La Rosa Tatuada
La Rosa Tatuada
ESCENA 1
Es el atardecer del mismo día. Los niños del vecindario están jugando alrededor de
la casa. Uno de ellos está contando hasta cien de a cinco, gritando los números,
mientras se inclina contra la palmera.
Serafina se encuentra en la sala, sentada en el sofá. Está sentada rígida y
formalmente, lleva un vestido que no ha usado desde la muerte de su marido y una
rosa en el cabello. Por sus movimientos, resulta evidente que tiene puesta una faja que
le aprieta insoportablemente.
(Se oye el sonido de un camión que se acerca por la carretera. Serafina se pone de pie,
adoptando una posición rara y agachada. Pero el camión pasa sin detenerse. La faja se
le está volviendo bastante intolerable y decide sacársela, yendo detrás del sofá para
hacerlo. Con muchos gruñidos, logra bajársela hasta las rodillas, cuando afuera se oye
el sonido de otro camión que se acerca. Esta vez el camión se detiene en la carretera,
con un ruido de frenos que chirrían. Serafina se da cuenta de que Alvaro está llegando
y sus esfuerzos por sacarse la faja, que ahora le está trabando las piernas, se vuelven
frenéticos. Avanza rengueando desde atrás del sofá mientras Alvaro aparece enfrente
de la casa).
ALVARO: ¡No esperaba encontrarla tan linda! ¡Es una joven viudedad!
SERAFINA: Usted… se arregló…
ALVARO: ¡Fui a El barbero ideal! ¡Me hice todo!
SERAFINA: (desmayadamente, alejándose un poco de él): Tiene… aceite de rosas… en
el pelo…
ALVARO: ¿Olio di rose? ¿Le gusta el olor? (afuera se oye el grito salvaje y distante de
unos niños y adentro hay una pausa. Serafina sacude la cabeza lentamente con la
infinita herida de un recuerdo). …. A usted… ¿no... le gusta… el olor? Oh, entonces me
saco el olor, voy y… (Se dirige hacia la parte trasera. Ella levanta la mano para
detenerlo) .
SERAFINA: No, no, no, no hagas… nada… Me… gusta ese olor… (Un pequeño entra
corriendo en el patio, esconde algún misil invisible, saca la lengua y grita: “¡Iaaaaa!”
Entonces sale corriendo hacia atrás de la casa.)
ALVARO: Sus ojos no tenían mirada sincera. Usted tiene ojos de mirada sincera. ¡Deme
la mano para que pueda decirle la fortuna! (Ella aparta su silla de él) El otro nada buen
mozo. Sus orejas son demasiado grandes, ¡pero no tan grandes como su corazón!
Tiene tres a su cargo… ¡En rigor tiene cuatro a su cargo! ¡Ja, ja, ja!
SERAFINA: ¿Quién es el cuarto a su cargo?
ALVARO: ¡El que tienen todos los hombres, su gasto mayor, su mayor motivo de
problemas y su responsabilidad mayor! ¡Ja, ja, ja!
SERAFINA: Espero que no esté diciendo groserías. (Ella se levanta y le da la espalda.
Luego descubre la caja de bombones.) ¿Qué es esa linda caja roja?
ALVARO: ¡Un regalo que le traje a una pequeña señora nerviosa pero linda!
SERAFINA: ¿Chocolates? Gracias! Pero estoy demasiado gorda.
ALVARO: No está gorda, sólo está agradable y redondita. (Se extiende para pellizcar la
carne cremosa de la parte superior de su brazo.)
SERAFINA: No, por favor. No me ponga nerviosa. Si me pongo nerviosa voy a empezar
a llorar de nuevo…
ALVARO: Hablemos de algo que le aparte de la mente sus problemas. ¿Dice que tiene
una hija jovencita?
SERAFINA: (con voz estrangulada): Si. Tengo una hija jovencita. Se llama Rosa.
ALVARO: ¡Rosa, Rosa! ¿Es bonita?
