sano; estos cambios son los indicios de
su acción curativa homeopática, puesto que revelan su poder para extinguir curativamente
síntomas semejantes que se presentan en las enfermedades naturales” (citado en Pellegrino,
2004, p. 39)

Como se ve, este principio lleva a su vez implícito el siguiente, referente a las dosis
infinitesimales ya que al experimentar con sustancias en bruto “observaba muchas veces
fenómenos tóxicos”, al mismo tiempo, “para una mejor mezcla del soluto con el solvente,
provocó la sucusión metódica de las diluciones, observando que estas mezclas adquirían un
poder dinámico hasta entonces desconocido, tanto en la experimentación como en la acción
terapéutica” (Pellegrino, 2004, p. 39). De modo que el principio de la dilución lleva implícito el
de la “dinamización o sucusión” (sacudir vigorosamente) y observaba la siguiente metodología:

Técnicamente, Hahnemann tomaba una gota de tintura madre de las sustancias solubles y la
diluía en noventa y nueve gotas de alcohol, mezcla a la cual le imprimía cierto número de
sucusiones, que fue variando según la experiencia, y así obtenía la primera dinamización
centesimal, o sea la primera CH. De allí tomaba una gota y en frasco separado la mezclaba con
noventa y nueve gotas de alcohol, lo agitaba y obtenía la segunda CH y así sucesivamente
(Pellegrino, 2004, p. 39)

El propio autor homeópata reconoce que “llega así un momento en que no hay manera
de detectar la presencia de soluto en el solvente” […] y si bien “el número de Avogadro es
indiscutible para las diluciones y establece un principio en relación a la química” sostiene que
“las dinamizaciones homeopáticas no responden a estos principios sino a los de la física” y pide

21
“a los incrédulos el beneficio de la duda” ya que los medicamentos actúan “por su acción
dinámica sobre la Fuerza Vital” (Pellegrino, 2004, p. 39-40 y 42).7

El último de los principios enunciados, el del “remedio único” es establecido por


Hahnemann ya que

“El verdadero médico encuentra en los medicamentos simples, administrados solos y sin
combinarlos, todo lo que posiblemente pueda desear, es decir potencias de una enfermedad
artificial que son capaces por su poder homeopático de vencer completamente, extinguir en la
sensibilidad de la Fuerza Vital y curar de modo permanente la enfermedad natural. Atento a la
sabia máxima: ‘Es un error emplear medios compuestos cuando los simples bastan’, nunca
pensará dar como remedio más de un medicamento simple a la vez” (citado por Pellegrino, p. 43,
destacado en el original).

Llevado al extremo, “cada individuo es una entidad diferente, inédita, exclusiva, única”
(Moizé, 2004, p. 81), se supone que para cada uno debe existir una patogenesia y para cada una
de ellas hay un medicamento homeopático único que puede reestablecer la energía vital. Se
considera “por definición” un consenso bastante generalizado entre todas las instituciones que
se pudieron consultar para este trabajo y fueron representadas en el 59º Congreso de la Liga
Médica Homeopática Internacional (Buenos Aires, octubre de 2004). Sin embargo, debido a las
críticas que estos formulan contra algunos médicos “pluralistas” (administran varias sustancias,
en lugar de una)8 se entiende que esta práctica existe, es rechazada y combatida.

Ahora bien, más allá de estos “principios” enunciados explícitamente, puede verse como
subyacen otros supuestos igualmente relevantes, como:
1. El concepto de salud y de individuo sano
2. El concepto de enfermedad y enfermo.
3. El concepto de fuerza vital.

Respecto al primer concepto, dentro del manual citado, en un artículo se hace la


siguiente distinción en lo que debe considerarse como estado de “salud” que pasó de ser “el
silencio de los órganos” a, según la Organización Mundial de la Salud, “el completo estado de

7
Estos médicos sostienen que el proceso de dilución deja en el solvente que se utiliza para la misma
(habitualmente alcohol al 70%), una estructura determinada en sus moléculas, característica para cada una
de las sustancias originales. Y esta configuración espacial de moléculas del medicamento podría de
alguna manera transmitirse a las moléculas de agua de los seres vivos a los cuales se les administra,
desarrollándose así su acción biológica y terapéutica.
A partir de la “información” que los glóbulos homeopáticos portan, el organismo registraría, acopiaría y
elaboraría, una respuesta que devolvería el equilibrio a la “fuerza vital” (Crespo Duberty, 2000b, p.29).
8
La utilización de cócteles de medicamentos homeopáticos, es interpretada como pseudo homeopatía,
isopatía, o alopatía con remedios homeopáticos (Valenzuela, 1990, p. 37-38). Además, buscan
diferenciarse de otras terapias alternativas y complementarias, como la herboristería, resaltando la
particular forma en que es preparado el medicamento.

22
bienestar físico, psíquico y social y no solamente la ausencia de enfermedades” derivando en la
idea, que relaciona al sujeto con el medio, de que “el ser que tiene capacidad de adaptación a las
circunstancias de su existencia se mantiene sano; el que no la posee, se enferma” (Ambrós,
2004a, p. 31). Y concluye que “quien no esté sano de alma jamás tendrá capacidad para
conducirse correctamente en sus relaciones con el mundo exterior. Si no fallo en mi estructura
interior difícilmente lo exterior pueda afectarme” (Ambrós, 2004a, p. 32).

Respecto al concepto de enfermedad y enfermo, se señala que “hay dos enfermedades:


la dinámica y las enfermedades clínicas o entidades nosológicas”. La primera es el resultado del
desequilibrio producido en la energía vital y que pasa totalmente desapercibida (se lo compara
al período a la incubación de una enfermedad infectocontagiosa), en el segundo período se
evidencian los trastornos patológicos (Ambrós, 2004b, p. 33). Así, la enfermedad “no es un ente
fijo, inmutable, sino que es un proceso dinámico en continuo movimiento. No es de un órgano
determinado sino de todo el organismo, y se revela al observador a través de síntomas. Se
enferma antes el sujeto entero […] más tarde la enfermedad comienza a localizarse” (Ambrós,
2004b, p. 33).

Diferencian también entre “noxas” (agentes patógenos con un poder relativo para
provocar enfermedades, pueden ser agudas o crónicas, específicas o inespecíficas) y
“susceptibilidad” (predisposición a ser afectado por una noxa; pueden ser de especie, de raza o
de individuo). La susceptibilidad individual “a presentar ciertos procesos mórbidos es lo que
consideramos desde la perspectiva homeopática como susceptibilidad constitucional o
miasmática. Es precisamente esta susceptibilidad individual la que debemos tratar, la verdadera
enfermedad que debe ser curada para anular la predisposición generadora de todos los
padecimientos humanos” (Yahbes, 2004, p. 105).

El mecanismo para “enfermarse”9 sería el siguiente: hay una “acción noxal” que afecta
una susceptibilidad individual (miasma latente) y se representa en manifestaciones clínicas
(miasma manifiesto). Dentro de las enfermedades crónicas, “el miasma básico de tipo
inespecífico es denominado psora y a los específicos se los conoce como psicosis y syphilis”

9
“Cuando el homeópata habla de enfermedad, debe referirse a aquella susceptibilidad individual para
desarrollar determinadas manifestaciones mórbidas, con sus modalidades individualizantes” […] “Las
enfermedades agudas son proceso súbitos de evolución siempre pasajera, tienen tendencia natural a
curarse o en su defecto llevan a la muerte. Las crónicas tienen una evolución solapada y progresiva,
debido a que la energía vital no puede oponerle más que una resistencia insuficiente, por su alteración
intrínseca. A aquella desarmonía vital crónica, predisposición constitucional individual, diatésica, la
denominamos miasma” (Yahbes, 2004, p. 108).

23
(Yahbes, 2004, p. 108)10 y dentro de las agudas señalan, entre otras, los “miasmas agudos o
enfermedades agudas verdaderas: son aquellas que abarcan a un grupo poblacional susceptible,
que presentan un cuadro clínico similar y un desencadenante común” (Yahbes, 2004, p. 109).

Respecto a la fuerza vital, Julio Ambrós considera que no basta con conocer la Materia
Médica, ya que “si el médico no tiene un sólido basamento filosófico e ignora las razones que
fundamentan la administración del remedio, nunca será un profesional exitoso”:

Ningún órgano, ningún tejido, ninguna célula es independiente de la actividad de los otros, sino
que la vida de cada uno de estos sectores está fusionada con la vida de la totalidad. Cuando las
dos células progenitoras se unen, ya está presente ese principio conocido como Energía Vital.
Esta lleva dentro de sí misma el poder de originar las células de los músculos, nervios y cerebro
dotadas con las facultades necesarias para funciones especializadas en el futuro. Sin esta Energía
Vital, la célula y todo el cuerpo se tornan inanimados y mueren. Sólo cuando está presente la
Energía Vital existe un organismo vivo capaz de acción física, del ejercicio de las facultades
mentales y con la capacidad para alcanzar las fuerzas espirituales (Ambrós, 2004c, p. 47).

Ambrós sostiene que “en nuestro papel de médicos siempre tendremos que lidiar con
una energía alterada; y para dominarla nos veremos obligados a oponerle otra energía”. Sienta
precedentes en la “cosmogonía china y el yoguismo hindú”, pero señala que “quien ha
demostrado en forma incontrovertible la existencia de la Fuerza Vital es William Reich a través
de treinta y cinco años de estudios y experimentos” partiendo de la teoría freudiana y
concluyendo que “la tensión muscular es una expresión de la angustia, y el ser humando
reprimido por el medio ambiente sufre básicamente una impotencia orgástica, piedra angular
sobre la que se edifican todas las neurosis”, relacionando esta “energía que se descarga con el
orgasmo con la pulsación propia de los seres vivos demostrando que ambas son idénticas y que
sus expresiones electromagnéticas pueden ser apreciadas con instrumentos” (Ambrós, 2004c, p.
48).

La homeopatía puesta en cuestión

Este cúmulo de experiencias, principios y explicaciones teóricas no resulta aceptable o


plausible para cierto público autodenominado “escéptico” defensores del “pensamiento crítico”
(sic). 11 Estos grupos tienen una gran visibilidad mediática (si bien sobre todo a través de páginas

10
“Hahnemann define la psora como el miasma básico no venéreo, origen único de todas las
enfermedades. Los otros dos, syphilis y psicosis, son miasmas agregados y venéreos que no podrían
existir si la psora previamente no hubiera infectado el organismo. Sin la psora no hay enfermedad y la
Energía Vital no podría ser desequilibrada” (Casale, 2004, p. 222).
11
La caracterización de “escepticismo” hacia su propia práctica parece responder más a un término
corriente de “desconfianza o duda de la verdad o eficacia de algo” que a la definición filosófica de
“afirmar que la verdad no existe, o que, si existe, el hombre es incapaz de conocerla” (ambas definiciones
de la Real Academia Española). En efecto, para quien pueda leer sus obras parece haber una férrea

24
y foros de discusión en Internet) y corrientemente son invitados a opinar en la prensa escrita,
radio y televisión sobre prácticas tan diversas como la astrología, curanderismo, religión,
etcétera.

En Europa existe una asociación continental creada en 1995, el European Council of


Skepticas Organizations (ECSO), gestado en septiembre de 1994 durante el 61º Congreso
Escéptico Europeo en Ostende (Bélgica). En la revista La Alternativa Racional se señala que
por entonces y en ése ámbito:

[…] se respira un ambiente de lucha por la racionalidad. Sobre todo, se detecta una gran
preocupación por el aumento de popularidad de las pseudomedicinas: homeopatía, acupuntura...
En España se pretende un reconocimiento de tales prácticas de manera oficial; tanto aquí como
en el parlamento europeo la industria homeopática y las terapias alternativas buscan un
reconocimiento político, viendo perdida la batalla científica. No sería de extrañar su éxito. Pocas
y muy contadas voces se alzan en su contra. Quizá con la creación del ECSO pueda oírse una
12
voz que no sea la homeopática.

De hecho, se reseña que el primer punto de la “declaración de principios” una alusión


directa al problema de las terapias alternativas: “Proteger al público de la divulgación de
afirmaciones y de terapias que no hayan estado sujetas a un análisis crítico y que de este modo
pudieran entrañar un peligro”.13 Esta postura es en líneas generales la misma para todas las
asociaciones que se han relevado para este trabajo, incluidas las agrupaciones argentinas y las
estadounidenses CSICOP (The Committee for Skeptical Inquiry) y CSMMH (The Commission
for Scientific Medicine and Mental Health).

Para los detractores de la homeopatía los fundamentos de esa práctica no pueden,


efectivamente, atribuirse al campo científico porque no están en consonancia con el cuerpo de
conocimientos (no una hipótesis, sino con todo el cuerpo de conocimientos) de la física,

creencia en la existencia objetiva de “hechos”, “cosas” y “verdades”, siendo además el conocimiento y el


método científico los más cercanos (o la forma más plausible de encontrar) a la “verdad”.
Estas asociaciones nuclean a personalidades heterogéneas, en su mayoría egresados universitarios, no
siempre vinculados con actividades “científicas”. Por dar ejemplos de celebridades, la estadounidense
CSICOP tuvo como fundadores a Carl Sagan y a Isaac Asimov, entre otros, y cuenta con la colaboración
de Mario Bunge.
Estos son algunos de los portales en Internet, consultados para esta investigación:
Argentina Skeptics: http://www.argentinaskeptics.com.ar
ARP - Sociedad para el avance del pensamiento crítico - (España): http://www.arp-sapc.org/
Center for Inquiry (CFI): http://www.cfiargentina.org/
Círculo Escéptico. Asociación para la difusión del pensamiento crítico (España):
http://www.circuloesceptico.org/
CSICOP - Committee for the Scientific Investigation of Claims of the Paranormal (Estados Unidos):
http://www.csicop.org/
European Council of Skeptical Organisations (ECSO): http://www.ecso.org/
Skeptic Society (Estados Unidos): http://www.skeptic.org/
12
“Noticias”, en LAR, nº 34/35, primavera 1995, p. 56. Publicación de la ARP.
13
“Noticias”, en LAR, nº 34/35, primavera 1995, p. 56. Publicación de la ARP.

25
biología, química, etc. Desde esta perspectiva, en la argumentación contra el carácter de las
terapias alternativas, prima el supuesto según el cual una terapia cuyos fundamentos no pueden
atribuirse al campo científico sólo podría ser eficaz como placebo y en algunos casos, su
práctica puede ser nociva, ya que puede provocar la “desatención” de las patologías del
paciente. Por ende, lo que aparece cuestionado es, por un lado, el carácter “científico” de sus
fundamentos, actividades y prácticas, y por otro, la eficacia de la homeopatía en términos
terapéuticos (junto con las otras prácticas denominadas “terapias alternativas y/o
complementarias”).

A continuación se repasan los argumentos esgrimidos en un documento producido en


España por la ARP (Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico) para asesorar a una
legislatura regional sobre la homeopatía. Se elige como punto de referencia este documento
como principal referencia por tres motivos: primero, se trata de un documento orientado hacia la
legislación de políticas públicas sobre homeopatía;14 segundo, lo redactaron miembros
reconocidos dentro de los “círculos escépticos” en una institución con legitimidad internacional
en su especie;15 y por último, es el más completo y articulado racconto de críticas que se
reproducen en otras páginas o guardan similitud con otros artículos u opiniones.16

Las críticas más relevantes que reúnen en su trabajo y que se rescatan a continuación
comprenden, primero, una mención al carácter dogmático e inalterable de los principios
homeopáticos; posteriormente, el rechazo a dichos principios: de individuación, de similitud, de
medicamentos infinitesimales y dinamización de los mismos, a los conceptos de salud,
enfermedad y curación, y al carácter científico o pseudocientífico de las disciplinas en cuestión.

Acerca del carácter dogmático se señala:

14
Se trata de un informe realizado para el Institut d’Estudis de la Salut Departament de Sanitat i Seguretat
Social Generalitat de Catalunya.
15
La ARP fue una de las agrupaciones fundadoras del ECSO. Los autores participan en distintos medios
de divulgación y tienen pertenencia institucional universitaria: Carlos Tellería (profesor del Departamento
de Informática e Ingeniería de Sistemas, Universidad de Zaragoza); Miguel Ángel Sabadell (Profesor
Departamento Ciencia de la Tierra, Universidad de Zaragoza y asesor Científico de TVE2); Víctor Sanz,
médico cardiólogo, autor de "La medicina, su naturaleza y sus fraudes", Aranda de Duero, 2000.
16
Ver Jarvis, W. (1994) NCAHF Position Paper on Homeopathy, disponible en http://www.ncahf.org/
publicado también en Skeptic, vol. 3, nº1:pp. 50-57. En las páginas de escépticos en castellano, el texto de
Tellería, Sanz y Sabadell es el punto de referencia obligado para cualquier mención a la problemática de
la homeopatía.
Argumentos similares aparecen en el suplemento Futuro de Página 12 del 24 de agosto de 2003, en el que
se da cuenta de una discusión realizada en Buenos Aires, en el marco de un café científico entre César
Lorenzano (profesor titular de Metodología de la investigación en la facultad de Medicina de la UBA) y
Juan Carlos Pellegrino (médico de la AMHA).

26
[Los principios de Hahnemann] son aceptados como dogmas por los homeópatas, contradicen
abiertamente los principios de la física, la química, la farmacología y la patología. La
homeopatía tiene todas las características de una secta —según el DRAE “conjunto de
seguidores de una parcialidad religiosa o ideológica”— y de un culto —“honor que se tributa a
lo que se considera divino o sagrado”—. En ningún momento los homeópatas han planteado una
revisión de los principios establecidos por su fundador, a quien profesan un fervor casi religioso.
La homeopatía, fundada cuando la práctica médica consistía en sangrías, purgas, vómitos y la
administración de drogas altamente tóxicas, no ha evolucionado. Las ideas básicas de
Hahnemann no han sido analizadas, revisadas o expurgadas a la luz de los nuevos
descubrimientos que se han ido realizando en el campo de la biología, la bioquímica, la patología
o la química. Atendiendo a la historia de la medicina, es muy sospechoso que los principios
homeopáticos no hayan sido puestos en tela de juicio y se los considere casi como leyes
fundamentales de la naturaleza (Tellería, Sanz y Sabadell, 1996, p. 35).

Principio de individualización

Respecto a la validez del principio de individualización del enfermo, la crítica está


dirigida al número acotado de patogenesias para un universo enorme de personas, así:

Todo estudio sintomático y todo remedio homeopático deben confeccionarse exclusivamente


para cada paciente, y no tienen sentido los remedios generales. Esta ley es la que con más
frecuencia ignoran los homeópatas, y la que, en cualquier caso, permite justificar cualquier
posible fracaso de un tratamiento determinado o de un estudio clínico. No impide, sin embargo,
que los homeópatas refieran aquellos estudios clínicos que sí les dan la razón (Tellería, Sanz y
Sabadell, 1996, p. 6).

Para los opositores a la terapéutica de Hahnemann, esta individuación tiene otras


consecuencias:

1. Los síntomas comunes a muchas enfermedades carecen de importancia: “los síntomas


generales y vagos, como la falta de apetito, el dolor de cabeza, la languidez, el sueño agitado, el
malestar general,... merecen poca atención porque casi todas las enfermedades y medicamentos
producen algo análogo” (Organón, nº 153). Así, a un infarto de miocardio que provoque dolor de
estómago y sudoración, o a una tuberculosis con fiebre y anorexia no hay que hacerles ni caso.
Para realizar un diagnóstico correcto homeopáticamente hay que realizar una lista exhaustiva de
la sintomatología pero, debido a la ley de la Individualización, fijándose en aquellos que sean los
más sorprendentes, originales, inusitados y personales: en la homeopatía hay que considerar muy
especialmente cosas tales como el gusto por la música sacra o el comer cebollas (Tellería, Sanz y
Sabadell, 1996, p. 11)

2. No se puede desarrollar un estudio científico de la enfermedad, no es posible la patología. Si


el tratamiento de la enfermedad es exclusivo para cada enfermo no se puede ni clasificar las
enfermedades, ni administrar medicamentos universales, ni realizar ensayos clínicos. Entonces,
¿por qué funciona la farmacopea? Es en este punto donde la homeopatía es contradictoria
consigo misma. Si el tratamiento es específico para el enfermo, ¿cómo es que hay laboratorios
que producen masivos tratamientos homeopáticos? ¿Cómo pueden realizarse experimentos
clínicos si, en virtud de la ley de la individualización, es imposible obtener grupos homogéneos
de enfermos? (Tellería, Sanz y Sabadell, 1996, p. 12)

A su vez, este “rasgo individualizador” lleva a los representantes de la homeopatía a


criticar la forma “despersonalizada” de la medicina “alopática”, para lo cual se da una respuesta

27
que relativiza esta mirada crítica como no sólo enunciada por la homeopatía, sino reconocida
por la medicina “científica”:

Esto es cierto, pero sigue sin ser un argumento válido en contra de la medicina científica y a
favor de la homeopatía —o cualquier otra terapia similar—.
En primer lugar, hay que tener en cuenta que la situación actual del sistema sanitario público es
consecuencia directa del proceso de socialización llevado a cabo en los países desarrollados, y
que garantiza una sanidad pública y gratuita para todos los ciudadanos.
[…] En segundo lugar, el hecho de que exista este problema no quiere decir que no tenga
solución. La sanidad pública es mejorable, y debe mejorarse. La crítica en este sentido, realizada
tanto por terapeutas “alternativos” como por usuarios del servicio público de salud va dirigida a
un problema de carácter básicamente organizativo, a cómo se desarrolla un servicio, y no al
servicio en sí. Es discutible la forma en que se ejerce la medicina en los centros públicos, pero no
qué medicina se ejerce, y mucho menos si debe o no existir una medicina pública.
Final y principalmente, en esta crítica se confunde el ejercicio concreto de la medicina en los
centros de salud dependientes de la administración, con la metodología de investigación y
tratamiento utilizada por la medicina científica, y que es desarrollada en centros de salud
públicos y privados, y en multitud de laboratorios de todo el mundo (Tellería, Sanz y Sabadell,
1996, p. 9-10).

Similitud

Lo que sostienen estos autores es que a partir de mediados del siglo XIX “la medicina
optó por una doctrina que recogía con mucha más lógica los nuevos conocimientos: ‘diversa
diversis curantur’” que se “orienta al estudio de la etiología de las enfermedades (sus causas
determinantes), el estudio de los fármacos, la búsqueda de principios activos y la posibilidad de
sintetizarlos, la farmacodinamia” (Tellería, Sanz y Sabadell, 1996, p. 13).17

Respecto al principio de similitud, según los críticos “el error aparece cuando se infiere
que entre ambos existe conexión causal cuando sólo hay coincidencia relacional entre dos
hechos independientes. Fijémonos en lo absurdo del planteamiento homeopático. Como la
penicilina produce una reacción alérgica, entonces cura la urticaria” (Tellería, Sanz y Sabadell,
1996, p. 14).

El hecho de que los estudios daten de fines del siglo XVII, parece acarrear
inconvenientes como que “para Hahnemann y sus coetáneos la fiebre estaba caracterizada como
una única enfermedad, de la que la elevación de temperatura corporal era su síntoma directo”.
Lo que implica, para la lógica “alopática” que el padre de la homeopatía “creyera” estar
“padeciendo los síntomas propios de la fiebre, como enfermedad; no que dicho síntoma,

17
“El término “alopática”, con el que frecuentemente se refieren a la medicina científica, procede de una
mera contraposición al término “homeopática”, y supone una generalización de los planteamientos
simplistas en los que se basa la homeopatía. […] Sin embargo, esta distinción que podía ser válida en las
teorías hipocráticas e incluso en las mantenidas hace dos siglos, carece totalmente de sentido en el marco
de una medicina desarrollada a la par que la tecnología e investigación modernas, y en el marco del
método científico” (Tellería, Sanz y Sabadell, 1996, p. 9).

28
asociado a otros muchos, puede ser indicativo de múltiples y muy distintas enfermedades”
(Tellería, Sanz y Sabadell, 1996, p. 13).

La ley de la similitud es además señalada por utilizar el “razonamiento por analogía”,


atribuido al “pensamiento mágico”. Así, para los escépticos, “que el preparado homeopático
produzca síntomas similares a la enfermedad que cura es en todo punto idéntico al pensamiento
del hechicero de que una planta en forma de corazón debe utilizarse para problemas cardíacos; o
comer el corazón de un león para obtener su arrojo y bravura” (Tellería, Sanz y Sabadell, p. 15).

Infinitesimales y dinamización

La idea de que con dosis infinitesimales se evita la toxicidad, a los escépticos les resulta
“obvio”, lo que no los convence es la idea de que “simultáneamente aumenta su efectividad y
rapidez curativa. Y lo dicen sin que esto les parezca una contradicción. Realmente se está
confundiendo ‘menos perjudicial’ con ‘más beneficioso’”. Respecto a la cuestión de las
sucusiones afirman que “no se dan razones objetivas para fundamentar estos mecanismo;
simplemente es una nueva inspiración divina del gurú. Y la iluminación divina no necesita ser
probada”. Y sentencian: “lo cierto es que se violan las leyes más elementales y básicas de la
física y la química. Que preparados homeopáticos no contengan ni una sola partícula de
principio activo y sean los más ‘potentes’ es, cuando menos, chocante” (Tellería, Sanz y
Sabadell, 1996, p. 17).

El carácter legítimo de estas leyes implicaría para estos autores, alguna de estas
hipótesis: o bien que “el número de Avogadro, que permite calcular cuántas moléculas —parte
indivisible de una sustancia como tal— se encuentran en una cierta cantidad de determinada
sustancia, está equivocado” con lo cual “estaría también equivocada la práctica totalidad de la
química moderna”, o que

el principio activo modifica no se sabe qué característica del disolvente, que conservaría así las
cualidades de aquél. Al margen de cuál sea esa característica, nos encontramos aquí con los
mismos problemas que antes. ¿Por qué el soluto transmite al disolvente sus cualidades curativas
y no su toxicidad? Además, todas los conocimientos de la reactividad química estarían
equivocados. De acuerdo con la química y física oficiales, una sustancia o cuerpo puede producir
algún efecto sobre otra sustancia o cuerpo, siempre que entre ellos tenga lugar algún tipo de
reacción físico-química (Tellería, Sanz y Sabadell, 1996 p. 18-19).

Salud, enfermedad y curación. Establecimiento de causalidad

La crítica al concepto de enfermedad se deriva lógicamente de los cuestionamientos


anteriores, por lo que se critica el reduccionismo que implica atribuir a la “psora” casi todas las

29
enfermedades, señalando, además que tanto la psora como la sicosis y la sífilis están
identificadas con cuestiones religiosas:

Aún hay más. James Tyler Kent, uno de los homeópatas más influyentes a finales del siglo
pasado y que estableció la llamada homeopatía clásica —la más extendida en Gran Bretaña
hoy— identificó la psora con el pecado original. Es la evidente culminación a un planteamiento
moral del origen de la enfermedad —no es casualidad que sean tres enfermedades venéreas el
fundamento último de las enfermedades crónicas—.
El meollo del problema es que los homeópatas no pueden eliminar estos conceptos tan ridículos
y falsos; deben conservarlos pues son la base de la ley de la Similitud y la de los Infinitésimos.
Por eso modifican los conceptos de forma ad hoc: los miasmas dejan de ser efluvios nocivos
procedentes de la tierra o el aire para convertirse en una alteración dinámica o cualquier
predisposición constitucional a la enfermedad. De esta forma salvan el problema y de paso evitan
que sea irrefutable por lo vago y general del término (Tellería, Sanz y Sabadell, 1996, p. 12)

El carácter científico de la homeopatía es también cuestionado por temas como el


establecimiento de una causalidad entre síntomas y enfermedad. Mientras que, por un lado, para
la “medicina científica”, “Todo el método científico va orientado a conocer la naturaleza en
base a las relaciones causa-efecto, o al menos a modelizarla, de manera que nos permita utilizar
las causas en nuestro beneficio, y predecir sus consecuencias” (Tellería, Sanz y Sabadell, 1996,
p. 9); por el otro, para Hahnemann y sus seguidores, “no existe causa de la enfermedad, y si
existe es esencialmente incognoscible. Sus propias palabras constituyen un rechazo de la ciencia
como forma de conocimiento, fenómeno éste muy frecuente en toda una serie de doctrinas y
disciplinas actuales que se ubican a sí mismas “en las fronteras de la ciencia” (Tellería, Sanz y
Sabadell, 1996, p. 7).

La “ausencia de investigación” o “experimentación”, más allá de los estudios iniciales


de Hahnemann y las pruebas “clínicas” de eficacia, es otro aspecto por el cual la homeopatía no
sería científica:

El único proceso de carácter investigativo en el ejercicio de la homeopatía es el denominado


estudio patogenético. Este estudio consiste en la ya mencionada suministración de distintas
sustancias a un individuo sano, para observar si los síntomas producidos son iguales a los de la
enfermedad que se desea curar. Cualquier estudio que no sea éste y el análisis estadístico que les
permita valorar sus éxitos, jamás será referido en la literatura homeopática (Tellería, Sanz y
Sabadell, 1996, p. 7).

Ciencia, pseudociencia

Las “pseudomedicinas” necesitarían según estos autores “desmarcarse, diferenciarse en


algo, y, para ello, sacan a colación los supuestos métodos y conocimientos ‘nuevos’,
‘alternativos’ o ‘complementarios’”. Pero señalan que otra de las claves del asunto es que “a la
vez que se desmarcan, no lo hacen totalmente, para lo cual guardan analogías y utilizan datos de

30
la ‘medicina oficial’ que les sirve de coartada y escudo a sus elucubraciones, o sea, para hacerla
creíble y entendible” (Tellería, Sanz y Sabadell, 1996, p. 33-34).

La pretensión de cientificidad, debiera en esta lógica seguir de la consecución de


validaciones “científicas”, por lo que una de las demandas a la homeopatía es la replicación18 de
los experimentos. En este sentido, se critica que las pruebas que realizan los homeópatas sean
ensayos clínicos y no experimentos de laboratorio, considerados “los únicos capaces de
establecer una relación causa-efecto”.

Las correlaciones estadísticas, sostienen, “son reversibles: que un ensayo clínico


muestre que la alergia desaparece tomando cierto preparado homeopático también puede
interpretarse como que los que se curan de la alergia tienden a tomar ese preparado” (Tellería,
Sanz y Sabadell, 1996, p. 40-41). Este ejemplo sarcástico esconde la crítica común al problema,
la mayoría de los estudios de revisión dictaminan bajo valor a la evidencia por fallas
“metodológicas”.

El análisis “social”

Esta problemática, de manera más general es revisada por Foladori (2004), quien
considera esta controversia como una “lucha de paradigmas”, entre una práctica “normal” y la
homeopatía a la que considera dentro de un grupo de medicinas “alternativas y
complementarias”. Cita diversos estudios que probarían el crecimiento de la utilización de estas
prácticas (hecho que reivindican los homeópatas y denuncian los “escépticos”) en las últimas
dos décadas contra los cuales se dieron una serie de “estrategias de barreras sociales y
científicas” como “un mecanismo de mantener al paradigma normal libre de competencia” y la
realización de diversos estudios cuyos “resultados fueron ambiguos debido a los diferentes
paradigmas”:

Mientras que la ciencia normal espera que una droga cure una enfermedad, sin considerar otras
características del paciente, para la medicina homeopática las mismas enfermedades en
diferentes pacientes pueden requerir de diferentes remedios. Mientras que la medicina normal es
estandarizada, la homeopatía es individualizada, lo que hace muy difícil usar procedimientos
similares para testar diferentes paradigmas (Foladori, 2004, sin foliar).

El autor, además sugiere que por “el resurgimiento y emergencia de las enfermedades
infecciosas y el aumento de la resistencia de los microbios a los antibióticos, durante las décadas

18
Por replicación se entiende la exigencia de reproducir los experimentos de manera sistemática con el
fin de determinar, a través de las sucesivas repeticiones, si los resultados son similares.

31
de 80 y 90, los consumidores se volcaron a las medicinas alternativas” (Foladori, 2004, sin
foliar). Todo este pensamiento está en línea con otros trabajos filosófico-antropológicos que,
por un lado, hablan de un “auge” de las “medicinas alternativas en el escenario social de
occidente”, y por otro, cuestionan “el modelo de salud vigente” que:

[…] además de estar muy impregnado de una vertiente medicalizante, está fuertemente arraigado
en el paradigma profesional-técnico, donde el facultativo de la medicina se ha convertido en un
técnico dominado por conceptos biologicistas y tecnocráticos y el paciente en un cuerpo enfermo
que necesita ser reparado (Panadero Díaz, 2003, p. 219).

Mientras que, por el contrario “la homeopatía tiene una visión integral de la medicina,
no descarta nada por insignificante que parezca, no disgrega en parcelas como la alopatía que
mantiene una visión parcial y analítica” (Panadero Díaz, 2003, p. 226), favorecida por el
contexto de la “posmodernidad” que “imprime una mayor diversidad en los valores, en las
conductas y en las vidas de los sujetos sociales”. En cierta medida contra la defensa que se ha
visto de Tellería, Sanz y Sabadell a la “sanidad pública y gratuita”, Panadero Díaz concluye que
“poder elegir entre la diversa fama de opciones que se nos presenta, es decidir al mismo tiempo
por estilos de vida diferentes que se contraponen a la ciencia biomédica y a la uniformidad
social. La atención social se ‘fragmenta’, al igual que se fragmentan otro valores de la
modernidad” (Panadero Díaz, 2003, p.227).

Foladori e Invernizzi argumentan sobre los intereses económicos de la industria


farmacéutica: “el organismo reacciona frente a las enfermedades desarrollando anticuerpos, de
manera que la medicina se enfrenta a un competidor interno con siglos de experiencia evolutiva,
el propio organismo”. Aún así “los medicamentos que pueden ser vendidos masiva y
directamente al consumidor son mejores –mercantilmente hablando– que los remedios
individualizados y que los servicios personales” (Foladori e Invernizzi, 2005, sin foliar.),
estableciendo una posición clara respecto a la pelea:

En biomedicina el remedio puede ser claramente separado del servicio del médico, y también
comprado directamente por el enfermo. La medicina es estandarizada y el enfermo puede evitar
al médico comprándola directamente. En la acupuntura no hay medicina. El servicio personal del
médico no puede ser evitado. La homeopatía se ubica entre ambos: la práctica del médico es
necesaria porque la medicina es individualizada, de manera que las posibilidades del enfermo de
comprar los remedios directamente no son tan simples como en la biomedicina. Aparte de estas
diferencias está la cuestión de las patentes. Medicinas ya conocidas no pueden ser patentadas. Ni
la acupuntura ni la homeopatía pueden tener patentes como sí la biomedicina (Foladori e
Invernizzi, 2005, sin foliar.).

Este esquema les permite deducir que “las filosofías holistas de la medicina
complementaria y alternativa no son relegadas debido a su dudosa efectividad, es el mercado

32
quien elige trayectorias tecnológicas que pueden ser fácilmente subsumidas a su
funcionamiento” (Foladori e Invernizzi, 2005, sin foliar.).

Ahora bien, en un trabajo publicado en Actes de la recherche en sciences sociales,


Olivier Faure explica que el resurgimiento de la homeopatía en Francia, durante el siglo XX, “es
de nuevo sobre su fundamento a la vez místico, contestatario y práctico”. Pero no sólo eso,
señala la iniciativa de un médico, León Vannier, que atendía a la clase “acomodada”, y se asocia
a un consorcio constituido por banqueros, cambistas, industriales, comerciantes, ingenieros y
“hombres de leyes”, gracias a los cuales crea los Laboratorios Homeopáticos de Francia (LHF)
en 1926 y del que se hace accionista mayoritario en 1931, año en el que consigue beneficios por
trescientos mil francos sobre un capital de millón y medio (Faure, 2002/3, p. 94). Esto mostraría
que el resurgimiento de la homeopatía en Francia, entonces, estaba vinculado a una cuestión
fuertemente de “mercado”.

De este emprendimiento surgen disidentes y nuevos proyectos de revistas, consultorios y


laboratorios farmacéuticos: El Laboratorio Central (posteriormente PHR), regenteado por los
hermanos Henry y Jean Boiron y los Laboratorios Homeopáticos Modernos (LHM), ambos
impulsados por el “publicitario” Lucien Lévi, curado previamente por André Rouy (médico no
unicista, inclinado a la utilización de “complejos homeopáticos”). Así, mediante la
mecanización y sistematización, los productos se asemejan cada vez más a los “otros fármacos”,
“los complejos (varios componentes) triunfan sobre los unitarios (un único principio activo)”, a
la vez que “pasan a estar protegidas por el depósito de las marcas de fábrica” a partir de 1938 y
“se presentan bajo una forma atractiva y son objeto de una publicidad intensa” (Faure, 2002/3,
p. 95).

Faure argumenta que, en tanto fabricantes de medicamentos industriales, los


responsables de los medicamentos homeopáticos participan en la redacción de la normativa.
Siempre “gracias a la elección de la lógica industrial y comercial” la homeopatía gana derechos
con reconocimientos legales en 1939, 1948, 1965, y “las sociedades prosperan antes de
fusionarse (creación del grupo Boiron: PHR, LHM, Henri Boiron en 1966, fusión con LHF en
1988)” (Faure, 2002/3, p. 95).

El autor concluye que la homeopatía en Francia tiene un “componente esencial […]


siempre abierto a las síntesis más intrépidas”, lo que la hace a la vez “única y múltiple”,
cuestión que explica su “vitalidad fluctuante”:

33
A este zócalo invariable, los homeópatas añaden una capacidad muy fuerte, seguramente mayor
por su posición minoritaria, para integrar los elementos portadores de cada tiempo: la pretensión
liberal revolucionaria y utópica al principio del siglo XIX; la denegación del materialismo en la
segunda mitad del mismo siglo; el compromiso entre las utopías ecologistas y las lógicas
capitalistas en la segunda mitad del XX (Faure, 2002/3, p. 95).

Con esta lectura, la homeopatía “no iría en contra sino con” la medicina “clásica”, lo
que hace pensar a Faure que “las dos medicinas triunfan juntas por la voluntad de una sociedad
demandante de bienestar”. Estos matices son el eje del trabajo de Nina Degele, quien realizó
recientemente un estudio sobre “comunidades homeopáticas” en Alemania, y se preguntó
¿cuáles son las características por las cuales la homeopatía se ve intersectada por lo que puede
reconocerse socialmente como conocimiento científico? La autora encuentra que la terapéutica
homeopática se ve “afectada” por la “ciencia”, entendida como un “intérprete global”,
“siguiendo tres criterios de demarcación que funcionan como puntos de referencia para desafiar
los reclamos de la ortodoxia”:

Primero, el poder institucional en el campo de la investigación académica es el espacio en el que


los estándares científicos son definidos y donde la investigación es conducida. Segundo, los
desvíos de la ciencia, básicamente, se establecen y desarrollan en la educación ya que
difícilmente tengan acceso a los centros sagrados de la ciencia. La educación es el locus
necesario para reclutar simpatizantes y estudiantes, el espacio para desafiar la ortodoxia. Y en
tercer lugar, la aplicación práctica es fundamental ya que permite un espacio desde el que abrirse
y lograr simpatías públicas (Degele, 2005, pp. 112).

La autora ve, como Foladori (2004), “que la biomedicina y la medicina alternativa


pertenecen a dos paradigmas que no permiten translaciones de métodos” porque la demanda de
conexión causa-efecto es inconmensurable con la necesidad con la necesidad de
contextualización de los síntomas y condiciones de las personas, en lugar de las enfermedades
(Degele, 2005, p. 118-119). Señala a la “adaptación” como una de las maneras de ganar
aceptación científica, así “se testean remedios, se mezclan varias sustancias en un cóctel y se lo
prescribe de acuerdo a indicaciones que son probadas y testeadas” y si bien “la homeopatía
clásica no considera esto como parte de su disciplina […] al adaptarse a las reglas de la ciencia
se logra ampliar el poder institucional” (Degele, 2005, p. 119-120).

La segunda estrategia que encuentra Degele es el “desarrollo de un espacio alternativo”,


ya que la unidad de los homeópatas está minada (principalmente por la división entre
“complejistas” y “unicistas”) y “no son suficientemente fuertes como para funcionar como un
serio antiparadigma contra la comprensión de la ciencia propia de la medicina ortodoxa,
fundamentalmente por la falta de infraestructura y dinero” (Degele, 2005, p. 121-122). Este
mecanismo de separación (impulsado por la práctica “científica”) opera en dos niveles: en la
educación y en la práctica cotidiana.

34
La educación en homeopatía sería significativa por dos razones: primero, “es donde se
establece la lealtad con la tradición de investigación de Hahnemann” y, segundo, “irónicamente,
incluso quienes se identifican como homeópatas clásicos se ven afectados por demandas por
mantenerse al día” (Degele, 2005, p. 122). La autora señala en estos fenómenos la utilización de
estudiantes para la “prueba de drogas como moda” (fenómeno en expansión “en la década de
1990”, mientras se contraían las demandas homeopática de “voto positivo por una comisión
ética” y “buenas prácticas clínicas”) y la “búsqueda de reputación” (“muchos homeópatas
producen conocimientos homeopáticos nuevos y visibles sólo para figurar” Degele, 2005, p.
123). Por todo ello, la atracción de nuevos practicantes y pacientes se apoyaría entonces en la
institucionalización y el esparcimiento de la educación.

Por último, argumenta que en la práctica cotidiana las pruebas científicas no son
decisivas en homeopatía, y si los homeópatas están interesados en las pruebas de efectividad de
las drogas, es sólo porque desean aplicarlo en su trabajo diario (Degele, 2005, p. 125). Sin
embargo, la escenificación de la “ciencia” en el trabajo cotidiano los lleva a utilizar software, lo
cual los aleja de los clásicos cuestionarios llevados al papel, de la sesuda lectura del Organón y
los términos y ritos de los “clásicos”. 19

La socióloga observa que “los criterios de demarcación científicamente aceptados


golpean la identidad de los homeópatas” (Degele, 2005, p.129) ya que “la ciencia funciona
como un generador de identidad profesional entre diversos grupos de outsiders de la medicina
que aun no tienen el poder de organizarse a sí mismos independientemente de la medicina
científica” (Degele, 2005, p. 130). Esto redundó en una escisión, debilitando sus estándares,
como lo que Foladori (2004) señala que ocurrió con la acupuntura: mientras que la “ortodoxia”
la adaptó quitándole todo su “sentido global”, la medicina “alopática” permaneció “intocada”.

19
En el 59º Congreso de la Liga Médica Homeopática Internacional, pudo observarse esta cuestión. Ante
la demanda de un médico relativamente joven de “leer más nuestros trabajos”, no se hizo esperar la
respuesta de un médico mayor de la AMHA: “hay que leer más a Hahnemann”, y ante la presentación de
un trabajo experimental realizado con ratones, el primer comentario de un médico mexicano fue “no
entiendo porque este sadismo con los animales”.

35
CAPITULO 3. ORÍGENES DE LA HOMEOPATÍA.
ANTECEDENTES EN LA ARGENTINA Y CONTEXTO
HISTÓRICO DE LA DÉCADA DE 1930

Nacimiento de la homeopatía

Mr. Dammit no sobrevivió a su terrible


pérdida [de la cabeza]. Los homeópatas no
le suministraron bastante poca medicina,
y la poca que le dieron no pudo él tomarla.
Al final empeoró y acabó muriéndose.

Edgar Allan Poe (1991) [1841]

En el material didáctico que se brinda actualmente durante el primer año de formación


homeopática en la AMHA, la “iniciación” de la homeopatía es fechada en 1790, cuando
Christian Friedrich Samuel Hahnemann traduce las Clases sobre Materia Médica de William
Cullen: “traduciendo dicha obra le llama la atención cómo el autor describe la sintomatología
propia de la intoxicación por quina en ingestiones accidentales, voluntarias o en obreros que la
manipulan” (Kaufman, 2004, p. 20).20

A partir de allí, se produce la “iluminación genial” por la cual Hahnemann “intuye el


descubrimiento de un nuevo principio cuando viene a su memoria lo leído en Hipócrates y en
Paracelso acerca del modo de acción de los medicamentos y la curación por los semejantes” y
luego de consignar brevemente la autoexperimentación y la “replicación” en allegados del padre
fundador, el historiador oficial sentencia: “se había iniciado nada menos que el método
experimental en terapéutica, más de cincuenta años antes de los trabajos de Claude Bernard,
considerado el padre de la fisiología experimental” (Kaufman, 2004, pp. 20-21).

Este documento, que tiene como rasgo saliente ser el primero que deben leer los futuros
homeópatas diplomados como tales por la principal escuela de homeopatía del país, remonta los
inicios de la terapéutica a Empédocles, quien sostuvo que “los contrarios se rechazan y los
semejantes se atraen”, en el marco de una teoría según la cual “los fenómenos naturales

20
La obra citada corresponde al manual del primer año que leen los aspirantes a médicos homeópatas en
la AMHA, por lo cual se lo considera aquí estructurante.

