Final Tesis Luis Rojano
Final Tesis Luis Rojano
Final Tesis Luis Rojano
Autor:
LUIS ANTONIO ROJANO SARMIENTOPEREZ
Autor:
LUIS ANTONIO ROJANO SARMIENTOPEREZ
Directora:
MARIA JOSE ALVAREZ CORREA
Nota de aceptación
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Asesor
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Evaluador
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Evaluador
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DEDICATORIA
A Dios por ser la fuerza divina y espiritual que guía cada paso que he dado en mi vida, y
por proteger con amor mis sueños y propósitos en mi carrera profesional. Es con tu bendición
señor que he logrado cumplir cada cosa que me propongo.
A mis padres por ser mis protectores y mi mayor motivo para superarme día a día, a ellos,
mi tesoro les debo todos mis triunfos, por eso hoy quiero dedicarles este trabajo que con tanto
esfuerzo y entrega decidí hacer para finalizar un ciclo más en mi carrera como abogado.
v
AGRADECIMIENTOS
Especialmente quiero agradecer a la doctora Maria Jose Alvarez Correa por disponer de su
valioso tiempo y orientarme con sus conocimientos para la realización de esta investigación,
siempre valoré acá uno de sus aportes y agradecí de los mismos su franqueza y sabiduría.
De igual forma agradecer al doctor Edwin Lugo Quiroz por el acompañamiento como mi
asesor metodológico, por su disposición a orientadme y por sus grandes aportes a mi trabajo de
investigación.
TABLA DE CONTENIDO
RESUMEN ..................................................................................................................................... x
INTRODUCCIÓN .......................................................................................................................... 1
CAPITULO I .................................................................................................................................. 9
1.1.1 Prácticas sociales que orientaron la formación y educación de los niños en Colombia
……………………………………………………………………………………..11
1.1.2 Tratamiento jurídico del “niño rebelde” en el siglo XIX y la permisibilidad del maltrato
físico hacia los niños, niñas, y adolescentes bajo el poder de la patria potestad .................. 14
1.2.5 Tratamiento jurídico de los menores de edad “niño”, “niño huérfano” y “adolescente”
derivado de las prácticas sociales del siglo XIX ................................................................... 22
1.2.3 Creación de la jurisdicción especial para menores. Ley 98 de 1920 “Por la cual se crean
Juzgados y casas de reforma y corrección para menores” .................................................... 33
1.2.5 Surgimiento del discurso de “niños peligrosos” que oriento el enfoque jurídico del
Código Penal de 1936 y el Código de Procedimiento Penal de 1938 ................................... 47
1.2.7 Ley 75 de 1968 por la cual se dictan normas sobre filiación y se crea el Instituto
Colombiano de Bienestar Familiar ....................................................................................... 56
CAPITULO II ............................................................................................................................... 72
2.1.1 Reglas Mínimas de las Naciones Unidas para la Administración de Justicia de Menores
del año 1985 (Reglas De Beijing) ......................................................................................... 73
2.1.3 Convención Internacional sobre los Derechos del Niño de 1989 ................................ 80
2.1.4 Reglas de las Naciones Unidas para la Protección de los Jóvenes Privados de Libertad
de 1990 .................................................................................................................................. 81
2.2.6 Convención de los Derechos del Niño, Ratificada por Colombia por Medio de la Ley
12 de 1991 ............................................................................................................................. 84
3.3.3 Derechos de los adolescentes durante la ejecución de las sanciones ......................... 109
RESUMEN
INTRODUCCIÓN
En ese sentido, Philippe plantea que en la sociedad medieval europea hasta el siglo XVII,
la niñez, tal y como es entendida hoy, no existía, sino, que fue hasta el siglo XVIII cuando
comienza el descubrimiento de la infancia y la adolescencia, entendida esta como una etapa de
fragilidad, donde el infante no podía valerse por sí mismo; y cuando era superada esa etapa, se le
mezclaba rápidamente con los adultos. Consideraciones del historiador conforme a las cuales
sostiene que era como si las etapas de la infancia y adolescencia fueren indiferentes para la
sociedad. Pese a ello, Philippe Aries señala que el proceso de surgimiento de lo que él denomina
discursos de verdad sobre “el niño” y “el adolescente” se originaron de una construcción social a
lo largo de la historia, que a partir de prácticas sociales y culturales en el siglo XVIII aparecen
como discursos más acordes a su noción actual.
En ese orden de ideas, conforme a la investigación realizada por Guiselle Nayibe Holguin
titulada “Arqueología del adolescente infractor de la ley penal en Bogotá” (Galvis G. H., 2012),
respecto a la construcción del discurso de verdad “adolescente infractor de la ley penal” en
Colombia, se pueden dilucidar tres importantes momentos a lo largo de la historia.
Según la investigación realizada por Galvis (Galvis G. H., 2012) un primer momento se
ubica en el siglo XIX, momento en el que dentro de la vigencia de las constituciones del siglo XIX
(1832, 1843, 1853, 1863 y 1886) no se evidenciaba reconocimiento alguno a los derechos o
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garantías del adolescente infractor, de hecho, cuando el adolescente infringía la ley penal, no se
preveía un tratamiento jurídico ni sancionatorio diferente al que se les otorgaba a los adultos, que
se caracterizaba por ser oral, público, de tendencia acusatoria, con doble instancia y con penas
corporales para algunos delitos. Así las cosas, no se atendía a las condiciones especiales de
desarrollo físico y síquico del adolescente.
domésticos, serian apercibidos a solicitud de los padres, si no se enmendaren podían los jueces,
según la calidad de las faltas, y á solicitud de los padres, ponerlos en alguna casa de reclusión hasta
por un año.
Más adelante, Galvis (Galvis G. H., 2012) plantea que en el siglo XX se presenta el segundo
momento, época en la que ese trato indiferenciado de los adolescentes respecto a los adultos,
cambio, y en efecto, sostiene que es a partir de las condiciones irregulares en que se encuentra la
infancia colombiana de principios de siglo XX, como: la desnutrición, las altas tasas de mortalidad
infantil derivadas de enfermedades, etc, que se empieza a concentrar la atención en la niñez,
inicialmente por parte de las damas capitalinas, mediante obras benéficas y posteriormente por
organizaciones sanitarias y el Estado. Esto conlleva a que se hable de dos tipos de infancia: la
primera con sus necesidades básicas insatisfechas, total o parcialmente, los denominados
“menores”, vistos como objetos de cuidado y protección, no como personas, y por otra, la infancia
con sus necesidades básicas satisfechas, “los niños” y “los adolescentes”.
Con el mimo propósito, siendo una ley más garantista de los derechos de los menores se
promulga la Ley 83 de 1946 ley orgánica de la defensa del niño por medio de la cual se crea la
jurisdicción de menores (Congreso de Colombia, 1946), norma conforme a la cual el menor de
diez (10) y ocho años (8), hombre o mujer, que cometiera alguna infracción penal, o que se hallare
en estado de abandono o de peligro moral o físico, sería sometido a las medidas de asistencia y
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protección preceptuadas en la ley, como la amonestación, libertad vigilada, entrega del menor a
una persona o institución idónea, a fin de lograr su educación, internamiento del menor en una
escuela de trabajo, pública o privada, o en una granja agrícola especial para menores, pública o
privada; o el internamiento del menor en un reformatorio especial para menores, por tiempo
indeterminado, hasta cuando se lograra la reeducación del menor o la formación de su sentido
moral.
En ese escenario, cuarenta y tres años más tarde se expide el Código del Menor con el
Decreto 2737 de 1989 (Conogreso de Colombia, 1989) en marco del modelo de situación irregular.
Según lo planteado por el Ministerio de Justicia y del Derecho (Ministerio de Justicia y del
Derecho, 2015) el Concepto de situación irregular aparece con ocasión de la Declaración de
Ginebra en 1924 y de la Declaración Universal de los Derechos del Niño (Naciones Unidas, 1959),
permitiendo con él, legitimar una acción judicial indiscriminada frente a todo “menor difícil”,
definida como toda condición de dificultad en la que se encontraban los menores de edad sin
discriminarlas o discernir entre ellas, razón por la cual, bajo este modelo, el tratamiento era el
mismo cuando el menor de edad se encontraba en abandono que cuando había infringido una ley.
Por ende, bajo el concepto de situación irregular los niños y adolescentes son concebidos como
objetos de protección sólo cuando se encuentran incursos en una situación que los hace “no saber”,
“no tener” o “no ser capaces”.
De esta manera, según el Ministerio de Justicia y del Derecho (Ministerio de Justicia y del
Derecho, 2015) mientras que la situación irregular permitía a los niños y adolescentes
desprotegidos, en abandono o peligro, una tutela permanente, en los adolescentes encontrados
penalmente responsables implicó un invasivo control y dominio que llevó a separarlos del
ambiente al que se atribuía la causa de sus desviaciones, y a un aislamiento que impidiese su
transformación en auténticos delincuentes una vez alcanzaran la vida adulta. No había diferencia
alguna entonces en el tratamiento que una y otra población recibe, equiparando, como se dijo, el
abandono a la delincuencia, y termina por “criminalizarse la pobreza”.
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Del mismo modo, en consideraciones del según el Ministerio de Justicia y del Derecho
(Ministerio de Justicia y del Derecho, 2015) el término que, quizás, mejor describe al modelo de
situación irregular es la de “los eufemismos”, pues bajo conceptos como “tutela”, “medidas” o
“educación”, se disfrazó a un sistema represivo, invasivo y desconocedor de los derechos
fundamentales que asistían a los menores de edad que cometían delitos, se tapó “un sistema
punitivo sin límites ni garantías”.
Al respecto, exponer Galvis (Galvis G. H., 2012) que la Ley 1098 de 2006 es una norma
inspirada en la Doctrina de la Protección Integral a los estándares internacionales, la cual está
orientada al reconocimiento de los niños, niñas y adolescentes como sujetos de derecho y que
implica que los adolescentes no simplemente actúen como sujetos pasivos portadores de unos
derechos circunscritos a los objetivos y prioridades del mundo de las personas adultas, sino que
puedan gozar autónomamente de sus derechos y participen en la construcción de su realidad social
y en ese sentido hagan parte de las decisiones que sobre la misma, como en los procesos que se
siguen contra ellos con ocasión a su responsabilidad penal, en los cuales puedan manifestar su
opinión en el ámbito de la medida penal y de las políticas públicas que versen en la esfera de sus
derechos.
Y agrega que por medio de este tipo de normar se han hecho un esfuerzo por posicionar el
discurso de verdad sobre “el adolescente” como sujeto de derecho, y en ese orden de ideas, se
proponen como un instrumento para la “adolescencia” y no solo para aquellos que tienen sus
necesidades básicas insatisfechas como ocurría en el Siglo XX con los “menores” que cuando se
encontraban en una situación irregular eran sometidos a un proceso judicial. Como consecuencia
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Un problema que a lo largo de los años ha dejado como fatídico resultado un país
resquebrajado por la indolencia de algunas entidades estatales que ante esta difícil y preocupante
situación se muestran indiferentes y se limitan adoptar una serie de medidas legislativas que no
van más allá de un interés de penalización, dejando de lado y olvidando que lo primordial en estos
casos es contribuir a la formación de un ciudadano de bien horado y trabajador.
En la actualidad, lo que indica la situación actual del país, en relación con la delincuencia
juvenil es que ha convertido en un problema social que día a día muestra un panorama menos
alentador, más allá de las noticias en canales nacionales y en redes sociales del sinnúmero de
menores incurriendo en la comisión de conductas punibles, encontré, que la Subdirección de
Responsabilidad Penal para Adolescentes – ICBF por medio del Observatorio del Bienestar de la
Niñez ICBF público en su página wed el Tablero SRPA - Sistema de Responsabilidad Penal para
Adolescentes (ICBF, 2018) que a corte de 30 de junio de 2018 registró que la mayoría de los
adolescentes que han ingresado al Sistema de Responsabilidad Penal eran hombres en un 80% y
mujeres en un 20% entre los 14 y 17 años, quienes cometieron principalmente el delito de hurto
36,32% tráfico fabricación o porte de estupefacientes 26,81%, lesiones personales 8,51%,
fabricación, tráfico o porte de armas de fuego 5,93%, violencia intrafamiliar 4,03%, daño en bien
ajeno 2,60% y homicidio 2,18% entre otros.
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Ante esta preocupante situación, antes de hacer una crítica constructiva no podría dejar de
lado los evidentes avances normativos en el tratamiento de la delincuencia juvenil que hoy, en
comparación con países como Argentina en el que no existe un sistema de responsabilidad penal,
en Colombia se vean reflejados como logros, sin embargo, es evidente que la implementación o
adecuación del modelo de protección integral en nuestro país requiere de más esfuerzo y
compromiso por parte del Estado, al ser esta una doctrina que según las consideraciones del
Ministerio de Justicia y del derecho en el estudio titulado “Sistema de responsabilidad penal para
adolescentes, hacia la protección integral y la justicia restaurativa” (Ministerio de Justicia y del
Derecho, 2015), propende, a diferencia del modelo anterior (doctrina de situación irregular), por
una atención que se anticipe a los hechos o condiciones que generan situaciones de conflicto, por
lo que su preocupación está centrada en la prevención de las mismas, ello, y que además atiende
integralmente las condiciones que en el pasado se denominaban “situaciones irregulares”, sin
olvidar claro está, la obligación de restablecer los derechos vulnerados una vez se presenta la
situación que genera tal vulneración.
En consecuencia, decidí abordar este tema de investigación, con el fin de encontrar una
respuesta a ese interrogante que por tanto tiempo me he planteado, con ese propósito realice un
análisis de los antecedentes históricos de la delincuencia juvenil en Colombia, posteriormente hice
un estudio detallado del modelo de protección integral de los niños, niñas, y adolescentes acorde
a los convenios y tratados internacionales ratificados por Colombia, para finalmente hacer un
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análisis de la propuesta actual de protección integral a partir del seguimiento de las rutas
institucionales y las disposiciones normativas que regulan el tratamiento jurídico de la
delincuencia juvenil en Colombia, seguimiento que a su vez me permitió describir el
procedimiento y las medidas de corrección aplicables a los menores que infringen la ley. De esta
forma logre dar respuesta a la pregunta problema formulada de la manera que se expondrá en este
trabajo de investigación.
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CAPITULO I
Adicional a ello, Philippe Aries (Ariès, El niño y la vida familiar en el Antiguo Regimen,
1960) señala que el proceso de surgimiento de lo que él denomina discursos de verdad sobre el
niño y el adolescente se originaron de una construcción social a lo largo de la historia, que a partir
de prácticas sociales y culturales en el siglo XVIII aparecen como discursos más acordes a su
noción actual. Significando esto, que la concepción actual de infancia, ha sido producto de un
completo proceso de construcción social y de aprendizaje en el que se presume que cada país ha
dirigido día a día sus políticas hacia la protección de nuestros niños, niñas, y adolescentes.
de los antecedentes históricos de la delincuencia juvenil en Colombia, a fin de determinar cuál era
el tratamiento jurídico que recibía el niño, niña y adolescente que infringía la ley penal colombiana
desde el siglo XIX hasta la actualidad, describiendo el procedimiento y las medidas de corrección
que se les aplicaban, así como el surgimiento de los primeros establecimientos de corrección para
su tratamiento.
Con ese propósito corrobore, conforme a la investigación realizada por Guiselle Nayibe
Holguin Galvis titulada “Arqueología del adolescente infractor de la ley penal en Bogotá” (Galvis
G. N., 2012) que sobre la construcción del discurso de verdad “adolescente infractor de la ley
penal” en Colombia, se pueden dilucidar tres importantes momentos a lo largo de la historia.
Según la investigación realizada por Galvis (Galvis G. N., 2012) un primer momento se
ubica en el siglo XIX (1801 - 1900), momento en el que dentro de la vigencia de las constituciones
del siglo XIX (1832, 1843, 1853, 1863 y 1886) no se evidenciaba reconocimiento alguno a los
derechos o garantías del adolescente infractor, de hecho, cuando el adolescente infringía la ley
penal, no se preveía un tratamiento jurídico ni sancionatorio diferente al que se les otorgaba a los
adultos, que se caracterizaba por ser oral, público, de tendencia acusatoria, con doble instancia y
con penas corporales para algunos delitos.
Más adelante, Galvis (Galvis G. N., 2012) plantea que el segundo momento se presenta en
el siglo XX (1901 - 2000), época en la que ese trato indiferenciado de los adolescentes respecto a
los adultos, cambio, y en efecto, sostiene que es a partir de las condiciones irregulares en que se
encuentra la infancia colombiana de principios de siglo XX, como: la desnutrición, las altas tasas
de mortalidad infantil derivadas de enfermedades, etc, que se empieza a concentrar la atención en
la niñez, inicialmente por parte de las damas capitalinas, mediante obras benéficas y
posteriormente por organizaciones sanitarias y el Estado. Esto conlleva a que se hable de dos tipos
de infancia: la primera con sus necesidades básicas insatisfechas, total o parcialmente, los
denominados “menores”, vistos como objetos de cuidado y protección, no como personas, y por
otra, la infancia con sus necesidades básicas satisfechas, “los niños” y “los adolescentes”. Así
mismo, como producto de esta situación, y de la necesidad de reprender a lo que eran considerados
niños vagos potenciales criminales, se inicia la transición entre el discurso de la caridad pastoral,
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Así las cosas, este primer capítulo se dividirá en tres partes: 1.1 Indiferencia de la sociedad
y el Estado colombiano frente a los derechos y garantías de los niños, niñas, y adolescentes en el
siglo XIX; 1.2 El menor infractor de la ley penal colombiana en situación de irregularidad: objeto
de cuidado, protección y defensa social por parte del Estado durante el siglo XX; 1.3 Los niños,
niñas, y adolescentes infractores de la ley penal colombiana sujetos titulares de derecho en el siglo
XXI bajo la doctrina de la protección integral
1.1.1 Prácticas sociales que orientaron la formación y educación de los niños en Colombia
Según Galvis (Galvis G. N., 2012) dentro de las prácticas sociales que estructuraron el
“discurso de verdad del niño”, se encuentra la importante participación que tendría la iglesia
católica en el estado colombiano y su fuerte influencia en las normas de comportamiento de la
época. Respaldada jurídicamente por la Constitución de Cundinamarca de 1811 (Colegio
Constituyente y Electoral de Cundinamarca, 1811) que consagraba la religión católica como la
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única religión, por el Decreto Orgánico de 1828 (Presidencia de Colombia, 1828) y la Constitución
de 1886 (Poder Ejecutivo Nacional de Colombia, 1886) conforme a las cuales se estableció que el
gobierno protegería a la religión católica, apostólica y romana, como la religión de los
colombianos, lo cual le permitiría a la iglesia funcionar con ciertos privilegios que le consentiría
tener sus propias leyes de gobierno independientes de la autoridad temporal y subsistir por medio
de la acumulación de bienes, capitales y tierras.
De tal modo que, según lo expresado por Galvis (Galvis G. N., 2012) independientemente
del partido político al que se perteneciera, conservadores y liberales practicarían los lineamientos
y ritos de la iglesia católica en su vida pública y privada. Por ende, la iglesia católica incidiría en
la vida cotidiana de las personas por medio de prácticas y reglas de comportamiento,
convirtiéndose así en un instrumento del estado para la construcción de un sujeto determinado.
Bajo ese escenario, Galvis (Galvis G. N., 2012) afirma que era la familia, según la
institución eclesiástica, el primer contacto del niño con la religión, convirtiéndose en
adoctrinadora, facilitando así el posterior control religioso y social que ejercería la misma
institución en espacios el templo y la escuela. De lo que se traduce, que la familia constituiría el
primer espacio a través del cual se podría comenzar a gobernar a cada uno de los miembros
involucrados en el esquema de una sociedad jerarquizada y sumisa. Por ende, la iglesia definiría
la composición de las familias y los roles que debían llevar a cabo cada uno de sus miembros.
En ese sentido, según Galvis (Galvis G. N., 2012) acorde a los prelados católicos las
familias deberían estar compuestas por un padre, una madre y unos hijos, en donde el padre es
quien está encargado de la administración de los bienes, la madre del manejo de los fondos del
hogar y que ambos debían ocuparse de la educación de los hijos. Hijos para quienes la iglesia
católica también tenía asignados unos roles, entre ellos, honrar, obedecer y socorrer a sus padres,
deberes cuyo cumplimiento los llevaría a una recompensa, así como su incumplimiento los llevaría
al castigo y la desdicha.
