La Vida Es Una Pinata Ismael Cala
La Vida Es Una Pinata Ismael Cala
La Vida Es Una Pinata Ismael Cala
ISMAEL
CALA
= HarperCollins Español
© 2016 por Ismael Cala
Publicad o por HarperCollins Español® en Nashville, Tennessee, Estad os Unid os d e
América. HarperCollins Español es una marca registrad a d e HarperCollins Christian
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ISBN: 978-0-71808-763-0
ISBN: 978-0-71808-766-1 (eBook)
16 17 18 19 20 DCI 6 5 4 3 2 1
CONTENIDO
PRÓLOGO
INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO I
La piñata de Mar co Polo
CAPÍTULO II
Siete puntas par a una piñata
CAPÍTULO III
Dentr o de la piñata
CAPÍTULO IV
Sé cr eativo, emociónate, r ompe par adigmas
EPÍLOGO
25 PREGUNTAS PARA RESPONDER A
SOLAS AGRADECIMIENTOS
NOTAS
PRÓLOGO
Mi quer ido y admir ado amigo Ismael Cala me sigue sor pr endiendo gr atamente con sus libr
os publicados.
Sin lugar a dudas, sabe per fectamente cuáles son las necesidades que tenemos los lector es y
la for ma magistr al de expr esar los conocimientos que él ha adquir ido al paso del tiempo
como per iodista, escr itor, pr oductor, pr esentador de r adio y televisión y, además,
confer encista inter nacional.
De Ismael he apr endido que el poder de escuchar es una estr ategia fundamental par a
tener r elaciones sanas y aser tivas en todos los ámbitos de nuestr a vida. Pude entender la impor tancia
de ser un buen hijo de p… (de la pasión, la paciencia y la per sever ancia) par a llegar a cumplir
nuestr os objetivos y a tr avés de la mar avillosa histor ia de El secreto del bambú, me acer có a mis r
aíces, a no separ ar me de la natur aleza y los valor es que nos hacen únicos e ir r epetibles.
No cabe duda de que Ismael «le ha dado y no ha per dido el tino» al publicar este su nuevo libr
o, La vida es una piñata. Y por supuesto que lo es, y con sincer idad tengo que compar tir que, al
igual que muchos lector es, soy de los que no me agr adaba pegar le a la piñata, por la melancolía
que me daba destr uir con un palo algo tan color ido y llamativo. Sin olvidar la descalabr ada que me
dier on a los cinco años de edad, en mi pr opio cumpleaños, con el palo de esa misma piñata, que
yo mismo había elegido. Y, par a colmo de males, cuando la r ompier on —no mi cabeza, sino la
piñata—, solo alcancé una nar anja descolor ida y desabr ida, una de tantas que agr egó mi abuela
Pola par a que se sintier a más llenita la piñata. Obviamente, ninguno quer íamos las nar anjas,
deseábamos los dulces.
Desde entonces, par a mí las piñatas per dier on ese encanto que antes tenían, por el temor que
se alber gó en mi subconsciente. Hasta ahor a que leo este libr o, acepto y r econozco las r azones
muy celosamente guar dadas en mi inter ior y que ahor a tienen un gr an significado.
Un libr o ameno, diver tido, constr uctivo, en el cual el autor nos va llevando poco a poco
a desmembr ar —sin palo de piñata— la gr an similitud que existe entr e esta tr adición y la vida
misma. Una vida que deber ía ser una celebr ación constante con matices y color es diver sos,
dependiendo de lo que vivimos, per o nunca olvidando que es decisión de cada uno de nosotr os la
inter pr etación de la misma como comedia o tr agedia.
Ismael me hizo r ecor dar la gr an timidez que yo manifestaba en mi niñez: por miedo o ver
güenza,
siempr e pr efer ía ser obser vador que actor en la celebr ación de mi vida. Pr efer ía esper ar que
alguien más quebr ar a la piñata, por temor al r echazo al destr uir con dos o tr es golpes bien dados
el motivo pr incipal de la fiesta, aunque fuer a mi pr opia fiesta.
La vida es una piñata te abr ir á los ojos par a valor ar lo que r ealmente impor ta en esta celebr
ación llamada vida, incluyendo la gr an difer encia entr e los valor es mater iales y los espir ituales.
Excelente compar ación de la vida con la piñata, ya que me hizo r ecor dar las var iadas
actitudes que podemos tener ante lo que r ealmente deseamos, incluyendo la envida, la sober
bia, el deseo desmedido de alcanzar lo que deseamos sin impor tar nos los sentimientos de los
demás o, por el contr ar io, las manifestaciones de humildad, apoyo y solidar idad que mostr
amos ante quienes no obtienen lo que desean o constatar la gr an cantidad de per sonas que por
flojer a o desidia deciden quedar se únicamente con lo suficiente pudiendo aspir ar a la abundancia.
Sin lugar a dudas, uno de los gr andes beneficios que encontr ar ás al r ecor r er una a una las
páginas de este excelente libr o ser á el conocimiento y la for ma pr áctica de aplicar el lider azgo
emocional par a mejor ar tus r elaciones y contr olar al mismo tiempo las r eacciones que tienes a lo
que te sucede. Siempr e he cr eído que la fr ase que más se adapta a mi vida es la que dice: «El pr
oblema no es lo que me pasa, sino cómo r eacciono a lo que me pasa», y son pr ecisamente esas r
eacciones las que definen en gr an medida nuestr o pr esente y nuestr o futur o.
Hoy Ismael Cala hace vida a una de las enseñanzas de René Descar tes, filósofo y matemático
que dice: «Hay una pasión super ior a todas y es la satisfacción inter ior por el bien que hacemos
a los otr os».
Gr acias, Ismael, por dedicar una gr an par te de tu tiempo a ayudar nos a entender de for ma
simple pr incipios básicos de la conducta humana que nos puedan ayudar a elevar nuestr os
conocimientos y tener conciencia de lo mar avilloso que puede ser vivir, siempr e y cuando tengamos
la intención y nos pongamos en movimiento par a logr ar esa paz y estabilidad emocional que tanto
anhelamos.
Quer ido lector, quer ida lector a, de ti depende aplicar tantos conocimientos que contiene
este ejemplar que hoy tienes en tus manos y conver tir lo en exper iencias gr atificantes de vida.
Todos tenemos una misión y depende de cada uno descubr ir la. Tenemos una vida cuyo inter ior está
lleno de sor pr esas y bendiciones al igual que una piñata, per o siempr e ser á una decisión per sonal
enseñar las y compar tir las con los demás y de esta for ma tr ascender y dejar huella que al paso
de tiempo ser á imbor r able.
Un ver dader o placer leer y r ecomendar La vida es una piñata. Deseo que tu vida siga
iluminando el lugar en el que estés y que sigas sor pr endiendo gr atamente por todas las r iquezas
que alber gas en tu inter ior.
DR. CÉSAR LOZANO
Confer encista, escr itor, conductor de r adio y televisión Monter r ey, México
INTRODUCCIÓN
El sabio es quien quiere asomar su cabeza al cielo; y el loco es quien quiere
meter el cielo en su cabeza.
GILBERT KEITH CHESTERTON
Un lunes a media mañana, estimulado por el inicio de la semana, entr é en la oficina de Eduar
do Suár ez, vicepr esidente de pr oducción y pr ogr amación de CNN en Español, y le r ecité un
amplio pliego de ideas y pr oyectos par a nuestr o pr ogr ama Cala. En r esumen, unas quince
acciones que consider aba necesar ias par a el futur o. Mi mente solo veía opor tunidades de cr
ecimiento, y así me conduje:
–Eduar do, cr eo que el pr ogr ama debe seguir cr eciendo, per o debemos llevar adelante un
plan
más ambicioso. Se me ha ocur r ido que, en vez de viajar dos veces al año, lo hagamos cinco,
y además…
A par tir de ahí enumer é una lar ga lista de peticiones. Mientr as hablaba, veía cómo su car a
iba per diendo el semblante de la toler ancia. Al ter minar, me r espondió concluyente:
–Mir a, Ismael, ¿sabes cuál es tu pr oblema? ¡Que tú lo que quier es es una piñata! ¡Tú lo quier
es todo! –dijo.
Mi pr imer a objeción fue la que ar gumentar ía cualquier a:
–Per o eso no es malo. Te he tr aído pr opuestas, no pr oblemas.
–Sí –me dijo–, per o no se puede hacer todo a la vez. Tú lo que quier es es una piñata y que
te caigan todos los car amelos de una vez.
Hace poco, con el paso de los años, Eduar do estuvo en el pr ogr ama y, cuando le r ecor dé
la anécdota de la piñata, me dijo: «¿Viste? Más que tr atar de agar r ar todos los car amelos, lo
más impor tante es escoger los. Esos son los que te debes llevar ».
Las conver saciones con Eduar do siempr e dejan fr ases cur iosas y muy sabias, ya
sean pr ovenientes de r efr anes, pr over bios o de su cosecha per sonal. Alguna siempr e se queda pr
endida en mi memor ia, pues él es un conver sador muy elocuente, color ido y extr aor dinar
iamente empático y simpático. Más de una vez hemos r ecor dado la anécdota de la piñata, y
tengo su per miso par a r eflejar la en el libr o. Como r equisito de tr anspar encia, debo decir que
Eduar do es la fuente pr imar ia de esta idea, per o no r ecibe r egalías. Gr acias, Eduar do, por
siempr e dejar me alguna idea r ondando en la cabeza. No las abandono, las conser vo par a
conver tir las en mater ia pr ima de una nueva cr eación.
Al final de la histor ia, mis planes se quedar on en nada, por que ter miné atolondr ándolo.
Cuando
llegué a casa, r etomé la escena y r eflexioné sobr e mis objetivos, la r eacción de ambos y el r
esultado. Entonces identifiqué el pr imer er r or, r efer ido a la táctica y estr ategia del lider azgo,
que no deber ía r epetir se. Es decir, a una negociación no podemos llevar más de tr es puntos a r
esolver de una vez. Un líder establece pr ior idades, no entur bia el diálogo con quince ideas,
que no son pr ecisamente ur gentes, y sin el mismo nivel de impacto.
Después me pr egunté: «¿Qué quiso expr esar Eduar do con su imagen de la piñata?». Sobr e
todo por que, definitivamente, tengo gr andes planes en la vida. No estuve de acuer do con su fr ase
«Tú lo
que quier es es una piñata y que te caigan todos los car amelos», ya que, en r ealidad, de niño nunca
me compor té de ese modo. Al contr ar io, mi actitud ante la piñata er a bastante pasiva. Me
quedaba totalmente r ezagado. Pr efer ía agar r ar lo que sobr aba en el piso, antes de que alguien me
pisotear a la cabeza o me dier a un golpe con la intención de atr apar lo que apar entemente er a más
atr activo.
Esa idea me llevó a un ter cer r azonamiento: siempr e debemos aplicar el pensamiento r
eflexivo par a r esolver nuestr os pr oblemas. Esto lo apr endí con John C. Maxwell en el cur so 11
secretos para transformar tus patrones de pensamiento. Par a el maestr o, la sabidur ía es la
capacidad de extr aer pr incipios de la exper iencia. Maxwell afir ma, con toda r azón, que la sabidur
ía es el r esultado de la r eflexión. Según esa teor ía, debemos apr ender a tomar las exper
iencias y tr ansfor mar las en conocimientos. Muchas veces nos pr ecipitamos en nuestr o deseo de
avanzar hacia delante y tomar el contr ol, por que somos líder es. Per o, sin dudas, el pensamiento r
eflexivo es el que gar antiza que de ver dad vaya a pr oducir se un cr ecimiento.
Recuer do una de mis gr andes fijaciones infantiles. Mi madr e, en Cuba, vivía una ver dader
a agonía par a compr ar nos juguetes, pues estaban r acionados y las filas er an fr ustr antes. Mis her
manos y yo quedábamos petr ificados fr ente a las vidr ier as de las tiendas, ner viosos por que no
sabíamos si nuestr os deseos podr ían cumplir se el día en que nos tocaba compr ar, según el sor teo r
ealizado por el Gobier no. Dur ante tr es años me asomé a las vidr ier as a la esper a del día r
eglamentar io par a compr ar. Yo quer ía un tr encito eléctr ico, per o los puestos obtenidos en el sor
teo fuer on siempr e astr onómicos. Año tr as año veía el tr en desde la acer a y nunca podía alcanzar
lo.
Un niño tiene menos posibilidades de ejer cer el pensamiento r eflexivo, per o mi madr e, siempr
e tan sabia, me decía: «Piensa en var ias opciones, hijo, por que sabes que, si no está el tr en, algún
otr o juguete tendr ás que llevar ». Y el r esultado, una vez más, er a el desconsuelo y la fr ustr
ación. Mamá insistía en una teor ía que entonces no entendíamos: «Hay que apr ender que hay
cosas que llegan a destiempo. Ustedes no pueden per mitir que la falta del juguete ideal les quite la
alegr ía».
Esta r emembr anza ilustr a el poder del pensamiento r eflexivo. Por eso acudí a las enseñanzas
de Maxwell par a desentr añar la fr ase «Tú lo quier es es una piñata». Le di muchas vueltas en mi
cabeza y pensé: ¿Será la vida entonces una piñata? Desde entonces empecé a buscar analogías. En la
infancia, en las fiestas de cumpleaños, ya mostr amos una deter minada actitud ante la vida: ¿Nos
impor tan los demás? ¿Realmente somos gener osos con los r egalos que r ecibimos? ¿Qué
hacemos si otr o niño gr ita o llor a? ¿Nos quedamos el r egalo? ¿Nos impor ta lo que digan los
demás?
La metáfor a de la piñata dio muchas vueltas hasta que concluí que el tema er a ideal par a un libr
o.
¿Por qué? La piñata es un símbolo de la cultur a latinoamer icana, especialmente en México, y
también apar ece en otr as par tes del mundo, como Estados Unidos, Eur opa y Asia. Es símbolo de
celebr ación infantil, de cumpleaños y de otr as fiestas. A par tir de entonces sentí una gr an cur
iosidad por entender su or igen y, sobr e todo, por conocer aquellas que se r ompen mediante dur os
golpes.
Inicialmente, valor é var ios nombr es par a este libr o. En la búsqueda de ideas y en consulta con
los lector es, alguien me dijo que la vida no er a en r ealidad una piñata, por que entonces estar
íamos dejándolo todo al azar. Un colabor ador venezolano, de nombr e Cr uz, me escr
ibió par a fundamentar lo: «No cr eo que la vida sea una piñata, si así fuese, indicar ía que no
sabemos hacia dónde vamos, y cada nuevo momento de la vida ser ía una sor pr esa. Defiendo la
causa y el efecto».
Y la misiva seguía: «Ismael, la vida debe ser una piñata solo par a quienes viven el pr esente,
sin asomar la mir ada al futur o. Cuando mi hija Andr ea, quien está en la univer sidad apenas
comenzando su car r er a, me dice que se imagina como pr ofesional y me habla de vivencias que aún
no ha vivido, me doy cuenta de que sabe lo que quier e y hacia dónde va. Su entusiasmo le hace dejar
en un segundo plano los sacr ificios o contr atiempos que le toca vivir como estudiante…».
Cr uz apor tó elementos muy inter esantes, y abier tos al debate, per o decidí mantener el
título inicialmente pr evisto. Es evidente la pr eeminencia de la causa y la r eacción. Los ser es
humanos cr eamos la mayor por ción de nuestr as condiciones mater iales y espir ituales. Gr an par te
de lo que se manifiesta en nuestr as vidas es por que nosotr os, de alguna maner a, lo hemos atr
aído. Dentr o de la piñata, como símbolo, hay muchas cosas que pueden hacer r efer encia a los
eventos que «nos caen» o suceden.
Nuestr a editor a Gr aciela Lelli, de Har per Collins Español, mostr ó sus dudas sobr e lo
que significaba estar dentr o de una piñata, consider ando que el título fuese «La vida en una piñata».
«¿Yo estoy dentr o de una piñata? La ver dad es que no me gustar ía estar encapsulada en una piñata,
por que me dar ían palos par a r omper la, me jalar ían hasta que se desfondar a y cayer a al piso».
Todos nos r eímos tr as aquel comentar io. La ver dad es que a nadie le gustar ía estar dentr o de una
piñata. «La vida es una piñata», como título, nos r esulta intr igante y algo contr over sial. Es el
punto per fecto par a iniciar una r eflexión sobr e lo r ecor r ido desde nuestr a infancia hasta
quienes somos hoy. Y los que nunca tuvier on una piñata podr án dejar volar su imaginación con lo
que pr oponemos a tr avés de la analogía.
Agr adezco infinitamente la inter acción con toda nuestr a comunidad en r edes sociales. Dentr o
de una piñata, decididamente, existen muchas cuestiones. Ver la vida desde ese punto de vista es
una metáfor a potente. En la piñata hay cosas de distintos valor es, según nuestr os inter eses. Al
abr ir la, unas impor tan más y otr as nos sor pr enden o decepcionan. Dicha visión tiene mucho
sentido.
Entonces, ¿qué hay dentr o? La piñata de la vida contiene todos los eventos que r ecibimos a
lo lar go de nuestr a existencia. A algunos los llamamos sor pr esas, por que apar entemente nos
asombr an de maner a agr adable. A otr os los denominamos tragedias, per o en r ealidad son
también eventos sor pr esivos con un autodesignado valor negativo. Hasta que logr emos encontr
ar le un ver dader o significado, soy de la idea de que estos eventos suceden por una r azón.
Al final, este libr o per sigue una r eflexión, un estudio de nuestr os valor es, pr incipios de vida
y cr eencias; ir a nuestr os or ígenes y a las r aíces. Par tiendo de algo cultur almente tan potente
como la piñata, y analizando su histor ia, podr emos entender sus diver sos significados. Mi intención
es que tú, mi quer ido lector, hagas lo mismo con la piñata de tu vida; o sea, con todos los
elementos que han mar cado tu histor ia, algunos positivos y otr os negativos. Todos, al final, son
par te indisoluble de quién er es, de cómo ves la vida, en qué cr ees, qué sueñas cr ear y cuánto
puedes cr ecer en la expansión del potencial infinito dentr o del campo de todas las posibilidades,
que es nuestr a esencia divina.
Cuando analices tu piñata, entender ás que, en r ealidad, tales significados no son per manentes.
Tú
puedes cambiar esa histor ia y su significado. A veces, nuestr a mente se obsesiona con cier tos
temas, y esper amos que caigan de la piñata y nos llenen de bendiciones automáticamente. Al hacer
fijación con algo, no vemos las opor tunidades ni damos valor a otr as bendiciones que la
piñata nos ha pr opor cionado en la vida. Mientr as, le quitamos valor a elementos que apar ecen fr
ente a nosotr os, no los sabemos apr eciar. Entonces, el pr opósito de este libr o es cr ear una conver
sación colectiva.
Una pr egunta que te r epetir é en lo adelante es: «¿Cómo vives tu vida?». ¿Vas por el mundo
en modo piñata o, por el contr ar io, cr ees, cr eas y cr eces asumiendo tu r esponsabilidad de cocr
eador ? Si no puedes todavía r esponder, no impor ta. Sigue leyendo y entender ás el mensaje en
cada página de este libr o, que estoy segur o de que cambiar á tu maner a de ver la vida, tu
mundo, tus ideales, tus par adigmas, tu sentido de pr opósito.
Al igual que sucedió con El poder de escuchar, hemos convocado a nuestr os afiliados en r edes
y comunidades vir tuales a que opinen sobr e el tema. La r espuesta ha sido contundente. Es
emocionante
ver cómo el tema despier ta r ecuer dos en per sonas que tenían totalmente ador mecidas sus
antiguas celebr aciones de cumpleaños, o las de sus hijos. Han flor ecido actitudes muy cur iosas de
las fiestas en el momento de abr ir las piñatas. Además, un fenómeno inter esante: ver cómo la piñata
se convier te en foco de celebr ación de muchos niños, que no consiguen disfr utar con sus
amigos el r esto de atr acciones por que están obsesionados con r omper la par a obtener r egalos.
Entonces, es también el momento de decir : «Disfr utemos el pr esente, el aquí y el ahor a, y no
la anticipación de un momento futur o». En este caso, ese futur o incier to se da en las fiestas
de cumpleaños, cuando todo el mundo esper a a que se r ompa la piñata par a ver qué cae.
A día de hoy, cuando veo una piñata, la pr imer a sensación que me viene a la mente es de alegr
ía. Par a mí, las piñatas son básicamente eso, por que cr ecí en Cuba y viví fiestas de cumpleaños.
No ocur r ió siempr e, per o mi madr e or ganizó algunas e hizo posible que tuviér amos piñatas, por
cier to, muy humildes. Venían r ellenas de car amelos, golosinas, ser pentinas, har ina, talco y algún
que otr o juguete pequeño. Cuando r ecuer do esos instantes, pienso en alegr ía, en celebr ación, en la
vida misma. Por que la piñata, por lo que he visto en otr os países, estaba antiguamente muy
vinculada a temas de
«pecados capitales», a tr avés de sus puntas, sobr e todo en México. De niño, evidentemente
no conocemos el ver dader o significado de las puntas, per o es lo que menos impor ta en el
momento de abr ir la.
Sin embar go, en mis r ecuer dos, la piñata significa vida y celebr ación. Y como en Cuba no
se r ompe con palos, no tuve las exper iencias tr aumáticas que cuentan algunos, r ecogidas a lo lar
go de esta investigación. Por ejemplo, en México, un taxista me enseñó una cicatr iz en su ceja
der echa cuando le dije que estaba escr ibiendo un libr o sobr e el tema. Y ahondó: «Me la hice
mientr as estaba r ompiendo una piñata». Como algunas se abr en violentamente, y con los ojos
vendados, el accidente siempr e es una posibilidad.
Las mías las r ecuer do con mucha menos violencia. De nuestr as piñatas colgaban lar gas cintas
de color es, que se halaban par a abr ir las y que todo cayer a al piso. En otr os países se golpean
par a r omper las. Me imagino que, cuando se fabr icaban de cer ámica, el mismo bar r o podía her ir
la cabeza de alguien.
La histor ia de las piñatas me ha fascinado. Pr etendo utilizar la par a expandir, a tr avés
de metáfor as, los mejor es pr incipios de vida.
Hace poco, una ejecutiva panameña me contó una anécdota r evelador a sobr e la
campaña publicitar ia par a un nuevo automóvil japonés. Según el guion, los niños debían golpear
una piñata par a hacer caer la llave del r eluciente auto. Cuando los japoneses vier on la
pr opuesta, se hor r or izar on. Se oponían a que unos menor es, con los ojos vendados, apor r
ear an una caja par a buscar un pr emio. Ellos, cultur almente hablando, no entendían este tipo de
mensaje.
Por eso quier o conver tir la piñata en una metáfor a univer sal de vida, aunque el
enfoque
depender á de dónde vivimos y de las cr eencias que nos enseñar on. Entonces ver emos la piñata de
la vida con ojos muy difer entes. Por ejemplo, cuando estoy en la India, adonde he viajado tr es
veces, siempr e me pr egunto: «Esta gente, que tiene tan poco, mater ialmente hablando, ¿cómo es
posible que exhiba una sonr isa más pur a y tr anspar ente que muchos occidentales que viven r
odeado de lujos?».
Los hindúes mir an la piñata de la vida de una maner a difer ente. Buscan dentr o otr os
significados. Esper an unas bendiciones, unos r egalos, que no necesar iamente son los mismos que
esper amos en Occidente. Igual sucede cuando nos inser tamos en comunidades indígenas, como en
mi quer ida Guna Yala, en Panamá. O, si te vas a la Amazonía o Áfr ica, entiendes por qué estos
gr upos muestr an difer entes ideas sobr e pr incipios, valor es y aspir aciones de vida. Así es nuestr a
vida. De acuer do con nuestr a codificación mental y espir itual, ponemos pr ecio y valor a lo que
anticipamos con nuestr as
expectativas y anhelos.
Como libr o, La vida es una piñata es una invitación a explor ar lo más pr ofundo y esencial
de nuestr a vida, así como los pr incipios, valor es, cr eencias e inter pr etaciones que damos
constantemente a los eventos que nos ocur r en. Lo he concebido a tr avés de una metáfor a por que
los ser es humanos entendemos mejor deter minados conceptos si visualizamos gr áficamente el
tema. Al igual que hicimos con El secreto del bambú, luego publicar emos una ver sión par a niños.
Me r econfor ta poder enseñar a los más pequeños lo que hay detr ás de una fiesta, de una piñata,
de una celebr ación. En ambas ver siones sobr esalen conceptos como cur iosidad, bondad,
compasión y humildad. Mucho de lo que aquí hablar emos r esonar á en la capacidad de apr ender a
despr ender nos de lo pr opio par a cr eer en lo compar tido.
Pienso que mi vida cabr ía en una piñata, per o en una muy gr ande. Mi piñata va cr eciendo
y ensanchándose a medida que pasan los años, con la gr acia de Dios. Mucho «ha caído» dur ante
este tiempo, y aún queda más en su inter ior esper ando a ser descubier to. Nuest ra vida puede
caber en una piñat a, pero t iene que ser infinit a, de posibilidades enormes, no de cart ón o
barro. Venimos al mundo con un potencial ilimitado de cr eación y abundancia. La piñata, en este
caso, se convier te también en una imagen de posibilidades infinitas. La cuestión es cómo ser emos
capaces de r ecibir lo que cae de la piñata, sean eventos, momentos, desafíos, ideas o cir cunstancias;
cómo actuar emos en lo adelante, de acuer do con nuestr as expectativas y mapas mentales. Esa es la
clave par a que vivamos felices con la piñata de la vida. Y eso es lo que pienso enseñar te en este
libr o: las her r amientas que necesitas par a vivir la piñata de tu vida.
Nuestr o mundo deber ía ser una piñata en la que mostr emos compasión, gener osidad y
bondad. Una piñata de la que br oten bendiciones par a disfr utar la opor tunidad de compar tir, y no
de dividir ; donde la gente dance, agr adezca y celebr e la abundancia a su alr ededor. Y algo no menos
impor tante: si de la piñat a «llueven» moment os difíciles, enfrent émoslos desde las enseñanzas
del pensamient o creat ivo, innovador y reflexivo.
Y, como dicen que la r epetición es la madr e del apr endizaje, me he pr opuesto r ecor dar te, dur
ante la lectur a, pr eguntas e ideas detonador as par a que no seas un ente pasivo en esta conver
sación, sino un elemento en ebullición y evolución, un ente gener ador de chispas de r eflexión y
estudio, a cada paso de este camino juntos.
Te pr egunto:
¿V IVES TU VIDA EN «MODO PIÑATA»?
Si es así, lo haces colgando de un hilo, con muchos ador nos exter ior es, r epleto o r epleta
de objetos que otr o colocó dentr o. La iner cia te esclaviza, a la esper a de que una fuer za exter na te r
ompa a sacudidas. Alguien, con los ojos vendados, disfr uta al golpear te con un palo y tú ter minas
volando en dir ecciones inesper adas. O, en la mejor de las suer tes, estás esper ando a que otr os halen
las cintas con fuer za, a que te bamboleen hasta quebr ar te y desfondar te, par a que otr os se r ían
o llor en al descubr ir lo que llevas dentr o. Entonces quedar ás inser vible, inútil, iner te. En ese
modo de vida, fuer zas exter nas te llenan, golpean, quiebr an y dejan en el vacío a su antojo.
La filosofía de este manifiesto te convoca a cuestionar si la vida es una piñata llena de cosas, que
no son más que eventos, envueltos en disfr aces atr activos. Estos no se muestr an en esencia, per o
nos hacen vivir en anticipación, sin disfr utar la ver dader a fiesta de celebr ación que es exper
imentar el pr esente, por asumir qué nos depar ar á esa caja de sor pr esas al desmor onar se.
Al igual que con las piñatas, en la vida cada quien se fr ustr a, se r esigna o agr adece según
su visión, expectativas, cr eencias y emociones. A difer encia de las piñatas, en nuestr a vida sí
podemos cr ear y manifestar r egalos, conver tir obstáculos en bendiciones y r epr ogr amar los
significados de las cosas que nos caen.
CAPÍTULO I
LA PIÑATA DE MARCO
POLO
La historia es la novela de los hechos, y la novela es la historia de los
sentimientos.
CLAUDE ADRIEN HELVÉTIUS
A SIÁTICA, MEXICANA Y UNIVERSAL
Siempr e hay quien se pr egunta par a qué sir ve la histor ia. A menudo se afir ma que r esulta ideal
par a saber de dónde venimos, en qué punto estamos y hacia dónde vamos. No podemos per der de
vista esas consider aciones a la hor a de evaluar cualquier fenómeno de nuestr as vidas, puesto
que la histor ia es siempr e r elevante. No es agua pasada, sino un instr umento par a evaluar pasado,
pr esente y futur o.
Cuando me pr opuse escr ibir este libr o, viajé a México var ias veces par a indagar dir
ectamente sobr e el tema. En una opor tunidad hablé con un viejo ar tesano callejer o, que entr e
sus múltiples ocupaciones se dedicaba a la confección de piñatas. Miguel, así dijo llamar se,
demostr ó ser un hombr e humilde, abier to y enamor ado de su tr abajo. No solo dominaba el ar te
de su especialidad, sino también su histor ia y el simbolismo que encier r a.
–¿Y usted qué opina del or igen de la piñata? –le pr
egunté.
–Siempr e se dijo que Mar co Polo la llevó desde China a Eur opa, y que los
monjes fr anciscanos la tr ajer on a México dur ante la evangelización cr istiana par a
celebr ar el nacimiento de Jesús –r espondió sin vacilar.
–Per o los aztecas ya confeccionaban vasijas de bar r o similar es a las piñatas antes de
que llegar an los españoles, ¿no?
–¡Es cier to! Y también los mayas. Constr uían ollas de bar r o con el r ostr o de un dios,
las pintaban, las ador naban con plumas de color es y las llenaban con piedr as de color es, fr
utos secos y semillas. Un sacer dote las colgaba y, cuando se r ompía, todo su
contenido se der r amaba apar entemente «a los pies de ese dios».
–¡Eso es una piñata! –asegur
é.
–Ahor a abundan las de papel y car tón, y pueden tener significados difer entes. El r
eligioso es aún el más ar r aigado. Como puede ver, seguimos haciendo piñatas con siete
puntas.
Recor r í con la mir ada el mer cado donde conver samos. Estaba r epleto de piñatas
colgadas del techo. Algunas se exponían sobr e mesas y anaqueles. ¡Er a una fiesta
de color es! Pr edominaban las de siete puntas, aunque nuevas temáticas se incor por aban
a la tr adición: per sonajes famosos, autos, car r ozas, bar cos, aviones, animales, una var
iedad de figur as que dice mucho de la cr eativa imaginación popular.
–Cada punta per sonifica uno de los siete pecados capitales: ir a, envidia, avar icia, sober
bia, gula, per eza y lujur ia –me dijo el ar tesano.
Entonces compr é tr es modelos difer entes y me las ingenié par a tr aer las a Miami con
la ayuda de Lor ena, nuestr a quer ida asistente ejecutiva, par a siempr e r ecor dar
aquel encuentr o con la histor ia viva en las calles de México.
He pensado mucho en las enseñanzas de la histor ia al investigar el or igen de las piñatas. Consider
o que par a cambiar el cur so de la histor ia, si es que deseamos hacer lo, pr imer o hay que conocer
la a fondo. Cr eo fir memente en el poder de las per sonas par a tr ansfor mar lo que deba ser tr
ansfor mado,
adaptándonos todos a los nuevos tiempos, per o sin r enunciar a lo vivido. Estoy segur o de
que podemos ar monizar nuestr as tr adiciones con el or den social que nos hemos dado y
conseguir el siempr e deseado equilibr io.
Hace poco disfr uté y r eí con el monólogo «Sin fr onter as: la piñata», del humor ista
venezolano
Emilio Lover a, que se ha vir alizado en Inter net. Emilio, a quien he entr evistado en mi pr ogr ama
de televisión, nos pone a pensar a todos con sus r eflexiones cómicas sobr e las piñatas. Por
ejemplo, r epar a en que, cuando entr amos a un cumpleaños, lo pr imer o que vemos son per sonajes
que hicimos que nuestr os hijos ador ar an: La Sir enita, Batman, Super man y otr os, «per o ahí
está guindando» y
«hay una fila par a caer le a palos al ídolo». Lover a dice, en br oma per o sin faltar a la ver dad, que
tal actitud ha causado «cor tocir cuitos cer ebr ales» en los niños.