36
corresponden a la mezcla de cuatro elementos eternos y deificados (el fuego, Júpiter; el aire,
Juno; el agua, Nestis y la tierra, Plutón)” (Kaufmann, 2004, p. 15).

Luego, se menciona el “criterio ecléctico de Hipócrates” quien enunció, como ya se


señaló, el aforismo “similia simibilus curentur” (al tiempo que el de “contraria contrarius
curentur”) y “fundó la doctrina humoral, reconociendo al vitalismo con el nombre de pneuma”
y, citando a Hahnemann, se sostiene que “no prescribía casi ningún medicamento y se
contentaba con indicar el régimen dietético y algunas reglas” (Kaufman, 2004, p. 16). Otra
referencia positiva es hecha hacia Aristóteles, de la siguiente manera:

Además de ocuparse de la filosofía, este sabio y médico griego habló de una fuerza intermediaria
entre el alma y el cuerpo a la que denominó entelequia. Además, afirmó que “el alma es el acto
primero del cuerpo físico orgánico que tiene la vida en potencia”. Como podrá apreciar el lector,
Aristóteles manejaba la simiente de la medicina psicosomática y del vitalismo, que encontrarían
en Hahnemann (¡dieciocho siglos después!) su genial creador (Kaufman, 2004, p. 16).

Más adelante se da cuenta, brevemente, del aporte de Roa Tro (125-220 d.C.) “precursor
chino de la Homeopatía que, además de la acupuntura, utilizaba también los medicamentos en
dosis infinitesimales”. Luego de hacer una breve referencia a Galeno se aclara que “después de
Hipócrates, Aristóteles y Roa Tro, en esta dura y difícil biografía de la Homeopatía las ideas de
la semejanza se pierden en la Historia hasta el siglo XVI, cuando aparecen en escena Kirchy,
Crollius y Paracelso” (Kaufman, 2004, p. 16).

De este último se hace una amplia reseña, destacando su “rebelión contra el galenismo”,
y se destaca, citando a Amaldi Titaferrante (médico homeópata), su “extraordinaria identidad
con Hahnemann. Los dos leyeron en el libro supremo de la naturaleza, que fue su mejor escuela.
Paracelso no quiso ser hombre de ciencia, sino médico y hombre de Dios” (Kaufman, 2004, p.
18).

De Hahnemann, a quien identifican con el luteranismo (sin dar más datos sobre ello),
narran una historia plagada de dificultades, y se lo califica como “itinerante y soñador”,
“admirado y perseguido”, que “vivió en la pobreza por defender sus ideales” (Kaufman, 2004,
p. 21). Sorprende también el espacio dedicado a la agonía del padre fundador, quien aún vivió
un ataque de verborragia para afirmar, entre otras cosas: “yo no he inventado nada. Yo sólo he
elegido una pizca de oro de la verdad que Dios ha extendido por la tierra. Es él quien me ha
llevado de la mano, pues yo estaba ciego, ciego por mi orgullo, al lugar donde estaba la pepita y
me la ha mostrado, ordenándome que yo profundizase para sacarla. Me he limitado a cumplir su
voluntad y obedecerle” (Kaufman, 2004, p. 22).

37
En concreto, la trayectoria que puede trazarse de este “itinerante” es la siguiente: en
1796 publica los primeros trabajos de experimentación en Ensayo sobre un nuevo principio
para descubrir el poder curativo de las drogas; pasa por “dos décadas de meditación y de
experimentación” mientras “viaja de ciudad en ciudad […] curando y huyendo de la
persecución, porque el género humano muestra intolerancia hacia los cambios y la puesta en
peligro de sus intereses” hasta que se establece en Torgau, donde publica un tratado de higiene,
El amigo de la salud, y en 1810 su nueva doctrina en el Organón de la Medicina Racional (con
posteriores ediciones en 1819, 1824, 1829 y 1833), en 1830 la Materia Médica Pura (“donde
codifica sus experiencias”) y en 1835, Las enfermedades cónicas, su doctrina y tratamiento
homeopático, época en la que se traslada a París, donde se afinca hasta su muerte en 1843
(Kaufman, 2004, pp. 21-22).

Allí tiene una labor “abrumadora”, las “curaciones se suceden sin interrupción”, se
funda la “Sociedad de Homeopatía y dos periódicos” y “despierta la envidia y el encono” de la
“Academia de Medicina” que presenta un “pedido de expulsión”, rechazado por el ministro
Guizot, a quien se atribuye la siguiente respuesta:

Hahnemann es un sabio de gran mérito. La ciencia debe ser para todos. Si la homeopatía es una
quimera o un sistema sin valor propio, caerá por si misma. Si es, por el contrario, un progreso, se
extenderá a pesar de todas nuestras medidas preventivas y la Academia debe desearlo antes que
nadie, pues ella tiene la misión de hacer avanzar la ciencia y de alentar los descubrimientos
(Kaufman, 2004, p. 22).

En La homeopatía: historia, descripción y análisis crítico,21 un documento de la ARP –


Sociedad para el avance del pensamiento crítico–, se sostiene que:

En medio del ejercicio de la medicina propia del siglo XVIII, la homeopatía fue muy bien
acogida, y se generó una vasta literatura sobre la misma. Esta acogida se explica en parte porque
los remedios homeopáticos eran infinitamente menos agresivos que los utilizados por los
médicos de la época. En aquellos años eran muy utilizados métodos como las sangrías,
tratamientos con sanguijuelas o terribles dietas debilitantes. Se llegó al punto en el que algunos
médicos aseguraban que “la mejor medicina consiste en no usar nada”.
Cuando los avances médicos permitieron el desarrollo de técnicas curativas menos agresivas que
las enfermedades, este nihilismo médico dejó de tener sentido, y la homeopatía comenzó a
declinar. En el siglo XX la homeopatía fue lentamente olvidada, hasta su relativamente reciente
resurrección (Tellería, Sanz y Sabadell, 1996, p. 5).

Como se ve, los autores de este documento eligen poner de relieve cierta aceptación a la
homeopatía, en una época en la que la práctica “médica” (sin hacer alusión a alopatía u
ortodoxia) era nociva, para contraponerla a su rechazo actual desde una medicina “avanzada”.

21
Informe realizado a petición del Institut d’Estudis de la Salut, Departament de Sanitat i Seguretat
Social, Generalitat de Catalunya

38
El argumento de los médicos de la AMHA funciona al revés, la persecución perdura desde
entonces hasta hoy, por lo que las prácticas medicinales “alopáticas” son siempre nocivas.

En el documento de la ARP tampoco se desmiente la orientación vitalista de la


homeopatía, sino que se le da un sentido negativo. Y se da un sentido negativo a la genealogía
que los homeópatas ven como positiva:

El principio lógico fundamental causa-efecto no es aplicable para Hahnemann a los procesos


patológicos y su curación. La base de su planteamiento es de carácter filosófico, y tampoco es
original del médico alemán. Para entender su filosofía hay que remontarse a las teorías de los
sofistas griegos y a las doctrinas de Hipócrates y Galeno. Más aún, para Hahnemann no existe
causa de la enfermedad, y si existe es esencialmente incognoscible. Sus propias palabras
constituyen un rechazo de la ciencia como forma de conocimiento, fenómeno éste muy frecuente
en toda una serie de doctrinas y disciplinas actuales que se ubican a sí mismas “en las fronteras
de la ciencia” (Tellería, Sanz y Sabadell, 1996, p. 6).

Algo similar es la idea que defiende Olivier Faure en su crítica sociológica (ya citada) a
la homeopatía. Para este autor, en primer lugar, los aciertos y retrocesos de este método están
lejos de fundamentarse en la creencia de la eficacia de las leyes de infinitesimalidad y similitud,
o dar respuesta a las necesidades de la sociedad. Sostiene que sus logros iniciales a comienzos
del siglo XIX se basan en su interpenetración con corrientes intelectuales contestatarias que se
proponen transformar el mundo, reconciliando la ciencia con la sociedad. Esto se habría dado
por una hábil combinación de literatura polémica y militante, así como por estructurarse “en una
clase de Iglesia, rápidamente dividida en capillas y en sectas que practican la exclusión y la
excomunión mutua” (Faure, 2002/3, p. 88).

Para este autor, muchos médicos de aquella época guardan nostalgia de los sistemas
explicativos globales, lo cual explicaría la aparición en Francia de teorías que proponen
tratamientos como el magnetismo de Mesmer impulsado por Puységur, de la irritación intestinal
de Broussais, la frenología de Gall. La teoría de Hahnemann, según Faure, a pesar de tener un
punto de partida “más modesto”, termina derivando “también hacia un conflicto radical de la
medicina en vigor” (Faure, 2002/3, p. 89).

Sin embargo, el autor argumenta que no es con la generalización del aforismo de


Hipócrates de los semejantes, o de las dosis infinitesimales, presentados bajo la forma de un
“método racional”, que logra apoyo en Francia:

Numerosos testimonios certifican que las adhesiones están relacionadas mucho más a la
conversión religiosa que al resultado de un razonamiento científico. El mismo Hahnemann,
jugando sobre las mofas y las persecuciones que sufre o pretende sufrir, adopta de buen grado el
papel de mártir, o incluso de Mesías […] Hahnemann demuestra un innegable carisma que
transforma en apariciones los primeros encuentros de sus discípulos con él. La fascinación se

39
ejerce también por medio de la lectura de su gran obra, el Organón de la medicina racional que
tiene en la homeopatía el papel del Evangelio en el cristianismo. Por eso no es asombroso ver
numerosos católicos seducidos por la doctrina y su profeta […] el catolicismo se vuelve una de
las placas giratorias del movimiento homeopático francés. Los homeópatas sirven de buen grado
conventos y casas religiosas […] La escena de la curación milagrosa, bien presente en los relatos
de conversión, no seduce sino a los católicos y a las místicas (Faure, 2002/3, p. 89).

Según Faure, además, se “convierten” a la homeopatía “científicos aficionados”, como


el conde De Guidi, Emmanuel de Las Cases (líder del magnetismo y la frenología en Francia) y
el conde ruso Korsakov, un autodidacta que promueve un sistema de diluciones (korsakovianas,
también reseñadas en forma sucinta en el manual de la AMHA) “más avanzado”. Advierte
además que “otros convertidos vienen de un horizonte ideológico y social aún más distante de la
aristocracia católica. Especialmente en Francia, el socialismo utópico se correlaciona mucho
con la homeopatía. El primero seduce seduce médicos, el segundo a los sansimonistas o
furieristas” como León Simón, Curie y Jaenger que consiguen, con otros, ir ganando crédito en
“hombres de negocios e industriales” (Faure, 2002/3, p.90).

Esta cuestión le permite explicar a Faure el “relativo crédito” de la homeopatía en el


Segundo Imperio, compuesto en buena medida por autoridades antiguamente sansimonistas,
pero advierte que, “lejos de ser una coalición de suaves soñadores, aristócratas desclasados y
médicos en busca de clientela, la homeopatía está en el corazón de una nebulosa portadora de un
proyecto relativamente coherente de transformación social y espiritual de la cual la medicina es
parte” (Faure, 2002/3, p. 90). Además, sostiene que la relación con la Iglesia Católica no se
limitó “a empréstitos recíprocos en cuanto a ritos” sino que se acerca por momentos a un “total
cotejo”, por la desconfianza católica para “el exceso de ciencia” durante la “primera reacción
integralista” en contra de la “curiosidad”, la “razón” y el “espectro del materialismo” de la
naciente fisiología, lo que los lleva a plantear la creación de una “ciencia católica”.

Sin embargo, más que “corrientes constituidas que influyen sobre sus miembros” lo que
se observa es “una nebulosa de hombres que hacen nacer y evolucionar estas corrientes de
pensamiento que buscan fundar una ciencia religiosa o una religión de la ciencia” (Faure,
2002/3, p. 91). Así y todo, “a pesar de su capacidad para llamar la atención, la homeopatía del
segundo tercio del siglos XIX sólo atrae minorías, al igual que la nebulosa a la cual estaba
vinculada” por lo cual “el retroceso de la homeopatía entre 1860 y 1920 debe relativizarse”
(Faure, 2002/3, p. 92).22

22
El mismo autor, sin embargo, sostiene que “esta debilidad numérica es encubierta durante un
determinado tiempo por el activismo de estos militantes […] la presencia de revistas es espectacular.
Treinta aparecen en Francia entre 1830 y 1870. Su situación es difícil y su existencia, temporal. Más de la
mitad se mueren antes de su quinto año aniversario y tres solamente superan los veinte años de
publicación. El número de folletos y obras publicados en los mismos años es impresionante: seiscientos

40
Faure relativiza también la “persecución” porque, afirma, la homeopatía “raramente” es
condenada por los tribunales y “ningún gobierno cuestiona la ley de 1803, que concede a todo
médico legalmente recibido la total libertad de ejercicio”. Uno de los problemas mayores parece
ser la escasa especialización de los farmacéuticos (por falta de conocimiento o por no estar de
acuerdo con los principios) en medicamentos homeopáticos, la escasez de remedios frena
capacidad de propagación de la terapéutica (Faure, 2002/3, p. 92).

Otra de las dificultades estaba relacionada a la “formación, y, en particular, el escaso


acceso a la formación clínica” de los homeópatas, cuya ausencia en hospitales es producida
“más que la oposición médica (sobre todo sensible en las experimentaciones homeopáticas
específicas en tiempo de cólera), por la debilidad del personal homeopático” (Faure, 2002/3, p.
93). La debilidad viene dada tanto por la capacidad terapéutica de actuar en grandes centros,
como la sectarización de la homeopatía a partir del Tratado de las enfermedades crónicas (1828)
“que choca con numerosos partidarios a quienes [Hahnemann] trata como mediohomeópatas,
como disidentes a quienes es necesario excomulgar”, situación que empeoraría por el prestigio
“médico” reforzado por los “descubrimientos de Pasteur y Koch” (Faure 2002/3, p. 94).

A Faure lo “asombra” que la “homeopatía resiste y conserva posibilidades de


desarrollo” y argumenta que “de nuevo, sobre ese fundamento, a la vez místico, contestatario y
práctico que la homeopatía rebrota en Francia luego de la Primera Guerra Mundial” (Faure,
2002/3, p. 94). Atribuye el desarrollo de la terapéutica en el siglo XX al emprendimiento
fuertemente vinculado con lo farmacéutico de un grupo de actores en Alemania y Francia,
opinión compartida por George Weisz, que atribuye el auge de la homeopatía en la década de
1930 también al “declive de la medicina francesa”, en la que se asistió a “una proliferación de
productos farmacéuticos de todo tipo” (Weisz, 198, p. 42).

Los efímeros antecedentes de la Homeopatía en Argentina durante el


siglo XIX y las instituciones nacionales oficiales

Actualmente, como ya se señaló, la institución más importante de homeopatía en


Argentina es la AMHA (Asociación Médica Homeopática Argentina), que siendo fundada en
julio de 193323 es la más antigua de las vigentes, pero no la primera. El principal antecedente, de

en un tercio de siglo”, todo ello sin sobrepasar el 5% del cuerpo de doctores en medicina en Francia
(Faure, 2002/3, p. 92).
23
Con el nombre de Sociedad Médica Homeopática Argentina.

41
la segunda mitad del siglo XIX, es la Sociedad Hahnemaniana Argentina nacida en 186524 y
cuyo órgano de difusión era el Boletín Homeopático, esta entidad sufrió un fuerte golpe cuando
intentó, en el mismo año de su fundación, crear una facultad homeopática, por lo que elevaron
una petición al gobierno que llegó a tratarse por las cámaras legislativas, derrotados “por el
escaso margen de dos votos tras serios incidentes verbales que tuvieron lugar entre Luis Varela,
ponente de la postura homeopática y los médicos-diputados presentes” (González Leandri,
1997, p. 113).

Al mismo tiempo, desarrollaron una recolección de firmas en 1877 “para solicitar ante la
Corte Suprema de Justicia la inconstitucionalidad de la ley del Consejo de Higiene (…) que
regulaba la práctica médica y farmacéutica”, poco después de que la norma fuera dictada. Si
bien finalmente la Corte la declaró constitucional, la petición obligó la paralización de la ley
durante casi un año, lo cual “hirió de muerte a la ley que nunca alcanzó a gozar, por lo tanto, de
una aplicación adecuada a los intereses de sus principales promotores” (González Leandri, p.
114).

Por entonces existían “sólo dos instituciones capacitadas oficialmente para enseñar la
medicina en todo el territorio nacional (Universidades Nacionales de Buenos Aires y Córdoba)”
(Buch, 2000, p. 7). Junto con la Academia de Medicina y el Consejo de Higiene25 generaron un
monopolio que hizo fracasar el intento por crear una Escuela Libre de Medicina e
imposibilitaron “la apertura de una Escuela de Medicina Homeopática [Esta situación]
permitiría crear a través de sucesivas crisis la consolidación de una estructura profesional
crecientemente compleja dentro de la cual los esfuerzos renovadores eran, de un modo o de
otro, reincorporados dentro el sistema” (Buch, 2000, p. 7).

24
Los años de apogeo fueron entre 1969 y 1871, desaparecieron por la “crisis social” de la epidemia de
fiebre amarilla y reaparecieron en 1875 como Sociedad Homeopática Argentina cuya publicación era “El
Homeópata” (Jonás, 1934c, p. 343)
25
Luego de la derrota de Juan Manuel de Rosas en 1852, la Provincia de Buenos Aires dictó varios
decretos de regulación de la práctica médica. Por un lado, se reemplazó el “Tribunal de Medicina por el
Consejo de Higiene Pública” y se refundó la Academia de Medicina. La creación del Consejo es
trascendental ya que “a través de este organismo se le asignaba a los médicos diplomados el control de
diversas áreas consideradas de incumbencia médica, particularmente la persecución de los curanderos, así
como la vigilancia del ejercicio médico y farmacéutico. Este último cometido había surgido porque ya a
mediados del siglo XIX, sin que todavía surgiera la industria farmacéutica, se observaban conflictos con
la prescripción de fármacos por cuanto los médicos extranjeros, que podían recetar según la farmacopea
de su país, prescribían numerosas recetas exóticas y remedios secretos. Como en estos tiempos, el
conflicto se establecía entre los sectores proclives a la regulación Estatal y los que se oponían”
(Spadafora, 2004, p. 68, destacado en el original). De esta manera, los médicos de la Universidad,
alópatas en su amplia mayoría, impusieron una matriz de legalidad que se utiliza aún hoy, a partir de allí
pueden confundir perfectamente lo que está bien, lo correcto, en última instancia, lo “científico”, con lo
que está instituido. En esta línea, paralelo al proceso de crecimiento del Estado Nacional, en 1880 es
creado el Departamento Nacional de Higiene, bajo dependencia del Ministerio del Interior.

42
La publicación de los homeópatas tenía como principal objetivo atacar al Consejo de
Higiene, de categorizarlo como “un verdadero centro de tiranos que conspire contra la ciencia y
la monopolice en su provecho, levantando sobre todas las conciencias y sobre todas las
inteligencias su ridícula infalibilidad de nuevo cuño” (González Leandri, 1997, p. 114).

Junto con la medicina oficial, cerrada a corrientes alternativas, existía en el Río de la


Plata una frecuente utilización popular del curanderismo (Buch, 2000, p. 10., González Leandri,
1997, p.114). Desde las asociaciones de homeópatas debían luchar contra la imposición de las
escuelas e instituciones regulatorias oficiales, pero también contra el estigma del curanderismo
y diversos tipos de shamanismo, debido a la realización de prácticas relacionadas con la
medicina herbal y la iriología (diagnóstico por la observación del iris), por ejemplo.

El rol “invisible” de estas terapias es importante para comprender la situación de la


homeopatía por entonces: por un lado, eran prácticas más marginales en el sentido institucional,
realizadas por personas no médicas, que no requerían de ningún tipo de estructura y cuya
práctica era denostada pero no perseguida; por otro lado, tal vez por eso, se trataba de terapias
mucho más populares y extendidas en la población, que en definitiva ha sido el mejor aliado de
la homeopatía en nuestra sociedad.

Los rastros de los intentos de institucionalización se pierden y los médicos siguen


atendiendo en forma particular y aprendiendo la disciplina en forma autodidacta. Todo ello
hasta las décadas de 1920 y 1930, en las que se pueden observar rasgos particulares en distintos
planos sociales que permiten contextualizar el nacimiento de la institucionalización perdurable
de la homeopatía, existen algunos trabajos clave en relación a esta época, particularmente
destacables son los de Beatriz Sarlo (1988 y 1992) y un trabajo colectivo publicado por la
Organización Panamericana de la Salud, sobre la conformación del corporativismo médico
desde la década de 1920 hasta mediados de la de 1940 (Belmartino y otros, 1988).

El período de crisis que se desencadena en la década de 1930 y se agota con la llegada


del peronismo, tiene que ver con una “articulación entre sociedad civil, sistema político y
aparato estatal, que se implantara con relativa eficacia a partir de 1880” (Belmartino y otros,
1988, p.14). Esta época (desde 1880 hasta la crisis de 1930) coincide, aproximadamente, con el
período de desaparición de las instituciones homeopáticas del siglo XIX y la reaparición en
1933.26

26
Paralelamente, en Francia se da el proceso de declive de la homeopatía durante la misma época.

43
El contexto social de la década de 1930

Este período de crisis se expresa en distintos planos como el político, militar y


económico, 27 signan a la época como de pujas constantes entre distintos sectores por la
detentación del poder a distintos niveles, y el quiebre con el orden establecido en las décadas
precedentes. Toda la vida social de la época se ve afectada por estos hechos y lejos de
permanecer ajenos los sectores intelectuales y la disciplina médica, se ven interpenetrados en
esta problemática general.

En Buenos Aires, el período que comprende las décadas de 1920 y 1930 se caracteriza
además por una “cultura de mezcla”, un cosmopolitismo propiciado por el aumento
considerable de población (de 677.000, en 1895, pasando por 1.576.000 habitantes en 1914, a
2.415.000 en 1936) gracias a la llegada de inmigrantes, que coincide además con un período de
“modernización” de la ciudad (por ejemplo, implementación de luz eléctrica, utilización de
medios colectivos de transporte, asfaltado, aumento en la tirada de las publicaciones, llegada e
implementación de novedosos artefactos técnicos) y la producción intelectual (Romero, 2004;
Sarlo, 1988 y 1992):

Se trata de un período de incertidumbres pero también de seguridades muy fuertes, de relecturas


del pasado y utopías, donde la representación del futuro y la de la historia chocan en los textos y
las polémicas. La cultura de Buenos Aires estaba tensionada por ‘lo nuevo’, aunque también se
lamentara el curso irreparable de los cambios […] La Modernidad es un escenario de pérdida
pero también de fantasías reparadoras. El futuro era hoy (Sarlo, 1988, p. 29).

Lo que ocurre, argumenta Sarlo, es que “las relaciones mediatizadas propias de una
sociedad moderna […] transforman ámbitos antes familiares y gobernables, descentran sistemas
de relaciones que parecían estabilizados desde y para siempre” (Sarlo, 1988, p. 32).

Por aquel entonces, “la élite local miraba hacia Europa, en especial a Francia como un
faro de la civilización, al tiempo que sólo aquellos profesionales que lograban demostrar éxito
en Europa eran reconocidos por el establishment médico de nuestro país. ‘Desde el punto de
vista intelectual, somos franceses’, declaraba Horacio Piñero” (Plotkin, 2003, p. 31). Además, a
partir del siglo XX “se verificó un creciente interés por parte de los intelectuales
latinoamericanos hacia corrientes filosóficas de origen europeo continental, alejadas del
positivismo, que había sido la corriente hegemónica de pensamiento desde las últimas décadas
del siglo XIX” (Plotkin, 2003, p. 36).

27
Acerca de la crisis política del fin del liberalismo, el reconocimiento de los derechos sociales y el
nuevo rol del Estado véase, por ejemplo, para el plano militar y político, Rouquié, A. (1978) y para el
económico O’Connell, A. (1984).

44
Esta tradición, en la cultura de la Buenos Aires cosmopolita que recibe millones de
inmigrantes que pugnan por el ascenso social, se da una mezcla en la que “coexisten elementos
defensivos y residuales junto a los programas renovadores, rasgos culturales de la formación
criolla al mismo tiempo que un proceso descomunal de importación de bienes, discursos y
prácticas simbólicas” (Sarlo, 1988, p.28).28 Todo este tipo de intromisiones genera un
“malestar” en la intelectualidad, y particularmente en la élite médica, que habla de una crisis
ética, producto de la corrupción de valores, señalada a nivel general de la sociedad, pero
también a nivel universitario. 29 En ése sentido, existe una visión negativa del “ingreso masivo”
de estudiantes a la universidad, lo cual para algunos provocó que asistieran “sujetos cuya
educación primaria y sobre todo cuya educación moral no es la más adecuada para el ejercicio
de la medicina”.30

El espíritu intelectual y médico de la época, entonces se debate entre lo viejo y lo nuevo.


La inserción de todos estos implementos técnicos novedosos que llegan a la cultura de Buenos
Aires, abre toda una nueva dimensión imaginaria y reconfigura relaciones simbólicas con mitos
y objetos del pasado:

No hay razón para no creer que todo puede ser posible: la rapidez con que ciertas modificaciones
técnicas se incorporan en el horizonte de la vida cotidiana refuerza la idea de milagro, que
inspira metáforas bien conocidas: el milagro de la electricidad, el milagro de la radio, el milagro
del cine… Se trata de lo ‘maravilloso moderno’, un paisaje cultural donde toda promesa puede
realizarse. La radio y la telegrafía sin hilos demuestran espectacularmente que se han superado
los obstáculos de la materia y se ha abierto una época donde las percepciones no están sujetas al
límite corporal de los sentidos, ni al límite físico de sus extensiones (anteojos, lupas, lentes,
telescopios, etc.); cuando sonidos e imágenes se difunden por conductos invisibles e
inmateriales, todo un sistema de equivalencias puede edificarse a propósito de otras
transmisiones y recepciones a distancia (Sarlo, 1988, p. 135-136).

Así se asienta la particular manera de asimilación de lo novedoso, una fusión de


artefactos y explicaciones “inverosímiles” con la cultura tradicional:

Viejas obsesiones de la cultura tradicional (desde el cuento de “aparecidos” hasta el


curanderismo de la campaña) encuentran un nuevo discurso urbano en la teosofía, la

28
Los inmigrantes atemorizan a tal punto a la intelectualidad que “así como originalmente los
inmigrantes habían sido bienvenidos como la simiente codiciada para civilizar el país, hacia 1910 éstos
eran vistos como instigadores de conflictos sociales y políticos. A comienzos del siglo veinte,
intelectuales nacionalistas argumentaban –citando evidencia “científica”– que la inmigración sin control
podía degradar la raza nacional incorporando gran cantidad de degenerados en la sociedad” (Plotkin,
2003, p.32).
29
“El exceso de tecnicismo y maquinismo nos ha sumido en un avaro egoísmo sin Dios”, Decano
Bullrich, al inaugurar los cursos de la Facultad de Medicina en 1934 (citado en Belmartino y otros, 1988,
p. 17).
30
Sandberg, M., “Plétora Médica”, Rev. Col. Med. Vol. 3, nº 9, abril de 1933, citado en Belmartino y
otros, 1988, p. 17.

45
parapsicología y la difusión de nociones psicológicas e, incluso, psicoanalíticas. Una mitología
nueva, que usa discrecionalmente un léxico que evoca a la ciencia, traduce obsesiones tan
permanentes como la comunicación con el más allá, la vida después de la muerte, la fuente de la
eterna juventud, el deseo de curas milagrosas y la transmisión del pensamiento (Sarlo, 1992, p.
135).

El perfil médico de la década de 1930

El mencionado trabajo colectivo de Belmartino, Bloch, Presello y Carnino, financiado


por la Organización Panamericana de la Salud, que abarca la conformación de la corporación
médica entre 1920 y 1945, señala ése lapso como una época de muchos cambios en la medicina
local, ligados a la creciente cantidad de médicos, al nacimiento de especialidades y a la
formación de la “corporación médica”, traducida en sindicatos y gremios:

La mentalidad médica argentina ha cambiado. El primer síntoma es que el antiguo


individualismo, que llenó su misión, obedeciendo a causas muy dignas de su época, se
abandona. En la actualidad tiene más aceptación la unión, la colaboración, lo mismo en el
trabajo que en la vida. Antes de 1910 los médicos estaban atomizados, en 1936 los médicos
del país, como los del mundo, están unidos, agremiados [...] La medicina deja de ser un
asunto privado, principalmente privado, para entrar briosamente en el campo de lo público.
La salud, si es individual, es también un fenómeno eminentemente de interés colectivo y
31
público.

Como vemos, la tesis de Sarlo (1992) se confirma. Frente al contexto cambiante y


crítico, los médicos construyen miradas sobre el pasado, presente y futuro, y convocan a la
unidad, a la organización y al gremialismo como forma de lucha o defensa, frente a una vida
social compleja que influye sobre el desarrollo, hasta entonces rutinario, de la profesión médica.

Hubo varios intentos de concretar el gremialismo médico, pero recién en la década de


1920 surgen las primeras instituciones “perdurables”. Los problemas a los que se enfrentan los
médicos por entonces son múltiples, causando “malestar”,32 y cuyas “formulaciones no siempre
son claras, los excesos retóricos, frecuentes, las contradicciones no faltan, así como tampoco las
identificaciones mecánicas con procesos ocurridos en otras esferas o con situaciones –bien o
mal conocidas– existentes en otros países” (Belmartino y otros, 1988, p.16). Como ya se señaló,
la cultura de Buenos Aires miraba por entonces a Francia como ideal de cultura, donde
paralelamente se da un “auge de los enfoques llamados holistas” (Weisz, 1998, p. 42). Así lo
expresa un médico porteño de orientación holista:

31
Boletín de la federación gremial Médica de la provincia de Santa Fe, año 1936, extraído de Belmartino
y otros (1988, p.11).
32
Caracterización desarrollada por Belmartino y otros, a partir de la revisión de los discursos médicos de
la época.

46
En nuestra época se percibe ya un hálito vivificador destinado a remozar las ideas clásicas de la
medicina, con el aditamento copioso de las adquisiciones científicas modernas.
Comprobamos diariamente que, frente al progreso de la clínica, la terapéutica médica lleva una
vida de modorra; le faltan ideas directrices y le sobran productos tóxicos que se suelen
administrar con una generosidad lamentable (Semich, 1934a, p.3).

George Weisz habla de la década de 1930 como un período de crisis y reconfiguraciones


de la medicina francesa: “las nuevas perspectivas de la patología funcional parecían echar agua
al molino de la tendencia holista. La endocrinología y la inmunología, por ejemplo, insistían en
un enfoque sistémico: no se hacía hincapié en el agente causal de las enfermedades sino en las
capacidades del cuerpo para responder a estos agentes”, además de que el fuerte aumento del
número de médicos (de 15.000 en 1890 a 25.000 en 1936) los indujo a “desarrollar unas
prácticas originales atractivas para los pacientes” (Weisz, 1998, p. 42).

Al mismo tiempo, en Buenos Aires los médicos tenían una autopercepción de su trabajo
como “un ejercicio profesional insatisfactorio, escasamente retribuido, crecientemente
mercantilizado, que en ocasiones se desliza hacia prácticas reñidas con principios éticos de
aceptación generalizada” (Belmartino y otros, 1988, p. 20). De todos modos, la perspectiva no
es pesimista universalmente ya que en los discursos médicos de la época hay una importante
presencia de voluntad transformadora, que apela a que una “élite” dirija, según los valores
tradicionales, a la profesión de la “inquietud” y el “inmoralismo” al “orden” y la “moral”.

Otro de los órdenes que se ve afectado es el de la atención particular, cuestión


relacionada frecuentemente a un orden capitalista general, según el cual la libre competencia
industrial por la que los pequeños artesanos pierden espacio ante las grandes industrias, se
traslada a la profesión médica. Por lo tanto, los médicos particulares perderían posibilidades
económicas ante los grandes centros asistenciales.

Esta dificultad aparece relacionada, como se percibe en las líneas anteriores, con que el
fenómeno de masividad en las aulas trasladado al de profesionales. Este fenómeno es
cuantificado en numerosas oportunidades: por un lado, se habla de 6.500 médicos en todo el
territorio nacional, para diez millones de habitantes en 1930 (1.523 habitantes por médico), 33
mientras que el Censo de 1934 señala 9.600 médicos para doce millones de habitantes (1.250
habitantes por médico). En 1944, presuntamente había 13.924 médicos para catorce millones de
habitantes (1.010 habitantes por médico).34 La mayor concentración de médicos, además, se da

33
Boero, E. Discurso pronunciado en el aniversario del Colegio de Médicos de la Capital Federal, Rev.
Cir. Med. Sud. Vol. 49, nº 10, feb de 1931, citado por Belmartino y otros, 1988, p. 20.
34
Arce, J., “Asistencia médica y seguridad social. Ensayo de organización de la asistencia médica para
todos los habitantes de la Nación Argentina”, S.M., vol. LI, nº 36, pp. 478-495, noviembre de 1944, citado
por Belmartino y otros, p. 21.

47
en Buenos Aires, a mediados de la década de 1930 la tasa es de seiscientos habitantes por
médico, y para 1944, hay cuatrocientos habitantes por profesional.

Sin embargo, estos interrogantes que suelen estar acompañados de visiones


apocalípticas, pueden incluir algunas “claves” para resultar tener éxito: “vocación”, “buena
formación técnica”, “relaciones familiares o sociales”. Lo que se expone en el discurso médico
de la época refleja dos encadenamientos causales: el primero, relacionado con la disminución de
la clientela, mercantilización, pérdida del interés por mejorar la capacitación, deterioro de los
cuidados médicos, recurso a las actividades reñidas con la ética, desprestigio, mayor retracción
de la demanda poblacional; el segundo, relativo a las deficiencias en la enseñanza universitaria
que “no está preparada para la educación masiva”, que resiente la calidad favoreciendo la
cantidad, que permite el ingreso de individuos sin la necesidad de formación moral. Así, “lo que
se discute, de una manera u otra, implícita o explícitamente, es si debe seguir considerándose a
la medicina como un apostolado, patrimonio de una élite, o una función social a cargo de
profesionales que no deben avergonzarse por exigir una retribución por su trabajo” (Belmartino
y otros, 1988, p. 24).

También aparece como problemático la cuestión de los artefactos novedosos que sirven
para realizar un diagnóstico, estableciéndose divergentes criterios de evaluación del “progreso
técnico”: “El centro de la polémica parece centrarse en el siguiente interrogante: ¿pueden los
recursos técnicos por sí solos garantizar la eficacia de la medicina como práctica técnica
ejercida sobre el individuo enfermo? (…) ¿puede el desarrollo científico asegurar la eficacia de
la medicina como práctica social?” (Belmartino y otros, p. 28-29). Este fenómeno no es menor:

A todos arrastra el vértigo de la novedad, que se piensa como una innovación indefinida y sin
límites: porque la radio o el cine ya están aquí, también llegará cualquier otro tipo de
comunicación a distancia; si es posible volar, se viajará a la luna en un futuro próximo; si el
cuerpo puede abrirse ante la luz invisible de los rayos, también se rendirá a otras tecnologías no
menos sorprendentes. Cuanto más espectaculares, las aplicaciones técnicas producen una
creencia más fuerte en sus posibilidades infinitas de expansión; pero, además, estas nuevas
formas de lo nuevo evocan otras formas antiguas: la videncia, la mirada profunda del adivino y
el curandero, los milagros (si éstos, los actuales suceden, ¿por qué no otros, por menos
verosímiles que parezcan?) (Sarlo, 1988, p. 136-137).

El temor de los médicos ya posicionados socialmente, partidarios del “médico de


cabecera”, se hace patente:

La medicina está, según él [Dr. Cushing, cirujano prestigioso], como la industria, en una
encrucijada peligrosa. Todo vacila, todo se balancea alrededor de los hombres hechos
demasiado poderosos ante el ídolo moderno, el progreso, de una popularidad tan atrayente,
pero cuya naturaleza nadie conoce con precisión y cuyos efectos empiezan a hacerse
temibles. Para el menor desarreglo de salud de un sujeto, técnicos especialistas toman su
presión sanguínea, hacen su electrocardiograma, su metabolismo basal, le practican una

48
punción lumbar y una ventriculografía, le radiografían de la cabeza a los pies, examinan al
microscopio todo lo que le sale de su cuerpo y la sangre que le sacan, miran en todos sus
orificios, miden sus calorías, dosifican su calcio, su fósforo, su nitrógeno, etcétera. Ahora
bien –continúa Cushing– en las nueve décimas partes de los casos para los cuales el médico
es llamado, la mesa de operaciones, el microscopio, los rayos, la enfermera diplomada, la
mecanoterapia son completamente inútiles (Aráoz Alfaro, La nación febrero 5 de 1934,
citado por Semich, 1934d, p. 48).

Los autores ubican a estos cambios como anteriores a la percepción de la crisis, que se
inicia en la década de 1930. Se puede interpretar también que el agotamiento del modelo médico
coincide con el surgimiento de estos cambios:

Colocada esta situación como problema concreto en la práctica corriente del médico, podría
formularse de esta manera: nada que no encaje en el casillero rígido y dogmático de mi
concepción patológica, es de algún valor o de algún interés para mí. Mas no ocurre esto sólo:
bajo la presión de una vanidad científica mal entendida e impermisible, el médico piensa y obra
de la siguiente manera: como este caso, se dice, no encuadra dentro de mi clave mágica e
infalible de la enfermedad, basta con violentar la realidad concreta del caso clínico y adscribirle
forzadamente un diagnóstico y una terapia como mi prejuicio teorizante me lo impone. De esta
forma se hace encajar ‘a martillazos’ o a la fuerza al enfermo dentro de algún cuadro o síndrome
patológico conocido, aunque totalmente ajeno al mismo en muchos casos, sobreañadiéndose así
una nueva enfermedad a la ya existente: la enfermedad ‘iatrógena’ (esto es: creada por el mismo
médico con sus palabras o su mal diagnóstico), como lo llaman los psiquiatras alemanes a esa
superestructura patológica ‘inoculada’ por la incomprensión y el dogmatismo teórico y
anticientífico del propio médico y que el mismo Molière ya ridiculizaba bizarramente en su
época. Y es verdaderamente ignorada por casi todos, médicos y pacientes, la proyección o
gravitación morbígena que es capaz de provocar dicha inoculación terapéutica bajo la fuerza de
la elaboración intrapsíquica y subconsciente del enfermo (Pizarro Crespo, Semana Médica,
Enero 25 de 1934, “Curanderismo y medicina académica”, citado en Semich 1934d, p. 43-44).

Para Beatriz Sarlo “sobre un espacio dispuesto a la creencia en que todo es posible, se
despliega un conjunto de datos probados, probables, insólitos, inverosímiles que, en lugar de
anularse, se refuerzan unos a otros”, pero esto no se asienta sólo en el pasado y en el mito, sino
que “también están los milagros modernos de la tecnología y la ciencia [generando] un
continuum en donde la fuerza de lo nuevo que ya ha sido comprobado sostiene la creencia en la
posibilidad de lo imposible” (Sarlo, 1992, p. 152).

En ése sentido, en la obra de Belmartino, aparece reflejada la existencia de pujas por la


legitimidad social de la eficacia con curanderos, manosantas y herboristas, lo cual se manifiesta
en evaluaciones y propuestas de solución por parte de distintas instituciones médicas “se
analizan la legislación represora y los procedimientos destinados a aplicarla, se formulan
denuncias y, más allá del constante reclamo de una más eficaz acción de los organismos
estatales, se procura dilucidar las causas de la aceptación popular de la actividad de tales
curadores y, a partir de ellas, las posibles acciones destinadas a modificar la situación”
(Belmartino y otros, 1989, p. 36).

49
Si para Sarlo los sectores populares siguen recurriendo a curanderos y videntes, al
tiempo que también depositan su fe en experimentos modernos, “y poco pesan los desmentidos
y las denuncias frente al deseo de creer que se está a un paso de la panacea universal” (Sarlo,
1992, p. 152), por su lado, Belmartino y otros resumen las explicaciones de los médicos de la
época acerca de por qué la gente recurría a los curanderos:
1. Ignorancia por parte de la población;
2. Situación de pobreza que lleva a buscar tratamientos baratos;
3. Razones políticas, conexiones entre los curanderos y los caudillos políticos;
4. Fracasos de la medicina: “médicos que se equivocan en el diagnóstico, que hacen un
pronóstico terminante, también equivocado, y que abandonan al enfermo como ‘caso
perdido’, sobre todo si se trata de enfermos pobres (…) ignorantes y no ignorantes,
acuden al curandero a última hora, cuando los médicos han pronunciado la sentencia
fatal”;35
5. Desinterés en ganar la confianza del paciente: “es indispensable para que este quede
satisfecho oír pacientemente las explicaciones que nos da: una vez que nos hemos
hecho cargo de él, mantener su contacto, interesándonos por todo lo acontecido entre
una y otra visita; no darnos más prisa en la consulta, eso al enfermo le huele a ‘time is
money’, lo que naturalmente es de mal efecto”;36
6. Impotencia de la medicina por incorporar el método científico. Se expresan en la
insistencia en definir la medicina como ciencia, pero también como “arte”, se relacionan
con la supervivencia de tendencias muy antiguas, que (se basaban) en el empirismo, el
animismo y el espiritualismo y que no han podido ser erradicadas “a pesar de los largos
decenios de predominio del método científico”.
Se plantea cierto conflicto –más o menos explícito– entre estas tendencias y la medicina
moderna, encaminada al tratamiento racional de las enfermedades mediante la
investigación de sus causas complejas. El médico práctico comprueba a diario que las
teorías médicas en general tienen corta duración, y descubre que “la misma causa puede
producir lesiones diversas, y el mismo proceso anatómico puede ser originado por
diversas causas, que la misma lesión anatómica puede tener expresiones clínicas
distintas, y que la misma expresión clínica puede ser debida a diversos procesos
anatómicos”;37
7. Escasa importancia asignada a los factores emocionales;

35
Bosio, B., “la lucha contra el curanderismo”, Semana Médica, XLI 31, agosto de 1934 p. 357/8, citado
por Belmartino y otros, 1988, p. 38
36
Discurso de recepción de los nuevos diplomados por el presidente del Círculo Médico de Rosario, Rev.
Med. Rosario, XVII II:642, nov. De 1927, citado por Belmartino y otros, 1988, p. 38.
37
Clase de despedida de Telémaco Susini, citada por Bermann, G. “las enseñanzas del caso Asuero”,
S.M. XXXVII 26:1632-1642, junio de 1930, p. 1637, citado por Belmartino y otros, p. 203.

50
8. Falta de reconocimiento por parte de las corporaciones médicas de las limitaciones en el
desarrollo científico de la medicina, y la consiguiente actitud conservadora que rechaza
avances que parecen excesivamente audaces. 38

Lo que ocurre es que se trata de un período de cambios sociales amplios, pero también
fuertemente a nivel de la disciplina en sí, con el nacimiento de nuevas especialidades y
corporaciones, y la relación entre la sociedad, el Estado y estas instituciones nacientes. Estos
cambios afectan la definición de un área específica de eficacia técnica; el vínculo entre las
necesidades de la población y la capacidad de intervención de los profesionales; en el
reconocimiento social de la eficacia de la práctica y, por lo tanto, en el necesario contralor de
aquellas acciones; en la búsqueda de formas organizativas que permitan defender los intereses
profesionales ante el estado u otras instituciones; en las relaciones con el Estado, en tanto
garante del derecho de la profesión a reclamar un ámbito exclusivo de práctica poseedor de la
capacidad jurídica para definir los límites de dicho campo; en su capacidad para intervenir como
regulador de los mecanismos del mercado, o para establecer servicios o instituciones
financiadoras que desvinculen la práctica profesional de estos mecanismos; y, finalmente, como
núcleo crecientemente visible de una red más o menos estable de relaciones de poder en la cual
la profesión procura insertarse.

38
“En viena las sociedades médicas se cuadraban en contra de Semmelweis, el propagandista de la
asepsia en obstetricia; las sociedades médicas de Londres condenaban a Jenner, etc. Todos estos
disparates históricos de corporaciones profesionales han dejado un precipitado en el conocimiento del
pueblo” (De pierris, C.A. “Formas del ejercicio ilegal de la medicina y charlatanismo extra médico” S.M.
XI VIII 7:405-411, feb. 1941, p. 406 citado por Belmartino y otros, p. 39).