Por su parte, la escuela también se encargaría de reforzar esta enseñanza sobre el amor
hacia el trabajo y a las buenas costumbres, con el propósito de formar un sujeto acorde con
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determinados fines de un Estado capitalista. Todo ello, en busca de producir un sujeto acorde con
determinados principios, principios que a su vez resultaban funcionales para los fines de un Estado
capitalista: un niño que primero llegaba a la familia donde le infundían cierta educación como el
amor a las virtudes y al trabajo, educación que posteriormente sería reforzada por los
establecimientos educativos y que terminaría construyendo un sujeto, que cuando llegara a adulto
fuera sumiso y funcional para el Estado.
Deberes morales que, atendiendo a la influencia de la iglesia católica, eran llevados al plano
normativo, lo que nos conduce hacia una de las primeras normas jurídicas que pretendieron
direccionar el comportamiento de los hijos por el camino del bien y de obediencia, para apartarlos
de la desobediencia, la vagancia, y la delincuencia, toda vez, que no todos los menores se sometían
a dichos procedimientos de subjetivación.
Pensamientos y posturas que no se apartan por completo de los actuales ideales y principios
de las familias modernas, las cuales de cierta forma aun propenden porque el respeto y la
obediencia de los hijos hacia los padres siga siendo una norma de conducta que impera en los
hogares, y que paralelamente se acompaña del direccionamiento ideal del futuro de los niños, niñas
y adolescentes que se enfoca en verlos convertidos en personas de bien, en profesionales que se
hagan parte de la sociedad y que hagan aportes al desarrollo económico y cultural del país.
Sin dejar de lado, que actualmente algunos de nuestros niños, niñas, y adolescentes, al igual
que sucedía en el siglo XIX, van en contra de las buenas costumbres y el comportamiento ejemplar
que desde el hogar se les inculca, la misma situación se presenta en la actualidad y cada día va en
incremento por los pensamientos modernistas y liberales de los niños. Sin embargo, como veremos
a continuación las sanciones que recibían los niños rebeldes en el siglo XIX por desobedecer a sus
padres no se asemejan desde ningún punto de vista a los “castigos” hoy en día impuestos por los
padres de familia a los niños, niñas, y adolescentes que no acatan las instrucciones de sus
superiores.
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1.1.2 Tratamiento jurídico del “niño rebelde” en el siglo XIX y la permisibilidad del maltrato
físico hacia los niños, niñas, y adolescentes bajo el poder de la patria potestad
En contra del propósito de la iglesia y el Estado de formar desde el hogar niños sumisos y
obedientes para que se convirtieran en ciudadanos dóciles, como lo afirma Galvis (Galvis G. N.,
2012), se encontraban aquellos menores de edad rebeldes, perezosos, indóciles y desobedientes
que no atendían a las instrucciones de sus padres, eventualidad ante la que el padre como máxima
autoridad en el hogar, dotado de todo el reconocimiento legal, tenía el poder y la facultad de tomar
las medidas correctivas que fueren necesarias para reprender a su hijo. Por ende, la iglesia católica
instaba al padre de familia para que corrigiera y castigara corporalmente a sus hijos evitando así
que no se convirtieran en personas vagas sino virtuosas.
Concepto que eran respaldado por la Ley 27 de junio de 1837 Código Penal colombiano
(Poder Ejecutivo Nacional de Colombia, 1837) ley que disponía en su artículo 465 lo siguiente:
Los hijos que hallándose bajo la patria potestad se ausentaren de la casa sin
licencia de sus padres, ó cometieren excesos graves, ó notables desacatos contra sus
padres ó fueren de tan mala inclinación que no basten á corregirlos las amonestaciones
y los moderados castigos domésticos, serán apercibidos a solicitud de los padres. Si no
se enmendaren podrán los jueces, según la calidad de las faltas, y á solicitud de los
padres, ponerlos en alguna casa de reclusión hasta por un año. En defecto de padres,
tendrán los abuelos la misma autoridad. (Poder Ejecutivo Nacional de Colombia,
1837)
Apartado normativo del que se puede colegir, que la ley dotaba de toda facultad al padre
para que reprendiera a sus hijos por ausentarse de sus casas sin consentimiento de sus padres, y
por cualquier otra conducta que a criterio del padre de familia significara un exceso grave o
desacato, consintiendo de este modo cualquier tipo de maltrato que pudiere ocurrírsele al padre,
sin prever responsabilidad penal alguna de los padres por maltratar físicamente a sus hijos, pues
la Ley 27 de junio de 1837 Código Penal en sus artículos 687 y 689 (Poder Ejecutivo Nacional
de Colombia, 1837), solo limitaba al padre a no causarle a sus hijos agresiones que los dejaran
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lisiados de manera vitalicia, o que les acarrearan la pérdida de un miembro de su cuerpo, o les
provocara una enfermedad de por vida.
No aplicamos, pues el castigo porque sea merecido, sino para precaver un mal
mayor con uno menor, un mal permanente, con otro temporal. Lo administramos como
dan a veces los médicos un veneno a la persona que está enferma, no porque el veneno
conlleve al estado de salud, ni tampoco porque convenga en manera alguna a una
constitución enferma, sino porque promete detener una enfermedad fatal hasta tanto
pueda ocurrirse a las medidas convenientemente curativas. (Galvis G. N., 2012)
Con lo que se evidencia que durante la vigencia de la Ley 27 de junio de 1837 Código
Penal (Poder Ejecutivo Nacional de Colombia, 1837) los simples desacatos a la autoridad
domestica podrían tener el mismo valor punitivo que el delito de hurto, y era sancionado con
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Por otra parte, siguiendo la investigación histórica de (Galvis G. N., 2012) encuentro que
el Código de Policía de 1859 en su Art. 490 consideraba a la vagancia como un delito y como
vagos a los hijos de familia que se entregaran a la ociosidad y que no cumplieran satisfactoriamente
con sus deberes escolares, o que, aunque ocuparan bien su tiempo, causaran frecuentes escándalos
por su insubordinación o por sus malas costumbres.
Ahora bien, de lo expuesto anteriormente también es necesario tener presente que este
antecedente es una prueba más de que la solución al problema actual de delincuencia juvenil no es
la mayor punibilidad, porque es evidente que ni las medidas correctivas de castigos físicos, que
eran avaladas por la ley en el siglo XIX, contribuyeron a la debida formación de los niños, niñas,
y adolescentes, quienes por algún motivo escogieron inclinarse por el camino de la rebeldía y de
la delincuencia.
Lo que ha cambiado años después, ha sido la forma de reprender a esos pequeños rebeldes,
que por desobediencia incurren en lo que anteriormente se denominaban atentados contra la
autoridad doméstica, dado que actualmente desobedecer a los padres no es un delito tipificado en
el Código Penal, contrario a ello, el Estado a través del Instituto Colombiano del Bienestar Familiar
propende por la protección de los hijos de las reprensiones y castigos que los padres infringen a
sus hijos por la desobediencia.
Acorde a lo plateado por Galvis (Galvis G. N., 2012), si bien existían hijos concebidos
dentro de las uniones religiosas y legalmente constituidas, también había hijos concebidos por
fuera del matrimonio, lo que estructuro un gran problema que se denominó por muchos años
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“ilegitimidad de los hijos” un problema de tal magnitud, que la situación de más de la mitad de
los niños en Colombia durante la colonia, el siglo XIX y principios del siglo XX era desalentadora,
ya que debido a que eran hijos habidos por fuera del matrimonio, muchas veces, desde su gestación
eran objeto de desprecio por parte de su familia y de la sociedad. En ese sentido, Galvis (Galvis
G. N., 2012) cita a la antropóloga Ximena Pachón, quien manifiesta que los hijos naturales solían
ser rechazados por los centros educativos, el ejército y el sacerdocio, convirtiéndose en un
problema para los padres y en una vergüenza para la sociedad. Toda vez, que se tenía el
pensamiento de que el contacto con ellos era pecaminoso y vedado para los “hermanos legítimos”
y para los “hijos de hogares legalmente constituidos”, lo que hacía que el futuro de estos niños
fuera incierto.
Así las cosas, según lo expresado por Galvis (Galvis G. N., 2012) cuando los niños no
gozaban de una familia, eran abandonados, en ese sentido, el Código de Policía de 1888
manifestaba que se consideraban niños desamparados a los infantes que recién nacidos, o antes de
salir del periodo de la lactancia, eran abandonados o expuestos en algún lugar en que podían ser
hallados sin tener noticias de sus padres y se consideraban niños expósitos (1) a los infantes
abandonados después de haber salido de la lactancia, pero incapaces de dar noticia de sus padres
o de su paradero (2) los infantes abandonados antes de la edad de diete años y que podían dar razón
de sus padres o de las personas que los habían abandonado y (3) los infantes menores de siete años,
que quedaran huérfanos ni parientes que se hicieran cargo de ellos.
Y también los niños y adolescentes sin domicilio, los menores de edad y mayores de siete
años, que se encontraban por fuera de la casa de sus padres o de quien legalmente dependieran,
por haber sido abandonados por sus padres, o porque hayan quedado huérfanos. Estos niños
desamparados, expósitos y sin domicilio, en caso de no contar con una persona que se hiciera cargo
de ellos, eran envidos a una Casa de Refugio. La Casa de Refugio funcionaba como una “fábrica”
en donde los niños eran sometidos a la enseñanza de un oficio por medio de una disciplina similar
a la de los adultos. Por ende, los niños abandonados y llevados a asilos o casa de refugio eran
vinculados a un modo de producción, un oficio, labor o trabajo en donde desarrollaban tareas
similares a las de los adultos.
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Al respecto, Galvis (Galvis G. N., 2012) cita el trabajo de la historiadora Estela Restrepo
Zea titulado “El concertaje laboral de los niños abandonados de Bogotá (1642-1885)” basado en
el trabajo adelantado por el historiador Andrés Mauricio Escobar Herrera en el que se muestra que,
en Colombia, durante el Siglo XIX, los niños abandonados eran instruidos en la enseñanza de un
oficio desde los 6 años de edad, es decir, que los niños abandonados eran rápidamente ingresados
al concertaje laboral toda vez que por medio de la enseñanza de un oficio, se buscaban purificar el
alma del niño abandonado y transformarlo en un individuo funcional al sistema capitalista.
Siguiendo este ideal, Galvis (Galvis G. N., 2012) expone que en 1878 se creó uno de los
centros modelos para preparar a los menores abandonados al trabajo, la Sociedad Protectora de
Niños Desamparados, que el 15 de marzo de 1882 abrió sus puertas en la Quinta de Lleras, lugar
en el que los internos concurrían tres horas a la escuela y ocho horas a los talleres. En la escuela
aprendían a leer, escribir, contar, los mandamientos, sacramentos, etc. Y en los talleres, aprendían
a tejer, a fabricar elementos en latonería, platería, etc., fabricar aperos, gruperas y fundas para
encauchado, así mismo eran instruidos en zapatería, carpintería, sastrería, etc. En efecto, la
Sociedad Protectora de Niños Desamparados funcionaba como una fábrica, en las cual los jóvenes
se les enseñaba un oficio; como zapatería, joyería, herrería, tejidos, sombraría, entre otros, con el
objetivo de que fueran útiles para la sociedad. Así las cosas, por medio de un modo de producción,
el niño se transformaba en “adulto”, asumiendo roles y tareas similares a la de un mayor de edad.
Afirmación que es corroborada con una carta que envió la Sociedad Protectora de Niños
Desamparados el 28 de noviembre de 1878, representada por Soledad Acosta de Samper y Silveria
Espinosa, en la que invitan al señor Aron Liborio Cantillo a participar económicamente con la
beneficencia para brindar protección a los niños desamparados y alejarlos del vicio y de la miseria,
escrito con el que se permite entrever que la situación de los niños, niñas, y adolescentes no era
completamente ignorada por los adultos, pues en medio de este discurso de beneficencia, un grupo
de la sociedad se interesaba con desesperación en restaurar la vida de esos pequeños abandonados.
La carta de la Sociedad Protectora de Niños Desamparados rogaba caridad con el siguiente
argumento:
19
En relación con los niños sin familia, las prácticas sociales girarían en torno al aprendizaje,
talleres en donde se les infundiría la enseñanza de un oficio útil y así prepararlo para ser un
individuo útil al sistema capitalista y de esta forma se buscaba corregir las malas costumbres por
medio del trabajo, haciéndolos personas útiles y funcionales a un mundo capitalista.
Según la investigación realizada por Galvis (Galvis G. N., 2012) una vez el individuo
pasaba por las instituciones de control informal como la familia, la escuela, la iglesia, los orfanatos,
etc., antes de ingresar al sistema capitalista se convertía en un individuo funcional para la
protección de la seguridad del país. Porque en Colombia, durante el siglo XIX, el discurso de
verdad “adolescencia” era indiferente para el estado, situación que se evidencia en las prácticas
sociales en torno a la guerra, puesto que, cuando estallaban las guerras, los niños y adolescentes
eran incorporados sin el menor reparo a las filas de los combatientes, en donde llevaban a cabo
tareas dispuestas para adultos.
Rodríguez (Rodriguez, 2012) cita a Cordovez Moure, cronista de la época, quien realizó
una descripción de los niños del siglo XIX, que vivían en las casas destinadas para los arrendatarios
en las grandes haciendas:
Los niños, a medio cubrir con mugrientos harapos, ocupan la misma posición
que la de los ham-brientos perros, con los cuales se rozan de continuo. Saben que
tienen madre, porque viven con ella; pero ignoran lo que quiere decir la palabra padre,
pues, por lo general, no es el matrimonio el origen de su existencia, y ya se sabe cuál
es el comienzo de la vida para aquellos que tienen la desgracia de llamarse hijos
naturales. (1999, p. 180)
21
Incluso, como lo afirma Galvis (Galvis G. N., 2012) en caso de que los niños o adolescentes
en calidad de combatientes, incurrieran en un delito como traición a la patria, eran juzgados como
adultos y sometidos a pena capital, porque para esta clase de delitos no se atendía a las condiciones
especiales de edad del niño sino que se le daba el mismo tratamiento que a una persona adulta. La
disminuida edad solo era un atenuante para la imposición de una sanción en determinados casos.
Según Galvis (Galvis G. N., 2012) “la adolescencia” en el siglo XIX, no fue vista como una etapa
con un tratamiento especial y diferenciado de los adultos sino que era una categoría indiferente
para el Estado colombiano. Y precisa que incluso la ley, en el Art. 34 del Código Civil de 1887,
definía al “adolescente” bajo la denominación de “adulto” y lo que hoy consideramos “adulto” era
definida como una persona mayor de edad, así:
Llámese infante o niño, todo el que no ha cumplido siete años; impúber el varón
que no ha cumplido catorce años y la mujer que no ha cumplido doce; adulto, el que
ha dejado de ser impúber; mayor de edad, o simplemente mayor, el que ha cumplido
veintiún años; y menor de edad, o simplemente menor, el que no ha llegado a
cumplirlos. (Congreso de Colombia, 1887)
Bajo ese entendido, Galvis (Galvis G. N., 2012) concluyo que el discurso de verdad
“adolescente” no existía expresamente, era definido como un “adulto pequeño”, no se atendía a
sus condiciones especiales de desarrollo; ésto conllevó a que no existieran tampoco unas
normatividades específicas para esta categoría. De hecho, cuando los adolescentes infringían la
ley penal durante el siglo XIX (niños mayores de diez años y medio-1837- o mayores de 12 años
-1890- ), no había un tratamiento jurídico que atendiera a sus condiciones especiales físicas y
sicológicas de desarrollo, tampoco había establecimientos de encierro especializados para menores
de edad. Era como si el discurso de verdad menor de edad, durante el siglo XIX, fuera indiferente
para el Estado Colombiano. Por ende, en caso de infringir la ley penal, recibían el mismo
tratamiento que los adultos.
22
1.2.5 Tratamiento jurídico de los menores de edad “niño”, “niño huérfano” y “adolescente”
derivado de las prácticas sociales del siglo XIX
En ese sentido, para Galvis (Galvis G. N., 2012) la responsabilidad del individuo frente a
su conducta ilícita se fundamentaría en el libre albedrío, y para que éste se llevara a cabo se requería
voluntad e inteligencia libres. Sin embargo, en el caso de un menor de edad, la inteligencia estaba
afectada por la edad, y no gozaban de ese libre albedrío, por ende, no se le podía adelantar una
imputación moral frente a determinada conducta.
Bajo ese entendido, Galvis (Galvis G. N., 2012) sostiene que la escuela clásica del derecho
penal influyo en el Código Penal de Santander de 1837, en el Código Penal del Estado de
Cundinamarca y en el Código Penal de 1890 (Congreso de Colombia, 1890), sin embargo, el
tratamiento jurídico que se les otorgaría como consecuencia de la conducta ilícita de los menores
de edad estaría determinado por los discursos de verdad en torno al “niño”, al “niño huérfano” y
al “adolescente” derivados de las prácticas sociales.
De otra parte, al hacer una revisión del Código Penal de 1890 (Congreso de Colombia,
1890) puedo denotar en su artículo 1° que conforme a la definición de delito, en 1890 por regla
general se presumía que quien incurría en un delito lo hacía conforme a su voluntad y viciado de
la malicia mientras no se probara lo contrario, aparte normativo que consagraba expresamente:
23
Sin embargo, existía una excepción a la norma citada, dado que, según lo establecido en el
artículo 29 del Código Penal de 1890 (Congreso de Colombia, 1890) el menor de siente años que
incurría en un delito no estaría sujeto a cumplir pena alguna. De esta forma, así como lo expresa
por Galvis (Galvis G. N., 2012) el Código Penal de Santander de 1837, el Código Penal del Estado
de Cundinamarca y en el Código Penal de 1890 (Congreso de Colombia, 1890) al ser los códigos
penales del siglo XIX, dividen en tres periodos el tratamiento jurídico que se le va a otorgar a los
menores de edad que infringen la ley penal, así: “los excusables” son los considerados menores de
siete (7) años, “el niño” que se encuentra ubicado entre los siete (7) y los doce (12) años de edad
y “los adultos menores” que se encontraban entre los trece (13) y veintiún (21) años de edad.
En ese sentido, acorde a lo planteado por Galvis (Galvis G. N., 2012) los niños menores de
siete (7) años eran “excusables”, es decir, estaban justificados frente a la imposición de una sanción
y la base de la exclusión se fundamentaba en la falta de capacidad para comprender y obrar de
manera libre.
Por otra parte, para Galvis (Galvis G. N., 2012) si el niño que delinquió estuviera en una
etapa de impubertad próxima a la infancia, esto es, en una edad entre los siete (7) y diez (10 ½)
años y medio para el Código penal de 1837; y entre los siete (7) y los doce (12) años para el Código
Penal de 1890, podía ocurrir dos cosas: 1. Que en caso de que el niño contara con una familia, que
garantizara su corrección, se le recomendara al padre de familia la corrección de su hijo. 2. O que
a pesar de que el niño contara con una familia, ésta no pudiera garantizar su corrección, por ende,
sería enviado a la casa de reclusión o de trabajo.
24
Tal como lo expresaba el Art. 108 del Código Penal de 1837 y el Artículo 31 del Código
Penal de 1890:
Art. 108 del Código Penal de 1837. En ningún caso se impondrá pena al menor
de diez años y medio, y solamente se prevendrá a los padres, abuelos ó curadores
cuiden de él, le den educación, y lo corrijan convenientemente. Pero si hubiere fundado
motivo para desconfiar de los padres, abuelos o curadores lo corrijan, ó se comprobare
que es incorregible, se le pondrá en una casa de reclusión por el término que se estime
conveniente según su edad y circunstancias del caso, con tal de que no pase de la época
que cumpla diecisiete años. (Galvis G. N., 2012)
Art. 31 del Código Penal de 1890. Cuando cometa un delito un menor de doce,
y mayor de siete, no se le impondrá la pena que para ese delito ha fijado la ley; pero
se prevendrá a sus padres tutores lo corrijan convenientemente. Pero si hubiera
fundado motivo para desconfiar de que los padres o tutores lo corrijan, o si se probase
que es incorregible, se le pondrá en una casa de reclusión por el tiempo que esteme
conveniente, según su edad, la gravedad del delito y las demás circunstancias, con tal
que no pase la época en que cumpla dieciocho años. (Congreso de Colombia, 1890)
De allí Galvis (Galvis G. N., 2012) concluye que la eximente de punibilidad para el mayor
de siete años y menor de diez años y medio (Código Penal de 1837), y doce años (Código Penal
de 1890), únicamente operaria cuando los niños tuvieran padres, abuelos o curadores que los
pudieran corregir. Es decir, que el menor que no contara con dicho apoyo de su familia, tendría
que ir a una casa de reclusión. Así las cosas, cuando no operaba un eximente de punibilidad para
el menor de diez años y medio (1837) o menor de doce años (1890), se le aplicaba la reclusión en
casa de trabajo, en las mismas condiciones que para los adultos. Los niños que no gozaban de una
familia, eran llevados a orfanatos donde aprenderían y desarrollarían oficios de adultos para
aprender a ganarse la vida, y en caso de que infringieran la ley, a su vez serian tratados como
adultos, porque ellos no gozarían de la eximente de responsabilidad, al no gozar de una familia.