DE CHINA A MÉXICO, CON ESCALA EN EUROPA
¿Qué dicen las investigaciones histór icas sobr e el or igen de la piñata? Según el Museo de Ar
te Popular de Ciudad de México (MAP), la vida del objeto comienza en China, dur ante la Edad
Media, donde se confeccionaban figur as de vacas, bueyes o búfalos con car tón y papeles de color
es. Dentr o se colocaban difer entes semillas. Los mandar ines or denaban r omper las al inicio
del año chino. Después, su contenido er a espar cido en el campo, se quemaban los r estos y las
cenizas se guar daban como señal de buena suer te.
En el siglo XII, el navegante veneciano Mar co Polo las tr ajo de allí. Sin embar go,
Walther Boelster ly Ur r utia, dir ector gener al del Museo de Ar te Popular de Ciudad de México, ar
gumenta que Italia er a un mer cado muy especial en el Mediter r áneo, pues pr ovocaba que todos los
comer ciantes y navegantes par ar an a r eabastecer se o a vender sus mer cancías en la zona. Por lo
tanto, según insiste Boelster ly, no puede asegur ar se con exactitud que la piñata vino
simplemente con Mar co Polo:
«También hubo colabor ación con muchas otr as tr ansacciones en la zona, y eso gener ó
un inter cambio de ideas y pr oductos».
«No hay una fuente científica par a cor r obor ar una cosa o la otr a, per o la leyenda popular es
que la piñata se tr ajo de Or iente. En sus or ígenes se ponían semillas en una olla, se r ompían antes
de la época de lluvia par a poder tener una buena época de siembr a. Al llegar esta costumbr e a
Italia, se utiliza en los r itos de la r eligión católica, obviamente dominante en esa época. Y le
empiezan a dar un simbolismo con cier tos motivos r eligiosos. Cuando las ór denes r eligiosas
llegan a México, empiezan a utilizar muchísimos de estos símbolos», explica Boelster ly.
En las fiestas de los r eyes de Sicilia, se utilizar on bajo el nombr e de pignatta, que en
italiano significa jar r ón de bar r o. En ese tiempo se decía que las piñatas estaban llenas de «nobleza
digna», de piezas de or o, joyas y piedr as pr eciosas, como indican los estudios del MAP, que es
la pr incipal institución dedicada al tema en México.
En Italia, el pr imer domingo de la cuar esma er a conocido como el «Domingo Piñata».
Los campesinos r ecibían una pignatta u olla llena de r egalos. Según esta investigación del
MAP, allí también existía la costumbr e de r omper las, per o estas no incluían ador nos. La tr
adición se extendió luego a España, donde le empezar on a colocar papeles y listones. A México
se le r econoce, no obstante, el diseño y el color ido actual.
Los conquistador es españoles, en su expansión ter r itor ial y r eligiosa en México, utilizar on
la
piñata como instr umento evangelizador. El MAP indica que Fr ay Diego de Sor ia, per teneciente
al convento de Acolman, se convir tió en su pr ecur sor en 1586, pues en dicho lugar se celebr ar
on las pr imer as «posadas», nueve días de fiestas popular es antes de Navidad.
«Los misioner os españoles apr ovechar on la coincidencia que existía entr e la celebr ación
del nacimiento del Niño Sol y el nacimiento del Niño Dios (Jesucr isto). La celebr ación
indígena abar caba del 16 al 24 de diciembr e, per íodo que después de la evangelización ocupar on
las posadas. Asimismo, se sabe que los indígenas mayas tenían un juego similar al de r omper la
piñata, llamado Pa’p’uul (r ompe cántar o)», explica la per iodista mexicana Sendy Castillo
Castillejos.
Fr ay Diego de Sor ia obtuvo un per miso del papa Sixto V par a la celebr ación de unas «misas
de aguinaldos» en esas fechas, de acuer do con Ter e Vallés, de Catholic.Net. Entr e pasajes y escenas
de la Navidad, «par a hacer las más atr activas y amenas, se les agr egar on luces de bengala,
cohetes y villancicos y, poster ior mente, la piñata». Con el tiempo, las posadas tr ascendier on el
ámbito eclesial
y llegar on a los bar r ios y casas, pasando a la vida
familiar.
La investigación del MAP detalla que la piñata, en su for mato tr adicional, es una esfer a con
siete picos que simbolizan el mal, en r epr esentación de los siete pecados capitales: ir a, lujur ia,
envidia, avar icia, per eza, gula y sober bia. Esta es una cuestión pr imor dial par a analizar el
fenómeno, pues, r ecor dando el monólogo de mi estimado Emilio Lover a, no es lo mismo apalear a
la r epr esentación del demonio que a la imagen de nuestr o ídolo favor ito, sea La Sir enita o Super
man. En un estudio sobr e papel y car toner ía, José Her r er a, de la Univer sidad Ver acr uzana, alude
a las nueve posadas que se celebr an en los días citados de diciembr e. Indica, sin embar go, que,
además de piñatas con for mas de estr ella o de siete picos, también las hay con diseños de bar cos,
payasos o animales.
«La piñata se r ompe con los ojos vendados, en r epr esentación de la fe ciega; el palo o gar r
ote, como la vir tud par a vencer al diablo. Así también el r elleno que cae es la car idad y los dones
de la natur aleza otor gados al mundo, y el tr iunfo del bien sobr e el mal. Todo lo anter ior, dentr o
del mar co de las posadas, tr adición que se celebr a antes de Navidad, conmemor ando la búsqueda de
un r efugio par a Mar ía y José antes del nacimiento de Jesús», añade la per iodista Castillo Castillejos.
Walther Boelster ly Ur r utia, dir ector gener al del MAP, consider a que se r ompen en
abundancia par a que podamos «r ecibir la venida a Cr isto, el 25 de diciembr e, con la pur eza de
haber limpiado todos los pecados». Y la tr adición, de alguna for ma, comenzó a tomar una impor
tante pr esencia en otr as fechas del año.
«No solo se hacía los días anter ior es al nacimiento de Cr isto, sino que se empezó a utilizar
como un elemento festivo en cumpleaños y aniver sar ios; la gente se r eunía alr ededor de la
piñata. En México, en esas épocas de diciembr e, cítr icos como la lima, la mandar ina o la nar anja se
usaban par a r ellenar las piñatas. Er a la alegr ía de los niños», añade Boelster ly.
En su evolución, llegar on las br omas, empezar on a r ellenar se de dulces, de diner o y de
muchas otr as cosas. «Se apr ovecha par a vendar los ojos al que la va a golpear. Y esto ya
ha sido, pr ecisamente, una especie de tr ansfor mación de la idea or iginal, par a venir a la celebr
ación vistosa, alegr e y con los amigos», afir ma el dir ector del MAP.
La ar tista Mar cela López Linar es cr eó en México un taller de piñatas en el teatr o Isaur o Mar
tínez. Citada por el diar io El Siglo de Torreón, r ecuer da las muchas inter pr etaciones sobr e el
or igen y significado de las piñatas. Aunque admite que el más común «r epr esenta la lucha que
sostiene el hombr e valiéndose de la fe, simbolizada por el palo par a destr uir el maleficio de las
pasiones»,1 a tr avés de los años ha var iado el significado de los siete picos. Así se han abier to paso
muchos hér oes contempor áneos: Batman, Super man, Spider man, o per sonajes de car icatur as
como Nemo y el Rey León, entr e otr os.
¿De qué mater iales está compuesta la piñata tr adicional? Se tr ata de una olla de bar r o, ador
nada
con papel o car tón y r ellena de fr utas. No obstante, actualmente, las piñatas tr ascienden las
posadas y su for mato. El diar io Excelsior cita que la tr adición es «una enseñanza sobr e cómo la
fe y una sola vir tud pueden vencer al pecado y r ecibir la r ecompensa de los cielos».2 Además, nos r
ecuer da uno de los cánticos pr incipales de la ocasión:
Dale, dale, dale, no pierdas el tino,
Porque si lo pierdes, pierdes el
camino. No quiero oro, ni quiero
plata,
Yo lo que quiero es romper la piñata.
Ándale Juana, no te dilates
Con la canasta de los cacahuates.
Anda María, sal del rincón
Con la canasta de la colación.
Denle confites y canelones
A los muchachos que son muy tragones…
El Museo de Ar te Popular de Ciudad de México, que se ocupa en conciencia de pr omover y
difundir esta r iqueza cultur al, or ganiza cada año un concur so de piñatas. En Acolman, Estado
de México, existe una diver sa fer ia de piñatas, donde se pr oducen anualmente hasta 18.000
unidades par a ser distr ibuidas en otr os lugar es del país. Dichas acciones se celebr an bajo el
lema: «No r ompas las tr adiciones, mejor r ompe una piñata».
OTROS CAMINOS
Mar cela López Linar es consider a que el uso ha cambiado, pues ahor a puede r omper se en
cualquier momento del año y «la piñata ya se comer cializó totalmente». Según la ar tista plástica,
México es un país de ar tesanos, por lo que dicha costumbr e no deber ía per der se.
Hoy, la piñata conser va una gr an impr onta en Amér ica Latina, sobr e todo en fiestas
de cumpleaños como pr incipal atr acción infantil. Se destaca en países como Chile,
República Dominicana, Puer to Rico, Per ú, Colombia, Venezuela, Costa Rica, Cuba y Panamá, entr e
otr os.
El dir ector del MAP r ecuer da que México «per dió en el pasado gr an par te del ter r itor io
nacional, per o lo ha ido r ecuper ando en el sentido positivo, y no geopolítico», a tr avés de la
cultur a y las tr adiciones extendidas a Estados Unidos: «Se ha ido sumando la cultur a anglosajona
a la latina, o la latina a la anglosajona. No impor ta el or den. Y cr eo que hemos podido sacar
pr ovecho a ambas sociedades par a esta unión. Las dos tienen enor mes cosas que apor tar. Y yo
siempr e he sido de la idea de que sumando se multiplica. Entonces, en ese sentido, la piñata ha ido
ganando ter r eno en la cultur a anglosajona, no únicamente en los estados vecinos a México, sino
pr ácticamente en todos. Incluso, los asiáticos r adicados en Estados Unidos r etoman la piñata par a
sus celebr aciones. Se ha hecho muy popular en el mundo anglosajón».
Sobr e la maner a de r omper las piñatas, antes como símbolo de pur eza fr ente al pecado y
hoy como pur a diver sión, Boelster ly Ur r utia explica: «Puede que haya gente a favor o en contr a,
per o se tr ata de una manifestación popular. Y las manifestaciones popular es tienden a tr ansfor mar
se y se van adaptando a las difer entes necesidades que tiene la vida. No podemos par ar esta
necesidad de las cultur as y la sociedad. Obviamente, los pur istas or todoxos van a estar en contr a de
cier tas cosas, per o no podemos hacer mucho. Es la sociedad la que va haciendo los cambios. Las
piñatas antes tenían un or igen agr ícola, que se adaptó a una necesidad r eligiosa. Después, esa
costumbr e popular empezó a conver tir se con otr o fin».
En algunos países se ha eliminado la tr adición de dar palos a las piñatas. Simplemente se le
amar r an cor deles a un falso cier r e. Cada niño tir a de una cuer da, la piñata se desfonda y se espar
cen todos los r egalos. Una vez, un mexicano me contó la siguiente histor ia.
A pr incipios del siglo pasado, un matr imonio con cinco hijos decidió celebr ar le
el cumpleaños a cada uno, per o enfr entaban un pr oblema muy ser io.
–Cinco fiestas de cumpleaños tienen un costo enor me –dijo el padr e–. Por lo tanto, solo
un cumpleaños tendr á piñata, no podemos pagar más.
–¿Y en cuál? –pr eguntó el
mayor.
–En el que ustedes elijan –r espondió el padr
e.
Los hijos se mir ar on unos a otr os. Aunque agr adecier on el gesto de sus padr es,
un cumpleaños, por muchos dulces, r efr escos y música que tuvier a, no er a tan diver tido
si no tenía piñata. El padr e leyó la fr ustr ación en sus car as y tr ató de explicar se mejor.
–Pagar cinco piñatas, par a después r omper las a palos, es un der r oche que no
podemos per mitir nos.
–¿Y si no las r ompemos? ¿Y si utilizamos la misma en todos los cumpleaños? –pr eguntó
el
más pequeño.
Sus her manos r ier on.
–Después de haber le dado tantos palos, ¿cómo vamos a utilizar la misma? –pr eguntó
uno. El pequeño, al que no le impor tar on las bur las, pidió confiado al padr e:
–Papá, quier o hablar con el ar tesano que hace las piñatas.
Pasado un tiempo, llegó el pr imer o de los cinco cumpleaños, y una her mosa piñata,
con muchos cor deles, colgaba del techo de la casa. En el momento de abr ir la, el más
pequeño pidió a cada niño que agar r ar a una cuer da. A su or den, tir ar on dur o y sobr e
sus cabezas cayó una lluvia de car amelos y r egalos. Gozar on a más no poder. Par a
el asombr o de todos, cuando ter minó la fiesta, la piñata seguía colgando, casi intacta,
solo le faltaba el fondo.
–Vamos a guar dar la –dijo el más pequeño–. Par a el pr óximo cumpleaños, con un poco
de pegamento, le ar r eglamos el fondo y ya tenemos piñata.
Ya después, antes de dor mir, el padr e r ecor dó a los niños los ver sos de un poema de Fayad
Jamis, un poeta nacido en México que desar r olló su obr a en Cuba:
Con tantos palos que te dio la vida
Y aún sigues dándole a la vida sueños
[…]
que solo sabe amar con todo el pecho,
Fabricar papalotes y poemas y otras patrañas
que se lleva el viento
[…]
Con tantos palos que te dio la vida
Y no te cansas de decir «te quiero».
Al evaluar su gr an viaje hasta nosotr os desde China, pienso en la figur a de Mar co Polo
como símbolo de un pr oceso cultur al gr andioso, aunque no pueda pr obar se exactamente su
papel. El incansable viajer o fue un visionar io del entendimiento univer sal. A edades muy tempr
anas acompañó a su padr e a tier r as or ientales, donde se inser tó completamente par a estudiar
las. Sus fascinantes histor ias sobr e esa civilización sor pr endier on a todos en su época. Algunas
er an tan mar avillosas y descr ibían ideas y tr adiciones tan desconocidas que muchos incluso
desconfiar on de su existencia.
Más de siete siglos lleva la piñata entr e nosotr os, adaptándose siempr e a las cir
cunstancias, moviéndose de lo estr ictamente r eligioso a lo popular, mutando en sus car acter
ísticas exter nas y r edefiniendo sus conceptos, según las sociedades donde ha pr evalecido.
Aunque más adelante pr ofundizar emos sobr e el tema, r esulta sintomático que hayamos
pasado de apalear el mal, r epr esentado a tr avés de las siete puntas del pecado, a golpear el
objeto como método de diver sión. El debate está abier to. Por ello convoqué a nuestr os lector es, a tr
avés de las r edes sociales, par a conocer sus opiniones. Hay cr iter ios contr apuestos en tor no a la
posible violencia alr ededor de las piñatas. Pr imer o r epr oduzco algunas car tas de amigos que no
ven ningún pr oblema en que la tr adición se
mantenga tal cual:
Patr icia Alvar ado, Venezuela:
En el pr imer año de vida de cualquier chamo, es r eglamentar ia una piñata. Clar o que
los chiquitos le tienen pánico. Es r ar o ver algún niño que no le tenga miedo a esa edad
a la piñata, per o casi siempr e están papá y mamá. Ellos nos guían, nos pr otegen y nos
enseñan que hay que agar r ar fuer te el palo y dar le bien dur o hasta r omper la... Y lo mejor
es esper ar lo que cae, tr atar de agar r ar los car amelos y los juguetes. El más avispado
es el que se lleva lo mejor.
Tienes r azón cuando dices que la vida es una piñata. Al pr incipio de cualquier situación
le tienes miedo. Luego la enfr entas y al final te comes los car amelos que r ecogiste.
Algunas veces muchos, otr as veces ser án pocos y, en algún momento, no agar r ar ás
ninguno; per o te queda la satisfacción de haber le caído a palos a la piñata…
Or lando Fur lán, Nicar agua:
Yo atr avesaba una pr ofunda depr esión cuando me invitar on al cumpleaños de una de
las pr imas de mi esposa. Llegué y me senté cabizbajo a obser var cómo los niños
comenzaban a quebr ar la. En ese momento llevaba var ios meses sin sonr eír. Ese día noté
que, además de que el niño de tur no llevaba los ojos vendados, quien manipulaba la
piñata cambiaba su posición justo antes de que el niño logr ase acer tar le un palazo y las
per sonas alr ededor le gr itaban ubicaciones falsas de donde se encontr aba. Además, había
una dificultad adicional: mientr as el niño de tur no intentaba golpear la piñata, r ecibía
golpes con muñecos de peluche, lo que le hacía per der aún más la concentr ación.
Comencé a sonr eír.
Llegó el tur no de una niña no vidente, a quien no vendar on los ojos. Recibió el palo,
sus tr adicionales diez vueltas sobr e el mismo sitio y toque asistido de la ubicación
inicial y comenzó a intentar quebr ar la piñata. Esta niña r ecibió exactamente el mismo tr
atamiento que los niños anter ior es: falsas señas, movimientos r epentinos de piñata y
golpes de peluches. Llamó mi atención su sonr isa diáfana. Cómo, sin ningún
complejo, se batía contr a la piñata y seguía sonr iendo como todos los niños y
adultos que ahí nos encontr ábamos. En ese mismo momento se disipar on las nubes negr
as de la depr esión y r eí de buena gana. La niña no vidente me tr ansmitió a tr avés de su
sonr isa y valentía las ganas de vivir que había per dido y desde ese entonces he
continuado viviendo con una mejor actitud.
Lilia Chávez, México:
Pienso que las piñatas, al igual que nuestr a vida, van evolucionando con el tiempo; per o
de nosotr os depende no per der y conser var la esencia de la tr adición. Hasta la
fecha, yo festejo el cumpleaños de mis hijos con piñatas. A pesar de que ellos nacier on y
han cr ecido en Estados Unidos, les encanta dar le dur o a la piñata. Siento que quizá es
una for ma de sentir par a los niños: «Lo logr é, lo hice, la r ompí, y gr acias a eso
pude obtener lo que quer ía, después de luchar dur o par a logr ar lo».
Sin duda, es como la vida misma. Tienes que luchar y dar le dur o, per o con alegr ía, par
a obtener lo deseado. Y clar o, sin olvidar que habr á más per sonas a tu alr ededor que
se beneficiar án gr acias a tu esfuer zo y tenacidad.
Dor a L. Rodr íguez:
En una piñata uno deposita muchas cositas que cr eemos hacen felices a quienes esper
an r omper las. Mi hijo, de tr es años, muchas veces demuestr a timidez, per o en el
cumpleaños de mi abuela tomó el bate y empezó a golpear la con una fuer za que ni yo
misma conocía de él. Cuando le dije: «Waaao, ¿eso qué fue?», como un niño gr ande me
r espondió: «Me dio mucha confianza, mami, y quise saber lo que tenía dentr o».
Entonces lo veo así: la piñata, par a los niños, es algo que deslumbr a. La piñata se
compar a con la vida en que en ambas se deposita confianza y algo más, con el fin de que
valga la pena. Y par a hacer feliz a quien logr e r omper el capar azón que hay en uno
mismo y pueda gozar de todo el sinfín de confites que encier r a tu cor azón.
Nilovna S. Osor io, Hondur as:
Mi piñata también fue una gr an alegr ía. Y, si pensamos detenidamente, cuando toca el tur
no de dar le a la piñata, no impor ta cuántos golpes demos. Sabemos que en cualquier
momento tiene que salir la sor pr esa que esper amos. Sin impor tar qué es, simplemente
nos llena la alegr ía de haber lo logr ado.
Kar em Gómez, Guatemala:
Nunca fui a una piñata, nunca tuve una, per o eso no impidió que fuer a una niña feliz. Cr
eo que el mejor r egalo esos días de cumpleaños er a estar todos juntos. A mis hijos, pues sí
les he hecho piñatas y consider o que les encanta, por que veo sus r ostr os de felicidad y
alegr ía al dar les con todas sus fuer zas.
Emily Vásquez, Hondur as:
Er a mi cumpleaños y todo er a muy bonito, aunque ni siquier a teníamos pastel o r efr
escos. De r epente, pasó algo lindo: llegó mami Mar ía con una piñata pequeña, que ella
misma había hecho, y una bolsa de confites. Esa fue mi alegr ía más gr ande, cor r í a abr
azar la y fui en ese momento la niña más feliz. Recuer do muy bien las palabr as de mi
abuela: «No impor ta que no haya nada, solo impor ta la piñata». Inmediatamente la
guindamos y buscamos cualquier palo en el patio.
Recor dando todo eso, compar o un poco la vida con el subir y bajar de aquella piñata,
con el subir y bajar de mi abuela por aquellas calles vendiendo pan, solo par a llevar les un
poco de alimento a sus hijos. De la misma for ma, contemplé con mis ojos infantiles el
subir y bajar de muchas piñatas, deseando golpear las solo par a ver salir un dulce y
cor r er a r ecoger lo. Per o, ¿golpear la piñata? ¿Por qué? ¿Par a qué? Así como
golpeamos la piñata par a conseguir ese dulce secr eto y deseado, también vamos por
la vida, golpeando y luchando, subiendo y bajando, afer r ados solamente a Dios como la
piñata a la soga que la sostiene, tr atando de conseguir eso que ni siquier a sabemos cómo
ser á, el sueño de la vida.
Ver ónica, Hondur as:
En una aldea muy pobr e del sur del país, cuando er a niña de pr imar ia, r ecuer do
que hacíamos piñatas de ollas de bar r o. Las for r ábamos con papel y las llenábamos de
pedazos de caña, mango o cualquier fr uta de la tempor ada. Todos esper ábamos que
salier an y nos tir ábamos a r ecoger lo que tenía la piñata, sin impor tar que el que tenía
tapados los ojos
nos par tier a la cabeza. Es más, par a un día del niño, a un pr imo le abr ier on la cabeza con
el palo de r eventar la piñata. Muchos de los niños salíamos con chichotes en la cabeza,
por los pedazos de bar r o que nos caían, per o siempr e con la ilusión por r eventar la
piñata.
También llegar on cr iter ios contr ar ios a r omper las con palos. Dafne Mor ales afir ma, por
ejemplo:
«Nunca me gustar on las piñatas, golpear y r omper la imagen de algo que me gustaba tanto, nunca
me par eció agr adable». Ana Rivas confiesa que le r esulta «descabellado dar le palos al
muñequito pr efer ido de los peques». Y Patr icia, en otr o e-mail, dice que las piñatas «se hacen
del per sonaje infantil que más gusta y quier e el niño», per o después sufr e mucho al ver cómo la
despedazan:
Entonces, me quedé pensando: desde pequeños apr endemos a desbar atar lo que quer
emos. Luego hay una sor pr esa que no se disfr uta, por lo menos el cumpleañer o, debido
a que le desbar atan lo que más quier e. Tomando en cuenta esto, he decidido que
cuando le haga piñatas a mi bebé, ser án de cintas par a abr ir la. De cualquier motivo,
menos algo que le guste y quier a.
Kar ilyn:
Piñata, par a mí, es sinónimo de golpes, malos r atos, decepción, tr isteza. De niña tuve
malas exper iencias con las famosas piñatas. Mi ar gumento se basa en mi exper iencia.
No me gustan las aglomer aciones de gente y mucho menos la violencia. Y eso er a lo
que veía desde pequeña. En pr imer a fila estaban los niños, y detr ás sus padr es,
alentándolos cual coach en un ring de boxeo.
Luego sacaban el majestuoso palo ador nado par a golpear la piñata, la cual er a del hér
oe favor ito del cumpleañer o (sí, ese hér oe ador ado). Todos estábamos alr ededor par a
dar le palo hasta mor ir. Ja ja ja. Una vez que ya el pobr e hér oe o figur a de Disney no
aguantaba más, el mismo tío encar gado de la piñata la tomaba entr e sus manos y la r
asgaba sobr e todos los par ticipantes. En ese pr eciso momento cumbr e, donde ya todos se
lanzan al suelo, unos sobr e otr os, es donde pr evalece la ley del más fuer te.
Kar la:
Hoy pienso que la for ma en que abr imos las piñatas es un poco gr oser a: a palos. Cr eo
que eso nos incita inconscientemente a la violencia desde niños, pues r ecur r imos a la
violencia al golpear la piñata a palos par a obtener lo que hay en su inter ior. Es como si
nos dijer an desde niños que tenemos que her ir o apr ovechar nos de algo par a obtener lo
que quer emos.
Inés M. Pino:
Íbamos pocas veces a ese tipo de fiestas, per o, cuando lo hacíamos, yo me agar r aba de
la pier na de mi mamá y no había poder que logr ar a mi par ticipación en la aglomer ación
de la piñata. Me ater r aba el momento en el que caía todo sobr e nosotr os. Temía un mal
golpe en mi cabeza, y lo peor er a el momento donde, sin impor tar nada, todos se
abalanzaban sobr e el contenido despar r amado por el piso, cual buitr es a la car r oña. Allí
había golpes, patadas, empujones, r asguños, gr itos, llantos... En fin, par a mí er a muy
desagr adable.
Mar ía del Rosar io Jaime:
No tuve piñatas en la infancia por que la situación económica no me lo per mitía. Así que
las r ecuer do de las celebr aciones que les hacían a otr os. Siempr e les tuve algo de temor,
sobr e
todo en el momento donde caían las golosinas y todos cor r ían a tir ar se al suelo y agar r
ar lo más que pudier an. Yo me mantenía a distancia y, si caía algún car amelo cer
ca, lo agar r aba. Así fue.
Sin embar go, ya adulta, se nos ocur r ió hacer una par a la abuela, que cumplía años.
Ella par ticipó diver tida de todo esto. Esta vez no me alejé mucho. Mi abuela le dio a la
piñata hasta que el palo se le soltó y fue a dar (¿adivina dónde?) justo a mi car a, en el
momento en que me subía los lentes. Fue así como mis dedos r ecibier on el impacto y
no mi nar iz, afor tunadamente. Me animé a escr ibir te por que las piñatas han sido tema de
conver saciones familiar es. Me ha dejado la cer teza de que hacemos con el país lo mismo
que apr endimos a hacer con este adefesio de fiestas infantiles.
Y también r ecibimos otr os comentar ios conciliador es, que pr oponen soluciones par a disminuir
la violencia alr ededor del acto de abr ir la piñata:
Cr uzbelin, Venezuela:
Es posible que, a mis cuar enta y cinco años, sea una de las pocas per sonas que aún teme
a una piñata. Me da ter r or cuando le dan palos y los niños están tan cer ca. La aglomer
ación de per sonas de distintas edades hace que los más pequeños no disfr uten de r
ecoger golosinas y juguetes. Es por ello que establecí mis nor mas: los cumpleaños de
mis hijos son exclusivamente con los amiguitos de su edad. Pude limpiar mis tr aumas
cuando veía a cada uno de ellos r ecogiendo sus pr opios juguetes y golosinas, sin maltr
atar se, por que son de la misma edad.
Dor is, otr a amiga, también sugier e sus pr opias soluciones a par tir de un caso que conoció. Me
cuenta la histor ia de una niña a la que le hicier on una her mosa piñata en for ma de poni:
Ella ador aba esa piñata. La tenía en su habitación desde mucho antes del cumpleaños. El
día de la fiesta, cuando tocaba tumbar la, la niña se puso a llor ar par a que no le golpear
an su piñata. Llor ó tanto que vomitó, le dio fiebr e y diar r ea. Hubo que llevar la al
médico. Imagínate el dr ama y el tr auma de esa niña con su quer ido poni. Al pr
incipio todos br omeaban, per o la r eacción de la pequeña fue muy tr iste. Es mejor no
dejar que los niños se encar iñen con las piñatas.
Jeannette también nar r a su exper iencia, que clasifica en el apar tado de soluciones cr eativas en el
acto de golpear la piñata:
Imagínate las veces que le di palos a una piñata. Las disfr uté mucho. Recuer do que
mi objetivo er a quedar me con un pedazo de la piñata, par a guar dar en él la
cantidad de juguetes que r ecogía. ¡Imagínate! Me encantaba, gozaba un mundo. Y más
cuando todos decían: «Mir a cuántos juguetes tiene Jeannette». Me hacía sentir or gullosa
y poder osa por mi tr abajo. A pesar de mis sesenta años, no dejo de esper ar a que
tumben la piñata, per o esta vez par a dar les los pedazos a mis sobr inas y amigos.
Todavía no tengo nietos.
Y Candelar ia Estr ada Lucer o, de Estados Unidos, expone cómo a veces se hace pr esente la gr
acia divina. Ella r ecuer da su adolescencia, cuando for maba par te de un gr upo de or ación y r
eflexión en la Iglesia Católica. En vísper as de Navidad, celebr aban su posada y esper aban ansiosos
el momento de r omper la piñata:
El pr imer año, teníamos todo listo, la piñata colgada, llena de dulces y todos
felices
alr ededor, cuando uno de los compañer os, igualmente feliz, pasó junto a ella con una
lucecita de bengala y se quemó nuestr a piñata en solo unos segundos. No pudimos dar le
un solo golpe. El segundo año volvimos a pr epar ar todo con mucho cuidado. Igual ya
estaba colgada la piñata y llena de dulces. Par a evitar el accidente del año anter ior,
compr amos una piñata de bar r o, per o fue tanto el peso de los dulces que se cayó al
suelo y se r ompió sola, antes de poder dar le un solo golpe…
Estos dos sucesos nos hicier on r eír y diver tir nos mucho. No teníamos necesidad de
luchar contr a ningún pecado… Vivíamos una etapa de gr acia muy her mosa y podíamos
disfr utar del amor de Dios, sin necesidad de dar un solo golpe.
Janette Centeno:
Desde los dos años, le hemos celebr ado el cumpleaños a mi pequeña hija, incluyendo la
r espectiva piñata. Desde la pr imer a vez, no le gustaba dar le con el palo, se ponía a llor ar,
y esto sucedió hasta que cumplió los cuatr o años, per o aun así no le gusta pegar le
fuer te. Cr eo que, en par te, llor aba por que con el palo destr uye lo bonito de su
piñata. Por supuesto, nunca la obligué, por que me sentí como ella, no me gustar ía
destr ozar las piñatas.
Los niños cr ecen y ven a otr os celebr ar los cumples con piñata. Indudablemente,
la tr adición casi que nos obliga como padr es a pr epar ár selos igual, y ser ía impensable
que no la tengan. Pienso que ser ía fantástico par a todos los niños que las piñatas se
halar an con una soga o cuer da, y que caiga el contenido sin r iesgo de r ecibir un
palazo. Ser ía una for ma más amigable y todos deber íamos contr ibuir a eliminar poco a
poco esa tr adición de dar le palo, que les destr uye la ilusión a los pequeños y les enseña a
usar la violencia en cier to sentido. Tendr íamos mejor es cumpleaños.
Cr istian J. Jiménez:
Sin duda, la maner a peculiar de abr ir una piñata es la que hace que cambie el ambiente
en una fiesta de cumpleaños. Tr aducido a nuestr a vida, podemos compar ar la for ma en
que esta se ve golpeada por tantas per sonas o situaciones. Unas nos pegan con tan poca
fuer za que no modifican ni siquier a nuestr o exter ior, mientr as que otr as son tan poder
osas que hacen que br ote de nuestr o inter ior lo mejor o lo peor ; per o cada una de
ellas deja una huella. Mientr as que la soga la vemos r eflejada en las cir cunstancias, per
sonas, cr eencias o convicciones que nos llevan hacia un lado o hacia el otr o,
esquivando esos golpes que otr os se han encar gado de dar.
CAPÍTULO II
ALBERT EINSTEIN
COMO LA VIDA MISMA
La piñata es un mar de contr adicciones, como la vida misma. El elemento que mejor expr esa
el ánimo de la fiesta, por ejemplo, es el menos apetecido por los niños: las ser pentinas y los
pequeños papeles de color es. Nadie se coloca bajo una piñata par a esper ar tir as de papel, sino
en busca de r egalos «más consistentes»: juguetes, car amelos u otr as golosinas. Per o, en r ealidad, si
analizamos el fenómeno desde lejos, el «efecto fiesta» se pr oduce cuando las pequeñas y color idas
cintas saltan por los air es y se disper san entr e la multitud. Contr adictor iamente, nadie las
esper a, constituyen el mater ial menos costoso y el que nada vale en nuestr as manos después de abr
ir se la piñata. Aunque el confeti y los papelillos son los r eyes de la celebr ación, nadie se los lleva
a casa como muestr a de éxito. Ahor a bien, si pr obamos a extir par los, se evapor a el alma de
la piñata; per o, insisto, no conozco a nadie que los r eclame como r egalo. Es un gr an r etr ato del
excesivo poder que lo mater ial tiene en nuestr as vidas, fr ente a otr os «pr oductos» que no se
acumulan, per o que nos llenan de alegr ía y satisfacciones.