51
CAPÍTULO 4. LA CONSTRUCCIÓN DE UN NUEVO ROL

Este capítulo comprende distintos sentidos en los que un grupo de homeópatas consolida
un “nuevo rol” que, además de una nueva institucionalización y legitimidad como grupo social
reconocido con rituales y leyes establecidas, implica conflictividad y convivencia con un rol
anterior que, como señala Bourdieu (1993), tiende a evitar desvíos. Además, siguiendo a Ben
David y Collins (1966), es usual que los detentadores del nuevo rol, hagan uso de características
del rol viejo para validarse, o directamente detenten la pertenencia a ése espacio social, con el
que combaten.

Los elementos que consolidan el nuevo rol se correlacionan con la consecución de


grados crecientes de identificación colectiva e institucionalización, desde un grupo de personas
que se reúnen con una serie de objetivos en común, hasta el establecimiento legal de una
institución con validez para establecer los “límites” dentro de su esfera. Los diferentes espacios
sociales por los que estos médicos han “transitado” dejan una serie de “implicaciones” y
“creencias” que se deslizan en su discurso, que además, va encuadrado a los distintos “marcos”
interpretativos a los que aluden en cada caso.

Lejos de ser un discurso homogéneo, a pesar de lo reducido y compacto del grupo


fundacional, las páginas de Homeopatía dan cuenta del complejo universo en el que se insertan
los fundadores de la Sociedad Médica Homeópatica Argentina. Se dará cuenta en este capítulo,
en primer lugar, de la revista Homeopatía, de sus características generales, de su carácter
heterogéneo y su alcance; a continuación, se hará referencia al mito fundacional narrado en
torno a la creación de la Sociedad Homeopática y a la necesidad de darle un marco explicativo a
tal aparición; estrechamente ligado a esta narrativa mítica se desarrollará en tercer término una
exposición de las representaciones cuasi místicas del “padre de la homeopatía” Christian
Hahnemann; en cuarto lugar, se tratará la cuestión de las “ambiguas” delimitaciones entre
alopatía y homeopatía (ligadas a la definición de los conceptos de salud y enfermedad y a las
implicancias de estos con la sociedad y el conocimiento médico de la década de 1930), la
explicación del pasaje de un rol a otro, y el vínculo con el resto de las prácticas curativas; en el
quinto punto se da lugar al surgimiento de la atención médica y el lugar de los pacientes en la
institución y la práctica; derivado de la atención aparece en sexto lugar la cuestión iniciación de
cursos formales de enseñanza junto con otras formas de transmisión del conocimiento; mientras
que por último se dará cuenta de los lazos con otras instituciones de homeópatas a nivel
internacional.

La revista Homeopatía

52
La revista Homeopatía fue impresa por primera vez sólo medio año después de la
fundación de la SMHA, en enero de 1934, como órgano oficial de la institución:

Al fundarse la Sociedad […] entre sus fines primordiales destacábase el de la difusión de


nuestras doctrinas y, como procedimiento adecuado a tal efecto, la publicación de una revista
[…] en la necesidad de expresar y propagar un conocimiento científico de alta significación
médica. La homeopatía fue durante largos años injustamente exilada de los institutos de
enseñanza (Semich, 1934a, p. 2).

Como se ve en este párrafo, desde el mismo momento de la fundación institucional, se


preveía la constitución de un órgano difusor, como mecanismo de institucionalización
impostergable, al igual que en el siglo XIX. Con los términos “difusión”, “expresar” y
“propagar” se hace explícita la voluntad de darle un carácter polivalente a la publicación, en un
sentido hacia el público general y en otro hacia la comunidad médica.

El cierre del párrafo hace alusión a la constitución de la Sociedad en oposición a otro,


excluyente, lo hace a través del pretérito indefinido, como una forma de diferenciar el presente
(de esta manera, si “fue” marginada, ya no lo sería en ése momento). Es decir, no constituye lo
mismo que afirmar que “la homeopatía sigue siendo exilada”, aún cuando en el contexto sigue
primando la “necesidad de expresar y propagar” la homeopatía.

En 1936, aparece una mejor definición (o redefinición) de los objetivos iniciales:

Ha sido lograda la doble finalidad perseguida: en primer término, la Revista debe ser el portavoz
de los médicos homeópatas y su órgano de publicidad científica; en segundo lugar, también
servirá para los demás colegas que no han tenido oportunidad de conocer los fundamentos
teóricos de la admirable Materia Médica Homeopática (Semich, 1936a, p.1).

Es precisamente en estos sentidos que la principal actividad de la revista, estaba


estrechamente vinculada con la institucionalización naciente, ya que uno de sus aspectos
fundamentales era difundir por escrito las conferencias dictadas en la sede, lo que constituyó la
actividad institucional primordial durante los primeros años. Así, se busca legitimar a los
médicos fundadores dándoles un espacio para expresar sus ideas y conocimientos en las
distintas conferencias, pero además se reproducen estos testimonios por escrito y se busca
difundir, por ejemplo, a las bibliotecas de las distintas facultades.39

39
De hecho, para esta investigación se ha recurrido a la biblioteca de la AMHA, que no cuenta con la
colección completa de Homeopatía durante la década de 1930, que sí en cambio se puede conseguir en la
de la Facultad de Ciencias Médicas de la UBA (adonde llegaba por donación). Resulta evidente que,
gracias a este accionar por parte de estos médicos homeópatas, sus ideas y las de sus predecesores han
quedado al resguardo del paso del tiempo.

53
A este efecto publicaremos sucesivamente las conferencias que se pronuncien en la Sociedad
Médica Homeopática Argentina con las historias clínicas respectivas y su comentario; los
capítulos de materia médica extractados de las obras más autorizadas; un desarrollo sencillo,
didáctico de las doctrinas homeopáticas; un bosquejo histórico de las mismas y, en fin, todo lo
que consideremos adecuado a la consecución de nuestros fines. (Semich, 1934a, p. 3)

La mención a los bosquejos históricos indica la necesidad de realizar una formación


completa en homeopatía (producto de la denunciada falta de formación homeopática en las
facultades), como complemento de la “doctrina” y de “materia médica”. Este rasgo indica la
voluntad de formar a un lector recién iniciado o ajeno a la homeopatía, resaltado en el desarrollo
“sencillo” y “didáctico” con el que se intentará dar a conocer.

Uno de los indicadores acerca del tipo del vínculo autor-lector por aquellos años viene
dado por la serie de artículos publicados en 1934 bajo el seudónimo “Dr. Causticum” que, se
supone, hace alusión al término vulgar de “cáustico” y está relacionado con la prosa cínica y
corrosiva utilizada para criticar a la alopatía. Si se considerara la definición “causticum” de los
propios homeópatas en la patogenesia, perdería el sentido, o cobraría uno nuevo, difícilmente
favorable para el autor:

El tipo Causticum en su parte mental es un timorato, un temeroso, un melancólico, un profundo


deprimido, un verdadero neurasténico. Es un taciturno, un sospechoso, sin decisión y lleno de
tristeza, inclinado a los lloros y a las crisis pasajeras de irritabilidad y de cólera. Su estado agudo
le viene casi siempre a continuación de penas, de mortificaciones, de surmenaje (Deveze, 1939,
p. 332).

Este desfasaje de sentidos puede ser indicativo de un grado divulgador en los primeros
números de Homeopatía, que tal vez haya ido perdiendo fuerza con el propio crecimiento del
grupo y la búsqueda de objetivos más específicos. Cómo se vio antes, en el primer número los
objetivos eran menos específicos que unos años después, con un giro hacia el refuerzo de la
representación de un grupo más consolidado y su formación científica.

Otro de los aspectos que aparece anunciado es la publicación de las “obras más
autorizadas”, un rasgo que coincide con lo “doctrinario” de la disciplina y con parte de la
formación institucional de generar un escalafón. De esta manera, explícitamente los editores se
proponen, hacer pública una jerarquía de la homeopatía a nivel nacional (quien pronuncia las
conferencias, quien comenta las obras) y otra a nivel disciplinario general (qué obras leer, en
qué orden).

Ahora bien ¿cuál fue el alcance de esta publicación? Es difícil saberlo, aunque tres
documentos permiten elaborar algunos números aproximados: en 1935, en el “balance” que
publica la Sociedad, se registran $448 en ingresos en suscripción y ventas de la revista, que

54
dado el costo de $5 por suscripción anual da un total de 90 revistas por número,
aproximadamente (calculando el costo máximo, ya que había descuentos del 50% a
estudiantes).40 Siguiendo el mismo cálculo al año siguiente los números reflejarían una baja en
la venta a 62 revistas por número, pero un aumento de la recaudación en avisos que lo compensa
y lo mismo ocurre para 1938 (unas 64 revistas por número). De todos modos, la publicación es
altamente deficitaria ya que en “impresión de revista” se consignan gastos por $1675 (contra un
ingreso por venta y publicidad de $778) en 1935; que ascienden a $1940,28 en “gastos de
imprenta”41 (contra $773) en 1936,42 y $1694 (contra $702) en 1938.43

Se debe considerar además la potencial difusión por canje o donativo, 44 que se desliza
como permanente con revistas de Francia, Brasil, España, México y Perú,45 y con la Facultad de
Medicina de la Universidad de Buenos Aires. En este sentido, un hito relevante para la revista se
da a principios de 1937, cuando se deja constancia de que “figura también en el Archivo de la
Secretaría de la Sociedad Médica Homeopática Argentina una nota de la Biblioteca de la
Facultad de Ciencias Médicas de Buenos Aires, en que se solicita el envío de esta publicación”
(Semich, 1937a, p. 1).

Lo que crece de manera descomunal es el ingreso de los consultorios, de $4803 (con la


tarifa de $3,46 equivaldría a 1601 consultas) en el primer año en que funcionan los consultorios a
$9177 (3059 consultas) en 1936, y como si esto fuera poco, en el polémico 1938 recaudan en
atención $19236 (6412 consultas).

Lo que se evidencia con estos números, entonces, es la importancia crucial de los


pacientes como sustento material de la sociedad y la revista, pero además, destaca la

40
Estado financiero de la Sociedad Médica Homeopática Argentina, en Homeopatía, año 2, nº 11-12,
diciembre de 1935, p. 330.
41
El aumento de gastos en este ítem, y el cambio en la definición, pareciera incluir folletería que excede a
la revista, de todos modos, el número de páginas del volumen de 1935 es de 332, mientras que en 1936
asciende a 447, la economía estaba lejos de ser inflacionaria.
42
Estado financiero de la Sociedad Médica Homeopática Argentina, en Homeopatía, año 3, nº 10-11-12,
diciembre de 1936, p. 443. Los ingresos por cuota de los médicos también fluctúan de $1550 (1935) a
$1390 (1936) hasta $1616 (1938).
43
Movimiento financiero de la Sociedad Médica Homeopática Argentina, en Homeopatía, año 5, agosto
1938, nº 7-8, p. 222.
44
A partir de 1935 aparece en las tapas de Homeopatía una concesión de tarifa reducida con el Correo
Argentino, lo cual indica un esfuerzo por enviar un buen número de revistas por ése medio.
45
Frecuentemente, revistas de publicadas en dichos países son comentadas en la sección “Revista de
revistas” y en una de ellas se aclara al final que “no recibimos publicaciones, en canje, de origen inglés o
norteamericano, razón por la cual no tenemos mayor contacto con los grandes centros homeopáticos de
esas naciones, no ignorando tampoco toda la importancia que tienen” (Deveze, 1936d, p. 435).
46
Se supone que este precio representa un costo irrisorio: “El pobre comienza su trabajo cobrando dos o
tres pesos o menos por visita. Su pudiente compañero, diez o veinte pesos a su regreso de un viaje por
Europa” Differt Lastra “Ética profesional”, Semana Médica, vol. XL, nª 1, p.83-85, enero de 1933. (en
Belmartino y otros, 1988, p.23).

55
importancia que le daban los miembros de la Sociedad a la publicación, como para asumir
gastos extraordinarios (muy por encima de la compra de libros, y sólo superados por el alquiler
del local y la compra de muebles). Se hace evidente que, el éxito comercial de esta Sociedad
hace necesario un sustento institucional (y luego legal) ante los ataques que procuran repeler el
“avance” de esta terapéutica.

La fundación y el mito fundacional

Luego de los intentos de institucionalización de la homeopatía en el último cuarto del


siglo XIX,47 todo tipo de intentos asociacionistas desaparecen hasta que, según consta en
distintas publicaciones históricas de los propios homeópatas,48 luego de varias décadas de
esfuerzos individuales, nueve profesionales de la medicina homeopática se reúnen en la
“Confitería del Molino” del centro porteño, el 22 de julio de 1933 y deciden crear una Sociedad
que los nucleara (Jonás, 1934c).

Nace entonces la Sociedad Médica Homeopática Argentina49 que tuvo como primer
presidente a Godofredo Jonás,50 vicepresidente Armando Grosso, Rodolfo Semich secretario,
Eugenio Anselmi tesorero y como vocales a Enrique Bonicel, Francisco Monzo y Tomás
Paschero (Jonás, 1934c). Todos ellos fueron médicos recibidos en Universidades Nacionales, a
excepción de Enrique Bonicel, que era farmacéutico francés llegado a principios de la década de
1930. En pocos años, Bonicel ayudó en la formación de algunos de ellos, como Grosso y
Paschero, y logró reunirlos a Jonás, Jorge Masi Elizalde y Carlos Fisch, quienes aisladamente
practicaban la homeopatía y la habían aprendido en forma autodidacta.51

Desde la fecha de fundación hasta fin de año, la Sociedad funciona a través de sucesivas
reuniones en un local (al parecer, prestado) que incluyen una serie de conferencias de algunos
de los médicos fundadores. En dichas reuniones además de gestarse el propio lanzamiento de la
revista Homeopatía, se puede percibir un esfuerzo manifiesto por construir un mito fundacional,
que diera cuenta del surgimiento de la institución local y que luego ocupara buena parte de las
páginas de la revista (sobre todo en los primeros tiempos).

47
Véase capítulo de Antecedentes y Contexto.
48
La versión original es dada a conocer por Jonás en Homeopatía, en diciembre de 1936 (Jonás, 1936b,
pp. 308-310) y republicada veinte años después por la misma revista. Dicha reedición es citada por
distintos autores y constituye la referencia más citada en la materia. Ver, por ejemplo, Kaufman (2004) y
González Leandri (1997).
49
Posteriormente adoptaría el nombre de Asociación Médica Homeopática Argentina, que conserva hasta
la actualidad.
50
Nieto de E. Jonás, abogado y homeópata autodidacta, quien tuvo una destacada labor en la epidemia de
fiebre amarilla de fines de siglo XIX (Jonás 1936b ).
51
Luis María Belgrano, citado por Walzer, Andrés (2006) mimeo, sin foliar.

56
Al cumplirse un año de la fundación institucional, se publica un número entero de
Homeopatía dedicado exclusivamente a conferencias realizadas en la sede. Así se reseñaba un
balance del primer año de vida:

[…] los propósitos perseguidos han sido alcanzados. Así, hemos trabajado intensamente en pro
de la difusión de nuestras doctrinas médicas y en muchos profesionales ha despertado legítimo y
vivo interés el estudio de la Homeopatía. Lo comprobamos en las reuniones de la Sociedad, cada
vez más concurridas; en la atención preferente que se presta a las comunicaciones presentadas;
en las consultas frecuentes que los colegas nos hacen al solicitar informes acerca de multitud de
cuestiones clínicas y terapéuticas. Y bien sabemos que no suele haber error en este pronóstico: el
médico que se interesa por la Homeopatía –a veces el que comienza como simple curioso–, en
virtud de la gravitación que ejercen las grandes ideas y los hechos claros, concluye, fatalmente,
por ser homeópata (Editorial, 1934d, p.197).

Aquí aparecen algunos rasgos que permiten entender que sentido le atribuían a su rol
social estos médicos, la de pioneros en un terreno hostil:

[…] cumplimos con un deber hondamente sentido al fundar nuestra institución, porque
necesitamos llenar la función social que nos impone la condición de médicos en modo que
mejore la capacidad técnica de que debemos estar dotados (Editorial, 1934d, p.197).
La iniciación fue difícil. La Homeopatía en sí –aparte de otros factores, entre los cuales figura la
oposición de la mayoría ignara, que la integran, incluso colegas–, es de gran complejidad y no ha
habido en nuestro país médicos capacitados para ayudarnos en la primera etapa del aprendizaje.
Felizmente, mediante la labor en común, en que cada uno aporta el resultado de sus conclusiones
y de su experiencia –por humilde que sea–, ya le es posible al médico comenzar el estudio de los
grandes temas –Patología, Clínica y Terapéutica Homeopáticas– en la seguridad de que ha de
encontrar quienes le faciliten el camino, le adviertan de los errores que suelen cometerse por
desconocimiento de una técnica que es engorrosa (Editorial, 1934d, p.197).

Una de las piezas que aquí se considera clave para entender este posicionamiento social
es la narración de un mito fundacional que acompañe a este grupo emergente. Mircea Eliade
(1992) distingue dos tipos de mito, el cosmogónico y el de origen: el primero da cuenta del
“surgimiento del mundo” y el segundo es una prolongación del cosmogónico para explicar la
aparición de fenómenos (que enriquecen y/o modifican aquel origen) e insertan en un sentido
histórico más amplio los rituales actuales. En este sentido, Lévi Strauss habla de la irrupción del
“otro tiempo” en el tiempo de los hombres.

Esto aparece bien claro en la segunda página del primer número de Homeopatía:

[La Homeopatía] había nacido bajo el cielo griego e Hipócrates, libre su espíritu de toda
tradición, sin sugestiones pretéritas –no las tuvo porque vivió intelectualmente en el potencial
mundo de lo increado– al formular el principio de la similitud, sentó las bases de la ciencia
nueva.
Hay luego un largo interregno –la figura de Galeno se interpone para neutralizar las ideas del
padre de la Medicina: otra vez griegos y latinos marcan su disidencia– hasta Paracelso que, con
gesto de gigante, rompe las ataduras que amarraban las doctrinas médicas a la escolástica.
Redescubre y comenta con intuición de iluminado el principio de la similitud. Enuncia
posteriormente una verdad trascendental que recién en estos tiempos –¡y han sido necesarios

57
cuatro siglos!– recibe comprobación científica: el valor de la dosis infinitesimal, naturalmente
expresado en una forma teórica y abstracta, a extremo de que fue materia de interpretaciones
ocultistas […]
El siglo XVIII marca otro jalón en el desarrollo de la Homeopatía: interviene Hahnemann, sin
duda alguna el creador de la técnica homeopática. (Semich, 1934a, p.2).

Nótese que la serie de hitos históricos que se presentan como “homeopáticos” se cierra
con Hahnemann, lo cual implica que el texto fue pensado (más allá de los guiños a los propios
homeópatas) para un público más general, no homeópata, pero con algún conocimiento de
historia general de la medicina. No obstante, la mínima mención sirve para ubicar en el corazón
de la homeopatía al “creador de su técnica” cuya “obra es tan importante que, desde hoy, le
dedicamos una sección preferente”. Esto es importante destacarlo porque se publicaron
posteriormente obras de Hahnemann y no así de Paracelso o Hipócrates (exceptuando
eventuales citas), y si bien podría aducirse que estos autores eran leídos en las carreras de grado
de medicina, es evidente que no se los leía con el prisma homeopático.

Lo que debe tomarse en cuenta aquí es que esta construcción de una genealogía, de un
hilo metafísico,52 que trasciende todas las épocas hasta llegar a la Grecia Antigua, lugar común
de “cuna del pensamiento” y de Hipócrates, también lugar común del “padre de la medicina”.
Los términos empleados, además, dan cuenta de una narración mitológica: “había nacido bajo el
cielo griego”, le da a la disciplina una entidad sino corpórea, al menos espiritual; “libre su
espíritu de toda tradición, sin sugestiones pretéritas”, en oposición a la idea de que la
homeopatía es un dogma, anclado en una tradición pseudocientífica, el hecho de fechar su
nacimiento hasta donde pudiera tener referencias, es una manera de quitarle este estigma.

La oposición de griegos y latinos es una manera también de insertar a la disciplina en


una problemática más general (“otro tiempo” que no es el “tiempo de los hombres”), durante un
período de tiempo en el que no hay referencias posibles, siguiendo con este interés de constituir
a la homeopatía como una disciplina milenaria e “injustamente” marginada. De ahí que Lévi
Strauss hable de los mitos como “maquinarias para destruir el tiempo”, mediante un mecanismo
por el cual las cosas del presente tuvieron un origen, al darle relevancia a aquello, lo que tiene
pasado reclama en el presente una legitimación igual.

52
En el sentido de la búsqueda de aquello que hay en común más allá de lo evidente. Expresado
textualmente por Semich: “Esta rápida filiación histórica que dejamos hecha tiene un solo objeto:
observar como, a través de tantas centurias, quedó siempre tendido un puente de enlace entre las ideas
homeopáticas” (Semich 1934a, p.3).

58
La aparición de Paracelso como redescubridor “con intuición de iluminado” del
principio de similitud y de la dosis infinitesimal,53 que “rompe las ataduras que amarraban las
doctrinas médicas a la escolástica” en oposición a Galeno, un referente de la medicina alopática
que los homeópatas también oponen a Hipócrates. Al mismo tiempo, marcando que las
formulaciones teóricas de Paracelso fueron fruto de “interpretaciones ocultistas”, distancia a la
disciplina de posibles acusaciones de curanderismo, misticismo, etcétera, y pone de relieve
nuevamente una cuestión “estructural”: de esta manera, como marca Lévi Strauss, la
contingencia se resuelve subordinando la historia a la estructura.54 Por ejemplo, al citar una
conferencia del médico español Gregorio Marañón, hacen alusión a esta cuestión: “Retomo en
las páginas que siguen un viejo tema que, no obstante, para nuestro ambiente es nuevo”
(Semich, 1934b, p. 8).

En lo que podría entenderse como la misma línea “mítica”, Jonás equipara el Organon
de Hahnemann con el de Ariosto y Bacon (Jonás, 1934a, p.4), de éste señala que en Instauratio
Magna “muestra los vicios de la ciencia tal como se enseñaba desde muchos siglos atrás” y en
Novum Organon “quería dar un instrumento nuevo […] (con el cual) sacar la verdad científica o
filosófica” considerándolo “una revolución contra la escuela de Aristóteles que dominaba en
aquel entonces”. Este es otro ejemplo en el que se puede establecer una clara conexión entre
esta construcción discursiva y la formulación de los mitos en Lévi Strauss, pero en el cual se
busca la legitimidad del Organon de Hahnemann, equiparándolo al de Bacon, asignándole
similares valores y posición “revolucionaria”.

De esta manera, el agrupamiento sería, por un lado Hipócrates, Paracelso y Hahnemann,


junto con la “comprobación científica”, “la ciencia nueva”, “el espíritu libre” y, en definitiva, la
propia Sociedad; por el otro, Galeno, las “ataduras de la escolástica”, los alópatas y “las
interpretaciones ocultistas”. Este alineamiento puede entenderse como una manera de resolver
esta “contingencia” (la de la aparición de una institución, la del hecho de que sea controvertida)
por una “estructura” que divide en dos (alópatas y homeópatas; o el bien y el mal) la historia de
la medicina.

No se debe perder de vista que desde el primer artículo del primer número de la revista,
una suerte de carta de presentación al lector ideal (mediante un breve editorial en el que no se da

53
Aclara Semich, además, que “PARACELSO, médico, empleó siempre sus medicamentos a dosis débiles:
hablaba corrientemente de una unidad, karenas, que definía diciendo que era la 24ª parte de una gota
minúscula” (p.2).
54
Uno de los ejemplos que da Lévi Strauss: “otra finalidad consistía en emplear las tradiciones
legendarias para fundamentar reivindicaciones contra los blancos –reivindicaciones territoriales, políticas
y otras” (1995b, p. 59).

59
cuenta de referencias bibliográficas) se plantea esta dicotomía rudimentaria que cobrará luego
otras dimensiones, otro gradiente en el cual algunas cuestiones son negociables y otras no. En
este sentido, tampoco se debe perder de vista la controversia que atraviesa este proceso y la
asimetría de fuerzas entre un grupo y otro, de manera tal que la estructura dicotómica que
plantean los homeópatas no es tal para los médicos “ortodoxos”, como se ven en el texto de
Belmartino y otros, el caso de la homeopatía no es siquiera mencionado.

La mítica estampa de Hahnemann

De un modo que refuerza la narrativa mítica fundante, la figura que representa


Hahnemann para los editores de Homeopatía es central, hasta tal punto que merece inicialmente
una serie de artículos dedicados sólo a reseñar su biografía. Esta descripción, bucólica, narra
con (más que lujo) exceso de detalles una vida iniciada “en la campiña” en una serie que tras
tres capítulos, finalmente, acaba inconclusa (Croll Picard, 1934a, 1934b, 1934c). Tómese el
siguiente extracto a modo de ejemplo:

[a Hahnemann y sus hermanos] les enseñaron a escribir ‘jugando como dice Hahnemann, y se
esforzaron por elevar su espíritu sobre la común vulgaridad. El hijo rinde homenaje al padre que
enseñaba a los suyos más por su ejemplo que con sus palabras y cuya divisa ‘Obrar y ser sin
parecer’ muestra una vida interior profunda y una voluntad de satisfacer, ante todo, su conciencia
[…]
[Hahmenann] a fin de poder estudiar de noche, construyó ocultamente una especie de lámpara de
arcilla que le permitía alumbrarse sin que el padre se apercibiera de la falta de algún candelero
(Croll Picard, 1934b, p. 50).

En el segundo artículo de la primera revista Homeopatía se inicia a los lectores en la


doctrina homeopática, con puesta en relieve del lugar de Hahnemann en la disciplina:

Nos proponemos en los capítulos que van a seguir, hacer una exposición detallada de la doctrina
homeopática, tal cual la expuso Hahnemann, poniendo a la luz de los conocimientos modernos
de la medicina, en los comentarios que hagamos, una infinidad de hechos nuevos que la
confirman, sin alterarla en lo más mínimo (Jonás, 1934a, p.4).

Como se ve, esta voluntad iniciadora y didáctica trae consigo respectivas “traducciones”
de la época y el lugar en que escribió Hahnemann a la Argentina de la década de 1930 fijando,
además, a quienes ya detentan en este espacio la autoridad para “comentar” su obra. La
aclaración final del párrafo, comienza a indicar el carácter indiscutible e innegociable de los
escritos del padre fundador:

Examinaremos, pues, cómo Hahnemann posó los problemas filosóficos, patológicos,


farmacológicos y terapéuticos y como consecuencia de ellos el surgimiento de la doctrina
homeopática, única hasta la fecha, que está basada en leyes, que como la de gravitación,
permanecerán inmutables (Jonás, 1934a, p.4).

60
Aquí se podría pensar que, en algún sentido, se resquebraja la idea del mito fundacional
que lleva los orígenes de la homeopatía hasta Hipócrates, pasando por Paracelso, en función de
destacar lo “inédito” de la obra del padre fundador que a su vez resulta “inmutable”. Sin
embargo, vale recordar la idea de “sujetos escindidos” de Goffman y que ya la función de este
artículo es “doctrinaria” y está dirigido a médicos que, si ya no están convencidos, al menos
buscan un camino de inicio. No se supone la “escisión” como una estrategia consciente, sino
como resultado de la implicación de los médicos con sus múltiples espacios sociales: aquí se
pone de manifiesto la fascinación de la época por lo nuevo (lo nuevo viejo, en este caso, ya que
se busca mantener la novedad de lo “único hasta la fecha”), en cierta medida solapado por la
idea cientificista de “inmutabilidad” de las leyes científicas.

La legitimidad de su figura sobrepasa por momentos los méritos científicos y se asienta


sobre el carácter loable de su empresa: “La obra de Hahnemann no sólo tiene elevada
significación intelectual, sino que marca nobles normas éticas. Su vida misma fue ejemplar y
heroica […] Prefiere las horas dolorosas y acres de la voluntaria pobreza que vendrá a los
halagos de la fortuna que ya conoció en días brillantes y triunfales” (Semich, 1934f, p. 102).

En todo caso, el fundador de la homeopatía representa una figura mítica, a la que, lejos
de reconocérsele errores, se le adjudica un conjunto de virtudes que superan las de cualquier
mortal:

Hahnemann fue un revolucionario en medicina, eso a nadie le cabe duda, pero al mismo tiempo
enseñó a sus discípulos a hacer uso de la observación, la experiencia y la razón, en el difícil arte
de curar. Colocó en primer término el problema médico, la curación de las enfermedades. Es
indudable que para esto es necesario, conocer los factores que entran en juego, enfermedad,
medicamento y manera de emplearlo terapéuticamente.
La armonía de estos tres términos no pudo ni debió ser alterada jamás, como ocurrió entonces y
ha seguido ocurriendo hasta la fecha. Si uno de los tres factores hace un desarrollo muy grande
en detrimento de los otros, resulta que se rompe el equilibrio y entonces ninguno de los tres tiene
utilidad práctica (Jonás, 1934a, p.4).

La figura del fundador de la doctrina, reúne todas las bondades de la terapéutica


(“observación”, “experiencia”, “razón”) que viene a salvar la ética del médico: curar, ante todo
(como se vio en el capítulo anterior, era cuestión que forma parte de los médicos de la época):

Esta idea de que la clasificación nosológica corriente es mala, surge nítidamente para todo
médico que sabe ver y razonar. Pero no se crea que es nueva. Hoy no hacemos sino comprobar la
verdad y exactitud de las profundas observaciones clínicas de Hahnemann sobre éste y muchos
otros temas. Se advierte en la actualidad que el alto valor conceptual de la obra hahnemanniana
es tan importante y demostrativo que debe servir de orientación al pensamiento médico y a la
práctica terapéutica. […] En estos momentos la medicina moderna está redescubriendo hechos y
principios que Hahnemann enunció hace más de un siglo. Y quien dude de esto que lea el

61
‘Organon’ y se asombrará de las ideas que emitió aquel hombre extraordinario, en untado de
acuerdo con lo que ahora se afirma como una verdad nueva. Hoy la Homeopatía ejercita su
derecho de reinvindicación (Semich, 1934d, p. 46).

Es difícil discernir hasta qué punto forma parte de la implicación de la propia


homeopatía o más bien una adaptación a la problemática general de la época, o una
combinación de ambas, según el cual la homeopatía sería per se una disciplina cuyos
representantes la sostienen adaptándose a la problemática de la época.55

En todo caso, el rol central de la cuestión de la curación juega un papel central en los
artículos de Homeopatía y en el propio subtítulo de la obra capital de Hahnemann: el Organon o
el Arte de Curar. El Organon, de Hahnemann es considerada la obra más importante y
constituye un punto de referencia ineludible a lo que fue la experimentación en esta disciplina y
a lo que fue y es la base de la terapéutica. Es el punto de partida “científico” de los principios
que rigen la disciplina:

El nombre de Organon que puso Hahnemann a su obra capital, indica desde ya, que esta obra no
es un tratado dogmático y menos didáctico, sino que se trata de una lógica de la medicina. En
efecto, en él no se hace prevalecer una idea concebida a priori sino de dar a quienes se ocupan de
curar, un instrumento, un método, o recurso, para dirigirlos en la parte más difícil de su misión,
que es aliviar y curar enfermos (Jonás, 1934a, p.4).

Como se ve, se plantea la diferenciación de “ideas preconcebidas” y “dogmáticas”,


contra las críticas que arreciaban calificando de esta manera a la disciplina, aunque a la vez se
ponía de manifiesto el carácter “inmutable” de las leyes que había “descubierto” Hahnemann.
También aparece, por un lado, el carácter instrumental del Organon y, por otro, un cariz (no
“didáctico”) sino “lógico”, lo cual da como resultado una serie de premisas que pueden servir
para la curación en tanto se haga una lectura correcta de las mismas.

Se exprime también cada opinión favorable de otros autores no homeópatas, para


reivindicar al “Maestro”. Utilizan, por ejemplo, una favorable conferencia de un médico
“alópata” español en un congreso de homeopatía en Madrid:

Al final Marañón expresa que:


“la medicina nuestra, la clásica, no pierde nada con declarar que Hahnemann tuvo atisbos
geniales y que fue el precursor de los avances más importantes de la terapéutica actual”.
Sobre el hecho de que Hahnemann fue un hombre genial no hay discrepancias, naturalmente.
Pero creo que los avances de la terapéutica actual serán de gran alcurnia si, con el precioso

55
Este argumento representa la hipótesis de Olivier Faure (2002/3), para quien la homeopatía combina
argumentos combativos y adaptados a la época, lo cual (desde el punto de vista que se considera válido
desde este trabajo) parece violar el argumento de simetría planteado por Bloor (1998), ya que no parece
considerar al menos que el resto del conocimiento médico también puede ser considerado de igual
manera.

62
bagaje científico de que se dispone hoy, se modifica profundamente el criterio alopático y se cae
en cuenta, por ejemplo, de la necesidad de respetar la individualidad del enfermo, su
personalidad mórbida y si, además, damos asilo en nuestra mente a la idea de que el principio de
la similitud es una ley biológica, ampliamente experimentada, que el médico debe conocer y
aplicar (Semich, 1934b, p. 12).

Es de destacar cómo se convierte un comentario de “atisbos geniales” a “hombre


genial”, el peso de lo “extraordinario”, puesto por Marañón en determinadas acciones de
Hahneman, es trasladado por Semich al propio Hahneman, resaltando la exaltación del padre
fundador como núcleo duro del imaginario homeopático.

En el primer año de publicación de Homeopatía se recuerda el aniversario del natalicio


de Hahnemann con un breve artículo:

Un aniversario de Hahnemann no puede pasar en silencio para nosotros, porque su vida y su obra
fueron tan ricas en heroísmo y genialidad que obligan al homenaje.
El progreso de la cultura médica en nuestro tiempo impone ya un juicio categórico –que significa
una consagración como verdad probada– acerca de los métodos homeopáticos: las ideas y las
prácticas hahnemannianas, día a día se extienden por el mundo civilizado en razón de su poder
lógico y su eficacia terapéutica (Semich, 1934f, p. 99)

Como si ya no se le hubiesen atribuido poderes superiores, en este artículo se destaca a


Hahnemann como el creador del método experimental:

Consideremos que aún no habían surgido Pasteur ni Claudio Bernard, pero Hahmenann ya había
hecho experiencias en el hombre. Hahnemann, para todo médico sin prejuicios y que conozca la
historia de la medicina, es el verdadero fundador del método experimental. Este, pues, es otro
título que le corresponde con toda legitimidad.
Hahnemann no se limitó a ser un experimentador original y sagaz; fue mucho más que eso: fue
un gran médico. Indicó directivas clínicas y terapéuticas, muchas de las cuales hoy podemos
seguir al pie de la letra en nuestra práctica, en la seguridad de ser eficaces a los enfermos. Así,
todos los colegas debieran leer el ‘Organon’ y meditar seriamente acerca de las grandes
orientaciones que da esta obra magistral, verdadera biblia del médico (Semich, 1934f, p. 102)

Dos años después, el 14 de abril de 1936, se conmemora el 181º aniversario del


nacimiento de Hahnemann con un “banquete” en el Alvear Palace Hotel, “una simpática
demostración de camaradería, donde se advirtió, una vez más, cómo los médicos homeópatas
han sabido constituir y dar vida propia, en breve tiempo, a la institución tutelar que los reúne”
(Editorial, 1936, p. 117). Cabe recordar que en esta fecha siquiera habían pasado dos años de la
primera reunión de julio de 1934, y cómo a través de la conmemoración de Hahnemann se
busca reivindicar la “institución tutelar” y a sus miembros, haciendo especial hincapié en el
escalafón de la Sociedad.

En la revista se publica en forma íntegra un discurso pronunciado por el presidente de la


Sociedad, Godofredo Jonas, que empieza con estas palabras:

63
Es quizá por primera vez que se festeja en Buenos Aires el aniversario del nacimiento de
Hahnemann, el médico, el filósofo, el químico lleno de sabiduría, el políglota que llenó con sus
traducciones científicas anaqueles enteros, nuestro inmortal Hahnemann, que arrancó a la
naturaleza la “ley de los semejantes” y de las “dosis infinitesimales” (Editorial, 1936, p. 117).

La puesta en juego de la figura del padre fundador, figura mítica que sirve como
reivindicación de la terapéutica homeopática, basada según se muestra en un ser “inmortal”,
capaz de hazañas tales como arrancar leyes a la naturaleza, llenar bibliotecas, dominar distintas
artes y ciencias... La otra función es la de resaltar el lugar en la historia de los miembros,
consiguiendo en algún sentido ser “pioneros” en el país, herederos de tal figura.

Posteriormente, Jonás destaca que el padre fundador creó una terapéutica “para bien de
la humanidad” sobre “el principio más humano que haya podido concebir la medicina hasta el
presente, como es el de la experimentación de los medicamentos en el hombre sano” con el
objetivo de “terminar con una terapéutica antirracional, anticientífica e infusa […] que para
desdicha de la humanidad todavía persiste, aunque debatiéndose en una confusión terrible, que
vislumbra su estrepitoso derrumbe” (Editorial, 1936, p. 117). Aquí se percibe más claramente el
juego entre el pasado y el presente, la cuestión estructural que signó la época de Hahnemann y
perdura en la lucha entre los homeópatas de hoy y lo “antirracional” y “anticientífico”.

Así, explicando que “prefiere” no ahondar en la “grandeza [que] impide abreviar” del
padre fundador, el presidente de la Sociedad sigue su disertación refiriéndose a los “logros de la
homeopatía” en Argentina, básicamente ligados a la pelea contra los “intereses creados” de la
“ciencia médica oficial”, apoyada por el éxito de sus curaciones (Editorial, 1936, p.118). Al año
siguiente, se vuelve a realizar una reunión en la que Jonás “ofreció la comida en un galano
discurso, haciendo resaltar la personalidad de Hahnemann y los beneficios que produce a la
humanidad la Homeopatía” y de la que los médicos salieron “satisfechos, pensando cada día ser
más homeópatas y luchar con entusiasmo por la expansión de la doctrina (Editorial, 1937b, p.
51).56

En el mismo número de abril de 1937 en el que se publica la breve misiva sobre el


segundo “banquete” aparece también un editorial que hace referencia al natalicio de Hahnemann
como “aniversario fausto del glorioso genio”. Allí se alude al padre de la homeopatía como
quien “aprendió la medicina de entonces, agotando todos los conocimientos, hasta que,

56
Curiosamente, aparece aludido un “colega” que “hizo leer unas aleluyas de autor desconocido que
lamentamos no tener a mano para imprimir […] donde a cada médico se le hacen resaltar sus cualidades
en forma caricaturesca y divertida. Felicitamos al colega humorista y sólo buscaremos una oportunidad
para editar su composición” (Editorial, 1937b, p. 51). Lamentablemente, dicha oportunidad no fue nunca
encontrada.

64
desilusionado de la terapéutica, cerró su consultorio médico porque no podía, de acuerdo con su
moral, dar a los enfermos lo que le pedían: la salud” (Editorial, 1937a, p. 49).

En el citado editorial se da una explicación acerca de cómo Hahnemann “descubrió” la


terapéutica que lo haría famoso:

No consolándose con que el Divino Creador hubiera puesto a la criatura humana en tan precarias
condiciones en el mundo, vióse un día iluminado por esa luz que sólo sabe percibir el genio, y
llegó a su inteligencia la causa única y verdadera por la cual los medicamentos pueden ser
eficaces. Esta revelación la tradujo en palabras, diciendo que: los medicamentos sólo curan las
enfermedades o los síntomas que ellos son capaces de producir en el hombre sano […]
Constituye esto la única ley sobre la que se basa la curación y […] ningún agente
medicamentoso es capaz de curar nada si no actúa de acuerdo esta ley (Editorial, 1937a, p. 49-
50).

De Dios a Hahnemann, 57 de éste a la SMHA, de allí a la farmacia y a su casa, el milagro


homeopático no sólo logra curar, sino que además hace que sus defensores se sientan “fuertes” y
“confiados” para seguir las huellas de esta “revelación [que] puso a Hahnemann sobre el camino
de la verdadera ciencia de curar”. Tal acto de fe, supuso el ofrecimiento sacramental de “mil
francos” enviados a “la Societé Homéopathique Française, para que sirvan a la conservación del
mausoleo que en el cementerio de Père Lachaise guarda sus restos” (Editorial, 1937a, p. 50).58

Lo que cabe destacar, entonces, es como esta figura central del padre fundador opera
como elemento de cohesión último e indiscutible, favoreciendo reuniones rituales en las que se
reivindica su imagen, pero sobre todo se da espacio a los médicos locales para poner en juego
socialmente su escalafón. Esta jerarquización es transmitida mediante las revistas por canje, acto
consolidado a nivel internacional por el donativo y la pompa de las reuniones, como reaseguro
de que esta legitimación se sostenga de modo más amplio.

Además, hacia el naciente grupo de homeópatas de la SMHA funciona como una figura
a seguir, una representación perfecta de la puesta en acto de los médicos homeópatas de la
década de 1930, denodados luchadores propios de una época “rebelde”:

Hahnemann, como todos los grandes innovadores, fue combatido acerbamente; se usaron contra
él todas las armas, incluso la calumnia y la injuria. Se vociferaba contra la Homeopatía
tachándola de embuste y engaño vil. Pero en tanto la sabiduría oficial se debatía en su

57
Como epígrafe de una fotografía de la tumba de Hahnemann se indica: “El Divino Fundador de la
Homeopatía, Samuel Hahnemann, falleció en París, en plena Gloria, en el año 1843” (Deveze, 1936, p.
345). Se reseña también: “En Costa Rica, el médico homeópata Dr. Eduardo Álvarez mantiene la fe
Homeopática” (Deveze, 1936, p. 361).
58
Ya en 1935 el presidente de la SMHA, Godofredo Jonás (en el viaje que hizo al congreso de
homeopatía de Budapest), de paso por París rindió “un homenaje ante la tumba de Hahnemann”, acto que
consta en una fotografía en la que se puede ver al médico argentino y una ofrenda floral junto a la tumba
(“Homenaje de los Médicos Homeópatas Argentinos”, 1935, en Homeopatía, año 2, nº 9-10, p. 260).

65
impotencia frente a los enfermos, Hahnemann los curaba. Aún después de desaparecido de este
mundo aquel hombre extraordinario, no cesó la campaña hostil y hasta hace algunos años ser
médico homeópata y defender las ideas hahnemannianas significaba ofrecer cómodo blanco para
las burlas sangrientas de los colegas y del público.
Esta situación injusta ha terminado en forma definitiva. En nuestra época –tan impregnada de
rebeldía y obligadamente revisionista de los errores cometidos– la medicina tiende a una
evolución fatal que la lleva a modificar de raíz sus principios y sus métodos. Y tal modificación
tiene ya un perfil inconfundible por lo bien delineado, y, por ello, de fácil identificación: las
ideas científicas que la nutren son de indiscutible filiación homeopática. Las pruebas son tan
nítidas que su reconocimiento implica la más completa rectificación de las ideas alopáticas y, a
la vez, significa esto reivindicar para Hahnemann la prioridad y el mérito de haber construido
una admirable doctrina que se impone por sabia y por verdadera.
De este modo, las conclusiones científicas a que se arriba en lo que va corrido de este siglo
constituyen el mejor homenaje al fundador de la Homeopatía; en cuanto al que nosotros
podamos rendirle, es diario y permanente, ya que en el ejercicio profesional tratamos de seguir
respetuosamente las normas que él trazara (Semich 1934f, p. 103).

Crítica y construcción homeopática de la Alopatía: nociones


contrapuestas de salud y enfermedad

Buena parte del posicionamiento de la homeopatía pasa por diferenciar sus conceptos de
salud y enfermedad59 respecto a los de la medicina oficial, de manera heterogénea y constante,
entramándolos con la problemática médica de la época. De alguna manera, coincidiendo con
Menéndez, permiten ver como dichos conceptos se han constituido “dentro de un proceso
histórico en el cual se construyen las causales específicas de los padecimientos, las formas de
atención y los sistemas ideológicos” y signado por la cuestión de hegemonía y subalternidad
(Menéndez, 1994, p. 72).

La tensión entre las dos terapéuticas se ve reflejada constantemente en las conferencias


y en las páginas de Homeopatía, como muestra cabal del conflictuado origen de un nuevo rol,
subordinado al de la práctica “hegemónica”. Y es que no se trata de un desprendimiento que
procura ocupar un espacio social nuevo, sino que se solapa con el anterior, lo contradice, lo
denosta y, aún así, comparte en su rol subordinado espacios sociales, códigos, prácticas y
saberes comunes.