SERAFINA: Tiene los ojos de su padre y es salvaje, ¡de sangre obstinada! Hoy fue el día
de su graduación en la escuela superior. Se le veía tan linda con su vestido de gasa
blanca con un gran ramo de… rosas…
ALVARO: Apuesto que no más linda que su madre… con esa rosa en el cabello.
SERAFINA: Sólo tiene quince años.
ALVARO: ¿Quince?
SERAFINA: (estirándose la seda azul de la falda con mano dubitativa): Sí, solo quince…
ALVARO: Pero tiene novio, ¿no es cierto?
SERAFINA: Conoció a un marinero.
ALVARO: ¡Oh, Dio! Con razón se la ve nerviosa.
SERAFINA: No quería dejarla salir con ese marinero. Tenía un anillo de oro en la oreja.
ALVARO: Madonna Santa!
SERAFINA: Esta mañana ella se cortó la muñeca… no mucho, pero lo suficiente para
sangrar… ¡con un cuchillo de cocina!
ALVARO: ¡Ay, ay! ¡Una chica salvaje!
SERAFINA: Tuve que ceder y dejar que lo trajera a verme. Dijo que era católico. Lo hice
arrodillarse frente a Nuestra Señora, ahí, y prometerme que respetaría la inocencia de
mi Rosa… ¿Pero como sé que era católico de verdad?
ALVARO: (tomando su mano): ¡Pobrecita señora preocupada! Pero hay que enfrentar
los hechos. Más tarde o más temprano no respetarán la inocencia de su hija… ¿Tenía…
un tatuaje?
SERAFINA: (Sobresaltada): ¿Quién tenía… qué?
ALVARO: El marinero amigo de su hija, ¿Tenía un tatuaje?
SERAFINA: ¡Como voy a saber si tenía o no un tatuaje!
ALVARO: ¡Yo tengo un tatuaje!
SERAFINA: ¿Usted tiene un tatuaje?
ALVARO: Si, si, de verdad!
SERAFINA: ¿Qué tipo de tatuaje tiene?
ALVARO: ¿De que tipo le parece?
(Se saca la corbata y lentamente se desabrocha la camisa, mirándola con una sonrisa
intensamente cálida. Separa la camisa desabrochar, dando vuelta hacia ella su
pecho desnudo. Ella jadea y se pone de pie.)
SERAFINA: ¡No, no, no!... ¡Una rosa no! (Lo dice como si estuviera evadiendo sus
sentimientos.)
ALVARO: ¡Si, si, una rosa!
SERAFINA: ¡No… me siento bien! El aire está…
ALVARO: (siguiéndola adentro): Bueno, bueno, ¿Qué ocurre?
SERAFINA: Tengo la sensación de que he… olvidado algo.
ALVARO: ¿Qué?
SERAFINA: No puedo recordar.
ALVARO: No ha de ser nada importante si no puedes recordarlo. Abramos la caja de
bombones y comamos algunos.
SERAFINA: (ansiando una distracción): ¡Sí! ¡Sí, abre la caja!
(Alvaro pone un chocolate en su mano. Ella lo mira sin expresión.)
ALVARO: Cómelo, come el bombón. ¡Sí no lo comed, se te derretirá en la mano y te
dejará todos los dedos pegajosos!
SERAFINA: Por favor, yo…
ALVARO: ¡Cómelo!
SERAFINA: (débilmente y asqueada): No puedo, no puedo, ¡me ahogaría! Eso, cómelo
tú.
ALVARO: ¡Ponlo en mi boca! (Ella pone un bombón en la boca.) Ahora mira. ¡Tus
dedos están pegajosos!
SERAFINA: ¡Oh!.. ¡Más vale que me vaya a lavar! (Se levanta insegura. Él le toma las
manos y le lame los dedos.)
ALVARO: ¡Mmmmmm! ¡Mmmmm! ¡Rico, muy rico!
SERAFINA: ¡Basta de eso, basta de eso, basta de eso! Eso… no… es… agradable….
