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Quaderns (2015) 31, pp.

ISSN 0211-5557

LAS REPRESENTACIONES DEL INDÍGENA


DESDE LA ANTROPOLOGÍA EN GUATEMALA

REPRESENTATIONS OF INDIGENOUS PEOPLES IN GUATEMALAN


ANTHROPOLOGY

Julián López García


Universidad Nacional de Educación a Distancia

Gemma Celigueta Comerma


Universidad de Barcelona

Lorenzo Mariano Juárez


Universidad de Extremadura
Recibido: 9 marzo 2015
Aceptado: 10 abril 2015

Resumen: Abstract:

Este artículo reflexiona sobre cómo ha This article reflects on the ways in which
representado la antropología al indígena en anthropology has represented indigenous
Guatemala. El texto identifica tres períodos people in Guatemala, identifying three
clave en esta representación que van desde key periods in this representation ranging
comienzos del siglo XX hasta la actualidad. from the early twentieth century to the
Hasta los años 1970, podemos identificar present. Until the 1970s, we can observe
cómo las imágenes del indígena que proyec- how anthropological images of indigenous
tó la antropología (entre el infantilismo y la people ranging from infantilizing to
degradación) imposibilitaron la misma inte- degrading prevented the very social
gración social que los antropólogos decían integration that anthropologists claimed to
defender. Las imágenes sobre el indígena defend. Images of indigenous people began
cambiarían a partir de los años 1970, con- to change after 1970 under the effects of
dicionadas por la guerra y el desarrollismo war and economic development policies
pero también por la emergencia de un mo- but also as a result of the emergence of an
vimiento indígena que cuestionaría las repre- indigenous movement that questioned the
164 Julián López García, Gemma Celigueta Comerma y Lorenzo Mariano Juárez

sentaciones de esta primera antropología. Fi- representations of pre-1970s anthropology.


nalmente, el éxito y la aceptación general del Finally, the success and general acceptance
término maya en el período de post-guerra of the term “Maya” in the postwar period
apunta a un renacimiento “cultural” pero points to a “cultural” renaissance but also
también a una multiplicidad de objetos de to various objects of study that suggest the
estudio que, desde la antropología, parecen difficulty of continuing to use the same
sugerir la dificultad por continuar utilizando anthropological categories used in the past.
las mismas categorías del pasado.
Keywords: indigenous peoples,
Palabras clave: pueblos indígenas, Guate- Guatemala, representations, history of
mala, Representaciones, Historia de la An- anthropology, the Maya.
tropología, Mayas.

Este artículo trata de cómo ha visto y ha representado la antropología al indígena en


Guatemala desde comienzos del s. XX, momento en que la disciplina tiene una pre-
sencia más formal en el país centroamericano, hasta la actualidad. Las dificultades son,
evidentemente, grandes y variadas: tratar un periodo tan largo de tiempo, abordar un
grupo humano tan diverso e igualmente un grupo profesional, el de los antropólogos,
cambiante en función de las modas epistemológicas y las procedencias nacionales. Así
mismo la propia identificación del objeto de este recorrido impresionista que iniciamos,
“el indígena”, es cuestionable: ellos mismos se han denominado –y los antropólogos
los han denominado- de diferente manera a lo largo de estos 100 años que abordamos:
indio, indígena, maya, poblador originario… son algunos de los nombres con que han
sido y son identificados. Hemos optado por usar “indígena” porque responde al uso
mayormente aceptado en el tiempo que consideramos y porque no está tan connotado
como “indio” o “maya”. Evidentemente, como decíamos más arriba, el objetivo se tor-
naría inabarcable si pretendiésemos cubrir exhaustivamente todo lo que los antropólo-
gos han dicho de los indígenas. Por eso nuestro texto tendrá un aire impresionista que
dibujará tendencias y campos de sentido que nos han parecido sugerentes.
El texto lo hemos dividido en tres apartados que responden a los tres periodos que
desde nuestro punto de vista son distintivos en la contemplación y análisis del indígena
guatemalteco. En la primera parte nos adentramos en el periodo que va desde comienzos
de siglo a 1970. La fecha de inicio tiene que ver con el hecho de que socialmente lo
indígena cobre importancia en una doble dimensión: el pasado maya se destaca gracias
al ímpetu de las excavaciones arqueológicas y al mismo tiempo, en el marco del primer
Las representaciones del indígena desde la antropología en Guatemala 165

centenario de la independencia. Así, la idea de la nación guatemalteca se construye


con imágenes del pasado prehispánico pero también se vuelve necesario replantear cual
debe ser el lugar y la relación con los indígenas del presente. En este replanteamiento
la antropología jugará un papel de primera importancia gracias a una intensa presencia
de notables antropólogos culturalistas norteamericanos.
Elegimos 1970 como comienzo de la segunda etapa porque en el terreno político
coincide con el momento especialmente duro del conflicto armado tras la llegada a la
presidencia de Carlos Arana Osorio, pero también es el momento en que se publican
dos obras emblemáticas en Guatemala: La patria del criollo de Severo Martínez Peláez y
Guatemala. Una interpretación histórico-social de Carlos Guzmán Böckler y Jean-Loup
Herbert. Estos autores son una muestra de cómo la antropología caminó en esta época a
la par de los procesos sociales a veces sugiriendo modelos y otras dando fe de situaciones
supuestamente irreversibles en relación a los pueblos indígenas. También esos autores
ejemplifican el viraje de la antropología en Guatemala: la antropología norteamericana
saldrá de Guatemala y tomarán protagonismo autores locales que pronto también, y por
distintas razones, se verán obligados al exilio exterior o interior. La fecha clave del pasaje
del segundo al tercer periodo, 1996, tiene que ver evidentemente con el fin de la guerra
y la firma de la paz, pero también con los orígenes del llamado “renacimiento maya”.
Los indígenas comenzarán a ser llamados mayas por las élites activistas autóctonas y por
intelectuales extranjeros. Particularmente serán antropólogos quienes acuñen el término
que pronto tendrá implicaciones también políticas.
En fin, a lo largo de las siguientes páginas vamos a asistir a una sucesión caleidoscópica
de imágenes de los indígenas de Guatemala, trazadas por la antropología que advierten
de la problemática relación entre ciencia y sociedad. Ello nos permite reflexionar hasta
qué punto la antropología en Guatemala ha actuado como variable independiente que
provoca transformaciones sociales y hasta qué punto son los procesos sociales quienes
orientan las narrativas antropológicas.