Por eso es que incluso en los capítulos destinados a la “Doctrina Homeopática”,


dedicados a explicar y difundir la obra de Hahnemann, se realiza una crítica a las prácticas
“alopáticas”: “muchos que no son cánceres se hacen cáncer después de estos tratamientos [los
alopáticos]; otros que son verdaderos cánceres son influenciados por esta terapéutica en forma
desalentadora” (Jonás, 1934a, p. 4). Si, por un lado, se realiza una crítica a la alopatía como

59
Véase el capítulo 2 “La homeopatía” de esta tesis.

66
manera de legitimarse y posicionarse socialmente en un ámbito determinado, por otro lado,
también el propio Hahnemann se habría potenciado de esta manera y así lo seguían haciendo sus
seguidores en Francia, según Olivier Faure (2002/3), en la misma época en la que nacía la
SMHA.

Ante la aparición de avisos de “cura homeopática” por fuera de la SMHA, Jonás y


Semich definen de esta manera a los homeópatas:

1. El médico homeópata se apoya en principios terapéuticos que son esenciales y establecidos


por Hahenmann […].
2. La experimentación de los remedios en el hombre sano y la comparación de la imagen de esta
experimentación con los síntomas mórbidos del enfermo, son las únicas bases de la prescripción
homeopática.
3. La investigación prolija de todos los síntomas del enfermo y la manera de reaccionar contra la
enfermedad y el medio ambiente, constituyen la única forma de llegar a la prescripción
homeopática […]
4. Uno de los grandes méritos de la Homeopatía […] ha sido la supresión de la polifarmacia de
los viejos médicos de siglos pasados. La indagación y la aplicación de un solo remedio para un
caso dado, es principio esencial y absoluto de la Homeopatía […] (Jonas y Semich, 1936, p.65-
66).

Qué significa curar

Las definiciones más precisas sobre los conceptos de salud y enfermedad, de curación,
vienen dados principalmente en la serie de artículos de “doctrina homeopática” basados en la
obra de Hahnemann. Para los homeópatas el “ideal de curación ‘consiste en restablecer la salud
de una manera pronta, suave y duradera, en sacar y destruir la enfermedad toda entera, por la vía
más corta, la más segura y la menos nociva, procediendo según indicaciones fáciles de tomar’”
(Jonás, 1934d, p. 38-39).

Uno de los argumentos principales de los defensores de la homeopatía, es que su


terapéutica logra “curar” y no “suprimir”, síntomas. Hasta tal punto que llegan a afirmar que

El diagnóstico es importante, pero es mucho más importante curar, esto es lo que quiere hacer
resaltar bien Hahnemann en su definición de lo que es el verdadero médico. El concepto sobre lo
que es enfermedad es simplista si se quiere, pero es lo único verdadero. El conjunto de síntomas
subjetivo y objetivo refleja él sólo la enfermedad y desaparecidos éstos sólo quedara la salud
(Jonás, 1934d, p. 39).60

60
No obstante, el diagnóstico es crucial y diferencia a las prácticas:
“Al afirmar que un enfermo tiene gripe no hablamos con claridad; empleamos una palabra que carece de
significación etiológica, porque el agente causal no es conocido, y que, además, no exprese ninguna
sintomatología precisa. Todo resulta variable, precisamente, porque las formas clínicas dependen en gran
parte del sujeto mismo y están subordinadas a su particular individualidad, ya que el enfermo es el que
reacciona ante los agentes actuantes para producir el cuadro mórbido. Entonces, la gripe de Juan es, sin
duda, diferente de la gripe de Pedro. No obstante, con un criterio absurdo, en la práctica alopática
observamos que se administran a granel vacunas antigripales standarizadas que, desde luego, fracasan. En

67
La posibilidad de definir la “cura” viene dada por la propia definición de enfermedad, o
mejor dicho de enfermo:

El concepto de enfermedad que [Hahnemann] plantea, es también sumamente importante en


homeopatía, pues quien no consiga empaparse bien de él, jamás podrá llegar a ser un buen
médico homeópata, ni obtener los resultados que deba:
“Cualquiera que sea la perspicacia de que un hombre esté dotado, el observador exento de
perjuicios, el que conoce la futilidad de las especulaciones metafísicas a las cuales la experiencia
no presta ningún apoyo, no percibe en cada enfermedad individual, más que modificaciones
accesibles a los sentidos del estado del cuerpo y del alma, los signos de la enfermedad,
accidentes, síntomas, es decir desviaciones del anterior estado de salud, que son sentidos por el
enfermo mismo, notados por las personas que lo rodean y observados por el médico. El conjunto
de estos signos representa la enfermedad en toda su extensión, es decir, que ellos constituyen su
forma verdadera y la sola en la que se pueda concebir” (Jonás, 1934d, p. 38).61

La contraposición de lógicas curativas, delinean la forma de entender los conceptos de


salud y enfermedad de la práctica:

Vamos a entrar ahora en la parte del Organon donde el Maestro da su concepto sobre lo que debe
ser un médico […] se hace esta distinción bien necesaria hoy entre lo que debe ser el verdadero
médico y el hombre de especulación científica que corre detrás de la fama, que forja teorías,
sistemas, hipótesis, sobre la vida y las enfermedades, cuando dice en el primer párrafo de su
obra: ‘la primera y única vocación del médico es la de devolver la salud a las personas enfermas:
esto es lo que se llama curar’.
En realidad no dice que esos hombres de trabajo y de laboratorio no sean necesarios, pues a
nadie se le ocurriría esto sino que va contra los teorizantes, que con sus elucubraciones llenas de
pompa y abstracciones ininteligibles, han hecho una medicina teórica, para imponerse a los
ignorantes, mientras los enfermos suspiran por un alivio que no les llega (Jonás, 1934d, p. 38,
destacado en el original).

Esto les otorga herramientas para definir en sus propias palabras a la homeopatía frente
a los médicos de la época. Así define Godofredo Jonás, comentando los trabajos de un alópata,62
lo que debe ser una “buena terapéutica”:

una palabra, la enfermedad y el enfermo son distintos, pero la medicación es la misma. En nombre de la
lógica más elemental, de la Biología y de la Clínica protestemos contra estos procedimientos” (Semich,
1934d, p. 40-41).
Para establecer la individuación se remite a una detallada visión holística: “Si dos hombres no son iguales
más que en groso modo morfológicamente, pues la igualdad desaparece desde que se recorre desde sus
reacciones psíquicas, hasta lo más interno de su constitución íntima” (Jonás, 1937b, p. 372).
61
Esta definición tiene implicancias directas en la atención: “[…] otra cosa de mucha importancia es la
investigación de todas las funciones biológicas, y su manera de expresarse con arreglo a lo que el enfermo
siente […] órgano por órgano debe agotarse el interrogatorio para poder, de esta manera, sacar
conclusiones que sean comparables.
[…] El objeto de esta investigación tan minuciosa no es otro que el de individualizar perfectamente cada
caso particular que se nos presenta. En esta forma de la concepción de que ‘no hay enfermedades sino
enfermos’ aparecen bien clara, y la utilidad terapéutica que este hecho nos depara la veremos más
adelante cuando comentemos la terapéutica” (Jonás, 1934b, p. 17).
62
Al comentar los experimentos en enfermos reumáticos que hizo el Dr. Gandolfi, Jonás critica la manera
de presentar y analizar los casos: “las historias clínicas presentadas carecen de interés a mi juicio. Todas
son más o menos calcadas sobre el mismo patrón y se especializan en describir los dolores nada más que

68
El uso de muchos medicamentos, para combatir una sola y única afección en un individuo es, por
lo general, contraproducente. Si uno de los medicamentos es bueno, teniendo en cuenta sus
síntomas bien marcados, del individuo y remedio, éste, sólo, debe curar.
Los medicamentos que no están indicados, aunque se usen a dosis no tóxicas, son perjudiciales,
pues provocan síntomas (dolores y otros) que son propios de su patogenesia y hacen que el
enfermo en muchos casos no termine nunca de curarse.
La pretensión de abarcar un gran campo de acción con tratamientos Standard para gran número
de síntomas, está destinada a fracasar. Sólo el trabajo de individualización de enfermo y remedio
por el conocimiento profundo de ambos, es el destinado a imponerse y triunfar.
La concepción hahnemanniana del Psora, la sicosis y la sífilis, comprende todas las
enfermedades crónicas y abarca toda la patología. Debe ser conocida pues hasta la fecha y desde
cien años atrás, los descubrimientos de la medicina no hacen otra cosa que confirmarla (Jonás,
1934b, p.22-23).

Y así resume Semich las “virtudes” de la terapéutica homeopática:

1. –satisface intelectualmente, porque explica el fenómeno mórbido dando de él una


interpretación –perfectamente acordada, por otra parte, al tono de los conocimientos científicos
actuales que no hacen sino confirmarla– de gran fuerza lógica y comprensiva. 2. –Del punto de
vista clínico, el enfermo es estudiado en forma mucho más completa y precisa porque se
especifican sus características, modalidades físicas y psíquicas, su constitución y temperamento;
hechos éstos poco menos que inaccesibles al alópata que desconoce su importancia y su técnica
de investigación. 3. – Individualizado así el caso, se facilita la búsqueda del medicamento
adecuado a ese enfermo, no a todos los que ciertas nociones turbias de la patología colocarían en
el mismo casillero diagnóstico. 4. – se logra así una admirable correlación entre la patología y la
clínica, por una parte, –que en alopatía no existe– y la clínica y la terapéutica por otra. 5. – Es de
tal eficiencia terapéutica que bien merece le dediquemos nuestros mejores esfuerzos tendientes a
conocer una disciplina que se va imponiendo en forma decidida (Semich, 1934d, p. 48-49).

La delimitación del rol médico, una forma de posicionamiento y legitimación social en


una época en que las fronteras no sólo eran difusas sino que estaban en tensión y discusión,
resultó fundamental en la legitimación de los homeópatas:

Los preparados cada vez más complejos de mercurio, arsénico, bismuto y sus sales, yodo y sus
compuestos, en fin, se prodigan y se inyectan hasta producir aberraciones monstruosas de la
enfermedad. Esto es un ejemplo [cita a Hahnemann]:
“Sin desconocer los servicios que un gran número de médicos han dado a las ciencias
accesorias del arte de curar, a la física, la química, a la historia natural, en sus diferentes
ramas, y a la del hombre en particular, a la antropología, a la fisiología, y a la anatomía y
patológica, etc., etc., yo no me ocupo aquí más que de la práctica de la medicina, para
demostrar cuan imperfecta es la manera en que las enfermedades han sido tratadas hasta la
fecha”.
Exactamente lo mismo podemos decir hoy de la forma como se hace medicina actualmente
(Jonás, 1934a, p.5, itálica en el original, para señalar la cita textual a Hahnemann).

como dolores […] si se toman las historias clínicas haciendo constar solamente lo dolorido del enfermo,
no podemos nunca ver lo que en realidad se pasa por alto […] investigar el estado mental de los
reumáticos, estoy seguro que daría a quien lo haga con precisión un cúmulo de sorpresas no imaginadas y
de utilidad terapéutica insuperables” (Jonás, 1934b, p. 16).
Esta crítica es corriente: “En las investigaciones de este género se debe estudiar la constitución física del
enfermo sobre todo cuando se trata de un caso crónico, el estado de su espíritu, su carácter, sus
ocupaciones, su género de vida, sus costumbres, sus relaciones sociales y domésticas, edad, sexo, etc.”
(Jonás, 1934d, p. 38).

69
Esta postura ante la multiplicidad de drogas63 y diversidad de métodos curativa es
sostenida corrientemente como forma de reforzar el argumento según el cual la homeopatía se
concentra en el enfermo y en el problema que representa la cura (aludiendo a los principios
Hipocráticos). También pueden utilizarse argumentos no estrictamente médicos para justificar la
mirada holística:

¿Es que no comprendemos nunca que la amígdala, chica o grande, enferma o sana, no representa
en el individuo otra cosa que un órgano puesto allí por la mano del Creador, por ser necesario y
llenar su función?
La amígdala enferma no es más que un pequeño pedazo de individuo enfermo y es por eso que
ella está también enferma” (Causticum, 1934a, p.35).

De la misma manera, la legitimación de la “cura por los semejantes” puede obtenerse


por medio de analogías y experiencias no médicas:

Desde muy antiguo las personas extrañas al arte de curar han encontrado también que los
tratamientos homeopáticos eran los más eficaces: así, por ejemplo, los cocineros y personas que
manejan fuego, saben muy bien que las quemaduras dejan de molestar de inmediato, y se curan
rápidamente, aplicando sobre ellas con suavidad nuevamente la llama. Es también digno de
notarse que desde tiempo inmemorial conocen las personas que viven en las regiones heladas,
que las frotaciones de nieve o de hielo constituyen el tratamiento más eficaz para los miembros
congelados (Jonás, 1934d, p. 37).64

Pareciera que la verdadera forma de curar se valida con indicios de todo tipo, como una
realidad autoevidente que se deduce de manera lógica y de la que sólo hace falta convencerse.
Confronta Semich:

Dice el profesor Julios Bauer [médico alópata]: “Habíamos olvidado, en verdad, que la
variabilidad individual repercute en el diagnóstico de la enfermedad y hace insuficiente en la
práctica de la medicina la actual sistematización de las enfermedades”. Eso que “habíamos
olvidado” los alópatas es un hecho fundamental que nunca escapó a la Homeopatía.
[…] el buen sentido va destruyendo teorías y prácticas que, aunque predominen en los centros
oficiales de enseñanza, son substancialmente falsas. No deja de entusiasmarme el hecho de que
muchos, repitiendo a Hahnemann –quizá sin saberlo ni desearlo– colaboran en la tarea de
imponer la Homeopatía (Semich, 1934d, p. 47).

Lo viejo y lo nuevo

63
Semich llegó a calificar de “libertinaje terapéutico” a las prácticas alopáticas contemporáneas, lo cual
es subrayado por Jonás como “calificativo duro, si se quiere, pero que es, en realidad, la expresión que
cuadra para denominar el uso inmoderado y nocivo de drogas, cuyos efectos mal conocidos, mal
apreciados e impropiamente experimentados, hacen de esta terapéutica una especie de azote de la
humanidad” (Jonás, 1936c, p. 153).
64
Incluso afirma Jonás que: “las curaciones de enfermos obtenidas por los procedimientos alopáticos,
demuestran que siempre que se obtienen curaciones, ellas se deben, a que los medicamentos que se han
empleado han sido Homeopáticos para las afecciones de que se trataba [los cuales han sido] probados por
las observaciones de los médicos desde la antigüedad, [y] demuestran que, cuando los remedios son
capaces de lograr curaciones, no las producen sino en virtud de sus propiedades homeopáticas, para las
afecciones tratadas” (Jonás, 1934d, p. 37).

70
La idea de disputa como eje central del posicionamiento social de los médicos
homeópatas aparece ya desde la primera página de la revista, como un carácter constitutivo que
aparece asociado a una rebelión frente a lo “tradicional”:

Hay un deber que nos impone nuestra propia cultura y nuestra labor profesional: es necesario
rectificar ideas y prácticas que la experiencia clínica ha demostrado plenamente que son
equivocadas. Chocaremos contra un obstáculo pesado y de remoción difícil: en medicina como
en todo, las nociones clásicas hondamente arraigadas en el espíritu, hacen que las generaciones
vivan sujetas al ancla poderosa de la tradición y sientan cierto escalofrío al percibir la necesidad
de moverse según otro itinerario (Semich, 1934a, p. 2).

En este párrafo puede detectarse como se hace mención a la situación de la


institucionalidad médica tratada en el capítulo del contexto, sobre la constitución “alopática” de
las Facultades de Medicina y el Consejo de Higiene, pero también recobra fuerza la
construcción mítica fundante, ya que se hace alusión a las “nociones clásicas” y a la “tradición”.
De esta manera, se establece que la fundación naciente “impone” enfrentar a un “otro” que no es
nuevo, que tiene su historicidad (esta vez, fuertemente negativa) conservadora e intolerante:

[…] modificar todo un estado de cosas y todo un sistema de pensar no es tarea baladí. Hay una
marcada tendencia a protestar contra la mutación de conceptos básicos, por lo mismo que ellos
constituyen fundamento de doctrinas y de procedimientos. No obstante, iniciamos hoy esta labor
difícil en la seguridad de que tales propósitos encontrarán resonancia favorable en el ámbito
médico (Semich, 1934b, p. 8).

Ante las acusaciones65 de pertenecer a una medicina que no se adecua a los “avances”,
se invierte la carga de la prueba y se intenta mostrar como este problema es en realidad propio
de la alopatía que carga con una terapéutica falaz. Lo que se ve en estos párrafos es una idea de
“modernidad” frente al retraso de la alopatía, pero una contraposición constante con la idea de
saber centenario de la homeopatía.

De este modo, a pesar de las “modernizaciones”, la terapéutica alopática sigue siendo


infructuosa y las críticas que hizo el propio Hahnemann siguen siendo válidas a pesar del paso
del tiempo:66

65
Estas aparecen de manera solapada: “Días pasados, conversando con un colega me manifestó su
sorpresa al saber que hay médicos homeópatas en Buenos Aires […] alguna que otra idea vaga y
desarticulada, concerniente al asunto, había resbalado sobre su mente, dejando apenas un recuerdo tenue.
El colega fue comprendiendo en el curso de nuestra plática, que la Homeopatía tiene existencia real, que
no es fantasía, leyenda ni tradición moribunda sino al revés: doctrina médica que renace vivificada por las
conclusiones terminantes de la ciencia actual” (Semich, 1934e, p. 70).
66
Permanentemente se hacen alusiones en este sentido: “quien lee el Organon en los tiempos presentes,
ve con evidencia que hace 140 años Hahnemann con su inteligencia y con su clarividencia expresó y
resolvió cuestiones de orden médico biológico que hoy la ciencia pone sobre el tapete como una
novedad” (Jonás, 1935b, p. 294).

71
Con el Maestro hace 100 años y con nuestros conocimientos, veremos como no ha avanzado
nada, pues, los métodos actuales siguen siendo justificables de las mismas críticas.
Dice el Organon:
“Desde que el hombre existe sobre la tierra, individualmente o en masa, está expuesto a la
influencia de causas morbígenas, físicas o morales. Mientras ha quedado en Natura, pocos
remedios han sido suficientes porque la simplicidad de su género de vida lo hace accesible a
muy pocas enfermedades. Pero las causas de la alteración de la salud y la necesidad de recursos
han crecido proporcionalmente a los progresos de la civilización”
“Desde entonces, es decir, desde los tiempos de Hipócrates, o sea 2200 años, ha habido
hombres que se han dedicado al tratamiento de las enfermedades, que se han multiplicado cada
día, y a quienes la vanidad ha conducido a buscar en su imaginación los medios de aliviar”.
“Tantas cabezas distintas han dado a luz una infinidad de doctrinas sobre la naturaleza de las
enfermedades y sus remedios, que se decoró con el nombre de sistemas, y que están en
contradicción los unos con los otros así como también con ellos mismos”.
“Cada una de estas teorías, admira primero al mundo, por su profundidad ininteligible y lleva
alrededor una multitud de entusiastas prosélitos, de los cuales ninguno puede sacar provechos
útiles o prácticos; de ahí que cuando un nuevo sistema aparece, a menudo en contradicción con
el anterior, todo el mundo se olvida de este, para adherirse al nuevo. Es que ningún sistema está
de acuerdo con la naturaleza y con la experiencia. Todos son tejidos con sutilezas y conducen a
consecuencias ilusorias que no pueden servir de nada frente al lecho del enfermo, y no son
propios sino para alimentar vanas discusiones”.
Tal decía Hahnemann hace cien años y hoy se puede repetir lo mismo […] (Jonás, 1934a, p.5,
itálica en el original, para señalar la cita textual a Hahnemann).

Como se mostró en el contexto médico de la época, esta es una problematización con la


que buena parte de los médicos de la época podrían estar de acuerdo: la idea de los médicos de
consultorio, defensores del rol social del médico de cabecera, del poder de la observación del
médico al paciente que puede pagar una consulta personalizada y extensa frente al nuevo
fenómeno de la atención masiva, favorecida por la hiperespecialización y algunos instrumentos
técnicos nuevos. Este punto de encuentro, esta implicación (en términos de Goffman, una serie
de exigencias incorporadas de la estructura social, naturalizadas), constituye un lazo
fundamental entre la homeopatía y algunos alópatas críticos de su época.

Este aspecto les ha permitido tener aliados ocasionales entre los alópatas, como se ve en
esta cita que Semich hace del médico español Gregorio Marañón:

¿Es posible, suponer, acaso, que se marchará eternamente por ruta tan equivocada y torcida? No.
La Homeopatía está científicamente habilitada para retomar con dignidad el camino y mostrar la
magnífica potencia curativa de que es capaz. Y esto ocurrirá porque [cita a Marañón]:
“Por desgracia, en la ciencia médica, aun muy pedante y muy pagada de la importancia de sus
rápidos progresos, lo domina todo un ansia irrefrenable de novedad y una paralela falta de crítica
propia, genuina. Y esta crítica tiene en consecuencia que ser ejercida por las sectas colaterales y,
entre ellas, por la de mayor categoría, gracias a su indudable trasfondo científico, a saber por la
Homeopatía” (Semich, 1934b, p. 9).

Si se podría pensar que lo que hace Marañón es más que nada criticar nuevas técnicas al
servicio de la medicina y poner a la homeopatía en el lugar de la crítica marginal, Semich afirma
que “[gracias a Marañón] Han quedado así maltrechos ciertos credos académicos, de viejo

72
abolengo, que ya gravitaban demasiado y por ello pierden vigencia en estos tiempo que
vivimos, tan henchidos de savia nueva y tan ávidos de luz” (Semich, 1934b, p. 12).

Las propias investigaciones de Pasteur, como referentes de una (“la”) manera de


entender la medicina, son puestas en cuestión a través, paradójicamente, de nuevas
explicaciones alopáticas de entender la enfermedad:

La era Pasteuriana de la medicina en la cual nos hemos educado, parecía haber dado con la
causa, sino de todas, por lo menos de gran parte de las enfermedades. El tiempo y la experiencia
se va encargando de destruirla poco a poco, para entrar en la era de los virus filtrables y de la
anafilaxia, que es la que empezamos a vivir.
En tiempo de Pasteur ya se conocían algunos virus, aunque no se creía en ellos, y se pensaba que
un microbio tan sutil que la investigación minuciosa no encontraba; pero hace pocos años ya se
da en hablar de los virus filtrables para muchos otros microbios, entre ellos el de la tuberculosis,
que hasta hace doce años fuera una profanación hablar de tal cosa. Sin embargo, parece, por
trabajos del Instituto Pasteur mismo, que es asunto acabadamente demostrado.
En el cáncer sigue primando la idea de que el tumor canceroso es la enfermedad, pero hay una
tendencia un tanto revolucionaria, que habla de enfermedad cancerígena. Aunque esto ocurra, se
sigue haciendo la cura quirúrgica del cáncer y de las aplicaciones locales, con los resultados
desastrosos de estos tratamientos; otros que son verdaderos cánceres son influenciados por esta
terapéutica en forma desalentadora y lamentable. Casi me atrevo a afirmar que los pocos que
curan después de operaciones cruentas o de aplicaciones de radio o de radium no habrían nunca
llegado a ser cánceres de verdad.
Es que la enfermedad no es el tumor, sino que este es el resultado de una enfermedad que toma
la totalidad del organismo, tal cual lo ha concebido Hahnemann y tantos ilustres médicos
homeópatas que han pasado hace muchos años, honrando a la Homeopatía (Jonás, 1934a, p. 6).

Si la lógica del Instituto Pasteur se basa en la construcción de nuevas explicaciones que


complejizan los fenómenos estudiados, la de los representantes de la SMHA pareciera ser más
bien la de la aplicación de las leyes hahnemannianas a todos ellos. Además, en algún sentido,
las nuevas explicaciones, al tiempo que son denostadas, sirven para quitar valor a la alopatía y
sumárselo a la homeopatía, por lo cual Jonás agrega que “el maestro pone el grito en el cielo al
criticar la terapéutica de entonces; nosotros en la actualidad podemos decir lo mismo y más aún.
Se clasifican las enfermedades por un síntoma o dos y se va contra eso aunque se destruya el
organismo entero” (Jonás, 1934a, p. 7).

Esta idea ambigua sobre viejo y nuevo, tradicional y antiguo, es permanente. Incluso la
crítica a las experiencias clínicas de médicos alópatas es vista de mal modo y contrastada con
una supuesta modernidad argentina a la que se alude tangencial y convenientemente:

Esta parte de tanteos y de experiencias practicados con enfermos […] no merece para mí otro
comentario que el profundo dolor que experimento al ver que tales cosas ocurran en un momento
en que las lumbreras de la medicina argentina hacen gala de su sabiduría y de sus progresos. Y lo
que es peor aún es que para todos los médicos alópatas ese mismo empirismo ciego, antojadizo y
“personal” es la norma (Jonás, 1934b, p. 17)

73
Complejidad y simpleza

En numerosas oportunidades la cuestión de la modernidad se traduce en interpretaciones


sobre la simpleza o complejidad de la terapéutica homeopática, también de forma ambigua y
vinculada con la oposición a la alopatía:

Yo creo que hay, desde luego, una razón de ser en este resurgimiento potente y avasallador de la
Homeopatía, pero no es la que se supone. No se trata de una reacción de simplicidad contra la
complicación, “a la verdad incongruente”, de la clínica y de la terapéutica clásicas. La mejor
prueba de ello es que la observación semiológica del enfermo y el tratamiento que instituye el
médico homeópata son visiblemente más complejos que en alopatía. (Semich, 1934b, p. 8).

En la discusión sobre la atención médica queda patente el tema de la complejidad, que


puede servir para legitimarse ante la supuesta sencillez y celeridad del diagnóstico alopático:

Frente al enfermo, el homeópata realiza cuatro diagnósticos, a saber: 1. El diagnóstico clínico


(usando, desde luego, los mismos elementos de juicio: a) interrogatorio más fino, naturalmente,
interpretando circunstancias metereológicas, psíquicas, etc., que carecen de significación para el
práctico corriente que desconoce estos hechos); b) examen físico, (inspección, palpación,
percusión, auscultación, análisis de laboratorio, radiografía, etc.). 2. El diagnóstico de la
constitución individual. 3. El diagnóstico del temperamento. 4. El diagnóstico del medicamento.
Este último está perfectamente vinculado con los anteriores. Por eso hay en homeopatía esa
magnífica sinergia entre el hecho clínico y la conducta terapéutica. La circunstancia de ser
necesarios estos cuatro diagnósticos expresa claramente las dificultades serias de la Homeopatía,
que de suyo, como va dicho, es bien complicada y requiere una serie de conocimientos cuya
adquisición demanda ardua labor intelectual (Semich, 1934b, pp. 8-9).

Al mismo tiempo se niega una mirada sobre la sencillez aparente, una supuesta lectura
alopática de la homeopatía:

La homeopatía no consiste, como muchos simplistas lo creen, en dar grageas con cantidades
pequeñas de remedios o, más simplemente, en sugestionar a los enfermos impresionables para
hacerles que se han curado […] Ella, antes que nadie, tiene el mérito de haber afirmado y
probado con la constancia de la clínica, que la especificidad del enfermo debe constituir el
elemento más importante y primero de la cura […] la práctica ha demostrado que fuera de un
pequeño número de enfermedades que pueden siempre catalogarse en un mismo sitio, la mayor
parte de los enfermos que concurren a los consultorios queda sin clasificarse porque no están
comprendidos en los catálogos; de allí la incertidumbre y la arbitrariedad terapéutica […] Estas
reacciones mórbidas traducen, podemos decir, una forma del psiquismo individual elemental que
nos da cuenta de la manera en que ha sido atacada la fuerza vital, fuerza vital cuyo principio no
lo vemos, porque como todo lo que es dinámico no se ve, pero de cuya fuerza y potencia estamos
seguros porque vemos los efectos (Jonás, 1940, p. 67-69).

Esta complejidad legitima el saber y la práctica de los médicos homeópatas y aleja a los
mediocres:

[La Homeopatía] tiene también sus inconvenientes. Así, su aprendizaje es difícil, porque
demanda una labor muy intensa. El profesional que no sienta la necesidad de poseer una cultura
médica seria y, además, de útil aplicación, que no cuente con una voluntad poderosa y gran

74
capacidad de trabajo, puede seguir recetando específicos, drogas tóxicas y todas las formulitas
que andan por ahí (Semich, 1934d, p. 49).67

Sin embargo, cuando la cuestión pasa por una crítica hacia lo intrincado de la
terapéutica homeopática (sino se opta por acusar a quien “no la entiende” como ignorante)
puede adaptarse el discurso hacia una manera menos intrincada y más sencilla:

Pidiendo desde ya disculpas al colega si se me escapa algún término que pueda causarle enojo;
quiero hacer un esfuerzo para atraerlo hacia la Homeopatía, donde con una inteligencia tan clara
y un criterio tan amplio, podrá en poco tiempo, multiplicar sus servicios a la humanidad doliente
(Jonás, 1934b, p. 16)

Sin complicado utilaje, sin aparatosidad, con el recurso potente de la observación, la experiencia
y la lógica, la Homeopatía intuyó las grandes verdades de la Patología y de la Terapéutica; fue
así capaz de generar una teoría explicativa de la enfermedad y una técnica útil para el tratamiento
(Semich, 1934d, p. 48).

Estos comentarios vienen de la mano “empirista” de la terapéutica, por la cual “los


homeópatas desechan las teorías y sólo los hechos son los que llevan e inducen su terapéutica”
(Jonás, 1934b, p. 17). Así, la oposición se realizaba entre la complicación de las nuevas teorías,
de la mano de las especialidades médicas que surgían por entonces y que no formaban parte de
la lógica de salud-enfermedad de la Homeopatía.

Sin embargo, se incorporaron a la SMHA algunos médicos con especialidades68 y así se


retrataba la inauguración de un consultorio privado de odontología homeopática: “Es nuestro
deber felicitar al Doctor Deveze, homeópata entusiasta y colaborador de nuestra revista, por
haber puesto al alcance de todos este consultorio, que nos permitirá entendernos perfectamente
en rama tan delicada de la medicina” (Sociales, 1937, p. 91).

Si por momentos se favorece la incorporación de especialidades Godofredo Jonás,


citando a Hahnemann, hace una crítica a la extensión de métodos con los cuales abordar las
enfermedades:

Mis vistas –dice- se levantan por encima de esta rutina mecánica, en la que se juega la vida tan
preciosa de los hombres, tomando por guía los manojos de recetas, cuyo número, cada día

67
Semich advierte a continuación que “para iniciarse en el estudio de la homeopatía el médico debe
despojarse de toda su vanidad, que generalmente es mucha. Esta actitud de modestia, aparte de lo que
espiritualmente significa, es la única adecuada porque quien se decide a estudiar Homeopatía lo hace,
desde luego, porque la ignora y por ello mismo empezará por confesar, ante sí mismo, la insuficiencia de
sus conocimientos médicos” (Semich, 1934d, p. 49).
68
En un aviso de propaganda del dispensario figuran “especialidades”: “Nariz, garganta y oídos” (Dr.
Héctor Martínez y Ernesto González Ávila) y “ojos” (Dr. Juan C. Orfila), (Aviso, 1936, p. 151).

75
creciente, prueba a qué punto está desgraciadamente extendido el uso que de ellas se hace (Jonás,
1934a, pp. 5-6).69

En esta cita se vislumbra buena parte de la ambigüedad, que partiría de una forma
mecánica de atención al paciente (síntoma y prescripción de un supresor del síntoma) y una
complejidad en la forma de entender la enfermedad (bagaje de conocimientos y teorías puestos
al servicio de la manufacturación de los medicamentos supresores de síntomas). Entonces, la
homeopatía sería diferente en los dos casos: una atención “compleja” que requiere una
“minuciosa” indagación de los síntomas y características del paciente, frente a la “simpleza” de
la ley de la similitud (presentada como “ley natural”).

Resulta necesario poner de relieve la tensión que destacara Belmartino y otros (1988)
sobre los tipos de atención médica en la época: los más conservadores hacia la práctica de
médico de cabecera, que parecía menguar, y los médicos que proponían prácticas hospitalarias,
junto con el nacimiento o consolidación de distintas especialidades. En este sentido, la
importancia que los médicos homeópatas otorgan a la particular atención médica que proponen
y su marcado desdén (por su propia teoría holista y vitalista) hacia la especialización y
suministración “mecánica” de antagonistas, se parecería insertarse en esta problemática general
de la época.

Sin embargo, la práctica hospitalaria también pertenece al imaginario homeopático. Su


implicancia con las facultades y la vida médica de sus tiempos, así como las nuevas técnicas de
diagnóstico se hacían palpables en algunos comentarios:

Hace falta un Instituto bien organizado e instalado, para nuestro control, lo mismo que para hacer
experimentaciones nuevas.
Debemos contar con un Laboratorio Homeopático para producir nuestros medicamentos bajo un
severo control. No podemos vivir siempre dependiendo del extranjero: hay medicamentos que
debemos fabricar en casa. Los nosodes deben ser los nuestros, preparados con productos
nuestros. Hay muchas plantas medicinales que son exclusivamente nuestras y que nosotros
debemos experimentar. Contar, pues, con un Laboratorio Homeopático debe ser una de nuestras
aspiraciones.
La acción de los medicamentos debe controlarse con el Laboratorio, Rayos X, etc. y para esto
nos hace falta un hospital con internado, donde el enfermo puede ser sometido a un riguroso
estudio.
En esta forma podremos demostrar experimentalmente y de acuerdo a los principios científicos
modernos que la Homeopatía es la única verdad en terapéutica (Causticum, 1934b, pp. 67-68).70

69
Para Jonás, “basta que un producto demuestre tal o cual acción momentánea sobre los animales para
que un criterio materialista de igualdad se le aplique al hombre como si hubiera igualdad o comparación
posible entre un perro y un hombre, entre un gato y un enfermo, entre un caballo y la persona que
experimenta” (Jonás, 1937b, p. 272).
70
En 1938, con inusual fascinación y fe por la técnica, se hace referencia a la instalación de un
laboratorio que cuenta con “aparatos de cristal neutro, para obtener en forma permanente agua
bidestilada, la que se utilizará en todos los procedimientos de dilución y dinamización. Un dinamizador
automático hará las preparaciones de forma impecable, por el procedimiento de Korsakof, que es el que

76
Y dos años después insistían con un nuevo editorial (seguido de un informe de “notas
históricas de la homeopatía” en Argentina y en el mundo):

Los crecientes progresos de la homeopatía en Buenos Aires hacen sentir cada vez más la
necesidad de un Hospital en que pueda prestarse asistencia homeopática a los enfermos de las
clases pobres.
La capacidad de los médicos Homeópatas que tenemos, y su número más que suficiente […] con
la ayuda de la estadística [podrían demostrar] la bondad de una Escuela Médica cuya eficacia no
se discute, y cuyos beneficios podrán ser palpados por todos los que deseen gozar de una
asistencia médica económica y beneficiosa para el restablecimiento de su salud (Jonás, 1936a, p.
307).

Los homeópatas de la SMHA, entonces, si bien se van definiendo en función de la


diferenciación permanente con la alopatía, tienden a prácticas instituidas y legitimadas por
aquella, sin que necesariamente hayan sido identificadas con la homeopatía y aún cuando
pueden entenderse como ajenas a la misma. Si en otro rasgo guardan similitud con la época es el
“combate del curanderismo” con el que temen ser identificados y con los “oportunistas” que
dicen ser homeópatas y no han pasado por este nuevo grupo que pretende consolidarse como
“instituyente” de la práctica en el país.

De la Alopatía a la Homeopatía

Todo aquel que abrace la causa homeopática es considerado en Homeopatía con


características que marcan un gradiente entre la alopatía y Hahnemann, al tiempo que puede
coexistir esta “proximidad” con legitimidades propias del “viejo rol”.71 La construcción de
“aliados” puede efectuarse a través de argumentos por autoridad (“el autorizado endocrinólogo
español muestra su criterio sagaz y penetrante”, Semich, 1936b, p. 9) a partir de los cuales se
valida una opinión contraria a los valores que otorgaron tal autoridad:

actualmente se usa en casi todos los laboratorios homeopáticos […] Nuestros enfermos estarán de
parabienes, ya que podrán curar rápida y definitivamente muchos que no alcanzan a terminar su curación
homeopática sino con el nosodo que les corresponde a alta dinamización” (Editorial, 1938c, pp. 225-226).
71
Sin dejar de observar, claro la importancia de atraer alópatas hacia el nuevo rol homeópata:
“Contribuiremos, con la modestia de nuestros conocimientos, a que los colegas orienten sus
preocupaciones médicas hacia la homeopatía que es fuente de un saber auténtico y eficiente, para que no
prejuzguen en forma ligera y, en cambio, estudien concientemente y se compenetren de una disciplina
cuya adquisición es ardua pero que comporta la satisfacción de poder desempeñarse profesionalmente con
mayor capacidad cada vez” (Semich, 1934a, p.3). Esta cuestión se expresa patentemente en la editorial
del número tres del primer año, firmado con el seudónimo “Dr. Causticum”, en la que establece la
necesidad de captar a los mejores médicos, puesto que “un mal Alópata no podrá ser más que un peor
Homeópata (…) deben interesarnos los médicos buenos y sinceros, con espíritu eminentemente médico y
con cultura suficiente para comprendernos”. Aquí realiza otra distinción importante, a la que aluden en
otros apartados a la homeopatía como la “aristocracia médica”.

77
No necesito exaltar el serio valor intelectual de la obra realizada por Marañón que es bien
apreciada por nosotros en su doble aspecto médico y literario. En diversas publicaciones me he
ocupado de su labor científica expresando, con mi modesto juicio, el elogio que ella merece.
Reflexiono acerca de la admirable sinceridad y valentía que su autor muestra. Para un hombre
que en la ciencia oficial ha adquirido prestigio tan firme, el sólo hecho de abordar el espinoso
asunto de la Homeopatía y además, en rápida crítica pero a fondo, exhibir al desnudo algunos de
los muchos errores de la Alopatía, es, realmente, acto heroico (Semich, 1934b, p. 8).

El acto heroico lleva el supuesto de que la crítica a la alopatía representa un gran riesgo
y es un acto de bien. Como si el hecho de que seguir los pasos de Hahnemann no fuese
suficiente, estos supuestos alópatas convertidos vienen a dar legitimidad a la empresa difusora
de la homeopatía: “Para estar a tono con la misma sinceridad [de Marañón] y porque fluye
limpiamente de mis propias inquietudes de médico joven que contempla serenamente, pero no
es pasividad, el descalabro de la Terapéutica actual, daré mi opinión con toda independencia”
(Semich, 1934b, p. 8).

La conversión, además, constituye prueba fehaciente del valor de verdad y la eficacia de


la terapéutica homeopática:

El avance extraordinario de la Homeopatía en todo el mundo civilizado es un hecho y como tal


nadie pretende discutirlo. Su causa originaria es seguramente la eficacia terapéutica de que es
capaz. Eso lo saben bien los médicos homeópatas que antes ejercieron la Alopatía y vieron con
amargura, fracasar la medicación clásica, no en sus propias manos solamente sino en las de los
maestros más eminentes (Semich 1934b, p. 9).

Aquí entonces, aparece un punto clave: el ser un “maestro eminente” no alcanza, hace
falta ése paso extra, el plus que puede otorgar el don de curar. Este razonamiento se repite, por
ejemplo, cuando un médico colombiano da apoyo a los homeópatas argentinos enviándole una
carta al presidente argentino donde destaca luego de enumerar a los médicos de la SMHA:

TODOS estos TREINTA Y DOS MÉDICOS HOMEÓPATAS DE HOY, que honran a la


homeopatía mundial, MÉDICOS GRADUADOS EN LAS UNIVERSIDADES ALOPÁTICAS
DE BUENOS AIRES!! Y tome nota V.E. que para que estos TREINTA Y DOS ALÓPATAS SE
HAYAN CONVERTIDO HOY A HOMEÓPATAS, es porque alguna verdad científica encarna
nuestra ley, ya que nadie está dispuesto a pasar de la ciencia al error o de la luz a la oscuridad
(Mazuera Ayala, 1939, p. 247, en mayúsculas en el original).

Aquí se mezcla la prueba “social”, la de un número de médicos convertidos a la


homeopatía (que, por lo demás, para la cantidad que había por entonces en Buenos Aires era
insignificante), con una idea de cientificidad, como saber puro que representa a la verdad,
opuesto al error, y de carácter positivo, es decir, lejos de ser reconocido como socialmente
validado. La idea de “luz” y de “ciencia” está ocupada por el saber homeopático, frente a la
oscuridad y el error de la “escuela clásica”, una idea positivista en la que el futuro es
homeópata:

78
Nuestra incipiente organización va cumpliendo paulatinamente los fines para los que ha sido
creada; hay actualmente un grupo de médicos homeópatas que nos conocemos cada vez más
íntimamente, que tenemos entusiasmo en ayudarnos los unos a los otros, que queremos la
difusión de la Homeopatía, el más precioso arte de curar, para bien de nuestros semejantes, y,
sobre todas las cosas, para que nuestra querida Patria cuente, en días no lejanos, con un gran
número de médicos homeópatas y una mayor cantidad de gente culta e intelectual que sepa
propagar sus principios y conceptos hasta los rincones más humildes del país (Jonás 1934f, p.
199)

Los que quedan fuera vienen siendo cada vez menos y los peores dotados
intelectualmente:

Durante más de un siglo muchos médicos permanecieron ignorando los hechos nítidos que se
derivan de la aplicación de la ley del similimum y aún hoy –son pocos, es verdad, pero siempre
se observan estos casos sueltos de colegas cuyo intelecto marcha a ritmo bastante lento– algunos
quedan asombrados ante la circunstancia de que las comprobaciones científicas sean terminantes
en favor de la Homeopatía (Semich 1934f, p.100-101).

Sin olvidar, por supuesto, que además a los homeópatas los guía la hombría de bien y la
verdad, mientras que a los “otros” la búsqueda de beneficio económico:

Hoy se ha llegado a saber que en muchos estados crónicos y aún agudos, las amígdalas están
afectadas, y no encontrando a la vista otro desorden que éste, se las extirpa sin ninguna
consideración.
Es grande el número de enfermos que son sometidos a esta mutilación; casi no hay niño que
escape a ella y el número de adultos y viejos operados es sumamente grande. Ya llevan los
médicos varios años de experiencia en estas cosas, sin embargo las mutilaciones continúan con
sólo beneficio para los mutilantes. Los enfermos siguen sus procesos crónicos y muchos de ellos
reparan sus órganos con exceso, debiendo repetirse la operación dos, tres o más veces
(Causticum, 1934a, p. 35).

Segundos afuera: otras delimitaciones del nuevo rol

Como se vio en el capítulo anterior, el aumento del número de médicos era utilizado
como explicación de las dificultades para el sostén económico de la profesión, junto con la
expansión del curanderismo y una arenga a la persecución pública de los curanderos. La
necesidad de consolidarse como la alternativa “científica” a la medicina oficial (que estaba
rodeada de un halo de escepticismo) aumentaba la preocupación de los médicos de la sociedad
homeopática por diferenciarse públicamente de las otras prácticas no oficiales. Buena parte de la
legitimidad social parece ir por ése camino:

Homeopatía, milagro, sugestión, superchería, todo en la conciencia de la mayor parte de la gente


está ligado. Debemos nosotros, aunque escasos de número pero grandes en voluntad y energía ya
que hemos podido desprendernos de los prejuicios, luchar intensamente para hacer brillar la
verdad terapéutica, para desenmascarar a los logreros que llamándose Homeópatas propalan toda
clase de charlatanismos y embauques y que al confundir al público sobre lo que verdaderamente
es Homeopatía no hacen otra cosa que vilipendiar el nombre de Hahnemann (Editorial, 1936, p.
118-119).

79
Una de las estrategias pasa por vincular la emergencia del curanderismo con las
carencias y vicios de la práctica alopática, y con las nuevas técnicas aplicadas a la práctica
médica que no se había incorporado por entonces a la práctica homeopática. Si por un lado hay
algunos esbozos sobre técnicas que permitirán en un futuro cercano dar la “prueba” de la
eficacia de la homeopatía, se alude a las innovaciones técnicas para criticar nuevas formas de
atención médica “alopática” y la consiguiente utilización del curanderismo como modo de
atención alternativa:

Un caso típico lo tenemos en la generalización de un aparatito muy útil que sirve para tomar la
presión arterial. (Hoy se considera una falta imperdonable, el examinar un enfermo sin tomar su
tensión arterial con estos aparatos). Se descubre el aumento de tensión y empieza la vía crucis
del enfermo: la dieta brutal, los purgantes con sulfato de soda, de magnesia y otros, que
destruyen lo más noble del organismo, su aparato de nutrición, y la inyección de preparados
yódicos, a cual más tóxico, que producen la baja de la tensión arterial a costa del
desfallecimiento de la fibra muscular cardíaca, y que traen síntomas subjetivos más atroces que
los que antes padecía el enfermo. Cuando éste está suficientemente intoxicado con yodo, se lo
suspende y vienen síntomas de reacción con nuevo aumento de la tensión y agravación del
estado primitivo, hasta que el enfermo o sucumbe o se salva, escapando de las manos del
médico, para caer en las del curandero o yuyero, que con tisanas hábilmente elegidas salva la
situación. He aquí el descrédito en que ha caído la medicina y del que tanto se quejan los
médicos y cuyos consultorios se ven de más en más, menos concurridos, mientras que en los de
los curanderos y yuyeros la gente se agolpa hasta en las calles. El público, en su ignorancia de la
medicina, acude a quien menos daño le hace […] (Jonás, 1934a, p. 7).