A los cinco años, r ecuer do una piñata de cumpleaños en mi casa de El Caney, en Santiago
de Cuba. No consigo tr aer a mi memor ia todos los detalles, por la cor ta edad de entonces, per o
sí la algar abía de la fiesta. Er a en for ma de bar co, pintada de azul, con un gr an mástil y una vela, y
estaba llena de car amelos, silbatos y globos, per o con muy pocos juguetes. Aunque yo er a más bien
tímido, la fiesta me hacía gr an ilusión. Habíamos invitado a familiar es muy quer idos y a casi todos
los niños del bar r io. Aquellas fiestas cubanas empezaban siendo infantiles y ter minaban con una
segunda par te solo apta par a adultos. Así apr ovechábamos par a r eunir a toda la familia.
Al menos en esa época, los cumpleaños santiaguer os seguían una dr amatur gia bastante
similar. Pr imer o actuaban los payasos, luego r epar tían unas pequeñas cestas con car amelos; más
tar de, las cajitas con cake, ensalada fr ía, cr oquetas y los r efr escos. Después de comer, y de
embar r ar nos de mer engue hasta el pelo, empezaban los juegos diver tidos, como el de poner le el
r abo al bur r o con los ojos vendados; las r ifas de juguetes, y luego el clímax, con la aper tur a de
la piñata. Me imagino que la «litur gia» es más o menos par ecida en muchos países. La diver
sión tiene mil maner as de expr esar se, per o casi todo r ueda alr ededor de la comida –con la tar ta
como r eina absoluta– y de los juegos infantiles.
Mi bar co-piñata zar pó aquella tar de a toda vela y con viento a favor, per o sin llegar a buen puer
to.
A la hor a de halar la cuer da, se pr odujo lo que en jer ga cubana popular se conoce como
«la matazón», y decenas de niños cayer on unos sobr e los otr os. Recuer do haber visto cómo dos
amigos, más pequeños que yo, llor aban en el piso, clamaban auxilio, sin que nadie pudier a ayudar
les a salir de aquella tor menta. Aunque se tr ataba de mi piñata de cumpleaños, no me atr eví a entr
ar al combate; ni siquier a en mi pr opia casa. A veces los más fuer tes, que en este caso er an los
niños de mayor edad, imponían la ley de la selva allí donde los invitar an. Afor tunadamente, la
exper iencia no pasó del susto. Per o no hay nada peor que un fin de fiesta con llanto de niño que,
además, muy pr obablemente se ha quedado sin r egalos.
La gr an metáfor a de este libr o conduce a pr eguntar nos si estamos dispuestos a vivir en
«modo piñata», más allá de nuestr as opiniones sobr e el hecho en sí. ¿Vivir emos eter namente
colgados de una cuer da, ador nados por fuer a, llenos de objetos colocados por otr os? ¿Seguir emos
a la esper a de que una fuer za exter na nos r ompa a golpes? En el mejor de los casos, ¿esper ar emos
a que otr os nos halen las cintas con fuer za? ¿A que nos bamboleen hasta quebr ar nos, par a que
otr os se r ían o llor en al
descubr ir lo que llevamos dentr o?
La escena del bar co-piñata estaba medio olvidada entr e mis r ecuer dos, per o emer gió
nuevamente al analizar las ar istas del fenómeno en nuestr as vidas. Y esto me llevó a evaluar cier
tas categor ías y actitudes humanas en tor no a la piñata, que se dan también en muchas otr as cir
cunstancias de la vida. Veámoslas en pr ofundidad, por que cr eo que vale la pena.
1. FASCINACIÓN POR LA RULETA
La felicidad humana generalmente no se logra con grandes golpes de suerte, que
pueden ocurrir pocas veces, sino con pequeñas cosas que ocurren todos los días».
BENJAMIN FRANKLIN
Hay conceptos que encier r an peligr os, por que r eflejan per fectamente el deter minismo de quienes
lo fían todo a eso que llaman el destino. El tér mino r uleta, que viene del fr ancés roulette, der
ivado de rouler (r odar ), es un ejemplo clar o. Se tr ata de una r ueda gir ator ia utilizada en juegos
de azar, per o no necesar iamente tiene que ser «r usa» (modalidad letal, r elacionada con ar mas de
fuego) par a ser consider ada violenta. Nos acer camos a la piñata con una actitud pr imar ia: vamos
a una r uleta a ver qué nos toca. Y, si conseguimos algo, ser á lo que ha decidido otr o en función de
sus inter eses. En este sentido, la piñata es una doble r uleta: solo obtendr ás un r egalo si er es capaz
de vencer a tu amigo, en una batalla muchas veces cr uel. Y el pr emio incluso podr ía disgustar te,
por que lo ha elegido otr o por ti.
Las r uletas dependen de la «suer te» y están muy r elacionadas con el mundo del esoter ismo. Es
un juego de loter ía, donde el pr emio es una pur a cuestión azar osa, no vinculada dir ectamente al
esfuer zo ni al talento de los concur santes. Por ejemplo, el mayor sor teo eur opeo –Eur omillones–,
r epar te 15 millones de eur os dos veces por semana en var ios países de esa r egión, per o var
ias veces ha super ado los 100 par a un único acer tante. Ganar lo es una auténtica casualidad por
el descomunal númer o de combinaciones posibles. Los exper tos estadísticos cr een que la pr
obabilidad de acer tar el pr imer pr emio es de 1 entr e 117 millones de combinaciones posibles.
A pr incipios de 2016, la loter ía Power ball, de Estados Unidos, acumuló 1.500 millones
de dólar es, el mayor pr emio de la histor ia. Tr as una gr an expectación mundial y lar gas filas en
todo el país, tr es per sonas lo consiguier on. Según los exper tos, Power ball es incluso más
difícil que Eur omillones, pues el jugador solo tiene una opor tunidad entr e 292 millones de
combinaciones. «O casi las mismas que las de lanzar una moneda al air e y que salga car a 28 veces
seguidas» o «contar electr ones o gotas de agua en el océano», explicó entonces a la agencia AP
Jeffr ey Miecznikowski, pr ofesor de Estadística de la Univer sidad de Búfalo en Nueva Yor k.3
Peligros de la ruleta
El azar y la piñata podr ían funcionar como diver sión, siempr e y cuando no ocasionen tr astor nos
de la conducta y otr as dependencias; per o la r uleta no r esulta una buena her r amienta de
vida y tr ansfor mación per sonal. Nuestr a existencia no puede abandonar se a la suer te, ni a lo
que otr os deter minen par a nosotr os. Como ha quedado demostr ado tantas veces, las
casualidades solo favor ecen a un númer o muy r educido de per sonas, casi insignificante. La
gr an mayor ía de los tr iunfador es han tr azado su pr opio camino; con la ayuda de otr os, segur
amente, per o basándose en el esfuer zo, el talento, la constr ucción de valor es y la gener osidad.
¿Vamos a conseguir lo que necesit amos para ser plenos en la vida? ¿O esperaremos a
que caiga de la piñat a? Si apost amos por la rulet a, nos convert iremos en parásit os de nuest ra
propia fe. En algunas piñatas, a los niños les vendan los ojos con cier ta fe ciega, per o, en la vida, la
fe debe
tener ojos y sentidos, es una fe con visión. Jamás me he manejado con el concepto de la fe ciega.
Pr ecisamente, no estoy de acuer do con vendar los ojos en la piñata, y menos con dar le palos, por
que así no debemos vivir. En r ealidad, uno apunta a un destino, y va hacia allá.
En mi caso, si hubier a vivido sin pr oyectar, sin cr ear, sin usar la mente y lo que Dios
nos concedió –el libr e albedr ío, la voluntad, la disciplina par a cr eer, cr ear y cr ecer –, mi fe
consistir ía en dar palazos a ver por dónde se r ompe la piñata. Quien vive así no puede llegar a sus
objetivos. Vive a expensas de la loter ía de la vida y de acontecimientos poco pr obables. La gr an pr
egunta es qué haces tú, además de compr ar ese boleto. También existe una tendencia entr e los
ganador es: muchos ter minan per diéndolo todo por que nunca se pr epar ar on par a administr ar
una gr an for tuna. No supier on qué hacer con el diner o.
Hay otr os puntos inter esantes en la teor ía de la r uleta debido a su fanatismo. Existe una especie
de
«adicción a la suer te», a eso que algunos llaman «buena o mala suer te». La piñata es un juego de
azar por que no conocemos lo que hay dentr o. Cuando abr es un paquete, tampoco lo sabes, per o la
vida no puede ser así. Como abor damos en la confer encia «Cr eer, cr ear, cr ecer », que llevamos
en 2016 a var ias ciudades de Amér ica Latina y Estados Unidos, debemos tomar el contr ol con la
actitud que fomentemos y r evisar nuestr as cr eencias. Hacer lo nos per mitir á cr ear pr imer o, y
manifestar nuestr a r ealidad como r esultado del pr oceso de visualización cr eativa. El que
manifiest a const ant ement e est e ejercicio de creencias y creación est á en proceso de crecimient
o permanent e.
El riesgo de la victimización
Dur ante mucho tiempo sentí que er a víctima de la vida y de mis cir cunstancias y her encias. Por
eso consider o que todo aquel que vive un pr oceso de victimización está encer r ado en una piñata: va
par a donde vaya el viento, par a donde tir en las sogas, par a donde les den el golpe. Y si nadie te
hala o golpea, te quedas ahí colgando, estático. Er es pr isioner o de la piñata. Una piñata muy ador
nadita, eso sí, per o er es un esclavo. La gente te mir a y dice: «Ay, qué linda la piñata, qué de color
es tiene». Y te valor a desde fuer a, por que por dentr o nadie sabe cómo estás ni lo que tienes de
ver dad. Estás ahí, como un búcar o. Por eso no debemos ir por la vida siendo una piñata.
Lamentablemente, muchas lo siguen siendo, dependen de la acción de otr os par a mover se. Si nadie
hace nada, ahí se quedan.
Al r especto, Tommy Newber r y denomina «la gr an mentir a» al hecho de que muchas per sonas
hayan sido engañadas, «haciéndoles cr eer que no ser án hechas r esponsables por sus decisiones
y que milagr osamente cosechar án algo difer ente a lo que plantar on». Según el autor de El
éxito no es casualidad, tal «distor sión peligr osamente popular pr omueve la mediocr idad y el bajo r
endimiento».
En otr a par te de la car ta que me envió, Kar ilyn se r efier e al factor suer te, a lo que ella
denomina
«el botín»:
La vida en una piñata no es «chéver e». Ya de adulta he visto este mismo espectáculo una
y otr a vez, per o desde una posición pasiva y con una visión per ifér ica. Estoy convencida
de que ese momento saca la esencia de la per sonalidad de cada uno de nosotr os. El
«botín» se convier te en el tesor o más pr eciado, cuando en r ealidad lo que hay dentr
o es lo más económico de la fiesta. Vivimos en un mundo donde solo nos impor ta ganar,
no impor ta el pr emio. Solo ganar y ser r econocidos como «el más vivo», «el más r
ápido».
2. ¿N ECESIDAD O DESEO?
Nuestro deseo desprecia y abandona lo que tenemos para correr detrás de lo que
no tenemos.
MICHEL DE MONTAIGNE
A la piñata nos acer camos con deseos de ganar, o por una supuesta necesidad de autoafir mación.
En ese pr oceso, algunos disfr utan el combate y la idea de imponer se a los demás. Per o, ¿cuál
es la difer encia entr e deseo y necesidad? Los exper tos afir man que una car encia muy intensa se
convier te en necesidad. En todos los ser es humanos subyacen necesidades básicas, que tienen
una r aíz biológica, per o están condicionadas por el medio social, según explica el pr ofesor Plácido
Guar diola Jiménez. El famoso psicólogo nor teamer icano Abr aham Maslow, en su teor ía sobr e
los cinco tipos de necesidades, apor ta luz sobr e el tema.
La pir ámide de Maslow plantea una jer ar quización de las necesidades humanas. En la base,
las
fisiológicas (r espir ación, alimentación, sexo, descanso); las de seguridad (tr abajo, salud,
estabilidad, familia) y las de afiliación (afecto, amistad, per tenencia). En la cima, las
necesidades de est ima (autor r econocimiento, confianza, éxito) y de aut orrealización personal (r
esolución de pr oblemas, cr eatividad, espontaneidad). De acuer do con Eduar do Amor ós, las pr imer
as plantas de la pir ámide se conocen como «necesidades por deficiencia», cuya satisfacción es
indispensable par a que una per sona sea sana, física y psicológicamente. Sin embar go, las
«necesidades de cr ecimiento» encabezan la pir ámide, y su satisfacción ayuda a que el individuo se
desar r olle como ser humano.
Lo abor do desde este punto de vista por que en la piñata de la vida muchas veces
confundimos necesidades con deseos, y ter minamos per diendo el r umbo. La pr ofesor a Dolor es
Castr illo Mir at, en su ar tículo «Necesidad, demanda, deseo»,5 del Diccionario crítico de ciencias
sociales, consider a que el deseo, en el sentido de Fr eud, es «deseo inconsciente», que «no
camina en el sentido de la super vivencia y la adaptación», a difer encia de la necesidad. «Es un
deseo que por el contr ar io daña, es al mismo tiempo un deseo indestr uctible, un deseo que
no se puede olvidar por que es esencialmente insatisfecho. A difer encia de la necesidad, no
es una función vital que pueda satisfacer se».
Saber distinguir
El deseo es un acto voluntar io fr ente a la demanda de cubr ir una necesidad. Cuando nos
acercamos a la piñat a de la vida, muchas veces convert imos, de manera forzada, los deseos en
necesidades. Y otr o peligr o, muy fr ecuente en la r elación con nuestr os hijos, sobr inos o nietos,
es quer er acceder a todas sus demandas (que no necesidades), par a no fr ustr ar los. Así nos ar r
iesgamos a conver tir los en ser es humanos capr ichosos y pr epotentes, como advier te la
investigador a Liliana Gir aldo. No hay nada malo per se en el deseo, siempr e que sepamos
gestionar las pr ior idades en un ecosistema en el que todos estamos conectados de algún modo.
¿Qué sientes al ar r imar te a la piñata? ¿Deseo o necesidad de conseguir un pr emio?
A veces los deseos nos esclavizan. Debemos analizar cuidadosamente el tema, por que nuestr o
ego constantemente cr ea deseos. El mejor ejer cicio de inteligencia emocional, r acional y
cognitiva es
evaluar esos deseos. Deber íamos saber concluir cuáles son super fluos, aunque ter
minemos otor gándonoslos, y cuáles deber íamos abandonar. Además de investigar cuáles deseos se
convier ten en una necesidad, por que son impr escindibles par a cr ecer, super ar nos y buscar el éxito.
Al mor ir mi abuelita, mi mamá me dijo por teléfono: «Ismael, quier o salir de Cuba. Ella ya
no está. Tus her manos son mayor es y tienen sus pr opias familias». En la búsqueda de entender cuál
er a su necesidad o deseo, le pr egunté: «¿Por que deseas salir de Cuba?». Y ella r espondió:
«Bueno, por que cr eo que estando cer ca, tu vida va estar mejor. Vas a estar mejor atendido, te
voy a poder cocinar, lavar, planchar, atender... Llevas tantos años solito…».
Y entonces le dije: «Respuesta equivocada. Hablemos dentr o de tr es días, por que llevo
muchos años fuer a de Cuba sin ti, en Tor onto; he pasado épocas difíciles, per o no mor í de hambr e,
a pesar de pedir limosna. Sencillamente, sobr eviví». Y también es ver dad que no me gusta
planchar, per o me tocó hacer lo cada día. Apr endí a gestionar mi vida y jamás salí estr ujado a
la calle. «Entonces, hablemos dentr o de tr es días. Encuentr a otr a r espuesta dentr o de ti», r epetí.
Tr as la pausa acor dada, volvimos a conver sar. Su r espuesta fue la siguiente: «Bueno, lo
he pensado mejor. Tengo deseos de salir de Cuba par a ayudar a tus her manos». Mi mamá tenía
entonces cincuenta y siete años y r esidía en un pequeño pueblo de Santiago de Cuba. Su vida er a
comunitar ia, nunca había estado r ealmente sola. En casa siempr e estuvo acompañada y sus vecinos
er an como de la familia. Yo sabía per fectamente que sacar la de Cuba implicar ía un esfuer zo de su
par te. Por ello, la r azón pr incipal del viaje tendr ía que ser muy per sonal, auténticamente fuer te,
casi una necesidad de vida. Per o no por el simple deseo de complacer a los demás, aunque se tr atar a
de sus pr opios hijos.
En r ealidad, mi madr e estaba segur a de lo que quer ía, per o pr efer ía pensar que su decisión
iba más en ayuda o auxilio de sus hijos. En ver dad, es una madr e que ha puesto su vida muchas
veces en un segundo plano por levantar al pr imer o la nuestr a: sus tr es hijos. Yo quer ía que ella
se pusiese pr imer o en un close up gr ande, aunque par a ello sintier a que estaba siendo egoísta. En
r ealidad, su decisión tendr ía que satisfacer una necesidad pr opia, par a que fuese sólida y
contundente. Su espír itu altr uista y de madr e ya estaba pr esente.
De esta maner a, y tr as conver saciones de var ias semanas, no conseguimos llegar a
una conclusión adecuada. Sus r espuestas seguían sin convencer me. Yo quer ía asegur ar me de que
no me iba a sentir r esponsable de su infelicidad, en una ciudad tan difer ente como Miami, con otr o
estilo de vida.
Este tema lo he abor dado en var ias char las, por que suele ser complicado par a las mujer es.
La pr esión social, el papel de madr e y esposa, la dedicación como ver dader a pr oveedor a del
hogar, hacen que muchas mujer es cumplan con los deseos y necesidades de otr os, per o no
coloquen los suyos pr imer o.
Pasar on casi tr es o cuatr o meses, no r ecuer do exactamente el tiempo, hasta el día en que mi
madr e
me dijo por teléfono: «Ismael, he pensado que me quedan, no sé, unos cuantos años de vida... Y cr
eo que siempr e me he puesto pr imer o como hija, por que desde los diecisiete años tuve que
dejar los estudios par a poner me a tr abajar ». Mi mamá, Tania López, mantenía económicamente
a mi abuela Annea, quien nunca tr abajó fuer a de casa. A ella cor r espondió esa r esponsabilidad,
per o también la de ser madr e solter a, con tr es hijos a car go. La ver dad es que ha sido una guer r er
a.
En la llamada definitiva, me dijo: «Cr eo que he llevado una vida llena de sacr ificios. Ser ía
muy lindo pasar mis últimos años con una mejor calidad de vida. Y aquí siento que la r ealidad
me está asfixiando. Quier o explor ar, aventur ar me a tener una vida mejor ». Entonces r
espondí: «¡Bingo!
¡Respuesta acer tada! Te has puesto a ti pr imer o, saldr ás por que quier es una mejor calidad de
vida». No obstante, le hice otr as pr eguntas: «¿Es la necesidad de una mejor vida tan fuer te
como par a
compr ometer te a apr ender cosas nuevas en un país desconocido?». Y me dijo r otundamente que
sí.
Su necesidad debía ser la base par a otr os deseos muy fuer tes y sentir se feliz. Por
ejemplo, apr ender a conducir un automóvil. «Tú no sabes manejar. Nunca necesitaste un auto, per o,
al venir a una ciudad como Miami, si no estás dispuesta a apr ender, a ser independiente y a
movilizar te por tus pr opios medios, te vas a quedar encer r ada en casa, con una depr esión fatal.
En esa situación, vas a mor ir en tr es años», le expliqué con toda la solemnidad de la ocasión.
Y mi mamá, a los cincuenta y ocho años, salió de Cuba con una necesidad auténtica y un deseo
ver dader o de cr ecer, de mejor ar su calidad de vida. Consider o que ella r epr esenta un gr an
ejemplo, por que muchas per sonas, incluso más jóvenes, no logr an llegar a tales conclusiones ni
lanzar se a la batalla con actitud de éxito. Hay gente que no encuentr a dentr o de sí el deseo auténtico
de decir : «Voy a hacer esto por que voy a mejor ar mi vida, por que es una apuesta par a mi calidad
por que voy a tener un mejor futur o, por que voy a inver tir en mí. Y, siendo yo mejor, van ser
mejor es mis hijos y mi familia».
Hoy me enor gullezco de mi madr e. A sus sesenta y ocho años, es una per sona que ha r ehecho
su vida con un cír culo social impor tantísimo en Miami. Es totalmente independiente, maneja su
auto, tiene su gr upo de amigas, con las que viaja y compar te, e incluso viajó a Eur opa en un
cr ucer o dur ante dieciocho días. O sea, r ealmente par a mí es un gr an r esultado. Cualquier a me r
ecr iminar ía que la puse contr a la par ed, per o lo impor tante es que hizo el ejer cicio de encontr ar
cuáles son sus necesidades y deseos. Por que, si no lo conseguimos, muchas veces se nos nubla la
vista. ¿En qué piensa la gente habitualmente? En temas de estatus mater ial. Ahor a, es impor tante
conocer nuestr os deseos y necesidades. ¿Sabes por qué? Por que muchas personas son
capaces de violar sus principios para sat isfacer sus necesidades. Ese es un concepto que le
escuché decir a Tony Robbins, y que me dejó pensando. Es la pur a ver dad.
El día de su cumpleaños, Enr ique pidió a sus padr es dos piñatas: una par a sus amiguitos
y otr a par a él solo. Según dijo, no le gustaban las algar abías ni mucho menos el zar
andeo al r omper la. Ellos lo complacier on.
Llegó el día. Antes de comenzar la fiesta, entr ó al cuar to donde colgaba escondida
su piñata llena de car amelos y r egalos. Tomó un palo y la golpeó, per o, sor pr
endentemente, no consiguió abr ir la. Entonces, la apaleó más fuer te, una y otr a vez…
¡Tampoco!
–¡Que piñata más dur a! –se dijo, y llamó a sus padr
es.
–¡Vengan al cuar to, por favor, esta piñata no se abr
e!
–No llames a nadie, quer ido Enr ique, yo misma te dir é por qué esto no funciona –oyó
el niño, que, sor pr endido, mir aba hacia todas par tes.
–¿Quién habla? –pr eguntó, tr atando de encontr ar a alguien detr ás de las cor tinas, debajo
de la cama o dentr o del clóset.
–No busques a nadie… Soy yo, la piñata…
–¡Déjate de br omas! Dime quién er es. ¿Dónde te
escondes?
–Mir a par a ar r
iba.
Entonces obedeció y, con asombr o, vio a la piñata que lo obser vaba desde lo alto, con car
a de pocos amigos.
–¿Una piñata que habla?
–¡Sí!... ¿Quier es saber por qué sigo cer r
ada?
–Te habr án echado mucho
pegamento...
–Nada de eso. No me abr o por que fui cr eada par a diver tir a todos los niños, no
par a complacer el egoísmo de uno solo.
–¿Egoísmo? ¿Me llamas
egoísta?
–Sí, por que quier es una piñata solo par a
ti.
–Es que me da miedo que me empujen y me r ompan la r
opa.
–Par ece que pr etendes que todo te caiga del cielo muy
fácilmente. Entonces, el niño se enfadó con su extr aña inter
locutor a.
–Señor a piñata, per dóneme por lo palos, debe sentir se muy adolor ida; per o no soy
egoísta y sí lucho por lo que quier o.
–¿Y por qué me deseas par a ti solo sin esfor zar te, sin dar le opor tunidad a los
demás? Enr ique se r ascó la cabeza. Las palabr as de la piñata lo pusier on a pensar.
–Te voy a pr oponer algo. Cuélgame allá afuer a, en la sala de la casa, e invita a todos
tus amigos. Ya ver ás cuántos r egalos r epar tir é y cuánto nos vamos a diver tir todos.
¡Anda, disfr uta tú también!
–¿…Y si me empujan?
–Intenta esper ar mis r egalos sin golpear a los demás. Lucha un poco, per o siempr
e limpiamente, sin violencia.
–¿Y si no logr o agar r ar lo que quier
o?
–En otr a piñata lo logr ar ás. En la vida hay muchas opor tunidades por delante. Ver ás
lo her moso que es disfr utar y compar tir con tus amigos.
La anter ior es una histor ia de ficción que imaginé antes de dor mir, mientr as r ecor daba otr a, que
sí er a alucinante y r eal. En Panamá, un joven pr ofesional, de unos tr einta años, me contó una
anécdota incr eíble: en var ios cumpleaños, su madr e se vio obligada a compr ar le dos piñatas.
–¿Cómo es eso? –indagué enseguida–. ¿Por qué?
Entonces me explicó su peculiar histor ia:
–Yo no quer ía compar tir mis r egalos con los niños que venían a la fiesta. Por eso teníamos otr
a piñata par a los invitados. Y, cuando esos niños se iban, mi mamá me ponía la mía, y yo solito
la jalaba. Todo lo que caía er a solo par a mí. Poco a poco iba abr iendo todos los r egalos, cajita
por cajita.
Más adelante le pr egunté:
–¿Fuiste a un psicólogo par a analizar esa situación, par a ver te ese pr oblema?
–Eso fue hace muchos años –r espondió–, ya luego apr endí a compar tir. Ya no soy así. Ya
no quier o la piñata par a mí solo.
Aunque extr ema, se tr ata de una linda anécdota. Nunca había conocido a nadie que en sus
fiestas de cumpleaños exigier a una «doble piñata» por que necesitaba una extr a par a
disfr utar la individualmente. Tal histor ia de tr ansfor mación es un gesto que mer ece ser contado
par a entender dónde r adica el éxito y dónde está el disfr ute si uno compar te lo que tiene.
¿Qué hacemos con t ant os regalos si no podemos celebrar el moment o de compart ir?
Incluso,
en los avatar es de la piñata hay un momento de celebr ación en el que todos nos sor pr
endemos, enseñando e inter cambiando lo que nos cor r espondió: «Mir a lo que me tocó. ¿Y a ti?
¡Ay, qué bonito es el tuyo!». Ese es el gr an momento de compar tir en gr upo, quitándole
obviamente las situaciones violentas. Por que, al final, con las piñatas sucede lo mismo que con
la vida: no todo es lo que apar enta, no todo lo que br illa es or o. Y, a veces, muchas cosas que
caen de la piñata, envueltas en papel dor ado br illante, tienen en r ealidad un escaso atr activo.
Cuando las abr es, el r egalito puede ser minúsculo, por que la caja está llena de papelillos.
Quizás había una pelota chiquitita, per o te imaginaste un tr en eléctr ico o una linda muñeca. Hay
que apr ender a no dar le demasiada impor tancia al tamaño o apar iencia de los objetos mater
iales, a cr ear nos menos expectativas de lo incier to, aunque en el pasado hayamos sufr ido las
peor es vicisitudes. Tony Robbins, en una fr ase genial que nos hace pensar pr ofundamente, nos r
ecuer da: «Cambia tus expectativas por agr adecimiento y tu vida se conver tir á en milagr osa».
A tr avés de los lector es conocí un caso par ecido, aunque con otr a dimensión. Luis,
desde
Venezuela, consider a que todo niño no solo quier e r omper la piñata, sino ser «el único» en golpear
la:
Er a tanto el estr és par a un niño de nueve años que, al ver pasar uno tr as otr o a
mis her manos, pr imos y amigos, pasé de una bella sonr isa a acumular toda la r abia
que se puedan imaginar. Aquel niño que disfr utaba de su fiesta de cumpleaños ter
minó en su cuar to, llor ando mientr as el r esto disfr utó de todo el azúcar dentr o de la
piñata. Solo puedo decir que, con el tiempo, he apr endido a no encer r ar me en mi cuar
to y a, básicamente, compr ar me mis piñatas.
Todos tenemos nuestr as histor ias par ticular es, per o insisto en que la clave r adica en compar tir.
A
pr opósito del r ol que juegan los objetos en nuestr as vidas, me escr ibió Mar cos, desde
Chile:
Yo er a de aquellos niños que no agar r aba nada o casi nada de dulces, pues no me gustaba
la idea de ar r ojar me encima de otr os y estar a los empujones por un puñado de dulces.
Así que, cuando entendí de qué venía el asunto, asumí que no r ecibir ía gr an cantidad de
dulces, y al final ni me acer caba al «sector piñater o».
La ver dad es que clar amente veo un símbolo de competencia y un par adigma de
escasez involucr ado. Yo, a difer encia de mi padr e, cr eo en la abundancia, y en que
hemos r ecibido y her edado un equivocado par adigma de escasez. El univer so es
abundante, es tan simple como agar r ar una semilla de zapallo (¡ver dader a, por favor
!). ¡Y no podr ás cr eer la cantidad de alimento que te r egalar á! ¡No sabr ás qué hacer
con tanto zapallo!
Totalmente de acuer do. Tengamos mucho cuidado con el sentido de car encia con el que
concebimos los r ecur sos en la vida. Sobr e todo, entendiendo que el espír itu y la ener gía
nos muestr an el ver dader o camino a la abundancia, desde el despr endimiento, la gener osidad
y la solidar idad. Dur ante muchos años, no logr é entender ese par adigma. Mi pr egunta pr
imar ia o más fr ecuente siempr e er a: «¿Ser é lo suficiente? ¿Tendr é lo suficiente?». Si este es el
caso en tu mente, te toca hacer un gr an tr abajo par a expandir ese umbr al de mer ecimiento, por que
al final del día nadie nos r egala los car amelos de la piñata.
Si no, no ser emos capaces de entender que mer ecemos bendiciones infinitas. Por eso nos
toca, con nuestr a actitud, r eclamar ese poder y valor ante el mundo. En las piñatas, nos enseñan a
competir con otr os por los limitados r egalos de su inter ior, per o en r ealidad la verdadera compet
encia en la vida est á en evolucionar int eriorment e para ganar en sabiduría. Deber íamos
competir con la última ver sión de quiénes somos, en el pr ogr eso de estr enar la pr óxima
ver sión de quiénes aspir amos a ser. Todo ese pr oceso, además, debe basar se en la aceptación y el
amor, y no en la lucha de competencias, el ego o el miedo. Lamentablemente, estos últimos
elementos están demasiado pr esentes en la piñata del cumpleaños y en la de nuestr a vida r eal.
La amiga Elba Ramír ez r ecoge el tema en un e-mail que r ecibí:
Aunque no r ecuer do piñatas en mi niñez, tengo dos sentimientos acer ca de las mismas.
Ya en la etapa adulta par ticipé en var ias, per o hasta cier to punto sentía temor. Una vez
con los ojos tapados, me sentía incómoda. En otr as opor tunidades, vi cuando
algunas de las invitadas se lanzar on al piso y, sencillamente, solo me quedé viendo,
incapaz de mover me del sitio donde estaba. Me par eció algo falto de buen gusto.
Incluso algunas r ecibier on golpes. No a pr opósito, per o golpes al fin.
Por otr a par te, no me sentía motivada a r ecoger cosas que consider aba inútiles y r
ealmente er an innecesar ias. Sin embar go, me diver tía ver la actitud desenfr enada de
las per sonas,
cómo se lanzaban sin contr ol por unos cuantos objetos. Yo per manecía alejada,
solo viendo y r ecogiendo algún objeto o dulce que llegar a cer ca, y luego se los daba a
alguno de los niños.
A mis veintiocho años, justo antes de salir de Cuba, contaba con un título univer sitar io en Histor ia
del Ar te, un diploma de la Escuela Inter nacional de Animación Tur ística de La Habana y un cer
tificado de locutor de r adio y televisión de pr imer nivel. En los últimos años había cosechado gr
an éxito en la r adio y la televisión nacionales. Er a, sin dudas, mi pr imer a gr an histor ia de éxito
migr ator io.
A pesar de estar plur iempleado, con una gr an car ga de tr abajo sobr e mis espaldas en r adio
y televisión y en shows de cabar ets, la vida se me hacía difícil, económicamente hablando. Todavía
me r ecuer do, en el año 1996 en La Habana, con mi único par de zapatos negr os, en unas
condiciones deplor ables. Sobr evivían, hay que decir lo, gr acias a los r emiendos del mejor zapater o
del bar r io del Vedado. En cada suela tenían un or ificio, que er an más bien conductos de ventilación.
