La Vida Es Una Pinata Ismael Cala

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LA VIDA ES UNA PIÑATA

ISMAEL
CALA

= HarperCollins Español
© 2016 por Ismael Cala
Publicad o por HarperCollins Español® en Nashville, Tennessee, Estad os Unid os d e
América. HarperCollins Español es una marca registrad a d e HarperCollins Christian
Publishing.

Tod os los d erechos reservad os. Ninguna porción d e este libro pod rá ser reprod ucid a, almacenad a en algún sistema d e recuperación, o transmitid a en cualq uier forma
o por cualq uier med io —mecánicos, fotocopias, grabación u otro— excepto por citas breves en revistas impresas, sin la autorización previa por escrito d e la ed itorial.

Ed itora en Jefe: Graciela Lelli Ed


ición: Juan Carlos Martín Cobano
Diseño interior: S.E.Telee

ISBN: 978-0-71808-763-0
ISBN: 978-0-71808-766-1 (eBook)

16 17 18 19 20 DCI 6 5 4 3 2 1
CONTENIDO
PRÓLOGO
INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO I
La piñata de Mar co Polo
CAPÍTULO II
Siete puntas par a una piñata
CAPÍTULO III
Dentr o de la piñata
CAPÍTULO IV
Sé cr eativo, emociónate, r ompe par adigmas
EPÍLOGO
25 PREGUNTAS PARA RESPONDER A
SOLAS AGRADECIMIENTOS
NOTAS
PRÓLOGO
Mi quer ido y admir ado amigo Ismael Cala me sigue sor pr endiendo gr atamente con sus libr
os publicados.
Sin lugar a dudas, sabe per fectamente cuáles son las necesidades que tenemos los lector es y
la for ma magistr al de expr esar los conocimientos que él ha adquir ido al paso del tiempo
como per iodista, escr itor, pr oductor, pr esentador de r adio y televisión y, además,
confer encista inter nacional.
De Ismael he apr endido que el poder de escuchar es una estr ategia fundamental par a
tener r elaciones sanas y aser tivas en todos los ámbitos de nuestr a vida. Pude entender la impor tancia
de ser un buen hijo de p… (de la pasión, la paciencia y la per sever ancia) par a llegar a cumplir
nuestr os objetivos y a tr avés de la mar avillosa histor ia de El secreto del bambú, me acer có a mis r
aíces, a no separ ar me de la natur aleza y los valor es que nos hacen únicos e ir r epetibles.
No cabe duda de que Ismael «le ha dado y no ha per dido el tino» al publicar este su nuevo libr
o, La vida es una piñata. Y por supuesto que lo es, y con sincer idad tengo que compar tir que, al
igual que muchos lector es, soy de los que no me agr adaba pegar le a la piñata, por la melancolía
que me daba destr uir con un palo algo tan color ido y llamativo. Sin olvidar la descalabr ada que me
dier on a los cinco años de edad, en mi pr opio cumpleaños, con el palo de esa misma piñata, que
yo mismo había elegido. Y, par a colmo de males, cuando la r ompier on —no mi cabeza, sino la
piñata—, solo alcancé una nar anja descolor ida y desabr ida, una de tantas que agr egó mi abuela
Pola par a que se sintier a más llenita la piñata. Obviamente, ninguno quer íamos las nar anjas,
deseábamos los dulces.
Desde entonces, par a mí las piñatas per dier on ese encanto que antes tenían, por el temor que
se alber gó en mi subconsciente. Hasta ahor a que leo este libr o, acepto y r econozco las r azones
muy celosamente guar dadas en mi inter ior y que ahor a tienen un gr an significado.
Un libr o ameno, diver tido, constr uctivo, en el cual el autor nos va llevando poco a poco
a desmembr ar —sin palo de piñata— la gr an similitud que existe entr e esta tr adición y la vida
misma. Una vida que deber ía ser una celebr ación constante con matices y color es diver sos,
dependiendo de lo que vivimos, per o nunca olvidando que es decisión de cada uno de nosotr os la
inter pr etación de la misma como comedia o tr agedia.
Ismael me hizo r ecor dar la gr an timidez que yo manifestaba en mi niñez: por miedo o ver
güenza,
siempr e pr efer ía ser obser vador que actor en la celebr ación de mi vida. Pr efer ía esper ar que
alguien más quebr ar a la piñata, por temor al r echazo al destr uir con dos o tr es golpes bien dados
el motivo pr incipal de la fiesta, aunque fuer a mi pr opia fiesta.
La vida es una piñata te abr ir á los ojos par a valor ar lo que r ealmente impor ta en esta celebr
ación llamada vida, incluyendo la gr an difer encia entr e los valor es mater iales y los espir ituales.
Excelente compar ación de la vida con la piñata, ya que me hizo r ecor dar las var iadas
actitudes que podemos tener ante lo que r ealmente deseamos, incluyendo la envida, la sober
bia, el deseo desmedido de alcanzar lo que deseamos sin impor tar nos los sentimientos de los
demás o, por el contr ar io, las manifestaciones de humildad, apoyo y solidar idad que mostr
amos ante quienes no obtienen lo que desean o constatar la gr an cantidad de per sonas que por
flojer a o desidia deciden quedar se únicamente con lo suficiente pudiendo aspir ar a la abundancia.
Sin lugar a dudas, uno de los gr andes beneficios que encontr ar ás al r ecor r er una a una las
páginas de este excelente libr o ser á el conocimiento y la for ma pr áctica de aplicar el lider azgo
emocional par a mejor ar tus r elaciones y contr olar al mismo tiempo las r eacciones que tienes a lo
que te sucede. Siempr e he cr eído que la fr ase que más se adapta a mi vida es la que dice: «El pr
oblema no es lo que me pasa, sino cómo r eacciono a lo que me pasa», y son pr ecisamente esas r
eacciones las que definen en gr an medida nuestr o pr esente y nuestr o futur o.
Hoy Ismael Cala hace vida a una de las enseñanzas de René Descar tes, filósofo y matemático
que dice: «Hay una pasión super ior a todas y es la satisfacción inter ior por el bien que hacemos
a los otr os».
Gr acias, Ismael, por dedicar una gr an par te de tu tiempo a ayudar nos a entender de for ma
simple pr incipios básicos de la conducta humana que nos puedan ayudar a elevar nuestr os
conocimientos y tener conciencia de lo mar avilloso que puede ser vivir, siempr e y cuando tengamos
la intención y nos pongamos en movimiento par a logr ar esa paz y estabilidad emocional que tanto
anhelamos.
Quer ido lector, quer ida lector a, de ti depende aplicar tantos conocimientos que contiene
este ejemplar que hoy tienes en tus manos y conver tir lo en exper iencias gr atificantes de vida.
Todos tenemos una misión y depende de cada uno descubr ir la. Tenemos una vida cuyo inter ior está
lleno de sor pr esas y bendiciones al igual que una piñata, per o siempr e ser á una decisión per sonal
enseñar las y compar tir las con los demás y de esta for ma tr ascender y dejar huella que al paso
de tiempo ser á imbor r able.
Un ver dader o placer leer y r ecomendar La vida es una piñata. Deseo que tu vida siga
iluminando el lugar en el que estés y que sigas sor pr endiendo gr atamente por todas las r iquezas
que alber gas en tu inter ior.
DR. CÉSAR LOZANO
Confer encista, escr itor, conductor de r adio y televisión Monter r ey, México
INTRODUCCIÓN
El sabio es quien quiere asomar su cabeza al cielo; y el loco es quien quiere
meter el cielo en su cabeza.
GILBERT KEITH CHESTERTON

Un lunes a media mañana, estimulado por el inicio de la semana, entr é en la oficina de Eduar
do Suár ez, vicepr esidente de pr oducción y pr ogr amación de CNN en Español, y le r ecité un
amplio pliego de ideas y pr oyectos par a nuestr o pr ogr ama Cala. En r esumen, unas quince
acciones que consider aba necesar ias par a el futur o. Mi mente solo veía opor tunidades de cr
ecimiento, y así me conduje:
–Eduar do, cr eo que el pr ogr ama debe seguir cr eciendo, per o debemos llevar adelante un
plan
más ambicioso. Se me ha ocur r ido que, en vez de viajar dos veces al año, lo hagamos cinco,
y además…
A par tir de ahí enumer é una lar ga lista de peticiones. Mientr as hablaba, veía cómo su car a
iba per diendo el semblante de la toler ancia. Al ter minar, me r espondió concluyente:
–Mir a, Ismael, ¿sabes cuál es tu pr oblema? ¡Que tú lo que quier es es una piñata! ¡Tú lo quier
es todo! –dijo.
Mi pr imer a objeción fue la que ar gumentar ía cualquier a:
–Per o eso no es malo. Te he tr aído pr opuestas, no pr oblemas.
–Sí –me dijo–, per o no se puede hacer todo a la vez. Tú lo que quier es es una piñata y que
te caigan todos los car amelos de una vez.
Hace poco, con el paso de los años, Eduar do estuvo en el pr ogr ama y, cuando le r ecor dé
la anécdota de la piñata, me dijo: «¿Viste? Más que tr atar de agar r ar todos los car amelos, lo
más impor tante es escoger los. Esos son los que te debes llevar ».
Las conver saciones con Eduar do siempr e dejan fr ases cur iosas y muy sabias, ya
sean pr ovenientes de r efr anes, pr over bios o de su cosecha per sonal. Alguna siempr e se queda pr
endida en mi memor ia, pues él es un conver sador muy elocuente, color ido y extr aor dinar
iamente empático y simpático. Más de una vez hemos r ecor dado la anécdota de la piñata, y
tengo su per miso par a r eflejar la en el libr o. Como r equisito de tr anspar encia, debo decir que
Eduar do es la fuente pr imar ia de esta idea, per o no r ecibe r egalías. Gr acias, Eduar do, por
siempr e dejar me alguna idea r ondando en la cabeza. No las abandono, las conser vo par a
conver tir las en mater ia pr ima de una nueva cr eación.
Al final de la histor ia, mis planes se quedar on en nada, por que ter miné atolondr ándolo.
Cuando
llegué a casa, r etomé la escena y r eflexioné sobr e mis objetivos, la r eacción de ambos y el r
esultado. Entonces identifiqué el pr imer er r or, r efer ido a la táctica y estr ategia del lider azgo,
que no deber ía r epetir se. Es decir, a una negociación no podemos llevar más de tr es puntos a r
esolver de una vez. Un líder establece pr ior idades, no entur bia el diálogo con quince ideas,
que no son pr ecisamente ur gentes, y sin el mismo nivel de impacto.
Después me pr egunté: «¿Qué quiso expr esar Eduar do con su imagen de la piñata?». Sobr e
todo por que, definitivamente, tengo gr andes planes en la vida. No estuve de acuer do con su fr ase
«Tú lo
que quier es es una piñata y que te caigan todos los car amelos», ya que, en r ealidad, de niño nunca
me compor té de ese modo. Al contr ar io, mi actitud ante la piñata er a bastante pasiva. Me
quedaba totalmente r ezagado. Pr efer ía agar r ar lo que sobr aba en el piso, antes de que alguien me
pisotear a la cabeza o me dier a un golpe con la intención de atr apar lo que apar entemente er a más
atr activo.
Esa idea me llevó a un ter cer r azonamiento: siempr e debemos aplicar el pensamiento r
eflexivo par a r esolver nuestr os pr oblemas. Esto lo apr endí con John C. Maxwell en el cur so 11
secretos para transformar tus patrones de pensamiento. Par a el maestr o, la sabidur ía es la
capacidad de extr aer pr incipios de la exper iencia. Maxwell afir ma, con toda r azón, que la sabidur
ía es el r esultado de la r eflexión. Según esa teor ía, debemos apr ender a tomar las exper
iencias y tr ansfor mar las en conocimientos. Muchas veces nos pr ecipitamos en nuestr o deseo de
avanzar hacia delante y tomar el contr ol, por que somos líder es. Per o, sin dudas, el pensamiento r
eflexivo es el que gar antiza que de ver dad vaya a pr oducir se un cr ecimiento.
Recuer do una de mis gr andes fijaciones infantiles. Mi madr e, en Cuba, vivía una ver dader
a agonía par a compr ar nos juguetes, pues estaban r acionados y las filas er an fr ustr antes. Mis her
manos y yo quedábamos petr ificados fr ente a las vidr ier as de las tiendas, ner viosos por que no
sabíamos si nuestr os deseos podr ían cumplir se el día en que nos tocaba compr ar, según el sor teo r
ealizado por el Gobier no. Dur ante tr es años me asomé a las vidr ier as a la esper a del día r
eglamentar io par a compr ar. Yo quer ía un tr encito eléctr ico, per o los puestos obtenidos en el sor
teo fuer on siempr e astr onómicos. Año tr as año veía el tr en desde la acer a y nunca podía alcanzar
lo.
Un niño tiene menos posibilidades de ejer cer el pensamiento r eflexivo, per o mi madr e, siempr
e tan sabia, me decía: «Piensa en var ias opciones, hijo, por que sabes que, si no está el tr en, algún
otr o juguete tendr ás que llevar ». Y el r esultado, una vez más, er a el desconsuelo y la fr ustr
ación. Mamá insistía en una teor ía que entonces no entendíamos: «Hay que apr ender que hay
cosas que llegan a destiempo. Ustedes no pueden per mitir que la falta del juguete ideal les quite la
alegr ía».
Esta r emembr anza ilustr a el poder del pensamiento r eflexivo. Por eso acudí a las enseñanzas
de Maxwell par a desentr añar la fr ase «Tú lo quier es es una piñata». Le di muchas vueltas en mi
cabeza y pensé: ¿Será la vida entonces una piñata? Desde entonces empecé a buscar analogías. En la
infancia, en las fiestas de cumpleaños, ya mostr amos una deter minada actitud ante la vida: ¿Nos
impor tan los demás? ¿Realmente somos gener osos con los r egalos que r ecibimos? ¿Qué
hacemos si otr o niño gr ita o llor a? ¿Nos quedamos el r egalo? ¿Nos impor ta lo que digan los
demás?
La metáfor a de la piñata dio muchas vueltas hasta que concluí que el tema er a ideal par a un libr
o.
¿Por qué? La piñata es un símbolo de la cultur a latinoamer icana, especialmente en México, y
también apar ece en otr as par tes del mundo, como Estados Unidos, Eur opa y Asia. Es símbolo de
celebr ación infantil, de cumpleaños y de otr as fiestas. A par tir de entonces sentí una gr an cur
iosidad por entender su or igen y, sobr e todo, por conocer aquellas que se r ompen mediante dur os
golpes.
Inicialmente, valor é var ios nombr es par a este libr o. En la búsqueda de ideas y en consulta con
los lector es, alguien me dijo que la vida no er a en r ealidad una piñata, por que entonces estar
íamos dejándolo todo al azar. Un colabor ador venezolano, de nombr e Cr uz, me escr
ibió par a fundamentar lo: «No cr eo que la vida sea una piñata, si así fuese, indicar ía que no
sabemos hacia dónde vamos, y cada nuevo momento de la vida ser ía una sor pr esa. Defiendo la
causa y el efecto».
Y la misiva seguía: «Ismael, la vida debe ser una piñata solo par a quienes viven el pr esente,
sin asomar la mir ada al futur o. Cuando mi hija Andr ea, quien está en la univer sidad apenas
comenzando su car r er a, me dice que se imagina como pr ofesional y me habla de vivencias que aún
no ha vivido, me doy cuenta de que sabe lo que quier e y hacia dónde va. Su entusiasmo le hace dejar
en un segundo plano los sacr ificios o contr atiempos que le toca vivir como estudiante…».
Cr uz apor tó elementos muy inter esantes, y abier tos al debate, per o decidí mantener el
título inicialmente pr evisto. Es evidente la pr eeminencia de la causa y la r eacción. Los ser es
humanos cr eamos la mayor por ción de nuestr as condiciones mater iales y espir ituales. Gr an par te
de lo que se manifiesta en nuestr as vidas es por que nosotr os, de alguna maner a, lo hemos atr
aído. Dentr o de la piñata, como símbolo, hay muchas cosas que pueden hacer r efer encia a los
eventos que «nos caen» o suceden.
Nuestr a editor a Gr aciela Lelli, de Har per Collins Español, mostr ó sus dudas sobr e lo
que significaba estar dentr o de una piñata, consider ando que el título fuese «La vida en una piñata».
«¿Yo estoy dentr o de una piñata? La ver dad es que no me gustar ía estar encapsulada en una piñata,
por que me dar ían palos par a r omper la, me jalar ían hasta que se desfondar a y cayer a al piso».
Todos nos r eímos tr as aquel comentar io. La ver dad es que a nadie le gustar ía estar dentr o de una
piñata. «La vida es una piñata», como título, nos r esulta intr igante y algo contr over sial. Es el
punto per fecto par a iniciar una r eflexión sobr e lo r ecor r ido desde nuestr a infancia hasta
quienes somos hoy. Y los que nunca tuvier on una piñata podr án dejar volar su imaginación con lo
que pr oponemos a tr avés de la analogía.
Agr adezco infinitamente la inter acción con toda nuestr a comunidad en r edes sociales. Dentr o
de una piñata, decididamente, existen muchas cuestiones. Ver la vida desde ese punto de vista es
una metáfor a potente. En la piñata hay cosas de distintos valor es, según nuestr os inter eses. Al
abr ir la, unas impor tan más y otr as nos sor pr enden o decepcionan. Dicha visión tiene mucho
sentido.
Entonces, ¿qué hay dentr o? La piñata de la vida contiene todos los eventos que r ecibimos a
lo lar go de nuestr a existencia. A algunos los llamamos sor pr esas, por que apar entemente nos
asombr an de maner a agr adable. A otr os los denominamos tragedias, per o en r ealidad son
también eventos sor pr esivos con un autodesignado valor negativo. Hasta que logr emos encontr
ar le un ver dader o significado, soy de la idea de que estos eventos suceden por una r azón.
Al final, este libr o per sigue una r eflexión, un estudio de nuestr os valor es, pr incipios de vida
y cr eencias; ir a nuestr os or ígenes y a las r aíces. Par tiendo de algo cultur almente tan potente
como la piñata, y analizando su histor ia, podr emos entender sus diver sos significados. Mi intención
es que tú, mi quer ido lector, hagas lo mismo con la piñata de tu vida; o sea, con todos los
elementos que han mar cado tu histor ia, algunos positivos y otr os negativos. Todos, al final, son
par te indisoluble de quién er es, de cómo ves la vida, en qué cr ees, qué sueñas cr ear y cuánto
puedes cr ecer en la expansión del potencial infinito dentr o del campo de todas las posibilidades,
que es nuestr a esencia divina.
Cuando analices tu piñata, entender ás que, en r ealidad, tales significados no son per manentes.

puedes cambiar esa histor ia y su significado. A veces, nuestr a mente se obsesiona con cier tos
temas, y esper amos que caigan de la piñata y nos llenen de bendiciones automáticamente. Al hacer
fijación con algo, no vemos las opor tunidades ni damos valor a otr as bendiciones que la
piñata nos ha pr opor cionado en la vida. Mientr as, le quitamos valor a elementos que apar ecen fr
ente a nosotr os, no los sabemos apr eciar. Entonces, el pr opósito de este libr o es cr ear una conver
sación colectiva.
Una pr egunta que te r epetir é en lo adelante es: «¿Cómo vives tu vida?». ¿Vas por el mundo
en modo piñata o, por el contr ar io, cr ees, cr eas y cr eces asumiendo tu r esponsabilidad de cocr
eador ? Si no puedes todavía r esponder, no impor ta. Sigue leyendo y entender ás el mensaje en
cada página de este libr o, que estoy segur o de que cambiar á tu maner a de ver la vida, tu
mundo, tus ideales, tus par adigmas, tu sentido de pr opósito.
Al igual que sucedió con El poder de escuchar, hemos convocado a nuestr os afiliados en r edes
y comunidades vir tuales a que opinen sobr e el tema. La r espuesta ha sido contundente. Es
emocionante
ver cómo el tema despier ta r ecuer dos en per sonas que tenían totalmente ador mecidas sus
antiguas celebr aciones de cumpleaños, o las de sus hijos. Han flor ecido actitudes muy cur iosas de
las fiestas en el momento de abr ir las piñatas. Además, un fenómeno inter esante: ver cómo la piñata
se convier te en foco de celebr ación de muchos niños, que no consiguen disfr utar con sus
amigos el r esto de atr acciones por que están obsesionados con r omper la par a obtener r egalos.
Entonces, es también el momento de decir : «Disfr utemos el pr esente, el aquí y el ahor a, y no
la anticipación de un momento futur o». En este caso, ese futur o incier to se da en las fiestas
de cumpleaños, cuando todo el mundo esper a a que se r ompa la piñata par a ver qué cae.
A día de hoy, cuando veo una piñata, la pr imer a sensación que me viene a la mente es de alegr
ía. Par a mí, las piñatas son básicamente eso, por que cr ecí en Cuba y viví fiestas de cumpleaños.
No ocur r ió siempr e, per o mi madr e or ganizó algunas e hizo posible que tuviér amos piñatas, por
cier to, muy humildes. Venían r ellenas de car amelos, golosinas, ser pentinas, har ina, talco y algún
que otr o juguete pequeño. Cuando r ecuer do esos instantes, pienso en alegr ía, en celebr ación, en la
vida misma. Por que la piñata, por lo que he visto en otr os países, estaba antiguamente muy
vinculada a temas de
«pecados capitales», a tr avés de sus puntas, sobr e todo en México. De niño, evidentemente
no conocemos el ver dader o significado de las puntas, per o es lo que menos impor ta en el
momento de abr ir la.
Sin embar go, en mis r ecuer dos, la piñata significa vida y celebr ación. Y como en Cuba no
se r ompe con palos, no tuve las exper iencias tr aumáticas que cuentan algunos, r ecogidas a lo lar
go de esta investigación. Por ejemplo, en México, un taxista me enseñó una cicatr iz en su ceja
der echa cuando le dije que estaba escr ibiendo un libr o sobr e el tema. Y ahondó: «Me la hice
mientr as estaba r ompiendo una piñata». Como algunas se abr en violentamente, y con los ojos
vendados, el accidente siempr e es una posibilidad.
Las mías las r ecuer do con mucha menos violencia. De nuestr as piñatas colgaban lar gas cintas
de color es, que se halaban par a abr ir las y que todo cayer a al piso. En otr os países se golpean
par a r omper las. Me imagino que, cuando se fabr icaban de cer ámica, el mismo bar r o podía her ir
la cabeza de alguien.
La histor ia de las piñatas me ha fascinado. Pr etendo utilizar la par a expandir, a tr avés
de metáfor as, los mejor es pr incipios de vida.
Hace poco, una ejecutiva panameña me contó una anécdota r evelador a sobr e la
campaña publicitar ia par a un nuevo automóvil japonés. Según el guion, los niños debían golpear
una piñata par a hacer caer la llave del r eluciente auto. Cuando los japoneses vier on la
pr opuesta, se hor r or izar on. Se oponían a que unos menor es, con los ojos vendados, apor r
ear an una caja par a buscar un pr emio. Ellos, cultur almente hablando, no entendían este tipo de
mensaje.
Por eso quier o conver tir la piñata en una metáfor a univer sal de vida, aunque el
enfoque
depender á de dónde vivimos y de las cr eencias que nos enseñar on. Entonces ver emos la piñata de
la vida con ojos muy difer entes. Por ejemplo, cuando estoy en la India, adonde he viajado tr es
veces, siempr e me pr egunto: «Esta gente, que tiene tan poco, mater ialmente hablando, ¿cómo es
posible que exhiba una sonr isa más pur a y tr anspar ente que muchos occidentales que viven r
odeado de lujos?».
Los hindúes mir an la piñata de la vida de una maner a difer ente. Buscan dentr o otr os
significados. Esper an unas bendiciones, unos r egalos, que no necesar iamente son los mismos que
esper amos en Occidente. Igual sucede cuando nos inser tamos en comunidades indígenas, como en
mi quer ida Guna Yala, en Panamá. O, si te vas a la Amazonía o Áfr ica, entiendes por qué estos
gr upos muestr an difer entes ideas sobr e pr incipios, valor es y aspir aciones de vida. Así es nuestr a
vida. De acuer do con nuestr a codificación mental y espir itual, ponemos pr ecio y valor a lo que
anticipamos con nuestr as
expectativas y anhelos.
Como libr o, La vida es una piñata es una invitación a explor ar lo más pr ofundo y esencial
de nuestr a vida, así como los pr incipios, valor es, cr eencias e inter pr etaciones que damos
constantemente a los eventos que nos ocur r en. Lo he concebido a tr avés de una metáfor a por que
los ser es humanos entendemos mejor deter minados conceptos si visualizamos gr áficamente el
tema. Al igual que hicimos con El secreto del bambú, luego publicar emos una ver sión par a niños.
Me r econfor ta poder enseñar a los más pequeños lo que hay detr ás de una fiesta, de una piñata,
de una celebr ación. En ambas ver siones sobr esalen conceptos como cur iosidad, bondad,
compasión y humildad. Mucho de lo que aquí hablar emos r esonar á en la capacidad de apr ender a
despr ender nos de lo pr opio par a cr eer en lo compar tido.
Pienso que mi vida cabr ía en una piñata, per o en una muy gr ande. Mi piñata va cr eciendo
y ensanchándose a medida que pasan los años, con la gr acia de Dios. Mucho «ha caído» dur ante
este tiempo, y aún queda más en su inter ior esper ando a ser descubier to. Nuest ra vida puede
caber en una piñat a, pero t iene que ser infinit a, de posibilidades enormes, no de cart ón o
barro. Venimos al mundo con un potencial ilimitado de cr eación y abundancia. La piñata, en este
caso, se convier te también en una imagen de posibilidades infinitas. La cuestión es cómo ser emos
capaces de r ecibir lo que cae de la piñata, sean eventos, momentos, desafíos, ideas o cir cunstancias;
cómo actuar emos en lo adelante, de acuer do con nuestr as expectativas y mapas mentales. Esa es la
clave par a que vivamos felices con la piñata de la vida. Y eso es lo que pienso enseñar te en este
libr o: las her r amientas que necesitas par a vivir la piñata de tu vida.
Nuestr o mundo deber ía ser una piñata en la que mostr emos compasión, gener osidad y
bondad. Una piñata de la que br oten bendiciones par a disfr utar la opor tunidad de compar tir, y no
de dividir ; donde la gente dance, agr adezca y celebr e la abundancia a su alr ededor. Y algo no menos
impor tante: si de la piñat a «llueven» moment os difíciles, enfrent émoslos desde las enseñanzas
del pensamient o creat ivo, innovador y reflexivo.
Y, como dicen que la r epetición es la madr e del apr endizaje, me he pr opuesto r ecor dar te, dur
ante la lectur a, pr eguntas e ideas detonador as par a que no seas un ente pasivo en esta conver
sación, sino un elemento en ebullición y evolución, un ente gener ador de chispas de r eflexión y
estudio, a cada paso de este camino juntos.
Te pr egunto:
¿V IVES TU VIDA EN «MODO PIÑATA»?
Si es así, lo haces colgando de un hilo, con muchos ador nos exter ior es, r epleto o r epleta
de objetos que otr o colocó dentr o. La iner cia te esclaviza, a la esper a de que una fuer za exter na te r
ompa a sacudidas. Alguien, con los ojos vendados, disfr uta al golpear te con un palo y tú ter minas
volando en dir ecciones inesper adas. O, en la mejor de las suer tes, estás esper ando a que otr os halen
las cintas con fuer za, a que te bamboleen hasta quebr ar te y desfondar te, par a que otr os se r ían
o llor en al descubr ir lo que llevas dentr o. Entonces quedar ás inser vible, inútil, iner te. En ese
modo de vida, fuer zas exter nas te llenan, golpean, quiebr an y dejan en el vacío a su antojo.
La filosofía de este manifiesto te convoca a cuestionar si la vida es una piñata llena de cosas, que
no son más que eventos, envueltos en disfr aces atr activos. Estos no se muestr an en esencia, per o
nos hacen vivir en anticipación, sin disfr utar la ver dader a fiesta de celebr ación que es exper
imentar el pr esente, por asumir qué nos depar ar á esa caja de sor pr esas al desmor onar se.
Al igual que con las piñatas, en la vida cada quien se fr ustr a, se r esigna o agr adece según
su visión, expectativas, cr eencias y emociones. A difer encia de las piñatas, en nuestr a vida sí
podemos cr ear y manifestar r egalos, conver tir obstáculos en bendiciones y r epr ogr amar los
significados de las cosas que nos caen.
CAPÍTULO I