1. Exotismo, esencialismos culturales y estigmas: primeras imágenes del indígena


guatemalteco desde la antropología

Coincidiendo con la difusión de los trabajos de Morley a comienzos del s. XX y los


descubrimientos de Tikal y Uaxactum, se genera entre la intelectualidad guatemalteca
cierto desconcierto por no poder explicar la relación entre esos mayas antiguos y los
llamados indios del presente. Antes, incluso, en la que puede considerarse como la pri-
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mera etnografía sobre los indígenas de Guatemala (Die Ethnologie der Indianerstämme
von Guatemala -“La etnografía de las tribus indígenas de Guatemala”), escrita por Otto
Stoll en 1889 y publicada en español en 19351, ya se había planteado el interés por
buscar las trazas de aquellos esplendorosos mayas en los indígenas contemporáneos
(1958: XLIX-L).
Ese deseo de buscar conexiones culturales del pasado en el presente modificará ra-
dicalmente la postura eugenésica que había tenido cierto predicamento en los años
1920, relegada solo 10 años más tarde. Baste decir que el famoso alegato eugenésico
de Miguel Ángel Asturias en su tesis de Licenciatura de 1923, El problema del indio, se
vio radicalmente modificada en el ensayo que Asturias presentó al concurso de Nuestro
Diario en 1930. En su trabajo “Una voz de afuera” (1929), manifestaba su oposición
a considerar al indígena un ser inferior y de manera nítida se oponía a la inmigración
extranjera y a la eugenesia (Casaus 2005: 236).
En la redefinición “del problema del indio”, la antropología en Guatemala tendrá una
protagónica y explícita contribución, especialmente en el debate originado a raíz de la
intensa polémica periodística en 1937 centrada en las siguientes cuestiones: ¿Es posible
que los indígenas tengan nacionalidad? ¿Había una verdadera nacionalidad antes de la
llegada de los españoles? ¿Hasta dónde era realidad o leyenda negra el exterminio de los
indígenas provocado por los colonizadores españoles? En el debate fue fundamental la
participación de Antonio Goubaud Carrera, el primer antropólogo guatemalteco que
formalizaría una posición de cercanía hacía el indígena. Esta posición le valió desca-
lificaciones del tipo: sensiblería indígena, tiranía precolombina, indianista sentimental,
hispanófobo o indigenófilo. En realidad la postura de Goubaud no era nada radical.
Simplemente aludía a la conveniencia de estudiar al maya del pasado y al indígena del
presente y sus relaciones y abogaba por la creación de instituciones que favoreciesen
esos estudios (Gutiérrez Mendoza 2009: 45). En buena medida, su presión y la de
quienes lo apoyaron en aquel intenso debate de 1937 posibilitarían la creación de las
dos instituciones centradas en resolver el “problema del indio”: el Instituto Indigenista
Nacional (IIN) en 1945 (del cual Goubaud fue su primer director) y el Seminario de
Integración Social de Guatemala (SISG) en 1956.
En cualquier caso el indigenismo de Goubaud Carrera se modificaría como con-
secuencia de su paso por la universidad de Chicago a partir de 1943 y la vinculación
intelectual y quizá también ideológica con Robert Redfield y Sol Tax. El estudio del

1. La difusión amplia de su obra fue en 1958, al ser publicada por el Seminario de Integración Social. Para Gutié-
rrez Mendoza, el primer antropólogo moderno que trabajó en Guatemala sería otro alemán Alfred Trozzer con su tra-
bajo sobre el área maya-lacandona (2009: 30).
Las representaciones del indígena desde la antropología en Guatemala 167

indígena iría parejo a la búsqueda de formas de integración en una nueva Guatemala


homogénea (González Ponciano 1998: 26).
En su discurso de toma de posesión como director del IIN, Antonio Goubaud tam-
bién planteó la idea de buscar el bien del indígena a partir de su integración cultural,
lo que implicaría, “eliminar idiomas extraños”, “trajes de fantasía que los señalan del
resto de la población”, dejar atrás “el tormento de creencias que una ilustración media
elimina” y el abandono de “una atadura tecnológica que data de miles de años” (Gou-
baud 1946: 17-25). No obstante, el triunfo de la revolución modificaría los planes del
proselitismo integracionista. En los años que van hasta el triunfo de Castillo Armas,
el indigenismo del IIN tendrá una orientación más flexible y, aunque no se alejará de
ciertas metas integracionistas, privilegiará ante todo el conocimiento del mundo indí-
gena para favorecer nuevos proyectos políticos como el de la reforma agraria (Pérez de
Lara 1988: 58).
En cualquier caso la acción ideológica más contundente y la presencia más signifi-
cativa de la antropología en relación con el indígena guatemalteco fue la creación del
Seminario de Integración Social en 1956 por iniciativa de eminentes antropólogos
norteamericanos como Richard Adams, Sol Tax, Nathan Whetten y George Foster. El
Seminario, cuyo objetivo claro era acelerar el proceso de integración social del indígena
a partir del conocimiento antropológico, se empeñó en una intensa labor de publicación
de obras antropológicas como nunca volvería a repetirse en Guatemala. Así, en sus dos
primeros años de vida, el Seminario publicó nueve obras con un tiraje de 38.000 ejem-
plares cada una. Aunque en el secretariado general del SISG figuraban los principales
representantes del indigenismo en Guatemala con la presencia de Jorge Luis Arriola o
Juan de Dios Rosales se adivinaba el poder programático, organizativo y seguramente
también financiero de antropólogos norteamericanos. De hecho, las acciones y publica-
ciones de antropólogos norteamericanos en el SISG serán el argumento para que años
después se acuñe el término de “Antropología de la ocupación” (Gutiérrez Mendoza
2009: 87-88 y Zelaya 1989).
En el primer volumen del Seminario, Cultura indígena de Guatemala, se reproducían
artículos de algunos de los más destacados antropólogos que habían sido publicados en
Estados Unidos ente 1940 y 1954: Redfield, La Farge, Tumin, Tax, Gillin, Paul, Adams,
Siegel y Goubaud. En ese volumen destacan especialmente los textos de Redfield y Tax
que junto a Richard Adams y Goubaud Carrera estaban en la base de la fundamentación
intelectual e ideológica del SISG. El atraso y el primitivismo indígena y la propuesta de
sendas para la ladinización serán asuntos clave en sus textos (Redfield 1956; Tax 1956)
pero también su consideración de que son “civilizados” para cuestiones que tienen que
168 Julián López García, Gemma Celigueta Comerma y Lorenzo Mariano Juárez