Así las cosas, mientras que el control de los menores impúberes que gozaban de una familia, se
25
encontraba en el campo privado, el control de los menores impúberes que no gozaban de una
familia se encontraba en los establecimientos de encierro.
Situación que se traduce en la falta de importancia que irrogaba la infancia para el Estado,
puesto que es evidente la ausencia de una regulación especial de sus derechos.
Ahora bien, atendido a las consideraciones de Galvis (Galvis G. N., 2012), en caso de que
los hoy “adolescentes” se encontraran en una etapa de impubertad próxima a la minoría de edad,
esto es, entre los 13 y los 18 años, estaban obligados a dar cuenta de sus actos y, por ende, en este
caso tenían una responsabilidad disminuida y esto era considerado un atenuante frente a su
responsabilidad, tal y como lo establecía el artículo 118 del Código Penal de 1890 (Congreso de
Colombia, 1890) sin embargo, debido a que en aquella época no se había diseñado una jurisdicción,
ni un procedimiento especial para los “adultos menores infractores de la ley penal”, y tampoco se
habían construido establecimientos de encierro especializados, eran tratados como los adultos y el
procedimiento al que se sometían era el mismo que para los adultos, que se caracterizaba por ser
oral, público, de tendencia acusatoria, con doble instancia y con penas corporales para algunos
delitos.
En consonancia con lo anterior, encuentro que según una publicación del Archivo de
Bogotá titulada “Los menores delincuentes” (Archivo de Bogota , 2018) el tema de la delincuencia
juvenil concitó la atención de las autoridades finalizando el siglo XIX, cuando se planteó el dilema
de cómo enfrentar su socialización y dónde debían ser recluidos. Publicación en la que además se
cita el registro del Concejo Municipal de 1° de octubre de 1892, número 539, en el que llamaba la
atención a la necesidad de construir “edificios destinados a prisión de menores de edad”, anotando
que ya la propuesta se la habían hecho a la Prefectura General de la Policía desde 1889, sin
respuesta alguna, y aducían que lo que hoy conocemos como delincuencia juvenil estaba en
aumento; cada día había más “pilluelos”, sin que se hubiera planteado alguna solución, un asunto
de relevancia, por el atraso que implicaba para la ciudad y el país, ya que para 1899, Inglaterra
prohibió encerrar a los menores de 16 años en las mismas cárceles con los adultos.
26
Sobre esto Galvis (Galvis G. N., 2012) cita a García y Carranza (1990) quienes consideran
que en Colombia, en el siglo XIX, los conflictos de menores no fueron recogidos por un sistema
especial de juzgamiento, porque ni siquiera se planteaba como problema social, ya que la
existencia de una férrea autoridad paterna y religiosa y el predominio de una moral católica hacían
de esto un problema social inexistente; además, las reformas en pro de los menores fueron
resultado de un movimiento que surgió hasta finales del siglo XIX y principios del XX, con el
Tribunal especial para el juzgamiento de menores en Estados Unidos.
Sin embargo, ya se levantaban las voces que creían en el discurso que imperó en el periodo
de entreguerras que la niñez y la juventud a pesar de ser un problema eran ellos la esperanza del
futuro y base del progreso.
Iniciado de este modo un largo proceso de cambios sociales y legales entorno a la situación
de la criminalidad juvenil, considerada a finales del siglo XIX, con el propósito central de sacar al
menor delincuente del sistema penal común. En consecuencia, como veremos a continuación así
como expresa la publicación del Archivo de Bogotá (Archivo de Bogota , 2018), fue hasta 1920
que en Colombia se legisló sobre este asunto con la Ley 98 de 1920 “por la cual se crean juzgados
de reforma y corrección para menores”, y como ley específica solo hasta 1968 en la que se creó
un instituto específicamente para atender a la niñez y la juventud, esta es la Ley 75 de 1968 “por
la cual se dictan normas sobre filiación y se crea el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar”.
27
Según lo descrito por Galvis (Galvis G. N., 2012) en su investigación, a principios del siglo
XX, el mayor problema que afrontaba la niñez de Bogotá era en términos de salud, ya que había
muy poca esperanza de vida durante sus primeros años de vida, situación que se hacía evidente
por las tasas de mortalidad infantil que llegaban casi al 50%, es decir, que del 100% de niños que
nacían, 50% morían durante sus primeros dos años a causa de enfermedades, higiene, insalubridad
y en muchas ocasiones a manos de sus padres, quienes veían el infanticidio como una solución a
sus problemas económicos.
Sobre este último fenómeno, indica Galvis (Galvis G. N., 2012) que los casos de
infanticidio, muertes intencionales o violentas de niños en Bogotá durante el siglo XX,
especialmente durante la época de los 20s era abundante, y en los periódicos se narraban los casos
cuando se encontraban los cadáveres en los basureros, como el caso narrado por el periódico El
Tiempo en su edición del 10 de Julio de 1926:
Aunado a ello, continua Galvis (Galvis G. N., 2012) con su descripción de esta situación
indicando que cuando el padre cometía el infanticidio era declarado enfermo mental, pero si era la
madre tendía a considerarse como una asesina, sin embargo, en la mayoría de los casos era
justificada por el acto ejecutado, ya que se aducía que se había hecho en un terrible momento de
necesidad, y cita a las investigadoras Cecilia Muñoz y Ximena Pachón (Muñoz & Pachon, 1988)
quienes afirman que en aquella época el infanticidio podía haber sido en Colombia una práctica
para deshacerse de los hijos no deseados, así como el abandono de los niños por parte de sus padres
era algo cotidiano a principios de siglo.
Escenario que me permite afirmar que aun a inicios del siglo XX se tenían pensamientos e
ideales similares a los del siglo XIX conforme a los cuales los niños, niñas y adolescentes en
algunos casos eran tratados con el mismo amor y valor con el que se trataba a los animales, al no
existir valor o respeto alguno por la vida y mucho menos por los derechos de los niños. No había
argumento válido para justificar o aceptar actividades sociales que permitieran el infanticidio,
ningún estado de necesidad es válido para deshacerse de un niño, ciertamente me toma por sorpresa
saber que en nuestro país se tuvo este tipo de pensamiento en algún momento, actos tan barbáricos
y absurdos no tenían cabida en mi pensamiento, pero es precisamente este tipo de antecedentes los
que deben motivarnos a seguir investigando y a seguir propendiendo por la defensa de los derechos
de los niños hasta llegar a ese estado social de derecho en el que los derechos de los niños
efectivamente prevalezcan sobre los derechos de los adultos.
Sin embargo, se observa en el artículo publicado en 1888 por las investigadoras Cecilia
Muñoz y Ximena Pachón (Muñoz & Pachon, 1988) sobre la historia de la infancia en Bogotá en
el siglo XX que durante la década de 1900 a 1909, eran pilares de la defensa de los niños los
médicos y era en la Revista Médica, que se publicaba periódicamente en Bogotá, donde se
encontraban los informes sobre la mortalidad, y la mortalidad infantil. Eran los médicos, los que
exponían la necesidad de controlarlas condiciones de salubridad de la población en general y de
29
los niños en particular, y eran los médicos también los que le llamaban la atención al Estado sobre
la necesidad de mejorar la condición de vida de la población pobre, víctima de la insalubridad, la
ignorancia y la miseria. Ellos señalaban las costumbres que perjudicaban la salud física y
psicologica de los niños, escribían sobre la necesidad de protegerlos dentro de los hogares mismos,
y sobre la necesidad de llevarlos en caso de necesidad a un lugar seguro. -el hospital-, para que
pudieran ser bien atendidos, ya que sus madres por ignorancia y pobreza no podían darles las
condiciones necesarias para su mejoría.
Paralelamente señala Galvis (Galvis G. N., 2012) que luego de estas manifestaciones,
expresiones de caridad y atención para los menores, en el siglo XX el menor aparece como un
objeto susceptible de atención, cuidado y protección sanitaria, de allí que, a nivel normativo, se
cree un modelo tutelar proteccionista que convierta al “menor” en un objeto de protección. En
efecto, a partir de la segunda década del siglo XX, se incrementarían las normas, políticas e
instituciones tendientes a preservar al niño como un objeto que se debe cuidar y proteger, sin
embargo, este tratamiento era dirigido especialmente a aquellos niños con sus necesidades básicas
insatisfechas, total o parcialmente, quienes era vistos como objetos de cuidado y protección. De lo
que se derivó la existencia de dos tipos de infancia: la primera, con sus necesidades básicas
satisfechas, eran los niños y adolescentes, y la segunda, con sus necesidades básicas insatisfechas,
total o parcialmente, los denominados “menores”, vistos como objetos de cuidado y protección,
no como personas.
30
Bajo ese entendido, coincido con las consideraciones de Alexandra Mancera Carrero en su
investigación titulada “Niños expósitos y menores en Bogotá: 1791-1920” (Carrero, 2012) quien
concluyo que la categoría de infante expósito y menor en Bogotá constituyeron el escenario
normativo para la emergencia del menor de la irregularidad a comienzos del siglo XX, en tanto
que ambos fueron concebidos como sujetos abandonados moral y socialmente, potenciales
criminales, necesitados de alimento del alma y educación moral y, por tanto, sujetos que debían
ser tutelados-controlados, en razón de un germen que podría ir en contra de la sociedad.
Acorde a lo expresado por Carrero (Carrero, 2012) a inicios del siglo XX aumentaron las
compañías y hermandades católicas que incidieron en la creación de instituciones de caridad para
la infancia expósita y menesterosa, también favorecidas por el plan de reeducación en el marco del
Concordato, como por ejemplo, el asilo-taller de la Asociación Obra del Niño Jesús en Favor de
la Infancia Desamparada era administrado en principio por los salesianos y luego por las Hermanas
de la Caridad, las mismas responsables de la administración de la correccional de Paiba.
Estado de beneficencia y atención que según Ximena Pachón (Pachon, 2012) y María del
Carmen Castrillón V (Castrillon, 2014) fue promovido por la conflictividad que Colombia había
vivido a finales del siglo anterior, principalmente después de la guerra de los Mil Días. Según
María del Carmen Castrillón V (Castrillon, 2014) el Estado colombiano durante los primeros
treinta años del siglo XX (al igual que otros estados latinoamericanos), realizaría esfuerzos por
definir una política social para dar cuenta de los diversos problemas que se tornaron agudos con
los efectos de la Guerra de los Mil Días (pobreza, criminalidad y mortalidad infantil, entre otros).
Bajo ese entendido, tomando como referente la investigación realizada por Ximena Pachón
(Pachon, 2012) corroboro que la Casa de Corrección de Paiba fue una de las dos instituciones que
caracterizaron el devenir de la infancia pobre de Bogotá a inicios del s. XX. Funcionó en una “vieja
casona” en las orillas y hacia el occidente de la ciudad, en un sector denominado Paiba, de ahí su
nombre. Inicios de esta correccional que según Pachón (Pachon, 2012) se relacionan con las
dimensiones que adquirió el problema de la vagancia y la delincuencia infantil en la capital al final
de las guerras civiles, especialmente al finalizar la Guerra de los Mil Días, y la Bogotá que a inicios
31
de siglo XX vio con preocupación cómo día con día ingresaban nuevos niños delincuentes,
estimulados por la pobreza, la orfandad y la ociosidad que imperaba en las cárceles.
Según Pachón (Pachon, 2012) a comienzos del siglo XX, los diarios señalaban la peligrosa
situación de la ciudad a causa de la desmoralización de la juventud, como ejemplo de ello en el
periódico El Tiempo de septiembre de 1920, el director de la Policía escribía al ministro de
gobierno sobre el problema de las madres viudas de la guerra, cuyos hijos huérfanos eran víctimas
del desborde moral, la degradación y los vicios, queja a la que se sumaba la ausencia de medios
legales y de establecimientos de corrección de menores, pues, en palabras del director, sólo existía
uno que era imperfecto e insuficiente, diseñado para menores de doce años, refiriéndose a la Casa
Correccional de Paiba, creada en 1905, época en la cual se entretejían varios aspectos en relación
con la vagancia, la corrección y los infantes menesterosos y delincuentes.
Casa correccional de Piba, que según Pachón (Pachon, 2012) fue creada por medio de un
Decreto proferido por el alcalde de Bogotá Tadeo Prieto Solano en 1905, con el que estableció una
serie de determinaciones de reclusión sobre los vagos y ociosos; y ello implicó la recogida de las
calles de aquellos clasificados dentro esta población, entre los que estaban los niños de la infancia
expósita y menesterosa.
Sin embargo, precisa Pachón (Pachon, 2012) que la criminalización comienzo a tener
mayor relevancia sobre los discursos de caridad y beneficencia, al constituirse una percepción
colectiva sobre el aumento de los rateros, lazarillos y abandonados. Situación que permitió el
surgimiento de la persistencia por el control social y penal, de entreverar indigencia y menesteroso
como disposiciones para la delincuencia, lo que resultó de una especialización de las formas
jurídicas sobre lo que se tipificaría como actos delictivos, lo que llevaría a que la Casa de
Corrección de Paiba, bajo la administración de las Hermanas de la Caridad, recluyera a los infantes
menesterosos considerados como pequeños delincuentes.
32
Siguiendo con este referente historio, Pachón (Pachon, 2012) indica que según el informe
presentado por los médicos Bejarano y Sanmartín era necesario que establecimientos del carácter
de la Casa Correccional no estuvieran bajo la dirección de una comunidad religiosa, ya que los
castigos estaban bajo la férula de un maestro que no conocía “la naturaleza enferma de un niño
anormal”. Por tanto, según los médicos el sistema correccional era imperfecto, pues no brindaba
ningún provecho moral, en la medida en que, sumado a lo anterior, la educación sólo exigía rezar
oraciones, es decir que, además de la lectura y la escritura, no se contaba con estrategias que
encauzaran las voluntades enfermas por un buen sendero.
Otro inconveniente, según Bejarano y Sanmartín (Pachon, 2012) tenía que ver con la
mirada de las Hermanas de la Caridad, quienes contemplaban la vida desde aspectos distintos a los
que eran en realidad, asumiendo que los infantes menesterosos delincuentes eran verdaderos
criminales a quienes nada salvará de sus inclinaciones.
Bajo ese entendido, según (Pachon, 2012) empezaron a cobrar mayor relevancia los
discursos sobre la enfermedad de una población, producto de la degeneración cerebral y moral,
cuyas anormalidades formarían parte de las patologías individuales, que la simple consideración
de reformar y limpiar los vicios de la vagancia y la ociosidad. Por ello, la sociología de la
criminalidad infantil y la estadística proveían la tipificación de las diversas causas que contribuían
al aumento del delito en niños/as:
33
[...] las estadísticas del movimiento de adolescentes y niños que pasan y han
pasado por la cárcel de Paiba es algo que contrista el alma, y que llama a ser serias
meditaciones del porvenir que se les espera a todos aquellos niños a quienes ahoga la
miseria, y a quienes se les ofrece el mal ejemplo del hogar, agravado por factores
heredo-alcohólicos, específicos (Pachon, 2012).
Consideraciones a partir de las cuales se puede evidenciar que a inicios del siglo XX la
delincuencia juvenil además de ser vista como un problema social que requería de manera urgente
atención por parte del Estado, era estigmatizada como una enfermedad y a los niños se les
consideraba anormales - enfermos a causa del abandono y por la presunta degeneración moral y
cerebral propia de un ambiente social de relaciones viciadas. Es por ello, que según (Pachon, 2012)
la Casa de Corrección de Paiba y el Decreto de 1905 marcaron un tratamiento diferencial de la
reclusión de una infancia anómala, siendo la semilla para que más adelante, en 1920, se diera el
tratamiento jurídico dirigido exclusivamente al control de menores.
1.2.3 Creación de la jurisdicción especial para menores. Ley 98 de 1920 “Por la cual se crean
Juzgados y casas de reforma y corrección para menores”
Tras años de abandono e indiferencia del Estado en relación a los derechos de los niños,
niñas, y a adolescentes, constato que en 1920 se promulga en Colombia la primera ley que atendía
el tan evidente problema social de la delincuencia juvenil, problema que años atrás, tal vez tuvo
su origen en el maltrato y abandono de los padres hacia los hijos. Una ley que, si bien no era del
todo garantista con los derechos de los menores, fue el primer paso del legislador colombiano y de
la sociedad entera, en lo que sería un largo camino de construcción normativa en pro de
salvaguardar los derechos de los menores como anteriormente se les denominaba.
34
Es así, como a partir de ese sentimiento de culpa y necesidad de proteger a los menores que
la autoría cita las palabras de Agustín Nieto Caballero, escritor, educador y defensor permanente
de la infancia, que desde tiempo atrás ya venía solicitando al “elevado espíritu filantrópico” de la
capital, una coordinación de las “obras protectoras” que se encontraban dispersas y según él con
escasa eficacia:
Todos vosotros (…) habéis visto los infelices chiquillos que vagan por las
calles exhibiendo desnudez y miseria. Los habéis visto también, de noche,
amontonados en los quicios de las puertas, en las vecindades mismas de las
inspecciones de policía (…) Las criaturas desvalidas cuya vida nos aprieta el corazón,
son más desdichadas de lo que su misma apariencia miserable parece relatarnos. Nos
apiadamos de ellas porque sienten frío, y son más dignas de lástima por los vicios que
pesan sobre su débil estructura: han aprendido a mentir y a robar, y saben ya de
abyectas degeneraciones. Debían ser los renuevos de la raza y son sus desechos (…)
Nuestro sentimiento compasivo puede ir más lejos todavía: multitud de estos seres que
s e inician en la vida por oscuros caminos —y sin más guía que el vicio— son
pervertidos y explotados por sus mismos padres”. Sólo orientándose por una “causa
común”, “¡Cuántos seres salvaríamos así, para el hogar sano, para la ciudad alegre,
para la patria próspera! (El Tiempo, agosto 22 de1922: Por la infancia desamparada).