En abril de 1936, Jonás y Semich publican una “declaración” ante “la aparición de
numerosos avisos en diarios y revistas, de profesores y médicos que se titulan homeópatas y que
de Homeopatía no conocen las bases ni los fundamentos, ni la ética” (Jonás y Semich, 1936, p.
65). Estas diferenciaciones tienden a terminar de definir el nuevo rol, recortándolo del resto del
espacio social, una vez que se han “separado” de los médicos “alópatas”.

Esta declaración (dada en la sala de sesiones SMHA, el 11 febrero de 1936) incluye tres
ítems orientados a la diferenciación de la homeopatía:

[…] 3. […] El examen del iris, la mano o cualquier órgano como único medio de diagnóstico
medicamentoso, no es homeopático y es atentatoria contra la seriedad de la Doctrina
Homeopática, a la que perjudica en su honestidad, progreso y valor científico.
5. […] bajo el nombre de Homeopatía, se venden estas fórmulas complejas, las cuales los
médicos homeópatas rechazamos terminantemente, por no ver en ellas sino productos
comerciales que sólo producen provecho al fabricante que los expende, amén del envilecimiento
de la terapéutica mas científica y razonable que haya producido la inteligencia del hombre.
6. La homeopatía no tiene nada que ver con los específicos o remedios complejos […]
La Sociedad Médica Homeopática Argentina cumple, pues, con el deber de hacer notar al
público ilustrado que no basta poner una chapa y un aviso de homeópata o instituto homeopático
para ser homeópata. Es necesario que el profesional tenga la preparación científica indispensable
como médico alópata primero y luego como médico homeópata, y a esto agregar las condiciones
de seriedad y ética profesional, que lo distinguirá siempre de un mero y vulgar comerciante de la
medicina (Jonas y Semich, 1936, p.65-66).

80
Este tipo de declaraciones parecen incluir, por un lado, un conjunto de “creencias
comunes” con los médicos alópatas y, tal vez de manera más deliberada, un “guiño” a la
“medicina oficial”. Si en otros textos parecen ser absolutamente contrarios a la alopatía, en estos
pronunciamientos parecen acercarse a la lógica alopática, evidenciando además, que pretenden
ser los “policías” de la homeopatía.

A mediados de 1938 los médicos de la SMHA hacen pública una denuncia contra un
médico, el “Dr. B…” que envía una carta (reproducida en facsímil) que “desde luego quedó sin
contestación”. En ella el Dr. B pedía al farmacéutico homeopático Enrique Bonicel que le
enviara una “nómina [de los productos homeopáticos] y si fuera posible, indicar en cada uno
para que casos debe emplearse” (Editorial, 1938b, p. 110). Lo que agrava la exasperación de los
médicos homeópatas es el membrete de la carta, que bajo el nombre del médico (oculto tras una
franja negra) reza “Homeopatía-medicina natural” y un aviso en un diario local de Mercedes
anunciado la visita del mismo médico con la promesa de “Irisdiagnóstico. Tratamiento de las
enfermedades por el sistema Homeopático y Naturalista” (Editorial, 1938b, p. 111).

El editorial concluye con una sentencia:

Adquirir los conocimientos homeopáticos, cuesta muchos sacrificios, que sólo pueden
sobrellevarse cuando la medicina se ha constituido en un ideal, servido constantemente por la
vocación de aprenderla. Las puertas de la homeopatía están cerradas para los que solo buscan el
medro económico, y bien venido sea el hombre honesto que procura ser eficaz en un ansia de
continua superación, para ser cada día más médico y sentirse más cómodo, al percibir el dinero
que legítimamente le corresponde por el derecho de su propia honradez (Editorial, 1938b, p.
111).

Si la reacción contra los más marginales es permanente, en cambio, el interés más


evidente en acercarse a lo instituido se deja ver en 1937, luego de que comenzara el envío de la
revista Homeopatía a la Biblioteca de Medicina de la UBA, cuando publican una breve nota
aislada que indica “lo que no es la Homeopatía”:

1º La Homeopatía no es una cosa nueva. Hipócrates, Galeno, Haller, Store y muchos otros
grandes maestros de la Medicina, estaban familiarizados con la ley homeopática de curar.
Hahnemann reconoció primero su completo valor e hizo su aplicación general.
2º La Homeopatía no es una flor marchita, como tantos llamados maravillosos descubrimientos
en Medicina, que se olvidan al poco tiempo. La Homeopatía ha sido por más de una centuria
diariamente comprobada y su compresión persiste en todas las comunidades y es más fuerte hoy
que antes.
3º La Homeopatía no es una ecuación complicada que sólo alcanzan las elevadas inteligencias.
Se basa sobre una simple y demostrable Ley Natural; las drogas en pequeñas dosis, curan los
síntomas de la enfermedad, que se parecen a los que causa la droga cuando es tomada en grandes
dosis por personas en estado de salud.
4º La Homeopatía no es simplemente paliativo del dolor. Va hasta la raíz del trastorno y por lo
tanto vence permanentemente el dolor, mientras que los opiados y otros paliativos sólo alivian
temporalmente.

81
5º La Homeopatía no perjudica el organismo. Sus efectos son suaves. Sus métodos no empeoran
al enfermo, ni gastan sus fuerzas vitales retardando el restablecimiento. Ella dulcifica la energía
vital y hace una rápida y segura convalecencia. No hace al enfermo más enfermo.
6º La Homeopatía no es una panacea universal, pero por más de un siglo ha demostrado en todas
partes del mundo civilizado su poder curativo en todas las condiciones conocidas de enfermedad,
y en cualquier época de la vida. Actúa tan rápidamente en hombres y mujeres vigorosas, como
en los niños.
7º La Homeopatía no reemplaza el cuchillo del cirujano, pero cuando se emplea con habilidad, a
menudo hace al cuchillo innecesario. Por sus eficaces efectos constitucionales, su acción es
profunda y extensa, y el cirujano, tocólogo o ginecólogo que está familiarizado con los remedios
homeopáticos, obtiene mejores resultados que con el bisturí.
8º La Homeopatía no es un atraso; el homeópata está educado, como los otros médicos, en la
Escuela de Medicina; se le exige y pasa los mismos exámenes. Sabe todo lo que hacen los otros
médicos y ADEMAS ha realizado un estudio completo de los principios de la Homeopatía y un
detallado conocimiento de la materia médica homeopática y de la práctica de la homeopatía
(Editorial, 1937c, p. 110).

Esta declaración parece orientada a la búsqueda de cierto consenso, de cierta aceptación


y convivencia, mucho menos agresiva que las que se han visto hasta ahora, o la que a
continuación alude a las fallas de la “ciencia oficial” como generadoras y potenciadoras del
curanderismo:

Es curioso advertir que esta pedantería y fatuidad de la ciencia oficial se muestra agudizada en
estos tiempos en que más ruidoso es su fracaso, a extremo de que enfermos y médicos sienten la
necesidad imperiosa de otros tratamientos. Así el enfermo va al curandero, y el médico, vencido
por sus propios errores, adopta una posturita de escepticismo, el cual debe ser considerado como
una forma de la impotencia y de la incapacidad. Que cada profesional haga su examen de
conciencia, frente a sí mismo, a su razón, a su entendimiento, y luego medite acerca de si los
métodos que emplea diariamente son legítimos y útiles, terapéuticamente hablando. Caso de que
la respuesta sea negativa –en ese careo hondo, ante la propia conciencia, todos son sinceros– no
caiga en el escepticismo. Más honrado es buscar la posibilidad de conocer otras técnicas. Ahí
está precisamente la Homeopatía para colmar las ansias de saber y de llenar decorosamente el rol
que los médicos tienen asignado en el escenario local (Semich, 1934b, p. 9-10).

Por lo expuesto, se da a entender que la ineficacia, la falta de ética y reflexividad,


favorece la emergencia de otras prácticas. Ante tal cuadro, los homeópatas se desmarcan como
los científicos entre los marginales, una solución “lógica” y “racional” a los dos “males”.

Inclusive, a partir de un congreso en Budapest en 1935, se da testimonio de la


emergencia de un fenómeno dentro de la ciencia oficial, el “hipocratismo o neo-hipocratismo”,
tendiente, según Jonás, a “tratar al hombre enfermo todo entero [cuestión que] recién la
descubre la ciencia oficial y [que] de un concepto materialista o mecánico en que ha vivido,
pasa ahora con un gran entusiasmo al concepto vitalista” (Jonás, 1935b, p. 294). El presidente
de la SMHA advierte que estas vertientes de la medicina son “como un puente tendido entre la
ciencia oficial y la escuela homeopática” y que la tarea de los médicos homeópatas ante este
fenómeno debe ser la de “esperar a pie firme y sin claudicaciones que quien tiende este pasaje
venga darnos las reparaciones justas” correspondientes al “violento embate [que] la doctrina

82
pasteuriana, con su idea simplista de la enfermedad, dominó el mundo médico durante los
últimos 60 años” (Jonás, 1935b, p. 294).72

El posicionamiento inflexible y la defensa del “núcleo duro” se reitera, así lo expresa


Godofredo Jonás durante la conmemoración del 181º aniversario del nacimiento de
Hahnemann:

Debemos, entonces, cerrar lo más posible nuestras filas sociales para que no se vea a ninguno de
nosotros sino trabajando honestamente y procurando hacer brillar la verdadera Homeopatía por
el lustre de sus prácticos.
Procuraremos que no se infiltre entre nuestro círculo ninguno de esos elementos que venga al
solo efecto de especular (Editorial, 1936, p. 119).

O en palabras de Rodolfo Semich, durante el mismo evento:

No hay disidencias entre nosotros, porque hemos comprendido claramente que nada noble ni
perdurable se alcanza si no es por vía y virtud del esfuerzo común. Tampoco hay plaza
disponible para el egoísta en esta sencilla pero ya progresista Escuela de Homeopatía que hemos
fundado, donde todos aprendemos y lo que es aprendido conceptuamos es un deber trasmitirlo
(Editorial, 1936, p. 120)

Los enfermos, pacientes y clientes

La legitimidad que buscan los homeópatas no está circunscripta a una evaluación


exclusiva de “pares” (otros médicos como ellos, o inclusive farmacéuticos, físicos o químicos)
sino que están disputando un mercado con los alópatas, que se define por cuestiones no médicas
que tienen que ver con la construcción de una eficacia social de sus tratamientos. Uno de los
datos más relevantes sobre el peso de los enfermos ha sido ya expresado cuando se explicó
cómo se sostenían las actividades de la Sociedad durante la década de 1930, al menos en los
períodos en lo que se ha informado sobre los movimientos financieros. El rol eminente de los
pacientes parece ser entonces el de solventar materialmente el funcionamiento de esta
institución.

72
En el congreso de Berlín de 1937 la preocupación persiste: “se tratará de demostrar la importancia de la
ley de la similitud […] Entrarán en tela de juicio en este tema la hidroterapia, la fisioterapia, radioterapia,
kinesiterapia, higiene naturista y, en fin, todos los métodos alopáticos, donde se hagan curaciones por el
procedimiento, aunque inconsciente, de la terapéutica de la Similitud” (Jonás, 1937, p. 163). Como
contrapunto, en 1935, en Budapest, uno de los organizadores del congreso de homeopatía promovía la
hidroterapia en las termas próximas a la ciudad y no se deja constancia de que sea considerado alópata
por ello (Jonás, 1935b).
A fines de 1937, en la tesitura de que “todos los medicamentos exitosos son homeopáticos” Jonás publica
un artículo sobre “La ley de similitud en la escuela oficial” (Jonás, 1937b, pp. 369-372).

83
Los consultorios médicos institucionales facilitan la relación con un contexto social que
por momentos juzgan muy favorable:

Nuestro movimiento homeopático se extiende día a día llamando la atención de los espíritus más
cultos de todas las esferas sociales.
Es necesario pues, que trabajemos todos sin cesar para aprovechar este momento, en que el
ambiente nos es francamente propicio y debemos hacerlo sobre todo en los dominios del espíritu
médico y sin que se nos pueda hacer el reproche de ser puramente teóricos.
Por este motivo necesitamos la instalación de un gran Instituto Médico de Experimentación
donde todos podamos aportar nuestros conocimientos y adquirir por medio de la
experimentación mayor capacidad.
Tenemos que aportar hechos precisos que demuestren a los que se interesan por nuestra Ciencia
la verdad de la disciplina Homeopática. La “Sociedad Médica Homeopática Argentina”, aunque
joven, cuenta ya en su seno con espíritus cultivados y con hombres hábiles en todas las
disciplinas. No nos faltan bacteriólogos, farmacéuticos, doctores en bioquímica, ingenieros,
físicos, etc., capaces de controlar y contribuir eficazmente a nuestros trabajos y
experimentaciones.
[…] En ninguna parte del mundo han faltado hombres de capitales y entusiasmo Homeopático
para poner sus donaciones en manos de instituciones como la nuestra
[…] Muy pronto tendremos nuestro Hospital o Dispensario, en que podamos trabajar todos en
bien de la humanidad y la Homeopatía” (Causticum 1934b, p. 67-68).

Cabe recordar entonces que en 1935 se atienden aproximadamente 1601 consultas, que
ascienden a 3059 en 193673 y a 6412 en 1938:74 es decir casi se duplican en el segundo año de
atención y dos años después el número vuelve a crecer en la misma proporción. La cantidad de
pacientes atendidos con el paso del tiempo constituye uno de los pilares de las “pruebas” de
efectividad de la terapéutica:

Hoy se comenta por todas partes de la Ciudad los resultados prácticos que los homeópatas
obtienen en el tratamiento de sus enfermos.
[…] Es que nuestra Sociedad Médica Homeopática Argentina ha producido un intenso
movimiento de curiosidad entre los profesionales, y los pacientes, por su parte, cansados de los
Apóstoles de la Ciencia de Galeno y de sus Grandes Sacerdotes, buscan alivio a sus dolencias
por los procedimientos más simples, más humanos y más sabios de la escuela de Hahnemann
(Editorial, 1934c, p. 341).

El 13 de noviembre de 1934 la Sociedad Homeopática inauguraba su nueva sede con


consultorio, alquilada (hasta entonces se hacían en una casa prestada), que permitía acceder a un
espacio para atender pacientes de “bajos recursos”.75 Una vez inaugurados los consultorios
médicos se delineó mejor la gama de otros intereses:

73
Semich expresa ése año que “hasta este momento tenemos cuidadosamente registradas más de 3000
historias clínicas. Quien las compulse podrá verificar de manera clara y categórica que los enfermos salen
grandemente beneficiados con el tratamiento instituido” (Semich, 1936a, p. 1). Posteriormente indica que
“se nos plantea un problema de local: necesitamos uno más amplio y cómodo para adecuarlo a nuestras
exigencias” (Semich, 1936a, p.2).
74
Como ya se ha consignado, los valores son anuales y aproximados. Fuente: Estado financiero… 1935,
p. 330; Estado financiero… 1936, p. 443; Movimiento financiero… 1938, p. 222.
75
Se publica un aviso (1934c, p. 342) que consigna que los “médicos no llevan, al atender a los enfermos,
el más mínimo fin lucrativo, ya que ninguno percibe de la Sociedad honorario alguno. La tarifa de $3.-
que se cobra por asistencia, tiene sólo por objeto cubrir los gastos que demande nuestra instalación y

84
La inauguración de los consultorios de la SMHA marca un gran paso en el camino de la difusión
de la doctrina homeopática en Buenos Aires, pero Buenos Aires merece mucho más de lo que
actualmente tiene. Siendo la segunda ciudad latina del mundo, debe contar con instituciones
homeopáticas, por lo menos, a la altura de las de París, Ginebra, Roma, Río de Janeiro, etc.
No dudamos que en un porvenir cercano, contaremos con la ayuda particular para nuestro
progreso, ya que la oficial sólo está reservada a la Alopatía, que acapara injustamente todas las
situaciones.
Hay muchos procedimientos para obtener el tratamiento de los males que aquejan a la
humanidad, pero la Homeopatía es, como ya lo dijera otro antes que el que escribe, la
Aristocracia en el arte de curar” (Editorial, 1934c p. 341).

Se vislumbra aquí la necesidad de los consultorios como legitimadores, tanto como


práctica de la homeopatía en otros países como un instrumento de presión sobre la sociedad
local. También se menciona la cuestión del financiamiento, sobre los fondos públicos que
sostenían actividades “alopáticas”: esto es una verdad parcial ya que numerosas revistas e
instituciones de la “ciencia oficial” eran sostenidas con el aporte de sus miembros.76

Cabe recordar que en estos consultorios se cobraba una tarifa muy baja para la época
que cubría los “gastos administrativos”, sin que hubiera fin de lucro por parte de los médicos,
puesto que pretendían atender a “personas de recursos modestos, que deseen ser atendidos
homeopáticamente, pudiendo a ellos acercarse todos los profesionales médicos que tengan
interés”. 77 Pero si los beneficios no fueron estrictamente “personales” vale decir que los “gastos
administrativos” pudieron incrementarse notablemente a expensas del creciente número de
pacientes, como se mostró antes.

La representación sobre estos verdaderos sostenes materiales de la institución resulta,


con frecuencia, benevolente y cercana al lugar de “víctimas”. El caso más extremo recoge la
experiencia de la operación de amígdalas, tan frecuente en la época:

En un rato vi pasar un gran número de niños, que con gritos de terror que partían el corazón de
los presentes, y angustiaban a las madres que también lloraban con sus hijos, desfilaban hacia la
sala de Operaciones, donde los médicos con delantales ensangrentados, y vestidos como unos
demonios, infundían el terror a esas pobres criaturas, que entregaban sus pedazos de carne al
sacrificio […] Una vez estas criaturas salidas del Consultorio de garganta, continuarán
pacientemente recorriendo las otras dependencias del Hospital hasta que en un día no muy lejano

administración. Nuestros consultorios son, pues, para personas de recursos modestos, que deseen ser
atendidos homeopáticamente, pudiendo a ellos acercarse todos los profesionales médicos que tengan
interés por conocer Homeopatía. Todos los días de 9 a 11 horas”.
76
Por ejemplo, el caso de la revista Cel, mencionado por Hurtado de Mendoza y Busala, se trata de una
revista sostenida por la familia de uno de sus fundadores.
77
Publicidad de los consultorios de la SMHA, publicada en diciembre de 1934 en la revista Homeopatía,
año 1, nº 11-12, p. 342.

85
los veremos yacer en las dependencias heladas que están en los fondos (Causticum, 1934a, p.
36).78

El paciente como víctima es utilizado para mostrar el recorrido doliente de la medicina


alopática:

El enfermo va ambulando de especialista en especialista sin que, desde luego, nadie lo cure. Uno
le extirpa las amígdalas, otro el apéndice; el tercero le da un régimen alimenticio porque –amén
de radiografías y análisis abundantes de toda índole– el sujeto acusa, entre otras cosas, ardor
gástrico y meteorismo abdominal, etcétera. Como el enfermo sigue de mal en peor, no falta
quien le aconseje que vaya a ver a un cirujano experto –esto lo hemos visto todos aunque es
monstruoso– para que le practique una laparotomía exploradora […] ¿qué encuentra el cirujano?
En más de un caso, nada. Y como si no fuera bastante, otro médico le instituye un tratamiento
antiluético con neosalvarsán: si el enfermo no tolera bien el arsénico le aparecerá una taxidermia
que en breve le obligará a solicitar los servicios de un especialista de piel, etc., etc. No exagero
mucho al hacer este relato. Más de una vez, luego de haber escuchado la narración que un
paciente hace de todas sus peripecias y sufrimientos, un sentimiento de admiración profunda
hacia el desventurado me hubiera impulsado a manifestarle conmovido: Señor: ¡es usted un
héroe! (Semich, 1934d, p. 44)

Sin embargo, en un discurso por el aniversario de Hahnemann, el presidente de la


SMHA, Godofredo Jonás, impone una visión distinta, una representación poco común de los
pacientes:

Todos nosotros, Homeópatas, tenemos en nuestra clientela multitud de desagradecidos de la


Homeopatía que cuando tienen entre los suyos un enfermo desahuciado nos lo traen y nos dicen:
“Ah, yo recuerdo que de niño mi padre o mi abuelo eran muy homeópatas y hacían curar los
casos graves en su familia por médicos homeópatas”. Y esta gente que ha vivido envenenándose
con drogas y productos tóxicos de todas clases, que se expenden y con autorización del
Gobierno, cuando ven a la muerte asomarse entre os suyos recurren, como último recurso, a la
Homeopatía para que haga el milagro.
Y bien, señores, el milagro se hace en muchas ocasiones, aunque sea atribuido a los santos tantas
veces; pero cuando el milagro de salvar al moribundo no se puede hacer, entonces la Homeopatía
ha fracasado, y cada fracaso caerá sobre nuestros hombros como un fardo diabólico sin que
jamás se acuerden de que ese enfermo no podía vivir ya, porque había agotado su vitalidad con
los tóxicos medicamentosos ingeridos, que le produjeron una enfermedad más grande y más
potente que la que tenía y de la cual el pobre enfermo no pudo desprenderse más (Editorial,
1936, p. 118).

Y es que la frustración ante la falta de reconocimiento no es inverosímil, sobre todo


cuando proviene del objeto en el que se pone todo el esfuerzo y la expectativa del trabajo
propio:

Sus fines terapéuticos [de la homeopatía] harán que, divulgando sus ventajas, pueda la
humanidad pasar a una nueva era de felicidad, confiando al médico los cuidados de su salud, en
la seguridad de que en ningún caso se atentará contra ella.

78
Para Jonás “el médico Homeópata es siempre querido y pedido por los niños que conocen sus
procedimientos suaves y sus confites para aliviarlos de sus males, mientras que nuestros colegas Alópatas
son el terror de las criaturas, y éstas se espantan a su presencia, amén de que las madres amenazan
muchas veces a sus hijos con traerle el médico como uno de los eficaces castigos” (Jonás, 1937, p. 163).

86
La aplicación de sus principios en el cuidado de los niños, bebés, infantes o escolares podrá, con
seguridad, llegar al mejoramiento ansiado de la raza. (Jonás, 1934e, p. 170).

De hecho, la casuística les permite afirmar que el mejoramiento de la especie ya se ha


evidenciado en algunos casos:

Entre las viejas familias homeopáticas hay menos casos agudos y serios de enfermedades que
atender. Raramente vemos un caso de apendicitis, neumonía, meningitis o tuberculosis
desarrollarse en una familia que haya estado bajo el vigilante cuidado de un buen médico
homeópata.
Nuestros pacientes no se levantan por la mañana con una dosis de frutas salinas o algún otro
catártico. No llevan aspirinas en sus bolsillos lista para ser ingerida a la menor provocación.
[…] el uso por su médico homeópata del remedio constitucional después de cada condición
aguda por la cual los trata, tiende a levantar su fuerza corporal y resistencia a un grado tan
efectivo que la ordinaria enfermedad no asume las graves formas tan frecuentemente encontradas
entre aquellos que no se encuentran bajo la protección del remedio dinamizado.
No nos comprendan mal: los pacientes homeopáticos se enferman a veces porque están rodeados
del mismo medio que los demás, y en este medio hay penas, exceso de trabajo, miedo,
exposición a los elementos de la infección y al shock físico y mental (Editorial, 1938, pp. 1-2
bis).

Enseñanza

La enseñanza sobre la disciplina homeopática comenzó a impartirse en las conferencias


dictadas en la sede y desde el primer número de Homeopatía.79 No sólo se inició la publicación
de la doctrina y numerosos artículos extranjeros de aplicación instrumental (traducidos de
revistas francesas primordialmente),80 sino también se cuidó detalles, como por ejemplo indicar
cómo debe leerse un tratado de materia médica homeopática:

Nos llama la atención todo lo que está en mayúsculas, después lo que está en bastardilla y luego
lo demás que ella expresa.
Lo que va en mayúsculas quiere decir que en los enfermos que necesitan Sulfur estos síntomas
son casi constantes, sino todos (lo que no es posible), por lo menos tres o cuatro. Los síntomas en
bastardilla quieren decir que son también buenas expresiones para la indicación de Sulfur, y su
constatación conjuntamente con otros anteriores que también encontramos en muchos otros
medicamentos; sin embargo, muchas veces es por la acentuación de estos síntomas menores o

79
Así lo atestigua un “Aviso” publicado en Homeopatía:
Colega:
Suscríbase a nuestra Revista, donde encontrará la información científica, referente a la Patología, Clínica
y Terapéutica homeopáticas, que Vd. necesita para adquirir un concepto cabal de nuestra doctrina.
Concurra Vd. a las conferencias de la Sociedad Médica Homeopática Argentina que le serán de utilidad
(Aviso publicitario, 1934, en Homeopatía, año I, nº 3, p. 88).
También un editorial del mismo año reseña:
“A este efecto, en las conferencias, los disertantes ilustran el tópico con historias clínicas donde se pone
de manifiesto la elección y efectos del medicamento, diagnóstico diferencial, etc.
El éxito obtenido hasta el presente, es el mejor estímulo para proseguir en la tarea con entusiasmo
redoblado y con la convicción de que somos poseedores de una verdad terapéutica que es necesario
extender y poner en manos de los colegas bien intencionados y de suficiente altura intelectual como para
comprender el admirable valor de nuestras doctrinas y prácticas médicas” (Editorial, 1934d p. 198).
80
Inclusive, a fines de 1934, la sección “Revista de revistas” pasa a llamarse “Notas clínicas y
terapéuticas”, mejor descripción de las reseñas que se hacían de las revistas que llegaban por canje a la
Sociedad.

87
por su aspecto de gravedad que el enfermo consulta al médico. Este debe entonces buscar si
existen los síntomas característicos, para así poder propinar Sulfur con miras de éxito (Jonás,
1934b, p. 20).

[…] en cada ficha –lo que equivale a decir en cada síntoma– están marcados los remedios que
cubren ese síntoma. Es labor de suma, el obtener el resultado (Grosso, 1935, p. 8).

La voluntad pedagógica era explícita: “Nuestra aspiración es encauzar los trabajos que
hacemos conocer dentro de los asuntos que puedan presentar para los debutantes en Homeopatía
la mayor simplicidad, para, en esta forma, facilitar los primeros ensayos de terapéutica, cuyos
éxitos, estamos seguros, los inducirá a estudiar asuntos más complejos” (Nuestra Revista, 1934,
p. 104). Algunos médicos que aprendieron la terapéutica de forma autodidacta ya aparecen
posicionados para la enseñanza:

Habiendo estudiado Homeopatía por nuestros propios medios, estamos al tanto de la labor,
algunas veces ardua, necesaria para llegar a manejarla medianamente. No se nos escapan sus
dificultades, puesto que hemos luchado con ellas.
[…] El objeto de estas pequeñas notas que se van publicando en “Homeopatía”, es tratar de
enseñar la manera de evitar los escollos y vencer las dificultades, difundiendo de esta manera la
comprensión y utilización de esta terapéutica que tantas veces es verdaderamente maravillosas
(Grosso, 1935, p. 7).81

Esto se justifica por la demanda de los nuevos miembros hacia conocimiento específico
y técnico:

Un gran número de profesionales, médicos y farmacéuticos, nos interrogan muy frecuentemente


sobre el mecanismo de preparación de los remedios homeopáticos, así como también sobre las
distintas formas como ellos se presentan y se prescriben corrientemente por el médico
homeópata (Nota de la redacción, en Peuvrier, 1934, p. 267).

Los conferencistas recibían refuerzos positivos que los posicionaban. Las conferencias
que se realizaban se reseñaban brevemente mes a mes, frecuentemente con halagos a los
oradores:

[El Dr. Armando Grosso] hizo con admirable destreza las comparaciones con los otros remedios
que se le asemejan en algunos de los síntomas, exponiendo una cantidad de historias clínicas en
las que se demuestra la eficacia de la droga.
Las condiciones descollantes de didacta que posee el doctor Grosso, hicieron que su exposición
fuera seguida con mucho interés por los que la escucharon, interés que no decayó en ningún
momento.
[…] Tres sesiones científicas llenas de público auditor, en que se trataron temas de capital
importancia y en las que se demostró un gran espíritu de camaradería (SMHA ,1934b, pp.103-
104).

81
Un aviso del “Dispensario de la SMHA” revela que en las consultas existía una distinción entre “jefes”
y “médicos”. Los jefes eran los fundadores: Jonás, Grosso, Paschero, Anselmo y Semich; además de
Héctor Martínez y Ernesto González Ávila, “especialistas en nariz, garganta y oído” y Juan Orfila de
especialidad “ojos” (Aviso, 1936, p. 151).

88
Más allá de este esfuerzo pedagógico, existía una necesidad de transmitir conocimientos
tácitos mediante las consultas en la sede ya que, por ser una disciplina estrechamente vinculada
a la interpretación psicofísica de los pacientes, la atención permitía potencialmente la enseñanza
y experimentación:

El objeto de los consultorios es ofrecer en primer lugar a los médicos asociados que recién llegan
a la Homeopatía, un campo de acción amplio, donde puedan practicar y ver al lado de colegas
más experimentados los procedimientos de nuestro difícil arte terapéutico […]Al mismo tiempo
que estos consultorios servirán de enseñanza para profesionales post-graduados, prestarán un
servicio incalculable a los hogares modestos, cuyos miembros, por una cuota mínima, podrán
82
tener eficaz y útil asistencia (Editorial, 1934b, p. 293).

Inclusive en la conferencia inaugural de la nueva sede y los consultorios, Godofredo


Jonás marcaba claramente la intencionalidad pedagógica de la atención: “hoy inauguramos […]
también el primer sitio en la ciudad donde se transmiten conocimientos homeopáticos con fines
de enseñanza y propaganda”. Y agrega “no dudo que en el porvenir se podrá llamar la primera
Escuela de Homeopatía de Buenos Aires y que será la base de la Facultad Homeopática
Argentina” (Jonás, 1934c, p. 343), destacando que “el médico que aspira a hacerse homeópata,
debe pasar por la evolución que todos hemos hecho para llegar al período final de convicciones
profundas y sinceras” (p. 345).

Al cumplirse el primer año de la revista, se consignan todos los métodos de enseñanza,


destacando al grupo que ya ha alcanzado el saber necesario para impartir la enseñanza:

Como esa tarea inicial [la de aprender homeopatía] la hemos realizado ya todos nosotros,
estamos en condiciones de facilitarla, para hacerla accesible con economía de tiempo y energía.
El conocimiento de las patogenesias de Materia Médica se aclara para quien lee los artículos de
esta Revista y luego, cuando tiene oportunidad de ver, en el consultorio de la Sociedad Médica
Homeopática Argentina, frente a los enfermos, la manera concienzuda cómo se los examina y
cómo se llega a la prescripción del remedio adecuado, es conocimiento vivo, adquirido así, ante
el caso clínico, no se borra jamás. Sólo de este modo es posible la recordación de la Materia
Médica: formándose la imagen mental del remedio frente a la imagen real del enfermo”
percibiendo “la similitud de ambas”
Disponemos ya de los elementos de trabajo indispensables –Revista propia, publicaciones
extranjeras, conferencias, enfermos que acuden a los consultorios en mayor número cada día–
para que los colegas puedan iniciarse en la Homeopatía. Todo esto se ha conseguido dentro de
los muy escasos recursos con que contábamos, mediante la contribución personal de cada uno,
de los cuales nadie titubeó en aportar, además, su entusiasmo, su tiempo, su saber, por modesto
que fuera (La Dirección, 1935, p. 2).

Como ya se ha citado, Nina Degele (2005) establece que uno de los criterios que hace a
la homeopatía “científica” es la educación, destacando el rol de “captación de adeptos” de la
82
Unos meses antes aparecía en primera página el anuncio: “La resolución de nuestra Asamblea, de
habilitar un consultorio médico destinado a la atención de enfermos que puedan servir para la enseñanza y
la práctica de los jóvenes médicos homeópatas, nos ha hecho suspender nuestras sesiones científicas
durante el mes de Agosto, cuyo tiempo dedicamos a la búsqueda de ubicación adecuada para sede social y
consultorio” (SMHA, 1934, p. 261).

89
enseñanza. En septiembre de 1935 se da el primer acontecimiento importante en relación en este
sentido: “por primera vez –es todo un acontecimiento científico– se dictará curso de
Homeopatía en el país [que] será dedicado, desde luego, exclusivamente a médicos” (Semich,
1935e, p. 202).

Se trataba de un curso de “Introducción al estudio de la Homeopatía”, a cargo del


vicepresidente de la SMHA, Armando Grosso, que respondía (coincidiendo con Degele)83 a que

numerosos colegas alópatas nos habían manifestado su deseo de iniciarse en el estudio de la


doctrina, materia médica y clínica homeopáticas; pero habían advertido, por cierto, las
dificultades a vencer en los comienzos, ya que la terapéutica positiva es de acceso arduo para el
práctico de la escuela antigua. Pedían, así, se les auxiliase en los pasos primeros; una guía, una
orientación les era indispensable (Semich, 1935e, p. 202).84

Se anunciaba luego de la finalización del curso (“muy concurrido” y realizado en “tres


conferencias”) que el año siguiente se dictarían otros cursos: “de la misma índole uno –
vulgarización para los médicos alópatas– y los demás concernientes a temas especiales”
(SMHA, 1935, p. 249). Como se ha consignado anteriormente, al año siguiente, durante la
celebración del 181º aniversario del nacimiento de Hahnemann, Rodolfo Semich ya hablaba de
“Escuela de Homeopatía”, refiriéndose a la institución en general.

A mediados de 1936 se vuelve a hacer referencia a los “un verdadero curso de


‘Introducción a la Clínica Homeopática’” constituido por tres conferencias dictadas por Rodolfo
Semich, que incluyó “los síntomas, las patogenesias, la manera de interrogar, de apreciar y
jerarquizar los distintos fenómenos que ofrece la enfermedad […] para terminar con la
preparación farmacéutica de los remedios y las distintas maneras de prescribirlos” (Jonás,
1936c, p. 153).85 A fines de 1936, la diferencia entre “curso” y “conferencia” parece
desaparecer: “se ha trabajado intensamente dando un número considerable de conferencias para
médicos y de divulgación científica” (Jonás, 1936b, p. 310).86

83
Se publica un breve aviso que consiga:
“Colega: Concurra Ud. a nuestra Sociedad, donde se le ofrece desinteresadamente la oportunidad de
aprender Homeopatía, cuyo conocimiento ampliará su cultura médica y lo capacitará para desempeñarse
con mayor eficacia en la profesión” (Aviso, 1935, p. 203).
84
Respecto al contenido señala que “doctrina, materia médica, clínica homeopáticas, son tres etapas del
conocimiento que de aquí en adelante estarán al alcance de los colegas estudiosos” (Semich, 1935e, p.
203).
85
Estas conferencias fueron publicadas en tres números consecutivos de Homeopatía, sin un carácter
distintivo, como cualquiera de las demás.
86
En enero de 1937 directamente se señala “los cursos de Materia Médica Clínica desarrollados en 1936
han tenido éxito franco” (Semich, 1937a, p. 1).

90
En 1937, se anuncian las conferencias con la advertencia de que “la índole estrictamente
técnica de los temas a considerarse, explica que estas reuniones sean reservadas a médicos
exclusivamente” (SMHA, 1937, p. 113). En 1938, reseñando el quinto aniversario de la SMHA,
se habla vagamente de realización de “cursos de conferencias” (Semich, 1938, sin foliar.) y se
pide en una nota

[…] a la Facultad de Ciencias Médicas de Buenos Aires, en la que nuestra Sociedad le expresa el
reiterado deseo de numerosos colegas de seguir un curso ordenado y completo de la Homeopatía.
La Sociedad solicita de la Facultad el envío de un profesor extranjero de materia médica, que
podría ser elegido entre las universidades más prestigiosas, como por ejemplo, las de Alemania,
Estados Unidos y Brasil. Esta última, por razones de vecindad e idioma es la más indicada, por
lo cual nuestro pedido se refiere a un profesor de la Facultad Hahnemanniana de Río de Janeiro
(Semich, 1938, sin foliar).

En 1938, ya enfrascados en la pelea con el Departamento de Higiene87 apenas se deja


constancia de una conferencia dictada el 26 de octubre en el “Patronato de la Infancia”, por
Héctor Martínez, con el espíritu divulgador de los primeros “cursos”, según se desprende de las
palabras del orador que previene que “algunos sonreirán ante este preámbulo con una sonrisita
irónica significativa” (Martínez, 1938, p. 230).

Durante la primera mitad de 1939, se dedican los primeros cinco números de


Homeopatía a la publicación de la “Doctrina y tratamiento homeopático de las enfermedades
crónicas” de Hahnemann, publicado originalmente en 1828. Y sólo se hace propaganda de un
ciclo de conferencias (a realizarse a lo largo del año) a cargo de Jonás sobre el “embarazo y sus
complicaciones” (SMHA, 1939, p. 97).

A las puertas de la obtención de la personería jurídica, ante el clima hostil que se


retratará en el capítulo siguiente, los médicos de la SMHA habían regresado a la práctica
habitual interna de “conferencias” específicas. No obstante, se refuerza la idea de que dichas
conferencias formaban parte, cada vez más, de un plan estratégico educativo cuyo poder de
legitimación se incrementaba, sobre todo hacia dentro del grupo homeopático.

Relaciones exteriores

Como ya se consignó, la referencia a la situación exterior era una constante de la


sociedad porteña de la década de 1930 (Sarlo, 1988; Plotkin, 2003) y de sus médicos
homeópatas que consideraban que Buenos Aires “siendo la segunda ciudad latina del mundo”
debería ponerse “a la altura de las de París, Ginebra, Roma, Río de Janeiro” (Editorial, 1934c, p.
342) en cuanto a institucionalidad homeopática. Pero también la propia institucionalización

87
Véase capítulo siguiente.

91
tiene como objetivo que los médicos, hasta ese momento disgregados, pudieran mantener
contactos y actualizaciones con el exterior:

El 29 de Julio de 1933, nos reunimos en la ‘confitería del Molino’ nueve médicos que nos
citamos allí a fin de conversar sobre la conveniencia de instalar una Sociedad de Médicos
Homeópatas, con el objeto de propender a la propagación de la doctrina de Hahnemann, de
estrechar los vínculos entre nosotros, así como también procurar establecer relaciones con los
ases mundiales de la Homeopatía (Jonás 1934c, p. 343).

El intercambio por canje de revistas bastante frecuente con Europa, fundamentalmente


con Francia, cómo se ha indicado en las páginas precedentes, es la primera muestra de la ventaja
de asociarse y mostrarse como un grupo hacia el exterior.

Los primeros reconocimientos foráneos vienen del Perú mediante una “Distinción
Honorífica”88 de la Liga Peruana de Homeopatía, reseñada también en el editorial del siguiente
número: “esto nos estimula para seguir en la brecha, con entusiasmo cada vez mayor, dadas las
evidentes muestras de aceptación que nuestra labor tiene, tanto aquí como en el exterior”
(Nuestra Revista, 1934).

Ése mismo año se reproduce una reseña de un médico español a propósito del Congreso
Homeopático Internacional89 realizado en julio de 1934 en Holanda, en el que se destaca un
“Estado actual de la Homeopatía en diversos países del mundo”90 y una descripción bastante
bucólica de la organización del congreso, a tono con las descripciones de la vida de Hahnemann
que se publicaban en Homeopatía:

Luego nos dirigimos a Bennekom, a unos 23 km. de Arnhem, donde el Dr. Wouters tiene una
“villa”, y con su esposa rivalizaron en obsequiarnos con té, pastas, vinos, etc., quedando todos
muy complacidos de las atenciones recibidas.
[…] luego visitamos el Museo Colonial, de vastas proporciones, y que resulta muy vistoso: hay
una infinidad de cosas interesantes: trajes de Java, joyas, brillantes de gran tamaño, máquinas

88
“El presidente de nuestra Sociedad ha sido designado socio correspondiente de su similar del Perú”,
(Distinción honorífica, 1934, en Homeopatía, año I, nº 3, p. 69).
Hay constancia de intercambio epistolar, desde 1932, entre el Dr. Rodrigues Galhardo de Río de Janeiro y
Godofredo Jonás, cuando el médico brasileño le comunicara la fundación de la Liga Homeopática
Brasileira “respondiendo a otra del 22 de octubre firmada por […] Jonás […] Mantengo desde entonces
cambio de correspondencia” (Monzo, 1937, p. 305).
89
Organizado por la Liga Homeopática Internacional, “una asociación fundada en 1925, en Rótterdam,
con el fin de desarrollar la homeopatía en todos los países del mundo, creando un lazo entre las personas
o grupos que se interesaran por las cuestiones homeopáticas, organizando congresos internacionales,
centralizando y facilitando los canjes de trabajos homeopáticos y vigilando los intereses de los
homeópatas” (Editorial, 1938d, p. 249).
90
Resulta interesante ver que en el país en el que se organizaría el siguiente congreso, el número de
homeópatas no pareciera mayor al del grupo porteño: “También en Hungría progresó la Homeopatía, y
según el Dr. Schimert, hay en dicho país unos 16 médicos homeópatas, y cree que el Congreso que ha de
celebrarse en Budapest el año próximo contribuirá sin duda al progreso de nuestra doctrina en dicho país”
(Vinyals, 1934, p. 315-316).

92
agrícolas antiguas y modernas, inmensidad de fotografías, de escenas, cultivos, costumbres, etc.
y gran cantidad de estatuitas, representando dioses varios, y entre ellos figura el Dios
Hahnemann, con risa enigmática y en una mano un ramo como de hechicero (Vinyals, 1934, p.
319).91

Si por un lado se destaca el desarrollo de la homeopatía en el “mundo civilizado”, rara


vez aparecen noticias de los traspiés. En este caso, claramente se lo justifica por no pertenecer a
ése mundo:

Estonia.- En este país, contaminado quizás por la lógica y la moral bolchevique, no es de


extrañar que ocurran cosas al revés de otros. Así, mientras que la Homeopatía progresa en todos
los países civilizados, el Gobierno de este Estado en 27 de Junio de 1934, acaba de prohibir por
un “úkase” y de un modo absoluto el ejercicio de la Homeopatía y la fabricación y venta de los
remedios homeopáticos. El Dr. Assmann, presidente de la Liga Hom. Internacional, ha enviado
su protesta al Gobierno estoniano. Esperamos que una rápida solución haga terminar este
conflicto –propio de otras épocas–, instigado probablemente por la alopatía local que no desea
estar expuesta a comparaciones terapéuticas.92

Los anuncios sobre los logros de la homeopatía siguen llegando a la redacción de la


revista y sirven explícitamente como validadores ante la sociedad local:

[…] en la publicación de noticias solicitada por la Liga Homeopática Internacional figuran


algunas que adquieren singular importancia para nosotros, porque revelan que ahora, más que
nunca, en los centros científicos europeos se presta atención preferente a la Homeopatía. Y nos
halaga la constatación porque ya no será posible que permanezca desconocida por nuestras
entidades universitarias (Semich, 1935d, p.129).

Estos prodigios legitimadores incluyen una conferencia en la Universidad de Granada


“donde se expusieron casos clínicos que demuestran en forma terminante el inmenso valor de
nuestra terapéutica”, una clase de Farmacognosia en la Facultad de Ginebra y varias
conferencias en distintos centros homeopáticos de Francia y Brasil (Semich, 1935d, pp. 129-
130). Tales noticias llegaron también con dos misivas de apoyo, una del Dr. Assman, presidente
de la Liga Homeopática Internacional y una carta del Dr. Vinyals, médico de Barcelona y
representante de la Liga para los países de habla hispana (Editorial, 1935, p. 153).

En el número de julio-agosto de 1935, se publica en portada un editorial sobre el


próximo “Congreso Internacional de Homeopatía” de Budapest que “congregará a los más
famosos cultores de la doctrina de Hahnemann […] alrededor de 150 médicos representantes de
más de 20 naciones” (Editorial, 1935, p 201). Sostienen que no pueden rechazar la posibilidad

91
Sólo un párrafo empaña la descripción: “Ya en Ámsterdam, visitamos el puerto, parte antigua de la
ciudad y el arrabal judío, no muy sobrado éste de limpieza, y que por ser sábado estaban cerradas
absolutamente todas las tiendas… Sólo unos mercaderes callejeros de frutas, quesos y arenques,
aumentaban la suciedad de este barrio feo y maloliente” (Vinyals, 1934, p. 319).
92
Se reseña que la fuente es: Informaciones transmitidas por la “Comisión de Prensa y Propaganda
Homeopática” de la Liga Homeopática Internacional, en “Notas clínicas y terapéuticas” (1934), en
Homeopatía, año I, nº 11-12, p. 381.