ver con el comercio, el dinero y las relaciones sociales. Así, se trataría de un pueblo
“cuya visión del mundo es de tipo primitivo, y cuyas relaciones sociales son y han sido,
durante largo tiempo, de tipo civilizado” (Tax 1956: 117).
El segundo de los títulos fue la Encuesta sobre la cultura de los ladinos en Guatemala,
escrita por Richard Adams, donde según el prólogo, “se plantea de forma sencilla y
admirable los procesos mediante los cuales los miembros del grupo indígena se están
convirtiendo en miembros del grupo ladino” (1956: 5). Efectivamente se trata de un
libro que justifica de alguna manera la inevitabilidad de la ladinización sin que en
ningún momento se lamente la pérdida cultural que estaría implicando ese horizonte.
El tercer volumen se tituló precisamente Integración social en Guatemala y recogía
los trabajos que en junio de 1956 un amplio grupo de antropólogos presentó en una
conferencia para tratar diversos aspectos de la integración social en el país. Entre otros
participaron como conferenciantes y comentaristas, Ángel Palerm, Joaquín Noval, Da-
vid Vela, Juan Comas, Juan de Dios Rosales, Nathan Whetten, Charles Wagley, Sol Tax,
George Foster, Mario Monteforte Toledo, Ralph Beals, Manning Nash, Melvin Tumin,
Richard Adams, John Gillin, George Britnell y Jorge Luis Arriola. Los mismo textos con
más comentarios se volverían a publicar en el volumen 9 de la colección que se tituló
Integración social de Guatemala 2 (1958).
El cuarto volumen, publicado en 1954, inauguraba la espléndida colección de mo-
nografías norteamericanas clásicas con la publicación de Santiago Chimaltenango, de
Charles Wagley, basada en su trabajo de campo en esa comunidad en 1937. Se trata de
una obra de corte culturalista, sin referencias explícitas a las bondades de la ladinización
pero sí con variadas referencias al exotismo indígena (López García 2011, 2014).
Los volúmenes 5 y 8 se dedicaron a la publicación de las dos primeras etnografías
sobre indígenas de Guatemala escritas por los antropólogos alemanes Otto Stoll (Etno-
grafía de Guatemala. Estudio de las áreas lingüísticas del país, 1958) y Franz Termer (Et-
nología y Etnografía de Guatemala, 1957). Termer representaría a los indígenas como una
raza aniñada, egoísta, supersticiosa, frugal y de poca resistencia al alcohol (1957: 254).
Aunque el trabajo de John Gillin (1958: 354) con los pokomanes, que se publica-
ría en el volumen 7 de la colección con el título de San Luis Jilotepeque, no tuvo ese
tono negativista y estigmatizador, sí vuelve a referirse a algunos tópicos en torno a los
indígenas guatemaltecos, que acabarían convirtiéndose en estigmas como la inherente
tristeza, la falta de sentimientos o ciertas referencias al primitivismo económico. Según
el antropólogo, habría una diferencia radical en torno al valor que otorgan al trabajo
ladinos e indígenas: los primeros usarían el trabajo para obtener dinero que emplearían
entre otras cosas para adquirir y usar tecnología mientras que los indígenas usarían el
Las representaciones del indígena desde la antropología en Guatemala 169

dinero para “satisfacer su devoción religiosa, respaldar sus obligaciones en las cofradías,
y estar en disposición de hacerse cargo de los deberes más importantes de la sociedad
indígena” (1958: 153).
En todo caso, las lógicas económicas de los indígenas fueron objeto de un interesan-
tísimo debate en la colección del Seminario. Frente a las posiciones de Redfield y Tax que
defendieron la modernidad económica indígena expresada en cierta lógica capitalista (de
ahí que Tax titulase su investigación sobre Panajachel El capitalismo del centavo, también
publicada en la colección del SISG en los volúmenes 12 y 14), otras muchas publicacio-
nes se decantaron por plantear las lógicas premodernas o precapitalistas de la economía
indígena. Por ejemplo, entre 1930 y 1932 trabajó en Guatemala Ruth Bunzel2, quien
escribiría años después su monografía sobre Chichicastenango. Respecto al mercado in-
dígena en general y al de Chichicastenango en particular consideraba que “el mercado es
la respuesta a la necesidad de vida social” (1981: 107). Por aquellas mismas fechas, entre
1931 y 1933, Charles Wisdom (1961: 55) hizo su trabajo de campo entre los ch’orti’
(que fue publicado en el vol. X del SISG) en donde también sugiere que habría cierta
irracionalidad económica, visible por ejemplo en el mercado de Jocotán.
Para el periodo que estamos considerando, el SISG solo publicó una monografía de
un antropólogo guatemalteco, la de Rubén E. Reina quien trabajó en Chinautla entre
1953 y 1955. Para él, la modernidad tenía límites que venían impuestos por algún
principio tradicionalista esencial: “Cuando la innovación se lleva al punto en el cual
está en contra de los elementos básicos de la tradición social, se detiene” (1973: 105).
Aunque se pueda pensar que las obras que eligió el SISG eran especialmente proclives
al fomento de la ladinización y cargadas de tono en adjetivaciones negativas, cabe decir
dos cosas a favor de aquella ingente empresa. Primero, que junto a esas marcas de inco-
rrección, y falta de sensibilidad relativista, lo cierto es que fue posible que entre 1956 y
1965 saliesen a la luz en español el repertorio de datos culturales más importante que se
ha escrito nunca en Guatemala y, segundo, que posiblemente no haya razón para pensar
en una selección tendenciosa orientada desde los Estados Unidos. Otros trabajos que no
fueron seleccionados por el Seminario planteaban similares marcadores estigmatizantes
como por ejemplo la obra de Oliver La Farge sobre Santa Eulalia (1932: 26-27).
En fin, las etnografías de Guatemala basadas en trabajos de campo hasta los años 1950
y publicadas básicamente hasta 1965 nos presentaron a ese “niño con barba” al que se
había referido el padre Ximenez (en Termer 1957: 148) o a ese indio cruel y violento
que igualmente se nos había retratado desde la conquista, pero también a un indígena
con una complejidad social y una sofisticación religiosa que desconcertó. Y junto a