(Castrillon, 2014)
35
Llamado de auxilio en favor de la niñez que según Castrillon (Castrillon, 2014) hacia parte
de un sin número de consideraciones, conceptos, y posturas entorno a las cuales se discutía la
mejor forma de dar un tratamiento jurídico a este problema social comprendidos en exposiciones
de antecedentes o motivos de la Ley 98 de 1920. Escenario en el que finalmente, según Castrillón
(Castrillon, 2014) predomino la opinión que busca una combinación de la intervención educativa
con la intervención judicial, justificada en nombre de una moralización a ser recuperada en la vida
del menor, una vez transite por los juzgados y por sus servicios. Como ejemplo de esta postura
Castrillón (Castrillon, 2014) cita la presentación que la Comisión de Legislación Penal hace el 22
de octubre de 1920, en la que se expone:
No tenemos para qué entrar en análisis de las múltiples causas que han
determinado una mayor criminalidad en los tiempos que alcanzamos. Bástanos anotar
que entre nosotros la delincuencia infantil asume caracteres inquietantes que
preocupan con razón a sociólogos y moralistas. ¿No se han visto casos de niños
impúberes acusados de homicidio, reos de atentados contra la propiedad y
responsables de delitos graves contra la moral pública? Aún es quizá tiempo de poner
cortapisas al mal y de prevenir sus fatales proyecciones sobre nuestro desarrollo
colectivo (…) Pensando tal vez en estos arduos problemas, el Sr. Ministro de Gobierno
, autor del proyecto, propone que en los juicios contra menores, el Magistrado que se
crea por esta Ley tendrá siempre presente que se trata no tanto de castigar culpas cuanto
de formar el sentido moral del niños por los medios que da la educación, entre los
cuales puede figurar el castigo; por eso mismo dispone el proyecto que el veredicto del
Tribunal sea considerado como un proceso educativo y no como una condena criminal
que envuelva inhabilitación presente o futura e materias civiles o de otro orden (…)
(Castrillon, 2014)
readaptación social. El discurso presentado por el ministro señalaba que el interés de la Ley era la
protección vinculada, como lo cita Carrero:
Bajo ese entendido, fue entonces a partir de la Ley 98 de 1920 “Por la cual se crean
Juzgados y casas de reforma y corrección para menores” (Congreso de Colombia, 1920) que en
Colombia empezó la caracterización jurídica de un sujeto “el menor” que contenía a aquella
población infantil en situación irregular. Según su artículo 1 eran:
Artículo 1°. Los menores de diez y siete años y mayores de siete, que
ejecuten actos definidos por el Código Penal como delitos, o castigados por el Código
de Policía como infracciones, quedan sometidos a la jurisdicción de un funcionario
especial, que se denominará Juez de Menores, y sustraídos a la acción de los
sistemas de investigación y de penalidad aplicados a los mayores de edad, en
cuanto se opongan a las disposiciones de esta Ley. (Negrilla y subrayado fuera de
texto) (Congreso de Colombia, 1920)
Apartado normativo, del que se traduce que la Ley 98 de 1920 tenía como principal objetivo
someter a los menores que incurrieran en la comisión de conductas punibles o en infracciones, a
una jurisdicción especial en cabeza de un Juez de menores para sustraerlos del sistema penal que
regía para los adultos.
prohibición de ejercer ningún otro cargo público, y la obligación de destinar todo su tiempo al
estudio y resolución de los asuntos que cursaran en el juzgado. Con lo que se deja en evidencia la
importancia que para la ley revestían los casos de los menores.
Es decir que el juez podía intervenir en la vida del menor no solo cuando éste cometiera un
delito sino también cuando se encontrara en una situación irregular como abandono, vagancia,
prostitución, mendicidad, con necesidades básicas insatisfechas como la educación y la salud.
Inicialmente antes de la audiencia el Médico debía rendir un dictamen sobre el estado físico
y mental del menor, en el que informaría al juez de la condición de irregularidad en la que se
encontrara el menor a fin de determinar si esos factores pudieron influenciar al menor para cometer
los actos punibles por los que se juzgaba, dicho en otros términos correspondía al médico
determinar si la acción ejecutada por el menor, tipificada como delito o infracción, había sido
cometida por este en razón de la condición de abandono o necesidad en la que se encontrara. Así
como lo establecía el artículo 13° de la Ley 98 de 1920 (Congreso de Colombia, 1920):
Artículo 13° En todos los casos que se presenten, el Médico deberá informar
sobre el estado físico y mental del menor, y dará dictamen sobre la influencia que tal
estado pueda ejercer en los actos punibles que se juzgan. Este concepto, con los otros
documentos del juicio, será tenido en cuenta por el Juez para dictar su fallo. (Congreso
de Colombia, 1920)
Según el análisis de la norma realizado hasta este momento, es claro que la Ley 98 de 1920
(Congreso de Colombia, 1920) más que investigar, juzgar y castigar a los menores por las
conductas punibles o infracciones en las que incurrieran, pretendía proteger al menor delincuente
que se encontraba en una grave situación de irregularidad que no le permitía discernir entre lo que
era o no era correcto hacer, porque se encontraba cegado por la necesidad que atentaba contra su
propia existencia. Conclusión a la que llego, luego de estudiar las normas citadas anteriormente en
las que se evidencia que el juzgador no se planteaba interrogantes entorno al ¿quién? ¿como? Y
¿dónde? De la conducta cometida porque, contrario a ello, estaba más interesado en la situación
39
Artículo 22° El fallo del juzgado debe ser considerado como un proceso
educativo y no como una condena criminal que envuelva inhabilitación presente o
futura en materias civiles o de otro orden, pues esta Ley debe interpretarse en la forma
más conveniente para el estado físico y moral de los menores, y es con ese criterio con
el que debe resolverse cualquiera duda que pueda suscitarse para su aplicación. El Juez
y sus subordinados deben obrar en forma paternal y sin desviar el espíritu de esta Ley
por un mal entendido formulismo judicial. (Congreso de Colombia, 1920)
e) Internarlo a una casa de reforma y corrección por tiempo indeterminado hasta que
se obtenga el resultado de mejoramiento o de formación del sentido moral que se
persigue. (Congreso de Colombia, 1920)
Sin embargo, pese a la buena intención del legislador a simple vista logre avizorar los
inconvenientes de aplicación normativa que comprendieron la Ley 98 de 1920 (Congreso de
Colombia, 1920), el primero de ellos en relación a la ausencia de una etapa de investigación que
permitiera recolectar pruebas de la conducta punible por la que se investigaba al menor, porque
ello se traduciría en la ausencia de garantías procesales para los menores, quienes además de la
situación de irregularidad en la que se encontraban, por su escasa edad ya se encontraban en
desventaja frente a la parte denunciante, me pregunto entonces si tan solo bastaba la acusación de
un adulto o de otro menor para iniciar el proceso, en el que como ya vimos, el menor es sometido
a un examen físico y mental para luego ser objeto de una medida correctiva y orientadora. Podría
entonces considerarse que, con la Ley 98 de 1920 (Congreso de Colombia, 1920) el menor acusado
de haber cometido un delito o una infracción estaría siempre destinado a “pagar” de una u otra
forma por un acto que tal vez no habría cometido.
Por otra parte, surge un segundo cuestionamiento en torno a las medidas adoptas en el los
literales d y e del artículo 11° (Congreso de Colombia, 1920), toda vez, que no preveían un límite
de tiempo para el resguardo del menor en una casa de familia, o en un establecimiento industrial
o agrícola, o para el internamiento del menor en una casa de reforma y corrección, dado que la
misma norma indicaba que sería “por tiempo indeterminado” hasta que se obtuviera resultado de
mejoramiento o de formación del sentido moral del menor que se perseguía. Eventualidad ante la
41
cual, según el artículo 19° (Congreso de Colombia, 1920) el Juzgado podía reformar o modificar
su fallo en vista de las nuevas condiciones en que se encontrara el menor, bien fuere para regresarlo
a su hogar con su familia, o dejar al mayor de edad en libertad.
Dicho procedimiento obligaba a los funcionarios públicos y a las personas que hacían parte
de las casas de reforma corrección de llevar un estricto seguimiento de los casos de cada uno de
los menores, seguimiento que debía ser adelantado por el juez, para ello citando lo consignado en
el artículo 20° (Congreso de Colombia, 1920) encuentro que las casas de corrección, las colonias
agrícolas, y, en general todas las instituciones que guardaran menores, rendirían mensualmente al
juez un informe nominal y detallado sobre el estado de cada uno de los menores. Y así mismo, el
juez, de conformidad a lo establecido en el artículo 21° (Congreso de Colombia, 1920) debía visitar
mensualmente a los menores que se encontraran en la capital, y anualmente, por lo menos, a los
que se encuentren fuera de la ciudad.
Con lo que se evidencia que le proceso creado por medio de la Ley 98 de 1920 (Congreso
de Colombia, 1920) no finalizaba con el fallo como si ocurre actualmente, desde 1920 en Colombia
era obligación del juez hacer un seguimiento del estado en el que se centraba el menor y de su
mejoría para proceder a modificar la sentencia, imponiendo de esta forma una gran carga a los
servidores públicos que parecería imposible cumplir, en vista del sinnúmero de obligaciones a
cargo de una sola persona: 1. Juzgar a los menores que incurrieran en la comisión de conductas
punibles o infracciones; 2. Procesar a los menores que se encontraban en situación de irregularidad;
3. Hacer un seguimiento del estado de cada uno de los menores por tiempo indefinido, lo que hacía
que el proceso penal en contra del adolescente se extendiera por tiempo indeterminado.
Sin embargo, la Ley 98 de 1920 dispuso en su artículo 30° que en las capitales de los
Departamentos en donde estuvieren ya establecidas casas de reforma para menores, el Gobierno
establecería Juzgados, siempre y cuando, acorde a lo consignado en el artículo 31° (Congreso de
Colombia, 1920) el Poder Ejecutivo estudiara y comprobara que la aplicación de la Ley 98 de 1920
había generado resultados convenientes.
Luego de ello, en 1923 fue aprobada la Ley 15 del 03 de febrero de 1923 (Congreso de
Colombia, 1923) “sobre casas de menores y escuelas de trabajo” por medio de la cual se faculto a
las asambleas departamentales para disponer lo conveniente en el sentido de crear y sostener casas
destinadas a la protección y corrección de varones menores, que serían dirigidas por pedagogos,
de conformidad con lo que se practicaba en las escuelas anormales europeas y norteamericanas,
denominadas “casas de menores y escuelas de trabajo."
De modo que según el criterio de Castrillon (Castrillon, 2014) la puesta en marcha del
juzgado de menores en Bogotá, a pesar de haber sido el primero en instalarse y al que se le dio
mayor esfuerzo institucional, demostrando la eficacia administrativa y simbólica del país, no fue
un proceso lineal y ascendente, en camino hacia la deseada perfección de los dispositivos judiciales
y asistenciales de intervención. Al contrario, según la autora (Castrillon, 2014) las tensiones fueron
permanentes, tanto por la carencia de los recursos como por las cualidades profesionales y
43
personales de quienes estaban a cargo de los juzgados. Los impulsos jurídicos de innovación en la
asistencia y protección de la infancia por parte de sus precursores políticos e intelectuales, se
confrontaban no sólo con un panorama diferenciado de agentes y discursos a veces desligados, a
veces incongruentes entre sí, sino también con unas condiciones financieras y edilicias
insuficientes o precarias para llevar a cabo tamaña empresa regeneradora de “la infancia
abandonada/delincuente” como lo denomino Castrillon.
y completa (…) pero el Dr. Aguilera, consciente de la responsabilidad que iba a echar
sobre sus hombros, no quiso decidir su aceptación sin estudio previo, del que sacó la
triste convicción de que el juzgado de menores es, hoy por hoy, una institución inútil,
y así lo declaró al Tribunal en su excusa en la que llegó a esta penosa conclusión, que
coincide con lo que nosotros hemos expuesto en estas líneas: En cuatro años de
presupuesto de gastos del juzgado no ha servido sino para confortar el ocio amable de
un juez sin proceso, de un médico sin pacientes y sin drogas, y de cuatro empleados
más que ven discurrir los días bajo la paz de un silencio costoso(…) (El Tiempo, julio
21 de 1925: Ante el fracaso del Juzgado de menores).
Así las cosas, según Castrillon (Castrillon, 2014) el jurista José Arturo Andrade le exigió
al Congreso de la República que se ocupara de ese problema, no sólo para controlar que los
empleados devengaran “sueldo sin trabajo”, sino también para frenar las graves consecuencias del
mal manejo del juzgado, que se veía reflejado en “el aumento indiscutido de la criminalidad infantil
de la que dan fe las estadísticas y los funcionarios públicos que conocen de ella”.
En este informe, según Castrillon (Castrillon, 2014) el juez Nepomuceno Bernal explica la
situación de la cárcel de Paiba, en un intento de resaltar el buen funcionamiento de la cárcel en
correspondencia con la Ley 98 de 1920. Menciona la organización del juzgado, los funcionarios a
cargo, el médico que asiste a los internos, y explica con los registros que dan cuenta de la cantidad
45
de menores y del delito asignado, demostrado con ello cierto esfuerzo de rigor estadístico y
científico del juez, quien había sido fuertemente criticado por su trabajo en el juzgado de menores.
Como evidencia de ello, Castrillon (Castrillon, 2014) trascribe uno de los cuadros
estadísticos del juez Nepomuceno Bernal, en el que se observa el movimiento de los asuntos
ventilados por el juzgado de menores del 1 de julio de 1925 al 1 de julio de 1926, reflejando un
total de 482 delitos cometidos por menores de edad, dentro de los cuales se encuentran: Hurto
hombres 220, mujeres 60; heridas hombres 58, mujeres 14; robo hombres 33, mujeres 5; daño en
cosa ajena hombres 21, mujeres 2; abuso de confianza hombres 22, mujeres 3; vagancia hombres
47, mujeres 5; maltratos hombres 5, mujeres 3; homicidio hombres 3, mujeres 1, entre otros.
Sobre la reclusión, cita Castrillon (Castrillon, 2014) que el juez explicaba que los menores
generalmente eran recluidos por tiempos bastante largos, lo que podría ser útil si se pudieran
capacitar en algún oficio o profesión, dándoles también nociones básicas de enseñanza primaria,
como lo menciona en el mismo informe sobre el Juzgado de menores y la casa de corrección de
Paiba:
Pero acontece que en virtud de los escasos recursos que se han apropiado para
el servicio de esta, los menores recluidos tan solo reciben muy ligeros rudimentos de
enseñanza, y en cuanto a oficios, solo se dedican a laborar el fique o a aprender
nociones de zapatería, en un taller que no cuenta con ningún instrumental, y que ha
sido establecido allí por cuenta particular de las hermanas directoras de la casa (El
Tiempo, julio 24 de 1926). (Castrillon, 2014)
necesita contar también con un taller manejado por técnicos para la enseñanza de
carpintería, zapatería y mecánica. (Castrillon, 2014)
Por otra parte, resalta Castrillon (Castrillon, 2014) que los diversos actores que apostaron
por la “salvación” de los niños-menores buscaban legitimar una nueva división de la vida social
en la que la niñez sería una punta de lanza histórica, sobre la cual recaerían tanto los miedos
morales frente a las situaciones de mortalidad, delincuencia y abandono infantil, como los
proyectos políticos que intentaban trazar un camino hacia otras maneras de racionalizar y gestionar
el Estado y lo público.
1.2.5 Surgimiento del discurso de “niños peligrosos” que oriento el enfoque jurídico del
Código Penal de 1936 y el Código de Procedimiento Penal de 1938
En medio de los constantes debates sobre la implementación de la Ley 98 de 1920 tras diez
años de su promulgación, se presenta en Colombia una compleja situación en torno al tratamiento
jurídico de los menores que se habían vinculado a la ilegalidad y que se encontraban delinquiendo
por las calles de Bogotá sin control alguno, conformando incluso pandillas, lo que ocasionó que la
sociedad e incluso la presa denomina a los menores como “niños peligrosos”. Momento crítico
que según Galvis (Galvis G. H., 2012) inicio en la década de los 30s cuando una o varias pandillas
de “gamines” asesorados por experimentados delincuentes se dedicaron a saquear casas, atracar
solitarias mujeres y robar a los transeúntes que ingenuamente caminaba por las calles de la ciudad.
48
Bajo ese escenario, precisa Galvis (Galvis G. H., 2012) que a partir de las manifestaciones
de la prensa no se trataba de una cuadrilla, sino de varias cuadrillas que generalmente trabajan en
Bogotá, conformadas por niños criados para el crimen por los más hábiles ladrones, siendo un total
de no menos 500 menores enrolados en todo tipo de crímenes. Como evidencia de esta situación,
Galvis (Galvis G. H., 2012) cita la publicación del periódico El Tiempo del 6 de Junio de 1935
con la que se hace pública la captura de algunos miembros de la banda, en la que se relataba lo
sucedido de la siguiente forma:
Descripción policial en la que se muestra el repudio social a estos menores por los actos
criminales en los que incurrían, así mismo se percibe la falta de garantías en la captura de los
menores, puesto que por medio de la agresión eran intimidados con armas de fuego, y más aún
llama la atención que según la crónica los menores eran reconocidos estudiantes de la correccional
de Paiba, quienes en esta publicación fueron expuestos a la opinión pública con nombre completo
y alias.
49
Panorama que acorde con Galvis (Galvis G. H., 2012) resulto ocasionando un cambio del
concepto de menor como “objeto de protección” a menor como “objeto peligroso”, cambiando con
ello la legislación puesto que ya no sería la protección del menor que se pretendía con la Ley 98
de 1920, sino la búsqueda de la defensa social, es decir, la protección de la sociedad, aislándola de
lo anormal, de lo diferente, de lo que no conocemos, de lo peligroso con la Ley 95 de 1936 Código
Penal (Congreso de Colombia, 1936). En esa medida Galvis (Galvis G. H., 2012) asegura que:
En atención a ello, al hacer una revisión de la Ley 95 de 1936 Código Penal (Congreso de
Colombia, 1936) logre corroborar que el sistema penal en 1936 estuvo orientado a la determinación
de la mayor o menor punibilidad del delincuente, incluyendo a los menores y los adultos, es decir,
que contrario a lo expresado por Galvis el Código Penal de 1936 no tomo como referente u objetivo
principal la conducta anormal de los menores, dado que, direcciono el derecho penal de manera
general para todos los delincuentes, enunciando aspectos particulares para la imposición de las
sanciones, tales como la gravedad del delito, los motivos del delincuente, y la personalidad del
sujeto activo, tal y como lo establece el artículo 36 de la Ley 95 de 1936 Código Penal:
Artículo 36. Dentro de los límites señalados por la ley, se aplica la sanción al
delincuente según la gravedad y modalidades del hecho delictuoso, los motivos
determinantes, las circunstancias de mayor o menor peligrosidad que lo acompañen y
la personalidad del agente. (Congreso de Colombia, 1936)
50
En cuanto al tratamiento jurídico del menor conforme a la Ley 95 de 1936 Código Penal
(Congreso de Colombia, 1936) se puede observar según lo enunciado en el artículo 30 de la citada
ley, los menores de diez y ocho años que incurrían en las infracciones previstas en Código Penal
eran sometidos a las medidas de seguridad de que trataba el Capítulo II del Título II,
específicamente a las enunciadas en el artículo 61 de la siguiente forma:
Artículo 61. Son medidas de seguridad: a) Para los delincuentes a que se refiere el
artículo 29: La segregación en un manicomio criminal o en una colonia agrícola
especial; La libertad vigilada; El trabajo obligatorio en obras o empresas públicas; La
prohibición, de concurrir a determinados lugares públicos. b) Para los delincuentes a
que se refiere el artículo 30: La libertad vigilada; La segregación en una escuela de
trabajo o en un reformatorio. (Congreso de Colombia, 1936)
Normas atreves de las cuales se puede apreciar que las medidas de seguridad que se
imponían a los menores delincuentes no eran tan severas como lo habría esperado la sociedad en
aquel entonces, o por lo menos no reflejaban la angustia generalizada que sentía la sociedad
colombiana por frenar a toda costa la delincuencia juvenil, como si se puede observar en los
reportes periodísticos citados anteriormente. Según Galvis (Galvis G. H., 2012) estas medidas no
eran impuestas con el objeto de una compensación retributiva por la trasgresión culpable del
51
Derecho, sino para la seguridad futura de la comunidad frente a las posibles violaciones del
derecho por parte del autor.
Adicional a ello, conforme al artículo 614 para los juicios e menores de diez y ocho años,
el juez de menores, en la investigación sumaria, además de la comprobación de los elementos
exigidos en el artículo 294, estaba en la obligación de investigar especialmente lo siguiente:
del menor en la escuela, taller, casas, empresas y sitios que hubiere frecuentado o
donde hubiere residido; d) El actual estado físico y psíquico del menor y sus
antecedentes de la misma especie, así como los de sus ascendientes y hermanos; e) La
capacidad económica del menor y la de sus padres, parientes o personas de quienes
legalmente dependa o deba depender, y, f) Si se trata o no de un menor moralmente
abandonado. (Congreso de Colombia, 1938)
Seguido de ello, acorde a la Ley 98 de 1920 (Congreso de Colombia, 1920) una vez
oobtenidos los estudios, datos e informes que se requerían, el juez fijaría día y hora para la
audiencia, la cual se practicaba sin la presencia del menor y con asistencia del médico del Juzgado
de menores, del Director del reformatorio o de la escuela de trabajo, del Director del
establecimiento donde se hubiere observado al menor, y de los padres o hermanos o parientes más
próximos del menor si concurrieren. Precedido de la práctica de las pruebas, el juez luego de haber
oído el concepto de las personas que asistían a la audiencia, si era comprobado que el menor era
autor o participe de la infracción, si bien lo consideraba dictaría el fallo correspondiente, o lo haría
dentro de los tres días siguientes.
De lo que se concluye que con la Ley 94 de 1938 (Congreso de Colombia, 1938) el proceso
penal en contra de los menores empezó a ser garantista a diferencia del procedimiento estudiando
con la Ley 98 de 1920 “Por la cual se crean Juzgados y casas de reforma y corrección para
menores” en la que no existía una etapa de investigación por medio de la cual se determinada la
culpabilidad del menor.
53
Por tal motivo, con la expedición de la Ley 83 de 1946 (Congreso de Colombia, 1946) se
reafirma el ideal del Estado de brindar asistencia y protección al menor por medio de un proceso
penal en el que no se pretendía sancionar para castigar, sino corregir para reintegrar al menor a la
sociedad, tal y como lo expuso la Corte Constitucional en la Sentencia de 1953 (Corte
Constitucional , 1953).
Sin embargo, encuentro que en esta oportunidad, en la que se demandó la exequibilidad del
artículo 30 de la ley 83 de 1946 por considerarse que se vulneraba el derecho de defensa en juicio
y el alcance del derecho de litigar a favor de los abogados, toda vez que el articulo demandado
disponía que el proceso en contra del menor se adelantaría sin la presencia de una abogado; la
Corte Constitucional hace unas consideraciones respecto de las cuales aclara que el proceso penal
adelantado en contra de los menores distaba del proceso penal que se adelantaba en contra de los
adultos en el que se requería la presencia de una bogado pues el presunto delincuente si habría de
necesitar la defensa jurídica de un abogado, caso contrario sucedería entonteces en el caso de los
menores, puesto que para ellos el proceso penal implicaba la imposición de una medida con la que
se pretendía educar para reformar, mas no sancionar como reproche por la falta cometida, concepto
que se aparta de lo que sería el ejercicio mismo del derecho a la defensa de cualquier persona a la
que se acusare de haber incurrido en la comisión de una conducta punible sin tener en cuenta la
finalidad de la consecuencia judicial derivaba de la misma.
54
Por otra parte, la particularidad o aporte jurídico realizado por la Ley 83 de 1946 (Congreso
de Colombia, 1946) comprendió el reconocimiento y salvaguarda de los derechos de los menores
propendiendo la protección no solo de los menores que incurrían en la comisión de conductas
punibles, sino además protegiendo a los menores que se encontraran en estado de abandono, para
quienes la ley describió un proceso especifico de atención, medida con la que puedo presumir, se
trataba de evitar que esos mismos niños se dedicaran a delincuencia.
55
Además de ello, la Ley 83 de 1946 (Congreso de Colombia, 1946) dispuso el derecho que
tenían los niños de disfrutar de las condiciones necesarias para alcanzar su desarrollo corporal, su
educación moral e intelectual y su bienestar social, por lo que según lo establecido en el artículo
69 los padres estaban obligados al sostenimiento de sus hijos, y de conformidad a lo establecido
en el artículo 70 cuando el padre de un menor de diez y ocho años se negada a prestarle alimentos,
la madre, o el pariente más cercano del menor, o el menor mismo, podían acudir ante el Juez de
Menores, verbalmente o por escrito, en solicitud de que se obligara al padre al cumplimiento de su
deber. Así como también se reconoció el derecho de los menores de la paternidad.
De igual forma, vale la pena resaltar que gracias a la Ley 83 de 1946 (Congreso de
Colombia, 1946) por primera vez en Colombia se empezó hablar de “protección infantil”, dado
que, esta ley dispuso la creación del Consejo Nacional de Protección Infantil, integrado por cinco
miembros, elegidos para un período de tres años, así: uno nombrado por el Presidente de la
República que debía ser abogado especializado en ciencias penales; uno nombrado por el
Arzobispo Primado que debía ser sacerdote experto en sociología; uno por el Comité Nacional de
la Cruz Roja que debía ser muy versado en cuestiones médico-sociales de la infancia; uno
nombrado por la Sociedad Colombiana de Pediatría, que debía ser médico pediatra; y el quinto,
por el Juez de Menores de Bogotá, que debía ser especializado en ciencias de la educación de
díscolos y anormales.
De forma que se observa la forma en que el estado colombiano ya empieza a priorizar los
derechos de los niños, niñas, y adolescentes y se preocupaba con las necesidades básicas
insatisfechas de los menores que de una u otra forma los conducían, en muchas ocasiones, a la
delincuencia. Teniendo ello en cuenta, continuaremos con el estudio del compendio de normas que
regularon la delincuencia juvenil en Colombia y que son hoy en día los antecedentes históricos o
el origen de la actual legislación.
1.2.7 Ley 75 de 1968 por la cual se dictan normas sobre filiación y se crea el Instituto
Colombiano de Bienestar Familiar
Actuar del Estado colombiano con el que se permite entrever que una de las prioridades
del Gobierno era proteger a los menores y sus familias, y que sin lugar a duda se convierte en un
punto de partida de lo que fueron los antecedentes del tratamiento jurídico de los menores y el
desarrollo normativo que surgió luego de estas leyes.
57
Pese a ello, dejando de lado los aspectos positivos con la entrada en vigencia de la ley,
tenemos que según lo consagrado en el artículo 48 la Ley 75 de 1968 (Congreso de Colombia,
1968) redujo la edad penal de los 18 a los 16 años, hasta la expedición del Decreto 2737 de 1989.
Norma que expreso taxativamente:
Artículo 48. (Derogado por el Artículo 353 del Decreto 2737 de 1989). Para
todos los efectos legales de orden penal relacionados con menores de edad, ésta queda
reducida al máximo de dieciséis años. Quedan así modificados los artículos 30 del
Código Penal y 12 y 14 de la Ley 83 de 1946.
Veintiún años más tarde se expide el Código del Menor con el Decreto 2737 de 1989
(Congreso de Colombia, 1989) en marco del modelo de situación irregular. Norma que dispuso en
su artículo 1° que los menores de dieciocho (18) años que cometieran alguna infracción de la ley
penal, serían sometidos a las medidas de asistencia, y protección preceptuadas en esta Ley,
derogando de esta forma la disposición de la Ley 75 de 1968 que había reducido la edad a los
dieciséis años (16).
Según lo planteado por el Ministerio de Justicia y del Derecho (Ministerio de Justicia y del
Derecho, 2015) el Concepto de situación irregular aparece con ocasión de la Declaración de
Ginebra en 1924 y de la Declaración Universal de los Derechos del Niño (Naciones Unidas, 1959),
permitiendo con él, legitimar una acción judicial indiscriminada frente a todo “menor difícil”,
definida como toda condición de dificultad en la que se encontraban los menores de edad sin
discriminarlas o discernir entre ellas, razón por la cual, bajo este modelo, el tratamiento era el
mismo cuando el menor de edad se encontraba en abandono que cuando había infringido una ley.
Por ende, bajo el concepto de situación irregular los niños y adolescentes son concebidos como
objetos de protección sólo cuando se encuentran incursos en una situación que los hace “no saber”,
“no tener” o “no ser capaces”.
58
De esta manera, según el Ministerio de Justicia y del Derecho (Ministerio de Justicia y del
Derecho, 2015) mientras que la situación irregular permitía a los niños y adolescentes
desprotegidos, en abandono o peligro, una tutela permanente, en los adolescentes encontrados
penalmente responsables implicó un invasivo control y dominio que llevó a separarlos del
ambiente al que se atribuía la causa de sus desviaciones, y a un aislamiento que impidiese su
transformación en auténticos delincuentes una vez alcanzaran la vida adulta. No había diferencia
alguna en el tratamiento que una y otra población recibe, equiparando, como se dijo, el abandono
a la delincuencia, y termina por “criminalizarse la pobreza”.
Del mismo modo, en consideraciones del según el Ministerio de Justicia y del Derecho
(Ministerio de Justicia y del Derecho, 2015) el término que, quizás, mejor describe al modelo de
situación irregular es la de “los eufemismos”, pues bajo conceptos como “tutela”, “medidas” o
“educación”, se disfrazó a un sistema represivo, invasivo y desconocedor de los derechos
fundamentales que asistían a los menores de edad que cometían delitos, se tapó “un sistema
punitivo sin límites ni garantías”.
Aunado a ello, según las consideraciones de Galvis (Galvis G. N., 2012) el Código del
menor ubico al adolescente en el discurso de verdad de inimputable, como aquella persona que no
tenía la capacidad de comprender la ilicitud de su conducta y por ende, de determinar su
comportamiento de acuerdo con dicha comprensión, por falta de madurez sicológica, y como
consecuencia, se le imponían medidas de seguridad fundamentadas en el peligrosismo.
Procedimiento que según Galvis (Galvis G. N., 2012) se caracterizó por ser escrito, privado e
inquisitivo, en el cual, el juez adelantaba la etapa de instrucción y juzgamiento, y la sentencia que
dictaba era de única instancia.
Teniendo en cuenta tales consideraciones, para estructurar un concepto personal del Código
del Menor procederé a hacer un análisis de los apartados normativos del Decreto 2737 de 1989
(Congreso de Colombia, 1989) a efectos de determinar cuál era el tratamiento jurídico que recibían
los menores desde 1989 hasta 2006.
59
En esa medida, tenemos que según el artículo 30 del Decreto 2737 de 1989 un menor se
halla en situación irregular cuando:
Aparte normativo del que se puede concluir, que se entendía por situación irregular, todas
aquellas circunstancias de necesidad económicas, sociales, físicas, morales, y psicológicas que
afectaban el entorno normal del menor y que le impedían vivir en paz y armonía bajo el amparo
de sus derechos fundamentales, y que en algunos casos lo conducían, como víctima de la situación
de irregularidad a incurrir en conductas punibles. Para este último caso, por ser el que nos interesa
específicamente, se expondrá el trabamiento jurídico que recibían los menores que habían sido
autores o participes de una infracción penal, al respecto el Decreto 2737 de 1989 (Congreso de
Colombia, 1989) desde su artículo 163 hasta el artículo 219 disponía un proceso especial en el que
para todos los efectos, se consideraba penalmente inimputable el menor de dieciocho (18) años.
Bajo ese entendido, de conformidad a lo establecido en el artículo 178 del Decreto 2737 de
1989 (Congreso de Colombia, 1989) cuando el Juez de Menores o el Promiscuo de Familia del
lugar donde ocurriera el hecho tuviere conocimiento de oficio, o por denuncia o informe de
terceros, que un menor de dieciocho (18) años y mayor de doce (12) años, habría incurrido en
cualquiera de las conductas señaladas por la Ley como delito, debía iniciar la correspondiente
investigación, con el objeto principal de lograr su plena formación y su normal integración a la
familia y a la comunidad a través de una serie de medidas con carácter eminentemente pedagógico
y de protección. En cuanto a los casos de infracciones a la Ley penal en las que intervinieran como
autores o partícipes los menores de doce (12) años, eran competente los Defensores de Familia,
60
con la finalidad de ofrecerles la protección especial que su caso requiera y procurar su formación
integral.
Un proceso especial en el que conforme al artículo 164 del Decreto 2737 de 1989
(Congreso de Colombia, 1989), se respetarían las garantías procesales consagradas en la
Constitución y en las Leyes, especialmente las que se refieren a la presunción de inocencia, al
derecho de defensa y a ser informado de las circunstancias de su aprehensión. Es por ello que el
Decreto 2737 de 1989 prohibió la conducción de los menores inimputables mediante la utilización
de esposas o amarrados o por cualquier otro medio que atentara contra su dignidad. Así como
dispuso, que el menor infractor de doce (12) a dieciocho (18) años debía estar asistido durante el
proceso por el Defensor de Familia y por su apoderado, permitiendo además la intervención de los
padres en el proceso. Proceso en el que además el juez contaba con un equipo al servicio de los
juzgados de menores y los promiscuos de familia integrado por un médico, un sicólogo o un
sicopedagogo y un trabajador social.
Inicialmente, el artículo 179 del Decreto 2737 de 1989 (Congreso de Colombia, 1989)
preveía que el juez tenía la facultad si así lo determinaba de ordenar la práctica de diligencias
previas a la apertura formal del proceso con la finalidad de determinar si realmente se estaba frente
a la comisión de una conducta punible y si habían serios indicios para atribuir al menor la autoría
o participación en ella.
Por ende, si de la indagación preliminar se lograba determinar que no había mérito para
iniciar la investigación, el Juez, mediante auto, se abstendría de iniciar el proceso, contrario a ello,
si encontraba que el menor era “responsable” seguiría el curso de la investigación correspondiere.
61
Etapa de observación que conforme a lo dispuesto en el artículo 188 no podía ser superior
a sesenta (60) días, y se cumplía en un lugar en el que se le practicarían por el equipo
interdisciplinario los exámenes pertinentes y se llevaría a cabo el informe social relativo al medio
familiar. No obstante, la misma norma contemplaba una excepción conforme a la cual el Juez, de
oficio o a solicitud del Director del Centro de observación podía prorrogar la medida por causa
justificada hasta por treinta (30) días. Igualando de esta forma el termino dispuesto en la Ley 94
de 1938 Código de Procedimiento Penal (Congreso de Colombia, 1938).
62
Con ese propósito, según lo dispuesto en el artículo 190 del Decreto 2737 de 1989
(Congreso de Colombia, 1989) desde la apertura de la investigación o de la indagación preliminar,
el Juez podía ordenar la práctica de todas las pruebas que estimare convenientes o que los
interesados solicitaran dentro del proceso, siempre y cuando no atentaran contra la dignidad del
menor. Caso en el que serían admisibles todos los medios de prueba autorizados por el Código de
Procedimiento Penal y ellos tendrán el valor que en él se les asigna.
Bajo ese entendido, acorde a lo establecido en el artículo 195 del Decreto 2737 de 1989
(Congreso de Colombia, 1989) en la sentencia, el Juez establecería sin formalismos y con
precisión:
En consecuencia, corroboro como desde la vigencia del Decreto 2737 de 1989 (Congreso de
Colombia, 1989) ya se hacía referencia a la responsabilidad del menor, pero no con la misma
connotación que se tiene con la Ley 1098 de 2006 “Por la cual se expide el código de la infancia
y la adolescencia”.
o varias de las siguientes medidas, procurando, en cuanto fuere posible, que éstas se cumplieran
en el medio familiar o dentro de la jurisdicción a la cual perteneciera el menor, y con carácter
eminentemente pedagógico y de protección:
amenaza o violencia a las personas, por reiterada comisión de infracciones penales, o por
incumplimiento injustificado de la medida anteriormente impuesta.
Con ese propósito, el Estado establecería las instituciones cerradas en las cuales se
adelantarían los programas de rehabilitación para los menores infractores, de tal manera que su
ubicación debía obedecer a criterios de edad, madurez sicológica y otros que garantizaran la
eficacia de las medidas correctivas y de readaptación que se adopten.
Aunado ello, la misma norma disponía que el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar,
el Servicio Nacional de Aprendizaje y las entidades territoriales cofinanciarán la creación,
organización y funcionamiento de instituciones y servicios necesarios para la reeducación del
menor infractor y el cumplimiento de las medidas impuestas por el juez competente.
Por lo que, las decisiones del Juez, no tenían carácter definitivo y podían ser modificadas
o dejadas sin efecto por el mismo Juez competente, de oficio o a instancia del Defensor de Familia,
de su apoderado, de sus padres o del Director del Centro donde se centrará el menor. En
consecuencia, era obligación del Juez revisará de oficio, al menos cada tres (3) meses, las medidas
impuestas, solicitando para ello la colaboración de los equipos interdisciplinarios del Juzgado o de
las entidades del Sistema de Bienestar Familiar.
Finalmente tenemos que según el artículo 217 del Decreto 2737 de 1989 (Congreso de
Colombia, 1989) si estando vigente la medida el menor cumpliere dieciocho (18) años, ésta
continuaría en vigor hasta obtener su rehabilitación, pero no se podía prolongar más allá de la
fecha en que éste cumpla veintiún (21) años. Pese a ello, la misma norma consagraba que
66
De lo que se concluye que el proceso descrito por medio del Decreto 2737 de 1989
(Congreso de Colombia, 1989) si bien tenía toda la intención normativa de proteger a los menores
en situación de irregularidad, comprendía puntos de quiebre conforme a los cuales los derechos de
los menores podrían verse afectados, como lo fue el debate en torno a ser un proceso especial de
única instancia. Asunto que fue objeto de análisis por la Corte Constitucional en la Sentencia C-
019/93 (Corte Constitucional, 1993) al estudiar una demanda de inconstitucionalidad en contra del
articulo 167 conforme al cual, los Jueces de Menores o los Promiscuos de Familia conocerían en
única instancia de las infracciones a la ley penal en que intervinieran como autores o partícipes
los mayores de doce (12) años y menores de dieciocho (18) años.
Demanda que fue promovida por considerar, que esa norma atentaba contra el derecho
fundamental de toda persona a impugnar las sentencias condenatorias, que consagra el artículo 29,
inciso 4 de la Constitución Política.
Sin embargo, es necesario reconocer aquí que el artículo 167 del Código del
Menor está parcialmente modificado, (…) mediante la ley 12 de 1991, el Congreso
Nacional aprobó la Convención Internacional de Derechos del Niño, la cual en su
artículo 37 otorga a los niños privados de su libertad el derecho a un pronto acceso a
67
Consideraciones de la Corte Constitucional de la que se puede colegir que fue esta 1991
que el derecho a la doble instancia fue incorporado al proceso descrito en el Decreto 2737 de 1989
(Congreso de Colombia, 1989)
Por otra parte, sobre el Código del Menor Galvis (Galvis G. H., 2012) preciso que en el
siglo XX el discurso de verdad en torno al “menor”, se unió con el discurso de verdad “niños
peligros”, entonces, si un menor roba, no se miraba el delito mismo del robo, sino unos
comportamientos, es decir "la inmadurez sicológica"," la personalidad poco estructurada", "la mala
apreciación de lo real", "si los padres son alcohólicos" "si padece enfermedades mentales", “Si se
encuentra en situación de irregularidad”.
Sobre este planteamiento, argumenta Galvis (Galvis G. H., 2012) que este planteamiento
hace que se pase de la conducta del delito a la manera de ser, y hacer ver que esta última es el
delito mismo, ya que se espera el estado de generalidad en la conducta del sujeto. Desplazándose
la infracción, pues esta conducta si bien no infringe la ley, ya que ninguna ley prohíbe tener padres
alcohólicos, por ejemplo, lo que se quiere corregir es un nivel de desarrollo óptimo de tipo moral,
ético. Entonces lo que se va a construir es un doblete psicólogo ético del delito, es decir,
68
deslegalizar la infracción tal como la formula el código para poner detrás de ella un doble que es
lo anormal al sistema de reglas; psicológicas o morales. Lo que el juez tiene enfrente no será el
sujeto-menor sino un objeto: el objeto resultado de una tecnología y de un saber, readaptación,
corrección, Así las cosas, el menor se convierte en objeto de protección y al mismo tiempo
peligroso. Lo que conlleva a que una noción en donde se busca juzgar unos comportamientos
anormales de los niños, que no son el delito mismo, sino una situación irregular en que se
encontraba el menor.
Esta categoría de “menor” como objeto de cuidado, protección y al mismo tiempo peligroso
se verá reflejada en diferentes discursos normativos, como la Ley 98 de 1920, el Código Penal de
1935, el Código Procesal Penal de 1938 y el Código del Menor (Decreto 2737 de 1989), concepto
que cambia con la expedición de la Ley 1098 de 2006 “Por la cual se expide el código de la infancia
y la adolescencia”.
Casi simultáneamente a la Convención sobre los Derechos Del Niño adoptada por la
Asamblea General de las Naciones Unidas el 20 de noviembre de 1989 (Naciones Unidas, 1989)
fue promulgado el Código del Menor con el Decreto 2737 del 27 de noviembre de 1989 (Congreso
de Colombia, 1989). Luego de ello, doce (12) años más tarde, la convención es aprobada por el
Congreso de Colombia por medio de la Ley 12 del 22 de enero de 1991 (Congreso de Colombia,
1991).
con la que Colombia paso de ser un estado de derecho a ser un estado social de derecho en el que
se reconoce por primera vez a la familia como núcleo fundamental de la sociedad, y como resultado
de ello, se ordena al Estado y la sociedad garantizan la protección integral de la familia, siendo
prevalente los derechos de los niños sobre todos los demás integrantes de la familia.
Pese a ello, fue hasta expedición de la Ley 599 de 2000 Código Penal (Congreso de
Colombia, 2000) en la que se ordenó al Gobierno Nacional, la Fiscalía General de la Nación, la
Procuraduría General de la Nación y la Defensoría del Pueblo, la integración de una Comisión
Interinstitucional encargada de estudiar, definir y recomendar al Congreso de la República la
adopción de un proyecto de ley relativo al sistema de responsabilidad penal juvenil para personas
menores de dieciocho (18) años, toda vez, que según lo establecido en el artículo 33 de la citada
ley, los menores de dieciocho (18) años estarán sometidos al Sistema de Responsabilidad Penal
Juvenil.
Aparte normativo de la Ley 599 de 2000 Código Penal (Congreso de Colombia, 2000) que
fue demandado por ser considerado inconstitucional, ante el temor que le asistía al demandante,
de que la comisión constituida por el artículo 475 transitorio de la Ley 599 de 2000, para diseñar
el sistema de responsabilidad penal juvenil, replicara en el proyecto de ley los vicios en que
incurrió el Congreso cuando se pretendió regular la justicia de menores en el año de 1997, análisis
que hizo la corte en la Sentencia C-839/01 (Corte Constitucional, 2001).
Así las cosas, el 08 de noviembre de 2016 es promulgada la Ley 1098 de 2006 “Por la cual
se expide el código de la infancia y la adolescencia” (Congreso de la Republica, 2006). Al respecto,
exponer Galvis (Galvis G. N., 2012) que la Ley 1098 de 2006 es una norma inspirada en la
Doctrina de la Protección Integral a los estándares internacionales, la cual está orientada al
reconocimiento de los niños, niñas y adolescentes como sujetos de derecho y que implica que los
adolescentes no simplemente actúen como sujetos pasivos portadores de unos derechos
circunscritos a los objetivos y prioridades del mundo de las personas adultas, sino que puedan
gozar autónomamente de sus derechos y participen en la construcción de su realidad social y en
ese sentido hagan parte de las decisiones que sobre la misma, como en los procesos que se siguen
contra ellos con ocasión a su responsabilidad penal, en los cuales puedan manifestar su opinión en
el ámbito de la medida penal y de las políticas públicas que versen en la esfera de sus derechos.
Y agrega que por medio de este tipo de normar se han hecho un esfuerzo por posicionar el
discurso de verdad sobre “el adolescente” como sujeto de derecho, y en ese orden de ideas, se
proponen como un instrumento para la “adolescencia” y no solo para aquellos que tienen sus
necesidades básicas insatisfechas como ocurría en el Siglo XX con los “menores” que cuando se
encontraban en una situación irregular eran sometidos a un proceso judicial. Como consecuencia
de ello, se eliminan las internaciones que no estén vinculadas a la comisión comprobada de un
71
delito, y se busca crear un procedimiento más acorde con ese nuevo discurso en torno a la
adolescencia.
Así las cosas, la Ley 1098 de 2006 supera el sistema penal educativo protector del
tratamiento del adolescente infractor, en el cual el niño es tratado como objeto de protección y es
sometido a medidas de seguridad, para desarrollar ahora un sistema de responsabilidad, donde los
niños son considerados responsables de sus conductas punibles y son sometidos a un
procedimiento similar al de los adultos influenciado por el Sistema Penal Acusatorio, como
estudiaremos más adelante.
72
CAPITULO II
De tal manera, en este capítulo se hará un análisis del modelo de protección integral de los
niños, niñas, y adolescentes, acorde a los convenios y tratados internacionales ratificados por
Colombia, específicamente la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño de 1989
ratificada en Colombia por medio de la Ley 12 de 1991 (Congreso de Colombia, 1991), la cual es
complementada por las disposiciones de las Reglas Mínimas de Naciones Unidas para la
Administración de Justicia de Menores del año 1985 (Reglas de Beijing); Pacto Internacional de
Derechos Civiles y Políticos aprobada mediante la Ley 74 de 1968; la convención internacional
sobre los derechos del niño de 1989; las Reglas de las Naciones Unidas para la Protección de los
Jóvenes Privados de Libertad de 1990; y las Directrices de Naciones Unidas para la Prevención de
la Delincuencia Juvenil de 1990 (Directrices de Riad).
integral, en los aspectos de orden biológico, físico, síquico, intelectual, familiar y social. Porque
la población infantil es vulnerable y la falta de estructuras sociales, económicas y familiares
apropiadas para su crecimiento agravan su indefensión.
2.1.1 Reglas Mínimas de las Naciones Unidas para la Administración de Justicia de Menores
del año 1985 (Reglas De Beijing)
En consecuencia, se puede resaltar que otro de los principios orientadores de las Reglas de
Beijing (Asamblea de las Naciones Unidas, 1985) consistía en concebir la justicia de menores
como una parte integrante del proceso de desarrollo nacional de cada país que debía administrarse
en el marco general de justicia social para todos los menores, de manera que contribuyera a la
protección de los jóvenes y al mantenimiento del orden pacífico de la sociedad.
Justicia de menores que acorde a la regla 2.3 (Asamblea de las Naciones Unidas, 1985)
debía ser direccionada por cada jurisdicción nacional con la promulgación de un conjunto de leyes,
normas y disposiciones aplicables específicamente a los menores delincuentes, orientadas por
órganos e instituciones encargados de las funciones de administración de la justicia de menores,
enunciadas de la siguiente forma: 1.Responder a las diversas necesidades de los menores
75
delincuentes, y al mismo tiempo proteger sus derechos básicos; 2. Satisfacer las necesidades de la
sociedad; 3. Aplicar cabalmente y con justicia las reglas.
Todo ello, por medio de un proceso especial que según lo dispuesto en las Reglas de Beijing
(Asamblea de las Naciones Unidas, 1985) regla No.2 se aplicarían a los menores delincuentes con
imparcialidad, sin distinción de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política, origen nacional
o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición; menores definidos como todo
niño o joven al que se le hubiere imputado la comisión de un delito o se le considerare culpable,
que podía ser castigado por la comisión de ese delito en forma diferente a un adulto.
Por otra parte, se observa en la regla No.3 que se extiende el ámbito de aplicación de la
protección otorgada por las Reglas mínimas para la administración de la justicia de menores de
modo que abarcara los delitos previstos en diversos sistemas jurídicos nacionales y aquellas
conductas que no fueren punibles tratándose del comportamiento de los menores como por ejemplo
las ausencias injustificadas, desobediencia en la escuela y en la familia. Incluyendo la extensión
de los principios contenidos en las Reglas a todos los menores comprendidos en los procedimientos
relativos a la atención al menor y a su bienestar.
En cuanto a la edad de los menores responsables por haber incurrido en conductas punibles
las Reglas de Beijing (Asamblea de las Naciones Unidas, 1985) recomendaron a los Estados
Miembros no fijar a una edad demasiado temprana en atención de las circunstancias que
acompañan a la madurez emocional, mental e intelectual. Puntualmente se agrega:
Al respecto, debo aclarar que sin haber previsto el hacer aquí un análisis comparativo de
normas, me encuentro de frente con una realidad que me obliga a traer a colación las normas que
regularon las conductas delictivas de los menores en el siglo XX, toda vez que, a criterio personal,
en Colombia se acogió el concepto de edad mínima de responsabilidad penal desde la promulgación
de la Ley 98 de 1920 “Por la cual se crean Juzgados y casas de reforma y corrección para menores”
(Congreso de Colombia, 1920) año en el que inicio en el país la caracterización jurídica de un sujeto
“el menor” que contenía a aquella población infantil en situación irregular. Norma conforme a la
cual los menores de diez y siete años y mayores de siete, que ejecutaran actos definidos por el
Código Penal como delitos, quedarían sometidos a la jurisdicción de un funcionario especial, que
se denominaba Juez de Menores.
En cuanto al procedimiento penal de menores, luego de hacer una revisión del texto, se
corrobora que en las Reglas de Beijing (Asamblea de las Naciones Unidas, 1985) no se enuncia
un proceso específico a seguir, dada la complejidad de elaborar una definición de órgano o persona
competente para dictar sentencia que goce de aceptación universal.
En atención a ello, con las Reglas de Beijing (Asamblea de las Naciones Unidas, 1985) se
direcciona el proceso y se dejan claras unas pautas y reconocimiento de derechos para los menores,
conforme a las cuales se tiene que el procedimiento aplicable a los menores delincuentes debía
ceñirse a las reglas mínimas que se aplicaban en casi todo el con arreglo al procedimiento penal
conocido como «debido proceso legal», siendo un juicio imparcial y equitativo con garantías tales
como las enunciadas en la regla No.7; norma conforme a la cual, en todas las etapas del proceso
se respetarían las garantías procesales básicas tales como la presunción de inocencia, el derecho a
ser notificado de las acusaciones, el derecho a no responder, el derecho al asesoramiento, el
77
derecho a la presencia de los padres o tutores, el derecho a la confrontación con los testigos y a
interrogar a éstos y el derecho de apelación ante una autoridad superior.
Así como en la regla No.8 se dispuso la protección a la intimidad del menor para evitar que
la publicidad indebida o el proceso de difamación perjudicaran a los menores, por lo que se
prohibió la publicación de información que pudiera dar lugar a la individualización de un mejor
delincuente.
Por otra parte, según las Reglas de Beijing (Asamblea de las Naciones Unidas, 1985) regla
No.14 todo menor delincuente será puesto a disposición de la autoridad competente (corte,
tribunal, junta, consejo, etc.), que decidirá con arreglo a los principios de un juicio imparcial y
equitativo, en curso de un procedimiento que favorecerá los intereses del menor y se sustanciará
en un ambiente de comprensión, que permita que el menor participe en él y se exprese libremente.
En cuanto a las sanciones, según la regla No.18 de las Reglas de Beijing (Asamblea de las
Naciones Unidas, 1985) para mayor flexibilidad y para evitar en la medida de lo posible el
78
Reglas que sin lugar a duda se convirtieron en los pilares de los procesos adelantos en
contra de menores, y específicamente en el caso de Colombia, sobre ello la Corte Constitucional
en la Sentencia C-684/09 (Corte Constitucional, 2009) sostiene que las Reglas de
Beijing codifican, sistematizan y desarrollan estándares mínimos en la investigación y
juzgamiento de personas menores de edad reconocidos en el derecho internacional de los derechos
humanos, los cuales deben ser respetados en todos los casos de procesamiento de menores de edad
por violación de la ley penal. Puntualizando además que:
Sin embargo, llama la atención en Colombia se creó la jurisdicción de menores por medio
de la Ley 98de 1920 (Congreso de Colombia, 1920) “Por la cual se crean Juzgados y casas de
reforma y corrección para menores”, es decir sesenta y ciño años (65) antes de la aprobación de
las Reglas Mínimas de Naciones Unidas para la Administración de Justicia de Menores “Reglas
de Beijing” por parte de la Asamblea de las Naciones Unidas por medio de la resolución
(Resolución 40/33 del 29 noviembre 1985).
79
Una ley que, si bien no reflejaba todos los principios orientadores de las Reglas de Beijing,
permiten evidenciar que Colombia atendía de manera oportuna al problema de la delincuencia
juvenil y se preocupada por proteger a los menores en esa situación de irregularidad. Dejando con
ello una línea de tiempo normativa a través de la cual podemos conocer los avances legislativos
del tratamiento a la delincuencia juvenil, con el propósito de mejorar la protección que el Estado
brinda los niños, niñas y adolescentes desde 1920, sin retroceder con intenciones de mayor
punibilidad.
defensa del niño por medio de la cual se acogen algunos ideales de las normas que la antecedían,
tanto de la Ley 98 de 1920 “Por la cual se crean Juzgados y casas de reforma y corrección para
menores”, como de la Ley 95 de 1936 Código Penal (Congreso de Colombia, 1936), y la Ley 94
de 1938 (Congreso de Colombia, 1938), ley con la que se reafirma el ideal del Estado colombiano
de brindar asistencia y protección al menor por medio de un proceso penal en el que no se pretendía
sancionar para castigar, sino corregir para reintegrar al menor a la sociedad.
Precisando específicamente entorno a la delincuencia juvenil que ningún niño podía ser
sometido a torturas ni a otros tratos o penas crueles, inhumanas o degradantes. Así como también
prohíbe la imposición de pena capital ni la de prisión perpetúa sin posibilidad de excarcelación por
delitos cometidos por menores de 18 años de edad.
81
2.1.4 Reglas de las Naciones Unidas para la Protección de los Jóvenes Privados de Libertad
de 1990
Las Reglas de las Naciones Unidas para la protección de los menores privados de libertad
(Asamblea General de la Naciones Unidas , 1990), adoptadas por la Asamblea General de la
Naciones Unidas mediante Resolución 45/113 del 14 de diciembre de 1990, se inspiraron en las
Reglas de Beijing, como lo sostiene la Corte Constitucional en la Sentencia C-839/01 (Corte
Constitucional, 2001), con el objetivo fundamental de establecer un conjunto de normas mínimas
aceptadas por las Naciones Unidas para la protección de los menores privados de libertad en todas
sus formas, compatibles con los derechos humanos y las libertades fundamentales, con miras a
contrarrestar los efectos perjudiciales de todo tipo de detención y fomentar la integración en la
sociedad", para lo cual " el sistema de justicia de menores deberá respetar los derechos y la
seguridad de los menores y fomentar su bienestar físico y mental"."
Bajo ese entendido, considere pertinente traer a colación los principios y parámetros
definidos en las Directrices de las Naciones Unidas para la Prevención de la Delincuencia Juvenil
de 1990 (Directrices de Riad) (Organización de Naciones Unidas - ONU, 1990), en las que ese
enuncia claramente, como principios fundamentales, los siguientes:
83
Principios conforme a los cuales se puede precisar, que según las Directrices de Riad la
solución a la problemática de delincuencia juvenil es la prevención del delito desde las normas de
conducta básicas en la sociedad para evitar que los niños, niñas y adolescentes crezcan para
convertirse en sujetos objeto de reproche social por incurrir en la ilicitud, propósito conforme al
cual la política criminal del país debe abordar la delincuencia juvenil para regular o definir
mecanismos de prevención del delito por medio de programas con los que se propenda el bienestar
de los niños y niñas, función que exclusivamente recae en el Estado; de otra parte conforme a las
directrices la sociedad también desempeña un impórtate papel a la hora de prevenir la delincuencia
juvenil, puesto que el entorno en el que crecen los menores orientara el futuro de los pequeños
niños y niñas. Por otra parte las Directrices de Riad sugieren que no es correcta la estigmatización
de los jóvenes como delincuentes o criminales porque este tipo de denominaciones afectan de
manera negativa a los menores influyendo significativamente en la orientación permanente a su
conducta ilegal o indeseable.
84
2.2.6 Convención de los Derechos del Niño, Ratificada por Colombia por Medio de la Ley 12
de 1991
3. El derecho a que la causa será dirimida sin demora por una autoridad u órgano
judicial competente, independiente e imparcial en una audiencia equitativa conforme a la
ley, en presencia de un asesor jurídico u otro tipo de asesor adecuado y, a menos que se
considerare que ello fuere contrario al interés superior del niño, teniendo en cuenta en
particular su edad o situación y a sus padres o representantes legales.
CAPITULO III
Conforme a ello, el parágrafo 1° del citado artículo señaló que las entidades que hacen parte
del SRPA, tanto de las diferentes ramas del poder público como de niveles de gobierno, sumarian
esfuerzos para contar con un Sistema de Información Unificado e interinstitucional del SRPA, para
87
En ese sentido el parágrafo 2° del artículo 201 de la Ley 1450 de 2011 (Congreso de
Colombia, 2011) dispuso que el Gobierno Nacional tendría como uno de los ejes centrales en su
agenda de cooperación, los asuntos relativos al SRPA, tratándose de una prioridad en la gestión
técnica y financiera en la materia e incentivará la participación activa de la sociedad civil
organizada y del sector privado en los propósitos establecidos.
Proyecto que se materializo con el Decreto 1885 de 2015 (Congreso de Colombia, 2015)
por medio del cual se creó el Sistema Nacional de Coordinación de Responsabilidad Penal para
Adolescentes (Sncrpa) conformado por El Ministro de Justicia y del Derecho, el Ministro de Salud
y Protección Social, el Ministro de Educación Nacional, la Ministra de Cultura, el Presidente de la
Sala Administrativa del Consejo Superior de la Judicatura, el Presidente de la Sala Penal de la
Corte Suprema de Justicia, el Fiscal General de la Nación, el Director del Instituto Colombiano de
Bienestar Familiar, el Director del Departamento Administrativo de Planeación Nacional, el
Director de la Policía Nacional, el Director del Servicio Nacional de Aprendizaje (SENA), y el
Director del Sistema Nacional de Juventud o su delegado.
trata de un “sistema” y, por tanto, debe ser abordado desde un enfoque integrador. Los esfuerzos
individuales de los funcionarios son muy importantes y en muchos casos constituyen buenas
prácticas, sin embargo, el buen funcionamiento de un sistema depende de la articulación y de la
forma.
Concepto con el que evidentemente me encuentro en acuerdo, por ello, tenido estas
consideraciones en cuenta más adelante se hará un análisis de las normas fundamentales del de la
Ley 1098 de 2006 Código de la Infancia y la Adolescencia (Congreso de la Republica, 2006) para
luego dar una mirada a los Centros de Atención Especializada, puesto que es en esta instancia en
la que el tratamiento jurídico de los menores se cumple a cabalidad convirtiéndose en la única
oportunidad del Estado para brindar la atención necesaria a los niños, niñas, y adolescentes
vinculados a investigaciones penales.
Por otra parte se observa que conforme a lo establecido en el artículo 142 de la Ley 1098
de 2006 Código de la Infancia y la Adolescencia (Congreso de la Republica, 2006) las personas
90
menores de catorce (14) años, no serán juzgadas, declaradas responsables penalmente, ni privadas
de libertad, bajo denuncia o sindicación de haber cometido una conducta punible.
Contrario a ello, la persona menor de catorce (14) años deberá ser entregada
inmediatamente por la policía de infancia y adolescencia ante la autoridad competente para la
verificación de la garantía de sus derechos de acuerdo con lo establecido en la ley.
Conforme a ese precepto, dispone la misma norma citada, que si un niño o niña o un
adolescente menor de catorce (14) años es sorprendido en flagrancia por una autoridad de policía,
esta lo pondrá inmediatamente o a más tardar en el término de la distancia a disposición de las
autoridades competentes de protección y restablecimiento de derechos. Y si es un particular quien
lo sorprende, deberá ponerlo de inmediato a disposición de la autoridad policial para que esta
proceda en la misma forma.
Propósito para el cual, el mismo artículo dispuso que el Instituto Colombiano de Bienestar
Familiar establecería los lineamientos técnicos para los programas especiales de protección y
restablecimiento de derechos, destinados a la atención de los niños, niñas o adolescentes menores
de catorce (14) años que han cometido delitos. Sin embargo tras la entrada en vigencia de la Ley
1098 de 2006, transcurrieron tres (3) años para que dichos lineamientos fueren aprobados por
medio de la Resolución No.4594 del 20 de octubre de 2009 (ICBF, 2009). En atención a ello,
91
pasaremos a estudiar cual es el tratamiento jurídico que recibe un niño o niña menor de catorce
(14) años que han cometido delitos y un adolescente de catorce (14) y dieciocho (18) vinculado a
un proceso de responsabilidad penal.
Según lo descrito en el lineamiento (ICBF, 2009) cuando el niño, niña o adolescente menor
de catorce (14) años sea sorprendido en flagrancia por una autoridad de policía, deberá ponerlo
92
1. Poner al niño, niña o adolescente menor de catorce (14) años de manera inmediata
o a más tardar en el término de la distancia a disposición del Defensor de Familia,
Comisario de Familia, Inspector de Policía, según sea el caso. Si llegado el caso la puesta
a disposición se efectuare en horas de la noche o incluso en la madrugada, la Policía
Nacional - Policía de Infancia y Adolescencia deberá coordinar con la Autoridad
Administrativa competente (Defensor de Familia, Comisario de Familia, Inspector de
Policía, según sea el caso), lo referente al traslado del niño, niña o adolescente menor de
catorce (14) años a su Medio Familiar, al Centro de Emergencia más cercano a la
localidad o cualquier otra medida que garantice su protección integral.
7. Indagar las circunstancias de tiempo, modo y lugar en que se llevaron a cabo los
hechos y recolectar los elementos o materiales probatorios y la evidencia física con
cadena de custodia. Trasladar y entregar las evidencias a la Fiscalía General de la Nación.
8. Levantar un acta en la misma escena del delito, en la que se relacionen todos los
elementos de prueba o evidencias utilizados por el niño, niña o adolescente menor de
catorce (14) años para la comisión del delito o de todos aquellos elementos a los que haya
llegado a tomar posesión durante la comisión del mismo.
Según el proceso descrito en la directiva (ICBF, 2009) una vez llegue a su conocimiento
por medio de la Fiscalía General de la Nación, por medio de denuncia, querella, petición especial
o por cualquier otro medio idóneo, esta realizará la indagación e investigación de los hechos que
revistan características de delito, la Fiscalía General de la Nación deberá:
1. Investigar los móviles o las causas de la conducta punible, para lo cual deberá
determinar claramente la presencia o no de posibles autores, determinadores y/o
partícipes que eventualmente tengan parte en la comisión de la(s) conducta(s) y la(s)
consecuencia(s) jurídica(s) del delito que fueron desplegadas por el niño, niña o
adolescente menor de catorce (14) años.
94
2. Se llevará a cabo, una investigación por la comisión del delito, cuando se tengan
indicios sobre la participación de una persona llamada a responder penalmente;
recordando que de acuerdo con el artículo 29 de nuestro Código Penal, quien se vale de
menores de edad para cometer delitos se hace acreedor a la pena prevista en dicho Código
para el delito correspondiente en calidad de autor, esto es como si él mismo lo hubiera
ejecutado y adicionalmente la pena será agravada.
En caso de entrega voluntaria del niño, niña o adolescente menor de catorce (14) años la
Policía Nacional - Policía de Infancia y Adolescencia, a la mayor brevedad posible deberá proceder
a:
1. Dejar constancia por medio de acta de lo manifestado libre y espontáneamente por
el niño, niña o adolescente en el primer contacto tenido; siempre que no sea producto de
una entrevista formal.
3. Ubicar e informarle sobre la situación a los padres o representantes legales del niño,
niña o adolescente.
Una vez la Policía Nacional - Policía de Infancia y Adolescencia haya llevado a cabo la
primera parte del proceso, la Autoridad Administrativa competente: el Defensor de Familia, o el
Comisario de Familia, el Inspector de Policía, según sea el caso, deberá:
2. Constatar las diligencias anexas al caso como son: (i) La identificación del niño o
niña o adolescente. (ii). El acta de buen trato físico, psicológico y moral. (iii). El informe
de policía en el que se indique día, hora y lugar en que se efectuó el procedimiento. (iv).
El acta de levantamiento de elementos de prueba o evidencias utilizados por el niño, niña
96
o adolescente menor de catorce (14) años para la comisión del delito, o de aquellos a los
cuales accedió a la posesión con la conducta delictiva.
4. Llevar a cabo la verificación de derechos de acuerdo con los artículos 20, 52 y 138
del Código de la Infancia y la Adolescencia.
7. Dar aplicación de medidas provisionales de urgencia a favor del niño o niña para
su protección integral. Si el caso lo amerita.
Por otra parte, conforme a la directiva (ICBF, 2009) los niños, niñas y adolescentes
pertenecientes a grupos étnicos gozan de derechos especiales consagrados en los Tratados
Internacionales, la Constitución y la Ley, los cuales deben ser respetados durante todos los
procesos que adelante la autoridad administrativa competente. Cuando un niño, niña o adolescente
97
2. Informar por el medio más expedito del caso a la Autoridad Tradicional competente,
quien deberá, en primera instancia, realizar el restablecimiento de los derechos según las
normas y procedimientos propios de la comunidad.
2. Retiro inmediato del niño, niña o adolescente de la actividad que amenace o vulnere
sus derechos o de las actividades ilícitas en que se pueda encontrar y ubicación en un
programa de atención especializada para el restablecimiento del derecho vulnerado.
Medidas con las que se pretende brindar protección integral a los niños, niñas, y
adolescentes que se vean incursos en esta clase de procesos, es por ello, que en la implementación
y ejecución de esta clase de medidas se convierten en el eje central del éxito o fracaso de todo el
proceso de protección. Bajo ese entendido, pasaremos a analizar cada una de estas medidas así
como la ruta de atención, a fin de determinar de qué forma se brinda protección integral a nuestros
niños.
3.2.3.1 Amonestación
1. Restablecer los derechos vulnerados de los niños, niñas y adolescentes y brindar las
condiciones para su pleno ejercicio durante la permanencia en el servicio.
99
2. Acompañar a los niños, niñas y adolescentes y sus familias y facilitar espacios para la
elaboración de situaciones traumáticas y duelos de su historia de vida.
Con ese propósito, según lo establecido en la directiva (ICBF, 2009) la permanencia del
niño o niña está supeditada a la consideración de la autoridad competente, quién según el artículo
103 del Código de la Infancia y la Adolescencia sobre el carácter transitorio de las medidas
“….podrá modificarlas o suspenderlas cuando esté demostrada la alteración de las circunstancias
que dieron lugar a ellas.” Sin embargo, se estima una rotación de un (1) niño por cupo al año, sin
desconocer que en situaciones excepcionales, será necesario prolongar esta permanencia por el
tiempo que sea necesario.
Por otra parte, se corrobora que también se emplean centros de atención especializados –
externado, los cuales, según la directiva (ICBF, 2009) son un servicio de protección integral en
medio socio-familiar consiste en una jornada de atención de cuatro (4) horas diarias, alterna a la
jornada escolar. Para esto, los niños y adolescentes ubicados en este servicio vivirán con sus
propias familias y asistirán a las jornadas que le brinden la Institución o Programa.
Conforme a la directiva (ICBF, 2009), los hogares gestores hacen parte de una modalidad
de servicios para la protección integral de niños, niñas y adolescentes y sus familias que se
encuentran en situación de vulnerabilidad socioeconómica y al tiempo cumplen condiciones y
factores protectores mínimos en sus relaciones familiares. Por lo tanto esta modalidad de atención
puede ser adoptada como respuesta a una medida de ubicación en medio sociofamiliar para
restablecimiento de los derechos, por parte de la autoridad administrativa competente sobre los
niños, niñas y adolescentes menores de catorce (14) años que se presuma o hayan incurrido en
comisión de un delito.
Finalmente, otro de las medidas descritas en la directiva (ICBF, 2009) son los centros de
emergencia, instituciones de protección en internado (24 horas del día) para la ubicación inmediata
101
y provisional del niño, niña o adolescente menor de catorce (14) años que se presuma o haya
incurrido en la comisión de un delito.
Centro que conforme a la directiva (ICBF, 2009) es de carácter abierto, lo cual significa
que no impide la salida voluntaria de los, niños, niñas y adolescentes allí ubicados y por lo tanto
NO existe privación de la libertad. Pueden ser enviados los niños y niñas menores de catorce (14)
años, cuando habiendo sido sorprendidos en flagrancia en la comisión del delito o cuando la
autoridad administrativa competente lo determine. Medida procedente en los casos en que no
procede la ubicación en los hogares de paso. Por lo que la misma directiva indica que esta medida
NO es indispensable, por ende las autoridades administrativas competentes deberán privilegiar la
ubicación de los niños, niñas y adolescentes en su red familiar nuclear o extensa.
Medidas con las que en teoría se garantiza la protección integral de los niños, niñas y
adolescentes menores de 14 años que se presuma o hayan incurrido en la comisión de un delito,
por lo que será necesario, más adelante, hacer un análisis de la situación actual de los centros de
atención especializados, dado que, es en esa instancia que la que el proceso de protección debe
cumplir con sus objetivos.
todas las actuaciones del proceso y en las etapas de indagación, investigación y del juicio, el
adolescente deberá estar acompañado por el Defensor de Familia, quien verificará la garantía de
los derechos del adolescente.
Disposiciones normativas con las que sin lugar a duda, se pretende proteger la integridad
de los niños, niñas y adolescentes, a quienes a pesar de estar vinculados a una investigación penal,
se les deben respetar todos y cada uno de sus derechos con especial cuidado y atención. Al igual
que se propende por la protección psicología de los niños, niñas y adolescentes, a favor de los
cuales el artículo 147 del Código de la Infancia y la Adolescencia (Congreso de la Republica,
2006) restringe la asistencia de público a las audiencias del sistema de responsabilidad penal para
adolescentes en caso de que el juez llegara a considerar que la publicidad del procedimiento expone
a un daño psicológico al niño, niña o adolescente.
Por otra parte, encontramos que en el artículo 159 del Código de la Infancia y la
Adolescencia (Congreso de la Republica, 2006) se prohíbe la estructuración de antecedentes,
según la norma las sentencias proferidas en procesos por responsabilidad penal para adolescentes
no tendrán el carácter de antecedente judicial, porque los registros son reservados y solo pueden
ser utilizados por las autoridades judiciales competentes para definir las medidas aplicables cuando
se trate de establecer la naturaleza y gravedad de las conductas y la proporcionalidad e idoneidad
de la medida.
1. Los Fiscales Delegados ante los Jueces Penales para adolescentes, quienes se ocuparán
de la dirección de las investigaciones en las cuales se encuentren presuntamente
comprometidos adolescentes, como autores o partícipes de conductas delictivas.
3. Las Salas Penales y de Familia de los Tribunales Superiores de Distrito Judicial que
integrarán la Sala de Asuntos Penales para adolescentes en los mismos tribunales, ante
quienes se surtirá la segunda instancia.
6. La Policía Nacional con su personal especializado quien deberá apoyar las acciones de
las autoridades judiciales y entidades del sistema.
10. Las demás Instituciones que formen parte del Sistema Nacional de Bienestar Familiar.
Entidades que tiene la función de garantizar el respeto por los derechos de los adolescentes
inversos en conductas punibles; situación con la que se evidencia que el tratamiento jurídico que
recibían los niños, niñas, y adolescentes ha cambiado significativamente, toda vez que el mismo
hoy en día a obligado al Estado a direccionar su actuar por medio de un grupo de funcionarios y
dependencias, a brindar los medios y mecanismos necesarios a fin de proteger a los jóvenes que
se encuentran vinculados a investigaciones penales.
Uno de los errores comunes en los que incurrimos algunos estudios del derecho, es el de
idealizarnos un sistema de responsabilidad penal para adolescentes en el que no hay cabida para
las sanciones como consecuencia jurídica por incurrir en un delito, contrario a ello, lo cierto es,
que en el sistema de responsabilidad penal para adolescentes si se hace referencia a las sanciones.
105
Ahora bien, teniendo en cuenta lo establecido en el artículo 177 del Código de la Infancia
y la Adolescencia (Congreso de la Republica, 2006) son sanciones aplicables a los adolescentes a
quienes se les haya declarado su responsabilidad penal:
1. La amonestación.
4. La libertad asistida.
Sanciones que según el artículo 178 del Código de la Infancia y la Adolescencia (Congreso
de la Republica, 2006) tienen una finalidad protectora, educativa y restaurativa, y se aplicarán con
el apoyo de la familia y de especialistas. Razón por la cual la ley obliga al juez a tener en cuenta
las siguientes situaciones:
3.3.2.2 Amonestación
Otra de las sanciones definidas en el Código de Infancia y Adolescencia son las reglas de
conducta, definida en el artículo 183 como la imposición por la autoridad judicial al adolescente
de obligaciones o prohibiciones para regular su modo de vida, así como promover y asegurar su
formación. Sanción que no podrá exceder los dos (2) años.
Por otra parte, el Código de Infancia y Adolescencia en su artículo 186 adopta como
sanción el internamiento en medio semi – cerrado, consistente en la vinculación del adolescente a
un programa de atención especializado al cual deberán asistir obligatoriamente durante horario no
escolar o en los fines de semana. Sanción que según el código no podrá ser superior a tres años.
108
En ese sentido, el artículo 160 (Congreso de la Republica, 2006) define como privación de
la libertad, toda forma de internamiento, en un establecimiento público o privado, con personal
adecuado, instalaciones suficientes, medios idóneos, y experiencia probada; ordenada por
autoridad judicial, del que no se permite al adolescente salir por su propia voluntad. Lugares que
por disposición normativa deben cumplir con las condiciones de seguridad para evitar la evasión
de los adolescentes.
En ese mismo sentido el artículo 187 del Código de la Infancia y la Adolescencia (Congreso
de la Republica, 2006) dispone que la privación de la libertad en centro de atención especializada
se aplicará a los adolescentes mayores de dieciséis (16) y menores de dieciocho años (18) que sean
hallados responsables de la comisión de delitos en cuyos casos la privación de libertad en centro
de atención especializada tendrá una duración desde un (1) año hasta cinco (5) años.
contra la libertad, integridad y formación sexual. Casos en los que la privación de libertad en centro
de atención especializada tendrá una duración desde dos (2) hasta ocho años (8), con el
cumplimiento total del tiempo de sanción impuesta por el juez, sin lugar a beneficios para redimir
penas.
Bajo ese entendido, el Código de Infancia y Adolescencia aclara que los Centros de
Atención Especializada prestarán una atención pedagógica, específica y diferenciada entre los
adolescentes menores de dieciocho años de edad y aquellos que alcanzaron su mayoría de edad y
deben continuar con el cumplimiento de la sanción. Esta atención deberá incluir su separación
física al interior del Centro, así como las demás garantías contenidas en la Constitución Política y
en los Tratados o Convenios Internacionales de Derechos Humanos ratificados por Colombia, en
especial, la Convención sobre los Derechos del Niño.
Sin embargo, se debe tener en cuenta que en los casos en que el adolescente haya sido
víctima del delito de constreñimiento de menores de edad para la comisión de delitos o
reclutamiento ilícito no se aplicará privación de la libertad.
1. Ser mantenido preferentemente en su medio familiar siempre y cuando este reúna las
condiciones requeridas para su desarrollo.
110
3. Recibir servicios sociales y de salud por personas con la formación profesional idónea,
y continuar su proceso educativo de acuerdo con su edad y grado académico.
7. A que su familia sea informada sobre los derechos que a ella le corresponden y respecto
de la situación y los derechos del adolescente.
derecho a la educación de los adolescentes y jóvenes en conflicto con la ley penal, armonizo y
adecuo una oferta educativa en el marco del Sistema de Responsabilidad Penal para Adolescentes
(SRPA) y, así mismo, definió los requisitos generales para que las entidades territoriales
certificadas centraran el servicio educativo para la atención de la población que ingresa al sistema
de Responsabilidad Penal para Adolescentes por la comisión de delitos, a quienes se les imponen
medidas o sanciones privativas de la libertad.
Ahora bien en caso de la prestación del servicio educativo para los adolescentes o jóvenes
que se encuentren en el Sistema de Responsabilidad Penal para Adolescentes (SRPA) con medidas
no privativas de la libertad, el Decreto 2383 de 2015 (Presidente de la Republica, 2015) prevé que
las instituciones educativas que tengan adolescentes o jóvenes matriculados, que formen parte del
sistema de Responsabilidad Penal para Adolescentes (SRPA) con medidas o sanciones no
privativas de la libertad, deberán asegurar la permanencia y continuidad del estudiante en su
plantel, y garantizar la prestación del servicio educativo con observancia de los lineamientos
educativos que disponga el Ministerio de Educación Nacional para esta población.
Así mismo el Decreto 2383 de 2015 (Presidente de la Republica, 2015) dispone que en
caso de que el adolescente o joven que forme parte del Sistema de Responsabilidad Penal para
Adolescentes (SRPA) con medida o sanción no privativa de la libertad, se encuentre fuera del
113
jóvenes en tensión con la ley, de ahí que, antes del Decreto 2383 de 2015, la preferencia era atender
esta población con modelos de educación para adultos, oferta que es insuficiente frente a las
necesidades de educación integral de los estudiantes. Por lo anterior, según el Ministerio de
Educación, las propuestas educativas para adolescentes en conflicto con la ley deben pensarse
según los parámetros de una oferta educativa “regular”. Esta ha de reconocer la condición de
extraedad, pues la intencionalidad de reglamentación específica es ofrecer al estudiante del SRPA
una oportunidad de reingresar a un sistema escolar que facilita la orientación de proyectos de vida
en la legalidad.
Lo que requiere, según el Ministerio de Educación, una articulación del sistema educativo
con el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF) y otras instancias del Sistema de
Responsabilidad Penal para Adolescentes; por ello, las secretarias de educación y las instituciones
educativas deben gestionar y desarrollar acciones conjuntas con el Sistema Nacional de Cultura,
Coldeportes, el Sena, entre otros. Consideración con la que coincido por ser esta la etapa más
importante dentro del proceso de atención de los jóvenes en conflicto con la ley, de modo tal, que
a continuación se expondrá cuáles fueron los hallazgos encontrados luego de dar una mirada a los
centros de atención especializada en Colombia para niños, niñas, y adolescentes, porque es en ese
punto en el que el SRPA puede empezar a transformar la vida de estos pequeños, es la educación
la oportunidad de los niños de tener un mejor futuro.
Tras un largo proceso de investigación jurídica que deja como resultado un esquema
general del tratamiento jurídico de la delincuencia juvenil en Colombia, logre corroborar que en
teoría contamos con los postulados normativos necesarios para contrarrestar este flagelo en nuestro
país, porque la ley nos ha dado las herramientas necesarias para atender a los jóvenes que por una
u otra razón se han visto inmersos en la comisión de conductas punibles. Pese a ello, con gran
angustia me permito afirmar que más allá de la reglamentación del tratamiento jurídico de la
delincuencia juvenil en Colombia, nos encontramos con una realidad que dista de la atención y
protección integral descrita la Ley 1098 de 2006 Código de la Infancia y la Adolescencia
115
(Congreso de la Republica, 2006), toda vez, que el Sistema de Responsabilidad para Adolescentes
se encuentra en una evidente crisis que ha afrontado altibajos por más de cinco (5) años, si tenemos
en cuenta que desde el año 2012 se escuchaban las primeras voces sobre los inconvenientes que
enfrentaba el sistema.
Evidencia de ello, fue la publicación realizada por El Universal (El Universal, 2012) en la
que se afirmó que el Gobierno Nacional, en cabeza del entonces director del Instituto Colombiano
de Bienestar Familiar (Icbf), Diego Molano, reconoció los problemas de hacinamiento en los
centros de reclusión para menores de edad del país, que obedecía al incremento de menores
vinculados a delitos con responsabilidad penal; al respecto Molano afirmo (El Universal, 2012)
que dicho incremento afecto el número de cupos que el Bienestar Familiar había designado
copando su capacidad, por lo que implementaría un plan de choque para poder tener mayor
capacidad.
Adicional a ello, en la misma publicación del El Universal (El Universal, 2012) se expuso,
que el director de Infancia y Adolescencia de la Policía, general Nicolás Muñoz Martínez, admitió
que se habían tenido casos de policías involucrados en maltrato en contra de adolescentes,
eventualidades ante las cuales, según Muñoz, de manera inmediata se habían asumido las acciones
disciplinarias y en coordinación con la Fiscalía se han llevado las acciones penales pertinentes.
Irregularidades que también fueron señaladas por la procuradora delegada para la Infancia,
Ilva Myriam Hoyos, quien dijo en entrevista con El Universal (El Universal, 2012) que habían
malos tratos en los centros de reclusión para los menores infractores, afirmando que era tan
lamentable la situación que se habían tenido que interponer acciones de tutela por la violación de
Derechos fundamentales en esos centros penales. Oportunidad en la que la procuradora señalo que
el centro El Redentor no habían completas instalaciones sanitarias y además que en algunos centros
juveniles se estaba vulnerando el derecho a la salud y la dignidad.
Así mismo Hoyos (El Universal, 2012) manifestó que algunos jóvenes tenían que dormir
en el piso uno o varios días y que la alimentación era precaria para los jóvenes recluidos. Por esa
116
razón, la Procuraduría estaba a espera de que se pudieran establecer mecanismos para adecuar
recursos por las serias falencias en el sistema.
Contrario a ello, las denuncias por irregularidades en los centros de atención especializada
no secaron, y los problemas que afrontaba el sistema eran noticia en los reconocidos medios de
comunicación del país, fue el caso de publicaciones como la realizada por El Espectador en 2015
titulada “El infierno de los menores infractores” (El Espectador , 2015) en la que se publica un
informe de la Defensoría del Pueblo, tras una investigación en la que se incluyeron entrevistas
a 260 jóvenes y visitas a 18 centros de Bogotá, Cali, Villavicencio, Ibagué, Neiva y Cartagena;
investigación con la que se evidencio el pésimo estado de algunos centros de reclusión para
adolescentes en el país, concluyendo que en Colombia operan centros que constituyen una afrenta
a la dignidad humana” y en “los que se constataron síntomas de violación a los derechos
fundamentales”.
Lo anterior, en atención a que como se expone en la publicación del (El Espectador , 2015)
el panorama que encontró la Defensoría en este tipo de establecimientos era preocupante, y en todo
el país las quejas eran similares. Hallaron hacinamiento, infraestructuras deficientes, problemas en
la atención de salud, malas condiciones de salubridad, falta de dotación para la resocialización,
escasez de programas efectivos de formación académica, el uso de celdas de castigo como
aislamiento y sanción, así como falencias en los servicios públicos. Y para hacer una más compleja
la situación se encontraron casos de maltrato durante la captura y estadía en el centro por personal
de la Fuerza Pública.
Por otra parte, siendo aún más preocupante en el artículo El Espectador (El Espectador ,
2015) expone graves problemas sobre el modelo de atención, aduciendo que la crítica va más allá
de las precarias condiciones de reclusión. Al respecto, señala que una de las obligaciones de estos
centros es desarrollar programas de formación académica, ocupacional y recreativa, con miras a
brindarles a los menores infractores oportunidades de una vida productiva en la legalidad. Sin
embargo, dice el informe, que salvo excepciones, brilla por su ausencia la dotación tendiente al
desarrollo de este tipo de programas y resaltan que, por el contrario, el modelo pedagógico y de
atención dista mucho del que exige la ley.
Por ejemplo, ponen en evidencia situaciones como el maltrato del que son víctimas algunos
menores “por la Policía, al momento de la captura, y por los educadores, durante el internamiento,
en especial aquellos con exfuncionarios del INPEC”; también, la imposición de sanciones como
la suspensión de visitas familiares y el aislamiento en celdas de castigo, o la especie de presión de
algunos Defensores de Familia y Defensores Públicos para que los menores acepten delitos.
ajustes en el proceso pedagógico, y falta de seguimiento y gestión pos egreso, que permita verificar
el sostenimiento en la garantía y condiciones de no reincidencia.
Con base en ello, La Defensoría del Pueblo (El Espectador , 2015) advirtió que los
hallazgos encontrados representaban grave vulneración a derechos reconocidos expresamente por
la Convención de los Derechos del Niño (y de la niña) y por la ley 1098 de 2006, entre ellos la
dignidad humana, la salud, la educación, la participación, la intimidad y un trato diferenciado. En
conclusión, según se muestra en la publicación del Espectador (El Espectador , 2015) no se
encontró evidencia de cumplimiento de los fines del SRPA ni de las medidas, llamadas a un
carácter pedagógico, específico y diferenciado.
Sin lugar a duda, en el mes de octubre del año 2018 como espectadores de la vida de los
jóvenes que se encuentran en líos con la justicia, vimos en redes sociales y en noticieros una escena
completamente lamentable y desgarradora que le mostro a todo el país, la realidad y el día a día de
los jóvenes que se encuentran bajo el amparo del estado, presuntamente para ser atendidos en
“centros de atención especializada”. Escena que fue enunciada por los medios con titulares como
“Jóvenes de correccional El Redentor fueron brutalmente golpeados por uniformado” “Violento
caso de maltrato en El Redentor”.
Una noticia publicada por la mayoría de los medios de comunicación del país, que narraba
y dejaba en evidencia por medio de un video, un acto de maltrato y tortura por pate de un grupo
de policías a unos jóvenes internados en El Redentor, como demostración de poder y autoridad
previo a un intento de fuga. En el video publicado por Noticias Caracol (Noticias Caracol, 2018)
se muestra a veinte (20) jóvenes aproximadamente, acostados en el piso en ropa interior, mientras
que un uniformado de la policía los insulta y golpea con lo que pareciere ser un tubo, video que se
hace aún más desgarrador cuando uno de los jóvenes usa sus manos para cubrirse y suplica que no
lo golpeen más. De igual forma se observa en el video, al lado del joven que suplica no seguir
119
siendo maltratado, otro joven con múltiples marcas en su espalda del violento maltrato del que fue
víctima.
De igual forma, manifestó el fiscal de infancia y adolescencia Mario Gómez que desde la
Fiscalía se habían iniciado las primeras investigaciones, precisando: "Esta Fiscalía ha abierto
noticia criminal para investigar tales eventos, en el marco de una posible práctica de tortura”.
Como era de esperarse, tras conocerse la noticia de este caso, por medio de RCN radio
(RCN Radio, 2018) el procurador general de la Nación, Fernando Carrillo Flórez, anunció que la
entidad aplicaría el poder preferente para asumir de manera inmediata la investigación por el
maltrato y los abusos a que habrían sido sometidos el pasado 28 de septiembre cerca de 20 jóvenes
de la escuela de formación integral para menores infractores, que opera Ipsicol. Sobre la agresión
el entonces procurador afirmo: “Esto que ha pasado hace unas semanas y que se ha revelado hasta
el día de hoy, no solo es inaceptable, sino una afrenta contra una sistema que dice proteger los
derechos de los menores. Hay que caer con toda la drasticidad en este análisis”.
Sumado a ello, resulto ser más inaceptable cuando se conoció la noticia que desde el 23 de
mayo del 2018 la Procuraduría había requerido al Instituto Colombiano de Bienestar Familiar
(Procuraduria, 2018) tomar las medidas necesarias a fin de poner fin a las irregularidades que
estaban siendo denunciadas. En dicha oportunidad la Procuraduría expreso (Procuraduria, 2018)
que el Ministerio Publico seguía siendo informado por el Centro de Servicios Judiciales para los
Juzgados Penales de Adolecentes, de las irregularidades que se presentan al interior de las
instituciones EFIR Adolescentes, CREE Jóvenes y últimamente Centro de Internamiento
Preventivo, el primero operado por FEI y los últimos por IPSICOL en las que se informaban sobre
120
las constantes agresiones presentadas al interior de las instituciones que ponían en peligro la vida
e integridad de los adolescentes y jóvenes allí ubicados. Oportunidad en la que el Ministerio
Público preciso:
Lo que genero aún más descontento en atención al reciente llamado de atención que había
recibido el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar por parte de la Procuraduría General de la
Nación, que sugería falta de atención de la entidad en el asunto. En consecuencia, como era de
esperarse, conforme a la publicación del Herlado (Heraldo, 2018) se hicieron públicas las
declaraciones de la directora del ICBF, Juliana Pungiluppi sobre lo sucedido, quien rechazó el uso
excesivo de la fuerza policial contra los jóvenes del centro de reclusión para menores El Redentor,
puntualizando: “El ICBF considera relevante revisar las conductas sancionables a los adolescentes
entre 14 y 18 años de edad y las medidas correctivas que se deben aplicar en cada caso. También
se estudiarán las condiciones bajo las cuales, de manera excepcional, se privará de la libertad a los
adolescentes".
Al respecto de las pesquisas iniciadas ante la golpiza de la Policía contra los menores,
Pungiluppi (Heraldo, 2018) aseveró que la entidad acompañaría las investigaciones anunciadas
por la Procuraduría y que impondría las sanciones respectivas en caso de encontrarse alguna
irregularidad en los protocolos de atención.
121
Así mismo, por medio del Herlando (Heraldo, 2018) anunció Pungiluppi que se
contemplaba modificar la Ley 1098 de 2006, en relación con los adolescentes que cumplen la
mayoría de edad en privación de la libertad y la posibilidad de brindarles un tratamiento
diferenciado.
Al respecto, en torno a la pregunta formulada por el periódico El Tiempo (El Tiempo, 2018)
¿Qué hacer con los centros de reclusión para menores de edad? la directora del ICBF, Juliana
Pungiluppi volvió hacer mención a la posibilidad de reformar el Sistema de Responsabilidad Penal
para Adolescentes (SRPA), indicando que era hora de realizar cambios urgentes en el sistema,
aseverando que la situación más preocupante se da cuando el menor infractor se evade, y con el
paso de los años siendo adulto lo capturan, lo envían a una cárcel de mayores que es una escuela
del delito, y cuando termina su condena, de allí lo envían a los CAE para que terminen de cumplir
la sanción impuesta cuando eran menores de edad. Llegan a contaminar a los jóvenes que están en
un proceso real para desarrollar metas personales en el futuro.
En ese escenario, meses más tarde gracias a la FM (LA FM, 2018) se anunció que el Distrito
de Bogotá prepararía la construcción de un centro integral de justicia en la localidad de Bosa, con
el que reemplazaría El Redentor, noticia con la que se calmó un poco la tempestad generada con
la noticia publica de maltrato de jóvenes en el centro de atención especializada.
Explica El Espectador (El Espectador, 2018) que David forma parte de los más de 234.000
menores que, entre 2006 y 2018, han sido atendidos por el Sistema de Responsabilidad Penal para
Adolescentes (SRPA). En su caso, la sanción de David fue de 30 meses en el Centro de Servicios
Judiciales para Adolescentes (Cespa). Inicialmente, tras ser capturado y mientras se investigaba el
caso, duró cuatro meses allí. Luego, una vez se definió su proceso, fue recluido por siete meses en
el centro Bosconia, en la localidad de Santa Fe. Asegura que, gracias a su buen comportamiento,
“se salvó” de terminar confinado en El Redentor, considerado para la mayoría de jóvenes
infractores como el sitio más severo e inclemente de los que hay en la ciudad.
Se relata en la publicación del Espectador (El Espectador, 2018) que quien no corrió con
la misma suerte fue Joseph Luna, de 19 años, que prefiere no hablar de lo que hizo, pero que es
enfático en advertir los malos tratos e irregularidades que se presentan en El Redentor, el mismo
donde meses atrás se había presentado un caso de abuso de autoridad protagonizado por policías
que, con palos, golpearon a un grupo de menores que intentaron fugarse. Según el Espectador el
joven relato:
Hay mucho ‘cacique’, es decir, pelados que mandan la parada en consumo de drogas,
porte de armas y hasta la forma de relacionarse. Por ejemplo, a alguien que ‘sapeara’
un intento de fuga lo amenazaban con acuchillarlo (…) Allá hay secciones y los
educadores son los responsables de nosotros. La mayoría son buenas personas, que nos
educan, nos tienen paciencia y nos tratan bien. Pero también hay otros que, cuando ya
se sienten muy maltratados, reaccionan mal. (El Espectador, 2018)
Según el joven, (El Espectador, 2018) en los intentos de motín y de fuga se presentan la
mayor parte de maltratos y abusos. Cuenta que, en una ocasión, los mismos educadores arrojaron
gas lacrimógeno para intentar disuadir a quienes querían fugarse durante una revuelta. Al no lograr
su cometido, la situación fue atendida por la Policía. Y la policía era más agresiva, narra el joven
(El Espectador, 2018) que había uno que tenía un palo y decía ‘con este es con el que le rompo las
piernas a cualquiera que se intente volar (…)’. Los pelados que agarraban terminaban en algo que
llaman ‘marraneras’, celdas en el mismo Redentor, que son pequeñas y huelen horrible. Era el
castigo”.
Finalmente, ante tan preocupantes relatos el columnista del El Espectador Javier González
Penagos (El Espectador, 2018) concluye que aunque el Sistema de Responsabilidad Penal para
Adolescentes está orientado a resocializar y brindar educación a jóvenes que terminan
delinquiendo, pero a consideración de los expertos el modelo no se está aplicando correctamente
y desemboca en abusos, pese a que la ley establece que los menores son sujetos de derechos con
interés superior y merecen un enfoque diferencial.
Ante tal aseveración, cita a Alejandro Ruiz, miembro de la organización Aldeas Infantiles
–especializada en la atención a la infancia y la adolescencia– quien precisa (El Espectador, 2018),
que los operadores a los que contrata el ICBF para manejar estos centros no aplican las directrices,
ni tratan a los menores con un enfoque pedagógico. Para ellos son delincuentes, peligrosos, que
deben ser encerrados y tratados “a la brava”. Y agrega que otra de las fallas del sistema es que se
aplica un modelo represivo y no restaurativo, que les brinde oportunidades.
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Opinión con la que coincide la jueza Diana Marcela Cruz (El Espectador, 2018) quien
asegura que las organizaciones contratadas para los centros de menores, generalmente, no son las
adecuadas ni tienen el conocimiento y la experticia para lograr que un joven sea efectivamente
resocializado. Al respecto afirma para El Espectador (El Espectador, 2018) que hay operadores
que están violando y vulnerando los derechos de los adolescentes. Lo que se ve en noticias es
cierto: hay maltrato, golpes con cadenas y hasta complicidad para el microtráfico.
En ese escenario, fueron tantas las declaraciones de jóvenes recluidos en El Redentor que
se hicieron públicas gracias a los medios de comunicación, que las mismas motivaron a la opinión
pública a abrir un debate sobre la situación del Sistema de Responsabilidad Penal para
Adolescentes, hasta el punto de haber influenciado a los Representantes a la Cámara de
Representantes Jhon Arley Murillo Benitez , Henry Fernando Correal Herrera , Mauricio Andrés
Toro Orjuela , Norma Hurtado Sánchez , Juan Carlos Reinales Agudelo , y Faber Alberto Muñoz
Cerón para que en aplicación del artículo 233 de la Ley 5 de 1992 se citara a la doctora Juliana
Pungiluppi Leyva en su calidad de Directora del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, por
medio de la proposición No.21 del 21 de noviembre de 2018 (Camara de Representantes, 2018)
sobre la situación actual del Sistema de Responsabilidad Penal para Adolescentes con respecto a
los Centros de Atención Especializada (CAE).
Proposición que específicamente fue promovida por los hechos ocurridos en El Redentor,
dado que según los mismos proponentes (Camara de Representantes, 2018) en dicho suceso se
presentaron actos de agresión física en contra de varios internos, lo cual fue conocido a través de
diferentes medios de comunicación y redes sociales, por lo que se determinó la necesidad que
dentro del ejercicio de control político se estudiara los asuntos relacionados con las funciones del
ICBF dentro del Sistema de Responsabilidad Penal para Adolescentes, a fin de establecer la
situación actual y las acciones propuestas para solucionar los inconvenientes.
Con ese claro objetivo, por medio de la proposición No.21 del 21 de noviembre de 2018
(Camara de Representantes, 2018) sobre el Sistema de Responsabilidad Penal para Adolescentes,
se formularon a la doctora Juliana Pungiluppi Leyva veintitrés (23) preguntas relacionadas con el
Sistema de Responsabilidad Penal para Adolescentes, atendidas punto por punto por la citada el
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día 09 de enero de 2019 (ICBF, 2019), sin embargo se observa que el cuestionario se limita de
manera general a indagar por la infraestructura de los centros de atención especializada y los
centros de internamiento preventivo, así como los recursos de inversión con los que cuenta el
ICBF. Para finalizar precisando el origen real de la problemática de delincuencia juvenil en
Colombia, según lo expresado por la doctora Juliana Pungiluppi:
A nivel nacional aún no se cuenta con una política Nacional de Prevención que
atienda de manera directa y especializada la vinculación de adolescentes y jóvenes a
la delincuencia y las economías ilegales. Esta realidad es agravada por las condiciones
de pobreza multidimensional que vive parte de la población en Colombia, y donde
adolescentes y jóvenes constituyen un sector especialmente vulnerable, tal como
demuestran las tasas de desempleo juvenil, el incremento en el uso y abuso de SPA,
las restricciones en las oportunidades en materia educativa que viven ciertas regiones,
configuran algunas de las condiciones estructurales asociadas al ingreso de
adolescentes y jóvenes al SRPA.
Consideración con la que me encuentro en total acuerdo, dado que la solución efectiva al
problema de la delincuencia juvenil no es crear más centros de atención especial ni más centros de
internamiento preventivo para internar a los adolescentes que incurran en la comisión de conductas
punibles, contrario a ello, encontraremos la solución en la creación de una política de prevención
que nos permita brindar a los niños, niñas, y adolescentes de escasos recursos nuevas
oportunidades de estudio, para que logren convertirse en ciudadanos de bien porque la educación
les proporcionara las herramientas necesarias para ello.
CONCLUSIONES
Momento en el que es expedida la Ley 98 de 1920 por la cual se crean Juzgados y casas de
reforma y corrección para menores (Congreso de Colombia, 1920), y la Ley 83 de 1946 (Congreso
de Colombia, 1946) por medio de la cual se reafirma el ideal del Estado de brindar asistencia y
protección al menor por medio de un proceso penal en el que no se pretendía sancionar para
castigar, sino corregir para reintegrar al menor a la sociedad. Bajo ese entendido, es claro entonces
que desde el año 1920 en Colombia ya se tenía la concepción, de que para atender y proteger a los
niños, niñas, y adolescentes inmersos en la comisión de conductas punibles, debían ser acogidos
por un Estado que buscara los medios y estrategias para “corregir” a los jóvenes y reintegrarlos a
la sociedad, dado que era claro que la Ley 98 de 1920 (Congreso de Colombia, 1920) más que
investigar, juzgar y castigar a los menores por las conductas punibles o infracciones en las que
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incurrieran, pretendía proteger al menor delincuente que se encontraba en una grave situación de
irregularidad, y el juzgador estaba más interesado en la situación en la que se encontraba el menor
de edad y en consecuencia se formulaba interrogantes sobre el estado físico y mental del menor,
para luego tomar una decisión por medio de sentencia con la que se buscaba mejorar las
condiciones de vida del menor delincuente. Propuesta normativa que considero fue un gran avance
en el tratamiento jurídico de los menores en el siglo XX, puesto que no se miraba al menor como
delincuente sino como víctima de la sociedad y tal vez del Estado.
Seguido de ello, hice un análisis del modelo de protección integral de los niños, niñas, y
adolescentes conforme a los convenios y tratados internacionales ratificados por Colombia que me
permitió corroborar que el tratamiento jurídico otorgado a los niños, niñas, y adolescentes en
Colombia se ajusta completamente a los estándares internacionales conforme a los cuales se
estructura la doctrina de la protección integral, como las Reglas Mínimas de las Naciones Unidas
para la Administración de Justicia de Menores del año 1985, el Pacto Internacional de Derechos
Civiles y Políticos, la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño de 1989, y las Reglas
de las Naciones Unidas para la Protección de los Jóvenes Privados de Libertad de 1990.
Sin embargo, pude evidenciar que la única norma de carácter internacional con la que no
se alinean nuestras normas sobre delincuencia juvenil, son las Directrices de las Naciones Unidas
para la Prevención de la Delincuencia Juvenil de 1990 (Directrices de Riad) toda vez que como su
nombre lo indica preceptúa una serie de normas orientadas a la prevención de la delincuencia
juvenil, y es este precisamente el trabajo del que carece nuestra desarticulada política criminal, tal
como lo expreso la doctora Juliana Pungiluppi.
La realidad del país nos indica que el Sistema de Responsabilidad Penal para Adolescentes
actualmente se encuentra en una crisis, y no se le está dando la importancia que este tema ha de
merecer, esta es una afirmación que hago con fundamento en los problemas que actualmente
impiden que el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar logre cumplir con los objetivos de un
modelo de protección integral para los niños, niñas y adolescentes.
RECOMENDACIONES
Sin lugar a duda, la delincuencia juvenil es una problemática que requiere de toda la
atención del Estado por medio de los organismos de control, quienes tienen la facultad de
investigar, sancionar, y corregir las irregularidades que afectan hoy en día al Sistema de
Responsabilidad Penal para adolescentes. Dado que contraria a la hipótesis formulada en un inicio,
nuestra legislación es del todo garantista con los derechos de los menores, bajo ese entendido lo
único que haría falta para que estos postulador normativos puedan llegar cumplirse, es la atención
y seguimiento del estado y de la sociedad en cumplimiento del principio de correlatividad,
conforme al cual todos somos garantes de los derechos de los niños, niñas, y adolescentes.
Adicional a ello se requiere con urgencia que se defina una política pública clara de
prevención contra la delincuencia juvenil, porque no podemos cerrarnos a la posibilidad de que
este será un problema que nunca tendrá un fin, y es deber del estado garantizar la seguridad de
todos los ciudadanos, direccionando la política pública a la prevención del delito.
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BIBLIOGRAFIA
Galvis, G. H. (2012). Arqueología del adolescente infractor de la Ley penal en Bogotá (1837-
2012). Bogota: Universidad Nacional de Colombia.
Poder Ejecutivo Nacional de Colombia. (1837). Ley 27 de junio de 1837 Codigo Penal.