Con cada pisada, los huecos me r ecor daban mi deseo de esfor zar me par a vivir mejor, sentir
me pr ósper o y conocer el mundo. Siempr e estaba atento par a no meter los pies en los char cos de
aguas albañales. Como conté por pr imer a vez en el libr o El poder de escuchar, los zapatos agujer
eados me obligaban a mantener la mir ada clavada en el piso. Tenía que concentr ar me en dónde
ponía los pies, por que cor r ía el r iesgo de llegar enchar cado al tr abajo. Esos zapatos fuer on
testigos de una época de mucha pobr eza mater ial y de pocas expectativas sobr e mi futur o en este
mundo.
Llor é de emoción el día en que pude r eemplazar los. Los nuevos er an muy bar atos y de
poca calidad, per o ya tenía los pies a salvo. Cuando llegó el momento costó deshacer me de los
viejos, me par eció que estaba tir ando par te de mi histor ia. Per o de la escasez aguda es
fácil pasar a la exageración mat erial. Est amos obsesionados con los objet os. La
acumulación es casi un fanat ismo de nuest ro t iempo. Y, en algunos casos, alcanza la categor ía
de enfer medad.
Vía e-mail, la lector a Ana Vir ginia me dio su opinión sobr e la fiebr e por los objetos al r omper
la piñata, y sobr e el modo en que se obtienen:
Por mi cabeza pasaban miles de opiniones sobr e este acto, par a mí, sin sentido. Pr imer o,
si había una mesa con chucher ías –disponible dur ante toda la fiesta–, de donde podía agar
r ar cuantos dulces quisier a, ¿par a qué iba a pasar ese r ato incómodo en la piñata?
Además de eso, los juguetes que r epar tían allí no er an la gr an cosa, como par a tal show.
Si las piñatas hubiesen tr aído barbies, brats y polly pockets suficientes par a todos,
segur o sí hubiese par ticipado con más entusiasmo… Seamos sincer os, ¿quién va a
luchar por un soldadito de plástico?
¿Diógenes o Euclión?
La acumulación, qué duda cabe, es un pr oblema de ayer y de hoy. En un mundo con r ecur
sos mater iales tan limitados, ¿lo seguir á siendo mañana? Hace tiempo me hablar on de una per
sona, diagnosticada con el polémico síndr ome de Diógenes, que algunos médicos r elacionan
con la acumulación compulsiva de basur a, objetos y animales en casa. Se da,
fundamentalmente, entr e per sonas mayor es de edad. José Ángel López Fer nández, del
Consejo Oficial de Psicología de España, se pr egunta cómo pueden llegar a eso. El exper to atr
ibuye el pr oblema a vulner abilidades de per sonalidad, o a causas biológico-genéticas, tr aumas o
estr és vitales no super ados, la soledad o tr astor nos mentales y físicos.
«Es como una pr oyección hacia afuer a de cómo se sienten, y, al mismo tiempo, como un intento
de atr apar eso que son, par a no per der se y par a dar se valor (en algo que no lo tiene)»,6 valor a
López Fer nández. Los especialistas, sin embar go, no consiguen poner se de acuer do con el nombr e
del «mal de la acumulación». En la r evista Enfermería Docente, un gr upo de investigador es publicó
el ar tículo
«El mal llamado “Síndr ome de Diógenes”»,7 donde se oponen a que se califique de ese modo. ¿Por
qué?
Los autor es dicen ser conscientes de la dificultad de cambiar una expr esión del
lenguaje coloquial, per o se niegan a aceptar la denominación de «Diógenes», pues «confunde» la
«actitud auster a y sobr ia de la existencia que pr opugnaba el filósofo» con un compor tamiento
patológico más par ecido al del avar o. En su opinión, deber ía dár sele el nombr e de «síndr ome de
Euclión», el anciano avar o de Aulularia (La olla), una comedia de Plauto. La pr opia r evista asegur a
que Diógenes vio a un niño bebiendo agua con la palma de la mano e inmediatamente botó su única
pr opiedad, el r ecipiente que utilizaba par a hacer lo mismo. Según él, no había ninguna per
tenencia humana que fuer a impr escindible. «Como se ve, esto ilustr a lo opuesto de su
filosofía con el síndr ome como lo conocemos coloquialmente», concluyen los autor es.
Entonces, no convir tamos nuestr a vida en un par ticular «síndr ome de Euclión». Tampoco
es r ecomendable despr ender se de las per tenencias básicas, sobr e todo las que nos sir ven par a r
ealizar nuestr o tr abajo o descansar. Debajo de una piñata, busquemos siempr e la moder ación, sin
afectar la alegr ía. Apliquemos en todo los factor es de cor r ección. Si nos ha tocado una fr uta,
cor témosla en var ios tr ozos. Si nos cae un cuader no, analicemos si a otr a per sona le apr emia
más. Quizás, por ser menos fuer te, el más necesitado ni siquier a ha podido entr ar al r emolino. Y así
es la piñata de la vida. Ya que sabemos que lo pr incipal no podemos dejar lo al azar, sino al r
esultado del esfuer zo y el talento, seamos gener osos con los dones que nos lleguen for
tuitamente. Las fr utas y las libr etas se ter minan, todo lo mater ial es finito, per o la enseñanza
queda. El acto de compar tir per manece y gener a un flujo de ener gía positiva.
4. ¿TÍMIDO O EXTROVERTIDO?
A los tímidos y a los indecisos todo les resulta imposible, porque así se lo parece.
WALTER SCOTT
«El niño viene r eseteado, el niño viene en cer o. La madr e le dice: “Métete en la fila, haz la línea par
a golpear a la piñata”. Él no quier e golpear a la Sir enita, es su ídolo. “Ahí no, ponte adelante”. El
niño viene r eseteado: “Es que ellos llegar on pr imer o”. “A mí qué me impor ta. Te metes adelante
por que si no te voy a j… cuando llegue a la casa”…».
El texto anter ior pr ocede del ya citado monólogo de Emilio Lover a sobr e las piñatas.
El humor ista venezolano lo r ecr ea con gr an maestr ía y sentido del humor : «Ahí
empieza a tr ansfor mar se el cer ebr o infantil. Se pone adelante y empieza a dar le a lo que no le
quier e dar. Y después de él, toda la fila [...]. Y él la ve destr uir se poco a poco [...]. Está entonces la
madr e del niño que llor a, que le da una patada al niño gor do y le quita lo que tiene y se lo da a los
otr os, y lo r epar te entr e los demás. Se va segmentando la r iqueza, per o par a ese lado [...]. Nosotr
os cr ecimos con eso, esa mentalidad se queda. Eso no lo entienden nuestr os padr es hasta que un
humor ista se lo explica…».
¿Entr amos en el ojo del hur acán? Esa es la cuestión de la piñata. En Santiago de Cuba había
una tienda de pr oductos par a cumpleaños. Se llamaba La Piñata y estaba localizada en la pr incipal
calle comer cial de la ciudad. Por supuesto, su gr an atr activo er an las piñatas con for mas de casas,
castillos, bar cos, automóviles y otr as muy cur iosas. Pasar por allí siempr e me r ecor daba la
cuestión del tumulto, la desesper ación, esa especie de guer r a total por agar r ar algo debajo.
Sencillamente, no podía evitar lo. Yo estaba entr e los niños tímidos, los que pr efer íamos
mantener nos al mar gen par a evitar la violencia. ¿Hacía lo cor r ecto? Veamos.
Par a la psicóloga Elena Mató, «una per sona tímida suele sentir insegur idad, impotencia
o ver güenza en las situaciones sociales novedosas, en el momento de r ealizar alguna acción
ante otr os». Esta situación conduce al ner viosismo, al «miedo a no estar a la altur a de las cir
cunstancias, a r esultar incompetente […], r echazado, cr iticado o descalificado por los demás».8
José Luis Catalán, también psicólogo, consider a que la timidez es «una for ma atenuada de
fobia social». Se manifiesta, en su opinión, por que los ser es humanos desconocemos si ser emos
valiosos o apr eciables ante los demás. «La per sona tímida es cautelosa: no se ar r iesga a
equivocar se, a ser r echazada o a r esultar inadecuada, y como no pr actica, no avanza».9 De acuer
do con su cr iter io, estas per sonas esper an desper tar un día y solucionar «por ar te de gr acia» sus
pr oblemas de timidez.
Sin embar go, Mató admite que la timidez no supone necesar iamente un pr oblema, pues
depende
de var ios factor es, como el gr ado de «inter fer encia en la dinámica diar ia» y el modo en que
la per sona r esuelve cada situación. Es evidente que, si nuestr a timidez es muy acusada, nos
vamos a per der una par te impor tante de la vida en sociedad, lo que se ver á r eflejado luego en
las r elaciones inter per sonales y labor ales.
N o todo es genética
Investigaciones r ealizadas en la Univer sidad Vita-Salute San Raffaele, de Milán, r evelar on hace
unos años la existencia del «gen de la timidez». Citado por el diar io italiano La Repubblica,12 el
estudio asegur a que los niños que lo tienen son más intr over tidos y r eaccionan de for ma
distinta al enfr entar se a manifestaciones de hostilidad. Añade que alr ededor del diez por ciento de
la población de niños y adolescentes par ece ser más inhibida y tímida que la media. «Esta inhibición
social es por una par te genética, y por la otr a se ve influenciada por las exper iencias individuales».
Or iginalmente publicada por la r evista Archives of General Psychiatry, la investigación asegur
a que, mientr as que la mayor ía de los niños r esuelve el pr oblema dur ante el cr ecimiento, sin tener
que r ecur r ir al apoyo clínico, otr os per manecen socialmente inhibidos y cor r en mayor r
iesgo de tr astor nos de ansiedad en la adultez. Estos niños, los tímidos, «inter pr etan con mayor
dificultad las expr esiones de ir a u hostilidad de sus compañer os, y esto puede r epr esentar un
obstáculo par a logr ar una vida social equilibr ada».
Per o ya sabemos que no todo es genética. Los genes no lo son todo. «Somos el 50% genes y el
50% ambiente», dice la científica Mar gar ita Salas al diar io El Norte de Castilla;13 mientr as que
Sonja Lyubor mir sky r ecoge en su libr o The How of Happiness que la her encia genética deter
mina en un cincuenta por ciento el gr ado de felicidad de una per sona. Par a la pr ofesor a de
Psicología de la Univer sidad de Califor nia, la pr opensión a la felicidad es genética, per o las cir
cunstancias per sonales apor tan el diez por ciento, y los compor tamientos y pensamientos inter nos,
el cuar enta r estante.
El doctor Car los Romá-Mateo consider a que la histor ia del «deter minismo genético» es
bastante
conocida, y se r esume en un debate sobr e el papel que ejer cen los genes y el ambiente en
la modulación de nuestr a for ma de ser y de desar r ollar nos. «Se podr ía encontr ar desde un r
epar to de r esponsabilidades del 50% hasta deter minismos absolutos, que obviamente no r eflejan
en nada la r ealidad».14 Según el especialista, la ciencia muestr a explicaciones más cer canas a los
tonos de gr is que a blancos o negr os absolutos.
Por eso, actualmente se habla de la llamada epigenética, un sector de la biología que busca
explicaciones sobr e «por qué los or ganismos vivos expr esan unos genes y silencian otr os […] y
la susceptibilidad de desar r ollar deter minadas enfer medades». En la r evista Eidon,15 el académico
Luis Fr anco dice acer ca de esta disciplina que, en el futur o, podr ía apor tar más luz sobr e las
influencias del medio ambiente en la salud humana.
Romá-Mateo afir ma que la epigenética nos ayuda a entender, desde la complejidad del tema, lo
que sucede dentr o de nuestr as células, per o también la «sobr ecogedor a capacidad de r espuesta,
la ver satilidad de los sistemas biológicos».16 Lo impor tante es poner nuestr o foco en el cincuenta
por ciento que nos toca, la par te del pr oceso que podemos contr olar o gestionar. Por ello es r
elevante lo que ponemos en nuestr a mente, eso que llaman la psicología positiva.
N uestra parte
Este es un debate fundamental si quer emos entender el mensaje de la piñata y las actitudes
infantiles, per o también nuestr os pasos en la adultez. Hoy los psicólogos y los neur ocientíficos
también estudian la impor tancia del cultivo del espír itu par a un compor tamiento positivo, la cr
eación de habilidades positivas que puedan r ever tir (o compensar ) her encias genéticas.
Por ejemplo, cr eo que mi cer ebr o no está libr e de vestigios de esquizofr enia, y ello gener a en
mí muchas pr eocupaciones. Aún sufr o de ataques de pánico y ansiedad, en ocasiones de gr an estr és,
que logr o contr olar con ejer cicios de meditación; tuve alucinaciones y pesadillas en la
adolescencia, además de un tr atamiento psiquiátr ico dur ante doce meses, a los quince años. A mi cer
ebr o, eso sí, lo he entr enado par a que busque no la opción automática que viene en él, que es la
peor, sino par a pensar en positivo. Lo he entr enado par a autocuestionar me y auto-afir mar me:
«Sí, esto puede salir muy bien, va a salir bien. Lo puedes hacer ».
En todos estos años he buscado contr ar r estar los pr oblemas de or igen, par a r efor zar mi
otr o cincuenta por ciento con el cultivo y fomento de la espir itualidad y la fe. Siempr e digo: «Esto
no lo estoy haciendo solo. Sé que hay una fuer za super ior que me dio esta situación par a que yo
vaya más allá, par a que la use en positivo». Si solo me hubier a concentr ado en mi genética, yo
ter minar ía, r ealmente, en gr aves situaciones, como otr os familiar es cer canos. A algunos de ellos
no les gusta que hable del tema, per o es la cr uda r ealidad. Simplemente la compar to par a
explicar a los demás que solo cambiar emos las cosas si tomamos el contr ol, buscamos her r
amientas par a cultivar el espír itu y entr enamos los patr ones de pensamiento, como dice John C.
Maxwell.
El filósofo hindú Jiddu Kr ishnamur ti se pr eguntaba: «¿Existe en cada uno de nosotr os un apr
emio inter ior par a encontr ar lo desconocido?». Y planteaba la siguiente situación par a ilustr ar
sus ideas sobr e el tema: «He conocido muchas cosas; no me han dado felicidad, ni satisfacción, ni
alegr ía. Por eso quier o ahor a otr a cosa que me dé mayor alegr ía, mayor felicidad, mayor
esper anza, mayor vitalidad, lo que sea. ¿Y puede lo conocido, que es mi mente –por que mi mente
es lo conocido, el r esultado de lo conocido, el r esultado del pasado–, puede esa mente buscar lo
desconocido? Si yo no conozco la r ealidad, lo desconocido, ¿cómo puedo buscar lo? Debe, por
cier to, venir a mí; yo no puedo ir en pos de lo desconocido. Si voy en su búsqueda, voy en pos de
algo que es lo conocido, una pr oyección de mí mismo».
Par a Kr ishnamur ti, nuestr o pr oblema no es saber qué nos impulsa a hallar lo desconocido,
sino
«nuestr o pr opio deseo de estar más segur os, de ser más per manentes, más estables, más felices,
de escapar al tumulto, al dolor, a la confusión». Per o, en su opinión, eso no es lo desconocido. «Por
lo tanto –dice–, el apr emio por lo desconocido ha de ter minar, la búsqueda de lo desconocido ha
de cesar ; lo cual significa que tiene que haber compr ensión de lo conocido cumulativo, que es la
mente. La mente debe compr ender se a sí misma como lo conocido, por que eso es todo lo que
conoce. No podéis pensar en alguna cosa que no conozcáis. Solamente podéis pensar en algo que
conocéis».
En su libr o El conocimiento de uno mismo, el sabio explica sus tesis a tr avés de un ejemplo:
«Nosotr os no tenemos que buscar la luz. Habr á luz cuando no haya oscur idad; y a tr avés de
la oscur idad no podemos encontr ar la luz. Todo lo que podemos hacer es r emover esas bar r er as
que cr ean oscur idad; y el r emover las depende de la intención».
Recuer do la expectación que gener aba entr e nosotr os el contenido de la piñata. Si el
cumpleaños er a de per sonas de pocos r ecur sos (como los nuestr os), dábamos casi por segur o
que no habr ía gr andes sor pr esas: algunas chucher ías, muchas ser pentinas y pocos r egalos.
En cambio, si nos invitaban padr es con mayor nivel adquisitivo, se esper aban siempr e obsequios
más car os. Escenas similar es se r epiten en todos los países y en cualquier época. Imaginar el
contenido de la piñata y soñar con ver caer el juguete favor ito es una especie de liturgia en
cada fiesta de cumpleaños. Suspiramos por lo desconocido, aunque de ant emano poseamos
indicios que podrían aument ar la cert eza.
Entonces, en la piñata de la vida, la expectación por lo desconocido, por el or igen y car ácter
de
las cuestiones pur amente mater iales, deber ía sustituir se quizás por el afán de conocimiento.
Como sugier e Kr ishnamur ti, lo pr incipal es eliminar las bar r er as que nos impiden conocer otr
os mundos, per o sin embar car nos en la idealización de lo desconocido.
La modulación de las expectativas se pr oduce a tr avés de elementos ya conocidos, de
datos, indicios, ideas o exper iencias pr evias. Colocar todas las fuer zas en lo desconocido, como
supuesta panacea de nuestr os pr oblemas, es tan idealista como apostar lo todo a eso que llaman el
destino.
Ana Vico, psicóloga y coach exper ta en emociones, se r efier e al enfr entamiento entr e
expectativas y r ealidad, al que denomina «la eter na batalla»: «Si quier es algo, pídelo. Si esper as
algo, hazlo, y si
no depende de ti, pídelo a quien cor r esponda».17 La especialista consider a que no tenemos por
qué cumplir las expectativas de otr os.
Por su par te, el psicólogo José Manuel Gar r ido consider a que el estr és gener almente se
vincula con situaciones como la «anticipación pesimista», la «inter pr etación distor sionada de la r
ealidad» o la «falta de estr ategias aser tivas de comunicación»;18 per o muy a menudo se olvida un
aspecto tan r elevante como las expectativas r elacionadas con el compor tamiento:
Gar r ido afir ma que dir igir el compor tamiento en función de las expectativas que los demás tienen
de nosotr os es una vía dir ecta hacia el estr és y los cuadr os de ansiedad.
Volvamos a la piñata par a visualizar lo. No solo estamos ante la competencia por el pr
emio, fundamentalmente por el mejor pr emio, sino que los r esultados de la batalla también dejan
estigmas dolor osos. Aquellos que no suelen entr ar al r uedo, o los que salen mal par ados en el
intento, r eciben la desapr obación de la masa. Son «los débiles, los incapaces, los miedosos…».
Hay actitudes (de par te de niños y adultos) que ter minan mar cando la vida de los demás, por que
les hacen sentir que son igual a nada, por el hecho de no alcanzar r esultados en la loter ía sísmica
de la piñata. He ahí el valor de gestionar adecuadamente las expectativas.
De acuer do con Gar r ido, la consecuencia casi ineludible de una expectativa no satisfecha es
«la fr ustr ación, la queja, el r esentimiento e incluso la ir a». Dichas emociones –agr ega– están
muy r elacionadas con los cuadr os clínicos de ansiedad. Par a evitar el estr és y la ansiedad, el
exper to r ecomienda utilizar estr ategias inter medias y más r ealistas, entr e ellas «el der echo que me
asiste a no hacer lo que los demás esper an de mí». Afir ma que, una vez asumido e inter ior izado
tal der echo, habr emos apar tado de nosotr os una gr an fuente de estr és.
Además, plantea la comunicación aser tiva como pr incipal estr ategia y pr opone hacer
visibles nuestr os deseos, necesidades y sentimientos, par a «encontr ar puntos de encuentr o que
convier tan las expectativas […] en asumibles».
La lector a Daylin opina sobr e el tema a tr avés de una car ta:
Las piñatas son como la vida misma. Tienen algo dentr o que quer emos descubr ir,
como degustar un dulce. O quizás no nos agr ada mucho cuando descubr imos lo que hay
dentr o, per o es nuestr a decisión comer lo o no. Las piñatas son una sor pr esa, como la
vida, que muchas veces la llevamos con ansiedad y damos tumbos fuer tes, como cuando
se tumba a palos. O suaves, como cuando se tir a de la cuer da. Per o algo hay dentr o. De
eso sí estamos completamente segur os.
Se puede decir que la vida es una piñata por que está llena de dulces, por un lado. Y
por otr o, par a poder disfr utar los, hay que r omper la. Allí está el tr abajo. De alguna
maner a apr endemos a los golpes, o a los tir ones, per o degustamos las dulzur as que la
vida tr ae. Está en uno si lo pr ueba o no.
El admirable Toñejo
Por ejemplo, el español Antonio Rodr íguez, conocido por Toñejo, un campeón de la velocidad y de
la vida, me demostr ó que el poder de la mente es ilimitado, y que no hay nada que no podamos
soñar o hacer r ealidad. Un día almor zamos y conver samos más de dos hor as. Después visitó el
show de televisión. Cada histor ia que salía de su boca fue una lección de for taleza y sabidur ía.
Actualmente vive en una silla de r uedas, per o ni su cuer po ni sus sueños están inmóviles.
Su entr evista sir vió de inspir ación a millones de telespectador es. Toñejo empezó a competir
con quince años en los tor neos de motociclismo de su país. En 1989, después de ser campeón de
España de quad-cross, un accidente lo dejó par apléjico. Estaba a solo tr es kilómetr os de la
meta, iba en pr imer lugar cuando salió dispar ado del quad, chocó contr a una par ed y se r ompió
la espalda por tr es sitios. Después del accidente, los médicos le dijer on que no volver ía a
levantar se de la cama. Toñejo llor ó al escuchar el dictamen, per o su pasión por la velocidad pudo
más que la depr esión. En cuanto se sintió en condiciones, empezó a buscar patr ocinador es par a
competir en una moto de agua. Tenía veintiséis años.
Par a Toñejo, lo fundamental es mantener la ilusión. Cada día entr ena y pr actica la natación, per
o no pide ayuda a nadie par a entr ar o salir de la piscina y volver a su silla. En su pr imer a
competencia
en moto acuática, quedó en segunda posición. En 1993 ganó el campeonato absoluto de España,
donde no competía ningún otr o discapacitado. El gr an Toñejo cr ee fir memente que la pasión
puede vencer cualquier obstáculo. Los médicos, sin embar go, llegar on a pensar que estaba loco.
Él vive convencido de que su discapacidad no es en absoluto una incapacidad, y tiene toda la r
azón. La histor ia de Toñejo se sigue escr ibiendo. Es un ejemplo de cómo una pasión vital por el
depor te, por la velocidad, puede dar le sentido a la vida misma.
Ejemplo de un luchador
También el venezolano Maickel Melamed es un ejemplo de vir tuosismo emocional. Nacido en 1975,
e inmediatamente sentenciado a mor ir por distr ofia muscular, es el vivo ejemplo de la
felicidad constr uida peldaño a peldaño, sobr e una base física con limitaciones de or igen. El par to
de su madr e fue muy complicado, por que su cuello estaba apr isionado por el cor dón umbilical.
Los médicos lo habían condenado, pr imer o a la muer te casi inmediata y luego a vivir atado a una
silla.
Pese a sus dificultades motor as, ya ha cor r ido cinco mar atones. Lógicamente, él se toma gr
an cantidad de hor as debido a su condición física. Su última hazaña conocida sucedió en el Mar
atón de Boston, cuando ar r ibó a la meta tr as veinte hor as de camino. Recuer do que lo entr evisté
un par de veces en mi pr ogr ama de CNN en Español y no pude aguantar las lágr imas de
emoción. Maickel Melamed es una mente br illante y un gr an par adigma del poder de la intención.
La inspiradora Yeyita
En el show también entr evisté a la abogada, confer encista y empr esar ia venezolana Delia Mar gar
ita Rivas Castillo (Yeyita). Ella tiene una histor ia extr aor dinar ia de vida, pues vive con la enfer
medad de la osteogénesis imper fecta, más conocida como «huesos de cr istal». A pesar de
haber sufr ido numer osos momentos difíciles, Yeyita no ha desistido en sus gr andes sueños.
Ha sido capaz de br indar apoyo dir ecto a mujer es que sufr en la violencia doméstica en Isla
Mar gar ita, además de empoder ar a muchas otr as a tr avés de la cr eación de puestos de tr abajo en
su empr esa de or febr er ía.
A los tr es meses de nacida, Yeyita empezó a fr actur ar se los huesos. En México le diagnosticar
on la osteogénesis imper fecta, que es una «aber r ación cr omosómica», según me contó. Es
decir, un accidente del ADN al momento de la fecundación, que tr ae como consecuencia la no
absor ción del calcio de maner a per fecta. Cuando leo su hoja de vida, y todo lo que ha logr
ado tr as más de veinticinco oper aciones, entiendo mejor los r esultados del poder de la intención.
«Ha sido muy difícil salir adelante, per o es como un r eto, y el miedo se ha vuelto una
compañía
que he tenido que apr ender a manejar y a canalizar. A lo lar go del tiempo, eso me ha dado pie a
tener gr andes éxitos a nivel pr ofesional y de vida. Siento que mi enfer medad se llama imper fecta,
per o a mí me ha hecho la vida per fecta», me explicó.
Debido a tantas fr actur as, Yeyita no pudo cr ecer todo lo que debía. En Par ís, un médico le
dijo a su mamá: «No la limites, deja que haga todo lo que quier a, por que los límites están en la
cabeza». Y así ha venido siendo. Delia tr abaja par a la Fundación Nueva Mujer Mar gar ita. En
2016, par ticipó en un pr ogr ama de mujer es líder es y agentes de cambio de la r egión, y viajó al
Depar tamento de Estado de EEUU par a hablar sobr e violencia de géner o e inclusión. ¿Qué habr ía
pasado si Yeyita se hubier a compor tado como una piñata, inactiva, esper ando a ver dónde la vida la
llevaba?
La carta de A
urelis
Entr e esos casos, r ecibí una car ta de Aur elis. Ella se pr eguntaba: «¿En qué se par ece la piñata a
mí?». Inmediatamente r espondía que una «familia disfuncional» es como una piñata. A los meses de
nacer, su madr e la dejó en manos del padr e, «por que ella no quer ía esclavitud con hijos». Su papá, a
quien le faltaba un br azo, tenía pocas opor tunidades de tr abajo, con lo cual se le hacía difícil sacar a
las niñas adelante. Entonces la abuela, la siempr e gener osa columna familiar, empezó a ayudar en su
cr ianza:
Los palazos que le dier on a la piñata venían de muchos lados, per o los más fuer tes er an
los de mi familia por par te de madr e. Decían: «Esa está sola. Como no tiene madr e, no
se va a gr aduar. Como no tiene madr e, saldr á en estado r ápido».
En fin, desde pequeña, las per sonas que debían ayudar me me daban palos. Per o desde
niña tenía un ángel a mi lado que nunca me faltó: ¡Dios! Día a día, decía: «¡Tú sabes
por qué pasa todo! Y yo llegar é lejos. Y voy a tr abajar en ello». Mi abuela pater na fue
de las cosas lindas que encontr é en esa piñata. Esa viejita desde niña me motivaba:
«Aur e, tú er es inteligente y buena... ¡Te va a ir bien!». Mi padr e pagó mis estudios
de psicopedagoga. Ellos er an lo más valioso de esa piñata par a mí. ¿Qué hice con lo
que no me ser vía de la piñata? Lo tr ansfor mé, Ismael. A mi mami nunca le hablaba,
per o decidí hacer lo a los quince años. Me dije: «¿Quién soy yo par a juzgar la?». En vez
de odiar a mi familia, estuve allí con ellos. Cr eo fielmente que todo lo que das, a ti r egr
esa. Jamás alber gué odio en mi
cor azón. Vivo hoy en día muy bien.
La car ta de Aur elis me emocionó, pues ella consiguió gestionar sus expectativas y hacer un
uso coher ente del poder de la intención, pese a la cr eencia gener alizada de que no llegar ía lejos.
Una vez más se demuestr a que las cir cunstancias influyen en la vida de las per sonas, per o no la deter
minan.
El poder de la intención no es una invención ni una quimer a. Cada vez apar ecen más
estudios científicos al r especto. Er nesto Bonilla, investigador de la Univer sidad del Zulia, en
Venezuela, define la intención como el pensamiento enfocado par a r ealizar una acción deter minada
y consider a que los
«pensamientos dir igidos a un fin» pueden afectar tanto a los objetos como a la mater ia viva.
«La emisión de par tículas de luz (biofotones) par ece ser el mecanismo mediante el cual una
intención pr oduce sus efectos», asegur a.19
Sin embar go, aclar a que, par a que la intención sea efectiva, es necesar io escoger el
momento apr opiado. Bonilla r econoce además la impor tancia actual de estos estudios, ya
que se está pr oduciendo un «pr ofundo cambio de par adigmas» en la Biología y la Medicina.
6. UMBRAL DE MERECIMIENTO
Todo hombre es como un cheque en blanco firmado por Dios. Nosotros
mismos escribimos en él la cifra de su valor con nuestro merecimiento.
AMADO NERVO
En mi libr o Un buen hijo de P…, Ar tur o le decía a Chr is que cuando se r ecuper ar a a él mismo
y r escatar a su autoestima, solo esa victor ia suya le dar ía la posibilidad de encontr ar la llave
del cor azón de Mar y y tr aer la de vuelta par a siempr e: «Con mi ayuda, desde afuer a, tú
comenzar ás a r ealizar te desde tu inter ior ». Chr is r epetía una y otr a vez, par a sus adentr os, la fr
ase de Ar tur o, su life coach. Compr endía, como nunca antes, la impor tancia r eal de esas palabr
as. Se convencía cada día más de la imposter gable necesidad de r escatar su autoestima, o de
cosechar y elevar su umbr al de mer ecimiento. No estaba segur o de haber tenido en alguna
ocasión una autoestima saludable, la suficiente par a tr atar de conocer se a sí mismo como ser
humano. Entonces, en ese momento, se mar có su objetivo pr incipal.
A veces, nuestr os sueños se basan en r elaciones fuer a del entor no inmediato; per o si no
los ponemos en mar cha, el pr opósito se queda en nada. No es una cuestión únicamente r efer ida al
diner o, sino de r edes y cómplices. Espirit ualment e hablando, nos acost umbramos a vivir con lo
suficient e, cuando podemos hacerlo en abundancia. Disfr utar lo extr aor dinar io es vivir a
plenitud, explotar nuestr as potencialidades y super ar la ley del menor esfuer zo.
Éxito convoca a éxito, tr isteza llama a tr isteza, y así, infinitamente, la vida multiplicar á
el sentimiento que em-poder es. Si de ver dad quier es atr aer lo que deseas, hay que vivir en
abundancia, aspir ar a tener más de lo que necesitamos, espir itualmente hablando, par a compar tir
con los demás. No necesit amos lo que físicament e cabe en una piñat a para ser felices. Soñar con
un propósit o es mucho más coherent e que hacerlo sin misiones claras. Hay soñador es que
van a la der iva, sin r umbo, per o otr os logr an r ealizar sus aspir aciones y tener aún más impacto
del que per siguen.
Nuestr o futur o no depende de lo que alguien coloque dentr o de una piñata, ni de la suer te (o
la fuer za física) que tengamos en la batalla por el pr emio. Mer ecer emos unos bienes mater
iales y espir ituales decididos por nosotr os mismos, pr oyectados en conciencia y tr abajados honor
ablemente.
Factores de éxito
Per o, ¿por qué unas per sonas son más exitosas que otr as? El núcleo es cuánto cr ees que vales.
Nadie te r egala el valor. Siempr e he sido consciente de que uno tiene que ir lo ampliando. Si
no somos capaces de dar nos nuestr o valor, soñar mentalmente y potenciar dentr o de la mente un gr
an sueño, no lo vamos a poder vivir, no vamos a estar pr epar ados. Si no ent ra en t u ment e,
no cabe en t u mundo, no llega a t u vida.
En lo mater ial, ya hemos hablado de las per sonas que ganan la loter ía y no consiguen administr
ar su éxito por que no saben cómo. Nunca en sus mentes entr ó tal cantidad de diner o; y, como no
entr ó, no tuvier on pr oyectos ni intenciones. Hay mucha gente infeliz con gr andes for tunas. Si no
asumen el pr opósito de compar tir y de hacer algo pr oductivo que añada valor a otr os, ¿par a
qué vale su for tuna?