2. Curiosamente la obra de Bunzel fue una de las últimas que publicó el SISG nada menos que en 1981.
170 Julián López García, Gemma Celigueta Comerma y Lorenzo Mariano Juárez

esa producción de trabajos de antropólogos extranjeros o que se habían formado en el


extranjero (lo que Méndez Domínguez -1975- llamó big tradition), encontramos una
little tradition de autoría guatemalteca cuyo cauce de expresión sería la revista Guatemala
Indígena, órgano fundamental del IIN desde 1961 a 1963 y desde 1968 a 1983, en
donde escribirían entre otros Jorge Luis Arriola, Joaquín Noval, Juan de Dios Rosales,
Rubén Reina, Francisco Rodríguez Rouanet y David Vela.
La ralentización y cierre de los canales de expresión de la antropología indigenista
a partir de 1962 avisaba de la crisis del indigenismo y del Seminario de Integración
Social. Varios antropólogos de la débil academia guatemalteca empezaban a hablar con
desdén de la antropología culturalista. Luis Cardoza y Aragón refería la necesidad de
abolir el “jicarismo y el tipiquismo” en los estudios sobre el indígena e igualmente la
conveniencia de “desmarimbizar” la mentalidad del guatemalteco (Gutiérrez Mendoza
2009: 32). Al mismo tiempo que surgían esas voces críticas se comprobaba por esos años
1960 cómo el plan de integración había fracasado. Se adivinaba que un nuevo enfoque
de estudio y representación del indígena se hacía necesario.

2. El indígena como sujeto político y el contexto de la guerra (1970-1996)

La década de los 1970 se caracteriza por el aumento generalizado de la violencia pero


también de la movilización social en un contexto en el que empiezan a vislumbrarse los
límites del crecimiento económico iniciado en la década de 1950. Los militares afianzan
su control del gobierno y responden con contundencia ante el resurgimiento de la lucha
guerrillera (Ejército Guerrillero de los Pobres en 1972 y Organización Revolucionaria del
Pueblo en Armas en 1979) en el occidente del país, de población mayoritariamente indí-
gena. La década de los 1970 es también un momento de gran efervescencia organizativa
por parte de diversos sectores de la sociedad, entre ellos los indígenas, ante la ineficacia de
los gobiernos militares para enfrentar las terribles consecuencias del terremoto de 1976.
En este contexto, el anterior debate sobre quiénes eran los indígenas, su probable
transformación en ladinos y su posible integración en el país, se enlaza con la lucha por
la representación política indígena tanto a nivel local como nacional e internacional.
Además, el cuestionamiento de un enfoque mayoritariamente culturalista por parte de
la antropología permite escuchar otras voces que hablan del indígena desde disciplinas
como la sociología y la historia. Entre todas estas voces, destacan autores guatemaltecos
que toman protagonismo frente a los autores norteamericanos del período precedente.
Sin menospreciar la continuidad de la tradición anterior en espacios como el Seminario
Las representaciones del indígena desde la antropología en Guatemala 171

de Integración Social o la revista Tradiciones de Guatemala del Centro de Estudios Fo-


lklóricos de la Universidad de San Carlos, nos vamos a encontrar, por un lado, con un
desplazamiento generalizado -ya sea desde posiciones desarrollistas o revolucionarias- de
lo indio hacia lo campesino, priorizando un análisis de clase social. Por otro lado, la movi-
lización indígena, dirigida en buena parte por líderes que no son campesinos, cuestionará
dicho desplazamiento, visibilizando una emergencia indígena que resurgirá, en la década
de los 1990, con la llegada de los primeros gobiernos democráticos, centrada en lo maya.
El inicio de este período (1970) viene marcado por la publicación de dos obras capi-
tales en el país que, desde el mismo marco teórico del materialismo histórico, señalan
diferentes caminos en lo que a representación del indígena se refiere. Nos referimos a La
Patria del Criollo de Severo Martínez Peláez y Guatemala. Una interpretación histórico-
social de Carlos Guzmán Böckler y Jean-Loup Herbert. Ambas obras marcarán, durante
por lo menos las dos décadas siguientes, los debates sobre la relación entre identidad
nacional y diversidad étnica en la que participarán sobretodo antropólogos, sociólogos e
historiadores guatemaltecos (Taracena et alii 2004: 95-103). De hecho, ésta será la forma
que tomará en Guatemala el debate latinoamericano sobre si los indígenas son ante todo
campesinos o indígenas.
A Severo Martínez Peláez no le convencía que el énfasis explicativo de lo indígena
propuesto por los antropólogos de las décadas anteriores se centrara en la cultura y no en
la política, la sociedad y la economía. En La Patria del Criollo, critica a los antropólogos
-“los estudiosos de la cultura”- por describir al indio, pero no explicarlo (Martínez Peláez
1998 [1970]: 489). Para este autor era el sistema de explotación colonial aún vigente,
el responsable de la existencia de los indios y por tanto, la esperable desaparición del
mismo había de traer también consigo la desaparición de los indígenas. “Pensar que
puede conseguirse la transformación económica del indio y al mismo tiempo pueda
permanecer el indio en sí, es pensar fantasías” (Martínez Peláez 1998: 502-508). Al situar
al indígena en el corazón de la lucha de clases, Martínez Peláez eliminaba de un plumazo
la problemática cultural o racial subrayada por los antropólogos de las décadas anteriores.
Por ello, y a pesar de reaccionar contra la antropología de la primera mitad del siglo XX,
Martínez Peláez continuaba sin poder imaginar al indígena más allá de la dicotomía
señalada anteriormente: El indio como paradigma del salvajismo y la degeneración o de
lo auténtico, genuino y natural, ambas representaciones incompatibles, en todo caso,
con el progreso y la modernidad.
El mismo año de 1970, el libro de Carlos Guzmán Böckler y Jean-Loup Herbert
introdujo otra “interpretación histórico-social” a esta problemática indígena. Aunque
dichos autores también centraban sus análisis en las contradicciones de la estructura de
172 Julián López García, Gemma Celigueta Comerma y Lorenzo Mariano Juárez