93
de asistir al congreso, evidenciando la importancia estratégica de legitimar en el exterior su
posición interna:

Por la mera circunstancia de que las universidades argentinas permanezcan aún totalmente ajenas
al poderoso movimiento científico mundial en favor de la Homeopatía, no era posible hacer
oídos sordos y cerrar los ojos a la evidencia […] Nuestro presidente, doctor Godofredo L. Jonás,
será así, como delegado, el portavoz de la única institución médica argentina que ha sabido
responder a estos imperativos técnicos y culturales de nuestro tiempo.
Por virtud de ello, nos incorporamos ya definitivamente a una corriente científica cuya fuente de
origen ha surgido en los más prestigiosos centros intelectuales del mundo. Desde ahora se
advertirá allí que hay entre los médicos argentinos un núcleo bien seleccionado –y como tal poco
numeroso– por su capacidad y aptitud de trabajo (Editorial, 1935, p. 201).93

Al enviado se le organizó una “demostración” de “afectuosa adhesión” antes de su


partida y a su regreso dictó una conferencia “refiriendo las impresiones recogidas en el ambiente
homeopático europeo” (SMHA, 1935, p. 249) que llevaron a uno de los asistentes94 a “confiar
decididamente en el futuro de nuestra Sociedad como entidad médica que cuenta en su seno con
profesionales excelentemente dotados, por sus vastos conocimientos científicos y especiales,
para llevar a alto nivel la cultura médica de nuestro medio” (SMHA, 1935, p. 250).

En dicha conferencia, además de la usual descripción geográfica y culinaria, Jonás


resume buena parte de las exposiciones realizadas en el congreso, muchas de las cuales han sido
acompañadas de folletos que se anexan a la biblioteca de la SMHA. El esperanzado racconto de
los éxitos institucionales de la homeopatía en distintos países, va precedido de alguna dificultad
“sufrida” por los médicos de Hungría, a quienes se los incluye en una “charla oficial sobre
charlatanismo” (Jonás, 1935b).

En 1936 se consigna la primera recepción de un médico extranjero, el uruguayo Vado


Duce, que asistió a la celebración del natalicio de Hahnemann (Editorial, 1936, p. 120) y se
envía una carta de felicitación al Dr. Manuel Torres Oliveros, nuevo director del Instituto
Homeopático y Hospital San José, de Madrid. En esta misiva se aprovecha para hacer alusión a
la SMHA y los cursos que en ella se dictaron (Semich y Jonás, 1936d, p. 155).

93
Esta explicitación del carácter legitimador del congreso se repite en el primer editorial de 1936, en el
que se reseña que Jonás ha sido designado representante de la Liga Internacional Homeopática: “tal
designación –aparte lo que de significación consagratoria tiene para quien ha realizado una inteligente y
perseverante campaña en nuestro ambiente en pro de las ideas homeopáticas– implica que en los países
europeos se nos tiene debidamente en cuenta y se reconoce la existencia de un núcleo de profesionales
capacitados y con suficiente personería para el ejercicio de la Medicina Homeopática” (Semich, 1936a, p.
1).
94
Según reseña el editorial fue el Dr. Tomás Paschero, uno de los fundadores de la SMHA, quien en 1971
funda una nueva asociación: La Escuela Médica Homeopática Argentina (que luego llevaría su nombre),
de fuerte orientación psicoanalítica.

94
Este contacto fluido con otras instituciones se cristaliza a fines de 1936 en un artículo
sobre el “Estado actual de la Homeopatía en el mundo” que contiene descripciones y numerosas
fotografías de instituciones y publicaciones de más de treinta países, con especial detalle en las
de EE.UU., Inglaterra y Francia (Deveze, 1936). Dicha descripción es justificada por Jonás:

Como Buenos Aires es la única ciudad grande del mundo donde no existe un Hospital
Homeopático, damos a continuación una reseña general de las actividades homeopáticas que se
desarrollan en casi todos los países del mundo para demostrar la necesidad de crear una
Institución de ese género en la gran capital de la República Argentina (Jonás, 1936a, p. 307).

Por entonces también se reproduce un informe del congreso internacional realizado en


Agosto de 1936 en Glasgow (del que ya se habían publicado dos misivas durante el año), al que
no asiste ningún médico argentino y no se le otorga mayor importancia.

En 1937 se destaca el Congreso de la Liga Homeopática Internacional en Berlín,


“combinado con el Congreso de la Federación Central de Médicos Homeópatas de Alemania”
por lo cual sería “por su volumen uno de los más numerosos que se hayan llevado a cabo hasta
la fecha” (Jonás, 1937, p. 163), para el que se designa como representante al Dr. Francisco
Monzo (Jonás, 1937, p. 165). El representante argentino destaca que el congreso estuvo
patrocinado por “el gobierno del Reich”95 y que

[…] el frente de la Universidad [estaba] totalmente embanderado y la insignia del Congreso [se
cernía] sobre su pórtico, dando muestras inequívocas del adelanto científico del pueblo alemán, y
especialmente el de su cuerpo médico, que sabe investigar y estudiar, llegando a conclusiones
positivas, y no se enrola a priori en conceptos equivocados tan perniciosos para la humanidad
(Monzo, 1937, p. 289).

Monzo aprovechó la ocasión también para invitar al congreso a “algunos compatriotas


que se hallaban en Berlín como asistentes a uno de los cursos de la Academia Germano Ibero
Americana de Medicina” (Monzo, 1937, p. 298) quienes, según el cronista, se sorprendieron
ante el reconocimiento alemán de la homeopatía (Monzo, 1937, p. 289). Durante el evento,
además de renovar la vicepresidencia de la Liga para Argentina a Jonás, se decidió agregar a los
idiomas oficiales el español, “de modo que desde el próximo Congreso habrá intérprete para

95
Para dar muestras del apoyo oficial al congreso, Monzo señala también que asistió al congreso el “señor
Rodolfo Hess, representante del ‘Fuehrer’ y ministro del Reich”, el “Director General de Sanidad”, el
“Jefe del Cuerpo de Farmacéuticos del Reich” y “autoridades de la ciudad de Berlín”. También puede
observarse una fotografía del público asistente en el que se destaca una primera fila poblada de uniformes
militares con el brazalete de la svástica (Monzo, 1937, p. 297). Se destacan las palabras de Rodolfo Hess,
ministro del Reich, quien dice haber asumido “el patrocinio del Congreso […] con el propósito de
manifestar el interés que el Estado nacional-socialista tiene en todos los métodos terapéuticos terapéuticos
que contribuyan al mejoramiento de la salud del pueblo, invitando a la vez a todo el cuerpo médico a
examinar desapasionadamente los métodos rechazados y hasta hostilizados” (Monzo, 1937, p. 290).

95
este idioma, debiendo hacer por lo tanto el delegado argentino la comunicación en español”
(Monzo, 1937, p. 301).96

Así como Jonás hizo una escala en París en su viaje a Budapest, Monzo visitó la ciudad
de Río de Janeiro, donde estableció fuertes vínculos con el Instituto Hahnemanniano del Brasil,
conociendo además a las autoridades de la revista Voz Homeopática, la Facultad de Medicina
Homeopática y el Hospital Homeopático. Allí recibe reconocimiento como “parte integrante de
ese abnegado y altruista grupo de médicos, cuya capacidad científica y visión clínica conducirán
en el camino de la verdad a la medicina […] miembros de la SMHA, va, con inteligencia,
capacidad profesional y cultura científica, concurriendo a la franca prosperidad que señala a la
Homeopatía la República Argentina” (Monzo, 1937, p. 303).

A pesar de que se destaca la “importancia del congreso de la Liga Internacional en


Niza”, en 1938, apenas se dedican tres páginas a la reseña del mismo (Editorial, 1938d). En
dicha reseña pareciera que el congreso ha sido cooptado por la sociedad homeopática local y en
las resoluciones se espera que “trascienda las fronteras de Francia” y se supere a la “ortodoxia”,
sin que los médicos argentinos hagan algún comentario.

Si durante 1938 crece decididamente el intercambio epistolar con Brasil,97 ya en 1939, y


naturalmente en los años subsiguientes, no se hace referencia a congresos europeos, con lo cual
empieza a tomar mayor importancia los lazos con las sociedades americanas. Es así que se logra
un importante contacto con el congreso panamericano (Gacetilla, 1939), con médicos de México
y EE.UU. que redundará en un apoyo importante reseñado en el próximo capítulo.

Finalmente, no obstante, para abonar la idea general de este apartado acerca del valor de
los lazos internacionales en la constitución, legitimación y ampliación del grupo local, vale citar
las palabras de Jonás quien pide que “los homeópatas sudamericanos nos hagamos presentes” en
el Congreso Médico Homeopático Panamericano de 1940:

[…] los médicos homeópatas en todas partes permanecen separados, no tienen una unidad
conjunta que los haga formar grupos numerosos, que sería la única forma de propender a la
expansión de la Homeopatía dentro de la clase intelectual.
[…] los congresos reúnen muchos médicos homeópatas y ese trato con los compañeros de otros
países educa los sentimientos, pone activos los cerebros y los hace más abiertos en la
comprensión de estas cuestiones.

96
A pesar de la admiración por el régimen nazi de parte de la sociedad porteña de aquellos años, el
alemán no era un idioma comúnmente manejado. En el último número de Homeopatía de 1937 se publica
un resumen de las comunicaciones al congreso de Berlín con la siguiente aclaración: “estas
comunicaciones han sido traducidas del alemán al francés, y luego trasladadas al español” (SMHA,
1937b, p. 378).
97
Véase capítulo siguiente.

96
El progreso de las Sociedad Científicas suele deberse, en la práctica, a la labor de unos pocos que
son los que en realidad trabajan. Hay que conseguir por todos los medios una mayor
colaboración de los demás, a objeto de que no se pierdan energías que pueden ser útiles.
Debemos admirar a los que trabajan y animarlos con nuestra solidaridad para que triunfen,
mirando siempre con entusiasmo su labor. (Jonás, 1940, p. 123-124).

97
CAPÍTULO 5. LA PELEA CON EL “VIEJO ROL”

En el capítulo precedente se mostró la manera en la que un “nuevo rol” homeópata se


iba constituyendo como tal, definiéndose, es decir, marcando los límites con respecto al otro rol
(el alópata, oficial), buscando identidades en el pasado y en el exterior, presentándose ante la
sociedad como legítimamente válido. Ahora bien, como se ha visto, el sólo acto de marcar el
límite entre una terapéutica y la otra, implicaba diferenciarse de una identidad a la que también
se caracterizaba o caricaturizaba, imponiéndole definiciones entre lo imaginario y lo “real”.

Sólo esta acción implicaba una disrupción, un enfrentamiento: desde una posición
marginal (y subordinada) se empezaba a configurar un contexto pleno de conflictividades para
la profesión médica (durante el cual se percibían cuestionamientos sociales). En ese marco, un
grupo de médicos expresa que el sistema de curación que sostiene el Estado no sólo no es
efectivo, sino que es producto de una lógica absurda y se traduce en una práctica nociva para los
pacientes.

Este apartado constituye una revisión de los enfrentamientos en los cuales se hace
presente la intervención más o menos directa de los defensores del “viejo rol”, la medicina
oficial, tan frecuentemente representados por los autores y editores de Homeopatía en función
de la construcción social y legitimación de su disciplina. Curiosamente, no sólo son
representantes médicos sino también de otra disciplina aledaña: los farmacéuticos del
Departamento de Higiene, en defensa de la medicina alopática u oficial.

En función de facilitar la lectura, se presentan a continuación, somera y


cronológicamente, cuatro episodios de enfrentamiento directo (entre la SMHA y representantes
de la alopatía) el último de los cuales deriva en la obtención de reconocimiento jurídico por
parte de la institución homeopática. En tres de ellos, los conflictos locales (por la expulsión de
un médico homeópata de la UNLP, la prohibición de venta de medicamentos homeopáticos y el
pedido de reconocimiento jurídico para la Sociedad), aparece constantemente la cuestión de la
delimitación de un nuevo rol médico o de configuración institucional, entramando lo que sería
una disputa con una cuestión más amplia de controversia cognitiva. El caso restante, la
discusión con un Decano de una Universidad francesa, está más ligado a la cuestión cognitiva.

Posteriormente, se utilizan dos ejes para analizar con mayor detalle los argumentos
esgrimidos en estos enfrentamientos: primero, la estructurante dicotomía entre moderno y
arcaico y, en segundo lugar, los argumentos de validez y cientificidad (carácter científico de las

98
terapéuticas) como delimitación de lo válido. Si bien aparecen imbricados, difusos y ambiguos
la separación de los ejes permite, en el caso de la dicotomía entre lo moderno y lo arcaico
encontrar mayores marcas de época, más allá de una base estructurada de razonamientos, y en
cambio, en el caso de la discusión sobre lo válido y lo científico, una estructura que bien puede
identificarse con los argumentos actuales que han sido señalados en el capítulo Homeopatía de
este trabajo.

Los conflictos

Primer conflicto: expulsión de un médico de la Facultad de Medicina de la UNLP

En este conflicto interviene Ernesto González Ávila, un médico profesor de la Facultad


de Ciencias Médicas de la Universidad de La Plata (que en forma particular ejerce la
homeopatía), el Consejo Académico de dicha universidad (consejeros médicos y delegados
estudiantiles) y la Sociedad Médica Homeopática Argentina (el presidente Godofredo Jonás y el
secretario Rodolfo Semich). A raíz de que González Ávila publica un aviso promocionándose
como médico homeópata, el Consejo Académico decide suspenderlo, lo cual provoca las
protestas airadas tanto del médico como de la SMHA.

En el segundo número de Homeopatía de 1935, aparece una nota titulada “Los primeros
conflictos” en la que Rodolfo Semich explica que “La SMHA intervino en el conflicto
planteado en la Facultad de Ciencias Médicas de La Plata […] porque lo juzgó su deber”
(Semich, 1935b, p. 33), ante la suspensión de un profesor por promocionar la atención
homeopática en su consultorio privado, en diciembre de 1934. En dicho número se adjunta,
además, una copia del acta de la sesión en la que se pide la destitución del Profesor Ernesto
González Ávila, una nota de éste al Decano y otra de la SMHA al Consejo Académico reunido
en dicha sesión. Además, se publica un discurso que pronunciara el presidente de la Sociedad,
Godofredo Jonás, en un acto de “homenaje y desagravio” organizado por la institución
homeopática en el Alvear Palace Hotel el 23 de febrero.

Según consta en el acta del Consejo Académico,98 a instancias del “Delegado


Estudiantil”, Enrique Benedetti, se lee un aviso publicado en “los diarios locales” en los que
González Ávila es promocionado como “Médico Homeópata” y “Profesor libre de la Facultad
de Medicina”. Para Benedetti, “un profesional que emplee métodos curativos reñidos con las

98
Del diecinueve de diciembre de 1934. Copia del acta de la VIIIª Sesión del C. Académico de la
Facultad de Ciencias Médicas de La Plata, 19 de diciembre de 1934, en Homeopatía, año II, nº 2, p. 35-
36.

99
enseñanzas que se vierten en la Facultad, no puede seguir siendo profesor de la misma” y aún
más, “mociona para que se solicite del Ministerio de Guerra las razones por las cuales el doctor
González Ávila fue separado de su puesto de Médico del ejército nacional”.99

Dos Consejeros médicos, Diego Argüello y Francisco Rophille, apoyan la moción y éste
último cree que “lo que corresponde es la suspensión [de González Ávila] hasta tanto una
Comisión nombrada por el señor Decano estudie el asunto, y que en caso de comprobarse la
falta denunciada debe aplicar sanción al citado profesor”. En cambio, el Dr. Antonio
Montenegro cree conveniente que “se establezca con toda exactitud, si el aviso fue o no
publicado por el doctor González Ávila”. Finalmente, se vota por unanimidad la moción de
Rophille y se otorga la autorización pedida por el Decano Héctor Dasso a “suspender al doctor
González Ávila en sus funciones” y a designar (considerando la opinión de Montenegro) una
“comisión que investigue los cargos formulados por la Delegación Estudiantil”. Los
representantes estudiantiles “piden que se haga constar su aplauso por la resolución”.100

En una nota al Consejo Académico, 101 González Ávila expresa su “extrañeza por no
haber sido citado a integrar la mesa de examen de Clínica Otorrinolaringológica” y que ante la
presentación por Mesa de Entradas de dicha “extrañeza” había sido comunicado
“telefónicamente, de parte del señor Decano, por un empleado de Secretaría, que dicha citación
no había tenido lugar en virtud de que, por resolución del Consejo Académico, había sido
suspendido” (González Ávila, 1935a, p. 36-37). Incluso habiendo sido noticia del diario “El
Día” el tres de enero, el profesor no había recibido “hasta el presente, una comunicación oficial
por escrito, como es correcto y de práctica” (González Ávila, 1935a, p. 37) sobre la resolución.

Según él mismo narra, “llevado por la explicable curiosidad de conocer los motivos de
tan extraña resolución” tuvo que asistir a la Secretaría para leer el acta de la Asamblea. A partir
de lo cual establece comentarios sobre la misma: “las razones aducidas por el delegado
estudiantil carecen de valor lógico, cosa explicable en un alumno […] y debo ser tolerante. Pero

99
Copia del acta de la VIIIª Sesión del C. Académico de la Facultad de Ciencias Médicas de La Plata, 19
de diciembre de 1934, en Homeopatía, año II, nº 2, pp. 35-36.
100
Copia del acta de la VIIIª Sesión del C. Académico de la Facultad de Ciencias Médicas de La Plata, 19
de diciembre de 1934, en Homeopatía, año II, nº 2, p. 36.
Lo cierto es que el problema de la propaganda médica no era menor en aquella época, tal es así que “en
1936 la dirección del Departamento Nacional de Higiene dicta una resolución por la cual encarga a la
Sección Ejercicio de la Medicina y Profesiones Conexas, la fiscalización de la propaganda profesional”
(Belmartino y otros, 1988, p. 109). Sin especificar la entidad, Belmartino sostiene que el reglamento de la
Facultad de Medicina es claro respecto a la propaganda y que “estaba vedado a los docentes el anuncio de
tratamientos ‘especiales, radicales o infalibles’. El incumplimiento de dicha disposición era causa
suficiente para que el Consejo decidiera la exoneración del culpable (art. 163)” (Belmartino, 1988, p.
109).
101
Sin fechar, pero presumiblemente de finales de enero o principios de febrero de 1935.

100
tal tolerancia no puede ser extendida hacia quienes deben tener mayor responsabilidad
intelectual y científica” (González Ávila, 1935a, p. 37). Confirmando las pocas expectativas de
ser reincorporado a la Facultad, concluye que todo esto es un “triste espectáculo” para el que
“será inútil toda tentativa ulterior de rectificación”. Se declara homeópata “a mucha honra” a fin
de “evitar un trabajo a la Comisión que intervenga, por cuanto no tiene nada que averiguar
acerca del aviso que, como profesional, tengo derecho a insertar en los diarios” sugiriendo que,
“antes de emitir opinión” se dirijan a la “Sociedad Médica Homeopática Argentina” (González
Ávila, 1935a, p. 39).

En la breve nota que Jonás y Semich, en carácter de presidente y secretario de la


Sociedad, respectivamente, envían al Decano, Dr. Héctor Dasso, establecen una lucha de
unanimidades… Si la Asamblea del consejo se decidió por tal mayoría, lo mismo ocurrió en la
“sesión plenaria” del quince de febrero de 1935 en la SMHA, en la que también por
“unanimidad” resolvieron: “elevar una protesta al Consejo Directivo”, “manifestar su extrañeza
por el desconocimiento absoluto […] respecto de la Homeopatía”, y “solidarizarse” con el
profesor suspendido (Semich y Jonás, 1935, p. 40). Además, se organizó una “fiesta en
homenaje y desagravio” para González Ávila el veintitrés de febrero de 1935, donde Jonás hace
un llamamiento a la “resistencia” de los homeópatas, basándose en la tradición homeopática de
“lucha” y en la unión en torno a la SMHA, así, los amigos que cada médico pierda entre los
“alópatas” los ganará entre los homeópatas con “amistad y compañerismo verdadero”.

La polémica por la suspensión de González Ávila es leída por el médico catalán


Augusto Vinyals que envía una nota de apoyo y felicitación por Homeopatía, y da aviso a la
presidencia de la Liga Homeopática Internacional, cuyo presidente, a su vez, felicita al
presidente de la SMHA, Godofredo Jonás, por la defensa y exhorta a que le envíen noticias
“sobre el progreso y el desarrollo de la Homeopatía en Argentina” (Editorial, 1935, p. 153).

La discusión con Mauriac

En abril de 1936, Rodolfo Semich inicia una discusión con el Decano de la Facultad de
Medicina de Burdeos, Dr. Pierre Mauriac, autor de una Crítica general de la Homeopatía,
artículo aparecido en Le Monde Medical en enero de ése mismo año. Utilizando términos
descalificadores (lo acusa de “múltiples errores de concepto”, y de “confesar dolorosamente sus
fracasos”), Semich se encarga de poner de relieve algunos comentarios de Mauriac y dar
respuesta a cada uno de ellos (Semich, 1936b), todos ellos en torno a aclarar cuestiones
cognitivas de la homeopatía.

101
De un orden menor que el resto de los conflictos de este capítulo, el hecho de que
Mauriac haya leído y contestado el artículo de Semich, además del carácter específicamente
cognitivo de la discusión, permite obtener ciertas consideraciones relevantes. En efecto, la
respuesta del Decano de Burdeos llega en forma de breve misiva manuscrita, en junio de 1936,
dirigida al presidente de la SMHA, Godofredo Jonás:

No tengo la intención de responder al señor Semich, porque la discusión científica supone


por lo menos el respeto de los textos.
Puede, como pretende el señor Semich, que cometa errores, pero jamás falsifiqué un texto.
Quiero creer que el señor Semich puede decir lo mismo sobre eso; le queda entonces aclarar
en su periódico que pone bajo mi pluma una frase que jamás escribí.
"Siendo muy pobre su materia médica..."102 Yo había escrito: "Siendo muy pobre su
103
materia experimental..." No es lo mismo: la materia médica, en francés, no es materia
experimental... en español tampoco.
Espero la rectificación y los saludo distinguidamente (Mauriac, 1936, p. 249, original
104
publicado en francés, traducción propia).

La respuesta de Semich no se hace esperar: lo primero que hace es aclarar que obtiene
de la “edición española” de “Le Monde Medical” (indicando página y número de línea) la frase
“siendo muy pobre su materia médica”. Lejos de plantearse si la traducción de la edición
española es o no fiel a la intención del Decano de Burdeos (sobre todo considerando que
Mauriac lo había intentado aclarar) la vuelve a utilizar para afirmar que “queda así demostrado
categóricamente, mediante aporte de pruebas fehacientes, que la cita que hice de los términos
por él empleados es exacta y literal” (Semich, 1936d, p. 251). Menciona, asimismo
“escapatorias muy usadas en casos análogos”, como “errores de imprenta” o “inculpar a la
traducción de tergiversar conceptos”, por lo cual adjunta una copia de la carta manuscrita de
Mauriac. No obstante, también le parece que “lo que su nota quiere corregir empeora la cosa”:
“se escriba en francés, español, alemán o inglés, la materia médica homeopática es
experimental. Uno de los méritos más admirables de la Homeopatía es que los medicamentos
usados fueron experimentados concienzudamente” (Semich, 1936d, p. 252, destacado del
original).

Semich resalta que “Hahnemann inauguró esta admirable técnica y para que no fuera
ignorado el criterio que lo había inspirado dejó impresa una serie de obras que merecen ser
veneradas, entre otras ‘El Organon’, que constituye un magnífico tratado de medicina
experimental”. Posteriormente, cita varios “parágrafos” de la obra “en francés, porque así los
entenderá mejor”, en los que se resalta la experimentación en el hombre sano y cómo se
construye a partir de allí la materia médica (Semich, 1936d, p. 253).

102
En español, en el original.
103
“Souffrant de leur indigence en matiére expérimentale”.
104
En la página siguiente se reproduce un “facsímil” de la breve nota con membrete de Mauriac
(Homeopatía, año 3, nº 8, p. 250).

102
Semich finaliza el castigo a Mauriac, a quien califica de ignorante, indicando que estas
apreciaciones las hace a partir del manuscrito que “apagará, seguramente, cualquier deseo de
rectificación” y le “servirá de advertencia al señor Profesor Mauriac para no reincidir” (Semich,
1936d, p. 254).

La pelea por el reconocimiento jurídico

En el conflicto que se alude a continuación intervienen, además de la SMHA, la


Academia Nacional de Medicina105 y el Ministerio de Instrucción Pública, con su organismo
dependiente, el Departamento Nacional de Higiene106 (a su vez con la intervención de la
Inspección General de Farmacias). La disputa por el reconocimiento jurídico de la Sociedad, se
inicia el 27 de octubre de 1936, cuando los doctores Godofredo Jonás (presidente) y Semich
(secretario) iniciaron el trámite con una presentación formal ante la Inspección Nacional de
Justicia (Ministerio de Instrucción Pública). Unos meses antes, en la conmemoración del
natalicio de Hahnemann, aparecen algunos comentarios que dan una idea de por qué emprenden
esta misión:

En nuestro país, como en todas las naciones latinas, sólo el aproximarse a las situaciones
oficiales, al Estado, da consideración y autoridad.
Aquí tenemos médicos, abogados y maestros oficiales; las artes y las letras son consagradas
solamente cuando el Estado los distingue y recompensa con premios; pero todo lo que el
Estado no toma en cuenta ya no tiene ningún valor y quien siente o habla fuera de la tutela
del Estado y en contra de las Academias que se dicen científicas, comete una herejía y debe
ser despreciado.
[…] mientras la libertad de enseñanza sea un mito o una hipocresía hábilmente
enmascarada, tendremos que luchar mucho, y por largo tiempo vernos en inferioridad de
condiciones, ya que el gran público no ve con beneplácito nada más que lo que el Estado
protege.

105
Luego de una efímera vida entre 1822 y 1824, la Academia Nacional de Medicina fue refundada
“recién durante el gobierno del general Manuel Pinto y su ministro Valentín Alsina que por decreto del 29
de octubre de 1852 [divide al cuerpo médico] en tres secciones a saber: Facultad de Medicina, Consejo de
Higiene Pública, Academia de Medicina”. Siendo “su objeto en general […] el adelantamiento de la
medicina y de sus ciencias auxiliares” y quedando inicialmente compuesta por “todos los facultativos que
compongan hoy la Facultad y el Consejo de Higiene”. En el último cuarto de siglo, “La Academia cesa en
sus funciones directivas, aunque permanece, desde 1908, anexada a la Facultad de Medicina como ente
asesor de la misma, hasta 1925” a partir de allí hasta 1952 pasa por un período de autonomía en el que se
“separa de la Universidad a las Academias y procede a organizarlas como entidades autónomas”
(Quiroga, 1972, sin foliar).
106
En 1852 se crea el “Consejo de Higiene” a nivel bonaerense. Ya en diciembre de 1880, con la creación
del Departamento Nacional de Higiene, “Argentina se convierte en el primer país de Latinoamérica que
organiza burocráticamente una unidad estatal para tratar asuntos de salud. Sus objetivos eran:
organización del cuerpo médico de las fuerzas armadas, elaboración y aplicación de medidas sanitarias y
profilácticas generales y específicas contra enfermedades a nivel nacional, control del ejercicio de la
medicina y farmacia, inspección de la vacunación, de la industria y mejoramiento de la higiene pública de
la Capital Federal” (Estébanez, 1996, p. 431).

103
Los intereses creados alrededor de lo que se llama “Ciencia Médica oficial”, aunque esto
parezca una mentira, mantienen a la Medicina en un estado como jamás se ha visto desde
que el mundo tiene historia (Editorial, 1936, p. 118).

Según estas palabras, pronunciadas por Jonás tras un “banquete” entre médicos
homeópatas, existe una “frontera mágica” entre lo que es protegido por el Estado y lo que
permanece fuera. Siguiendo este razonamiento, no sólo se premia a lo que ya posee una
legitimidad legal, sino que se segrega socialmente y se persigue a lo que está por fuera, lo cual
afecta al “gran público” que no es otra cosa que potenciales clientes.

El Ministro de Justicia e Instrucción Pública, Dr. Jorge de la Torre,107 para poder


expedirse sobre el pedido de la SMHA, pidió “opinión” al Departamento Nacional de Higiene.
Este emitió un dictamen (el siete de junio de 1937) basado en un informe de la dependencia de
Inspección General de Farmacias. El dictamen “aconseja no acceder a lo solicitado” (Informe
del Departamento Nacional de Higiene, 1937, p. 273) por las autoridades de la Sociedad
Homeopática.

Los argumentos son variados y, someramente, van desde que la homeopatía “no se
enseña en las facultades” (p. 266), tiene un trasfondo “místico” ya que “opera cambios
invisibles” y se basa en una “potencia morbífica natural” (p. 266), alude a que las curaciones
que se le atribuyen forman parte de “fenómenos naturales de la enfermedad” (p. 267), “los
medicamentos no están aprobados” por la farmacopea argentina (p. 268), si se autoriza esto
resultará difícil “desautorizar al curanderismo” (p. 269), la SMHA promovería “la instalación
conjunta de dispensarios y farmacias” con claros “fines comerciales” y sumado a la
“predisposición de los enfermos a curarse por fuera de lo científico” (Informe del Departamento
Nacional de Higiene, 1937, p. 273).

En resumen, el Departamento Nacional de Higiene se basa en un informe de su


dependencia de “Inspección General de Farmacias” para aconsejar “no acceder” al
reconocimiento jurídico de la SMHA, a partir de la puesta en duda de la eficacia del
medicamento homeopático y la denuncia de “falta de pruebas científicas”, con el consiguiente
“gran peligro, en que enfermos portadores de cuadros clínicos perfectamente curables, pierdan
tiempo en ensayos de medicaciones y dosis que no son las oficialmente enseñadas y
aconsejadas” (Informe del Departamento Nacional de Higiene, 1937, pp. 272-273). Es decir, lo
que pudiera ser un informe más bien técnico, alude a cuestiones de relación médico-paciente,
proliferación del curanderismo y aceptación de la homeopatía en círculos médicos.

107
Este Ministro fue cuestionado por entonces por firmar un decreto de normativa educativo institucional
con inspiraciones filofascistas y contra la militancia política de grupos estudiantiles, en el contexto de un
gobierno conservador y autoritario, que conllevó la expulsión de alumnos de varios centros de enseñanza.

104
En septiembre de 1937, tres meses después de que el Consejo emitiera su dictamen,
Semich y Jonás presentan una respuesta nuevamente ante el Ministro de Justicia e Instrucción
Pública. En ella, parten de excusar la larga extensión debido al “ataque desconsiderado e injusto
que el Departamento Nacional de Higiene lleva contra la homeopatía, a la que desconoce su
carácter científico” (Jonás y Semich, 1937, p. 274).

Punto por punto, cuestionan los argumentos del Departamento: consideran a la Facultad
de Medicina “exclusivista” (p. 274), critican que se pida opinión a la dirección de Farmacia y
afirman que la farmacopea argentina está “atrasada” (p. 275), y hacen una extensa explicación
sobre de qué manera funciona la ley de la similitud y de los infinitesimales (aún en la alopatía) y
hacen un extenso racconto de los lugares donde la homeopatía es reconocida (Jonás y Semich,
1937, p. 274).

Afirman, además, que habían “invitado al presidente del Departamento Nacional de


Higiene en varias oportunidades” para demostrar su forma de atención, que “cuentan con varios
miles de historias clínicas” con “curaciones exitosas”, que “la creación de centros de atención”
no es con “fines de lucro”, sino para “contribuir al estudio, progreso y difusión de la
homeopatía”, tendiendo a beneficiar a la “clase pobre”, que “no existe propósito alguno de crear
farmacias y consultorios con fines comerciales”, a pesar de lo cual están “dispuestos a
considerar cualquier sugestión o indicación por parte del Gobierno sobre reforma de los
Estatutos proyectados” (Jonás y Semich, 1937, pp. 288-290).108

Los médicos homeópatas no recibirían mayor respuesta hasta un año después de que
enviaran la misiva, luego del cambio de cúpula del Poder Ejecutivo, con el nuevo Ministro de
Justicia e Instrucción Pública, Dr. Jorge E. Coll,109 quien recibe a los homeópatas y pide nuevos
informes (atendiendo a las objeciones del Departamento de Higiene) a la Academia de Medicina
y a las embajadas argentinas en EE.UU. y Alemania (Coll, 1938).

Las embajadas remiten informes favorables a la Homeopatía (Informe de la Embajada


Argentina en Washington, febrero de 1939; Informe del Ministerio de Relaciones de Alemania a
la Embajada Argentina, marzo de 1939), ya que indican formación y atención legal en Estados

108
Como anexo dicen anexar informes de la legislación en varios países (Alemania, Italia, Francia,
Inglaterra, EE.UU., México, Brasil, Chile, China e India).
109
Jorge Eduardo Coll, conocido por redactar una reforma al Código Penal en 1937, por acciones
ejecutivas como financiar lo que luego sería la Feria del Libro y conseguir la aprobación en el Congreso
de un millonario presupuesto para la construcción de una sede para la Facultad de Ingeniería, en cinco
minutos, casi a las seis de la madrugada, en medio de acaloradas protestas (ver Huertas, 2005).

105
Unidos y Alemania, así como legislación específica para los fármacos en este último. Por su
parte, la Academia Nacional de Medicina (el seis de junio de 1939) emite un dictamen en el que
no la considera “científica”, que sus escuelas en otras partes del mundo “existen” –“aunque
cada vez menos numerosas”–, y que “esta Academia piensa que a los médicos diplomados en
Universidades nacionales no puede prohibírseles su aplicación” (Informe de la Academia de
Medicina, 1939, p. 293).110

Con el aval de la Academia y los informes favorables de las embajadas de EE.UU. y


Alemania, el camino parecía despejado. Sin embargo, poco después de que la Academia se
expidiera el Departamento Nacional de Higiene intentó una última jugada: prohibir la venta de
medicamentos homeopáticos.

La prohibición de los fármacos homeopáticos y la obtención de la personería jurídica

El Departamento Nacional de Higiene emitió a mediados de 1939 un “dictamen en


contra de la venta de productos homeopáticos” (Semich, 1939, p. 217, La Prensa, 7 de agosto de
1939). Ante tal acción, los médicos de la SMHA despliegan por primera vez diversos recursos
mediáticos y a su vez apelan a la colaboración de entidades homólogas de otros países y
continentales, consiguiendo que se movilicen a través de cartas al presidente de la Nación,
Roberto Ortiz y en medios de comunicación de sus países.

Luego de destacar lo “arbitrario” de la medida, Semich pone de relieve lo curioso que


resulta que el Dr. Jacobo Spangemberg111 firmara el dictamen del Departamento Nacional de
Higiene (en calidad de presidente) prohibiendo la venta de medicamentos, cuando días atrás,
como miembro de la Academia de Medicina, había firmado el pronunciamiento citado
anteriormente que abría una posibilidad de reconocimiento legal a la terapéutica homeopática.

Ahora bien, si el fallo de la Academia apunta al reconocimiento de una forma de


atención médica, la jugada del Departamento Nacional de Higiene lo hace respecto a la venta de
fármacos, dos actividades relacionadas estrechamente en la práctica pero con marcos diferentes.
Los fallos de las instituciones firmantes podrían estar representando dos grupos corporativos
distintos: farmacia y medicina. Es así que

110
El visto bueno de la Academia Nacional de Medicina fue firmado por los doctores Alberto Peralta
Ramos, Gregorio Aráoz Alfaro, Rafael A. Bullrich, Mariano R. Castex, Jacobo Spangemberg y Carlos
Bonorino Udaondo.
111
El Dr. Spangemberg había presidido la Asociación Médica Argentina entre 1928 y 1930, era un
reconocido médico que ejercía la docencia y la clínica médica en numerosos hospitales, miembro de la
Academia de Medicina, que asumió la presidencia del Departamento Nacional de Higiene en 1934. Su
labor en esta institución estuvo ligada principalmente al combate de la fiebre amarilla en zonas limítrofes.

106
Después de haber soportado durante varias décadas las acusaciones de ejercicio ilegal y las
pretensiones de control de su actividad formuladas por los médicos, hacia 1932 los
farmacéuticos parecen tomar la iniciativa […] Se solicita la creación de la División
Farmacia en el Departamento Nacional de Higiene, “integrada única y exclusivamente por
farmacéuticos (…) concluyendo así, de una vez por todas, la injusta e irritante tutela que
ejercen actualmente médicos sin noción alguna de lo que es y significa la profesión
112
farmacéutica” (Belmartino y otros, 1988, p. 47).

Por un lado, el informe de la Academia de Medicina resalta que “el valor de científico
de la Homeopatía” es “muy discutido” y “hasta ahora, no aceptado por esta Institución”, además
de considerar que sus representantes son “cada vez menos numerosos” (Informe de la Academia
de Medicina, 1939, p. 293) lo cual concuerda con las ideas de la Inspección General de
Farmacias. La diferencia puede estar en el hincapié que han hecho en su momento Jonás y
Semich sobre la idea de que un farmacéutico parece inmiscuirse en cuestiones de terapéutica
médica. Lo que resulta indudable es que la prohibición que pretende el Departamento se realiza
dos meses después del Informe de la Academia de Medicina, como una forma de respuesta
táctica a esa suerte de “visto bueno” a la legalización de la homeopatía.

Es de destacar, además, que en la época había “descontento ante la inoperancia de los


organismos estatales encargados de la supervisión de las actividades relacionadas con las
condiciones de salud de la población” (Belmartino y otros, 1988, p. 111). Además, “las
apelaciones a la intervención estatal y las denuncias de casos concretos de violación de las
ordenanzas del Departamento Nacional de Higiene tuvieron escaso éxito” por lo que, ante lo
que parecía un organismo obsoleto, se comienzan a crear “Consejos Deontológicos” lo cual
muestra una brecha entre los médicos y el DNH, pero cuya “instalación generalizada requirió
todavía muchos años de demandas insatisfechas” (Belmartino y otros, 1988, p. 116).

El primer indicio de la prohibición que intenta establecer el Estado aparece en un aviso


del número de junio de Homeopatía (que salía al menos a mes vencido) en el que la “Farmacia
Central Homeopática” anunciaba:

A NUESTRA CLIENTELA
Nos complacemos en comunicarles que las dificultades derivadas de las actuales
circunstancias, no influirán en el desenvolvimiento de nuestras actividades, manteniendo
los mismos precios, para nuestros preparados homeopáticos (Aviso, 1939, p. 215).

Un par de meses después, la SMHA se encarga de publicar un número exclusivo de


Homeopatía para explicar que el Departamento de Higiene busca normas en desuso,
sancionadas “décadas atrás” al sólo efecto de interponer un recurso legal que poco tiene que ver

112
La Nación, 3 de enero de 1932, p. 12, citado por Belmartino y otros (1988, p. 47).

107
con un “debate científico” y, sobre todo, para poner de relieve el apoyo internacional que
lograron recabar luego de difundir la maniobra del Departamento.

Además de este número que corresponde a dos meses (julio y agosto), se movilizan
publicando una solicitada en La prensa el 2 de agosto de 1939, que logra gran repercusión en
ése y otros periódicos. La opinión del Departamento Nacional de Higiene es tomada por
publicaciones de distinto extracto ideológico como “arbitraria” (diario Nueva Palabra, 2 de
agosto de 1939) y “burocrática” (diario Bandera Argentina, 3 de agosto de 1939). La Razón
también se hace eco de la noticia y La Prensa entrevista el siete de agosto a Jonás y Semich y al
día siguiente publican también un editorial. Los argumentos a favor de la homeopatía, que
reproducen los diarios, son aquellos que los homeópatas se han encargado de utilizar en
Homeopatía en sus siete años de historia: la difusión en países centrales, la eficacia clínica y los
puntos flojos de la práctica “oficial”.

Si puede parecer significativa la promoción de los homeópatas en la prensa nacional, es


aún más sorprendente lo que ocurrió en Río de Janeiro. Aún antes de que la SMHA publicara la
solicitada en La Prensa, el Instituto Hahnemanniano y la Escuela Hahnemanniana de Río de
Janeiro difundió en los diarios O Globo y Da Noite la noticia y se reunió el dos de agosto para
tratar el caso argentino, cuestión que también fue difundida y en primera plana, como consta en
las “copias fotográficas” publicadas por Homeopatía (año VI, nº 7-8, pp. 264-265). Se destaca
un titular del Diario Da Noite (29-07-1939) que reza “Agora, a guerra á homeopathia!” sobre el
epígrafe “A saude publica da Argentina prohibiu a venda da homeopathia. A allopathia cada vez
mais penetra nos dominios da homeopathia!” y en O Globo (31-09-1939) “O combate á
homeopathia na Argentina causa sensaçao no Rio. Repercutiram vivamente nos meios medicos
e sociaes desta Capital as medidas tomadas pela Saude Publica do paiz irmao”.

Tal vez semejante muestra de poder de movilización mediática logró a su vez motivar a
los médicos porteños a promover una acción similar, la duda es acerca de cuáles eran los
tiempos de comunicación de la época. Por lo que se sabe, luego de reunirse en el Instituto
Hahenmanniano, los médicos homeópatas cariocas decidieron enviar un “telegrama” a los
argentinos (Solidaridad de los médicos y de la prensa del Brasil, 1939, pp. 266-267), Julio César
Mazuera Ayala, presidente de la Liga Homeopática Vallecaucana, de Colombia, habla de
“cables llegados de Buenos Aires” y W. Guild, presidente del Pan American Homeopathic
Congreso envía su misiva a la SMHA “por correo aéreo para que la reciba cuanto antes” (Guild,
1939, p. 230).

108
Además de servir a la idea de cierta inmediatez en las comunicaciones de la época, pero
también la repercusión que tuvo en dichas instituciones la situación de la homeopatía argentina.
El representante colombiano envío una extensa carta (Mazuera Ayala, 1939) al presidente Ortiz
en el que expresa su preocupación por la situación planteada y comenta los principios de la
homeopatía y la extensión mundial de sus seguidores, adjudicando un lugar importante a la
SMHA.

Luis Salinas Ramos, homeópata mexicano representante del Pan American


Homeopathic Medical Congress para los países hispanoamericanos, hace lo mismo en una
misiva más breve pero más contundente: reconoce en Argentina “uno de los países más cultos
del mundo científico” con lo cual “es lógico suponer que se conoce el desenvolvimiento de la
Homeopatía en el mundo civilizado” (Salinas Ramos, 1939, p. 224), representada en el país por
la SMHA “instituida por médicos homeópatas de prestigio” por lo cual solicita se les de
“personería jurídica y de esta forma se ponga un dique a la verdadera charlatanería que trate de
escudarse en la homeopatía” (Salinas Ramos, 1939, p. 225) y “nombre una Delegación
integrada por Médicos Homeópatas, que representen oficialmente a la República Argentina en
nuestra próxima reunión” (Salinas Ramos, 1939, p. 226).

La tercera carta que recibe Ortiz, es del máximo exponente del Congreso Panamericano,
W. Guild, quien se muestra “grandemente sorprendido por el informe de que ciertas
prohibiciones y excesivas limitaciones habían sido oficialmente efectuadas por una Repartición
de su Gobierno sobre la práctica de los médicos homeópatas” (Guild, 1939b, p. 356). Hace un
informe de la situación de la homeopatía con especial hincapié en Estados Unidos, nombrando
presidentes atendidos con esa terapéutica (Hoover, Harding y Coolidge) y médicos del “alto
mando” del ejército que la ejercen, así como hace mención a normas que regulan y permiten tal
ejercicio. Por último, expresa que “le agradaría mantener correspondencia oficial o personal con
el Señor Presidente […] u otros funcionarios […] referente a esta cuestión, la cual es
verdaderamente de gran importancia para el ejercicio de una profesión liberal en su país y el
bienestar de su pueblo” (Guild, 1939b, p. 359).

Guild también envía una carta de apoyo al presidente de la SMHA, Godofredo Jonás,
aclarando que conocía la misiva enviada por Salinas Ramos al presidente Ortiz y que “se hará
todo lo posible para influir sobre los funcionarios de su Gobierno contra las calumnias y falsas
representaciones de aquellos que tratan de menospreciar la Homeopatía” al tiempo que invita
envíen un delegado “por avión si fuera necesario” para “presentar todos los aspectos de la
situación” y para llevarse “munición para la lucha, reclamando para la Homeopatía y los

109
médicos homeópatas el ejercicio de sus derechos legítimos en la Argentina” (Guild, 1939a, p.
230).

