Aquella Mariposa Que Nos Mira

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Aquella mariposa que nos mira

Yacía un día lluvioso a finales de agosto. Las clases de un nuevo año escolar estaban a la vuelta
de la esquina, aun así, Thomas estaba aburrido en su habitación. El deseaba jugar con los niños
saltando charcos y escabulléndose de la lluvia, pero sus padres eran recelosos y protectores, por
lo tanto él se quedaba en casa.
Tanto era su aburrimiento que se asomó a la ventana a observar aquellas gotas de lluvia
deshacerse antes de llegar a su destino. Las miraba con interés, tratando de descubrir cual
llegaría antes en esa carrera sin fin. De repente, una mariposa negra con toques morados oscuros
se posó en la ventana. Él juraría que ella lo miró con tristeza. Esa mirada le dijo más cosas que
mil palabras, pero no pudo entenderlas. (Antítesis 1) (Perífrasis)
Thomas quería tener en esas manos de niño a aquella mariposa más que otra cosa. Rozó la mano
en la ventana y la mariposa respondió con un revoloteo de sus alas. La emoción del pequeño
incrementó. Con movimientos sumamente lentos, intentando no asustar a la mariposa, abrió la
ventana. Lastimosamente se escapó de él. La mirada de él se fijó en ella para no perderla y saber
a qué lugar se posaría. Está terminó en el coche de su padre, una camioneta. (Realismo mágico)
Aquel niño dejó sus pensamientos de esa mariposa dispersarse y siguió con su vida, o así se
pensaría. Semanas después, su padre sufrió un accidente en aquella misma camioneta,
llevándolo a la muerte. Simple coincidencia pudo haber sido, pensó Thomas, pero estaba
equivocado. El día del funeral, esa mariposa se posaría en el ataúd de su padre, mirándolo llorar.
Las miradas volvieron a cruzarse y esta vez, él sabía su significado. (Antítesis 2)
(Personificación)

Cuando Thomas cumplió dieciséis, su madre le ayudó a sacar el carnet de conducir y a comprar
un carro usado. Sus amigos al enterarse se emocionaron pues tenían un amigo que los llevaría a
lugares que sus padres no quisieran. Él los complació con gusto y se sentía alagado. Amaba con
locura a ese carro, pero más amaba a una de sus amigas que la conocía desde primaria.
Un día, Thomas se armó de valor y le pidió a Karla que salieran en una cita. Ella aceptó con
gusto la invitación. Thomas jamás había salido con alguien antes, por lo cual pidió consejo a sus
amigos. Varios concordaron en que le llevara a una fiesta que se daría ese viernes. Él aceptó,
puesto que irían ellos y le podrían ayudar.
Aquel viernes, Thomas pasaría en su carro, recogiendo a Karla y yendo a la fiesta. La pasaron
bien, no se puede negar eso, pero demasiados eran los nervios de él que se pasó de tragos. Tanto
sus amigos como Karla lo notaron. Ella iba a pedir que alguien la llevara a su casa, pero
Thomas insistió, diciendo que estaba bien. Lamentablemente Karla cedió.
A las doce de la noche estaban regresando, pero lo más lento posible a petición de Karla. El
recorrido no tenía problemas hasta que Thomas vio a una mariposa. Se quedó conmocionado,
sabiendo que la conocía de algún lado. Llegó el recuerdo de donde la conocía, pero lo conocido
se fue por un recuerdo. Thomas se había olvidado de Karla, de la carretera, del volante, del
pedal, de todo. Su atención solo estaba en la mariposa. Ese pequeño momento de despiste lo
costaría toda la vida, pues no se fijó que se salió de la carretera, volcándose por el lado de Karla.
Dieron varias vueltas de campana, para quedar de cabeza. (Retruécano)
El olor de la sangre lo trajo de vuelta de su inconciencia. Su cabeza zumbaba y tenía un dolor
punzante en la frente. Miró lentamente a su alrededor, topándose con Karla. Ella se veía como
dormida, como en paz. Thomas le gritó, suplico, movió, pero Karla se había ido. Thomas
lloraba y estaba a punto de desmayarse de nuevo, pero antes apareció la mariposa y se posó en
el rostro de Karla. Thomas quiso aplastarla o ahuyentarla para siempre, sin embargo ella no se
regía por sus normas. La vio irse, manchada de la sangre de Karla en las alas. Él quedó en un
sueño otra vez.

Los meses pasaron y él termino en un juicio por asesinato y conducción en estado de ebriedad.
A él no le importó irse preso, incluso no pidió que lo juzgaran como menor. El día de la
sentencia, mientras el juez hablaba, él miro por la ventana. La mariposa paso revoloteando y
Thomas se fue a prisión.
Los años pasaron, el envejeció con rencor y tristeza. Su madre siempre trataba de ir a visitarlo,
pero el nunca accedió a verla. No podía. Él temía que si mostraba cariño por ella, la mariposa
también se lo arrebataría. En la prisión, nunca habló más de lo que debía, nunca hizo amigos de
ahí. Muchos de los reos dirían que él era más un fantasma que un preso.
Pocos años antes de su liberación, se enteró que su madre cayó enferma y murió poco después.
El alcaide se conmovió por su perdida y le preguntó si quería pedir una revisión de su caso y ver
si podía salir por buen comportamiento. Thomas se negó. Cumplió limpiamente su condena y
cuando salió todo para él había cambiado, todo había dejado de importarle.
Se regresó a su antigua casa, tomó un poco de dinero y ropa de su padre, y viajó a una florería.
Compró rosas, las flores preferidas de su madre. Se subió en un autobús con las flores en mano.
Una monja que se sentó al lado suyo y le preguntó si era para una mujer. Él respondió que sí.
Llegó al cementerio y buscó donde su madre descansaba. No le sorprendió que ella descansara
al lado de su padre. Dejó las flores en su tumba y comenzó a llorar. Su llanto fue interrumpido,
pues la mariposa se posó en la tumba de su madre. Thomas estaba muy cansado y no quiso
pelear.
Volvió a la casa, cogió una soga, una silla, preparó todo y se colgó. Antes de reunirse con sus
padres y su amada, vio por última vez a la mariposa, aquella que tanto dolor le produjo. Se
alegró, ya que jamás debería volverla a ver. Ella se posó en su nariz y cuando sintió que Thomas
había desaparecido, ella también se fue en búsqueda de alguien más.
FIN

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