clases guatemalteca, resaltaban como factor principal la explotación de los indígenas por
parte de los ladinos provocada tanto por el colonialismo interno como externo. Influidos
por el incipiente movimiento indígena, puntualizaban, no obstante, que la aparición de
lo que llamaban “burguesía indígena” invalidaba la teoría de la desaparición del indio,
ya fuera por ladinización cultural o por progreso material, vaticinando el nacimiento
de una “actitud nacionalista” indígena.
Además de Severo Martínez Peláez, otros autores marxistas reaccionaron contra esta
“actitud nacionalista” y especialmente contra la interpretación del rol que había de jugar
esta “burguesía indígena” en el país. Por ejemplo, en un artículo con el sugerente título
de “El nacionalismo indígena: una ideología burguesa” (1982), el intelectual guerrillero
Mario Solórzano Foppa, comentaba: “como si ser explotado por un patrón indígena
fuera mejor que serlo por un patrón ladino” (citado en Arias 1990: 297). Por otro lado,
el antropólogo guatemalteco Joaquín Noval, también criticaba en 1972, la posición de
Böckler y Herbert al subrayar que los indígenas de Totonicapán y de Quetzaltenango,
por mucha burguesía que fueran, compartían una estructura de poder con los ladinos
que más les impulsaba a aumentar su poder dentro de la nación que a separarse de ella
(citado en Falla 1985: 440).
A pesar de todo, tanto los autores que han escrito sobre el movimiento indígena
(Falla 1985: 440, Taracena et alii 2004: 96-98), como también algunos de sus líderes,
mencionan el libro de Guzmán Böckler y Herbert como uno de los más influyentes en
la movilización indígena de los años 1970. En efecto, algunos futuros dirigentes se ali-
nearon con esta nueva “interpretación” de su rol histórico. Por ejemplo, Ricardo Cajas,
fundador del Comité Cívico Xel-ju de Quetzaltenango, menciona este libro como uno
de los precedentes del movimiento indígena. De hecho, lo considera como el marco
teórico de salida que les permitió pensar lo indígena como una lucha social indepen-
diente de “los esquemas invisibilizadores de la izquierda tradicional” (Celigueta 2009).
Más adelante, el intelectual maya kaqchikel Demetrio Cojtí, en la propia presentación
de la edición guatemalteca de Guatemala: una interpretación histórico-social (1995: 9),
se desmarcaría de la influencia de esta obra en el pensamiento mayanista actual. Cojtí
argumentaba primero, que era colonialista el no conceder a los mayas la capacidad para
concebir sus propias líneas de pensamiento y segundo, que no estaba de acuerdo con
el análisis marxista de los autores que continuaban relacionando la existencia de los
indígenas con el sistema capitalista en lugar de considerar a los Mayas como Pueblo o
Nacionalidad.
En todo caso, es indudable que la irrupción del movimiento indígena en América
Latina marcaría profundamente, y con carácter propio, la representación del indio en
Las representaciones del indígena desde la antropología en Guatemala 173

Guatemala. En este período aparecen algunos autores indígenas cuya principal tarea
será cuestionar en libros, revistas y conferencias, las representaciones que hasta enton-
ces se habían hecho de los indígenas, incluidas las de los antropólogos. Estos autores
reaccionarán especialmente contra las teorías de la “ladinización” y la “desindianiza-
ción” todavía presentes y sembrarán, con sus ideas, las semillas de la próxima etapa de
emergencia maya. Nos detendremos un momento en algunos de ellos, particularmente
representativos por pioneros.
Uno de los más importantes es sin duda el profesor Adrián Inés Chávez quien des-
tacó como estudioso de la lengua k’iche’. Precursor de la normalización lingüística de
las lenguas mayas, creó un nuevo alfabeto para poder transcribir los sonidos propios
del k’iche’ mediante nuevas grafías inventadas por él. Pero la obra que le daría mayor
prestigio sería sin duda la publicación en 1981 de una versión-traducción del Popol Vuh
que él llamaría Pop Wuj escrita a cuatro columnas en K’iche’ y en castellano (Guzmán
Böckler 1997: xvii).
Es indudable la importancia que la versión del Pop Wuj de Chávez y su misma per-
sona han tenido y tienen todavía para las organizaciones mayas. La publicación de su
versión del Pop Wuj y su figura de investigador reconocido marcarían de hecho dos de
las estrategias a seguir por el movimiento: la recuperación y reinterpretación de la propia
historia (García-Ruiz 1999: 53) y la valoración de aquellos indígenas que destacaban
nacional o internacionalmente por su vida y obra. Indígenas que hasta ese entonces
habían sido escasos o invisibilizados (Falla 1985: 445). En una lectura descolonizadora,
Chávez devuelve el Pop Wuj a los descendientes de los mayas y a partir de entonces se
convierte en lectura obligada, citada y reinterpretada a la luz de este nuevo contexto de
movilización.
Otro texto particularmente representativo de esta tendencia es la ponencia “Réplica
del indio a una disertación ladina” presentada por Antonio Pop Caal en el XLI Congreso
Internacional de Americanistas celebrado en México en 19743. En este texto, Pop Caal
cuestiona la validez de las representaciones del indígena hechas por aquellos que no lo
son, atacando especialmente a la teoría de la ladinización.
Finalmente, vale la pena destacar, por pionera, la lucha por la representación de lo
indígena que se daría en una de las primeras revistas indianistas de Guatemala, la revista
Ixim, editada en la década de 1970. En la editorial de febrero de 1978 por ejemplo, la
revista insistiría en distinguir a los indios de los pobres y campesinos criticando a los

3. Esta ponencia fue publicada en un libro de Guillermo Bonfil Batalla (1981) y ha sido rescatada por organizacio-
nes mayas actuales ( Revista Baqtun, s.f.).
174 Julián López García, Gemma Celigueta Comerma y Lorenzo Mariano Juárez