Y justamente el siguiente ejemplo nos demuestr a cómo la gener osidad gener a un estado
de abundancia en nosotr os. Es la histor ia r eal de los her manos Stocklas, que ganar on a la vez
dos pr emios de loter ía en el Estado de la Flor ida. Leí la noticia en el diar io mexicano Excelsior:
James Stocklas r egr esó de pescar y descubr ió que tenía en su poder los númer os ganador es del
pr emio mayor : 12-13-44-52-62. Esto significaba casi 300 millones de dólar es. Sor pr esivamente, su
her mano Bob había obtenido también un pr emio, per o solo de siete dólar es. James, sin embar go,
anunció que compar tir ía el suyo con toda la familia, incluyendo a Bob.
En este caso, la histor ia par ece ter minar de modo feliz: el millonar io desea compar tir su for
tuna con la familia y con el her mano menos favor ecido. Imagina que esa per sona comienza a cr eer
que no vale nada o que vale muy poco, por que en una piñata del azar no le tocó el pr emio gor
do. Si así hubiese sido, mi mentalidad hasta hoy, mi estado de car encia en lo exter no, se hubier a tr
ansfor mado ya en un estado de indigencia espir itual. Así viven algunos acaudalados que conozco,
quienes quizás invier ten mar avillosamente su diner o en cuestiones mater iales, per o no en su espír
itu.
Nací en un país comunista, donde el Estado alegaba que «pr oveía las necesidades básicas» de las
per sonas. Me hubier a gustado pr ogr amar mi mente, como hago ahor a todos los días, en el sentido
de que valía más. Estoy convencido de que el númer o del cheque del que soy por tador tiene que ser
más gr ande. No por ambición desmedida, sino por una cuestión de potencial infinito. Nacemos
para crecer, para volar a dimensiones de un pot encial infinit o. Ent endemos que, si ayudamos a
ot ros a solucionar problemas, solvent ar deseos o sat isfacer necesidades, le añadimos valor. Y,
por efecto mágico, elevamos nuestr o valor per sonal como instr umentos del ser vicio. Esa es la
clave de nuestr o valor : el apor te que hacemos a los demás.
Ejemplos actuales
En este mundo viven ser es capaces de apor tar gr an r iqueza individual y colectiva. No por que
la her edar an, sino por que desar r ollar on gr andes e innovador as ideas. Es el caso de Mar k Zucker
ber g, quien diseñó la r ed social Facebook, junto a otr os compañer os de la Univer sidad de Har
var d. Él innovaba desde los dieciocho años, cr eaba alter nativas y pr oductos que incluso
compar tía gr atuitamente en Inter net. No exento de polémica, hoy posee una de las mayor es for
tunas del mundo. El éxito también le ha conver tido en un gr an filántr opo. Su gr an tr iunfo es
entender hoy que su umbr al de mer ecimiento no tr ibuta beneficios únicamente per sonales: su diner
o también sir ve a otr os a tr avés de gener osas donaciones. Y su apor te en ser vicios a tr avés de
Facebook es inigualable en beneficios par a millones y millones de per sonas en el mundo que
ponder an su cr eatividad y lider azgo.
Bill Gates es otr o magnífico ejemplo. Siempr e fue un apasionado de la infor mática,
supo
codear se con otr os genios de su gener ación y apr ovechó cada opor tunidad de la vida
hasta consolidar el imper io Micr osoft. Ni él ni Zucker ber g pueden eludir las polémicas per
sonales y empr esar iales, per o me quedo con sus apor tes, con lo positivo de su esfuer zo
intelectual, con su ambición por cr ecer, apor tar y soñar con lo imposible. Y también me quedo con
sus visiones sobr e la filantr opía. Ambos son modelos de desapego mater ial en el mundo de los más
influyentes pensador es y empr endedor es.
En mi pr ogr ama entr evisté al cubanoamer icano Jor ge Pér ez, el genio r esponsable de los
mayor es pr oyectos ar quitectónicos de Br ickell, la zona más moder na de Miami. Hijo de inmigr
antes, estudió en Estados Unidos. Sus padr es lo per dier on todo al abandonar Cuba, per o él
consiguió cr ear una for tuna a tr avés de su visión de desar r ollo ur banístico en Miami. Hace poco
anunció la donación de
la mitad de su r iqueza, como una especie de «sanación». Ingr esó así en el selecto gr upo
de millonar ios que se dier on cuenta de que hay que hacer la difer encia a tr avés de la filantr opía,
con r esponsabilidad y cr eando pr oyectos sustentables. Uno de sus gr andes apor tes es el Museo de
Ar te de Miami.
Mi punto de inflexión
A par tir de ahí, dije: «Tengo que hacer valer más mi talento, tengo que valer mucho más que esto.
Y no puede ser únicamente un gobier no el que deter mine cuánto yo gano». En el comunismo cubano
de entonces, a difer encia del capitalismo, no podías negociar un contr ato. Afor tunadamente, esas
etapas de super vivencia, en las que tuve que autolimitar me en todo, pasar on.
Decidí abandonar Santiago de Cuba, todavía con más pr eguntas que r espuestas: «¿Cómo
hago par a valer más? ¿Cómo ser mejor pr ofesional en mi tr abajo, par a que me paguen más?». Y r
ealmente lo pude hacer, hasta cier to punto, por que gané mucho diner o con algunas contr
ataciones en La Habana. Cuando salí de Cuba, en 1998, ingr esaba tr es salar ios difer entes en
moneda nacional. Estaba mucho mejor pagado que un neur ocir ujano, lo cual er a completamente
absur do. ¡Tenía tr es tr abajos!, per o podía vivir mucho mejor. Entonces, mi umbr al de mer
ecimiento cr eció.
También en ese momento, me pr ometí que no desapr ovechar ía los tiempos de esper a. No
podía quedar me iner te, solo en quejas y penur ias, deseando estar en otr o lugar bajo otr as cir
cunstancias. Debía usar ese tiempo como una tr egua fecunda de pr epar ación par a estar listo cuando
la opor tunidad llegar a. Muchos malgast an su pot encial en t iempos de espera, haciendo nada o
poco, gest ionando el vacío de la disciplina desde la int rascendencia del ego herido.
En r ealidad, la mejor maner a de cr ecer es cuando, en medio del dolor, de la fatiga y
del
desasosiego, puedes cultivar la calma, tu valor de ser, tu integr idad de tr ansfor mación. A todas
las per sonas que me pr eguntan como coach sobr e el éxito, siempr e les aconsejo someter se de
vez en cuando a la necesidad de r einvención, a la incomodidad de la incer tidumbr e, a lo
complejo del desper tar. Vivimos en la era de la re-evolución permanent e. No bast a con
hacer revoluciones personales en nuest ra vida, una vez cada década. Est as son necesarias en
cada uno de nuest ros días. Debemos tomar las como una vida en miniatur a, y cr ear una gesta en
evolución, de la que nos sintamos or gullosamente agr adecidos.
Cuando llegué a Canadá, me di cuenta de que conser vaba buenas habilidades pr ofesionales, per
o no hablaba ni inglés ni fr ancés. Entonces, la bar r er a comunicativa hizo caer nuevamente mi
umbr al de mer ecimiento y mi autovalor ación pr ofesional. En ese tiempo tr abajé como meser
o un año
completo, y luego como animador de un cabar et de cena. No podía aspir ar a ganar mucho, pues
no contaba con las habilidades necesar ias en ese momento. Per o me pr epar é, volví a la univer
sidad, estudié y dije: «Me tengo que conver tir en el mejor que pueda ser ».
A mpliación constante
A tr avés de todos estos años, mantengo una pr egunta vigente: «¿Qué tanto apr endo, cr ezco y sir
vo a los demás con lo apr endido?».
Ha sido una r econver sión lenta. Mi umbr al de mer ecimiento se ha ido ampliando hasta el punto
de que hoy soy capaz de hacer una negociación por mí mismo, algo que ni imaginaba hace diez
años. Tal y como explica Tony Robbins sobr e estos casos, mi pr egunta pr imar ia er a: «¿Soy lo
suficiente?
¿Tendr é lo suficiente?». Yo venía de un contexto de car encia, y no podr emos aumentar
nuestr o umbr al de mer ecimiento si fomentamos esa mentalidad de maner a par ásita. El ant ídot
o cont ra la carencia es un pensamient o de abundancia. Per o, ¿cómo alguien puede, en
medio de las limitaciones, desar r ollar un pensamiento de abundancia? Ahí está el gr an r ol
que juega nuestr a mentalidad.
Siempr e pensé en un futur o más pr ometedor que el de mi alr ededor. Cuando en Cuba aún
estaba
pr ohibida la palabr a «publicidad», ya nuestr o equipo de tr abajo la utilizaba a contr acor r iente.
Nos r euníamos en la calle Padr e Pico, en Santiago, en la casa de Tamar a Tong. En medio de
lar gos apagones y pr ácticamente sin comida –solo té negr o o agua azucar ada–, nuestr a
especie de mastermind club ideaba nuevos pr ogr amas r adiales, campañas de imagen e identidad de
mar ca par a la r adio y echaba al vuelo la imaginación. Aquellas r euniones er an excelentes, cr eo
que nos salvar on – mentalmente hablando– de que la hecatombe económica nacional ter minar
a afectando nuestr a cr eatividad. De esos años r ecuer do per fectamente una fr ase icónica:
«Si no fuer a por estos momentos…».
La pr egunta pr imar ia es impor tante, por que puede ayudar a tr ansfor mar vidas. Muchas
personas se cuest ionan si t endrán lo suficient e o si serán lo suficient e. Si no cambiamos
esa pregunt a, siempre vamos a vivir con miedo a ser apaleados o jalados en dir ecciones inesper
adas, como una piñata sin r umbo.
Retomo la car ta de Lidia Abanto, por que uno de sus fr agmentos se ajusta al debate sobr e
el umbr al de mer ecimiento:
Si tuviér amos que obser var nuestr a vida, ver íamos que es como una piñata, llena
de sor pr esas y tesor os que todos anhelamos r ecibir ; per o el miedo y la falta de
confianza en nosotr os mismos nos par alizan. Solo somos obser vador es de cómo otr os
logr an sus metas y sueños atr eviéndose a hacer lo que nosotr os no hacemos. Hay que r
omper la piñata en la vida, lanzar nos a la aventur a de vivir la emoción que exper
imentan los niños cuando la r ompen. La piñata es algo muy pr eciado, todos la mir
amos, la obser vamos e incluso pr edecimos qué tanto podr íamos obtener de ella.
Romper una piñata en la vida es como r omper nuestr os miedos y par adigmas que no nos
dejan avanzar.
Si la vida tiene tantos bellos r egalos que ofr ecer nos, ¿por qué no nos lanzamos,
como otr os, a buscar el r egalo deseado. Es nor mal que pensemos que no tenemos la
fuer za suficiente, ya que hemos sido cr iados en una cultur a de miedo y cr eencias que
no nos per miten ir más allá que lo que está establecido. Sin embar go, dar el pr imer
paso es muy impor tante, tenemos que saber que si tomamos valor y nos pr epar
amos podr emos logr ar lo. Por tanto, es necesar io limpiar nuestr a mente de miedos y
pensamientos que nos dejan r ezagados en la vida. ¡Cuán r elevante es enseñar les a
nuestr os hijos a apr ender a manejar sus emociones par a hacer los ser es humanos
exitosos sin temor es!
Existen dos sentimientos pr edominantes en nosotr os: el amor y el miedo. El miedo es la ausencia
de amor por que, cuando tú amas, no hay miedo. Fíjate, ¿qué son los celos? Dudas sobr e el amor.
¿Qué es la r abia? Un sentimiento opuesto al amor. El amor gener a compasión, solidar idad,
empatía… Amor y miedo son sentimientos básicos que mueven al ser humano. Luego, si est
amos llenos de amor, el umbral de merecimient o se expande, pero, si prevalece el miedo, ent
onces se cont rae, es muy limitado.
La mayor ía de las per sonas viven como piñatas. Y r esidir dentr o de una piñata, como dice
nuestr a editor a Gr aciela Lelli, es vivir dentr o del miedo. Vivir así es como estar a ciegas, esper
ando a que alguien te dé un palazo, par a ver dónde caes.
7. EL PODER DE COMPARTIR
Recuerda que, cuando abandones esta tierra, no podrás llevarte nada de lo que
has recibido, solo lo que has dado.
ATRIBUIDO A SAN FRANCISCO DE ASÍS
Saber recibir
Y, si es necesario saber dar, t ambién es imperat ivo saber recibir, porque quien no sabe recibir
no est á en disposición de dar. Ejer cer la bondad es amar, ser toler antes, pr acticar el per
dón, ser compasivos. Obr ar con bondad significa poner en función de los demás todo el
manantial de cualidades que dignifican al ser humano; nunca comulgar con la vanidad o el
engaño, por que adulter ar la enr ar ece nuestr a dignidad. Nadie lo r esume mejor que el gr an escr
itor nor teamer icano Er nest Hemingway: «Todo acto de bondad es una demostr ación de poder ío».
Muchos lector es me escr ibier on par a contar me sus exper iencias. Entr e decenas de e-
mails, seleccioné var ios en tor no al gener oso acto de compar tir. Me satisface que las per sonas
lo tengan pr esente al hablar de la piñata. Ana Alicia Tovar, por ejemplo, comentaba:
Casos de casos han ocur r ido debajo de esos muñecos en for ma de piñata. Per
sonalmente, no me gustaba mucho lo que r epr esentaba esa piñata. Per o sí veía una
opor tunidad par a compar tir lo que r ecibía con quien tenía al lado… ¿Por qué tenía que
ser solo mío algo que caía del cielo y luego de haber lo for zado? Er a mejor si se compar
tía.
Estas piñatas suelen hacer nuevas apar iciones en algunos eventos de nuestr as vidas
como adultos: las despedidas de solter as, por ejemplo. Cr ecemos cr eyendo haber
dejado esos enfr entamientos en las fiestas de los compañer itos de la escuela, par a ter
minar haciéndonos adultos y dar nos cuenta de que la vida, en r esumidas cuentas, es una
piñata. Tal vez fue algo sabio de nuestr os padr es hacer nos exper imentar esas
situaciones, par a apr ender a ver la vida en lo bueno y en lo malo.
Vivo en Venezuela, y esta palabr a cobr a más sentido en nuestr as vidas. Lastimosamente,
la r ealidad de todos los días es un «quítate tú par a poner me yo», que de ver dad no me
está gustando. Nos acostumbr amos a que todo nos caiga del cielo y se nos está olvidando
que se necesita de un poco de esfuer zo par a alcanzar las cosas. Sin embar go, yo sigo
con mi filosofía apr endida de niña: que es mejor cuando se devuelven estas cosas.
Como a ti mismo…
Una de las antípodas del egoísmo es la compasión, por cuanto se consider a una expr esión de excelsa
bondad y altr uismo. Esta actitud ante la vida ensancha como ninguna otr a su distancia con el
egoísmo. Es una vir tud que impulsa a los ser es humanos a apoyar a sus semejantes, en especial
cuando padecen física, psicológica o espir itualmente. Per o la compasión no solo tiene como pr
opósito tr atar de aliviar el dolor ajeno, sino que va más allá: también tr ata de compar tir lo sin
intención de r ecibir algo a cambio. Su influencia es tan noble y abar cador a que no se limita a los
humanos únicamente. Incluye además a los animales entr e los ser es con los cuales debemos ser
compasivos.
Pr acticar la compasión tiene mucho de solidar io y pr opor ciona un estado de tr anquilidad
y complacencia espir itual inmediatas. Requier e de mucho contr ol emocional, por que se hace r
ealidad hasta con quienes nos atacan. Esto exige un total dominio de emociones destr uctivas como
la ir a, el odio y la sober bia. La compasión invit a a t rat ar a los demás de la manera que
quieres que t e t rat en a t i mismo. Es una de las más her mosas vir tudes de los ser es humanos y,
por supuesto, una de las que ha sido objeto de más análisis por líder es r eligiosos, libr os sagr ados y
filósofos.
Las per sonas que insultan o maltr atan, en su inmensa mayor ía, son víctimas de emociones
y sentimientos mal gestionados y, aunque par ece par adójico, también sufr en por ellos. La compasión
es la base de r eligiones como la budista. Uno de sus mayor es exponentes, el dalái lama, le
confier e valor es per sonales, familiar es y sociales. En muchas ocasiones él ha expr esado que la
compasión es un pilar par a la paz mundial, por que par a que haya una paz genuina y dur ader a
en el mundo, es impr escindible la paz inter na de las per sonas.
El dalái lama nos r egala cr iter ios muy pr ofundos e inter esantes acer ca de la paz. Él cr ee
que muchas veces se alcanza una paz tempor al gr acias al miedo, per o esa no es ver dader a. Y tiene
mucha r azón.
Otr o vener able maestr o del Tíbet, Gueshe Kelsang Gyatso, asegur a que «con un poco de pr
áctica, podemos tr ansfor mar a nuestr os amigos en un tesor o y obtener la r iqueza del amor, la
compasión, la paciencia y demás vir tudes. Sin embar go, par a poder hacer esto, nuestr o amor por
ellos ha de estar libr e de apego». Retoma las ideas del dalái lama r elacionadas con la compasión y
la conciencia. La pr áctica, según este r espetado maestr o, puede adquir ir se a tr avés de la
meditación.
Kelsang Gyatso, también r econocido como exper to en meditación a nivel inter nacional,
sostiene
en Ocho pasos hacia la felicidad que «la compasión que sentimos al contemplar a los demás es la
r iqueza inter ior supr ema, una fuente inagotable de felicidad que nos beneficia no solo en esta
vida, sino también en las futur as». El budismo se pr opone como pr opósito centr al cultivar un
amor y una compasión incondicionales hacia todos los ser es.
Osho, el gr an maestr o hindú, no escapa del atr ayente estudio de la compasión. Sin embar go,
es ir r ever ente, como de costumbr e, a la hor a de examinar el r eal significado de esa vir tud:
«Muchos supuestos actos de compasión están teñidos de un sutil sentimiento de autoimpor tancia
o deseo de r econocimiento. Otr os se sustentan no en el deseo de ayudar a los demás, sino en el de
obligar les a cambiar … Sur ge de nuestr o inter ior el camino hacia la auténtica compasión
cuando empezamos a demostr ar una pr ofunda aceptación y amor por uno mismo. Solo
entonces puede flor ecer la compasión y conver tir se en una fuer za sanador a, ar r aigada en la
aceptación incondicional del otr o tal y como es».
En su libr o Compasión, el florecimiento supremo del amor, Osho nar r a un pasaje r elacionado
con Gautama Buda, quien le dice a sus alumnos: «Alguien que no ha tenido compasión no
conoce el secr eto de compar tir ». Uno de sus discípulos, un seglar muy devoto, le r espondió: «Yo
lo har é, per o solamente con una excepción. Voy a dar mi felicidad, mi meditación y todos mis
tesor os inter nos a todo el mundo, excepto a mi vecino, por que es un hombr e r ealmente per ver
so». «Los vecinos son siempr e los enemigos –le dice Gautama Buda–. Entonces, olvídate del
mundo y dáselo todo a tu vecino».
El alumno no entendió nada: «¿Qué está diciendo?». «Que solamente si er es capaz de dár selo a
tu vecino, ser ás libr e de esta actitud antagónica hacia el ser humano», le aclar ó Gautama
Buda.
«Compasión quier e decir aceptar los fallos y las debilidades de los demás, sin esper ar que
se compor ten como si fuesen dioses. Ser ía una expectativa cr uel».
DENTRO DE LA
PIÑATA
Nunca compitas con nadie. Solamente contigo mismo.
BERNARDO
STAMATEAS
OTRAS ACTITUDES HUMANAS EN EL ESPEJO DE LA
PIÑATA
El gigantesco mamut atr aviesa confiado la lar ga quebr ada, en la oscur idad de la noche.
Su enor me inocencia le impide pr esentir el peligr o. En silencio, a la salida del estr
echo pasadizo natur al, le esper a un pequeño gr upo de neander tales agazapados detr ás de
r ocas y ar bustos, por tando lanzas de mader a y antor chas encendidas.
«Es el lugar per fecto par a cazar lo», piensan. La car ne del animal les mitigar á el hambr e,
la piel los cobijar á y los colmillos se conver tir án en cuchillos, agujas y puntas de lanzas…
El chamán clama la ayuda de los espír itus y tiende un velo de esper anza sobr e el
alma pr imitiva de los cazador es, en especial de los más decididos y optimistas.
Ya escuchan los alar idos de la bestia, algunos neander tales dudan y se pr eguntan: «¿Por
qué enfr entar este monstr uo si podemos cazar cer dos, r enos y hasta inofensivos cier
vos?». Los pesimistas del gr upo están convencidos por igual de que no vale la pena tanto
r iesgo: «Es demasiado gr ande y fuer te par a nosotr os. ¡Nunca podr emos atr apar lo!»,
comentan entr e sí.
El mamut se acer ca, los que por tan el fuego cier r an la salida de la quebr ada, obser
van estr emecidos la llegada del inmenso mastodonte, que mueve amenazante la cabeza
y su poder osa tr ompa en medio de la oscur idad. Aunque lo han esper ado dur ante hor as,
cuando apar ece, los neander tales se sor pr enden, exper imentan temor, per o también los
ilumina un toque de ilusión y esper anza. Es un imponente ejemplar, joven y saludable,
que aviva los deseos de comer car ne fr esca.
El mamut sabe de la peligr osidad de los hombr es y no quier e enfr entar los. Se detiene
ante los que por tan las antor chas encendidas, los mir a con r ecelo y da unos pasos atr ás.
Ignor a que desde allí pr ecisamente vendr á el ataque mor tal. La astucia de los humanos
super a con cr eces su instinto animal.
Los neander tales más atr evidos lo embisten pr imer o. Otr os lo hacen después.
Los temer osos, nunca. Caminan alr ededor de la dantesca escena y pr esencian con pavor
cómo las lanzas de mader a castigan al joven mamut, que se defiende con la tr ompa
y los colmillos, da vueltas en medio de la quebr ada, levanta polvo, se eleva en dos patas,
emite alar idos de r abia y dolor que r ecor r en la noche, per o no logr a contener los
golpes de las lanzas. El hombr e se ensaña con la gigantesca cr iatur a, que no r esiste
más. Las patas de la bestia flaquean, se abr en y cae entr e la polvar eda. Apenas toca el
suelo, guiados por el instinto más pr imitivo de los ser es humanos, los neander tales se
lanzan sobr e el animal y comienzan el noctur no festín.
La mayor ía come a r eventar, guar da par te del botín y da r iendas sueltas a su alegr ía;
otr os se fr ustr an por que no alcanzan el pedazo que desean: «Los dos colmillos no
bastan par a todas las necesidades, la piel tampoco es suficiente, pasar emos fr ío», se
quejan.
Ya tienen su piñata, su tr ofeo de caza, per o la envidia cor r oe el espír itu de algunos.
Los egoístas esconden lo que obtienen, los altr uistas compar ten lo suyo con
quienes conquistar on menos y los individualistas no solidar ios no compr enden a los altr
uistas. El mamut despier ta actitudes difer entes en el gr upo neander tal.
Hechos como este fuer on comunes en Eur opa o Asia occidental hace más de 28.000 años.
Sin embar go, las actitudes que pr ovocar on se mantienen aún intactas a pesar del tiempo. El ser
humano se desar r olla, cambia su visión del mundo, se enr ola en una r evolución tecnológica
impensada, logr a conocer se a sí mismo como nunca antes, per o las actitudes de aquellas cacer
ías siguen for mando par te de su existencia, como r etoños insepar ables de la vida misma.
La actitud es la maner a de actuar, el pr oceder de una per sona ante un hecho deter minado. Así
ha sido siempr e y, por esa r azón, a lo lar go de la histor ia, no pocos han sentido la
necesidad de escudr iñar la con el pr opósito de descubr ir sus causas y consecuencias.
José Mar ía Huer ta Par edes, doctor en psicología y autor del libr o Actitudes humanas,
actitudes sociales, las define como «las pr edisposiciones a r esponder de una deter minada
maner a con r eacciones favor ables o desfavor ables hacia algo». Asegur a que están integr adas por
las opiniones o cr eencias, los sentimientos y las conductas, que a su vez se inter r elacionan entr e sí.
Agr ega el doctor Huer ta Par edes: «Existen actitudes per sonales r elacionadas únicamente con
el individuo y actitudes sociales que inciden sobr e un gr upo de per sonas. A lo lar go de la vida,
las per sonas adquier en exper iencias y for man una r ed u or ganización de cr eencias car acter
ísticas, entendiendo por cr eencias la pr edisposición a la acción […] las actitudes están pr
ediciendo las conductas y, si se desea cambiar una conducta, es necesar io cambiar la actitud».
Hay muchas definiciones más, todas inter esantes y acer tadas, entr e ellas la de Salomón Asch,
un impor tante psicólogo nacido en Polonia, con r esidencia en Estados Unidos. Asch afir ma que
«las actitudes son disposiciones dur ader as for madas por la exper iencia anter ior ». Inter
esante su planteamiento, pues r elaciona cor r ectamente las actitudes con la exper iencia del ser
humano.
He citado solo dos definiciones actuales que r eflejan el extr aor dinar io inter és que dur ante
siglos ha mostr ado el hombr e por desentr añar el mister io de las actitudes humanas. ¡Tan poder
osas son y tanto influyen a nivel per sonal y social! Dos de estas actitudes han acapar ado la mayor
atención: el altr uismo y el egoísmo. Ellas confor man un antagónico dúo, que define pr oceder es
humanos básicos ante la vida. Las vemos manifestar se, indudablemente, fr ente al hecho de la piñata.
En un e-mail, la amiga Claudia me cuenta su punto de vista sobr e la competitividad y las piñatas:
Siempr e he r ecor dado con r abia, tr isteza y fr ustr ación mi exper iencia en una
piñata. Recuer do con más clar idad un cumpleaños en el que no conocía a mucha gente.
Llegó la piñata y todos los niños cor r ier on, per o me quedé atr ás y no logr é r ecoger casi
nada. Tenía tanta r abia que dije que ya no quer ía estar más allí. En todo el camino de r egr
eso cr eo que medio llor é, por que no er a de mucho mostr ar me llor ando. Nunca me
gustar on las fiestas y, en cier ta for ma, eso le gustaba a mi familia. En la univer sidad fue
donde apr endí a disfr utar un poco.
Las piñatas, par a mí, fuer on el inicio del mundo competitivo. Me mostr ar on que
siempr e las per sonas más «vivas» o avispadas y alegr es suelen llevar se la mejor par te.
Las piñatas se par ecen a la vida en el sentido en que llegas a pensar que no tienen muchas
cosas buenas. Per o siempr e estás a la expectativa de qué puede funcionar y, en algún
momento, obtener más que otr os.
Por su par te, la ar gentina Mar ía Cr istina, que se descr ibe como muy obser vador a, descr ibe
las r eacciones infantiles fr ente a la piñata y la r elación de estas con la competitividad en las
sociedades actuales:
Obser vé que no todos actúan de igual maner a, aunque sí gener a mucha adr enalina
y
ansiedad por llevar se el «pr
emio».
a) Aquellos que se posicionan bien debajo de la piñata, llegando allí a «cualquier pr ecio»,
sin impor tar mucho empujar o cor r er a los más pequeños.
b) Los que juntan mucho y compar ten con el que se quedó más lejos y no r ecibió
nada.
b) Los que esper an la opor tunidad en su lugar (tal vez más alejado), per o en el
momento pr eciso «accionan» y llegan a conseguir algo del «botín».
c) Los ver gonzosos que quier en algo de la piñata, per o no se atr even a ser par te de
tal bar ullo.
d) Los adultos que desde el lugar dan dir ectivas sobr e cuál es el mejor punto par a
obtener el pr eciado «dulce».
De acuer do con Mar ía Cr istina, el momento de la piñata muestr a car acter ísticas de la per sonalidad
de cada uno de nosotr os, e incluso los ambientes en que son cr iados los niños:
A veces son estimulados sobr emaner a en la competitividad, en ganar a toda costa, como
si fuer a muy decisivo. La vida está llena de sor pr esas, como en una piñata. Hay cosas que
no vemos, y, si no nos acer camos lo suficiente, no podr emos ver las ni mucho
menos alcanzar las. Per o este acer camiento nunca debe per judicar a otr os. No pises
cabezas par a llegar a tu objetivo, par a tener además paz en el alma. Otr o punto par a
mí impor tante es estar atentos a las opor tunidades. Nunca se sabe adónde va a ser dir
igido el contenido de la piñata de la vida. También saber compar tir con otr os lo que r
ecibimos, así como alentar, ayudar a que otr os puedan llegar, y a lo mejor no saben cómo
hacer lo.
La envidia en la literatura
La liter atur a univer sal ha gestado obr as maestr as en las que la envidia juega papeles pr
otagónicos.
¡Tan gr ande es su maldad como el inter és que despier ta! Me viene a la mente el clásico La
divina comedia, de Dante Alighier i. En uno de los libr os de esa tr ilogía, El Purgatorio, el autor
busca un dur o castigo par a los envidiosos: se les cosen los ojos, por que «en sus vidas habían
sentido el placer de ver cómo otr os caían».
El español Miguel de Unamuno escr ibió una obr a clásica cuyo centr o es la envidia. Titulada
Abel Sánchez, dimensiona la envidia, y más que en una actitud per sonal, la convier te en social, con
todo lo nocivo que de ella se pueda despr ender. Es tan fuer te y dominante la envidia, que no
escasean en la histor ia de la humanidad hombr es de inmenso talento que, más que por su talento,
la poster idad los mar ca por su envidia. Antonio Salier i es más conocido por la envidia que lo
consumía cuando escuchaba a Mozar t que por su pr opia obr a, que, par a ser justos, es
excelente. Le sobr a r azón a Leonar do da Vinci cuando afir ma: «En cuanto nace la vir tud, nace
contr a ella la envidia».
La envidia acompaña al ser humano desde los mismos comienzos de la civilización. La Biblia
cuenta que Caín mató a su her mano Abel por envidia, por que Dios aceptó la ofr enda de Abel y no
la que él le ofr eció. A José lo venden por envidia, por que er a el hijo pr edilecto de sus padr es; y a
Jesús lo matan por envidia. Per o este mal, además de hacer daño e intentar destr uir a los demás,
también es un sentimiento que acar r ea actitudes autodestr uctivas.
Una leyenda anónima nar r a la histor ia de un gor r ión que escucha con envidia el canto de
un
r uiseñor. «¿Por qué no puedo cantar así?», se pr egunta el gor r ión lleno de envidia. «¿Por qué
solo emito feos chasquidos?». No sopor tando el her moso tr ino del r uiseñor, la envidiosa ave
busca por la sabana las «semillas del silencio». Según le han dicho, fuer on comidas por sus
antepasados y por eso los gor r iones no pueden cantar.
«Cuando las coma, el r uiseñor no cantar á jamás», se vanaglor ia el gor r ión. «En tanto, yo tr
atar é de cantar e imitar é al r uiseñor. Ya ver án cómo mis tr inos ser án más lar gos y más
musicales». El gor r ión r egó las semillas por donde canta el r uiseñor y tr ató de imitar el sonido
del ave cantor a. Lo intentó una y otr a vez, per o no pudo. Su gar ganta se dañó y enmudeció por
completo. Con espanto, el gor r ión envidioso se da cuenta de que ni siquier a puede ya emitir su
simple chasquido. Par a mayor fr ustr ación, obser va cómo el r uiseñor pr ueba una de las semillas,
per o inmediatamente la expulsa de
su pico.
«No cantar é más donde existen semillas tan desagr adables», decide el r uiseñor e
inmediatamente se mar cha hacia otr o lugar en la extensa sabana. El pájar o mudo lo obser va alejar
se. La bandada de gor r iones se lamenta por que ya no podr á disfr utar más del canto del r uiseñor.
No compr ende por qué se ha mar chado. El gor r ión mudo envidia ahor a los feos per o alegr es
chasquidos de sus compañer os.
Decía Fr ançois de La Rochefoucauld que «el pr imer o de los bienes, después de la salud, es la
paz inter ior ». ¡Cuánta ver dad! La envidia tiene como contr apar tida a la satisfacción per sonal.
Esa paz inter ior que nos colma de optimismo, de deseos de seguir luchando y de felicidad. La
satisfacción per sonal es la r eacción natur al que sigue al éxito o, al menos, al esfuer zo inver tido
par a alcanzar lo. Ningún envidioso puede ser feliz, por que nunca se sentir á una per sona exitosa.
Entiéndase el éxito como la capacidad de compar tir logr os que añaden valor a otr os. Y esto es solo
el éxito en lo social, por que el ver dader o éxito está en el desper tar de conciencia inter ior y
colectiva, desde la compasión, el amor y la her mandad de ser todos par te del todo.