ALVARO: Lameré el chocolate en tu lugar.
SERAFINA: ¡No, no, no!... ¡Soy la madre de una chica de quince años!
ALVARO: Eres tan vieja como tus arterias, Baronessa. Ahora siéntate. ¡Ahora tienes los
dedos blancos como la nieve!
SERAFINA: No.. entiendes… como me siento…
ALVARO: Tú no entiendes cómo me siento yo.
SERAFINA: (dubitativa): ¿Cómo te… sientes? (En respuesta, él extiende las palmas de
sus manos hacia ella como si fuera una chimenea en una habitación helada) ... ¿Qué
quiere decir… eso?
ALVARO: La noche está cálida, pero siento como si me estuvieran… ¡helado las manos!
SERAFINA: Mala…. circulación…
ALVARO: No, ¡demasiada circulación! (Alvaro se vuelve tremulantemente implorante,
avanzando un poco con torpeza, ligeramente inclinado como un mendigo.) ¡Del 9tro
lado de la habitación siento la dulce calidez de una señora!
SERAFINA: (retirándose dubitativa): Oh, hablas con palabras dulces. Creo que hablas
dulcemente para engañar a una mujer.
ALVARO: No, no, sé… sé que eso es lo que calienta el mundo, ¡es lo que lo produce el
verano! (Aferra la mano que ella tiene defensivamente delante de ella y aprieta a su
propio pecho con una fuerza aplastante.) Sin eso, las rosas… la rosa no crecería en el
arbusto; ¡la fruta no crecería en el árbol! ¡No le gusta la poesía!... ¿Cómo puede
hablarle un hombre?
SERAFINA: (ominosamente): Me gusta mucho la poesía. ¿Es un pedazo de poesía lo
que se le cayó del bolsillo? (Él mira hacia abajo) … ¡No, no, justo al lado de su pie!
ALVARO: (espantado cuando se da cuenta de qué es lo que ella ha visto): Oh, ¡eso…
eso no es nada! (Lo patea debajo del sofá.)
SERAFINA: (ferozmente): Usted les habla con dulzura a las mujeres, ¿y después deja
caer semejante cosa de su bolsillo?... Va vía, vigliacco! (Ella sale con gesto de
grandeza de la habitación, cerrando las cortinas tras de sí. Él cuelga su cabeza
desesperadamente entre las manos. Después se acerca tímidamente a las cortinas.)
ALVARO: (con una vocecita) : Baronessa?
SERAFINA: Recoja lo que dejo caer al suelo y vaya al Square Roof con eso. Buona notte!
ALVARO: Baronessa! (Abre las cortinas y espía a través de ellas.)
SERAFINA: Le dije buenas noches. Esto no es ninguna casa privata. Io, non sono
puttana!
ALVARO: ¡Entender es… muy … necesario!
SERAFINA: Entiendo muchísimo. Usted cree que se consiguió una cosa buena, ¡una
cosa barata!
ALVARO: ¡Comete un error, Baronessa! (Entra y cae de rodillas a su lado, apretando
su mejilla al flanco de ella. Habla rapsódicamente.) ¡Una señora tan suave! ¡Tan, tan,
tan, tan, tan suave… es una señora!
SERAFINA: Ahora, señor Mangiacavallo, por favor dígame la verdad sobre una cosa.
¿Cuándo se hizo poner el tatuaje en el pecho?
ALVARO: (tímida y tristemente, mirando hacia abajo, hacia su sombrero): Me lo hice
poner esta noche… después de cenar…
SERAFINA: Eso es lo que pensaba. Se lo puso porque le conté sobre el tatuaje de mi
marido.
ALVARO: Quería estar… cerca de usted… hacerla… feliz….
SERAFINA: ¡Dígaselo a los infantes de marina! (Él se pone el sombrero con gesto de
disculpa.) ¡Se consiguió el tatuaje y la caja de bombones después de cenar y enseguida
vino aquí a engañarme!
ALVARO: Compré la caja de bombones hace tiempo
SERAFINA: ¿Hace cuanto tiempo? ¡Si no es una pregunta muy personal!
ALVARO: La compré la noche en que la chica a la que le regalé… el circón… me dio con
la puerta en las narices.
SERAFINA: Que eso sea una lección . No trate de engañar a las mujeres. ¡No es lo
suficientemente inteligente!... Ahora vuelva a tomar la camisa. Puede quedársela.
ALVARO: ¿Eh?
SERAFINA: Quedársela. No la quiero de vuelta.
ALVARO: Acaba de decir que la quería.
SERAFINA: Es una camisa de hombre, ¿o no?
ALVARO: Acaba de acusarme de tratar de robársela.
SERAFINA: ¡Bueno, me ha puesto nerviosa!
ALVARO: ¿Es culpa mía que sea viuda desde hace tanto tiempo?
SERAFINA: ¡Comete un error!
ALVARO: ¡Usted comete un error!
SERAFINA: ¡Los dos cometemos un error!
(Hay una pausa. Los dos suspirar profundamente.)
ALVARO: Tendríamos que haber sido amigos, pero creo que nos encontramos el día
equivocado… ¿Suponga que salgo, vuelvo a entrar por la puerta y empezamos todo de
nuevo?
SERAFINA: No, creo que no sirve para nada. Para mi, el día estaba arruinado, por
empezar, a causa de dos mujeres. ¡Hoy dos mujeres me dijeron que mi marido me
había puesto los cuernos!
ALVARO: ¿Cómo es posible ponerle los cuernos a una viuda?
SERAFINA: ¡Eso fue antes, antes! Me dijeron que mi marido tenía una aventura con
una mujer.
ALVARO: Me acuerdo del nombre porque conozco a la mujer. El nombre es Estelle
Hohengarten… (Serafina se zambulle en el comedor, saca un cuchillo del cajón del
aparador y lo guarda en su cartera. Entonces vuelve corriendo, con el filo del cuchillo
sobresaliendo de la cartera). Baronessa, el cuchillo sobresale de su cartera. (Él aferra
el cuchillo.) ¿Qué quiere con esta arma?
SERAFINA: ¡Cortarle a una mujer la lengua mentirosa que tiene en la boca! ¡Decir que
lleva el tatuaje de mi marido en su pecho porque él me había puesto los cuernos! ¡Le
voy a cortar el corazón a esa mujer, ella me lo cortó a mí!
ALVARO: ¡Nadie va a cortarle el corazón a nadie!... Calma, calma, Baronessa! Esto se
irá, esto pasará en un momento. (Pone una almohada detrás de ella, luego vuelve a
colocar el teléfono en su lugar.)
SERAFINA: (Incorporándose del sofá a los tropezones): El cuarto… da vueltas…
ALVARO: Tiene que quedarse recostada un poco más. Lo sé, sé lo que necesita. Usted…
¿usted quiere que me vaya a casa ahora?
SERAFINA: (fuerte): Buona notte!
ALVARO: Buona notte, Baronessa!
SERAFINA: (Con voz sofocada): Deles mis saludos; deles mis saludos… a todos…
Arrivederci!
ALVARO: Ciao!
(Se abre una puerta en la parte trasera de la casa. Serafina retiene el aliento y se
ubica, como para protegerse, detrás del maniquí de la novia. Alvaro entra a través
de la puerta trasera, llamándola suave y roncamente, con gran excitación.)
ALVARO: ¿Dónde estas? ¿Dónde estas, cariño?
SERAFINA: (débilmente): Estoy aquí…
ALVARO: ¡Apagaste la luz!
SERAFINA: La luna basta… (Él avanza hacia ella. Sus dientes blancos brillan cuando
sonríe. Serafina retrocede unos pocos pasos alejándose de él. Habla trémulamente,
haciendo un gesto torpe hacia el sofá.) Ahora podemos seguir con nuestra…
conversación… (retiene súbitamente el aliento)
(Baja el telón)
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