LA PIÑATA DE MARCO
POLO
La historia es la novela de los hechos, y la novela es la historia de los
sentimientos.
CLAUDE ADRIEN HELVÉTIUS
A SIÁTICA, MEXICANA Y UNIVERSAL
Siempr e hay quien se pr egunta par a qué sir ve la histor ia. A menudo se afir ma que r esulta ideal
par a saber de dónde venimos, en qué punto estamos y hacia dónde vamos. No podemos per der de
vista esas consider aciones a la hor a de evaluar cualquier fenómeno de nuestr as vidas, puesto
que la histor ia es siempr e r elevante. No es agua pasada, sino un instr umento par a evaluar pasado,
pr esente y futur o.
Cuando me pr opuse escr ibir este libr o, viajé a México var ias veces par a indagar dir
ectamente sobr e el tema. En una opor tunidad hablé con un viejo ar tesano callejer o, que entr e
sus múltiples ocupaciones se dedicaba a la confección de piñatas. Miguel, así dijo llamar se,
demostr ó ser un hombr e humilde, abier to y enamor ado de su tr abajo. No solo dominaba el ar te
de su especialidad, sino también su histor ia y el simbolismo que encier r a.
–¿Y usted qué opina del or igen de la piñata? –le pr
egunté.
–Siempr e se dijo que Mar co Polo la llevó desde China a Eur opa, y que los
monjes fr anciscanos la tr ajer on a México dur ante la evangelización cr istiana par a
celebr ar el nacimiento de Jesús –r espondió sin vacilar.
–Per o los aztecas ya confeccionaban vasijas de bar r o similar es a las piñatas antes de
que llegar an los españoles, ¿no?
–¡Es cier to! Y también los mayas. Constr uían ollas de bar r o con el r ostr o de un dios,
las pintaban, las ador naban con plumas de color es y las llenaban con piedr as de color es, fr
utos secos y semillas. Un sacer dote las colgaba y, cuando se r ompía, todo su
contenido se der r amaba apar entemente «a los pies de ese dios».
–¡Eso es una piñata! –asegur
é.
–Ahor a abundan las de papel y car tón, y pueden tener significados difer entes. El r
eligioso es aún el más ar r aigado. Como puede ver, seguimos haciendo piñatas con siete
puntas.
Recor r í con la mir ada el mer cado donde conver samos. Estaba r epleto de piñatas
colgadas del techo. Algunas se exponían sobr e mesas y anaqueles. ¡Er a una fiesta
de color es! Pr edominaban las de siete puntas, aunque nuevas temáticas se incor por aban
a la tr adición: per sonajes famosos, autos, car r ozas, bar cos, aviones, animales, una var
iedad de figur as que dice mucho de la cr eativa imaginación popular.
–Cada punta per sonifica uno de los siete pecados capitales: ir a, envidia, avar icia, sober
bia, gula, per eza y lujur ia –me dijo el ar tesano.
Entonces compr é tr es modelos difer entes y me las ingenié par a tr aer las a Miami con
la ayuda de Lor ena, nuestr a quer ida asistente ejecutiva, par a siempr e r ecor dar
aquel encuentr o con la histor ia viva en las calles de México.
He pensado mucho en las enseñanzas de la histor ia al investigar el or igen de las piñatas. Consider
o que par a cambiar el cur so de la histor ia, si es que deseamos hacer lo, pr imer o hay que conocer
la a fondo. Cr eo fir memente en el poder de las per sonas par a tr ansfor mar lo que deba ser tr
ansfor mado,
adaptándonos todos a los nuevos tiempos, per o sin r enunciar a lo vivido. Estoy segur o de
que podemos ar monizar nuestr as tr adiciones con el or den social que nos hemos dado y
conseguir el siempr e deseado equilibr io.
Hace poco disfr uté y r eí con el monólogo «Sin fr onter as: la piñata», del humor ista
venezolano
Emilio Lover a, que se ha vir alizado en Inter net. Emilio, a quien he entr evistado en mi pr ogr ama
de televisión, nos pone a pensar a todos con sus r eflexiones cómicas sobr e las piñatas. Por
ejemplo, r epar a en que, cuando entr amos a un cumpleaños, lo pr imer o que vemos son per sonajes
que hicimos que nuestr os hijos ador ar an: La Sir enita, Batman, Super man y otr os, «per o ahí
está guindando» y
«hay una fila par a caer le a palos al ídolo». Lover a dice, en br oma per o sin faltar a la ver dad, que
tal actitud ha causado «cor tocir cuitos cer ebr ales» en los niños.
DE CHINA A MÉXICO, CON ESCALA EN EUROPA
¿Qué dicen las investigaciones histór icas sobr e el or igen de la piñata? Según el Museo de Ar
te Popular de Ciudad de México (MAP), la vida del objeto comienza en China, dur ante la Edad
Media, donde se confeccionaban figur as de vacas, bueyes o búfalos con car tón y papeles de color
es. Dentr o se colocaban difer entes semillas. Los mandar ines or denaban r omper las al inicio
del año chino. Después, su contenido er a espar cido en el campo, se quemaban los r estos y las
cenizas se guar daban como señal de buena suer te.
En el siglo XII, el navegante veneciano Mar co Polo las tr ajo de allí. Sin embar go,
Walther Boelster ly Ur r utia, dir ector gener al del Museo de Ar te Popular de Ciudad de México, ar
gumenta que Italia er a un mer cado muy especial en el Mediter r áneo, pues pr ovocaba que todos los
comer ciantes y navegantes par ar an a r eabastecer se o a vender sus mer cancías en la zona. Por lo
tanto, según insiste Boelster ly, no puede asegur ar se con exactitud que la piñata vino
simplemente con Mar co Polo:
«También hubo colabor ación con muchas otr as tr ansacciones en la zona, y eso gener ó
un inter cambio de ideas y pr oductos».
«No hay una fuente científica par a cor r obor ar una cosa o la otr a, per o la leyenda popular es
que la piñata se tr ajo de Or iente. En sus or ígenes se ponían semillas en una olla, se r ompían antes
de la época de lluvia par a poder tener una buena época de siembr a. Al llegar esta costumbr e a
Italia, se utiliza en los r itos de la r eligión católica, obviamente dominante en esa época. Y le
empiezan a dar un simbolismo con cier tos motivos r eligiosos. Cuando las ór denes r eligiosas
llegan a México, empiezan a utilizar muchísimos de estos símbolos», explica Boelster ly.
En las fiestas de los r eyes de Sicilia, se utilizar on bajo el nombr e de pignatta, que en
italiano significa jar r ón de bar r o. En ese tiempo se decía que las piñatas estaban llenas de «nobleza
digna», de piezas de or o, joyas y piedr as pr eciosas, como indican los estudios del MAP, que es
la pr incipal institución dedicada al tema en México.
En Italia, el pr imer domingo de la cuar esma er a conocido como el «Domingo Piñata».
Los campesinos r ecibían una pignatta u olla llena de r egalos. Según esta investigación del
MAP, allí también existía la costumbr e de r omper las, per o estas no incluían ador nos. La tr
adición se extendió luego a España, donde le empezar on a colocar papeles y listones. A México
se le r econoce, no obstante, el diseño y el color ido actual.
Los conquistador es españoles, en su expansión ter r itor ial y r eligiosa en México, utilizar on
la
piñata como instr umento evangelizador. El MAP indica que Fr ay Diego de Sor ia, per teneciente
al convento de Acolman, se convir tió en su pr ecur sor en 1586, pues en dicho lugar se celebr ar
on las pr imer as «posadas», nueve días de fiestas popular es antes de Navidad.
«Los misioner os españoles apr ovechar on la coincidencia que existía entr e la celebr ación
del nacimiento del Niño Sol y el nacimiento del Niño Dios (Jesucr isto). La celebr ación
indígena abar caba del 16 al 24 de diciembr e, per íodo que después de la evangelización ocupar on
las posadas. Asimismo, se sabe que los indígenas mayas tenían un juego similar al de r omper la
piñata, llamado Pa’p’uul (r ompe cántar o)», explica la per iodista mexicana Sendy Castillo
Castillejos.
Fr ay Diego de Sor ia obtuvo un per miso del papa Sixto V par a la celebr ación de unas «misas
de aguinaldos» en esas fechas, de acuer do con Ter e Vallés, de Catholic.Net. Entr e pasajes y escenas
de la Navidad, «par a hacer las más atr activas y amenas, se les agr egar on luces de bengala,
cohetes y villancicos y, poster ior mente, la piñata». Con el tiempo, las posadas tr ascendier on el
ámbito eclesial
y llegar on a los bar r ios y casas, pasando a la vida
familiar.
La investigación del MAP detalla que la piñata, en su for mato tr adicional, es una esfer a con
siete picos que simbolizan el mal, en r epr esentación de los siete pecados capitales: ir a, lujur ia,
envidia, avar icia, per eza, gula y sober bia. Esta es una cuestión pr imor dial par a analizar el
fenómeno, pues, r ecor dando el monólogo de mi estimado Emilio Lover a, no es lo mismo apalear a
la r epr esentación del demonio que a la imagen de nuestr o ídolo favor ito, sea La Sir enita o Super
man. En un estudio sobr e papel y car toner ía, José Her r er a, de la Univer sidad Ver acr uzana, alude
a las nueve posadas que se celebr an en los días citados de diciembr e. Indica, sin embar go, que,
además de piñatas con for mas de estr ella o de siete picos, también las hay con diseños de bar cos,
payasos o animales.
«La piñata se r ompe con los ojos vendados, en r epr esentación de la fe ciega; el palo o gar r
ote, como la vir tud par a vencer al diablo. Así también el r elleno que cae es la car idad y los dones
de la natur aleza otor gados al mundo, y el tr iunfo del bien sobr e el mal. Todo lo anter ior, dentr o
del mar co de las posadas, tr adición que se celebr a antes de Navidad, conmemor ando la búsqueda de
un r efugio par a Mar ía y José antes del nacimiento de Jesús», añade la per iodista Castillo Castillejos.
Walther Boelster ly Ur r utia, dir ector gener al del MAP, consider a que se r ompen en
abundancia par a que podamos «r ecibir la venida a Cr isto, el 25 de diciembr e, con la pur eza de
haber limpiado todos los pecados». Y la tr adición, de alguna for ma, comenzó a tomar una impor
tante pr esencia en otr as fechas del año.
«No solo se hacía los días anter ior es al nacimiento de Cr isto, sino que se empezó a utilizar
como un elemento festivo en cumpleaños y aniver sar ios; la gente se r eunía alr ededor de la
piñata. En México, en esas épocas de diciembr e, cítr icos como la lima, la mandar ina o la nar anja se
usaban par a r ellenar las piñatas. Er a la alegr ía de los niños», añade Boelster ly.
En su evolución, llegar on las br omas, empezar on a r ellenar se de dulces, de diner o y de
muchas otr as cosas. «Se apr ovecha par a vendar los ojos al que la va a golpear. Y esto ya
ha sido, pr ecisamente, una especie de tr ansfor mación de la idea or iginal, par a venir a la celebr
ación vistosa, alegr e y con los amigos», afir ma el dir ector del MAP.
La ar tista Mar cela López Linar es cr eó en México un taller de piñatas en el teatr o Isaur o Mar
tínez. Citada por el diar io El Siglo de Torreón, r ecuer da las muchas inter pr etaciones sobr e el
or igen y significado de las piñatas. Aunque admite que el más común «r epr esenta la lucha que
sostiene el hombr e valiéndose de la fe, simbolizada por el palo par a destr uir el maleficio de las
pasiones»,1 a tr avés de los años ha var iado el significado de los siete picos. Así se han abier to paso
muchos hér oes contempor áneos: Batman, Super man, Spider man, o per sonajes de car icatur as
como Nemo y el Rey León, entr e otr os.
¿De qué mater iales está compuesta la piñata tr adicional? Se tr ata de una olla de bar r o, ador
nada
con papel o car tón y r ellena de fr utas. No obstante, actualmente, las piñatas tr ascienden las
posadas y su for mato. El diar io Excelsior cita que la tr adición es «una enseñanza sobr e cómo la
fe y una sola vir tud pueden vencer al pecado y r ecibir la r ecompensa de los cielos».2 Además, nos r
ecuer da uno de los cánticos pr incipales de la ocasión:
Dale, dale, dale, no pierdas el tino,
Porque si lo pierdes, pierdes el
camino. No quiero oro, ni quiero
plata,
Yo lo que quiero es romper la piñata.
Ándale Juana, no te dilates
Con la canasta de los cacahuates.
Anda María, sal del rincón
Con la canasta de la colación.
Denle confites y canelones
A los muchachos que son muy tragones…
El Museo de Ar te Popular de Ciudad de México, que se ocupa en conciencia de pr omover y
difundir esta r iqueza cultur al, or ganiza cada año un concur so de piñatas. En Acolman, Estado
de México, existe una diver sa fer ia de piñatas, donde se pr oducen anualmente hasta 18.000
unidades par a ser distr ibuidas en otr os lugar es del país. Dichas acciones se celebr an bajo el
lema: «No r ompas las tr adiciones, mejor r ompe una piñata».
OTROS CAMINOS
Mar cela López Linar es consider a que el uso ha cambiado, pues ahor a puede r omper se en
cualquier momento del año y «la piñata ya se comer cializó totalmente». Según la ar tista plástica,
México es un país de ar tesanos, por lo que dicha costumbr e no deber ía per der se.
Hoy, la piñata conser va una gr an impr onta en Amér ica Latina, sobr e todo en fiestas
de cumpleaños como pr incipal atr acción infantil. Se destaca en países como Chile,
República Dominicana, Puer to Rico, Per ú, Colombia, Venezuela, Costa Rica, Cuba y Panamá, entr e
otr os.
El dir ector del MAP r ecuer da que México «per dió en el pasado gr an par te del ter r itor io
nacional, per o lo ha ido r ecuper ando en el sentido positivo, y no geopolítico», a tr avés de la
cultur a y las tr adiciones extendidas a Estados Unidos: «Se ha ido sumando la cultur a anglosajona
a la latina, o la latina a la anglosajona. No impor ta el or den. Y cr eo que hemos podido sacar
pr ovecho a ambas sociedades par a esta unión. Las dos tienen enor mes cosas que apor tar. Y yo
siempr e he sido de la idea de que sumando se multiplica. Entonces, en ese sentido, la piñata ha ido
ganando ter r eno en la cultur a anglosajona, no únicamente en los estados vecinos a México, sino
pr ácticamente en todos. Incluso, los asiáticos r adicados en Estados Unidos r etoman la piñata par a
sus celebr aciones. Se ha hecho muy popular en el mundo anglosajón».
Sobr e la maner a de r omper las piñatas, antes como símbolo de pur eza fr ente al pecado y
hoy como pur a diver sión, Boelster ly Ur r utia explica: «Puede que haya gente a favor o en contr a,
per o se tr ata de una manifestación popular. Y las manifestaciones popular es tienden a tr ansfor mar
se y se van adaptando a las difer entes necesidades que tiene la vida. No podemos par ar esta
necesidad de las cultur as y la sociedad. Obviamente, los pur istas or todoxos van a estar en contr a de
cier tas cosas, per o no podemos hacer mucho. Es la sociedad la que va haciendo los cambios. Las
piñatas antes tenían un or igen agr ícola, que se adaptó a una necesidad r eligiosa. Después, esa
costumbr e popular empezó a conver tir se con otr o fin».
En algunos países se ha eliminado la tr adición de dar palos a las piñatas. Simplemente se le
amar r an cor deles a un falso cier r e. Cada niño tir a de una cuer da, la piñata se desfonda y se espar
cen todos los r egalos. Una vez, un mexicano me contó la siguiente histor ia.
A pr incipios del siglo pasado, un matr imonio con cinco hijos decidió celebr ar le
el cumpleaños a cada uno, per o enfr entaban un pr oblema muy ser io.
–Cinco fiestas de cumpleaños tienen un costo enor me –dijo el padr e–. Por lo tanto, solo
un cumpleaños tendr á piñata, no podemos pagar más.
–¿Y en cuál? –pr eguntó el
mayor.
–En el que ustedes elijan –r espondió el padr
e.
Los hijos se mir ar on unos a otr os. Aunque agr adecier on el gesto de sus padr es,
un cumpleaños, por muchos dulces, r efr escos y música que tuvier a, no er a tan diver tido
si no tenía piñata. El padr e leyó la fr ustr ación en sus car as y tr ató de explicar se mejor.
–Pagar cinco piñatas, par a después r omper las a palos, es un der r oche que no
podemos per mitir nos.
–¿Y si no las r ompemos? ¿Y si utilizamos la misma en todos los cumpleaños? –pr eguntó
el
más pequeño.
Sus her manos r ier on.
–Después de haber le dado tantos palos, ¿cómo vamos a utilizar la misma? –pr eguntó
uno. El pequeño, al que no le impor tar on las bur las, pidió confiado al padr e:
–Papá, quier o hablar con el ar tesano que hace las piñatas.
Pasado un tiempo, llegó el pr imer o de los cinco cumpleaños, y una her mosa piñata,
con muchos cor deles, colgaba del techo de la casa. En el momento de abr ir la, el más
pequeño pidió a cada niño que agar r ar a una cuer da. A su or den, tir ar on dur o y sobr e
sus cabezas cayó una lluvia de car amelos y r egalos. Gozar on a más no poder. Par a
el asombr o de todos, cuando ter minó la fiesta, la piñata seguía colgando, casi intacta,
solo le faltaba el fondo.
–Vamos a guar dar la –dijo el más pequeño–. Par a el pr óximo cumpleaños, con un poco
de pegamento, le ar r eglamos el fondo y ya tenemos piñata.
Ya después, antes de dor mir, el padr e r ecor dó a los niños los ver sos de un poema de Fayad
Jamis, un poeta nacido en México que desar r olló su obr a en Cuba:
Con tantos palos que te dio la vida
Y aún sigues dándole a la vida sueños
[…]
que solo sabe amar con todo el pecho,
Fabricar papalotes y poemas y otras patrañas
que se lleva el viento
[…]
Con tantos palos que te dio la vida
Y no te cansas de decir «te quiero».
Al evaluar su gr an viaje hasta nosotr os desde China, pienso en la figur a de Mar co Polo
como símbolo de un pr oceso cultur al gr andioso, aunque no pueda pr obar se exactamente su
papel. El incansable viajer o fue un visionar io del entendimiento univer sal. A edades muy tempr
anas acompañó a su padr e a tier r as or ientales, donde se inser tó completamente par a estudiar
las. Sus fascinantes histor ias sobr e esa civilización sor pr endier on a todos en su época. Algunas
er an tan mar avillosas y descr ibían ideas y tr adiciones tan desconocidas que muchos incluso
desconfiar on de su existencia.
Más de siete siglos lleva la piñata entr e nosotr os, adaptándose siempr e a las cir
cunstancias, moviéndose de lo estr ictamente r eligioso a lo popular, mutando en sus car acter
ísticas exter nas y r edefiniendo sus conceptos, según las sociedades donde ha pr evalecido.
Aunque más adelante pr ofundizar emos sobr e el tema, r esulta sintomático que hayamos
pasado de apalear el mal, r epr esentado a tr avés de las siete puntas del pecado, a golpear el
objeto como método de diver sión. El debate está abier to. Por ello convoqué a nuestr os lector es, a tr
avés de las r edes sociales, par a conocer sus opiniones. Hay cr iter ios contr apuestos en tor no a la
posible violencia alr ededor de las piñatas. Pr imer o r epr oduzco algunas car tas de amigos que no
ven ningún pr oblema en que la tr adición se
mantenga tal cual:
Patr icia Alvar ado, Venezuela:
En el pr imer año de vida de cualquier chamo, es r eglamentar ia una piñata. Clar o que
los chiquitos le tienen pánico. Es r ar o ver algún niño que no le tenga miedo a esa edad
a la piñata, per o casi siempr e están papá y mamá. Ellos nos guían, nos pr otegen y nos
enseñan que hay que agar r ar fuer te el palo y dar le bien dur o hasta r omper la... Y lo mejor
es esper ar lo que cae, tr atar de agar r ar los car amelos y los juguetes. El más avispado
es el que se lleva lo mejor.
Tienes r azón cuando dices que la vida es una piñata. Al pr incipio de cualquier situación
le tienes miedo. Luego la enfr entas y al final te comes los car amelos que r ecogiste.
Algunas veces muchos, otr as veces ser án pocos y, en algún momento, no agar r ar ás
ninguno; per o te queda la satisfacción de haber le caído a palos a la piñata…
Or lando Fur lán, Nicar agua:
Yo atr avesaba una pr ofunda depr esión cuando me invitar on al cumpleaños de una de
las pr imas de mi esposa. Llegué y me senté cabizbajo a obser var cómo los niños
comenzaban a quebr ar la. En ese momento llevaba var ios meses sin sonr eír. Ese día noté
que, además de que el niño de tur no llevaba los ojos vendados, quien manipulaba la
piñata cambiaba su posición justo antes de que el niño logr ase acer tar le un palazo y las
per sonas alr ededor le gr itaban ubicaciones falsas de donde se encontr aba. Además, había
una dificultad adicional: mientr as el niño de tur no intentaba golpear la piñata, r ecibía
golpes con muñecos de peluche, lo que le hacía per der aún más la concentr ación.
Comencé a sonr eír.
Llegó el tur no de una niña no vidente, a quien no vendar on los ojos. Recibió el palo,
sus tr adicionales diez vueltas sobr e el mismo sitio y toque asistido de la ubicación
inicial y comenzó a intentar quebr ar la piñata. Esta niña r ecibió exactamente el mismo tr
atamiento que los niños anter ior es: falsas señas, movimientos r epentinos de piñata y
golpes de peluches. Llamó mi atención su sonr isa diáfana. Cómo, sin ningún
complejo, se batía contr a la piñata y seguía sonr iendo como todos los niños y
adultos que ahí nos encontr ábamos. En ese mismo momento se disipar on las nubes negr
as de la depr esión y r eí de buena gana. La niña no vidente me tr ansmitió a tr avés de su
sonr isa y valentía las ganas de vivir que había per dido y desde ese entonces he
continuado viviendo con una mejor actitud.
Lilia Chávez, México:
Pienso que las piñatas, al igual que nuestr a vida, van evolucionando con el tiempo; per o
de nosotr os depende no per der y conser var la esencia de la tr adición. Hasta la
fecha, yo festejo el cumpleaños de mis hijos con piñatas. A pesar de que ellos nacier on y
han cr ecido en Estados Unidos, les encanta dar le dur o a la piñata. Siento que quizá es
una for ma de sentir par a los niños: «Lo logr é, lo hice, la r ompí, y gr acias a eso
pude obtener lo que quer ía, después de luchar dur o par a logr ar lo».
Sin duda, es como la vida misma. Tienes que luchar y dar le dur o, per o con alegr ía, par
a obtener lo deseado. Y clar o, sin olvidar que habr á más per sonas a tu alr ededor que
se beneficiar án gr acias a tu esfuer zo y tenacidad.
Dor a L. Rodr íguez:
En una piñata uno deposita muchas cositas que cr eemos hacen felices a quienes esper
an r omper las. Mi hijo, de tr es años, muchas veces demuestr a timidez, per o en el
cumpleaños de mi abuela tomó el bate y empezó a golpear la con una fuer za que ni yo
misma conocía de él. Cuando le dije: «Waaao, ¿eso qué fue?», como un niño gr ande me
r espondió: «Me dio mucha confianza, mami, y quise saber lo que tenía dentr o».
Entonces lo veo así: la piñata, par a los niños, es algo que deslumbr a. La piñata se
compar a con la vida en que en ambas se deposita confianza y algo más, con el fin de que
valga la pena. Y par a hacer feliz a quien logr e r omper el capar azón que hay en uno
mismo y pueda gozar de todo el sinfín de confites que encier r a tu cor azón.
Nilovna S. Osor io, Hondur as:
Mi piñata también fue una gr an alegr ía. Y, si pensamos detenidamente, cuando toca el tur
no de dar le a la piñata, no impor ta cuántos golpes demos. Sabemos que en cualquier
momento tiene que salir la sor pr esa que esper amos. Sin impor tar qué es, simplemente
nos llena la alegr ía de haber lo logr ado.
Kar em Gómez, Guatemala:
Nunca fui a una piñata, nunca tuve una, per o eso no impidió que fuer a una niña feliz. Cr
eo que el mejor r egalo esos días de cumpleaños er a estar todos juntos. A mis hijos, pues sí
les he hecho piñatas y consider o que les encanta, por que veo sus r ostr os de felicidad y
alegr ía al dar les con todas sus fuer zas.
Emily Vásquez, Hondur as:
Er a mi cumpleaños y todo er a muy bonito, aunque ni siquier a teníamos pastel o r efr
escos. De r epente, pasó algo lindo: llegó mami Mar ía con una piñata pequeña, que ella
misma había hecho, y una bolsa de confites. Esa fue mi alegr ía más gr ande, cor r í a abr
azar la y fui en ese momento la niña más feliz. Recuer do muy bien las palabr as de mi
abuela: «No impor ta que no haya nada, solo impor ta la piñata». Inmediatamente la
guindamos y buscamos cualquier palo en el patio.
Recor dando todo eso, compar o un poco la vida con el subir y bajar de aquella piñata,
con el subir y bajar de mi abuela por aquellas calles vendiendo pan, solo par a llevar les un
poco de alimento a sus hijos. De la misma for ma, contemplé con mis ojos infantiles el
subir y bajar de muchas piñatas, deseando golpear las solo par a ver salir un dulce y
cor r er a r ecoger lo. Per o, ¿golpear la piñata? ¿Por qué? ¿Par a qué? Así como
golpeamos la piñata par a conseguir ese dulce secr eto y deseado, también vamos por
la vida, golpeando y luchando, subiendo y bajando, afer r ados solamente a Dios como la
piñata a la soga que la sostiene, tr atando de conseguir eso que ni siquier a sabemos cómo
ser á, el sueño de la vida.
Ver ónica, Hondur as:
En una aldea muy pobr e del sur del país, cuando er a niña de pr imar ia, r ecuer do
que hacíamos piñatas de ollas de bar r o. Las for r ábamos con papel y las llenábamos de
pedazos de caña, mango o cualquier fr uta de la tempor ada. Todos esper ábamos que
salier an y nos tir ábamos a r ecoger lo que tenía la piñata, sin impor tar que el que tenía
tapados los ojos
nos par tier a la cabeza. Es más, par a un día del niño, a un pr imo le abr ier on la cabeza con
el palo de r eventar la piñata. Muchos de los niños salíamos con chichotes en la cabeza,
por los pedazos de bar r o que nos caían, per o siempr e con la ilusión por r eventar la
piñata.
También llegar on cr iter ios contr ar ios a r omper las con palos. Dafne Mor ales afir ma, por
ejemplo:
«Nunca me gustar on las piñatas, golpear y r omper la imagen de algo que me gustaba tanto, nunca
me par eció agr adable». Ana Rivas confiesa que le r esulta «descabellado dar le palos al
muñequito pr efer ido de los peques». Y Patr icia, en otr o e-mail, dice que las piñatas «se hacen
del per sonaje infantil que más gusta y quier e el niño», per o después sufr e mucho al ver cómo la
despedazan:
Entonces, me quedé pensando: desde pequeños apr endemos a desbar atar lo que quer
emos. Luego hay una sor pr esa que no se disfr uta, por lo menos el cumpleañer o, debido
a que le desbar atan lo que más quier e. Tomando en cuenta esto, he decidido que
cuando le haga piñatas a mi bebé, ser án de cintas par a abr ir la. De cualquier motivo,
menos algo que le guste y quier a.
Kar ilyn:
Piñata, par a mí, es sinónimo de golpes, malos r atos, decepción, tr isteza. De niña tuve
malas exper iencias con las famosas piñatas. Mi ar gumento se basa en mi exper iencia.
No me gustan las aglomer aciones de gente y mucho menos la violencia. Y eso er a lo
que veía desde pequeña. En pr imer a fila estaban los niños, y detr ás sus padr es,
alentándolos cual coach en un ring de boxeo.
Luego sacaban el majestuoso palo ador nado par a golpear la piñata, la cual er a del hér
oe favor ito del cumpleañer o (sí, ese hér oe ador ado). Todos estábamos alr ededor par a
dar le palo hasta mor ir. Ja ja ja. Una vez que ya el pobr e hér oe o figur a de Disney no
aguantaba más, el mismo tío encar gado de la piñata la tomaba entr e sus manos y la r
asgaba sobr e todos los par ticipantes. En ese pr eciso momento cumbr e, donde ya todos se
lanzan al suelo, unos sobr e otr os, es donde pr evalece la ley del más fuer te.
Kar la:
Hoy pienso que la for ma en que abr imos las piñatas es un poco gr oser a: a palos. Cr eo
que eso nos incita inconscientemente a la violencia desde niños, pues r ecur r imos a la
violencia al golpear la piñata a palos par a obtener lo que hay en su inter ior. Es como si
nos dijer an desde niños que tenemos que her ir o apr ovechar nos de algo par a obtener lo
que quer emos.
Inés M. Pino:
Íbamos pocas veces a ese tipo de fiestas, per o, cuando lo hacíamos, yo me agar r aba de
la pier na de mi mamá y no había poder que logr ar a mi par ticipación en la aglomer ación
de la piñata. Me ater r aba el momento en el que caía todo sobr e nosotr os. Temía un mal
golpe en mi cabeza, y lo peor er a el momento donde, sin impor tar nada, todos se
abalanzaban sobr e el contenido despar r amado por el piso, cual buitr es a la car r oña. Allí
había golpes, patadas, empujones, r asguños, gr itos, llantos... En fin, par a mí er a muy
desagr adable.
Mar ía del Rosar io Jaime:
No tuve piñatas en la infancia por que la situación económica no me lo per mitía. Así que
las r ecuer do de las celebr aciones que les hacían a otr os. Siempr e les tuve algo de temor,
sobr e
todo en el momento donde caían las golosinas y todos cor r ían a tir ar se al suelo y agar r
ar lo más que pudier an. Yo me mantenía a distancia y, si caía algún car amelo cer
ca, lo agar r aba. Así fue.
Sin embar go, ya adulta, se nos ocur r ió hacer una par a la abuela, que cumplía años.
Ella par ticipó diver tida de todo esto. Esta vez no me alejé mucho. Mi abuela le dio a la
piñata hasta que el palo se le soltó y fue a dar (¿adivina dónde?) justo a mi car a, en el
momento en que me subía los lentes. Fue así como mis dedos r ecibier on el impacto y
no mi nar iz, afor tunadamente. Me animé a escr ibir te por que las piñatas han sido tema de
conver saciones familiar es. Me ha dejado la cer teza de que hacemos con el país lo mismo
que apr endimos a hacer con este adefesio de fiestas infantiles.
Y también r ecibimos otr os comentar ios conciliador es, que pr oponen soluciones par a disminuir
la violencia alr ededor del acto de abr ir la piñata:
Cr uzbelin, Venezuela:
Es posible que, a mis cuar enta y cinco años, sea una de las pocas per sonas que aún teme
a una piñata. Me da ter r or cuando le dan palos y los niños están tan cer ca. La aglomer
ación de per sonas de distintas edades hace que los más pequeños no disfr uten de r
ecoger golosinas y juguetes. Es por ello que establecí mis nor mas: los cumpleaños de
mis hijos son exclusivamente con los amiguitos de su edad. Pude limpiar mis tr aumas
cuando veía a cada uno de ellos r ecogiendo sus pr opios juguetes y golosinas, sin maltr
atar se, por que son de la misma edad.
Dor is, otr a amiga, también sugier e sus pr opias soluciones a par tir de un caso que conoció. Me
cuenta la histor ia de una niña a la que le hicier on una her mosa piñata en for ma de poni:
Ella ador aba esa piñata. La tenía en su habitación desde mucho antes del cumpleaños. El
día de la fiesta, cuando tocaba tumbar la, la niña se puso a llor ar par a que no le golpear
an su piñata. Llor ó tanto que vomitó, le dio fiebr e y diar r ea. Hubo que llevar la al
médico. Imagínate el dr ama y el tr auma de esa niña con su quer ido poni. Al pr
incipio todos br omeaban, per o la r eacción de la pequeña fue muy tr iste. Es mejor no
dejar que los niños se encar iñen con las piñatas.
Jeannette también nar r a su exper iencia, que clasifica en el apar tado de soluciones cr eativas en el
acto de golpear la piñata:
Imagínate las veces que le di palos a una piñata. Las disfr uté mucho. Recuer do que
mi objetivo er a quedar me con un pedazo de la piñata, par a guar dar en él la
cantidad de juguetes que r ecogía. ¡Imagínate! Me encantaba, gozaba un mundo. Y más
cuando todos decían: «Mir a cuántos juguetes tiene Jeannette». Me hacía sentir or gullosa
y poder osa por mi tr abajo. A pesar de mis sesenta años, no dejo de esper ar a que
tumben la piñata, per o esta vez par a dar les los pedazos a mis sobr inas y amigos.
Todavía no tengo nietos.
Y Candelar ia Estr ada Lucer o, de Estados Unidos, expone cómo a veces se hace pr esente la gr
acia divina. Ella r ecuer da su adolescencia, cuando for maba par te de un gr upo de or ación y r
eflexión en la Iglesia Católica. En vísper as de Navidad, celebr aban su posada y esper aban ansiosos
el momento de r omper la piñata:
El pr imer año, teníamos todo listo, la piñata colgada, llena de dulces y todos
felices
alr ededor, cuando uno de los compañer os, igualmente feliz, pasó junto a ella con una
lucecita de bengala y se quemó nuestr a piñata en solo unos segundos. No pudimos dar le
un solo golpe. El segundo año volvimos a pr epar ar todo con mucho cuidado. Igual ya
estaba colgada la piñata y llena de dulces. Par a evitar el accidente del año anter ior,
compr amos una piñata de bar r o, per o fue tanto el peso de los dulces que se cayó al
suelo y se r ompió sola, antes de poder dar le un solo golpe…
Estos dos sucesos nos hicier on r eír y diver tir nos mucho. No teníamos necesidad de
luchar contr a ningún pecado… Vivíamos una etapa de gr acia muy her mosa y podíamos
disfr utar del amor de Dios, sin necesidad de dar un solo golpe.
Janette Centeno:
Desde los dos años, le hemos celebr ado el cumpleaños a mi pequeña hija, incluyendo la
r espectiva piñata. Desde la pr imer a vez, no le gustaba dar le con el palo, se ponía a llor ar,
y esto sucedió hasta que cumplió los cuatr o años, per o aun así no le gusta pegar le
fuer te. Cr eo que, en par te, llor aba por que con el palo destr uye lo bonito de su
piñata. Por supuesto, nunca la obligué, por que me sentí como ella, no me gustar ía
destr ozar las piñatas.
Los niños cr ecen y ven a otr os celebr ar los cumples con piñata. Indudablemente,
la tr adición casi que nos obliga como padr es a pr epar ár selos igual, y ser ía impensable
que no la tengan. Pienso que ser ía fantástico par a todos los niños que las piñatas se
halar an con una soga o cuer da, y que caiga el contenido sin r iesgo de r ecibir un
palazo. Ser ía una for ma más amigable y todos deber íamos contr ibuir a eliminar poco a
poco esa tr adición de dar le palo, que les destr uye la ilusión a los pequeños y les enseña a
usar la violencia en cier to sentido. Tendr íamos mejor es cumpleaños.
Cr istian J. Jiménez:
Sin duda, la maner a peculiar de abr ir una piñata es la que hace que cambie el ambiente
en una fiesta de cumpleaños. Tr aducido a nuestr a vida, podemos compar ar la for ma en
que esta se ve golpeada por tantas per sonas o situaciones. Unas nos pegan con tan poca
fuer za que no modifican ni siquier a nuestr o exter ior, mientr as que otr as son tan poder
osas que hacen que br ote de nuestr o inter ior lo mejor o lo peor ; per o cada una de
ellas deja una huella. Mientr as que la soga la vemos r eflejada en las cir cunstancias, per
sonas, cr eencias o convicciones que nos llevan hacia un lado o hacia el otr o,
esquivando esos golpes que otr os se han encar gado de dar.
CAPÍTULO II

SIETE PUNTAS PARA UNA


PIÑATA
Solamente una vida dedicada a los demás merece ser vivida.

ALBERT EINSTEIN
COMO LA VIDA MISMA
La piñata es un mar de contr adicciones, como la vida misma. El elemento que mejor expr esa
el ánimo de la fiesta, por ejemplo, es el menos apetecido por los niños: las ser pentinas y los
pequeños papeles de color es. Nadie se coloca bajo una piñata par a esper ar tir as de papel, sino
en busca de r egalos «más consistentes»: juguetes, car amelos u otr as golosinas. Per o, en r ealidad, si
analizamos el fenómeno desde lejos, el «efecto fiesta» se pr oduce cuando las pequeñas y color idas
cintas saltan por los air es y se disper san entr e la multitud. Contr adictor iamente, nadie las
esper a, constituyen el mater ial menos costoso y el que nada vale en nuestr as manos después de abr
ir se la piñata. Aunque el confeti y los papelillos son los r eyes de la celebr ación, nadie se los lleva
a casa como muestr a de éxito. Ahor a bien, si pr obamos a extir par los, se evapor a el alma de
la piñata; per o, insisto, no conozco a nadie que los r eclame como r egalo. Es un gr an r etr ato del
excesivo poder que lo mater ial tiene en nuestr as vidas, fr ente a otr os «pr oductos» que no se
acumulan, per o que nos llenan de alegr ía y satisfacciones.
A los cinco años, r ecuer do una piñata de cumpleaños en mi casa de El Caney, en Santiago
de Cuba. No consigo tr aer a mi memor ia todos los detalles, por la cor ta edad de entonces, per o
sí la algar abía de la fiesta. Er a en for ma de bar co, pintada de azul, con un gr an mástil y una vela, y
estaba llena de car amelos, silbatos y globos, per o con muy pocos juguetes. Aunque yo er a más bien
tímido, la fiesta me hacía gr an ilusión. Habíamos invitado a familiar es muy quer idos y a casi todos
los niños del bar r io. Aquellas fiestas cubanas empezaban siendo infantiles y ter minaban con una
segunda par te solo apta par a adultos. Así apr ovechábamos par a r eunir a toda la familia.
Al menos en esa época, los cumpleaños santiaguer os seguían una dr amatur gia bastante
similar. Pr imer o actuaban los payasos, luego r epar tían unas pequeñas cestas con car amelos; más
tar de, las cajitas con cake, ensalada fr ía, cr oquetas y los r efr escos. Después de comer, y de
embar r ar nos de mer engue hasta el pelo, empezaban los juegos diver tidos, como el de poner le el
r abo al bur r o con los ojos vendados; las r ifas de juguetes, y luego el clímax, con la aper tur a de
la piñata. Me imagino que la «litur gia» es más o menos par ecida en muchos países. La diver
sión tiene mil maner as de expr esar se, per o casi todo r ueda alr ededor de la comida –con la tar ta
como r eina absoluta– y de los juegos infantiles.
Mi bar co-piñata zar pó aquella tar de a toda vela y con viento a favor, per o sin llegar a buen puer
to.
A la hor a de halar la cuer da, se pr odujo lo que en jer ga cubana popular se conoce como
«la matazón», y decenas de niños cayer on unos sobr e los otr os. Recuer do haber visto cómo dos
amigos, más pequeños que yo, llor aban en el piso, clamaban auxilio, sin que nadie pudier a ayudar
les a salir de aquella tor menta. Aunque se tr ataba de mi piñata de cumpleaños, no me atr eví a entr
ar al combate; ni siquier a en mi pr opia casa. A veces los más fuer tes, que en este caso er an los
niños de mayor edad, imponían la ley de la selva allí donde los invitar an. Afor tunadamente, la
exper iencia no pasó del susto. Per o no hay nada peor que un fin de fiesta con llanto de niño que,
además, muy pr obablemente se ha quedado sin r egalos.
La gr an metáfor a de este libr o conduce a pr eguntar nos si estamos dispuestos a vivir en
«modo piñata», más allá de nuestr as opiniones sobr e el hecho en sí. ¿Vivir emos eter namente
colgados de una cuer da, ador nados por fuer a, llenos de objetos colocados por otr os? ¿Seguir emos
a la esper a de que una fuer za exter na nos r ompa a golpes? En el mejor de los casos, ¿esper ar emos
a que otr os nos halen las cintas con fuer za? ¿A que nos bamboleen hasta quebr ar nos, par a que
otr os se r ían o llor en al
descubr ir lo que llevamos dentr o?
La escena del bar co-piñata estaba medio olvidada entr e mis r ecuer dos, per o emer gió
nuevamente al analizar las ar istas del fenómeno en nuestr as vidas. Y esto me llevó a evaluar cier
tas categor ías y actitudes humanas en tor no a la piñata, que se dan también en muchas otr as cir
cunstancias de la vida. Veámoslas en pr ofundidad, por que cr eo que vale la pena.
1. FASCINACIÓN POR LA RULETA
La felicidad humana generalmente no se logra con grandes golpes de suerte, que
pueden ocurrir pocas veces, sino con pequeñas cosas que ocurren todos los días».
BENJAMIN FRANKLIN

Hay conceptos que encier r an peligr os, por que r eflejan per fectamente el deter minismo de quienes
lo fían todo a eso que llaman el destino. El tér mino r uleta, que viene del fr ancés roulette, der
ivado de rouler (r odar ), es un ejemplo clar o. Se tr ata de una r ueda gir ator ia utilizada en juegos
de azar, per o no necesar iamente tiene que ser «r usa» (modalidad letal, r elacionada con ar mas de
fuego) par a ser consider ada violenta. Nos acer camos a la piñata con una actitud pr imar ia: vamos
a una r uleta a ver qué nos toca. Y, si conseguimos algo, ser á lo que ha decidido otr o en función de
sus inter eses. En este sentido, la piñata es una doble r uleta: solo obtendr ás un r egalo si er es capaz
de vencer a tu amigo, en una batalla muchas veces cr uel. Y el pr emio incluso podr ía disgustar te,
por que lo ha elegido otr o por ti.
Las r uletas dependen de la «suer te» y están muy r elacionadas con el mundo del esoter ismo. Es
un juego de loter ía, donde el pr emio es una pur a cuestión azar osa, no vinculada dir ectamente al
esfuer zo ni al talento de los concur santes. Por ejemplo, el mayor sor teo eur opeo –Eur omillones–,
r epar te 15 millones de eur os dos veces por semana en var ios países de esa r egión, per o var
ias veces ha super ado los 100 par a un único acer tante. Ganar lo es una auténtica casualidad por
el descomunal númer o de combinaciones posibles. Los exper tos estadísticos cr een que la pr
obabilidad de acer tar el pr imer pr emio es de 1 entr e 117 millones de combinaciones posibles.
A pr incipios de 2016, la loter ía Power ball, de Estados Unidos, acumuló 1.500 millones
de dólar es, el mayor pr emio de la histor ia. Tr as una gr an expectación mundial y lar gas filas en
todo el país, tr es per sonas lo consiguier on. Según los exper tos, Power ball es incluso más
difícil que Eur omillones, pues el jugador solo tiene una opor tunidad entr e 292 millones de
combinaciones. «O casi las mismas que las de lanzar una moneda al air e y que salga car a 28 veces
seguidas» o «contar electr ones o gotas de agua en el océano», explicó entonces a la agencia AP
Jeffr ey Miecznikowski, pr ofesor de Estadística de la Univer sidad de Búfalo en Nueva Yor k.3

Peligros de la ruleta
El azar y la piñata podr ían funcionar como diver sión, siempr e y cuando no ocasionen tr astor nos
de la conducta y otr as dependencias; per o la r uleta no r esulta una buena her r amienta de
vida y tr ansfor mación per sonal. Nuestr a existencia no puede abandonar se a la suer te, ni a lo
que otr os deter minen par a nosotr os. Como ha quedado demostr ado tantas veces, las
casualidades solo favor ecen a un númer o muy r educido de per sonas, casi insignificante. La
gr an mayor ía de los tr iunfador es han tr azado su pr opio camino; con la ayuda de otr os, segur
amente, per o basándose en el esfuer zo, el talento, la constr ucción de valor es y la gener osidad.
¿Vamos a conseguir lo que necesit amos para ser plenos en la vida? ¿O esperaremos a
que caiga de la piñat a? Si apost amos por la rulet a, nos convert iremos en parásit os de nuest ra
propia fe. En algunas piñatas, a los niños les vendan los ojos con cier ta fe ciega, per o, en la vida, la
fe debe
tener ojos y sentidos, es una fe con visión. Jamás me he manejado con el concepto de la fe ciega.
Pr ecisamente, no estoy de acuer do con vendar los ojos en la piñata, y menos con dar le palos, por
que así no debemos vivir. En r ealidad, uno apunta a un destino, y va hacia allá.
En mi caso, si hubier a vivido sin pr oyectar, sin cr ear, sin usar la mente y lo que Dios
nos concedió –el libr e albedr ío, la voluntad, la disciplina par a cr eer, cr ear y cr ecer –, mi fe
consistir ía en dar palazos a ver por dónde se r ompe la piñata. Quien vive así no puede llegar a sus
objetivos. Vive a expensas de la loter ía de la vida y de acontecimientos poco pr obables. La gr an pr
egunta es qué haces tú, además de compr ar ese boleto. También existe una tendencia entr e los
ganador es: muchos ter minan per diéndolo todo por que nunca se pr epar ar on par a administr ar
una gr an for tuna. No supier on qué hacer con el diner o.
Hay otr os puntos inter esantes en la teor ía de la r uleta debido a su fanatismo. Existe una especie
de
«adicción a la suer te», a eso que algunos llaman «buena o mala suer te». La piñata es un juego de
azar por que no conocemos lo que hay dentr o. Cuando abr es un paquete, tampoco lo sabes, per o la
vida no puede ser así. Como abor damos en la confer encia «Cr eer, cr ear, cr ecer », que llevamos
en 2016 a var ias ciudades de Amér ica Latina y Estados Unidos, debemos tomar el contr ol con la
actitud que fomentemos y r evisar nuestr as cr eencias. Hacer lo nos per mitir á cr ear pr imer o, y
manifestar nuestr a r ealidad como r esultado del pr oceso de visualización cr eativa. El que
manifiest a const ant ement e est e ejercicio de creencias y creación est á en proceso de crecimient
o permanent e.

Los límites del destino


Per o ¿hasta dónde estamos r egidos por la suer te? Efectivamente, como he dicho en otr
as confer encias, el destino no es como la mayor ía lo apr ecia. El catedr ático Car mona Nenclar
es nos r emite al concepto gr iego de destino, donde pr evalece, según él, «la necesidad de la r ebeldía
fr ente a la necesidad del hado [en la tr adición clásica, fuer za desconocida que obr a ir r esistiblemente
sobr e los dioses, los hombr es y los sucesos, según la RAE] par a r ealizar la ar monía, la liber tad, de
que nuestr o ser y el ser están empapados».4 En la filosofía antigua, hay visiones contr adictor ias que
r econocen la posibilidad de la «r ebeldía» del hombr e fr ente al destino, per o consider an que casi
siempr e conduce al fr acaso.
Después de escuchar ambos cr iter ios, mi opinión es que dest ino no es mirar al fut uro, sino
vivir las huellas del camino. Existe una enor me difer encia entr e encomendar nos a un futur o
desconocido y labr ar nos todos los días, con cada paso, nuestr o pr opio destino. Debemos pensar en
el destino como un concepto en pr ogr eso continuo. Ese destino, en tiempo futur o, está hipotecado
con cada acción y cada huella que vamos dejando a nuestr o paso en el camino. El destino no viene
de un juego de azar, aunque de la piñata de la vida nos caen eventos inesper ados. En su gr an
mayor ía, muchas de las acciones que empr endemos son la r aíz de la r eacción que conseguimos
como r esultado.
O sea, nuest ro dest ino será mañana lo que hemos caminado hast a hoy. Se tr ata de una
filosofía
que no obser va a la piñata como un juego de azar. Y donde dice «piñata» pongamos «nuestr a
vida». Per o, insisto, la mayor ía de las per sonas viven como si se tr atar a de un juego de azar. Su
existencia es como una piñata sin r umbo. Muchos per manecen en «modo piñata»: esper an tr
anquilamente a ser golpeados o jalados, sin tomar r esponsabilidad en la cocr eación de su r uta
de vida. Siempr e digo cocr eación, por que no soy ateo, cr eo en Dios, y pienso que hay una
conspir ación, una inteligencia divina a la que uno se conecta.

El riesgo de la victimización
Dur ante mucho tiempo sentí que er a víctima de la vida y de mis cir cunstancias y her encias. Por
eso consider o que todo aquel que vive un pr oceso de victimización está encer r ado en una piñata: va
par a donde vaya el viento, par a donde tir en las sogas, par a donde les den el golpe. Y si nadie te
hala o golpea, te quedas ahí colgando, estático. Er es pr isioner o de la piñata. Una piñata muy ador
nadita, eso sí, per o er es un esclavo. La gente te mir a y dice: «Ay, qué linda la piñata, qué de color
es tiene». Y te valor a desde fuer a, por que por dentr o nadie sabe cómo estás ni lo que tienes de
ver dad. Estás ahí, como un búcar o. Por eso no debemos ir por la vida siendo una piñata.
Lamentablemente, muchas lo siguen siendo, dependen de la acción de otr os par a mover se. Si nadie
hace nada, ahí se quedan.
Al r especto, Tommy Newber r y denomina «la gr an mentir a» al hecho de que muchas per sonas
hayan sido engañadas, «haciéndoles cr eer que no ser án hechas r esponsables por sus decisiones
y que milagr osamente cosechar án algo difer ente a lo que plantar on». Según el autor de El
éxito no es casualidad, tal «distor sión peligr osamente popular pr omueve la mediocr idad y el bajo r
endimiento».
En otr a par te de la car ta que me envió, Kar ilyn se r efier e al factor suer te, a lo que ella
denomina
«el botín»:
La vida en una piñata no es «chéver e». Ya de adulta he visto este mismo espectáculo una
y otr a vez, per o desde una posición pasiva y con una visión per ifér ica. Estoy convencida
de que ese momento saca la esencia de la per sonalidad de cada uno de nosotr os. El
«botín» se convier te en el tesor o más pr eciado, cuando en r ealidad lo que hay dentr
o es lo más económico de la fiesta. Vivimos en un mundo donde solo nos impor ta ganar,
no impor ta el pr emio. Solo ganar y ser r econocidos como «el más vivo», «el más r
ápido».
2. ¿N ECESIDAD O DESEO?
Nuestro deseo desprecia y abandona lo que tenemos para correr detrás de lo que
no tenemos.
MICHEL DE MONTAIGNE

A la piñata nos acer camos con deseos de ganar, o por una supuesta necesidad de autoafir mación.
En ese pr oceso, algunos disfr utan el combate y la idea de imponer se a los demás. Per o, ¿cuál
es la difer encia entr e deseo y necesidad? Los exper tos afir man que una car encia muy intensa se
convier te en necesidad. En todos los ser es humanos subyacen necesidades básicas, que tienen
una r aíz biológica, per o están condicionadas por el medio social, según explica el pr ofesor Plácido
Guar diola Jiménez. El famoso psicólogo nor teamer icano Abr aham Maslow, en su teor ía sobr e
los cinco tipos de necesidades, apor ta luz sobr e el tema.
La pir ámide de Maslow plantea una jer ar quización de las necesidades humanas. En la base,
las
fisiológicas (r espir ación, alimentación, sexo, descanso); las de seguridad (tr abajo, salud,
estabilidad, familia) y las de afiliación (afecto, amistad, per tenencia). En la cima, las
necesidades de est ima (autor r econocimiento, confianza, éxito) y de aut orrealización personal (r
esolución de pr oblemas, cr eatividad, espontaneidad). De acuer do con Eduar do Amor ós, las pr imer
as plantas de la pir ámide se conocen como «necesidades por deficiencia», cuya satisfacción es
indispensable par a que una per sona sea sana, física y psicológicamente. Sin embar go, las
«necesidades de cr ecimiento» encabezan la pir ámide, y su satisfacción ayuda a que el individuo se
desar r olle como ser humano.
Lo abor do desde este punto de vista por que en la piñata de la vida muchas veces
confundimos necesidades con deseos, y ter minamos per diendo el r umbo. La pr ofesor a Dolor es
Castr illo Mir at, en su ar tículo «Necesidad, demanda, deseo»,5 del Diccionario crítico de ciencias
sociales, consider a que el deseo, en el sentido de Fr eud, es «deseo inconsciente», que «no
camina en el sentido de la super vivencia y la adaptación», a difer encia de la necesidad. «Es un
deseo que por el contr ar io daña, es al mismo tiempo un deseo indestr uctible, un deseo que
no se puede olvidar por que es esencialmente insatisfecho. A difer encia de la necesidad, no
es una función vital que pueda satisfacer se».

Saber distinguir
El deseo es un acto voluntar io fr ente a la demanda de cubr ir una necesidad. Cuando nos
acercamos a la piñat a de la vida, muchas veces convert imos, de manera forzada, los deseos en
necesidades. Y otr o peligr o, muy fr ecuente en la r elación con nuestr os hijos, sobr inos o nietos,
es quer er acceder a todas sus demandas (que no necesidades), par a no fr ustr ar los. Así nos ar r
iesgamos a conver tir los en ser es humanos capr ichosos y pr epotentes, como advier te la
investigador a Liliana Gir aldo. No hay nada malo per se en el deseo, siempr e que sepamos
gestionar las pr ior idades en un ecosistema en el que todos estamos conectados de algún modo.
¿Qué sientes al ar r imar te a la piñata? ¿Deseo o necesidad de conseguir un pr emio?
A veces los deseos nos esclavizan. Debemos analizar cuidadosamente el tema, por que nuestr o
ego constantemente cr ea deseos. El mejor ejer cicio de inteligencia emocional, r acional y
cognitiva es
evaluar esos deseos. Deber íamos saber concluir cuáles son super fluos, aunque ter
minemos otor gándonoslos, y cuáles deber íamos abandonar. Además de investigar cuáles deseos se
convier ten en una necesidad, por que son impr escindibles par a cr ecer, super ar nos y buscar el éxito.
Al mor ir mi abuelita, mi mamá me dijo por teléfono: «Ismael, quier o salir de Cuba. Ella ya
no está. Tus her manos son mayor es y tienen sus pr opias familias». En la búsqueda de entender cuál
er a su necesidad o deseo, le pr egunté: «¿Por que deseas salir de Cuba?». Y ella r espondió:
«Bueno, por que cr eo que estando cer ca, tu vida va estar mejor. Vas a estar mejor atendido, te
voy a poder cocinar, lavar, planchar, atender... Llevas tantos años solito…».
Y entonces le dije: «Respuesta equivocada. Hablemos dentr o de tr es días, por que llevo
muchos años fuer a de Cuba sin ti, en Tor onto; he pasado épocas difíciles, per o no mor í de hambr e,
a pesar de pedir limosna. Sencillamente, sobr eviví». Y también es ver dad que no me gusta
planchar, per o me tocó hacer lo cada día. Apr endí a gestionar mi vida y jamás salí estr ujado a
la calle. «Entonces, hablemos dentr o de tr es días. Encuentr a otr a r espuesta dentr o de ti», r epetí.
Tr as la pausa acor dada, volvimos a conver sar. Su r espuesta fue la siguiente: «Bueno, lo
he pensado mejor. Tengo deseos de salir de Cuba par a ayudar a tus her manos». Mi mamá tenía
entonces cincuenta y siete años y r esidía en un pequeño pueblo de Santiago de Cuba. Su vida er a
comunitar ia, nunca había estado r ealmente sola. En casa siempr e estuvo acompañada y sus vecinos
er an como de la familia. Yo sabía per fectamente que sacar la de Cuba implicar ía un esfuer zo de su
par te. Por ello, la r azón pr incipal del viaje tendr ía que ser muy per sonal, auténticamente fuer te,
casi una necesidad de vida. Per o no por el simple deseo de complacer a los demás, aunque se tr atar a
de sus pr opios hijos.
En r ealidad, mi madr e estaba segur a de lo que quer ía, per o pr efer ía pensar que su decisión
iba más en ayuda o auxilio de sus hijos. En ver dad, es una madr e que ha puesto su vida muchas
veces en un segundo plano por levantar al pr imer o la nuestr a: sus tr es hijos. Yo quer ía que ella
se pusiese pr imer o en un close up gr ande, aunque par a ello sintier a que estaba siendo egoísta. En
r ealidad, su decisión tendr ía que satisfacer una necesidad pr opia, par a que fuese sólida y
contundente. Su espír itu altr uista y de madr e ya estaba pr esente.
De esta maner a, y tr as conver saciones de var ias semanas, no conseguimos llegar a
una conclusión adecuada. Sus r espuestas seguían sin convencer me. Yo quer ía asegur ar me de que
no me iba a sentir r esponsable de su infelicidad, en una ciudad tan difer ente como Miami, con otr o
estilo de vida.
Este tema lo he abor dado en var ias char las, por que suele ser complicado par a las mujer es.
La pr esión social, el papel de madr e y esposa, la dedicación como ver dader a pr oveedor a del
hogar, hacen que muchas mujer es cumplan con los deseos y necesidades de otr os, per o no
coloquen los suyos pr imer o.
Pasar on casi tr es o cuatr o meses, no r ecuer do exactamente el tiempo, hasta el día en que mi
madr e
me dijo por teléfono: «Ismael, he pensado que me quedan, no sé, unos cuantos años de vida... Y cr
eo que siempr e me he puesto pr imer o como hija, por que desde los diecisiete años tuve que
dejar los estudios par a poner me a tr abajar ». Mi mamá, Tania López, mantenía económicamente
a mi abuela Annea, quien nunca tr abajó fuer a de casa. A ella cor r espondió esa r esponsabilidad,
per o también la de ser madr e solter a, con tr es hijos a car go. La ver dad es que ha sido una guer r er
a.
En la llamada definitiva, me dijo: «Cr eo que he llevado una vida llena de sacr ificios. Ser ía
muy lindo pasar mis últimos años con una mejor calidad de vida. Y aquí siento que la r ealidad
me está asfixiando. Quier o explor ar, aventur ar me a tener una vida mejor ». Entonces r
espondí: «¡Bingo!
¡Respuesta acer tada! Te has puesto a ti pr imer o, saldr ás por que quier es una mejor calidad de
vida». No obstante, le hice otr as pr eguntas: «¿Es la necesidad de una mejor vida tan fuer te
como par a
compr ometer te a apr ender cosas nuevas en un país desconocido?». Y me dijo r otundamente que
sí.
Su necesidad debía ser la base par a otr os deseos muy fuer tes y sentir se feliz. Por
ejemplo, apr ender a conducir un automóvil. «Tú no sabes manejar. Nunca necesitaste un auto, per o,
al venir a una ciudad como Miami, si no estás dispuesta a apr ender, a ser independiente y a
movilizar te por tus pr opios medios, te vas a quedar encer r ada en casa, con una depr esión fatal.
En esa situación, vas a mor ir en tr es años», le expliqué con toda la solemnidad de la ocasión.
Y mi mamá, a los cincuenta y ocho años, salió de Cuba con una necesidad auténtica y un deseo
ver dader o de cr ecer, de mejor ar su calidad de vida. Consider o que ella r epr esenta un gr an
ejemplo, por que muchas per sonas, incluso más jóvenes, no logr an llegar a tales conclusiones ni
lanzar se a la batalla con actitud de éxito. Hay gente que no encuentr a dentr o de sí el deseo auténtico
de decir : «Voy a hacer esto por que voy a mejor ar mi vida, por que es una apuesta par a mi calidad
por que voy a tener un mejor futur o, por que voy a inver tir en mí. Y, siendo yo mejor, van ser
mejor es mis hijos y mi familia».
Hoy me enor gullezco de mi madr e. A sus sesenta y ocho años, es una per sona que ha r ehecho
su vida con un cír culo social impor tantísimo en Miami. Es totalmente independiente, maneja su
auto, tiene su gr upo de amigas, con las que viaja y compar te, e incluso viajó a Eur opa en un
cr ucer o dur ante dieciocho días. O sea, r ealmente par a mí es un gr an r esultado. Cualquier a me r
ecr iminar ía que la puse contr a la par ed, per o lo impor tante es que hizo el ejer cicio de encontr ar
cuáles son sus necesidades y deseos. Por que, si no lo conseguimos, muchas veces se nos nubla la
vista. ¿En qué piensa la gente habitualmente? En temas de estatus mater ial. Ahor a, es impor tante
conocer nuestr os deseos y necesidades. ¿Sabes por qué? Por que muchas personas son
capaces de violar sus principios para sat isfacer sus necesidades. Ese es un concepto que le
escuché decir a Tony Robbins, y que me dejó pensando. Es la pur a ver dad.