El ar te r efleja la actitud ante la vida del ar tista, aunque muchas veces no se lo pr opongan.
No pocas obr as maestr as lo son. No por el acabado de su for ma, sino por la cer ter a pr ofundidad
de los sentimientos que gener a en aquellos que las disfr utan y en las actitudes humanas que de ellas
emana.
Beethoven o Salieri
Retomo la música, en esta ocasión a Beethoven, y pr egunto: «¿Qué puede envidiar más en la vida un
músico sor do?». La r espuesta salta a la vista: «el oído», el poder de escucha que tienen los demás
y del cual él car ece, impidiéndole disfr utar hasta de su pr opia obr a. A un genio como Beethoven
se le admir a, además de por su inmensa obr a, por la voluntad de hacer música a pesar de su
sor der a.
¡Cuánta satisfacción per sonal debió de sentir cuando «obser vaba» los
aplausos!
Si a Beethoven lo hubier a consumido la envidia por los demás músicos de su época, que tenían la
posibilidad de escuchar sus obr as y estaban en mejor es condiciones físicas par a componer,
nunca hubier a llegado a ser lo que es. A pesar de su fama de cascar r abias, Beethoven cultivó su
mente par a adoptar actitudes capaces de conquistar r ealidades, solucionar pr oblemas,
alcanzar metas y mater ializar sueños. Nunca dio cabida a la envidia. Al contr ar io, él fue fuente
de envidia en otr os, a pesar de su car ácter hur año y su limitación física.
La envidia taladr a la per sonalidad de Salier e; mientr as que la actitud más positiva, de la
que emanan la voluntad y el deseo de cr ear, engendr a la obr a de Beethoven. Salier i, a pesar
de su innegable talento, tuvo alma de gor r ión envidioso; Beethoven, por encima de su sor
der a, fue dominado por el espír itu del r uiseñor. El ver dader o talento, aunque la puede gener ar en
otr os, nunca engendr a la envidia por sí mismo. Solo br otan de él la admir ación por los demás y
la satisfacción per sonal, algo muy llamativo en Beethoven y muy de alabar, por cuanto padeció
de sor der a, tuvo mala for tuna en el amor y, según cuentan, sufr ió abusos de pequeño.
Lo peculiar es que Beethoven, un ser humano con tantos factor es en contr a, fuer a capaz de cr
ear una obr a bella, pr ofunda e inmensa, que gener a los más positivos y her mosos sentimientos e
insta a las más nobles acciones. Únicamente una per sona con actitud muy positiva ante la
vida puede tr ansmitir y cr ear, a la vez, tantos y tan nobles sentimientos, salidos de la más
encomiable actitud que puede gener ar un ser humano.
En la piñata de Beethoven habitaban pr emios y pr oblemas, per o él supo labr ar se un r esultado y
no victimizar se con sus dificultades. Cuánto optimismo, bondad y altr uismo pudo encer r ar
Beethoven en su ator mentada alma al cr ear una obr a emblemática, que tr ansmite tantas emociones
y sentimientos
positivos como la Oda a la alegría, la cor al de su Novena sinfonía. Solo un hombr e extr aor dinar
io, capaz de amar sin límites a los demás, en el que la envidia no tiene cabida, es apto par a
legar semejante r egalo a los oídos del mundo, a pesar de ser incapaz de escuchar.
Dígase lo que se diga, yo me atr evo a afir mar que Beethoven, muy por encima de sus
limitaciones y de su azar osa vida, disfr utaba de una inmensa satisfacción per sonal. Y que en lo más
pr ofundo de su ser er a una per sona alegr e, por que la alegr ía gener a alegr ía. La letr a de la cor al
la toma de Fr iedr ich Schiller, el gr an poeta y dr amatur go alemán. Beethoven adapta el poema,
per o mantiene intacto su espír itu. La destr eza poética de Schiller y el genio musical de
Beethoven elevan la alegr ía, ese sentimiento que tantas actitudes positivas for ja, hasta los más altos
pilar es del talento humano.
La verdadera paz
La alegr ía es uno de los r esultados natur ales de la paz inter ior. Es patr imonio de los que luchan
por sus objetivos, de los ser es exitosos que mantienen una actitud car gada de confianza y optimismo
ante la vida. Los ajenos a la envidia son felices, por que viven con la convicción de que han actuado
de la maner a cor r ecta en el momento pr eciso, conscientes de que la solución a sus pr oblemas
depende de ellos mismos, y de nadie más. La paz inter ior es el pr imer paso, impr escindible, par a
conquistar la alegr ía. La vida no está exenta de pr oblemas. De hecho, consiste en eventos a los
que clasificamos como pr oblemas, sor pr esas, tr agedias, pér didas, ganancias. Al final, si un pr
oblema tiene solución en tus manos, ¿par a qué te pr eocupas? Mejor ocúpate en r esolver lo. Y si, por
el contr ar io, la solución o soluciones no están en nuestr as manos, en vez de pr eocupar nos
podemos ocupar nos en gestionar su r esolución a tr avés de quienes puedan hacer lo mejor.
El líder independentista indio Mahatma Gandhi, hombr e de pr ofunda espir itualidad, dijo: «Si
no alcanzamos la paz dentr o de nosotr os mismos, siempr e estar emos en guer r a con los demás».
Gandhi ilustr a una máxima del budismo que r eza: «La ver dader a paz comienza dentr o de nosotr os
mismos».
¿Por qué? Por que la ar monía inter ior nos per mite inter actuar en confor midad con nuestr
os semejantes y aceptar aquellas cosas que no podemos cambiar en ellos. Por lo tanto, somos
felices ellos y nosotr os, nada conspir a contr a la alegr ía de vivir.
Por lo gener al, quienes disfr utan de ese confor t son per sonas optimistas. Cuando
vivimos poseídos por el optimismo, todo lo que nos pr oponemos yace a la sombr a de lo posible, si
estamos convencidos de lo que aspir amos y salimos a buscar lo con esfuer zo e inteligencia. Al
decir de José Sar amago, «los únicos inter esados en cambiar el mundo son los pesimistas, por que
los optimistas están encantados con lo que hay».
La actitud mental positiva y optimista, por sí sola, no es un imán del éxito y la felicidad, per o sí
una for ma de enfr entar la vida par a hacer r ealidad los sueños. La alegr ía y la paz inter ior están
muy estr echamente r elacionadas con esta maner a de ver el mundo.
La actitud de un ser humano es la que guía su for ma de actuar, el elemento que define su
conducta. Por lo tanto, cuando la ungimos de mentalidad positiva, nos conver timos en per sonas
optimistas, confiadas, segur as de nuestr os pr opósitos, sin temor es, convencidas de que cualquier
obstáculo que nos imponga la existencia puede ser abatido. Como dijo Thomas Jeffer son: «Nada
en esta vida nos puede detener, por que ya poseemos la cor r ecta actitud mental par a logr ar la
meta». El opt imismo no es más que la convicción subjet iva de que t odo nos saldrá bien, que la
vida nos será favorable.
En el libr o Un camino hacia el éxito, de Napoleón Hill y W. Clement Stones, se nar r a la histor
ia del hijo de un apar cer o de Luisiana, quien, desde los cinco años, apr ende a ar r ear mulos. Al igual
que muchos, el muchacho vive convencido de que siempr e ser á pobr e por voluntad de Dios. Así
se lo
hace saber a su madr e. La mujer, que piensa difer ente, r ebate sus palabr as: «Somos pobr es no
por culpa de Dios, somos pobr es por que tu padr e nunca tuvo el deseo de ser r ico. Nadie en esta
familia ha tenido el deseo de ser otr a cosa».
El joven apar cer o entiende a su madr e y desde ese momento siente el deseo de ser otr a cosa,
lo intenta y lo logr a. El solo hecho de pr oponer se un cambio en la maner a de enfr entar la vida lo
libr a de la decente, per o dur a, vida de apar cer o. Rompe con la actitud mental confor mista y
negativa que hasta ese momento sumer gió en la pobr eza a su familia.
Optimismo liberador
Mantener una actitud optimista ante la vida no nos liber a automáticamente de los pr oblemas, per o
nos pr epar a par a enfr entar los y vencer los mejor. Per mite que desar r ollemos a tope todas
nuestr as capacidades, tanto físicas como intelectuales; nos hace más hábiles y vigor osos.
Gr acias al optimismo conver timos momentos negativos en positivos, pues nos
motivamos social y per sonalmente. No es un imán, r epito, que por sí solo atr ae al éxito y a
la felicidad, per o es una fuer za motr iz inter na que nos impele hacia esos objetivos.
Aunque el optimismo es una actitud positiva, no son muchos los escr itor es y teór icos que
han apostado por él. Las pr opias contr adicciones del ser humano, las difer encias políticas,
económicas y r eligiosas en la sociedad actual, fr enan en no pocas ocasiones la adopción de una
posición optimista ante la r ealidad.
Algunos confunden optimismo con esper anza, per o no son iguales. El r abino Maur ice
Lamm, escr itor y teólogo judío, tiene su pr opia ver sión de esper anza, muy r elacionada con la
histor ia y los infor tunios de su pueblo. La cataloga como «el pur o deseo de vivir ante la
desesper ación, imaginando un futur o mejor, con éxito, y el fin del sufr imiento».21 Se apoya en su
pueblo a la hor a de for mular esta definición, por cuanto, según expr esa, gr acias a la esper anza
logr ó sobr evivir a holocaustos y otr os momentos en extr emo difíciles. También coincido con
esta definición por que, efectivamente, en muchos momentos de mi vida esa cer teza me ha llevado a
cabalgar montaña ar r iba, montaña abajo, aun en medio de la noche, casi a ciegas, per o con
la esper anza del amanecer sor pr endiéndome en el r umbo o la dir ección deseada.
La esper anza es una de las llamadas tr es vir tudes divinas, junto a la fe y la car idad. La Biblia
le dedica muy pr ofundos y aleccionador es ver sículos. Pr over bios 24.14 (LBLA*): «Sabe que así
es la sabidur ía par a tu alma; si la hallas, entonces habr á un futur o, y tu esper anza no ser á
cor tada»; Jer emías 29.11 (RVR1960): «Por que yo sé los pensamientos que tengo acer ca de vosotr
os, dice Jehová, pensamientos de paz, y no par a mal, par a dar os un futur o y una esper anza»;
Romanos 15.4 (LBLA):
«Por que todo lo que fue escr ito en tiempos pasados, par a nuestr a enseñanza se escr ibió, a fin de
que
por medio de la paciencia y del consuelo de las Escr itur as tengamos esper
anza».
Todos esperanzados
Dur ante uno de mis viajes a México, inter esado en adentr ar me en el mundo for mal y conceptual
de las piñatas, escuché muchas anécdotas –unas más fantasiosas que otr as–, per o todas
amenas e instr uctivas. Un viejo sabio me dijo que las piñatas podían compar ar se con la tr istemente
célebr e caja de Pandor a.
«La madr e de las piñatas es la caja de Pandor a», dice. Ver dader amente, me puso a pensar. No
vi similitud entr e la piñata, que es un motivo de alegr ía de celebr aciones r eligiosas o popular es,
y la
temida Caja de Pandor a. Sin embar go, como de costumbr e, me dispuse a escuchar su teor
ía.
–¿Ha oído hablar usted de la caja de Pandor a? –soltó la pr egunta como una r áfaga de palabr as.
–Sí, fue una obr a de Zeus, el dios gr iego –r espondí.
–Tiene r azón, Zeus se pr opuso castigar a Pr ometeo por r obar el fuego y compar tir lo con
los humanos. Por esa r azón, hizo que un her mano de Pr ometeo se casar a con Pandor a, una bella
joven, a quien, como r egalo de bodas, le obsequió una tinaja ovalada, bien cer r ada, con ór denes de
no abr ir la nunca… Per o Zeus sabía que Pandor a er a muy cur iosa.
La última fr ase la pr onunció con picar día.
–No er a una caja, er a una tinaja –r eafir mó–. Así es, aunque todos le llaman «la caja», en r
ealidad er a una tinaja muy par ecida a las antiguas piñatas de bar r o mexicanas –me explicó.
«La compar ación quizás no es tan descabellada», pensé.
–Pandor a, muy cur iosa, destapó la tinaja o la caja, como quier an llamar la. Ella desconocía
que Zeus, como castigo, había encer r ado allí todos los males del univer so. Al abr ir la, por
supuesto, se liber ar on todos los males –siguió contando el amigo mexicano. En este punto, lo
detuve.
–Per o de una piñata no sale ningún mal.
–Tiene r azón –r espondió–, per o todas encier r an esper anza, como la caja de Pandor a.
Me cer cior é de por qué decía que la «malévola» caja er a la madr e de las piñatas. Cuando Pandor
a se dio cuenta de su er r or, cer r ó la tinaja, per o ya todos los males habían salido al exter ior.
Sin embar go, Zeus, par a que los humanos no se sintier an destr uidos ante tantas desgr acias
sueltas, también había encer r ado la esper anza. Cuando Pandor a la cer r ó, la esper anza no pudo
salir, quedó atr apada en el inter ior.
–Por tanto, la caja de Pandor a ahor a es dominada por la esper anza, la misma que nos
domina cuando se r ompe la piñata. Todos nos sentimos esper anzados –afir mó el viejo sabio–.
Algunos atr apamos muchos r egalos, per o otr os, ninguno. Es posible que lo atr apado no sea lo
deseado, puede que salgamos con las manos vacías, per o, a todos, la piñata nos embr iaga con
la esper anza que guar da dentr o», ter minó diciendo.
Es cier to. Una piñata cr ea esper anzas, «una cer teza espir itual y subjetiva» en todos los
que par ticipan en su aper tur a. Cada cual esper a alcanzar lo que se pr opone, al igual que sucedía
con el mamut ante la hor da de hambr ientos neander tales. Por supuesto, r espetando pr opósitos y
distancia en el tiempo.
Despeja la duda
Par a aclar ar definitivamente el camino, y que tr iunfe la esper anza, la duda ha de ser
despejada.
¿Cómo damos alas a la esper anza? ¡Despejando la duda! La duda, si pr ovoca una actitud positiva
de búsqueda e intentamos desentr añar la, desempeña un papel positivo. Es nociva cuando nos
detiene, aunque sea por instantes. A veces, un instante define una gr an opor tunidad en la vida. La
duda es un sentimiento humano y, como tal, debemos gestionar la y poner la en función de nuestr o
beneficio. Si nos deja iner tes, es mala, per o, si logr amos actuar apoyándonos en ella, se r evier te en
pr ovechos.
En mi libr o El poder de escuchar, nar r o que en una ocasión decidí someter me a un concur so
de admisión con el pr opósito de conver tir me en animador tur ístico. Yo no me visualizaba
como un animador tur ístico en una playa cubana entr eteniendo a tur istas. En aquel entonces er a
un hombr e tímido y muy mal bailador, aunque esto último poco ha cambiado. Tal maner a de ser pr
ovocó en mí la duda de si tenía posibilidades de salir air oso del tr ámite. Además me pr egunté
incisivamente si tenía las cualidades que se necesitan par a tr abajar como animador tur ístico.
Confieso que las dudas me acosar on, sobr e todo en la noche, antes de dor mir. Y mucho más en
la medida en que se acer caba el concur so. Admito que sentí miedo y llegué a padecer ataques de
pánico. Per o imagina que, después de pr epar ar me par a el concur so dur ante var ias semanas,
vencido por la duda, no me hubier a pr esentado. Fuer on semanas intensas. No me r etir é ni me
dejé vencer por la duda. Llegué a la convicción de que lo más impor tante e inter esante par a mí er a
poner me a pr ueba y despejar la duda. Er a tanta la incer tidumbr e que llegó el momento en que ya
quer ía saber si de ver dad ser vía o no como animador tur ístico.
El día señalado par a el concur so me dije: «Por fin voy a saber lo. No puedo seguir
angustiado,
por que, si hay algo que angustia en la vida, es dudar eter namente ante un mismo pr oblema».
En r esumen, apr obé el concur so con magníficos r esultados, per o el mejor de todos fue que me
enfr enté, me despojé de la duda y le saqué pr ovecho. En esta ocasión, la duda me fue útil, me instó a
conocer, a explor ar me a mí mismo, a ar r iesgar me.
Si la duda nos impulsa a despejar la en ar as del conocimiento, nos convier te en ser
es competitivos, que nos enfr entamos a la vida dispuestos a sobr epasar cualquier obstáculo que
nos imponga. Sin embar go, cuando nos dejamos ar r astr ar por la duda, nos inmovilizamos, y
podemos, incluso, llenar nos de temor y no luchar siquier a por lo más elemental. Esta es una
actitud nefasta en estos días, cuando la vida es competitividad.
Es un buen momento par a hacer te dudar en esta lectur a. Pr egúntate y escr ibe las r espuestas.
¿Qué tanto dudas? ¿Qué efecto tiene la duda en tu capacidad de lider azgo? ¿Es la duda r
esponsable de
llevar te a vivir en modo piñata o, por el contr ar io, te hace cuestionar, avanzar y no dejar te llevar
por la cor r iente del pensamiento popular ?
La duda y la competitividad
La competitividad no solo debe ser pr ivativa de empr esas y naciones, o de mer cader es, comer
ciantes, políticos y estadistas, sino que debe for mar par te de la vida de cada uno de nosotr os.
Somos ser es independientes, obligados a demostr ar diar iamente nuestr o talento e iniciativas.
¿Qué actitudes afectan nuestr a competitividad como ser es humanos individuales? La duda
que domina y no impele al conocimiento, en una sociedad cada vez más compleja, globalizada
y tecnificada; la envidia, por cuanto dir ige de maner a maliciosa nuestr a mir ada a los logr os de otr
os, y no a los nuestr os; el temor, por que inmoviliza, nos convier te en simples obser vador es, como
los que mer odean por los alr ededor es del mamut mientr as sus congéner es lo cazan. O por los
contor nos de una piñata, cuando los decididos se lanzan impulsados por la competitividad y la
esper anza, una combinación exitosa por natur aleza. Tampoco tienen fuer zas par a competir
quienes r echazan los cambios y se dejan deslumbr ar por un pasado que no volver á; así como los
pesimistas, que en vez de soluciones solo ven pr oblemas. Los líder es no r ecitan pr oblemas, solo
gestionan soluciones. Los líder es no se quedan colgando de un hilo, a la esper a de que una fuer za
exter na los mueva, sacuda o quiebr e. Los líder es entienden que la felicidad es par te del camino de la
autor r ealización del ser.
Aldous Huxley decía que «el bien de la humanidad debe consistir en que cada uno goce al
máximo de la felicidad que pueda, sin disminuir la de los demás», una sentencia que apar ece en el
Diccionario de sabiduría. La duda y la competitividad se manifiestan en dos dimensiones: la
individual y la colectiva. Tales conceptos han acapar ado –y a la vez han dividido– los puntos de vista
de políticos, filósofos y economistas dur ante siglos. Las dos actitudes humanas que más se
han politizado son, sin dudas, el colectivismo y el individualismo.
En conclusión
He intentado r ealizar un br eve r ecor r ido a tr avés de la for ma en que el hombr e ha valor ado
las actitudes a lo lar go de la histor ia. Los puntos de vistas difier en. Cada cual analiza estas maner
as de actuar según cómo enfr enta la vida, per o las actitudes que dominaban a los neander tales al
cazar al mamut en nada han cambiado, aunque los escenar ios sean difer entes. Siguen siendo par te
de nuestr a existencia como r etoños de la vida.
La gigantesca piñata con siete picos cuelga en el centr o de la plaza, en medio de una noche festiva
e iluminada. A su alr ededor se aglomer a una pequeña multitud dispuesta a iniciar la diver
tida cer emonia. «La noche es per fecta par a una piñata», piensan. Un velo de ilusión y esper anza se
tiende sobr e las almas del gr upo, que esper a impaciente el momento. Los más decididos y
optimistas ya están dispuestos a tomar con sus manos el lar go palo par a iniciar el r itual que
destr uya las siete malvadas puntas.
Otr os dudan y se pr eguntan: «¿Par a qué meter me en este bullicio? Me pueden empujar y
hasta fastidiar me la r opa. Además, puedo compr ar car amelos». Los pesimistas están convencidos de
que no vale la pena tanta algazar a por algunos car amelos o chocolatines. «¡En definitiva, no voy a
agar r ar nada!», comentan.
Llega el momento. Aunque lo han esper ado, el gr upo se sor pr ende, se llena de expectativas.
La ilusión y la esper anza se adueñan de la mayor ía. Ellos comienzan a golpear la y tal par ece
que la piñata se defiende, se mueve de un lado a otr o como tr atando de esquivar las embestidas.
Gir a en tor no a la cuer da que la sostiene, per o los palos se suceden unos tr as otr os, con más fuer
za. Al r ato, la piñata no r esiste más, no puede con la car ga y con el impulso de los endemoniados
palos. Se abr e y deja caer todo su contenido de esper anzas sobr e las cabezas de aquellos que la han
apaleado.
El gr upo, movido por los instintos más natur ales del ser humano, se lanza al suelo en busca
del botín. Los más atr evidos encabezan la «cacer ía», los menos, van después. Los tímidos pr
efier en caminar por los alr ededor es y pr esenciar lo que acontece, entr e sonr isas o indifer encia.
Algunos salen del tor bellino con las manos llenas y dan r iendas sueltas a su alegr ía; otr os
se
fr ustr an por que no alcanzan lo que desean. «Me llené los bolsillos de car amelos, per o no
de chocolates», se quejan algunos. Cier ta envidia cor r oe el espír itu de quienes no logr ar on
agar r ar mucho. Los más pícar os o egoístas esconden lo que obtienen, los altr uistas compar ten lo
suyo con quienes conquistar on menos. Los individualistas no solidar ios, en cambio, no compr
enden a los altr uistas. La piñata despier ta actitudes difer entes en el gr upo. Como la vida misma.
CAPÍTULO IV
Inteligencia emocional
Este tér mino sur gió en los años noventa, cuando existía gr an desconcier to ante el tr
atamiento exclusivamente cognitivo de la inteligencia. El mensaje se hizo r ápidamente popular : se
puede tener éxito sin gr andes habilidades académicas. Sin embar go, el or igen se r emonta a 1920,
cuando Edwar d Thor ndike planteó en Psicometría aplicada el concepto «inteligencia social»,
definiéndola como «la habilidad par a compr ender y dir igir a los hombr es y mujer es,
muchachos y muchachas, y actuar sabiamente en las r elaciones humanas».
Actualmente, las investigaciones demuestr an la conexión entr e la r azón y el pensamiento.
Es decir, par a tomar las decisiones cor r ectas no solo hay que tomar en cuenta la lógica, sino también
los sentimientos. Si separ ár amos ambos, las consecuencias podr ían llegar a ser desastr osas.
Y es que la adecuada gestión de las emociones nos ayuda a enfr entar nos a los buenos y los
malos momentos, a r ecibir lo que cae de la piñata, sea lo esper ado o no. Par a entender nos, cada
uno de nuestr os sentimientos tiene una función definida par a hacer nos ver lo que en r ealidad está
sucediendo. La inteligencia emocional deter mina nuestr a maner a de r eaccionar ante la adver
sidad o el fr acaso. Nos ayuda a contr olar las emociones de maner a inteligente, par a r
entabilizar las en función de nuestr os objetivos. Las emociones se activan cuando el or ganismo pr
evé un desequilibr io, positivo o negativo. Entonces, se ponen en mar cha diver sos medios par a
volver a contr olar la situación. Las emociones nos pr opor cionan ener gía par a enfr entar nos a
un r eto o r esolver un pr oblema. Nos impulsan a escalar y alcanzar nuestr os deseos o
necesidades.
En el caso que nos ocupa, nos ayudan a conocer nos a nosotr os mismos, par a lidiar con
las
consecuencias de la piñata. No podemos per mitir que otr os actúen en nuestr o nombr e, que decidan
el contenido de la piñata y hasta cómo debemos r eaccionar después. Par a ello, debemos mir ar
en nuestr o inter ior, pensar qué somos y qué quer emos ser. Responder a las tr es pr eguntas
existenciales:
¿Quién soy?
¿Dónde voy?
¿Con quién?
Como dijo Gandhi: «Sé el cambio que quier es ver en el mundo». Si no tr abajas par a cambiar,
no podr ás mejor ar tampoco lo que te r odea.
La ira: el cuer po r esponde a tr avés del aumento del r itmo car díaco, puedes notar cómo fluye
la sangr e por las manos e, incluso, el r ostr o se enr ojece. ¡Te entr a hasta calor ! Es la
emoción más per sistente y la más difícil de evitar. Sur ge cuando alguien (o nosotr os
mismos) r ompe alguna nor ma que par a nosotr os es impr escindible. No olvides que podr ás
contr olar la ir a si comienzas a calmar te antes de llegar al punto álgido.
El miedo: al contr ar io, nos ponemos blancos y el fr ío r ecor r e nuestr o cuer po. Al fluir la
sangr e por los músculos gr andes, nos da la sensación de que nuestr o cuer po se par aliza, una
r eacción de defensa par a calibr ar si es necesar io que nos ocultemos. En muchas ocasiones
es definido como una aver sión ir r acional a un peligr o que ya esper amos. Nos anticipamos
automáticamente a algo que «va a suceder » y nos pr epar amos par a enfr entar nos a ello. Los
miedos se or iginan nor malmente en la infancia, en malas exper iencias o incluso inter ior
izando el miedo de nuestr os padr es.
La felicidad: con una sensación mental de entusiasmo, el cuer po se llena de ener gía, r
elajándose
completamente los músculos. La clave de la alegr ía no está en obtener algo, sino en compar tir
y sonr eír. La felicidad nos ayuda a logr ar nuestr as metas, podemos incluso influir en el cambio
de la vida de los demás. Nos hace ser más cr eativos y enér gicos, ya que gener a ener gía
positiva. Incluso puede r elacionar se con la salud, al pr oducir químicos que ayudan a nuestr
o sistema inmunológico.
El amor: par ecido a la felicidad, con más calma gener alizada y un equilibr io difer ente.
Es cur iosa su implicación en el cuer po. Los sentimientos de ter nur a o sexuales activan el
sistema opuesto al que nos pr ovocar ía la ir a, el ner vioso par asimpático. Esta r eacción,
junto a la r elajación, pr ovoca en el cuer po un estado de calma que favor ece a la convivencia.
La t rist eza: nos quedamos sin ener gía, no tenemos ganas de mover nos, disminuye el r
itmo cor por al, incluso el metabolismo se ve r educido. Este encier r o en nosotr os mismos nos
ayuda a llor ar una fr ustr ación, una pér dida, planificar el futur o y r ecabar fuer zas par a
seguir adelante. Lo peor que puedes hacer en esta situación es dar le vueltas a los
pensamientos negativos. Eso solo te har á acer car te más a la depr esión, y esta no te dejar á
disfr utar de la vida y ser feliz. La depr esión es una llamada de atención a tu autoestima.
Los investigador es de la Univer sidad Aalto de Finlandia han confir mado una hipótesis que
muchos intuíamos: todos los sentimientos tienen un par alelismo biológico, y lo han r eflejado en el
Mapa de las Emociones, una conexión entr e el estado mental y el físico. Lo más cur ioso de todo
es que las sensaciones son univer sales. Los científicos finlandeses han descubier to que los cor r
elatos físicos se suceden en todas las cultur as. Es decir, nos r ompen del mismo modo el cor azón en
cualquier punto de Latinoamér ica y de Asia; la difer encia es la for ma en la que lo expr esamos, ese es
el patr ón cultur al.
Este tipo de estudios podr ían llegar a tener gr andes implicaciones par a el tr atamiento de
los tr astor nos del estado de ánimo. Si compr endemos cómo funcionan las emociones
positivas, podr íamos enfr entar nos a los males que despier tan las negativas. El autocontr ol es
una capacidad básica par a enfocar nuestr as vidas. Quien consigue entender qué hacer, teniendo en
cuenta la r azón y la sensibilidad, podr á pr oponer objetivos y alcanzar la máxima independencia
emocional del mundo que le r odea. Decía Abr aham Lincoln que «la mayor ía de las per sonas
son tan felices como sus mentes les per miten ser ». ¡Cuánta r azón!
Haz deport e. El ejer cicio for talece el cuer po y también el espír itu. Gr acias a él somos
capaces de conocer nuestr as capacidades y demostr ar nos que se puede llegar más lejos
cada día si tr abajamos con constancia.
Medit a. Así logr as una conexión entr e mente, cuer po y espír itu. Con la meditación, el cer
ebr o límbico (emocional) siente cómo aumenta el sentimiento de la felicidad.
Escucha música. Un estudio de la Univer sidad Nor thwster n, de Estados Unidos, r evela
el impacto positivo de la melodía en el funcionamiento del sistema ner vioso e, incluso, en
la mejor a de la pér dida de memor ia cuando envejecemos. Gr acias a la musicoter apia,
estimulamos al cer ebr o par a fomentar la capacidad de apr endizaje y concentr ación a tr avés de
la ener gía y las vibr aciones de los sonidos.
Dedica t iempo a t u familia y amigos. Son las per sonas que te han visto cr ecer como
ser
humano, las que han compar tido contigo los buenos y malos momentos, las que mejor
te conocen y que esper an que alcances el éxito. Disfr uta la vida, no hay mejor compañía que
los que te cuidan y más te quier en.
Sonríe a la vida. Reír es un ejer cicio mar avilloso, cientos de estudios asegur an que un
minuto de r isa equivale a hasta diez minutos de depor te aer óbico. ¡No está mal! Con la
sonr isa ser ás capaz de cambiar una mala situación en una posible esper anza.
No vivas en el pasado. No seas una per sona r encor osa, ese mal r ecuer do solo te va a hundir
más en el negativismo. Per dona a las per sonas que cr ees que te hicier on daño, apr ende de tus
er r or es y pasa página. Vive el pr esente. Super a el pasado mientr as visualizas y te concentr as
en el futur o.
Lecciones de la piñata
¿Qué debemos esper ar de la piñata? Todos llegamos a este mundo con una misión. Por algo estás
ahor a mismo, en este tiempo, aquí. Ahor a tienes que descubr ir cuáles son tus aptitudes y cómo
puedes llegar a hacer las talento. Encuentr a tus habilidades y esfuér zate en desar r ollar las.
Una de las pr incipales es saber escuchar, ya lo he dicho en cientos de ocasiones. Y
estamos hablando de escuchar, y no de oír, por que no es lo mismo. Oír quier e decir que somos
capaces de per cibir cier tos sonidos, aun sin llegar a entender qué son. Escuchar implica tener
activados todos los sentidos y llegar a compr ender de qué se tr ata. El pr imer o es un acto
inconsciente, mientr as que el segundo es deliber ado.
La habilidad de escuchar muestr a r espeto, favor ece las r elaciones sociales, gener a ideas
y for talece la lealtad. Escuchar ayuda a compr ender a las per sonas y esta actitud se convier te en un
fiel compr omiso. Conocer las necesidades de los demás es clave par a poder compr ender las.
De esta maner a podr emos impactar en sus vidas.
No solo tr ates de impr esionar. ¡Deja que t ambién ot ros t e impresionen a t i! El or gullo
se convier te en una for ma más de egoísmo y, al mismo tiempo, una maner a de alejar a la gente,
par a que no nos conozcan de ver dad. Las per sonas con car isma no hacen más que atr aer ; las
escuchan, muestr an sus imper fecciones y evitan ser el punto de inter és en todo momento.
Una de las per sonas a las que más admir o es toda una exper ta en el poder de escuchar : Opr
ah Winfr ey. Su habilidad la ha cor onado como una de las mujer es con más éxito e influencia del
mundo. Lo aplicaba en su pr ogr ama de televisión, per o también en la calle, donde encontr aba
los temas inter esantes par a su público. Opr ah acoge uno de los gr andes beneficios de escuchar :
apr ender. Si estamos hablando siempr e, nunca podr emos cultivar nos con las per sonas que nos pr
esenta la vida. Una her r amienta par a potenciar nuestr as habilidades y descubr ir otr as que cr eíamos
inexistentes.
Rompiendo paradigmas
En 2016, una foto del papa Fr ancisco r ecor r ió las r edes sociales, pr ovocando innumer
ables comentar ios. El líder de la Iglesia Católica apar ecía soltando una alegr e car cajada, r
ompiendo una vez más la tr adición y alejándose de for mas almidonadas impuestas dur ante siglos.
Es evidente que el papa, con su r isa contagiosa, diluye muchos esquemas. Como es de esper ar,
esto sucede con la apr obación de unos y la cr ítica de otr os, una dicotomía común cuando se r
ompen par adigmas.