La SMHA no consiguió enviar un representante, pero los resultados de la X Convención


del Congreso Panamericano, indican que la SMHA logró que una moción de Jonás (enviada por
correo) se apruebe (que “los trabajos de la próxima reunión se publiquen en Inglés y Español”
Salinas Ramos 1939b, p. 351) y que se solicite a John T. Lloyd Laboratories, Inc. se le envíe a
Jonás, en carácter de vicepresidente del Congreso Panamericano en Argentina, una “colección
completa de fotografías de sus laboratorios, así como propaganda de los medicamentos
elaborados en los mismos” con el fin de “defender los intereses generales de la Homeopatía en
nuestro Continente Americano” (Salinas Ramos 1939b, p. 355).

Movilización de la prensa, recortes de periódicos extranjeros, opiniones autorizadas (y


no tanto), anécdotas de celebridades, fotos de laboratorios, hospitales y monumentos, folletos,
menciones difusas a normativas, alusiones a textos centenarios, citas (o comentarios sin citar) a
textos con “pruebas” (sin desarrollo exhaustivo de las mismas), informes de embajadas en dos
países centrales (Alemania y Estados Unidos), aluviones de cartas… Todo un arsenal contra la
reacción, relativamente tibia, del Departamento Nacional de Higiene y la displicencia de la
Academia Nacional de Medicina.

Según informa en una nota al Ministro de Instrucción Pública el 29 de diciembre de


1939, la Inspección General de Justicia “ante la contradicción de los diversos informes
acumulados”113 resolvió realizar “una visita de inspección en la Asociación114 destinada a
constatar las condiciones de funcionamiento de la misma y establecer así, si sus finalidades
encuadraban dentro del concepto de bien común” (Nota de la Inspección General de Justicia,
1939, p. 294).

Como “el inspector, Sr. Lamarca […] puntualizó la situación de encontrarse


confundidos en la entidad, los móviles culturales y científicos, con actividades de ejercicio de la
profesión, lo que a su entender podría desvirtuar el principio de bien común prescripto en la
disposición legal pertinente” los miembros de la asociación de homeópatas no dudaron en

113
Citan los informes del Departamento de Higiene, de la Academia de Medicina y “elementos de juicio
sobre opiniones y desarrollo de los principios homeopáticos en diversos países de Europa y América”
presentados por “los interesados” (Nota de la Inspección General de Justicia, 1939, pp. 293-294)
114
Una de las cuestiones de forma fue cambiar la denominación de “Sociedad” por el de “Asociación”,
con lo cual quedó el definitivo Asociación Médica Homeopática Argentina (ya en el número
correspondiente a noviembre y diciembre de 1939 de Homeopatía, se hace constar el nuevo nombre, sin
ningún tipo de aclaración al respecto).

110
adaptar “la fisonomía de sus estatutos a modalidades exclusivamente científicas y culturales”. 115
La Inspección General de Justicia confía en que van a “ahondar estudios, con el objeto de
establecer el verdadero carácter de la homeopatía” y que:

Esos estudios, efectuados por personas capacitadas y con título de médico, a los que la
Academia de Medicina reconoce (informe de fs. 132), que pueden ejercer la homeopatía,
incidirán, seguramente, en forma ventajosa en la completa dilucidación del problema
controvertido con la repartición pública – Departamento Nacional de Higiene.
Por ello, esta Inspección General es de opinión que puede accederse al pedido de concesión
de personalidad jurídica solicitada (Nota de la Inspección General de Justicia, 1939, p.
294).

El 15 de noviembre de 1940, finalmente, se le otorga la personería jurídica a la AMHA


por decreto del vicepresidente Ramón S. Castillo, en ejercicio de la presidencia por enfermedad
del presidente Roberto Ortiz, firmado el 15 de noviembre de 1940: “visto […] el dictamen
favorable de la Inspección General de Justicia” (Decreto el Poder Ejecutivo, 1940, p. 295). Se
cerraba así el ciclo en el que las instituciones representantes de la homeopatía en el país
conseguían lo que, probablemente, constituya el logro más importante y trascendental para que
la terapéutica pueda ejercerse aún a pesar del hostil entorno que la circunda hasta la actualidad.

Los ejes de la discusión

Lo moderno y lo arcaico

La abrumadora inserción de implementos técnicos novedosos, la irrupción de nuevas


corrientes intelectuales y el crecimiento poblacional transforman la cultura de Buenos Aires en
las décadas de 1920 y 1930 y abren toda una nueva dimensión imaginaria que reconfigura
relaciones simbólicas con mitos y objetos del pasado, y se da la coexistencia de lógicas y
prácticas tradicionales con otras nuevas e implementos técnicos impulsores de “modernidad”
que marcan un período de “incertidumbres pero también de seguridades muy fuertes, de
relecturas del pasado y de utopías, donde la representación del futuro y de la historia chocan en
los textos y las polémicas” (Sarlo, 1988, p. 29).

Por ejemplo, Sarlo destaca dos oposiciones “epistemológicas” acerca de la ciencia, a


partir de un editorial de El Mundo, a principios de la década de 1930: la primera “ciencia
positivista y nueva ciencia sensible a los fenómenos que el positivismo hubiera descartado de su
campo de estudio. Hay más en el mundo físico que lo que captan nuestros sentidos, y los

115
Principalmente exigen que sea eliminanda la categoría de socios adjuntos (es decir, no médicos), con
lo cual deben ser todos “médicos con título expedido por Universidad Nacional”.

111
fenómenos mentales, la vida en el más allá, las resurrecciones pueden ser un objeto de estudio
tan legítimo como cualquier otro”; la segunda hace referencia a “la ciencia viva y desprejuiciada
que se enfrenta con la ciencia de las academias, donde se ha refugiado el positivismo
decimonónico. Ser moderno, en ciencia, es aceptar la naturaleza a veces intangible, a veces
extraña, de fenómenos que se producen aunque todavía no pueda explicarse su origen, en los
tradicionales términos causales”, concluyendo que “la ciencia que se desarrolla fuera de las
academias experimenta de modo desprejuiciado y dinámico con los efectos de sus
intervenciones: produce curas, aunque no pueda, del todo, explicarlas” (Sarlo, 1992, p. 149).

En este contexto de “tensión” alrededor de la modernidad y de ruptura con el


positivismo (una ruptura parcial y ambigua, en tanto permanecen lógicas positivistas en algunos
argumentos), en los enfrentamientos entre la SMHA y los representantes de la alopatía se
observa como un eje articulador de los argumentos una muy fuerte distinción entre lo
“moderno” y lo “arcaico”. Los aspectos conceptuales que ilustran esta distinción son reflejados
en los argumentos como: una confrontación entre lo nacional y lo internacional (un grupo
cerrado de una Facultad local particular respecto a “otras” del resto del mundo); la
contraposición de un grupo cerrado (cuasi religioso) respecto a otro abierto a los debates y
nuevas ideas (cientificista); y una cultura nacional avanzada, de vanguardia, respecto a
tradiciones nacionales recalcitrantes.

A principios de 1935, el propio Ernesto González Ávila, una vez suspendido de la


Facultad de Medicina de la UNLP, habla de distintos “avances” de la homeopatía “en todos los
países civilizados del mundo”, citando como fuente el tercer número de Homeopatía116 y el
artículo de Gregorio Marañón en El día médico,117 por lo que “pareciera que los señores
consejeros no sólo permanecen desconociendo el movimiento homeopático mundial, sino que
tampoco se enteran de lo que dicen las revistas médicas más difundidas en nuestro país”
(González Ávila, 1935a, p. 39).

Aquella fascinación por la cultura francesa, como ideal de civilidad aparece en la


contraposición que hace González Ávila a su situación respecto al hecho de que en París

[…] el ministro de Salud Pública concurre oficialmente a inaugurar una Clínica


Homeopática y hace el merecido elogio de esta ciencia [mientras que] aquí, los consejeros
de la Facultad de Medicina, a quienes debiera suponerse poseedores de un acervo científico
completo, pretenden excomulgar a un médico que desempeña cargo docente y que ejerce su
profesión poniendo en práctica los métodos que conceptúa mejores […] Si tal excomunión
es un acto injusto, peor aún es la razón que intenta fundamentarlo: se me impone una

116
En el que aparece el artículo de Semich (1934c) “El desarrollo mundial de la Homeopatía. Su progreso
y su porvenir”, pp. 70-75.
117
Citado reiteradamente en Homeopatía, siendo el primero Semich (1934b).

112
suspensión porque empleo “métodos curativos reñidos con las enseñanzas que se vierten en
la Facultad”… (González Ávila, 1935a, p. 38).

La utilización de términos religiosos para explicar la lógica de funcionamiento de la


Facultad, opone claramente la idea de Francia como “moderna” frente a una institución que se
“equivoca reiteradamente usando métodos que han demostrado su pobreza terapéutica” y que
“raras veces curan y a menudo empeoran” al enfermo. Para el médico homeópata es la propia
institución la que debiera no sólo tener la “iniciativa” de “cambiar el rumbo” sino que “está en
la obligación de hacerlo”, lo cual refuerza la idea de conocimiento de vanguardia versus
conocimiento arcaico. En este sentido vaticina que, si sigue “reincidiendo”, la Facultad “perderá
autoridad y, además, defraudará las legítimas esperanzas que la sociedad entera, el Estado, han
depositado en ella” (González Ávila, 1935a, p.38).

Evidentemente, González Ávila se veía irremediablemente fuera de la Facultad, ya que


el tono dista de ser conciliador y sigue arremetiendo con afirmaciones como que la institución
se opone al “progreso de la Ciencia”, que “está en retardo” y que el Consejo “se abroga de
considerar intangibles e inmodificables los principios que supone científicos”, criterio
“inaceptable” por “dogmático” y “exclusivista”. Muy al contrario, para el profesor cuestionado:

Toda escuela universitaria, en efecto, debe conceptuarse como centro de emisión y


discusión de ideas, y de ningún modo puede permitirse que sea transformada en tribunal
inquisitorial, que niega el libre examen, y, además, en forma de sentencia, reproduce el acto
más típicamente medieval: la excomunión (González Ávila, 1935a, p. 38).

También Rodolfo Semich y Godofredo Jonás refuerzan la idea con una carta al Decano
de la Facultad de Medicina de la UNLP, donde recrean la contraposición entre un grupo arcaico
que toma una decisión “injusta” y “una rama terapéutica que goza de un merecido prestigio
universal”. Califican al consejo de “no estar habilitados para juzgar al respecto” por “ignorar” la
terapéutica estando “obligados a no desconocer” a una “disciplina científica trascendental”
(Semich y Jonás, 1935, p. 40-41), al contrario se presentan como “la única institución de
reconocida autoridad técnica en nuestro medio”.

A Semich y Jonás “les llama profundamente la atención que una sugestión formulada
por un joven que inicia sus balbuceos científicos haya tenido el eco auspicioso de que da cuenta
la resolución adoptada por hombres que suponíamos dotados de capacidad reflexiva y serenidad
intelectual” aclarando finalmente que el “señor Decano y los señores Consejeros nos merecen
individualmente el más alto concepto; de modo, pues, que nuestra crítica al lamentable hecho
producido es de índole puramente objetiva” (Semich y Jonás, 1935, p. 41). Sin duda, la nota
“institucional” de la SMHA es de un tono de agresividad marcadamente menor que la de

113
González Ávila o las que se desde la SMHA produjeran contra médicos particulares, como las
de Semich y Jonás (1935b) contra Mario Soto, la de Semich (1936b y 1936d) contra Mauriac, o
el editorial citado de Semich (1935b) para el mismo caso de la Facultad de Medicina de la Plata:

Por una ficción teórica, la Universidad pretende ser el centro único y máximo del saber y de
la cultura. Esto, sin embargo, precisamente por ser ficción, no ocurre en la realidad. Es
evidente que, extramuros de la Facultad, se desarrollan doctrinas y métodos que deben ser
respetados porque tienen alguna significación intelectual y científica. La Facultad de
Ciencias Médicas de La Plata no ha hecho lo que otras más evolucionadas: en lugar de
disponer sus antenas receptoras en aptitud de que no escapara ninguna onda mental útil,
prefiere no sintonizar. En cuanto a sus dirigentes, los consejeros, se encuentran tan
convencidos de que son representantes de una sabiduría exclusiva e intangible, que tienen
arrestos de absolutismo que parecen un gracioso remedo del espíritu del Rey Sol […]
parecieran decir: “La Ciencia soy Yo”.
Y juzgan delito –y lo castigan– la circulación y ejercicio de ideas opuestas a las que
germinan en sus cerebros, que no hay ninguna obligación de suponer sean, por su calidad y
rendimiento, vísceras privilegiadas (Semich, 1935b, p. 33).

Aquí lo arcaico aparece encarnado en el supuesto “absolutismo” pero también en el


establecimiento del saber legítimo: si el “Rey Sol” es parte del pasado en una Francia que dio
lugar a facultades “más evolucionadas”, en la Facultad de Medicina de la Plata ocurre lo
contrario. En el discurso del presidente de la SMHA, Godofredo Jonás, durante la “fiesta en
homenaje y desagravio”, del veintitrés de febrero de 1935, se vuelve a la carga:

A quien hay que desagraviar es a la cultura y a la ciencia argentinas, ofendidas por el hecho
insólito de suspender en su cátedra a un profesor por ejercer una forma del arte de curar,
que no es conocida por los sicarios de la ciencia que se han adueñado de las poltronas en
los consejos directivos de una Facultad.
Si el ignorar puede en algún momento tener disculpas, el no querer aprender, el encerrarse
dentro de prejuicios, no lo podrá tener jamás. (Jonás, 1935, p. 60).

Se hace un esfuerzo también por demostrar que esta persecución es de “otros tiempos” y
que la mirada “absolutista” no tiene nada que ver con la “ciencia” y lo “moderno”:

[…] la homeopatía ha sido excomulgada de los centros y academias científicas en otros


tiempos [porque] las ciencias físico-químicas demostraban que con sus diluciones los
médicos no daban remedio sino agua pura. Pero es que sus procedimientos que creían
completos y llegados a la última expresión, no eran tales, y los modernos descubrimientos
en sus respectivos campos de acción han demostrado que estaban, como estamos
actualmente, muy lejos de la última palabra. En 1923, el doctor Boyd, de Glasgow,
demostró ante comisiones especiales del Real Colegio de Médicos de Londres, que las más
altas diluciones homeopáticas estaban animadas de un dinamismo que era susceptible de
ponerse en evidencia y que este dinamismo variaba según la dilución y el medicamento
(Jonás, 1935b, p. 61-62)

Es necesario aclara que si por un lado han cargado las tintas contra la “excomunión” de
un grupo de “sicarios” que “creían completos” sus conocimientos que incluso “actualmente”
están “muy lejos” de ser definitivos, por otro lado, “ninguna persona con cierto grado de cultura
pone en duda el poder de lo infinitesimal en terapéutica, bioquímica, física, etc.” (Jonás, 1935b,

114
p.62) “en una tendencia clara, cierta, honesta, científica e indiscutida” (González Ávila, 1935b,
p. 63).118

Ahora bien, cuando se alude a la homeopatía como un cerrado grupo de fieles, no se


reconoce el carácter dogmático de la misma. Al contrario, en la crítica de Semich a Pierre
Mauriac, se somete al Decano de Burdeos a un lugar de ignorancia e incompetencia:

Hace el profesor Mauriac una confesión dolorosa de sus propios fracasos:


“No es que pueda alabarme de poseer una experiencia personal del método; los pocos
ensayos que he practicado, por indicación de los que desearían convertirme, no han sido
afortunados; por haberlo declarado con toda franqueza fui tratado como el infiel que
penetra en el templo y numerosas fueron las imprecaciones dirigidas contra el atrevido que
quiso practicar la Homeopatía sin haberla aprendido”.
De estos párrafos, retengamos:
1º que su autor no posee experiencia personal porque ha realizado pocos ensayos.
2º que, natural y lógicamente, fracasa en su aplicación.
¿De qué se queja, entonces? Habría de ser desmedida la pretensión del profesor Mauriac si
quisiera estar habilitado para utilizar un arte terapéutico sin tomarse el trabajo de estudiarlo
clínicamente, con prolijidad y constancia (Semich, 1936b, p. 84, destacado en el original).

No parece haber posibilidad de diálogo: ante la crítica de Mauriac a la “dificultosa”


posibilidad de encontrar el “medicamento adaptado a cada individuo”, Semich señala que “para
formular una prescripción acertada se necesita el conocimiento de la Materia Médica
homeopática, que no tiene la simplicidad de la terapéutica corriente que maneja el alópata con
tanta rapidez y, a menudo, con tanta ineficacia” (Semich, 1936b, p. 84-85). Si en el capítulo
anterior se mostró cómo la idea de sencillez y complejidad aparecía entremezclada y ambigua,
aquí es utilizada para denotar un grado de conocimiento inferior (el simple, el alopático)
respecto a uno superior (complejo, homeopático).

Mauriac osó, además, dar a entender que la ley de la similitud “es, a veces, cierta, y
todos (ignorándolo o a sabiendas, esto poco importa) recurrimos al similla simibilus curentur”,
lo cual Semich interpreta como una relativización de una ley “universal”, por lo que contesta:

¿con qué derecho niega el carácter de constancia a lo que no ha podido comprobar? Muy
endeble es su lógica al no aportar una sola prueba en apoyo de su tesis. La verdad es que,
desde Hipócrates al presente, todos los investigadores que se han ocupado
concienzudamente de la ley de la similitud, verificaron su exactitud y generalidad”
(Semich, 1936b, p. 85).

Esta es una muestra más de la inmutabilidad del conocimiento homeopático que, como
se vio, se criticaba contra la Facultad de Medicina de la Plata. Esta es una muestra más de que el
mismo carácter inmutable del conocimiento utilizado para criticar a la Facultad de Medicina, es
al mismo tiempo en otros contextos utilizado por los mismos homeópatas para defender su

118
En el capítulo anterior se ha mostrado también distintas argumentaciones sobre el carácter “inmutable
de las leyes hahnemannianas.

115
posición. Si Mauriac afirma que “a propósito de la acción de las pequeñas dosis todos estamos
de acuerdo”, Semich remarca que “estamos de acuerdo ahora” (destacado en el original) ya que
“la alopatía lo negó” durante siglos y ahora “ha caído derrotada categóricamente”. En ese
“interminable lapso”, “los homeópatas fueron ridiculizados y sufrieron burlas sangrientas”,
afirma Semich, que con el pretérito pone al presente en un estadio en el que ya no sufrirían esas
persecuciones y que vendrían a reivindicar la idea de que la homeopatía siempre fue moderna.

A Semich le molesta la diferenciación de Mauriac entre dosis “ponderables” e


“infinitesimales” y la crítica hacia las teorías que en 1932 presentaron “Martiny, Pretet y Berné”
(“todos ellos homeópatas”, “biólogos los dos primeros, matemático y físico químico el último”)
que intentan justificar teóricamente el funcionamiento de las dosis infinitesimales:119 “en todas
las partes del mundo, y desde hace rato, tal verificación se ha hecho y se halla perfectamente
documentada. Los que aún no conocen dicha acción, están simplemente en retardo, y es hora de
que se pongan al día en lugar de alegar sus ‘pocos ensayos’” (Semich, 1936b, p. 86).

Mauriac no logra estar de acuerdo con estas teorías ad hoc que respaldan a la
homeopatía, a lo cual contesta Semich que “si no encuentra una teoría a su paladar, nadie ni
nada le impiden que se invente una”, tal vez en disonancia con el debate de ideas que se
proclamaba como propio de los centros científicos. El argumento vuelve a ser una alusión al
supuesto arcaísmo del contrincante: “es extraordinario que todavía haya en nuestra época un
médico que no alcance a hacer una discriminación elemental entre los hechos clínicos y las
teorías científicas. Un principio de buen método científico debiera haber impulsado al Decano
de Burdeos a conocer y verificar los hechos” (Semich, 1936b, p. 85-86).

El Departamento Nacional de Higiene pone en cuestión la idea del consenso que


sustenta a la homeopatía “a pesar del largo tiempo que llevan emitidas, sólo son aceptadas por
escasa cantidad de médicos” (Informe del Departamento Nacional de Higiene, 1937, p. 273). En
respuesta a ello, los homeópatas, afirman que su terapéutica representa “una ciencia conocida
universalmente y de amplia divulgación y aplicación en países que marchan a la cabeza de la
civilización, como Inglaterra, Francia, Estados Unidos de Norteamérica, Alemania, Italia,
España, etc.” (Jonás y Semich, 1937, p. 274).

Además, enumeran distintas personalidades de la realeza Europea y del gobierno de


EE.UU. que se tratan con homeopatía y que, más allá de que en su dispensario traten a
“enfermos pobres, sin percibir nosotros honorarios de ninguna índole, no implica que a nuestros
119
Semich critica incluso el término de “dosis infinitesimales”, prefiriendo utilizar “micro dosis” hoy en
desuso.

116
consultorios privados no concurran personas de alta cultura (universitarios, industriales,
políticos, hombres de ciencia)” (Jonás y Semich, 1937, p. 288). Además de hacer esta distinción
elitista de sus pacientes, aclaran también que en Alemania la homeopatía se institucionalizó
recién desde 1929, y que la “cantidad de médicos homeópatas sea relativamente menor”, “no
dice nada del valor de la Homeopatía” (Jonás y Semich, 1937, p. 288).

Si el Departamento de Higiene sugiere que la máxima autoridad científica está


representada por la Facultad de Medicina y que “lo que la Facultad no enseña es ilegal y debe
ser perseguido por los poderes públicos”, uno de los contraargumentos apunta al supuesto
arcaísmo de tal postura:

No creemos que pueda asentarse mayor desatino científico ¿qué papel harían, según eso,
ante los ojos de nuestra Facultad los Pasteur, Koch, Roentgen que enseñaron y practicaron
lo que las facultades de aquellos tiempos no conocían ni enseñaban? ¿Qué dirán nuestros
Roffo, Robertson Lavalle, Vitón, Caride que practican y enseñan algo que nuestra Facultad
no sabía ni practicaba? ¿Qué esperanza les queda a los investigadores? Es tan grande el
absurdo de esa afirmación que no nos queda más que lamentarla y avergonzarnos de ella,
aunque no sea más que por el ridículo con que de rechazo nos cubre a todos los argentinos.
El dogmatismo en la ciencia es absurdo. Tanto más en la ciencia médica que es la más
cambiante y la más insegura de las ciencias (Semich, 1939b, p. 260).

El Departamento de Higiene establece una distinción entre el consenso “científico” y el


de los pacientes ya que destacan una cuestión que deriva de la creencia (justificada o no) de que
la homeopatía no es científica y de que el público en general, así lo percibe, pero aún así recurre
a ella, llevando el arcaísmo al público. Ya que:

Dada la tendencia cada vez más exagerada en muchos enfermos de esperar sus curas con
hechos fuera de lo científico, cosa que es agraviante para la cultura alcanzada por las
escuelas médicas y agraviante también como un índice inferior de cultura general, es
necesario no dar carácter oficial a todo aquello que pueda favorecer esta mala
predisposición de los hombres (Informe del Departamento Nacional de Higiene, 1937, p.
273).

De este considerando se observa que las prácticas alternativas eran percibidas como
“amenaza” significativa y creciente para la medicina oficial, y que el Departamento de Higiene
atribuía su ineficacia policíaca a los pacientes que, se supone, buscaban deliberadamente
opciones por “fuera de lo científico”. Si, por un lado, sostienen que Argentina es un país “cuyo
adelanto científico es indiscutible” (Informe del Departamento Nacional de Higiene, 1937, p.
269), incluyendo al Departamento y toda la órbita del Estado, por otro lado, se marca que hay
amenazas a ése estatus alcanzado, en definitiva, a su carácter “indiscutible”.

La respuesta de la SMHA sostiene que lo que más colabora con formas no médicas de
curación son “las posibilidades de automedicación [a las que la] Homeopatía no contribuye

117
tanto como la Alopatía” pues “¿quién impide que un profano se dirija a la farmacia cercana y
compre un jarabe para la tos o una aspirina para el dolor de cabeza, etc.?” y que estos productos
“manejados arbitrariamente, pueden producir daño a la salud; en cambio, el único riesgo de
ingerir un medicamento homeopático no apropiado al caso clínico es que éste no cure” y que “es
hecho bien conocido que el gran contingente de charlatanes se ha constatado entre los alópatas,
por una razón de número” (Jonás y Semich, 1937, p. 283).120

Las pruebas de eficacia y de cientificidad: la frontera de la validez

Los argumentos alrededor del carácter “científico” de la homeopatía, conforman el


segundo eje destacable en los enfrentamientos entre homeópatas y alópatas. En este aspecto, el
acercamiento hacia una lógica positivista de lo científico como lo veraz o lo real, contrasta
nuevamente con la crítica hacia lo instituido, lo inmutable, desde una posición de algo novedoso
y revolucionario que no responde a los cánones.

Al mismo tiempo, las lógicas respecto al eje analítico anterior son, a menudo,
yuxtapuestas: de forma evidente, lo moderno es científico; tal vez de manera menos obvia, lo
científico es moderno (por más que lleve doscientos o dos mil años de enunciado);121 lo arcaico
es anticientífico; y lo anticientífico es arcaico (por más novedoso que sea). De modo que, si hay
un esfuerzo por definir qué es moderno y qué es arcaico, también lo hay por probar qué es lo
científico.

Si el consejero de la Facultad de Medicina de la Plata, Dr. Argüello, considera que el


hecho de que un médico homeópata se cuente entre sus pares podría significar un “desprestigio”
para el cuerpo docente, el acusado Dr. González Ávila “niega rotundamente” ser responsable de
ello y cree que “el prestigio de los señores profesores de la Facultad, sufrirá grave mella si se
empecinan en seguir desconociendo el valor científico de la Homeopatía” y recuerda las
palabras de Hahnemann que rezan “cuando se trata de curar, la negligencia en no aprender es un
crimen” (González Ávila, 1935a, p. 40). Dicho carácter, vendría otorgado, como se vio páginas
120
También recurren a la argumentación ad hominem, descalificando al autor del informe de la inspección
de farmacia de poseer un manejo “ruinoso del latín” que “transcribe en mala gramática el aforismo” (por
Similia Simibilus Curantur y Contraria contrari curantur) y dicen que Hipócrates “el sabio de Cos era un
espíritu ecléctico y no parcial”; de allí que haya formulado ambos principios, cosa que conocería el
informante si estuviera provisto de algunos rudimentos de cultura clásica” ya que el principio de similitud
también fue declamado por Hipócrates. De la misma manera, generalizan la falta de conocimiento por
parte del Departamento Nacional de Higiene sobre lo que “piensan y saben los médicos homeópatas”
(Jonás y Semich, 1937, p. 279).
121
En una nota al pie, Rodolfo Semich recuerda “que un colega alópata que se dignó a leer uno de mis
trabajos, como única objeción me reprochó que yo hubiera citado un aforismo de Hipócrates y un
comentario de Paracelso acerca del drenaje de las toxinas. Agregó que ‘eso era de mal gusto, por tratarse
de cosas viejas’” (Semich, 1935c, p. 78).

118
atrás, en el reconocimiento social en Europa y Estados Unidos de la homeopatía como
“científica”.

Por ejemplo, en el marco de esta discusión, en el tercer número de Homeopatía, de


1935, Semich refuerza el carácter “inmutable” de su ciencia al relatar “la conversión” del
médico alemán Augusto Bier, de quien destaca la “imparcialidad de sus opiniones” ya que “se
trata de un sabio que conquistó su prestigio como alópata y que luego de una labor intensa, de
una vida científica gloriosa, no ha trepidado en confesar sus errores y aconsejar el estudio y
aplicación de las innegables verdades de la Homeopatía” (Semich, 1935c, p. 77).122

Ya en 1936, en plena discusión con el Decano de Burdeos, Pierre Mauriac, Semich


argumenta que a pesar de estar “comprobada universalmente” hace más de cien años la ley de
los infinitesimales “algunos homeópatas que poseen el dominio de la alta matemática y de la
físicoquímica, no se contentan con el admirable conocimiento de la materia médica y de la
terapéutica clínica: investigan el mecanismo de los fenómenos en su esencia íntima”. Y cita
sucintamente trabajos de Marage (“efectos en la fermentación del kefir, de la 11 dilución
decimal del bicarbonato de sodio”), Jarricot, Nebel y Chavanon (Semich, 1936b, p. 87).

Mauriac cree que estas argumentaciones son “poco sólidas” y que llevan “la
investigación de la especificidad biológica” a un terreno “complejo” y “arduo”, al que le niega
“todo interés práctico”. Sin embargo, para Semich este es el “día a día” al que desafía la
homeopatía y “toda la biología contemporánea y que constituyeron la preocupación persistente
de Richet, Abdelhalden, Behring, Bordet y tantos otros investigadores”, por lo que “huir de la
consideración de aquellas cuestiones denota falta de espíritu científico” (Semich, 1936b, p. 87-
88).

Todas estas cuestiones, toda esta complejidad, considera Semich, son producto de la
“personalidad humana”, que llevan necesariamente a considerar la “individuación del enfermo,
labor sutil ‘que no está al alcance de cualquiera’, es uno de los pilares de la Clínica
Homeopática, tal cual la concibió Hahnemann, con una intuición que asombra, ya que no pudo

122
Sin embargo, en la lectura del artículo de Bier se destaca que Hahnemann puede generar con su obra la
imagen de “la sabiduría más grande o la más grande extravagancia”, ya que “como muchos de los
modernos que alcanzan una edad madura, [Hahnemann] gradualmente altera su opinión a medida que
pasa el tiempo y con frecuencia se contradice” (Bier, 1935, p. 104). Denuncia que “la medicina científica
[…] con fines de discusión, ha sido muy gravemente insultada y deprimida por la homeopatía” (tradición,
afirma, iniciada por el propio Hahnemann y seguido por “cierto número de sus seguidores”, Bier, 1935, p.
102). Como cierre, exhorta a los homeópatas a que “no traspasen sus límites […] que no pregonen que lo
realizan todo [ya que] promesas extravagantes siempre han resultado en perjuicio; pretensiones
exageradas siempre dañan; excesiva estimación de sí mismo siempre ha ofendido, o bien ha hecho de sí
mismo un hazme reír” (Bier, 1935, p. 105).

119
servirse de los datos relativamente recientes de la fisiopatología”. A pesar de estas alusiones,
más bien solapadas, a estudios novedosos, se exclama “¡Qué útil le sería al profesor Mauriac
corregir sus múltiples errores de concepto y de información mediante la lectura atenta y
concienzuda del Organon” (Semich, 1936b, p. 88).

Mauriac reconoce cierta efectividad, sobre todo en casos “agudos”, pero no en el


remedio homeopático sino “a la bondad solícita del médico homeópata, a la aureola de misterio
que rodea su doctrina, a las palabras alentadoras con que acompaña su prescripción”. A lo que
Semich responde que la homeopatía busca un “trasfondo mórbido”, “crónico” y que es
“demasiado generoso al atribuir sólo a la psicoterapia del médico homeópata los triunfos
obtenidos en el tratamiento”, ya que, efectivamente “los síntomas del psiquismo figuran en
primera fila [lo que] marca una superioridad neta e innegable de la Homeopatía” ya que “el
médico alópata suele estar huérfano de conocimientos en materia de psicoterapia […] [o]
poseen sólo rudimentos teóricos y librescos de difícil adaptación a la práctica clínica” (Semich,
1936b, p. 89, destacado original).

No obstante Semich destaca tres recursos “poderosos”: el medicamento homeopático


actúa en la “esfera psíquica”, “sobre todo a alta dilución”; el interrogatorio “prolijo y completo”,
“agente provocador de catarsis”; “sugestión de los múltiples casos curados” como “propicio
ambiente intelectoafectivo” (Semich, 1936b, p. 90). Lo científico, lo eficaz de la terapéutica,
pasa entonces de ser atribuido por una serie de teorías y experimentos puntuales sobre el valor
de la dosis infinitesimal, a estar determinados por una mirada holística del paciente.

La defensa final es a la “materia médica homeopática” que Mauriac considera “pobre”


por lo cual los homeópatas irían “al acecho de todas las novedades biológicas para encontrar en
ellas una confirmación de sus teorías”. La respuesta va orientada a destacar la
“experimentación” sobre “más de mil quinientos medicamentos” y que “las investigaciones
modernas, no sólo de la biología sino de la física y de la química, aportan múltiples datos que
corroboran lo que la Homeopatía viene afirmando de largo tiempo atrás, es algo que nadie
osaría negar… salvo el profesor Mauriac” quien “sólo ha puesto de manifiesto sus numerosas y
gruesas fallas de información técnica” (Semich, 1936b, p. 90).

La asociación entre los experimentos de física y química con la homeopatía nunca


termina de estar clara en esta instancia, y parece más un compendio de nombres que una
explicación coherente que pueda convencer a quien no lo está. Está claro que esta relación de
las “investigaciones modernas” como prueba de cientificidad de la homeopatía sólo la ven

120
claramente los homeópatas, al contrario, el Departamento Nacional de Higiene con el objeto de
rechazar el pedido de personería jurídica de la SMHA sostiene en 1937 que:

Nuestras Facultades de Medicina no incluyen en el plan de enseñanza de las carreras


médicas y farmacéuticas el estudio del tratamiento de las enfermedades por el sistema
homeopático y tampoco la Farmacopea Argentina lo contempla, ni hace indicaciones sobre
la forma de preparar y despachar las recetas de ese carácter (Informe del Departamento
Nacional de Higiene, 1937, p. 266).

La brecha que procuraba zanjar Semich vuelve a ser abierta: los límites de lo científico
son impuestos por el saber oficializado, consensuado en un paradigma para el cual la
explicación vitalista de la homeopatía no tiene sentido:

Cada enfermedad […] resulta de un cambio invisible producido en el cuerpo humano por
una potencia morbífica natural […] Es por eso y por su lado místico que la Homeopatía se
presta para los ilusos que creen de buena fe poder practicar eficazmente la medicina,
prescindiendo de todo conocimiento de la economía humana (Informe del Departamento
Nacional de Higiene, 1937, p. 266).

Esta lógica, en algún punto, esconde la fe en las pruebas bioquímicas que sí pueden
“ver” aquello que sin “ayuda técnica” no resulta “visible”. Esto se salva mediante la alusión a
un problema técnico: “Los medicamentos se emplean a dosis infinitesimales, de imposible
identificación, porque no responde a los reactivos más sensibles, siendo imposible por
consiguiente, comprobar en cada caso si se administra substancia medicamentosa o simplemente
agua y azúcar” (Informe del Departamento Nacional de Higiene, 1937, p. 266).

Pero al mismo tiempo, mientras se pone en cuestión la cientificidad del medicamento


homeopático también se cuestiona la lógica vitalista: tanto medicamento como energía vital son
categorizados como inexistentes. El énfasis en el ataque al medicamento despierta recelos en los
representantes de la SMHA:

Remitido el expediente al Departamento Nacional de Higiene, éste se asesora por vía de la


Inspección de Farmacias, hecho sorprendente, por cuanto la preparación técnica del
farmacéutico es limitada y no alcanza a cubrir el vasto círculo de las doctrinas médicas. Por
ello mismo tal opinión es forzosamente parcial (Jonás y Semich, 1937, p. 275).

Aquí lo que se busca es delimitar la base disciplinaria de la discusión: la formación


farmacéutica es “técnica”, frente a una formación más global (“científica”) del médico, sobre
todo del homeópata que posee un conocimiento más “profundo”. No es otra cosa que una
estrategia de invalidar al interlocutor poniendo en duda el carácter científico de sus argumentos.

121
Volviendo al razonamiento del Departamento Nacional de Higiene, si se ha determinado
que la terapéutica homeopática es ineficaz, debe desarrollarse alguna explicación que de cuenta
de la supesta “eficacia” homeopática:

Las pretendidas acciones de este sistema curativo no son más que los fenómenos naturales
de la enfermedad, interpretados por los que no los conocen […] a la supuesta acción
dinámica del medicamento. Las dosis administradas no tienen acción alguna sobre el
organismo del enfermo. Es así que la Homeopatía se reduce solamente al hacer medicina
expectante y sugestiva (Informe del Departamento Nacional de Higiene, 1937, p. 267).

Los homeópatas son “ilusos” que “creen” en una práctica, y que “ignoran” las
propiedades del organismo y las relaciones causales entre éste y las sustancias químicas. La
explicación curativa se reduciría a un fenómeno simbólico de “sugestión”, lo cual acerca a los
médicos homeópatas a los curanderos y los aleja de la “ciencia”.

Jonás y Semich dan respuesta también a la utilización del término “ilusos” que utiliza el
Departamento de Higiene para los homeópatas: “¿Con qué derecho, el farmacéutico que
informa se permite decir que los médicos son ilusos y no tienen conocimiento de la economía
humana? Entraña esta afirmación una falta de respeto hacia nosotros y hacia nuestras
universidades” (Jonás y Semich, 1937, p. 276). Aquí Jonás y Semich, se acercan a las
Facultades de las que se habían distanciado, excluyendo del campo a los farmacéuticos, lo cual
no es un dato menor, ya que el período de alta conflictividad por el que se estaba pasando hace
difusa la delitimitación del espacio médico: si en principio, según denuncian los farmacéuticos,
el control policial de la salud estaba en manos exclusivamente de los médicos, los
representantes de Farmacia se agruparon a principios de la década de 1930 en un ente
autónomo, la Dirección General de Farmacia, dentro del Departamento Nacional de Higiene. La
distinción se hace explícita “pretender que nosotros, médicos, no conozcamos los fenómenos de
la enfermedad, es reincidir en la falta de respeto” (Jonás y Semich, 1937, p. 277).

La delimitación vuelve a marcarse entre lo consensuado como científico y la propuesta


homeopática que lo desdeña:

No interesa tanto la entidad mórbida como el síntoma, no interesa la causa, no interesa la


anatomía patológica, no interesa la fisiopatología, no interesa la bacteriología; en suma, se
prescinde de las conquistas inconmovibles de la medicina. No es, pues, una ciencia, es una
simple hipótesis que no tiene razón de ser, puesto que las hipótesis sirven mientras los
hechos no han sido demostrados […] la analogía entre los síntomas medicamentosos y los
consecutivos a lesiones de órganos, no existe en patología (Informe del Departamento
Nacional de Higiene, 1937, p. 267).

Lo que se aprecia aquí es la argumentación aludiendo a un grupo de especialidades


médicas que han obtenido legitimación posterior a los planteos de Hahnemann y que no son
comprendidas por la lógica homeopática, cuyas “leyes” serían en realidad “hipótesis no

122
demostradas” y que incluso no son comprendidas por el saber “legitimado” (en patología “no
existe la analogía” que plantean con el principio de similitud). Esta idea es reforzada cuando
agregan que la homeopatía “no ha evolucionado de por sí, nada, toma lo que le acomoda de la
ciencia” (Informe del Departamento Nacional de Higiene, 1937, p. 267), lo cual, en alguna
medida contrasta con su propia aseveración de que la ciencia tiene “conquistas inconmovibles”,
ya que si lo “científico” fuese per se inconmovible, no se le puede criticar la falta de evolución.

Al mismo tiempo, si por un lado se legitimó su posición contraria a la homeopatía


justificándose con los planes de estudio de la Facultad de Medicina, por otro se hace mención a
las “prescripciones legales en vigencia, a los intereses de salud pública y ética profesional. La
ley nº 4687 y su reglamentación123 no se ocupan, bajo ningún rubro especial, de los ‘productos
homeopáticos’” (Informe del Departamento Nacional de Higiene, 1937, p. 268). Entonces, la
cuestión jurídica (no ya un consenso académico-científico) aparece como parámetro de validez:
paradójicamente, lo que está en discusión, una normativa legal, aparece como legalizadora de su
propia continuidad.

Ahora bien, si la normativa legal aparece como parámetro de validez, e inclusive se


reconoce desde el Estado el valor de la aceptación y el consenso académico, desde el
Departamento de Higiene se rebate un argumento análogo de los homeópatas según el cual su
terapéutica es válida porque se la ha incorporado a la legalidad y a la academia en Alemania:

No se trata de una transcripción de disposiciones legales […] llama mucho la atención que
apenas un año ha que la farmacopea homeopática esté en vigencia [en Alemania], a pesar
de ser ésta la patria del creador de la homeopatía y donde, por cuyo motivo, pueden gravitar
más los sentimientos nacionalistas que las razones científicas (Informe del DNH, 1937, p.
274).

Luego de haber quitado carácter científico a la homeopatía, apelando a cuestiones


claramente debatibles, se encargan de equiparar a esta práctica con otras ajenas a toda
institución: “si se autorizan preparaciones homeopáticas […] ¿con qué argumento podrá ponerse
dique a las innumerables especialidades que a diario se presentan plagadas de charlatanismo, o
aquellas otras que se fundan en concepciones descabelladas?” (Informe del Departamento
Nacional de Higiene, 1937, p. 269). Los tratamientos no científicos representan un riesgo para la
salud pública porque “entretienen” al enfermo con “medicamentos indiferentes” aplazando la

123
Agregan, confundiendo ex profeso cuestiones técnicas y legales, que “el artículo 76, último apartado
del inc. a), al referirse a las solicitudes, dice: ‘se agregará además una exposición sumaria del principio
fisiológico y terapéutico en que se base el producto y la razón de ser o la ventaja higiénica o
farmacológica que el mismo satisface’. Tales preparaciones carecen del principio fisiológico y carácter
farmacológico. Obvia, pues, todo comentario” (Informe del Departamento Nacional de Higiene, 1937,
p.269).

123
oportunidad de ser “curado con un tratamiento adecuado” (Informe del Departamento Nacional
de Higiene, 1937, p. 269).

Si por un lado se le ha quitado validez a la terapéutica homeopática por no ser enseñada


en las Facultades (poniendo de relieve el carácter legitimador de tales instituciones), por otro
lado, se relativiza su carácter legitimador con un interrogante: “¿habilita el título de médico a
emplear cualquier procedimiento o método a su antojo, que no sea el consagrado por la
ciencia?” (Informe del Departamento Nacional de Higiene, 1937, p. 270).

Si, en algún sentido el Departamento de Higiene sostiene que la Facultad de Medicina


cuenta con autoridad para “instituir” a ciertas personas como las “aptas” para ejercer la
medicina, también cuestiona la posibilidad de que puedan ejercerse desvíos. Es decir, no basta
ser médico (poseer el diploma) sino también “actuar como tal”, lo cual exige un doble
legitimación por el sujeto (ya validado por la academia) y por las prácticas (no validadas).

La posterior respuesta de la SMHA está orientada al carácter “exclusivista” de las


Facultades de Medicina ya que enseñan “sólo una parte de la terapéutica […] la alopática” y
agregan que “la circunstancia de que la escuela oficial se encuentre en evidente retardo […] de
ningún modo significa que deba trabarse el progreso de la cultura médica del país” (Jonás y
Semich, 1937, p.274).

Otra objeción importante es hecha contra el artículo diecisiete de los estatutos de la


Sociedad Homeopática donde se indica que “se determinará la creación e instalación de
dispensarios médicos homeopáticos, hospitales, sanatorios o dependencias afines (las farmacias
son dependencias afines), y la tarifa a regir en ellos” haciendo notar que “es una sociedad
netamente comercial […] en contravención a lo que establece el artículo 55, reglamentario de la
ley n° 4687” por el cual “queda prohibida la asociación del médico y del farmacéutico para
explotar ambas profesiones, así como el establecimiento de consultorios médicos en las
farmacias y en los locales que tengan comunicación entre ellos” (Informe del Departamento
Nacional de Higiene, 1937, p. 272). Para el Departamento Nacional de Higiene, esto probaría
que la sociedad homeópata no tiene fines “científicos” sino “comerciales”: aquí la noción de
ciencia se aleja de cuestiones materiales y se orienta hacia la idea tácita de un bien común.

La operación, además, esconde una lógica según la cual el asociacionismo entre médicos
y farmacéuticos al que alude el Departamento de Higiene respecto de los homeópatas no es
ajeno a las prácticas institucionalizadas, que no lo hacían, tal vez, en la escala de atención y
venta al público pero sí en las esferas más altas, con dos prácticas, alopatía y medicalización,

124
que protegían dos sectores económicos asociados. Como se ha visto, el Departamento contaba
con dos líneas de influencia bien marcadas a partir de la década de 1930, la clásica (y a la vez en
vías de resignificación) corporación médica y la naciente autonomía de farmacia.