Consistencia con nuestros principios


Por ejemplo, uno de mis pr incipios es no decir mentir as, ser honesto y tr anspar ente. Sin embar
go, estuve dispuesto a violar lo en función de una necesidad, la misma de mi mamá cuando
habló conmigo: salir de Cuba. En mi caso, me pr eguntar on: «¿Sabes hablar inglés?». Y yo no
conocía el idioma, per o entendía que mi necesidad er a r ehacer mi vida fuer a de la isla.
Deseaba explor ar y conquistar el mundo. Er a una idea tr abajada dur ante tanto tiempo, tan fuer te
en mí que fui capaz de violar uno de mis pr incipios de vida y dije una mentir a: «Sí, hablo
inglés». No tenía opción si deseaba ser escogido como maestr o de cer emonias del viaje a Tor
onto con una delegación ar tística cubana.
Pocas veces en mi vida he mentido, y por ello es impor tante que lo discutamos. En algunos
momentos, las necesidades van a ser tan fuer tes que vamos a claudicar en pr incipios par a
intentar satisfacer las. Entonces debemos escoger si son necesidades esenciales de vida, que nos har
án cr ecer, o si son super fluas y no vale la pena r enunciar a los valor es.
En este punto quier o aclar ar que aquella mentir a no hizo daño a nadie. Siempr e hay
que difer enciar entr e distintas actuaciones. Hoy lo cuento y no me ar r epiento, por que ninguna
per sona r esultó afectada. Los empr esar ios me eligier on tr as ver mi tr abajo como pr
esentador, per o el pr oblema er a que no hablaba bien el inglés. Luego hice mi tr abajo
excelentemente, por que, desde el momento en que acepté la pr opuesta, empecé a tomar clases
intensivas y pr epar é los posibles escenar ios de pr eguntas y r espuestas. Es cier to que cometí
pequeños er r or es, sobr e todo con la pr onunciación, per o el público se divir tió muchísimo. Al
final, eso le dio un matiz de autenticidad al
espectáculo: todos supier on que el animador venía dir ectamente de La Habana; no er a un
cubano r esidente en Canadá.
En este tema también r ecibí opiniones de los lector es habituales. Por ejemplo, la de Julia
H. Ber múdez, de Guatemala, quien fundamenta su r echazo a los palos con una valor ación sobr e
nuestr os ver dader os deseos y necesidades, que además me sir ven de conexión con la siguiente
«punta» de la piñata:
La piñata es her mosa y tiene un tesor o por dentr o (deliciosas golosinas de todos tamaños
y color es y algunas veces hasta pequeños pr emios, como anillos o pulser as). Es tan bella
que todos la admir an al llegar a la fiesta. Luego, la agar r an a palos par a obtener lo que
tiene por dentr o. De la misma maner a en que algunas per sonas «agar r an a palos» a otr
as par a beneficiar se de su r iqueza inter ior, sin dar le impor tancia a que el r esultado
sea dejar las hechas tr izas. También se puede obtener lo mejor de alguien tr atándolo con
amor (jalando la soga) y sin causar le daño, buscando beneficio par a todos.
Se pr esenta la violencia par a obtener los dulces. En gener al, se r epar te lo que cae, que
en r ealidad no se r epar te, sino que cada quien se lanza a tomar lo más que puede. Como
en la vida r eal, muchas per sonas se lanzan y acapar an todo lo que pueden sin impor tar
les los demás, aunque al final no se coman todo lo que r ecogier on y lleguen a su casa par
a tir ar lo al bote de la basur a. Me da pena que todo esto se ve como «nor mal» por que
es par te de nuestr a cultur a, tanto quebr ar una piñata en una fiesta como la violencia
con que nos tr atamos dentr o de la sociedad.
3. V IDA (SOLO) MATERIAL
Si soy lo que tengo y lo que tengo lo pierdo, entonces ¿quién soy?
ERICH FROMM

El día de su cumpleaños, Enr ique pidió a sus padr es dos piñatas: una par a sus amiguitos
y otr a par a él solo. Según dijo, no le gustaban las algar abías ni mucho menos el zar
andeo al r omper la. Ellos lo complacier on.
Llegó el día. Antes de comenzar la fiesta, entr ó al cuar to donde colgaba escondida
su piñata llena de car amelos y r egalos. Tomó un palo y la golpeó, per o, sor pr
endentemente, no consiguió abr ir la. Entonces, la apaleó más fuer te, una y otr a vez…
¡Tampoco!
–¡Que piñata más dur a! –se dijo, y llamó a sus padr
es.
–¡Vengan al cuar to, por favor, esta piñata no se abr
e!
–No llames a nadie, quer ido Enr ique, yo misma te dir é por qué esto no funciona –oyó
el niño, que, sor pr endido, mir aba hacia todas par tes.
–¿Quién habla? –pr eguntó, tr atando de encontr ar a alguien detr ás de las cor tinas, debajo
de la cama o dentr o del clóset.
–No busques a nadie… Soy yo, la piñata…
–¡Déjate de br omas! Dime quién er es. ¿Dónde te
escondes?
–Mir a par a ar r
iba.
Entonces obedeció y, con asombr o, vio a la piñata que lo obser vaba desde lo alto, con car
a de pocos amigos.
–¿Una piñata que habla?
–¡Sí!... ¿Quier es saber por qué sigo cer r
ada?
–Te habr án echado mucho
pegamento...
–Nada de eso. No me abr o por que fui cr eada par a diver tir a todos los niños, no
par a complacer el egoísmo de uno solo.
–¿Egoísmo? ¿Me llamas
egoísta?
–Sí, por que quier es una piñata solo par a
ti.
–Es que me da miedo que me empujen y me r ompan la r
opa.
–Par ece que pr etendes que todo te caiga del cielo muy
fácilmente. Entonces, el niño se enfadó con su extr aña inter
locutor a.
–Señor a piñata, per dóneme por lo palos, debe sentir se muy adolor ida; per o no soy
egoísta y sí lucho por lo que quier o.
–¿Y por qué me deseas par a ti solo sin esfor zar te, sin dar le opor tunidad a los
demás? Enr ique se r ascó la cabeza. Las palabr as de la piñata lo pusier on a pensar.
–Te voy a pr oponer algo. Cuélgame allá afuer a, en la sala de la casa, e invita a todos
tus amigos. Ya ver ás cuántos r egalos r epar tir é y cuánto nos vamos a diver tir todos.
¡Anda, disfr uta tú también!
–¿…Y si me empujan?
–Intenta esper ar mis r egalos sin golpear a los demás. Lucha un poco, per o siempr
e limpiamente, sin violencia.
–¿Y si no logr o agar r ar lo que quier
o?
–En otr a piñata lo logr ar ás. En la vida hay muchas opor tunidades por delante. Ver ás
lo her moso que es disfr utar y compar tir con tus amigos.
La anter ior es una histor ia de ficción que imaginé antes de dor mir, mientr as r ecor daba otr a, que
sí er a alucinante y r eal. En Panamá, un joven pr ofesional, de unos tr einta años, me contó una
anécdota incr eíble: en var ios cumpleaños, su madr e se vio obligada a compr ar le dos piñatas.
–¿Cómo es eso? –indagué enseguida–. ¿Por qué?
Entonces me explicó su peculiar histor ia:
–Yo no quer ía compar tir mis r egalos con los niños que venían a la fiesta. Por eso teníamos otr
a piñata par a los invitados. Y, cuando esos niños se iban, mi mamá me ponía la mía, y yo solito
la jalaba. Todo lo que caía er a solo par a mí. Poco a poco iba abr iendo todos los r egalos, cajita
por cajita.
Más adelante le pr egunté:
–¿Fuiste a un psicólogo par a analizar esa situación, par a ver te ese pr oblema?
–Eso fue hace muchos años –r espondió–, ya luego apr endí a compar tir. Ya no soy así. Ya
no quier o la piñata par a mí solo.
Aunque extr ema, se tr ata de una linda anécdota. Nunca había conocido a nadie que en sus
fiestas de cumpleaños exigier a una «doble piñata» por que necesitaba una extr a par a
disfr utar la individualmente. Tal histor ia de tr ansfor mación es un gesto que mer ece ser contado
par a entender dónde r adica el éxito y dónde está el disfr ute si uno compar te lo que tiene.
¿Qué hacemos con t ant os regalos si no podemos celebrar el moment o de compart ir?
Incluso,
en los avatar es de la piñata hay un momento de celebr ación en el que todos nos sor pr
endemos, enseñando e inter cambiando lo que nos cor r espondió: «Mir a lo que me tocó. ¿Y a ti?
¡Ay, qué bonito es el tuyo!». Ese es el gr an momento de compar tir en gr upo, quitándole
obviamente las situaciones violentas. Por que, al final, con las piñatas sucede lo mismo que con
la vida: no todo es lo que apar enta, no todo lo que br illa es or o. Y, a veces, muchas cosas que
caen de la piñata, envueltas en papel dor ado br illante, tienen en r ealidad un escaso atr activo.
Cuando las abr es, el r egalito puede ser minúsculo, por que la caja está llena de papelillos.
Quizás había una pelota chiquitita, per o te imaginaste un tr en eléctr ico o una linda muñeca. Hay
que apr ender a no dar le demasiada impor tancia al tamaño o apar iencia de los objetos mater
iales, a cr ear nos menos expectativas de lo incier to, aunque en el pasado hayamos sufr ido las
peor es vicisitudes. Tony Robbins, en una fr ase genial que nos hace pensar pr ofundamente, nos r
ecuer da: «Cambia tus expectativas por agr adecimiento y tu vida se conver tir á en milagr osa».
A tr avés de los lector es conocí un caso par ecido, aunque con otr a dimensión. Luis,
desde
Venezuela, consider a que todo niño no solo quier e r omper la piñata, sino ser «el único» en golpear
la:
Er a tanto el estr és par a un niño de nueve años que, al ver pasar uno tr as otr o a
mis her manos, pr imos y amigos, pasé de una bella sonr isa a acumular toda la r abia
que se puedan imaginar. Aquel niño que disfr utaba de su fiesta de cumpleaños ter
minó en su cuar to, llor ando mientr as el r esto disfr utó de todo el azúcar dentr o de la
piñata. Solo puedo decir que, con el tiempo, he apr endido a no encer r ar me en mi cuar
to y a, básicamente, compr ar me mis piñatas.
Todos tenemos nuestr as histor ias par ticular es, per o insisto en que la clave r adica en compar tir.
A
pr opósito del r ol que juegan los objetos en nuestr as vidas, me escr ibió Mar cos, desde
Chile:
Yo er a de aquellos niños que no agar r aba nada o casi nada de dulces, pues no me gustaba
la idea de ar r ojar me encima de otr os y estar a los empujones por un puñado de dulces.
Así que, cuando entendí de qué venía el asunto, asumí que no r ecibir ía gr an cantidad de
dulces, y al final ni me acer caba al «sector piñater o».
La ver dad es que clar amente veo un símbolo de competencia y un par adigma de
escasez involucr ado. Yo, a difer encia de mi padr e, cr eo en la abundancia, y en que
hemos r ecibido y her edado un equivocado par adigma de escasez. El univer so es
abundante, es tan simple como agar r ar una semilla de zapallo (¡ver dader a, por favor
!). ¡Y no podr ás cr eer la cantidad de alimento que te r egalar á! ¡No sabr ás qué hacer
con tanto zapallo!
Totalmente de acuer do. Tengamos mucho cuidado con el sentido de car encia con el que
concebimos los r ecur sos en la vida. Sobr e todo, entendiendo que el espír itu y la ener gía
nos muestr an el ver dader o camino a la abundancia, desde el despr endimiento, la gener osidad
y la solidar idad. Dur ante muchos años, no logr é entender ese par adigma. Mi pr egunta pr
imar ia o más fr ecuente siempr e er a: «¿Ser é lo suficiente? ¿Tendr é lo suficiente?». Si este es el
caso en tu mente, te toca hacer un gr an tr abajo par a expandir ese umbr al de mer ecimiento, por que
al final del día nadie nos r egala los car amelos de la piñata.
Si no, no ser emos capaces de entender que mer ecemos bendiciones infinitas. Por eso nos
toca, con nuestr a actitud, r eclamar ese poder y valor ante el mundo. En las piñatas, nos enseñan a
competir con otr os por los limitados r egalos de su inter ior, per o en r ealidad la verdadera compet
encia en la vida est á en evolucionar int eriorment e para ganar en sabiduría. Deber íamos
competir con la última ver sión de quiénes somos, en el pr ogr eso de estr enar la pr óxima
ver sión de quiénes aspir amos a ser. Todo ese pr oceso, además, debe basar se en la aceptación y el
amor, y no en la lucha de competencias, el ego o el miedo. Lamentablemente, estos últimos
elementos están demasiado pr esentes en la piñata del cumpleaños y en la de nuestr a vida r eal.
La amiga Elba Ramír ez r ecoge el tema en un e-mail que r ecibí:
Aunque no r ecuer do piñatas en mi niñez, tengo dos sentimientos acer ca de las mismas.
Ya en la etapa adulta par ticipé en var ias, per o hasta cier to punto sentía temor. Una vez
con los ojos tapados, me sentía incómoda. En otr as opor tunidades, vi cuando
algunas de las invitadas se lanzar on al piso y, sencillamente, solo me quedé viendo,
incapaz de mover me del sitio donde estaba. Me par eció algo falto de buen gusto.
Incluso algunas r ecibier on golpes. No a pr opósito, per o golpes al fin.
Por otr a par te, no me sentía motivada a r ecoger cosas que consider aba inútiles y r
ealmente er an innecesar ias. Sin embar go, me diver tía ver la actitud desenfr enada de
las per sonas,
cómo se lanzaban sin contr ol por unos cuantos objetos. Yo per manecía alejada,
solo viendo y r ecogiendo algún objeto o dulce que llegar a cer ca, y luego se los daba a
alguno de los niños.
A mis veintiocho años, justo antes de salir de Cuba, contaba con un título univer sitar io en Histor ia
del Ar te, un diploma de la Escuela Inter nacional de Animación Tur ística de La Habana y un cer
tificado de locutor de r adio y televisión de pr imer nivel. En los últimos años había cosechado gr
an éxito en la r adio y la televisión nacionales. Er a, sin dudas, mi pr imer a gr an histor ia de éxito
migr ator io.
A pesar de estar plur iempleado, con una gr an car ga de tr abajo sobr e mis espaldas en r adio
y televisión y en shows de cabar ets, la vida se me hacía difícil, económicamente hablando. Todavía
me r ecuer do, en el año 1996 en La Habana, con mi único par de zapatos negr os, en unas
condiciones deplor ables. Sobr evivían, hay que decir lo, gr acias a los r emiendos del mejor zapater o
del bar r io del Vedado. En cada suela tenían un or ificio, que er an más bien conductos de ventilación.
Con cada pisada, los huecos me r ecor daban mi deseo de esfor zar me par a vivir mejor, sentir
me pr ósper o y conocer el mundo. Siempr e estaba atento par a no meter los pies en los char cos de
aguas albañales. Como conté por pr imer a vez en el libr o El poder de escuchar, los zapatos agujer
eados me obligaban a mantener la mir ada clavada en el piso. Tenía que concentr ar me en dónde
ponía los pies, por que cor r ía el r iesgo de llegar enchar cado al tr abajo. Esos zapatos fuer on
testigos de una época de mucha pobr eza mater ial y de pocas expectativas sobr e mi futur o en este
mundo.
Llor é de emoción el día en que pude r eemplazar los. Los nuevos er an muy bar atos y de
poca calidad, per o ya tenía los pies a salvo. Cuando llegó el momento costó deshacer me de los
viejos, me par eció que estaba tir ando par te de mi histor ia. Per o de la escasez aguda es
fácil pasar a la exageración mat erial. Est amos obsesionados con los objet os. La
acumulación es casi un fanat ismo de nuest ro t iempo. Y, en algunos casos, alcanza la categor ía
de enfer medad.
Vía e-mail, la lector a Ana Vir ginia me dio su opinión sobr e la fiebr e por los objetos al r omper
la piñata, y sobr e el modo en que se obtienen:
Por mi cabeza pasaban miles de opiniones sobr e este acto, par a mí, sin sentido. Pr imer o,
si había una mesa con chucher ías –disponible dur ante toda la fiesta–, de donde podía agar
r ar cuantos dulces quisier a, ¿par a qué iba a pasar ese r ato incómodo en la piñata?
Además de eso, los juguetes que r epar tían allí no er an la gr an cosa, como par a tal show.
Si las piñatas hubiesen tr aído barbies, brats y polly pockets suficientes par a todos,
segur o sí hubiese par ticipado con más entusiasmo… Seamos sincer os, ¿quién va a
luchar por un soldadito de plástico?

¿Diógenes o Euclión?
La acumulación, qué duda cabe, es un pr oblema de ayer y de hoy. En un mundo con r ecur
sos mater iales tan limitados, ¿lo seguir á siendo mañana? Hace tiempo me hablar on de una per
sona, diagnosticada con el polémico síndr ome de Diógenes, que algunos médicos r elacionan
con la acumulación compulsiva de basur a, objetos y animales en casa. Se da,
fundamentalmente, entr e per sonas mayor es de edad. José Ángel López Fer nández, del
Consejo Oficial de Psicología de España, se pr egunta cómo pueden llegar a eso. El exper to atr
ibuye el pr oblema a vulner abilidades de per sonalidad, o a causas biológico-genéticas, tr aumas o
estr és vitales no super ados, la soledad o tr astor nos mentales y físicos.
«Es como una pr oyección hacia afuer a de cómo se sienten, y, al mismo tiempo, como un intento
de atr apar eso que son, par a no per der se y par a dar se valor (en algo que no lo tiene)»,6 valor a
López Fer nández. Los especialistas, sin embar go, no consiguen poner se de acuer do con el nombr e
del «mal de la acumulación». En la r evista Enfermería Docente, un gr upo de investigador es publicó
el ar tículo
«El mal llamado “Síndr ome de Diógenes”»,7 donde se oponen a que se califique de ese modo. ¿Por
qué?
Los autor es dicen ser conscientes de la dificultad de cambiar una expr esión del
lenguaje coloquial, per o se niegan a aceptar la denominación de «Diógenes», pues «confunde» la
«actitud auster a y sobr ia de la existencia que pr opugnaba el filósofo» con un compor tamiento
patológico más par ecido al del avar o. En su opinión, deber ía dár sele el nombr e de «síndr ome de
Euclión», el anciano avar o de Aulularia (La olla), una comedia de Plauto. La pr opia r evista asegur a
que Diógenes vio a un niño bebiendo agua con la palma de la mano e inmediatamente botó su única
pr opiedad, el r ecipiente que utilizaba par a hacer lo mismo. Según él, no había ninguna per
tenencia humana que fuer a impr escindible. «Como se ve, esto ilustr a lo opuesto de su
filosofía con el síndr ome como lo conocemos coloquialmente», concluyen los autor es.
Entonces, no convir tamos nuestr a vida en un par ticular «síndr ome de Euclión». Tampoco
es r ecomendable despr ender se de las per tenencias básicas, sobr e todo las que nos sir ven par a r
ealizar nuestr o tr abajo o descansar. Debajo de una piñata, busquemos siempr e la moder ación, sin
afectar la alegr ía. Apliquemos en todo los factor es de cor r ección. Si nos ha tocado una fr uta,
cor témosla en var ios tr ozos. Si nos cae un cuader no, analicemos si a otr a per sona le apr emia
más. Quizás, por ser menos fuer te, el más necesitado ni siquier a ha podido entr ar al r emolino. Y así
es la piñata de la vida. Ya que sabemos que lo pr incipal no podemos dejar lo al azar, sino al r
esultado del esfuer zo y el talento, seamos gener osos con los dones que nos lleguen for
tuitamente. Las fr utas y las libr etas se ter minan, todo lo mater ial es finito, per o la enseñanza
queda. El acto de compar tir per manece y gener a un flujo de ener gía positiva.
4. ¿TÍMIDO O EXTROVERTIDO?
A los tímidos y a los indecisos todo les resulta imposible, porque así se lo parece.
WALTER SCOTT

«El niño viene r eseteado, el niño viene en cer o. La madr e le dice: “Métete en la fila, haz la línea par
a golpear a la piñata”. Él no quier e golpear a la Sir enita, es su ídolo. “Ahí no, ponte adelante”. El
niño viene r eseteado: “Es que ellos llegar on pr imer o”. “A mí qué me impor ta. Te metes adelante
por que si no te voy a j… cuando llegue a la casa”…».
El texto anter ior pr ocede del ya citado monólogo de Emilio Lover a sobr e las piñatas.
El humor ista venezolano lo r ecr ea con gr an maestr ía y sentido del humor : «Ahí
empieza a tr ansfor mar se el cer ebr o infantil. Se pone adelante y empieza a dar le a lo que no le
quier e dar. Y después de él, toda la fila [...]. Y él la ve destr uir se poco a poco [...]. Está entonces la
madr e del niño que llor a, que le da una patada al niño gor do y le quita lo que tiene y se lo da a los
otr os, y lo r epar te entr e los demás. Se va segmentando la r iqueza, per o par a ese lado [...]. Nosotr
os cr ecimos con eso, esa mentalidad se queda. Eso no lo entienden nuestr os padr es hasta que un
humor ista se lo explica…».
¿Entr amos en el ojo del hur acán? Esa es la cuestión de la piñata. En Santiago de Cuba había
una tienda de pr oductos par a cumpleaños. Se llamaba La Piñata y estaba localizada en la pr incipal
calle comer cial de la ciudad. Por supuesto, su gr an atr activo er an las piñatas con for mas de casas,
castillos, bar cos, automóviles y otr as muy cur iosas. Pasar por allí siempr e me r ecor daba la
cuestión del tumulto, la desesper ación, esa especie de guer r a total por agar r ar algo debajo.
Sencillamente, no podía evitar lo. Yo estaba entr e los niños tímidos, los que pr efer íamos
mantener nos al mar gen par a evitar la violencia. ¿Hacía lo cor r ecto? Veamos.
Par a la psicóloga Elena Mató, «una per sona tímida suele sentir insegur idad, impotencia
o ver güenza en las situaciones sociales novedosas, en el momento de r ealizar alguna acción
ante otr os». Esta situación conduce al ner viosismo, al «miedo a no estar a la altur a de las cir
cunstancias, a r esultar incompetente […], r echazado, cr iticado o descalificado por los demás».8
José Luis Catalán, también psicólogo, consider a que la timidez es «una for ma atenuada de
fobia social». Se manifiesta, en su opinión, por que los ser es humanos desconocemos si ser emos
valiosos o apr eciables ante los demás. «La per sona tímida es cautelosa: no se ar r iesga a
equivocar se, a ser r echazada o a r esultar inadecuada, y como no pr actica, no avanza».9 De acuer
do con su cr iter io, estas per sonas esper an desper tar un día y solucionar «por ar te de gr acia» sus
pr oblemas de timidez.
Sin embar go, Mató admite que la timidez no supone necesar iamente un pr oblema, pues
depende
de var ios factor es, como el gr ado de «inter fer encia en la dinámica diar ia» y el modo en que
la per sona r esuelve cada situación. Es evidente que, si nuestr a timidez es muy acusada, nos
vamos a per der una par te impor tante de la vida en sociedad, lo que se ver á r eflejado luego en
las r elaciones inter per sonales y labor ales.

Distintos tipos de timidez


La mía, desde luego, er a par cial, en tanto me per mitía mover me en ámbitos medianamente segur
os, entr e ellos, la escuela. Hace algunos años, me lo r ecor dó mi maestr a y mentor a Nilda G.
Alemán, en
una car ta que publiqué en mi óper a pr ima liter ar ia, El poder de escuchar. Nilda decía que se
encontr ó conmigo al inicio del cur so escolar, cuando ella seleccionaba a los niños que integr ar ían
el Cír culo de Inter és de Radio, una especie de gr upo vocacional infantil. Aunque a los ocho años
de edad me r ecuer do como un niño tímido, ella vio en mí a un chico «delgadito, inquieto, con
una sonr isa de or eja a or eja y muy atento a todo».
«Cuando te pr egunté, dijiste que quer ías ser locutor y yo "te eché el ojo", por que a pr imer
a impr esión me r esultaste distinto [...]. Siempr e mostr aste una inclinación especial por la
locución y animación, y yo me pr egunté algunas veces si aquella voz tier na y menuda podr ía llegar a
conver tir se en una voz enér gica, par a que lo fuer as de ver as. Super aste con cr eces aquella
expectativa...», me explicaba en la car ta.
Releer las ideas de Nilda me per mite distinguir entr e distintos tipos de timidez. Yo no ser ía
capaz de lanzar me debajo de la piñata a luchar por el posible pr emio, per o en aquella ocasión
le dije clar amente que deseaba ser locutor. Y todo sucedió fr ente a una per sona a la que veía por
pr imer a vez. Me costó dar el salto, levantar la mano y ofr ecer me par a las pr uebas de lectur a,
per o, al final, una fuer za mayor hizo que r ompier a la bar r er a. Y aquí estoy.
Al r especto, coincido con la psicóloga Elena Mató, de Advance Medical.10 Par a super ar
la timidez, ella r ecomienda atr ever se a iniciar conver saciones, pr esentar se ante los demás, pr
eguntar, elogiar e invitar, sin dejar de ser uno mismo, «haciendo y diciendo aquello que encaja con
el pr opio estilo y atr eviéndose a mostr ar se ante los demás tal y como uno es». Mientr as, José
Luis Catalán plantea que autodescubr ir nos «tiene algo de lanzar se al abismo de lo desconocido y
explor ar lo que
r esulta de ello, y esta es la for ma mejor de super ar la
timidez».11
La lector a Lidia Abanto me contó su histor ia inicial de timidez, y luego de éxito, fr ente a
las piñatas:
Yo er a una niña un poco temer osa par a lanzar me al piso y r ecoger los juguetes y sor pr
esas que caían de la piñata, como lo hacían los demás. Como yo er a muy delgada,
bajita y fr ágil, pensaba que, si me lanzaba al piso con los chicos, ellos me aplastar
ían. Por mi mente pasaban muchas ideas. Pensaba que saldr ía r asguñada y, si ensuciaba
mi vestido, mi madr e se molestar ía. Por tanto, esper aba a que todos se levantar an del
piso par a poder r ecoger las sobr as. Er an muy pocas cosas las que podía obtener, por
que ya otr os niños habían tomado lo mejor de la piñata.
Al ver mis manos vacías, un sentimiento de tr isteza y fr ustr ación invadía mi ser. Con
el paso del tiempo, fui per diendo un poco el miedo. Lo pr imer o que hice fue obser var
con detenimiento a dónde caer ían más juguetes y dulces. Recuer do la pr imer a vez que
me tir é al piso con los demás niños. Estaba decidida a llevar me algo muy bueno, aun
cuando sabía que podía salir lastimada.
Puse en mar cha mi estr ategia. Me lancé al lado later al y tomé muchas sor pr esas. Tantas
que tuve par a r egalar a los que no logr ar on r ecoger nada. Una emoción gr ande invadió
mi ser, la felicidad llenó mi espír itu. Aquel día, a mis doce años, sentí que había logr ado
vencer mi miedo al lanzar me y disfr utar de la emoción de ensuciar mi vestido y r
ecoger mi gr an tesor o. Cr eo que fue el pr imer o de los r etos per sonales que logr é
alcanzar. Entonces me sentí or gullosa de mí misma, fuer te y liber ada.
También Kattia Gar cía, de Costa Rica:
Mi mamá nunca me per mitió par ticipar cuando iban a r eventar la piñata en una fiesta.
Ella quer ía pr oteger me de un mal golpe que pudier a lastimar me, de un niño que me
hubier a quitado los confites; per o esa pr ecaución también me pr ivó del gusto de
pelear por un pr emio. Siempr e veía a los niños peleándose por un confite o por el palo
par a r eventar la, y deseaba hacer lo mismo. Per o, como se dice por ahí, no hay mal que
por bien no venga. También esa exper iencia ha hecho que en muchas opor tunidades
me haya ar r iesgado, aunque sepa que me puedo llevar un golpe.
Posiblemente todos seamos tímidos en unas cuestiones, y en otr as, no tanto. No siento ningún
pesar por haber evitado la lucha de la piñata, pues luego la vida me ha demostr ado que podemos
libr ar otr as batallas más pr oductivas. Si bien los más extr over tidos pueden obtener el pr emio
por vías menos intelectuales en una fiesta, la piñat a de la vida nos enseña que hay oport
unidades para t odos, siempre desde el esfuerzo, el t alent o y la generosidad.

N o todo es genética
Investigaciones r ealizadas en la Univer sidad Vita-Salute San Raffaele, de Milán, r evelar on hace
unos años la existencia del «gen de la timidez». Citado por el diar io italiano La Repubblica,12 el
estudio asegur a que los niños que lo tienen son más intr over tidos y r eaccionan de for ma
distinta al enfr entar se a manifestaciones de hostilidad. Añade que alr ededor del diez por ciento de
la población de niños y adolescentes par ece ser más inhibida y tímida que la media. «Esta inhibición
social es por una par te genética, y por la otr a se ve influenciada por las exper iencias individuales».
Or iginalmente publicada por la r evista Archives of General Psychiatry, la investigación asegur
a que, mientr as que la mayor ía de los niños r esuelve el pr oblema dur ante el cr ecimiento, sin tener
que r ecur r ir al apoyo clínico, otr os per manecen socialmente inhibidos y cor r en mayor r
iesgo de tr astor nos de ansiedad en la adultez. Estos niños, los tímidos, «inter pr etan con mayor
dificultad las expr esiones de ir a u hostilidad de sus compañer os, y esto puede r epr esentar un
obstáculo par a logr ar una vida social equilibr ada».
Per o ya sabemos que no todo es genética. Los genes no lo son todo. «Somos el 50% genes y el
50% ambiente», dice la científica Mar gar ita Salas al diar io El Norte de Castilla;13 mientr as que
Sonja Lyubor mir sky r ecoge en su libr o The How of Happiness que la her encia genética deter
mina en un cincuenta por ciento el gr ado de felicidad de una per sona. Par a la pr ofesor a de
Psicología de la Univer sidad de Califor nia, la pr opensión a la felicidad es genética, per o las cir
cunstancias per sonales apor tan el diez por ciento, y los compor tamientos y pensamientos inter nos,
el cuar enta r estante.
El doctor Car los Romá-Mateo consider a que la histor ia del «deter minismo genético» es
bastante
conocida, y se r esume en un debate sobr e el papel que ejer cen los genes y el ambiente en
la modulación de nuestr a for ma de ser y de desar r ollar nos. «Se podr ía encontr ar desde un r
epar to de r esponsabilidades del 50% hasta deter minismos absolutos, que obviamente no r eflejan
en nada la r ealidad».14 Según el especialista, la ciencia muestr a explicaciones más cer canas a los
tonos de gr is que a blancos o negr os absolutos.
Por eso, actualmente se habla de la llamada epigenética, un sector de la biología que busca
explicaciones sobr e «por qué los or ganismos vivos expr esan unos genes y silencian otr os […] y
la susceptibilidad de desar r ollar deter minadas enfer medades». En la r evista Eidon,15 el académico
Luis Fr anco dice acer ca de esta disciplina que, en el futur o, podr ía apor tar más luz sobr e las
influencias del medio ambiente en la salud humana.
Romá-Mateo afir ma que la epigenética nos ayuda a entender, desde la complejidad del tema, lo
que sucede dentr o de nuestr as células, per o también la «sobr ecogedor a capacidad de r espuesta,
la ver satilidad de los sistemas biológicos».16 Lo impor tante es poner nuestr o foco en el cincuenta
por ciento que nos toca, la par te del pr oceso que podemos contr olar o gestionar. Por ello es r
elevante lo que ponemos en nuestr a mente, eso que llaman la psicología positiva.

N uestra parte
Este es un debate fundamental si quer emos entender el mensaje de la piñata y las actitudes
infantiles, per o también nuestr os pasos en la adultez. Hoy los psicólogos y los neur ocientíficos
también estudian la impor tancia del cultivo del espír itu par a un compor tamiento positivo, la cr
eación de habilidades positivas que puedan r ever tir (o compensar ) her encias genéticas.
Por ejemplo, cr eo que mi cer ebr o no está libr e de vestigios de esquizofr enia, y ello gener a en
mí muchas pr eocupaciones. Aún sufr o de ataques de pánico y ansiedad, en ocasiones de gr an estr és,
que logr o contr olar con ejer cicios de meditación; tuve alucinaciones y pesadillas en la
adolescencia, además de un tr atamiento psiquiátr ico dur ante doce meses, a los quince años. A mi cer
ebr o, eso sí, lo he entr enado par a que busque no la opción automática que viene en él, que es la
peor, sino par a pensar en positivo. Lo he entr enado par a autocuestionar me y auto-afir mar me:
«Sí, esto puede salir muy bien, va a salir bien. Lo puedes hacer ».
En todos estos años he buscado contr ar r estar los pr oblemas de or igen, par a r efor zar mi
otr o cincuenta por ciento con el cultivo y fomento de la espir itualidad y la fe. Siempr e digo: «Esto
no lo estoy haciendo solo. Sé que hay una fuer za super ior que me dio esta situación par a que yo
vaya más allá, par a que la use en positivo». Si solo me hubier a concentr ado en mi genética, yo
ter minar ía, r ealmente, en gr aves situaciones, como otr os familiar es cer canos. A algunos de ellos
no les gusta que hable del tema, per o es la cr uda r ealidad. Simplemente la compar to par a
explicar a los demás que solo cambiar emos las cosas si tomamos el contr ol, buscamos her r
amientas par a cultivar el espír itu y entr enamos los patr ones de pensamiento, como dice John C.
Maxwell.

Tres claves para convertir obstáculos en oportunidades


Ha sido una gr an exper iencia compar tir con uno de mis gr andes mentor es, el mayor exper to
mundial en lider azgo, John C. Maxwell. Agr adezco infinitamente haber podido llevar al mundo
hispano el pr ogr ama 11 secretos para transformar tus patrones de pensamiento, sobr e cómo
conver tir los obstáculos en opor tunidades. Entr e esas ideas destacan tr es, que se acer can al tema
de este apar tado.
En pr imer lugar, el pensamiento r ealista. ¿Qué hace por nosotr os? En el cur so afir mamos
que,
cuando comenzamos a ser r ealistas, movemos nuestr as expectativas más cer ca de la r ealidad. Eso
no significa que el pensamiento r ealista har á que desapar ezca la decepción, per o sí que se
encoja. La histor ia se visualiza clar amente ante una piñata. Par timos de que la fr ustr ación es el
r esultado de expectativas no r ealistas. Dentr o de una caja envuelta en celofán, anticipamos
opciones que deseamos. Y si esas opciones no se alinean con nuestr as expectativas, las tomamos
como decepción.
Maxwell nos r ecuer da que la pr imer a r esponsabilidad de un líder es definir la r ealidad, por
que la visión sin r ealidad cr ea insegur idad emocional; es decir, sucede un «latigazo». Nunca
debemos compar tir una visión que sabemos no podr á hacer se r ealidad, pues per der emos la cr
edibilidad como líder es y nuestr os equipos tendr án que ir al quir opr áctico par a ajustar se.
En el cur so con el maestr o del lider azgo, también analizamos el pensamiento estr atégico, que
es
r eflexionar por anticipado y analizar «lo pr incipal». El estr atégico combina la per spectiva
del pensamiento global, las cuestiones pr ácticas del r ealista y la r ecompensa del pensamiento
con enfoque: «¿Cuál es el contexto? ¿Qué es r ealista? El pensamiento estr atégico, en r ealidad,
es la r ecompensa por concentr ar nuestr o pensamiento en una sola cosa. Únicamente se tr ata de
pensar intencionalmente. El pensamiento estr atégico nos r eta a pensar por anticipado, per o muchas
veces no pensamos hasta que la actividad nos pr esiona. Entonces, tenemos que dedicar ese tiempo de
cualquier for ma, per o no r inde lo mismo que si lo hubiér amos hecho antes».

Toda producción es una proyección


En Colombia, una psicóloga infantil me asegur ó que muchos tr aumas infantiles son consecuencia
de la sobr epr otección de los padr es. «¡A los niños se les pr otege, no se les sobr epr otege!», afir ma.
Acto seguido, me nar r ó una exper iencia pr ofesional:
Recibí en mi consulta a un niño de siete años, temer oso e indeciso. Acostumbr aba
a sentar se en los r incones a llor ar. Se r eunía poco con los amiguitos y veía mucha
televisión, lo cual le pr ovocaba una sensación de soledad pr ofunda, agr avada por ser hijo
único.
–¿Por qué no compar tes más con tus compañer os de colegio, pr imos o vecinos? –
le pr egunté.
Me r espondió que temía caer se, hacer se daño y hasta per der se. Enseguida me convencí
de que er a víctima de una sobr epr otección extr ema por par te de sus padr es, per o lo del
llanto me seguía pr eocupando.
–¿Por qué llor as si no te has caído ni te has hecho daño ni mucho menos estás per
dido?
–Por que mis padr es no dejan que yo haga muchas cosas que quier o
hacer. Par ecía un tr abalenguas infantil, per o su mensaje er a muy clar o.
–Dime una cosa… ¿qué no te dejen hacer tus padr es? –pr eguntó. Movía sus deditos
de maner a ner viosa y bajaba la mir ada.
–No me dejan par ticipar en ninguna piñata.
–¿Por qué?
–Por que dicen que me golpear án, que en las piñatas hay niños abusador es, que me
puedo atr agantar con un car amelo.
Entonces decidí hablar con los padr es. En el tema específico de las piñatas, la madr e
me r elató que, cuando er a niña, en medio del pugilato, le par tier on el labio. Su tr auma
se lo tr asladó al hijo. Les dije a ambos que valor asen cuánto pier de su hijo por ese temor
de ella. En una piñata, los niños deber ían poder diver tir se, compar tir, tr atar de tomar la
iniciativa y sentir se estimulados, siempr e con un or den. Decidí r emitir a ambos padr es
a un psicólogo de adultos.

Ayudar a nuestros hijos a gestionar sus expectativas


La piñata es un escenar io de anticipación de actitudes que luego r epr oducimos en la vida diar
ia
adulta. Por eso consider é opor tuno pr eguntar a la doctor a Nancy Álvar ez sobr e cómo educar
a nuestr os hijos par a que apr endan a gestionar sus expectativas. La psicóloga dominicana, siempr e
tan diligente y acer tada, r espondió: «Básicamente, hay que dar les segur idad, que es lo pr imer o que
un ser humano necesita: segur idad emocional. Si no tienes segur idad en ti mismo, no vas a logr ar
nada. Eso va a influir en la autoestima y en la r elación con los demás. Las per sonas con autoestima
baja, que no fuer on amadas o aceptadas incondicionalmente por sus padr es, siempr e piensan que
nadie más los va a amar. Eso nos mar ca. No pelean por lo que quier en. No son per sistentes».
De acuer do con la doctor a Álvar ez, tal situación convier te a las per sonas en envidiosas, agr
esivas
y muy tímidas. «No se atr even a pedir lo que quier en, por que no cr een que lo mer ezcan, ni
mucho menos cr een que lo van a poder logr ar. Por eso, lo más impor tante es que el niño se sienta
amado», r eiter a.
«¿Y cómo enfr entamos el pr oblema de la piñata?», le pr eguntamos, en r elación con los padr
es que ayudan a sus hijos a conseguir pr emios. «Acuér date de que toda pr oducción es una pr
oyección. La mente pr oyecta lo que somos. Esa es una r ealidad, como que estamos aquí
sentados. Un niño tímido o sobr epr otegido se va a sentir con miedo. Por eso, la sobr epr otección se
consider a un gr ave defecto y una agr esión al niño. Una madr e que sobr epr otege a su hijo,
en el fondo, le está agr ediendo, por que ese niño nunca va a tener las her r amientas par a tr
iunfar en la vida. Va a tener mucho miedo, tiene que ver con la segur idad de la vida».
La amiga Rosa Elena, de Ecuador, me escr ibió par a contar me su per spectiva sobr e la timidez
y las piñatas:
Fui una nena tímida y sobr epr otegida por mi madr e, que me amaba mucho y esa er a
su for ma de demostr ar lo. Cuando iba a una fiesta infantil, bailaba, conver saba, r eía
poco… Y a la hor a de r omper la piñata, mi madr e me apar taba por que no quer ía
que nadie me lastimar a. Así que yo veía todo de lejos, y siempr e cogía pocos car
amelos. Eso me ponía tr iste.
Cr ecí siendo tímida, per o cuando fui a la univer sidad, mi madr e ya había fallecido y
me quedé sola. Cr eo que la piñata es como ese mundo al que me lancé sola, siempr e
con pr incipios que me enseñar on, per o al enfr entar lo tuve sor pr esas buenas y malas.
Cuando tuve mis hijos, dejé que ellos tomar an la liber tad de exper imentar, defender se y
disfr utar de todas las cosas que compr ende tomar nuestr as decisiones solos.
Mar ía del Rosar io Jaime me dijo en otr a car ta:
Unos llenan la piñata de lo más bar ato. O, dependiendo de la ocasión, lo que pueda
ser diver tido. Otr os van con vendas a dar le palos, mientr as los demás lo aúpan con
voces y gr itos. Si siente que la piñata está cer ca, se anima a dar le más dur o; otr os esper
an ansiosos desde el lugar más adecuado. Con una bolsa en la mano, las madr es están cer
ca de los hijos más pequeños par a meter se a r ecoger lo que puedan, o incluso quitar les a
los otr os niños si se pr esenta la opor tunidad. Al final, llor an los que no agar r ar on y
muestr an tr iunfales su ganancia los que agar r ar on, mas no impor ta si con maña o
no. Una metáfor a de lo que ocur r e en la vida.
La doctor a Álvar ez insiste en dejar que los niños sean independientes, que luchen por lo que quier
en.
«Empujar los y ayudar los, per o sin sobr epr oteger los. Algunas madr es no son sobr epr otector as,
per o entonces son agr esivas. Le dicen al niño: “Vete, no te dejes engañar, empuja” ... Eso
tampoco es bueno, por que el niño después no apr ende».
La conver sación der iva hacia quienes acapar an, los que abr en la camisa par a agar r ar la
mayor cantidad de cosas que caen de la piñata: «El que se queda con todos los dulces es una per sona
egoísta, egocéntr ica, que cr ee que se lo mer ece todo. Esa per sona no tiene capacidad par a tr abajar
en equipo. Y, por tanto, va a tener pr oblemas con su par eja, con su tr abajo y con sus amigos, por
que hay que apr ender a compar tir. Si usted no sabe dar y r ecibir, tiene un pr oblema par a tr iunfar,
par a ser feliz y estar contento consigo mismo. Todos esos niños están diciendo lo que les pasa en
casa, y lo que les pasa por dentr o es lo que les pasa en casa».
Al r especto, Daylin me nar r a en un e-mail:
La emoción de las fiestas siempr e es la piñata. Tengo una hija pequeña y me he visto
obligada a meter me a ayudar la a r ecoger dulces, per o luego le enseñé cómo hacer lo
y ahor a la dejo sola. Me di cuenta de que ella pide apoyo, per o debe apr ender a hacer lo
sola, por que en la vida llega un momento en que tenemos que desenvolver nos sin la
ayuda de otr os y tomar la mayor cantidad de lo que quer emos.
Las piñatas son competencia por que cada uno se concentr a en r ecoger más, sin ayudar
al que tiene al lado. Uno obser va a niños cuando cae la piñata, y hasta pasan por encima
del otr o. Mi hija acostumbr a a llevar una car ter ita y allí va echando. Otr os se meten sin
nada y, si agar r an, no encuentr an dónde echar lo r ecolectado, y otr o ter mina
quitándoselo. Otr os compar ten con quienes no agar r ar on. Esto lo hacen los de buen
cor azón. Otr os dan los dulces que no les gustan. Yo enseñé a mi hija a car gar un bolsito,
par a que nadie le quite lo suyo, y a compar tir con aquel que no agar r a.
5. EXPECTATIVAS E INTENCIÓN
Se juzga grandioso a todo lo desconocido.
ATRIBUIDO A T ÁCITO

El filósofo hindú Jiddu Kr ishnamur ti se pr eguntaba: «¿Existe en cada uno de nosotr os un apr
emio inter ior par a encontr ar lo desconocido?». Y planteaba la siguiente situación par a ilustr ar
sus ideas sobr e el tema: «He conocido muchas cosas; no me han dado felicidad, ni satisfacción, ni
alegr ía. Por eso quier o ahor a otr a cosa que me dé mayor alegr ía, mayor felicidad, mayor
esper anza, mayor vitalidad, lo que sea. ¿Y puede lo conocido, que es mi mente –por que mi mente
es lo conocido, el r esultado de lo conocido, el r esultado del pasado–, puede esa mente buscar lo
desconocido? Si yo no conozco la r ealidad, lo desconocido, ¿cómo puedo buscar lo? Debe, por
cier to, venir a mí; yo no puedo ir en pos de lo desconocido. Si voy en su búsqueda, voy en pos de
algo que es lo conocido, una pr oyección de mí mismo».
Par a Kr ishnamur ti, nuestr o pr oblema no es saber qué nos impulsa a hallar lo desconocido,
sino
«nuestr o pr opio deseo de estar más segur os, de ser más per manentes, más estables, más felices,
de escapar al tumulto, al dolor, a la confusión». Per o, en su opinión, eso no es lo desconocido. «Por
lo tanto –dice–, el apr emio por lo desconocido ha de ter minar, la búsqueda de lo desconocido ha
de cesar ; lo cual significa que tiene que haber compr ensión de lo conocido cumulativo, que es la
mente. La mente debe compr ender se a sí misma como lo conocido, por que eso es todo lo que
conoce. No podéis pensar en alguna cosa que no conozcáis. Solamente podéis pensar en algo que
conocéis».
En su libr o El conocimiento de uno mismo, el sabio explica sus tesis a tr avés de un ejemplo:
«Nosotr os no tenemos que buscar la luz. Habr á luz cuando no haya oscur idad; y a tr avés de
la oscur idad no podemos encontr ar la luz. Todo lo que podemos hacer es r emover esas bar r er as
que cr ean oscur idad; y el r emover las depende de la intención».
Recuer do la expectación que gener aba entr e nosotr os el contenido de la piñata. Si el
cumpleaños er a de per sonas de pocos r ecur sos (como los nuestr os), dábamos casi por segur o
que no habr ía gr andes sor pr esas: algunas chucher ías, muchas ser pentinas y pocos r egalos.
En cambio, si nos invitaban padr es con mayor nivel adquisitivo, se esper aban siempr e obsequios
más car os. Escenas similar es se r epiten en todos los países y en cualquier época. Imaginar el
contenido de la piñata y soñar con ver caer el juguete favor ito es una especie de liturgia en
cada fiesta de cumpleaños. Suspiramos por lo desconocido, aunque de ant emano poseamos
indicios que podrían aument ar la cert eza.
Entonces, en la piñata de la vida, la expectación por lo desconocido, por el or igen y car ácter
de
las cuestiones pur amente mater iales, deber ía sustituir se quizás por el afán de conocimiento.
Como sugier e Kr ishnamur ti, lo pr incipal es eliminar las bar r er as que nos impiden conocer otr
os mundos, per o sin embar car nos en la idealización de lo desconocido.
La modulación de las expectativas se pr oduce a tr avés de elementos ya conocidos, de
datos, indicios, ideas o exper iencias pr evias. Colocar todas las fuer zas en lo desconocido, como
supuesta panacea de nuestr os pr oblemas, es tan idealista como apostar lo todo a eso que llaman el
destino.
Ana Vico, psicóloga y coach exper ta en emociones, se r efier e al enfr entamiento entr e
expectativas y r ealidad, al que denomina «la eter na batalla»: «Si quier es algo, pídelo. Si esper as
algo, hazlo, y si
no depende de ti, pídelo a quien cor r esponda».17 La especialista consider a que no tenemos por
qué cumplir las expectativas de otr os.
Por su par te, el psicólogo José Manuel Gar r ido consider a que el estr és gener almente se
vincula con situaciones como la «anticipación pesimista», la «inter pr etación distor sionada de la r
ealidad» o la «falta de estr ategias aser tivas de comunicación»;18 per o muy a menudo se olvida un
aspecto tan r elevante como las expectativas r elacionadas con el compor tamiento:

¿Qué esperan los demás de nosotros?


¿Qué esperamos de los demás?

Gar r ido afir ma que dir igir el compor tamiento en función de las expectativas que los demás tienen
de nosotr os es una vía dir ecta hacia el estr és y los cuadr os de ansiedad.
Volvamos a la piñata par a visualizar lo. No solo estamos ante la competencia por el pr
emio, fundamentalmente por el mejor pr emio, sino que los r esultados de la batalla también dejan
estigmas dolor osos. Aquellos que no suelen entr ar al r uedo, o los que salen mal par ados en el
intento, r eciben la desapr obación de la masa. Son «los débiles, los incapaces, los miedosos…».
Hay actitudes (de par te de niños y adultos) que ter minan mar cando la vida de los demás, por que
les hacen sentir que son igual a nada, por el hecho de no alcanzar r esultados en la loter ía sísmica
de la piñata. He ahí el valor de gestionar adecuadamente las expectativas.
De acuer do con Gar r ido, la consecuencia casi ineludible de una expectativa no satisfecha es
«la fr ustr ación, la queja, el r esentimiento e incluso la ir a». Dichas emociones –agr ega– están
muy r elacionadas con los cuadr os clínicos de ansiedad. Par a evitar el estr és y la ansiedad, el
exper to r ecomienda utilizar estr ategias inter medias y más r ealistas, entr e ellas «el der echo que me
asiste a no hacer lo que los demás esper an de mí». Afir ma que, una vez asumido e inter ior izado
tal der echo, habr emos apar tado de nosotr os una gr an fuente de estr és.
Además, plantea la comunicación aser tiva como pr incipal estr ategia y pr opone hacer
visibles nuestr os deseos, necesidades y sentimientos, par a «encontr ar puntos de encuentr o que
convier tan las expectativas […] en asumibles».
La lector a Daylin opina sobr e el tema a tr avés de una car ta:
Las piñatas son como la vida misma. Tienen algo dentr o que quer emos descubr ir,
como degustar un dulce. O quizás no nos agr ada mucho cuando descubr imos lo que hay
dentr o, per o es nuestr a decisión comer lo o no. Las piñatas son una sor pr esa, como la
vida, que muchas veces la llevamos con ansiedad y damos tumbos fuer tes, como cuando
se tumba a palos. O suaves, como cuando se tir a de la cuer da. Per o algo hay dentr o. De
eso sí estamos completamente segur os.
Se puede decir que la vida es una piñata por que está llena de dulces, por un lado. Y
por otr o, par a poder disfr utar los, hay que r omper la. Allí está el tr abajo. De alguna
maner a apr endemos a los golpes, o a los tir ones, per o degustamos las dulzur as que la
vida tr ae. Está en uno si lo pr ueba o no.

El sendero hacia la maestría


La gestión de expectativas y el poder de la intención son conceptos muy inter r elacionados. Según
el maestr o Wayne Dyer, en su libr o El poder de la intención, «la intención es un campo de ener gía
que
fluye de una for ma invisible, fuer a del alcance de nuestr os hábitos nor males y
cotidianos».
«Está ahí aun antes de que seamos concebidos. Tenemos los medios de atr aer esa ener gía
y exper imentar la vida de una for ma fascinante, nueva», explica. Al indagar sobr e dónde se
encuentr a ese campo llamado «intención», Dyer dice que destacados investigador es cr een
que nuestr a inteligencia, cr eatividad e imaginación inter actúan con el campo de ener gía de la
intención, per o no se tr ata de pensamientos o elementos de nuestr o cer ebr o.
Wayne Dyer se r efier e al poder de la intención como el «sender o hacia la maestr ía», con cuatr
o pasos par a activar la y conectar con el ser natur al y deshacer nos de la identificación del ego:
a) Disciplina: Hay que entr enar el cuer po par a pr ender una nueva tar ea. Es necesar io pr
acticar, hacer ejer cicio, tener hábitos saludables, comer sano…
b) Sabiduría: Si se combina con la disciplina, fomenta la capacidad par a centr ar nos y
ser pacientes, a medida que ar monizamos los pensamientos, el intelecto y los sentimientos
con el tr abajo del cuer po.
c) Amor: Este pr oceso de maestr ía supone amar lo que hacemos y hacer lo que amamos.
d) Ent rega: Es el lugar de la intención. El cuer po y la mente no llevan la batuta y
nos apr oximamos a la intención.
Todos podemos buscar las her r amientas par a vivir mejor. Estúdiate, mir a qué r ecuer dos te tr
ae la piñata y cómo vives tu vida hoy. ¿Er es una piñata? ¿Te sientes una piñata? ¿Golpeas a la
piñata?
¿Estás jalado por las cir cunstancias de la vida? ¿Jalado por lo que los demás piensan de ti? ¿O estás
en contr ol de la piñata de tu vida hasta donde te cor r esponde? Eso sí, debes saber que el contr ol no
es sobr e todos los eventos, sino en la actitud que eliges y en las her r amientas, par a lidiar con los
eventos que la piñata te lanza.
Ningún problema o limit ación es en realidad lo suficient ement e fuert e como para
ser permanent e en nuest ra vida. Mi mejor exper iencia como entr evistador ha sido con per sonas
cuyas histor ias de vida son ver dader amente ejemplar es. Todos son pr ototipos evidentes del
poder que ejer ce la intención.

El admirable Toñejo
Por ejemplo, el español Antonio Rodr íguez, conocido por Toñejo, un campeón de la velocidad y de
la vida, me demostr ó que el poder de la mente es ilimitado, y que no hay nada que no podamos
soñar o hacer r ealidad. Un día almor zamos y conver samos más de dos hor as. Después visitó el
show de televisión. Cada histor ia que salía de su boca fue una lección de for taleza y sabidur ía.
Actualmente vive en una silla de r uedas, per o ni su cuer po ni sus sueños están inmóviles.
Su entr evista sir vió de inspir ación a millones de telespectador es. Toñejo empezó a competir
con quince años en los tor neos de motociclismo de su país. En 1989, después de ser campeón de
España de quad-cross, un accidente lo dejó par apléjico. Estaba a solo tr es kilómetr os de la
meta, iba en pr imer lugar cuando salió dispar ado del quad, chocó contr a una par ed y se r ompió
la espalda por tr es sitios. Después del accidente, los médicos le dijer on que no volver ía a
levantar se de la cama. Toñejo llor ó al escuchar el dictamen, per o su pasión por la velocidad pudo
más que la depr esión. En cuanto se sintió en condiciones, empezó a buscar patr ocinador es par a
competir en una moto de agua. Tenía veintiséis años.
Par a Toñejo, lo fundamental es mantener la ilusión. Cada día entr ena y pr actica la natación, per
o no pide ayuda a nadie par a entr ar o salir de la piscina y volver a su silla. En su pr imer a
competencia
en moto acuática, quedó en segunda posición. En 1993 ganó el campeonato absoluto de España,
donde no competía ningún otr o discapacitado. El gr an Toñejo cr ee fir memente que la pasión
puede vencer cualquier obstáculo. Los médicos, sin embar go, llegar on a pensar que estaba loco.
Él vive convencido de que su discapacidad no es en absoluto una incapacidad, y tiene toda la r
azón. La histor ia de Toñejo se sigue escr ibiendo. Es un ejemplo de cómo una pasión vital por el
depor te, por la velocidad, puede dar le sentido a la vida misma.

Ejemplo de un luchador
También el venezolano Maickel Melamed es un ejemplo de vir tuosismo emocional. Nacido en 1975,
e inmediatamente sentenciado a mor ir por distr ofia muscular, es el vivo ejemplo de la
felicidad constr uida peldaño a peldaño, sobr e una base física con limitaciones de or igen. El par to
de su madr e fue muy complicado, por que su cuello estaba apr isionado por el cor dón umbilical.
Los médicos lo habían condenado, pr imer o a la muer te casi inmediata y luego a vivir atado a una
silla.
Pese a sus dificultades motor as, ya ha cor r ido cinco mar atones. Lógicamente, él se toma gr
an cantidad de hor as debido a su condición física. Su última hazaña conocida sucedió en el Mar
atón de Boston, cuando ar r ibó a la meta tr as veinte hor as de camino. Recuer do que lo entr evisté
un par de veces en mi pr ogr ama de CNN en Español y no pude aguantar las lágr imas de
emoción. Maickel Melamed es una mente br illante y un gr an par adigma del poder de la intención.

La inspiradora Yeyita
En el show también entr evisté a la abogada, confer encista y empr esar ia venezolana Delia Mar gar
ita Rivas Castillo (Yeyita). Ella tiene una histor ia extr aor dinar ia de vida, pues vive con la enfer
medad de la osteogénesis imper fecta, más conocida como «huesos de cr istal». A pesar de
haber sufr ido numer osos momentos difíciles, Yeyita no ha desistido en sus gr andes sueños.
Ha sido capaz de br indar apoyo dir ecto a mujer es que sufr en la violencia doméstica en Isla
Mar gar ita, además de empoder ar a muchas otr as a tr avés de la cr eación de puestos de tr abajo en
su empr esa de or febr er ía.
A los tr es meses de nacida, Yeyita empezó a fr actur ar se los huesos. En México le diagnosticar
on la osteogénesis imper fecta, que es una «aber r ación cr omosómica», según me contó. Es
decir, un accidente del ADN al momento de la fecundación, que tr ae como consecuencia la no
absor ción del calcio de maner a per fecta. Cuando leo su hoja de vida, y todo lo que ha logr
ado tr as más de veinticinco oper aciones, entiendo mejor los r esultados del poder de la intención.
«Ha sido muy difícil salir adelante, per o es como un r eto, y el miedo se ha vuelto una
compañía
que he tenido que apr ender a manejar y a canalizar. A lo lar go del tiempo, eso me ha dado pie a
tener gr andes éxitos a nivel pr ofesional y de vida. Siento que mi enfer medad se llama imper fecta,
per o a mí me ha hecho la vida per fecta», me explicó.
Debido a tantas fr actur as, Yeyita no pudo cr ecer todo lo que debía. En Par ís, un médico le
dijo a su mamá: «No la limites, deja que haga todo lo que quier a, por que los límites están en la
cabeza». Y así ha venido siendo. Delia tr abaja par a la Fundación Nueva Mujer Mar gar ita. En
2016, par ticipó en un pr ogr ama de mujer es líder es y agentes de cambio de la r egión, y viajó al
Depar tamento de Estado de EEUU par a hablar sobr e violencia de géner o e inclusión. ¿Qué habr ía
pasado si Yeyita se hubier a compor tado como una piñata, inactiva, esper ando a ver dónde la vida la
llevaba?

A driana, motivando desde la dificultad


En México entr evisté a Adr iana Macías, otr o ejemplo de mujer cr ecida ante las dificultades. Ella
no tiene br azos, per o con sus pier nas es capaz de pintar y maquillar se. Es confer encista, y acaba de
tener un hijo; una mujer ver dader amente impr esionante. La tenacidad ha sido la clave de su vida.
Según me dijo, está convencida de que la clar idad de las ideas, la actitud, el ímpetu y la
inteligencia son la fór mula del éxito. Adr iana se licenció y estudia una maestr ía en Ecología
Emocional. Desde hace var ios años tr abaja en la motivación de niños, jóvenes y adultos, «par a
que cada quien r edescubr a todas sus capacidades y así hacer les fr ente a las distintas adver sidades».
«Nací sin br azos por azar es del destino. A la natur aleza a veces le falta poner ahí esa par te, se
le acaba la mater ia pr ima. Entonces, cuando empiezo a entender que soy una mujer sin br azos y que
no me iban a cr ecer, par a mí fue muy difícil. Me dio mucho miedo. No el hecho de no tener br azos,
sino no poder r ealizar todos los sueños que tenía. Temí que un día llegar a Dios, imagínate, y yo
dijer a: “Con este r eto que me diste, lo único que hice fue quejar me, amar gar me y amar gar le la
vida a los demás”. ¡Qué ter r ible! Me cayó una gr an r esponsabilidad encima», explicó Adr iana en
mi pr ogr ama de CNN en Español.
Ella r ecuer da que, al entr ar al escenar io, en sus confer encias, la gente dice: «¡Qué difícil! ¡Yo
no podr ía! ¡No!». «Es que, sin br azos, ¿qué hacemos? ¡Imagínate desper tar sin br azos! Y
cuando empiezo a platicar mi histor ia, empiezan a decir : “Oye, fíjate, sí”. Y se empiezan a ver r
eflejados en esta confer encia. Al final, no impor ta que no tengas br azos, no impor ta que
no tengas pies. Absolutamente todo se define en la actitud, en el amor, en la fe y en el compr
omiso que hay en la vida».
Sobr an ejemplos de per sonas que decidier on dejar de ser una piñata que cuelga, a la esper a de
que alguien los golpear a o zar andear a par a obtener algo más. Muchos cr een que su vida
depende únicamente del conocimiento o del coeficiente intelectual, per o en r ealidad no es así. Y en
eso influye el poder de la intención, un pr ocedimiento del que también se ha ocupado la ciencia.

La carta de A
urelis
Entr e esos casos, r ecibí una car ta de Aur elis. Ella se pr eguntaba: «¿En qué se par ece la piñata a
mí?». Inmediatamente r espondía que una «familia disfuncional» es como una piñata. A los meses de
nacer, su madr e la dejó en manos del padr e, «por que ella no quer ía esclavitud con hijos». Su papá, a
quien le faltaba un br azo, tenía pocas opor tunidades de tr abajo, con lo cual se le hacía difícil sacar a
las niñas adelante. Entonces la abuela, la siempr e gener osa columna familiar, empezó a ayudar en su
cr ianza:
Los palazos que le dier on a la piñata venían de muchos lados, per o los más fuer tes er an
los de mi familia por par te de madr e. Decían: «Esa está sola. Como no tiene madr e, no
se va a gr aduar. Como no tiene madr e, saldr á en estado r ápido».
En fin, desde pequeña, las per sonas que debían ayudar me me daban palos. Per o desde
niña tenía un ángel a mi lado que nunca me faltó: ¡Dios! Día a día, decía: «¡Tú sabes
por qué pasa todo! Y yo llegar é lejos. Y voy a tr abajar en ello». Mi abuela pater na fue
de las cosas lindas que encontr é en esa piñata. Esa viejita desde niña me motivaba:
«Aur e, tú er es inteligente y buena... ¡Te va a ir bien!». Mi padr e pagó mis estudios
de psicopedagoga. Ellos er an lo más valioso de esa piñata par a mí. ¿Qué hice con lo
que no me ser vía de la piñata? Lo tr ansfor mé, Ismael. A mi mami nunca le hablaba,
per o decidí hacer lo a los quince años. Me dije: «¿Quién soy yo par a juzgar la?». En vez
de odiar a mi familia, estuve allí con ellos. Cr eo fielmente que todo lo que das, a ti r egr
esa. Jamás alber gué odio en mi
cor azón. Vivo hoy en día muy bien.
La car ta de Aur elis me emocionó, pues ella consiguió gestionar sus expectativas y hacer un
uso coher ente del poder de la intención, pese a la cr eencia gener alizada de que no llegar ía lejos.
Una vez más se demuestr a que las cir cunstancias influyen en la vida de las per sonas, per o no la deter
minan.
El poder de la intención no es una invención ni una quimer a. Cada vez apar ecen más
estudios científicos al r especto. Er nesto Bonilla, investigador de la Univer sidad del Zulia, en
Venezuela, define la intención como el pensamiento enfocado par a r ealizar una acción deter minada
y consider a que los
«pensamientos dir igidos a un fin» pueden afectar tanto a los objetos como a la mater ia viva.
«La emisión de par tículas de luz (biofotones) par ece ser el mecanismo mediante el cual una
intención pr oduce sus efectos», asegur a.19
Sin embar go, aclar a que, par a que la intención sea efectiva, es necesar io escoger el
momento apr opiado. Bonilla r econoce además la impor tancia actual de estos estudios, ya
que se está pr oduciendo un «pr ofundo cambio de par adigmas» en la Biología y la Medicina.
6. UMBRAL DE MERECIMIENTO
Todo hombre es como un cheque en blanco firmado por Dios. Nosotros
mismos escribimos en él la cifra de su valor con nuestro merecimiento.
AMADO NERVO

En mi libr o Un buen hijo de P…, Ar tur o le decía a Chr is que cuando se r ecuper ar a a él mismo
y r escatar a su autoestima, solo esa victor ia suya le dar ía la posibilidad de encontr ar la llave
del cor azón de Mar y y tr aer la de vuelta par a siempr e: «Con mi ayuda, desde afuer a, tú
comenzar ás a r ealizar te desde tu inter ior ». Chr is r epetía una y otr a vez, par a sus adentr os, la fr
ase de Ar tur o, su life coach. Compr endía, como nunca antes, la impor tancia r eal de esas palabr
as. Se convencía cada día más de la imposter gable necesidad de r escatar su autoestima, o de
cosechar y elevar su umbr al de mer ecimiento. No estaba segur o de haber tenido en alguna
ocasión una autoestima saludable, la suficiente par a tr atar de conocer se a sí mismo como ser
humano. Entonces, en ese momento, se mar có su objetivo pr incipal.
A veces, nuestr os sueños se basan en r elaciones fuer a del entor no inmediato; per o si no
los ponemos en mar cha, el pr opósito se queda en nada. No es una cuestión únicamente r efer ida al
diner o, sino de r edes y cómplices. Espirit ualment e hablando, nos acost umbramos a vivir con lo
suficient e, cuando podemos hacerlo en abundancia. Disfr utar lo extr aor dinar io es vivir a
plenitud, explotar nuestr as potencialidades y super ar la ley del menor esfuer zo.
Éxito convoca a éxito, tr isteza llama a tr isteza, y así, infinitamente, la vida multiplicar á
el sentimiento que em-poder es. Si de ver dad quier es atr aer lo que deseas, hay que vivir en
abundancia, aspir ar a tener más de lo que necesitamos, espir itualmente hablando, par a compar tir
con los demás. No necesit amos lo que físicament e cabe en una piñat a para ser felices. Soñar con
un propósit o es mucho más coherent e que hacerlo sin misiones claras. Hay soñador es que
van a la der iva, sin r umbo, per o otr os logr an r ealizar sus aspir aciones y tener aún más impacto
del que per siguen.
Nuestr o futur o no depende de lo que alguien coloque dentr o de una piñata, ni de la suer te (o
la fuer za física) que tengamos en la batalla por el pr emio. Mer ecer emos unos bienes mater
iales y espir ituales decididos por nosotr os mismos, pr oyectados en conciencia y tr abajados honor
ablemente.

Factores de éxito
Per o, ¿por qué unas per sonas son más exitosas que otr as? El núcleo es cuánto cr ees que vales.
Nadie te r egala el valor. Siempr e he sido consciente de que uno tiene que ir lo ampliando. Si
no somos capaces de dar nos nuestr o valor, soñar mentalmente y potenciar dentr o de la mente un gr
an sueño, no lo vamos a poder vivir, no vamos a estar pr epar ados. Si no ent ra en t u ment e,
no cabe en t u mundo, no llega a t u vida.
En lo mater ial, ya hemos hablado de las per sonas que ganan la loter ía y no consiguen administr
ar su éxito por que no saben cómo. Nunca en sus mentes entr ó tal cantidad de diner o; y, como no
entr ó, no tuvier on pr oyectos ni intenciones. Hay mucha gente infeliz con gr andes for tunas. Si no
asumen el pr opósito de compar tir y de hacer algo pr oductivo que añada valor a otr os, ¿par a
qué vale su for tuna?
Y justamente el siguiente ejemplo nos demuestr a cómo la gener osidad gener a un estado
de abundancia en nosotr os. Es la histor ia r eal de los her manos Stocklas, que ganar on a la vez
dos pr emios de loter ía en el Estado de la Flor ida. Leí la noticia en el diar io mexicano Excelsior:
James Stocklas r egr esó de pescar y descubr ió que tenía en su poder los númer os ganador es del
pr emio mayor : 12-13-44-52-62. Esto significaba casi 300 millones de dólar es. Sor pr esivamente, su
her mano Bob había obtenido también un pr emio, per o solo de siete dólar es. James, sin embar go,
anunció que compar tir ía el suyo con toda la familia, incluyendo a Bob.
En este caso, la histor ia par ece ter minar de modo feliz: el millonar io desea compar tir su for
tuna con la familia y con el her mano menos favor ecido. Imagina que esa per sona comienza a cr eer
que no vale nada o que vale muy poco, por que en una piñata del azar no le tocó el pr emio gor
do. Si así hubiese sido, mi mentalidad hasta hoy, mi estado de car encia en lo exter no, se hubier a tr
ansfor mado ya en un estado de indigencia espir itual. Así viven algunos acaudalados que conozco,
quienes quizás invier ten mar avillosamente su diner o en cuestiones mater iales, per o no en su espír
itu.
Nací en un país comunista, donde el Estado alegaba que «pr oveía las necesidades básicas» de las
per sonas. Me hubier a gustado pr ogr amar mi mente, como hago ahor a todos los días, en el sentido
de que valía más. Estoy convencido de que el númer o del cheque del que soy por tador tiene que ser
más gr ande. No por ambición desmedida, sino por una cuestión de potencial infinito. Nacemos
para crecer, para volar a dimensiones de un pot encial infinit o. Ent endemos que, si ayudamos a
ot ros a solucionar problemas, solvent ar deseos o sat isfacer necesidades, le añadimos valor. Y,
por efecto mágico, elevamos nuestr o valor per sonal como instr umentos del ser vicio. Esa es la
clave de nuestr o valor : el apor te que hacemos a los demás.

Ejemplos actuales
En este mundo viven ser es capaces de apor tar gr an r iqueza individual y colectiva. No por que
la her edar an, sino por que desar r ollar on gr andes e innovador as ideas. Es el caso de Mar k Zucker
ber g, quien diseñó la r ed social Facebook, junto a otr os compañer os de la Univer sidad de Har
var d. Él innovaba desde los dieciocho años, cr eaba alter nativas y pr oductos que incluso
compar tía gr atuitamente en Inter net. No exento de polémica, hoy posee una de las mayor es for
tunas del mundo. El éxito también le ha conver tido en un gr an filántr opo. Su gr an tr iunfo es
entender hoy que su umbr al de mer ecimiento no tr ibuta beneficios únicamente per sonales: su diner
o también sir ve a otr os a tr avés de gener osas donaciones. Y su apor te en ser vicios a tr avés de
Facebook es inigualable en beneficios par a millones y millones de per sonas en el mundo que
ponder an su cr eatividad y lider azgo.
Bill Gates es otr o magnífico ejemplo. Siempr e fue un apasionado de la infor mática,
supo
codear se con otr os genios de su gener ación y apr ovechó cada opor tunidad de la vida
hasta consolidar el imper io Micr osoft. Ni él ni Zucker ber g pueden eludir las polémicas per
sonales y empr esar iales, per o me quedo con sus apor tes, con lo positivo de su esfuer zo
intelectual, con su ambición por cr ecer, apor tar y soñar con lo imposible. Y también me quedo con
sus visiones sobr e la filantr opía. Ambos son modelos de desapego mater ial en el mundo de los más
influyentes pensador es y empr endedor es.
En mi pr ogr ama entr evisté al cubanoamer icano Jor ge Pér ez, el genio r esponsable de los
mayor es pr oyectos ar quitectónicos de Br ickell, la zona más moder na de Miami. Hijo de inmigr
antes, estudió en Estados Unidos. Sus padr es lo per dier on todo al abandonar Cuba, per o él
consiguió cr ear una for tuna a tr avés de su visión de desar r ollo ur banístico en Miami. Hace poco
anunció la donación de
la mitad de su r iqueza, como una especie de «sanación». Ingr esó así en el selecto gr upo
de millonar ios que se dier on cuenta de que hay que hacer la difer encia a tr avés de la filantr opía,
con r esponsabilidad y cr eando pr oyectos sustentables. Uno de sus gr andes apor tes es el Museo de
Ar te de Miami.

¿Cómo hago para valer más?


El umbr al de mer ecimiento es impor tantísimo en la fijación de objetivos de vida, per o a
veces nuestr o cer ebr o se r esiste a las gr andes ideas y al cambio. Incluso se r ebela fr ente a una gr an
idea que se nos ocur r e, por que per cibimos indicios de que no es posible o r ealizable. Es
evidente que las gr andes ideas nos asustan.
Fr ancisco Sáez,20 exper to en la llamada «pr oductividad GTD» (Getting Things Done,
Resolviendo las cosas), opina que la r esistencia que pr ovoca la mente emocional –o el instinto de
super vivencia– induce a evitar las her r amientas par a ser más pr oductivos. «Pr efier en estar
ocupados haciendo la lista de tar eas de otr os a cr ear la suya», ar gumenta sobr e algunos, y
consider a que, si vivimos de ese modo, no tendr emos ninguna r esponsabilidad cuando algo no
funcione. «¡Qué tr anquilidad!», dice ir ónicamente. Sáez cr ee que no podemos evitar tal r
esistencia, per o sí «ador mecer la» a tr avés de la cr eación del entor no y los hábitos adecuados.
El gran maest ro del psicoanálisis, Sigmund Freud, decía al respect o que «la t radición es
la excusa de las ment es perezosas que se resist en a adapt arse a los cambios». Su idea es uno de
los mejor es llamados par a r omper par adigmas que he escuchado. Sobr e este tema volver
emos más adelante.
El umbr al de mer ecimiento es algo que debemos tr abajar intensamente, por que sus r eper
cusiones están pr esentes en todo momento. Por ejemplo, cuando a un niño le dicen: «Tú no puedes,
no sueñes. Somos pobr es, no podr emos…». Entonces su mer ecimiento se limita, no se desar r
olla, no cr ece. Mir emos el ejemplo de Fr anklin Chang-Díaz, el único astr onauta de Costa Rica. Es
evidente que en su país natal no r adica la NASA. Si a ese niño le hubier an dicho: «Aquí no hay
instituciones espaciales, tú nunca no vas a llegar al cosmos», posiblemente jamás hubier a logr
ado tales hazañas. Per o la ver dad es que Chang-Díaz se las ingenió par a llegar al espacio habiendo
nacido en Costa Rica.
Si analizamos las histor ias de vida de los per sonajes mencionados en este libr o, y de
muchos otr os, nos damos cuenta de que tr abajar on contr a lo imposible; hicier on una car r er a de
r esistencia contr a lo poco pr obable. Esos son los grandes t riunfadores, los que han luchado
const ant ement e para hacer crecer su umbral de merecimient o.

Una experiencia personal


Per sonalmente, tuve una gr an fr ustr ación con el umbr al de mer ecimiento. En Cuba, en mis
años juveniles, estaba pr ohibido pagar a alguien si aún estudiaba, y yo colabor aba en los medios
desde los ocho años de edad. No es como en Estados Unidos, donde los padr es pueden cobr ar y
guar dar el diner o en una cuenta a los niños que actúan en películas. Así que tr abajé dur ante
muchos años como
«aficionado», sin r ecibir ni un solo
centavo.
Sin embar go, al gr aduar me en 1992, la fr ustr ación se incr ementó exponencialmente. ¿Por
qué? Pues estábamos en pleno «per íodo especial», la gr an cr isis económica que padecimos
después del colapso de la Unión Soviética. Mis pr imer os salar ios oficiales fuer on de 198 pesos
cubanos, que r epr esentaban menos de dos dólar es al cambio. ¿Qué podía hacer con menos de dos
dólar es al mes?
No mucho, en r ealidad. Ni siquier a compr ar pr oductos de higiene per sonal, por que ni había.
Faltaban los insumos. Vivía en la car encia exter ior y desafiado por el fantasma de la desesper anza.
Esa fue una gr an pr ueba de fuego par a mi alma, mi mente y –por qué no– hasta par a el cuer po,
que no podía comer cuando lo necesitaba, sino cuando había, y lo que había.
Entonces, mi umbr al de mer ecimiento me pr ecipitó en una depr esión inmensa.
Mis
autocuestionamientos iban y venían: «Todos estos años de sacr ificio, esper ando el momento de
ser independiente desde el punto de vista financier o, y ahor a todo se convier te en sal, por que es el
peor momento económico de este país. No es posible que me haya pr epar ado tanto y que mi
compensación ni siquier a sea suficiente par a compr ar r ollos de papel sanitar io». Sin exager ación
alguna, a veces no había otr a alter nativa que usar hojas de plátano par a tales quehacer es.
A mí me tocó vivir todo eso a los veintidós años. Por eso me pr ometí que debía ir me a
algún lugar y tomar el contr ol de los acontecimientos, sin esper ar a que los cambios cayer an del
cielo o los impulsar an otr os. Mi tr ansfor mación mental, afor tunadamente, ya había comenzado
dos años antes con el der r umbe de la Unión Soviética y de tantas ideologías que me habían pr
ogr amado en mi mente. Per o el punto clave par a adoptar la decisión de mar char me fue cuando per
dí la ilusión fr ente a todo lo que me había pr epar ado y sacr ificado.

Mi punto de inflexión
A par tir de ahí, dije: «Tengo que hacer valer más mi talento, tengo que valer mucho más que esto.
Y no puede ser únicamente un gobier no el que deter mine cuánto yo gano». En el comunismo cubano
de entonces, a difer encia del capitalismo, no podías negociar un contr ato. Afor tunadamente, esas
etapas de super vivencia, en las que tuve que autolimitar me en todo, pasar on.
Decidí abandonar Santiago de Cuba, todavía con más pr eguntas que r espuestas: «¿Cómo
hago par a valer más? ¿Cómo ser mejor pr ofesional en mi tr abajo, par a que me paguen más?». Y r
ealmente lo pude hacer, hasta cier to punto, por que gané mucho diner o con algunas contr
ataciones en La Habana. Cuando salí de Cuba, en 1998, ingr esaba tr es salar ios difer entes en
moneda nacional. Estaba mucho mejor pagado que un neur ocir ujano, lo cual er a completamente
absur do. ¡Tenía tr es tr abajos!, per o podía vivir mucho mejor. Entonces, mi umbr al de mer
ecimiento cr eció.
También en ese momento, me pr ometí que no desapr ovechar ía los tiempos de esper a. No
podía quedar me iner te, solo en quejas y penur ias, deseando estar en otr o lugar bajo otr as cir
cunstancias. Debía usar ese tiempo como una tr egua fecunda de pr epar ación par a estar listo cuando
la opor tunidad llegar a. Muchos malgast an su pot encial en t iempos de espera, haciendo nada o
poco, gest ionando el vacío de la disciplina desde la int rascendencia del ego herido.
En r ealidad, la mejor maner a de cr ecer es cuando, en medio del dolor, de la fatiga y
del
desasosiego, puedes cultivar la calma, tu valor de ser, tu integr idad de tr ansfor mación. A todas
las per sonas que me pr eguntan como coach sobr e el éxito, siempr e les aconsejo someter se de
vez en cuando a la necesidad de r einvención, a la incomodidad de la incer tidumbr e, a lo
complejo del desper tar. Vivimos en la era de la re-evolución permanent e. No bast a con
hacer revoluciones personales en nuest ra vida, una vez cada década. Est as son necesarias en
cada uno de nuest ros días. Debemos tomar las como una vida en miniatur a, y cr ear una gesta en
evolución, de la que nos sintamos or gullosamente agr adecidos.
Cuando llegué a Canadá, me di cuenta de que conser vaba buenas habilidades pr ofesionales, per
o no hablaba ni inglés ni fr ancés. Entonces, la bar r er a comunicativa hizo caer nuevamente mi
umbr al de mer ecimiento y mi autovalor ación pr ofesional. En ese tiempo tr abajé como meser
o un año
completo, y luego como animador de un cabar et de cena. No podía aspir ar a ganar mucho, pues
no contaba con las habilidades necesar ias en ese momento. Per o me pr epar é, volví a la univer
sidad, estudié y dije: «Me tengo que conver tir en el mejor que pueda ser ».

Una precisión necesaria


Sin embar go, aquí quier o hacer un par éntesis. Tu valor no est á det erminado por un oficio
o profesión en part icular, sino por la capacidad de alcanzar un nivel de maest ría y
profesionalidad en lo que haces. Fíjate que hay per sonas que hacen el mismo tr abajo, per o
ganan por ello sumas totalmente difer entes. ¿Cuál es la causa? Evidentemente, afectan con su r
esultado a un númer o totalmente difer ente de per sonas. De hecho, en mi pr opia exper iencia
como meser o, lo pude constatar. En los pr imer os tr es meses en La Rancheta Dominicana,
en Tor onto, me quejaba constantemente de que mis clientes no me dejaban casi pr opina. En
Canadá, la pr opina está en el ADN de la r elación cliente-meser o. De hecho, ganábamos un salar io
básico legal por que se suponía que lo compensar íamos con la pr opina de cada noche.
Par a no cansar te, no me dejaban pr opinas por mi pésimo ser vicio. En r ealidad, desempeñaba
ese tr abajo por necesidad, sin tener la cualificación adecuada: r equer ía r ecur sos par a alquilar un
cuar to, comer, tr anspor tar me y pagar los tr ámites inmigr ator ios par a ajustar mi estatus en el
país. En mi mente no había vocación de ser vir, y el r esultado er a obvio: no había r etr ibución
por par te de mis clientes con una gener osa pr opina. De hecho, cr eo que me dejaban una
especie de pr emio de consolación por mi mediocr e esfuer zo.
A los tr es meses, mi amigo el cociner o me dijo: «Si pr estas atención a sus deseos y les
ayudas amablemente a tener una exper iencia deliciosa, deliciosa ser á también tu pr opina.
Así podr ás compar tir más con nosotr os, aquí en la cocina, que dependemos de los meser os par
a r ecibir algo extr a». Cr éeme que a par tir de esa noche todo cambió. Dejé de pensar en mí,
comencé a centr ar me en mis clientes y en lo que necesitaban. Fue mágico ver cómo desde entonces
mis pr opinas aumentar on y se multiplicar on al infinito. Una noche, una par eja de canadienses
me r egaló un billete de cien dólar es, y la cena solo les había costado setenta y ocho. Al final, me
dijer on: «Sabemos todo lo que has tenido que pasar al salir de Cuba y llegar aquí. Quer emos ser
par te de tu cr ecimiento. Tienes un gr an futur o en este país y estamos segur os de que te ver emos
r egr esar a tu car r er a, a los medios y hacer más de lo que tu imaginación ha concebido».

A mpliación constante
A tr avés de todos estos años, mantengo una pr egunta vigente: «¿Qué tanto apr endo, cr ezco y sir
vo a los demás con lo apr endido?».
Ha sido una r econver sión lenta. Mi umbr al de mer ecimiento se ha ido ampliando hasta el punto
de que hoy soy capaz de hacer una negociación por mí mismo, algo que ni imaginaba hace diez
años. Tal y como explica Tony Robbins sobr e estos casos, mi pr egunta pr imar ia er a: «¿Soy lo
suficiente?
¿Tendr é lo suficiente?». Yo venía de un contexto de car encia, y no podr emos aumentar
nuestr o umbr al de mer ecimiento si fomentamos esa mentalidad de maner a par ásita. El ant ídot
o cont ra la carencia es un pensamient o de abundancia. Per o, ¿cómo alguien puede, en
medio de las limitaciones, desar r ollar un pensamiento de abundancia? Ahí está el gr an r ol
que juega nuestr a mentalidad.
Siempr e pensé en un futur o más pr ometedor que el de mi alr ededor. Cuando en Cuba aún
estaba
pr ohibida la palabr a «publicidad», ya nuestr o equipo de tr abajo la utilizaba a contr acor r iente.
Nos r euníamos en la calle Padr e Pico, en Santiago, en la casa de Tamar a Tong. En medio de
lar gos apagones y pr ácticamente sin comida –solo té negr o o agua azucar ada–, nuestr a
especie de mastermind club ideaba nuevos pr ogr amas r adiales, campañas de imagen e identidad de
mar ca par a la r adio y echaba al vuelo la imaginación. Aquellas r euniones er an excelentes, cr eo
que nos salvar on – mentalmente hablando– de que la hecatombe económica nacional ter minar
a afectando nuestr a cr eatividad. De esos años r ecuer do per fectamente una fr ase icónica:
«Si no fuer a por estos momentos…».
La pr egunta pr imar ia es impor tante, por que puede ayudar a tr ansfor mar vidas. Muchas
personas se cuest ionan si t endrán lo suficient e o si serán lo suficient e. Si no cambiamos
esa pregunt a, siempre vamos a vivir con miedo a ser apaleados o jalados en dir ecciones inesper
adas, como una piñata sin r umbo.
Retomo la car ta de Lidia Abanto, por que uno de sus fr agmentos se ajusta al debate sobr e
el umbr al de mer ecimiento:
Si tuviér amos que obser var nuestr a vida, ver íamos que es como una piñata, llena
de sor pr esas y tesor os que todos anhelamos r ecibir ; per o el miedo y la falta de
confianza en nosotr os mismos nos par alizan. Solo somos obser vador es de cómo otr os
logr an sus metas y sueños atr eviéndose a hacer lo que nosotr os no hacemos. Hay que r
omper la piñata en la vida, lanzar nos a la aventur a de vivir la emoción que exper
imentan los niños cuando la r ompen. La piñata es algo muy pr eciado, todos la mir
amos, la obser vamos e incluso pr edecimos qué tanto podr íamos obtener de ella.
Romper una piñata en la vida es como r omper nuestr os miedos y par adigmas que no nos
dejan avanzar.
Si la vida tiene tantos bellos r egalos que ofr ecer nos, ¿por qué no nos lanzamos,
como otr os, a buscar el r egalo deseado. Es nor mal que pensemos que no tenemos la
fuer za suficiente, ya que hemos sido cr iados en una cultur a de miedo y cr eencias que
no nos per miten ir más allá que lo que está establecido. Sin embar go, dar el pr imer
paso es muy impor tante, tenemos que saber que si tomamos valor y nos pr epar
amos podr emos logr ar lo. Por tanto, es necesar io limpiar nuestr a mente de miedos y
pensamientos que nos dejan r ezagados en la vida. ¡Cuán r elevante es enseñar les a
nuestr os hijos a apr ender a manejar sus emociones par a hacer los ser es humanos
exitosos sin temor es!
Existen dos sentimientos pr edominantes en nosotr os: el amor y el miedo. El miedo es la ausencia
de amor por que, cuando tú amas, no hay miedo. Fíjate, ¿qué son los celos? Dudas sobr e el amor.
¿Qué es la r abia? Un sentimiento opuesto al amor. El amor gener a compasión, solidar idad,
empatía… Amor y miedo son sentimientos básicos que mueven al ser humano. Luego, si est
amos llenos de amor, el umbral de merecimient o se expande, pero, si prevalece el miedo, ent
onces se cont rae, es muy limitado.
La mayor ía de las per sonas viven como piñatas. Y r esidir dentr o de una piñata, como dice
nuestr a editor a Gr aciela Lelli, es vivir dentr o del miedo. Vivir así es como estar a ciegas, esper
ando a que alguien te dé un palazo, par a ver dónde caes.
7. EL PODER DE COMPARTIR
Recuerda que, cuando abandones esta tierra, no podrás llevarte nada de lo que
has recibido, solo lo que has dado.
ATRIBUIDO A SAN FRANCISCO DE ASÍS

La última de las siete puntas de mi piñata es el poder de dar. Y pr ecisamente cier r o el


capítulo apelando a ese concepto, por que es típicamente lo que casi nunca sucede tr as r omper una
piñata. Poco o mucho, per o el secret o de ganar est á en compart ir. No habrá mundo para t
odos si no lo ent endemos a t iempo.
En estos temas me viene a la mente la Kabbalah, una filosofía que enseña a ser como Dios, a
despr ender nos del ego y entr egar nos a una dimensión divina. Cuando leí Ser como Dios, de
Michael Ber g, me di cuenta de que, efectivamente, hacemos callar al ego a tr avés de la
escucha y en conver sión hacia a lo espir itual. Los kabbalistas denominan al ego como «el
oponente, la inclinación al mal», por que es, sin dudas, un bombar der o de confusión, deseos
insatisfechos, ansiedades, falsos ídolos y desesper ación. La Kabbalah abr e una puer ta par a
desper tar del sueño individualista, del inter és de r ecibir solo par a nosotr os mismos, y anima a
compar tir la esencia que nos une.
Vivimos en un mundo donde el yo egoísta nos apr isiona. No nos inter esa la ver dad del otr o,
ni mucho menos sus pr oblemas. Buscamos solo una satisfacción que alimente y glor ifique
nuestr a existencia. Algunos pract ican la caridad para sent irse bien y aliment ar su ego,
pero para compart ir desint eresadament e, hace falt a un amor divino, como el de Dios.
Adr iana Plaza me cuenta:
Cuando uno es un niño, siempr e pr ima el ego. En la piñata nos peleábamos por tener
más, por ser el que tomaba los mejor es r egalos y demostr ar les a todos que ér amos
los más afor tunados. Per sonalmente, cr eo que me causaba un tr auma, pues entr e mis pr
imos yo er a la más pequeña. Una vez que se abr ía la piñata, los más gr andes caían encima
y yo siempr e quedaba atr ás, r ecogiendo lo poco que me llegaba. Llor aba mucho.
Muchos r elacionan el don de dar con la dádiva mater ial, o sea, con el gesto altr uista de
saber compar tir nuestr os bienes de uso, incluyendo el diner o, con aquellos que tienen menos.
Cooper ar con los demás es un hecho que enaltece nuestr a dignidad humana, es una demostr
ación de nobleza, despr endimiento y un acto de fe. Eso es indiscutible, per o muy poco se habla de
la tr ascendencia del don de br indar espir itualidad. Además, a veces no tenemos mucho más que ofr
ecer.
El don de dar tr asciende el mer o ámbito de la donación mater ial. Va más allá de aquello
que podemos contabilizar o situar encima de una balanza. Dicha vir tud abar ca nuestr o univer so
espir itual como donantes de bienes espir ituales. Es entonces cuando se pr oduce un mayor y
más pr ofundo inter cambio entr e quien da y quien r ecibe, por que nada mater ial atenta contr a la
for taleza del espír itu. En tiempos convulsos como los que vivimos, la catadur a mater ial de las
cosas muchas veces es deter minante par a encaminar la vida ter r enal; per o, en última instancia,
el aspect o espirit ual es el imperecedero, es el que más penet ra en el alma y en el corazón y el
que más cala en el recuerdo y en el cariño de nuest ros semejant es.
Hay momentos de nuestr a vida en que r equer imos básicamente apoyo emocional.
Entonces,
nuestr o don de dar puede manifestar se en toda su dimensión espir itual a tr avés de una fr ase
de aliento, ofr eciendo r espaldo y car iño, compr endiendo y compar tiendo emociones, br
indando for taleza y a la vez esper anza. El don de dar, en ninguna de sus variant es, mat erial o
espirit ual, requiere algo a cambio, ni siquiera agradecimient o. Si no, estar íamos en pr
esencia del don de negociar o inter cambiar, y ya eso es otr a cosa. Compar tir se apuntala en el más
pr ofundo desinter és, nunca pasa factur a, pues es un r egalo divino, y de ahí su esencia espir itual.

Saber recibir
Y, si es necesario saber dar, t ambién es imperat ivo saber recibir, porque quien no sabe recibir
no est á en disposición de dar. Ejer cer la bondad es amar, ser toler antes, pr acticar el per
dón, ser compasivos. Obr ar con bondad significa poner en función de los demás todo el
manantial de cualidades que dignifican al ser humano; nunca comulgar con la vanidad o el
engaño, por que adulter ar la enr ar ece nuestr a dignidad. Nadie lo r esume mejor que el gr an escr
itor nor teamer icano Er nest Hemingway: «Todo acto de bondad es una demostr ación de poder ío».
Muchos lector es me escr ibier on par a contar me sus exper iencias. Entr e decenas de e-
mails, seleccioné var ios en tor no al gener oso acto de compar tir. Me satisface que las per sonas
lo tengan pr esente al hablar de la piñata. Ana Alicia Tovar, por ejemplo, comentaba:
Casos de casos han ocur r ido debajo de esos muñecos en for ma de piñata. Per
sonalmente, no me gustaba mucho lo que r epr esentaba esa piñata. Per o sí veía una
opor tunidad par a compar tir lo que r ecibía con quien tenía al lado… ¿Por qué tenía que
ser solo mío algo que caía del cielo y luego de haber lo for zado? Er a mejor si se compar
tía.
Estas piñatas suelen hacer nuevas apar iciones en algunos eventos de nuestr as vidas
como adultos: las despedidas de solter as, por ejemplo. Cr ecemos cr eyendo haber
dejado esos enfr entamientos en las fiestas de los compañer itos de la escuela, par a ter
minar haciéndonos adultos y dar nos cuenta de que la vida, en r esumidas cuentas, es una
piñata. Tal vez fue algo sabio de nuestr os padr es hacer nos exper imentar esas
situaciones, par a apr ender a ver la vida en lo bueno y en lo malo.
Vivo en Venezuela, y esta palabr a cobr a más sentido en nuestr as vidas. Lastimosamente,
la r ealidad de todos los días es un «quítate tú par a poner me yo», que de ver dad no me
está gustando. Nos acostumbr amos a que todo nos caiga del cielo y se nos está olvidando
que se necesita de un poco de esfuer zo par a alcanzar las cosas. Sin embar go, yo sigo
con mi filosofía apr endida de niña: que es mejor cuando se devuelven estas cosas.

A ltruismo y egoísmo: un dúo antagónico


Altr uismo es, según la RAE, «pr ocur ar el bien ajeno aun a costa del pr opio». Sus motivos
son únicamente humanitar ios. La bondad es una de las más bellas manifestaciones de altr uismo,
es la inclinación natur al a hacer el bien y está estr echamente ligada a la ter nur a, la
amabilidad y la delicadeza de car ácter en los ser es humanos.
Altr uismo y egoísmo son temas r ecur r entes en tr atados filosóficos, psicológicos,
sociológicos, políticos y r eligiosos. La mayor ía de las per sonas asocian la bondad –como
manifestación del altr uismo– con la dádiva mater ial, incluido el diner o; sin embar go, los ser es
humanos par adigmas de
esta vir tud se distinguen por ejer cer la, ante todo, en el plano espir itual. Entr e otr as r azones, por
que son per sonas que, motivadas por su afán de ser vir al pr ójimo, se despojan de todo lo mater ial,
nada poseen. La Madr e Ter esa de Calcuta, fallecida en 1997, sigue siendo uno de los más
genuinos modelos del ser humano bondadoso y altr uista.
Es una act it ud posit iva que t iende al beneficio de los demás, sin esperar nada a cambio.
Una t endencia nat ural a hacer el bien, por que no se apr ende a ser altr uista en ninguna
par te, sencillamente se es y se pr actica.

El altruismo en los filósofos


Sin embar go, uno de los gr andes maestr os de la cultur a gr iega, Sócr ates, nacido en el año 470
antes de Cr isto, pensaba lo contr ar io. Él identifica el bien –léase bondad– con Dios y con el
conocimiento. Afir ma el gr an maestr o que hacer el bien es deseable, y lo define como «un valor
esencial» en los ser es humanos. Y se pr egunta: ¿qué es el bien? La r espuesta tr ae consigo lo inter
esante de su punto de vista. Sócr ates er a del cr iter io de que, si se r espondía esa inter r
ogante cor r ectamente y se desentr añaba su significado, ser ía posible enseñar le a la gente cómo
ser buena, de la misma maner a que se enseñan otr as asignatur as. Y así, asegur a el maestr o, se
eliminar ía el mal. Aunque nos par ezca descabellado este análisis, es congr uente con su
pensamiento, por cuanto la maldad par a él es una manifestación de ignor ancia, mientr as que el
bien es todo lo contr ar io, pues nos ofr ece la sabidur ía suficiente par a conocer a Dios, y «Dios es el
bien», afir ma.
Otr os filósofos gr iegos poster ior es, como Platón y Ar istóteles, también se inter esan en
la concepción del bien y toman mucho de Sócr ates. Platón, en uno de sus diálogos, sustenta que
«el hombr e es bueno cuando es vir tuoso y la vir tud es conocimiento y pr udencia».
Enmanuel Kant (1724–1804), un alemán consider ado la figur a centr al de la filosofía moder
na, insiste en demostr ar que la bondad y la maldad en los ser es humanos r esiden en la «voluntad».
Según su pensamiento, bondad es sinónimo de «buena voluntad» y el hombr e actúa según su
«pr opia voluntad». La bondad es un fin «en sí mismo» y se basa en el r espeto a la mor al.
Muchos otr os filósofos dedicar on y dedican tiempo a estudiar la bondad y el altr uismo.
El concepto del bien ha sido y es una asignatur a básica a la hor a de analizar el compor
tamiento humano.
Es al fr ancés Auguste Comte (1798–1857), par a muchos el cr eador del positivismo y
la sociología, al que se le atr ibuye el tér mino «altr uismo». Según los estudiosos, lo estr uctur ó a
par tir del vocablo italiano «altr ui», o sea, «el otr o», der ivado del latín altera. Par a Comte, altr
uismo es solidar idad inter per sonal y, por ende, es el antónimo natur al de egoísmo. Su vida fue
ejemplo de altr uismo. Fue pr ofesor de Astr onomía de maner a gr atuita; escr ibió extensas obr
as con el único pr opósito de hacer el bien y dejó par a la poster idad la que par a muchos es la fr ase
más r epr esentativa del altr uismo: «Vivir par a los demás no es solo la ley del deber, sino también la
ley de la felicidad».
Del talento de Comte sur ge una famosa y pr ofunda tr ilogía de palabr as, emblemática en
muchas naciones: altr uismo, or den, pr ogr eso. En bander as como la de Br asil, pueden leer se
las palabr as
«Or den y Pr ogr eso», como r econocimiento de esa nación al pensamiento del ilustr e fr
ancés.
El altruismo en los libros sagrados
En lo r eligioso, la Biblia, libr o sagr ado de la cr istiandad, nar r a en uno de sus pasajes más
conocidos la par ábola del buen samar itano. El Evangelio de Lucas cuenta que un sacer dote y su
asistente pasar on
cer ca de un judío her ido y pr etendier on no ver lo. Sin embar go, a pesar de que judíos y samar
itanos er an enemigos, uno que pasó por allí vendó las her idas al judío, lo montó en su bur r o y lo
llevó a una posada par a que lo cur ar an. El samar itano pagó por los ser vicios en favor del hombr e
judío. De ahí la famosa fr ase que califica a los ser es bondadosos como «buenos samar itanos».
El Cor án, texto sagr ado de los musulmanes, r esalta cr iter ios del pr ofeta Mahoma: «Ninguno
de
nosotr os completar á su fe hasta que ame par a su her mano lo que ama par a sí mismo». El altr uismo
en el islam es una condición esencial par a pr ofesar la fe en Dios. Par a un musulmán, «la mejor car
idad es la que se entr ega cuando uno se encuentr a en la necesidad y la dificultad…».
La ausencia de altr uismo y la falta de bondad gener an insensibilidad ante las necesidades y
el sufr imiento de los demás, deshumanizan al ser humano, lo convier ten en un ente indeseable por
la sociedad. Por esa r azón, afir mo que el altr uismo y el egoísmo son un antagónico dúo que
define pr oceder es básicos.

El egoísmo, visto por la religión y la filosofía


En la Biblia no encontr amos el tér mino «egoísmo», antónimo natur al de «altr uismo», por que es
una palabr a muy joven. La Biblia se r efier e a los egoístas como «hombr es amador es de sí mismos»,
a los cuales se les contr aponen, por supuesto, los que se dedican a amar y hacer el bien a los demás.
Según dice, el egoísmo se manifiesta en los deseos humanos. En Filipenses se afir ma: «Por que todos
buscan lo suyo pr opio, no lo que es de Cr isto Jesús». Como punto de vista bíblico, envuelve la
definición de egoísmo en un manto r eligioso y la r elaciona con Jesús. Per o si despojamos la fr
ase del contenido r eligioso, si la secular izamos, nos quedan cuatr o palabr as clave: «buscan lo suyo
pr opio». Aunque no se conocía en aquellos tiempos el tér mino «egoísmo», la Biblia lo descr ibe
con clar idad eter na. Es una definición gr amatical cor ta y per fecta.
Cuando hacemos r efer encia a un egoísta, nos viene a la mente una per sona maldita. Sin embar
go, si analizamos cor r ectamente el significado que le pr ecisa la lengua española a ese vocablo,
«es el amor excesivo y sin moder ación que una per sona posee sobr e sí misma y que, por lo tanto,
atiende sin medidas el inter és pr opio». «Busca lo suyo pr opio», según la Biblia. Entonces,
podemos valor ar al egoísmo como una filosofía de vida que impone el «ego» o el «yo» como
centr o de todo y de todos. Allí no hay lugar par a los demás, aunque no tiene por qué significar
que los egoístas deseen, obligator iamente, el mal a los demás.
Ar thur Schopenhauer (1788–1860), un filósofo alemán muy conocido por sus puntos de vista
pesimistas, afir ma que el egoísmo pr ovoca vicios como la codicia, la gula, el or gullo, la lujur ia y
la vanidad, en tanto la maldad va más allá, y acar r ea vicios más insanos, como la envidia, la ir
a, la calumnia, el odio, la venganza y la tr aición.
Schopenhauer es cer ter o en sus cr iter ios: el egoísmo puede ser un ar ma de los malditos en
algún momento, per o nunca se nutr ir á de emociones tan nocivas y per tur badas como la ir a y el
odio, ni de sentimientos tan bajos como la envidia, aunque, como actitud en la vida, tiene mucho de r
epr ochable.
En Amér ica, algunos de sus hijos más ilustr ados también han intentado definir el concepto
de egoísmo y analizar sus nefastas consecuencias. José Mar tí, un cubano de excelencia, se pr
egunta:
«¿No es el egoísmo la lepr a y signo dominante en nuestr os tiempos?». En un discur so pr
onunciado en Nueva Yor k, en 1894, y que apar ece en sus Obras completas, r esponde: «El egoísmo
es la mancha del mundo, y el desinter és, su sol. En este mundo no hay más que una r aza infer ior
: la de los que consultan, ante todo, su pr opio inter és, bien sea el de su vanidad o el de su
sober bia o el de su peculio; ni hay más que una r aza super ior : la de los que consultan, antes que
todo, el inter és humano».
El dalái lama siempr e r epite que «si usted quier e que los demás sean felices, pr actique
la compasión», per o también que «si usted quier e ser feliz, pr actique la compasión».

Como a ti mismo…
Una de las antípodas del egoísmo es la compasión, por cuanto se consider a una expr esión de excelsa
bondad y altr uismo. Esta actitud ante la vida ensancha como ninguna otr a su distancia con el
egoísmo. Es una vir tud que impulsa a los ser es humanos a apoyar a sus semejantes, en especial
cuando padecen física, psicológica o espir itualmente. Per o la compasión no solo tiene como pr
opósito tr atar de aliviar el dolor ajeno, sino que va más allá: también tr ata de compar tir lo sin
intención de r ecibir algo a cambio. Su influencia es tan noble y abar cador a que no se limita a los
humanos únicamente. Incluye además a los animales entr e los ser es con los cuales debemos ser
compasivos.
Pr acticar la compasión tiene mucho de solidar io y pr opor ciona un estado de tr anquilidad
y complacencia espir itual inmediatas. Requier e de mucho contr ol emocional, por que se hace r
ealidad hasta con quienes nos atacan. Esto exige un total dominio de emociones destr uctivas como
la ir a, el odio y la sober bia. La compasión invit a a t rat ar a los demás de la manera que
quieres que t e t rat en a t i mismo. Es una de las más her mosas vir tudes de los ser es humanos y,
por supuesto, una de las que ha sido objeto de más análisis por líder es r eligiosos, libr os sagr ados y
filósofos.
Las per sonas que insultan o maltr atan, en su inmensa mayor ía, son víctimas de emociones
y sentimientos mal gestionados y, aunque par ece par adójico, también sufr en por ellos. La compasión
es la base de r eligiones como la budista. Uno de sus mayor es exponentes, el dalái lama, le
confier e valor es per sonales, familiar es y sociales. En muchas ocasiones él ha expr esado que la
compasión es un pilar par a la paz mundial, por que par a que haya una paz genuina y dur ader a
en el mundo, es impr escindible la paz inter na de las per sonas.
El dalái lama nos r egala cr iter ios muy pr ofundos e inter esantes acer ca de la paz. Él cr ee
que muchas veces se alcanza una paz tempor al gr acias al miedo, per o esa no es ver dader a. Y tiene
mucha r azón.
Otr o vener able maestr o del Tíbet, Gueshe Kelsang Gyatso, asegur a que «con un poco de pr
áctica, podemos tr ansfor mar a nuestr os amigos en un tesor o y obtener la r iqueza del amor, la
compasión, la paciencia y demás vir tudes. Sin embar go, par a poder hacer esto, nuestr o amor por
ellos ha de estar libr e de apego». Retoma las ideas del dalái lama r elacionadas con la compasión y
la conciencia. La pr áctica, según este r espetado maestr o, puede adquir ir se a tr avés de la
meditación.
Kelsang Gyatso, también r econocido como exper to en meditación a nivel inter nacional,
sostiene
en Ocho pasos hacia la felicidad que «la compasión que sentimos al contemplar a los demás es la
r iqueza inter ior supr ema, una fuente inagotable de felicidad que nos beneficia no solo en esta
vida, sino también en las futur as». El budismo se pr opone como pr opósito centr al cultivar un
amor y una compasión incondicionales hacia todos los ser es.
Osho, el gr an maestr o hindú, no escapa del atr ayente estudio de la compasión. Sin embar go,
es ir r ever ente, como de costumbr e, a la hor a de examinar el r eal significado de esa vir tud:
«Muchos supuestos actos de compasión están teñidos de un sutil sentimiento de autoimpor tancia
o deseo de r econocimiento. Otr os se sustentan no en el deseo de ayudar a los demás, sino en el de
obligar les a cambiar … Sur ge de nuestr o inter ior el camino hacia la auténtica compasión
cuando empezamos a demostr ar una pr ofunda aceptación y amor por uno mismo. Solo
entonces puede flor ecer la compasión y conver tir se en una fuer za sanador a, ar r aigada en la
aceptación incondicional del otr o tal y como es».
En su libr o Compasión, el florecimiento supremo del amor, Osho nar r a un pasaje r elacionado
con Gautama Buda, quien le dice a sus alumnos: «Alguien que no ha tenido compasión no
conoce el secr eto de compar tir ». Uno de sus discípulos, un seglar muy devoto, le r espondió: «Yo
lo har é, per o solamente con una excepción. Voy a dar mi felicidad, mi meditación y todos mis
tesor os inter nos a todo el mundo, excepto a mi vecino, por que es un hombr e r ealmente per ver
so». «Los vecinos son siempr e los enemigos –le dice Gautama Buda–. Entonces, olvídate del
mundo y dáselo todo a tu vecino».
El alumno no entendió nada: «¿Qué está diciendo?». «Que solamente si er es capaz de dár selo a
tu vecino, ser ás libr e de esta actitud antagónica hacia el ser humano», le aclar ó Gautama
Buda.
«Compasión quier e decir aceptar los fallos y las debilidades de los demás, sin esper ar que
se compor ten como si fuesen dioses. Ser ía una expectativa cr uel».

Por un cambio intencional


Entr e los pr incipales tipos de pensamiento existentes, John Maxwell menciona el altr uista. El maestr
o nos pide que exper imentemos la satisfacción de un pensamiento desinter esado con la pr
egunta:
«¿Cómo puedes pensar en los demás y apor tar les valor par a hacer la difer encia?». Y explica
que consiste básicamente en plantear se lo siguiente: «¿Mi enfoque es hacia el inter ior o
hacia el exter ior ?». Debemos r econocer que todos tenemos un enfoque hacia el inter ior por
natur aleza. Nacimos egoístas, natur almente, y por eso el pensamiento altr uista debe ser
enseñado desde la infancia. En un cur so que or ganizamos juntos, Maxwell cita la Ley de Pr opiedad,
desde la per spectiva de un niño pequeño, que se ve clar amente en las situaciones fr ente a la piñata:
Si me gusta, entonces es mío.
Si te lo puedo quitar, entonces es mío.
Si yo lo tenía hace un rato, entonces es mío.
Si yo digo que es mío, entonces es mío.
Si me parece que es mío, entonces es mío.
Si tú te estás divirtiendo con él, entonces es mío.
Si tú dejas tu juguete a un lado, entonces es
mío. Si está roto, entonces es tuyo.
En su libr o Vivir intencionalmente, el maestr o del lider azgo asegur a que el egoísmo y
la tr ascendencia son incompatibles. Maxwell r ecuer da que la tr ascendencia va más allá de uno
mismo, y consiste en algo más que el simple hecho de obtener un beneficio per sonal: «Par a
hacer lo, debes buscar un cambio intencional en tu maner a de pensar, de egoísta a altr uista, y
pienso que eso cambia las cosas que haces, dado que ahor a ya no vas a hacer las cosas solo par
a ti mismo. Ahor a estás empezando a anteponer a los demás».
La batalla de las piñatas pr eocupa a muchas per sonas, por la sensación de guer r a e insolidar
idad que suele manifestar se a su alr ededor. En este sentido, la car aqueña Yanet me cuenta:
Mi última piñata fue muy fr ustr ante. Recuer do que estaba muy emocionada por que er a
muy gr ande. Cuando al fin cayer on los juguetes, la mayor par te estaban debajo de la
falda de
una niña. Los demás niños se quedar on con un juguetico y yo solo atr apé un car amelo.
No podía cr eer que ella er a capaz de quedar se con todo y nadie, ningún adulto, hacía algo
por esa injusticia. Par a mí fue muy tr iste.
De adulta, siempr e ayudaba a mi hija en las piñatas, par a que no sintier a esa fr ustr ación
de no r ecibir nada, por que igual a veces no es fácil atr apar juguetes.
Desde Per ú, la amiga Haydee Nancy apunta en un cor r eo electr ónico que al r omper se la piñata,
«solo los más fuer tes estaban abajo», per o también entr e ellos apar ecían «los amiguitos solidar
ios, que se colaban par a obtener algo par a los más débiles». La colombiana Paola se r efier e
también a las muestr as de solidar idad que vivió en sus piñatas infantiles. Asegur a que, par a
ellos, «el logr o er a compar tir con los amigos lo que habían r ecogido». Otr a car ta que r ecibí,
fir mada por Gabr iela Lever oni, desde México, compar a las piñatas y sus picos con nuestr as vidas:
En sí nuestr a vida es eso, un r ecipiente lleno de dones, aptitudes, pensamientos
y sentimientos que son limitados por esos «picos». Los pecados capitales son la sober bia,
la avar icia, la envidia, la ir a, la lujur ia, la gula y la per eza. Se les llama capitales por
que de ellos se despr enden otr os vicios. Debemos ir tir ando picos par a ir mostr
ando nuestr o inter ior.
Desafor tunadamente, aun con el tr abajo inter ior que r ealizamos, no somos capaces
de mostr ar todo lo que llevamos en nuestr o inter ior y lo hacemos de modo selectivo.
Con algunas per sonas nos quitamos la sober bia y empatizamos desde el cor azón. Con
otr as, somos amables, per o no damos nada de nosotr os mismos, pues somos avar os con
nuestr a compasión. Y así podr íamos ir mencionando cada pico que nos impide dar lo
todo. Si fuér amos sabios, nos r omper íamos en amor por los demás.
¡Qué inter esante la opinión de Gabr iela! Somos selectivos en la compasión, y eso r esta opor
tunidades a todos. Sobr e el tema, la doctor a Nancy Álvar ez me comentó: «Ya sabemos desde hace
muchos años que par a tr iunfar en la vida moder na hay que tener una ser ie de aptitudes par a tr abajar
en equipo. Esas actitudes son poder alegr ar se de que otr o logr e algo, poder compar tir
conocimientos y sentimientos».
La psicóloga dominicana asegur a que, si no tenemos destr eza par a llevar nos bien con los
demás, ser á muy difícil que podamos tr abajar en equipo. «Por que un equipo es eso. Puedes r
espetar a otr o, puedes alegr ar te de cosas que el otr o tiene y tú, no. Quier es apr ender de eso,
estar bien al oír un comentar io, una cr ítica positiva. Y tener en mente la meta, que es logr ar lo
que se te pr opuso con el equipo».
«Hay que saber comunicar y escuchar. Si estás a la defensiva, por que tienes miedo, por que cr
ees
que no vas a poder, por que sientes que er es menor que otr os, no lo conseguir ás. Quienes se
sienten menos que los otr os se convier ten en ar r ogantes, por que quier en demostr ar le a todo el
mundo que son una mar avilla. Los complejos de super ior idad siempr e están sobr e la
insegur idad y la infer ior idad. Hay gente que se vuelve tímida, que no lucha, que no pelea... Y hay
gente que se cr ee la última Coca-Cola del desier to, per o fr ía. Que en el fondo no se lo cr ee, per
o se engaña a sí mismo con un complejo de super ior idad de que es el mejor, per o nada de eso
es bueno par a tr abajar en equipo».
También pr esento otr as car tas que r elacionan la exper iencia de las piñatas con los r
espectivos futur os pr ofesionales o de vida. ¡Todo muy inter esante!
Mar iela Oliver o:
Disfr uté mucho las piñatas, aunque mir aba a mi alr ededor par a no lastimar a nadie con
el palo, cuando er a mi tur no de der r ibar la. Mamá me vestía con lar gos y anchos
vestidos, que abr ía al caer la piñata par a r ecoger casi todo su contenido. Los demás niños
iban a la mesa, a solicitar le a mi madr e que les dier a de lo mucho que agar r é.
Rápidamente, separ aba lo que me gustaba de lo que no, por tipo, for mas, color es,
acabados, tamaños y diseño. Hoy me dedico a or ganizar casas, oficinas y consultor ios.
Disfr uto mucho al depur ar, y al incentivar a la gente a conser var solo aquello que r
ealmente los llene de exquisito placer.
Romina, Ar gentina:
Un día de ver ano, las pequeñas Ana y Mar ía estaban en un festejo de cumpleaños.
Llegado el momento de r omper la piñata, todos los niños se dir igier on cor r iendo
hacia el lugar donde esta se encontr aba. Cuando la piñata explotó, Ana agar r ó un
puñado de juguetes y car amelos. Mar ía, como quiso dejar pasar a los otr os chicos pr
imer o, no pudo tomar nada entr e sus manos. Al ver que Mar ía estaba tr iste por haber
se quedado sin r egalitos, Ana decidió dar le par te de los que ella había agar r ado.
Pasados los años, Ana fundó una ONG, cuyo objetivo er a r escatar animales que vivían
en la calle. En un momento, su gatita Jenny manifestó una afección, luego de que Ana
tuvier a un gr an disgusto en su vida. Ningún pr ofesional daba con el diagnóstico de lo
que estaba padeciendo Jenny. Poco después, Mar ía, que er a veter inar ia, se acer có a la
ONG par a hacer una donación. Al ver se, ambas se r econocier on y se alegr ar on del
encuentr o. Además, Ana le consultó por su gatita. Mar ía le dijo a Ana que solo cuando
ella sanar a su dolor, Jenny sanar ía también. Tr anscur r ido un tiempo, Ana sanó y, en
consecuencia, también Jenny se sanó de su enfer medad.
Lo que ningún veter inar io había podido conseguir fue logr ado gr acias a la enseñanza
de Mar ía. Por otr a par te, ella es una gr an colabor ador a de la ONG. El encuentr o con
Mar ía ayudó a Ana no solo a sanar el alma, sino que también le hizo compr obar que todo
lo que uno da en la vida vuelve multiplicado: el gesto de compar tir los r egalitos de
la piñata cuando er a chica volvió en for ma de ayuda hacia ella. Y, además, la
ayuda sigue multiplicándose por que Ana así lo decidió: con su ONG, ella es solidar ia con
otr os.
O la her mosa histor ia de Avelina, que la amiga Ana nos ha contado amablemente a tr avés de un
e- mail:
A la edad de seis años, la señor a Avelina, una mujer humilde y muy tr abajador a, me
invitó a mi pr imer a piñata. Ese pr imer sábado de abr il, los niños exper tos en piñatas
metier on las manos por debajo de mis br azos y me lo quitar on todo. Acto seguido,
llor é por lo que quedaba de fiesta de cumpleaños.
La semana comenzó y yo estaba tr aumatizada con el hecho de que no quer ía atr avesar
por ese camino en ninguna otr a fiesta. Ese lunes por la tar de, estaba haciendo mis tar eas
en el comedor cuando, de maner a r epentina, sonó la puer ta. Er a la señor a Avelina con
una bolsa de esas que dan en las fiestas par a los niños que no cogier on apenas nada en la
piñata. Ese r ecuer do lo atesor o en mi cor azón como uno de los más her mosos. Ese
ser de luz me enseñó el ver dader o valor de compar tir y pr eocupar se por los demás.
Mostr ar sensibilidad
ante lo que otr os
padecen.
Mi madr e me ha dicho que hoy la señor a Avelina sufr e un Alzheimer avanzado y no
ha faltado gente que la ayude en esta lenta per o ir r ever sible enfer medad. Ella está r
ecogiendo la cosecha al cien por cien de las semillas que sembr ó. En mi caso, esas
semillas cayer on en tier r a fér til y tr ato, en lo posible, de aplicar esos valor es en mi
vida diar ia. A fin de cuentas, la vida es una cadena de favor es. Hoy ayudas y mañana te
ayudan.
CAPÍTULO III

DENTRO DE LA
PIÑATA
Nunca compitas con nadie. Solamente contigo mismo.

BERNARDO
STAMATEAS
OTRAS ACTITUDES HUMANAS EN EL ESPEJO DE LA
PIÑATA

El gigantesco mamut atr aviesa confiado la lar ga quebr ada, en la oscur idad de la noche.
Su enor me inocencia le impide pr esentir el peligr o. En silencio, a la salida del estr
echo pasadizo natur al, le esper a un pequeño gr upo de neander tales agazapados detr ás de
r ocas y ar bustos, por tando lanzas de mader a y antor chas encendidas.
«Es el lugar per fecto par a cazar lo», piensan. La car ne del animal les mitigar á el hambr e,
la piel los cobijar á y los colmillos se conver tir án en cuchillos, agujas y puntas de lanzas…
El chamán clama la ayuda de los espír itus y tiende un velo de esper anza sobr e el
alma pr imitiva de los cazador es, en especial de los más decididos y optimistas.
Ya escuchan los alar idos de la bestia, algunos neander tales dudan y se pr eguntan: «¿Por
qué enfr entar este monstr uo si podemos cazar cer dos, r enos y hasta inofensivos cier
vos?». Los pesimistas del gr upo están convencidos por igual de que no vale la pena tanto
r iesgo: «Es demasiado gr ande y fuer te par a nosotr os. ¡Nunca podr emos atr apar lo!»,
comentan entr e sí.
El mamut se acer ca, los que por tan el fuego cier r an la salida de la quebr ada, obser
van estr emecidos la llegada del inmenso mastodonte, que mueve amenazante la cabeza
y su poder osa tr ompa en medio de la oscur idad. Aunque lo han esper ado dur ante hor as,
cuando apar ece, los neander tales se sor pr enden, exper imentan temor, per o también los
ilumina un toque de ilusión y esper anza. Es un imponente ejemplar, joven y saludable,
que aviva los deseos de comer car ne fr esca.
El mamut sabe de la peligr osidad de los hombr es y no quier e enfr entar los. Se detiene
ante los que por tan las antor chas encendidas, los mir a con r ecelo y da unos pasos atr ás.
Ignor a que desde allí pr ecisamente vendr á el ataque mor tal. La astucia de los humanos
super a con cr eces su instinto animal.
Los neander tales más atr evidos lo embisten pr imer o. Otr os lo hacen después.
Los temer osos, nunca. Caminan alr ededor de la dantesca escena y pr esencian con pavor
cómo las lanzas de mader a castigan al joven mamut, que se defiende con la tr ompa
y los colmillos, da vueltas en medio de la quebr ada, levanta polvo, se eleva en dos patas,
emite alar idos de r abia y dolor que r ecor r en la noche, per o no logr a contener los
golpes de las lanzas. El hombr e se ensaña con la gigantesca cr iatur a, que no r esiste
más. Las patas de la bestia flaquean, se abr en y cae entr e la polvar eda. Apenas toca el
suelo, guiados por el instinto más pr imitivo de los ser es humanos, los neander tales se
lanzan sobr e el animal y comienzan el noctur no festín.
La mayor ía come a r eventar, guar da par te del botín y da r iendas sueltas a su alegr ía;
otr os se fr ustr an por que no alcanzan el pedazo que desean: «Los dos colmillos no
bastan par a todas las necesidades, la piel tampoco es suficiente, pasar emos fr ío», se
quejan.
Ya tienen su piñata, su tr ofeo de caza, per o la envidia cor r oe el espír itu de algunos.
Los egoístas esconden lo que obtienen, los altr uistas compar ten lo suyo con
quienes conquistar on menos y los individualistas no solidar ios no compr enden a los altr
uistas. El mamut despier ta actitudes difer entes en el gr upo neander tal.
Hechos como este fuer on comunes en Eur opa o Asia occidental hace más de 28.000 años.
Sin embar go, las actitudes que pr ovocar on se mantienen aún intactas a pesar del tiempo. El ser
humano se desar r olla, cambia su visión del mundo, se enr ola en una r evolución tecnológica
impensada, logr a conocer se a sí mismo como nunca antes, per o las actitudes de aquellas cacer
ías siguen for mando par te de su existencia, como r etoños insepar ables de la vida misma.
La actitud es la maner a de actuar, el pr oceder de una per sona ante un hecho deter minado. Así
ha sido siempr e y, por esa r azón, a lo lar go de la histor ia, no pocos han sentido la
necesidad de escudr iñar la con el pr opósito de descubr ir sus causas y consecuencias.
José Mar ía Huer ta Par edes, doctor en psicología y autor del libr o Actitudes humanas,
actitudes sociales, las define como «las pr edisposiciones a r esponder de una deter minada
maner a con r eacciones favor ables o desfavor ables hacia algo». Asegur a que están integr adas por
las opiniones o cr eencias, los sentimientos y las conductas, que a su vez se inter r elacionan entr e sí.
Agr ega el doctor Huer ta Par edes: «Existen actitudes per sonales r elacionadas únicamente con
el individuo y actitudes sociales que inciden sobr e un gr upo de per sonas. A lo lar go de la vida,
las per sonas adquier en exper iencias y for man una r ed u or ganización de cr eencias car acter
ísticas, entendiendo por cr eencias la pr edisposición a la acción […] las actitudes están pr
ediciendo las conductas y, si se desea cambiar una conducta, es necesar io cambiar la actitud».
Hay muchas definiciones más, todas inter esantes y acer tadas, entr e ellas la de Salomón Asch,
un impor tante psicólogo nacido en Polonia, con r esidencia en Estados Unidos. Asch afir ma que
«las actitudes son disposiciones dur ader as for madas por la exper iencia anter ior ». Inter
esante su planteamiento, pues r elaciona cor r ectamente las actitudes con la exper iencia del ser
humano.
He citado solo dos definiciones actuales que r eflejan el extr aor dinar io inter és que dur ante
siglos ha mostr ado el hombr e por desentr añar el mister io de las actitudes humanas. ¡Tan poder
osas son y tanto influyen a nivel per sonal y social! Dos de estas actitudes han acapar ado la mayor
atención: el altr uismo y el egoísmo. Ellas confor man un antagónico dúo, que define pr oceder es
humanos básicos ante la vida. Las vemos manifestar se, indudablemente, fr ente al hecho de la piñata.
En un e-mail, la amiga Claudia me cuenta su punto de vista sobr e la competitividad y las piñatas:
Siempr e he r ecor dado con r abia, tr isteza y fr ustr ación mi exper iencia en una
piñata. Recuer do con más clar idad un cumpleaños en el que no conocía a mucha gente.
Llegó la piñata y todos los niños cor r ier on, per o me quedé atr ás y no logr é r ecoger casi
nada. Tenía tanta r abia que dije que ya no quer ía estar más allí. En todo el camino de r egr
eso cr eo que medio llor é, por que no er a de mucho mostr ar me llor ando. Nunca me
gustar on las fiestas y, en cier ta for ma, eso le gustaba a mi familia. En la univer sidad fue
donde apr endí a disfr utar un poco.
Las piñatas, par a mí, fuer on el inicio del mundo competitivo. Me mostr ar on que
siempr e las per sonas más «vivas» o avispadas y alegr es suelen llevar se la mejor par te.
Las piñatas se par ecen a la vida en el sentido en que llegas a pensar que no tienen muchas
cosas buenas. Per o siempr e estás a la expectativa de qué puede funcionar y, en algún
momento, obtener más que otr os.
Por su par te, la ar gentina Mar ía Cr istina, que se descr ibe como muy obser vador a, descr ibe
las r eacciones infantiles fr ente a la piñata y la r elación de estas con la competitividad en las
sociedades actuales:
Obser vé que no todos actúan de igual maner a, aunque sí gener a mucha adr enalina
y
ansiedad por llevar se el «pr
emio».
a) Aquellos que se posicionan bien debajo de la piñata, llegando allí a «cualquier pr ecio»,
sin impor tar mucho empujar o cor r er a los más pequeños.
b) Los que juntan mucho y compar ten con el que se quedó más lejos y no r ecibió
nada.
b) Los que esper an la opor tunidad en su lugar (tal vez más alejado), per o en el
momento pr eciso «accionan» y llegan a conseguir algo del «botín».
c) Los ver gonzosos que quier en algo de la piñata, per o no se atr even a ser par te de
tal bar ullo.
d) Los adultos que desde el lugar dan dir ectivas sobr e cuál es el mejor punto par a
obtener el pr eciado «dulce».
De acuer do con Mar ía Cr istina, el momento de la piñata muestr a car acter ísticas de la per sonalidad
de cada uno de nosotr os, e incluso los ambientes en que son cr iados los niños:
A veces son estimulados sobr emaner a en la competitividad, en ganar a toda costa, como
si fuer a muy decisivo. La vida está llena de sor pr esas, como en una piñata. Hay cosas que
no vemos, y, si no nos acer camos lo suficiente, no podr emos ver las ni mucho
menos alcanzar las. Per o este acer camiento nunca debe per judicar a otr os. No pises
cabezas par a llegar a tu objetivo, par a tener además paz en el alma. Otr o punto par a
mí impor tante es estar atentos a las opor tunidades. Nunca se sabe adónde va a ser dir
igido el contenido de la piñata de la vida. También saber compar tir con otr os lo que r
ecibimos, así como alentar, ayudar a que otr os puedan llegar, y a lo mejor no saben cómo
hacer lo.

Somos imperfectos, tendremos otra oportunidad


En la nar r ación de aper tur a de este capítulo, r ecr eo br evemente la caza de un mamut por
hombr es neander tales. Digo que «la envidia cor r oe el alma de algunos de los cazador es fr ustr
ados». No es casualidad que un sentimiento tan dañino como la envidia se ensañe con los fr ustr
ados, con los que
«no alcanzan el pedazo que desean». Este sentimiento, que gener a tantas actitudes deplor ables,
lleva por obligación el r ostr o del fr acaso.
La amiga Nir vana consider a que las piñatas guar dan sor pr esas, per o también decepciones.
Me
explica en su car ta que su madr e colgaba una par a var ones y otr a par a niñas, par a evitar que
estas últimas salier an con la bolsa llena de soldados y car r itos, pr oductos que no les inter esaban
nada. Si esto sucedía, entonces pr ocedían a «inter cambiar y negociar » con otr os niños:
En las piñatas ya empieza a ver se la lucha de los ser es humanos por la sobr
evivencia. Siempr e habr á algunos más vivos, que no quer r án dejar par a nadie,
mientr as otr os se quedan atr ás, par alizados en el pánico. Llanto, sonr isa y hasta bur la.
Los niños son cr ueles. Mucho.
La piñata es color ida, es un objeto feliz cuyo r elleno está r epleto de cosas. Está en
tu cr iter io, que desde niño ya empiezas a for mar, escoger cuáles de esas cosas
desechar ás, negociar ás, inter cambiar ás... Y, sobr e todo, con cuáles te quedar ás. Los r
ecuer dos de las piñatas son par a toda la vida.
Hay momentos en la vida en que todos podemos ser víctimas de la desilusión, en especial cuando
nuestr os esfuer zos no logr an los r esultados anhelados. Per o, en situaciones como esas, lo ideal
es r ecor dar que somos imper fectos y que siempr e tendr emos otr a opor tunidad. Nada más
dañino que echar le la culpa de la fr ustr ación pr opia a los demás, y negar o envidiar sus éxitos. Si
actuamos de esa maner a, nos situamos dentr o del atr oz gr upo de malvados que define Ar thur
Schopenhauer.
Es tan pr ofundo el sustr ato dañino de la envidia que for ma par te de los llamados siete
pecados capitales de la cr istiandad y, por ende, está r epr esentada en una de las siete puntas de
las piñatas tr adicionales, las cuales se destr uyen a golpe de palos, invocando la fuer za de Dios.
Los r omanos antiguos r epr esentaban la envidia como una ser piente mar ina o una anguila,
por que, decían, envidiaban la esbeltez de los delfines.
Más que una actitud, la envidia es un sentimiento o estado mental que pr ovoca pr ofundo dolor
e infelicidad. Un sentimiento como el amor puede causar envidia. No se ensaña solo en los
bienes mater iales ajenos, sino también en los espir ituales. Santo Tomás de Aquino la r educe a «la tr
isteza del bien de otr o». No tiene en cuenta si es un bien mater ial o espir itual.

La envidia en la literatura
La liter atur a univer sal ha gestado obr as maestr as en las que la envidia juega papeles pr
otagónicos.
¡Tan gr ande es su maldad como el inter és que despier ta! Me viene a la mente el clásico La
divina comedia, de Dante Alighier i. En uno de los libr os de esa tr ilogía, El Purgatorio, el autor
busca un dur o castigo par a los envidiosos: se les cosen los ojos, por que «en sus vidas habían
sentido el placer de ver cómo otr os caían».
El español Miguel de Unamuno escr ibió una obr a clásica cuyo centr o es la envidia. Titulada
Abel Sánchez, dimensiona la envidia, y más que en una actitud per sonal, la convier te en social, con
todo lo nocivo que de ella se pueda despr ender. Es tan fuer te y dominante la envidia, que no
escasean en la histor ia de la humanidad hombr es de inmenso talento que, más que por su talento,
la poster idad los mar ca por su envidia. Antonio Salier i es más conocido por la envidia que lo
consumía cuando escuchaba a Mozar t que por su pr opia obr a, que, par a ser justos, es
excelente. Le sobr a r azón a Leonar do da Vinci cuando afir ma: «En cuanto nace la vir tud, nace
contr a ella la envidia».
La envidia acompaña al ser humano desde los mismos comienzos de la civilización. La Biblia
cuenta que Caín mató a su her mano Abel por envidia, por que Dios aceptó la ofr enda de Abel y no
la que él le ofr eció. A José lo venden por envidia, por que er a el hijo pr edilecto de sus padr es; y a
Jesús lo matan por envidia. Per o este mal, además de hacer daño e intentar destr uir a los demás,
también es un sentimiento que acar r ea actitudes autodestr uctivas.
Una leyenda anónima nar r a la histor ia de un gor r ión que escucha con envidia el canto de
un
r uiseñor. «¿Por qué no puedo cantar así?», se pr egunta el gor r ión lleno de envidia. «¿Por qué
solo emito feos chasquidos?». No sopor tando el her moso tr ino del r uiseñor, la envidiosa ave
busca por la sabana las «semillas del silencio». Según le han dicho, fuer on comidas por sus
antepasados y por eso los gor r iones no pueden cantar.
«Cuando las coma, el r uiseñor no cantar á jamás», se vanaglor ia el gor r ión. «En tanto, yo tr
atar é de cantar e imitar é al r uiseñor. Ya ver án cómo mis tr inos ser án más lar gos y más
musicales». El gor r ión r egó las semillas por donde canta el r uiseñor y tr ató de imitar el sonido
del ave cantor a. Lo intentó una y otr a vez, per o no pudo. Su gar ganta se dañó y enmudeció por
completo. Con espanto, el gor r ión envidioso se da cuenta de que ni siquier a puede ya emitir su
simple chasquido. Par a mayor fr ustr ación, obser va cómo el r uiseñor pr ueba una de las semillas,
per o inmediatamente la expulsa de
su pico.
«No cantar é más donde existen semillas tan desagr adables», decide el r uiseñor e
inmediatamente se mar cha hacia otr o lugar en la extensa sabana. El pájar o mudo lo obser va alejar
se. La bandada de gor r iones se lamenta por que ya no podr á disfr utar más del canto del r uiseñor.
No compr ende por qué se ha mar chado. El gor r ión mudo envidia ahor a los feos per o alegr es
chasquidos de sus compañer os.
Decía Fr ançois de La Rochefoucauld que «el pr imer o de los bienes, después de la salud, es la
paz inter ior ». ¡Cuánta ver dad! La envidia tiene como contr apar tida a la satisfacción per sonal.
Esa paz inter ior que nos colma de optimismo, de deseos de seguir luchando y de felicidad. La
satisfacción per sonal es la r eacción natur al que sigue al éxito o, al menos, al esfuer zo inver tido
par a alcanzar lo. Ningún envidioso puede ser feliz, por que nunca se sentir á una per sona exitosa.
Entiéndase el éxito como la capacidad de compar tir logr os que añaden valor a otr os. Y esto es solo
el éxito en lo social, por que el ver dader o éxito está en el desper tar de conciencia inter ior y
colectiva, desde la compasión, el amor y la her mandad de ser todos par te del todo.
El ar te r efleja la actitud ante la vida del ar tista, aunque muchas veces no se lo pr opongan.
No pocas obr as maestr as lo son. No por el acabado de su for ma, sino por la cer ter a pr ofundidad
de los sentimientos que gener a en aquellos que las disfr utan y en las actitudes humanas que de ellas
emana.

Beethoven o Salieri
Retomo la música, en esta ocasión a Beethoven, y pr egunto: «¿Qué puede envidiar más en la vida un
músico sor do?». La r espuesta salta a la vista: «el oído», el poder de escucha que tienen los demás
y del cual él car ece, impidiéndole disfr utar hasta de su pr opia obr a. A un genio como Beethoven
se le admir a, además de por su inmensa obr a, por la voluntad de hacer música a pesar de su
sor der a.
¡Cuánta satisfacción per sonal debió de sentir cuando «obser vaba» los
aplausos!
Si a Beethoven lo hubier a consumido la envidia por los demás músicos de su época, que tenían la
posibilidad de escuchar sus obr as y estaban en mejor es condiciones físicas par a componer,
nunca hubier a llegado a ser lo que es. A pesar de su fama de cascar r abias, Beethoven cultivó su
mente par a adoptar actitudes capaces de conquistar r ealidades, solucionar pr oblemas,
alcanzar metas y mater ializar sueños. Nunca dio cabida a la envidia. Al contr ar io, él fue fuente
de envidia en otr os, a pesar de su car ácter hur año y su limitación física.
La envidia taladr a la per sonalidad de Salier e; mientr as que la actitud más positiva, de la
que emanan la voluntad y el deseo de cr ear, engendr a la obr a de Beethoven. Salier i, a pesar
de su innegable talento, tuvo alma de gor r ión envidioso; Beethoven, por encima de su sor
der a, fue dominado por el espír itu del r uiseñor. El ver dader o talento, aunque la puede gener ar en
otr os, nunca engendr a la envidia por sí mismo. Solo br otan de él la admir ación por los demás y
la satisfacción per sonal, algo muy llamativo en Beethoven y muy de alabar, por cuanto padeció
de sor der a, tuvo mala for tuna en el amor y, según cuentan, sufr ió abusos de pequeño.
Lo peculiar es que Beethoven, un ser humano con tantos factor es en contr a, fuer a capaz de cr
ear una obr a bella, pr ofunda e inmensa, que gener a los más positivos y her mosos sentimientos e
insta a las más nobles acciones. Únicamente una per sona con actitud muy positiva ante la
vida puede tr ansmitir y cr ear, a la vez, tantos y tan nobles sentimientos, salidos de la más
encomiable actitud que puede gener ar un ser humano.
En la piñata de Beethoven habitaban pr emios y pr oblemas, per o él supo labr ar se un r esultado y
no victimizar se con sus dificultades. Cuánto optimismo, bondad y altr uismo pudo encer r ar
Beethoven en su ator mentada alma al cr ear una obr a emblemática, que tr ansmite tantas emociones
y sentimientos
positivos como la Oda a la alegría, la cor al de su Novena sinfonía. Solo un hombr e extr aor dinar
io, capaz de amar sin límites a los demás, en el que la envidia no tiene cabida, es apto par a
legar semejante r egalo a los oídos del mundo, a pesar de ser incapaz de escuchar.
Dígase lo que se diga, yo me atr evo a afir mar que Beethoven, muy por encima de sus
limitaciones y de su azar osa vida, disfr utaba de una inmensa satisfacción per sonal. Y que en lo más
pr ofundo de su ser er a una per sona alegr e, por que la alegr ía gener a alegr ía. La letr a de la cor al
la toma de Fr iedr ich Schiller, el gr an poeta y dr amatur go alemán. Beethoven adapta el poema,
per o mantiene intacto su espír itu. La destr eza poética de Schiller y el genio musical de
Beethoven elevan la alegr ía, ese sentimiento que tantas actitudes positivas for ja, hasta los más altos
pilar es del talento humano.

La verdadera paz
La alegr ía es uno de los r esultados natur ales de la paz inter ior. Es patr imonio de los que luchan
por sus objetivos, de los ser es exitosos que mantienen una actitud car gada de confianza y optimismo
ante la vida. Los ajenos a la envidia son felices, por que viven con la convicción de que han actuado
de la maner a cor r ecta en el momento pr eciso, conscientes de que la solución a sus pr oblemas
depende de ellos mismos, y de nadie más. La paz inter ior es el pr imer paso, impr escindible, par a
conquistar la alegr ía. La vida no está exenta de pr oblemas. De hecho, consiste en eventos a los
que clasificamos como pr oblemas, sor pr esas, tr agedias, pér didas, ganancias. Al final, si un pr
oblema tiene solución en tus manos, ¿par a qué te pr eocupas? Mejor ocúpate en r esolver lo. Y si, por
el contr ar io, la solución o soluciones no están en nuestr as manos, en vez de pr eocupar nos
podemos ocupar nos en gestionar su r esolución a tr avés de quienes puedan hacer lo mejor.
El líder independentista indio Mahatma Gandhi, hombr e de pr ofunda espir itualidad, dijo: «Si
no alcanzamos la paz dentr o de nosotr os mismos, siempr e estar emos en guer r a con los demás».
Gandhi ilustr a una máxima del budismo que r eza: «La ver dader a paz comienza dentr o de nosotr os
mismos».
¿Por qué? Por que la ar monía inter ior nos per mite inter actuar en confor midad con nuestr
os semejantes y aceptar aquellas cosas que no podemos cambiar en ellos. Por lo tanto, somos
felices ellos y nosotr os, nada conspir a contr a la alegr ía de vivir.
Por lo gener al, quienes disfr utan de ese confor t son per sonas optimistas. Cuando
vivimos poseídos por el optimismo, todo lo que nos pr oponemos yace a la sombr a de lo posible, si
estamos convencidos de lo que aspir amos y salimos a buscar lo con esfuer zo e inteligencia. Al
decir de José Sar amago, «los únicos inter esados en cambiar el mundo son los pesimistas, por que
los optimistas están encantados con lo que hay».
La actitud mental positiva y optimista, por sí sola, no es un imán del éxito y la felicidad, per o sí
una for ma de enfr entar la vida par a hacer r ealidad los sueños. La alegr ía y la paz inter ior están
muy estr echamente r elacionadas con esta maner a de ver el mundo.
La actitud de un ser humano es la que guía su for ma de actuar, el elemento que define su
conducta. Por lo tanto, cuando la ungimos de mentalidad positiva, nos conver timos en per sonas
optimistas, confiadas, segur as de nuestr os pr opósitos, sin temor es, convencidas de que cualquier
obstáculo que nos imponga la existencia puede ser abatido. Como dijo Thomas Jeffer son: «Nada
en esta vida nos puede detener, por que ya poseemos la cor r ecta actitud mental par a logr ar la
meta». El opt imismo no es más que la convicción subjet iva de que t odo nos saldrá bien, que la
vida nos será favorable.
En el libr o Un camino hacia el éxito, de Napoleón Hill y W. Clement Stones, se nar r a la histor
ia del hijo de un apar cer o de Luisiana, quien, desde los cinco años, apr ende a ar r ear mulos. Al igual
que muchos, el muchacho vive convencido de que siempr e ser á pobr e por voluntad de Dios. Así
se lo
hace saber a su madr e. La mujer, que piensa difer ente, r ebate sus palabr as: «Somos pobr es no
por culpa de Dios, somos pobr es por que tu padr e nunca tuvo el deseo de ser r ico. Nadie en esta
familia ha tenido el deseo de ser otr a cosa».
El joven apar cer o entiende a su madr e y desde ese momento siente el deseo de ser otr a cosa,
lo intenta y lo logr a. El solo hecho de pr oponer se un cambio en la maner a de enfr entar la vida lo
libr a de la decente, per o dur a, vida de apar cer o. Rompe con la actitud mental confor mista y
negativa que hasta ese momento sumer gió en la pobr eza a su familia.

Optimismo liberador
Mantener una actitud optimista ante la vida no nos liber a automáticamente de los pr oblemas, per o
nos pr epar a par a enfr entar los y vencer los mejor. Per mite que desar r ollemos a tope todas
nuestr as capacidades, tanto físicas como intelectuales; nos hace más hábiles y vigor osos.
Gr acias al optimismo conver timos momentos negativos en positivos, pues nos
motivamos social y per sonalmente. No es un imán, r epito, que por sí solo atr ae al éxito y a
la felicidad, per o es una fuer za motr iz inter na que nos impele hacia esos objetivos.
Aunque el optimismo es una actitud positiva, no son muchos los escr itor es y teór icos que
han apostado por él. Las pr opias contr adicciones del ser humano, las difer encias políticas,
económicas y r eligiosas en la sociedad actual, fr enan en no pocas ocasiones la adopción de una
posición optimista ante la r ealidad.
Algunos confunden optimismo con esper anza, per o no son iguales. El r abino Maur ice
Lamm, escr itor y teólogo judío, tiene su pr opia ver sión de esper anza, muy r elacionada con la
histor ia y los infor tunios de su pueblo. La cataloga como «el pur o deseo de vivir ante la
desesper ación, imaginando un futur o mejor, con éxito, y el fin del sufr imiento».21 Se apoya en su
pueblo a la hor a de for mular esta definición, por cuanto, según expr esa, gr acias a la esper anza
logr ó sobr evivir a holocaustos y otr os momentos en extr emo difíciles. También coincido con
esta definición por que, efectivamente, en muchos momentos de mi vida esa cer teza me ha llevado a
cabalgar montaña ar r iba, montaña abajo, aun en medio de la noche, casi a ciegas, per o con
la esper anza del amanecer sor pr endiéndome en el r umbo o la dir ección deseada.
La esper anza es una de las llamadas tr es vir tudes divinas, junto a la fe y la car idad. La Biblia
le dedica muy pr ofundos y aleccionador es ver sículos. Pr over bios 24.14 (LBLA*): «Sabe que así
es la sabidur ía par a tu alma; si la hallas, entonces habr á un futur o, y tu esper anza no ser á
cor tada»; Jer emías 29.11 (RVR1960): «Por que yo sé los pensamientos que tengo acer ca de vosotr
os, dice Jehová, pensamientos de paz, y no par a mal, par a dar os un futur o y una esper anza»;
Romanos 15.4 (LBLA):
«Por que todo lo que fue escr ito en tiempos pasados, par a nuestr a enseñanza se escr ibió, a fin de
que
por medio de la paciencia y del consuelo de las Escr itur as tengamos esper
anza».

Todos esperanzados
Dur ante uno de mis viajes a México, inter esado en adentr ar me en el mundo for mal y conceptual
de las piñatas, escuché muchas anécdotas –unas más fantasiosas que otr as–, per o todas
amenas e instr uctivas. Un viejo sabio me dijo que las piñatas podían compar ar se con la tr istemente
célebr e caja de Pandor a.
«La madr e de las piñatas es la caja de Pandor a», dice. Ver dader amente, me puso a pensar. No
vi similitud entr e la piñata, que es un motivo de alegr ía de celebr aciones r eligiosas o popular es,
y la
temida Caja de Pandor a. Sin embar go, como de costumbr e, me dispuse a escuchar su teor
ía.
–¿Ha oído hablar usted de la caja de Pandor a? –soltó la pr egunta como una r áfaga de palabr as.
–Sí, fue una obr a de Zeus, el dios gr iego –r espondí.
–Tiene r azón, Zeus se pr opuso castigar a Pr ometeo por r obar el fuego y compar tir lo con
los humanos. Por esa r azón, hizo que un her mano de Pr ometeo se casar a con Pandor a, una bella
joven, a quien, como r egalo de bodas, le obsequió una tinaja ovalada, bien cer r ada, con ór denes de
no abr ir la nunca… Per o Zeus sabía que Pandor a er a muy cur iosa.
La última fr ase la pr onunció con picar día.
–No er a una caja, er a una tinaja –r eafir mó–. Así es, aunque todos le llaman «la caja», en r
ealidad er a una tinaja muy par ecida a las antiguas piñatas de bar r o mexicanas –me explicó.
«La compar ación quizás no es tan descabellada», pensé.
–Pandor a, muy cur iosa, destapó la tinaja o la caja, como quier an llamar la. Ella desconocía
que Zeus, como castigo, había encer r ado allí todos los males del univer so. Al abr ir la, por
supuesto, se liber ar on todos los males –siguió contando el amigo mexicano. En este punto, lo
detuve.
–Per o de una piñata no sale ningún mal.
–Tiene r azón –r espondió–, per o todas encier r an esper anza, como la caja de Pandor a.
Me cer cior é de por qué decía que la «malévola» caja er a la madr e de las piñatas. Cuando Pandor
a se dio cuenta de su er r or, cer r ó la tinaja, per o ya todos los males habían salido al exter ior.
Sin embar go, Zeus, par a que los humanos no se sintier an destr uidos ante tantas desgr acias
sueltas, también había encer r ado la esper anza. Cuando Pandor a la cer r ó, la esper anza no pudo
salir, quedó atr apada en el inter ior.
–Por tanto, la caja de Pandor a ahor a es dominada por la esper anza, la misma que nos
domina cuando se r ompe la piñata. Todos nos sentimos esper anzados –afir mó el viejo sabio–.
Algunos atr apamos muchos r egalos, per o otr os, ninguno. Es posible que lo atr apado no sea lo
deseado, puede que salgamos con las manos vacías, per o, a todos, la piñata nos embr iaga con
la esper anza que guar da dentr o», ter minó diciendo.
Es cier to. Una piñata cr ea esper anzas, «una cer teza espir itual y subjetiva» en todos los
que par ticipan en su aper tur a. Cada cual esper a alcanzar lo que se pr opone, al igual que sucedía
con el mamut ante la hor da de hambr ientos neander tales. Por supuesto, r espetando pr opósitos y
distancia en el tiempo.

Diferencia entre ilusión y esperanza


Una piñata ilusiona, a la vez que cr ea esper anza. La ilusión se difer encia de la esper anza, aunque
el matiz es pequeño. Una ilusión es una expectativa sobr e la base de un deseo, un gusto, una for
ma de pensar y hasta una necesidad. Basada en per spectivas muchas veces ir r eales, se alimenta
de una posibilidad incluso r emota. La esper anza también es una expectativa, per o con mayor es
posibilidades de que se convier ta en r ealidad. O sea, más r eal. Par a Lamm, es el pur o deseo de su
pueblo «de vivir ante la desesper ación».
Tanto la esper anza como la ilusión motivan a los ser es humanos y gener an actitudes ante la
vida. Una piñata, más que ilusión, cr ea esper anzas, por que es una expectativa r eal, como el
mamut de la nar r ación. Sin embar go, la ilusión es poder osa, cr ea una fuer za inter na que
muchas veces pr ovoca que sigamos luchando por un objetivo en la vida, que puede ser mater ial o
espir itual.
Una obr a univer sal como Las ilusiones perdidas, de Balzac, nar r a la histor ia de un joven
de pr ovincias, Lucien de Rubempr é o Lucien Char don. Él viaja a Par ís en busca de la glor ia liter
ar ia,
per o sus ilusiones y esper anzas desapar ecen al sufr ir la cr udeza del mundo editor ial y las
dificultades par a conseguir una opor tunidad. Todo ese ambiente cr uel, unido a su or gullo y
debilidad por la vida lujosa, le pr ovocan el fr acaso y se desvanecen sus esper anzas e ilusiones.
Muchas veces, cuando se da un paso como el de Lucien de Rubempr é –aunque no es su caso–, las
ilusiones y las esper anzas van acompañadas del manto de la duda. «Tengo la esper anza de logr ar
lo, ¿per o podr é?», es la típica pr egunta en estas situaciones.
Lo cor r ecto es ofr ecer alas a la esper anza. No hace mucho leí una infor mación en un impor
tante diar io cuyo título er a «Entr e la esper anza y la duda». Se r efer ía a que ambos sentimientos
invaden a la vez a la población de un país latinoamer icano, por que su gobier no establece
nuevas medidas económicas esper adas desde hace tiempo por todos. Obser vamos una mezcla de
esper anza y duda, per o tal combinación no puede per manecer mucho tiempo.

Despeja la duda
Par a aclar ar definitivamente el camino, y que tr iunfe la esper anza, la duda ha de ser
despejada.
¿Cómo damos alas a la esper anza? ¡Despejando la duda! La duda, si pr ovoca una actitud positiva
de búsqueda e intentamos desentr añar la, desempeña un papel positivo. Es nociva cuando nos
detiene, aunque sea por instantes. A veces, un instante define una gr an opor tunidad en la vida. La
duda es un sentimiento humano y, como tal, debemos gestionar la y poner la en función de nuestr o
beneficio. Si nos deja iner tes, es mala, per o, si logr amos actuar apoyándonos en ella, se r evier te en
pr ovechos.
En mi libr o El poder de escuchar, nar r o que en una ocasión decidí someter me a un concur so
de admisión con el pr opósito de conver tir me en animador tur ístico. Yo no me visualizaba
como un animador tur ístico en una playa cubana entr eteniendo a tur istas. En aquel entonces er a
un hombr e tímido y muy mal bailador, aunque esto último poco ha cambiado. Tal maner a de ser pr
ovocó en mí la duda de si tenía posibilidades de salir air oso del tr ámite. Además me pr egunté
incisivamente si tenía las cualidades que se necesitan par a tr abajar como animador tur ístico.
Confieso que las dudas me acosar on, sobr e todo en la noche, antes de dor mir. Y mucho más en
la medida en que se acer caba el concur so. Admito que sentí miedo y llegué a padecer ataques de
pánico. Per o imagina que, después de pr epar ar me par a el concur so dur ante var ias semanas,
vencido por la duda, no me hubier a pr esentado. Fuer on semanas intensas. No me r etir é ni me
dejé vencer por la duda. Llegué a la convicción de que lo más impor tante e inter esante par a mí er a
poner me a pr ueba y despejar la duda. Er a tanta la incer tidumbr e que llegó el momento en que ya
quer ía saber si de ver dad ser vía o no como animador tur ístico.
El día señalado par a el concur so me dije: «Por fin voy a saber lo. No puedo seguir
angustiado,
por que, si hay algo que angustia en la vida, es dudar eter namente ante un mismo pr oblema».
En r esumen, apr obé el concur so con magníficos r esultados, per o el mejor de todos fue que me
enfr enté, me despojé de la duda y le saqué pr ovecho. En esta ocasión, la duda me fue útil, me instó a
conocer, a explor ar me a mí mismo, a ar r iesgar me.
Si la duda nos impulsa a despejar la en ar as del conocimiento, nos convier te en ser
es competitivos, que nos enfr entamos a la vida dispuestos a sobr epasar cualquier obstáculo que
nos imponga. Sin embar go, cuando nos dejamos ar r astr ar por la duda, nos inmovilizamos, y
podemos, incluso, llenar nos de temor y no luchar siquier a por lo más elemental. Esta es una
actitud nefasta en estos días, cuando la vida es competitividad.
Es un buen momento par a hacer te dudar en esta lectur a. Pr egúntate y escr ibe las r espuestas.
¿Qué tanto dudas? ¿Qué efecto tiene la duda en tu capacidad de lider azgo? ¿Es la duda r
esponsable de
llevar te a vivir en modo piñata o, por el contr ar io, te hace cuestionar, avanzar y no dejar te llevar
por la cor r iente del pensamiento popular ?

La duda y la competitividad
La competitividad no solo debe ser pr ivativa de empr esas y naciones, o de mer cader es, comer
ciantes, políticos y estadistas, sino que debe for mar par te de la vida de cada uno de nosotr os.
Somos ser es independientes, obligados a demostr ar diar iamente nuestr o talento e iniciativas.
¿Qué actitudes afectan nuestr a competitividad como ser es humanos individuales? La duda
que domina y no impele al conocimiento, en una sociedad cada vez más compleja, globalizada
y tecnificada; la envidia, por cuanto dir ige de maner a maliciosa nuestr a mir ada a los logr os de otr
os, y no a los nuestr os; el temor, por que inmoviliza, nos convier te en simples obser vador es, como
los que mer odean por los alr ededor es del mamut mientr as sus congéner es lo cazan. O por los
contor nos de una piñata, cuando los decididos se lanzan impulsados por la competitividad y la
esper anza, una combinación exitosa por natur aleza. Tampoco tienen fuer zas par a competir
quienes r echazan los cambios y se dejan deslumbr ar por un pasado que no volver á; así como los
pesimistas, que en vez de soluciones solo ven pr oblemas. Los líder es no r ecitan pr oblemas, solo
gestionan soluciones. Los líder es no se quedan colgando de un hilo, a la esper a de que una fuer za
exter na los mueva, sacuda o quiebr e. Los líder es entienden que la felicidad es par te del camino de la
autor r ealización del ser.
Aldous Huxley decía que «el bien de la humanidad debe consistir en que cada uno goce al
máximo de la felicidad que pueda, sin disminuir la de los demás», una sentencia que apar ece en el
Diccionario de sabiduría. La duda y la competitividad se manifiestan en dos dimensiones: la
individual y la colectiva. Tales conceptos han acapar ado –y a la vez han dividido– los puntos de vista
de políticos, filósofos y economistas dur ante siglos. Las dos actitudes humanas que más se
han politizado son, sin dudas, el colectivismo y el individualismo.

Individualismo altruista y solidario


En el Renacimiento, movimiento cultur al eur opeo que gir a su atención hacia la cultur
a gr ecor r omana, la individualidad del ser humano alcanza su máxima elevación. Queda atr ás
el r égimen feudal, el hombr e adopta una actitud antr opocéntr ica, se r econoce como dueño de su
destino y la capacidad individual alcanza los pr imer os planos. Al Renacimiento lo domina una
filosofía humanista, en la que Dios y la Iglesia ceden su pr ior idad al hombr e. Sur ge el
llamado «hombr e r enacentista», que agr upa, si no todas, una buena par te de las r amas del saber y
el cr ear. Es la época de Leonar do da Vinci, Miguel Ángel, Rafael…
El Renacimiento mar ca la individualidad del ser humano, su gr andeza. Establecer á pautas
que
otr os gr andes hombr es, ya no r enacentistas, no podr án soslayar. Me viene a la mente
Robinson Crusoe, consider ada la pr imer a novela inglesa, escr ita por Daniel Defoe (1660–1731),
que tr ata sobr e las aventur as de un mar iner o que vive solo, casi tr es décadas, en una isla
deshabitada en las costas de Amér ica. La capacidad de Cr usoe par a vencer la soledad y salir
adelante es el pr ototipo de la fuer za y la voluntad individual. Patentiza la tesis de que inteligencia es
la capacidad de adaptar nos a lo nuevo, a lo distinto.
Mar tin Buber (1878–1965), filósofo y escr itor judío, austr iaco-isr aelí, enuncia en su teor ía
del
«entr e», contenida en su libr o ¿Qué es el hombre?: «El hecho fundamental de la existencia humana
no es el individuo en cuanto tal ni la colectividad en cuanto tal. Ambas cosas consider adas en sí
mismas,
no pasan por ser for midables abstr acciones. El hecho fundamental de la existencia humana es
el hombr e en cuanto hombr e [...] en él ocur r e entr e ser y ser algo que no encuentr a semejanza en
ningún otr o r incón de la natur aleza […] únicamente en la r elación, podemos r econocer
inmediatamente la esencia peculiar del hombr e». Lo esencial, en última instancia, según Buber, es
la r elación entr e los ser es humanos, tal y como lo inter pr eta Isidr o Rodr íguez,22 de la Univer sidad
de Valencia.

En conclusión
He intentado r ealizar un br eve r ecor r ido a tr avés de la for ma en que el hombr e ha valor ado
las actitudes a lo lar go de la histor ia. Los puntos de vistas difier en. Cada cual analiza estas maner
as de actuar según cómo enfr enta la vida, per o las actitudes que dominaban a los neander tales al
cazar al mamut en nada han cambiado, aunque los escenar ios sean difer entes. Siguen siendo par te
de nuestr a existencia como r etoños de la vida.
La gigantesca piñata con siete picos cuelga en el centr o de la plaza, en medio de una noche festiva
e iluminada. A su alr ededor se aglomer a una pequeña multitud dispuesta a iniciar la diver
tida cer emonia. «La noche es per fecta par a una piñata», piensan. Un velo de ilusión y esper anza se
tiende sobr e las almas del gr upo, que esper a impaciente el momento. Los más decididos y
optimistas ya están dispuestos a tomar con sus manos el lar go palo par a iniciar el r itual que
destr uya las siete malvadas puntas.
Otr os dudan y se pr eguntan: «¿Par a qué meter me en este bullicio? Me pueden empujar y
hasta fastidiar me la r opa. Además, puedo compr ar car amelos». Los pesimistas están convencidos de
que no vale la pena tanta algazar a por algunos car amelos o chocolatines. «¡En definitiva, no voy a
agar r ar nada!», comentan.
Llega el momento. Aunque lo han esper ado, el gr upo se sor pr ende, se llena de expectativas.
La ilusión y la esper anza se adueñan de la mayor ía. Ellos comienzan a golpear la y tal par ece
que la piñata se defiende, se mueve de un lado a otr o como tr atando de esquivar las embestidas.
Gir a en tor no a la cuer da que la sostiene, per o los palos se suceden unos tr as otr os, con más fuer
za. Al r ato, la piñata no r esiste más, no puede con la car ga y con el impulso de los endemoniados
palos. Se abr e y deja caer todo su contenido de esper anzas sobr e las cabezas de aquellos que la han
apaleado.
El gr upo, movido por los instintos más natur ales del ser humano, se lanza al suelo en busca
del botín. Los más atr evidos encabezan la «cacer ía», los menos, van después. Los tímidos pr
efier en caminar por los alr ededor es y pr esenciar lo que acontece, entr e sonr isas o indifer encia.
Algunos salen del tor bellino con las manos llenas y dan r iendas sueltas a su alegr ía; otr os
se
fr ustr an por que no alcanzan lo que desean. «Me llené los bolsillos de car amelos, per o no
de chocolates», se quejan algunos. Cier ta envidia cor r oe el espír itu de quienes no logr ar on
agar r ar mucho. Los más pícar os o egoístas esconden lo que obtienen, los altr uistas compar ten lo
suyo con quienes conquistar on menos. Los individualistas no solidar ios, en cambio, no compr
enden a los altr uistas. La piñata despier ta actitudes difer entes en el gr upo. Como la vida misma.
CAPÍTULO IV

SÉ CREATIVO, EMOCIÓNATE, ROMPE


PARADIGMAS
Cada cual tiene la edad de sus emociones.

ATRIBUIDO A ANATOLE FRANCE


MOTIVAR EL TALENTO Y LA PASIÓN POR LA VIDA
A veces olvidamos que nuestr as decisiones están condicionadas por las emociones. La conexión entr
e r azón y emoción es más decisiva de lo que nos planteamos. Los sentimientos, en muchas
ocasiones, se encar gan de tomar las medidas necesar ias ante una situación per sonal o pr ofesional.
Pr ecisamente por ello, un líder, o cualquier per sona que desee compr ender lo que sucede dentr
o y fuer a de la piñata, tiene que ser capaz de dominar las con inteligencia emocional.
Desde niños nos han condicionado con la supuesta pr eeminencia del coeficiente intelectual.
Sin embar go, hemos desatendido el gr an concepto acuñado por Daniel Goleman: la
inteligencia emocional.
La amiga Glor ia, que escr ibe desde Dallas, en Estados Unidos, compar te sus opiniones sobr e
las implicaciones emocionales, desde la metáfor a de la piñata:
La vida es como una piñata que r ecibe golpes. A veces es difícil, a veces no tanto.
Son golpes que par ecen llegar por la izquier da, por la der echa, por la par te super ior y
por la par te infer ior. Lo que impor ta es lo que tomamos de esos golpes, lo que apr
endemos. Caemos, nos levantamos, a veces nos r ecuper amos. Sin embar go, somos
golpeados de nuevo y seguimos siendo fuer tes, hasta que explotamos desde dentr o.
O nos hacemos car go y cambiamos nuestr o pensamiento, nuestr os puntos de vista.
Vemos el vaso medio lleno, en lugar de medio vacío. Simplemente, nos abr imos y
dejamos que br ille nuestr a belleza inter ior, que compar timos con los demás.
Hay una gran diferencia ent re ser int eligent e y ser list o. El pr imer o obtiene gr andes
calificaciones en sus estudios, per o el segundo tiene la clave par a poner en pr áctica sus habilidades
par a cr ecer en su entor no. No olvidemos que la teor ía nos ayuda a entender un pr oblema, per o
no a solucionar lo. Por ejemplo, la cr eatividad está ligada al sentimiento y no al pensamiento. O la
lealtad, unida a las emociones, ya que el pensamiento puede cambiar, mientr as que los sentimientos
se mantienen fieles a su or igen.
Sin embar go, par a disfr utar de todas las opor tunidades de nuestr a vida, de los car amelos de
la piñata entr e todos, debemos evitar los bloqueos que pueden pr ovocar nos algunas
emociones, habitualmente consider adas negativas. Las positivas, en cambio, favor ecen la concentr
ación; es más, mejor an el humor haciendo que nos inter ese todo lo que nos r odea. Del mismo
modo, se tr ata de una gr an her r amienta par a la comunicación, ya que las emociones se r eflejan
en los gestos o el tono de voz. También puede afectar a la satisfacción per sonal o a la adopción de
un acuer do.
Así, la piñata se completa entr e los conocimientos adquir idos en la vida pr ofesional y
la
estr ategia emocional. Par a r omper una piñata, no solo se necesita teor ía, sino que hay que apr
ender a obser var, analizar y entender los sentimientos. Como dice John C. Maxwell, «el ver dader o
lider azgo siempr e comienza en el inter ior de la per sona».
Las emociones ejer cen una gr an influencia en la per cepción del mundo, en el pensamiento y
hasta en la memor ia. Por ejemplo, si nuestr os sentimientos se acer can a la felicidad, todo nos r
esulta más agr adable. La tr isteza cr ea fatiga. Las emociones r epr esentan el inter ior del individuo
y por ello un líder tiene que ser capaz de conocer las, par a que le ayuden a sacar lo mejor de cada
uno.
En la piñata se mezclan actitudes que, de algún modo, siempr e ter minan r ozando al concepto
de
felicidad. Steven Tor r es me dice en un e-
mail:
La niñez es una de las etapas más incr eíbles de la existencia humana. Todos alguna vez
estuvimos en una piñata, y yo fui uno ellos. Fuer on momentos de felicidad y alegr ía, y
de una plena convicción de que muchos dulces iban a ser par a mí. La gente gr ita y te
motiva a seguir entusiasmado, esper ando el pr emio. Incluso con el enigma y la duda de
lo que hay en su inter ior. Hubo golpes, per o seguí con per sever ancia esper ando la r
ecompensa. Así es la vida, como una piñata. Aunque no sabemos lo que viene, seguimos ahí
de pie.
La vida es una piñata, per o otr a cosa es vivir en «modo piñata». Si no deseamos colgar de un
hilo, con muchos ador nos exter ior es, llenos de objetos colocados por otr os y a la esper a de que una
fuer za exter na nos r ompa a sacudidas, tendr emos que afiliar nos a los valor es de la inteligencia
emocional.

Inteligencia emocional
Este tér mino sur gió en los años noventa, cuando existía gr an desconcier to ante el tr
atamiento exclusivamente cognitivo de la inteligencia. El mensaje se hizo r ápidamente popular : se
puede tener éxito sin gr andes habilidades académicas. Sin embar go, el or igen se r emonta a 1920,
cuando Edwar d Thor ndike planteó en Psicometría aplicada el concepto «inteligencia social»,
definiéndola como «la habilidad par a compr ender y dir igir a los hombr es y mujer es,
muchachos y muchachas, y actuar sabiamente en las r elaciones humanas».
Actualmente, las investigaciones demuestr an la conexión entr e la r azón y el pensamiento.
Es decir, par a tomar las decisiones cor r ectas no solo hay que tomar en cuenta la lógica, sino también
los sentimientos. Si separ ár amos ambos, las consecuencias podr ían llegar a ser desastr osas.
Y es que la adecuada gestión de las emociones nos ayuda a enfr entar nos a los buenos y los
malos momentos, a r ecibir lo que cae de la piñata, sea lo esper ado o no. Par a entender nos, cada
uno de nuestr os sentimientos tiene una función definida par a hacer nos ver lo que en r ealidad está
sucediendo. La inteligencia emocional deter mina nuestr a maner a de r eaccionar ante la adver
sidad o el fr acaso. Nos ayuda a contr olar las emociones de maner a inteligente, par a r
entabilizar las en función de nuestr os objetivos. Las emociones se activan cuando el or ganismo pr
evé un desequilibr io, positivo o negativo. Entonces, se ponen en mar cha diver sos medios par a
volver a contr olar la situación. Las emociones nos pr opor cionan ener gía par a enfr entar nos a
un r eto o r esolver un pr oblema. Nos impulsan a escalar y alcanzar nuestr os deseos o
necesidades.
En el caso que nos ocupa, nos ayudan a conocer nos a nosotr os mismos, par a lidiar con
las
consecuencias de la piñata. No podemos per mitir que otr os actúen en nuestr o nombr e, que decidan
el contenido de la piñata y hasta cómo debemos r eaccionar después. Par a ello, debemos mir ar
en nuestr o inter ior, pensar qué somos y qué quer emos ser. Responder a las tr es pr eguntas
existenciales:
¿Quién soy?
¿Dónde voy?
¿Con quién?
Como dijo Gandhi: «Sé el cambio que quier es ver en el mundo». Si no tr abajas par a cambiar,
no podr ás mejor ar tampoco lo que te r odea.

Factores para decisiones adecuadas


¿Cómo podemos pr ever, conceptualmente hablando, el contenido de la piñata? Analizando nuestr
a
FODA. Es decir, nuestr as for talezas, opor tunidades, debilidades y amenazas. Este análisis fue cr
eado a pr incipios de los años sesenta, en pleno auge de las estr ategias empr esar iales. De esta
maner a somos capaces de ver la situación en la que nos encontr amos, sea un pr oyecto per sonal
o nuestr a empr esa, y a par tir de ahí pr oponer una estr ategia de futur o. No se pueden adoptar
decisiones si no conocemos y analizamos el estado de la cuestión. Si no lo tomamos en cuenta,
podemos tomar malas postur as que alejen el bienestar integr al.
Pr imer o se analizan los factor es exter nos:
Las oport unidades tr atan los aspectos positivos en el entor no que nos r odea, y que
pueden conver tir se en una ventaja par a nosotr os, así como tu situación social.
Las amenazas son las cir cunstancias exter nas que pueden atentar contr a un pr oyecto o una
visión de futur o. Te aler tan par a diseñar una estr ategia al r especto. Por ejemplo, los conflictos con
gente de tu entor no.
Luego, los factor es inter nos:
Las fort alezas son las habilidades especiales que tenemos, esas her r amientas que contr olamos
y somos capaces de desar r ollar positivamente. Por ejemplo, «ser sociables».
Las debilidades son los elementos que pr ovocan una situación desfavor able ante los demás,
como puede ser la incapacidad de la gente par a ver sus er r or es.
Par a analizar lo, te pr opongo examinar qué metas te habías planteado hasta ahor a y cuáles no
has conseguido alcanzar, por qué r azones y los efectos de ese fr acaso. Después del análisis, desar r
olla un plan de tr abajo y r ealiza un seguimiento per iódico par a compr obar que lo estás cumpliendo.
El lider azgo emocional te per mite conver tir te en la per sona que motiva el talento y la pasión
por la vida, además de pr ocur ar que las per sonas a tu alr ededor tengan un alto nivel de satisfacción
y una emoción común por llegar a la meta.
Un líder emocional es capaz de conocer al máximo nivel a las per sonas que guía, bien sean
tr abajador es, familiar es o amigos. Entender lo que están viviendo en su inter ior y ser compr
ensivos gener a una fuer te unión con los demás. Ser empático fomenta el r espeto, r educe las
tensiones, amplía la comunicación y cr ea un ambiente de colabor ación que ayuda en la solución
de pr oblemas. Y lo más impor tante, el empático se compr omete con el bienestar de todos los que le
r odean.
Es beneficioso fomentar la inteligencia emocional en pleno desar r ollo infantil, par a evitar
que años después tengan dificultades par a r econocer o expr esar los sentimientos pr opios o de los
demás. Incluso influye en la pr opia autoestima, ya que evitamos el pensamiento negativo y somos
capaces de motivar nos desde niños.
Per o, ¿cómo podemos aprender a manejar las emociones? Yo te ayudo.
Int ent a recordar t us éxit os, mantener la mente en positivo te abr e la capacidad de
entender y r eaccionar.
Si t ienes un problema, céntr ate en él con paciencia y mír alo desde todas las per spectivas,
sin caer desde el pr incipio en la desesper ación. La r espuesta siempr e está en tu inter ior, per o
tienes que encontr ar la.
Escribe un diario de t us emociones y t rat a de sacar t iempo para leer alguna página. Te
dar ás cuenta de que las pr eocupaciones y pensamientos negativos que te absor bían cier tos
días los pudiste solucionar. Así le dar ás un motivo a tus sentimientos.
T ómat e un descanso para recuperar el cont
rol.
Cont rola t us pensamient os limit ant
es.
Las claves del éxito
Nuestr as vidas tr anscur r en a una velocidad ver tiginosa. Constantemente un sueño se hace r ealidad
y, al instante, una esper anza se convier te en fr acaso. Un camino lleno de piedr as en el que
necesitamos for talecer el espír itu y la mente par a poder super ar las. Una fase idílica, ya que los
ser es humanos tendemos a cambiar el estado de ánimo en pocos minutos y, tr istemente,
somos capaces de pr ovocar nos, nosotr os mismos, un mal día. La clave par a compr ender lo que
sucede fuer a y dentr o de nuestr a piñata es el equilibr io, una habilidad que apor ta salud plena y
mente positiva.
Cuando hablamos de equilibr io nos r efer imos a ese punto exacto de la balanza en el que cuer po
y mente mantienen el mismo nivel; juntos son capaces de cr ear una completa ar monía. En este
estado super amos las situaciones negativas y sentimos felicidad ante los r etos que nos pr opone la
existencia.
Como ya dije anter ior mente, nací en el pequeño pueblo de El Caney, a unos kilómetr os
de Santiago de Cuba, una zona r ur al que me pr opor cionó algunos de los r ecuer dos más felices
de mi vida, per o también muchos momentos amar gos. Sufr í, como hijo, un dur o divor cio y desde
niño tuve que asumir la complicada enfer medad mental de mi padr e y toda la her encia genética
de nuestr a familia. Er an situaciones que un pequeño no entendía, per o ter minaban influyendo en mi
cr ecimiento.
Sin embar go, el camino hacia el bienestar me ha hecho apr ender las claves del éxito par a
intentar alcanzar lo cada día. A pesar de las dificultades que se plantar on ante mí desde pequeño, el
contr ol de las emociones me ha dado la opor tunidad de conocer a los que fuer on –y son–mis
maestr os, entr e ellos Opr ah Winfr ey y Lar r y King.
Hay quienes dividen las emociones en básicas o der ivadas; otr os, en positivas y negativas;
incluso los que van más allá y las distinguen entr e fowardlooking, con posibilidades futur as (esper
anza), y backwardlooking, mir ando atr ás (r esentimiento). Sin embar go, desde la exper iencia
cotidiana, lo único que podemos constatar es que algunas son más fáciles de identificar que otr as;
algunas se dan con r eacciones momentáneas y otr as a lar go tiempo. En un lado, el miedo; en el otr
o, la depr esión.
Per o ¿cómo se for man? Los científicos asegur an que las emociones son pr ovocadas por
la actividad del sistema ner vioso, es decir, como los movimientos voluntar ios que r ealizamos
con el cuer po. Las emociones impactan tanto que pueden ayudar nos físicamente. Me explico: la r
abia nos pr ovoca poder enfr entar nos a una per sona, a no ser que el sistema ner vioso señale que el
momento es demasiado peligr oso y cambie la r abia por el miedo.
Analicemos las pr incipales emociones que identificamos a diar io.

La ira: el cuer po r esponde a tr avés del aumento del r itmo car díaco, puedes notar cómo fluye
la sangr e por las manos e, incluso, el r ostr o se enr ojece. ¡Te entr a hasta calor ! Es la
emoción más per sistente y la más difícil de evitar. Sur ge cuando alguien (o nosotr os
mismos) r ompe alguna nor ma que par a nosotr os es impr escindible. No olvides que podr ás
contr olar la ir a si comienzas a calmar te antes de llegar al punto álgido.
El miedo: al contr ar io, nos ponemos blancos y el fr ío r ecor r e nuestr o cuer po. Al fluir la
sangr e por los músculos gr andes, nos da la sensación de que nuestr o cuer po se par aliza, una
r eacción de defensa par a calibr ar si es necesar io que nos ocultemos. En muchas ocasiones
es definido como una aver sión ir r acional a un peligr o que ya esper amos. Nos anticipamos
automáticamente a algo que «va a suceder » y nos pr epar amos par a enfr entar nos a ello. Los
miedos se or iginan nor malmente en la infancia, en malas exper iencias o incluso inter ior
izando el miedo de nuestr os padr es.
La felicidad: con una sensación mental de entusiasmo, el cuer po se llena de ener gía, r
elajándose
completamente los músculos. La clave de la alegr ía no está en obtener algo, sino en compar tir
y sonr eír. La felicidad nos ayuda a logr ar nuestr as metas, podemos incluso influir en el cambio
de la vida de los demás. Nos hace ser más cr eativos y enér gicos, ya que gener a ener gía
positiva. Incluso puede r elacionar se con la salud, al pr oducir químicos que ayudan a nuestr
o sistema inmunológico.
El amor: par ecido a la felicidad, con más calma gener alizada y un equilibr io difer ente.
Es cur iosa su implicación en el cuer po. Los sentimientos de ter nur a o sexuales activan el
sistema opuesto al que nos pr ovocar ía la ir a, el ner vioso par asimpático. Esta r eacción,
junto a la r elajación, pr ovoca en el cuer po un estado de calma que favor ece a la convivencia.
La t rist eza: nos quedamos sin ener gía, no tenemos ganas de mover nos, disminuye el r
itmo cor por al, incluso el metabolismo se ve r educido. Este encier r o en nosotr os mismos nos
ayuda a llor ar una fr ustr ación, una pér dida, planificar el futur o y r ecabar fuer zas par a
seguir adelante. Lo peor que puedes hacer en esta situación es dar le vueltas a los
pensamientos negativos. Eso solo te har á acer car te más a la depr esión, y esta no te dejar á
disfr utar de la vida y ser feliz. La depr esión es una llamada de atención a tu autoestima.

Los investigador es de la Univer sidad Aalto de Finlandia han confir mado una hipótesis que
muchos intuíamos: todos los sentimientos tienen un par alelismo biológico, y lo han r eflejado en el
Mapa de las Emociones, una conexión entr e el estado mental y el físico. Lo más cur ioso de todo
es que las sensaciones son univer sales. Los científicos finlandeses han descubier to que los cor r
elatos físicos se suceden en todas las cultur as. Es decir, nos r ompen del mismo modo el cor azón en
cualquier punto de Latinoamér ica y de Asia; la difer encia es la for ma en la que lo expr esamos, ese es
el patr ón cultur al.
Este tipo de estudios podr ían llegar a tener gr andes implicaciones par a el tr atamiento de
los tr astor nos del estado de ánimo. Si compr endemos cómo funcionan las emociones
positivas, podr íamos enfr entar nos a los males que despier tan las negativas. El autocontr ol es
una capacidad básica par a enfocar nuestr as vidas. Quien consigue entender qué hacer, teniendo en
cuenta la r azón y la sensibilidad, podr á pr oponer objetivos y alcanzar la máxima independencia
emocional del mundo que le r odea. Decía Abr aham Lincoln que «la mayor ía de las per sonas
son tan felices como sus mentes les per miten ser ». ¡Cuánta r azón!

La gran importancia de las emociones


Como explico en mi libr o El analfabeto emocional, los ser es humanos somos cr iatur as
emocionales. Aunque las emociones se nos asignen por mandato divino, no es aconsejable dejar se
ar r astr ar por la ener gía que desencadenan. En la piñata de la vida, no es aconsejable sustentar
decisiones sobr e ar r anques emocionales. Dios nos cr ea con emociones, per o de nosotr os
depende someter las, manejar las cor r ectamente y guiar toda su fuer za a favor de lo más positivo y
her moso de la vida.
Las emociones ejer cen autor idad sobr e las tr es esfer as que distinguen la existencia del
ser humano: la mater ial, la mental y la espir itual, y moldean en muchas ocasiones el nivel de paz
y el bienestar de nuestr a existencia. En lo cor por al, son capaces de desatar r eacciones químicas
inter nas que inciden dir ectamente sobr e la salud física y mental; mientr as que, en lo espir itual, son
capaces de dejar huellas imper eceder as. Sobr e todo, las negativas, que pueden ar r uinar las
intenciones de alcanzar la felicidad.
En un e-mail enviado desde Guatemala, Ir is r ecuer da que solo tuvo una piñata de cumpleaños
en toda su infancia. Fue compar tida con su her mana, por lo que ambas estaban muy emocionadas
con la
celebr
ación:
Mi madr e fue a compr ar la con mucho esfuer zo y la tr asladó a nuestr a casa en tr
anspor te público. Ahí la aplastar on toda, per o así la llevó a la casa y la tr ató de ar r eglar,
par a que no se notar a mucho lo maltr atada que había quedado. Er a un Dumbo muy her
moso. Ahor a pienso que en esos años no pensaba tanto en el qué dir án, si la piñata
estaba fea o no, si tenía dulces r icos o no. Solo quer ía quebr ar la.
Ahor a veo cada detalle y me enfado si no está per fecto, per o no deber ía ser así.
Nunca per damos la ilusión, la alegr ía con que los niños esper an una piñata. Por muy
pequeña que sea, a ellos les cambia la sonr isa. Y cuando caen los dulces se convier te en
un festín. Hasta ter minan sin zapatos, con tal de agar r ar sus dulces.
Pr egúntate siempr e si estás dispuesto a vivir en «modo piñata», eter namente colgado de una cuer
da, ador nado por fuer a, r epleto de objetos inser tados por otr os. Además, debemos pr epar ar
nuestr a mente par a enfr entar lo que caer á de la piñata. El equilibr io nos per mite sentir nos
bien en cada momento, r omper par adigmas ante las conductas negativas, alcanzar la paz inter
ior e incluso sentir nos con más fuer za e ilusión par a encauzar nos hacia el futur o. Las per sonas
que alcanzan un alto nivel de conocimiento emocional tienen más pr obabilidades de éxito en
la vida labor al y per sonal.
Sin embar go, el equilibr io inter no es complicado de contr olar. Requier e pr áctica y
paciencia.
¿Cómo puedes ayudar
te?

Haz deport e. El ejer cicio for talece el cuer po y también el espír itu. Gr acias a él somos
capaces de conocer nuestr as capacidades y demostr ar nos que se puede llegar más lejos
cada día si tr abajamos con constancia.
Medit a. Así logr as una conexión entr e mente, cuer po y espír itu. Con la meditación, el cer
ebr o límbico (emocional) siente cómo aumenta el sentimiento de la felicidad.
Escucha música. Un estudio de la Univer sidad Nor thwster n, de Estados Unidos, r evela
el impacto positivo de la melodía en el funcionamiento del sistema ner vioso e, incluso, en
la mejor a de la pér dida de memor ia cuando envejecemos. Gr acias a la musicoter apia,
estimulamos al cer ebr o par a fomentar la capacidad de apr endizaje y concentr ación a tr avés de
la ener gía y las vibr aciones de los sonidos.
Dedica t iempo a t u familia y amigos. Son las per sonas que te han visto cr ecer como
ser
humano, las que han compar tido contigo los buenos y malos momentos, las que mejor
te conocen y que esper an que alcances el éxito. Disfr uta la vida, no hay mejor compañía que
los que te cuidan y más te quier en.
Sonríe a la vida. Reír es un ejer cicio mar avilloso, cientos de estudios asegur an que un
minuto de r isa equivale a hasta diez minutos de depor te aer óbico. ¡No está mal! Con la
sonr isa ser ás capaz de cambiar una mala situación en una posible esper anza.
No vivas en el pasado. No seas una per sona r encor osa, ese mal r ecuer do solo te va a hundir
más en el negativismo. Per dona a las per sonas que cr ees que te hicier on daño, apr ende de tus
er r or es y pasa página. Vive el pr esente. Super a el pasado mientr as visualizas y te concentr as
en el futur o.
Lecciones de la piñata
¿Qué debemos esper ar de la piñata? Todos llegamos a este mundo con una misión. Por algo estás
ahor a mismo, en este tiempo, aquí. Ahor a tienes que descubr ir cuáles son tus aptitudes y cómo
puedes llegar a hacer las talento. Encuentr a tus habilidades y esfuér zate en desar r ollar las.
Una de las pr incipales es saber escuchar, ya lo he dicho en cientos de ocasiones. Y
estamos hablando de escuchar, y no de oír, por que no es lo mismo. Oír quier e decir que somos
capaces de per cibir cier tos sonidos, aun sin llegar a entender qué son. Escuchar implica tener
activados todos los sentidos y llegar a compr ender de qué se tr ata. El pr imer o es un acto
inconsciente, mientr as que el segundo es deliber ado.
La habilidad de escuchar muestr a r espeto, favor ece las r elaciones sociales, gener a ideas
y for talece la lealtad. Escuchar ayuda a compr ender a las per sonas y esta actitud se convier te en un
fiel compr omiso. Conocer las necesidades de los demás es clave par a poder compr ender las.
De esta maner a podr emos impactar en sus vidas.
No solo tr ates de impr esionar. ¡Deja que t ambién ot ros t e impresionen a t i! El or gullo
se convier te en una for ma más de egoísmo y, al mismo tiempo, una maner a de alejar a la gente,
par a que no nos conozcan de ver dad. Las per sonas con car isma no hacen más que atr aer ; las
escuchan, muestr an sus imper fecciones y evitan ser el punto de inter és en todo momento.
Una de las per sonas a las que más admir o es toda una exper ta en el poder de escuchar : Opr
ah Winfr ey. Su habilidad la ha cor onado como una de las mujer es con más éxito e influencia del
mundo. Lo aplicaba en su pr ogr ama de televisión, per o también en la calle, donde encontr aba
los temas inter esantes par a su público. Opr ah acoge uno de los gr andes beneficios de escuchar :
apr ender. Si estamos hablando siempr e, nunca podr emos cultivar nos con las per sonas que nos pr
esenta la vida. Una her r amienta par a potenciar nuestr as habilidades y descubr ir otr as que cr eíamos
inexistentes.

Conviértete en una persona motivadora:


Sonríe, la r isa tiene la gr an habilidad de ser contagiosa.
Elogia, destaca las vir tudes de los demás, ¡puede que no las conozcan ni ellos mismos!
Escucha, no seas constantemente el centr o de atención.
Demuestra interés, ten gestos que r ecuer den que for man par te de tu vida, al igual que tú de
la suya.

Y, sobr e todo, no t e quedes prendado de los incident es aislados. En la piñata no cabe el fr


acaso; apr ende de cada er r or, te enseñar á a no volver a tr opezar con la misma piedr a. No aceptes el
r echazo, tr átalo como algo tempor al. Apr ende de ello, piensa que lo que hoy es tu debilidad
mañana ser á tu for taleza.

La cara positiva del fracaso


La capacidad par a ver más allá solo se consigue con actitud positiva ante los obstáculos. Y es
que, aunque pueda par ecer nos una for ma de ver las cosas negativas, tienes que estar pr epar ado
par a el fr acaso. ¡Todo el mundo se equivoca! Es más, los estudios asegur an que tenemos más
desilusiones que tr iunfos. El gr an r ival al que nos enfr entamos es a nuestr a pr opia decepción,
cuando no somos capaces de ver la car a positiva de este fallo que nos acer ca más a nuestr os
objetivos.
En este punto, r etomo la car ta enviada por Ana Vir
ginia:
Me llamaba la atención, y también me incomodaba, que, si no par ticipabas en la piñata,
los adultos no tar daban en opinar : «¡Ay, una niña tr iste!». «¿Por qué no te divier tes
como los
demás niños?». A mi mamá le decían: «¿Qué tiene tu hija? ¿Está br ava o se siente
mal?». Obviamente, te pr esionaban par a que fuer as como la mayor ía, sin dar le impor
tancia a tu opinión. Sin compr ender que tú er es una per sona única, con su for ma de
pensar. Y que, así seas «pequeño», ya er es capaz de saber qué te gusta y qué no, y si le
quier es dar a una piñata o no.
Hoy consider o que esta liber tad de decisión debe ser r espetada y canalizada de maner
a positiva en los más pequeños, par a que desar r ollen su segur idad e independencia.
Así asegur amos tener futur os adultos capaces de tomar sus pr opias decisiones y
sentir se cómodos y libr es donde estén. Es impor tante ver esta situación de la piñata más
allá de una situación cotidiana, y a la que no le pr estamos atención, pues tienes la
opor tunidad de educar la autoestima de tu hijo. No lo impulses a que golpee la piñata por
que sí; más bien pr egúntale qué quier e, qué piensa al r especto.
Ana nos plantea otr a maner a de r esolver un pr oblema emocional der ivado de la piñata. Tómala
en cuenta y r eflexiona. Piensa siempre en grande, pero empieza por resolver t us propios
conflict os. Tenemos suficientes fr ustr aciones como par a cr iticar las de los demás. Si actúas
antes en los conflictos del r esto, en lugar de en los tuyos, no estar ás concentr ándote en tus
objetivos, y acabar ás estancado.
Además, adentr ar te en los fr acasos ajenos puede significar que tienes miedo a super ar
los pr opios. No te afer r es a ellos, sigue solo lo valioso. No impor ta si te tr aicionar on o si sufr
iste por una mala decisión, con el tiempo ser ás capaz de ver que este tipo de situaciones te han abier
to puer tas a otr as opor tunidades: un nuevo pr oyecto, la solución a un pr oblema, nuevos amigos...
Haz que ese desconsuelo te dé fuer za par a que no te vuelva a suceder y, sobr e todo, par a desar r
ollar algo mucho mejor.
En nuestr o inter ior se encuentr an los talentos. Este potencial esper a a ser desar r ollado, un
aspecto imposible sin una sana autoestima. Reafir ma en lo que er es bueno y tr ata de r evisar lo que
no se te da bien. Pide ayuda a los demás, de nada te sir ve ser insegur o; no r eclamar consejos te
convier te en una per sona insegur a, nunca podr ás avanzar de esa maner a.
Recuer da, la per fección no existe, valor a tus habilidades. La gente pr oyecta lo que siente dentr
o, la for ma de actuar no es otr a cosa que una extensión de la actitud. No confundas la popularidad
con la felicidad. Este sentimiento lo consigues tú solo en el inter ior ; la popular idad se alcanza
con el agr ado de los demás y, en muchas ocasiones, dependiendo del poder, puede ser algo inter
esado.
No hay nada que no puedas conseguir con t rabajo y perseverancia. Busca en tu inter ior
las
ideas que te emocionan, esas por las que dar ías hor as y hor as de tu vida, en las que der r ochar ías
todo tu potencial sin queja alguna. Er es capaz de cr ecer si confías en ti, si er es tu pr opio líder. Y,
ante todo, haz del mundo algo mar avilloso. Tú puedes ser el eje del cambio si te lo pr opones.

Rompiendo paradigmas
En 2016, una foto del papa Fr ancisco r ecor r ió las r edes sociales, pr ovocando innumer
ables comentar ios. El líder de la Iglesia Católica apar ecía soltando una alegr e car cajada, r
ompiendo una vez más la tr adición y alejándose de for mas almidonadas impuestas dur ante siglos.
Es evidente que el papa, con su r isa contagiosa, diluye muchos esquemas. Como es de esper ar,
esto sucede con la apr obación de unos y la cr ítica de otr os, una dicotomía común cuando se r
ompen par adigmas.
Muchos no aceptan nuevas for mas de ver y enfr entar el mundo, se r esisten a r enunciar
a
pensamientos y hábitos establecidos y temen al cambio, a pesar de lo negativo que el inmovilismo
implica.
¡Romper par adigmas es cambiar lo que puede y debe ser cambiado! ¿Qué hay de malo en una
buena car cajada, aunque pr ovenga de la autor idad r eligiosa más impor tante del mundo?
¿Qué pensamiento ético o estético sustenta la costumbr e de esconder la felicidad? ¡Ninguno!
Cuando r ompemos par adigmas, vencemos temor es, definimos nuevos caminos y nos alejamos de
la r utina per sonal, social o labor al. Par a hacer lo, debemos confiar en nosotr os mismos y ser
apasionados.
Los ser es humanos, por lo gener al, somos adictos a los hábitos; r ever enciamos –en
ocasiones, hasta lo ir r acional– costumbr es y tr adiciones que solo sir ven par a fr enar la cr eatividad
y obstaculizar el desar r ollo. Lamentablemente, en ocasiones cr eamos y pr omovemos algunas r
utinas per judiciales, y luego sufr imos sus secuelas negativas.
Una exper iencia nada saludable –por ejemplo, un accidente de tr ánsito– puede pr ovocar patr
ones de conducta guiados por el temor. Es muy pr obable que, en lo adelante, temamos subir nos de
nuevo a un auto. Si no nos r eponemos, alimentamos ese hábito nacido del miedo.
De acuer do con Camilo Par r ado, la r esistencia al cambio «es inver samente pr opor cional
al desar r ollo per sonal» del ser humano. El motivador aconseja asumir el cambio como un hecho
de la vida, que debe apr ovechar se par a mejor ar ár eas de desar r ollo vital. Especialmente, «las
emociones desbor dadas que en muchas ocasiones entor pecen la buena disposición par a asumir
los r etos y pr oblemas fr ecuentes».23
Desde Bolivia, Mer cedes confiesa cómo consiguió tr ansfor mar sus par adigmas:
La piñata no er a un acto de equidad de los que me gustaba ser par te. Tal vez me gustaba
la equidad por que me daba la segur idad de que r ecibir ía algo. De lejos veía cómo cada
uno de los siete pecados capitales cobr aba vida, y pr efer ía quedar afuer a, viendo
como espectador a y r ecogiendo los dulces que saltaban lejos de los demás.
Con el pasar de los años entendí que la piñata es un minúsculo r eflejo de la vida misma. No
te puedes limitar a ser un mer o espectador o a r ecibir lo que los demás están dispuestos
a dar te, por miedo a ser lastimado. La clave está en adquir ir las her r amientas y salir a
luchar por lo que quier es conseguir ; aunque eso muchas veces implicar á salir
vencido, per o muchas otr as, victor ioso. Lo impor tante es apr ender la lección adecuada,
sea cual fuer e el ver edicto.
La vida es como una piñata. A veces ganas y a veces pier des, per o, si el miedo te par
aliza, no estás apr endiendo, no estás evolucionando, no estás viviendo.
La vida nos ofr ece miles de opor tunidades que solo sabr emos apr ovechar adaptando cier tos
hábitos de la nuestr a. Se tr ata de her r amientas per sonales que nos per mitan cr ecer,
especialmente cuando exper iencias negativas no nos dejan seguir hacia adelante. Por eso siempr e
destaco la necesidad de r omper par adigmas, super ar los obstáculos en el camino del bienestar.
Esta nueva constr ucción de hábitos se puede consolidar gr acias a la pr ogr amación neur
olingüística, entr e otr as técnicas o her r amientas.
La ciencia aplicada ha demostr ado que somos capaces de modificar cier tos significados
de nuestr a mente con las her r amientas adecuadas. Per o par a adoptar esta nueva conducta
existen dos r equisitos: estar dispuestos a cambiar y estar compr ometidos par a aplicar las her r
amientas el r esto de nuestr as vidas.
El lastre de los condicionamientos
Las per sonas estamos pr edefinidas o pr ejuzgadas por la sociedad, por la familia o simplemente
por la tr adición. Los temas abar can diver sos ámbitos, desde la salud hasta la educación pasando
por la estética. Vivimos muchas veces con el peso a cuestas de nuestr as her encias. Sin embar go, en
muchos casos, esas etiquetas nos limitan y entor pecen en nuestr o cr ecimiento diar io. ¿Por
qué? Por los aspectos negativos y limitantes que encier r an, que han sido par te de la configur ación
de nuestr o disco dur o –el cer ebr o–, de nuestr a mentalidad. Con fuer za de voluntad y disciplina de
campeones o atletas, podemos ir más allá de cualquier desafío que nos intente detener.
Entonces, ¿cómo no conver tir lo en algo positivo? Te pongo un ejemplo: Pablo Pineda es
un español de cuar enta y dos años que, gr acias al esfuer zo y a la educación impar tida por sus padr
es, se ha conver tido en el pr imer eur opeo con síndr ome de Down en ter minar una car r er a
univer sitar ia. Además de ser diplomado en Magister io, a pocas asignatur as de licenciar se en
psicopedagogía, ha sido galar donado con la Concha de Plata del Festival Inter nacional de Cine de
San Sebastián por su actuación en la película Yo, también. Ha publicado dos libr os: El reto de
aprender y Niños con capacidades especiales: Manual para padres. Ahor a r ecor r e el mundo ofr
eciendo confer encias de sensibilización sobr e la discapacidad.
Desde el minuto en el que nació, Pablo estaba pr edestinado a tener límites mar cados por
la sociedad. Inicialmente tendr ía una vida completamente difer ente a quienes no padecen
una discapacidad como la suya, per o sus padr es decidier on plantear se una visión de futur o difer
ente y cambiar las cosas. El pr opio Pablo ha confesado en numer osas entr evistas que sus
padr es le enseñar on a ser independiente. Le inculcar on una mentalidad positiva par a no
bloquear se ante los pr oblemas, sino buscar alter nativas par a sor tear los. Es decir, su piñata par
ecía venir vacía por nacer con unas capacidades distintas, per o la educación familiar, pr imer o, y la r
eglada, después, r ompier on el par adigma. Su piñata, ahor a, es similar a la del r esto, más allá de
los ester eotipos, pr ejuicios o conductas discr iminator ias que aún sufr en las per sonas con síndr ome
de Down.
Par a muchos otr os, sin esa condición, la piñata en la vida de Pablo le ha dado más r egalos. Así
es la vida vista desde difer entes ángulos. Gr acias a la pr epar ación que sus padr es le r egalar on,
Pablo ha cr eado una obr a maestr a con los r etazos y pr emios que cayer on de su piñata. Él no se
lamentó por no r ecibir tal o cual bendición más, que al final no venía en su piñata de vida. He
conocido a muchas per sonas que viven con una discapacidad, per o en r ealidad hacen de ella una
fuente de bendiciones per manentes, en función de ayudar a otr os a vivir mejor, a ser más felices y
a dejar de quejar se en
«modo piñata».

¿Obra maestra o lienzo sin luz?


Está clar o que for jamos algunos hábitos cuando nos suceden situaciones negativas, que dejan
huella en nuestr as vidas; r ecuer dos que establecen, a lar go plazo, un patr ón de compor tamiento,
una cicatr iz que nos mar car á, por ejemplo, a la hor a de enfr entar nos a las figur as de autor idad o
encer r ar nos en nosotr os mismos ante los demás o ser exager adamente insegur os. Estas for mas
de vida pueden llegar a ser destr uctivas y nos pr ovocan miedo. Y con miedo no somos capaces de
abr ir la piñata que nos aguar da llena de opor tunidades, futur o y de todo un poco, incluyendo los
tr opiezos y las caídas, que también tr aen opor tunidades gigantes de levantar nos par a cr ear r
esiliencia.
En la infancia, mientr as apr endemos a vivir, pr edefinimos en nuestr as r edes neur onales cier
tos pensamientos o r eacciones. De esta maner a, si volvemos a exper imentar una situación
similar, el
cer ebr o activa un mecanismo de defensa y ahor r o ener gético con actos
automáticos.
La conduct a es un element o esencial en nuest ra salud. Est á definida por nuest ro est ilo de
vida y, al mismo t iempo, concebida para adapt arse a él. Piénsalo por un instante.
Cuando nos enfr entamos a un pr oblema que nos gener a ansiedad, tendemos a consumir
alimentos poco saludables. Per o ¿y si apr endemos a cambiar los hábitos? Ser emos capaces
de r esolver lo tr as pr acticar un poco de depor te. Nunca olvides que er es quien diseña el boceto de
tu vida y el que le da color, matices y ener gía hasta conver tir la en una obr a maestr a que muchos
admir an; o en un lienzo sin luz al que nadie se acer ca. Tú defines tus pensamientos. Tú puedes
obser var tus pensamientos, conver tir te en su testigo silencioso. Las exper iencias solo te r etan a
mantener una actitud positiva y luchador a par a enfr entar te a ellas.
Podemos apr ender a r econstr uir la mente. Uno de los descubr imientos más inter esantes del
campo de la neur ociencia es la plasticidad del cer ebr o. Modificar patr ones es más sencillo
de lo que pensamos. En un ar tículo del Centr o Nacional de Investigación sobr e la Evolución
Humana, la bióloga Aida Gómez–Robles, de la Univer sidad Geor ge Washington (EE.UU.), afir ma
que el cer ebr o humano es «más sensible a las influencias ambientales», por lo que se «facilita la
adaptación a un ambiente en constante cambio, que incluye nuestr o contexto social y cultur al»24.
Entonces segur o que también podemos adaptar el cer ebr o a difer entes significados lingüísticos.
El neur ocientífico Facundo Manes, cr eador del Instituto de Neur ología Cognitiva, explicó dur
ante el ciclo «Cer ebr os en Red», de Infobae, que cada vez que los ser es humanos nos enfr entamos
a una nueva situación, «hay sinapsis que se for talecen y sinapsis que se debilitan. Esto quier e decir
que cada exper iencia modifica nuestr o cer ebr o».25 Sinapsis es la comunicación e inter acción
entr e las neur onas.
Par a definir nuevas metas que intr oducir en nuestr a piñata, debemos vencer los temor es que
nos par alizan r ompiendo par adigmas. Y a esos par adigmas sí les tenemos que jalar dur
amente, bien fuer te par a que se vayan de nuestr a conciencia. Algunos de estos patr ones de conducta
o pensamiento ya han vencido, son atajos de una ver sión infer ior caducada de nuestr o pr opio ser
en evolución. A medida que cr ecemos, nos expandimos, y eso obliga a un r eplanteamiento de
nuestr a cosmovisión del mundo. Una labor par a la que se necesitan las tr es P: pasión, paciencia y per
sever ancia.
El título del libr o Derribado, pero no destruido: Encuentre el propósito, la pasión y el poder
de mantenerse firme cuando su mundo se viene abajo, de Matthew Hagee, sugier e cuál debe ser la
actitud. Sé que suena imposible, per o está científicamente compr obado que despr endemos una
ener gía conectada a los pensamientos, que es capaz de atr aer las mismas situaciones. Es decir, si
afr ontamos un pr oblema con actitud positiva y decisión, atr aer emos situaciones beneficiosas par a
nosotr os.
¿Sabes que la sonr isa es contagiosa? Investigador es de la Univer sidad Wayne State r evelar on
que,
cuando una per sona es feliz, aumenta su esper anza de vida. El estudio de la Univer sidad sueca
de Uppsala desvela cómo somos pr opensos a sonr eír cuando nos sonr íen. Entonces,
podemos r econver tir exper iencias negativas y potenciar las par a cr ecer y ayudar también a los
demás.
No hay nada mejor que apr ender del ejemplo de otr os. Muchos conocen a Emmanuel Kelly por
el video vir al de su par ticipación en X Factor, con el tema Imagine, de John Lennon. Él es un r
ompedor de par adigmas. Unas monjas lo r escatar on en Ir ak, junto a su her mano, cuando er an
muy pequeños. Ambos sufr en gr andes malfor maciones en br azos y pier nas. Moir a Kelly, madr e
adoptiva, les llevó a vivir a Austr alia par a r ecibir tr atamiento médico.
Hoy, ambos her manos son per sonas de éxito per sonal y pr ofesional. Son ejemplos de ser es
que han compr endido cómo un tor tuoso pasado puede conver tir se en un mayor esfuer zo y
dedicación en el futur o. Hay que apr ender a sonr eír le a la vida. Con otr a conducta, cientos de
situaciones por las que
hemos pasado habr ían supuesto un gr an cambio en nuestr as
vidas.
¿El cer ebr o puede seguir apr endiendo a cualquier edad? ¡Clar o! Gr acias a la neur
oplasticidad cer ebr al. Es decir, par a r omper par adigmas debemos ejer citar el cer ebr o. Así
podr emos obtener beneficios, como sobr epasar los límites, ayudar a que el sistema ner vioso
se adapte a nuevas demandas, r eemplazar funciones per didas, enr iquecer canales cr eativos o
modificar significados que son negativos.
Santiago Ramón y Cajal, Pr emio Nobel de Medicina, sostenía que cualquier a puede adecuar
el cer ebr o a sus deseos. Esta par te de nuestr o cuer po, como cualquier otr o músculo, se for talece
con el entr enamiento. Es cur ioso, la sociedad se ha adaptado a mantener una r utina saludable con r
especto al cuer po, per o se ha olvidado de los ejer cicios del cer ebr o. ¡Con lo impor tante que es
par a nuestr o futur o!

Identificación de «anclajes»
La memor ia también se r elaciona en el cer ebr o, a la hor a de cr ear r espuestas automáticas ante cier
tos estímulos. Algunos son positivos por que nos pr otegen; por ejemplo, mir ar antes de cr uzar la
calle. Otr os nos condicionan las emociones, como el r ecuer do de las vivencias pasadas, ese
momento en el que hueles una flor o un plato de comida con el que viajas a tu infancia, per o también
una canción que asocias con tu expar eja.
A esta conexión se la llama «anclaje»; y existen anclajes positivos y negativos. Estos últimos se
r elacionan con la ansiedad y la depr esión; son pensamientos innecesar ios que nos ator mentan.
Par a estos casos existen ejer cicios que nos ayudan a eliminar la car ga emocional.
¿Cómo? Identificamos el «anclaje negativo», lo analizamos y nos pr eguntamos por qué sigue
siendo una car ga par a nosotr os. A par tir de ahí llega lo más impor tante: enfr entar nos a ello.
De esta maner a cr eamos una nueva car ga emocional ante él. Si te pr ovoca miedo, tendr ás que
ser valiente par a super ar lo. Si te afecta de maner a angustiosa, ten paciencia y tr anquilidad.
Recuer da que los pensamientos son tuyos y solo tú tienes el contr ol sobr e ellos. Si lo
decides, puedes r econver tir los. Este es uno de los pr incipios de la pr ogr amación neur
olingüística. Cada situación o actividad diar ia, sea beneficiosa o no par a nosotr os, cr ea una
intención positiva.
Está clar o que un episodio difícil puede conver tir se en una opor tunidad. Se tr ata de la impor
tancia de fallar par a cultivar se. Esto se puede extr apolar a cada pr oblema de la vida. Hay que
apr ender a sacar pr ovecho de los pr oblemas. Entender que se puede mir ar más allá y obser var los
r esultados. En lugar de per der el tiempo evaluando lo que nos está sucediendo, es más sencillo pr
eguntar se: «¿Par a qué me puede ser vir lo que me acaba de suceder ? ¿Qué puedo apr ender
de ello?». Esta nueva per spectiva nos ayuda a mantener una actitud más positiva y utilizar la par a
cr ecer ante nuestr o futur o.
Apr ende a desar r ollar una mentalidad positiva y de confianza par a alcanzar el éxito en tu
vida
per sonal y pr ofesional. No dejes este ejer cicio al azar o a la suer te. Toma después de esta lectur a
el compr omiso de tr abajar en tu mentalidad y espir itualidad una hor a cada día. Deja una hor
a de
«tiempo de r eflexión» o «tiempo par a pensar », donde te hagas pr eguntas inter esantes y te pr
epar es par a tus decisiones y par a r evisar tus cr eencias. Es muy impor tante que hagamos esto,
por que las opor tunidades y la pr epar ación nos llevan al éxito, per o las opor tunidades sin estr
uctur a (clar idad mental) nos llevan al caos.
La memor ia es un ár ea del cer ebr o que nos per mite almacenar y r ecuper ar la infor mación
que pr ocesamos a diar io. Par a cuidar el cer ebr o, también debemos salvaguar dar lo de r
ecuer dos negativos. ¿Par a qué sir ven? Cuanto más le damos vueltas a una situación dolor osa, más
afianzamos
ese tr auma en el cer ebr o, lo que pr ovoca que r eapar ezca con más
facilidad.
Por suer te par a nosotr os, el cer ebr o no envejece con la edad. En cambio, sí lo hace por falta
de actividad. Por ejemplo, a lo lar go de los años potenciamos una zona cer ebr al asociada a lo
que necesitamos a diar io, como nuestr a pr ofesión. Con los años desar r ollamos destr ezas
cognitivas; algunas de ellas, malas. Par a solucionar lo debemos desar r ollar la habilidad de desapr
ender. Apagar un piloto automático que nos complica demasiado.
Hay hábitos que se gener an por un mal r ecuer do: pánico a hablar en público si has sufr
ido bullying de niño, o miedo al compr omiso cuando te han r oto el cor azón. Gr acias a la
meditación podemos alter ar los r ecuer dos negativos a par tir de la pr ogr amación neur olingüística.
Por ejemplo, en un lugar tr anquilo y con tiempo, r evive el r ecuer do negativo pr estando
atención a los detalles. Después vuelve a hacer lo, mir ándolo como si fuer as una ter cer a per
sona, un simple espectador. Entonces, alter a el r ecuer do, puedes satir izar una par te par a r ecor dar
lo con diver sión.
Sin embar go, me gustar ía que entendier as que no debemos eliminar todos los malos r ecuer
dos por que, al fin y al cabo, nos han hecho como somos. Las malas exper iencias afianzan nuestr a
for ma de ser, nos hacen más fuer tes y nos ayudan a pr oteger nos de quienes nos r odean.

La resiliencia
Retomo aquí el concepto de r esiliencia en los ser es humanos. Vayamos al diccionar io de la
Real
Academia Española de la Lengua:
resiliencia:
Del ingl. resilience, y este der. del lat. resiliens, -entis, par t. pr es. act. de resilīre ‘saltar
hacia atr ás, r ebotar ’, ‘r eplegar se’.
1. f. Capacidad de adaptación de un ser vivo fr ente a un agente per tur bador o un estado
o situación adver sos.
2. f. Capacidad de un mater ial, mecanismo o sistema par a r ecuper ar su estado
inicial cuando ha cesado la per tur bación a la que había estado sometido.
A las per sonas que van por la vida en «modo piñata» o de víctimas les es muy complicado entender
que no es toda su vida la que está condenada a ser dur a, difícil u hostil, sino que les cor r esponde
ser agentes del r ebote, elementos de salto y pr ogr eso. Este es uno de los conceptos que más
me ha ayudado a entender mi capacidad y for taleza de vida.
La r esiliencia es fundamental por que nos invita a ser flexibles, agr adecidos y r ecur sivos con
los
elementos que nos caen de nuestr a piñata de vida. Por eso, y basados en esta capacidad, entr e
muchas otr as, que tiene el bambú como planta, hicimos dos libr os par a tr ansmitir dichas her r
amientas: El secreto del bambú (adultos y jóvenes) y Ser como el bambú (niños).
Y como nada en este mundo está aislado de cualquier otr o elemento, el gr ado de familiar idad
de las piñatas con el bambú es muy alto. Además de las conocidas ollas de bar r o, en México
también se fabr ican piñatas con bambú, cubier tas con papeles de color es. El bambú debe ser un
buen r efer ente par a llevar nuestr a vida, justamente por su r esiliencia, que es la capacidad de los
ser es vivos par a sobr eponer se a per íodos de dolor emocional y a situaciones adver sas. Es un tér
mino que se toma de la r esistencia de los mater iales que se doblan, sin r omper se, par a r ecuper
ar la situación o for ma or iginal.
Tal como te cuento en El secreto del bambú, la existencia de esa planta es una bendición par a los
ser es humanos. Simboliza la gr andeza de la nada, por que desar r olla su tr onco alr ededor del
vacío. Ese vacío, según el pensamiento asiático, es el contenedor de su inagotable espir
itualidad. Muy popular en ese continente, ha sabido ganar se un lugar en la conciencia colectiva
de la humanidad por que se ha puesto al ser vicio de la gente a tr avés de sus innumer ables usos:
con el bambú se constr uyen casas, muebles, flautas, canales de agua, vasijas..., se hace papel y se
pr epar an r ecetas de cocina.
Su tr ascendencia es inagotable. Muchas especies de bambú tienen las r aíces conectadas, por lo
que cr ean extensas comunidades bajo tier r a. Es una r aíz que cr ece en solidar idad. Mucho
podemos apr ender del bambú en tér minos de r esiliencia. Es dur ader o y difícil de exter minar. Una
vez que sus r aíces se solidifican, sus tr oncos cr ecen muy r ápidamente y hay quienes dicen que el
bambú es más fuer te que el acer o. Sin embar go, tiene una flexibilidad impr esionante. El viento y
la lluvia der r iban otr os ár boles apar entemente más fuer tes, per o el bambú r ecibe el tempor al
danzando: cede y se dobla, per o no se r ompe.
En el mensaje final de El secreto del bambú, el viejo Huáscar dice a su hija Tania: «For talece
tu mundo inter ior, conócete a ti misma antes de salir a conquistar lo que te r odea. El éxito necesita
un lar go pr oceso de incubación, r equier e de mucha paciencia. ¡Esa es la clave, paciencia!
También r equier e de mucho esfuer zo y dedicación. Cuando actúas así, una vez que ger mine el
éxito, tendr á un r ápido cr ecimiento, como el noble bambú, pues se sustenta sobr e bases fuer tes».
En el manifiesto le pide que intente siempr e llegar al cielo, como el alar gado tr onco del
bambú, per o que nunca se der r umbe por un fr acaso momentáneo. «Adecúate a la peor de las
situaciones, sé fir me, per o consecuente. No per mitas que te ar r astr en ideas r ígidas y limitantes,
esas que son madr e del inmovilismo. Nunca pases por alto tus debilidades. Todos las tenemos».
Pr acticar la r esiliencia implica un pr ofundo autoconocimiento. Una visión del mundo
donde veamos opor tunidades por todas par tes, incluso fr ente a los pr oblemas. Incluye r
odear nos de per sonas capaces de apor tar ideas y soluciones, for mar equipos de tr abajo basados en
la eficiencia y en el conocimiento compar tido. Los r esilientes se car acter izan por su cr eatividad
y no pr etenden vivir con todos los pr oblemas r esueltos. La incer tidumbr e también les anima, les
for talece.

La actitud ante los recuerdos


También los r ecuer dos nos ayudan a tomar decisiones en el futur o ante asuntos decisivos. Si
los bor r ásemos de nuestr o cer ebr o, per der íamos esa r efer encia. ¿Cómo sabr emos entonces qué
debemos incluir en nuestr a piñata?
En una car ta, Vanessa Rivas menciona que actualmente enseña a sus hijos a ir tr as lo que les
gusta,
sin impor tar lo que digan los
demás:
Las piñatas que les hice nunca fuer on de sus per sonajes favor itos, sino de algún per
sonaje malvado. Me par ecía tr iste que ellos no entendían por qué debían caer le a palos
a quien quer ían, que en este caso er a su per sonaje favor ito.
Al final, por lo menos en mi vida, las piñatas r epr esentan alegr ía y sor pr esa por
lo inesper ado. Y con deter minación, obtener lo que se quier e, por que obtienes
tantas golosinas como seas capaz de atajar.
Cambiar los per sonajes de la piñata par a no apalear a nuestr os hér oes favor itos es una
maner a excelente de r omper par adigmas. Todos los pr oblemas tienen solución. Si sabemos inter
pr etar los,
podr emos abr ir la piñata, tomar lo positivo, dejar ir lo negativo y alcanzar el éxito en ar monía par
a nuestr as vidas. Cuanto más positivos somos, mejor pr epar ados estamos par a asumir lo que tr
ae la piñata y más salidas encontr amos. Cuantos menos r ecuer dos dolor osos ar r astr emos, tendr
emos más her r amientas par a disfr utar nuestr a piñata.
Lo que muchos otr os ser es humanos hacen es llevar se su piñata a cuestas, con todo lo que
alguien les puso dentr o. Sin dar se cuenta, van sopor tando en sus espaldas o cabezas esa pesada
car ga de eventos, tr aumas, cr íticas, elogios y sor pr esas. Nuestr a vida, en caso de que quier as ver
la como una piñata, es justo par a ser compar tida, vaciada. Y, en el mejor de los casos, son
aquellas con falso fondo, r eutilizadas par a no tir ar tanta basur a a la gr an casa nuestr a que es la Tier
r a.
Ya conoces los dos r equisitos: estar dispuestos a cambiar y estar compr ometidos con aplicar
las her r amientas el r esto de nuestr as vidas. Si quier es alcanzar más opor tunidades, si quier es apr
ovechar los r egalos de tu piñata, identifica los compor tamientos tóxicos y modifica las conductas
ineficaces que te hacen tr opezar con la misma piedr a.
Mantén una actitud positiva ante los pr oblemas, apóyate en los r ecuer dos par a avanzar, apr
ende las lecciones que puedas sacar de los momentos negativos, r epr ogr ama los que sean un
lastr e y elimina las actitudes o r eacciones automáticas. Per o, sobr e todo, ejer cita tu cer ebr o a diar
io.
Dejo par a casi el final la car ta de Iván, desde México:
Ismael, ¿de qué maner a podemos entr enar la mente par a enfr entar nos a la
complicada piñata de la vida, a todos los acontecimientos, tanto a los buenos como a los
malos? De niño sufr í con las piñatas. Luego he ido mejor ando esa huella, per o esper o
llegar al día en que pueda tr ansfor mar ese par adigma y sacar las mejor es enseñanzas
de la piñata de la vida. ¿Me ayudar ías?
¡Por supuesto! Todo este libr o va dir igido a per sonas como tú, que desean dejar a un lado el papel
de víctimas y cambiar las cir cunstancias de su vida par tiendo desde su inmenso poder de elegir
cómo r eaccionar. Quier o que veas tu pasado desde otr a per spectiva, que conser ves el contr ol y
que r evises las decisiones par a cambiar el r umbo de tu vida. Par a ello, cr eamos algunas her
r amientas que podr ían ayudar te a sanar y/o enmendar her idas del pasado. Por que no impor ta si
te ha tocado una piñata r epleta de sor pr esas agr adables y r icos car amelos, ni tampoco si te
quedaste solo con los pedazos y alguien se ha llevado tus r egalos.
Existen siete pilar es espir ituales, o si pr efier es siete pr incipios univer sales. Se tr ata de
puntos básicos que, aplicados a nuestr a vida cotidiana, nos per miten ser una mejor ver sión de
nosotr os mismos y alcanzar el máximo potencial par a tr iunfar y vivir a plenitud. Aquí te pr opongo
un r esumen de mis Siete llaves, un álbum y pr ogr ama de audios par a contr ibuir a tu potencial
infinito. Te asegur o que al escuchar los tendr ás inspir ación par a cr ear un momentum de cambio
que te lleve con acción al pr óximo nivel de tu desper tar de conciencia. Puedes descar
gar Siete llaves visitando www.IsmaelCala.com.
L AS SIETE LLAVES
1. Gratitud
Cultivar la gr atitud no cuesta nada y puedes obtener muchos beneficios. Según la ciencia, la gr
atitud mejor a la salud. Las per sonas agr adecidas sufr en menos dolor es y se sienten más saludables,
tienden a cuidar se más, de acuer do con un estudio publicado en Personality and Individual
Differences. Pr acticar la gr atitud ayuda a r educir la depr esión y mejor ar la autoestima, así
como a super ar emociones tóxicas como la envidia, el r esentimiento, la fr ustr ación y los r emor
dimientos. La gente agr adecida es más sociable, sensible y empática, según una
investigación r ealizada por la Univer sidad de Kentucky, en la que los par ticipantes que
tenían un nivel más alto de gr atitud demostr ar on menos tendencia a buscar algún tipo de
venganza.
Otr o de los beneficios que gozan las per sonas que pr actican la gr atitud es dor mir mejor,
de acuer do con Applied Psychology: Health and Wellbeing. Según explica, dedicar un pr
omedio de quince minutos diar ios a agr adecer antes de ir nos a acostar nos ayuda a dor mir
mejor y por más tiempo.
La gr atitud mejor a la autoestima, elemento esencial par a un r endimiento óptimo, según un
estudio r ealizado con atletas y publicado en Journal of Applied Sport Psychology.
La gr atitud r educe el estr és y ayuda a super ar tr aumas, según r efier e una investigación
publicada en Behavior Research and Therapy, r ealizada entr e veter anos de la guer r a de Vietnam.
Se demostr ó que, a mayor nivel de gr atitud, menor nivel de tr astor no de estr és postr aumático.
Dos años después del ataque ter r or ista del 11 de septiembr e de 2001, el Journal of Personality
and Social Psychology publicó un estudio que r eveló que la gr atitud contr ibuye a desar r ollar
la r esiliencia, lo que nos demuestr a que hay que ser agr adecidos, aun en los momentos más
difíciles.
Todos tenemos la capacidad y la opor tunidad de cultivar la gr atitud. Solo necesitamos
dedicar unos minutos par a agr adecer lo que tenemos, en lugar de quejar nos por las cosas que
pensamos que mer ecemos y no tenemos. Desar r ollar una «actitud de gr atitud» es una de las for
mas más sencillas par a sentir nos satisfechos con la vida.
En lo per sonal, al ter minar la pr áctica de mis r ituales diar ios de gr atitud, he visto cómo, al mir
ar la piñata de la vida, los r egalos o paqueticos que despr eciaba cobr an otr o valor como
fuentes de apr endizaje y cr ecimiento. Usa la gr atitud par a dar le una mejor mir ada a lo que la
piñata de la vida te está lanzando.

2. Humildad
Humildad es no tener la necesidad de poner nos por encima de los demás. Se desper dicia
mucha ener gía en el esfuer zo de dar se impor tancia, de tr atar de pr obar que somos mejor es, más
r icos, más listos, más sabios, más inteligentes o más dignos que los demás. Nuestr a alma, que es
nuestr o ser ver dader o, no necesita embar car se en una competencia de egos o de estatus con nadie
más.
Estudios r ealizados demuestr an que la humildad puede ayudar nos a mejor ar nuestr a vida.
Por ejemplo, la investigación publicada en el Academy of Management Journal, hecha por Br adley
Owens y David Hekman, r eveló que los líder es que son humildes no solo son más agr adables, sino
también
más efectivos.
Estudios llevados a cabo por el psicólogo Pelin Kesebir r evelan que quienes son humildes tienen
más autocontr ol, ya que le pr estan menos atención al yo; tal vez por que r econocen sus pr
opios límites, mientr as que las per sonas obsesionadas consigo mismas tienen menos autocontr ol.
Saber contr olar se es una de las claves del éxito.
Las per sonas humildes son mejor es jefes y mejor es empleados, en gener al. En el caso de
los estudiantes, obtienen mejor es calificaciones, según r esultados de los estudios de Wade C.
Rowatt y Meghan K. Johnson.
Otr a investigación, esta r ealizada por Don E. Davis, r eveló que las per sonas humildes
tienen mejor es r elaciones, en gener al, por que aceptan a los otr os como son. Además, desar r ollan r
elaciones más fuer tes y son más colabor ador es.
La humildad nos liber a de competencias absur das y nos per mite usar nuestr a ener gía par a
ser cr eativos y cr ecer. Con humildad podr íamos admir ar las piñatas ajenas, entendiendo que
nuestr o ver dader o valor no está en el atr activo y deslumbr ante envoltor io de la piñata,
sino en las her r amientas y capacidades de quien se sir ve de ella como fuente de ingenio,
innovación y cr eatividad.

3. Optimismo
El optimismo no es una esper anza infantil, es un estado pr oactivo de la mente. Cuando
somos optimistas hacemos posible que las cosas buenas sucedan, ya que, al poner lo mejor de nosotr
os, nos damos cuenta de que gr an par te de los r esultados que buscamos están a nuestr o alcance.
Si bien es cier to que no podemos contr olar las cir cunstancias de lo que nos sucede, sí
podemos pensar en estr ategias que nos per mitan adaptar nuestr as acciones a las r ealidades que la
vida nos pr esenta.
En un estudio se evaluó a pacientes de mediana edad que ser ían sometidos a cir ugía cor onar
ia par a implantar les un mar capasos. A cada uno de los par ticipantes se le pasó un examen físico y
otr o psicológico par a medir optimismo, depr esión, neur oticismo y autoestima. Seis meses
después de la oper ación, cuando se analizar on los r esultados, se descubr ió que los optimistas
tenían cincuenta por ciento menos de pr obabilidades de necesitar una nueva hospitalización. Entr e
pacientes sometidos a angioplastia, el pr ocedimiento par a limpiar las ar ter ias obstr uidas, el
optimismo demostr ó actuar como pr otector, mientr as que las per sonas pesimistas tenían una
tendencia tr es veces mayor de sufr ir un ataque al cor azón o de r equer ir una segunda inter vención
quir úr gica u otr o mar capasos.
Una per spectiva positiva puede ayudar a los pacientes a r ecuper ar se después de un pr
ocedimiento
car díaco, y r educir el r iesgo de padecer de hiper tensión. En pr omedio, las per sonas con
más emociones positivas tienen niveles de pr esión ar ter ial baja. El optimismo beneficia dir
ectamente al cor azón.
El optimismo aumenta las pr obabilidades de que logr emos lo que quer emos y que en el pr
oceso nos fr ustr emos menos. Ser optimistas gar antiza que mucha otr a gente nos invite a disfr utar
de lo que lleva en su pr opia piñata. Las per sonas buscan elevar se con la pr oximidad de un
optimista.

4. Generosidad
Uno de los mejor es antídotos contr a el mal humor, la amar gur a, el r esentimiento, la pér dida
de pr opósito y la autocompasión de tanta gente es sacar los de su bur buja de egoísmo par a que
hagan cosas buenas por los demás.
Cuando damos algo de nosotr os mismos, ya sea tiempo, ener gía o diner o, no solo es
una bendición par a la per sona a la que ayudamos, sino que nosotr os también somos bendecidos de
alguna for ma, ya sea con un mejor empleo, con un mejor salar io o con más años de vida con salud.
Existen investigaciones que lo pr ueban, como la efectuada por la psicóloga social Liz Dunn, que
demostr ó que no compar tir lo que tienes con otr as per sonas puede causar que el or ganismo pr
oduzca altos niveles de cor tisol, que es la hor mona del estr és. Mientr as que un poco de estr és
puede ser bueno, mantener altos niveles puede llegar a causar pr oblemas de salud.
Otr o estudio, que fue r ealizado por la Univer sidad de Wisconsin-Madison, r eveló que ayudar
a otr as per sonas en el tr abajo puede aumentar nuestr os niveles de felicidad, ya que ser altr uista no
solo mejor a la sensación de bienestar en el centr o de labor es, sino que además hace que las per
sonas se sientan más compr ometidas y, por consiguiente, haya menos pr obabilidades de que r
enuncien. El pr ofesor Donald Moynihan, de La Follette School of Public Affair s, también de la
Univer sidad de Wisconsin-Madison, dice que ayudar a otr as per sonas nos hace felices. Asegur a
que el altr uismo funciona par a mucha gente como un sistema de r ecompensa psicológica saludable.
Cuando se tr ata del éxito a lar go plazo, la gener osidad super a al egoísmo, de acuer do con
un estudio hecho por la Univer sidad de Pennsylvania. Donde hay cooper ación, todos se benefician
del tr abajo de gr upo y eso lleva a logr ar mayor es éxitos que cuando se actúa de for ma egoísta y
cada quien tr abaja solo por sus pr opios inter eses.
En el caso de las per sonas que r ealizan tr abajo voluntar io, no solo mejor a el bienestar y
la satisfacción con la pr opia vida, sino que además está vinculado con la r educción de los niveles
de depr esión y un menor r iesgo de mor ir pr ematur amente, de acuer do con un r epor te del Journal
BMC Public Health, basado en var ios estudios. El ver dader o éxito en la vida r adica en cuánto
somos capaces de apor tar de nuestr a piñata a los demás. Añadir valor constantemente a otr os nos
convier te en ser es gener osos y plenos.

5. El perdón
Per donar no significa que apr obamos o aceptamos lo que alguien nos ha hecho. Se tr ata de soltar
y dejar ir, por que cuando nos dejamos llevar por la venganza, nos atamos a lo que nos ha hecho sufr
ir o sentir mal y per mitimos que quien nos ha hecho daño nos victimice de nuevo. Cuando
desviamos nuestr a ener gía hacia la ir a, el r esentimiento, la venganza y la r epr esalia, estamos
per diendo una par te de nosotr os mismos.
El per dón es de beneficio par a nuestr a salud, tanto física como mental, según lo ha demostr ado
la
ciencia a tr avés de diver sos estudios. Char lotte VanOyen Witvliet, psicóloga de Hope College,
le pidió a un gr upo de per sonas que pensar an en alguien que las hubiese her ido, maltr atado u
ofendido. Mientr as pensaban en esto, ella monitor izaba su pr esión ar ter ial, fr ecuencia car díaca,
tensión de los músculos faciales y actividad de las glándulas sudor ípar as. Al r ecor dar lo
sucedido, la pr esión ar ter ial y el r itmo car díaco de los par ticipantes aumentar on, y también
sudar on más. Recor dar situaciones desagr adables les r esultó estr esante: sintier on enojo, tr
isteza, ansiedad y falta de contr ol. Witvliet también les pidió que tr atar an de compadecer a sus
agr esor es o que imaginar an que los per donaban. Cuando pr acticar on el per dón, sus signos
bajar on y solo pr esentar on el nivel de estr és nor mal que pr oduce el desvelo.
Per donar ha pr obado ser de beneficio en las r elaciones, tanto familiar es como r ománticas
y labor ales. Los investigador es Johan Kar r emans y Paul Van Lange, en Holanda, y Car yl Rusbult,
en la Univer sidad de Car olina del Nor te, han r ealizado investigaciones conjuntas y separ adas
sobr e el
per dón en r elaciones cer canas. Han compr obado que las per sonas están, por lo gener al,
más dispuestas a per donar si sienten confianza y la voluntad de sacr ificio de su par eja.
Según los investigador es, per donar está asociado con un mayor nivel de bienestar,
especialmente en las r elaciones de más compr omiso. Las per sonas en r elaciones con compr
omisos fuer tes tienen más que per der si la r elación fr acasa, por lo que estar ían dispuestas a hacer
cier tos sacr ificios.
Los beneficios físicos del per dón par ecen aumentar con la edad. Un estudio dir igido por Lor
en Toussaint, psicóloga de Luther College, en Iowa, en conjunto con David Williams, Mar c
Musick y Susan Ever son, llevó a cabo una encuesta nacional entr e unos 1.500 estadounidenses. Se
les pr eguntó el gr ado en que cada uno pr actica y exper imenta el per dón r especto a sí mismo, a otr
os y a Dios. El estudio incluyó la salud física y mental. Toussaint y sus colegas descubr ier on
que las per sonas mayor es y las de mediana edad tienden a per donar más a menudo que los adultos
jóvenes, y también se sienten más per donados por Dios.
Además, encontr ar on una r elación significativa entr e per donar a otr os y el buen estado de
salud entr e los estadounidenses de mediana edad y mayor es. Las per sonas mayor es de cuar enta
y cinco años de edad que habían per donado r epor tar on sentir se más satisfechas con sus vidas y
ser menos pr opensas a sufr ir tr astor nos psicológicos, tales como ner viosismo, inquietud y tr isteza.
Como hemos leído en testimonios, algunos tr aumas o r encor es de lo que debió tr aer nuestr
a piñata de vida per manecen y quedan como lastr es o cadenas mentales invisibles, per o sólidas,
en muchos ser es humanos. El per dón es el antídoto par a que el amor r egr ese a donde ha ger
minado el odio, la culpa, el r esentimiento, los celos, la envidia.

6. La intención
Entender el pr incipio de la intención es dar nos cuenta de que, cuando elegimos algo,
enfocamos nuestr a ener gía en eso. Par a logr ar el éxito, necesitamos cr eer que el univer so va a
conspir ar par a dar nos lo que quer emos, si alimentamos nuestr as intenciones de tr iunfar.
Un día sin intención es un día desper diciado. Cr ear una intención es tener clar o lo que quier
es logr ar en un día, una semana, un mes, un año o a lo lar go de tu vida. Y aunque suene muy simple,
es en r ealidad muy poder oso. Cuando te tomas un tiempo par a pr eguntar te qué es lo que quier es
logr ar hoy par a que sea un día fabuloso, instintivamente haces una lista mental y deshechas lo
que no te inter esa, par a centr ar tu atención en lo que r ealmente quier es y que te dar á satisfacción y
felicidad.
El poder de la intención ha sido compr obado a tr avés de estudios científicos. El investigador
y
sanador alter nativo, el doctor Masar u Emoto, de Japón, se hizo famoso con sus exper imentos de
las moléculas del agua pr esentados en el film What The Bleep Do We Know? Sus exper
imentos demostr ar on que el pensamiento humano y las intenciones pueden alter ar la r ealidad
física como la estr uctur a molecular del agua. Ya que los humanos estamos compuestos de por lo
menos un sesenta por ciento de agua, su descubr imiento tiene implicaciones impor tantes que
nos deben llevar a pr eguntar nos si podemos dar nos el lujo de tener pensamientos o intenciones
negativas.
Otr a de las famosas demostr aciones del doctor Emoto es la del exper imento del ar r oz, en el
que r evela el poder del pensamiento negativo y el pensamiento positivo. Emoto puso por ciones de
ar r oz cocinado en dos r ecipientes. En uno de los contenedor es escr ibió «gr acias», y en el otr
o, «tonto». Después les pidió a niños en edad escolar que leyer an en voz alta lo que estaba
escr ito en las etiquetas, cada vez que pasar an por ahí. Después de tr einta días, el ar r oz guar
dado dentr o del r ecipiente con pensamientos positivos había sufr ido pocos cambios, mientr as
que el ar r oz del contenedor con pensamientos negativos estaba mohoso y podr ido.
Si no nos detenemos a dar le significado a nuestr as acciones, ter minar emos tr abajando un
montón sin un objetivo en mente, agotados, sin r ecompensa, y así se nos escapar án los días y la vida.
Cada día que pase sin que decr etes una intención es un día per dido en el campo de
las posibilidades infinitas. Cada acto que haces donde no invocas una intención es como si cr eyer as
en el azar par a manifestar car ácter a tu vida. Cada pensamiento que pasa por tu mente y dejas
ir, sin pr eguntar te cuál es su intención, es un fantasma er r ante que r egr esar á en tu búsqueda par
a tomar te despr evenido. No dejemos que la piñata de la vida nos sor pr enda con lo que nos lanza,
sin al menos cr ear un escudo de pr otección con el poder de la intención. Cuando decr etas una
intención de amor y compasión, es muy difícil que la piñata, por muy escasa que sea su pr ovisión,
no te r ecompense con paz, calma, quietud y dicha, aun en medio del caos exter ior.

7. La esperanza
El éxito y el fr acaso son calificativos que nosotr os mismos le damos a nuestr as exper iencias.
Nos demos cuenta o no, estamos constantemente pr ogr amando los r esultados en nuestr as vidas.
Par te del éxito es la intención y la esper anza que ponemos en ellos. La clar idad de nuestr a intención
y la fuer za de nuestr a esper anza se unen par a enfocar nuestr a atención y ener gía en los r esultados.
Todos tenemos der echo a tener éxito en la vida, per o, cuando dudamos de nosotr os mismos,
o per demos el pr opósito, enviamos ese mensaje a los demás. Y lo contr ar io sucede cuando
tenemos clar o lo que quer emos.
Tener esper anza nos hace sentir bien, y es bueno par a nosotr os, según ha compr obado la
ciencia en diver sos estudios. Los doctor es Shane López y Matthew Gallagher, de la Univer sidad
de Boston, descubr ier on que la esper anza ayuda a cr ear emociones positivas. Y, aunque la
esper anza y el optimismo son distintos entr e sí, ambas son impor tantes par a logr ar la felicidad
y el bienestar. La doctor a López, quien ha estudiado la esper anza en millones de per sonas a tr avés
de su tr abajo en las encuestas de Gallup, dice que la esper anza por sí sola no hace feliz a una per
sona, per o es un paso necesar io en el camino hacia la felicidad.
El doctor Randolph Ar nau, psicólogo de la Univer sidad del Sur de Mississippi, y un gr upo
de colegas, encuestar on a más de 500 estudiantes univer sitar ios par a medir sus niveles de esper
anza, depr esión y ansiedad. Meses después r epitier on la encuesta y obser var on que los
estudiantes que expr esar on mayor esper anza al inicio del estudio pr esentaban niveles más
bajos de depr esión y ansiedad.
Como sucede con otr as car acter ísticas, algunas per sonas son más optimistas que otr as.
En
gener al, la gente que es más agr adable y extr over tida tiende a tener más esper anza, según el
doctor Ar nau. Y quienes tienen más esper anza, también tienden a ser mejor es par a fijar metas.
La doctor a López dijo que, ante una cr isis, las per sonas menos optimistas tienden a encer r ar
se, mientr as que quienes mantienen la esper anza toman medidas par a hacer le fr ente.
La esper anza acompaña a cada niño y adulto en su expectativa, en el momento de descubr ir qué
le llega en su piñata. Está en nosotr os for talecer el concepto de esper anza desde el inter ior, como
una fuer za divina del espír itu y no como una hueca suposición o subjetiva idea, basada en la car
encia de la mater ia. La esperanza es infinit a cuando llega del alma, la esperanza es muy
esquiva cuando busca un efímero premio mat erial.
EL MÉTODO CALA DE V IDA
He tenido la suer te de r ealizar confer encias en toda Amér ica Latina, España, Estados Unidos
y Canadá. Cur iosamente, algunos me pr eguntan: «Ismael, ¿bajo qué método vives?», «¿cuál es
tu filosofía de vida?», «¿cómo has cr eado ese espír itu de tr ansfor mación, de r einvención, par
a no dor mir te en los laur eles?». Me han cuestionado incluso por qué no confío demasiado en los tr
iunfos, a pesar de tanto r econocimiento exter ior por el tr abajo en medios de comunicación.
Muchos de mis colegas, en voz baja, también me pr eguntan cómo se hace par a no sucumbir a esa
dr oga que es el
«elogio».
Y la ver dad es que sí, ha sido una gr an tentación poder decir : «Llegué, estoy en la apar
ente cúspide del éxito». Dur ante muchos años viví en el mundo de los to do lists, las metas, r
esoluciones y tr iunfos par a mar car mi éxito. Hoy mi visión de éxito va más allá. En el cr ecimiento
inter ior es donde entendemos que la mente es un tigr e hambr iento e insatisfecho que r eclamar á su
pr óximo ataque por cuestiones de super vivencia. Además, es un tigr e que se ha tr agado un
cocodr ilo. Sí, por que el cocodr ilo es el cer ebr o r eptiliano que todos llevamos dentr o, el más
básico. Estudiar el tema me ha sacado canas y quitado el sueño. El conocimiento que hoy compar to
en estas páginas tr ansfor mó mi vida, y sé que cambiar á la tuya, por que ni tú ni yo quer emos vivir
en «modo piñata».
En mi pr imer a juventud tuve una mentalidad exitista, per o puedo decir con or gullo que nunca
he cr eído que la vida se base simplemente en escalar una única montaña, en llegar a la cima y plantar
la bander a, como si del Ever est se tr atar a, y quedar nos ahí. Incluso, si lo tomár amos de maner a
liter al,
¡nadie sube el Ever est par a quedar se en la cima! Allí mor ir ía de fr
ío.
El pr opósito de nuestr a vida no podr ía ser, de ninguna maner a, escalar una imponente
cima por que apar entemente sea la más gr ande. Eso no ser vir ía de mucho en el espectr o más pr
ofundo de nuestr a existencia. Par te de la aventur a de escalar el Ever est es volver a bajar, r egr esar
a casa. Y en ese camino de vuelta debemos constr uir una meta super ior a la ya cumplida. Una de otr
o tipo, que no tiene por qué ser otr a montaña nevada. Hay que llevar adelante la mentalidad de cor
diller a, y no de cima; la mentalidad de ar chipiélagos, y no de islas humanas que viven aisladas entr
e sí. Somos ser es conectados en la cer canía de nuestr a r ed de ener gía, electr icidad espir itual y
conciencia.
En estos cuar enta y seis años he apr endido muchas lecciones de vida. Algunas me han llevado a
la fir me conclusión de que nuestr o destino se dibuja en los momentos de tomar decisiones.
Nuestr o destino es una fina línea entr e lo que deseamos constr uir en el futur o y lo que hemos
caminado – huellas incluidas– hasta hoy. «Destino» no es un sustantivo que cae en el incier to
mundo de las pr edicciones, sino que es elegir entr e el esfuer zo de ser y la liber ación del ser,
dadas las bondades, talentos y fuer zas que nos han sido entr egados. Son dos actos que par ecen
contr adictor ios, per o constituyen dos car as de la misma moneda.
El esfuer zo de ser es tu estado de gr acia y cr eación, tomar la voluntad de usar tu libr e albedr
ío par a for jar un camino desde la autodisciplina, el autoconocimiento, la iluminación y el desper
tar. Llámese iluminación al mar avilloso y pr ofundo descenso, en un r eto de inmer sión hacia el
alma pr ofunda. No hablo de iluminación solo hacia el cielo o hacia fuer a, sino hacia dentr o. Ahí es
donde yace el enigma de nuestr a existencia, con todas las r espuestas que llegan en descar ga
chispeante desde la fuente del Cr eador. El otr o elemento es la liber ación del ser. Este es el pr
oceso de dejar que tu conciencia pur a y ver dader a sea escuchada, y poner a r aya al ego par a que
per mita que tu ser aflor e en su ar moniosa pr esencia con el todo.
Te invito a tomar la r esponsabilidad de elabor ar tu destino bajo el micr oscopio de la
vida cotidiana y abandonar par a siempr e el «modo piñata». Poner una lupa, no sobr e todo lo que
te ha pasado, sino sobr e lo que haces cada día. Así de simple, todos los días. Poca gente
quier e la r esponsabilidad que conlleva la disciplina de fiscalizar sus pr opios pasos diar ios. Así es
más sencilla la vida, yendo en «modo piñata», como víctima, solicitando miser icor dia: «Mir en todo
lo que me ha tocado vivir ». Es mucho más cómodo r ecitar pr oblemas que gestionar
soluciones. Debemos mantener nos en guar dia contr a los pensamientos que tr aen una y mil
justificaciones, debido a las cir cunstancias que hemos vivido. Pongámonos una inyección contr a la
excusitis infinitus, como dice mi mentor Robin Shar ma, autor de El monje que vendió su Ferrari.
Cuando no estudias tus hábitos y por qué tomas deter minadas decisiones, es fácil echar las culpas
a otr os de lo que te sucede en la vida y del destino que te tocó vivir. Abr aza tus miedos y salta al
vacío con ellos, deja tu histor ia antigua y publícala solo par a que otr os entiendan que ella no te
define, por que er es capaz de r eescr ibir la. Mientr as r epitas la histor ia que alguien te contó o la
ver sión que cr eciste alimentando, no tendr ás la opción de decir : «La histor ia de mi vida la escr ibe
un tr iunfador ». Al final, esa es la mejor de nuestr as pr opuestas de vida. Dios nos hizo par a cr ecer
en la excelencia, y no par a vivir en el pantano de la mediocr idad y el despr opósito.
Lo que difer encia a los ser es humanos de los animales es la capacidad par a manifestar r
ealidades, más allá de las cir cunstancias en las que nacemos. Podemos hacer lo. Está en ti esa
capacidad tr ansfor mador a, cada día, a cada momento. Cuando decides, la usas; cuando te r indes, la
niegas.
Los camaleones tienen la capacidad de camuflar se par a adaptar se a nuevos ambientes. El hombr
e no solo es capaz de adaptar se, sino que también puede cr ear nuevos ambientes. Por ejemplo,
hemos inventado el air e acondicionado par a contr ar r estar el calor ; la calefacción, par a cobijar
nos del fr ío extr emo; los zapatos, par a pr oteger nos los pies. Los ar quitectos nos r egalan edificios
par a no que no vivamos en cuevas o chozas.
Entonces, somos ser es inteligentes, intelectual, emocional y espir itualmente hablando. Cada
vez que tomamos una decisión, esta tiene una r eper cusión en una cadena de r eacciones. For ma par te
de un efecto dominó, que pr ovocamos alr ededor nuestr o, por el r esto de la vida. Por ejemplo, si
todos los días nos negamos a per mitir nos tr einta minutos, como mínimo, par a el movimiento
físico, después no podr emos quejar nos de no alcanzar una salud per fecta. Nuestr o cuer po no
estar á balanceado y tampoco tendr á lo que necesita, como sucede con algunas vitaminas que pr
ovienen del contacto con la luz del sol.
Per o ¡tengo una buena noticia! No impor ta la edad, por que siempr e hay una claqueta
disponible
par a comenzar una nueva escena de la película de tu vida, una gr an obr a maestr a. Y el dir ector,
¿er es tú? Supuestamente debes ser lo, y no apar ecer en el elenco como un actor secundar io. Debes
agar r ar el mando y decir : «Clack, toma cincuenta y cinco de la misma escena. ¡Seguimos r
odando!». En tu vida, los cor tes de escena son los cier r es e inicios de fases, de ciclos o mudadas de
piel. No hay cor te final hasta que no llega «The End», en el que sí ser á tar de par a r eevaluar todas
tus decisiones.
Por suer te, el futur o no está escr ito aún del todo. Mucha gente cr eía que el destino er a algo
que te tocaba, sin poder hacer nada par a r emediar lo. El Método Cala de Vida tr ata de tr ansmitir
que er es cocr eador de tu histor ia. Y sí, digo de maner a intencional cocr eador, por que cr eo en
una inteligencia super ior ; una fuer za divina o ener gía cósmica a la que llamo Dios, per o cuyo
nombr e es lo menos impor tante. Dios, par a mí, es un cr eador gener ador de inteligencia,
ener gía, fuer za, poder y milagr os.
Con el Método Cala de Vida quier o decir te que, con mi fe y cer teza, soy par te de un todo. De
la nada vengo y hacia la nada voy. Y lo justifico de maner a física, ya que cuando estudiamos de qué
está
hecho el mundo exter ior, el mater ial, descubr imos que gr an par te de las par tículas subatómicas
están for madas de ener gía. Per o solo gr acias a nuestr a obser vación como testigos podemos per
cibir lo que hace que se manifieste en mater ia. O sea, los obser vador es alter amos la mater ia, que
se manifiesta al ser obser vada.
La física cuántica es una de las ciencias en las que más estoy invir tiendo tiempo, por que, junto a
la neur ociencia, me ofr ece la opor tunidad de descubr ir algo de lo que sigue siendo inexplicable
par a nosotr os. Son temas complejos y simples a la vez, como la fuer za y el mar avilloso poder de la
vida y la magia que yace escondida en nuestr o cer ebr o.
Con el Método Cala de Vida r econozco lo diminuto y, al mismo tiempo, poder oso que soy en
la inmensidad del univer so. Asumo, libr e de culpas y r esentimientos, la liber ación de mi
pasado, el r econocimiento de mi momento pr esente y mi r esponsabilidad en constr uir el futur
o. Con este pensamiento, te encuentr as libr e de tu pasado, ya que compr endes que todo lo que
sucedió tiene una consecuencia positiva como lección. Nunca estuvo deter minado como un suplicio
par a que ar r astr es culpas, sino como una pr ueba par a que continúes hacia la liber ación.
Al final es como ir a la escuela: hay muchas pr uebas par a pasar de gr ado y escalar al pr
óximo nivel. En la vida, no con lucha, per o sí con pr esencia de conciencia, vamos viviendo
diver sos exámenes. Y, si no los vencemos, no apr obamos el año, nos estancamos. Eso hace
que sigamos atr ayendo las situaciones que no nos gustan. Una mujer que no vence la pr ueba de cor
tar con el abuso ver bal de su esposo sigue fallando en su examen, y ese elemento no escapa de su
vida. El día en que se llena de valor y autoestima y dice «basta, no más», exhibe fuer zas par a ter
minar con el pr oblema y gr itar al mundo: «Yo valgo, yo siento, yo no mer ezco esto en mi vida». Y
a par tir de entonces, luego de sanar sus her idas, entender á que debe estar más aler ta a las señales
de vacío –inter ior o exter ior – sobr e las per sonas a las que atr aía par a pasar su pr ueba.
El Método Cala de Vida busca hacer te entender el pr opósito de cr eer, cr ear y cr ecer.
Mi planteamiento es que podemos cr ear nuestr a r ealidad de vida, de acuer do con lo mucho o poco
que logr emos ensanchar ese expansivo y elástico hor izonte que es nuestr o umbr al de mer ecimiento.
¿Por qué me sir ve este método? Por que lo que estoy haciendo ahor a tendr á, más allá de mi
voluntad, un efecto o consecuencia mañana. Esto lo podemos pr obar con la Ley del Kar ma, per o
también a tr avés de la r elación física causa-efecto, más allá de la espir itualidad.
El Método Cala de Vida no ve el destino como un futur o incier to. Al contr ar io, lo
vislumbr a como el r esultado de las acciones que empr endes en tu camino. Las huellas que vas
dejando con tus pisadas, paso a paso, a lo lar go de tu sender o de vida.
Utilicé el acr ónimo CALA por que estaba convencido de que mi apellido no había llegado
de
maner a for tuita. Ha pasado de gener ación en gener ación y, además, tengo la suer te de que es
una palabr a con alr ededor de dieciocho acepciones en el Diccionar io de la Real Academia de la
Lengua Española. Desde una flor hasta el hecho de cor tar una fr uta o llegar a lo más pr ofundo
de algo o alguien. Sin embar go, quise dar le una nueva significación: que CALA sea un método
par a vivir a plenitud. Una filosofía por la que me r egir é de por vida, por que este método no
caduca.
CALA tiene cuatr o letr as: dos consonantes y una vocal que se r epite. Par a que el método
sea eficiente, no pueden faltar las emociones. Si no involucr as tu emoción, la vida se convier te
en una simple teor ía, pasiva e inoper ante. Muchos tr ansfor man sus vidas en gr andes
almacenes de conocimientos, similar es a los estanques con agua inamovible, que pr ácticamente
no sir ven par a nada.
El Método Cala de Vida te invita a desar r ollar una fuer te vivencia: la cer teza de que, apr
endiendo estos comandos de acción, tu vida a par tir de hoy puede tr ansfor mar se de lo bueno a
lo mejor.
Recor demos que, desde la gr atitud, lo bueno es el peor enemigo de lo mejor. Esta máxima me
la enseñó John C. Maxwell, y nunca la olvido; per o siempr e desde la gr atitud, par a evitar caer
en la codicia insana. Si no hay emoción, no hay pr ogr eso ni automotivación, dos factor es
fundamentales par a cr eer en el milagr o de la tr ansfor mación. Es milagr o y es ciencia, por
que estudiamos los hábitos. Y es ar te, por que somos ar tistas que caminamos sobr e la cuer da
floja, de estación en estación.
Mientr as cr uzamos, maniobr amos en el air e con cier tas pelotas que confor man nuestr as
fuentes de vida. Es un ar te poder entr enar cuer po, mente y alma, par a mir ar hacia adelante, sin
obser var el vacío debajo de la cuer da. Eso solo ser vir ía par a alimentar tus miedos. Y, sobr e todo,
el ar tista, par a cr ear su pr óxima victor ia, sabe que no puede tor cer el cuello y mir ar hacia atr
ás, por que quedar ía atr apado en un anclaje infer ior ya sedimentado en el pasado. Todos somos ar
tistas, y ese es el valor de nuestr a vida: completar múltiples cr uces por la cuer da floja, cada vez
con más confianza, más liger os, con menos miedos. Sin embar go, mientr as cr ecemos, car
gamos mochilas r epletas de emociones, cr eencias y apar entes ver dades que nos hacen abor tar la
visión. Nuestr os sueños no ven el momento de nacer por que dejamos que se esfumen ante la desidia
del «ver par a cr eer ».
Hay pr oyectos que no logr amos finalizar por que no encontr amos el momentum par a el
comienzo. O por que no somos capaces de mantener la motivación hasta el final, debido a los
obstáculos. Si paso a paso encuentr as pr ogr eso, puedes mantener te motivado. Al cr ear cer
teza en nuestr a mente, necesitamos r efor zar los cimientos espir ituales. Por eso el método me ha
funcionado. Lo apliqué de maner a empír ica, sin intelectualizar lo demasiado, y gr acias a Dios he
conseguido alguna sabidur ía univer sal. Otr os millones de per sonas también la viven, per o la
denominan de otr a maner a. En mi caso, Dios me r egaló un excelente acr ónimo par a explicar
te cómo vivo y r ecomendar te cómo hacer lo.

«C» de constante, de cambio


El ser humano se ve inmer so en una gr an dicotomía. Necesitamos vivir con la cer teza de que
todo nos va a ir bien, de que no nos faltar á nada y de que estamos segur os. Per o, cuando nos
sentimos en peligr o, el cer ebr o de r eptil nos hace huir o contr aatacar, nuestr as dos gr andes
opciones desde el estadio más pr imitivo hasta hoy.
La «C» habla de constancia y de cambio, así como de «constante cambio». Cuando hablo de
constante, me r efier o a que los saltos cuánticos cualitativos y exponenciales llegan, en
muchas ocasiones, por un pr oceso de acumulación de pequeños pasos y logr os. Par a logr ar una
histor ia de tr ansfor mación per sonal, impor tan más los hábitos diar ios que las gr andes pr oezas
cada cinco o diez años. No necesitamos her oicidades mediáticas, sino el compr omiso de que cada
día es un espejo en miniatur a de lo que aspir amos a logr ar en la gr an histor ia de la vida.
Por eso, en La vida es una piñata te ofr ezco un método par a dejar de vivir como objeto. Nuestr
os pasos deben basar se en la constancia, o, de lo contr ar io, no habr á pr ogr eso.
¿Cómo se pr oduce un hábito? Existe un dispar ador que induce a tomar una acción, y esta luego
se convier te en r utina. Después, hay una r ecompensa. Te r ecomiendo un libr o que me
ayudó a estudiar los: El poder de los hábitos, de Char les Duhigg. Su pr emisa se basa en una
simple pr egunta que se hizo el per iodista, pr emio Pulitzer : «¿Cuál es el or igen del impulso que
me lleva a comer me una galleta de chocolate, cada día, alr ededor de las tr es de la tar de, teór
icamente sin hambr e?».
Esto nos sucede a todos. Estamos sentados en la oficina, embotados. Sentimos la necesidad de un
dulce y vamos a la cafeter ía a sabor ear unas galletas. ¿Cuál es el dispar ador ? En cier to momento
del
día, tu concentr ación disminuye y el estr és sube. La r ecompensa de la r utina de ir a la cafeter ía
y comer galletas libr a a la mente de la nube gr is y abr umador a que tenemos delante.
Necesitamos oxigenar la mente, r ecobr ar el nivel de ener gía y atención, estimular la cr eatividad.
En el camino, acabar emos hablando unos minutos con los colegas y nos sentir emos más liber ados
y r elajados, ya listos par a volver a sentar nos en el escr itor io y ser más pr oductivos.
Ahor a es cuando tienes que estudiar ese hábito. En r ealidad, podr íamos llevar una r utina
menos dañina, que no gener e libr as de más. La ansiedad, la falta de concentr ación y el atur
dimiento pueden hacer nos levantar, caminar unos minutos –que es muy saludable–, conver sar,
tomar un vaso de agua o un té o comer un pedazo de fr uta. Y, con esto, la r ecompensa es la
misma, per o con muchos más beneficios par a la salud y el bienestar. Es solo un ejemplo de
cómo los hábitos, incluso los más insignificantes, conser van un gr an peso en el r esultado de nuestr
o estilo de vida.
Debemos ser constantes por que los cambios que llegan a nuestr a vida son constantes en su natur
al inconstancia. Es vivir como un ar tista. Hay que abr azar la incer tidumbr e, no podemos vivir afer r
ados a un único r esultado. Debemos centr ar nos en la cer teza de que nos ir á bien y conquistar emos
nuestr os sueños, per o con la suficiente flexibilidad par a entender que un r esultado pr ovisional
no significa r enunciar al objetivo. La vida está llena de constantes cambios, situaciones y escenar ios
difer entes. El optimismo y centr o de vida, basado en la alegr ía y el gozo, no puede hipotecar se
a un r esultado único. No es que tengamos un plan A, un plan B y un plan C. Como dice mi amigo
Chr is Gar dner, el plan B apesta. La cer teza r adica en el r esultado que esper amos, y así lo vivimos.
Nada, sin embar go, nos quita la paz, por que la paz no es negociable, en r elación con los r
esultados específicos o expectativas. Una fr ase de otr o mis mentor es, John C. Maxwell, r esume
magistr almente esta idea:
«Convier te tus expectativas en gr atitud y tu vida se conver tir á en mar
avillosa».
Así nos conver timos en malabar istas entr e el cómo lo hago, la complicidad del univer so par a
ser nuestr o gr an aliado, el r esultado con cer teza y la flexibilidad de que nada nos quitar á la paz
en el centr o del cor azón.
El Método Cala de Vida no solo per sigue hacer te exitoso en lo exter ior, sino
fundamentalmente por dentr o, con el concepto del tr iunfo que he aplicado dur ante los últimos
años. Vivir en ar monía con el llamado de tu alma, y no solo con los deseos mutantes del ego. Yo,
Ismael, cultivo la paz y la ar monía inter ior es, ar r opadas como núcleo con mis pr incipios y mis
valor es. No centr adas en los dictámenes de la sociedad, sino en la inmer sión hacia adentr o.

«A » de aprendizaje
Es fundamental poder r einventar nos, cr ecer y desar r ollar nuestr as vidas. El apr endizaje implica
que nada va a ejer cer un poder sobr e nosotr os, si no activamos voluntar iamente el poder de
nuestr os pensamientos par a establecer, cuestionar o bor r ar una cr eencia. Es un pr oceso
complejo, que nunca ter mina. Debemos ser conscientes del poder que ejer ce una idea sobr e nosotr
os: incluso puede tener la habilidad de engr andecer o quebr ar a una per sona.
Un concepto que cr ece, se sedimenta y se convier te en cr eencia es una piedr a sobr e la cual
algo suceder á. Usamos esa piedr a par a constr uir, la lanzamos a alguien como autodefensa o la
guar damos por que pensamos que es un objeto pr ecioso, de mucho valor par a otr os, per o, sobr e
todo, de gr an valor emocional par a nosotr os. El dilema es cómo nuestr as cr eencias pasar án de ser
pequeños gr anos de ar ena a inmensas piedr as sobr e las que constr uimos nuestr as decisiones
diar ias. Desapr ender y apr ender sobr e las cr eencias es tar ea cotidiana de los gladiador es de la
mente.
Hay que mantener la mente en obser vación, bajo una lupa. El pr oceso de apr endizaje implica
una
dualidad. Sobr e los hábitos o cr eencias ya establecidos, existen fuer tes lazos y
comunicaciones neur onales. A esto lo llamo «atajos». Nuestr a mente los utiliza por que es la
maner a más sencilla de r epr oducir lo que ya sabe, y lo que le es más fácil. A la mente r acional le
da pavor que comiences a cr ear, por que implica que tendr á que tr abajar más. Por eso, los atajos,
costumbr es, hábitos o r utinas nos definen, mientr as no tomemos conciencia de definir -los a ellos,
mir ándolos en su pr opia esencia.
Uno de mis gr andes mentor es, Enr ic Cor ber a, a quien entr evisté r ecientemente, es fundador
del Enr ic Cor ber a Institute, de Bar celona, un or ganismo dedicado a la bioneur oemoción. Me
encantó su libr o El arte de desaprender: La esencia de la bioneuroemoción. Te r ecomiendo su
lectur a por que influye en el Método Cala de Vida.
Es impor tante mantener el apr endizaje, par a compr ender qué ha caducado en el disco dur o
del cer ebr o, per o todavía per manece en nuestr os ar chivos sin ni siquier a per catar nos. Y
aquí es deter minante la fr ecuencia e intensidad con que empr endamos la higiene emocional,
intelectual, mental y espir itual. El apr endizaje nunca finalizar á en nuestr as vidas. En este sentido,
me gustar ía r ecor dar el concepto de neur oplasticidad, al que me he r efer ido en otr as ocasiones.
Está demostr ado que, sin impor tar la edad, nuestr o cer ebr o todavía puede apr ender. Sin embar go,
en la medida en que envejecemos, el genial ór gano conoce más «atajos», por que hemos
establecido más hábitos. Esto r epr esentar á una mayor r esistencia par a el comienzo nuevos apr
endizajes. Por eso, todos los días debemos decir nos: «Estoy dispuesto a apr ender hoy par a vivir
más tiempo, con mayor calidad de vida, independencia y plenitud». Ese es el apr endizaje, un pr
oceso de evolución infinita.

«L» de liderazgo
Todos necesitamos cr ecer en lider azgo y contr ibuir con los demás. Lider azgo se r esume en una
sola palabr a: «influencia». Como nuestr a vida, el ejemplo y la palabr a influyen en otr os. De eso
tr ata el lider azgo, siempr e lider azgo como una «influencia positiva». Sin embar go, hay quienes
apr enden estas her r amientas par a manipular al r esto. En cualquier caso, este tipo de gente lo
que hace es
«mandar, or denar », per o no lider ar. La bondad no entiende el éxito egoísta, sino el que, de maner
a altr uista, añade valor a otr os y compar te en abundancia con los demás.
Se tr ata de un lider azgo hacia la excelencia, no hacia la per fección. Hay quienes se mir an
al espejo y no ven la imagen per fecta de lo que quier en ser. Es nor mal no estar siempr e satisfechos
con lo que hacemos. Elevar los estándar es es una ambición saludable, per o no por que busquemos
una per fección que no existe.
Ahor a bien, no te tomes la vida tan en ser io. Haz que sea un diver timento, un juego. Por eso,
el
Método Cala de Vida también incluye en la «L» el tér mino «lúdico». Se tr ata de un lider azgo que
no nos quite la sonr isa, que no nos amar gue la vida por lo que no tenemos. Un lider azgo de celebr
ación, desde la gr atitud.
Está compr obado que, cuando muestr as gr atitud, tu lider azgo va ser más compasivo,
más simpático, podr ás poner te en los zapatos del otr o. ¡Vas a dejar de ser una piñata! Vas a
entender que cada suceso en la vida mer ece una celebr ación, desde la aceptación de la mor
aleja o desde la enseñanza. Y que cada suceso consider ado negativo, feo o tr ágico, mer ece un
estudio. Detr ás del disfr az de una tr agedia, ahí escondido, está el r egalo de la enseñanza. Ese es el
ver dader o lider azgo: la capacidad de hur gar par a encontr ar r espuestas, y de hacer pr eguntas
par a escuchar con toda atención.

«A » de acción
El conocimiento es la mater ia pr ima. Buscar lo y poner lo en acción mar ca la difer encia y cr
ea r esultados. Por ejemplo, el simple acto de gr aduar te en la univer sidad no necesar iamente mar
ca la difer encia, per o todo cambia si pones en pr áctica lo que has inver tido en ese conocimiento.
Se tr ata de llevar adelante un plan de acción, par a ver cómo r eflexionas y cr eas algo que te difer
encie, sobr e la base del conocimiento. No er es el único con instr ucción o educación. Hoy, afor
tunadamente, hay bastante conocimiento r epar tido por el mundo. Vivimos en la er a de la infor
mación, que es, al mismo tiempo, una er a de distr acción. En este contexto, es más pr oductivo el
que amor tiza la inver sión de apr endizaje con la gener ación de valor único par a otr os, basado en el
conocimiento y las habilidades apr endidas.
Más que nunca, par a llegar a la acción, necesitamos una fór mula:
Conocimiento + Concentración = Capacidad de Creación

Súmale una P2, que significa el potencial de pensar en cr eatividad pur a. Acción es el pr oceso
de pensar una estr ategia o táctica y después llevar la adelante. En ese contexto, desglosemos
una conocida fr ase de ar r anque del cine y la televisión: «Luces, cámar a, acción...».
Luces: Todo lo que hicimos al pr incipio. Es el tr abajo pr evio de constante apr endizaje,
de for jar cimientos sólidos par a cr ear nuevas r ealidades y manifestar nuestr a
capacidad cr eativa y ar tística, entendiéndonos todos como ar tistas, cr eador es de una
obr a maestr a: nuestr a vida.
Cámara: Ya estás fr ente al r eflector. La cámar a te enfoca de cer ca, en plano cer r ado o
close up. Cuando estás listo par a ser líder, das el paso adelante y tr ansitas el camino
con tus miedos, per o en for ma de aliados, y no como enemigos. Tienes el cor aje de
jugar y enfr entar te al miedo, al r echazo, al fr acaso, al qué dir án, al r idículo... Ahor a
estás listo par a las cámar as. Un líder se expone al mundo, a su familia, a sus
compañer os de tr abajo. No vive en la oscur idad, sino en la luz de br indar guía y
ejemplo a otr os que le admir an y siguen.
Acción: Estás listo. Tienes el conocimiento y las habilidades. Entiendes que todo lo que
ocur r e a tu alr ededor, en constante movimiento, es solo apr endizaje pur o y dur o
que for ma par te de tu ADN. Acción es lo que r epr esenta y distingue al Método Cala de
Vida. Te asegur o que si lo estudias y ejer citas, entender ás por qué no er es constante
con tus hábitos pr oductivos, qué te ha hecho detener te y por qué no invier tes en tu
apr endizaje. Apr ender es la clave. Quien apr ende y actúa es indetenible en
su cr ecimiento exponencial.
Cuanto más gr ande sea el sueño, más disciplina, compr omiso y contr ato de ejecución se exigir á de
ti. No es un método mágico, per o sí milagr oso, entendiendo como «milagr os» los actos que
ejecutamos par a nosotr os y par a los demás, desde un pensamiento de infinita posibilidad.
Estos milagr os implican toma de r esponsabilidad, acciones, decisiones, compr omisos,
constancia y motivación. Dejar de vivir en «modo piñata», desde luego, ser ía uno de los
mayor es acontecimientos
«milagr osos» de nuestr a
existencia.
EPÍLOGO
Lo maravilloso de aprender algo es que nadie puede arrebatárnoslo.
B. B. KING

Si has llegado hasta aquí, y además has podido inter ior izar la metáfor a de la piñata, entonces me
doy por satisfecho. Escr ibí La vida es una piñata como una especie de manifiesto de vida, par a
invitar te a r eflexionar si vives en modo de super vivencia o de cr eación. La piñata se convier
te en var ias metáfor as y analogías que nos hacen viajar a la infancia, encontr ar anclas emocionales
sepultadas en la niñez, r epasar con conciencia nuestr o pr esente y diseñar con her r amientas un pr
ometedor futur o como cocr eador es con Dios de nuestr a r uta.
¿Vives tu vida en «modo piñata»? Si es así, lo haces colgando de un hilo, con muchos ador nos
exter ior es, r epleto o r epleta de objetos que otr o colocó dentr o. La iner cia te esclaviza, en esper
a de que una fuer za exter na te r ompa a sacudidas. Alguien, con los ojos vendados, disfr uta al
golpear te con un palo y tú ter minas volando en dir ecciones inesper adas. O, en la mejor de las
suer tes, estás esper ando a que otr os halen las cintas con fuer za. A que te bamboleen hasta quebr ar
te y desfondar te, par a que otr os se r ían o llor en al descubr ir lo que llevas dentr o. Entonces quedar
ás inser vible, inútil, iner te. En ese modo de vida, fuer zas exter nas te llenan, golpean, quiebr an y
dejan en el vacío a su antojo.
La filosofía de este manifiesto te convoca a cuestionar si la vida es una piñata llena de cosas que
no son más que eventos envueltos en disfr aces atr activos. Estos no se muestr an en esencia, per o
nos hacen vivir en anticipación, sin disfr utar la ver dader a fiesta de celebr ación que es vivir el pr
esente, por quer er saber qué nos depar ar á esa caja al desmor onar se. Al final, estos eventos son
neutr os, per o nuestr a visión de ellos es la que otor ga un valor de juicio positivo o negativo.
Al igual que con las piñatas, en la vida cada quien se fr ustr a, se r esigna o agr adece, de acuer
do con su visión, expectativas, cr eencias y emociones. A difer encia de las piñatas, en nuestr a
vida sí podemos cr ear y manifestar r egalos, conver tir obstáculos en bendiciones y r epr ogr
amar los significados de las cosas que nos caen, llámense eventos agr adables –las llamadas «sor pr
esas»– o las cosas apar entemente negativas, que en r ealidad son lecciones de apr endizaje y tr
ansfor mación que nos llegan con el dolor, las per didas y los tr opiezos.
Con este libr o he buscado que compr endas que, cuando el golpe llega por una fuer za exter
na,
muchas veces acaba la vida. Per o si lo pr oducimos desde dentr o, como al nacer un pollito
del cascar ón, pr ovocamos vida y nuevas y alentador as exper iencias. De eso tr ata el cr
ecimiento. Hoy vivimos más tiempo que hace un siglo. Par a qué quer emos tanto años
adicionales si no somos capaces de r einventar nos, de mantener nos en estado de cr eación y gr
acia. El gr an r eto de nuestr a vida es la aceptación de que lo único segur o es el cambio y la incer
tidumbr e. La cer teza de que vivir emos una vida plena, llena de bendiciones y r egalos que caer án
de la piñata, llega desde dentr o. Cr eamos cer teza inter ior contr a la incer tidumbr e exter na.
Dentr o de ti está esa caja de her r amientas. Ábr ela. También esper o que nunca más veas una
piñata sin pensar en las gr andes metáfor as comentadas en esta obr a de lectur a con pr opósito.
La vida es una piñat a, pero podemos t omar el cont rol y diseñarla según nuest ros int
ereses. Podemos y debemos actuar.
25 PREGUNTAS PARA RESPONDER A
SOLAS:

1. ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Hacia dónde voy?

2. ¿Cuáles son las exper iencias que le dan sentido de goce y plenitud a mi vida?

3. ¿Qué tanto quier o cr ecer en mi vida? ¿Hacia dónde?

4. ¿Cuál va a ser mi contr ibución o legado par a la Humanidad?

5. ¿Por qué vale la pena hacer sacr ificios en nuestr a vida?

6. ¿A quién quier o ver en el momento de mi funer al?

7. ¿Qué quier o que se r ecuer de de mi existencia?

8. ¿Qué quier o que diga mi pr opia despedida?

9. ¿Cómo uso mi tiempo?

10. ¿En qué ár eas de mi vida necesito más tiempo y ener gía?

11. ¿En cuáles los gasto de maner a


12. ¿Hasta dónde soy esclavo de mis cr eencias? ¿Cuáles de ellas me limitan y cuáles me

13. ¿Qué es lo que no quier o que las demás per sonas sepan de
mí?

14. Teniendo un pensamiento budista de par alelismo extr emo, imagina de un lado una vida longeva
y pr ósper a, abundante en todo sentido; per o, del otr o, sabes que la vida es fr ágil y podr ía
acabar inesper adamente en este mismo instante. Hazte entonces las siguientes pr eguntas: si mur ier
as ahor a,
¿cuál consider ar ías es tu gr an logr o?; si vivier as más de 120 años, ¿cuál ser ía tu plan par a ver tu
vida como un tr iunfo?

15. ¿Dónde está tu concepto del éxito? ¿Hipotecado a eventos exter nos? ¿O está enr aizado en algo
que depende de ti, de tu inter ior, de tu alma?

16. ¿Quién er es cuando tu mente no es quien te


juzga?

17. ¿Quién er es cuando tu alma está en paz, fuer a del tor bellino de tus
pensamientos?

18. ¿Quién er es cuando las palabr as no logr an descr ibir tu


esencia?

19. ¿En qué momento de tu vida has actuado en «modo


piñata»?

20. Identifica los golpes, palazos o tir ones que r ecibiste. ¿Cómo eso podr ía ser difer ente si actuar
as de maner a más r ecur siva, si fueses más r esolutivo?

22. ¿Cuáles son las cinco palabr as que definen tu estado de


12. ¿Hasta dónde soy esclavo de mis cr eencias? ¿Cuáles de ellas me limitan y cuáles me

21. Si pudier as tener un super poder por un día, ¿cuál ser


ía?

22. ¿Cuáles son las cinco palabr as que definen tu estado de


23. ¿Cuál es tu fór mula par a la cr

24. ¿Vives en modo de super vivencia o en modo de cr eación?

25. ¿Dónde te ves? ¿Cómo te ves en cinco años, en diez años, en veinte años?
AGRADECIMIENTOS
Apr ovecho una vez más par a agr adecer a la inteligencia colectiva, a los especialistas, pensador
es, pr ofesor es y médicos que han investigado en pr ofundidad las actitudes y conductas humanas.
De todos he apr endido. Esta obr a se ha nutr ido del vasto conocimiento univer sal, siempr e r
elacionado con mis estudios y exper iencias per sonales.
Un agr adecimiento especial par a mi equipo de tr abajo, bajo la guía editor ial de Michel D. Suár
ez. Siento dicha por contar con pr ofesionales capaces de colabor ar en investigaciones, r
ecopilación de datos, tr anscr ipciones y consejos sensatos: Elsa Tadea González, Sandr a Rodr
íguez, Br uno Tor r es Sr., Tamar a Zyman, Andr ea da Gama, Kar la López, Fr anklin Mir abal, Juan
Casimir o, Lor ena Susso, Annabella Pashell, Omar Char cousse, Moe Mor ales, Ber tha Mor eno,
Gsus Monr oy, Jesús Ramír ez, Gino Ber r ios... Todo el equipo ha sido dir igido por Br uno Tor
r es, CEO de Cala Enter pr ises y compañer o de mil batallas. También mi felicitación y total
gr atitud par a los amigos del team Har per Collins Español: Lar r y Downs, Gr aciela Lelli (nuestr a
editor a), Jake Salomón y Jor ge Cota.
Un apar tado par a los lector es que enviar on sus opiniones. Recibimos centenar es de e-mails
con excelentes vivencias e histor ias inspir ador as. Ha sido difícil elegir cuáles publicar íntegr
amente. He mencionado expr esamente los nombr es y apellidos de quienes me autor izar on por escr
ito; en el r esto de los casos, solo los nombr es. Apr ovecho par a r econocer a todos los par
ticipantes por sus ideas y anécdotas, que fuer on tenidas en cuenta, aunque no apar ezcan
tácitamente en el texto: Helenita Mahecha, Silvia, Cr uz, Venus, Yndr id y Mar icar la Álvar ez…
Agr adecido infinitamente por la colabor ación de las siguientes per sonalidades e instituciones
en var ios países:
Dr. César Lozano
Walther Boelster ly Ur r utia
Museo de Ar te Popular de México
DF Dr a. Nancy Álvar ez
Emilio Lover a
Ismael Cala Foundation
Cynthia Hudson Eduar
do Suár ez
CNN en Español
NOTAS
1. https://www.elsiglodetor r eon.com.mx/noticia/65995.unahistor ia-en-una-pinata.html
2. http://www.excelsior.com.mx/nacional/2013/12/18/934406
3.
http://www.bbc.com/mundo/noticias/2016/01/160107_power ball_loter ia_mayor _pr emio_histor
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modifican- el-cer ebr o
* Las citas bíblicas están tomadas de LBLA (La Biblia de las Amér icas © Copyr ight 1986, 1995,
1997, The Lockman Foundation) y RVR1960 (ver sión Reina-Valer a © 1960 Sociedades
Bíblicas en Amér ica Latina; © r enovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas).

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