“falsos marxistas que tienen posiciones paternalistas como los de la Universidad San
Carlos que dicen que los indios no existen” (Ixim nº 5, febrero de 1978) y sostendría
la unidad de todos los indios de Guatemala más allá de las lenguas y comunidades
existentes (Ixim nº2, nov. 1977), precediendo en este sentido su reivindicación como
Pueblo Maya.
De estos tres ejemplos, podemos concluir que los indígenas guatemaltecos van a
irrumpir en el escenario de las ciencias sociales cuestionando la dicotomía que se arras-
traba desde los inicios de la antropología: el indio como buen salvaje o el indio como
mal salvaje, ambos anclados en el tiempo y opuestos a la civilización. Un indio que ya
no podrá volver a representarse como ajeno al devenir de la historia, la modernidad
y el Estado. A partir de entonces, muchos de los antropólogos, extranjeros y también
guatemaltecos como Carlos Cabarrús (1979) o Ricardo Falla (1978), ambos jesuitas,
tendrían en cuenta esta novedosa forma de ser y de estar indígena. Por ejemplo, Ricardo
Falla (1995: 21) mostraría el impulso para la movilización que supuso el trabajo de la Ac-
ción Católica en las comunidades o describiría y analizaría directamente al movimiento
indígena (Falla 1985). Otros autores nacionales y extranjeros (Smith 1990; Arias 1990;
Bastos y Camus 1996, 2003) continuarían esta línea de análisis que, desde una perspec-
tiva a la vez histórica y antropológica, relacionaba etnicidad con nación, estado y poder.
Finalmente, la brutalidad de la violencia, la guerra y los abusos a los derechos huma-
nos de finales de los 1970 y principios de los 1980, impregnarían hasta tal punto la rea-
lidad guatemalteca que incluso un antropólogo norteamericano como Robert Carmack,
que en los años 1970 había publicado libros de etnohistoria sobre los k’iche’ (Carmack
1979), publicaría en 1988 la edición en inglés de Guatemala: cosechas de violencia. Los
indios mayas y la crisis guatemalteca (1995). Por ello, si tuviéramos que destacar tres ca-
racterísticas de la representación del indígena a finales del período que hemos esbozado
serían: primero, el cuestionamiento de los propios indígenas sobre las representaciones
que de ellos se habían hecho; segundo, la necesidad de analizar, entender y describir la
reciente etapa de violencia que afectó especialmente a las zonas indígenas; y, tercero, el
desplazamiento de lo indígena hacia lo maya.

3. La década de los noventa y lo indígena a partir de los Acuerdos de Paz

La década de los 1990 sentará las bases del proceso por el cual el “problema de lo
indio” y las definiciones de lo indígena van a emborronarse y diluirse. En efecto, la
atención y la acumulación de reflexión antropológica sobre estos objetos ha desembo-
Las representaciones del indígena desde la antropología en Guatemala 175

cado en un resultado ciertamente irónico: hemos pasado de las definiciones claras y las
categorías sin discusión a un “fuzzy object” que resulta cada vez más inaprensible. Si
en las primeras décadas del siglo XX sabíamos con certeza qué era un indígena [quién/
qué era un indio], en los primeros compases de este siglo no parece estar nada claro.
La profusión de objetos de estudio indígenas en este periodo va a estar definida
por la consolidación de un cambio epistemológico crucial, el de la transformación de
“lo nativo a observar” en lo “indígena como sujeto político”. Ello incluirá también un
cambio en las relaciones de los etnógrafos con sus objetos, definidos desde entonces
como sujetos o colaboradores. Las preocupaciones centrales de los años cercanos a la
firma de los Acuerdos de Paz podrían agruparse en dos grandes bloques: los efectos del
conflicto armado en el tejido social (Carmack 1991, Sanford 2003 y 2003b, Manz 2004,
Wilkinson 2004) – con la consecuente definición de la “memoria” como un concepto
epistemológico central y su inclusión como un marcador de la identidad maya-y dos, la
intensificación del persistente debate sobre “lo nacional”. Un proceso en el que la trama
guatemalteca va a estar marcada por la evolución del movimiento Maya.
El “abrazo impregnado de miedo” con el que Adams (1990) describía las relaciones
indígenas y ladinas bien podría valer para parte de las relaciones de los antropólogos
con lo indígena a finales de los 1990, esta vez al calor del emergente debate sobre vo-
ces, representaciones y autoridad. La sospecha hacia la “antropología de la ocupación”
resurgiría con la publicación en 1999 del trabajo de David Stoll Rigoberta Menchú and
the Story of all Poor Guatemalan, que ponía en cuestión la veracidad de la autobiografía
de la Premio Nobel Rigoberta Menchú escrita junto a Elisabeth Burgos en 1983. El
conflicto Stoll-Rigoberta y los debates generados en torno a nociones como “verdad”
o “testimonio” (Arias 2001) no pueden sin embargo oscurecer el clima de diálogo de
toda una hornada de antropólogos norteamericanos (Fischer, E. y R. McKenna Brown
1999; Warren, K. 1998; Nelson, D. 1999) a comienzos de esa década, que colaboraron
junto a intelectuales indígenas en la emergencia del activismo Maya.
Así, el contexto nacional – la firma del Acuerdo sobre Identidad y Derechos de los
Pueblos Indígenas o la ratificación del Convenio 169 de la OIT (Organización Interna-
cional del Trabajo) en 1995- y el internacional – el Quinto Centenario, la declaración
del “Año Internacional de los Pueblos Indígenas en 1993 o el nombramiento de la
“Década de los pueblos Indígenas” por la ONU a partir de 1994- crearon el espacio pro-
picio para la irrupción del movimiento por los derechos culturales del pueblo Maya. No
obstante, el activismo por los derechos culturales de los mayas también abrió la brecha
entre las posiciones de los antropólogos y otras representaciones sociales. En un edito-
rial de la Hora citado por trabajos de Sam Colop (1991) o Nelson (1999) se prevenía
176 Julián López García, Gemma Celigueta Comerma y Lorenzo Mariano Juárez