Aludiendo nuevamente a lo moderno como prueba de cientificidad, Jonás y Semich


reiteran que el concepto de “atraso” que se ha dado a la Facultad de Medicina, también es
atribuible a la “farmacopea argentina”: se indica que por esta situación en las farmacias se debe
recurrir a manuales auxiliares que sí contienen capítulos sobre Homeopatía, lo cual indicaría una
mayor complejidad de los fármacos homeopáticos. Aunque el saber homeopático sea previo a la
mayoría de los desarrollos farmacológicos que figuran en la farmacopea, el hecho de que
quienes quieran fabricar remedios homeopáticos deban recurrir a manuales auxiliares denotaría
una carencia en la farmacopea, atribuída a un arcaísmo anticientífico. En esta línea argumental,
refieren que el “farmacéutico” (del Departamento de Higiene) ignora que la ley de similitud es
conocida “desde Hipócrates” por médicos “aún los que no eran homeópatas” y hacen una
extensa enumeración de casos en los que este principio se ha utilizado (Jonás y Semich, 1937, p.
277).

También explican que “la mayoría de los enfermos vienen a solicitar nuestro auxilio
técnico, precisamente porque ya han estado en manos de médicos que practican la medicina
oficial y luego de enormes sufrimientos sólo han observado una agravación de sus males”
(Jonás y Semich, 1937, p. 288) quitándole a los pacientes la responsabilidad en busca de
prácticas alternativas que el Consejo de Higiene les había otorgado y colocándola en la
“ineficacia” de la práctica alopática. De prohibir la atención en consultorios, el Departamento de
Higiene le estaría quitando una fuerte de legitimación, por ello remarcan los médicos de la
SMHA que persiguen el “bien común”, con lo cual cumplen el requisito que la ley exige para la
personería jurídica,124 contrastándolo claramente con la acusación de fines de lucro.

Si la crítica hacia los argumentos del Departamento Nacional de Higiene aluden a un


carácter general de la ciencia (“el informante pretende borrar de un plumazo todo lo que la
física, la físico-química, la bacteriología, la fisiopatología experimental, han ido atesorando
mediante prolijas investigaciones”), luego se cita algunas experiencias de “eminentes
homeópatas” cuyo rasgo carácter científico, cuyo consenso como tal viene dado por el recinto
en que han sido presentadas: “en el anfiteatro de medicina de la Sorbona” (en 1926), aclarando
que “sería inoficioso traer más datos a colación porque la acción de las dosis infinitesimales es

124
Invocan el artículo 33, inc. 5 del Código Civil, en tanto la asociación “necesita tener vida y patrimonio
propios, adquirir los derechos y ejercer los actos que la ley le permite, esto es, tener capacidad de
derecho” (Jonás y Semich, 1937, p. 274).

125
uno de los hechos más resaltantes y conocidos por todos, aunque a veces se hace notar la
disidencia aislada de algún funcionario técnico del D. N. de Higiene” (Jonás y Semich, 1937, p.
278).

De esta manera, se busca invertir la correlación de fuerzas que expresara el


Departamento al afirmar que es “escasa la cantidad de médicos” que profesa la homeopatía. Así,
este grupo de investigaciones, y sobre todo los lugares de origen de quiénes han hecho las
experiencias (no citadas bibliográficamente, por lo demás) vienen a conformar una multitud
frente al solitario firmante del Informe del Departamento Nacional de Higiene. En este sentido
hacen un compendio de “opiniones de hombres de completa y probada ilustración científica”
favorables a la homeopatía, realizadas por Salvador de Madariaga (un “ilustre no médico”) y los
mentados Gregorio Marañón (un “alópata”) y Augusto Bier (“titular de clínica quirúrgica en la
Facultad de Medicina de Berlín y a quien ningún médico tiene derecho a desconocer”), para
concluir que “creemos innecesario agregar la cita de otras opiniones que indudablemente serían
numerosas y categóricas en nuestro favor” (Jonás y Semich, 1937, p. 280-281).

Aunque la vacunación no sea una ni remotamente una técnica homeopática, Semich y


Jonás citan a Marañón cuando afirma que “el método curativo de las vacunas es la realización
más perfecta del dogma fundamental homeopático” y que “para lograrlo diluimos, además, la
materia curativa, los microbios, en proporciones altísimas, netamente homeopáticas”. El
mecanismo es citar estas frases oportunas para concluir que “en una palabra, la ciencia moderna
recién viene a comprobar, no a descubrir, lo que la Homeopatía ya sabía y utilizaba
clínicamente” (Jonás y Semich, 1937, p. 282).

La eficacia, la validez y la cientificidad de las terapéuticas

Y he aquí que, por primera vez, nuestro héroe vacila. Por pocas que fueran las ilusiones alimentadas
hasta el presente sobre su técnica, ha encontrado ahora una todavía más falsa, todavía más
mistificadora, todavía más deshonesta que la suya. Porque él al menos ofrece algo a su clientela: le
presenta la enfermedad bajo forma visible y tangible, mientras que sus colegas extranjeros no muestran
absolutamente nada, y sólo pretenden haber capturado el mal. Y su método obtiene resultados, mientras
que el otro es inútil. Así, nuestro héroe se encuentra preso de un problema que tal vez no carece de
equivalente en el desarrollo de la ciencia moderna: dos sistemas, de los cuales se sabe que son ambos
igualmente inadecuados, ofrecen sin embargo, uno respecto al otro, un valor diferencial y esto a la vez
desde un punto de vista lógico y desde un punto de vista experimental ¿Con respecto a qué sistema de
referencias se los juzgará entonces? ¿El de los hechos, donde ambos se confunden, o el que les es propio,
donde adquieren valores desiguales, teórica y prácticamente?
Claude Lévi-Strauss (1995, p.203).

Este epígrafe resulta revelador sobre varios hilos que cruzan la discusión acerca del
carácter científico de la homeopatía. El texto refiere a un escéptico llamado Quesalid que debido
a la desconfianza sobre las prácticas de curación de su propia tribu (y en su afán por conocer

126
más acerca de estas) acaba convirtiéndose en un aprendiz shamán. La historia, narrada por Lévi-
Strauss en “El hechicero y su magia”, encuentra un punto de inflexión cuando Quesalid se hace
de cierta legitimidad y eficacia, lo cual lo lleva a recorrer otras tribus promoviendo su sistema
curativo que considera falaz.

Sin embargo, comienza a conocer el accionar de shamanes de otras tribus, a los que
empieza a considerar con métodos mucho menos creíbles que los de su pueblo. En ese momento
se replantea los métodos de su cultura, los cuales (conforme gana fama en los pueblos
extranjeros a fuerza de realizar curaciones) parecen ganar crecientemente en complejidad y
eficacia.

La alusión del texto a la “ciencia moderna”, bien puede aplicarse al problema de la


homeopatía, ya que uno de los ejes centrales que subyace a toda la discusión pasa por la
dificultad de juzgar los conocimientos de esta práctica con los parámetros de la química y la
medicina “ortodoxa”, o de cualquier otra perspectiva que no sea la de los homeópatas. En una
época en la que la que la práctica médica parece ponerse en duda y resignificarse, la mayor
alusión de los homeópatas se remite a la eficacia propia y a la ineficacia ajena. Desde la
perspectiva alópata, si se quiere, se parte de una serie de críticas severas hacia la propia
terapéutica, con grandes cuestionamientos en distintos sentidos, sin embargo, ante un sistema
que no los satisface desde lo lógico y lo experimental, su propia práctica recobra valor.

La yuxtaposición de lo arcaico y lo moderno, con la delimitación de lo científico, lo


válido y lo eficaz, como se ha visto, no parece responder a una presentación de evidencia y
argumentos ordenada y de tipo lógica (tal el ideal cientificista) sino a una confrontación local y
espacialmente situada. Las distintas implicaciones de los actores intervinientes, las lógicas
discursivas orientadas a distintos espacios sociales, las alusiones ambiguas que parecen rozar lo
contradictorio: todo es susceptible de ser constituido como prueba de validez, de eficacia y de
cientificidad.

127
CONCLUSIONES

De todas las traiciones que comente un intelectual, sólo hay una grave: creer que ha entendido algo
por el mero hecho de haber sido capaz de ordenar una determinada parcela del lenguaje
Manuel Vázquez Montalbán

La frase del epígrafe fue pronunciada por el autor catalán en la década de 1970, y
recogida a fines del siglo XX, en 1989, cuando se compilaron en un libro cuatro obras
ensayísticas del mismo (Vázquez Montalbán, 1989). Retrata en buena medida los debates y las
tensiones de parte de la intelectualidad de fines del siglo pasado y principios del actual,
naturalmente, no resueltos en su mayoría.

De todas las traiciones que se han cometido para construir este relato, ninguna es
deliberadamente grave, al menos en el sentido que Vázquez Montalbán otorga al término.
Constituir ex profeso tal acción en el proceso de producción de una tesis de maestría sería
juzgado, cuanto menos, de pretencioso.

El objetivo más material de este producto académico es traducir en papel y tinta el


proceso de aprendizaje de ciertos conocimientos específicos y generales, de ciertas técnicas y
habilidades para abordar una determinada temática de lo social que pueda categorizarse dentro
de la subespecie de lo científico. Para ello, ha sido necesario ajustar este proceso de
construcción y traducción a ciertas formas específicas, que per se parecen traicioneras.

El planteamiento primario del problema de investigación fue orientado a la controversia


más general, a los alineamientos sociales detrás de cada bando y al tipo de pruebas que se
contraponían, procurando en alguna medida reproducir un estudio de controversias como los
que había publicado Harry Collins (1981, 1985). Finalmente, la gran pregunta a responder fue
cómo había logrado legalizarse la homeopatía en un país donde las instituciones legales que
detentan el poder de policía médica eran claramente adversas: ¿cuándo y de qué manera se dio
este proceso? ¿cómo se constituyeron como una institución? ¿a quiénes enrolaron en su favor?
¿qué ocurrió con la controversia cognitiva?

La búsqueda, entonces, se profundizó hacia la década de 1930, principalmente en la


lectura de la revista Homeopatía y en algunos textos contextuales y teóricos que pudieran
constituir un relato del proceso y formular preguntas sobre el mismo. Es decir, construir un
análisis del discurso de la revista a partir de los elementos que ofrecía el contexto, adecuados a
una serie de preguntas teóricas.

128
Así, Ben David y Collins (1967) explican el surgimiento de un nuevo rol científico (el
de la psicología) a partir de la “saturación” de un viejo rol, el de la fisiología. Al no tener cabida
dentro de los espacios académicos del “viejo rol”, algunos fisiólogos buscan explorar nuevas
líneas de investigación que terminan constituyendo una serie de preguntas y métodos que no
encuadran en lo establecido, constituyendo un “nuevo rol”. Sin embargo, aclaran los autores, la
búsqueda de legitimidad suele hacer recurrente la alusión de los nuevos psicólogos a su
condición inicial de fisiólogos, o a las referencias que pudieran hacer a los representantes de esa
disciplina, constituyendo un proceso denominado “hibridación de roles”.

Si bien la homeopatía no es, estrictamente, un “rol novedoso” alrededor de la década de


1930, sí se produce en esa época un resurgimiento de la misma en países como Francia y
Alemania, referentes culturales de la sociedad porteña. Además, se produce por entonces una
profunda crisis al interior de la medicina, con el surgimiento de numerosas especialidades,
agrupaciones y sindicatos.

A diferencia de la mayoría de las nuevas especialidades, la homeopatía reniega de casi


todos los principios y conocimientos que sustentan la práctica médica “oficial”, que se enseña
en las Facultades y se controla desde el Estado. Sin embargo, a la vez que se van constituyendo
como un “nuevo rol” basan su legitimidad en el hecho de que son médicos (¡tan médicos cómo
los alópatas!) por lo que en aquella época constituyen un rol “híbrido”.

La presentación en sociedad de la homeopatía se hace a través de ciertos pasos


emparentados con la cualquier institución médica alopática: el establecimiento de un escalafón
dentro del grupo, una serie de normas regulatorias, el dictado de conferencias, la publicación de
una revista, de artículos propios y extranjeros, la atención clínica, la enseñanza, al reseña de
libros, el canje de revistas, el intercambio epistolar con pares del exterior, la asistencia a
congresos y la puesta en escena de estos vínculos en el ámbito local. Así, la manera en que
Pierre Bourdieu (1993) entiende al poder de la institución está en este caso desdoblado, hacia lo
que representa el poder de instituir del “viejo rol” y el poder que pretenden ejercer para poder
instituir los miembros de la sociedad homeopática. Así lo entiende también Eduardo Menéndez
(1994) cuando explica la manera en la que prácticas subordinadas a la “medicina hegemónica”
validan a la misma y como alguna de ellas son también “medicinas institucionalizadas” y
reproducen algunos de sus mecanismos estructurales.

Además, como grupo novedoso plantean un posicionamiento social a partir de la


construcción de un relato similar a lo que se ha caracterizado como un relato mítico del origen

129
(Eliade, 1992) en el que se establece una historia y un escalafón disciplinario. Esto, sumado a
las características místicas atribuidas al fundador de la terapéutica, Hahnemann, los alejan
necesariamente del discurso alópata para acercarlos al específico y particular universo de la
homeopatía, en una época de alguna manera fértil para el desarrollo de este tipo de ideas.

Esto puede entenderse también en la lógica goffmaniana del juego situacional y


creyente: las creencias vienen dadas por la trayectoria de cada actor (en este caso por, al menos,
dos roles médicos) y lo situacional por el universo de “normas de aceptabilidad” al que se
enfrentan cada vez que se produce una acción comunicacional (el universo del Departamento de
Higiene, del Ministerio de Instrucción Pública, de un grupo de colegas comidos y bebidos en
una conmemoración hahnemanniana, etc.).

Esto no sólo complejiza las potenciales respuestas, sino que quita la posibilidad de
pensar en actores puramente conscientes y no contradictorios. Muy al contrario, lo expuesto en
los anteriores capítulos parece mostrar personas a las que les cuesta contener sus pasiones, que
recurrentemente parecen contradecirse y cuya motivación y lógica de la acción se va
redefiniendo constantemente.

De esta manera, aunque pueda esbozarse que los médicos homeópatas de la SMHA en
1930 han buscado formas de desarrollo de tipo científico “oficial” (como la publicación
científica, educación, investigación, asistencia a congresos, pertenencia institucional
internacional y atención médica con fines educacionales e investigativos) no puede afirmarse
que haya sido una estrategia plenamente consciente y deliberada. Si decían defender también
principios hahnemannianos y seguir al pie de la letra sus enseñanzas, tampoco puede sostenerse,
por ejemplo, que hayan realizado investigaciones en el hombre sano para verificar los estudios
ya nomenclados o probar nuevas sustancias y diluciones.

Más bien, parecen haber hecho lo que Belmartino y otros (1988) indican que hacía el
resto de los médicos de la época: “quejarse”, incurrir frecuentemente en “excesos retóricos”,
“asociarse o agremiarse” y “demandar al Estado” para defender la por entonces endeble
profesión de médico, sobre todo orientándose a incrementar su clientela. Como se vio en el
capítulo anterior, para los homeópatas de la SMHA era crucial entrar dentro de la órbita del
Estado ya que el reconocimiento legal, potencialmente, implicaría aumentar el número de
pacientes (valga la contradicción, ya que constantemente se aludía a la gran clientela de los
curanderos; lo cual reafirma la “institucionalidad” que Menéndez, 1996, atribuye a la
homeopatía y no a otras prácticas “alternativas” como el curanderismo).

130
Así, al momento de pelear por el reconocimiento jurídico la SMHA cuenta con varios
rasgos que le permiten reclamar la personería jurídica: una red de apoyo internacional, un buen
número de historias clínicas, una biblioteca más o menos nutrida y una revista de cierta
antigüedad en la que aparecen artículos de autores de países “civilizados”. Todo ello, en
definitiva, sentado sobre la base de haber pasado la “frontera mágica” de la Facultad de
Medicina, lo cual les otorga el derecho a la transgresión, mediante la indiferencia
condescendiente de la Academia Nacional de Medicina.

La movilización de recursos por parte de la Sociedad Homeopática, en particular la


presión ejercida al Ministro de Justicia e Instrucción Pública, y fundamentalmente a través de
los medios y colegas extranjeros, pudieron más que el accionar de los grupos más radicalizados,
ligados oportunamente a las instituciones de farmacia. Nuevamente, es de destacar que la época
era particularmente favorable al nacimiento de nuevas disciplinas y que la profesión médica
estaba en entredicho, así como la relación con el rol farmacéutico tampoco pasaba por el
momento de mayo fluidez: si luego de 1852 a nivel provincial, y a partir de 1880 a nivel
nacional, los médicos se habían erigido como los policías, legisladores y jueces de la salud, en
1930 los farmacéuticos se sumaron al resquebrajamiento generalizado y crearon su espacio
represor dentro del Departamento Nacional de Higiene.

De esta manera, los homeópatas consiguieron un reconocimiento trascendental a partir


del cual pudieron ejercer, enseñar y difundir su disciplina desde un marco legal. No obstante, el
lugar que consiguieron fue marginal y fruto de una gran movilización de recursos a lo largo de
varios años para conseguir reconocimientos que resultaron siempre incompletos, lo cual
probablemente, haya dejado secuelas en la interacción de esta y otras asociaciones respecto al
resto de las instituciones médicas y estatales.

La legitimación de esta práctica marginal se constituyó en función de una serie de


interacciones con instituciones que la antecedían y cuyo desarrollo estuvo ligado a un proceso
de validación social más amplio que excede, incluso, los márgenes de la Academia (donde está
la homeopatía). Por ejemplo, tal vez se pueda reconocer –cómo ya lo hicieran Jonás y Semich
hace casi setenta años–, que la automedicación que hoy hace importante a la industria
farmacéutica se puede explicar como producto de la lógica alopática. En todo caso, este es un
aspecto más de la madeja social que define estos procesos y no una explicación causal del
mismo.

Vale recordar que no ha mediado ningún “descubrimiento” relevante entre la fundación


de la institución y su reconocimiento jurídico que avale “científicamente” a la homeopatía,

131
exceptuando la impresionante multiplicación de pacientes durante los primeros años de la
SMHA. En definitiva, los pacientes fueron los grandes financistas de la institución (al menos en
lo declarado), en una época en la que, al parecer menguaba la clientela para los médicos. Cabe
interrogarse, entonces, cuál hubiera sido el destino de la SMHA (aún con sus avances
institucionales) sin la eficacia –el éxito comercial– de sus tratamientos.

En definitiva, ante la abrumadora pluralidad de indicios y la infinita posibilidad de


conexiones causales que abre la indagación sobre los discursos de la época, difícilmente pueda
concluir en una solución única (pluri o monocausal) sino a una multiplicidad de voces que
pueden convertirse en un relato más o menos complejo, más o menos atrapante o convicente
sobre un determinado problema.

Esta multiplicidad de voces, fantasmales en el caso de Hipócrates, Paracelso y


Hahnemann, vivas en los discursos de barricada de Semich y Jonás, que a su vez aludían a otras
(aunque no en forma absolutamente verosímil) tan vivas como sacramentales, tan civilizadas y
modernas como arcaicas, tan revolucionarias y relativistas como conservadoras y positivistas…
tan imbricadas con el contexto y tan emparentadas con el resquebrajamiento de la disciplína
médica de la época.

132
BIBLIOGRAFÍA
Ambrós, J.J. (2004a), “El concepto de salud y de individuo sano”, en AMHA (comp.), Tratado
de Doctrina Médica Homeopática, Buenos Aires, Editorial de la AMHA, pp. 31-32.
___________ (2004b), “El concepto de enfermedad y enfermo”, en AMHA (comp.), Tratado
de Doctrina Médica Homeopática, Buenos Aires, Editorial de la AMHA, pp. 33-36.
___________ (2004c), “Fuerza vital. Historia del vitalismo”, en AMHA (comp.), Tratado de
Doctrina Médica Homeopática, Buenos Aires, Editorial de la AMHA, pp. 47-49.
Belmartino, S., C. Bloch, A. Persello y M. Carnino, (1988), Corporación médica y poder en
salud; Argentina, 1920-1945, Buenos Aires, OPS.
Ben-David, J. y R. Collins (1966), “Social factors in the origin of a new science: the case of
psychology”, American Sociological Review, 31, pp. 451-465.
Bloor, D. (1998), Conocimiento e imaginario social, Barcelona, Gedisa.
Bourdieu, P. (1993), “Los ritos como actos de institución”, en Pitt-Rivers, J. y J. G. Peristany
(Eds.) Honor y gracia, Madrid, Alianza, p. 111-123.
___________ (1996), “El campo científico”, en REDES, N° 2, vol. 1, pp. 131-160.
Buch, A. (1996), “De la institución a la disciplina: el lugar del nombre propio en los comienzos
de la fisiología argentina a principios de siglo”, en Albornoz, M, P. Kreimer y E. Glavich
(eds.) Ciencia y Sociedad en América Latina, Buenos Aires, UNQ.
_______ (2000), Forma y función de un sujeto moderno. Bernardo Houssay y la fisiología
argentina (1900-1943), Tesis de doctorado, Universidad autónoma de Madrid, 2000.
Buta, J. (1996), “Los inicios de la cultura científica argentina: los precursores de Houssay”, en
Albornoz, M, P. Kreimer y E. Glavich (eds.) Ciencia y Sociedad en América Latina,
Buenos Aires, UNQ.
Casale, J.A. (2004), “Concepto de miasma crónico”, en AMHA (comp.), Tratado de Doctrina
Médica Homeopática, Buenos Aires, Editorial de la AMHA, pp. 221-226.
Collins, H. (1981), The Place of the Core-set in Modern Science: Social Contingency with
Methodological Propriety in Science, en History of Science, Vol. 19, p. 6-19.
_________ (1985), Changing order, Londres, Sage.
Crespo Duberty, M. (2000a), La homeopatía y el arte de curar, Buenos Aires, EDA.
_________________ (2000b), La homeopatía unicista, Buenos Aires, EDA.
Degele, N. (2005), “On the margins of everything: Doing, performing, and staging science in
homeopathy”, en Science, Technology & Human Values, Londres, Sage, pp. 111-136.
Deveze, M. (1939), “Causticum (conclusión)”, en Homeopatía, año 6, nº 10, pp. 315-332.
Eliade, M. (1992), Mito y realidad, Barcelona, Labor.
Estebánez, M. E. (1996), “La creación del Instituto Bacteriológico del Departamento Nacional
de Higiene: salud pública, investigación científica y la conformación de una tradición en

133
el campo biomédico”, en Albornoz, M, P. Kreimer y E. Glavich (eds.) Ciencia y
Sociedad en América Latina, Buenos Aires, UNQ.
Faure, O. (2002/3), “L’homéopathie entre contestation et integration”, en Actes de la recherché
en sciences sociales, nº 143, pp. 88-96.
Foladori, G. (2004), “Una lucha de paradigmas: el caso de la Homeopatía”, en Revista
Theomai, número especial, invierno. Disponible en [http://revista-
theomai.unq.edu.ar/numespecial2004/artfoladorinumespec2004.htm]
__________ y N. Invernizzi (2005), “Cuando los gnomos vienen marchando: implicaciones de
la nanobiotecnología”, en Revista Theomai, nº 12. Disponible en [http://revista-
theomai.unq.edu.ar/NUMERO12/art_foladori_invernizzi_12.htm]
Foucault, M. (2001), Defender la sociedad. Curso en el Collage de France (1975-1976),
Buenos Aires, FCE, pp. 167-174.
Geertz, C. y J. Clifford (2003), El surgimiento de la antropología posmoderna, Barcelona,
Gedisa.
González Leandri, R. (1997), La construcción histórica de una profesión. Asociaciones e
instituciones médicas en Buenos Aires: 1852-1895, Tesis doctoral, Universidad
Complutense de Madrid.
Huertas, M. M. (2005), “Actual edificio de la Facultad de derecho de la Universidad de
Buenos Aires. Diez años de Historia (1939-1949)”, en IUSHISTORIA, Revista
Electrónica, n°2. Disponible en [http://www.salvador.edu.ar/juri/reih/2da/103.pdf]
Hurtado de Mendoza, D. y A. Busala (2002), “La divulgación como estrategia de la
comunidad científica argentina: la revista Ciencia e Investigación (1945-48)”, en REDES,
vol 9, nº 18, pp. 33-62.
Jarvis, W. (1994), NCAHF Position Paper on Homeopathy, disponible en
http://www.ncahf.org/ [publicado también en Skeptic, vol. 3, nº 1, pp. 50-57].
Kaufmann, E. (2004), “Historia de las Escuelas Médicas”, en AMHA (comp.), Tratado de
Doctrina Médica Homeopática, Buenos Aires, Editorial de la AMHA, pp. 15-30.
Kitcher, P. (2000), “Patterns of Scientific Controversies”, en Machamer, Peter, M. Pera y A.
Baltas (eds.) Scientific Controversies, Philosophical and Historical Perspectives, Nueva
York, Oxford University Press, pp. 21-39.
Knorr-Cetina, K. (1996), “¿Comunidades científicas o arenas transepistémicas de
investigación? Una crítica de los modelos cuasi-económicos de la ciencia”, en REDES,
vol.3, N° 7, pp. 131-160.
Kreimer, P. (1999), De probetas, computadoras y ratones, Buenos Aires, Universidad Nacional
de Quilmes.
__________ (2003), “Conocimientos científicos y utilidad social”, Ciencia, Docencia y
Tecnología, año XIV, mayo, nº 26, pp. 11-58.

134
__________ (2007), Ciencia y Periferia. Nacimiento, muerte y resurrección de la biología
molecular en la Argentina. Aspectos sociales, políticos y cognitivos, Buenos Aires,
EUDEBA, En prensa.
Kuhn, T. S. (2000), La estructura de las revoluciones científicas, Madrid, Fondo de Cultura
Económica.
Lamo de Espinosa, E., J. González García y C. Torres Alberó (1994), La sociología del
conocimiento y de la ciencia, Madrid, Alianza.
Latour, B. (1992), Ciencia en acción, Barcelona, Labor.
Lévi Strauss, C. (1995), Antropología Estructural, Buenos Aires, Paidós.
______________ (1995b), Mito y significado, Madrid-Buenos Aires, Alianza.
Machamer, P., M. Pera y A. Baltas (eds.) (2000), Scientific Controversies, Philosophical and
Historical Perspectives, Nueva York, Oxford University Press, pp. 21-39.
Martín Criado, E. (1998), “Los decires y los haceres”, Papers 56, pp. 57-71.
Menéndez, E. (1985), “Aproximación crítica al desarrollo de la antropología médica en
América Latina”, en Nueva Antropología, Vol. III., Nº 28, pp. 11-27.
____________ (1994), “La enfermedad y la curación ¿qué es medicina tradicional?”, en
Alteridades, nº 4, pp. 71-83.
Moizé, M. (2004), Jerarquización de los síntomas”, en AMHA (comp.), Tratado de Doctrina
Médica Homeopática, Buenos Aires, Editorial de la AMHA, pp. 81-90.
O’Connell, A. (1984), “La Argentina en la depresión. Los problemas de una economía abierta”,
en Desarrollo Económico, v. 23, 92 (enero-marzo), pp. 479-513.
Panadero Díaz, M. (2003), “La vivencia de la enfermedad en la nueva sociedad”, en Morales
Prado, E y Ordóñez García, J. (eds.), Actas de las III Jornadas de Medicina y Filosofía
“La enfermedad y el sufrimiento”, Sevilla, Kronos, pp. 219-228.
Pellegrino, J.C. (2004), Principios fundamentales de la Homeopatía, en AMHA (comp.),
Tratado de Doctrina Médica Homeopática, Buenos Aires, Editorial de la AMHA, pp. 37-
45.
Plotkin, M. (2003), Freud en las pampas, Buenos Aires, Sudamericana.
Poe, E. A. (1991) [1841], “Nunca apuestes tu cabeza al diablo. Un cuento con moraleja”, en
Cortázar, J. (trad), Edgar Allan Poe. Cuentos/2, Buenos Aires, Alianza, pp. 343-354.
Originalmente como “Never bet the Devil your Head. A Tale with a Moral”, en
Graham’s Lady’s and Gentleman’s Magazine.
Prego, C. (1996), “Formación y desarrollo de una tradición científica: el campo bio-médico en
la Argentina”, en Albornoz, M, P. Kreimer y E. Glavich (eds.) Ciencia y Sociedad en
América Latina, Buenos Aires, UNQ.

135
Quiroga, M. (1972), La Academia Nacional de Medicina de Buenos Aires 1922-1972, Buenos
Aires, La Academia. Disponible en
[http://www.acamedbai.org.ar/pagina/academia/historia.htm]
Romero, J.L. (2004), Latinoamérica. Las ciudades y las ideas, Buenos Aires, Siglo XXI.
Rorty, R. (1979), Philosophy and the mirror of nature, Princeton, Nueva Jersey, Princeton
University Press.
Rouquié, A. (1978), Poder militar y sociedad política en la Argentina, Buenos Aires, EMECE.
Sarlo, B. (1988), Una modernidad periférica: Buenos Aires, 1920 y 1930, Buenos Aires, Nueva
Visión.
_______ (1992), La imaginación técnica. Sueños Modernos de la cultura argentina, Buenos
Aires, Nueva Visión.
Shapin, S. (1991), “Una bomba circunstancial. La tecnología literaria de Boyle” [en La science
telle qu’elle se fait, Callon, Michel y Bruno Latour (eds.), La découverte, París]. Tomado
de la traducción de G. Pineda y Jorge Charum [http://ayura.udea.edu.co/]
_________ y S. Schaffer (2005), El Leviatán y la bomba de vacío, Buenos Aires, Editorial
UNQ.
Spadafora, S. (2004), Rol del Estado en los sistemas de salud con modelo de seguros múltiples
en competencia, Tesis, ISALUD. Disponible en:
[http://www.gestionpublica.sg.gba.gov.ar/html/biblioteca/tesis_salud.doc/]
Tellería, C., V.J. Sanz y M.A. Sabadell (1996), La homeopatía: historia, descripción y
análisis crítico, Zaragoza, La alternativa racional.
Valenzuela, C. (1990), Homeopatía unicista, Buenos Aires, Albatros.
Vallejo, G. y M. Miranda (2002), Evolución y revolución en el pensamiento alternativo
argentino de comienzos del siglo XX. Ponencia presentada al V Encuentro del corredor
de las ideas del Cono Sur, Universidad Nacional de Río Cuarto, noviembre de 2002.
Yahbes, E.A. (2004), “Susceptibilidad. Idiosincrasia. Resistencia. Inmunidad. Concepto de
enfermedad aguda y crónica. Genio Epidémico. Enfermedad aguda intercurrente” en
AMHA (comp.), Tratado de Doctrina Médica Homeopática, Buenos Aires, Editorial de
la AMHA, pp. 105-110.
Vázquez Montalbán, M. (1989), Escritos subnormales, Barcelona, Seix Barral.
Weisz, G. (1998), “Un período de auge: la crisis de los años treinta”, en Mundo Científico,
septiembre 1998, pp. 42-46.

Fuentes primarias:
Aviso (1934), en Homeopatía, año I, nº 3, p. 88.
Aviso (1934b), “Consultorios de la Sociedad Médica Homeopática Argentina”, en Homeopatía,
año I, nº 11-12, p. 342.

136
Aviso (1935), en Homeopatía, año 2, nº 7-8, p. 203.
Aviso, (1936), “Dispensario de la SMHA”, en Homeopatía, año 3, nº 5, p. 151.
Aviso (1939), en Homeopatía, año VI, nº 6, p. 215.
Bier, A. (1935), “¿Cuál debe ser nuestra actitud respecto a la homeopatía?”, en Homeopatía,
año II, nº 3-4, pp. 79-105.
Causticum (1934a), “Comentarios. Las amígdalas”, en Homeopatía, año I, nº 2, pp. 35-36.
_________ (1934b), “Hospital o dispensario Homeopático en Buenos Aires”, en Homeopatía,
año I, nº 3, pp. 67-68.
Coll, J.E. (1938), “Resolución del Señor Ministro de Justicia e Instrucción Pública”, septiembre
de 1938, en Homeopatía (1940), año VII, nº 9-12, pp. 290-291.
Copia del acta de la VIIIª Sesión del C. Académico de la Facultad de Ciencias Médicas de
La Plata, 19 de diciembre de 1934, en Homeopatía, año II, nº 2, p. 35-36.
Croll Picard (1934a) “Hahnemann y la homeopatía”, en Homeopatía, año I, nº I, pp.13-15.
__________ (1934b), “Hahnemann y la homeopatía”, en Homeopatía, año I, nº 2, pp. 50-51.
__________ (1934c), “Hahnemann y la Homeopatía”, en Homeopatía, año I, nº 4, p. 124-126.
Decreto del Poder Ejecutivo por que se otorga la Personería Jurídica (1940), en
Homeopatía, año VII, nº 9-12, p. 295.
Deveze, M. (1936), “Revista de Revistas”, en Homeopatía, año III, nº 10-11-12, pp. 430-435.
__________ (1939), “Causticum (Conclusión)”, en Homeopatía, año 6, nº 10, pp. 315-332.
Distinción honorífica (1934), en Homeopatía, año I, nº 3, p. 69.
Editorial (1934a), “Hospital o dispensario homeopático en Buenos Aires”, en Homeopatía, año
1, nº 3, p. 67.
Editorial (1934b), “Un gran paso”, en Homeopatía, año 1, nº 9-10, p. 293.
Editorial (1934c), “La homeopatía en Buenos Aires, su Progreso”, en Homeopatía, año 1, nº
11-12, pp. 341-342.
Editorial (1934d), “Nuestro primer aniversario”, en Homeopatía, año I, nº 7, p. 197-198.
Editorial (1935), “Liga Homeopática Internacional. Palabras de Aliento” y “Carta del Dr.
Vinyals a nuestro Director”, en Homeopatía, año II, nº 5, pp. 153-154.
Editorial (1935b), “El Congreso de Homeopatía de Buda-Pest”, en Homeopatía, año 2, nº 7-8,
p. 201.
Editorial (1936), “Conmemoración del 181º aniversario del nacimiento de Hahnemann”, en
Homeopatía, año 3, nº 5, pp. 117-120.
Editorial (1937a), “10 de abril de 1755-1937. Fecha gloriosa de la Homeopatía”, en
Homeopatía, año 4, nº 3-4, p. 49-50.
Editorial (1937b), “Banquete ofrecido por la Sociedad Homeopática Argentina con motivo del
182 aniversario del nacimiento de Christian Federico Samuel Hahnemann”, en
Homeopatía, año 4, nº 3-4, p. 51.

137
Editorial (1937c), “Lo que no es la Homeopatía”, en Homeopatía, año 4, nº 3-4.
Editorial (1938), en Homeopatía, año 5, nº 3-4, pp. 1-2 (bis).
Editorial (1938b), “Por qué la Homeopatía no avanza. Una de las razones”, Homeopatía, año 5,
nº 5-6, pp. 109-111.
Editorial (1938c), “Los Nosodos e Isoterapia. Su preparación en Buenos Aires”, en
Homeopatía, año 5, nº 9-10, pp. 225-226.
Editorial (1938d), “Liga Homeopática Internacional. Resumen de los trabajos presentados en el
Congreso de Niza”, en Homeopatía, año 5, nº 9-10, pp. 249-252.
Editorial (1939), “Advertencia”, en Homeopatía, año 6, nº 1, p. 1.
Gacetilla del congreso Pan Americano (1939), en Homeopatía, año 6, nº 6, pp. 206-210.
González Ávila, E. (1935a), “Nota al Consejo Académico”, en Homeopatía, año II, nº 2, pp.
36-40.
________________ (1935b), “Discurso en el acto de desagravio”, en Homeopatía, año II, nº 2,
pp. 62-64.
Grosso, A. (1935), “Cuestiones de Técnica Homeopática. Repertorización”, en Homeopatía,
año II, nº 1, p. 7-12.
Guild, W. (1939), “Carta de apoyo del Pan American Homeopathic Medical Congress”, en
Homeopatía, año VI, nº 7-8, pp. 227-230.
_________ (1939b), “Carta al Señor Presidente de la Nación Dr. Roberto Ortiz”, en
Homeopatía, año VI, nº 11-12, p. 356-359.
Homenaje de los Médicos Homeópatas Argentinos (1935), en Homeopatía, año 2, nº 9-10, p.
260.
Informe de la Academia de Medicina (1939), en Homeopatía (1940), año VII, nº 9-12, p. 293.
Informe de la Embajada Argentina en Washington (1939), en Homeopatía (1940), año VII,
nº 9-12, p. 291.
Informe del Ministerio de Relaciones Exteriores de Alemania a la Embajada Argentina
(1939) en Homeopatía (1940), año VII, nº 9-12, p. 292.
Informe del Departamento Nacional de Higiene (1937) en Homeopatía (1940), año VII, nº 9-
12, pp. 266-273.
Jonás, G. (1934a), “La doctrina de la homeopatía” en Homeopatía, año 1, nº 1 pp. 4-7.
________ (1934b), “Comentario a una comunicación del Dr. A. Gandolfi Herrero: ‘Algunos
síndromes reumáticos que no obedecieron al salicilato de soda’”, en Homeopatía, año I,
nº 1, pp. 16-23.
________ (1934c), “Conferencia en la inauguración del local de la SMHA”, en Homeopatía,
año 1, nº 11-12 p. 343-346.
________ (1934d), “La doctrina de la homeopatía”, en Homeopatía, año 1, nº 2, pp. 37-39.

138
________ (1934e), “Criterio terapéutico en las enfermedades agudas y crónicas”, en
Homeopatía, año I, nº 6, pp. 170-181.
________ (1934f), “Las tuberculinas”, en Homeopatía, año I, nº 7, p. 199-212.
________ (1935), “Desagravio al Dr. González Ávila”, en Homeopatía, año II, nº 2, pp. 60-62.
________ (1935b), “El Congreso de Budapest. Conferencia pronunciada en la SMHA el 29 de
octubre de 1935”, en Homeopatía, año 2, nº 11-12, pp. 281-298.
________ (1936a), “Necesidad de la Creación de un Hospital Homeopático en Buenos Aires”,
en Homeopatía, año III, nº 10-11-12, p. 307.
________ (1936b), “La Homeopatía en la República Argentina. Notas históricas y de
actualidad”, en Homeopatía, año III, nº 10-11-12, pp. 308-316.
________ (1936c), “SMHA. Cursos y conferencias de 1936”, en Homeopatía, año 3, nº 6-7, pp.
153-154.
________ (1937), “El Congreso Homeopático de Berlín organizado por la Liga Homeopática
Internacional”, en Homeopatía, año 4, nº 7-8, pp. 163-165.
________ (1937b), “La ley de la similitud en la escuela oficial”, en Homeopatía, año 4, nº 12,
pp. 369-372.
________ (1940), “El congreso Médico Homeopático Panamericano”, en Homeopatía, año VII,
nº 5, pp. 123-126.
________ y R. Semich (1936), “Declaración”, en Homeopatía, año 3, nº 3-4, pp. 65-66.
__________________ (1937), “Respuesta de la Sociedad Médica Homeopática Argentina al
informe del D. N. de Higiene”, en Homeopatía, año VII, nº 9-12, pp. 273-290.
La Dirección (1935), “Un año de labor”, en Homeopatía, año II, nº 1, pp. 1-2.
Martínez, H. (1938), “Conferencia realizada el 26 de octubre en el Patronato de la Infancia”, en
Homeopatía, año 5, nº 9-10, pp. 230-242.
Matínez, J. (1938b), “Farmacia Homeopática”, en Homeopatía, año 5, nº 11-12, pp. 269-371.
Mauriac, P. (1936), “Nota del Señor Decano de la Facultad de Medicina de Burdeos”, en
Homeopatía, año 3, nº 8, p. 249.
Mazuera Ayala, J.C. (1939), “Nota al Sr. presidente de la Nación”, en Homeopatía, año VI, nº
7-8, pp. 231-249.
Nash, E. (1937), “Guías para el empleo de Sulphur, con sus comparaciones”, en Homeopatía,
año 4, nº 1-2, pp. 1-44.
Nota de la Inspección General de Justicia, (1939), en Homeopatía, año VII, nº 9-12, pp. 293-
295.
Notas clínicas y terapéuticas (1934), en Homeopatía, año I, nº 11-12, pp. 381-383.
Noticias (1995), en LAR, nº 34/35, p. 56.
Nuestra Revista (1934), en Homeopatía, año I, nº 4, p. 104.

139
Peuvrier, A. (1934), “Las preparaciones homeopáticas de los medicamentos”, en Homeopatía,
año I, nº 8, p. 267-278 [se consigna que fue publicado originalmente en Anales del
hospital Saint Jacques, tomo 1º año 1932].
Salinas Ramos, L. (1939), “Invitación al Gobierno Argentino para que envíe un delegado
official al Congreso Médico Homeopático Panamericano”, en Homeopatía, año VI, nº 7-
8, pp. 224-226.
________________ (1939b), “Resoluciones tomadas en la X Convención del Pan American
Medical Congress”, en Homeopatía, año VI, nº 11-12, p. 349-354.
Semich, R. (1934a), “Nuestros propósitos”, en Homeopatía, año 1, nº 1, pp. 2-3.
_________ (1934b), “Una conferencia de Marañón en el congreso internacional de
Homeopatía”, en Homeopatía, año I, nº 1, pp. 8-12.
_________ (1934c), “El desarrollo de la Homeopatía. Su progreso y porvenir”, en Homeopatía,
año I, nº 3, p. 70-75. Con anexo de fotografías sin foliar.
_________ (1934d), “La noción de individualidad mórbida y su aplicación clínica”, en
Homeopatía, año I, nº 2, pp. 40-49.
_________ (1934e), “El desarrollo mundial de la Homeopatía. Su Progreso y su porvenir”, en
Homeopatía, año I, nº 3, p. 70-75.
_________ (1934f), “En el Aniversario de Hahnemann”, en Homeopatía, año I, nº 4, p. 99-103.
_________ (1935b), “Los primeros conflictos”, en Homeopatía, año II, nº 2, pp. 33-34.
_________ (1935c), “La conversión de Augusto Bier”, en Homeopatía, año II, nº 3-4, pp. 77-
78.
_________ (1935d), “La difusión de la Homeopatía”, en Homeopatía, año 2, nº 5, pp. 129-130.
_________ (1935e), “El primer curso de Homeopatía en el país”, año 2, nº 7-8, pp. 202-203.
_________ (1936a), “Dos años de labor”, en Homeopatía, año 3, nº 1-2, pp. 1-2.
_________ (1936b), “Las opiniones del profesor Mauriac”, en Homeopatía, año 3, nº 3-4, pp.
84-90.
_________ (1936d), “Respuesta al Profesor Mauriac”, Homeopatía, año 3, nº 8, pp. 251-254.
_________ (1937a), “Nuestro tercer aniversario”, en Homeopatía, año 4, nº 1-2, p. 1. [se refiere
a la fundación de la revista]
_________ (1938), “Nuestro quinto aniversario”, en Homeopatía, año 5, nº 5-6, pp. Sin foliar.
[se refiere a la fundación de la SMHA]
_________ (1939), “El Departamento Nacional de Higiene y la Homeopatía”, en Homeopatía,
año VI, nº 7-8, pp. 217-221.
_________ (1939b), “Solidaridad de la prensa”, en Homeopatía, año VI, nº 9-10, pp. 257-260.
_________ (1940), “La tramitación de la personería jurídica”, en Homeopatía, año VII, nº 9-12,
pp. 263-307.

140
_________ y Jonás, G. (1935), “Nota de la Sociedad Médica Homeopática Argentina al
Consejo Académico”, en Homeopatía, año II, nº 2, p. 40-41.
_____________________ (1936), “La Homeopatía en España”, en Homeopatía, año 3, nº 6-7,
p. 155.
Sociales (1937), “Recepción en casa del Dr. Deveze”, en Homeopatía, año 4, nº 3-4, p. 91.
Solidaridad de los médicos y de la prensa del Brasil (1939) en Homeopatía, año VI, nº 7-8,
pp. 261-268.
SMHA (1934), “Actividades”, en Homeopatía, año I, nº 8, p. 261.
SMHA (1934b), “Conferencias”, en Homeopatía, año I, nº 4, pp. 103-104.
SMHA (1935), “Actividades”, en Homeopatía, año 2, nº 9-10, pp. 249-250.
SMHA (1937), “Actividades, en Homeopatía, año 4, nº 5-6, p. 113.
SMHA (1937b), “Resumen de las comunicaciones al Congreso Internacional de Homeopatía de
Berlín”, en Homeopatía, año 4, nº 12, pp. 378-390.
Vinyals, A. (1934), “Congreso Homeopático Internacional. Celebrado en Arnhem (Holanda) en
25 a 28 de julio de 1934”, en Homeopatía, año I, nº 9-10, p. 308-319 [originalmente
aparecida en El Sol de Meissen, de Barcelona].

141

También podría gustarte