Muchos no aceptan nuevas for mas de ver y enfr entar el mundo, se r esisten a r enunciar
a
pensamientos y hábitos establecidos y temen al cambio, a pesar de lo negativo que el inmovilismo
implica.
¡Romper par adigmas es cambiar lo que puede y debe ser cambiado! ¿Qué hay de malo en una
buena car cajada, aunque pr ovenga de la autor idad r eligiosa más impor tante del mundo?
¿Qué pensamiento ético o estético sustenta la costumbr e de esconder la felicidad? ¡Ninguno!
Cuando r ompemos par adigmas, vencemos temor es, definimos nuevos caminos y nos alejamos de
la r utina per sonal, social o labor al. Par a hacer lo, debemos confiar en nosotr os mismos y ser
apasionados.
Los ser es humanos, por lo gener al, somos adictos a los hábitos; r ever enciamos –en
ocasiones, hasta lo ir r acional– costumbr es y tr adiciones que solo sir ven par a fr enar la cr eatividad
y obstaculizar el desar r ollo. Lamentablemente, en ocasiones cr eamos y pr omovemos algunas r
utinas per judiciales, y luego sufr imos sus secuelas negativas.
Una exper iencia nada saludable –por ejemplo, un accidente de tr ánsito– puede pr ovocar patr
ones de conducta guiados por el temor. Es muy pr obable que, en lo adelante, temamos subir nos de
nuevo a un auto. Si no nos r eponemos, alimentamos ese hábito nacido del miedo.
De acuer do con Camilo Par r ado, la r esistencia al cambio «es inver samente pr opor cional
al desar r ollo per sonal» del ser humano. El motivador aconseja asumir el cambio como un hecho
de la vida, que debe apr ovechar se par a mejor ar ár eas de desar r ollo vital. Especialmente, «las
emociones desbor dadas que en muchas ocasiones entor pecen la buena disposición par a asumir
los r etos y pr oblemas fr ecuentes».23
Desde Bolivia, Mer cedes confiesa cómo consiguió tr ansfor mar sus par adigmas:
La piñata no er a un acto de equidad de los que me gustaba ser par te. Tal vez me gustaba
la equidad por que me daba la segur idad de que r ecibir ía algo. De lejos veía cómo cada
uno de los siete pecados capitales cobr aba vida, y pr efer ía quedar afuer a, viendo
como espectador a y r ecogiendo los dulces que saltaban lejos de los demás.
Con el pasar de los años entendí que la piñata es un minúsculo r eflejo de la vida misma. No
te puedes limitar a ser un mer o espectador o a r ecibir lo que los demás están dispuestos
a dar te, por miedo a ser lastimado. La clave está en adquir ir las her r amientas y salir a
luchar por lo que quier es conseguir ; aunque eso muchas veces implicar á salir
vencido, per o muchas otr as, victor ioso. Lo impor tante es apr ender la lección adecuada,
sea cual fuer e el ver edicto.
La vida es como una piñata. A veces ganas y a veces pier des, per o, si el miedo te par
aliza, no estás apr endiendo, no estás evolucionando, no estás viviendo.
La vida nos ofr ece miles de opor tunidades que solo sabr emos apr ovechar adaptando cier tos
hábitos de la nuestr a. Se tr ata de her r amientas per sonales que nos per mitan cr ecer,
especialmente cuando exper iencias negativas no nos dejan seguir hacia adelante. Por eso siempr e
destaco la necesidad de r omper par adigmas, super ar los obstáculos en el camino del bienestar.
Esta nueva constr ucción de hábitos se puede consolidar gr acias a la pr ogr amación neur
olingüística, entr e otr as técnicas o her r amientas.
La ciencia aplicada ha demostr ado que somos capaces de modificar cier tos significados
de nuestr a mente con las her r amientas adecuadas. Per o par a adoptar esta nueva conducta
existen dos r equisitos: estar dispuestos a cambiar y estar compr ometidos par a aplicar las her r
amientas el r esto de nuestr as vidas.
El lastre de los condicionamientos
Las per sonas estamos pr edefinidas o pr ejuzgadas por la sociedad, por la familia o simplemente
por la tr adición. Los temas abar can diver sos ámbitos, desde la salud hasta la educación pasando
por la estética. Vivimos muchas veces con el peso a cuestas de nuestr as her encias. Sin embar go, en
muchos casos, esas etiquetas nos limitan y entor pecen en nuestr o cr ecimiento diar io. ¿Por
qué? Por los aspectos negativos y limitantes que encier r an, que han sido par te de la configur ación
de nuestr o disco dur o –el cer ebr o–, de nuestr a mentalidad. Con fuer za de voluntad y disciplina de
campeones o atletas, podemos ir más allá de cualquier desafío que nos intente detener.
Entonces, ¿cómo no conver tir lo en algo positivo? Te pongo un ejemplo: Pablo Pineda es
un español de cuar enta y dos años que, gr acias al esfuer zo y a la educación impar tida por sus padr
es, se ha conver tido en el pr imer eur opeo con síndr ome de Down en ter minar una car r er a
univer sitar ia. Además de ser diplomado en Magister io, a pocas asignatur as de licenciar se en
psicopedagogía, ha sido galar donado con la Concha de Plata del Festival Inter nacional de Cine de
San Sebastián por su actuación en la película Yo, también. Ha publicado dos libr os: El reto de
aprender y Niños con capacidades especiales: Manual para padres. Ahor a r ecor r e el mundo ofr
eciendo confer encias de sensibilización sobr e la discapacidad.
Desde el minuto en el que nació, Pablo estaba pr edestinado a tener límites mar cados por
la sociedad. Inicialmente tendr ía una vida completamente difer ente a quienes no padecen
una discapacidad como la suya, per o sus padr es decidier on plantear se una visión de futur o difer
ente y cambiar las cosas. El pr opio Pablo ha confesado en numer osas entr evistas que sus
padr es le enseñar on a ser independiente. Le inculcar on una mentalidad positiva par a no
bloquear se ante los pr oblemas, sino buscar alter nativas par a sor tear los. Es decir, su piñata par
ecía venir vacía por nacer con unas capacidades distintas, per o la educación familiar, pr imer o, y la r
eglada, después, r ompier on el par adigma. Su piñata, ahor a, es similar a la del r esto, más allá de
los ester eotipos, pr ejuicios o conductas discr iminator ias que aún sufr en las per sonas con síndr ome
de Down.
Par a muchos otr os, sin esa condición, la piñata en la vida de Pablo le ha dado más r egalos. Así
es la vida vista desde difer entes ángulos. Gr acias a la pr epar ación que sus padr es le r egalar on,
Pablo ha cr eado una obr a maestr a con los r etazos y pr emios que cayer on de su piñata. Él no se
lamentó por no r ecibir tal o cual bendición más, que al final no venía en su piñata de vida. He
conocido a muchas per sonas que viven con una discapacidad, per o en r ealidad hacen de ella una
fuente de bendiciones per manentes, en función de ayudar a otr os a vivir mejor, a ser más felices y
a dejar de quejar se en
«modo piñata».
Identificación de «anclajes»
La memor ia también se r elaciona en el cer ebr o, a la hor a de cr ear r espuestas automáticas ante cier
tos estímulos. Algunos son positivos por que nos pr otegen; por ejemplo, mir ar antes de cr uzar la
calle. Otr os nos condicionan las emociones, como el r ecuer do de las vivencias pasadas, ese
momento en el que hueles una flor o un plato de comida con el que viajas a tu infancia, per o también
una canción que asocias con tu expar eja.
A esta conexión se la llama «anclaje»; y existen anclajes positivos y negativos. Estos últimos se
r elacionan con la ansiedad y la depr esión; son pensamientos innecesar ios que nos ator mentan.
Par a estos casos existen ejer cicios que nos ayudan a eliminar la car ga emocional.
¿Cómo? Identificamos el «anclaje negativo», lo analizamos y nos pr eguntamos por qué sigue
siendo una car ga par a nosotr os. A par tir de ahí llega lo más impor tante: enfr entar nos a ello.
De esta maner a cr eamos una nueva car ga emocional ante él. Si te pr ovoca miedo, tendr ás que
ser valiente par a super ar lo. Si te afecta de maner a angustiosa, ten paciencia y tr anquilidad.
Recuer da que los pensamientos son tuyos y solo tú tienes el contr ol sobr e ellos. Si lo
decides, puedes r econver tir los. Este es uno de los pr incipios de la pr ogr amación neur
olingüística. Cada situación o actividad diar ia, sea beneficiosa o no par a nosotr os, cr ea una
intención positiva.
Está clar o que un episodio difícil puede conver tir se en una opor tunidad. Se tr ata de la impor
tancia de fallar par a cultivar se. Esto se puede extr apolar a cada pr oblema de la vida. Hay que
apr ender a sacar pr ovecho de los pr oblemas. Entender que se puede mir ar más allá y obser var los
r esultados. En lugar de per der el tiempo evaluando lo que nos está sucediendo, es más sencillo pr
eguntar se: «¿Par a qué me puede ser vir lo que me acaba de suceder ? ¿Qué puedo apr ender
de ello?». Esta nueva per spectiva nos ayuda a mantener una actitud más positiva y utilizar la par a
cr ecer ante nuestr o futur o.
Apr ende a desar r ollar una mentalidad positiva y de confianza par a alcanzar el éxito en tu
vida
per sonal y pr ofesional. No dejes este ejer cicio al azar o a la suer te. Toma después de esta lectur a
el compr omiso de tr abajar en tu mentalidad y espir itualidad una hor a cada día. Deja una hor
a de
«tiempo de r eflexión» o «tiempo par a pensar », donde te hagas pr eguntas inter esantes y te pr
epar es par a tus decisiones y par a r evisar tus cr eencias. Es muy impor tante que hagamos esto,
por que las opor tunidades y la pr epar ación nos llevan al éxito, per o las opor tunidades sin estr
uctur a (clar idad mental) nos llevan al caos.
La memor ia es un ár ea del cer ebr o que nos per mite almacenar y r ecuper ar la infor mación
que pr ocesamos a diar io. Par a cuidar el cer ebr o, también debemos salvaguar dar lo de r
ecuer dos negativos. ¿Par a qué sir ven? Cuanto más le damos vueltas a una situación dolor osa, más
afianzamos
ese tr auma en el cer ebr o, lo que pr ovoca que r eapar ezca con más
facilidad.
Por suer te par a nosotr os, el cer ebr o no envejece con la edad. En cambio, sí lo hace por falta
de actividad. Por ejemplo, a lo lar go de los años potenciamos una zona cer ebr al asociada a lo
que necesitamos a diar io, como nuestr a pr ofesión. Con los años desar r ollamos destr ezas
cognitivas; algunas de ellas, malas. Par a solucionar lo debemos desar r ollar la habilidad de desapr
ender. Apagar un piloto automático que nos complica demasiado.
Hay hábitos que se gener an por un mal r ecuer do: pánico a hablar en público si has sufr
ido bullying de niño, o miedo al compr omiso cuando te han r oto el cor azón. Gr acias a la
meditación podemos alter ar los r ecuer dos negativos a par tir de la pr ogr amación neur olingüística.
Por ejemplo, en un lugar tr anquilo y con tiempo, r evive el r ecuer do negativo pr estando
atención a los detalles. Después vuelve a hacer lo, mir ándolo como si fuer as una ter cer a per
sona, un simple espectador. Entonces, alter a el r ecuer do, puedes satir izar una par te par a r ecor dar
lo con diver sión.
Sin embar go, me gustar ía que entendier as que no debemos eliminar todos los malos r ecuer
dos por que, al fin y al cabo, nos han hecho como somos. Las malas exper iencias afianzan nuestr a
for ma de ser, nos hacen más fuer tes y nos ayudan a pr oteger nos de quienes nos r odean.
La resiliencia
Retomo aquí el concepto de r esiliencia en los ser es humanos. Vayamos al diccionar io de la
Real
Academia Española de la Lengua:
resiliencia:
Del ingl. resilience, y este der. del lat. resiliens, -entis, par t. pr es. act. de resilīre ‘saltar
hacia atr ás, r ebotar ’, ‘r eplegar se’.
1. f. Capacidad de adaptación de un ser vivo fr ente a un agente per tur bador o un estado
o situación adver sos.
2. f. Capacidad de un mater ial, mecanismo o sistema par a r ecuper ar su estado
inicial cuando ha cesado la per tur bación a la que había estado sometido.
A las per sonas que van por la vida en «modo piñata» o de víctimas les es muy complicado entender
que no es toda su vida la que está condenada a ser dur a, difícil u hostil, sino que les cor r esponde
ser agentes del r ebote, elementos de salto y pr ogr eso. Este es uno de los conceptos que más
me ha ayudado a entender mi capacidad y for taleza de vida.
La r esiliencia es fundamental por que nos invita a ser flexibles, agr adecidos y r ecur sivos con
los
elementos que nos caen de nuestr a piñata de vida. Por eso, y basados en esta capacidad, entr e
muchas otr as, que tiene el bambú como planta, hicimos dos libr os par a tr ansmitir dichas her r
amientas: El secreto del bambú (adultos y jóvenes) y Ser como el bambú (niños).
Y como nada en este mundo está aislado de cualquier otr o elemento, el gr ado de familiar idad
de las piñatas con el bambú es muy alto. Además de las conocidas ollas de bar r o, en México
también se fabr ican piñatas con bambú, cubier tas con papeles de color es. El bambú debe ser un
buen r efer ente par a llevar nuestr a vida, justamente por su r esiliencia, que es la capacidad de los
ser es vivos par a sobr eponer se a per íodos de dolor emocional y a situaciones adver sas. Es un tér
mino que se toma de la r esistencia de los mater iales que se doblan, sin r omper se, par a r ecuper
ar la situación o for ma or iginal.
Tal como te cuento en El secreto del bambú, la existencia de esa planta es una bendición par a los
ser es humanos. Simboliza la gr andeza de la nada, por que desar r olla su tr onco alr ededor del
vacío. Ese vacío, según el pensamiento asiático, es el contenedor de su inagotable espir
itualidad. Muy popular en ese continente, ha sabido ganar se un lugar en la conciencia colectiva
de la humanidad por que se ha puesto al ser vicio de la gente a tr avés de sus innumer ables usos:
con el bambú se constr uyen casas, muebles, flautas, canales de agua, vasijas..., se hace papel y se
pr epar an r ecetas de cocina.
Su tr ascendencia es inagotable. Muchas especies de bambú tienen las r aíces conectadas, por lo
que cr ean extensas comunidades bajo tier r a. Es una r aíz que cr ece en solidar idad. Mucho
podemos apr ender del bambú en tér minos de r esiliencia. Es dur ader o y difícil de exter minar. Una
vez que sus r aíces se solidifican, sus tr oncos cr ecen muy r ápidamente y hay quienes dicen que el
bambú es más fuer te que el acer o. Sin embar go, tiene una flexibilidad impr esionante. El viento y
la lluvia der r iban otr os ár boles apar entemente más fuer tes, per o el bambú r ecibe el tempor al
danzando: cede y se dobla, per o no se r ompe.
En el mensaje final de El secreto del bambú, el viejo Huáscar dice a su hija Tania: «For talece
tu mundo inter ior, conócete a ti misma antes de salir a conquistar lo que te r odea. El éxito necesita
un lar go pr oceso de incubación, r equier e de mucha paciencia. ¡Esa es la clave, paciencia!
También r equier e de mucho esfuer zo y dedicación. Cuando actúas así, una vez que ger mine el
éxito, tendr á un r ápido cr ecimiento, como el noble bambú, pues se sustenta sobr e bases fuer tes».
En el manifiesto le pide que intente siempr e llegar al cielo, como el alar gado tr onco del
bambú, per o que nunca se der r umbe por un fr acaso momentáneo. «Adecúate a la peor de las
situaciones, sé fir me, per o consecuente. No per mitas que te ar r astr en ideas r ígidas y limitantes,
esas que son madr e del inmovilismo. Nunca pases por alto tus debilidades. Todos las tenemos».
Pr acticar la r esiliencia implica un pr ofundo autoconocimiento. Una visión del mundo
donde veamos opor tunidades por todas par tes, incluso fr ente a los pr oblemas. Incluye r
odear nos de per sonas capaces de apor tar ideas y soluciones, for mar equipos de tr abajo basados en
la eficiencia y en el conocimiento compar tido. Los r esilientes se car acter izan por su cr eatividad
y no pr etenden vivir con todos los pr oblemas r esueltos. La incer tidumbr e también les anima, les
for talece.
2. Humildad
Humildad es no tener la necesidad de poner nos por encima de los demás. Se desper dicia
mucha ener gía en el esfuer zo de dar se impor tancia, de tr atar de pr obar que somos mejor es, más
r icos, más listos, más sabios, más inteligentes o más dignos que los demás. Nuestr a alma, que es
nuestr o ser ver dader o, no necesita embar car se en una competencia de egos o de estatus con nadie
más.
Estudios r ealizados demuestr an que la humildad puede ayudar nos a mejor ar nuestr a vida.
Por ejemplo, la investigación publicada en el Academy of Management Journal, hecha por Br adley
Owens y David Hekman, r eveló que los líder es que son humildes no solo son más agr adables, sino
también
más efectivos.
Estudios llevados a cabo por el psicólogo Pelin Kesebir r evelan que quienes son humildes tienen
más autocontr ol, ya que le pr estan menos atención al yo; tal vez por que r econocen sus pr
opios límites, mientr as que las per sonas obsesionadas consigo mismas tienen menos autocontr ol.
Saber contr olar se es una de las claves del éxito.
Las per sonas humildes son mejor es jefes y mejor es empleados, en gener al. En el caso de
los estudiantes, obtienen mejor es calificaciones, según r esultados de los estudios de Wade C.
Rowatt y Meghan K. Johnson.
Otr a investigación, esta r ealizada por Don E. Davis, r eveló que las per sonas humildes
tienen mejor es r elaciones, en gener al, por que aceptan a los otr os como son. Además, desar r ollan r
elaciones más fuer tes y son más colabor ador es.
La humildad nos liber a de competencias absur das y nos per mite usar nuestr a ener gía par a
ser cr eativos y cr ecer. Con humildad podr íamos admir ar las piñatas ajenas, entendiendo que
nuestr o ver dader o valor no está en el atr activo y deslumbr ante envoltor io de la piñata,
sino en las her r amientas y capacidades de quien se sir ve de ella como fuente de ingenio,
innovación y cr eatividad.
3. Optimismo
El optimismo no es una esper anza infantil, es un estado pr oactivo de la mente. Cuando
somos optimistas hacemos posible que las cosas buenas sucedan, ya que, al poner lo mejor de nosotr
os, nos damos cuenta de que gr an par te de los r esultados que buscamos están a nuestr o alcance.
Si bien es cier to que no podemos contr olar las cir cunstancias de lo que nos sucede, sí
podemos pensar en estr ategias que nos per mitan adaptar nuestr as acciones a las r ealidades que la
vida nos pr esenta.
En un estudio se evaluó a pacientes de mediana edad que ser ían sometidos a cir ugía cor onar
ia par a implantar les un mar capasos. A cada uno de los par ticipantes se le pasó un examen físico y
otr o psicológico par a medir optimismo, depr esión, neur oticismo y autoestima. Seis meses
después de la oper ación, cuando se analizar on los r esultados, se descubr ió que los optimistas
tenían cincuenta por ciento menos de pr obabilidades de necesitar una nueva hospitalización. Entr e
pacientes sometidos a angioplastia, el pr ocedimiento par a limpiar las ar ter ias obstr uidas, el
optimismo demostr ó actuar como pr otector, mientr as que las per sonas pesimistas tenían una
tendencia tr es veces mayor de sufr ir un ataque al cor azón o de r equer ir una segunda inter vención
quir úr gica u otr o mar capasos.
Una per spectiva positiva puede ayudar a los pacientes a r ecuper ar se después de un pr
ocedimiento
car díaco, y r educir el r iesgo de padecer de hiper tensión. En pr omedio, las per sonas con
más emociones positivas tienen niveles de pr esión ar ter ial baja. El optimismo beneficia dir
ectamente al cor azón.
El optimismo aumenta las pr obabilidades de que logr emos lo que quer emos y que en el pr
oceso nos fr ustr emos menos. Ser optimistas gar antiza que mucha otr a gente nos invite a disfr utar
de lo que lleva en su pr opia piñata. Las per sonas buscan elevar se con la pr oximidad de un
optimista.
4. Generosidad
Uno de los mejor es antídotos contr a el mal humor, la amar gur a, el r esentimiento, la pér dida
de pr opósito y la autocompasión de tanta gente es sacar los de su bur buja de egoísmo par a que
hagan cosas buenas por los demás.
Cuando damos algo de nosotr os mismos, ya sea tiempo, ener gía o diner o, no solo es
una bendición par a la per sona a la que ayudamos, sino que nosotr os también somos bendecidos de
alguna for ma, ya sea con un mejor empleo, con un mejor salar io o con más años de vida con salud.
Existen investigaciones que lo pr ueban, como la efectuada por la psicóloga social Liz Dunn, que
demostr ó que no compar tir lo que tienes con otr as per sonas puede causar que el or ganismo pr
oduzca altos niveles de cor tisol, que es la hor mona del estr és. Mientr as que un poco de estr és
puede ser bueno, mantener altos niveles puede llegar a causar pr oblemas de salud.
Otr o estudio, que fue r ealizado por la Univer sidad de Wisconsin-Madison, r eveló que ayudar
a otr as per sonas en el tr abajo puede aumentar nuestr os niveles de felicidad, ya que ser altr uista no
solo mejor a la sensación de bienestar en el centr o de labor es, sino que además hace que las per
sonas se sientan más compr ometidas y, por consiguiente, haya menos pr obabilidades de que r
enuncien. El pr ofesor Donald Moynihan, de La Follette School of Public Affair s, también de la
Univer sidad de Wisconsin-Madison, dice que ayudar a otr as per sonas nos hace felices. Asegur a
que el altr uismo funciona par a mucha gente como un sistema de r ecompensa psicológica saludable.
Cuando se tr ata del éxito a lar go plazo, la gener osidad super a al egoísmo, de acuer do con
un estudio hecho por la Univer sidad de Pennsylvania. Donde hay cooper ación, todos se benefician
del tr abajo de gr upo y eso lleva a logr ar mayor es éxitos que cuando se actúa de for ma egoísta y
cada quien tr abaja solo por sus pr opios inter eses.
En el caso de las per sonas que r ealizan tr abajo voluntar io, no solo mejor a el bienestar y
la satisfacción con la pr opia vida, sino que además está vinculado con la r educción de los niveles
de depr esión y un menor r iesgo de mor ir pr ematur amente, de acuer do con un r epor te del Journal
BMC Public Health, basado en var ios estudios. El ver dader o éxito en la vida r adica en cuánto
somos capaces de apor tar de nuestr a piñata a los demás. Añadir valor constantemente a otr os nos
convier te en ser es gener osos y plenos.
5. El perdón
Per donar no significa que apr obamos o aceptamos lo que alguien nos ha hecho. Se tr ata de soltar
y dejar ir, por que cuando nos dejamos llevar por la venganza, nos atamos a lo que nos ha hecho sufr
ir o sentir mal y per mitimos que quien nos ha hecho daño nos victimice de nuevo. Cuando
desviamos nuestr a ener gía hacia la ir a, el r esentimiento, la venganza y la r epr esalia, estamos
per diendo una par te de nosotr os mismos.
El per dón es de beneficio par a nuestr a salud, tanto física como mental, según lo ha demostr ado
la
ciencia a tr avés de diver sos estudios. Char lotte VanOyen Witvliet, psicóloga de Hope College,
le pidió a un gr upo de per sonas que pensar an en alguien que las hubiese her ido, maltr atado u
ofendido. Mientr as pensaban en esto, ella monitor izaba su pr esión ar ter ial, fr ecuencia car díaca,
tensión de los músculos faciales y actividad de las glándulas sudor ípar as. Al r ecor dar lo
sucedido, la pr esión ar ter ial y el r itmo car díaco de los par ticipantes aumentar on, y también
sudar on más. Recor dar situaciones desagr adables les r esultó estr esante: sintier on enojo, tr
isteza, ansiedad y falta de contr ol. Witvliet también les pidió que tr atar an de compadecer a sus
agr esor es o que imaginar an que los per donaban. Cuando pr acticar on el per dón, sus signos
bajar on y solo pr esentar on el nivel de estr és nor mal que pr oduce el desvelo.
Per donar ha pr obado ser de beneficio en las r elaciones, tanto familiar es como r ománticas
y labor ales. Los investigador es Johan Kar r emans y Paul Van Lange, en Holanda, y Car yl Rusbult,
en la Univer sidad de Car olina del Nor te, han r ealizado investigaciones conjuntas y separ adas
sobr e el
per dón en r elaciones cer canas. Han compr obado que las per sonas están, por lo gener al,
más dispuestas a per donar si sienten confianza y la voluntad de sacr ificio de su par eja.
Según los investigador es, per donar está asociado con un mayor nivel de bienestar,
especialmente en las r elaciones de más compr omiso. Las per sonas en r elaciones con compr
omisos fuer tes tienen más que per der si la r elación fr acasa, por lo que estar ían dispuestas a hacer
cier tos sacr ificios.
Los beneficios físicos del per dón par ecen aumentar con la edad. Un estudio dir igido por Lor
en Toussaint, psicóloga de Luther College, en Iowa, en conjunto con David Williams, Mar c
Musick y Susan Ever son, llevó a cabo una encuesta nacional entr e unos 1.500 estadounidenses. Se
les pr eguntó el gr ado en que cada uno pr actica y exper imenta el per dón r especto a sí mismo, a otr
os y a Dios. El estudio incluyó la salud física y mental. Toussaint y sus colegas descubr ier on
que las per sonas mayor es y las de mediana edad tienden a per donar más a menudo que los adultos
jóvenes, y también se sienten más per donados por Dios.
Además, encontr ar on una r elación significativa entr e per donar a otr os y el buen estado de
salud entr e los estadounidenses de mediana edad y mayor es. Las per sonas mayor es de cuar enta
y cinco años de edad que habían per donado r epor tar on sentir se más satisfechas con sus vidas y
ser menos pr opensas a sufr ir tr astor nos psicológicos, tales como ner viosismo, inquietud y tr isteza.
Como hemos leído en testimonios, algunos tr aumas o r encor es de lo que debió tr aer nuestr
a piñata de vida per manecen y quedan como lastr es o cadenas mentales invisibles, per o sólidas,
en muchos ser es humanos. El per dón es el antídoto par a que el amor r egr ese a donde ha ger
minado el odio, la culpa, el r esentimiento, los celos, la envidia.
6. La intención
Entender el pr incipio de la intención es dar nos cuenta de que, cuando elegimos algo,
enfocamos nuestr a ener gía en eso. Par a logr ar el éxito, necesitamos cr eer que el univer so va a
conspir ar par a dar nos lo que quer emos, si alimentamos nuestr as intenciones de tr iunfar.
Un día sin intención es un día desper diciado. Cr ear una intención es tener clar o lo que quier
es logr ar en un día, una semana, un mes, un año o a lo lar go de tu vida. Y aunque suene muy simple,
es en r ealidad muy poder oso. Cuando te tomas un tiempo par a pr eguntar te qué es lo que quier es
logr ar hoy par a que sea un día fabuloso, instintivamente haces una lista mental y deshechas lo
que no te inter esa, par a centr ar tu atención en lo que r ealmente quier es y que te dar á satisfacción y
felicidad.
El poder de la intención ha sido compr obado a tr avés de estudios científicos. El investigador
y
sanador alter nativo, el doctor Masar u Emoto, de Japón, se hizo famoso con sus exper imentos de
las moléculas del agua pr esentados en el film What The Bleep Do We Know? Sus exper
imentos demostr ar on que el pensamiento humano y las intenciones pueden alter ar la r ealidad
física como la estr uctur a molecular del agua. Ya que los humanos estamos compuestos de por lo
menos un sesenta por ciento de agua, su descubr imiento tiene implicaciones impor tantes que
nos deben llevar a pr eguntar nos si podemos dar nos el lujo de tener pensamientos o intenciones
negativas.
Otr a de las famosas demostr aciones del doctor Emoto es la del exper imento del ar r oz, en el
que r evela el poder del pensamiento negativo y el pensamiento positivo. Emoto puso por ciones de
ar r oz cocinado en dos r ecipientes. En uno de los contenedor es escr ibió «gr acias», y en el otr
o, «tonto». Después les pidió a niños en edad escolar que leyer an en voz alta lo que estaba
escr ito en las etiquetas, cada vez que pasar an por ahí. Después de tr einta días, el ar r oz guar
dado dentr o del r ecipiente con pensamientos positivos había sufr ido pocos cambios, mientr as
que el ar r oz del contenedor con pensamientos negativos estaba mohoso y podr ido.
Si no nos detenemos a dar le significado a nuestr as acciones, ter minar emos tr abajando un
montón sin un objetivo en mente, agotados, sin r ecompensa, y así se nos escapar án los días y la vida.
Cada día que pase sin que decr etes una intención es un día per dido en el campo de
las posibilidades infinitas. Cada acto que haces donde no invocas una intención es como si cr eyer as
en el azar par a manifestar car ácter a tu vida. Cada pensamiento que pasa por tu mente y dejas
ir, sin pr eguntar te cuál es su intención, es un fantasma er r ante que r egr esar á en tu búsqueda par
a tomar te despr evenido. No dejemos que la piñata de la vida nos sor pr enda con lo que nos lanza,
sin al menos cr ear un escudo de pr otección con el poder de la intención. Cuando decr etas una
intención de amor y compasión, es muy difícil que la piñata, por muy escasa que sea su pr ovisión,
no te r ecompense con paz, calma, quietud y dicha, aun en medio del caos exter ior.
7. La esperanza
El éxito y el fr acaso son calificativos que nosotr os mismos le damos a nuestr as exper iencias.
Nos demos cuenta o no, estamos constantemente pr ogr amando los r esultados en nuestr as vidas.
Par te del éxito es la intención y la esper anza que ponemos en ellos. La clar idad de nuestr a intención
y la fuer za de nuestr a esper anza se unen par a enfocar nuestr a atención y ener gía en los r esultados.
Todos tenemos der echo a tener éxito en la vida, per o, cuando dudamos de nosotr os mismos,
o per demos el pr opósito, enviamos ese mensaje a los demás. Y lo contr ar io sucede cuando
tenemos clar o lo que quer emos.
Tener esper anza nos hace sentir bien, y es bueno par a nosotr os, según ha compr obado la
ciencia en diver sos estudios. Los doctor es Shane López y Matthew Gallagher, de la Univer sidad
de Boston, descubr ier on que la esper anza ayuda a cr ear emociones positivas. Y, aunque la
esper anza y el optimismo son distintos entr e sí, ambas son impor tantes par a logr ar la felicidad
y el bienestar. La doctor a López, quien ha estudiado la esper anza en millones de per sonas a tr avés
de su tr abajo en las encuestas de Gallup, dice que la esper anza por sí sola no hace feliz a una per
sona, per o es un paso necesar io en el camino hacia la felicidad.
El doctor Randolph Ar nau, psicólogo de la Univer sidad del Sur de Mississippi, y un gr upo
de colegas, encuestar on a más de 500 estudiantes univer sitar ios par a medir sus niveles de esper
anza, depr esión y ansiedad. Meses después r epitier on la encuesta y obser var on que los
estudiantes que expr esar on mayor esper anza al inicio del estudio pr esentaban niveles más
bajos de depr esión y ansiedad.
Como sucede con otr as car acter ísticas, algunas per sonas son más optimistas que otr as.
En
gener al, la gente que es más agr adable y extr over tida tiende a tener más esper anza, según el
doctor Ar nau. Y quienes tienen más esper anza, también tienden a ser mejor es par a fijar metas.
La doctor a López dijo que, ante una cr isis, las per sonas menos optimistas tienden a encer r ar
se, mientr as que quienes mantienen la esper anza toman medidas par a hacer le fr ente.
La esper anza acompaña a cada niño y adulto en su expectativa, en el momento de descubr ir qué
le llega en su piñata. Está en nosotr os for talecer el concepto de esper anza desde el inter ior, como
una fuer za divina del espír itu y no como una hueca suposición o subjetiva idea, basada en la car
encia de la mater ia. La esperanza es infinit a cuando llega del alma, la esperanza es muy
esquiva cuando busca un efímero premio mat erial.