contra ese “entusiasmo por las lenguas indígenas… juego político peligroso, contrario
a la unidad nacional y también perjudicial para el destino de nuestros indígenas”. El
movimiento maya también era entendido por lo tanto como “un dedo en la llaga” en la
articulación étnica de la “Guatemala del Quinto Centenario”. Una cruzada abierta entre
las posiciones conservadoras de la derecha y la nueva emergencia de lo indio.
Antes de que los antropólogos se interesaran por los elementos políticos y los procesos
organizativos de las diversas organizaciones Mayas (Bastos y Camus 1995, 2003; Bastos
y Brett 2010) o por los debates en torno a su definición como movimientos izquierdistas
y populares o definidos por su carácter cultural (Warren 1998), la discusión entre antro-
pólogos norteamericanos e intelectuales indígenas puso el foco sobre las aproximaciones
constructivistas frente a las visiones esencialistas (Fischer 1999, 2001) y en el debate
generado en estos años se incluyó el asunto de la “posición política” de los etnógrafos.
Frente a los ataques provenientes de la hegemonía guatemalteca, que representaba el
movimiento Maya como una suerte de invención, los activistas e intelectuales indígenas
recreaban el discurso de la continuidad cultural, persistente en símbolos aún visibles a
pesar de la dominación colonial. Fruto de la colaboración entre antropólogos y activistas,
estos trabajos intentaron abrir puentes entre ambas perspectivas, reconociendo la con-
tinuidad de la tradición cultural maya mientras que “los nuevos criterios de identidad
gravitan alrededor de los signos tradicionales de comunidad, aunque a veces pueden
expresar significados opuestos” (Wilson 1995: 11). El movimiento Panmayanista se
definía como autodeterminista, donde la identidad de lo indígena debía ser pensada
más allá de la dicotomía colonial frente a lo ladino o lo no indígena (Warren 1998:11).
Trabajos como el de Diane Nelson también suponían un intento por acabar con las
representaciones identitarias en torno al concepto de “etnostalgia” entre los activistas
mayas. Tratando de superar la dualidad indígena/pasado versus ladino/modernidad
Nelson utiliza la etiqueta “maya-hacker” (2009:407). Esta autora muestra una identidad
indígena apegada, desde el activismo, al conocimiento de las nuevas tecnologías de
la información y las redes. Pero nadie parecía poner en cuestión que “lo maya” había
irrumpido para quedarse. En palabras de Adams: “la consecuencia de todo esto es que
los mayas de Guatemala triunfaron en la invención de un nuevo grupo étnico, el maya,
que no existía en 1950, pero que muchos reconocen como existente ahora” (1995: 410).
Las diferencias serían notables entonces:

“....“maya” es una autodefinición con una connotación política no sólo evidente, sino
conscientemente asumida por quien la usa. Frente al “indígenas”, es una etiqueta auto-
otorgada o no impuesta, y que hace referencia a un pasado común y glorioso; frente al origen
Las representaciones del indígena desde la antropología en Guatemala 177

colonial y por tanto la carga de subordinación que contienen “indio” e “indígena”... significa
sentirse parte de un colectivo histórico identificado por unos antepasados, una historia y una
cultura común y diferenciada, que supera lo local y las fronteras lingüísticas; y que tiene una
serie de derechos que hasta ahora han sido negados tanto por la Corona de Castilla como
por la República de Guatemala.” (Bastos y Camus 2003: 18)

Otro rasgo distintivo sobre la construcción de la identidad indígena va a sobresalir


en la década de los noventa, con especial relevancia para la disciplina: los indígenas
quieren hablar por sí mismos, decidir lo que son (Cojtí 1997, Esquit 2002, Sam Colop
1991, Velásquez Nimatuj 2002). Diversos intelectuales interesados por los métodos y
aproximaciones de la antropología criticarán en esa época los trabajos de kaxlanes –no
mayas-, bajo la memoria de las perspectivas asimilacionistas de los primeros trabajos
antropológicos (Montejo 1999: 17). Debate complejizado aún más, como ha señalado
Casaus (2001: 222), al incluir las reelaboraciones de la dualidad ladino indígena (por
ejemplo con las tesis de Morales que critican el concepto de “Pueblo Maya” opuesto al
“Pueblo Ladino” mediante atributos esencialistas de carácter cultural, político y reli-
gioso), los argumentos basados en la pureza étnica de lo maya de los trabajos de Cojtí
(1997) o las posibles identificaciones e identidades de contenido más o menos étnico
que contienen estas etiquetas (Adams y Bastos, 2003). Sus definiciones también serían
revisadas en los trabajos enmarcados dentro de la nueva “ideología multicultural” que
vendría a ocupar los espacios de la ideología liberal (Bastos y Cumes 2007; Hale 2003)
en los albores del siglo XXI.
Si algunas versiones indígenas enfatizan la continuidad esencialista como argumento
identitario central, la respuesta de cierta Academia sería la crítica por la ingenuidad y el
romanticismo de tales postulados, al trabajar lo auténtico sin cuestionar las bases epis-
temológicas del concepto de autenticidad en sí (Fischer 2001b: 305). En palabras de
Victor Montejo (1999: 13): “como mayas, nos es difícil lidiar con el mundo académico,
porque si les decimos a los “expertos” lo que es lo maya, se resisten a escucharnos; en
cambio, les parece más científico (¿o quizás más cómodo?) decirnos qué se supone que
es un maya o como se define la cultura maya”. Como detalle más que anecdótico de ese
cambio de paradigma, señalar aquí que en las reediciones de la biografía de Rigoberta
Menchú apartan de la coautoría a la antropóloga con la que trabajó.
Frente a cierto olvido de las etnografías de los 1940 y los 1960, este es el tiempo en
que se asientan los análisis de la etnicidad en términos de asimetrías políticas y econó-
micas (Bastos 2000: 109). Lo indígena pasa a ser visto como un elemento al que resca-
tar de su ubicación en la subalternidad. Un colectivo social presente, pero subyugado
178 Julián López García, Gemma Celigueta Comerma y Lorenzo Mariano Juárez

y subordinado, movido bajo los intereses del Estado, entre la segregación y las tibias
intenciones de la asimilación (Taracena et. al. 2003, cit. en Bastos y Camus 2003: 90).
¿Qué es ser indio entonces a inicios del siglo XXI? Adams y Bastos (2003) replan-
tearán estas cuestiones, hasta entonces marcadas por la sempiterna distinción indígena-
ladino. Adams finaliza diciéndonos que aunque el término ladinización siga usándose en
el lenguaje común, ha perdido todo valor analítico (2003: 55), sobre todo tras el recono-
cimiento del Estado de que los indígenas, se han transformado, pero no para ladinizarse,
sino exigiendo la ciudadanía diferenciada. De esta forma, el tradicional problema de lo
indígena parece de esta forma diluirse en los trabajos de los investigadores de la última
década a través de investigaciones donde la identidad parece más el lugar de estudio
que el objeto de estudio. La migración interna y a los Estados Unidos, que supone la
ruptura con la comunidad como espacio primario de sociabilidad y de identificación
(Camus 2002, Bastos 1999), etnografías sobre las nuevas formas de violencia, las clases
dominantes, educación, desarrollo y cooperación, indigenismo y turismo o flujos de
mercados liberales… los objetos se multiplican en la medida que la preocupación por
definir lo indígena parece volverse un asunto secundario. El pasar de los años ha traído
consigo una multiplicidad de objetos de estudio donde el cuestionamiento ontológico
del problema indígena cimbrea hacia los problemas indígenas.

Conclusión

En Guatemala, en los inicios del s. XX, al mismo tiempo que los mayas prehispánicos
eran entendidos y valorados a la hora de construir ideológicamente la idea de nación,
los indígenas contemporáneos (que nunca se calificaron ni se valoraron socialmente
como mayas sino como “indios”) se entendieron y analizaron como un problema para
la integración nacional. Ante el “problema del indio”, la antropología en Guatemala
respondió mayoritariamente con estudios culturalistas, de comunidad y de persona-
lidad, con una fuerte orientación aplicada a favor del asimilacionismo. A partir de la
década de 1920, los primeros antropólogos norteamericanos llegarían a Guatemala en
el marco de proyectos universitarios. La antropología en Guatemala mapeó las culturas
indígenas con la presencia de antropólogos muy destacados cuyos trabajos serían usados
para favorecer la integración del indígena a partir de la creación del Instituto Indigenista
Nacional (1945) y, sobre todo del Seminario de Integración Social fundado en 1955.
Sin embargo, las imágenes de los indígenas que proyectan la mayoría de esos trabajos,
con adjetivaciones que los encuadran en el infantilismo o en la degradación, los coloca
Las representaciones del indígena desde la antropología en Guatemala 179

en una difícil situación para la integración igualitaria y congruente. La exotización del


indígena se alimenta en buena medida de una doble idea, de orígenes antiguos pero
intensamente amplificada en esta época, respecto al ser indígena: la del indio infantil
y noble frente a la del indio degradado y violento y, en cualquier caso, primitivo. Esta
ambigüedad está en la raíz del imaginario europeo sobre el salvaje, por el que se siente,
simultáneamente, horror y fascinación.
Así, más allá de las evidencias de la discriminación social sobre los indígenas en
Guatemala, las construcciones ideológicas sobre ellos han tenido esa variable pendu-
lar. En muchos momentos el indio ha representado el paradigma del salvajismo y la
degeneración y en otros momentos el indígena ha representado lo genuino, lo que es
esencialmente loable de la humanidad. En la génesis o el mantenimiento de los estigmas
que, de algún modo han consolidado la subalternidad del indígena o han dado origen a
su preeminencia, también han contribuido los antropólogos con caracterizaciones acer-
ca de la ingenuidad, la violencia, el fatalismo, el fanatismo, la deslealtad o la grandeza
moral. En todo caso, las aproximaciones antropológicas al indígena hasta 1970 dieron
lugar a un amplísimo conocimiento de sus culturas pero ese conocimiento no favoreció
el diálogo interétnico.
En la segunda etapa estudiada (entre 1970 y 1996) las imágenes del indígena estu-
vieron condicionadas por la guerra y por el desarrollismo de los años 1970. El argu-
mento central aquí era ver cómo se desindianizaba al indígena como consecuencia de
esos diálogos con el desarrollismo económico y el conflicto político. Si el contexto de
la etapa anterior llevaba a la búsqueda de un asimilacionismo etnocéntrico sobre bases
de la preeminencia étnica ladina, en este periodo nos encontramos con nuevos plan-
teamientos de asimilacionismo paternalista, en este caso basadas en la clase social: el
indígena se superará y crecerá en tanto converja y luche con sus compañeros de clase,
los campesinos y los proletarios. Organizaciones políticas izquierdistas y mayormente
las revolucionarias, tesis etnodesarrollistas pensadas para la mejora indígena y nuevas
actitudes religiosas, herederas del Concilio Vaticano II (sobre todo a través de la ac-
ción católica) y del primer desembarco evangélico progresista, convergen en la idea de
“modernización del indígena”. No obstante no podemos entender la etapa siguiente de
“emergencia indígena” y revitalización maya si no consideramos cómo en este cuarto
de siglo lo indígena sobrevivirá en y se proyectará desde asociaciones culturales. En
concreto, desde el activismo étnico-cultural y también como señaló Falla para el caso
de San Antonio Ilotenango, desde el activismo religioso (1978: 545-548).
El periodo final que hemos tratado aborda los sentidos que la antropología está
dando al renacimiento maya en Guatemala, pero no solo. Según hemos comentado
180 Julián López García, Gemma Celigueta Comerma y Lorenzo Mariano Juárez

en otro lugar (López García 2009) fue en 1996, cuando el historiador Mario Roberto
Morales escribió el artículo titulado “los mayas salen del clóset”, advirtiendo de los
peligros neocoloniales del llamado “renacimiento maya”. Presentado ese renacimiento
como construcción foránea, “de gringos y europeos”, dicho autor suponía que la adop-
ción del orgullo étnico y cultural así prefigurado era una expresión de la continuidad
del colonialismo. Así, lejos de ser la identidad étnica un valor y un sentimiento incues-
tionable, está sometido a modas y coyunturas como lo están las identidades políticas,
religiosas o económicas. Y, sin ninguna duda, de estos énfasis ideológicos en torno al ser
indígena en Guatemala, buena parte del material para su representación ha venido de
la antropología. Como hemos visto en estas páginas, la antropología ha otorgado una
muy diversa atención a los temas indígenas pero apunta a que las categorías que en el
pasado fueron útiles resultan hoy no solo incómodas sino inadecuadas.

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