Hume argumenta que todas las percepciones de la mente humana se reducen a impresiones e ideas, y que las ideas son débiles imágenes de las impresiones. Además, sostiene que las ideas abstractas o generales no son más que ideas particulares conectadas a un término. Finalmente, afirma que la idea del yo no puede derivarse de ninguna impresión constante, y que cuando nuestras percepciones son suprimidas durante el sueño profundo o tras la muerte, no podemos concebir un yo separado de ellas.
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Hume argumenta que todas las percepciones de la mente humana se reducen a impresiones e ideas, y que las ideas son débiles imágenes de las impresiones. Además, sostiene que las ideas abstractas o generales no son más que ideas particulares conectadas a un término. Finalmente, afirma que la idea del yo no puede derivarse de ninguna impresión constante, y que cuando nuestras percepciones son suprimidas durante el sueño profundo o tras la muerte, no podemos concebir un yo separado de ellas.
Hume argumenta que todas las percepciones de la mente humana se reducen a impresiones e ideas, y que las ideas son débiles imágenes de las impresiones. Además, sostiene que las ideas abstractas o generales no son más que ideas particulares conectadas a un término. Finalmente, afirma que la idea del yo no puede derivarse de ninguna impresión constante, y que cuando nuestras percepciones son suprimidas durante el sueño profundo o tras la muerte, no podemos concebir un yo separado de ellas.
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David Hume
Tratado de la naturaleza humana
Parte I: De las ideas, su origen, composición, conexión, abstracción Sección I: Del origen de nuestras ideas (p. 87)
“Todas las percepciones de la mente humana se reducen a dos clases distintas,
que denominaré IMPRESIONES e IDEAS. La diferencia entre ambas consiste en los grados de fuerza y vivacidad con que inciden sobre la mente y se abren camino en nuestro pensamiento o conciencia. A las percepciones que entran con mayor fuerza y violencia las podemos denominar impresiones; e incluyo bajo este nombre todas nuestras sensaciones, pasiones y emociones tal como hacen su primera aparición en el alma. Por ideas entiendo las imágenes débiles de las impresiones, cuando pensamos y razonamos.”
Sección VII: De las ideas abstractas
(p. 106) “Con relación a las ideas abstractas o generales se ha suscitado un problema muy importante: si son generales o particulares en la concepción que la mente se hace de ellas. Un gran filósofo ha combatido la opinión tradicional sobre este asunto, afirmando que todas las ideas generales no son sino ideas particulares añadidas a un cierto término que les confiere mayor extensión, y que hace que recuerden ocasionalmente a otros individuos similares a ellas.”
Parte IV Sección VI: De la identidad personal (p. 400)
“Algunos filósofos se figuran que lo que llamamos nuestro yo es algo de lo que
en todo momento somos íntimamente conscientes; que sentimos su existencia, y su continuidad en la existencia, y que más allá de la evidencia de una demostración, sabemos con certeza de su perfecta identidad y simplicidad (…) Querer aducir más pruebas sería debilitar su evidencia, pues no existe prueba derivable de un hecho de la que podamos ser tan íntimamente conscientes, no queda nada de que podamos estar seguros si dudamos de nuestro propio yo. Desgraciadamente, todas esas afirmaciones son contrarias a la experiencia misma abogada en su favor; no tenemos idea alguna del yo de la manera que aquí se ha explicado. En efecto, ¿de qué impresión podría derivarse esta idea? Es imposible contestar esto sin llegar a una contradicción y a un absurdo manifiesto. (…) Pero el yo o persona no es ninguna impresión, sino aquello a que se supone que nuestras distintas impresiones e ideas tienen referencia. Si hay alguna impresión que origine la idea del yo, esa impresión deberá seguir siendo invariablemente idéntica durante toda nuestra vida, pues se supone que el yo existe de ese modo. Pero no existe ninguna impresión que sea constante e invariable (…) Luego la idea del yo ni puede derivarse de ninguna de estas impresiones, ni tampoco de ninguna otra. Y en consecuencia, no existe tal idea. Pero todavía más: ¿en qué tendrían que convertirse todas nuestras percepciones particulares, de seguir esta hipótesis? Todas ellas son diferentes, distinguibles y separables entre sí, y pueden ser consideradas por separado y existir por separado: no necesitan de otra cosa alguna que las sostenga en su existencia. ¿De qué manera pertenecerían entonces al yo, y cómo estarían conectadas con él? En lo que a mí respecta, siempre que penetro más íntimamente en lo que llamo mí mismo tropiezo en todo momento con una u otra percepción particular, sea de calor o frío, de luz o sombra, de amor u odio, de dolor o placer. Nunca puedo atraparme a mí mismo en ningún caso sin una percepción, y nunca puedo observar otra cosa que la percepción. Cuando mis percepciones son suprimidas durante algún tiempo: en un sueño profundo, por ejemplo, durante todo ese tiempo no me doy cuenta de mí mismo, y puede decirse que verdaderamente no existo. Y si todas mis percepciones fueran suprimidas por la mente y ya no pudiera pensar, sentir, ver, amar u odiar tras la descomposición de mi cuerpo, mi yo resultaría completamente aniquilado, de modo que no puedo concebir qué más haga falta para convertirme en una perfecta nada.”