EL MÉTODO CALA DE V IDA
He tenido la suer te de r ealizar confer encias en toda Amér ica Latina, España, Estados Unidos
y Canadá. Cur iosamente, algunos me pr eguntan: «Ismael, ¿bajo qué método vives?», «¿cuál es
tu filosofía de vida?», «¿cómo has cr eado ese espír itu de tr ansfor mación, de r einvención, par
a no dor mir te en los laur eles?». Me han cuestionado incluso por qué no confío demasiado en los tr
iunfos, a pesar de tanto r econocimiento exter ior por el tr abajo en medios de comunicación.
Muchos de mis colegas, en voz baja, también me pr eguntan cómo se hace par a no sucumbir a esa
dr oga que es el
«elogio».
Y la ver dad es que sí, ha sido una gr an tentación poder decir : «Llegué, estoy en la apar
ente cúspide del éxito». Dur ante muchos años viví en el mundo de los to do lists, las metas, r
esoluciones y tr iunfos par a mar car mi éxito. Hoy mi visión de éxito va más allá. En el cr ecimiento
inter ior es donde entendemos que la mente es un tigr e hambr iento e insatisfecho que r eclamar á su
pr óximo ataque por cuestiones de super vivencia. Además, es un tigr e que se ha tr agado un
cocodr ilo. Sí, por que el cocodr ilo es el cer ebr o r eptiliano que todos llevamos dentr o, el más
básico. Estudiar el tema me ha sacado canas y quitado el sueño. El conocimiento que hoy compar to
en estas páginas tr ansfor mó mi vida, y sé que cambiar á la tuya, por que ni tú ni yo quer emos vivir
en «modo piñata».
En mi pr imer a juventud tuve una mentalidad exitista, per o puedo decir con or gullo que nunca
he cr eído que la vida se base simplemente en escalar una única montaña, en llegar a la cima y plantar
la bander a, como si del Ever est se tr atar a, y quedar nos ahí. Incluso, si lo tomár amos de maner a
liter al,
¡nadie sube el Ever est par a quedar se en la cima! Allí mor ir ía de fr
ío.
El pr opósito de nuestr a vida no podr ía ser, de ninguna maner a, escalar una imponente
cima por que apar entemente sea la más gr ande. Eso no ser vir ía de mucho en el espectr o más pr
ofundo de nuestr a existencia. Par te de la aventur a de escalar el Ever est es volver a bajar, r egr esar
a casa. Y en ese camino de vuelta debemos constr uir una meta super ior a la ya cumplida. Una de otr
o tipo, que no tiene por qué ser otr a montaña nevada. Hay que llevar adelante la mentalidad de cor
diller a, y no de cima; la mentalidad de ar chipiélagos, y no de islas humanas que viven aisladas entr
e sí. Somos ser es conectados en la cer canía de nuestr a r ed de ener gía, electr icidad espir itual y
conciencia.
En estos cuar enta y seis años he apr endido muchas lecciones de vida. Algunas me han llevado a
la fir me conclusión de que nuestr o destino se dibuja en los momentos de tomar decisiones.
Nuestr o destino es una fina línea entr e lo que deseamos constr uir en el futur o y lo que hemos
caminado – huellas incluidas– hasta hoy. «Destino» no es un sustantivo que cae en el incier to
mundo de las pr edicciones, sino que es elegir entr e el esfuer zo de ser y la liber ación del ser,
dadas las bondades, talentos y fuer zas que nos han sido entr egados. Son dos actos que par ecen
contr adictor ios, per o constituyen dos car as de la misma moneda.
El esfuer zo de ser es tu estado de gr acia y cr eación, tomar la voluntad de usar tu libr e albedr
ío par a for jar un camino desde la autodisciplina, el autoconocimiento, la iluminación y el desper
tar. Llámese iluminación al mar avilloso y pr ofundo descenso, en un r eto de inmer sión hacia el
alma pr ofunda. No hablo de iluminación solo hacia el cielo o hacia fuer a, sino hacia dentr o. Ahí es
donde yace el enigma de nuestr a existencia, con todas las r espuestas que llegan en descar ga
chispeante desde la fuente del Cr eador. El otr o elemento es la liber ación del ser. Este es el pr
oceso de dejar que tu conciencia pur a y ver dader a sea escuchada, y poner a r aya al ego par a que
per mita que tu ser aflor e en su ar moniosa pr esencia con el todo.
Te invito a tomar la r esponsabilidad de elabor ar tu destino bajo el micr oscopio de la
vida cotidiana y abandonar par a siempr e el «modo piñata». Poner una lupa, no sobr e todo lo que
te ha pasado, sino sobr e lo que haces cada día. Así de simple, todos los días. Poca gente
quier e la r esponsabilidad que conlleva la disciplina de fiscalizar sus pr opios pasos diar ios. Así es
más sencilla la vida, yendo en «modo piñata», como víctima, solicitando miser icor dia: «Mir en todo
lo que me ha tocado vivir ». Es mucho más cómodo r ecitar pr oblemas que gestionar
soluciones. Debemos mantener nos en guar dia contr a los pensamientos que tr aen una y mil
justificaciones, debido a las cir cunstancias que hemos vivido. Pongámonos una inyección contr a la
excusitis infinitus, como dice mi mentor Robin Shar ma, autor de El monje que vendió su Ferrari.
Cuando no estudias tus hábitos y por qué tomas deter minadas decisiones, es fácil echar las culpas
a otr os de lo que te sucede en la vida y del destino que te tocó vivir. Abr aza tus miedos y salta al
vacío con ellos, deja tu histor ia antigua y publícala solo par a que otr os entiendan que ella no te
define, por que er es capaz de r eescr ibir la. Mientr as r epitas la histor ia que alguien te contó o la
ver sión que cr eciste alimentando, no tendr ás la opción de decir : «La histor ia de mi vida la escr ibe
un tr iunfador ». Al final, esa es la mejor de nuestr as pr opuestas de vida. Dios nos hizo par a cr ecer
en la excelencia, y no par a vivir en el pantano de la mediocr idad y el despr opósito.
Lo que difer encia a los ser es humanos de los animales es la capacidad par a manifestar r
ealidades, más allá de las cir cunstancias en las que nacemos. Podemos hacer lo. Está en ti esa
capacidad tr ansfor mador a, cada día, a cada momento. Cuando decides, la usas; cuando te r indes, la
niegas.
Los camaleones tienen la capacidad de camuflar se par a adaptar se a nuevos ambientes. El hombr
e no solo es capaz de adaptar se, sino que también puede cr ear nuevos ambientes. Por ejemplo,
hemos inventado el air e acondicionado par a contr ar r estar el calor ; la calefacción, par a cobijar
nos del fr ío extr emo; los zapatos, par a pr oteger nos los pies. Los ar quitectos nos r egalan edificios
par a no que no vivamos en cuevas o chozas.
Entonces, somos ser es inteligentes, intelectual, emocional y espir itualmente hablando. Cada
vez que tomamos una decisión, esta tiene una r eper cusión en una cadena de r eacciones. For ma par te
de un efecto dominó, que pr ovocamos alr ededor nuestr o, por el r esto de la vida. Por ejemplo, si
todos los días nos negamos a per mitir nos tr einta minutos, como mínimo, par a el movimiento
físico, después no podr emos quejar nos de no alcanzar una salud per fecta. Nuestr o cuer po no
estar á balanceado y tampoco tendr á lo que necesita, como sucede con algunas vitaminas que pr
ovienen del contacto con la luz del sol.
Per o ¡tengo una buena noticia! No impor ta la edad, por que siempr e hay una claqueta
disponible
par a comenzar una nueva escena de la película de tu vida, una gr an obr a maestr a. Y el dir ector,
¿er es tú? Supuestamente debes ser lo, y no apar ecer en el elenco como un actor secundar io. Debes
agar r ar el mando y decir : «Clack, toma cincuenta y cinco de la misma escena. ¡Seguimos r
odando!». En tu vida, los cor tes de escena son los cier r es e inicios de fases, de ciclos o mudadas de
piel. No hay cor te final hasta que no llega «The End», en el que sí ser á tar de par a r eevaluar todas
tus decisiones.
Por suer te, el futur o no está escr ito aún del todo. Mucha gente cr eía que el destino er a algo
que te tocaba, sin poder hacer nada par a r emediar lo. El Método Cala de Vida tr ata de tr ansmitir
que er es cocr eador de tu histor ia. Y sí, digo de maner a intencional cocr eador, por que cr eo en
una inteligencia super ior ; una fuer za divina o ener gía cósmica a la que llamo Dios, per o cuyo
nombr e es lo menos impor tante. Dios, par a mí, es un cr eador gener ador de inteligencia,
ener gía, fuer za, poder y milagr os.
Con el Método Cala de Vida quier o decir te que, con mi fe y cer teza, soy par te de un todo. De
la nada vengo y hacia la nada voy. Y lo justifico de maner a física, ya que cuando estudiamos de qué
está
hecho el mundo exter ior, el mater ial, descubr imos que gr an par te de las par tículas subatómicas
están for madas de ener gía. Per o solo gr acias a nuestr a obser vación como testigos podemos per
cibir lo que hace que se manifieste en mater ia. O sea, los obser vador es alter amos la mater ia, que
se manifiesta al ser obser vada.
La física cuántica es una de las ciencias en las que más estoy invir tiendo tiempo, por que, junto a
la neur ociencia, me ofr ece la opor tunidad de descubr ir algo de lo que sigue siendo inexplicable
par a nosotr os. Son temas complejos y simples a la vez, como la fuer za y el mar avilloso poder de la
vida y la magia que yace escondida en nuestr o cer ebr o.
Con el Método Cala de Vida r econozco lo diminuto y, al mismo tiempo, poder oso que soy en
la inmensidad del univer so. Asumo, libr e de culpas y r esentimientos, la liber ación de mi
pasado, el r econocimiento de mi momento pr esente y mi r esponsabilidad en constr uir el futur
o. Con este pensamiento, te encuentr as libr e de tu pasado, ya que compr endes que todo lo que
sucedió tiene una consecuencia positiva como lección. Nunca estuvo deter minado como un suplicio
par a que ar r astr es culpas, sino como una pr ueba par a que continúes hacia la liber ación.
Al final es como ir a la escuela: hay muchas pr uebas par a pasar de gr ado y escalar al pr
óximo nivel. En la vida, no con lucha, per o sí con pr esencia de conciencia, vamos viviendo
diver sos exámenes. Y, si no los vencemos, no apr obamos el año, nos estancamos. Eso hace
que sigamos atr ayendo las situaciones que no nos gustan. Una mujer que no vence la pr ueba de cor
tar con el abuso ver bal de su esposo sigue fallando en su examen, y ese elemento no escapa de su
vida. El día en que se llena de valor y autoestima y dice «basta, no más», exhibe fuer zas par a ter
minar con el pr oblema y gr itar al mundo: «Yo valgo, yo siento, yo no mer ezco esto en mi vida». Y
a par tir de entonces, luego de sanar sus her idas, entender á que debe estar más aler ta a las señales
de vacío –inter ior o exter ior – sobr e las per sonas a las que atr aía par a pasar su pr ueba.
El Método Cala de Vida busca hacer te entender el pr opósito de cr eer, cr ear y cr ecer.
Mi planteamiento es que podemos cr ear nuestr a r ealidad de vida, de acuer do con lo mucho o poco
que logr emos ensanchar ese expansivo y elástico hor izonte que es nuestr o umbr al de mer ecimiento.
¿Por qué me sir ve este método? Por que lo que estoy haciendo ahor a tendr á, más allá de mi
voluntad, un efecto o consecuencia mañana. Esto lo podemos pr obar con la Ley del Kar ma, per o
también a tr avés de la r elación física causa-efecto, más allá de la espir itualidad.
El Método Cala de Vida no ve el destino como un futur o incier to. Al contr ar io, lo
vislumbr a como el r esultado de las acciones que empr endes en tu camino. Las huellas que vas
dejando con tus pisadas, paso a paso, a lo lar go de tu sender o de vida.
Utilicé el acr ónimo CALA por que estaba convencido de que mi apellido no había llegado
de
maner a for tuita. Ha pasado de gener ación en gener ación y, además, tengo la suer te de que es
una palabr a con alr ededor de dieciocho acepciones en el Diccionar io de la Real Academia de la
Lengua Española. Desde una flor hasta el hecho de cor tar una fr uta o llegar a lo más pr ofundo
de algo o alguien. Sin embar go, quise dar le una nueva significación: que CALA sea un método
par a vivir a plenitud. Una filosofía por la que me r egir é de por vida, por que este método no
caduca.
CALA tiene cuatr o letr as: dos consonantes y una vocal que se r epite. Par a que el método
sea eficiente, no pueden faltar las emociones. Si no involucr as tu emoción, la vida se convier te
en una simple teor ía, pasiva e inoper ante. Muchos tr ansfor man sus vidas en gr andes
almacenes de conocimientos, similar es a los estanques con agua inamovible, que pr ácticamente
no sir ven par a nada.
El Método Cala de Vida te invita a desar r ollar una fuer te vivencia: la cer teza de que, apr
endiendo estos comandos de acción, tu vida a par tir de hoy puede tr ansfor mar se de lo bueno a
lo mejor.
Recor demos que, desde la gr atitud, lo bueno es el peor enemigo de lo mejor. Esta máxima me
la enseñó John C. Maxwell, y nunca la olvido; per o siempr e desde la gr atitud, par a evitar caer
en la codicia insana. Si no hay emoción, no hay pr ogr eso ni automotivación, dos factor es
fundamentales par a cr eer en el milagr o de la tr ansfor mación. Es milagr o y es ciencia, por
que estudiamos los hábitos. Y es ar te, por que somos ar tistas que caminamos sobr e la cuer da
floja, de estación en estación.
Mientr as cr uzamos, maniobr amos en el air e con cier tas pelotas que confor man nuestr as
fuentes de vida. Es un ar te poder entr enar cuer po, mente y alma, par a mir ar hacia adelante, sin
obser var el vacío debajo de la cuer da. Eso solo ser vir ía par a alimentar tus miedos. Y, sobr e todo,
el ar tista, par a cr ear su pr óxima victor ia, sabe que no puede tor cer el cuello y mir ar hacia atr
ás, por que quedar ía atr apado en un anclaje infer ior ya sedimentado en el pasado. Todos somos ar
tistas, y ese es el valor de nuestr a vida: completar múltiples cr uces por la cuer da floja, cada vez
con más confianza, más liger os, con menos miedos. Sin embar go, mientr as cr ecemos, car
gamos mochilas r epletas de emociones, cr eencias y apar entes ver dades que nos hacen abor tar la
visión. Nuestr os sueños no ven el momento de nacer por que dejamos que se esfumen ante la desidia
del «ver par a cr eer ».
Hay pr oyectos que no logr amos finalizar por que no encontr amos el momentum par a el
comienzo. O por que no somos capaces de mantener la motivación hasta el final, debido a los
obstáculos. Si paso a paso encuentr as pr ogr eso, puedes mantener te motivado. Al cr ear cer
teza en nuestr a mente, necesitamos r efor zar los cimientos espir ituales. Por eso el método me ha
funcionado. Lo apliqué de maner a empír ica, sin intelectualizar lo demasiado, y gr acias a Dios he
conseguido alguna sabidur ía univer sal. Otr os millones de per sonas también la viven, per o la
denominan de otr a maner a. En mi caso, Dios me r egaló un excelente acr ónimo par a explicar
te cómo vivo y r ecomendar te cómo hacer lo.
«A » de aprendizaje
Es fundamental poder r einventar nos, cr ecer y desar r ollar nuestr as vidas. El apr endizaje implica
que nada va a ejer cer un poder sobr e nosotr os, si no activamos voluntar iamente el poder de
nuestr os pensamientos par a establecer, cuestionar o bor r ar una cr eencia. Es un pr oceso
complejo, que nunca ter mina. Debemos ser conscientes del poder que ejer ce una idea sobr e nosotr
os: incluso puede tener la habilidad de engr andecer o quebr ar a una per sona.
Un concepto que cr ece, se sedimenta y se convier te en cr eencia es una piedr a sobr e la cual
algo suceder á. Usamos esa piedr a par a constr uir, la lanzamos a alguien como autodefensa o la
guar damos por que pensamos que es un objeto pr ecioso, de mucho valor par a otr os, per o, sobr e
todo, de gr an valor emocional par a nosotr os. El dilema es cómo nuestr as cr eencias pasar án de ser
pequeños gr anos de ar ena a inmensas piedr as sobr e las que constr uimos nuestr as decisiones
diar ias. Desapr ender y apr ender sobr e las cr eencias es tar ea cotidiana de los gladiador es de la
mente.
Hay que mantener la mente en obser vación, bajo una lupa. El pr oceso de apr endizaje implica
una
dualidad. Sobr e los hábitos o cr eencias ya establecidos, existen fuer tes lazos y
comunicaciones neur onales. A esto lo llamo «atajos». Nuestr a mente los utiliza por que es la
maner a más sencilla de r epr oducir lo que ya sabe, y lo que le es más fácil. A la mente r acional le
da pavor que comiences a cr ear, por que implica que tendr á que tr abajar más. Por eso, los atajos,
costumbr es, hábitos o r utinas nos definen, mientr as no tomemos conciencia de definir -los a ellos,
mir ándolos en su pr opia esencia.
Uno de mis gr andes mentor es, Enr ic Cor ber a, a quien entr evisté r ecientemente, es fundador
del Enr ic Cor ber a Institute, de Bar celona, un or ganismo dedicado a la bioneur oemoción. Me
encantó su libr o El arte de desaprender: La esencia de la bioneuroemoción. Te r ecomiendo su
lectur a por que influye en el Método Cala de Vida.
Es impor tante mantener el apr endizaje, par a compr ender qué ha caducado en el disco dur o
del cer ebr o, per o todavía per manece en nuestr os ar chivos sin ni siquier a per catar nos. Y
aquí es deter minante la fr ecuencia e intensidad con que empr endamos la higiene emocional,
intelectual, mental y espir itual. El apr endizaje nunca finalizar á en nuestr as vidas. En este sentido,
me gustar ía r ecor dar el concepto de neur oplasticidad, al que me he r efer ido en otr as ocasiones.
Está demostr ado que, sin impor tar la edad, nuestr o cer ebr o todavía puede apr ender. Sin embar go,
en la medida en que envejecemos, el genial ór gano conoce más «atajos», por que hemos
establecido más hábitos. Esto r epr esentar á una mayor r esistencia par a el comienzo nuevos apr
endizajes. Por eso, todos los días debemos decir nos: «Estoy dispuesto a apr ender hoy par a vivir
más tiempo, con mayor calidad de vida, independencia y plenitud». Ese es el apr endizaje, un pr
oceso de evolución infinita.
«L» de liderazgo
Todos necesitamos cr ecer en lider azgo y contr ibuir con los demás. Lider azgo se r esume en una
sola palabr a: «influencia». Como nuestr a vida, el ejemplo y la palabr a influyen en otr os. De eso
tr ata el lider azgo, siempr e lider azgo como una «influencia positiva». Sin embar go, hay quienes
apr enden estas her r amientas par a manipular al r esto. En cualquier caso, este tipo de gente lo
que hace es
«mandar, or denar », per o no lider ar. La bondad no entiende el éxito egoísta, sino el que, de maner
a altr uista, añade valor a otr os y compar te en abundancia con los demás.
Se tr ata de un lider azgo hacia la excelencia, no hacia la per fección. Hay quienes se mir an
al espejo y no ven la imagen per fecta de lo que quier en ser. Es nor mal no estar siempr e satisfechos
con lo que hacemos. Elevar los estándar es es una ambición saludable, per o no por que busquemos
una per fección que no existe.
Ahor a bien, no te tomes la vida tan en ser io. Haz que sea un diver timento, un juego. Por eso,
el
Método Cala de Vida también incluye en la «L» el tér mino «lúdico». Se tr ata de un lider azgo que
no nos quite la sonr isa, que no nos amar gue la vida por lo que no tenemos. Un lider azgo de celebr
ación, desde la gr atitud.
Está compr obado que, cuando muestr as gr atitud, tu lider azgo va ser más compasivo,
más simpático, podr ás poner te en los zapatos del otr o. ¡Vas a dejar de ser una piñata! Vas a
entender que cada suceso en la vida mer ece una celebr ación, desde la aceptación de la mor
aleja o desde la enseñanza. Y que cada suceso consider ado negativo, feo o tr ágico, mer ece un
estudio. Detr ás del disfr az de una tr agedia, ahí escondido, está el r egalo de la enseñanza. Ese es el
ver dader o lider azgo: la capacidad de hur gar par a encontr ar r espuestas, y de hacer pr eguntas
par a escuchar con toda atención.
«A » de acción
El conocimiento es la mater ia pr ima. Buscar lo y poner lo en acción mar ca la difer encia y cr
ea r esultados. Por ejemplo, el simple acto de gr aduar te en la univer sidad no necesar iamente mar
ca la difer encia, per o todo cambia si pones en pr áctica lo que has inver tido en ese conocimiento.
Se tr ata de llevar adelante un plan de acción, par a ver cómo r eflexionas y cr eas algo que te difer
encie, sobr e la base del conocimiento. No er es el único con instr ucción o educación. Hoy, afor
tunadamente, hay bastante conocimiento r epar tido por el mundo. Vivimos en la er a de la infor
mación, que es, al mismo tiempo, una er a de distr acción. En este contexto, es más pr oductivo el
que amor tiza la inver sión de apr endizaje con la gener ación de valor único par a otr os, basado en el
conocimiento y las habilidades apr endidas.
Más que nunca, par a llegar a la acción, necesitamos una fór mula:
Conocimiento + Concentración = Capacidad de Creación
Súmale una P2, que significa el potencial de pensar en cr eatividad pur a. Acción es el pr oceso
de pensar una estr ategia o táctica y después llevar la adelante. En ese contexto, desglosemos
una conocida fr ase de ar r anque del cine y la televisión: «Luces, cámar a, acción...».
Luces: Todo lo que hicimos al pr incipio. Es el tr abajo pr evio de constante apr endizaje,
de for jar cimientos sólidos par a cr ear nuevas r ealidades y manifestar nuestr a
capacidad cr eativa y ar tística, entendiéndonos todos como ar tistas, cr eador es de una
obr a maestr a: nuestr a vida.
Cámara: Ya estás fr ente al r eflector. La cámar a te enfoca de cer ca, en plano cer r ado o
close up. Cuando estás listo par a ser líder, das el paso adelante y tr ansitas el camino
con tus miedos, per o en for ma de aliados, y no como enemigos. Tienes el cor aje de
jugar y enfr entar te al miedo, al r echazo, al fr acaso, al qué dir án, al r idículo... Ahor a
estás listo par a las cámar as. Un líder se expone al mundo, a su familia, a sus
compañer os de tr abajo. No vive en la oscur idad, sino en la luz de br indar guía y
ejemplo a otr os que le admir an y siguen.
Acción: Estás listo. Tienes el conocimiento y las habilidades. Entiendes que todo lo que
ocur r e a tu alr ededor, en constante movimiento, es solo apr endizaje pur o y dur o
que for ma par te de tu ADN. Acción es lo que r epr esenta y distingue al Método Cala de
Vida. Te asegur o que si lo estudias y ejer citas, entender ás por qué no er es constante
con tus hábitos pr oductivos, qué te ha hecho detener te y por qué no invier tes en tu
apr endizaje. Apr ender es la clave. Quien apr ende y actúa es indetenible en
su cr ecimiento exponencial.
Cuanto más gr ande sea el sueño, más disciplina, compr omiso y contr ato de ejecución se exigir á de
ti. No es un método mágico, per o sí milagr oso, entendiendo como «milagr os» los actos que
ejecutamos par a nosotr os y par a los demás, desde un pensamiento de infinita posibilidad.
Estos milagr os implican toma de r esponsabilidad, acciones, decisiones, compr omisos,
constancia y motivación. Dejar de vivir en «modo piñata», desde luego, ser ía uno de los
mayor es acontecimientos
«milagr osos» de nuestr a
existencia.
EPÍLOGO
Lo maravilloso de aprender algo es que nadie puede arrebatárnoslo.
B. B. KING
Si has llegado hasta aquí, y además has podido inter ior izar la metáfor a de la piñata, entonces me
doy por satisfecho. Escr ibí La vida es una piñata como una especie de manifiesto de vida, par a
invitar te a r eflexionar si vives en modo de super vivencia o de cr eación. La piñata se convier
te en var ias metáfor as y analogías que nos hacen viajar a la infancia, encontr ar anclas emocionales
sepultadas en la niñez, r epasar con conciencia nuestr o pr esente y diseñar con her r amientas un pr
ometedor futur o como cocr eador es con Dios de nuestr a r uta.
¿Vives tu vida en «modo piñata»? Si es así, lo haces colgando de un hilo, con muchos ador nos
exter ior es, r epleto o r epleta de objetos que otr o colocó dentr o. La iner cia te esclaviza, en esper
a de que una fuer za exter na te r ompa a sacudidas. Alguien, con los ojos vendados, disfr uta al
golpear te con un palo y tú ter minas volando en dir ecciones inesper adas. O, en la mejor de las
suer tes, estás esper ando a que otr os halen las cintas con fuer za. A que te bamboleen hasta quebr ar
te y desfondar te, par a que otr os se r ían o llor en al descubr ir lo que llevas dentr o. Entonces quedar
ás inser vible, inútil, iner te. En ese modo de vida, fuer zas exter nas te llenan, golpean, quiebr an y
dejan en el vacío a su antojo.
La filosofía de este manifiesto te convoca a cuestionar si la vida es una piñata llena de cosas que
no son más que eventos envueltos en disfr aces atr activos. Estos no se muestr an en esencia, per o
nos hacen vivir en anticipación, sin disfr utar la ver dader a fiesta de celebr ación que es vivir el pr
esente, por quer er saber qué nos depar ar á esa caja al desmor onar se. Al final, estos eventos son
neutr os, per o nuestr a visión de ellos es la que otor ga un valor de juicio positivo o negativo.
Al igual que con las piñatas, en la vida cada quien se fr ustr a, se r esigna o agr adece, de acuer
do con su visión, expectativas, cr eencias y emociones. A difer encia de las piñatas, en nuestr a
vida sí podemos cr ear y manifestar r egalos, conver tir obstáculos en bendiciones y r epr ogr
amar los significados de las cosas que nos caen, llámense eventos agr adables –las llamadas «sor pr
esas»– o las cosas apar entemente negativas, que en r ealidad son lecciones de apr endizaje y tr
ansfor mación que nos llegan con el dolor, las per didas y los tr opiezos.
Con este libr o he buscado que compr endas que, cuando el golpe llega por una fuer za exter
na,
muchas veces acaba la vida. Per o si lo pr oducimos desde dentr o, como al nacer un pollito
del cascar ón, pr ovocamos vida y nuevas y alentador as exper iencias. De eso tr ata el cr
ecimiento. Hoy vivimos más tiempo que hace un siglo. Par a qué quer emos tanto años
adicionales si no somos capaces de r einventar nos, de mantener nos en estado de cr eación y gr
acia. El gr an r eto de nuestr a vida es la aceptación de que lo único segur o es el cambio y la incer
tidumbr e. La cer teza de que vivir emos una vida plena, llena de bendiciones y r egalos que caer án
de la piñata, llega desde dentr o. Cr eamos cer teza inter ior contr a la incer tidumbr e exter na.
Dentr o de ti está esa caja de her r amientas. Ábr ela. También esper o que nunca más veas una
piñata sin pensar en las gr andes metáfor as comentadas en esta obr a de lectur a con pr opósito.
La vida es una piñat a, pero podemos t omar el cont rol y diseñarla según nuest ros int
ereses. Podemos y debemos actuar.
25 PREGUNTAS PARA RESPONDER A
SOLAS:
2. ¿Cuáles son las exper iencias que le dan sentido de goce y plenitud a mi vida?
10. ¿En qué ár eas de mi vida necesito más tiempo y ener gía?
13. ¿Qué es lo que no quier o que las demás per sonas sepan de
mí?
14. Teniendo un pensamiento budista de par alelismo extr emo, imagina de un lado una vida longeva
y pr ósper a, abundante en todo sentido; per o, del otr o, sabes que la vida es fr ágil y podr ía
acabar inesper adamente en este mismo instante. Hazte entonces las siguientes pr eguntas: si mur ier
as ahor a,
¿cuál consider ar ías es tu gr an logr o?; si vivier as más de 120 años, ¿cuál ser ía tu plan par a ver tu
vida como un tr iunfo?
15. ¿Dónde está tu concepto del éxito? ¿Hipotecado a eventos exter nos? ¿O está enr aizado en algo
que depende de ti, de tu inter ior, de tu alma?
17. ¿Quién er es cuando tu alma está en paz, fuer a del tor bellino de tus
pensamientos?
20. Identifica los golpes, palazos o tir ones que r ecibiste. ¿Cómo eso podr ía ser difer ente si actuar
as de maner a más r ecur siva, si fueses más r esolutivo?
25. ¿Dónde te ves? ¿Cómo te ves en cinco años, en diez años, en veinte años?
AGRADECIMIENTOS
Apr ovecho una vez más par a agr adecer a la inteligencia colectiva, a los especialistas, pensador
es, pr ofesor es y médicos que han investigado en pr ofundidad las actitudes y conductas humanas.
De todos he apr endido. Esta obr a se ha nutr ido del vasto conocimiento univer sal, siempr e r
elacionado con mis estudios y exper iencias per sonales.
Un agr adecimiento especial par a mi equipo de tr abajo, bajo la guía editor ial de Michel D. Suár
ez. Siento dicha por contar con pr ofesionales capaces de colabor ar en investigaciones, r
ecopilación de datos, tr anscr ipciones y consejos sensatos: Elsa Tadea González, Sandr a Rodr
íguez, Br uno Tor r es Sr., Tamar a Zyman, Andr ea da Gama, Kar la López, Fr anklin Mir abal, Juan
Casimir o, Lor ena Susso, Annabella Pashell, Omar Char cousse, Moe Mor ales, Ber tha Mor eno,
Gsus Monr oy, Jesús Ramír ez, Gino Ber r ios... Todo el equipo ha sido dir igido por Br uno Tor
r es, CEO de Cala Enter pr ises y compañer o de mil batallas. También mi felicitación y total
gr atitud par a los amigos del team Har per Collins Español: Lar r y Downs, Gr aciela Lelli (nuestr a
editor a), Jake Salomón y Jor ge Cota.
Un apar tado par a los lector es que enviar on sus opiniones. Recibimos centenar es de e-mails
con excelentes vivencias e histor ias inspir ador as. Ha sido difícil elegir cuáles publicar íntegr
amente. He mencionado expr esamente los nombr es y apellidos de quienes me autor izar on por escr
ito; en el r esto de los casos, solo los nombr es. Apr ovecho par a r econocer a todos los par
ticipantes por sus ideas y anécdotas, que fuer on tenidas en cuenta, aunque no apar ezcan
tácitamente en el texto: Helenita Mahecha, Silvia, Cr uz, Venus, Yndr id y Mar icar la Álvar ez…
Agr adecido infinitamente por la colabor ación de las siguientes per sonalidades e instituciones
en var ios países:
Dr. César Lozano
Walther Boelster ly Ur r utia
Museo de Ar te Popular de México
DF Dr a. Nancy Álvar ez
Emilio Lover a
Ismael Cala Foundation
Cynthia Hudson Eduar
do Suár ez
CNN en Español
NOTAS
1. https://www.elsiglodetor r eon.com.mx/noticia/65995.unahistor ia-en-una-pinata.html
2. http://www.excelsior.com.mx/nacional/2013/12/18/934406
3.
http://www.bbc.com/mundo/noticias/2016/01/160107_power ball_loter ia_mayor _pr emio_histor
ia_e stados_unidos_bm
4. http://www.bdigital.unal.edu.co/18066/1/13807-40202-1-PB.pdf
5. http://pendientedemigr acion.ucm.es/info/eur otheo/diccionar io/N/necesidad_demanda.htm
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13. http://www.elnor tedecastilla.es/cultur as/auladecultur a/201602/08/somos-genes-ambiente-
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14. http://mur ciadivulga.com/2014/01/30/mucho-mas-que-genes/
15. http://www.r evistaeidon.es/ar chivo/cr isis-y-salud/investigacion-y-ciencia/117910-epigenetica
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17. http://befullness.com/nadie-te-ofende-son-tus-expectativas/
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modifican- el-cer ebr o
* Las citas bíblicas están tomadas de LBLA (La Biblia de las Amér icas © Copyr ight 1986, 1995,
1997, The Lockman Foundation) y RVR1960 (ver sión Reina-Valer a © 1960 Sociedades
Bíblicas en Amér ica Latina; © r enovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas).