The Lover - Nicole Jordan
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Bushyhead El Amante
EL AMANTE
¿Se acompasarán dos corazones libres a un único latido?
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Anne Bushyhead El Amante
La primera vez que Sabrina Duncan posó sus ojos sobre Niall
McLaren, los poderosos brazos y el ancho torso del highlander la
ayudaron a comprender su fama de guerrero fuerte y vigoroso.
Cuando esa misma noche Niall decidió besarla, Sabrina también
comprobó lo acertado de su reputación como amante: McLaren era
capaz de robar el alma de una mujer con sólo rozar sus labios.
Niall sabe que una antigua promesa familiar le obligará a contraer
matrimonio con la primogénita del clan vecino, Sabrina. Pero su
concepto de la fidelidad conyugal dista mucho de ser ideal para una
dama como ella. Cuando meses más tarde ambos se reencuentran
para cumplir con el trámite, el fuego del beso que compartieron
estalla de nuevo entre ellos. Pero en las indómitas Highlands dos
corazones deben chocar antes de aprender a latir como uno solo.
¿Se convertirá la obligación en amor?
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Anne Bushyhead El Amante
Prólogo
Edimburgo, Escocia
Septiembre de 1739
No era su intención escuchar furtivamente. No pretendía sorprender a un
célebre libertino llevando a cabo su bien ensayada seducción, pero tampoco
había previsto que aquella voz misteriosa y arrulladora, tan suave y
aterciopelada como la noche, la cautivara.
Con ánimo inquieto, Sabrina Duncan se ocultaba tras un seto de tejo
ornamental, espía involuntaria de las actividades amorosas de Niall McLaren.
Había escapado del baile de compromiso de su prima en busca de la
tranquilidad de los jardines iluminados por la luna sólo unos instantes antes de
que el highlander apareciera de repente con su última conquista, la noble
esposa de un coronel inglés.
Allí, escondida, con los compases amortiguados de un minué procedentes del
salón de baile oyéndose en la lejanía, Sabrina apenas se atrevía a respirar.
Habría hecho notar su presencia de inmediato, pero no quería avergonzar a
nadie. Luego había caído presa de aquella voz embrujadora que se había
apoderado poco a poco de sus sentidos.
—Muy bien, mi hermosa Belle...
Cielo santo, ¿cómo podía imbuir de tanto ardor un simple susurro? Era como
una caricia. No había mujer que pudiera permanecer
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al baile de aquella noche, eso les había parecido más excitante que escandaloso.
—Todo el mundo está apostando por el resultado de la persecución, por si lady
Chivington se rendirá o no —le había oído comentar Sabrina a su prima.
Sabía bien lo que apostaría ella. Después de oír aquella voz embrujadora, no
pudo reprimir un lastimero suspiro de deseo, un anhelo inexplicable de sueños
imposibles. ¿Cómo sería ser perseguida por el sinvergüenza más notorio de
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Europa? Que la mirase con devoción absoluta, ser la destinataria del formidable
encanto que lo había visto desplegar aquella misma noche, en el salón de baile...
Agarrando con fuerza el abanico, Sabrina se reprendió a sí misma. ¿Qué le
pasaba? La joven rara vez lamentaba sus circunstancias, o sentía una melancolía
como aquélla. La amargura que había experimentado cuando su principal
cortejador se había enamorado de su hermosa prima, se había convertido en
resignación. Estaba satisfecha con su vida; su familia la necesitaba, la apreciaba,
la amaba. La complacía ser una hijastra obediente. Disfrutaba pasando
tranquilas tardes en compañía de su padrastro y con los libros de cuentas.
Si había momentos, como aquél, en que se sentía algo inquieta, si en alguna
ocasión la abrumaba un anhelo romántico o la deprimente sensación de que la
vida le pasaba de largo, solía ser lo bastante práctica como para sofocarlo.
Salvo aquella noche. Su pragmatismo no podía dominar la envidia que
experimentaba, ni reprimir el deseo que se agitaba en los rincones más recónditos
de su corazón. Ni poner fin a su fascinación por el hombre cuya reputación era
sinónimo de perversión. ¿Era así como los libertinos incitaban a las mujeres al
amor carnal?
—Ven y siéntate a mi lado —exhortó con un susurro a la dama que
lo acompañaba, acariciando suavemente con su voz el corazón de Sabrina.
Podía imaginar la escena iluminada por la luz de la luna al otro lado del seto: el
guapo highlander recostado distraídamente en un banco de piedra mientras lady
Chivington mantenía las distancias, para provocarlo y atormentarlo.
Recordó la elegancia de la inglesa, su voluptuosa y espléndida figura ataviada por
un vestido de fiesta de brocado de seda azul, y un imponente peinado empolvado
y adornado de perlas y cintas. Su voz, sin embargo, revelaba cierta irritabilidad
que no se avenía bien con su belleza.
—No estoy segura de querer sentarme a tu lado —observó, haciendo un mohín
—. Creo que mereces un castigo por ignorarme esta tarde. No has venido, como
prometiste.
—Tendrás que perdonármelo, querida. Como ya te he dicho, me he visto
inexorablemente retenido.
Un resoplido burlón escapó de los labios de la dama.
—Por alguna tabernera, sin duda. U otra dama de similar buena familia.
—Jamás, ma chérie —respondió él con un tono particularmente seductor,
sin duda destinado a paliar su mal humor—. ¿Cómo voy a pensar en ninguna otra
dama cuando mantengo la esperanza de que me concedas tus atenciones?
—Ni siquiera has respondido a mi nota.
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—Pero estoy aquí ahora, ¿no? Y, si nos parecemos un poco, Belle, sabrás que la
espera no hace sino aumentar el placer.
Durante el silencio que siguió, Sabrina pudo imaginar a la dama desplegando su
abanico de marfil y agitándolo con vehemencia.
—¿Tienes por costumbre ignorar la petición de visita de una dama?
—Sólo cuando la dama en cuestión tiene un marido celoso... un coronel del
ejército inglés, para más señas. Quiero conservar el pellejo.
—¡Bah! Dudo que temas a mi marido lo más mínimo. Además, a Richard le
importa bien poco que yo coquetee.
—Entonces es un necio, por desatender a una mujer tan hermosa.
El cumplido pareció apaciguarla un poco.
—Quizá deberías buscar otra dama que baile más a tu son.
—¿Quieres que me retire entonces, Arabella? —Se lo preguntó con escepticismo
y esbozando una lenta sonrisa.
—Supongo que no —replicó ella malhumorada—. Me esperaría una velada de
lo más aburrido.
—Procuraré solucionarlo, si me lo permites.
—Si lo logras, supongo que podré intentar perdonarte.
—Me complace. —Subrayó su respuesta con una sonrisa—. Encontrar un
nuevo objeto de adoración requeriría demasiado esfuerzo.
—¿Me adoras? —preguntó ella coqueta.
—Por supuesto, Belle. Me tienes embelesado.
—Ja! No eres más que un sinvergüenza. Un escocés de mala fama que se
alimenta de mujeres.
—No me alimento de ellas en absoluto.
—Los ingleses consideramos bárbaros a los highlanders —observó lady
Chivington.
—Supongo que eso forma parte de nuestro atractivo —le re plicó divertido—.
Confiésalo, de vez en cuando os cansáis de tanto petimetre de terciopelo y
encaje, manos suaves y pelucas empolvadas.
Ella rió, al parecer rendida.
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—De vez en cuando. Pero tú bien podrías ser un salvaje. Si llegaras
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—¿Y si alguien nos viera?
—Siempre he pensado que el peligro es el mayor de los afrodisíacos. Ven aquí,
cariño —le pidió con un susurro grave y gutural—. Si te esfuerzas por contener
tus gemidos, yo prometo no despeinarte.
Al oír las faldas de la dama arrastrarse por el camino de gravilla, Sabrina se
alarmó. Ya era bastante malo espiar a un caballero susurrarle ardientes palabras
de amor a su última conquista, pero al parecer él pretendía llevar la seducción
mucho más lejos. La joven retrocedió un paso, cautelosa.
—Eso está mucho mejor —lo oyó susurrar satisfecho mientras Sabrina se
ocultaba aún más entre las sombras—. Así, permíteme que te ayude, cielo.
El susurro de la seda llenó el silencio que siguió a su ofrecimiento.
—Qué deliciosos pezones... calientes, erectos, ansiosos de mis besos.
Sabrina notó un vergonzoso cosquilleo en sus propios pechos al imaginar las
manos del hombre pasearse lánguidamente por su piel.
—Ah... —susurró la dama con un generoso ronroneo—. Niall...
—Paciencia, querida...
Sabrina retrocedió un paso más. No se atrevía a quedarse allí más tiempo. Sin
embargo, no podría pasar por delante de los amantes sin ser vista. Tendría que
adentrarse más en los jardines, dar un rodeo...
El chasquido resonó como un disparo, y la joven hizo una mueca de
contrariedad al ver las delicadas varillas de su abanico partidas entre sus manos.
Un instante después, contuvo un sobresalto cuando la amenazadora figura
del highlander se alzó ante ella, con la luna reflejándose en su estoque
desenvainado.
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Llevaba su cabello negro sin empolvar peinado hacia atrás, dejando al
descubierto su frente ancha, y sujeto en la nuca con una cinta, lo que resaltaba
sus pómulos prominentes y su fuerte mandíbula. Bajo sus cejas rectas color
ébano, la miraba amenazador, frunciendo sus ojos azules.
El temor paralizó a Sabrina, pero aunque hubiera intentado huir, Niall
McLaren se lo habría impedido. Sus fuertes dedos le sujetaron la muñeca a
modo de suave grillete, inmovilizándola.
— ¿Qué haces aquí? — inquirió con brusquedad; su voz
carente de la magia que la había tenido embrujada.
Aunque Sabrina era alta, él lo era aún más. La luz de la luna jugaba con sus
rasgos, acentuándolos, y mostrando su enfado bien a las claras.
¿Quién anda ahí? — preguntó lady Chivington con voz chillona
, al tiempo que rodeaba el seto de tejo, recolocándose aún el
escote del vestido. Al ver a Sabrina, se detuvo en seco — . ¡Tú!
¿Cómo te atreves a entrometerte de esa manera?
¿Conoces a esta muchacha?
Es la heredera de los Cameron — contestó la mujer arrugando
su nariz de aristócrata inglesa — . ¿No percibes el olor a
tendera?
Sabrina se puso rígida. No era la primera vez que la llamaban así, pues su
padrastro era un rico comerciante, pero le dolía más en boca de aquella altiva
inglesa con complejo de superioridad. En Escocia, las distinciones
de clase importaban menos, pensó Sabrina. Y, para los escoceses, ganar dinero
no era algo vergonzoso.
— No creo que sea yo la entrometida, señora mía — replicó la
joven muy seca — . A fin de cuentas, ésta es la casa de mi tía. Y lo
que celebramos es el baile de compromiso de mi prima.
¿Niegas que me estabas espiando, fisgona entrometida?
¡Por supuesto que lo niego!
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—Ja! Dudo que cualquier pariente de tu tía sepa tener la lengua quieta. De hecho,
no me extrañaría que esa mujer estuviera orquestando un intento deliberado de
desacreditarme.
—Arabella, estás crispada —dijo Niall con calma.
Ella se volvió hacia él y lo miró furiosa.
—¿Estáis confabulados? ¿Me habéis traído hasta aquí para deshonrarme?
Los imponentes rasgos del highlander se volvieron más severos a la luz de la luna.
—Lady Chivington, tal vez necesite un momento a solas para recobrar la
compostura antes de regresar al baile.
El fiero gesto de la aristócrata se desvaneció.
—Niall... no era mi intención acusarte de nada. Lo he dicho sin pensar, llevada
por un impulso.
—Lo sé, querida. Razón de más para que intentemos tranquilizarnos.
—¿Me visitarás mañana?
La vacilación de él resultó significativa.
—Quizá sea más prudente posponer por un tiempo cualquier futuro encuentro
entre nosotros.
Con una mirada desafiante a los dos, lady Chivington giró sobre sus talones y se
marchó a toda prisa, con un frufrú de faldas de seda. Tras un silencio, Sabrina se
encontró a solas en el jardín con el célebre Niall McLaren.
Cuando se aventuró a levantar la vista, la mirada glacial de él casi la estremeció.
—Suélteme, por favor —dijo insegura.
Para alivio de ella, así lo hizo, pero su tono revelaba algo más que una leve
irritación.
—Encantado.
—No tema —dijo ella nerviosa, frotándose la muñeca magullada—, no diré
una palabra de todo esto, ni a mi tía ni a nadie. Este incidente me perjudicaría
casi tanto a mí como a ustedes. Nadie sabrá lo que se proponían.
El enojo de él seguía inalterable.
—¿Tiene por costumbre espiar a los invitados de su tía?
Sabrina notó que se sonrojaba. Era verdad que los estaba espiando, pero había
sido algo enteramente casual.
—Siento haberle fastidiado la seducción —espetó en su defensa, alzando la
barbilla.
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—Cientos, posiblemente, pero ninguna tan dispuesta como ella.
La provocadora respuesta dejó a Sabrina muda.
—Le ruego que acepte mis disculpas —murmuró al fin—. Y ahora, si me
disculpa...
Se disponía a alejarse de allí cuando Niall McLaren alzó una mano para
detenerla.
—Un momento, señorita... Cameron, ¿verdad?
Ella se detuvo a regañadientes.
—Duncan. Sabrina Duncan. Cameron es el apellido de mi padrastro.
—Bueno, señorita Duncan —dijo él mientras envainaba el estoque—. Propongo
que demos tiempo para que lady Chivington regrese al baile. Eso contribuirá a
salvaguardar su reputación.
—Me sorprende que le preocupe la reputación de ninguna dama —observó
Sabrina con sarcasmo.
El highlander la miró con dureza, paralizándola con su mirada penetrante. A la
luz de la luna, sus ojos eran del color de la medianoche.
La joven se sorprendió respirando hondo. Era guapo como el diablo, tentador
como el pecado, pero su imponente belleza no era la única razón por la que el
corazón de una mujer palpitaba de curiosidad y fascinación cuando aquel
hombre estaba cerca. Había algo en él que lo hacía irresistible, peligroso.
—¿Deduzco que me conoce? —preguntó al fin.
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—Sólo su reputación. ¿Quién no ha oído hablar del famoso Niall McLaren?
Su boca sensual esbozó una leve sonrisa.
—Creo detectar una pizca de censura, señorita Duncan.
—No me corresponde a mí juzgarle.
—Pero aun así no me ve con buenos ojos.
Así era. Una actitud que sospechaba que a él lo divertía y que tildaría de gazmoña,
sin la menor duda.
—En muchos círculos, se considera escandaloso perseguir a una dama casada.
—Por lo visto, nos movemos en círculos distintos —respondió él con sequedad
—. Supongo que no me creerá si le digo que es la dama la que me persigue a mí.
Sí, Sabrina podía creer perfectamente que ése fuera el caso. La asombrosa belleza
física del descarado highlander bastaba para convertirlo en objeto de adoración,
pero es que además había en él algo que lo volvía irresistible para las mujeres.
También para ella, admitió la joven de mala gana.
—No me ha parecido que opusiera resistencia —respondió imitando su tono
seco.
—No habría sido muy caballeroso rechazar a una dama.
Notó que lo divertía. Incluso en la oscuridad, veía en sus ojos arrebatadores una
chispa de burla.
—Le aseguro, señorita, que más de una vez he tenido que ocultarme en jardines
escondidos.
Ella contuvo una sonrisa al pensar en aquel descarado sinvergüenza huyendo de
féminas excesivamente amorosas.
—Debe de ser un auténtico suplicio verse perseguido por damas enamoradas
ansiosas de ser seducidas.
La sonrisa del highlander fue involuntaria y devastadora.
—Le sorprendería saber las tribulaciones que debo soportar para mantener mi
reputación.
Sabrina negó con la cabeza. No le convenía iniciar un duelo lingüístico con un
experto en la esgrima de las palabras. Debía marcharse en seguida. El simple
hecho de estar a solas con aquel hombre podía comprometerla.
Pero antes de que ella pudiera responder, él dijo:
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—Si no nos estaba espiando, ¿qué la ha traído al jardín en pleno baile?
Ella se miró de pronto las manos enlazadas. No tenía la más mínima intención
de divulgar el verdadero motivo por el que había huido del salón de baile:
escapar de la dolorosa visión de su antiguo pretendiente bailando con su actual
prometida, su prima.
—¿Acaso es un delito tomar el aire fresco?
—Que yo sepa, no. No recuerdo haberla visto antes de esta noche.
Eso tenía una explicación fácil, pensó Sabrina. Niall McLaren sencillamente no
se había percatado de su presencia. Los hombres como él, los amos del
gallinero, no reparaban en mujeres como ella. Aún iba de medio luto por su
madre, de modo que, para consternación de su tía, llevaba un sencillo vestido
gris. Ojalá se hubiese enfundado alguna prenda de seda y encaje, que con
tribuyese a ocultar su falta de belleza.
—Es lógico —se obligó a responder Sabrina—. Porque yo estaba sentada con las
mujeres mayores y las carabinas mientras usted cortejaba a su legión de
admiradoras.
—No está casada, ¿verdad?
La joven se descubrió conteniendo una fuerte oleada de rabia. A sus veintiún
años, había pasado ya la edad de contraer matrimonio y se la consideraba un
caso perdido.
—No, no lo estoy.
—Me sorprende que una heredera carezca de pretendientes.
Desvió la mirada del escrutinio del highlander. No se imaginaba lo mucho que le
dolía su despreocupado comentario. Había tenido un pretendiente. Oliver y ella
se habían conocido durante la enfermedad de su madre, y habían llegado a un
acuerdo tras la muerte de ésta: se casarían después de un período razonable de
luto. Pero entonces, Oliver había conocido a su prima Francés y se había
enamorado perdidamente de ella.
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Cuando le suplicó a Sabrina que lo librara de su promesa, ella aceptó. ¿Qué otra
cosa podía hacer? Le había dolido sobre todo en su orgullo. Y aunque también
su corazón se había marchitado un poco, y aquella deserción había destruido algo
inaprehensible en su interior, no se engañaba pensando que fuera la única mujer a
la que habían dejado plantada.
— Mi madre estuvo enferma varios meses antes de morir — se
defendió Sabrina — , así que no he tenido mucho tiempo para pretendientes. Aún
guardo luto.
Para su consternación, él la contempló con atención de arriba abajo. Sabrina se
puso tensa. Era alta y angulosa, y carecía de la delicada hermosura de otras
mujeres de su familia. Su madre había sido toda una belleza, como lo eran su tía
Helen y su prima Francés.
Además, era consciente de que aquélla no era una de sus mejores tardes.
Llevaba maquillaje, y éste hacía que su semblante pareciese anodino y de rasgos
poco definidos. Por otra parte, el peinado que se había hecho por insistencia de su
tía, ocultaba el más llamativo de sus atributos, su preciosa cabellera castaña. La
llevaba decorada, empolvada y dispuesta muy artísticamente en moños y
tirabuzones que la hacían sentir incómoda y artificiosa.
Duncan... — musitó él sin quitarle los ojos de encima — . Sé
de muchos Duncan. ¿Conozco a algún pariente suyo?
Seguramente debe de conocer a mi abuelo, terrateniente
del clan Duncan. Tengo entendido que procede de la misma región de las
Highlands.
¿Su abuelo es Angus Duncan? — preguntó arqueando una
de sus negras cejas — . Sí, lo conozco bien. De hecho, somos casi
vecinos. Angus le salvó la vida a mi padre una vez, en una pelea
con los Buchanan; una deuda que no tengo intención de olvidar.
Pero no recuerdo que me hablara de ninguna nieta.
— Ah, bueno, el abuelo Duncan posiblemente prefiere ignorar
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—Cosa que no le perdonó nunca del todo. Se esperaba que papá se casara con
una highlander para que mantuviera el honor de nuestro clan. Una escocesa de las
Tierras Bajas no era lo bastante buena.
—Ranald murió en la flor de la vida, ¿no es así?
—Sí, un trágico accidente... se cayó del caballo.
Una expresión de triste2a apareció en el semblante de Niall.
—No fue un simple accidente. Si no me falla la memoria, sucedió durante un
ataque de los malditos Buchanan.
—Eso tengo entendido. Yo apenas lo recuerdo, ni a él ni las Highlands, aunque
me han contado cosas. Me fui de allí siendo muy niña. Tras la muerte de mi
padre, mi madre y yo volvimos con su familia de aquí, de Edimburgo, y ella se
volvió a casar unos años más tarde. Mi padrastro es un comerciante de lana y paño
fino.
—Debe regresar a las Highlands algún día —comentó él con un tono de
aburrimiento disimulado.
—Dudo que eso sea posible —replicó Sabrina, algo ofendida por el aparente
desinterés de él—. Mi padrastro me necesita. No se fía de nadie, y ahora que va
perdiendo vista, precisa que yo le verifique las cuentas todas las tardes.
—Una mujer con cerebro. Qué fascinante.
Su tono lánguido tenía cierto aire de provocación que la hizo envararse.
—También a mí me resulta difícil encontrar hombres que lo tengan —replicó.
El le dedicó una media sonrisa indulgente.
—Reconocerá que revisar cuentas es una tarea algo extraña para una mujer.
—Puede —contestó la joven con mayor brusquedad de la que pretendía—.
Pero tengo buena cabeza para los números, y no voy a disculparme por ello.
—Por lo visto, también tiene un genio fácil de provocar —observó Niall,
divertido.
No era el caso, pensó Sabrina. Normalmente, era una persona de lo más
calmada. Pero aquella noche se sentía insolente, imprudente, temeraria. En
absoluto ella misma. Aquel hombre parecía sacar lo peor que tenía.
—Se me suele considerar tranquila.
—Me confieso sorprendido. Para no tener pretendientes, es usted muy poco
sumisa.
—Para ser tan hedonista, posee usted un asombroso grado de franqueza.
Esperaba que fuera más sutil.
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Su sonrisa lenta resultaba perversamente encantadora.
—¿Eso es lo que me considera? ¿Un hedonista?
—Hedonista, voluptuoso, libertino... Los rumores no lo pintan en términos
muy halagadores.
McLaren rió con despreocupación.
—También se rumorea que participo a menudo en orgías y bacanales, pero no
es cierto todo lo que se dice.
—No estoy al tanto de ninguna perversión concreta, sólo de que seduce a
todas las mujeres que conoce.
—Eso es mentira. Sólo seduzco a las mujeres que me interesan, se lo aseguro.
—Hizo una pausa y la miró con un brillo especulativo en sus ojos azul oscuro
—. Apuesto a que podría seducirte a ti, ratita.
Sabrina contuvo la respiración. Ella no podía interesarle a un hombre así, él
sólo se divertía a su costa.
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arriesgada que se había vuelto la situación. ¿Cómo se prestaba a la insensatez
de quedarse allí fuera con un hombre así? Carecía de la experiencia necesaria
para ser digna contrincante de un célebre calavera. Su coqueteo con lady
Chivington había sido sin duda un complicado juego entre iguales, pero ella no
era rival para el highlander en ese aspecto.
Obviamente había perdido el juicio; o bien sufría el embrujo de la luna y de
aquel legendario sinvergüenza.
—Debería irme... —dijo ella con la respiración en exceso entrecortada.
—No... quédese. —Alargó la mano para tocarle la mejilla, con una caricia ligera
como una pluma.
—Esto... no es sensato —murmuró Sabrina, asustada por la delicada sensación.
—¿Y tú haces siempre lo más sensato, cielo?
—Ssí... siempre.
—¿No me tendrás miedo?
Ella se mordió el labio. Lo que temía era la tentación que él le suponía. El timbre
de su voz había cambiado; ahora era grave, sordo, plata líquida como la luz de
la luna. No podía detener el ardor con que aquella voz embelesadora
impregnaba su cuerpo.
Vio, fascinada, cómo sus sensuales pestañas descendían despacio para cubrir
unos ojos aún más sensuales.
—Me llevaría un instante suscitar tu pasión, ratita.
Sabrina se estremeció al percatarse de que se había convertido en objeto de su
seducción. Estaba lo bastante cerca como para notar su calor, para detectar su
aroma, una fragancia natural suave e inquietantemente masculina que la hacía
sentir inquietantemente femenina y frágil.
Él se acercó aún más, y con un murmullo seductor, cálido, profundo y repleto
de tentación, le dijo:
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Anne Bushyhead El Amante
—¿Te gustaría que le prendiera fuego a tu piel, querida? ¿Te gustaría arder con
mis caricias?
Ella abrió la boca para protestar, pero no le salió ni una palabra. No habría
podido hablar aunque le fuera la vida en ello. Y tampoco pudo moverse
cuando, con suave descaro, él le acarició la cara con la mano.
Sabrina cerró los ojos, procurando resistir el hipnótico roce de aquel pulgar en
su mejilla. Las yemas de sus dedos revolotearon por su piel... hacia abajo, por sus
labios en una caricia lenta y provocativa.
—Mírame, chérie.
Incapaz de negarse, ella obedeció y lo vio observarla. Tuvo la descabellada
idea de que pretendía besarla. Lo vio inclinar la cabeza y aproximar su
hermosa boca a la suya. Con una mezcla de deseo y temor exaltado, esperó
tensa.
Cuando su cálido aliento le rozó los labios, Sabrina se estremeció de placer. Su
propio aliento pareció quedar suspendido al tiempo que se fundía con el de él.
Entonces la boca del hombre rozó la suya, tentadora, provocándole
sensaciones primitivas que jamás había experimentado antes. El sensual asalto
de aquellos labios la hizo sentir inmoral, indefensa, débil.
Su prima tenía razón, pensó Sabrina, perpleja. Niall McLaren podía arrancarle el
alma a una mujer.
Cuando él levantó la cabeza a la joven, la sacudió una punzada de intensa e
inesperada decepción. Se llevó a los labios los dedos temblorosos.
Su perplejidad debía de reflejarse en sus ojos, porque él la miró divertido.
—¿Nunca te habían besado, ratita?
«Así no», quiso gritar ella.
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Sujetándole la mejilla con la mano, McLaren volvió a bajar la cabeza y redujo su
voz a un susurro ronco y seductor.
—¿Te enseño lo que te has perdido?
La razón la instaba a resistirse, a detenerlo, pero no quería hacerlo. Quería saber
lo que era sentirse deseada, ser el objeto de la apasionada atención de aquel
hombre legendario.
A él le bastó el silencio de ella para continuar. Cubrió los labios de Sabrina con
los suyos y la besó con una ternura arrebatadora.
Exploró despacio e íntimamente la boca de la joven. La rozó con labios
juguetones, conduciéndola al gozo sensual, le mostró su pasión.
Sabrina se sintió perdida en un placer denso y suave en cuanto la lengua de él la
invadió. Y el anhelo se apoderó de ella, cálido, intenso, una sensual marea. El
lento vaivén de su lengua, a un tiempo áspera y suave, más dulce, húmedo y
embriagador que nada que hubiera conocido hasta entonces, despertó en la
joven el deseo y la excitación.
Indefensa, alzó las manos hacia sus hombros, aferrándose a él en busca de
apoyo, mientras su boca y su lengua seguían arrastrándola a una danza erótica
que la ponía a prueba, la exploraba y la provocaba con pericia.
Notó que las rodillas le flaqueaban, y se sintió el cuerpo débil. Apenas se dio
cuenta de que McLaren variaba ligeramente su postura. Sus dedos pasaron a
acariciarle los hombros con estudiada sensualidad, atrayéndola aún más hacia
sí, acomodando despacio su cuerpo al de ella, haciéndole sentir un apetito que
surgió de forma casi imperceptible en su pecho y fue propagándose poco a
poco hasta concentrarse entre sus muslos.
Un gemido escapó de sus labios al notar la descarada presión de su cuerpo, su
virilidad. No lograba combatir la dulce tempestad que él despertaba en su
interior, no quería hacerlo...
La acarició otra vez, recorriéndole el cuello con sus largos dedos, haciéndola
intensamente consciente de la desnudez de su piel por encima del escote del
vestido. Luego bajó la mano y le rozó un pecho, inundándola de un anhelo
dulce y cegador.
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alboroto procedente del otro lado del seto le hizo volver la cabeza
bruscamente.
Sabrina dio un respingo. ¿Y si la descubrían allí con él, en aquel estado?
—¡Niall! —llamó una voz de hombre con un fuerte acento—. Niall, ¿estás ahí,
muchacho?
—¿John? —respondió el highlander.
De la terraza les llegaba el sonido de unas botas que bajaban corriendo los
escalones de piedra.
Cuando McLaren rodeó el seto a toda prisa, Sabrina lo siguió, y una vaga
sensación de alarma le erizó el vello de los brazos.
—¿Qué te trae por aquí, John? ¿Qué ocurre?
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Anne Bushyhead El Amante
—Vengo a buscarte, muchacho. Te necesitan en casa. Me temo que... traigo
noticias terribles. De tu padre.
Un hombre corpulento se detuvo delante de Niall. Llevaba el plaid de los
McLaren, observó Sabrina, y parecía tremendamente fuera de lugar en aquel
jardín iluminado por la luna. Iba vestido con el atuendo de combate de las
Highlands, con su espada escocesa de doble filo y el pequeño escudo
redondo forrado de cuero de los soldados.
—Me temo que tu padre ha sido víctima de una traición —le dijo John, con la
voz áspera de emoción y fatiga—. Le han tendido una emboscada. Se
sospecha que ha sido obra de los malditos Buchanan. Es muy posible que
Hugh no sobreviva a esta noche. Ha mandado a buscarte. Ahora eres el único
hijo que le queda.
—¿El único? —Lo dijo en un susurro ronco.
—Sí, lo siento, traigo más malas noticias: han matado a Jamie.
—Cielo santo, a Jamie no... —McLaren se tambaleó, llevándose la mano a la
sien, y Sabrina detectó una mezcla de perpleja incredulidad e intenso dolor en sus
ojos.
Instintivamente, alargó la mano y le apretó el brazo para darle ánimo. En un
acto reflejo, él le cogió la muñeca con tanta violencia que podría habérsela roto,
pero su desolación le dolió más que aquella presión en la muñeca. Era el
pequeño de tres hermanos, recordó ella, y ya sólo quedaba él.
De pronto, las lágrimas le nublaron la vista. Ella había perdido a su madre un
año antes, pero su larga enfermedad le había permitido prepararse para la
pérdida. Apenas podía imaginar la angustia de perder a un padre y a un
hermano de golpe. Quería acercarse a Niall, estrecharlo contra su pecho y
consolarlo. Sentimientos demasiado poderosos por un hombre que hacía unos
momentos sólo era un desconocido. Entonces se percató vagamente de la
cantidad de invitados al baile que se arremolinaba en la terraza.
John no les prestaba atención, ni siquiera parecía haberla visto a ella.
—Vas a ser el nuevo jefe del clan, Niall —señaló muy serio el fornido
highlander—. Debes volver a casa. —Sí... a casa... en seguida...
Sacudiéndose de encima su propio aturdimiento, Sabrina intervino en voz
baja.
—Necesitarás el caballo. ¿Te acompaño a los establos por la parte de atrás
para evitar a la gente?
Él parpadeó, como turbado, luego la miró. —Sí... los establos...
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Anne Bushyhead El Amante
—Te disculparé ante mi tía —murmuró Sabrina, tierna, compasiva.
Lo cogió de la mano para adentrarse en el jardín. Pero sin duda había
subestimado su resistencia. Apretando la mandíbula, McLaren se soltó de ella de
repente y se irguió en toda su estatura. La mano que acababa de regalarle
aquellas caricias tan sensuales se cerró sobre la empuñadura de
su espada, al tiempo que la rabia endurecía sus hermosos rasgos, borrando por
completo al sensual amante que había hecho estragos en sus sentidos hacía
apenas unos instantes.
Ahora era un desconocido. Un hombre resuelto, peligroso. El hijo de un
temible jefe, por cuyas venas corría la sangre de incontables generaciones de
salvajes guerreros de las Highlands.
Sabrina tembló involuntariamente. Niall McLaren no necesitaba sus
indicaciones ni su apoyo. En cambio, sintió una breve punzada de compasión
por sus enemigos, que pronto conocerían su ira.
— Sí — asintió él con voz áspera, casi irreconocible — . Excúsame ante tu tía.
Debo atender un asunto de gran importancia en las Highlands.
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Anne Bushyhead El Amante
Las Highlands escocesas
Abril de 1740
Apretó los dientes mientras la mujer frenética y jadeante que tenía debajo lo
rodeaba con las piernas con fuerza, atrayéndolo aún más hacia el interior de
aquel voluptuoso cuerpo serpenteante. Experta, apretaba sus pechos
desnudos, deliciosos y perversos, contra sus manos mientras Niall McLaren
satisfacía el deseo voraz de su antigua amante.
Ni siquiera habían llegado al dormitorio, en la planta de arriba. Eve no lo
había permitido. De modo que el hombre la había tomado allí, de pie en el
salón, sin quitarse los pantalones de montar ni ella el vestido de seda.
Tumbándola de un empujón en la mesa de juego, se sumergió entre sus
acogedores muslos, y no lo sorprendió encontrarla húmeda y excitada.
Eve ardía de deseo y le suplicaba, entre gemidos incoherentes, el intenso placer
que sólo él podía proporcionarle. En su estado de ánimo, Niall estaba más que
dispuesto a complacerla. Había ido a verla a su elegante casa solariega
inmediatamente después de su reunión con Angus Duncan y, en aquel
momento, nada le apetecía más que perderse en los oscuros abismos de la
pasión.
Lo logró temporalmente con aquel sexo primitivo y agitado, mientras la sangre
le corría espesa y caliente por las venas y él cubría a la mujer por completo con
su cuerpo introduciéndose en su pasadizo cálido y
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Anne Bushyhead El Amante
angosto con rítmicos embates. La penetró con urgencia, catapultándola a un
placer creciente y explosivo. Ahogaba con su boca los gemidos desenfrenados
de ella al tiempo que sus dedos se cerraban tentadores alrededor de los pezo
nes erectos de sus voluptuosos pechos.
Eve volvió a estremecerse y soltó un grito de ardiente deseo. Pero Niall no se
permitió su propio y gratificante alivio hasta que no sintió las primeras
convulsiones de ella alrededor de su miembro.
Su propio clímax se produjo de inmediato y con vehemencia, y su cuerpo
musculoso se contrajo de intenso placer mientras la mujer temblaba y
sollozaba bajo su peso.
Aun después de terminar, ella siguió aferrada a él con una firmeza febril, todavía
con su decreciente erección en su interior, jadeando mientras amainaban las
convulsiones del violento alivio de Niall.
— Bienvenido a casa, mi querido semental en celo — dijo la mujer al fin, y su
voz ronca y entrecortada resonó con fuerza en el silencio de la estancia — .
Casi había olvidado el amante tan brutal que puedes llegar a ser.
Quizá porque rara vez desplegaba semejante violencia en sus relaciones
carnales, pensó Niall indiferente. En aquella ocasión, había prescindido de su
delicadeza, si bien la mujer que, saciada, yacía desmadejada debajo de él, parecía
satisfecha de su brutalidad. Las velas del aparador de caoba tallado
parpadearon, haciendo oscilar las sombras de sus hermosos cuerpos. Eve lo
miraba contenta, su pálida piel resplandeciente por el esfuerzo y la excitación,
y con una sonrisa lánguida.
Niall murmuró una maldición. Aunque había satisfecho su lujuria y la de ella,
no había logrado aplacarse. Su frustración no había disminuido con el
apaciguamiento de su cuerpo, ni había encontrado el olvido que buscaba en
los brazos de Eve. Su problema seguía allí: en breve debía
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Anne Bushyhead El Amante
contraer matrimonio con una mujer que él no había elegido.
McLaren se apartó del suave cuerpo de Eve, le bajó las faldas para cubrir sus
muslos desnudos y se ató los calzones . Luego se volvió en busca de la licorera de
cristal que había sobre la mesa auxiliar de nogal y se sirvió un vaso de whisky de
malta.
Declinando su silenciosa oferta de una copa con un movimiento de la cabeza, la
mujer se recostó en la mesa, estiró los brazos despacio por encima de su cabeza y
exhaló un suspiro de complacencia.
— ¿A qué debo el honor de esta visita, milord? Juro que no
había gozado tanto desde... desde tu última visita. Hace meses
que no ocupas mi cama, Niall. De hecho, desde que te convertiste
en jefe del clan apenas te he visto.
— Las tareas del cargo me llevan más tiempo del que esperaba
— respondió él evasivo.
— Te he echado muchísimo de menos.
— Y yo a ti, cielo — murmuró distraído.
— ¿Me vas a contar qué es lo que te preocupa?
— ¿Cómo sabes que algo me preocupa?
Ella sonrió indulgente.
— Aunque no lo hubiera notado en tus caricias, tu gesto ceñudo
sería prueba suficiente. No recuerdo haberte visto nunca
tan distraído. Cuéntamelo, quizá pueda ayudarte.
— Dudo que puedas — contestó con una sonrisa cínica — .
Mañana debo ir a buscar a mi futura esposa.
— ¿Esposa? — repitió alarmada — . ¿Te vas a casar?
— No por mi voluntad, te lo aseguro.
— ¡¿Entonces...?
— Angus Duncan me ha pedido que me case con su nieta en
pago de una deuda que mi padre contrajo con él.
— ¿Qué clase de deuda se paga tan cara?
— En una ocasión, Angus le salvó la vida. Mi padre le prometió
cualquier favor que le pidiera.
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Anne Bushyhead El Amante
grado a la batalla, y eso es lo único que me preocupa. Por otra parte, ya tienes
veintiocho años, ya va siendo hora de que sientes la cabeza y formes una familia.
Verás cómo el matrimonio no es tan terrible como crees.
Niall hizo una mueca. No era al matrimonio a lo que se oponía. Era el jefe de los
McLaren, un poderoso clan de las Highlands, y, como tal, en algún momento
necesitaría herederos que lo sucedieran. Sin embargo, le hubiese gustado elegir él
mismo a su esposa.
Jamás había pensado que se convertiría en jefe de su clan. En realidad, daría su
propia vida por recuperar a su padre y a su hermano, sanos y salvos. Era este
último quien debía haber sucedido a su padre. A Jamie lo habían preparado para
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Anne Bushyhead El Amante
luchar y criar hijos fuertes que perpetuaran el apellido. Y de no ser él, debería
haber sido Thomas, pero el hijo mediano de Hugh McLaren había perecido en
una tempestad hacía dos años, mientras cruzaba el Canal de la Mancha.
Niall había aceptado las riendas de la jefatura con gran reticencia y la fuerte
determinación de mostrarse digno de semejante responsabilidad. En los últimos
siete meses, había demostrado ser un líder capaz, vengando los asesinatos de
los suyos en un ataque rápido a los Buchanan. Había enviado al infierno a dos de
los culpables y los otros habían huido del país.
La lucha no lo angustiaba demasiado. En las Highlands, las disputas de sangre
eran una forma de vida, y las guerras entre clanes duraban generaciones.
Además, lo habían preparado para la batalla casi desde su nacimiento. En cuanto
a las responsabilidades de la jefatura, había descubierto que contaba con un
talento desconocido para ese cometido. De hecho, le producía una enorme
satisfacción trabajar por el bien de los suyos.
Con lo que no podía era con que lo obligaran a casarse. Con la muchacha de
los Duncan, precisamente.
Sin embargo, el deber y el honor lo obligaban a satisfacer la deuda que su
padre había contraído con Angus Duncan. —¿Quién es la afortunada, si se
puede saber? Una vena le latía con fuerza en la sien.
—Se llama Sabrina Duncan. Algún día heredará una fortuna considerable de
su padrastro, un próspero comerciante. —Ésa es una gran ventaja.
Niall no podía estar en desacuerdo. Con unos suelos demasiado pobres para el
cultivo, las Highlands contaban apenas con recursos para alimentar a tantas
bocas. De hecho, como jefe, invertía buena parte de su tiempo en asegurarse de
que los miembros de su clan tenían qué comer y dónde vivir. Cualquier riqueza
que su futura esposa pudiera aportar sería bienvenida. Era la novia en sí la que no
lo atraía lo más mínimo.
Miró con tristeza su whisky, recordando perfectamente su único encuentro con la
señorita Duncan la noche en que ella había interrumpido su escarceo amoroso en
la fiesta de su tía. Del montón, remilgada y de lengua afilada. Una muchacha
anodina a la que por lo general Niall no miraría dos veces. Y salvo quizá por la
inteligencia que reflejaban sus ojos, sus rasgos no eran muy agraciados. Sin duda
no era el tipo de mujer que atraería a un hombre con gustos tan exquisitos y
apetitos tan fuertes como los suyos.
Por todos los santos, una virgen gazmoña era lo último que quería en su
cama. La señorita Duncan era demasiado gris, demasiado correcta y
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Anne Bushyhead El Amante
desapasionada para él. Demasiado fastidiosa. Adoraba a las mujeres en general,
y hacía tiempo que era adicto a los encantos de las bellezas abundantemente
dotadas. Le gustaban damas como Eve Graham, muy atractivas y tan apasiona
das como él.
En realidad, sus requisitos para una futura esposa no eran excesivos. Podía
renunciar a la belleza de una mujer si era necesario.
Y quizá incluso a la pasión. Estaba dispuesto a hacer casi cualquier sacrificio
por el bien de su clan. Desde que se había convertido en jefe, buscaba una
esposa que fuese digna de los McLaren. Una que le diese hijos fuertes que lo
sustituyeran a su muerte v que antepusiera el bienestar del clan a sus propios
intereses.
Ése era el tipo de mujer que había sido su madre. El marido y los hijos de
Judith McLaren la habían adorado con motivo. No creía que la pusilánime
Sabrina Duncan pudiera ocupar su lugar. Aquella señorita no sabía nada de las
Highlands, ni de las necesidades de su clan.
Tampoco podía imaginarla como amante. A juzgar por la virginal inexperiencia
que había detectado en su forma de besar, no creía que encajasen.
Él la había besado porque... ¿por qué? Por el desafío, quizá. Lo había irritado
desde el principio. A ella no parecía impresionarla ni su belleza ni su forma
física, por lo que parecía era completamente inmune a los encantos masculinos.
Su patente nerviosismo ante los avances de él había despertado en Niall el
instinto primario de persecución de la presa que huye.
jamás había considerado seriamente la posibilidad de dar rienda suelta a su deseo.
Pero antes de que pudiera demostrarlo, había recibido la terrible noticia de la
muerte de su padre y de su hermano. Aún se le encogía el corazón al recordar
tan duro golpe. Y todavía no lograba pensar en Sabrina Duncan sin recordar
aquel terrible momento de pena y de dolor.
—Bueno — musitó Eve interrumpiendo sus tristes pensamientos — , es una
lástima que tengas que acceder a un matrimonio de conveniencia, pero no una
catástrofe. Una esposa no deseada no puede pretender que le seas fiel. Podrás
seguir disfrutando de tus conquistas, ¿no?
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Anne Bushyhead El Amante
Desde luego que sí, pensó Niall, de nuevo presa del resentimiento y la
frustración. Cumpliría con su obligación. Soportaría un matrimonio impuesto por
el bien de su clan, pero no tenía intención de cambiar su forma de vida para
ajustarse a los remilgados patrones de conducta de su esposa. Si la señorita
Duncan no aceptaba esos términos, ya podía ir buscándose otro marido.
Al ver que él no contestaba, Eve se bajó de la mesa y se acercó a su lado.
—Seguirás siendo bienvenido en mi cama siempre quieras, milord —le susurró
coqueta, llevándose las manos al corpiño para abrírselo y dejar al descubierto las
voluptuosas curvas de sus pechos—. ¿Te quedas esta noche, Niall?
Él esbozó una sonrisa, complacido, pero sin embargo contestó:
—Dudo que hoy fuera una compañía agradable. Ahora mismo no estoy de muy
buen humor.
—Entonces procuraré que te cambie. —Despacio, le recorrió el torso con los
dedos hasta llegar a sus calzones de cuero, y los deslizó entre los pliegues en
busca de su piel—. Tú me consolaste con extrema generosidad cuando falleció mi
marido. Lo justo es que ahora te consuele yo a ti.
Él permaneció inmóvil, mirándola un instante, preguntándose si sería capaz de
sentir el deseo que ella esperaba; su famoso apetito sexual lo había abandonado
de forma inexplicable.
—Por favor... Niall... te deseo otra vez —le imploró con una mirada ardiente,
mientras acariciaba su miembro.
Suspirando mentalmente, Niall dejó el vaso en la mesa y se volvió hacia ella
solícito. Refrenó su frustración y le susurró una mentira:
—Y yo te deseo a ti, cariño.
Forzó una sonrisa mientras cogía sus generosos pechos con fingida excitación.
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Anne Bushyhead El Amante
Cuando se inclinó para atrapar uno de sus pezones con la boca, Eve gimió con
fuerza y apretó su rígido sexo.
El cuerpo de Niall había respondido automáticamente a la intimidad carnal, pero
su mente permaneció distante, lejos del goce; sus caricias eran las de siempre,
pero su cabeza seguía ocupada con su dilema.
Por honor, no podía negarse a admitir su obligación para con Angus Duncan. No
le quedaba más remedio que acceder al matrimonio.
Sin embargo, la señorita Duncan pronto descubriría que ni con toda su inmensa
riqueza podía comprarse un sumiso lacayo por marido. No renunciaría a sus
placeres por ella.
Y a ella la satisfaría bien poco ser su esposa.
páramos salvajes salpicados de magníficas montañas escarpadas que cambiaban de
tonalidad con las estaciones. En aquel momento, las laderas gris verdoso estaban
moteadas por el amarillo del tojo primaveral y por la retama negra; en verano, las
llenaba el violeta del brezo silvestre, y en otoño, el color rojo del helecho seco.
—Es tan hermoso... —murmuró en tono casi reverencial.
—Sí —coincidió Geordie—. Es una tierra excelente, sin duda.
Sabrina meneó la cabeza, preguntándose cómo su madre había sido incapaz de
apreciar semejante belleza. La dulce Grace Murray había vivido siempre en el
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Anne Bushyhead El Amante
civilizado Edimburgo hasta contraer matrimonio con el único hijo del jefe
Duncan. En la media docena de años que pasó en las Highlands, jamás se había
sentido cómoda con aquella forma de vida tan dura y las brutales disputas de
sangre. Además, Angus Duncan la intimidaba. Éste no se opuso a que, tras la
muerte de su marido, Grace regresara a Edimburgo con su pequeña hija.
Sabrina no sentía un afecto especial por su abuelo, un hombre al que apenas
recordaba, pero tampoco le guardaba rencor por haberla ignorado. Era lo bastante
pragmática como para entender su amargura por el hecho de que ella no fuera un
hombre. Sólo los clanes más fuertes gobernaban Escocia, y sin hijos varones que
pudieran sucederlo en la jefatura, el clan Duncan no sobreviviría.
Vadearon un riachuelo de rápida corriente, y la joven tuvo que llamar a voces a su
perro para evitar que éste se detuviera a pescar truchas. Rab , en parte mastín, era
casi tan grande como un pony de las Highlands y tenía un apetito diez veces
mayor.
El animal parecía divertirse inmensamente saltando junto a su cabalgadura. Había
olfateado un conejo para el desayuno, pero ella ya tenía bastante con intentar que
no persiguiera a los rebaños de ovejas que dejaban atrás.
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Anne Bushyhead El Amante
bastante poderoso como para proteger a los suyos de los Buchanan, sus
enemigos desde hacía generaciones. La situación lo preocupaba.
Sabrina apenas había oído hablar de otra cosa en las últimas siete horas.
La había sorprendido que Angus se acordase de ella, puesto que no habían
tenido contacto desde hacía muchísimo tiempo. Una vez, hacía varios años, le
había escrito para pedirle que volviera a las Highlands
de visita, pero Sabrina no pudo dejar a su madre enferma, y él jamás había
vuelto a proponérselo. La última vez que había tenido noticias de su abuelo había
sido con motivo de la muerte de su madre, cuando le había hecho llegar sus
condolencias.
Recordaba a Angus Duncan como a un personaje brusco y fanfarrón, que
siempre gritaba, y aun así la entristecía que la convocara en su lecho de muerte.
No tenía ni idea de lo que podía querer de ella, salvo el deseo de ver por
última vez a su pariente más próximo. Fuera como fuese, como única
heredera superviviente del hombre, se sentía obligada a presentarle sus
respetos.
En realidad, le apetecía ir allí, aunque eso significara dejar que su padrastro
lidiara solo con la casa y el próspero negocio. Aquella visita le concedía además
la oportunidad de librarse de un pretendiente particularmente pesado, más
interesado en su dote que en su persona. Además, si era sincera consigo
misma, debía reconocer que la aliviaba asimismo alejarse de Oliver y del cons
tante recordatorio de su pérdida. A su prima Francés se la veía radiante, y la
felicidad de ambos era manifiesta. Sabrina no podía evitar sentir una punzada
de envidia cada vez que los veía.
Pero todo aquello debía quedar atrás, y, en parte, sus espíritus se iban
esfumando a medida que se aproximaban a la gran po blación de Callander.
Ahora Sabrina estaba allí, y sentía un insospechado apego por la tierra natal de su
padre . Las Highlands ejercían una poderosa
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—Túmbate, Rab.
El enorme perro se dejó caer, obediente, con la cabeza apoyada en las patas,
mientras sus ojos pardos la miraban con adoración.
Liam pidió la cena al atareado posadero al tiempo que Sabrina notaba cómo su
vista se desviaba constantemente hacia McLaren. Estaba de perfil, pero aun así
podía apreciar su asombrosa belleza física, que alborotaba el corazón de las
mujeres y hacía palidecer de envidia a los hombres.
Niall McLaren era absolutamente imposible de olvidar, pero ella además tenía
buenas razones para recordarlo.
Al recordar su único encuentro, Sabrina notó que se ruborizaba, pero ni siquiera
así lograba apartar la vista de él. Iba vestido de manera mucho más informal que
la última vez, su amplio torso enfundado en una camisa color azafrán
desabrochada en el cuello, sus fuertes piernas con botas de montar negras y
enfundadas en unos calzones hechos con tejido de tartán.
A la cintura llevaba un cinto con la espada, y colgado de un hombro el plaid de
los McLaren, un entrecruzado verde vivo con cuadrados azul
cielo y finas líneas rojas y amarillas. En su pelo negro sin empolvar, recogido en
la nuca, brillaron algunos reflejos de azulados cuando volvió la cabeza para
mirarla...
Sabrina dio un respingo cuando la descarada mirada del hombre se posó en ella.
Paralizada, lo miró observarla frunciendo las cejas sobre unos ojos increíblemente
azules.
No parecía sorprendido de verla allí, o quizá no la recordaba. Esa vez, Sabrina no
llevaba pomada en el pelo, ni un peinado de complejos moños y tirabuzones, como
la noche del baile de compromiso de su prima. Seguramente, besar a mujeres
desconocidas en jardines iluminados por la luna era algo tan normal para él que no
le daba la menor importancia.
Por absurdo que pudiera parecer, ese pensamiento la desilusionó. Ella nunca
olvidaría su descarada arrogancia la noche en que había insuflado vida y
emoción a su sosa existencia; nunca olvidaría la sensual sensación de aquel
cuerpo duro apretado contra el suyo, el sabor de sus labios...
Obligándose a soltar el aliento contenido, la joven se reprendió severamente.
No era una doncella delicada de las que se dejan impresionar por un rostro y
un cuerpo masculino perfectos, ni tampoco conseguiría inquietarla con su
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Anne Bushyhead El Amante
Procurando ignorar el jolgorio de la otra mesa, se dedicó a la espesa sopa de
cebada y el pan negro, aunque era plenamente consciente de la presencia de Niall
McLaren, y la vitalidad que emanaba de él incluso desde el lado opuesto de la
estancia.
Era capaz de distinguir su murmullo entre el alboroto mientras hablaba con la
sirvienta. Su acento cantarín era mucho más marcado de lo que Sabrina
recordaba, pero seguía teniendo el mismo efecto en ella; aquel zumbido
estremecedor resonaba en todo su cuerpo lo mismo que el recuerdo de sus
caricias.
La perturbaba que el simple sonido de su voz pudiera afectarla tanto, y aún más
que coqueteara de manera tan descarada con la tabernera.
Cora tonteaba con él, pavoneándose de sus generosos encantos. Al parecer, intentaba
convencerlo de que la acompañara arriba.
Al principio, Niall no parecía dispuesto a aceptar su invitación, pero cuando la
muchacha, en su coqueteo, lo rozó con los pechos él alargó el brazo con
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Anne Bushyhead El Amante
naturalidad, y, en medio de las carcajadas burlonas de sus hombres, la sentó en su
regazo y le dio un beso en la boca.
Sabrina se puso rígida al verlo.
Luego, con una sonrisa lenta y arrebatadora, Niall metió una moneda de plata en
el corpiño de Cora y se la quitó de encima.
—Vete, cielo, luego hablaremos.
Por un instante, la chica se quedó allí de pie, estirándose el delantal arrugado y
contemplando al highlander con una mirada aturdida y anhelante que Sabrina
identificó de inmediato como deseo.
Esa familiar sensación le produjo una punzada de dolor.
No tenía ni idea de por qué aquella mirada la alteraba tanto. Sabía muy bien que
el apetito sexual de Niall McLaren era legendario. Era un completo libertino que
robaba el corazón de las mujeres por diversión.
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Anne Bushyhead El Amante
—;Qué es lo que no sé? —inquirió Sabrina, perpleja.
Los penetrantes ojos de Niall volvieron a ella. —Tu abuelo no tardará en
comunicártelo.
—¿Ha visto a mi abuelo? —preguntó, frunciendo el cejo, confundida—. ¿Está
muy enfermo?
—Me temo que sí. me ha pedido que te escolte durante el último tramo de tu
viaje.
—Ah... —La idea de tener que soportar su compañía durante las dos horas
siguientes la inquietaba—. En realidad, eso no es necesario. Ya me acompañan
Liam y Geordie.
—Las Highlands pueden resultar peligrosas para los incautos, señorita.
Su tono le pareció duro, casi como si la advirtiera. Sabrina se quedó callada, sin
saber muy bien cómo reaccionar. Al final dijo tranquila:
—Espero que las circunstancias actuales sean más felices que las de nuestro
último encuentro.
Pudo ver cómo una fugaz mirada de tristeza desbancaba rápidamente el desafío de
sus ojos. Una vez más, tuvo la sospecha de que aquel hombre era mucho más de
lo que parecía y que sus sentimientos eran bastante más complejos que los del
típico libertino. Lo había visto sufrir por la muerte de los suyos, y sabía que debía
de querer muchísimo a su familia.
—Supongo que se podrían considerar más felices —respondió él, críptico y
escueto. Luego echó un vistazo alrededor—. ¿No tienes doncella?
—No he querido obligar a ninguna de ellas a acompañarme. No están
acostumbradas a hacer viajes tan largos, ni a permanecer tan lejos de casa durante
tanto tiempo.
—Aun así, deberías tener compañía femenina.
—No estoy sola. Además de a mis hombres, tengo a Rab para que me proteja. Rab
—lo llamó suavemente—, en guardia.
El enorme perro le enseñó los dientes a Niall, pero sólo un instante. Cuando
McLaren le ofreció la mano para que se la olisqueara, el animal gimoteó una vez,
indeciso, y luego le lamió los dedos con vehemencia.
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Anne Bushyhead El Amante
Sabrina hizo una mueca. Su guardián canino no parecía ni siquiera lo bastante
fiero como para asustar a un conejo.
El highlander debió de pensar lo mismo, porque su hermosa boca esbozó una
sonrisa.
—Suele ser más cauto con los desconocidos —señaló la joven en su defensa.
—Eso espero.
A continuación, puso un pie sobre el banco donde ella estaba untada y, alargando
la mano, le cogió un mechón de pelo que le caía por la mejilla.
—Me preguntaba cuál sería el color de verdad.
Ese gesto tan íntimo la sobresaltó, igual que su atento escrutinio. Notó que la
respiración se le aceleraba. Si pretendía intimidarla, lo estaba consiguiendo. Su
encanto despreocupado e indiscreto era tan potente que casi parecía una fuerza
visible que la buscara y la envolviera. Por un instante, todos los demás se des
vanecieron. Como si Niall McLaren y ella fueran las dos únicas personas
presentes en la taberna.
—No debería ocultar nunca su cabello con polvos, señorita. Resulta mucho más
atractivo sin ellos.
De pronto, la alegró de que, por norma general, las escocesas no
se cubrieran ni empolvaran el pelo y lamentó que la capucha de su
capa de viaje le hubiera deshecho el peinado que con tanto es
mero se había hecho aquella misma mañana. _,
Al comprobar que él seguía estudiándola, se sintió más descontenta de su aspecto
de lo que se había sentido en años. Pero entonces reaccionó. Podía defenderse de
aquel sinvergüenza. Por sus venas corría sangre de reyes escoceses y era nieta de
un jefe de clan, aunque hubiera vivido lejos de las Highlands la mayor parte de su
vida.
Con gran aplomo, alzó la barbilla.
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Anne Bushyhead El Amante
—Tomaré en cuenta su consejo la próxima vez que me vista para un baile.
—Además, deberías soltarte ese moño tan serio —añadió él—. El estilo no
te va.
—¿Acaso es usted un experto en peinados femeninos?
—Más bien un entendido. —Sonrió con desenfado—. El pelo de una mujer
siempre me ha parecido mucho más hermoso suelto, extendido sobre mi
almohada.
La escandalosa observación dejó a Sabrina sin aliento.
—Tal vez debería volver con los suyos, milord —señaló incisiva, fingiendo un*
indiferencia que no sentía—. Seguro que lo echan de menos.
McLaren abrió "lucho los ojos, poco a poco, con deliberada consternación.
—Parece que ya me despachan. Qué decepción. Haciendo caso omiso de su
comentario, Sabrina miró a Liam. —¿No deberíamos estar ya en camino? —Sí,
si ya ha descansado lo suficiente.
—¿Estás segura de que no quieres que te escolte? —preguntó Niall.
—Gracias, pero no —le aseguró ella—. No deseo apartarlo de sus placeres.
—Miró a la otra mesa, donde había besado a Cora, y añadió con aire de
superioridad—: Parece estar muy ocupado con las muchachas de la zona.
Los ojos de él brillaron de satisfacción.
—¿Más desaprobación, señorita?
—No es asunto mío a qué dedica su tiempo libre.
—Ciertamente. Pero eso no te impide manifestar tu opinión sobre mí.
—Creo haber licitado mis observaciones a lo que es de do minio público. Sus
proezas son bien conocidas.
—Sí, soy un depravado de primer orden. Más vale que no lo olvides.
—No me ha dado muchos motivos para olvidarlo —replicó ella con
aspereza—. En las dos ocasiones en que hemos coincidido, le he visto dar
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rienda suelta a sus promiscuas inclinaciones. Cuando él adoptó una expresión
de arrogante regocijo, Sabrina se preguntó si tendría la menor idea de lo
devastadora que era aquella media sonrisa. Seguro que sí. Parecía leer todos
los pensamientos que cruzaban por su mente.
Aun así, era difícil tenerle antipatía. Su agudeza estaba por encima de la media y
su descaro resultaba atractivo, aunque siempre la pillara desprevenida, como le
ocurrió en aquel preciso momento, cuando alargó el brazo para cogerle la
mano y se inclinó sobre ella para besársela. Su frívolo encanto era espontáneo,
natural, pero no por eso la perturbaba menos. —Entonces, me voy.
Intentó soltarse pero Niall no se lo permitió. Cuando le besó el dorso de la
mano, Sabrina lo maldijo en silencio. No era justo que el simple roce de aquel
hombre la dejara sin aliento y le acelerase el corazón. De hecho, era casi un
delito que aquel peligroso sinvergüenza fuera libre de ejercer su irresistible
atractivo con mujeres indefensas.
El era consciente del poderoso efecto que tenía sobre ella, porque, al depositar
su beso en la sensible piel de su muñeca, Sabrina vio en sus ojos un brillo
perverso.
Esa despreocupada caricia inundó su cabeza de imágenes lascivas, imágenes de
su entrega a la seducción de aquel hombre en un jardín iluminado por la luna.
La asustó percatarse de que quería volver a experimentar eso...
Casi aturdida, oyó su voz grave y musical que le decía:
como gustes ,señorita. Pero iremos detrás por si necesitáis ayuda
— añadió para que lo oyese Liam — . Que no se diga que un McLaren elude sus
responsabilidades.
Sabrina se sintió muy agradecida cuando al fin él le soltó la trémula mano, y
algo sorprendida al verlo cambiar repentina
mente de expresión.
— Las Highlands son peligrosas — le advirtió con frialdad — . Sería preferible
que regresaras a Edimburgo, donde deberías estar.
Ella se lo quedó mirando fijamente. Volvió a notar la amenaza que había
percibido antes en él, aquella especie de rabia latente que había vislumbrado en
sus ojos cuando la había visto por primera vez en la
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taberna. Niall McLaren dio un paso atrás y Sabrina notó el aire lleno de
tensión.
— Volveremos a vernos, sin duda — murmuró él con un tono que a Sabrina le
dejó claro que no le entusiasmaba la idea.
—¿Que me case? —exclamó Sabrina con voz entrecortada, sintiendo que le faltaba
el aire—. ¿Quieres que me case con McLaren?
Miró fijamente a su abuelo mientras éste se recostaba en las almohadas.
—Sí, muchacha —confirmó el anciano highlander con voz ronca—. Eres la
última esperanza del clan Duncan. Tu unión con nuestros aliados, los
McLaren, garantizará el futuro de los nuestros.
Aturdida, negó con la cabeza. De modo que aquélla era la razón por la que su
abuelo la había convocado con tanta urgencia. Apenas se había acercado a su
cama cuando Angus le lanzó sin rodeos su propuesta, sin preocuparle la
opinión que ella pudiera
tener.
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—Mi corazón no aguantará mucho, muchacha, y debo resolver mis asuntos
antes de morir. Salvar el clan está en tus manos. El temible jefe de las
Highlands que Sabrina recordaba no parecía tan enfermo como había temido,
pensó distraída. La rubicundez natural de sus mejillas envejecidas destacaba
por encima de su palidez. Y, aunque no parecía respirar muy bien, tampoco
dalia la impresión de estar tan débil como le habían dicho.
—No... entiendo —dijo al fin la joven.
—¿Qué es lo que no entiendes? Los tuyos te necesitan, Sabrina.
—No... eso me ha quedado claro. Pero Niall McLaren... Me cuesta creer que
ese hombre haya accedido a casarse.
— Pues lo ha hecho.
Aún anonadada, se llevó una mano a la sien.
— Pero ¿por qué? ¿Por qué iba a querer casarse conmigo?
— Eres una heredera, ¿no?
Claro, pensó con una punzada de amargura. Su dote era su principal atractivo
para cualquier pretendiente.
Pero eso no explicaba por qué Niall McLaren la elegía a ella en lugar de a
cualquier otra dama de fortuna. Con su título, su devastador atractivo y su
legendaria capacidad de seducción, sin duda podía tener a la esposa que
quisiera. No parecía muy contento al verla aquella tarde...
Sabrina se sonrojó de vergüenza al recordar su breve encuentro de hacía unas
horas. Él ya debía de conocer los planes de su abuelo. ¿Por eso la había
escudriñado con una intensidad casi hostil? ¿E intentado alejarla de las
Highlands?
¿Porque no lo entusiasmaba la idea del matrimonio?
— Debe de tener unas cuantas herederas entre las que elegir
—protestó ella.
— Ninguna que le vaya tan bien. Nuestras tierras están juntas,
y tenemos los mismos enemigos. Él es jefe de un poderoso clan
escocés que desea combatirlos hasta la muerte.
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Sabrina echó un vistazo por la habitación en penumbra, iluminada por una sola
vela. Guardaba vagos recuerdos de su infancia en la mansión medieval de Angus.
Aquella estancia pertenecía sin duda a un guerrero. En las paredes se veían más
armas que tapices y la alcoba contaba con pocas comodidades aparte de la
inmensa cama con dosel y una enorme chimenea. Debería haberle parecido fría y
lúgubre, pero inexplicablemente resultaba fascinante. Aquélla había sido la
residencia de los Duncan durante más de un siglo.
En cualquier caso, no me parece razón suficiente para que
McLaren haya accedido — murmuró ella.
—Te digo, muchacha, que está dispuesto. Tampoco es tan descabellado. Este
matrimonio unirá a nuestros dos clanes.
Sí, quizá no fuera tan disparatado que Niall McLaren estuviera dispuesto a
casarse con ella, se convenció Sabrina. A fin de cuentas, los matrimonios de
conveniencia entre miembros de clanes aliados eran de lo más corriente; de
hecho, eran más la norma que la excepción.
—¿Es que no ves lo importante que es que te cases con él? —le dijo Angus
en tono de súplica urgente—. Cuando yo me haya ido, los malditos Buchanan
harán estragos en el clan Duncan si el jefe no es lo bastante fuerte para
impedirlo.
Sabrina asintió con la cabeza de mala gana. Entendía perfectamente lo que su
abuelo quería de ella, que se casara con un jefe lo bastante poderoso como para
proteger a los miembros de su clan de sus enemigos.
Pero que eligiera marido por ella... La idea misma de casarse con Niall
McLaren la consternaba. Un sinvergüenza y un libertino. Le partiría el corazón
con nada más mirarla.
No, aquello era absurdo. Serían una pareja desastrosa. De hecho, se habían
irritado mutuamente desde el principio.
—¿No hay nadie más que pueda sucederte? —preguntó ella con tristeza.
—Liam sería el siguiente. Es un buen hombre, y sería un buen jefe, pero no tan
bueno como McLaren. Y él lo sabe.
—Pero tiene que haber alguien más que pueda asumir el mando...
—No, no hay nadie. ¿Acaso crees que no habría actuado en
consecuencia de haber habido otras opciones?
—Pero, abuelo...
De pronto, una tos violenta sacudió el cuerpo enjuto y fibroso de Angus, que
pasó un momento interminable resollando.
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Alarmada, Sabrina se acercó un poco y alargó el brazo para ayudarlo.
Él la rechazó con un gesto de la mano y se recostó jadeante.
—¿Hay algo que pueda hacer para que te sientas mejor, abuelo?
—Sí... me tranquilizaría mucho que accedieras a casarte con McLaren.
Debió de ver el recelo en su rostro, porque volvió a tomar aire con dificultad y
prosiguió implacable.
—Niall McLaren es un líder valiente, un guerrero de nacimiento y de estirpe, como
su padre. Es lo bastante fuerte como para mantener unido este clan y guiarlo en la
lucha contra los Buchanan. Y tiene buenas razones para odiar a éstos. Su padre
murió a manos de ellos, maldiciendo su nombre. Igual que hizo el tuyo.
Miró a su abuelo y comprendió su odio inmenso por ese clan. Angus los culpaba
de la muerte de su único hijo. Al padre de Sabrina lo habían tirado del caballo
cuando los perseguía por robarles ganado, y Angus los consideraba enemigos
mortales.
El odio entre ambos clanes era ya centenario.
El único gobierno que había en las Highlands tenía mucho que ver con un
sistema feudal. Los jefes gobernaban sus clanes con firmeza, aunque teniendo en
cuenta la voluntad de sus seguidores. Los highlanders recurrían a sus jefes en
busca de protección, incluso de alimento, pero sólo apoyarían a un líder al que
respetaran, lo que solía implicar que éste fuera un hombre. El liderazgo del clan
pasaba a hijos y hermanos, pero rara vez recaía en las mujeres.
Sabrina sabía que, cuando Angus muriera, ella sería nominalmente la jefa del
suyo, pero no estaba en condiciones de dirigirlos en su lucha contra los Buchanan.
Carecía de la aptitud y la experiencia necesarias.
Además , las amenazas a la supervivencia de un clan no provenían
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únicamente de los enemigos externos. Si Angus no elegía un sucesor fuerte, su
muerte sería el inicio de disputas internas, y daría lugar a una sangrienta batalla
sobre quién sería el siguiente jefe.
Consternada, la joven negó con la cabeza. Una unión con el clan McLaren no
bastaría para conseguir la paz entre los clanes rivales, sin embargo, al casarse con
su jefe, al menos podía proporcionar los medios para proteger a sus hombres
cuando Angus hubiera fallecido.
Se frotó la sien palpitante.
—Debería haber nacido varón —musitó ausente.
—Sí, eso habría estado bien. Y habría sido mucho mejor que tu padre no hubiera
muerto tan joven. Eres igual que mi hijo, Sabrina. —Angus la contempló con sus
ojos vidriosos—. Sé que harás lo que haya que hacer.
Ella notó que se le hacía un nudo en la garganta. Los métodos de persuasión del
hombre no eran limpios: se servía del recuerdo de su difunto padre, de su propio
estado de debilidad y del fuerte sentido del deber de ella. Tampoco era justo por
parte de Angus pedirle tanto. Había pasado todo aquel tiempo sin hacerle caso y
ahora esperaba que se convirtiera en la salvadora del clan Duncan.
Podía negarse. Su herencia le concedía independencia suficiente como para
decidir su propio futuro. La de su padrastro era la única bendición que necesitaba.
No obstante, fuera justo o no, Angus dependía de ella. Eso la hacía sentir
atrapada, acorralada, impotente a la hora de hacer frente a un dilema imposible.
—¿Tanto sacrificio te supone hacer lo que te pido? —preguntó el anciano como si
pudiera leerle el pensamiento—. Tú también sales ganando.
—¿Ah, sí? —no pudo evitar replicar.
—Así es. Tu sitio está en las Highlands, muchacha, como le dije a tu madre
antes de que se te llevara. Como te dije a ti hace mucho tiempo.
Sabrina cerró los ojos un instante y recordó la carta que su abuelo le había
enviado hacía años, cuando su madre se estaba muriendo. Le había suplicado
que volviera a casa, pero sólo ahora lamentaba no haber podido hacerlo. Hasta
ese mismo día, en que había vuelto a ver la accidentada grandeza de su tierra
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natal, no se había dado cuenta de lo a gusto que se sentía en aquellas tierras.
Las llevaba en la sangre. No podía escapar de ellas.
Pero ¿era el matrimonio con McLaren la única opción?
—Seguramente hay otro clan con el que nos podamos aliar. Otro jefe que no
sea contrario a un matrimonio de conveniencia. —No —replicó Angus con
brusquedad, cortando por completo esa línea de argumentación—. Ninguno
que esté a menos de dos días a caballo. Ninguno que precise esposa. Ninguno en
el que confíe para lidiar convenientemente con los Buchanan. Ninguno que
mantenga lazos tan fuertes con los Duncan.
El hombre la escudriñó con su mirada penetrante.
—No tendrás miedo, ¿verdad, Sabrina? Tú tienes agallas, muchacha. Ni siquiera
de pequeñita me temías.
No, de pequeña no le daba miedo su brusquedad ni la intimidaba su poder. De
hecho, siempre había sentido por aquel jefe arisco una simpatía que
experimentaba incluso entonces. Pero que no le tuviera miedo no significaba
que estuviera dispuesta.
—También está la familia —añadió Angus—. Una mujer debe tener
marido... niños propios.
Aquélla era sin duda una de las principales ventajas del matrimonio. Sabrina
quería tener hijos. Quería tener marido... una relación afectiva como la que
habían tenido sus padres. Un compromiso permanente que sólo la muerte
pudiera romper.
Sin embargo, se hacía pocas ilusiones a ese respecto. Ni siquiera era probable
que se casara por amor. En los últimos meses había tenido varios
pretendientes, pero era lo bastante realista como para saber que lo que
buscaban sobre todo era su herencia. Siendo heredera, siempre sería objetivo de
cazadores de fortunas. Lo de Oliver había sido distinto, pero luego él se había
enamorado de su prima.
—Además, el muchacho no está mal.
Sabrina estuvo a punto de reírse de lo corto que se había quedado en su
descripción. Niall McLaren estaba dotado de una belleza física que dejaba sin
aliento. Era tremendamente masculino, peligrosamente sensual... y estaba por
completo fuera de su alcance.
Aunque era consciente de sus propios méritos, ya sólo su educación la convertía
en digna candidata a esposa de un jefe de clan, sabía bien que sus atributos
físicos eran ciertamente modestos. Sí, era práctica, tranquila, ingeniosa... pero
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«deseable» no podía aplicársele en modo alguno. El propio Niall la llamaba
«ratita».
Arrugó la nariz al recordarlo. Siempre había sabido que los hombres preferían
a las mujeres hermosas, de formas más suaves y exuberantes que las suyas, como
había sido en el caso de Oliver. El pelo oscuro de Sabrina, y quizá sus ojos,
aún más oscuros, eran su único atractivo.
Las muchas conquistas de Niall McLaren eran legendarias, y ella se sentía
completamente normal y corriente en comparación con las mujeres preciosas
que sin duda él habría conocido.
—¿Acaso hay otro hombre con el que desees casarte? —quiso saber su abuelo.
—No... —Su opciones de matrimonio eran escasas en aquel momento—. No
hay nadie más.
Bien, entonces no debería haber problema. ¿Qué respondes, muchacha?
Sabrina negó con la cabeza, aturdida. No podía dar una respuesta en aquel
preciso instante. Se sentía demasiado cansada y anonadada como para tomar
decisiones racionales.
—Abuelo... necesito tiempo para pensar... no puedo tomar una decisión tan
trascendental sin considerarla con detenimiento.
—Bueno, tómate tu tiempo, muchacha... pero me gustaría celebrar la
ceremonia antes de que termine la semana, antes de que a esos indeseables
Buchanan se les ocurra aprovecharse de mi enfermedad. Y ahora... necesito
descansar. Déjame solo, por favor.
—Sí, claro, abuelo —dijo Sabrina cortésmente.
—Dile a Liam que venga cuando lo veas...
Angus se acomodó en las almohadas con los ojos cerrados, parecía agotado.
La conversación con ella había hecho mella en su mermada salud, observó la
chica con remordimiento.
Salió de la alcoba en silencio y tropezó con Rab, que había estado esperándola
ansioso y que casi la hizo caer. Acarició distraída la enorme cabeza del perro
antes de dar media vuelta para bajar la escalinata de piedra que conducía al
gran salón del piso de abajo. Sus pies avanzaban lentamente, mientras su
cabeza daba vueltas sin parar.
Su esposa.
Se le ofrecía la posibilidad de ser la esposa de Niall McLaren.
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Un amante descaradamente sensual, cuyo nombre susurraban las mujeres como
una plegaria.
Y, por mucho que le costara reconocerlo, su beso de aquella noche en el jardín
había tenido un extraño efecto sobre ella. La había cambiado de forma
indefinible. Le había provocado un anhelo abrasador que despertaba una
intensa agitación en algún lugar oculto en lo más profundo de su ser.
Antes de aquella noche se sentía satisfecha con su vida. Prácticamente era la
señora de la casa de su padrastro, se ocupaba de sus asuntos y supervisaba sus
cuentas. Además, disfrutaba de un grado de independencia poco habitual en las
mujeres no casadas.
Se había convencido de que no le faltaba nada. Seguía siendo romántica, pero
había aprendido a reprimir cualquier deseo imprudente. Y, aun tras haber
sufrido la dolorosa desafección de su pretendiente, había sabido ocultar bien
su dolor. Era demasiado realista como para perder el tiempo suspirando por
deseos perdidos y sueños rotos.
Así había sido hasta que había conocido a Niall McLaren.
Sabrina negó con la cabeza enérgicamente. Era una locura recordar aquel
encuentro con otro sentimiento que no fuera el desagrado. Para él no había
sido más que una venganza, un ejercicio de deseo carnal frustrado.
Y, sin embargo, desde aquella noche, la joven ya no se con tentaba con
observar desde fuera y vivir la insatisfactoria existencia del espectador
perpetuo. No quería quedarse soltera, resignada a pasar una tarde insulsa
detrás de otra en compañía de los libros de cuentas de su padrastro.
No había nacido para tan poco.
Siempre había sido callada y responsable, pero en los últimos meses había
habido momentos en que había notado que el anhelo brotaba en su interior y
se le acumulaba dentro a punto de estallar.
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Estaba ansiosa por tener aventuras, por sentir pasión. Quería vivir la vida
intensamente. Decidir qué papel quería interpretar, controlar su destino.
Quería dejar huella en el mundo.
Como en aquel momento. Su clan la necesitaba.
Debía tomar una decisión.
¿Estaba dispuesta a anteponer la obligación y el deber a todo lo demás?
¿Podría soportar un matrimonio de conveniencia con un sinvergüenza disoluto
sólo para proteger a su clan de las sangrientas luchas intestinas que asolaban
aquellas tierras? Por sus venas corría sangre de highlander. Los lazos de la
familia y el deber eran fuertes, pero la llamada del peligro y la emoción lo eran
aún más...
Había bajado ya la mitad de los peldaños cuando se dio cuenta de que en el
salón reinaba un absoluto silencio. Al bajar la vista, Sabrina vio un mar de
rostros que la miraban con solemnidad. Entre la multitud, reconoció a Liam y a
Geordie, pero el resto no le resultaba familiar. Sin embargo, por lo que parecía,
los hombres del clan Duncan se habían reunido en el salón para hablar con
ella.
Y por lo visto, habían nombrado portavoz a Liam, porque éste se adelantó
cuando ella bajó el último peldaño de la escalera.
—Señorita Duncan, ¿podríamos hablar un momento con usted?
—Claro —respondió ella amablemente.
—Queríamos que supiera que... si se casa con McLaren, lo seguiremos, todos y
cada uno de nosotros. Cuenta con nuestra palabra de honor,
Se trataba de una promesa pública, observó. Liam renunciaba a su derecho
sucesorio y aceptaba a McLaren como jefe. Anteponía el bien del clan a su
ambición o su ganancia personal.
¿Iba a ser ella menos?
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Sabrina no pudo dormir aquella noche, asaltada por sueños perversos y
traidores con McLaren. El amanecer la encontró dando vueltas en la cama,
atormentada por la duda de si debía o no casarse con él como le pedía su
abuelo.
La suya no sería una unión ideal, de amor, aprecio y objetivos compartidos. No
cabía duda de que al hombre ella le resultaba tan desagradable como él a ella.
Ese mutuo antagonismo no era presagio de un matrimonio feliz. Claro que
¿era la felicidad un requisito indispensable? Debía ser sincera consigo misma:
no iba a estar mucho peor que la mayoría de las mujeres. Aunque no hubiera
amor, contaría al menos con la satisfacción de haber cumplido con su deber, de
haberse esforzado por el bien de su clan. Sería un matrimonio de
conveniencia, nada más.
Lo cierto era que no había ningún otro pretendiente digno dispuesto a pedir su
mano. Y aunque Niall y ella habían empezado con mal pie, quizá pudiera salir
algo positivo de su relación.
Cuando se levantó para vestirse, Sabrina ya había tomado a regañadientes una
decisión: cumplir el deseo de su abuelo moribundo y proporcionarle al clan
Duncan un protector. Se casaría con McLaren.
Le comunicó su resolución a Angus inmediatamente después del desayuno,
antes de que algo la hiciera echarse atrás. En su lecho de muerte, el anciano se
mostró complacido al oír l as noticias y llamó
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prenupciales, pero al verla tan decidida a hablar con McLaren, Angus le dijo
que tomase la iniciativa.
— Pero llévate a Geordie contigo, muchacha — añadió — . El
campo no es seguro para una mujer mientras los Buchanan anden
merodeando por ahí.
Escoltada por Geordie, armado, y con Rab dando saltos junto a su
cabalgadura, Sabrina se dirigió a Creagturic, el hogar de Niall.
Recobró el ánimo mientras recorría las escarpadas colinas a lomos de su
caballo. La lluvia había cesado y, en aquella ventosa y clara mañana
primaveral, las primeras nieblas se habían consumido dejando tras de sí un
esplendor esmeralda.
Sabrina estaba embelesada. Por muchas dudas que albergara en cuanto a su
matrimonio, se alegraba de haber vuelto a aquel espléndido entorno. Las
Highlands se le estaban colando en el alma, la llamaban; sentía su atracción
en lo más profundo de su sangre.
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Y al tirar de las riendas mirando el imponente castillo de piedra que pronto sería
su nuevo hogar, se le alborotó el corazón emocionada.
Recortada contra una cordillera de magníficas elevaciones, rodeada de cañadas
repletas de alisos y abedules, la antigua residencia de los McLaren parecía surgir
de las claras aguas azules de un tranquilo lago. A pesar de su austera belleza,
era una magnífica fortaleza, visible estandarte de un clan guerrero.
— La construyó Malcolm el Audaz tatarabuelo de Niall — le
explicó Geordie — . Ha sido sitiada en dos ocasiones, pero jamás
tomada.
Cruzaron un puente de piedra que daba paso a un patio amurallado; el rastrillo,
vestigio de la época feudal, ya no se usaba. El patio era inmenso, y en él había
una docena de edificios anexos de madera,
entre los que se encontraban el establo y la herrería. Tras desmontar y sujetar
las riendas de su montura a una argolla, Sabrina le ordenó a su escolta canina que
permaneciera a los pies de la magnífica escalera de piedra y subió con Geordie
hasta la impresionante puerta de roble.
El interior del castillo parecía haber sido ennoblecido por una mano civilizada,
pensó la joven admirada cuando los invitaron a pasar. Las paredes del piedra
del gran salón habían sido encaladas y adornadas con delicados tapices además
de armas, mientras que grandes muebles de roble resplandecían por efecto de la
cera de abejas.
La anciana ama de llaves miró a Sabrina con curiosidad.
—Me complace conocerla, señorita Duncan —afirmó la señora Patterson—,
pero me temo que el señor no está en casa en estos momentos.
—¿Sabe si volverá pronto? Llevo varios días intentando hablar con él.
—Ha pasado la noche fuera, pero me dijo que volvería por la mañana.
Sabrina apretó los labios indignada, perfectamente capaz de imaginar lo que
había tenido ocupado al señor toda la noche.
—¿Sería tan amable de permitir que lo esperemos?
—Naturalmente. Vengan conmigo, por favor.
Geordie y Sabrina siguieron al ama de llaves por la escalera, más allá de la
galería de juglares que daba al gran salón, hasta una hermosa sala cuyas paredes
se hallaban decoradas con un exquisito revestimiento y papel pintado
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adamascado; en el rincón más apartado de la misma, en el lado opuesto a la
chimenea, había un piano con incrustaciones de palo de rosa.
Ese extraordinario instrumento perteneció a la señora McLaren —
explicó la señora Petterson interpretando correctamente la expresión
de complacencia de Sabrina—. Una mujer virtuosa donde las haya.
—¿Se refiere a la madre de los McLaren? —Así es. Pasó a mejor vida hará
unos tres años, un duro golpe para todos nosotros. Si quiere ponerse
cómoda, señorita, le traeré un pequeño refrigerio.
—Gracias, pero no es necesario. —Pero puede que el señor tarde en llegar. —
No tengo inconveniente en esperar todo el día si fuese necesario —respondió
Sabrina decidida. Cuando la mujer se hubo marchado, se sentó en un sofá de
brocado mientras Geordie se paseaba inquieto, más a gusto al aire libre que en el
refinado entorno de una sala de estar. Tuvo que pincharlo un poco para que le
hablara de la familia McLaren, pero finalmente consiguió averiguar bastantes
cosas de los difuntos padres de Niall y de sus hermanos.
Había transcurrido casi una hora cuando oyeron el estrépito de los cascos de
los caballos al otro lado de la ventana de la sala. Geordie dejó de pasearse para
mirar al patio. —Son McLaren y John.
—¿John? —preguntó Sabrina al tiempo que se levantaba para mirar también.
—Sí, el primo de Niall, y gran amigo de su padre. La joven vio a dos jinetes.
Uno era Niall, el otro el fornido highlander que había ido a buscarlo al baile
de su tía, en Edimburgo, hacía ya tantos meses, con la terrible noticia de la
emboscada que los Buchanan le habían tendido al jefe del clan McLaren. Los
dos hombres se habían detenido delante del establo.
Rab, que montaba guardia a la entrada de la mansión, se levantó de pronto y
aguzó el oído. Luego, abandonando su puesto junto a la escalera, cruzó el patio
dando brincos para recibir a los recién llegados.
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se instaló en el catre a esperar a Jean y, cansado, cerró los ojos.
Se había resignado a contraer matrimonio con la señorita Duncan, pero en
aquel momento se sentía más que contento de no tener que reunirse con ella.
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Miró un instante por la ventana, justo a tiempo de ver a una joven con un delantal
blanco entrar con sigilo en el mismo edificio donde había desaparecido Niall
hacía un momento.
Apretando la mandíbula, Sabrina se obligó a respirar hondo para controlar su
irritación. No era sólo que su prometido tuviera líos amorosos delante de sus
narices (no podía exigirle nada mientras no estuvieran casados), ¡lo que la irritaba
era que tuviera el descaro de darle plantón para hacerlo!
—Perdóneme, John —soltó con una sequedad casi cáustica—. Por lo visto, no he
elegido un buen momento para venir. Le ruego que le diga a McLaren cuando
lo vuelva a ver, que estoy impaciente por charlar con él sobre los preparativos de
la boda.
A continuación, tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para salir de la sala
y bajar al patio.
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Después, tras pedirle al perplejo Geordie que la esperara y ordenarle al frustrado
Rab que no se moviera de allí, los dejó y se encaminó al edificio donde había
visto entrar a Niall y a la joven.
No la sorprendió oír una risa femenina procedente del interior ni, al dar un
golpecito en la puerta, una voz intensa y familiar que la invitaba a entrar.
Sin embargo, apenas había puesto un pie dentro cuando se detuvo en seco ante el
panorama que se encontró. Niall McLaren estaba tumbado de costado en un catre,
completamente desnudo, y la muchacha estaba sentada a su lado todavía vestida
pero inclinándose solícita sobre él, con una mano apoyada en su pecho desnudo.
El highlander levantó la vista y un gesto de enfado endureció su mandíbula,
ensombrecida por una barba de varios días.
—Pperdón —balbuceó Sabrina—. No pensaba que... No pretendía...
El suspiró con resignación.
—Ya que has irrumpido de este modo, quédate —le dijo, dándole una palmadita a
la doncella en la voluptuosa cadera—. Puedes retirarte, Jean —murmuró con voz
ronca—. Seguiremos más tarde.
Mirando de reojo a Sabrina, la muchacha se puso en pie e hizo una reverencia.
—Como gustéis, milord.
—Ah, Jean, tráele un refrigerio a la señorita Duncan, por favor.
Demasiado nerviosa como para oponerse, Sabrina se limitó a apartarse. La
sirvienta pasó por su lado y salió dejándola a solas con su señor.
Era un hombre hermosísimo, pensó distraída mientras sus ojos se adaptaban a
la luz mortecina. Sin la cola, su sedoso pelo le caía con desaliño, resaltando la
amplitud de sus hombros. Su pecho, ancho y bronceado, exhibía un leve vello
oscuro que descendía en un trazo sensual, estrechándose a la altura de su es
tómago, plano y duro... La mirada de Sabrina vaciló un instante.
No estaba completamente desnudo, observó aliviada. Un plaid de tartán le
cubría estratégicamente las estrechas caderas. Por debajo del tejido asomaban
unas piernas largas y fuertes, musculosas y bien torneadas, cubiertas de vello.
Todo él daba una inequívoca sensación de fuerza.
La impresión que le producía su absoluta belleza le alteraba los sentidos.
—¿Nunca te han dicho que es una descortesía quedarse mirando fijamente?
A Sabrina se le encendieron las mejillas, pero en lugar de salir corriendo se quedó
paralizada donde estaba. La casi total desnudez de Niall McLaren era
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particularmente desconcertante, y el muy libertino lo sabía, a juzgar por el destello
divertido que se reflejaba sus ojos azules.
—¿En qué puedo ayudarte? —preguntó con una sonrisa.
—He venido a... verte —respondió ella sin mucha convicción, procurando
ordenar sus ideas dispersas.
—Eso está claro.
—¿Recibiste el mensaje en que te pedía que vinieras a verme?
—Lo siento, pero estaba ocupado y no disponía de tiempo.
—Eso está claro —replicó Sabrina con aspereza, mirando intencionadamente
su aspecto desaliñado.
Niall se encogió de hombros mientras se recolocaba con disimulo el plaid para
taparse la peor de las magulladuras.
—Siempre tienes la mala costumbre de aparecer en el momento más
inoportuno.
Ella se enfrentó nerviosa a la mirada descarada de él.
—No era mi intención interrumpir tus placeres, pero confiaba en que pudieras
dedicarme cinco minutos de tu valioso tiempo.
—Me puedo permitir cinco minutos —observó él con una perversa sonrisa en
los labios—. Estoy enteramente a tu servicio. Dispones de toda mi atención.
Menudo sinvergüenza, pensó Sabrina con involuntaria admiración. El muy
tunante se estaba riendo de ella. Podía detectar la picardía en sus ojos.
Lo encontraba aún más guapo de lo que recordaba. Aquellos mechones de
pelo negro que le caían por la cara acentuaban sus rasgos afilados y resaltaban
sus deslumbrantes ojos. Su corazón femenino latía más rápido con sólo
mirarlo. Se sorprendió contemplando fijamente sus bonitos y sensuales labios
y la sonrisa abrasadora que se había tornado de pronto burlona.
Estuvo a punto de dar media vuelta y marcharse, pero se había prometido
plantarle cara a la situación. Se negaba a seguir con la incertidumbre de los
últimos tres días. Quería resolver los asuntos que tenían pendientes.
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—Me pregunto si te dignarías ponerte algo de ropa encima.
—¿Por qué? ¿Te desagrada ver a un hombre desnudo?
Sabrina abrió la boca para responder, pero la cerró de golpe. Aquélla no era una
pregunta a la que una dama debiera responder.
—¿O quizá lo que ocurre es que eres una mujer medrosa? —tuvo la audacia
de añadir el muy sinvergüenza.
—No soy medrosa.
—Entonces, ¿por qué te quedas en el umbral de la puerta?
Sabrina se ruborizó y después, muy tiesa, entró en la habitación, pero con la
precaución de dejar la puerta entornada.
De pronto, con languidez, Niall estiró sus fuertes brazos por encima de la
cabeza, haciendo que se le tensaran y abultaran los músculos del pecho y el
torso desnudos.
Hizo una leve mueca de dolor, pero luego rió por el gesto de inquietud de la
joven, mostrando así sus dientes de un blanco intenso.
—Bienvenida a mi guarida de perversidad, señorita Duncan.
Su sarcasmo la hizo fruncir el cejo, aunque eso la ayudó a recuperar en parte la
compostura.
—¡No me parece un tema que deba tomarse a la ligera, milord!
—Eso es evidente.
—Supongo que es propio de tu reputación disipada recibir a una dama en un
estado de absoluta desnudez.
—Ah... retomas la constante crítica a mi carácter. —En los círculos en los que
yo me he educado, aprovecharse de una criada se considera un indicio de falta
de carácter.
Niall negó con la cabeza, fingiéndose ofendido.
¿por qué te empeñas en acusarme de abusar del sexo débil?
–Quizá porque siempre que nos hemos encontrado estabas seduciendo a
alguna mujer con engaños.
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—Detesto tener que corregir a una dama, pero jamás he seducido a una mujer
en contra de su voluntad.
—Dudo que eso fuera un impedimento para ti, en cualquier caso —observó
ella en actitud de superioridad.
—Supongo que no —concedió él, provocador.
—No —confirmó Sabrina a regañadientes—. Es evidente que posees una
gran capacidad de persuasión.
—Por no hablar de mi encanto y mi ingenio.
La joven cerró los ojos un instante, como rezando silenciosamente. Era el
hombre más increíblemente arrogante que había conocido en su vida, y
deseaba de todo corazón poder bajarle un poco los humos.
—¡No veo virtud alguna en haber roto montones de corazones femeninos!
—Ay, yo nunca haría eso intencionadamente.
—Claro, intencionadamente. Supongo que, teniendo en cuenta lo que eres, no
lo puedes evitar.
—¿Y qué soy?
—Un... mujeriego. Un...
—Hedonista —propuso él sin alterarse—. Sí, recuerdo bien la opinión que te
merezco.
—¿Acaso lo niegas?
Niall ladeó la cabeza, mirándola.
—No, en absoluto. Mi infame reputación es bien merecida. Soy un hombre
inclinado a los placeres.
No hacía falta que le dijera también que era promiscuo. Se debía de haber
acostado con más mujeres de las que Sabrina podía imaginar. De hecho, se
preguntaba si alguna vez dormía solo.
—¡Eso es más que evidente! —Recorrió su cuerpo semidesnudo con cierto
aire de desdén—. En cualquier sociedad decente, se consideraría
el colmo de la depravación ir de esa guisa en pleno día.
La sonrisa se esfumó del rostro de él, que se puso muy serio.
—Para empezar, no es pleno día, apenas son las diez, una hora perfectamente
decente para «ir de esa guisa», como tú has dicho con tanta delicadeza. Además, si
no me equivoco, ésta es mi casa, y en ella puedo hacer lo que me plazca. Y, por
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Anne Bushyhead El Amante
último, señorita Duncan... —la atravesó con la mirada—, ¿qué derecho tienes tú a
censurarme?
Sabrina se irguió.
—Ninguno. De hecho, me da igual que decidas dedicar tu tiempo a no dar
golpe, pero hay otras cosas en la vida aparte de perseguir faldas.
—¿Ah, sí? ¿Y qué cosas son ésas?
—El deber y el honor, por ejemplo. La familia. El sacrificio.
Los ojos de Niall se volvieron severos y desafiantes.
—Yo no he tenido inconveniente en sacrificarme por el deber y la lealtad a los
míos. He ocupado la jefatura de mi clan, a la que no aspiraba y para la que no
tenía vocación. Además —añadió en tono firme pero meloso—, he accedido a
considerar tu proposición de matrimonio. Sabrina alzó las cejas.
—¿Mi proposición?
—¿No es por eso por lo que querías reunirte conmigo esta mañana?
Ella se quedó boquiabierta.
—¡Casarme contigo no ha sido idea mía, te lo aseguro!
Ni mía —le aclaró Niall con una sonrisa gélida—. Es sólo deseo de tu abuelo.
Pero... —Frunció el cejo confundida—. Angus me lo comunic ó como si hiera
una decisión en firme. Me dijo que tú estabas de acuerdo.
—Estoy de acuerdo en que él necesita una unión entre nuestros clanes, eso es
todo.
Sabrina bajó la vista y se quedó mirando el suelo, con un extraño dolor en el
pecho. Niall McLaren no deseaba casarse con ella. Debería haberlo supuesto.
—No deseo ser una imposición para ningún hombre —respondió con frialdad
—. Y menos aún para ti. Estaba dispuesta a considerar el matrimonio
únicamente por el bien de los míos. No sé bien por qué, pero mi abuelo cree que
eres quien mejor puede garantizar la supervivencia de nuestro clan.
—Ya sé lo que piensa Angus, pero si me permites que sea sincero...
—Por supuesto, sé sincero —asintió ella mordaz.
—Te convendría más buscarte otro marido.
Sabrina lo miró con una sonrisa desdeñosa.
—¿Y eso por qué?
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Anne Bushyhead El Amante
—Porque tú y yo no congeniamos.
En eso estaba completamente de acuerdo; por su cuenta, ella ya había llegado
a esa misma conclusión.
Al ver que no se lo discutía, él suavizó un poco el tono.
—No te conviene casarte con un mujeriego como yo, te lo aseguro. Sería un
marido deplorable. Me gustan demasiado las faldas como para renunciar a mi
libertad y sentar la cabeza. No sería fiel. No es propio de mí.
No, pensó Sabrina, sombría. No esperaba que alguien así fuera fiel. Era un
hombre de pasiones, no de promesas. No creía que le interesara su amor, ni
ningún otro sentimiento. Claro que a ella tampoco le interesaba el amor de él.
Sólo quería que protegiera a su clan.
—Eso no es un problema, no temas. No te privaría de tus placeres. El nuestro
sería un matrimonio de conveniencia, nada más.
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Anne Bushyhead El Amante
Aunque tampoco objetaría nada SI la señorita Duncan optaba por anular el
compromiso.
Cruzó los brazos sobre su pecho desnudo. Estoy dispuesto a que me
convenzas.
—¿A que te convenza? titubeó ella—. ¿Qué... quieres decir?
—Que deseo que me cortejes.
—¿Que deseas quejo te corteje? —¡El descaro de aquel hombre no tenía
límites!—. Si esperas que coquetee y bromee como una idiota y te ande
haciendo carantoñas sólo para entretenerte, es que has perdido el juicio por
completo —le espetó.
—Tú verás, ratita. Eres tú la que necesita marido.
Sus palabras espolearon su orgullo.
—¡Yo no necesito marido! Mi clan necesita un jefe, que es muy distinto.
Deseo nuestra unión menos aún que tú, te lo aseguro.
—Pues entonces anula el compromiso.
—¿Que lo anule? —Se lo quedó mirando ceñuda. Al cabo de un rato, negó
con la cabeza—. No tengo intención de abandonar a mi clan y decepcionar a
mi abuelo. Mi gente ha decidido seguirte, y yo no voy a contradecir su
decisión. Por desagradable que me parezca contraer matrimonio contigo,
estoy preparada para hacerlo lo mejor posible. Si tan en contra estás, milord,
anúlalo tú.
Vio cómo la mandíbula de Niall se tensaba un segundo, pero luego el
highlander sonrió despacio, de forma perversa y en absoluto agradable.
—Como ya he dicho, quizá puedas convencerme de que acepte tu proposición.
Pero tendrás que persuadirme.
La estaba provocando, observó Sabrina con renovada furia.
—¿Debo entender —dijo con voz seca, teñida de ira— que tengo que
demostrar mi valía como si fuera una vaquilla premiada en una feria de
ganado? ¿Debo presentarme como candidata al puesto de tu esposa?
—Lo que digo es que hay ciertas virtudes que exijo en mi mujer y señora de mi
clan.
Estaba insinuando que ella no las poseía, pensó Sabrina. La joven
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Anne Bushyhead El Amante
era muy consciente de la realidad. Físicamente no estaba a la altura de un
hombre cuya habilidad para conquistar a las mujeres más hermosas de Europa
era legendaria, y cuyas hazañas en salones de baile y alcobas de la aristocracia
no tenían parangón.
—No puedo presumir de belleza, ni tampoco de elegancia.
Niall encogió sus fuertes hombros.
—La belleza no es un atributo tan esencial en una mujer.
Ella lo miró con recelo, incapaz de creer que alguien como él se conformara
con menos.
—Entonces, ¿cuál?
Los ojos de Niall la recorrieron despacio, desde las puntas de los pies hasta la
leve protuberancia de sus pechos, ocultos bajo su insulsa capa de viaje.
—La idoneidad, por ejemplo. ¿Cómo vamos a saber si somos compatibles si
no lo probamos?
—¿A qué te refieres? ¿Probar qué?
—Tú careces de experiencia en asuntos carnales. Nunca has estado con un
hombre.
Esas palabras tan directas la sofocaron.
—¿Cómo... puedes estar tan seguro?
—¿De que eres virgen?
Volvieron a encendérsele las mejillas.
—Ssí.
—Por una serie de indicios reveladores. La inocente forma de besar que descubrí
en ti hace unos meses. Lo nerviosa que te pusiste cuando te acaricié un pecho.
El pulso acelerado de tu cuello en este momento. El rubor de tus mejillas...
Para un entendido como yo, no eres más que una niña.
Creía que los caballeros preferían a las damas inocentes.
Si, muchos sí. Pero a mí me gusta que mis chicas sean apasionadas y
dispuestas, que se mueran de deseo por mí. Dime, ratita, ¿se te acelera
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Anne Bushyhead El Amante
el pulso al pensar en acostarte conmigo? ¿Notas una dulce quemazón entre las
piernas al imaginarte desnuda entre mis brazos?
Sabrina apretó los labios mientras trataba de pensar en una réplica adecuada,
más desconcertada por el descaro con que él hablaba de su cuerpo de lo que
desearía admitir. Se lo estaba poniendo lo más difícil posible.
—Me duele minar la elevada opinión que tienes de ti mismo, pero yo no pierdo
el tiempo imaginándome en tus brazos, ni desnuda ni de ningún otro modo —
mintió—. No te hagas ilusiones,
no te deseo.
—A eso precisamente me refiero, ratita. Me pregunto si serás capaz siquiera de
excitarte. Si voy a tener una compañera de cama para toda la vida, preferiría
saber qué me llevo. No me gustaría que me cargaran con un bloque de hielo.
Yo quiero una mujer
apasionada...
Se oyó un golpecito en la puerta que interrumpió cualquier respuesta que
Sabrina hubiera podido darle. Cuando él dio permiso para entrar, apareció
Jean, con una bandeja llena de vino y galletas de mantequilla.
Niall le dedicó una sonrisa de aprobación, un gesto tan sensual que a Sabrina
le produjo un doloroso pellizco en las proximidades del corazón.
—Gracias. Déjala en la mesa, por favor. Confío en que la señorita Duncan
sabrá hacer los honores.
Conteniendo una risita, la doncella miró a Sabrina con picardía.
—Sí, milord. Como gustéis.
Depositó la bandeja en la mesa que había junto a la chimenea, hizo una
reverencia y se fue.
—¿Nos tomamos una copa juntos, ratita? —preguntó él cuando la criada se
hubo marchado.
Sabrina respiró hondo, tratando de contener su frustración.
—Por supuesto. Quizá sirva para aplacar un poco tu lascivia.
Mientras ella servía el vino en dos copas de peltre, Niall estudiaba detenidamente
el semblante de la joven para ver si ésta picaría o no el anzuelo. Había
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El paño de tartán que le cubría la entrepierna se deslizó un instante, dejándola
vislumbrar un impresionante flanco desnudo y fibroso. Entonces, sin darle
importancia, Niall agarró el plaid y se lo ató a la cintura, y luego se echó un
extremo por encima del hombro. Le cubría escasamente la entrepierna, pero
dejaba al descubierto buena parte del muslo.
Sabrina tomó una bocanada de aire cuando lo vio acercarse despacio. Parecía
no ser consciente de su desnudez, mientras que ella la percibía claramente. Se
movía con una libertad que resultaba embelesadora, con su figura tan similar a la
de algún dios pagano, tan bien formado, tan absolutamente irresistible.
Ante semejante belleza masculina, se quedó inmóvil donde estaba. Le
parecía enorme, todo músculo bronceado y vello oscuro. Los sentidos de la
joven estaban despiertos y completamente pendientes del hombre, de su
proximidad que la trastornaba.
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Se estremeció cuando él le arrebató su copa de sus dedos trémulos y la alzó.
¿Puedo proponer un brindis, señorita? Por nuestro experimento.
¿Eexpperimento?
Amoroso.
No vvoy a hacer el amor contigo.
Vas a tener que hacerlo, cariño. Como ya te he dicho, yo soy
de naturaleza apasionada, y quiero asegurarme de que mi esposa
me corresponde.
Sabrina notó que se quedaba sin respiración mientras lo miraba tomar un
largo trago de vino. De repente, aquella amenaza implícita le produjo una
inquietante y embriagadora sensación de peligro que le recorrió todas las
terminaciones nerviosas.
— ¿Me vas a... forzar? — preguntó con un hilo de voz.
—Nunca he forzado a nadie —respondió él en voz baja—. Últimamente —
añadió jocoso.
No, pensó Sabrina aturdida, no necesitaba recurrir a la fuerza si podía seducir a
cualquier mujer, que aceptaría gustosa.
—Pero en este caso —añadió Niall en voz aún más baja, más suave, más ronca
—, podría hacer una excepción. Pretendo averiguar si somos compatibles, ratita.
—No... no sacrificaré mi inocencia sólo por satisfacer tu curiosidad.
—Hay formas de explorar tu sensualidad que no conllevan la renuncia a tu
virginidad.
Maldita fuera su voz embelesadora, pensó ella. Poseía una delicada aspereza que
le inundaba los sentidos con un cálido baño de sensualidad.
Se quedó paralizada mientras él cogía su copa de vino y la dejaba en la mesa,
junto a la suya.
—Antes de sellar ningún trato, debemos asegurarnos de que serás una esposa
complaciente, y de que no encontrarás demasiado desagradables las exigencias
del lecho conyugal.
Sabrina abrió la boca, pero no dijo nada.
—No me tendrás miedo, ¿verdad, cielo?
¿Miedo? ¿Por qué iba a tenerlo de un sinvergüenza de encanto y pasión
legendarios con el que ninguna mujer estaba a salvo? Sabrina tragó saliva. Sin
duda alguna, la asustaba su abrumadora masculinidad, su belleza y su poder, pero
se negaba a dejarse Intimidar.
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—No te tengo miedo.
alzo los ojos con valentía, y eso a él le gustó.
el aire que los separaba se llenó de tensión cuando sus miradas chocaron
silenciosamente.
Sin mediar palabra, Niall alargó la mano.
Creo que deberíamos empezar desprendiéndonos de tu capa de viaje.
Con el corazón acelerado, Sabrina retrocedió un paso de inmediato.
—Nno.
—Demasiado pusilánime —murmuró él—. Si huyes a la primera prueba,
difícilmente vas a persuadirme.
Ella se lo quedó mirando durante un momento interminable. Sabía que la estaba
provocando, retándola para que accediera a su desafío.
Tragó saliva y se obligó a reunir el coraje necesario.
—Muy bien... ¿Qué debo hacer?
—Quizá deberías empezar por besarme.
—¿Quieres quejo te bese?
—Para empezar. Acércate.
Sonreía provocador, y ella titubeó.
—Si tiemblas por un simple beso, ratita, no es muy probable que disfrutes de mis
atenciones una vez nos hayamos casado.
Su irritante aire de superioridad aumentó la cólera de ella y la decidió a
demostrarle que no era la criatura sumisa que él creía. Se recordó que en realidad
no le suponía ningún peligro. Rab estaba cerca. Y Geordie acudiría si era
necesario.
A regañadientes, hizo lo que le pedía con los ojos fijos en su hermoso rostro.
Había olvidado lo alto que era. Su proximidad la obligaba a echar la cabeza hacia
atrás para mirarlo.
—Aún más cerca.
Ella dio otro paso y se detuvo a un palmo escaso de distancia. Notaba cómo el
calor de su cuerpo la envolvía, y podía oler su aroma masculino almizclado, una
fragancia leve, natural, que le resultaba perturbadoramente excitante. Tenía el
pecho semidesnudo, y tuvo que controlar las ganas de alargar la mano para
acariciárselo.
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La dulce tensión de sus pezones, el latido de placer que parecía surgir de lo
más profundo de sus entrañas. El ardor indecente que se extendía entre sus
piernas... Se sentía agobiada, incluso horrorizada, por la intensidad de su
reacción. Sintió brotar en ella el anhelo y de pronto se descubrió luchando
contra el ardiente deseo de apretarse más contra él, de sentir la totalidad de su
musculoso cuerpo contra el suyo.
—No siento nnada —mintió.
Con una mirada ardiente de sus ojos color zafiro, Niall alargó la mano y su
boca, acariciándole suavemente el labio inferior, deslizando la yema del dedo
despacio por la superficie húmeda.
—Entonces ¿por qué tiemblas cuando hago esto?
Siguió con un roce en la delicada parte inferior de su mandíbula... y, antes de
que Sabrina pudiera protestar, ya le había desabrochado el cierre de la capa y le
acariciaba el esbelto cuello con sus dedos fuertes y callosos hasta que ella sólo
pudo pensar en la sensación que le estaba provocando.
—¿Y por qué se te corta la respiración cuando te toco aquí, cariño? —preguntó
mientras con el pulgar le masajeaba el suave hueco de la clavícula, la única
parte de su cuerpo al descubierto por encima del escote del corpiño.
Sin esperar una respuesta, Niall inclinó lentamente la cabeza y acercó su boca a
la de la joven, calentándole los labios con su aliento.
Sabrina se vio asaltada por una avalancha de sensaciones. La enorme fuerza de
su cuerpo la envolvía, la excitaba, la provocaba y la atraía. Era la sexualidad
personificada. Descarado. Irresistible.
Notaba sus muslos duros como piedras apretados contra ella, su rígido
miembro... Era imposible no percibir lo grande' que se1 había hecho, y esa
percepción le disparó el pulso.
Sabrina cerró los ojos y suspiró con desesperación y anhelo. Al oír ese suave
sonido y notarle el pulso acelerado bajo la fina piel del cuello, Niall titubeó. Era
un experto detectando el más mínimo grado de excitación en una mujer, y
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aquélla estaba excitada. Sabía que podía seducirla y llevarla hasta un punto en
que le suplicara que la tomara, hacer que lo deseara con locura. Sin embargo, él
no quería despertar su deseo, ni tampoco el propio. Su intención al abrazarla
había sido precisamente la contraria.
En vano trató de ignorar el ardor que recorría su sexo a medida que estrechaba
el abrazo. Casi con furia, bajó la cabeza y cubrió la boca de la joven con la
suya, con una fuerza tal vez mayor de la necesaria. La besó con intensidad,
invadiendo su boca con descaro, paseando por ella su lengua con
determinación.
Por instinto, Sabrina alzó los brazos y hundió los dedos en el pelo de él, pero
Niall no contaba con su propia reacción. Al saborearla, sus sentidos se
alborotaron de forma alarmante mientras lo recorría un ardor que se concentró
en su entrepierna. Experimentó puro deseo, y supo que la muchacha sentía lo
mismo. La abierta reacción de ella lo dejó pasmado. Le devolvía el beso
ávidamente, con una pasión inocente que lo asustó.
Sintió una punzada de deseo, intensa y persistente. Quería penetrar hasta lo más
íntimo de su ser, notar cómo su tierna feminidad se expandía y se llenaba con
su ardor masculino.
Se maldijo a sí mismo e, interrumpiendo bruscamente el beso, la dejó con la
boca húmeda y anhelante.
Jadeando, aturdida por la potente sensualidad de Niall, Sabrina abrió de mala
gana los ojos y se descubrió agarrada con fuerza a la ondulada espesura de su
sedoso pelo negro. Sentía los pechos pesados y anhelantes de sus caricias, y el
calor que latía entre sus piernas la escandalizó.
No había esperado reaccionar con tanta pasión, y observó que él tampoco.
El hermoso rostro de Niall revelaba desaliento mientras, con uno de sus fuertes
brazos le rodeaba la cintura y se la arrimaba al cuerpo, apretando contra ella la
prueba evidente de su deseo.
Sabrina se estremeció al sentir el duro contorno de su virilidad a través del plaid
y de sus propias faldas.
Cuando vio su reacción, recordó su propósito original. Con una leve sonrisa,
la estrechó con más fuerzas, frotándose despacio contra ella, sensual, hasta
que todas las fibras del cuerpo femenino se llenaron de vida, hasta que el
deseo surgió entre los dos, primitivo, abrasador.
Sabrina se quedó sin aliento cuando él le cogió la mano y se la llevó debajo del
plaid, poniéndola en contacto directo con su cuerpo desnudo.
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De no ser por el dolor de la excitación tan bruscamente aplacada y el de sus
costillas magulladas, se habría reído. La señorita Duncan había ganado aquel
asalto, debía reconocerlo.
Negó con la cabeza, asombrado, mientras el vino le chorreaba por las piernas
desnudas hasta empapar el suelo.
Su única intención había sido besarla; no pretendía nada más. Había tratado de
asustarla con un despliegue de pasión, pero no le había funcionado en
absoluto. No había conseguido nada. Al contrario, era ella quien había puesto
en peligro su autocontrol. Aún estaba excitadísimo, todavía percibía su dulce
fuego. Incluso entonces, la perturbadora imagen de sus ojos oscuros, cálidos y
vidriosos de anhelo, lo hacían arder de deseo.
Niall volvió a maldecir mientras se quitaba el plaid y empezaba a secarse
el pringoso vino dulce de la entrepierna, y, sin querer, esbozó una sonrisa al
recordar su atrevido gesto.
Estaba ante una mujer inteligente, no carente de valor. Sabrina Duncan no era de
las que se acobardaban ante el primer indicio de adversidad. Hasta la fecha, se
había defendido bien en todos sus encuentros, esquivando sus ataques con un
agudo ingenio y una
lengua afilada como un estoque. Jamás había conocido a nadie como ella, y a
Niall eso le resultaba extraordinariamente tonificante.
Apreciaba la inteligencia en una mujer. Y sin duda ella subestimaba mucho su
propio atractivo al creer que no podía presumir de hermosura. Su encanto no se
apreciaba a simple vista, pensó, al recordar la esquiva suavidad de su piel, pero sus
rasgos eran finos y delicados, algo que los colores apagados de su ropa no re
saltaban en absoluto. Y, en algún lugar, bajo el corpiño de escote cerrado y el
corsé, se ocultaba un pecho que él anhelaba explorar.
Era una mujer sana y hermosa, de una desbordante candidez, y mucho más
tentadora de lo que él habría deseado. Por otra parte, lo había sorprendido
descubrir la pasión que se escondía tras aquella fachada de recato.
Quizá el resentimiento que le provocaba tener que casarse lo había llevado a
juzgarla equivocadamente. Poseía un brío que él podía llegar a admirar, admitió
Niall al recordar la desafiante inclinación de su barbilla. Por un instante, la ratita se
había convertido en una tigresa, una transformación increíblemente atractiva. Y la
furia que ardía en sus ojos oscuros y brillantes cuando se enfadaba... algunos la
encontrarían irresistible. Él mismo sin ir más lejos. La joven había trastocado algo
en su interior en lo que prefería no pensar. Para un hombre acostumbrado a saciar
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todos sus apetitos, Sabrina Duncan era una novedad: una mujer que sabía resistirse
a sus avances. Lo más asombroso de todo era que él había
empezado a cansarse del sexo débil. Las mujeres hermosas eran su vocación, pero
sus atractivos, incluso el cuerpo exuberante y apetecible de su voluptuosa ex
amante, Eve Graham, habían empezado a cansarlo. Desde hacía algunos meses,
venía notando una vaga sensación de descontento, de inquietud, en sus relaciones.
Aliviaba sus necesidades carnales con falsas promesas de amor, palabras fugaces
fruto del placer de un instante y olvidadas con la misma rapidez; deseaba algo
más. Todas las mujeres con las que se acostaba empezaban a resultarle igualmente
insatisfactorias.
Salvo Sabrina Duncan.
Aun así, eso no significaba que quisiera casarse con ella. Preferiría encontrar otro
medio de proteger al clan Duncan y satisfacer la necesidad de Angus Duncan de
encontrar un líder sin que eso significara tener que tomar esposa. Pero era
demasiado esperar que la señorita Duncan se retirara voluntariamente de la
alianza propuesta.
Torciendo el gesto por el dolor en las costillas, Niall cruzó la estancia en
dirección a la ventana y miró a través de los cristales emplomados al patio donde
se encontraba la joven. A sus pies, su enorme perro le hacía carantoñas, mientras
Geordie Duncan se preparaba para ayudarla a montar.
Sí, había ganado aquel asalto, pensó el highlander, pero aquello no había hecho
más que comenzar. Si tenía que casarse con día, lo haría bajo sus propias
condiciones. No dejaría que su esposa lo gobernara.
En cualquier caso, debía admitir que iba a disfrutar de la batalla. Para su sorpresa, se
descubrió saboreando la perspectiva del desafío.
Esbozó una fría sonrisa.
—Ya veremos quién sale victorioso la próxima vez, adorable bruja.
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su vitalidad irresistible eran más de lo que alguien de su limitada experiencia
podía controlar.
Para empeorar aún más las cosas, la joven recibió una carta de su padrastro
preguntándole sobre su repentino compromiso matrimonial. Había recibido una
invitación a la boda, y al hombre le preocupaba más su felicidad que el destino
de su clan.
En realidad, Sabrina se preguntaba si no debería cancelar el enlace.
Debatiéndose entre su orgullo herido y el deseo de ayudar a los suyos, ya no
estaba segura de si tendría la fortaleza suficiente como para cumplir los deseos
de su abuelo.
Niall no podía ser peor marido que sus otros pretendientes, pero al menos
éstos querían casarse con ella; aunque sólo fuera por su dote. Además, como
esposa de McLaren, tendría que soportar la humillación de saber que él podía
estar acostándose con cualquier mujer del país.
Para mayor trastorno, había soñado con él aquella noche; que Niall la besaba,
que sus cálidos labios la acariciaban, la provocaban, saboreaban los suyos y la
volvían loca de deseo, y se había despertado excitada, enfadada e inquieta. Había
supuesto que pasaría bastante tiempo antes de que volviera a verlo, por lo que
le resultó una desagradable sorpresa encontrárselo de nuevo aquella misma
tarde.
Cuando entró a caballo en el patio, después de hacer una ronda por la
propiedad en compañía de Liam, uno de los mozos de cuadra le comentó que
McLaren había llegado a Banesk y había preguntado por ella. Al decirle que
la última vez lo habían visto mirar en el granero, Sabrina se dirigió allí, con
Rab trotando detrás de ella. Los anexos de piedra de la propiedad se apiñaban tras
la mansión de forma arbitraria. A lo lejos, más allá de esos edificios, había un
prado verde salpicado de tojo y retama, donde pastaban el ganado.
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Al otro extremo del pasillo, vio a Niall, elegantemente tumbado en el heno,
con las manos bajo la nuca y con una voluptuosa pelirroja echada a su lado.
Sabrina se quedó paralizada al percatarse de que había vuelto a sorprender a
su prometido en pleno intercambio amoroso, esa vez con la lechera de su
abuelo.
—Por supuesto que te echaré de menos, querida —afirmaba él muy serio.
La mujer rió de nuevo.
—¡Vamos! ¿Me tomas por tonta? Hace años que ni me miras.
—Y aun así llevo tu recuerdo muy cerca de mi corazón, Betsy, cielo.
Ella le dio un puñetazo cariñoso en el hombro.
—¡Para ya, diablo zalamero! Debo regresar al trabajo.
Él se llevó una mano al pecho mientras se volvía a mirarla.
—¡Cómo me duele que me despaches tan despiadadamente! Y que me
abandones por un hombre tan...
—¿No pensarías que iba a guardar ausencias? No eres el único pez en el
mar, mi querido amigo.
La suave risa de Niall era como una sensual caricia.
—Me alegro por ti, cariño, de verdad. ¿Crees que Dughall se opondría a
que besara a la novia?
—Me temo que sí... pero yo no.
Niall se deshizo del trocito de paja que estaba mordisqueando y se volvió
hacia ella. Le deslizó un brazo por el hombro, le apartó un rizo del rostro
sonrojado y la miró fijamente a los ojos.
—Por los viejos tiempos —musitó antes de inclinar la cabeza con ternura.
A Sabrina se le encogió el corazón. Quería marcharse en silencio, pero
entonces Rab gimoteó confundido, desvelando así su presencia.
El hombre levantó la cabeza de repente y la vio allí de pie.
Al verlo apretar la mandíbula, la joven dio un paso atrás, tambaleándose.
Ojalá no lo hubiese descubierto. Sabía muy bien que era un libertino de
primer orden, pero por alguna razón incomprensible se sentía traicionada.
Tal vez porque llevara a cabo sus escarceos amorosos delante de sus narices,
en la casa de su abuelo, donde cualquiera podía tropezar con él, incluida ella
misma: y donde los suyos podían ser testigos de su humillación...
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La invadió una sensación de agravio, pero la rabia impidió que le temblara la
voz cuando dijo con frialdad:
—Me han dicho que querías hablar conmigo, milord.
Betsy dio un brinco y se apartó a gatas de McLaren, mirando a Sabrina
compungida.
—Esperaré fuera —añadió ésta haciendo un supremo esfuerzo por
mantener la calma—. Por si te dignas reunirte conmigo cuando termines.
Rígida, se obligó a dar media vuelta y salir. La ira la sostuvo mientras
cruzaba el patio empedrado, pero temblaba cuando se detuvo junto a un
inmenso serbal.
Apenas se dio cuenta de que Rab la seguía, ni siquiera cuando el animal
acercó el hocico a su mano para ofrecerle su mudo consuelo. Un velo de
lágrimas le nublaba los ojos mientras miraba sin ver el campo esmeralda
que se extendía ante ella.
Esa vez, el coqueteo de Niall le había hecho un daño inesperado. El peso que
sentía en el pecho, y aquel dolor tan parecido a la tristeza, la pillaron
desprevenida. En realidad, no debía angustiarla tanto aquella muestra pública
de indiferencia. Ya había sobrevivido al rechazo antes, el de un hombre que
previamente se había ganado su corazón con honor y caballerosidad. Niall
McLaren en cambio desconocía lo que era el honor, al menos en lo que a
mujeres respectaba, y por supuesto, Sabina no lo amaba.
Apretó la mandíbula e intentó, con todas sus fuerzas, retener las lágrimas.
Convencerse de que no pensaría en el gesto inmensamente tierno de McLaren
al besar... a la lechera, ni en la complicidad que parecían compartir. Se negó a
desear a un hombre al que ella le importaba tan poco.
Pasaron unos minutos hasta que Niall salió del granero, lo que le dio tiempo para
recobrar la compostura. Lo miró con desdén. Llevaba el pelo recogido de
cualquier manera en una cola, y un chaleco largo de cuero le cubría la camisa de
lino de manga larga y los calzones de tartán.
Cuando sus ojos se encontraron, el aire entre los dos pareció crepitar. Sabrina
se juró que él jamás sabría lo que le costaba mantener una apariencia de
dignidad.
—Lamento que hayas presenciado ese incidente —se disculpó Niall sin
mucho empeño.
Los sentimientos heridos de la joven se retorcieron en su interior, pero ella los
enmascaró con una sonrisa forzada.
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inocente,y el beso amistoso y de celebración, nada más.
La conocía de toda la vida. Betsy era una viuda media docena de años mayor
que él, que había perdido a su marido en un levantamiento contra los ingleses
cuando Niall no era más que un muchacho imberbe. Para delicia y satisfacción
de él, ella se había encargado de su educación sexual, le había enseñado lo que
era la pasión y cómo complacer a una mujer. Ahora iba a casarse con
un primo lejano, un buen hombre que aliviaría sus cargas y mantendría a su
madre enferma. Niall siempre recordaría a Betsy con especial cariño. Había ido
a buscarla sólo para matar el tiempo mientras esperaba a que volviera Sabrina
Duncan... Pero no iba a justificarse.
—¿Qué es eso, ratita? —preguntó alzando una ceja—. ¿Una protección contra
la inmoralidad?
La burla la ofendió, pero se negaba a dejar que la provocara. —La moralidad
no tiene nada que ver con esto. Niall la miró sin inmutarse.
—Entonces te ruego que me expliques tu censura. Si no recuerdo mal, sólo
querías un matrimonio de conveniencia. Y aseguraste que no te opondrías a mis
distracciones. ¿Es así como demuestras tu tolerancia, comportándote como
una inocente agraviada a las primeras de cambio? Si no me falla la memoria, te
advertí que no sería fiel a ningún voto conyugal, y ni siquiera nos hemos
comprometido oficialmente aún.
la joven se mordió el labio con fuerza, consciente de que no tenia mucho derecho
a quejarse. Él había sido sincero desde el principio. Quería disponer de libertad
para dar rienda suelta a sus placeres fuera del lecho conyugal, y deseaba una
esposa dócil, lo bastante sumisa como para que no interferiese en su conducta
licenciosa pero Sabrina ¡no se sentía muy dócil en aquel momento!
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— Así fue. Y no me opongo a tu coqueteo sino a tu indiscreción. En un
granero... de la casa de mi abuelo, ni más ni menos.
Tu gusto es execrable.
Se sostuvieron la mirada. Su desprecio lo alivió en parte. Prefería su desprecio a
la mirada de orgullo herido que había detectado hacía un momento, cuando
ella lo había sorprendido abrazando a Betsy.
Inexplicablemente ansioso por aliviar la angustia que le había producido, adoptó
un tono conciliador.
Mi encuentro con esa mujer ha sido pura coincidencia, se
ñorita Duncan. En realidad, he venido a hablar contigo de los
preparativos de nuestra boda, de los que ayer no llegamos a
hablar. No he ido a buscar a Betsy con intención de ofenderte...
— Ahórrate las explicaciones. No me interesan. — Sabrina
respiró hondo. Ya estaba bien; no iba a seguirle el juego. Sabía
que Niall no era un hombre infiel por naturaleza, pero ella no iba
a tolerar sus infidelidades el resto de su vida. Si quería cancelar el
compromiso, lo libraría de él con mucho gusto.
He pensado mucho en nuestra unión y creo que estoy de
acuerdo contigo — dijo resuelta.
¿En qué sentido?
— Tenías toda la razón cuando dijiste que no congeniaríamos.
Niall arqueó una ceja, expectante.
— Tus sentimientos son muy claros — prosiguió la joven — .
No deseas casarte conmigo en absoluto — añadió, orgullosa, alzando la
barbilla — . Pues bien, quédate tranquilo, milord. No te
obligaré a aceptar mi mano. No habrá matrimonio entre nosotros.
¿No? — La miró escéptico — . Ayer estabas decidida a seguir adelante con el
compromiso.
Ayer estaba aturdida. Hoy he decidido echarme atrás. — Son
rió burlona — . No te finjas consternado, milord. Hay muchas otras
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Anne Bushyhead El Amante
mujeres más preparadas que yo para ser tu esposa. Y sin duda decenas a las que
les encantaría acostarse contigo, a las que cautivas con tu encanto, tu ingenio, tus
legendarias artes amorosas... pero esas cualidades carecen de atractivo para mí.
Él frunció el cejo pensativo ante su fingida indiferencia.
—¿Estás segura de que no lo haces por celos?
¡Celos! Lo miró furiosa.
—Agradecería que te desengañaras: ¡no estoy enamorada de ti! Mi única
preocupación es mi clan.
Al ver cómo se le encendían las mejillas de ira, Niall se debatió entre el
arrepentimiento y la admiración. No debía haberla provocado tanto, pero
Sabrina Duncan enfadada le resultaba fascinante, era la viva imagen de un
desafiante orgullo.
Ella alzó la barbilla, muy digna.
—Estoy convencida de que eres un excelente jefe, pero sería tonta de remate si
accediera a casarme contigo... —Consciente de que casi estaba gritando, se
obligó a respirar hondo para calmarse—. No eres lo que busco en un marido.
Para eso, igual me daría casarme con un deshollinador... o con un Buchanan. De
hecho, quizá me lo plantee. Una alianza con los Buchanan resolvería el dilema
en que se encuentra mi abuelo.
Niall alzó ambas cejas, perplejo.
—¿No lo dirás en serio? Los malditos Buchanan no son más que diablos
asesinos.
Cuando lo vio fruncir el cejo, Sabrina sonrió con frialdad.
—Puede, pero lo que yo decida hacer, ahora ya no es asunto tuyo.
—En realidad, sí lo es, señorita. Nuestros clanes siguen siendo aliados, aunque
no sea por matrimonio. El futuro del clan Duncan es vital para mí, sobre todo
teniendo en cuenta que el problema de sucesión no se ha resuelto aún.
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Anne Bushyhead El Amante
Solucionaría este dilema sin dejar que me ataran las cadenas de mi sexo. — Se
irguió y lo miró con firmeza — . Más allá
de nuestras desavenencias, mi abuelo cuenta conmigo para que
garantice la protección de nuestro clan. Y no tengo intención
de decepcionarlo, aunque tenga que liderar el clan Duncan yo
misma.
¿Liderar el clan? ¿No es ése un objetivo demasiado ambicioso para una mujer?
Las mujeres somos perfectamente capaces de asumir las
riendas del liderazgo — le replicó con dureza.
Algunas sí, en determinadas circunstancias. Pero tú no tienes experiencia, y
Buchanan es un astuto malnacido que no en
tiende más que la fuerza.
Sabrina se mordió la lengua para contener una réplica, consciente de que no
estaba siendo sensata, sino víctima de la frustración. Si Liam Duncan no se
consideraba digno de liderar el clan, ella tampoco lo era, por supuesto.
— Aun así, ya no es necesario que te preocupes.
Niall titubeó.
— Estoy dispuesto a buscarte otro pretendiente.
Su condescendencia le dolió.
— Puedo buscar marido yo sola, gracias — le espetó, perdiendo la calma que
tanto le había costado conservar — . Créeme
cuando te digo que te puedes considerar libre de cualquier obligación para
conmigo o mi clan. ¡Vamos, Rab!
Giró sobre sus talones para volver a la casa, pero el mastín no la siguió. Se limitó a
mirarla y gimotear, con sus ojos pardos confundidos e interrogantes.
Sintiéndose traicionada por su perro tanto como por el libertino que había robado
su afecto, Sabrina soltó por encima del hombro.
—Muy bien, por lo que a mí respecta, ¡os podéis ir los dos al infierno!
Niall frunció el cejo sin querer mientras contemplaba la furibunda retirada de
Sabrina, y experimentó un extraño remordimiento. Una vez más, la ratita se había
transformado en tigresa, una transformación que poseía un atractivo irresistible
para su naturaleza masculina. Era orgullosa, testaruda y fogosa como cualquier
mujer de las Highlands. No esperaba que aquella joven lo fascinara tanto, ni que
despertara en él una atracción tan primitiva.
Tampoco había esperado ganar tan fácilmente. Sin quererlo del todo, había
logrado que Sabrina Duncan reconsiderara el matrimonio con él. Se sentía lo
bastante dolida y humillada como para librarlo del compromiso.
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Anne Bushyhead El Amante
Entonces, ¿por qué tenía la impresión de haber logrado una falsa victoria y haber
perdido con ello algo de inestimable valor?
Angus no digirió bien la noticia. Esa noche, cuando Sabrina le comunicó que había
cancelado el compromiso, el anciano jefe Duncan sufrió un colapso que casi
acabó con él para siempre.
Con respiración sibilante, pidió un whisky y, tras recuperar al fin el aliento, soltó
una larga retahíla de todas las razones por las que Sabrina no podía retirarse en
aquel momento, siendo la principal la amenaza que los Buchanan suponían para un
clan prácticamente desprovisto de líder como el suyo.
Además, ya se habían enviado las invitaciones de boda y era demasiado tarde para
retirarlas.
En cuanto al libertinaje de Niall McLaren, Angus lo justificó como exceso de
juventud.
—Sí, es cierto que es un sinvergüenza licencioso, pero seguramente no son más que
los estertores juveniles de alguien que está a punto de sentar la cabeza.
—Pues a este ritmo no creo que lo logre —replicó ella con una amargura que fue
incapaz de ocultar.
—Tendré que hablar con el muchacho...
—¡No! —El incidente de aquella tarde ya había sido bastante humillante. Lo sería
aún más que su abuelo le suplicara a Niall que
volviera con ella—. Te aseguro que él no desea casarse conmigo más de lo que yo
deseo casarme con él.
No permitiría que Angus la convenciera, se juró. Sin embargo, cuando el anciano
insistió en sus súplicas, la muchacha ya tenía serias dudas. ¿Habría sido
demasiado impulsiva al romper el compromiso? Sabía perfectamente que la había
movido el orgullo herido. Había antepuesto sus sentimientos al bienestar de su
clan, y había abandonado a los suyos cuando más la necesitaban. Los había
decepcionado, a pesar de que lo único que pretendía era demostrar que era digna
portadora de su nombre.
Cuando al fin salió de la alcoba de su abuelo, se sentía abatida y a punto de llorar,
aunque mantenía la mandíbula apretada. En aquel momento, estaba demasiado
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Anne Bushyhead El Amante
alterada como para pensar con claridad, pero debía idear otro modo de proteger
al clan Duncan que no fuera el matrimonio con McLaren.
A la hora de la cena, abajo, en el comedor, la rabia y la pena habían dado paso a
la sombría determinación de encontrar una solución al dilema. Tras comer unos
pedazos de pan ázimo de cebada y una deliciosa sopa espesa
de cordero y verduras, Sabrina llevó a su primo aparte para interrogarlo.
—Geordie, ¿qué sabes de los Buchanan?
—Que los odiamos a muerte —respondió el joven sin más.
—Sí, pero ¿por qué?
—¿Por qué? —repitió él frunciendo el cejo—. Bueno, la enemistad empezó hace
mucho. Los Buchanan robaron una novia a los Duncan, pero ella no soportaba al
tipo y le clavó un puñal en las costillas cuando intentó poseerla. Él la mató de un
puñetazo antes de expirar. Los Duncan y los Buchanan son enemigos desde
entonces.
—¿Qué sabes de su jefe actual? Owen, creo que se llama.
—Es un astuto diablo, sin la menor duda.
—Tengo entendido que es viudo.
—Sí.
—¿Y sus hijos? Tiene cuatro, ¿no?
—Sí, todos casados, menos el más pequeño. Un muchacho de unos veinticinco
años. —La miró ceñudo—. ¿Por qué? ¿Qué te propones?
Sabrina se encogió de hombros como si nada. No se atrevía a contarle lo que
estaba maquinando.
—Sólo me preguntaba cómo habría empezado todo. ¿Angus ha intentado alguna
vez poner fin a esa enemistad? ¿Ha hablado del tema con Owen, quizá?
Geordie frunció el cejo aún más.
—El año pasado... Pensé que firmaríamos una tregua. Owen quería la paz, pero
eso fue antes de que asesinaran a McLaren en una emboscada.
—¿Al padre de Niall? ¿Fue Owen Buchanan el responsable? —No, fueron sus
hombres, pero es lo mismo. Owen es el jefe y, como tal, responde de los actos de
su clan.
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Esa conversación le dio a Sabrina mucho en que pensar. Por eso, cuando
Geordie le propuso una partida de ajedrez, alegó cansancio y se retiró a su
habitación.
Sin embargo, en cuanto comenzó el tedioso proceso de desnudarse para
meterse en la cama, y empezó a quitarse el corsé, el corpiño y el faldellín, sus
pensamientos pasaron, sin que pudiera evitarlo, del destino de su clan a Niall
McLaren y su breve e infructuoso compromiso con él.
¡Qué necia había sido! Por un fugaz instante, había albergado la estúpida
esperanza de que Niall la aceptara como esposa, de que de su unión de
conveniencia pudiera nacer algo más hondo, un matrimonio de verdad. Se
había librado por los pelos. No lo quería como esposo y amante más de lo que
él la quería a ella. Y no estaba dispuesta a soportar la humillación y la tristeza
que el matrimonio con aquel sinvergüenza disoluto iba a causarle.
Al verse en el espejo de cuerpo entero que colgaba de una pared, Sabrina titubeó.
Se había quitado las enaguas y las medias y sólo llevaba puesta la ropa interior,
pero apenas reconoció a la mujer de mirada temible que se reflejaba allí. En
aquel momento, era una auténtica highlander, dispuesta a combatir a
cualquiera que los amenazara a ella o a su gente.
Vacilante, se metió la mano por el escote. La piel de su pecho estaba sonrojada y
marcada por la compresión del corsé, pero cuando se quedó desnuda y se
examinó con ojo crítico, tuvo que admitir que sus atributos físicos no carecían
totalmente de atractivo. Tenía unos pechos pálidos y turgentes, de pezones
rosados, duros y firmes. Las curvas de su cintura y sus caderas eran sin
embargo modestas, aunque una oscura mata de vello rizado destacaba entre sus
esbeltas piernas...
Demasiado modesta. Demasiado esbelta. Sus encantos no eran nada
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comparados con los de las voluptuosas mujeres con las que Niall McLaren se
relacionaba.
Se contempló ceñuda. ¿Cómo podía haber sido tan ingenua de creer que un
hombre como ése podía acceder a casarse con ella? Seguramente buscaba una
mujer hermosa, deseable y extraordinariamente sofisticada, como él mismo.
O bien dotada, como la lechera de aquella tarde...
Maldiciendo en voz baja, Sabrina se puso el camisón de mala gana. Se alegraba
de no tener que casarse con Niall McLaren. Detestaba a aquel libertino, de eso
estaba segura.
Temblando de frío, apagó la vela de un soplido y se metió en la cama,
hundiendo la cabeza en la almohada. Pero no lograba conciliar el sueño.
Debía tomar algunas decisiones críticas.
Desde luego, no podía abandonar a su clan. Durante la visita por Banesk que
había hecho aquella misma tarde con Liam, la había horrorizado ver las terribles
condiciones que debían soportar muchos de los suyos. Las viudas y los
huérfanos, que habían perdido a sus maridos y padres en disputas y
levantamientos, vivían en cabañas de campesinos que no eran más que
chozas, húmedas, llenas de humo, con tejados de turba por los que se colaba el
agua en cuanto llovía un poco. No podía dejarlos a merced de los malditos
Buchanan.
Aunque, en eso, Niall tenía razón. Ella no iba a poder dirigir fácilmente a los
suyos. No era que una mujer no pudiera ser jefa de su clan —algunas lo eran
—, el problema era que Sabrina carecía de experiencia. Aun en el caso de que
lograra persuadir a sus hombres para que la siguieran, tardaría años en lograr
una décima parte de las habilidades que precisaba un guerrero en el campo de
batalla. Y para entonces los malditos Buchanan habrían destruido a los Duncan.
Tampoco podía ofrecerse a contraer matrimonio con uno de ellos, como había
sugerido aquella tarde. Su abuelo jamás lo toleraría. Ni Niall, sospechaba, con lo
mucho que los odiaba.
Pero seguramente había un modo de hacer entrar en razón a aquellos bárbaros.
Inquieta, Sabrina dio media vuelta y se puso boca arriba, mirando el dosel oscuro
de su cama. Por la mañana solicitaría entrevistarse con el jefe, Owen Buchanan,
para negociar con él si era posible.
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Si lograba garantizar la seguridad de su clan, quizá pudiese olvidar al arrogante y
promiscuo Niall McLaren, y el daño que le había hecho con su humillante
coqueteo.
5
A la mañana siguiente, lo primero que tuvo que hacer fue enfrentarse a las
objeciones de Geordie. Después de que Sabrina le expusiera sus intenciones, el
fornido highlander se negaba a escoltarla a tierras de los Buchanan para que
pudiera hablar con su jefe.
—¿Estás loca? ¡Buchanan es nuestro peor enemigo!
—Lo sé. Pero no tiene por qué seguir siéndolo, ¿no? Las enemistades entre clanes
se pueden terminar. Tú mismo me dijiste que confiabas en que hubiese una tregua
el año pasado, pero que fracasó cuando asesinaron a McLaren.
—Sí —murmuró el chico—. Pero Angus me cortaría la cabeza si te dejara ir allí.
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—Pues no se lo cuentes.
—¡No puedo incumplir las órdenes del jefe!
—Geordie —dijo Sabrina pacientemente—, no voy a pedirle permiso a mi
abuelo, porque no me dejaría ir. Y esto es demasiado importante como para
dejarlo correr. ¿No ves que tengo que hacerlo?
El fornido muchacho, presa de la confusión, se puso tan colorado como su pelo.
—Es demasiado peligroso.
—No si me acompañas. Además, merece la pena arriesgarse. Los Buchanan no le
harían daño a una mujer. ¿O sí? Por favor, Geordie —le suplicó al verlo titubear
—. ¿No vas a ayudarme?
—Suspiró por la terca negativa de su primo—. Muy bien, pues entonces
iré sola.
—De acuerdo —claudicó Geordie—. Esto no me gusta nada —protest ó
—, pero prefiero ir contigo.
Sabrina comprendía su recelo. Sin embargo, los clanes lleva ban un
centenar de años enfrentados, y nadie había logrado un acuerdo de paz.
Quizá porque nadie se había esforzado de verdad. Ella estaba decidida a
intentar llegar a un trato con su jefe.
Escoltada por Rab y Geordie, cabalgó hacia el sur y luego hacia el oeste
un rato, atravesando paisajes silvestres de verdes ca ñadas y picos
escarpados. El sol del día anterior se había desvanecido, y una niebla
fría y gris los envolvía como un sudario, silenciando el sonido de los
cascos de los caballos.
Geordie montaba el suyo con cautela, sujetando la empu ñadura de su
espada de doble filo, con un semblante tan torvo que Sabrina empezó a
asustarse de sombras imaginarias. La consolaba recordar el puñal que
llevaba metido en la cintura de la falda.
Según decían, Owen Buchanan era un malvado ogro, pero ella había
querido creer que buena parte de su mala fama era fruto de la
exageración. Sin embargo, en aquellos momentos se pregunta ba si quizá
no habría prestado suficiente atención al posible peligro que la
aguardaba.
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Acababa de salir de un pinar, detrás de Geordie, cuando una voz ruda
gritó:
—¡Alto ahí!
Sabrina se detuvo en seco al ver que un grupo de jinetes ata viados con
plaids y calzones de tartán surgía de pronto del bosque como un
enjambre y los rodeaba, blandiendo espadones y espadas de doble filo.
Sus dos protectores reaccionaron con la mayor bravura: Geordie
desenvainó decidido su pesada espada y se dispuso a combatir a muerte
con sus atacantes; Rab, con el
pelo del lomo erizado, profirió un fiero gruñido y enseñó los dientes.
—¡Venimos en son de paz! —logró decir Sabrina pese a la sequedad de
su garganta.
Un highlander moreno de barba negra se abri ó paso entre la multitud y
acercó su caballo.
—¿Conque paz? ¿Y quién eres tú, mujer?
—Soy Sabrina Duncan, nieta de Angus, jefe del clan Duncan.
El highlander la escudriñó.
—Sí, tienes el aire de los Duncan. He oído decir que has venido a
atender a Angus en sus últimos días.
Sabrina lo examinó también y llegó a la conclusión de que era lo bastante
mayor como para ser su padre. Por la descripción que Geordie le había
dado, sospechó que bien podía estar hablando con el mismísimo
Buchanan.
—Yo también he oído hablar mucho de ti. ¿Tengo el honor de dirigirme
a Owen Buchanan?
—Ése soy yo.
Ella forzó una sonrisa.
—¿Y siempre recibes a las visitas con semejante despliegue de fuerzas?
—Sí son Duncan, sí.
—Vaya, para que luego hablen de la célebre hospitalidad de las
Highlands. Espero que no todo lo que se cuente sea mentira. No
merezco un recibimiento así, sobre todo porque he venido con la
expresa intención de hablar contigo. —Sabrina miró fijamente el
amenazador espadón que uno de los hombres del séquito de Buchanan
sostenía en alto—. Juro que si guardáis las armas, no os haré daño.
Sorprendido, el jefe abrió mucho los ojos, pero en seguida solió una risita
de complacencia e hizo una seña a su tropa para que
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Anne Bushyhead El Amante
envainaran las espadas. Sin dejar de vigilar a Geordie, Owen le hizo una
cortés reverencia a Sabrina desde su caballo—. Disculpa a mis hombres. Me
son muy fieles.
—Estoy convencida de que lo mereces. He oído incontables relatos de tus
hazañas.
La joven oyó cómo Geordie profería una especie de sonido gutural ahogado,
como de mofa, pero lo ignoró.
—Si pudiéramos hablar un momento en privado, tengo algo que proponerte.
El jefe entrecerró los ojos receloso, pero debió de considerarla inofensiva,
porque finalmente asintió con la cabeza. Cuando Sabrina se disponía a
desmontar, Owen se bajó de un salto del caballo y la ayudó, lo que le hizo
pensar que no se trataba de un hombre completamente perdido.
—¿Damos un paseo? —preguntó ella con una sonrisa. Y cuando se
encaminó al sendero, lejos de los otros, Owen Buchanan no tuvo más remedio
que acompañarla. No obstante, Sabrina agradeció que Rab la siguiera de cerca,
vigilante.
—Y bien... ¿qué asunto es ese del que quieres que hablemos? —quiso saber el
hombre algo impaciente.
—Se trata de la relación entre nuestros clanes —respondió Sabrina
tranquilamente—. Ese asunto me tiene preocupada.
—Pero no eres más que una muchacha. ¿Qué sabes tú de los problemas de los
clanes?
—Sólo lo que me han contado. Pero me parece una necedad que sigamos
luchando entre nosotros. Confiaba en que... —respiró hondo— hubiera una
forma de poner fin a generaciones de matanzas.
A Sabrina no la sorprendió que Buchanan frunciera el cejo desconfiado.
—¿Te ha enviado Angus para que trates conmigo?
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Anne Bushyhead El Amante
—No, te lo aseguro. No tiene ni idea de que estoy aquí.
—Tenía entendido que ibas a casarte con McLaren.
—Cierto. Pero me he dado cuenta de que... —Titubeó y trató de dar con una
explicación discreta—. Niall McLaren no sería el marido ideal para mí.
—Demasiado mujeriego para tu gusto, ¿eh? —Owen se rió—. Sí, supongo que a
una mujer decente no le agrada que su hombre vaya montando mozas por ahí.
A Sabrina el rubor le inundó las mejillas.
—Sí, preferiría no tener que compartir mi lecho conyugal con la mitad de la
población femenina de Escocia. En cualquier caso, el único propósito de nuestra
unión era la alianza de nuestros clanes frente a los Buchanan, pero si me
garantizaras que no hay peligro alguno de que tu clan nos ataque... si
pudiéramos contaros entre nuestros aliados... me ahorraría tener que casarme
con McLaren.
Owen alzó una de sus fornidas manos para acariciarse la barba.
—¿Y por qué iba yo a querer aliarme con el clan Duncan? Somos enemigos
desde que tengo uso de razón.
—Porque será mucho más provechoso para ti. —Sabrina hizo una pausa y
luego se volvió para mirar al jefe a la cara con determinación—. Quizá hayas
oído decir que soy heredera. Estaría dispuesta a pagar generosamente por
garantizar la seguridad de m¡ clan. Una especie de
impuesto, si quieres. A cambio de tu palabra de que pondrás fin a la guerra
entre nosotros. —¿Me propones un pago por la paz?
—Exacto. Con pagos trimestrales o anuales, lo que prefieras —De hecho, en
la época feudal, era habitual que los clanes más débiles pagaran una tasa de
protección a los más poderosos. Al revisar los libros de cuentas de las
actividades del clan en años pasados, Sabrina había encontrado pruebas de
ese tipo de pago.
—Mrnm. ¿Qué suma tienes en mente?
Ella frunció el cejo, como si estuviera pensando la respuesta con
detenimiento. Sin embargo, como había aprendido uno o dos trucos de su
padrastro, que era un hombre de negocios de lo más astuto, le ofreció mucho
menos de lo que realmente estaba dispuesta a dar.
—Había pensado que cincuenta cabezas de ganado al trimestre podrían ser
una remuneración adecuada.
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Anne Bushyhead El Amante
Se sobresaltó cuando, de pronto, Buchanan alargó el brazo y la cogió por el
codo. Acercó su rostro amenazador al de la chica e hizo que se le erizara el
vello de la nuca.
—Si de verdad eres una heredera, los tuyos estarán dispuestos a pagar por tu
liberación. Seguro que podríamos pedir un buen rescate.
Sabrina tragó saliva, consciente de que amenazaba con secuestrarla y echó
mano al puñal.
—O quizá podría casarme yo contigo —musitó Owen sombrío—, dado que
mi esposa falleció hace años. O entregarte a uno de mis hijos.
A medida que la presión de la mano del hombre se hacía cada vez más
fuerte, notaba cómo el corazón le golpeaba en el pecho. No sería la primera
vez que un jefe emprendedor había capturado a una mujer para forjar a la
fuerza una alianza entre clanes.
—Si quisiera casarme —logró decir con una serenidad que estaba muy lejos de
sentir—, me habría ofrecido como parte del trato. Pero prefiero seguir
soltera.
—¿Ah, sí? ¿Y qué me impide hacerte prisionera y pedir un rescate por ti?
—Podrías intentarlo, sin duda... si quisieras agravar la enemistad entre nuestros
clanes. Aun así, no te resultaría fácil capturarme.
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insignificante como el que me has ofrecido. Cien cabezas de ganado al trimestre,
ése es mi precio, ni una menos.
Sabrina soltó un suspiro de alivio. Gustosamente habría pagado el doble por
garantizar la seguridad de su clan.
— Sabes regatear, milord — replicó ella sumisa.
—¿Que has hecho qué? —exclamó su abuelo cuando ella le contó sus
acciones, aquella misma tarde.
—He hecho un trato con Owen Buchanan —repitió Sabrina en tono
apaciguador.
—Pero ¿qué demonios dices? ¡Por encima de mi cadáver! —Angus se
destapó e intentó levantarse del lecho, con el camisón subido y dejando al
descubierto sus piernas desnudas y aún fornidas y musculosas.
—¡Abuelo, no debes levantarte!
—¡No me digas lo que tengo que hacer, niña! ¡Has arruinado todos mis
planes!
—Quizá sí, pero ésta podría ser una solución mejor...
—Ja! Qué poco sabes, boba entrometida.
Le dolió que la tildara de tonta, pero en ese momento no podía dejar que
aquello la afectara. El rostro de Angus se había puesto alarmantemente
escarlata, observó consternada. Avisó a su sirviente de inmediato, y cogió a
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Anne Bushyhead El Amante
su abuelo por los hombros con la intención de retenerlo. Le hizo falta toda su
fuerza para obligarlo a recostarse de nuevo en las almohadas.
—He tenido que hacerlo, abuelo, ¿no lo ves? Después de poner fin a cualquier
posibilidad de compromiso con McLaren, me sentía en el deber de averiguar si
podía proteger a nuestro clan de algún otro modo.
—¡Pues regalar nuestro ganado no es la forma!
—¿Por qué no?
Como respuesta, recibió una feroz mirada del hombre.
—¿Estabas dispuesto a sacrificarme a mí por la seguridad del clan pero tienes
en mayor estima tu ganado? —preguntó.
Angus respondió con una imprecación ahogada mientras respiraba sibilante
con un puño frente a la boca.
—Yo no lo veía como un sacrificio. Sólo ibas a casarte con McLaren. Era lo
único que te pedía.
—No debes preocuparte por que el acuerdo con Owen Buchanan te empobrezca.
Pretendo pagar hasta el último penique con mi dote. —Al ver que su abuelo se
negaba a responder, añadió más tranquila—: Pensaba que te alegraría acabar
con esa enemistad.
El anciano pareció calmarse y cerró los ojos.
—Esto no va a terminar aquí, muchacha. Los malditos Buchanan no son de
fiar, ya lo verás. —Debilitado, volvió a recostarse en las almohadas,
negándose incluso a mirar a su nieta.
—Abuelo, ¿te encuentras bien? —le preguntó ella preocupada.
—No... Soy un hombre moribundo y tú acabas de clavarme un puñal en el
corazón. Es muy triste que te traicione uno de los tuyos.
Sabrina se mordió el labio con fuerza, angustiada por lo mal que el hombre se
lo había tomado. Ella había logrado poner un poco de
cordura y esperanza en un conflicto que llevaba decenios generando matanzas,
pero Angus lo consideraba una traición.
—Márchate, mujer —le pidió, cansado—. Vete y déjame morir en paz.
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espadón centelleaba en la vaina que colgaba de su cintura, y su hermoso rostro
estaba torvo y furioso.
— ¿Qué demonios es eso de que has pactado una tregua con
los Buchanan? — preguntó sin ceremonias.
Sabrina se puso en pie de inmediato para así sentirse menos intimidada por su
corpulencia. Al mirarlo, sintió renacer de nuevo el dolor que le había causado su
último encuentro.
— Buenos días a ti también, milord — observó en tono burlón.
— ¡Contéstame, maldita sea! ¿En qué lío te has metido?
La ofendió su tono censurador, tan similar al de su abuelo. No esperaba que la
elogiaran por favorecer a su clan, pero tampoco había previsto una condena
generalizada.
— Yo no llamaría lío a intentar pactar una tregua entre dos
facciones enfrentadas — replicó muy estirada.
Niall apretó la mandíbula y Sabrina pudo ver el esfuerzo que hacía por
controlarse.
— Entrometiéndote en asuntos que te superan, te enfrentas a
un diablo del que no sabes nada.
— Sé lo bastante como para aprovechar una oportunidad
cuando la veo. Aquí nadie más ha intentado lograr la paz entre
los clanes. Yo no he hecho más que presentarle a Buchanan una simple propuesta
de negocios.
— Las Highlands no tienen nada que ver con las transacciones
comerciales de tu padrastro en Edimburgo. Y si piensas de otro
modo, quizá convendría que volvieras allí cuanto antes. Eres tonta si esperas que
un Buchanan cumpla su palabra.
— Puede, pero tú lo eres si esperas que dé media vuelta y regrese a
Edimburgo cuando mi clan me necesita.
Niall respiró hondo.
— Es muy ingenuo pensar que puedes cambiar las relaciones
de toda una vida, señorita.
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—Yo sólo quería ayudar —insistió Sabrina.
La dureza de los hermosos rasgos de Niall pareció ceder un poco.
—Un gesto muy generoso y altruista, pero equivocado. La fuerza es lo único
que los Buchanan entienden.
—Creo que te equivocas. Owen Buchanan entendió perfectamente el valor del
dinero cuando se lo ofrecí.
—Owen tiende a cortar el pescuezo de un Duncan incluso antes de mirarlo
siquiera.
Justo entonces, Rab se levantó del suelo, se acercó sigiloso al highlander y le
puso el frío morro en la mano, gimoteando para suplicarle una caricia.
«Traidor», pensó Sabrina resentida cuando Niall acarició distraído la enorme
cabeza de su perro. Apretó los labios y miró ceñuda al animal.
—Admito que me asombra el cariño que te tiene. Rab suele ser más selectivo
eligiendo a sus aliados.
Los labios de Niall esbozaron una sonrisa forzada.
—Te ruego que no cambies de tema. Hablábamos de tu torpe intromisión.
De pronto, ella alzó la barbilla. Había perdido su última guerra de voluntades
con él, no iba a perder también aquélla.
—De eso hablabas tú. Yo estaba intentando explicarte por qué me he visto
obligada a intervenir. En cuanto a lo de cortar el pescuezo, no fue precisamente el
caso conmigo. Buchanan incluso se dedicó a explicarme las ventajas de
convertirme en su esposa.
Niall se puso rígido.
—Ese maldito bastardo es lo bastante mayor como para ser tu
—Pero necesita esposa —replicó Sabrina con dulzura, negándose a tranquilizarlo
—. Por lo visto, enviudó hace años. También tiene un hijo
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* Sassenach es una manera despectiva que tienen en Escocia de llamar a los
ingleses. (N. de la t.)
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podía notar su aliento en los labios. La ruborizó la imagen erótica que de
pronto invadió su mente: Niall besándola apasionadamente, Niall
estrechándola en sus brazos y acariciándola, su pecho...
Se miraron desafiantes, y una intensa atracción reverberó entre ellos, repleta de
tensión y sensualidad.
—Suéltame, por favor —le pidió Sabrina, hirviendo de furia y de algo más
perturbadoramente elemental. Se negaba a llamarlo deseo. Ella no quería a
aquel hombre, ni sus besos.
Pero en vez de soltarla, él la sujetó aún con más fuerza.
—Cuando termine contigo.
—Jamás habría esperado una agresión tan tosca de un caballero conocido por
su exquisitez —observó ella provocadora.
Niall maldijo, plenamente consciente de los instintos primitivos que Sabrina
despertaba en él. No recordaba haber estado nunca tan enfadado con una
mujer, ni tampoco tan excitado. El efecto que aquella muchacha irritante de
lengua afilada le producía era absurdo. Hasta qué punto conseguía que la
deseara. La sujetó aún más fuerte...
Ambos se sobresaltaron al descubrir que no estaban solos. Angus entró
despacio en la habitación, cojeando y apoyándose en un bastón.
Con las mejillas encendidas, Sabrina se zafó de Niall y se apartó de inmediato.
—¡Abuelo, no deberías levantarte de la cama!
El anciano jefe rechazó la preocupación de su nieta con un gesto de la mano y
se dirigió a Niall.
—Me alegro de verte, muchacho. Se avecinan problemas y yo no estoy en
condiciones de resolverlos.
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Anne Bushyhead El Amante
—Sí, anoche nos robaron doscientas cabezas de ganado de primera calidad.
—Eso es imposible —exclamó Sabrina con un hilo de voz—. Teníamos un
trato.
—No lo es —replicó su abuelo—. Los malditos Buchanan son ladrones de
ganado de la peor clase, y no se puede confiar en que respeten ningún trato.
La joven negó con la cabeza, incapaz de creer que Owen Bu chanan hubiera
tardado tan poco en faltar a su palabra, ni que desperdiciara la oportunidad
de obtener una generosa renta trimestral. Pero claro, su conocimiento de los
asuntos del clan era muy limitado. Y es difícil renunciar a los hábitos de
toda una vida. ¿La habría tomado Owen por una estúpida ingenua? ¿Acaso
prefería su enemistad a las ventajas de la paz?
Se llevó una mano a la frente.
—Quizá sus hombres no estén al corriente de la tregua.
Angus la fulminó con la mirada por debajo de sus pobladas cejas canas.
—Ha sido el propio Buchanan quien ha liderado el ataque.
—¿Cómo lo sabes?
—¿Cómo? Porque lo han visto, ¡por eso!
—Pero... ¿por qué? —preguntó ella desconcertada.
—Hasta un niño lo sabría. Estando yo enfermo, el clan Duncan es una presa
fácil. Owen tiene ventaja y la está aprovechando. —Su abuelo la miró acusador
—. Esto es lo que pasa por no querer casarte, muchacha. Si estuvieras
comprometida con Mcl aren, los Buchanan no se habrían atrevido a atacarnos.
Y encima empeoras las cosas yendo a hablar con él.
— No... no lo entiendo...
Niall se lo explicó con un gesto sombrío.
—Al querer negociar con ellos, demostraste una funesta debilidad.
Quizá tuvieran razón, pensó Sabrina angustiada. Tal vez se hubiera
equivocado de medio a medio al juzgar a Owen Buchanan. Quizá su
intromisión realmente hubiera agravado las dificultades a las que se
enfrentaba su clan, cuando lo único que ella pretendía era ayudar.
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Anne Bushyhead El Amante
—Lo... lo siento, abuelo — dijo sin convicción al tiempo que
la furia por la traición de Buchanan se apoderaba de ella. Había
ido a hablar con él de buena fe, pero el hombre la había engaña
do, la había tomado por tonta, interpretando como debilidad su
interés por negociar.
—No pasa nada — replicó Angus con una comprensión inesperada — . No
tenías por qué saber lo traidores que son los Buchanan. Pero Niall se
encargará de todo de ahora en adelante,
¿verdad, muchacho?
— Sí, por supuesto — respondió él, sombrío.
Angus se llevó una mano al corazón.
—Temo que han sido demasiadas emociones para mí. Más vale que me
vuelva a la cama.
Aún aturdida por el grave giro de los acontecimientos, la joven se le acercó.
—Deja que te ayude, abuelo.
—No, muchacha. Ya me has ayudado bastante. — La apartó con un gesto y
se fue de la sala arrastrando los pies, dejando a la escarmentada Sabrina
mirándolo compungida.
en mitad del silencio que siguió a su marcha, ella se volvió para mirar a
Niall McLaren. No se había movido, pero su cuerpo desprendía una furia
palpable y silenciosa.
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Anne Bushyhead El Amante
Ella lo siguió.
—¿Qué te propones? —inquirió mientras él cruzaba el salón a grandes
zancadas en dirección a la salida.
—Recuperar el ganado que le han robado a tu abuelo.
—Quiero ir contigo.
Niall se detuvo en seco.
—Una captura de ganado no es lugar para una novata.
—Pero ésta es la lucha de mi clan, no del tuyo.
El highlander tensó con fuerza la mandíbula al tiempo que la miraba.
—Te equivocas. Ahora es la mía. Los Buchanan recibirán su merecido.
Ese tono amenazador la aterrorizó.
—¿Te propones recuperar nuestro ganado o vengarte?
—La venganza tiene en efecto algo que ver. Si puedo hacerles pagar por lo que
hicieron, lo haré gustoso.
Sabrina negó con la cabeza atemorizada. No quería manchar su conciencia de
sangre. Ya se sentía bastante culpable por haber reavivado la enemistad.
Agarró a Niall por la manga.
—Por favor —le rogó—. Quiero enmendar mi error. Llévame contigo.
—Ya has oído a tu abuelo. Ya has causado bastantes problemas.
Le dolía que la trataran como si fuera una molestia, aunque tenían motivos
de sobra. Pero se negaba a ceder. Si Niall dejaba que lo acompañara,
posiblemente pudiera redimirse ayudando a recuperar el ganado perdido. Y,
lo más importante, podía intentar evitar la venganza.
—No era mi intención causar problemas.
—No sabes nada de cómo coger ganado —contestó él muy seco.
—No, pero podrías enseñarme.
—Si fuera lo bastante estúpido.
—Pero quiero ayudar.
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Anne Bushyhead El Amante
Niall la contempló con involuntaria admiración. Ella lo miraba con tanta
entrega que él experimentó una inesperada ternura.
Suavizó el gesto y, esbozando una sonrisa, alargó la mano para colocarle un
mechón de pelo suelo detrás de la oreja.
—Es demasiado peligroso. Podrías resultar herida. Deja el robo de
ganado en manos más experimentadas.
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Anne Bushyhead El Amante
Si se enteraba de que estaba actuando en contra de sus deseos, Niall se pondría
furioso pero no habría podido soportar la tensión de esperar en casa dócilmente,
aterrorizada mientras él conducía a los miembros de su clan a un ataque de
represalia contra sus enemigos, los Buchanan. La incertidumbre la habría vuelto
loca. Sobre todo, teniendo en cuenta que era culpa suya. Se sentía responsable del
último asalto sufrido por el clan y quería enmendar su error como fuera.
Al menos su abuelo entendía su remordimiento. Cuando había recurrido a
Angus, éste le había dado permiso para que acompañara a los hombres en la
captura, siempre y cuando no se entrometiera. De hecho, había parecido
complacerle su interés.
La captura de ganado era algo básico en la educación de cualquier highlander,
pero más que nada, el anciano quería que su nieta comprendiera la urgencia con
que el clan precisaba un líder que los uniera frente a los Buchanan.
Sabrina sabía que Niall tenía razón en cuanto a su intervención. Su falta de
experiencia probablemente fuera más un inconveniente que una ayuda para los
suyos. Pero no tenía intención de hacer nada más que observar.
Durante la cena, todos habían hablado del inminente ataque. Geordie, que vivía
encima de los establos de Banesk, iba a acompañar a Liam y a algunos otros
Duncan que se reunirían con McLaren a medianoche en el límite de las tierras de
los Buchanan. Sólo una docena de hombres llevaría a cabo la misión, lo mejor
para pasar desapercibidos.
Con una indiferencia que estaba lejos de sentir, Sabrina interrogó a Geordie sobre
el plan.
—Vamos a enfrentarnos al sanguinario Owen Buchanan y a recuperar nuestro
ganado en sus mismísimas narices —le reveló su primo, exaltado.
El entusiasmo de Geordie por la tarea era evidente. El robo de ganado a la luz
de la luna era el deporte favorito de un highlander, pero la venganza contra los
Buchanan suponía un incentivo importante.
Sabrina no podía compartir el placer de perjudicar a un rival, ni siquiera uno que
la había engañado y traicionado. De hecho, el reciente giro de los acontecimientos
la angustiaba. Para muchos clanes escoceses, la enemistad era más un juego que
una guerra, pero temía que el conflicto con los Buchanan no terminaría sin que
corriera la sangre por las Highlands.
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Anne Bushyhead El Amante
Su temor fue en aumento a medida que se aproximaba la hora. Tras la cena, se
entretuvo buscando el atuendo adecuado. Luego, vestida de chico, bajó a los
establos con tiempo suficiente para esperar a Geordie.
Ahora cabalgaba a su lado, con los nervios de punta y el pulso acelerado.
La noche era fría y se veían jirones de niebla gris; el cielo estaba débilmente
iluminado por una escuálida luna menguante. Tiritando, Sabrina se envolvió
mejor en el plaid de los Duncan que le habían prestado y deseó haber llevado a
Rab consigo. Había dejado en casa al abatido animal,
a sabiendas de que no podría controlarlo si los acontecimientos se les iban de
las manos.
Al oír el suave murmullo de voces más adelante, Geordie detuvo su caballo
y ella hizo lo mismo.
—Quédate aquí, escondida —le susurró su primo—. A Niall no le hará
gracia verte.
—Sí, por supuesto.
El joven se adelantó mientras Sabrina desmontaba con sigilo. Un poco más
allá, encontró un lugar desde el que observar, procurando mantenerse oculta
tras las espesas matas de tojo y helecho.
El pequeño grupo de ataque iba armado hasta los dientes.
Además de los Duncan, identificó a John McLaren, la mano derecha de
Niall, y a su otro primo, Colm. Y, claro está, al propio Niall. Cuando un rayo
de luna iluminó su rostro, a Sabrina le dio un vuelco el corazón. Suponía que
nunca acabaría de acostumbrarse a su impresionante belleza masculina.
Por la conversación que mantenían en susurros, dedujo que Colm ya
había hecho un reconocimiento de las tierras de los Buchanan.
—Será una captura fácil —aseguró éste.
—Demasiado fácil, quizá —replicó Niall—. Me cuesta creer que sean tan
descuidados. Deberían tener el ganado mejor vigilado. Owen sabe
perfectamente que contraatacaremos en cuanto podamos.
—Podría ser una estratagema para atraparnos —sugirió Liam Duncan.
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Anne Bushyhead El Amante
—En efecto. —A pesar de su tono sombrío, Niall sonrió, y sus dientes
resplandecieron en la oscuridad—. Pero sea o no una trampa, vamos a
demostrarles a esos malditos Buchanan el error que han cometido al robar las
reses de los Duncan.
El tono de satisfacción de su voz hizo temblar a Sabrina, que sospechó que, al
menos en aquel momento, su pasión por el peligro rivalizaba con la que sentía
por las mujeres.
Los highlanders hablaron un momento más, concretaron el plan y la estrategia
que seguirían si eran descubiertos y luego volvieron a sus caballos. Al ver que
Geordie le hacía una seña furtivamente, Sabrina esperó a que todos se hubieran
marchado para volver a montar su pony y seguirlos a una distancia prudencial.
La densa niebla la obligaba a prestar toda su atención a aquel terreno
traicionero. El sendero rocoso se hundía y serpenteaba entre montes
escarpados y bosques negros como el carbón, pero dirigiéndose siempre a la
inmensa fortaleza que era el hogar de Owen Buchanan.
Habría transcurrido más o menos una hora cuando oyó el leve rumor de acero
que hicieron los highlanders al desenvainar sus espadones. Detuvo su pony en
un alto desde el que se divisaba un valle en sombras donde pastaba una
manada de reses.
Los hombres avanzaron en silencio a lomos de sus caballos, pero ella se quedó
donde estaba, refugiándose en un bosquecillo de enebros desde el que podía
ver la operación. Contuvo la respiración cuando vio pasar a la partida por
delante de la cabaña de un campesino, aguzando la vista para detectar cualquier
signo de peligro entre los fantasmales establos y almiares. En medio de aquella
niebla cegadora, las apariencias eran engañosas. Sabrina lo sabía, pero
extrañamente no parecía que el ganado de los Buchanan estuviera vigilado.
Los atacantes se dispersaron en la niebla hasta que sus oscuras siluetas
desaparecieron de su vista. La joven notó cómo el corazón le golpeaba con
fuerza en el pecho mientras esperaba en medio de aquella calma tensa.
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Anne Bushyhead El Amante
Debieron de capturar unas doscientas reses, porque poco después vio
una manada de animales que avanzaban despacio hacia el norte, conducidas
por sus compañeros. No volverían a casa por el camino más recto, recordó
haber oído. Niall tenía intención de enviar a los otros de regreso por un
camino distinto mientras Liam y él se rezagaban para contener una posible
persecución.
Cuando desaparecieron de la vista, Sabrina soltó un suspiro de alivio. La
captura había salido muy bien, conforme a lo planeado.
Estaba a punto de dar media vuelta en dirección a su pony cuando oyó un
grito de advertencia procedente de la cabaña. Vio en el valle una luz que
parpadeaba como una estrella, seguida del rápido clamor entrecortado de
cascos de caballos procedentes de distintas direcciones.
Instintivamente, Sabrina se lanzó hacia el oscuro bosque para ocultarse, un
instante antes de que una figura indistinguible y amedrentadora pasara por el
sendero al galope, espadón en ristre.
Percibió el destello del acero, pero el jinete no la debió de ver, porque
prosiguió su camino a toda velocidad. Reconoció a Niall, más por su silueta
que por cualquier otro rasgo apreciable y estaba tratando de decidir si debía
seguirlo o no cuando la paralizó el estrépito de los caballos que lo seguían.
Un instante después, tres jinetes surgieron de pronto del enmarañado
bosque. Uno llevaba una antorcha, mientras los otros dos blandían armas.
—¡A por el maldito hijo de perra!
—¡Sí, acabad con ese bastardo!
Seguían a su presa sin detenerse.
Recuperado repentinamente el juicio, Sabrina espoleó a su pony e
inició el galope. Ignorando los peligros de las depresiones del terreno o las
ramas bajas, avanzó a toda velocidad por el sendero pedregoso,
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agarrándose con fuerza a la melena del animal al tiempo que rezaba.
Instantes después, el camino se ensanchó lo suficiente como para que
pudiera ver lo que ocurría más adelante. A la luz de la antorcha, el líder de los
perseguidores alzó una pistola y abrió fuego. Se oyó un disparo y la joven
soltó un grito. Sin embargo, no hubo más tiros, quizá porque el atacante había
gastado la bala que tenía y no le daba tiempo a recargar el arma.
En cualquier caso, los Buchanan estaban acorralando a su presa.
Para horror de Sabrina, Niall frenó en seco su montura y dio media vuelta
para plantar cara a sus enemigos, situándose en su trayectoria.
Con el espadón en alto, el líder de los perseguidores soltó un aterrador
grito de guerra y se lanzó a la carga. Al instante pudo oírse el sonido metálico
del entrechocar del acero. Angustiada, la joven detuvo en seco a su poni y
trató de recuperar el aliento.
Siempre recordaría lo que ocurrió después como una especie cíe pesadilla
recurrente. Niall resolvió el primer ataque con facilidad, pero pisándole los
talones, llegó un segundo hombre, y el golpe brutal de otro Buchanan
furibundo casi logró desmontarlo.
De pronto desarmado, McLaren se bajó de un salto del caballo y trató de
recuperar su arma. A continuación se incorporó de un salto con un ágil
movimiento, agarrando con fuerza la empuñadura de su espadón, pero el
cabecilla de los otros no le dio tiempo a nada; lo atacó con saña lanzándose al
galope a por él en un asalto mortal.
Sabrina gritó de miedo, un instante antes de que Niall se ocultara de un salto
tras el ancho tronco de un abedul y esquivara por los pelos el espadazo de su
enemigo.
Siguió un silencio llenó de tensión, mientras los contrincantes se estudiaban
el uno al otro.
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Fue recuperando la conciencia de forma paulatina. Le dolía todo el cuerpo.
Notaba el aroma levemente acre del helécho aplastado, y en sus oídos resonaba
la voz melodiosa de Niall, llena de furia.
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—No, no me han matado, gracias a ti. —Su gesto se había suavizado y la miró
con una dulzura que hizo que el corazón le diera un brinco—. Hemos conseguido
que salieran corriendo.
Ella trató de volver la cabeza en busca de sus enemigos, pero no vio ni rastro de
los Buchanan. Por lo visto, aún estaba en el bosque donde había caído.
—¿Han... huido?
—Sí, pero se han llevado lo suyo —respondió Niall—. He herido al que te ha
hecho esto. —Al resplandor dorado de la antorcha, Sabrina pudo ver los ojos de
él: intensamente azules, bellos, furiosos—. Los nuestros han oído el disparo y han
venido a socorrernos. Los Buchanan han huido al verlos venir.
—Sí, los muy cobardes —murmuró Liam.
Sabrina captó la expresión del rostro de los hombres, una expresión sombría de
emociones encontradas.
—Por favor, ya se ha derramado bastante sangre —susurró.
Niall rió misterioso.
—No la suficiente. Se arrepentirán de lo de esta noche, te lo prometo.
Podía haber objetado que los Buchanan no hacían más que defender sus
propiedades, pero de pronto vio el corte de la sien derecha de Niall.
—Estás herido —dijo angustiada.
—No te preocupes. No es más que un rasguño. Yo podría decir lo mismo de ti,
muchacha. ¿Qué te duele?
—La... cabeza... el brazo. —Ambos le palpitaban dolorosa mente.
El la exploró con suavidad.
—Tienes un chichón en la cabeza y una fea cuchillada en el brazo; está
sangrando, hay que curarla. —Mientras hablaba, se quitó el pañuelo del cuello e
improvisó un vendaje para cubrir la herida.
—Me pondré bien...
—Aun así, tenemos que llevarte a casa antes de que vuelvan los Buchanan con
refuerzos.
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Sabrina tiritaba. Sí, quería irse a casa. Había visto por sí misma la realidad de un
ataque, la sangre y la brutalidad, y no quer ía volver a participar en ello. No la
habían entrenado para guerrear.
Al verla temblar, Niall le apartó un mechón de pelo de la mejilla. No podía
explicar las asombrosas emociones que sentía por ella en aquel momento.
Quería zarandearla por darle semejante susto, y al mismo tiempo quería
estrecharla con fuerza contra su pecho para consolarla, hasta hacer desaparecer
su miedo... y el de él.
Quizá esa intensa necesidad de protegerla era algo l ógico. El ataque que la chica
había sufrido había resucitado todo el odio que Niall sentía por el asesinato de
su padre, y despertado sus instintos más feroces. O tal vez sólo era necesidad de
aliviar su propia culpa. Sin duda, ella le había salvado la vida, pero podían
haberla matado fácilmente. Aterrorizado, la había visto correr intrépida en su
auxilio y abalanzarse sobre un bruto que la doblaba en tamaño.
Sin embargo, más que sensación de culpa, más que necesidad de consolarla y
protegerla, lo que sentía era la intensa llamada de su sangre; la reacción primaria
de un hombre ante una mujer.
No obstante, aquél no era momento de dejarse llevar por im pulsos primitivos.
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después de desatar su violencia, la sangre todavía le corría espesa y caliente
por las venas.
No obstante, su falta de autocontrol lo irritaba, por lo que, cuando Sabrina
protestó y quiso que la dejara caminar, él reaccionó con mayor dureza de lo
que pretendía.
—Estate quieta —le ordenó—. No estás en condiciones de andar. Por una
vez, vas a hacer lo que te digan.
Sabrina se resintió de esa injusta reprimenda, pero no tenía energías para
discutir.
Como si no pesara nada, Niall la subió a su caballo y luego montó detrás de
ella, recostándola sobre su cuerpo. El trasero de la joven quedó encajado
entre los fuertes muslos de él, después, la envolvió con su plaid para
abrigarla.
—Ahora no hables. Necesitas descansar.
Sabrina cerró los ojos tratando de aliviar su dolor de cabeza. Se sentía tan a
gusto y tan segura en sus brazos, tan protegida y querida... Notó que el
balanceo del caballo la adormecía...
Cuando despertó, Niall la sostenía contra su cuerpo mientras cruzaba
el patio de Banesk. Se dirigió rápidamente a la mansión en medio de la
oscuridad.
Una vez dentro, Sabrina despertó de su aturdimiento.
—Por favor... no despiertes al abuelo. Su corazón no soportará una emoción
así.
— Silencio, ratita. Te preocupas de todos menos de ti. ¿Dónde duermes?
La pregunta la dejó sin aliento, e inmediatamente empezó a dolerle más la
cabeza.
— ¿Qué más da?
—Te voy a llevar a tu cama. — Pudo ver su tenue sonrisa a la
luz de luna que se colaba por el ventanal — . No tengo intención
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Anne Bushyhead El Amante
de forzarte si eso es lo que temes. No acostumbro a aprovechar
me de damiselas heridas. Hay que vendarte ese brazo.
Subió de prisa y en silencio la escalera de la parte trasera.
—No es decoroso — protestó Sabrina sin convicción — . Deberías ir a
buscar a alguna de las doncellas.
—No hace falta. Puedo hacerlo yo perfectamente. ¿Cuál es tu
alcoba?
—La última de la derecha... pero no puedes... no deberías entrar allí.
Provocarás un escándalo.
— Si lo hago, no importa, porque entonces, en seguida te casarán
conmigo para acallar cualquier chismorreo.
Sabrina frunció el cejo y sacudió su dolorida cabeza para despejarse. Sin
duda había oído mal.
Sabía que debía oponerse más enérgicamente a tan descarada intimidad y
hacer que la dejara en el suelo, pero no quería que Niall la soltara. Quería que
sus brazos fuertes la rodearan, necesitaba sentir su calor, su seguridad, el
bienestar que emanaba de su cuerpo. En contra de todo sentido común, ansiaba
sus caricias y el vergonzoso placer que despertaban en ella.
Era una locura, lo sabía. Era peligroso que se dejara llevar por el anhelo de
cosas que no podía tener. Una estupidez sucumbir al ardor traicionero del
deseo. Ridículo pensar que aquel hombre pudiera desearla jamás.
Maldiciéndose en silencio por su debilidad, cerró los ojos y suspiró agotada.
Un instante después, notó que Niall la depositaba en la cama. Luego, con
sigilosa eficiencia, encendió una vela que inundó la estancia de un resplandor
dorado. Oía el suave rumor de Niall moviéndose por la habitación en busca
de todo lo que iba a necesitar.
El colchón de plumas cedió cuando él se sentó a su lado. Cuando le cogió el
brazo, Sabrina hizo una mueca de dolor, más por su proximidad que por la
herida. Maldito fuera aquel hombre, ¿por qué se le aceleraba el corazón de ese
modo sólo con que la tocara?
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Notó cómo le exploraba suavemente el brazo, y luego una repentina punzada
de dolor que hizo que se le saltaran las lágrimas.
—Siento tener que hacerte esto, cariño.
Le rasgó la camisa con el puñal para arrancar la manga izquierda y dejar al
descubierto el profundo corte de la parte superior. La carne abierta brilló a la
luz de la luna, oscurecida por la sangre.
Sabrina se mordió el labio con fuerza para contener un gemido.
—Confieso que a punta de cuchillo no es mi forma preferida de desnudar a
una dama —dijo Niall para distraerla.
Ella se recuperó lo suficiente como para responderle maliciosa:
—No te voy a preguntar cuál es.
Su fingida valentía ante el dolor hizo que a él se le encogiera el corazón,
pero aun así le examinó la herida en silencio, estudiándola con cuidado. Por
suerte, la hoja no había penetrado mucho.
—Podría haber sido peor —le dijo muy serio, volviendo a meterse el
puñal en el cinturón—. Cicatrizará bien. En seguida vuelvo.
Sabrina se hundió de nuevo en las almohadas. Cuando quiso darse cuenta,
Niall estaba sentado a su lado otra vez, con una licorera de coñac y una copa
en las manos.
—No he podido encontrar el láudano. Toma, bebe —la instó, llevándole la
copa a los labios.
Ella se obligó a dar un sorbo de aquel licor abrasador.
—Mi tía me advirtió... sobre los caballeros que obligan a las féminas
confiadas a ingerir alcohol.
Él le dedicó una sonrisa lenta y luminosa.
—Tú eres la fémina menos confiada que conozco, señorita Duncan.
Aunque tuviera intenciones deshonestas contigo, habría pocas posibilidades de
que me saliera con la mía.
Tampoco había muchas posibilidades de que él tuviera intenciones
deshonestas con ella, pensó Sabrina con tristeza.
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lecho virginal, tumbarse a su lado y cubrirla con su cuerpo. Deslizarse entre sus
muslos de seda y explorar los más recónditos escondrijos de su sensualidad...
Maldita fuera, tenía que recordar que estaba herida; una herida que había
recibido por protegerlo a él.
Tensando la mandíbula, se obligó a decir con calma:
—Esta vez, te dejaré escapar con la virtud intacta. Pero hay que cuidar de
tu herida.
Le limpió la sangre de alrededor del corte y luego la miró pesaroso.
—Esto te va a doler, cielo, pero dicen que evita que las heri das se pudran.
—Vertió un chorro del potente licor en la herida lo más rápido posible.
Sabrina profirió un grito de dolor y arqueó la espalda sobresaltada. Habría
salido disparada de la cama si Niall no la hubiera sujetado por los hombros con
ambas manos para retenerla.
—Tranquila. —Se le acercó un poco más—. Aún no he terminado —le
susurró en la sien. La mantuvo así un instante, inspirando la limpia y dulce
fragancia de su pelo.
Jadeando y completamente rígida, Sabrina esperó a que aquel dolor
insoportable remitiera.
—Puede que los míos —dijo entre dientes— no me tengan mucho aprecio,
pero no creo que les guste que me mates.
Él se retiró un poco y le respondió con una de sus maravillosas sonrisas.
—¿Ah, no?
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—Si me muero... quizá tengas problemas para deshacerte de mi cuerpo.
—Lo esconderé en el guardarropa.
Un conato de inoportuna carcajada la hizo gemir de dolor.
—Estate quieta, tigresa. Guarda tus fuerzas.
—No soy tigresa... —musitó con la respiración entrecortada—. Soy ratita...
tú mismo me lo has dicho.
—Estaba equivocado. Me has dado un buen susto, tratando de defenderme.
—Eso no... es nada.
—Yo creo que sí —replicó Niall algo sombrío. Ella notó que le apartaba el
pelo de la frente húmeda con los dedos—. Aprecio mucho la vida, y quizá no
hubiera sobrevivido sin tu intervención.
—Cualquiera habría hecho lo mismo.
—Un highlander sí, pero no una mujer de las Tierras Bajas... Como ha dicho
Geordie, eres una muchacha valiente. Y hay pocas cosas que un highlander
admire más que la valentía. Eres el orgullo de tu clan.
Sabrina negó con la cabeza. Quería que los suyos se sintieran orgullosos de
ella, pero no era una santa.
—Estaba aterrada.
Niall le puso un dedo debajo de la barbilla.
—Era para estarlo. Eso me recuerda que... tú y yo tenemos un asunto
pendiente, señorita. —La paralizó con su mirada penetrante—. ¿Qué
demonios hacías en el monte de noche, poniéndote en peligro?
—Sólo quería ver el ataque —se excusó ella—. Iba con Geordie...
—Por Dios, a ese chico le voy a cortar las orejas.
—No es culpa suya. El abuelo me dio permiso para que fue ra... y yo jamás
habría intervenido si no hubiera sido absolutamente necesario.
Niall frunció el cejo.
—Te pedí expresamente que te quedaras en casa.
—No, no es cierto. Sólo te negaste a llevarme contigo.
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—Por una buena razón. Como has podido ver, el robo de ganado es una
actividad peligrosa. Ha sido una imprudencia y una temeridad que hayas
venido.
—Tal vez sí, pero, que yo sepa, no tengo que darte explica ciones —respondió
ella retadora.
Niall juró por lo bajo y sus dedos se tensaron alrededor de la barbilla de ella, a
modo de advertencia.
—Creía que no te aprovechabas de damiselas heridas —le recordó Sabrina en
seguida.
Él la soltó y volvió a centrarse en su brazo.
—Parece que la hemorragia ha parado. Veamos si podemos ponerte más
cómoda.
Sabrina apretó los dientes mientras Niall le rodeaba el brazo con vendaje
limpio. Sus manos eran fuertes, de dedos largos, elegantes, y su tacto lo
bastante suave como para casi hacerle olvidar el dolor.
—Ahora —le dijo cuando hubo terminado—, habría que quitarte esa ropa para
que intentes dormir. ¿Dónde tienes el camisón?
Sabrina exhaló con fuerza.
—¿El... camisón?
—Supongo que llevas uno para dormir.
—Sí, pero no tengo intención de enseñártelo.
—Algo de pudor en una mujer es agradable, pero en una es posa no tanto.
Cuando estemos casados, procuraré que pierdas ese hábito.
Sabrina notó que, de repente, se quedaba sin aire en los pulmones. Miró a
Niall con los ojos como platos.
—Creo que no te he oído bien.
Él arqueó una ceja.
—¿Qué es lo que no has entendido?
—Has dicho... ¿cuando estemos casados?
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— Eso es.
— ¿No lo dirás en serio?
Fijó sus ojos en los de ella.
— Detesto corregir a una dama, pero no acostumbro a bromear sobre
asuntos de tanta importancia. Nos puedes considerar comprometidos.
Sabrina se lo quedó mirando como si se hubiera vuelto loco.
— Te ruego que contengas un poco la emoción — le dijo Niall
con ironía. Al ver que seguía muda, arqueó un poco más las cejas — . Supongo
que tu falta de reacción se debe al golpe que te has dado en la cabeza.
Ella se incorporó, a pesar del punzante dolor de su herida.
— ¡Todas mis facultades se encuentran en perfecto estado, mi
lord, gracias!
— Entonces podrías demostrar un poquito de entusiasmo.
— ¿Por qué me iba a entusiasmar casarme contigo? Tú no
quieres casarte conmigo.
El se encogió de hombros.
— Lo cierto es que la idea me aterra.
— Entonces, ¿por qué te lo planteas siquiera?
— ¿Una muestra de nobleza, quizá?
— ¡No le veo la gracia!
—No, la verdad es que no la tiene. — Niall se serenó y la miró
con sus ojos azules — . Muy bien. Pretendo casarme contigo por
que se lo debo a tu abuelo. Y a Owen Buchanan. — Al pensar en
su enemigo mortal, un turbio sentimiento recorrió como una estrella fugaz su
mirada — . Y yo pago mis deudas — añadió en voz
baja, con la resolución reflejada en el contorno bien definido de
su mandíbula — . Además, el clan Duncan necesita mi protección.
El robo de ayer es prueba suficiente.
Sabrina frunció el cejo, consciente de que tenía razón.
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Defendía sus ideas con una pasión inusual en una mujer, y se preocupaba por
los suyos.
Había podido comprobar de primera mano su compasión. Aún recordaba,
tantos meses después, su callada solidaridad en el baile de su tía, cuando a él le
dieron la noticia de la muerte de su hermano y de la herida mortal que había
sufrido su padre, lo serena y reconfortante que había sido su actitud. Incluso
en aquel momento de conmoción y dolor, él había percibido el consuelo, el
ánimo que le transmitía...
Muy serio, Niall se llevó la copa de coñac a los labios y la apuró antes de decir
con determinación:
— Tú eres la elegida, y no se hable más.
Sabrina apretó los labios, y aunque era consciente de que él no estaba dispuesto
a discutir, dijo:
— ¡Sí, sí se habla más! Hay mucho que hablar. No voy a casar
me contigo.
— Claro que lo harás — contestó Niall autoritario a pesar de
su tono dulce.
Se miraron fijamente. De pronto, su intercambio se convirtió en una batalla
de voluntades, más que en un diálogo.
El highlander miró a la mujer que yacía en la cama con involuntaria
admiración. Con aquella mirada intensa de sus ojos oscuros y la barbilla
levantada en señal de desafío, parecía casi hermosa. A pesar de su docilidad,
Sabrina podía adoptar la fría altivez de una duquesa, orgullosa, fuerte, y sin
ceder un ápice.
— Veo que has heredado la obstinación de los Duncan — le dijo muy serio
— . En ese aspecto, no tienes nada que envidiar a tu abuelo.
Ella negó con la cabeza. Su objeción no era fruto de la cabezonería. Si él se
casaba obligado, terminaría despreciándola y eso Sabrina no podría
soportarlo.
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—Dudo mucho que seas quién para juzgarme.
—Pues no hace tanto, estabas ansiosa por casarte conmigo —respondió él
escudriñando su reacción.
—Yo nunca he estado ansiosa. Me limitaba a acceder a los deseos de mi
abuelo.
—Sus deseos no han cambiado. Además, Angus tenía razón en una cosa:
necesitas un marido que te mantenga a raya.
—¡A raya!
Niall sonrió. Se imaginó peleando con ella por el mero placer de verla
irritarse, por ver ese fuego que ardía en sus expresivos ojos. Su reacción de
tigresa furiosa contrastaba de forma fascinante con su habitual
comportamiento, y con el de todas las demás mujeres que había conocido. Lo
apasionaba y lo excitaba. Ella lo excitaba. Lograba despertar en él el deseo
necesario para vencerla, someterla y poseerla.
Al darse cuenta de que intentaba provocarla deliberadamente, Sabrina
respiró hondo esperando calmarse.
—A la luz de los últimos acontecimientos, he cambiado de opinión. He
decidido que no deseo casarme nunca.
—¿Nunca? Me cuesta creer que una preciosa joven como tú quiera
quedarse para vestir santos.
—Me he resignado por completo a la soltería.
—Pues no deberías. Sería un desperdicio absoluto.
—Más desperdicio aún sería casarme contigo. Tú serías un marido
espantoso.
—Estoy de acuerdo. ¿Por qué crees que he evitado la soga tanto tiempo?
—¿Quizá porque no has conocido a una mujer lo bastante tonta para
aceptarte?
Niall arqueó las cejas. La luz que bailaba en sus ojos era un reflejo de la
sonrisa que esbozaban sus labios.
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— Debes saber, señorita, que se me considera un buen partido.
— Entonces, que te reclame alguna otra dama; con mi bendición.
—Tu abuelo se sentirá desolado. Sabrina titubeó al darse cuenta de
que era cierto. Niall meneó la cabeza con tristeza.
— Ahora mismo, casarme contigo no me supondría ningún
castigo. Tengo la sensación de que incluso podríamos congeniar.
— El matrimonio es algo más que «congeniar».
— ¿Ah, sí? Explícate, te lo ruego.
—Está la compatibilidad, por ejemplo. Tú tenías toda la razón. No
encajamos lo más mínimo. De hecho, no podemos hablar normalmente sin
discutir. No pararíamos de pelearnos.
— Por suerte, me gustan las mujeres con carácter.
— A ti te gustan todas — replicó ella ignorando su burla.
—Sí, eso es cierto. — Su sonrisa de autocensura poseía cierto
pícaro encanto — . Las mujeres son mi gran pecado, lo confieso.
— ¡Tienes unos cuantos grandes pecados!
—Pero también tengo algunas cualidades extraordinarias que
tú te empeñas en ignorar.
Sabrina respiró hondo para protegerse de la fascinación que él ejercía sobre
ella y de la cálida risa de sus ojos. Había robado un millar de corazones
femeninos, pero no robaría el suyo.
—Extraordinarias o no, no compensan tus rasgos indeseables. Ya te lo
he dicho, no tengo ninguna intención de casarme
con un libidinoso.
Mirándose la manga, Niall se quitó una mota de polvo imaginaria.
— Supongo que esperarías fidelidad.
— Qué idea tan curiosa — replicó Sabrina con sarcasmo.
El color medianoche de sus ojos la tenía cautiva.
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—Eso es algo completamente secundario. En cuanto al camisón... ¿necesitas
ayuda para desvestirte?
—¡No! ¡Claro que no! Y menos aún de un célebre libertino.
—Cuidado, querida. Corres un gran riesgo de que te bese.
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Se le encogió el estómago.
—No te atreverías.
Él arqueó una ceja.
—Tienes la fastidiosa costumbre de desafiarme.
Con decisión, se inclinó hacia ella haciendo que a Sabrina el corazón le
brincara de gusto. Ella trató de zafarse, pero no tenía escapatoria. Niall cubrió
sus labios con los suyos y la aplastó contra las almohadas.
Exploró con la lengua su boca cerrada, y luego se deslizó en su interior. A
Sabrina se le aceleró el pulso. Podía notar el calor de su pecho mientras la
presionaba contra la cama con su abrazo, la tierna pasión de sus labios
embriagadores abrumándola...
La besó durante lo que le parecieron horas, engatusándola, explorándola,
sometiéndola... La excitó hábil y deliberadamente, seduciéndola hasta dejarla
aturdida, a punto de derretirse. La piel le ardía allí donde entraba en contacto
con la aspereza de su barba sin afeitar mientras todos sus sentidos gritaban de
anhelo.
Gimió bajo ese ataque sensual. Sus besos eran puro tormen to, pero cuando al
fin él retiró los labios, Sabrina se sintió vacía y dolorida.
Era una crueldad que la provocara así, pensó con amargura mientras Niall se
apartaba. El ardor de su mirada habría resultado halagador si hubiera creído
que era por ella, pero no albergaba la ilusión de que realmente la deseara. Era
sólo un cuerpo femenino, un receptáculo disponible para su lujuria, eso era
todo. El no hacía más que servirse de sus legendarias habilidades para
persuadirla de que hiciera su voluntad.
Niall se aclaró la garganta, obligándose a sí mismo a renunciar al abrazo, así
como a la idea de permitirse alguna licencia aquella noche, una que empezaba a
desear con vehemencia.
Con mirada enigmática, inspeccionó el hermoso rostro de Sabrina, sonrojado
de rabia y de pasión. Lo único que estaba en sus manos para hacer acopio de
resolución caballerosa y marcharse, era recordar que la muchacha estaba
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Había estado deliberando. Que hubiese sido un sueño, rogó Sabrina al
despertarse, tarde, a la mañana siguiente. Niall McLaren no había invadido
su alcoba la noche anterior ni le había anunciado la reanudación de su
compromiso.
Aunque la cabeza ya no le dolía tanto, el brazo vendado todavía le palpitaba
una barbaridad, lo que confirmaba que la pelea de la noche anterior era verdad.
Su dolor no era un sueño. Y mucho se temía que tampoco había perdido el
juicio.
La doncella que la atendió aquella mañana rebosaba alegría y buenos
deseos. Por lo visto, mientras ella dormía, Niall había comunicado a sus
respectivos clanes la intención de casarse. La ceremonia tendría lugar al cabo
de tres días, tal como estaba previsto, dado que ya se habían enviado las
invitaciones.
Para su mayor frustración, Sabrina tuvo que soportar una angustiosa visita
de Angus, que, imprudentemente, se levantó de su lecho para transmitirle su
incontenible regocijo. Su alegría hundió aún más el ánimo de la joven. Con la
crueldad de un jefe de clan en guerra, Niall se había ocupado de todo sin
consultarla. Salvo que huyera a Edimburgo y renunciara a todas sus obliga
ciones con respecto a los suyos, se vería obligada a seguir adelante con el
enlace.
En realidad, sabía que era la decisión correcta, pero la suprema arrogancia
del highlander la ponía furiosa.
Se angustió todavía más cuando fue a visitarla una viuda vecina de su
abuelo.
Al ver entrar a la garbosa dama en la salita matinal, Sabrina no pudo contener
una momentánea punzada de envidia. La señora Eve Graham poseía una
figura voluptuosa y un par de ojos fríos y calculadores color avellana con los
que no dejó de escudriñarla.
Aquella belleza de pelo negro pareció quedarse sorprendida al verla, pero en
seguida se recuperó e hizo las presentaciones con una risa musical. Rechazó el
refrigerio que le ofrecieron y se acomodó en un sofá junto a su anfitriona.
—¡Qué espanto, querida! —dijo, examinando el vendaje del brazo de
Sabrina—. Ya me han hablado de tu terrible herida.
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—No es más que un rasguño —objetó ella educadamente.
—Aun así, en toda la región se habla de tu valentía.
—Pero si no fue nada.
—Eres demasiado modesta. Vaya, Niall asegura que lo po drían haber
matado de no ser por tu rápida intervención.
Sabrina sintió una fuerte punzada cerca del corazón. Algo en el modo en
que la señora Graham había pronunciado el nombre de él revelaba una
relación más íntima que la simple amistad.
—Me complace conocerte al fin —prosiguió Eve cariñosa—. Ni te imaginas
lo mucho que necesitaba otra dama con la que compartir confidencias.
Háblame de ti. Cuéntamelo todo...
Hablaron un rato; la señora Graham le hizo a Sabrina un montón de
preguntas sobre su familia y su casa de Edimburgo, y le contó algunas cosas de
su propio pasado.
—Recuerdo Edimburgo con mucho cariño —declaró la viuda suspirando—.
Las veladas, los bailes, las reuniones... Mi querido marido me llevaba allí con
frecuencia, para que me alejase un poco de la monotonía de las Highlands.
Aquí sólo tenemos bailes rurales y costumbres primitivas propias de la época
feudal. Es una suerte para nosotros que hayas venido. Los clanes necesitan con
urgencia el influjo civilizador de las mujeres.
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—Confieso que me sorprende que te haya elegido por esposa... Aunque
puedo entender tu atractivo para un hombre de su estampa. Te llamó «tigresa
disfrazada de ratita», creo que ésas fueron sus palabras.
A Sabrina la sorprendió el tono de admiración de la viuda. Eve Graham,
una mujer hermosa y sin duda familiarizada con la adulación masculina,
difícilmente consideraría halagador el calificativo de «tigresa». Pero al parecer,
creía que Niall sí.
—McLaren lo está dando todo por supuesto —respondió Sabrina—. Yo
no he accedido a casarme con él. De hecho, anulé el compromiso hace apenas
unos días.
Eve arqueó una de sus delicadas cejas negras.
—¿Estarás bromeando? Sabrina... ¿te puedo llamar por tu nombre de
pila?, Sabrina, ¿cómo se te ocurre rechazarlo?
—Sé que resulta chocante viniendo de mí, señora Graham —contestó
irónica.
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—Su experiencia me impresiona poco. Me preocupa más su carácter.
—Bueno... supongo que te resultará más difícil echarte atrás ahora que Niall
ha empezado a moverlo todo. Los clanes esperan un enlace.
—Lo sé —contestó la joven desolada—. Y no los abandonaré. Mi gente debe
tener un jefe. Ojalá... no fuese Niall.
—Tener dudas justo antes de la boda no es algo inusual, querida. Pero me
atrevería a decir que estar casada con él no será tan malo. Tener un amante tan
extraordinario debería servirte de consuelo.
El comentario, que pretendía ser alentador, sólo consiguió deprimirla aún
más.
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—Papá Charles —exclamó. Riendo y llorando a la vez, se abalanzó sobre él
para abrazarlo, y permaneció colgada de su enjuta figura, saboreando el
alivio que le producía verlo. Tardó un rato en soltarlo.
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—No he dicho que puedan sustituirte, muchacha. Sus errores me dejarán en
la penuria si tú no puedes supervisarlos. Pero dejemos de hablar de eso.
Cuéntame, qué es de ti. Primero recibo la invitación de Angus Duncan a la
boda, luego tu carta diciéndome que se ha cancelado el compromiso, y
después la misiva de ayer del jefe McLaren comunicándome que el
compromiso seguía en pie y que os casáis mañana.
—Sí, papá Charles, temo que me he metido en un buen lío.
—¿Ah, sí? —Sus ojos tiernos la miraron con verdadera preocupación.
Sabrina apartó la vista.
—Debes de estar cansado. Deja que te acompañe a tu alcoba para que te pongas
cómodo.
—Todo a su debido tiempo. Lo que deseo saber es si has per dido el juicio o este
matrimonio es lo que de verdad deseas.
—No he perdido el juicio. Creo... que es lo mejor. Nuestro matrimonio unificará
nuestros clanes y proporcionará a los Duncan un poderoso aliado.
—O mucho me equivoco o el astuto Angus Duncan ha tenido que ver en todo
esto.
—Al abuelo le entusiasma este matrimonio, cierto.
—Pero ¿te entusiasma a ti?
—No estoy segura.
—¿Amas a ese hombre, Sabrina?
—No —respondió ella con un énfasis algo exagerado—. ¿Cómo iba a hacerlo?
Hace muy poco que lo conozco. —Y lo que sabía de él no era precisamente
alentador.
—Muchacha, te conozco —le advirtió Charles—. No serás feliz sin amor.
Sabrina meneó la cabeza. Hubo un tiempo en que soñaba con encontrarlo, pero su
boda era la clase de contrato a que las mujeres llevaban siglos sometiéndose; un
matrimonio de conveniencia con beneficios políticos. El amor no formaba parte de
la ecuación.
—Mi felicidad no es lo más importante. Hay vidas en juego... el futuro de todo un
clan.
Su padrastro le dio una palmadita en la mano.
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Anne Bushyhead El Amante
—Bueno, tienes la cabeza muy bien puesta encima de los hombros. Dudo que
vayas a hacer ninguna tontería. Si quieres seguir adelante, lo único que puedo hacer es
apoyarte. Te he traído una cosa. Tu madre habría querido que lo tuvieras.
Abrió su maleta y sacó una prenda que desplegó con cuidado, alisando las
arrugas y sosteniéndola luego a la luz para que Sabrina la viera.
La joven se quedó extasiada ante aquella hermosura. El suntuoso vestido
estaba hecho de brocado azul hielo almidonado, bordado con hilo de plata y
perlas, siguiendo un dibujo que se repetía tanto en los bajos como en el
cuerpo.
—Éste es el vestido con el que se casó tu madre dos veces, aunque no a
la vez, claro —rió Charles—. Una con tu padre y otra conmigo.
Los ojos de Sabrina se llenaron de lágrimas mientras se pegaba el vestido
al pecho con reverencia. Por un instante, se sintió como si su madre
estuviera con ella de nuevo, y eso le proporcionó el valor que tanta falta le
hacía.
—Gracias, papá —le susurró con voz ronca, profundamente agradecida.
El día de la boda amaneció luminoso y despejado. Las escarpadas colinas
verdes desprendían un espectacular brillo primaveral, como pudo comprobar
Sabrina desde la ventana de su alcoba; pero la hermosa vista no lograba
levantar su ánimo decaído ni mitigar sus dudas.
Tras un desayuno ligero a base de tortas de avena y leche, cayó sobre ella un
ejército de doncellas, entre las que se encontraba la personal de la viuda
Graham. Sabrina dejó que la bañaran, perfumaran y pintaran, pero se negó a
que le pusieran pomada en el pelo. Recordando la preferencia de Niall por los
cabellos sin empolvar, se recogió la melena en un moño y dejó que le
cayeran por los hombros varios mechones sueltos. Tras meterse en las
voluminosas enaguas, le pusieron el vestido.
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Anne Bushyhead El Amante
El espejo le decía que el resultado era hermoso, pero sus ojos oscuros parecían
demasiado grandes para su pálido semblante. «Ratita», dijo Sabrina para sí,
arrugando la nariz con desdén. Quería estar guapa para Niall...
Ese pensamiento le produjo un intenso dolor en el pecho. Era inútil
preocuparse por su aspecto. No había peinado ni vestido que pudieran hacerla
lo bastante bella para un hombre como él. Cuando estuvo arreglada del todo,
Angus se levantó de la cama para obsequiarla con un regalo, un cofrecillo de
plata que contenía las joyas de su abuela. El rubí de los Duncan era una piedra
preciosa enorme, y estaba incrustado en un colgante de fi ligrana que Angus
insistió en que se pusiera.
El rostro arrugado del anciano se iluminó mientras contemplaba el efecto
de su obsequio.
—Estás haciendo algo muy sensato, muchacha. Justo entonces, llegó su
padrastro para escoltarla abajo, donde los esperaba el carruaje.
—Vamos, es hora de irnos.
Una oleada de pánico de última hora le aceleró el corazón. En breve se le pediría
que hiciera sus promesas de lealtad y entrega y se la obligaría a honrar a Niall
McLaren hasta el día de su muerte. —Cielos, muchacha, estás helada —exclamó
Charles. —Era de esperar —intervino Angus—. Tiene los nervios
crispados, como todas las novias.
Crispados, sin duda, pensó Sabrina irónicamente. Sentía el peso de todo su
clan sobre los hombros, y confiaba bien poco en su propio juicio. ¿Estaba
haciendo lo correcto o había firmado un pacto con el diablo?
Angus no los acompañó a la iglesia, a media legua de camino, para la
ceremonia. El banquete de bodas, que estaba previsto que empezara a mediodía,
se celebraría en cambio en Banesk, con lo que el anciano podría asistir un rato.
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Anne Bushyhead El Amante
La novia y su padrastro viajaron en carruaje por caminos llenos de baches para
reunirse con el novio a la puerta de la iglesia.
Cuando el vehículo se detuvo, Sabrina pudo ver a Niall esperándolos.
Mientras la ayudaba a bajar, ella se maldijo por el re pentino tamborileo de su
corazón. Era absurdo el modo en que la angustia y la duda podían dar paso tan
de repente a la alegría sólo con verlo. Alegría y alivio. Había temido que él no
se molestara en presentarse a su propia boda y la dejara plantada a los pies de la
escalinata de la iglesia.
Sin embargo, parecía absolutamente dispuesto a seguir adelante con el
enlace. Llevaba el atuendo escocés completo, el kilt de tartán y la chaquetilla
realzada por un chaleco bordado en plata, mangas de seda blanca y corbatín de
encaje. Un broche de plata le sujetaba al hombro el plaid de los McLaren,
mientras que una cinta negra le recogía el pelo color ébano en la nuca, resal
tando la belleza de su rostro: su frente ancha, su nariz bien perfi lada y sus
pómulos prominentes.
Sabrina jamás había visto una combinación semejante de pulcra elegancia y
cruda virilidad en un hombre. Era devastadora y peligrosamente masculino, y
despertaba en ella todos sus instintos femeninos.
—Estás preciosa, ratita —le susurró él a modo de saludo.
Sabrina lo miró incisiva, tratando de averiguar si se burlaba, pero su gesto
enigmático le dio pocas pistas.
—¿Qué tal tu brazo?
—Bien, gracias.
—¿Te duele?
—No mucho. —Cuando notó que su padrastro le apretaba el codo, carraspeó
para hacer las presentaciones—. Milord, éste es mi padrastro, Charle Cameron.
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Niall le hizo una reverencia de cortesía.
—Ya he tenido el placer. El señor Cameron vino a verme a
Creagturic anoche.
Ella miró sorprendida a su padrastro, sin entender por qué había hecho un
esfuerzo así después de un viaje agotador.
—Vino — le explicó Niall con una sonrisa — en teoría a
traerme unos regalos de bodas... coñac francés, seda de Lyon,
encaje de Bruselas. Pero juró abrirme la cabeza si te hacía in
feliz.
Sabrina se sonrojó, tanto por lo absurdo de que un comer ciante de cierta
edad desafiara a un guerrero de las Highlands como por la reconfortante idea
de que su padrastro estuviera dispuesto a defenderla fuera como fuese.
Al entrar en la iglesia del brazo de su prometido, le pareció ver a los líderes
de todos los clanes allí reunidos. La boda de un jefe de las Highlands con la
nieta de otro era un acontecimiento importante. Le gustó reconocer algunas
caras conocidas entre la multitud: Geordie, Liam, la hermosa viuda Graham,
Colm, el primo de Niall, y el fornido John McLaren.
La ceremonia fue sencilla y terminó en seguida. Su marido le puso el anillo
de boda, un aro de oro, y el ministro presbiteriano los declaró marido y mujer
ante Dios.
Entonces Niall se inclinó para besarla.
Fue sólo un breve roce de labios, pero despertó de nuevo el pánico en ella.
Su destino estaba forjado, su decisión era irrevocable. Estaba casada con el
mayor amante de Europa y se sentía totalmente inadecuada para aquella unión.
Apenas había sentido el fugaz calor de la boca de su marido al entrar en
contacto con la suya y ya temblaba como una hoja.
Sin embargo, en cuanto salieron de la iglesia, su angustia se vio eclipsada
por un temor mayor. Le dio un vuelco el corazón al
ver una partida de highlanders armados acercarse a caballo a la escalinata de
la iglesia, encabezados por su jefe de barba negra, Owen Buchanan.
A su lado, Niall se irguió y rodeó con los dedos la empuñadura de su
espada.
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—¿Qué haces aquí, Owen? —preguntó cuando los jinetes se
detuvieron.
—Pensé que estaba invitado a la boda.
—Por pura cortesía, nada más —le replicó Niall, impasible—. A modo de
aviso de que el clan Duncan ya no es blanco legítimo de los carniceros
Buchanan.
—¿Carniceros, has dicho? —Brillaron sus ojos negros—. Dos de mis
hombres están heridos ¿y me llamas carnicero a mí? —Removiéndose en su
silla de cuero, Buchanan lanzó entonces una fiera y penetrante mirada a
Sabrina—. No, lo que soy es un maldito imbécil. Tendría que haber sabido
que no podía negociar con una mujer y dejar mis reses sin vigilancia.
Sabrina le devolvió la mirada. Aún estaba furiosa con él por engañarla e
incumplir su trato antes incluso de llevarlo a la práctica, pero no acababa de
entender la furia del highlander. Él era el culpable de los robos de ganado y
del derramamiento de sangre resultante.
—Con ese aire inocente —prosiguió Buchanan con desdén—. ¿A quién
crees que engañas, muchacha? Supongo que ahora me dirás que no pudiste
controlar a tu clan.
Niall tensó la mandíbula.
—La honestidad de mi esposa no está en entredicho, pero si prefieres que
solucionemos este asunto con las espadas...
—¡No! —exclamó Sabrina, irritada con los dos por recurrir a la violencia
—. Basta ya. Haya paz en este día.
Ambos hombres se miraron con odio. Sabrina confió en que
no iniciaran una batalla en suelo sagrado, habiendo allí tantos miembros del
clan que sin duda participarían en la refriega.
Procurando calmarse, apretó los labios y confió en que prevaleciera la razón.
—Buchanan, quizá podríamos posponer esta discusión para una fecha más
propicia. Tú y tus hombres podéis uniros a nosotros en Banesk para el
banquete de bodas, si sois capaces de renunciar a la violencia por el momento
y guardar las espadas.
Owen le dedicó una mirada mordaz.
—No compartiré el pan con una ladrona.
A su lado, Niall agarró con fuerza la empuñadura de su espada y dio un
paso amenazador al frente.
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Aún furibundo, el otro hizo dar media vuelta al caballo y salió al galope,
seguido de cerca por sus hombres.
Sabrina soltó un suspiro de alivio. Sólo le faltaba un baño de sangre al pie
de la escalinata de la iglesia para que el día de su boda resultara
absolutamente memorable.
Una multitud sombría fue saliendo de la iglesia. Niall subió al carruaje con
Sabrina para volver a Banesk, mientras los invitados los seguían a pie o a
caballo.
Habló poco durante el breve trayecto, pero Sabrina podía sentir la rabia
contenida que emanaba de él.
—No lo entiendo —se atrevió a decir al fin—. ¿Por qué Buchanan parece
tan indignado por la reanudación de la enemistad? Parece que me culpe a mí
del robo de ganado.
—¿Qué más da? Jamás habrá paz entre nuestros clanes.
—¿Por qué no?
—Porque los malditos Buchanan masacraron a los míos en un acto de
cobardía.
Sabrina se mostró compungida. Entendía por qué Niall odiaba tanto a los
Buchanan: eran responsables de la muerte de su padre y de su hermano.
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copa de vino en la mano, él, solícito, lo llevaba a los labios de Sabrina. Daba
toda la impresión de ser un tierno amante enamorado de su esposa.
Las mujeres de los clanes Duncan y McLaren se habían superado con el
banquete nupcial. Sobre unos barriles, habían dispuesto planchas de madera a
modo de mesas, que estaban repletas de abundante comida, así como de
exquisiteces: carne de venado, pastelillos de cordero, haggis, pudín de ciruela.
Sin embargo, cuando Niall se ofreció a ir en busca de un plato para ella,
Sabrina lo rechazó. Tenía el estómago demasiado revuelto como para comer.
Entonces se les unió Angus, apoyado en su bastón, cojeando un poco y
acompañado de un sirviente. Cuando propuso un brindis por su nieta, la
multitud alzó las copas en su honor.
Sabrina, a la que le costaba entender tan generosa bienvenida, notó que se le
hacía un nudo en la garganta. Se había ganado su afecto incondicional la
noche del ataque, enfrentándose a los Buchanan y frustrando sus viles
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propósitos, además de por proporcionarles la protección de un jefe poderoso
contrayendo matrimonio con un aliado.
—Bebe, muchacha — la instó Angus, poniéndole una copa en
la mano — . Te alegrará el corazón.
Ella bebió un trago del whisky de malta y soltó un resuello sibilante cuando
éste le abrasó la garganta.
—Es más probable que me lo disuelva — replicó ella jadeando.
Su abuelo soltó una risita y los hombres del clan rieron a carcajadas.
— Tendrás que hacer un esfuerzo — intervino Geordie — . Un
whisky escocés así de bueno es como la leche materna de un
highlander.
Se ruborizó con los comentarios jocosos que siguieron sobre su
fortaleza, un rubor que se intensificó aún más cuando descubrió que su
marido la observaba con abierto regocijo.
Sin embargo, antes de que pudiera responder, los animados acordes de
una antigua tonada de las Highlands llenaron el aire del patio.
— Creo que esperan que bailemos — murmuró Niall, tendiéndole la mano
— . ¿Me haces el honor, esposa?
Sabrina puso una mano temblorosa en la de él y dejó que la guiara en los
pasos del minué. Para su sorpresa, Niall le prestó toda su atención, mirándola
sólo a ella, y sus ojos azules la hicieron sentir como si fuera la única mujer del
mundo. Sabía que no hacía más que interpretar un papel, una habilidad que
había pulido para su repertorio de seducciones, pero aun así resultaba de lo
más efectiva, con ella y con todas las demás.
Era el blanco de la envidia de todas las mujeres; lo notaba en sus miradas
anhelantes. Le había echado el lazo a Niall McLaren y la mitad de las damas
allí presentes habrían dado su alma por lograr un trofeo semejante.
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Obviamente, ambos eran íntimos desde hacía tiempo.
—Supongo que no sería prudente solicitar un baile —observó Eve con
frivolidad.
—No, no lo sería —replicó Niall mirando de reojo a Sabrina—. Además,
debo atender primero a lady Ross.
Sabrina agradeció profundamente a los dos que se abstuvieran de bailar
juntos en un lugar público donde todos los presentes podían ser testigos de su
intimidad.
—¿Por qué no le pides a Seumas McNab que sea tu pareja? —le preguntó
Niall a Eve—. Ha enviudado recientemente y estará encantado de hacerte
carantoñas. Te proporcionará una oportunidad de desplegar tus encantos de
una forma más conveniente.
—Granuja exasperante —contestó la mujer, volviendo a reír—. Sabes
muy bien que Seumas busca una yegua en celo por esposa. —Se volvió hacia
Sabrina—. ¿No te lo había dicho? No vas a dar abasto como esposa de Niall.
Este hombre es un sinvergüenza, Sabrina, no se puede confiar en él.
Ella vio que su marido esbozaba una sonrisa socarrona.
—Mi esposa ya está convenientemente advertida en ese aspecto.
Y a continuación, saludó a ambas damas con una florida reverencia algo
burlona. Cuando se hubo marchado en busca de la viuda Ross, Sabrina se
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obligó a sonreír. Habría preferido evitar a Eve por completo, pero que la vieran
conversar amigablemente con ella contribuiría a acallar las habladurías.
Al parecer, Eve compartía su razonamiento, porque pasó su brazo por el de
Sabrina.
—Lo que te he dicho es en serio —observó amablemente—. Te va a
resultar difícil estar casada con semejante libertino.
La joven asintió con la cabeza. Sabía que la esperaban cantidades ingentes de
soledad y tristeza.
—Pero debo confesar que te envidio —añadió la viuda suspirando
melancólica.
Durante un rato, Sabrina vio poco a su marido, muy solicitado por las
invitadas. Tras su baile obligatorio con la viuda del nolile, obsequió con sus
atenciones a media docena de damiselas, logrando que se sonrojaran por
encontrarse entre las elegidas.
Suponía que no podía culparlo de sus conquistas. Niall McLaren era
imprudentemente cariñoso e irresistible para las mujeres y su coqueteo era
tan natural y espontáneo en él como respirar. Por suerte, no dispuso de
mucho tiempo para sentirse abandonada. Primero la reclamó su padrastro y
luego varios de los hombres de su clan para distintos bailes escoceses que la
dejaron sin aliento y sedienta. Cuando Geordie le ofreció otro whisky, lo
aceptó encantada.
Niall no volvió a su lado hasta media tarde. Su proximidad hizo que le
palpitara el corazón y se le dispararan los nervios. ¿Por qué tenía aquella
sensación abrumadora de que su vida había vuelto a empezar? Prefería
atribuir su debilidad a la potente bebida que había consumido. Había ido
dando sorbitos de whisky y, aunque la mareaba, agradecía el coraje que le
proporcionaba. Podía hacer frente a su marido con estoicismo.
No obstante, para su consternación, él le sonrió como pidiendo disculpas, un
gesto tan atractivo que hizo que se le acelerase el
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pulso.
—Perdona que te haya abandonado, cariño. No he podido librarme antes.
Sabrina respiró hondo con la intención de calmarse.
—Dios me libre de interferir en tus placeres —contestó con
fingida indiferencia.
—No ha sido un placer tan grande como piensas.
—Ah, sí, lo recuerdo. Prefieres un deporte más activo. Tal ve'/ tendría que retirarme
para que pudieras proseguir la seducción de las damas presentes.
Niall le dedicó una mirada severa, pero ella prosiguió con arrojo, aunque empezaba a
darle vueltas la cabeza.
—No es necesario que permanezcas a mi lado, milord.
—Sería más sensato que lo hiciera, por el bien de las apariencias.
—Ah, claro —replicó la joven con un irreprimible dejo de amargura—. No querrás
que esta buena gente se entere de la farsa de todo esto, ni que se den cuenta de que te
has visto obligado a casarte conmigo.
—Ya te lo he dicho, ratita: me he resignado a nuestro matrimonio.
A ella el alma se le cayó a los pies. No era resignación lo que quería que su marido
sintiera por ella.
Antes de que le diera tiempo a responder, él le levantó la barbilla con un dedo y la
miró atentamente.
—Me parece que tu cabeza no tolera bien el whisky después de todo.
—Mi cabeza está perfectamente, gracias. —Alzó la barbilla muy digna, pero
estropeó el efecto al llevarse una mano a la sien—. Es mi visión lo que me
preocupa.
Él se rió, cosa que la irritó inmensamente. Volvía a divertirse a su costa.
—Tranquilo, milord. Yo también me he resignado. Mis expectativas con respecto a
nuestra unión son escasas. El nuestro es un matrimonio de conveniencia, nada más.
No voy a pedirte que bailes conmigo.
Sabrina vio arquearse una de las cejas negro azabache de Niall.
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Anne Bushyhead El Amante
Pareces ansiosa por deshacerte de mí.
—No hago más que formular los términos de nuestra relación.. Has dejado
bien claro que deseas conservar tu libertad.
pues bien —respiró hondo—, quiero que sepas que eres libre de pascar tu
lascivia por donde quieras. No pondré ninguna objeción.
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Sabrina notó que le fallaba el corazón. Tendría que acostarse con Niall después
de todo. Había pensado —esperado— que a lo mejor renunciaba a esa
obligación, dadas las circunstancias.
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— ¿Prefieres pelear? Porque, si es así, podemos hacerlo en privado.
Ciertamente, mi amor, podría resultar agradable —le susurro como si estuvieran
solos en la alcoba o en la cama.
Sabrina se puso rígida. —No soy tu amor.
Una media sonrisa, tan devastadora como su sonrisa completa, apareció en
la boca de Niall.
—Es una forma de hablar, nada más.
No sabía defenderse de semejante sensualidad. La hacía arder de deseo.
Sabrina cerró los ojos y se maldijo por aquel anhelo. La angustiaba lo
mucho que lo deseaba. Debía reforzar urgentemente su resistencia a aquel
pecaminoso encanto natural. No quería enamorarse de aquel hombre para que
luego la traicionara.
Sin embargo, era humana. Estaba ansiosa por descubrir qué se sentía entre
sus brazos.
Reorganizando sus defensas, lo miró desafiante.
—Si esperas que caiga rendida a tus pies como todas tus incondicionales
admiradoras, estás muy equivocado.
Niall lo miró con tranquila seguridad, como si supiera bien que ella
terminaría sucumbiendo a él.
—Si sigues bebiendo, caerás a mis pies, pero de pura ebriedad.
—Le quitó el vaso de la mano—. Vamos, señora. Va siendo hora
de que nos marchemos, antes de que te emborraches del todo.
—¡No estoy borracha! No lo he estado en mi vida.
—A lo mejor ése es el problema, ratita. Quizá emborracharte de vez en
cuando te ayudaría a desinhibirte. No obstante, de momento, me acompañarás
a casa como una esposa obediente.
Aunque sabía que bromeaba, a ella le molestó el comentario.
—No he nacido para cumplir tus órdenes. Estoy acostumbrada a ser mi
propia dueña.
—Eso parece. Pero no tengo intención de discutir. Si te niegas a
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Anne Bushyhead El Amante
acompañarme, te llevaré a la fuerza, cargada al hombro. Dado que ahora eres la
condesa de Strathearn, supongo que preferirás salir de un modo más digno.
—No te atrev... —Se mordió el labio para no terminar la frase.
Él esbozó una sonrisa lenta y perezosa, como si esperara el desafío.
Sabrina apretó los dientes, decidida a no tentarlo. El muy granuja, sabía cómo
provocarle reacciones intensas. Una sola palabra suya bastaba para hacer estallar
su espíritu combativo. Pero no le daría esa satisfacción.
Aun así, se estremeció cuando Niall se inclinó y le dio un beso en la delicada
piel de detrás de la oreja.
—Será una experiencia placentera, te lo aseguro —le susurró, y esas palabras
fueron como terciopelo que le acariciase la piel—. Te prometo una noche de
bodas que recordarás mucho tiempo.
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A su espalda, Niall sonrió, y pensó que la aspereza de su tono indicaba que su
repentino despliegue de pasión la había afectado más de lo que daba a
entender.
—Todos los presentes comentarán mi devoción por ti —replicó él con calma
—. Si nuestros enemigos ven que te he reclamado como mía, se lo pensarán
dos veces antes de volver a atacar al clan Duncan. Ése era el propósito de
nuestra santa unión, ¿no es cierto?
—No veo qué tiene de santa. Yo he consentido por obligación, nada más.
Además, no había motivo para que me sacaras con tanta prisa de la
celebración.
—Claro que sí. La consumación, ¿recuerdas?
—Eso podía esperar.
—Tal vez, pero tu abuelo estaba deseando que nos pusiéramos a ello para que
no quepa duda de que estamos casados. De hecho, me ha aconsejado que
engendre un heredero cuanto antes.
Esa frivolidad la enfureció, pero cuando intentó apartarse de Niall, el brazo
de éste le rodeó la cintura reteniéndola donde estaba.
—Tranquila, ratita —dijo con una risita suave—. Tienes más espinas que un
erizo.
—No puedo ser los dos animales —espetó ella.
Sí podía, pensó él con desaliento. Aquella mujer pondría a prueba la paciencia de
un santo, y él sin duda no era un santo. Pero estaba convencido de que
conquistaría fácilmente a aquella muchacha exasperante y difícil, en cuanto
lograra llevársela a la cama.
Ambos guardaron silencio el resto del trayecto. Una brisa fresca
transportaba el dulce perfume del tojo, pero Sabrina apenas se dio cuenta. Su
inquietud se incrementaba por momentos, a medida que remitía el falso valor
que le había proporcionado el whisky. Se sentía como un trofeo de guerra,
como una prisionera desamparada a la que llevaban al antiguo castillo del
conquistador.
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Una vez llegados, el corazón empezó a latirle con fuerza. Sólo Algunos
hombres se habían quedado allí para guardar el castillo DE un ataque, por lo
que el lugar parecía casi desierto cuando entraron a caballo en el patio. Niall
desmontó sin decir una palabra v alargó los brazos para ayudarla a bajar.
A regañadientes, Sabrina apoyó las manos en los anchos hombros de su
marido y notó cómo sus músculos bien formados se contraían bajo sus dedos.
Se estremeció cuando él la cogió por la cintura y la dejó en el suelo.
A continuación, se le llevó de allí cogida de la mano. La mansión estaba
silenciosa y sus pasos resonaban en las losas de piedra. No se encontraron con
nadie mientras subían la escalera; el corazón de Sabrina latía desenfrenado.
Empezó a rezagarse al ver que Niall la llevaba directamente a su alcoba,
pero él siguió tirando de ella despacio, implacable.
—Milord... aún no ha anochecido —protestó la joven, inquieta, cuando él
cerró la puerta a su espalda.
—Me llamo Niall, cariño. Y ya casi es de noche, un momento excelente
para hacerlo. —Se despojó del plaid y lo tiró de cualquier manera en una silla.
Sabrina miró nerviosa a su alrededor. Su alcoba era muy adecuada para él,
hermosa y decadente. Dominaba la estancia una enorme cama con un dosel
del que colgaban unas cortinas color burdeos, mientras una gruesa alfombra de
lana embellecía el suelo. El embozo de la cama estaba abierto de forma
sugerente, y en la chimenea quemaba un fuego que calentaba el aire frío. Aun
así, Sabrina tembló.
—No tengas miedo, ratita. Por la mañana estarás suspirando de gusto e
implorándome que no te deje.
—¿Alguna vez te han dicho lo fanfarrón, arrogante e insufrible que eres? —le
espetó ella, rígida de indignación.
—No digo más que la verdad. —Una sonrisa que sólo podía calificarse de
exquisita apareció en su hermosa boca—. La seducción ha sido mi vocación desde
la adolescencia. Y puedo presumir de cierta habilidad en el asunto.
Estaba disfrutando a lo grande, el muy bruto. Sabrina apretó los puños y reprimió el
impulso de cruzar la estancia y abofetearle.
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—Una consumación debería ser una ocasión solemne y tú sólo la ves como un
ejercicio de lujuria.
—No veo por qué no puede ser solemne y placentera a la vez. Puedes estar segura
de que primero voy a excitarte a conciencia para que la disfrutes tanto como yo.
—¡Lo único que me vas a excitar va a ser el mal genio!
Niall se la quedó mirando. Sus ojos revelaban recelo, pero la chispa de brío que
había en ellos sugería que su deliberada provocación estaba surtiendo efecto.
Sabía que estaba nerviosa por su inminente unión, pero el forcejeo con ella había
despertado a la fiera desafiante, que, por otra parte, era la única mujer a la que
Niall quería en su cama. La que no estaba asustada sino dispuesta a igualar su
pasión.
Cuando la vio humedecerse los labios con la lengua, suavizó el tono de voz:
—Nunca me has temido, tigresa. No empieces ahora.
—No... no te temo. Lo que ocurre es que no me apetece someterme a un animal
en celo.
La sonrisa de Niall se uñó de tristeza.
—Me ofendes. Yo no soy ningún animal. Soy tu marido. —Titubeó, antes de
añadir—: ¿No se te ha ocurrido que esta situación también podría ser nueva para
mí? A pesar de tu exagerada idea sobre mis aventuras, nunca he desflorado a una
virgen.
—Entonces, ¿cómo sabes si vas a poder hacerlo?
A él le dieron ganas de reír. Sin embargo, la pregunta no era tan absurda como
parecía. A pesar de su aparente despreocupación, era verdad que nunca había estado con
una doncella y la perspectiva lo inquietaba. Quería que la primera experiencia sexual de
Sabrina fuese placentera y memorable.
—No voy a darte nada que tú no me pidas voluntariamente.
Sus palabras eran como una promesa, su voz una ronca caricia. Entonces, se apartó
dejándole un momento, para que ella pudiera meditar lo que le había dicho.
Tomándose su tiempo, corrió las cortinas de terciopelo de las ventanas y dejó fuera el
sol del atardecer, envolviéndolos a ambos en una suave penumbra. Luego, despacio,
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encendió una docena de velas en un candelabro, transformando la alcoba de inmediato
en el refugio íntimo de dos amantes, bañándola de un suave resplandor dorado.
Miró a Sabrina, que seguía sin moverse de donde la había dejado. Se le acercó poco a
poco, hasta quedar a escasos centímetros. A continuación, le cogió la cara con las manos y
la desarmó con su ternura.
—Deseo de verdad que tu primera vez sea buena para ti..., especial y satisfactoria. Voy
a ser tierno y considerado, te lo juro. No voy a hacer nada para lo que no estés
completamente preparada. ¿Confías en mí, cariño?
Su voz era suave y cálida, sus ojos apremiantes. Sabrina sintió que sus miedos se
desvanecían.
Asintió despacio con la cabeza.
—Dímelo —la instó.
—Sí... confío en ti.
La sonrisa íntima que le dedicó la hizo sentir como si el sol hubiera salido de pronto
entre las nubes.
—Me gusta tu pelo así, como está ahora.
El recogido se le había descolgado por un lado y le caía casi deshecho. Niall
cogió un mechón y lo frotó entre los dedos, como si se deleitara con su tacto.
—Tiene una textura tan sedosa... Pero suelto me gustaría más.
Cuando ella se llevó las manos a la cabeza para quitarse las horquillas, él la
detuvo suavemente.
—No, permíteme el placer.
El corazón le latía de forma irregular mientras Niall le deshacía el peinado. Le
soltó la espesa melena y dejó que le cayera por la espalda, luego, retirándole un
mechón suelto de la cara, hundió los dedos en la abundante cabellera.
—Así estás preciosa —murmuró mientras se inclinaba para acariciar los labios
de Sabrina con los suyos.
Fue un beso leve que pareció arrancarle el alma del cuerpo. Cuando él se retiró y
sonrió, ella lo miró atontada.
—Con tu permiso, voy a hacer de doncella de la señora.
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Anne Bushyhead El Amante
Entonces, para su mayor perplejidad, se agachó arrodillándose a sus pies. Le quitó
los zapatos uno a uno, acariciándole los tobillos de forma casi reverente. Para
mantener el equilibrio, Sabrina tuvo que agarrarse a su hombro con una mano, y
se quedó petrificada cuando Niall metió la mano por debajo de sus enaguas en
busca de la liga que le sostenía las medias.
Contuvo la respiración cuando él le acarició la pantorrilla desnuda. Sus dedos
producían en su piel un intenso escalofrío, pero Niall parecía demasiado volcado en
su tarea como para darse cuenta. Sabrina soportó en silencio el delicado
tormento, mordiéndose el labio hasta que al fin la dejó descalza del todo.
Entonces se puso de pie.
—Y ahora el vestido, cariño.
Ella sintió que iba a quedarse sin aliento una vez más.
Trató de fingir indiferencia cuando la cogió de la mano para adentrarla en la
alcoba, cerca del calor del fuego, pero le hizo falta toda la fortaleza de que fue
capaz para permanecer allí inmóvil y someterse a sus expertas atenciones.
Primero le quitó el peto y después la pesada falda, depositando ambas prendas
con cuidado encima de una silla. Luego vinieron las enaguas y por último el
hermoso corpiño.
Lo hacía todo con tanta naturalidad..., pensó Sabrina desanimada. Como si hubiera
desnudado a innumerables damas antes que a ella. Sólo al verle el vendaje del
brazo demostró alguna emoción y sus ojos se oscurecieron.
—Ojalá hubiera podido evitarte esto —le susurró mientras se inclinaba para darle
un suave beso, justo por encima del vendaje.
Ella se estremeció un poco, pero no de dolor, sino por el sofoco que le provocó
ese gesto tan tierno.
Se puso rígida cuando, con el dedo índice, él recorrió el escote de su ropa
interior, y notó un intenso escalofrío cuando acarició la protuberancia de su
pecho, palpando la zona que el apretado corsé le había pellizcado.
—Es una crueldad que el corsé señale así tu hermosa piel. Déjame que te la alivie.
Inclinándose, depositó una sucesión de pequeños besos a un lado del cuello, por
el pálido hombro, por el montículo del seno... Cuando se retiró, la notó azorada y
temblorosa.
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Anne Bushyhead El Amante
—Esto no te va a hacer falta, ¿verdad, mi amor? —La cálida resonancia de su
voz la llenó de sensaciones.
Niall le quitó la ropa interior y la dejó caer al suelo.
Sabrina, completamente desnuda, cerró los ojos con fuerza | para combatir una
oleada de pánico. Se sentía pequeña y vulnerable, poco atractiva ante la belleza
masculina de él. —Tienes un cuerpo precioso.
Ella abrió los ojos despacio, incrédula. La inesperada intensidad de su mirada
le provocó una extraña excitación.
—Soy... bastante corriente.
—Eres perfecta.
—No soy como tus otras... como la viuda Graham. Supongo que te debes de
sentir decepcionado.
La comparación era inevitable, supuso Niall; Sabrina era distinta de Eve
Graham, sin duda, pero hacía tiempo que había dejado de considerarla
corriente. Y decepción era lo último que sentía en aquel momento, mientras
estudiaba su cuerpo esbelto de piernas largas. La deseaba.
La muchacha era remugada, tímida y muy insolente, pero extraordinaria a su
manera, con una impecable piel satinada de color marfil, pechos firmes y
turgentes, rematados por pezones rosados y erectos, piernas largas, delgadas y
bien moldeadas, y un fuego en la mirada que lo cautivaba.
Había conocido a muchas mujeres hermosas, pero el atractivo de aquélla no era
sólo físico. Poseía un espíritu audaz, encerraba una pasión inexplorada que
pedía a gritos que la liberaran. Que la liberara él. Niall ansiaba ser quien sacara
todo aquello de su interior, quien despertara su sexualidad.
—Cada mujer tiene su propia belleza, y la tuya es muy atractiva. —Alargó la
mano para acariciarle la mejilla—. Eres Sabrina... la dulce y fiera Sabrina...
De pronto, se le hizo un nudo en Ja garganta mientras lo miraba. ¿Qué tenían
sus palabras que le llenaban los ojos de lágrimas ardientes?
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Anne Bushyhead El Amante
Habían trasladado su ropa al castillo aquella mañana, pero ella no tenía nada
parecido a aquella ligera prenda de color carmesí.
Envolviéndose en ella, manoseó con torpeza los cierres que la cerraban en la
cintura. Habría preferido su propia bata, cuyo sencillo diseño la cubriría por
completo, de los pies al cuello. Aquella bata en cambio le parecía demasiado
corta, las solapas no se cerraban del todo y dejaban al descubierto su piel
desnuda casi hasta la cintura, con lo que buena parte de su pecho quedaba vi
sible. Peor aún, si se movía, se le veían también las piernas. —¿De dónde ha
salido esto? No es mío —dijo muy seria. Niall levantó la vista del corbatín
que se estaba quitando. —No, he pedido que lo hicieran expresamente para ti.
—¿Para... mí? Pues no has acertado con la talla. No me queda bien.
—Te queda exactamente como quiero que te quede. Ella lo miró
desconcertada. —Pero... es muy... descarado.
—¿Y qué? —replicó con voz cálida y una tierna sonrisa, ex
traordinariamente sensual—. En la intimidad de nuestra alcoba puedes ser
todo lo descarada que quieras.
Para sorpresa de Sabrina, Niall se dirigió entonces al lavamanos y echó un
poco de agua en la palangana. Observó intrigada cómo humedecía y
enjabonaba la esquina de un paño, y luego se volvía hacia ella. Se sobresaltó
cuando le llevó el paño húmedo a la cara.
Él se detuvo, con una ceja arqueada.
—¿No te dará miedo el jabón?
Cuando Sabrina negó con la cabeza, recelosa, Niall sonrió.
—Bien, porque me temo que uno de los pocos defectos que tenemos
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Anne Bushyhead El Amante
los highlanders es que le tenemos demasiado cariño a la suciedad.
—Yo no estoy sucia...
—No, claro que no. —Empezó a lavarla para quitarle los afeites que la
doncella de Eve Graham le había aplicado con tanta liberalidad aquella mañana
—. Pero es una pena esconder una piel tan perfecta bajo tantas capas de
maquillaje. Oculta el rubor natural de tus mejillas. Eres más hermosa sin
cosméticos.
Tímida e indecisa, Sabrina lo miró, y él se distrajo de su tarea. Lo
cautivaban aquellos ojos inquietantes, de color café oscuro y salpicados de
destellos pardos.
Sintió una punzada de excitación que lo sorprendió. Quería llevársela a la
cama ya, pero deseaba aún más poder tranquilizarla.
—No hay motivo para que seamos tímidos el uno con el otro —le susurró
con una voz ronca que resonó en todo el cuerpo de la joven como una caricia.
Sabrina tenía la impresión de estar luchando contra su magnetismo. Su
necesidad de protegerse de aquel hombre era muy fuerte. Se había jurado que
no sucumbiría a su legendario encanto, pero no disponía de armas que le
permitieran combatir su dulce seducción. Su parte mujer, la parte que estaba
sola y hambrienta de amor, lo deseaba. Y sus defensas se derrumbaban poco
a poco.
Para alivio de la chica, él terminó de lavarle y secarle la cara, luego, le dio un
toquecito en la nariz, un gesto más propio de un amigo que de un amante.
—Anímate, mujer. Sólo voy a acostarme contigo, no a matarte.
Ella sonrió ligeramente, como él pretendía, lo que disminuyó algo la
tensión.
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Anne Bushyhead El Amante
Entonces Niall retrocedió un poco para desvestirse. Sin dejar de mirarla, se
quitó la chaqueta y luego la fina camisa de lino.
Sabrina contuvo la respiración. La desconcertaba; era tan masculino..., todo
músculo bien torneado y piel bronceada. La luz parpadeante de las velas arrancó
reflejos azulados del suave vello negro de su pecho.
—No, no apartes la vista —le ordenó él al ver que se disponía a mirar a otro
lado—. Observa.
Aquel cuerpo hermoso atraía sus ojos cada vez más. Tenía los hombros más
bonitos que Sabrina hubiese visto nunca, pero su nerviosismo aumentó cuando
Niall se fue quitando el resto de la ropa, prenda por prenda. Terminó en
seguida y se volvió para mirarla, de pie, exhibiendo ante ella una relajada
desnudez, una imagen de fortaleza masculina.
Tenía las caderas estrechas y las piernas fuertes, pero lo que más la sorprendió
fue descubrir su miembro excitado, pulsátil y erecto, entre los largos muslos.
Los ojos de él se cruzaron con los suyos. Unos ojos descarados, brillantes, que
la observaban curiosos.
—Entonces, cariño... ¿te asusta el físico de tu marido?
Ella tembló. Toda aquella masculinidad velluda y bronceada le sugería un placer
salvaje.
—Supongo que... si tantas mujeres han pasado por esto, no debe de ser
demasiado doloroso ni aterrador.
—En efecto. Sólo soy un hombre, cariño. No voy a hacerte daño.
Sólo un hombre. Aquello era quedarse muy corto. —Me asombra tu
modestia. Jamás la habría esperado de ti.
El rió, con una risa grave y llena de complacencia. —Arpía —replicó, pero la
palabra era una suave caricia, una promesa.
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Anne Bushyhead El Amante
Una especie de desesperación inundó el corazón de Sabrina cuando notó que
empezaba a sucumbir a su embrujo. Niall no necesitaba acero ni balas para
derribar sus defensas, sólo la hoja afiladísima de su encanto erótico.
Se humedeció los labios. Craso error, pues él dejó de mirarla :i los ojos para
demorarse en las suaves curvas de su boca.
— Ha llegado el momento.
Sabrina oía el sonido acelerado de su propia respiración en la quietud de
aquella hermosa estancia.
Se sostuvieron la mirada y algo cálido e intenso pasó entre los dos.
Niall se le acercó despacio, con los ojos encendidos de deseo. ¿O era sólo
fruto de su imaginación? Sabrina esperaba de pie, con el corazón palpitante.
Él le acarició el pelo sedoso que le caía por los hombros, y a pesar de toda su
experiencia, se sorprendió a sí mismo respirando hondo. Nunca había intentado
seducir a una mujer que no tuviera algo de experiencia. Aquella joven desconocía
lo que un hombre esperaba del cuerpo de una mujer, por lo que tendría que ir
despacio.
Posó una mano en su cuello, esperó, luego empezó a deslizaría por debajo de la
bata para apartar las solapas, dejando al descubierto su belleza. Tenía unos
pechos exquisitos, pequeños, redondos y turgentes, rematados por unos pezones
rosados, en aquellos momentos convertidos en tensos montículos de deseo. Los
dedos de Niall describieron un movimiento circular y lento alrededor de uno de
ellos y Sabrina respondió con un leve gemido.
La urgencia se apoderó de Niall al oír ese sonido espontáneo y excitante.
La deseaba. Deseaba saborear la seda de su pelo y el calor de su piel. Quería
tocarla y verla gemir, que enroscara aquellas piernas largas en su cintura,
adentrarse, ardiente, en lo más hondo de SU ser, despertar a la
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—Creo que... me tengo que sentar en tu... regazo.
—Esa es una forma, pero no es la más corriente.
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—Por lo visto, era la postura que habías elegido las veces que te he interrumpido.
—Cierto, tigresa. —Una risa cálida acompañó su voz—. Pero tú aún no estás lista
para eso. La forma habitual es cara a cara. Tú te tumbas boca arriba y yo me
deslizo entre tus muslos. Ya te enseñaré cómo, cariño. Verás cómo es la
experiencia más sublime del mundo.
Sabrina, mareada y con la boca seca, asintió.
—Pensaba que... sólo los hombres disfrutaban... del acto.
—¿Quién te ha dicho eso?
—Mi prima. Ella... su marido...
—Entonces, tu prima es digna de compasión. Un amante considerado no busca
únicamente su alivio.
—¿Alivio?
—Ya lo verás.
Sabrina frunció el cejo ante la descabellada idea de que su prima Francés fuera
digna de compasión. ¿Sería posible que su antiguo pretendiente, Oliver, no fuera
un amante considerado?
—Te voy a complacer, Sabrina. —El ronco susurro de Niall la hizo olvidar penas
antiguas. Él le acarició la espalda, deteniéndose de vez en cuando, como si saboreara
el tacto de su piel—. Eres tan bonita... Quiero conocer hasta el último rincón de tu
dulce ser...
Deslizó la mano más abajo, por su espalda, resiguiendo su trasero, sus muslos
esbeltos, y recorriendo toda su pierna, hasta los tobillos. El delicado ardor que le
inundaba los sentidos la hizo arquear un poco la espalda.
Sorprendida, vio que él se movía y se inclinaba para besarle la parte inferior de la
pantorrilla.
Los labios de Niall se deslizaron por su piel con suavidad, deshaciendo el camino
que había hecho antes la palma de su mano. Su sedoso pelo oscuro le rozaba la
piel y potenciaba la sensación.
Qué experto era, pensó desconcertada. Cada caricia justificaba su reputación.
Cuando le besó la corva de la pierna, el aire se le quedó atrapado en los
pulmones como líquido caliente. Jamás se había dado cuenta de lo sensible que era
aquel punto en particular.
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Tardó un poco en darse cuenta de que él había interrumpido sus atenciones.
Abrió los ojos despacio, parpadeando. Aún más despacio, volvió el rostro
sobre la almohada para mirarlo.
Él se había tumbado a su lado, y la contemplaba con una ternura irresistible en
los ojos.
—Ahora te toca a ti.
—¿A mmí?
—Sí, excítame. Tócame, dulce Sabrina —le susurró con una voz sonora y
resuelta.
Permaneció relajado y quieto mientras ella hacía acopio del valor necesario
para obedecer. Tímida, alargó una mano para acariciarle el hombro y notó las
suaves formas de su musculatura bajo el sedoso terciopelo de su piel. Cuando
empezaba a vacilar, él le cogió la mano y se la llevó al pecho.
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El centro de su torso estaba cubierto por un triángulo de vello oscuro y suave,
y la joven notó un cosquilleo en los dedos al acariciarlo.
—Mírame —le pidió Niall en medio del silencio.
A ella le dio un vuelco el corazón. Mientras él le llevaba la mano más abajo,
se tumbó boca arriba, exponiendo así todo su cuerpo.
Sabrina tomó una bocanada de aire al percibir la potencia salvaje de aquel
cuerpo viril. Su miembro erecto se apoyaba en su vientre y le llegaba casi al
ombligo. Era enorme. Su pura masculinidad la perturbaba más que el tamaño.
Con delicadeza, Niall le llevó la mano más abajo, se la acercó al abdomen,
plano y musculoso, y finalmente envolvió con los dedos de ella su miembro
rígido, acero caliente recubierto de suave terciopelo.
—No es... natural que te toque así —protestó la chica con un ronco susurro.
Una sonrisa lenta, sensual y luminosa curvó la boca del highlander.
—De eso nada, cariño. Es tan natural como respirar. ¿Notas lo que me estás
haciendo?
—Yo... yo no te he hecho nada...
—Claro que sí. El miembro de un hombre crece y se endurece a medida que
aumenta su deseo. Y, como ves, tus encantos me fascinan.
Volviéndose de lado, Niall le deslizó la mano entre los muslos. Ignorando la
suave inspiración de ella, abrió sus delicados pliegues con los dedos.
—La mujer, en cambio, se ablanda y humedece con su propia miel. —
Introdujo un dedo en su interior—. ¿Lo ves?... Tu cuerpo se está preparando
para recibirme. —Su voz sonaba tierna, sus palabras embelesadoras—.
¿Quieres recibirme, cariño?
Esperó su reacción. Cuando Sabrina asintió tímidamente con la cabeza, Niall
alargó el brazo, se la acercó y envolvió su cuerpo delicado y pálido con su
poderoso abrazo. Los firmes pechos de ella, sus pezones rosados y erectos, se
apretaron contra el torso desnudo de él; su miembro, duro como una piedra,
se apretó contra el estómago de la joven.
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Su sexo era intimidante y, sin embargo, curiosamente, al mirar los ojos tan
azules de Niall, Sabrina no sintió miedo, sino más bien una sensación de
intimidad desconocida y estremecedora. Estaba allí tumbada, por propia
voluntad, absorbiendo la fuerza bruta y cálida de él, notando el poderoso latido
de su corazón, el ardor de su cuerpo pegado al suyo. Quería aquello. Quería
que Niall le enseñara lo que se siente al ser una mujer. Y, mientras yacía
temblando en sus brazos, casi llegó a creer que la luz oscura que vio en los
ojos de él era un reflejo de su propio deseo.
Entonces su marido la besó, con la misma exquisita languidez de antes,
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pero aquella vez era inevitable. —Tómame, mi amor... acógeme en tu sedosa
oscuridad... — le susurró Niall con un brillo especial en los ojos.
Entonces la penetró, empujando despacio, con cuidado, notando cómo su
interior se expandía para alojarlo; sin dejar de mirar su rostro sonrojado.
Parecía decidida a soportar cualquier agonía que él le tuviera reservada.
Niall sabía lo que ella estaba sintiendo, porque vio abrir la boca
un instante en una mueca de dolor, pero luego, de pronto, la joven apretó los
dientes y arqueó las caderas, lanzándose con bravura contra él para romper la
barrera que le estaba impidiendo la entrada, empalándose en su miembro.
Niall creyó que se le paraba el corazón. La valentía de aquel gesto lo dejó
sin aliento. Ahora, no le quedaba más que esperar a que remitiera el dolor.
Cuando Sabrina cerró los ojos con fuerza, el le besó con ternura los párpados,
la frente, los pómulos, murmurándole palabras dulces e ininteligibles,
diciéndole que no pasaba nada, que el dolor desaparecería.
Intentó no aplastarla con su peso y permaneció quieto en su interior,
embargado por una agitada pasión, por un anhelo feroz que lo desgarraba. Sin
embargo, por el bien de ella, se contuvo con firmeza.
Detectó cuándo la tensión fue cediendo un poco, Sabrina se estaba
acostumbrando a la invasión.
—¿Mejor? —le preguntó él en voz baja, sorda, y ella respondió con un leve
resoplido.
—Sí... creo... que sí.
—Avísame cuando estés preparada para seguir.
—¿Hay... más?
—Ah, sí, muchísimo más. Pero lo peor ya ha pasado, te lo prometo. El
resto es sólo placer.
—Si no recuerdo mal, eso es lo que has dicho antes.
—Si no te he dicho toda la verdad ha sido para mitigar tus miedos.
Sabrina notaba el leve roce de sus labios en el cuello y respiró hondo.
—Puedes... seguir.
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—No tengo prisa, cielo —mintió él—. Tenemos toda la noche. Podemos
tomárnoslo con calma. Tú eres la que manda.
—¿Yo? Pero... si yo no sé lo que hay que hacer. —Mueve un poco
las caderas.
Lo hizo, y el corazón le dio un brinco cuando el miembro diNiall penetró un
poco más en su interior. —¿Qué has sentido?
«Un destello de fuego», habría respondido Sabrina, aunque no supo bien cómo
expresarlo.
Él se percató de su confusión y sonrió. Con infinito cuidado, aumentó la
presión apoyándose en las rodillas, acomodando mejor su cuerpo mientras la
iba llenando.
—Te deseo —le murmuró con voz ronca. Sus palabras sonaron con una
ternura abrasadora. Luego, él movió las caderas y se retiró despacio,
acariciándola con su miembro. Sabrina jadeó. —¿Te ha dolido?
—Nno. —En algún momento entre el primer latido salvaje y el segundo, el
dolor había desaparecido y la excitación había ocupado su lugar.
—¿Quieres que pare?
—No. —Su susurro entrecortado sonó imperativo. Tras una pausa
reconfortante, él volvió a empujar, adentrándose cada vez unos centímetros
más en su interior cálido y acogedor.
Notó que las convulsiones de ella apretaban su masculinidad. —Sí... eso es...
mi amor. Entrégate a mí. Déjame sentir tu placer.
—No puedo... —le susurró Sabrina con voz ronca, como anhelando algo
inaccesible, fuera de su alcance.
—Sí, sí puedes.
Con delicadeza, él empezó a moverse despacio en su interior, mimándola,
acariciándola, excitándola con su ternura, al tiempo que contenía su propia
pasión con todas sus fuerzas.
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Anne Bushyhead El Amante
Sabrina cerró los ojos cuando el fuego que sentía entre los muslos empezó a
arder con mayor intensidad. Echó la cabeza hacia atrás y gimoteó, estremecida
de placer.
Niall incrementó intencionadamente el ritmo, y la reserva de la muchacha, su
timidez, desapareció entonces. Al percatarse, él inclinó la cabeza para besarla,
negándose a permitirle que controlara la pasión. Asaltó su boca con la lengua,
imitando el empuje de su miembro entre sus piernas.
Un anhelo agónico invadió a Sabrina, que se colgó del cuello del hombre e,
instintivamente, se acompasó a su ritmo. Cuando la oyó gemir, prosiguió su
despiadado asalto, excitándola con las manos, con la boca, con su cuerpo
fuerte.
—Sí, tiembla por mí, mi amor. Gime por mí.
Sabrina se sentía febril bajo su cuerpo, y se estremecía frenética al borde del
clímax. La segunda vez que él se introdujo despacio en su interior, ella sollozó,
pero Niall no cejó en su empeño. Buscando su rendición completa, volvió a
empujar.
Anonadada, ella se arqueó, retorciéndose salvaje, esforzándose por escapar al
deseo que la ahogaba, abriéndose paso a zarpazos. Niall se movió una vez más
y ella perdió el control. Se agitó convulsa retorciéndose y gritando, debajo de
él, aferrándose a ciegas a sus hombros, sin percatarse de que le estaba clavando
las uñas ni de la fuerza con que lo agarraba.
Niall sintió cada uno de los pequeños rasguños, cada uno de los temblores
convulsos de la mujer apasionada que se colgaba de él con fuerza febril. Con
cada roce de los pezones erectos de Sabrina contra su pecho, con cada suave
movimiento de sus muslos, lo recorrían sensaciones abrasadoras. Pero no iba a
rendirse.
Absorbiendo con sus labios los gemidos salvajes de la joven, mantuvo el
cuerpo palpitante y vibrante de ella pegado al suyo.
Cuando terminó , Niall se quedó tumbado , rígido e inmóvil , conteniendo a
duras penas su propia necesidad.
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Anne Bushyhead El Amante
Ella lloraba con voz baja, presa de un torbellino de emociones, y él notó que se
le encogía el corazón. Sabrina necesitaba tiempo para asimilar lo que le había
ocurrido, pero todo aquello había ido demasiado lejos y el hombre ya no podía
controlar la tensión de su cuerpo, ni la pasión tempestuosa que le abrasaba los
sentidos.
Apretó los dientes luchando contra la marea ardiente de su deseo, pero le
resultaba imposible contenerse más. Pese a todo su control, de repente se
estremeció convulso, gimiendo ante la primera ráfaga torrencial de
sensaciones, aun cuando intentaba aplacar las sacudidas de su cuerpo. Cerró
los ojos ante aquel delirio descontrolado, hasta que el galvánico esplendor
estalló por todo su cuerpo e inundó a la mujer en una explosión de ardiente
anhelo.
Después, la estrechó con fuerza entre sus brazos, presa de una posesividad
elemental. Acostarse con Sabrina había resultado mucho más placentero de
lo que había previsto.
También él la había satisfecho; lo sabía por la languidez de su mirada
cuando sus párpados se levantaron despacio. Aunque también le hubiera
hecho daño, pues vio las lágrimas nublar los destellos dorados de sus iris
oscuros.
—¿A eso te referías con lo de... el alivio? —preguntó ella en voz baja,
perpleja.
Esa pregunta lo sorprendió.
—Sí, a eso me refería, cariño. Los franceses lo llaman la petite mort, la
pequeña muerte.
—Qué adecuado. Por un momento, he pensado que me moría. —¿De dolor?
—No, de dolor no. De placer. Como me habías prometido.
Una sonrisa devastadora fue apareciendo poco a poco en los
labios de él.
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—Entonces, ¿te ha gustado?
—Sí, me ha gustado. Más que eso.
Él rió junto a su boca, con un sonido denso, sensual.
—Aplaudo tu honradez.
—Te burlas de mí.
—No. —Se puso serio—. Temía haberte hecho demasiado
daño como para que sintieras placer.
—Bueno... me ha dolido un poco al principio, pero luego...
—¿Luego?
—Me he sentido... como si... no lo sé explicar...
Niall creía saber lo que había sentido, pero quería oírlo de sus labios.
—Inténtalo —le pidió.
—Ha sido como si... subiera y cayera al mismo tiempo, pero... sabiendo que tú
me cogerías...
Él se apartó un poco y la miró con fijeza. Sabrina vio su triunfo y su
satisfacción reflejados en su mirada.
Sin decir una palabra, Niall le besó la sien, antes de salir con cuidado de su
cuerpo. Ella hizo una mueca de dolor por las pungidas que sentía entre los
muslos y el miedo inexpresado a que él la dejara. Sin embargo, después de
taparse y taparla con una sábana y una colcha, le apoyó la cabeza en la curva del
brazo mientras sus dedos jugaban con un mechón de su pelo.
Ya más relajada, se quedó allí tumbada, respirando el olor cálido y almizclado
de la piel masculina, saboreando la experiencia novedosa que acababa de
vivir; sus sentidos aún sometidos a los deliciosos misterios de la pasión. Ni
siquiera era consciente de que existiera un grado semejante de sensualidad.
Su marido sí, claro. En el juego del amor, Niall era un experto que poseía un
amplio arsenal. Y había utilizado esas armas con gran destreza en su
particular batalla de voluntades. Sabrina había sido estúpida al pensar que
podría librarse de la rendición.
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Él había ganado fácilmente, aunque ella no se consideraba derrotada. Aquella
noche no. Al día siguiente, sin embargo, tendría que hacer frente a la
dolorosa realidad de que no era la única mujer en su vida.
«Te deseo», le había dicho Niall. ¿A cuántas mujeres más le habría dicho
esas mismas palabras? ¿En aquella misma cama? En realidad, ella no era
especial, pero la había hecho sentir como si lo fuera. Se había esforzado mucho
por que su iniciación al amor fuese un tierno despertar, pero habría hecho lo
mismo por cualquier otra mujer.
Sabrina se mordió el labio, procurando calmar la punzada de celos que
acababa de experimentar. Lo mejor sería que le plantara cara a la verdad en
aquel mismo momento, era preferible que no se hiciera ilusiones. Debía
aplastar la fantasía de que ocupaba un lugar especial en el corazón o en la
cama de su marido.
La pasión, para Niall era un deporte, un juego en el que ella no era más que
una novata. Había sido una ingenuidad confesarle lo mucho que le había
gustado hacer el amor con él. Debía haber procurado fingir indiferencia.
Sintiéndose de pronto violenta, Sabrina empezó a zafarse de su abrazo, pero
Niall no hizo sino abrazarla aún más. —¿Adonde vas, esposa? —murmuró
perezoso. —Pensaba que ya habías... que ya habíamos terminado. —De
momento. Pero saborear el después también puede resultar agradable. —
Volvió la cabeza para mirarla—. No tiene ningún sentido que me abandones
ahora, tigresa. Ya está hecho. Ella esbozó una sonrisa vacilante antes de que
se activara su reserva natural, antes de enterrar el rostro en su hombro.
Aquel conato de sonrisa, tímida y desgarradora, afectó a Niall de un modo
extraño. Cuando la alcoba quedó en silencio, él se quedó allí,
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Al cabo de un rato, notó por su respiración suave y regular, que Sabrina
había sucumbido a los nervios y al cansancio y se había sumido en un profundo
sueño.
Sin embargo, él no podía dormir. No lograba deshacerse de aquella
incómoda sensación de que había cruzado una línea y ya no había vuelta atrás.
No era sólo porque de pronto estuviera irrevocablemente casado. Con la
consumación, había cumplido con creces el débito conyugal y se consideraba
libre de ir donde quisiera.
Era ella quien lo preocupaba.
Para él, conquistarla mediante el placer debería haber sido un ejercicio
sencillo. Era un maestro de la seducción y nunca se le había resistido mucho
una mujer. De hecho, en la cama todo había salido bien. Había exigido y
obtenido su rendición, como se proponía. Había logrado que Sabrina confiara
en él lo suficiente como para bajar la guardia.
Sin embargo, lo había inquietado la inesperada respuesta de la joven, o la
suya propia. Lo que tenía en mente era satisfacer un deseo fugaz, pero ese anhelo
carnal se había convertido sin darse cuenta en algo más profundo. Cuando ella
se le había entregado con tanta valentía aquella noche, Niall había
experimentado el mismo impulso arrollador que cuando lo había defendido en
la batalla. Protector y posesivo. Necesitado y anhelante. La había querido, la
había deseado, más allá de toda lógica.
Quizá hubiese sido la propia inexperiencia de ella la que le había producido
aquella reacción. Curiosamente, la combinación de inocencia y tímido
entusiasmo de Sabrina había convertido el acto del amor en algo fresco y
nuevo para un hombre de pasiones disipadas.
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bellezas huecas y dispuestas a las que solía perseguir. Aunque su ingenuidad
lo divirtiese, con su ánimo y su coraje había logrado ganarse su respeto.
Por extraño que pareciera, le gustaba su esposa. Le gustaba su inocencia. Le
gustaba que fuera tierna, dulce y confiada. Le gustaba su terquedad y su lengua
afilada. Le gustaba tenerla debajo, arqueándose de éxtasis y gimiendo su
nombre.
No era la mujer fría e insensible que había temido que fuese. Poseía un fuego
oculto que resultaba provocador. Mientras era presa de la pasión, había
vislumbrado en ella a toda una seductora. Quizá estar casado con Sabrina no
iba a ser el suplicio que él había previsto. Estaba furioso con Angus por
haberlo obligado a casarse, pero esa furia no era extensiva a su esposa.
De hecho, reflexionó Niall, posiblemente la joven fuera quien se llevase la
peor parte del trato. Tal vez sí era tan hedonista como ella le había dicho.
Admitía sus excesos en cuestiones carnales. Era un hombre que había atraído
siempre a las mujeres con demasiada facilidad y asiduidad. Desde el día en que
lo habían parido, había tenido a las mujeres prácticamente a sus pies. Y él
había correspondido con creces, decidido a perderse en los placeres de la
carne, independientemente de quiénes fueran sus amantes, sin buscar otra
cosa que la satisfacción sexual. Tanto él como sus parejas lo habían aceptado
así.
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Anne Bushyhead El Amante
Cogió distraído algunos mechones sueltos de la melena de Sabrina y dejó que
se deslizaran suavemente entre sus dedos.
Ahora estaba casado con ella, y sacaría el máximo partido de esa circunstancia.
Exploraría el lado oculto y sensual de su naturaleza para el disfrute de ambos.
La complacería y le enseñaría a complacerlo.
Sería un reto, sin duda, pero se proponía liberar a la tigresa que su esposa
llevaba dentro.
Sabrina se fue despertando poco a poco, y luego, recuperó de golpe la conciencia.
Notó un cuerpo caliente, desnudo y muy masculino a su lado, y la excitación que ese
cuerpo musculoso y bien formado le produjo al contacto con su piel sensible.
Niall. Su marido. Tenía las piernas y brazos entrelazados con los de él y la maraña de
su cabello extendida sobre su amplio pecho.
El rostro de Sabrina se sonrojó al desaparecer la desorientación y recuperar a toda
prisa la memoria. Aquél era su lecho conyugal, y aquélla todavía su noche de bodas.
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Anne Bushyhead El Amante
Aún no había amanecido. Las sombras engalanaban la alcoba nupcial y las llamas de
las velas ardían bajas en los candelabros.
Por suerte, Niall dormía. Su respiración era profunda y tranquila y su poderoso
cuerpo se veía relajado.
Con el corazón alborotado, se apartó despacio. Necesitaba tiempo para recuperar
la compostura antes de volver a enfrentarse a él.
Se sentía distinta y extraña, pensó Sabrina; allí tumbada, rígida, haciendo
inventario. Tenía la boca rozada por sus besos, y los pezones aún más; y el escondite
secreto entre sus muslos le latía con un dolor punzante, como si él aún estuviera
dentro. Casi podía sentirlo moverse en su interior...
Espantada por el recuerdo de lo que él le había hecho, bajó con cuidado de la cama y
cerró las cortinas de terciopelo del dosel para así disfrutar de cierta intimidad. Tras
avivar el fuego, se lavó de prisa para desprenderse
del olor almizclado del sexo adherido a su piel, y luego se puso un vestido que
le habían llevado a la residencia de su esposo el día anterior.
Sintiéndose más despejada y más capaz por tanto de enfrentarse a las
exigencias de sus actuales circunstancias, Sabrina se dio cuenta de que estaba
muerta de hambre. Pero cuando se disponía ¡i salir sigilosa de la alcoba en
busca de comida, descubrió una bandeja a la puerta de la habitación. Alguien
había tenido la consideración de llevarles vino y un refrigerio de fiambres,
queso y pan. Agradecida, se acurrucó en una silla delante del fuego y comió un
poco.
Estaba absorta en sus pensamientos cuando oyó a su espalda una voz
profundamente masculina, la misma que horas antes le había susurrado al
oído palabras tiernas y descaradas.
—Es la primera vez que una mujer abandona mi cama antes de que
termine la noche.
Sobresaltada, Sabrina se volvió y miró por encima del hombro a su reciente
marido. Niall había corrido las cortinas y se había incorporado, apoyándose en
un codo. Lo encontró desalentadora y pecaminosamente guapo, tumbado
entre las sábanas revueltas, con la colcha por debajo de la cintura, y barba de
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un día oscureciéndole la mandíbula. La desnudez de aquel pecho ancho, mus
culoso y bronceado le resecó la boca.
—¿Qquieres comer algo? —acertó a preguntar.
—Luego, cariño. Primero tengo pensado satisfacer otro apetito.
—¿Qué... apetito?
—Ven aquí y te lo demostraré gustoso.
Le dio un vuelco el corazón. Se lo veía tan relajado y tan normal tras haber
hecho el amor, mientras que a ella su dulce erotismo la había arrollado. Al
invadir su cuerpo de aquella forma, había reivindicado una parte secreta de su
ser. Aunque seguro que ésa era una habilidad
que él dominaba a la perfección, puesto que era veterano en más camas de las
que probablemente podría recordar.
Niall le dedicó una sonrisa lenta y perezosa, más brillante que el sol.
—Ven a la cama, mi amor.
—¿Ppor qué?
—Porque te deseo. —Lo dijo en un tono agradable, pausado, intenso—. Y
porque quiero complacerte.
Estaba encantador, pensó Sabrina, y el alma se le cayó a los pies. No podía
resistirse a su poderoso atractivo, pero debía intentarlo. Ya se había mostrado
más vulnerable ante él de lo aconsejable.
—¿Es que nunca piensas en otra cosa? —murmuró.
—Alguna vez. —Sus cálidos ojos azules la miraban risueños y atractivos—.
El tercer martes de cada mes lo dedico a los asuntos del clan.
Ella contuvo una sonrisa y maldijo la irresistible tentación de arrojarse en
sus brazos.
—Ahora ya puedes cejar en tu empeño de seducirme. Nuestro matrimonio
se ha consumado, como bien recordarás.
—Cierto. —La miró con una vaga ilusión—. Pero apenas hemos iniciado tu
formación —añadió, en un tono de lo más excitante—. Anoche me deleitaste
mucho más allá de mis expectativas, pero aún necesitarás tiempo y práctica
para dominar la materia.
—Ya la dominas tú por los dos. Yo no tengo la menor gana de repetir la
experiencia.
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—¿Te resultó demasiado dolorosa tu iniciación?
—Me resultó... decepcionante —mintió Sabrina—. No acabo de entender
por qué se habla tanto de algo tan desagradable.
Él arqueó una ceja.
—Me dejas sin habla.
—Lo dudo.
Sonrió descarado y cautivador, sus ojos con un brillo perverso.
—Me parece que mientes. Vamos, admítelo, ratita, me encuentras
irresistible.
—Te encuentro increíblemente vanidoso —espetó ella sin poder
contener la carcajada.
Niall ladeó la cabeza al oír el tintineo de aquella risa.
—¿Eres consciente de lo cautivadora que estás cuando te ríes?
Ese comentario hizo que se le encogiera el estómago. Lo dería por
adularla, pero aun así, notaba que sucumbía a su viril encanto.
—Supongo que innumerables mujeres piensan en lo cautivador que eres tú,
pero yo creo que estás sobrevalorado como amante.
—Ven ya, cariño. Vas a terminar ofendiéndome. —¡Eso sería
imposible!
Se atenuó su sonrisa.
—Me complacerá demostrarte que estás equivocada. Ninguna mujer que
haya pasado la noche en mi cama se ha sentido insatisfecha.
—Me honra ser la primera.
—¿No te ha gustado notar que me movía en tu interior?
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—Mientras no tenga que esperarte a ti... Ven, cariño. No estoy acostumbrado
a suplicar la compañía de una fémina.
—A lo mejor deberías adquirir el hábito. Podría resultarte beneficioso.
El negó con la cabeza.
—Veo que tienes mucho que aprender del arte del coqueteo. Cuando un
hombre te pregunta si has disfrutado del acto, deberías declararte encantada.
—Si me hubiera encantado, lo admitiría.
Esta vez, fue Niall quien se rió, soltó una carcajada burlona y dolida.
—Mi vanidad herida quizá no se recupere nunca de esas palabras.
—Seguro que sí. En cuanto seduzcas a la siguiente mujer, se repondrá del todo.
—No quiero a otra mujer que no seas tú.
—¿Quién miente ahora? —Sabrina se quitó un hilo de la falda—. No... no soy
la clase de mujer que podría satisfacerte siempre.
Él se puso muy serio.
—Puedes complacerme, y lo harás de todas las formas posibles. Ven aquí,
Sabrina. —Al ver que ella se quedaba inmóvil, Niall dio una palmadita en el
colchón, a su lado—. Nunca te he considerado tímida, pero quizá las
costumbres de las Highlands sean demasiado fuertes para ti y no estás
preparada para hacerles frente.
Irritada como él había pretendido que lo estuviera, Sabrina se levantó de
pronto, decidida a demostrarle que se equivocaba. Quizá no pudiera cambiar
su aspecto, pero no era una ratita.
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Anne Bushyhead El Amante
Sin embargo, titubeó cuando Niall retiró las sábanas dejando al descubierto
su desnudez. Su cuerpo, todo fuerza y músculo
bronceado, contrastaba notablemente con las pálidas sábanas de satén.
Sabrina iba ya a desviar la vista, pero entonces se fijó en la carne descolorida
de la cadera derecha de Niall, un mal tajo que antes le había pasado
inadvertido debido a su nerviosismo.
—Estás herido —murmuró ella compasiva.
Él esbozó una sonrisa socarrona.
—Consecuencia de un incidente desafortunado, pero ya está cicatrizando.
No cambies de tema, ratita. Haz lo que te pido y ven aquí.
Mientras se acercaba al lecho de mala gana, la invadió una mezcla de deseo
e inquietud.
Cuando estuvo lo bastante cerca, Niall alargó el brazo para cogerla por la
cintura y la sentó a su lado. La calidez de sus ojos azules le pareció auténtica
cuando empezó a acariciarle suavemente la mejilla con los nudillos.
—¿De verdad no te gustó besarme anoche?
El nudo que de pronto tenía en la garganta le impedía responder; de hecho,
le costaba hasta respirar.
—A mí me gustó mucho besarte —susurró él.
—No hacías más que... cumplir con tu obligación.
—¿No pensarás en serio que un hombre abraza a una mujer como yo te
abracé por simple obligación?
—Sí...
—Lo que decía —replicó casi para sí mismo—, tienes mucho que aprender.
—No vas a decirme que lo de anoche no fue una decepción para ti —
respondió Sabrina con fingida indiferencia—. Sin duda prefieres a damas con
más experiencia.
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Niall le dedicó una extraña mirada.
—No te subestimes, muchacha. Tu espíritu resulta cautivador.
Afortunado el hombre que logre liberar la pasión que ocultas al mundo. —Sonrió
con ternura—. Y yo me propongo ser ese hombre.
Alargó el brazo y le abrió el escote alto del vestido, lo que hizo que Sabrina se
pusiera tensa.
—Esto es agobiante, cariño. Y no te favorece. No te hace justicia.
—Tienes la desagradable costumbre de criticar mi atuendo —contestó ella
con una mueca.
—Porque no soy partidario de los severos hábitos presbiterianos que llevas.
Ese estilo no te va nada, además de que los llevas como una coraza protectora. Un
vestido debe favorecer. El escote debería mostrar la hermosa protuberancia de
tus pechos... Así...
Con cuidado, tiró de la tela, bajándosela hasta el borde di1 apretado corpiño.
Sabrina contuvo la respiración.
—Y si fueras verdaderamente atrevida... te enrojecerías los pezones y dejarías
que sobresalieran por el borde, para tentar a tu amante... así...
Sabrina se quedó inmóvil, mirándolo. En cuanto le rozó la piel, los pezones
se le irguieron de inmediato y el corazón empezó a palpitarle desbocado. Pero no
hizo nada por impedirle que dejara al descubierto la parte superior de sus pechos
pálidos, elevados por efecto del corsé, liberándolos de ese modo del tejido
opresor.
Los ojos de él se oscurecieron; su mirada no ocultaba en absoluto su
propósito: disfrutar de los encantos de Sabrina.
Ella, instintivamente, alzó los brazos para cubrirse, pero Niall se los apartó.
—No... el recato no es necesario entre nosotros. Menos aún después de la
intimidad que hemos compartido. Ahora eres mi esposa, Sabrina.
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Todavía tienes que perder tus inhibiciones, pero mi día de éstos te complacerá
enormemente mostrarme hasta el ultimo rincón de tu hermoso cuerpo...
Sus ojos la devoraron implacables, escudriñando sus senos firmes y turgentes,
los pezones rosados, aún inflamados y sensibles como consecuencia de sus
atenciones de la noche anterior.
—Eres una tentación mucho mayor de lo que crees, cariño.
Sabrina notó que el corazón se le aceleraba. Había algo cálido, excitante y, sí,
halagador en el modo en que él la miraba. Pero claro, no podía confiar en un
sinvergüenza de su calibre. Los ojos de Niall siempre rebosaban aprecio
masculino cuando miraba a cualquier mujer. Formaba parte de sus habilidades,
un talento que había cultivado a conciencia: que sus ojos ardieran de deseo al
tiempo que ocultaba con maestría cualquier otra emoción.
—Sí, me gusta mucho más esta encantadora desnudez —murmuró con la voz
ronca. Decidido, le echó hacia adelante un mechón de pelo para que le cayera con
gracia por el hombro—. Me gusta ver suelto tu pelo sedoso, así. Me gusta cómo
acaricia la curva de tu pecho...
Sabrina se estremeció ante la mirada escrutadora de Niall, y los pezones se le
contrajeron endureciéndose. Entonces, con un dedo, él tocó la punta de uno de
ellos, y acarició la piel dolorosamente tensa y tierna, del todo consciente de la
sensualidad de ese gesto.
Sabrina jadeó, incluso antes de que él pellizcara y manipulara con destreza la
tensa protuberancia.
—Mi preciosa ratita... —le susurró.
—No... no soy preciosa...
Sus ojos se encontraron, los de ella, pardos e inquietos; los de él, azules y
hambrientos.
Niall meneó la cabeza ante la inseguridad que vio en el gesto de ella.
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Era una lástima que valorase tan poco sus encantos femeninos. Estaba convencida
de que carecía de atractivo y de que él no podía desearla. No tenía ni idea de lo
hermosa que podía ser. El brillo de su risa en sus ojos oscuros la volvía fascíname.
Resultaba encantadora cuando se ponía furiosa, y su terca resistencia proporcionaba
luminosidad a su piel y un fuego a su mini da tan perturbador como seductor. Y
cuando la pasión le encendía el rostro, casi parecía arder...
Niall sonrió ligeramente para sí. Se proponía demostrarle que estaba equivocada,
lograr que creyera que de verdad la encontraba apetecible, que entendiera lo mucho
que la deseaba... Con la cantidad adecuada de persuasión, podría convencerla.
—Sí lo eres —le susurró mientras sus manos empezaban a excitarla—. Eres una de
las mujeres más enigmáticas que he conocido. Preciosa y vital...
A Sabrina se le encogió el corazón ante esas palabras melosas que la inundaron por
completo. Era un sinvergüenza empeñado en lograr que sucumbiera, y ella no tenía
fuerza suficiente para impedírselo.
—¿Notas lo bien que me llenas las manos?
Tenía unas manos preciosas de dedos largos y fuertes, elegantes pero curtidas por la
batalla. Ella miró cómo acariciaba sus pechos, rozándole los pezones con los
pulgares.
—Tu cuerpo esbelto es exquisito, Sabrina, hecho para proporcionar placer.
La joven cerró los ojos, sintiendo de pronto un acaloramiento febril entre los
muslos. Él ganaba. Podía notar cómo el apetito que le despertaba iba en aumento,
lento e insidioso.
Cuando las manos de Niall le cubrieron los pechos por completo, Sabrina arqueó la
espalda y acercó sus pezones erectos, tan deliciosamente sensibles, contra sus palmas
callosas. Quería más que eso, apretar su cuerpo entero
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contra él hasta fundirse con su figura musculosa. Sentía una necesidad tan palpable,
que parecía latir y palpitar con vida propia.
—Eres una mujer muy apasionada...
Desconcertada, ella negó con la cabeza.
Niall...
Él se llenó de ternura al ver la exuberante sensualidad que inundó su rostro.
—Me gusta cómo suena mi nombre en tus labios. Deberíamos intentar que
vuelvas a gritarlo.
Ella contuvo un gemido al tratar de resistir la enloquecedora sucesión de caricias
sobre su piel.
—Mírame, mi amor.
Los ojos de él eran como brasas incandescentes a la luz de la vela, su voz un
susurro aterciopelado.
—Qué bonita eres... Tus pechos son exquisitos, tan firmes y turgentes, con esos
pezones que se yerguen como capullos de rosa silvestres, ansiosos por ser besados.
Con leves toques eróticos, él se los acarició hasta hacer que se le endurecieran
dolorosamente, frotándoselos y manipulándoselos con gran destreza, hasta provocar
en Sabrina un anhelo descontrolado que aumentaba con cada latido de su corazón. Se
notaba el cuerpo pesado y tenso de anhelo, de deseo.
Entonces Niall bajó la cabeza y acercó a sus senos su boca ardiente. La muchacha
se sintió inundada por una dulce y cegadora pasión.
—¿Te duele aquí, cariño? ¿Te alivio el dolor? Deja que te saboree...
Notó su lengua áspera y húmeda sobre su tierna piel, y la corriente de placer que la
atravesó la hizo gemir en voz alta. Se habría derrumbado sobre él sí Niall no la
hubiera sujetado.
Se aferró a sus poderosos hombros al tiempo que los labios del hombre
capturaban su pezón erecto. Cuando empezó a succionárselo, a Sabrina se le
desbocó el corazón, y experimentó una sensación intensa, terriblemente
violenta, que le hizo arder la sangre. Volvió a gemir descontrolada.
Su marido profirió un gruñido de aprobación.
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—Sí... deja que te oiga disfrutar...
Despacio, con suavidad, siguió torturando sus pezones. Como fuego, su
lengua, oscilante y enloquecedora provocó cu ella un placer absoluto y la
llenó de un deseo puro y descontrola do que casi la llevó a suplicar clemencia.
Sin embargo, cuando, débil, trató de apartarse, Niall la encerró en la dulce
prisión de sus brazos. Ella lo deseaba, estaba seguro de ello. Había conocido a
demasiadas mujeres como para no identificar el deseo cuando lo veía, cuando
lo saboreaba. Arrastrando el cuerpo reticente de la joven sobre el suyo, rodó
hasta tumbarla sobre las almohadas.
—Échate —le ordenó con una voz de pronto áspera. Mientras sus labios
saboreaban el pulso acelerado de su cuello, le subió la falda hasta la cintura.
Iba a tomarla sin quitarle siquiera la ropa, pensó Sabrina, tensa.
Pero él no hizo ademán de ir a cubrirla con su cuerpo, sino que bajó el brazo
para acariciar los satinados pliegues de entre sus muslos. Ella jadeó mientras
los dedos lentos y enloquecedores del hombre la hacían arder de deseo.
—Por favor... Niall...
—Te voy a complacer, cariño, te lo prometo. Quiero que hagamos todas las
cosas perversas y deliciosamente lascivas que se nos ocurran.
Deslizándose un poco más abajo, se situó entre sus piernas y bajó la cabeza.
Sabrina se quedó inmóvil al notar cómo su mand í b u l a sin afeitar le raspaba la
cara interna de los muslos.
Cuando ella sacudió las caderas intentando apartarse, él se las sujetó con
delicadeza.
—No, estate quieta. Déjame saborear tu miel...
Sabrina permaneció allí, inmóvil, sin respirar, rígida, mientras Niall
proseguía con sus exquisitas atenciones. Encontró el centro secreto y pulsátil de
su feminidad y lo saboreó con la lengua. Sonrió satisfecho por la humedad que
encontró allí. El cuerpo tenso tic la muchacha ardía de deseo. Con un solo
toque, la habría tenido retorciéndose debajo de él, sin aliento y a punto. Pero
quería mostrarle otro aspecto de su apasionada naturaleza femenina, uno que la
ayudara a desprenderse de toda su timidez y contención.
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Anne Bushyhead El Amante
Ignorando su atormentado gemido de protesta, él la mantuvo abierta ante
sí.
—Eres como una flor, Sabrina... delicada, tan increíblemente dulce...
Todo su cuerpo se contrajo cuando aquellos labios suaves volvieron a posarse
en ella en un acto atormentador de posesión primitiva. La besó con ternura,
succionando suavemente.
Ella gimoteó de vergonzoso placer y se aferró a él, asiéndole con fuerza el
recio cabello de forma instintiva. Aun así, Niall prosiguió con su tierno y
perverso asalto, tentándola, explorando sus pliegues cálidos y flexibles,
asediando el núcleo de su feminidad... Con el corazón desbocado y el cuerpo
convulso de deseo, Sabrina notó cómo su lengua se introducía entre sus
pliegues y se los separaba, desatando una abrasadora tormenta de exquisitas
sensaciones.
—Oh, Dios, no... —suplicó, temblando aún anhelante.
—Sí —insistió su marido—. Quiero que se te acelere el pulso, que tu aliento sea
leve y cálido. Quiero que te ciegue la pasión que te provoquen mi lengua y mis
manos.
No había forma de escapar al dulce tormento, aunque tampoco quería hacerlo.
Cada caricia lenta e hipnótica era una delicia. Niall continuó chupándola,
lamiéndola, bebiendo de su esencia, un asalto erótico pausado, largo y
deliberadamente prolongado, que la atormentaba más allá de lo que se veía
capaz de soportar. Cuando la invadió de nuevo, profirió un gemido
estremecedor, nacido de lo más profundo de su garganta.
—Eso es, mi amor —la instó él con voz ronca—. Quiero oír tus dulces
gemidos, sentir hasta el último latido salvaje de tu corazón...
Sabrina se retorció, con las caderas tensas bajo la delicada tortura de su lengua y
el tierno asalto de su boca implacable. Un sollozo se le quedó atrapado en la
garganta mientras se agitaba presa de aquel placer insoportable y sacudía la
cabeza de un lado a otro, combatiendo la magia oscura que él ejercía sobre su
cuerpo. —No lo puedo soportar... —Sí, sí puedes...
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Su boca triunfante le robó a Sabrina un último gemido intenso
al tiempo que la invadía un arrebatador placer. Gritó en silencio,
el cuerpo y alma en llamas, y se arqueó hacia él, desvergonzada.
—Sí —susurró Niall—. Así. Tiembla por mí, cariño. Gime
por mí. Entrégame tu pasión...
Y la joven sintió estallar en su interior una cegadora oleada de placer infinito.
En medio de deliciosas convulsiones, Sabrina creyó disolverse en un anhelo
palpitante y exaltado.
Después, sin aliento, yació desconcertada y estremecida, agotada, pero Niall
no había terminado aún con ella. Tendiendo su cuerpo sobre el suyo, le
succionó de nuevo los pezones erectos e intensificó así el placer que iba
remitiendo lentamente.
Tardó un rato en apartarse de sus pechos. Cuando lo hizo, su rostro era duro,
tenso, el de un hombre al límite de su resistencia.
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su corazón, el latido salvaje de su sangre, y sus caricias mágicas, su cuerpo
fuerte...
Instintivamente, rodeó los muslos musculosos de Niall con los suyos,
abriéndose para él, recibiéndolo con arrojo y entusiasmo. En medio de una
bruma de deseo, lo oyó susurrar con voz ronca, lo bien que se sentía enterrado
en su interior. Y, cuando el ritmo aumentó hasta convertirse en una necesidad
urgente, Sabrina sintió que volvía a experimentar aquella tensión explosiva. Se
esforzó por retener el sexo de él en su interior, pero Niall se retiró para volver
a arremeter, atizando aún más el fuego, hasta que ella ya no pudo soportar el
deseo cegador.
Cuando Sabrina empezó a convulsionarse de nuevo, el hombre se vio
atrapado por las mismas fieras sensaciones, presa de la misma violenta tempestad.
En el instante en que ella alcanzó el clímax, su contención se hizo pedazos y
tomando una bocanada de aire, perdió el control, sorprendido por aquel placer
puro e intenso que lo recorrió entero. Con un fuerte gemido, se agarrotó para
luego arquearse con virulencia, alzándose salvaje, consciente de su propia locura
sensual. Se estremeció dentro de ella, inundándola con su simiente. Apretó los
dientes y cerró los ojos al tiempo que ese esplendor palpitante e intenso lo
arrastraba en forma de ardientes oleadas. Con la respiración agitada, se
desplomó sobre Sabrina, sin acordarse de protegerla del peso de su cuerpo.
Ella percibió su aliento como un leve vaho en sus mejillas sonrosadas
mientras los dos yacían entrelazados, bañados en sudor. Niall pasó la mano
por el hombro desnudo de la joven, acariciándola lentamente.
—Yo no calificaría esto de decepción —murmuró él con una risa suave.
Sabrina suspiró. La sorprendió encontrar las fuerzas para susurrar una
ronca respuesta:
—Me confieso sorprendida... Creía que hacía falta mucho más para
excitar el deseo de un hombre ahíto de placer.
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emociones que la desgarraba por dentro. Quería llorar por los extraños y
poderosos sentimientos que la invadían,
por los tiernos sentimientos de los que nunca Ir hablaría.
Amarlo sería muy fácil, pensó en un arrebato. Demasiado fácil exponerse a que la
destrozara.
Y, sin embargo, cabía la posibilidad de que fuese ya demasía do tarde.
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Esa misma mañana, Sabrina se despertó sola en la cama, con el vago recuerdo
del tierno beso que Niall le había dado al amanecer junto con la explicación de
que, muy a su pesar, el deber lo redamaba. Por un instante, se quedó allí, en el
inmenso lecho, inmóvil, recreándose con recuerdos sensuales, reviviendo
algunos momentos indescriptibles de la noche que acababa de pasar.
Jamás había imaginado que el acto sexual pudiera ser tan... increíble. Hacía un
día, ni siquiera habría creído posible un placer semejante, o que ella hubiera
podido responder a las caricias de un hombre con tan desenfrenado abandono.
Enterró el rostro en la almohada y aspiró el masculino aroma almizclado de su
marido. Antes de la última noche se había creído una dama contenida y digna,
pero la inexorable intensidad de la pasión de Niall la había despojado de hasta
el último ápice de reserva o timidez, y destruido la poca voluntad de resistir
que le quedaba.
Casi sin pensarlo, alargó el brazo para tocarse el pecho con la mano,
recordando cómo los fuertes dedos de él habían acariciado la sensible
protuberancia. El ardor que la recorrió casi la hizo temblar.
Cerró los ojos, asaltada por imágenes muy vividas... Niall haciéndole el amor,
su cuerpo desnudo y poderoso moviéndose sobre el de ella, su gesto febril, su
rostro contorsionado por la excitación...
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Sabrina se sorprendió frunciendo el cejo al recordar la piel pálida del cuerpo de
Niall.
—Nunca se ha acostado conmigo, ni siquiera me ha besado —prosiguió la
chica—. Jamás, lo juro. No es que a mí me hubiera importado besarlo, o lo que
fuera, pero el señor no mantiene relaciones con el servicio. Nunca. Puede
preguntárselo a cualquiera. Aquí estamos tan seguras como recién nacidos en
una iglesia. Pero como ahora es usted la señora, no me gustaría empezar con
mal pie, y que piense que... Bueno, yo no he hecho nada, eso es todo.
Su confesión sonaba absolutamente sincera, no parecía en absoluto un intento
desesperado de aplacar a una señora celosa.
Aliviada de saber que Niall no se dedicaba a seducir a las doncellas, Sabrina
esbozó una sonrisa.
—Gracias por tranquilizarme, Jean. También yo espero que podamos hacer
borrón y cuenta nueva. Si tú olvidas el incidente, yo lo olvidaré también.
La joven hizo una reverencia y salió de la estancia, dejando a Sabrina con sus
agitados pensamientos. La consolaba saber que al menos no debía temer la
traición de su marido en su propia casa, pero la irritaba que la confesión
tuviera que llegarle por boca de una extraña. Niall podía haberle contado lo de
sus heridas y tranquilizarla, pero deliberadamente había dejado que pensara lo
peor.
Su padrastro la esperaba con Rab en el gran salón. El perro, al que se había
mantenido alejado de los festejos de la boda, ladró nervioso y empezó a dar
brincos entusiasmado alrededor de las piernas de Sabrina.
Cuando al fin ella se enderezó, después de acariciar a su mascota, vio que
Charles Cameron estaba escudriñándola. Se ruborizó al abrazarlo, sin decir
nada.
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Lamentó enormemente la partida de su padrastro y se alegró de contar con la
compañía de su perro. Sin embargo, sus nuevas obligaciones como esposa del
jefe del clan le dejó poco tiempo para la melancolía. Además, por suerte,
encontró una amiga en el ama de llaves de los McLaren, la señora Paterson.
Con el desayuno preparado, a base de tortas de avena y miel, la anciana mujer
recibió a Sabrina con auténtica cordialidad.
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—Nos vendrá bien que vuelva a haber una señora de la casa —dijo el ama de
llaves con un suspiro—. Y, sin duda, al jefe le vendrá bien una esposa. Quizá
el matrimonio le sirva para sentar la cabeza y abandonar sus disolutas
costumbres.
Sabrina estuvo a punto de preguntar por esas «costumbres disolutas», pero no
lo consideró apropiado.
Inmediatamente después del desayuno, la señora Paterson la acompañó a
recorrer su nuevo hogar. La mansión fortaleza, de tres plantas, había sido
construida hacía tres siglos para resistir los ataques de los ejércitos ingleses y
las guerras entre clanes, sin embargo, dondequiera que miraba, Sabrina
detectaba toques de elegancia y confort inspirados por la difunta lady
McLaren.
Las paredes del salón de banquetes estaban llenas de tapices y colgaduras de
cuero para aislar la fría piedra, mientras que otras estancias se habían revestido
o empapelado de terciopelo adamascado. Las habitaciones más formales
contaban con techos con molduras, lujosos pandados de madera, candelabros
de bronce y chimenea de intrincadas tallas, mientras los aposentos de la familia
estaban decorados con gruesas alfombras, muebles resplandecientes y paisajes
y retratos al óleo, junto con la más preciada posesión: el piano, en el salón.
Junto con la señora Paterson, Sabrina revisó las cuentas de la casa, aunque
temía sobrepasar sus límites y la angustiaba hablar de su papel de señora de la
casa con su marido.
Por desgracia, Niall estuvo ausente buena parte del día y regresó justo a
tiempo para la cena. La señora Paterson había mandado preparar una comida
especial en honor de los recién casados, por lo que cenaron solos en la salita
azul, en una atmósfera íntima, a la luz de las velas.
Mientras lo miraba desde el otro lado de la pequeña mesa, Sabrina se sintió de
pronto cohibida. Después de las intimidades carnales que había compartido
con Niall la noche anterior, apenas podía mirarlo a los ojos.
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—Estás muy callada, ratita —dijo él al fin mientras ella jugaba con el cordero
estofado de su plato—. ¿Ocurre algo?
—No. Estaba... pensando.
Niall arqueó una de sus oscuras cejas.
—Yo también pensaba... ¿No crees que deberíamos hablar de cómo vamos a
proceder?
—¿Proceder?
—Como marido y mujer. Cómo debemos vivir nuestras vidas. —Dio un sorbo a
su vino. Lógicamente, Sabrina se había preguntado cómo encajaría ella en su
vida, en su clan—. Sería conveniente. ¿De qué quieres que hablemos?
—Bueno... yo soy una extraña aquí, y procedo de las Tierras Bajas, pero no
quiero permanecer ociosa. Me gustaría ocupar mi tiempo en algo.
—¿Qué propones?
—Me preguntaba... ¿Voy a encargarme del gobierno de la casa, por ejemplo?
El buen humor iluminó los ojos de Niall.
—A mí no se me da bien el gobierno de la casa. Puedes ocu par el puesto con
mi bendición.
Sabrina dejó de contener la respiración. Se había preparado para una mayor
batalla.
—También se me dan bien las cuentas. Solía examinar los libros de mi
padrastro para supervisar los recuentos de sus empleados.
—Ah, sí. —Una sonrisa curvó la hermosa boca del hombre—. Recuerdo
que me dijiste que eras buena con los números.
Me encantará que me ayudes. En cuanto pueda, te mostraré las cuentas de la
finca.
Ella titubeó.
—También me gustaría conocer a tus arrendatarios.
Niall asintió con la cabeza, complacido de que la joven se preocupara lo
bastante como para implicarse con su clan.
—Ahora tú eres la señora de la casa. Por la mañana, si lo deseas,
recorreremos juntos las tierras de los McLaren.
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Sabrina notó cómo su tensión disminuía notablemente. Aquello no iba a ser
tan difícil como había supuesto. Niall estaba siendo muy razonable. Aunque no
hubiera querido casarse con ella, al menos parecía preparado para aceptarla
como señora.
—Me gustaría muchísimo.
Entonces conversaron sobre el clan McLaren, y él le explicó el parentesco
de sus miembros y le habló de las personas a las que conocería por la
mañana. Al poco, le preguntó si había terminado de cenar.
—Si queremos madrugar mañana, deberíamos retirarnos ya.
—¿Retirarnos? —repitió Sabrina, y su tensión regresó repentinamente.
Niall la miró risueño.
—¿Acaso no estás familiarizada con la palabra, ratita? Significa dormir.
Ella se sonrojó.
—Sé lo que significa. Es que... no esperaba que nos retirásemos juntos.
Había supuesto que tendríamos alcobas separadas.
—¿Tan ansiosa estás por abandonar mi cama?
Sabrina bajó la mirada. Intentó fingir indiferencia hacia el magnético
encanto de su marido, pero no lo consiguió.
—No es inusual que marido y mujer duerman separados, sobre todo en un
matrimonio de conveniencia —contestó—.
De hecho, tú mismo dejaste claro tu deseo de que siguiéramos cada uno
nuestro camino después de... la consumación.
Niall sonrió.
—Tendrás que acostumbrarte al aspecto carnal del matrimonio. Después
de un tiempo, podrás ir por tu cuenta, si lo deseas.
A ella se le cayó el alma a los pies. Jamás conseguiría mantenerse a una
prudente distancia emocional de Niall si continuaban compartiendo semejante
intimidad.
Reacia, subió con él la escalera hasta la alcoba principal. Vio que las
cortinas de la cama estaban corridas, la cama abierta de forma sugerente y que
había un fuego encendido en la chimenea.
— ¿Necesitas ayuda para desnudarte, cielo?
Sabrina dio un respingo y se percató de que se había quedado mirando
fijamente la cama.
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— No. Puedo yo sola.
Pero remoloneó mientras Niall se quitaba la ropa y la guardaba plegada en
el guardarropa. Al verlo meterse desnudo en el lecho, se sorprendió lo
bastante como para preguntar:
— ¿No duermes con camisón?
El esbozó una sonrisa arrebatadora.
— ¿Para qué necesito camisón si tengo una mujer dispuesta a
calentarme?
Sabrina notó que se le secaba la boca ante semejante insinuación.
El gesto de ella le hizo que Niall soltara una ronca carcajada.
— Deja de perder el tiempo y ven a la cama de una vez. No te voy a
morder. — Sonrió perverso — . Al menos no esta noche. Aún no tienes
suficiente experiencia como para eso.
Se recostó relajado en las almohadas, con las manos bajo la nuca, mientras
Sabrina echaba mano del valor necesario para desnudarse. La desconcertaba
que la mirara, algo quizá absurdo, teniendo en cuenta
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Anne Bushyhead El Amante
—Creo que serás buena alumna. Tienes los instintos correctos. Sólo falta
destapar el fuego oculto en ti.
Sabrina lo miró recelosa, preguntándose a qué nuevo juego jugaba.
—¿Por qué? ¿Con qué fin?
Niall se encogió de hombros.
—¿Porque así tendré una compañera de cama experta? —Su sonrisa se hizo
más tenue—. Podría ser divertido averiguar la clase de mujer que puedes llegar
a ser. Creo que serás una magnífica amante.
Ella se lo quedó mirando incrédula, mientras él le devolvía la mirada,
imperturbable.
—No te vendrían mal unas clases de coqueteo.
Eres lo bastante lista como para igualar en intelecto a cualquier hombre, pero
te iría mejor si fueras un poco menos ácida. Aunque no hay prisa. Podemos
iniciar tu instrucción mañana. De momento, ven a la cama conmigo.
Demasiado perpleja como para protestar, Sabrina apagó las velas de un soplo
y se acostó junto a Niall; luego yació nerviosa mientras él la tapaba y la
rodeaba con sus brazos.
—Duérmete, mi amor —le susurró, apoyando la cabeza de ella en su
hombro y cerrando los ojos.
En apenas unos segundos, su respiración regular y suave le indicó a Sabrina que
él se había dormido.
Con la vista fija en el dosel suspendido sobre su cabeza, la jo ven sintió una
repentina oleada de decepción. Niall no había intentado siquiera hacerle el
amor. No la había rechazado claramente, pero por alguna razón absurda, se
sentía desdeñada.
Allí estaba ella, absorbiendo su calor, ansiando que sus manos recorrieran la
dolorosa plenitud de sus pechos, que su cuerpo la cubriera y que satisficiera el
dulce cosquilleo que sentía entre las piernas.
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Anne Bushyhead El Amante
Tardó mucho, muchísimo, en conciliar el sueño.
Al día siguiente, recorrieron las tierras de su marido y visita ron a muchos de
los arrendatarios. Aunque algo incómoda, Sabrina agradeció el recibimiento
que le proporcionaron. En cada casa, le dieron un pequeño obsequio nupcial
como muestra debienvenida al clan McLaren.
Cuando ella manifestó su preocupación por que aquella gente no podía
permitirse tamaña generosidad, él le restó importancia. —Es costumbre.
Aun así, a Sabrina la inquietaron las difíciles condiciones en
que vivían los highlanders. Las cabañas sencillas —y a veces toscas— de los
campesinos eran oscuras y brumosas, los suelos eran de tierra y el humo del
fuego de turba salía por un agujero practicado en el techo. Con frecuencia, la
familia compartía la vivienda con sus cerdos y sus cabras.
Sin embargo, cuando le comentó a Niall lo dura que era esa vida, éste negó
con la cabeza, divertido.
—Ahórrate la compasión, muchacha. En estas montañas se vive mucho
mejor de lo que se haya podido vivir nunca en un palacio de las Tierras Bajas.
Al parecer, todo el clan pensaba lo mismo. Los highlanders eran personas
adustas y prácticas, pero tremendamente soberbias y muy industriosas. Los
hombres cultivaban los campos o cuidaban del ganado, mientras las mujeres se
encargaban de sus huertos y trabajaban con sus mantequeras y sus telares.
Como mayor terrateniente del distrito, el jefe McLaren percibía rentas en
dinero o en ganado, pero antes de que terminara el día, Sabrina empezó a darse
cuenta de que los obsequios de boda que habían recibido eran una muestra de
afecto más que una obligación. Su marido era muy querido y respetado, sobre
todo por las mujeres. Éstas, jóvenes o viejas, le tenían un cariño especial, quizá
porque él trataba a cada una de ellas como si fuera infinitamente especial.
Cuando visitaron a una anciana que estaba casi ciega y muy encorvada,
Niall se inclinó a modo de reverencia sobre su mano huesuda, como lo haría
cualquier cortesano, y bromeó con ella sobre la posibilidad de bailar juntos una
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giga. La anciana rió complacida y, tras interrogar a Sabrina implacablemente,
los despachó con un obsequio de confites que había hecho para su nieto.
Cuando se alejaban en sus caballos, Niall le dedicó a Sabrina una sonrisa
de disculpa.
— Perdona el interrogatorio de la anciana Morag. Ha sido
como mi abuela desde antes de que me parieran.
Sabrina se encogió de hombros para restar importancia al asunto.
— No es ninguna novedad ver el interés que despiertas en mujeres de
cualquier edad. Empiezo a acostumbrarme a que se des
mayen al verte, aunque no entiendo muy bien por qué.
— ¿Ah, no? — respondió él con una sonrisa divertida.
En realidad, sí lo entendía. Tampoco ella era inmune al increíble atractivo de
Niall. Sin embargo, antes se tragaría un puñado de ascuas que admitir su
debilidad por él.
— No te preocupes, no voy a ejercer de esposa celosa, ni te
voy a exigir fidelidad de pronto — replicó ella con altivez — . Ya te
dije que eres libre de pasear tu lascivia por donde quieras. Aun
que no me parece muy justo que yo no pueda disfrutar de la mis
ma libertad que tú reclamas para ti.
Niall se la quedó mirando pensativo un instante.
— No veo motivo para que no puedas permitirte también alguna discreta
aventura; después de darme un heredero, naturalmente.
— Naturalmente — repitió ella rígida, dolida de ver que para él
no era más que una yegua en celo.
No obstante, la siguiente visita perturbó a Sabrina más de lo que ésta era capaz
de admitir. Mientras se aproximaban a una cabaña de techo bajo, su marido le
advirtió:
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— Quizá esta visita nos lleve un poco más de tiempo. El pozo
necesita reparación, y no he podido encargarme de ello hasta
ahora.
Apenas había terminado la frase cuando dos chiquillos de pelo negro
salieron dando brincos de un cobertizo. Se acercaron contentos a Niall
mientras él desmontaba, pero se detuvieron en seco al detectar a Rab.
Sin esperar la ayuda de su esposo, Sabrina bajó de su caballo para acariciarle
la cabeza al perro.
—Venid a saludarlo. No os hará daño.
Pasó un rato dejando que los niños y el perro se conocieran. cuando se
irguió, se dio cuenta de que se les había unido una mujer vestida con la ropa
tradicional de las Highlands. Tenía también el pelo negro, y poseía una belleza
delicada y serena que dejó a Sabrina abatida.
La confianza de Niall con la familia resultó patente cuando hizo las
presentaciones.
—Sabrina, ésta es la viuda Fletcher, y estos mocosos —añadió revolviéndoles
el pelo— son sus hijos, Simón y Shaw.
—¡No somos mocosos! —protestaron ellos mientras se colgaban de él como
lapas y lo miraban con adoración.
Al mirar a los niños, de unos ocho y seis años, Sabrina no pudo evitar
percibir su parecido físico con Niall. Con un estremecimiento, se preguntó si
sería su padre.
—Yo soy Fenella —dijo la madre con voz suave y musical—. ¿Le apetece un
refrigerio, milady?
—Lo agradecería —respondió ella—. Pero por favor, llámame Sabrina.
Mientras Niall iba a inspeccionar el ruinoso pozo de piedra, Fenella condujo
a Sabrina al interior de la cabaña y le ofreció un té. Rab se quedó fuera,
jugando con los niños.
La viuda había estado sentada al telar, comprobó la joven.
—Continúa, por favor, no quiero interrumpir tu trabajo.
—Ah, no, me viene bien descansar un poquito.
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Cogiendo la tetera que tenía puesta al fuego, preparó la infusión al tiempo que
Sabrina examinaba el tejido de tartán con los colores de McLaren que la mujer
tenía a medio hacer.
—Qué bonito —susurró, admirando la exquisita labor artesanal.
Fenella sonrió cariñosa. Luego se acercó a un baúl situado en un rincón de la
estancia, sacó un plaid y se lo tendió a Sabrina.
—Para ti.
—No, no, no pretendía... No puedo aceptarlo.
—Por favor. Es un regalo de boda. Ahora que eres una McLaren debes tener tu
propio plaid.
Sabrina sonrió, tratando de ocultar el desaliento que le producía tanta
generosidad.
—Será un honor vestirlo. —Acarició la extraordinaria lana mientras se
sentaba en un banco de roble—. ¿Todas las mujeres del clan McLaren son tan
hábiles con el telar?
—Sí, casi todas. Y también cosemos bien.
—Un tejido tan magnífico como éste seguramente se vendería muy bien en el
mercado de Edimburgo.
Fenella la miró por encima del hombro, escéptica, como si le hubiera
propuesto que volara a la luna.
Justo entonces oyeron una mezcla de gritos infantiles y ladridos nerviosos
procedentes del exterior de la cabaña. Sabrina se asomó por la ventana baja y
vio a Simón peleándose en el suelo con Rab mientras Shaw intentaba montar
al perro como si fuera un pony.
—Tus hijos parecen buenos chicos —comentó con cierta melancolía.
—Sí, son mi alegría. Niall ha sido como un padre para ellos desde que mi
querido esposo Gowin falleciera.
—¿Hace mucho de eso?
—Cuatro años. —Antes de que Sabrina pudiese preguntar nada más, Fenella
le explicó con una serena tristeza—: El hermano mayor de Niall, Tom, era el
mejor amigo de mi Gowin. Murieron juntos en el mar. Niall lo lamentó casi
tanto como yo.
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Sabrina sintió una punzada de dolor en el pecho, experimentó también cierta
envidia al ver a los traviesos chiquillos.
Quería tener hijos, y se preguntaba qué planes tendría su marido al respecto.
Trababa a Simón y Shaw con mucho cariño, pero no más de lo que lo haría un
tío.
La visita terminó demasiado pronto a juicio de los niños y Sabrina les
prometió que volvería pronto con Rab a visitarlos. Mientras se alejaban en
sus caballos, le comentó a Niall el estupendo trabajo que había hecho con el
pozo de piedra.
—Confiésalo, cariño, me crees apto sólo para el coqueteo —señaló él
sonriendo.
Ella le devolvió la sonrisa.
—Más o menos.
—Pues tengo algunos otros talentos.
—La señora Fletcher parece estar de acuerdo —dijo Sabrina tentativa—.
Te está muy agradecida por cuidar de ella y de los niños.
Para su sorpresa, Niall respondió con mayor sobriedad de la esperada.
—No le he dado más de lo que merece la viuda del amigo de mi hermano.
A pesar de mi reputación, no soy de los que se aprovechan de una mujer
vulnerable.
La joven enarcó una ceja, aunque, por alguna extraña razón, lo creyó.
—Me pregunto por qué entonces me hiciste creer que no tenías reparo en
aprovecharte de las criadas.
Cuando él la miró inquisitivo, ella le dijo melosa:
—Me hiciste creer deliberadamente que estabas seduciendo a Jean el día
que te sorprendí desnudo con ella en el herbolario, pero la chica me ha
contado que te habías hecho daño y que te estaba curando.
Niall no dio muestra alguna de arrepentimiento.
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—Quizá sí, pero si no recuerdo mal, tú ya me habías conde nado antes de que
pudiera defenderme.
Sabrina se encogió de hombros con pretendida indiferencia
—Me da exactamente igual con quién coquetees —mintió.
—Me ofendes, cariño.
—Lo dudo.
Él soltó una carcajada.
—Tienes que aprenderlos pormenores del coqueteo, Sabrina. No es acertado
demostrar tanta indiferencia por un hombre. Sería preferible que procuraras
persuadirme de que cambie mis costumbres licenciosas.
Ella hizo una mueca socarrona.
—En primer lugar, cambiarte sería casi imposible. Y, en segundo, yo no
tengo talento para el coqueteo. Nunca he presumí do de poseer tus aptitudes.
—Aun así, puedes aprender. De hecho, quiero enseñarte. —¿En serio?
—Sí. En el juego de seducción, tu objetivo principal debe ser despertar el
interés de un hombre.
—¿Y eso cómo se hace?
—No es difícil —observó Niall pensativo—. Sonríes y te ríes hasta de los
comentarios más estúpidos de un caballero. Te finges interesada, pendiente
de cada palabra suya mientras bajas la vista coqueta. De vez en cuando, le
dedicas una mirada sostenida, como si no pudieras controlar el deseo que te
inspira. En resumen, procuras que se sienta como si fuera el único hombre
del mundo.
«Más o menos lo que haces tú con las mujeres», pensó Sabrina.
—Parece algo muy frívolo.
—Pero primero tienes que controlar esa lengua viperina tuya.
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—prosiguió él, ignorando descaradamente su comentario—. con dulzura
conseguirás más que con acritud.
le brillaron los ojos con aquella mirada tan característica suya.
Sabrina sabía que la estaba provocando, pero no era capaz de
ofenderse, ni de resistirse a su notorio encanto.
Durante los días siguientes, Niall recurrió constantemente a
ese encanto letal suyo. En su primera semana de estancia en Creagturic, Sabrina
incluso empezó a albergar la esperanza de que su
inestable alianza se convirtiera en una unión digna, si no en un
verdadero matrimonio.
Sus días empezaron a ajustarse a cierta rutina. Su marido pasaba fuera casi
todo el día, ocupado en los asuntos del clan, pero solía volver a casa a la hora
de cenar, que pasaba conversando con ella sobre los McLaren o los Duncan, o
dándole lecciones de coqueteo. Después, la joven solía coser mientras él leía, a
veces en voz alta para ella. La primera vez que lo vio abrir un libro se rio, a
Sabrina la asombró lo bastante como para manifestar su sorpresa.
Niall le dedicó una mirada larga y burlona.
—Disfruto también con otras actividades además de ¡as carnales. Debes
saber que, durante mi disoluta juventud, me dediqué a mis estudios con casi
tanta fruición como a mis escarceos amorosos.
Ante ese recordatorio de que se había educado en las mejores universidades
de Europa, Sabrina sintió una admiración involuntaria. Si alguna vez lo había
creído frívolo y superficial, iba a tener que revisar su criterio. Niall McLaren
era mucho más complejo de lo que ella había sospechado, y escondía rincones
secretos que la joven sólo podía empezar a vislumbrar.
—Debió de ser extraordinariamente agotador verse obligado
a cosas tan mundanas como el estudio.
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Anne Bushyhead El Amante
—Ciertamente lo fue.
Vas a conseguir darme pena —dijo Sabrina. —Eres una mujer
muy dura.
Ella negó con la cabeza con tristeza, sorprendida de lo mucho que estaba
disfrutando de aquel intercambio. —No, sólo veraz.
No soy ni la mitad de disoluto de lo que tú crees.
Bueno... quizá la mitad no.
La complació arrancarle una sonrisa burlona. Resultaba estimulante
competir en ingenio con un hombre así, era como desafiar una tormenta
repentina en las Highlands. Además, Niall la, alentaba en sus escaramuzas
verbales con comentarios escandalosos rayanos en lo indecente.
La enseñanza de su esposo en el arte del coqueteo le proporcionó más
diversión de la que había previsto. Sin embargo, para su des concierto y
angustia, el lecho conyugal resultó ser su mayor decepción. Después de la
primera noche, Niall no había vuelto , intentar hacerle el amor.
En realidad, no es que la sorprendiera mucho su desinterés, Ella no era la
clase de mujer capaz de inspirar lujuria en un hombre con sus legendarios
apetitos. Sin embargo, no podía decir que, é1 la hubiese abandonado por
completo. Dormía desnuda en su, brazos porque Niall no le permitía ponerse
el camisón.
Su intimidad física fue aumentando poco a poco, hasta que la, desnudez fue
algo más natural entre ellos. Sabrina se habituó , ver el magnífico cuerpo de
su marido y se familiarizó también con sus caricias, porque él se empeñaba
en acariciarla distraídamente y con frecuencia.
Niall parecía muy preocupado por la herida de su brazo, y todas las noches
comprobaba que estuviese cicatrizando bien A ella, su solícito interés la
inquietaba más de lo que lo habría hecho la negligencia.
205
Anne Bushyhead El Amante
Su marido era infinitamente más peligroso de lo de que Sabrina había temido,
y ella bastante más vulnerable.
Al menos la relación de la joven con su clan resultó satisfactoria. Para su
sorpresa y alivio, parecieron aceptarla bien. Se sentía A gusto en su nuevo
hogar, y las magníficas Highlands le habían robado el corazón.
Más tarde, aquella misma semana, Niall la llevó a explorar un v a l l e que
había sido propiedad de los McLaren durante generaciones; le enseñó los altos
picos, los lagos tranquilos y las embrujadoras cañadas, y observó con risueña
complacencia su gesto de deleite y asombro.
En medio de semejante esplendor, Sabrina casi podía olvidar que el peligro y
las matanzas gobernaban aquellas tierras. Su enlace con Niall no había traído la
paz, aunque ella no perdía la esperanza. Su terrible enemistad con los
Buchanan seguía en pie, pero el clan Duncan estaba a salvo, ahora que Niall
McLaren había sido nombrado sucesor de Angus.
Por lo visto, la mañana siguiente a la boda, su marido había visitado a su
archienemigo. Se lo había contado Geordie cuando había ido a verla.
—Advirtió con dureza a los Buchanan —le explicó el chico—. Y les dijo que
el clan Duncan no debe sufrir más ataques. Aunque es extraño. Owen afirma
que no fue él quien reanudó la enemistad, que él no nos robó el ganado. ¿Quién
se va a creer esa sarta de mentiras?
Niall se negaba a hablar de los Buchanan con ella, y se irrita ba siempre que
Sabrina sacaba el tema.
Al menos aprobaba que se involucrara en los asuntos de su clan. Su visita a
la viuda Fletcher le había dado una idea, que le planteó a él una noche, durante
la cena.
—El tejido de tartán que la señora Fletcher teje es muy hermoso.
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Anne Bushyhead El Amante
He visto pocos de esa calidad, y sospecho que tampoco los hay en los
mercados de Edimburgo. Me gustaría escribirle a mi padrastro y pedirle que
les proponga un trato a los comerciantes de allí.
—¿Qué tienes en mente?
—Si pudiéramos persuadir a las mujeres de nuestros clanes
para que produjeran suficiente tejido de lana como para vender
lo, podrían hacerse con una pequeña fortuna. Quizá proporcionándoles unos
ingresos fijos lograríamos aliviar sus cargas.
—Me dejas impresionado, cariño — comentó Niall muy serio — .
Verdaderamente, vales para los negocios.
La alabanza alegró a Sabrina más de lo que quiso reconocer. Quería
demostrar que era algo más que la dote que traía consigo, y ayudar un poco a
su nuevo clan era un buen comienzo.
En lo relativo a sus obligaciones como señora, ya estaba bastante ocupada
atendiendo la casa y los problemas del clan que no eran competencia
masculina. La señora Paterson la ayudaba mucho, igual que la viuda Graham.
Eve le hizo una visita dos días después de la boda, le ofreció consejos para
tratar con los campesinos y le comentó que debían planificar la celebración del
primero de mayo, que tendría lugar la semana siguiente.
Era tradición que el castillo proporcionara comida y bebida al pueblo
durante la festividad pagana de Beltane. Cuando Eve la acompañó al mercado
al aire libre de Callander para comprar, Sabrina se sintió muy señora del clan,
eligiendo quesos gigantes cingredientes para los pastelillos de carne.
Por acuerdo tácito, ambas mujeres evitaban hablar de Niall, aunque éste
estaba constantemente en el pensamiento de Sabrina. A pesar de su empeño
por ignorarlo, no podía resistirse a su atractivo.
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Anne Bushyhead El Amante
empezaba a verse presa de su embrujo dulce e irresistible. La aterraba darse
cuenta de lo extraordinariamente vulnerable que debía de parecerle a él.
Fue al cuarto día de su matrimonio cuando discutieron por primera vez. Para su
consternación, a la hora del desaino se enteró de que Niall había pedido que le
hicieran media docena de vestidos a medida con los tejidos que su padrastro
había regalado, y con otras telas que había elegido él mismo.
A pesar de la dote considerable que ella aportaría a su marido y al clan de éste,
el sentido de la frugalidad de la joven se rebeló ante semejante extravagancia.
—Las telas ya están pagadas —replicó Niall cuando Sabrina se opuso—.
Obviamente tu padrastro te las regaló para ti.
—Pero no hay necesidad de contratar a una costurera. Puedo hacerme mis
propios vestidos.
—Prefiero que mantengan cierta semejanza con las prendas de moda —dijo él
con sequedad.
Cuando ella protestó por el gasto, Niall la miró extrañado. —¿Sabes cuántas
mujeres rechazarían un guardarropa nuevo? —Puede que no muchas. Pero
confío en no parearme a esas damas tan afectadas y modernas con las que te
relacionas. Él la contempló divertido.
—Sé que no eres como ellas, pero eres la esposa de un jefe de clan con una
reputación que mantener. Precisas estilos y colores que favorezcan y potencien tus
rasgos de la mejor forma posible. Y aunque los tristes sayos que llevas no
ofendieran mi sentido de la dignidad, una mujer hermosa debe vestirse de sedas y
encaje.
—Si fuera hermosa...
Él le selló los labios con el dedo, silenciándola.
— Basta. Sé una esposa dócil y concédeme este capricho.
Sabrina se mordió la lengua y cedió, consciente de que era inútil protestar.
Niall no estaba acostumbrado a las negativas. Sabía cómo conseguir que una
mujer se sometiera a su voluntad, y se valdría de los medios que fueran
necesarios para salirse con la suya.
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Anne Bushyhead El Amante
Sin embargo, hasta que no apareció la costurera, no le quedó claro que él
tenía intención de estar presente en todo el proceso. Se sentó en una silla,
delante del fuego, con la excusa de que quería dar su opinión y, salvo que
Sabrina montara una escena, poco podía hacer para impedir que se quedara en
su propia alcoba.
Mientras se quedaba en enaguas, ella trató de ignorarlo, si bien era
perfectamente consciente de su presencia. Niall llevaba un chaleco, unos
calzones de cuero y el pelo recogido en una coleta, y, aunque parecía sentirse
cómodo entre los inmensos rollos de tela, su potente energía masculina
resultaba bastante inquietante. Como lo fue la chispa de interés que detectó en
sus ojos cuando la costurera le colocó una muestra de encaje fuertemente
apretada contra el pecho.
— El escote debería ir más bajo — recomendó él — . Que le real
ce bien el pecho.
— ¡Más abajo sería indecente! — protestó Sabrina.
— No — señaló la costurera de acuerdo con el jefe — . Es lo
que se lleva, milady. Durante el día, puede llevar una prenda de
decoro sujeta al corpiño si lo desea.
— Sí — coincidió su marido — . Por ejemplo, un fichú.
Cuando Sabrina volvió a protestar en voz baja por el coste,
Niall descartó su protesta con un gesto de mano.
— Estos vestidos tan sencillos no tienen punto de compara ción con las
extravagancias que se llevan ahora en Europa. Con lo que
cuesta allí un solo traje de fiesta, se podría dar de comer a toda una familia de
campesinos durante todo el año, mientras que éstos pueden hacerse por una
miseria.
Y así siguieron, con su marido proponiendo alguna sugerencia de vez en
cuando y pidiendo los complementos para cada vestido.
Cuando la costurera hubo terminado, Niall la despachó diciéndole muy
amable:
—Ya ayudo yo a milady a vestirse.
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Anne Bushyhead El Amante
Sabrina se puso tensa ante su tono ronco de voz. ¿Cómo podía hacer que la
perspectiva de vestirla sonara como la cosa más sensual del mundo?
—Y bien, ¿sigues dudando de mi experiencia? —le preguntó él cuando ya
se quedaron solos.
—No —tuvo que admitir ella; su elección de colores y estilos era impecable
—. Tu fama es bien merecida.
—¿Qué ha sido eso, mi amor? ¿Un piropo de tus bonitos labios?
«Mi amor.» Sabrina se mordió el labio mientras se ponía el vestido, irritada
por la espontánea intimidad de esa expresión de afecto.
—¿Dónde has aprendido tanto sobre moda femenina?
—Pasé un año en Francia y en Italia.
Se lo podía imaginar fácilmente paseándose por las suntuosas cortes y los
lujosos salones de Europa, coqueteando con princesas y duquesas.
—Supongo que fue allí donde puliste tus aptitudes para el coqueteo. Los
franceses son conocidos por sus talentos amorosos.
—Así es —confirmó él con una sonrisa lánguida—. Las mujeres francesas
casi me agotaron con sus demandas.
—Lástima que no lo consiguieran.
Niall ignoró su mofa.
—Ya era hora de que tuvieras ropa que no ocultase tus en cantos. Estarás
preciosa con esos vestidos. Pronostico que serás la envidia de todas las
mujeres de las Highlands.
Si de verdad éstas le tenían envidia, pensó Sabrina, sería sólo por haberse
casado con el legendario Niall McLaren.
—No es necesario que sigas halagándome. No presumo de belleza.
—Pues la tienes. Tal vez no una belleza corriente. —Su mirada pensativa restó
fuerza a su valoración—. Pero es cierto lo que se dice sobre la belleza y el que
mira. Muchas veces, buena parte de la hermosura de una mujer depende
únicamente de la percepción.
Ella lo miró con escepticismo.
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—La belleza está sobrevalorada —afirmó Niall, cruzándose de brazos—. Una
vitalidad arrebatadora, un ingenio vivo, una mirada insinuante o una sonrisa
seductora pueden compensar multitud de carencias físicas. Gran cantidad de
mujeres han sabido sacar partido a atractivos mucho menos significativos que
los tuyos, cariño.
Sabrina hizo una mueca, pero no fue capaz de evitar el tono de tristeza de su
respuesta:
—Sé perfectamente que los caballeros prefieren una mujer hermosa a una
corriente.
—Algunos quizá. Pero créeme, la belleza clásica no es lo primero que atrae a
un hombre.
—Según mi experiencia, sí.
—Pero tu experiencia no ha sido amplia, ¿no es así?
—Ha sido suficiente —contestó bajando la vista—. Estuve comprometida. El
conoció a otra que le gustaba más que yo. Una mucho más guapa.
—Seguro que era un imbécil.
—No, en absoluto. Se enamoró. Se... casó con mi prima.
Niall frunció su oscuro cejo.
—Ah, la dama a cuyo baile de compromiso asistí el año pasado. Dime, ¿es
ése el mismo hombre que no sabe complacer a una mujer en la cama?
Sabrina recordó haberle hablado de la idea de Francés de que sólo los
hombres disfrutan del acto del amor, y que Niall le había respondido de
inmediato que compadecía a su prima.
—Ignoro cuáles son sus hábitos sexuales —replicó Sabrina avergonzada.
—Pero tu prima no ha gozado en su lecho conyugal —le recordó él con una
leve sonrisa—. A riesgo de sonar engreído, creo que tú has salido ganando con
tu matrimonio.
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¿Había salido ganando?, se preguntó la joven contemplando el bello rostro
de su marido. Al menos, Oliver sería fiel a su prima, de eso estaba convencida
y en cambio Sabrina no esperaba lo mismo de Niall. Él había dejado muy
claros los términos de su unión: quería ser libre para proseguir con sus
actividades amatorias fuera del lecho matrimonial.
Niall observó su mirada especulativa, y lo asaltó una repentina ternura. Era
una lástima la poca confianza que su esposa tenía en su propia belleza. Pero se
proponía demostrarle que estaba equivocada. Aunque no hiciera nada más en
aquel matrimonio, lograría que su dulce ratita floreciera con las pasiones de una
mujer.
Se levantó despacio de la silla y se acercó a ella. Le puso las manos en los
hombros, le dio la vuelta y la colocó frente a él para poder ver su imagen en el
espejo de cuerpo entero.
—Todas las mujeres tienen su propia belleza, su propio aroma, su propia
pasión. Para descubrir la tuya, sólo hace falta tener buen ojo.
¿Era ése el secreto de Niall?, se preguntó Sabrina aturdida.
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Anne Bushyhead El Amante
Uno que resulta aún más poderoso cuando estás excitada. Me encanta el ardiente
destello de tus ojos cuando le inflamas de furia o pasión.
Entonces le deslizó el brazo alrededor del cuerpo, y luego subió las manos
despacio para cubrirle los pechos, acercándola a su cuerpo. La muchacha se sintió
de pronto completamente falta de fuerzas.
—Si... me encuentras... aatractiva... —tartamudeó un poco en esa palabra—,
entonces ¿por qué no... por qué no me... ? —Se sonrojó, incapaz de completar la
pregunta.
—¿Por qué no he vuelto a hacerte el amor desde nuestra noche de bodas?
Porque, cariño, tu cuerpo necesitaba tiempo para acostumbrarse a mis
costumbres.
Sintió surgir en ella el anhelo, surgido del modo en que él le sujetaba
suavemente los pechos.
—Pensaba que... yo no te interesaba.
—No, ratita. Me interesas, y mucho. Te aseguro que la abstinencia no ha sido
fácil para mí. —Su sonrisa íntima fue el mejor cumplido que le habían dedicado
nunca—. Pero me propongo remediar la situación.
—¿Ahora? ¿No... lo dirás en serio?
—Yo siempre me tomo la seducción muy en serio.
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Ella hizo ademán de retirarse, pero sus brazos se lo impidieron.
De manera suave y excitante, muy despacio, Niall empezó a describir círculos
alrededor de sus pezones, haciéndole sentir la suave fricción del tejido de lino.
A Sabrina le costó respirar, cuando notó que la parte inferior de su cuerpo
palpitaba, volviendo a la vida.
—¿Has visto lo bien que encajamos? —Acercó los labios a la curva de su
cuello—. Tu estatura es perfecta para mí. Apenas tengo que agacharme para
besarte...
Le mordisqueó la oreja, haciéndola estremecer. Su respiración no era más que
un leve susurro.
— ¿Te digo lo que siento cuando te beso? Lo bien que sabes...
Tus labios son como el vino, tu aliento como néctar, tu piel tan
suave y sedosa... Quiero beber de ti.
Su voz embrujadora resonó en sus oídos inundándola de sensaciones cálidas y
ardientes. La estaba tocando otra vez, acarician dolé los pezones hasta hacer que
se sonrojara de intenso calor.
— Pero hay mucho más que te quiero enseñar, cariño. Para
ayudarte a descubrir tu propia y deliciosa sensualidad...
Ya estaba haciéndolo, pensó Sabrina, aturdida. Un placer indecente brotaba de
allí donde él la tocaba. Con un suave jadeo de capitulación, cerró los ojos a las
escandalosas caricias de su marido.
La boca de él se movió despacio por su piel, descendiendo por su esbelto
cuello, por la suave pendiente de su hombro. Cada caricia era un ejemplo de
sensualidad. Y a cada centímetro, la arrobaba más, la confundía más, hasta
que fue incapaz de completar una frase. Niall...
— Creo que ha llegado el momento de que recibas otra lección de
comportamiento conyugal. — Apartó las manos de
ella — . Descubre tus hermosos pechos para mí, cariño.
— ¿Qqué? — Atontada, abrió los ojos muy despacio — . ¿Por
qué?
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— Porque quiero verte. Quiero enseñarte cómo funciona el
placer, dulce Sabrina. Quiero conocer todas las curvas, las prominencias y los
huecos de tu cuerpo... y que tú conozcas los míos.
Quiero enseñarte a complacerme... Vamos, haz lo que te digo.
Ella titubeó, con las mejillas encendidas por tan descarada orden.
Lo vio sonreír a través del espejo.
—Debemos practicar con gran diligencia para vencer tu timidez.
Con dedos temblorosos, Sabrina se desabrochó los diminutos botones de la
camisola. Cuando ahuecó el escote para liberar las pálidas esferas de sus
pechos, los sonrosados pezones ya estaban erectos.
—Excelente —dijo él despacio—. Ahora tócate los pezones.
—No... no...
—Recuerda tus promesas, mi amor. ¿Acaso no has prometido honrar y
obedecer a tu marido?
Completamente avergonzada, Sabrina accedió a sus exigencias y alzó los
dedos para cogerse ambos pezones. En seguida cerró los ojos ante el cosquilleo
de placer que recorrió sus sensibles montículos.
—Perfecto. Mantén esa postura. Quédate como estás.
Ella abrió los ojos de inmediato mientras Niall se iba. Aunque no fue lejos.
Sólo al guardarropa, donde se quitó el chaleco y la camisa, dejando al
descubierto su pecho musculoso.
Con gran placer, Sabrina fue inmediatamente consciente del magnífico
cuerpo masculino, del latido de sus pechos calientes debajo de sus propios
dedos. Niall le ofrecía una excitación salvaje y desenfrenada, una promesa
exquisita de pasión y plenitud.
Una promesa que deseaba desesperadamente que él cumpliera.
Se quedó clavada en el suelo, mientras Niall, con toda naturalidad, se sentaba
en la silla de delante del fuego. Luego la miró, con los ojos iluminados por
una ardiente sensualidad.
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Empezaba a acostumbrarse a la abierta manifestación del deseo de su marido,
pero se sobresaltó cuando lo vio empezar a desabrocharse los botones de sus
ajustados calzones. En un instante, pudo ver su miembro erecto, grande y
rígido, surgiendo de un oscuro nido de vello.
La escena, tan decadente, tan pecaminosa, la fascinó.
— ¿Recuerdas cómo te besé entre los muslos, cielo? — le preguntó Niall con
un tono de voz tan ardiente que a Sabrina la hizo
pensar en una pasión oscura y secreta — . Un día de éstos aprenderás a
tomarme en tu boca, y a acariciarme con tus labios y tu
boca. Pero aún no estás lista para semejantes placeres. De momento, nos
limitaremos a disfrutar el uno del otro. Ven... sienta
te en mi regazo.
Tuvo que repetírselo para que ella lograra que sus extremidades debilitadas
se movieran. Una intensa oleada de emoción la inundó mientras se
aproximaba a su marido con cautela.
Cuando estuvo lo bastante cerca, él le tomó la mano y la in dujo a que se
sentara de lado en su regazo. Sabrina se sintió atrapada en el leve círculo
protector de sus brazos.
—No tengas miedo de ser mujer, cariño — le susurró Niall
con voz ronca.
—No tengo miedo — mintió ella. Notó su virilidad rígida y
caliente contra su muslo, sintió los músculos bien formados al
apoyar las manos en su pecho.
— Bien. Ahora vamos a jugar a un juego. Esta vez tú vas a seducirme a mí.
— No... sé cómo.
— Yo te enseñaré. Cógete los pechos para mí, cielo.
— ¿Así... ? — Se los sujetó con las manos tímidamente.
— Súbelos un poco más... júntalos para que yo pueda besarlos.
La hacía sentirse perversamente seductora, pero experimentaba un irresistible
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Sabrina se arqueó apoyada en él. Cuando Niall se retiró, ella notó el aire frío en
sus pezones erectos y palpitantes.
—¿Deseas complacerme? —le susurró con voz ronca.
—Sí... —contestó Sabrina quedamente.
—Que te oiga decirlo.
—Deseo complacerte, milord.
—¿Y cómo te propones hacerlo?
—Yo... tú... ¿haciéndote el amor?
—Exacto. ¿Me deseas, cariño?
S í.
—Dime cuánto.
—Niall... te deseo.
—¿Quieres que te llene?
Sí...
Su sonrisa arrebatadora la dejó sin aliento.
—Todo a su debido tiempo —contestó él con aquel tono intenso e íntimo
que a ella la hacía pensar en dos cuerpos ardientes en pleno éxtasis—. Voy a
llenarte del todo, pero aún no, dulce Sabrina...
Ésta se desplazó un poco hasta apoyar el hombro en su pecho, mientras su
pelo suelto se derramaba por el brazo con que Niall la sujetaba. Luego, él le
subió la camisola hasta la cintura.
—Separa los muslos para mí.
Sabrina obedeció y abrió las piernas ante la mirada brillante del hombre,
hasta dejar su sexo completamente al descubierto.
—Ahora tócate.
Ella cerró los ojos cohibida, pero obedeció y bajó la mano por su vientre,
por encima del triángulo de vello rizado hasta rozar con el dedo el núcleo de
su feminidad. Agitó las caderas ante el placer tan fiero e intenso que
experimentó.
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—¿Estás húmeda?
Para su absoluta vergüenza, lo estaba.
—Sí... —susurró.
—Déjame que lo compruebe.
Él exploró con los dedos los oscuros rizos que coronaban sus muslos y tocó
con el pulgar el néctar ardiente que se ocultaba entre sus pliegues abiertos
mientras un sentimiento primitivo se apoderaba de ella. Lánguidamente, Niall
introdujo el dedo índice.
—Como sospechaba, húmedo y resbaladizo. Como terciopelo caliente.
—Por favor...
—¿Por favor qué? —Volvió a empujar despacio—. ¿Por favor sácame los
dedos de dentro o por favor vuélvemelos a meter?
Sabrina se estremeció con violencia. No podía respirar, se sentía presa de
un anhelo desenfrenado.
—¿Quieres sentirme en tu interior? —le preguntó él.
Incapaz de responder, ella se retorció inquieta, impotente. Niall la volvió a
acariciar, haciéndola gemir profundamente. Sus caricias eran mágicas. La
sensualidad era un arte para él, se le daba bien, demasiado bien...
—Cógeme el sexo con la mano —la instó él.
A ciegas, Sabrina se volvió en su regazo para hacer lo que le pedía. Su
miembro estaba henchido, caliente, palpitante, completamente rígido, y Sabrina
tembló de excitación cuando lo notó erguirse en su mano.
—¿Notas la dolorosa inflamación que me has producido? Pensar en todo
lo que voy a hacer contigo es un auténtico tormento.
Cuando la joven estaba a punto de soltarlo, su marido negó con la cabeza y
le susurró con voz ronca:
—No... agárrame más fuerte. No me haces daño. Aprieta con fuerza.
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¿Sabes lo mucho que me gusta que me toques? Quiero que me introduzcas en
tu deliciosa y ardiente humedad, que te estremezcas alrededor de mi sexo
erecto.
Esas palabras de lujuria provocaron una palpitación en lo más profundo de
su ser, un dulce y disparatado anhelo que arrasó por completo su razón,
debilitándola.
Entonces Niall la besó en la boca, estrechándola con fuerza entre sus
brazos y el calor abrasador se transformó en una dolorosa necesidad. Sabrina
se colgó de él, y su cuerpo delicado se fundió con su cuerpo musculoso. La
atrevida lengua del hombre se introducía de forma rítmica en la receptiva boca
de ella, mostrándole exactamente lo que se proponía hacer con su sexo.
Sabrina notó cómo el intenso deseo de él devoraba sus sentidos, su
erección rígida contra la carne palpitante de ella.
—Ahora, creo que estás lo bastante excitada... Ya puedes montarme si así
lo quieres... ¿Me deseas, cariño?
Sí...
— Entonces siéntate a horcajadas sobre mí.
Temblando, trató de volverse, pero no pudo moverse porque la camisola se
le había enredado en los muslos.
— Ayúdame — le suplicó.
Una sonrisa lenta y perversa iluminó el hermoso semblante de Niall.
—Encantado.
Cogiéndola por las estrechas caderas, la levantó hasta colocarla a la altura de
su miembro erecto, con su erección frente a la entrada caliente y húmeda de
ella.
Sabrina, con el corazón palpitándole desenfrenado, trató de acercarse,
movida por la urgencia.
Tranquila, tigresa — le susurró él y, guiándola hábilmente, la penetró
despacio con su rígido miembro masculino.
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Cuando el placer se apoderó de ella, arrebatador, pleno e intenso, la joven
dejó escapar un suspiro de éxtasis y luego se desplomó sobre él y apoyó la
cabeza en su sudoroso hombro, deseando poder quedarse así para siempre.
Pero Niall aún no había terminado. Deslizó las manos por sus caleras, la
penetró más profundamente y gimió cuando el resbaladizo calor de su cuerpo
lo envolvió por completo.
—Qué apretada estás... Cielo santo, cómo me enciendes la sangre...
Se balanceó contra la mujer, describiendo lentos círculos con sus caderas, y
cuando Sabrina se arqueó respondiendo, la instó a que continuara.
—Eso es, preciosa mía, deja que sienta cómo te mueves.
Quiero que te dejes ir...
Una suprema excitación lo abrasó por dentro al tiempo que su erección se
movía en el interior de su esposa. La deseaba más allá de toda lógica o razón.
Quería que se volviera loca de deseo por él. Haciendo un enorme esfuerzo de
control, se aplicó a la deliciosa tarea de hacerla gemir de nuevo.
Al ver el intenso rubor que le encendía las mejillas, la enseñó a sincronizar
cada deliciosa embestida con sus jadeos entrecortados. Sin darle un instante de
respiro, ayudándose de las manos, le movió las caderas a un ritmo
enloquecedor, al tiempo que la deslizaba arriba y abajo sobre su miembro
hasta llevarla al éxtasis.
Cuando Sabrina le clavó los dientes en el hombro, Niall rió triunfante y
volvió a sumergirse en su interior, hasta lo más profundo, con vehemencia,
potenciando aún más su frenesí.
Sus embestidas desataron un estallido de sensaciones que la sobrepasaban.
Sabrina se apretaba enloquecida contra él, pero Niall aguantó hasta que
percibió el inicio de su clímax, los deliciosos espasmos, la tensión
convulsiva alrededor de su sexo.
Cada temblor era una exquisita tortura. Sostuvo el cuerpo de ella en tensión, y
notó cómo se contraía de placer.
Cuando la oyó sollozar y gritar su nombre, perdió el control; todos sus
sentidos parecieron alcanzar la cima y estallar. La abrazó con fuerza.
Sabrina gritó de placer, pero la boca ardiente y hambrienta de Niall ahogó el
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sonido mientras la poseía con una ternura salvaje, un placer puro e
interminable, tan intenso que casi la hizo enloquecer. Los brazos temblorosos
de él la estrujaron cuando alcanzó su propia liberación.
En la quietud que siguió, Sabrina se recostó en él, gimiendo, su cuerpo
flácido derrumbado sobre el del hombre. Sentado, inmóvil, Niall echó la
cabeza hacia atrás y la miró feliz y agotado.
Al cabo de un rato, recuperó el aliento suficiente para preguntarle con voz
ronca si estaba bien.
A Sabrina la asaltó de repente un pensamiento inoportuno. Con el rostro
enterrado en el cuello de su marido, asintió débilmente con la cabeza. Niall
no le había hecho daño en absoluto, salvo en el corazón. Y de pronto fue
dolorosamente consciente de que ese órgano vulnerable estaba en mayor
peligro que nunca.
Sabrina no se equivocaba sobre el secreto de su marido; su increíble poder
sobre las mujeres residía en que sabía cómo hacer que éstas se sintiesen
deseables, codiciadas. Y después de tantos años de sueños no realizados, su
inexperiencia la dejaba totalmente indefensa frente a él.
Cuando notó los labios de su marido acariciándole la sien, ella se apartó,
intentando escapar, pero Niall no se lo permitió. Le sujetó la barbilla con un
dedo y la obligó a mirarlo.
—Eres una alumna aventajada —le dijo.
La ardiente sensualidad de su mirada le produjo un nuevo escalofrío de
desesperación.
Niall podía controlar su deseo a su antojo y ella sólo era para él una conquista
más.
Haciendo un esfuerzo, logró esbozar una sonrisa antes de volver a hundir la
cara en el hombro de él.
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«Me vas a partir el corazón», pensó desesperada. Y no había nada en el mundo
que pudiera hacer para impedirlo.
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Lo deseaba, y nada parecía lo bastante fuerte para lograr que dejara de
hacerlo. Niall había despertado en ella un anhelo irresistible, la había privado
de sus defensas y la había expuesto a una necesidad absoluta y primitiva.
El recuerdo de su propio desenfreno ruborizaba a Sabrina y la dejaba
consternada. Pensaba en sí misma, desnuda en sus brazos, dejándole —no,
suplicándole— que le hiciera cosas que ninguna dama permitiría, y se moría
de vergüenza.
Y aun así, estaba en deuda con él. Niall la hacía sentirse hermosa, deseada y
toda una mujer. Cuando la miraba con aquella apasionada ternura, casi podía
creer que la deseaba tanto como ella a él.
Sabía que era una locura engañarse así. Acaparaba su atención en aquel
momento porque le representaba una novedad, una diversión. Consideraba un
desafío transformarla en la clase deamante que a él le gustaba; pero había
montones de mujeres esperando entre bastidores por si perdía interés en su
último entretenimiento.
Recordó esa probabilidad cuando Eve Graham fue a visitarla el día antes de
la festividad de Beltane para hablarle de algunas de las costumbres
supersticiosas que observaban los highlanders.
—Hay que lavarse la cara con el rocío de la mañana para embellecer la piel, y
plantar una rama de espino delante de la puerta de tu amado —le explicó la
viuda—. Y cuando cae la noche...
—Eve sonrió—. Se encienden las hogueras para garantizar la fertilidad de las
cosechas, pero la oscuridad circundante constituye una oportunidad para toda
clase de encuentros. Recuerdo el último primero de mayo con mucho cariño.
Las parejas buscaron refugio en el bosque, y Niall y yo... Ay, perdona mi
lengua díscola. No creo que te apetezca oír eso.
Sabrina, a la que nunca se le había dado bien ocultar sus sentimientos, notó
cómo la desesperación se apoderaba de su semblante al recordar la intimidad
que Niall y la hermosa viuda habían compartido.
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Anne Bushyhead El Amante
Eve adoptó de inmediato una actitud solidaria.
—Sabía que esto iba a suceder, Sabrina. El sinvergüenza de tu marido te ha
embrujado. Te advertí que protegieras tu corazón. —Suspiró—. Era de
esperar, supongo. Niall es un experto seductor. Ese guapísimo demonio
conoce la clave para llegar al corazón de cualquier fémina.
—¿Y cuál es? —preguntó ella, en parte por curiosidad, y en parte porque
envidiaba la amplia experiencia de Eve.
—Pues la plenitud, querida. Proporciona a cada mujer lo que cree que ella
anhela más. Trata a una dama como a una posadera y a la posadera como a la
dama más exquisita. Una mujer que anhela respetabilidad, perderá la cabeza
por un hombre que la honre y la adore, mientras que a una señora de buena
familia la entusiasmará comportarse escandalosamente.
«La plenitud —meditó Sabrina. Eso era sin duda lo que Niall ofrecía—.
Puede lograr que una mujer corriente se sienta hermosa y deseada.»
—Pues yo no tengo deseo alguno de hacer de ramera —murmuró la joven,
absorta en sus pensamientos.
—Hay montones de mujeres que pagarían una fortuna por ocupar tu lugar —
contestó Eve con sinceridad
Sabrina se puso tensa. Debía recordar que, a pesar de su generosidad, la viuda
seguía siendo una rival en lo relativo a su esposo.
—Estate alerta, querida — prosiguió la mujer — . Niall nunca está satisfecho
mucho tiempo. Tal vez deberías hacer un esfuerzo por atraparlo. Si yo
estuviera en tu lugar, lucharía por él con todas las armas que tuviera a mi
alcance.
— ¿Atraparlo? ¿Cómo?
—Por supuesto, ¡no mostrándole tus sentimientos! Jamás debes permitir que un
hombre sepa que te ha cautivado. —No estoy segura de haberlo entendido.
— A ellos, lo que les gusta es la persecución. Si les resulta fácil
salirse con la suya, se aburren y pierden interés.
—Pero acabas de aconsejarme que luche por Niall.
— Sí, pero debes ser muy sutil al hacerlo. El objetivo es exci tarlo, no
repelerlo. Los hombres como él prefieren ser los depredadores y no las presas.
Confía en mí, sé de qué hablo. Yo lo conservé más tiempo que ninguna otra
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Anne Bushyhead El Amante
de sus amantes, y no lo
conseguí persiguiéndolo abiertamente. En el juego del coqueteo,
rendirse es un grave error. Debes ser evasiva, Sabrina. Que Niall
no crea que va a tenerte siempre a su disposición.
—En eso estoy de acuerdo — murmuró ella.
—Tampoco estaría de más que alentaras el interés de otros caballeros. Que
otros te persigan, irrita la vanidad de un hombre y lo anima a competir por tus
favores.
—Eso sería como... incumplir las promesas del matrimonio.
— ¡Ni hablar! En la batalla del amor todo vale, y tú persigues
un premio de inestimable valor.
Sabrina sonrió de mala gana. El premio era el rebelde corazón de Niall
McLaren.
De repente, Eve negó con su cabeza empelucada y empolvada.
—No sé por qué te estoy confiando todo esto. Tú eres mi principal rival.
Era obvio que la viuda deseaba que Niall volviera a su cama, Pensó Sabrina
con el corazón encogido.
No obstante, su consejo la atormentó hasta bastante después de que la mujer
se hubiera ido. ¿Debía intentar luchar por Niall? ¿Se ganaría su respeto si se
atrevía a hacerlo? ¿Podía confiar en retenerlo con sus encantos?
Al día siguiente, la muchacha encontró motivos de esperanza. Los preparativos
de la festividad la tuvieron ocupada, pero después de ayudar a disponer las
mesas y encargarse de algunos ;asuntos de última hora, se puso el traje típico
de las mujeres de las Highlands: un sencillo corpiño tejido a mano, con un
fichú de muselina blanca por encima del pecho, sujeto por un broche, y una
falda de tartán azul y verde, ceñida a la cintura. El paño era lo bastante largo
como para ponérselo sobre el hombro a modo de plaid.
Se quedó sin respiración cuando los ojos de su marido la contemplaron con
aprobación.
—Estás preciosa, ratita.
Desde luego no más que él, pensó ella en silencio. Vestido con el kilt y el plaid
de los McLaren, tenía todo el aspecto de un atrevido highlander.
—Pensaba que el escote sería demasiado recatado para tu gusto.
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Anne Bushyhead El Amante
Él respondió frunciendo los labios.
—Para mi gusto, sí —dijo a continuación—, pero para la señora del clan
McLaren es perfecto.
—Me abruma tu adulación.
—Arpía —le espetó él con ligereza, y un destello provocador en los ojos.
Luego, le ofreció el brazo, y la escoltó desde el edificio anexo
de Creagturic hasta un prado distante, donde estaban celebrándose las fiestas.
El delicioso aroma de los asados de buey y oveja ensartados en enormes
espetones llenaba el aire, mientras entre los asistentes circulaba la cerveza y
el whisky de malta. En el extreme opuesto del campo, los hombres jugaban:
lanzamiento de trono» (una estaca de madera larga y pesada), lanzamiento de
fardo (un saco lleno de paja enganchado a una horca). En los límites del
bosquecillo de abedules, un grupo de gaiteros y violinistas ofre cía música de
baile para antes de la cena.
A Sabrina la angustió la cantidad de «enamoradas» de Niall que vio por
allí: Betsy McNab, la lechera de Banesk, Jean McLaren, la criada de
Creagturic, la hermosa Eve Graham y Fenella Fletcher, aunque ésta llevaba
consigo a sus dos hijos.
Pero para su sorpresa, Sabrina descubrió que también ella tenía
admiradores.
Geordie abrió unos ojos como platos cuando la vio ataviad;! con el traje
tradicional de las Highlands.
—Estás preciosa vestida así —le dijo sorprendido.
Ella se rió. Los esfuerzos de Niall por aumentar su atractivo estaban dando
resultado.
—Ojalá mi abuelo pudiera verme.
Entonces John McLaren se acercó a saludarla.
—Nos enorgullecemos de ti, milady —le dijo con abierta admiración.
Sabrina le dedicó una reverencia, acompañada de una sonrisa. —Todo un
cumplido viniendo de ti. Pensaba que no te caía bien.
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Anne Bushyhead El Amante
—Te equivocas. Me alegro de que Niall te haya tomado por esposa. Desde
que murió su padre, nunca había visto al muchacho tan alegre.
La joven notó que su sonrisa flaqueaba. Miró por encima del hombro a su
marido, ocupado saludando a otros de su clan.
—En realidad, todos los nuestros están satisfechos de que seas nuestra
señora —añadió John.
—Sospecho que no puedo esperar estar a la altura de la madre de Niall. Por lo
visto, lady McLaren era magnífica.
—Sí, pero lo estarás.
Ese elogio inesperado la ruborizó.
Para su sorpresa, muchos hombres quisieron bailar con ella. Niall le pidió el
primer baile, una danza escocesa típica de las highlands, pero luego estuvo
bailando con hombres de los dos clanes, que la dejaron sin aliento y
sonrojada por el esfuerzo.
Se sentía halagada y algo aturdida por tanta atención masculina. Geordie la
rondaba posesivo y ella se descubrió disfrutando de un inocente coqueteo,
poniendo a prueba sus recién descubiertas aptitudes.
Cuando empezó a anochecer, Niall volvió a su lado y juntos disfrutaron de
una cena deliciosa. Permaneció con ella incluso después de anochecido,
cuando se encendieron las hogueras de Beltane.
En aquella noche fría, Sabrina agradeció el calor. Una luna llena,
enorme y de un blanco luminoso, proyectaba sus rayos sobre los
oscuros montes mientras los parrandistas se reunían en torno a las
hogueras para celebrar los rituales paganos del primero de mayo.
Las llamas se elevaron en la noche, mientras las gaitas tocaban
una melodía inolvidable. La joven contempló emocionada y ad
mirada cómo una decena de chiquillos saltaban por encima del
fuego, escapando por muy poco de las chispas que estallaban hacia el cielo. A
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Anne Bushyhead El Amante
Sabrina permaneció en silencio mientras el calor y la magia tejían un oscuro
embrujo a su alrededor. El whisky que había bebido se le había subido a la
cabeza, pero la proximidad de Niall era lo que más la afectaba. Ante su
incredulidad, no se había movido de su lado.
—Ahora es cuando empieza el verdadero jolgorio —le susurró al oído.
—¿Jolgorio?
Él le señaló el bosquecillo con la cabeza y ella notó que se le aceleraba el
pulso al ver a una pareja adentrarse entre los árboles, con una intención
perfectamente clara.
—Ten cuidado, muchacha, no vaya a ser que se te lleve algún sinvergüenza.
Esa advertencia le alteró la respiración. Sin embargo, algún diablo debió de
sugerirle las palabras que dijo a continuación:
—¿Corro el peligro de que me fuercen?
—¿Te gustaría que lo hicieran?
—Creo que sí...
El ardor que apareció en los ojos de Niall reflejaba el de las llamas.
Sabrina tembló emocionada ante el poder de su feminidad. Aquella noche
no era una ratita. Aquella noche era hermosa, objeto del deseo de aquel
hombre notable. Saber que él la deseaba era un triunfo deslumbrante.
Y sin embargo no sería muy prudente capitular tan de prisa. Provocaría a
Niall, fingiría resistirse a sus halagos, aunque resistirse era lo último que tenía
en la cabeza.
—Aunque yo diría que un jolgorio con la propia esposa debe de carecer de
aliciente para alguien como tú —observó ella con ligereza.
La sensual sonrisa que él le dedicó era pura seducción.
229
Anne Bushyhead El Amante
—¿Te parece que vayamos a probarlo? Sabrina le respondió con una sonrisa
coqueta. —No tengo intención de congelarme, milord. La noche es
demasiado fría como para entregarse a semejante depravación. Sin dejar de
mirarla, Niall soltó una sonora carcajada. —Hay veces en que eres demasiado
transparente, muchacha. El anhelo de tu mirada te traiciona. Confiésalo, estás
deseando participar en una aventurilla perversa. Vamos, ratita —insistió al verla
vacilar—. Te enseñaré cómo se hace. Te prometo que no pasarás frío. —Muy
bien, si insistes.
—Qué maravilla, tener una esposa tan dócil —murmuró él con voz ronca
y cierto tono burlón en sus palabras.
La cogió de la mano y, apartándose de las hogueras, se adentró con ella en
la fría noche. Sabrina notó cómo se le aceleraba el corazón mientras se abrían
camino entre los oscuros grupos de alisos y abedules. Más allá del bosque, las
ovejas salpicaban el prado; su lana parecía plata a la luz de la luna.
La joven se dijo que no hacía más que satisfacer su curiosidad respecto a la
depravación de una festividad pagana. Sin embargo, cuando Niall descubrió un
bosquecillo lejos del jaleo, Sabrina se dio cuenta de que lo único que hacía era
engañarse a sí misma. La emoción de volver a estar en sus brazos bastaba para
hacerla vibrar y arder, y la anticipación del placer que la esperaba le provocó
una debilidad húmeda y maravillosa entre las piernas.
El pulso se le agitó cuando Niall se detuvo para mirarla inquisitivo, sus
rasgos perfectos arrebatadoramente hermosos bajo la lux plateada. Los ojos de
Sabrina se quedaron fijos en aquellos labios sensuales mientras él inclinaba la
cabeza...
Cuando la boca de él entró en contacto con la suya, la joven se quedó sin
aliento. El beso fue leve, pero ella no lograba dominar la oleada de pasión que
se había apoderado de todo su ser.
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Anne Bushyhead El Amante
Cuando su marido se apartó para extender su plaid sobre una base de helechos,
a Sabrina le dieron ganas de gritar, pero él regresó en seguida y le llevó las
manos al pelo.
Le quitó las horquillas del recogido hasta soltar su exuberante cabellera.
— A un hombre le gusta que su mujer lleve el pelo suelto, al
aire.
«Su mujer.» Ojalá pudiera creer que significaba tanto para el. Era un disparate
pensar que alguna vez podría reclamar toda su atención, y sin embargo estaba
allí, con ella. Aquella noche, sólo Sabrina era dueña de su pasión.
Niall le acarició el pelo, hundiendo los dedos en él. Con delicadeza, su mano
descendió hasta su escote, exponiendo la frágil piel de sus hombros y sus
pechos al aire de la noche y a los besos de su esposo. Los pechos de Sabrina se
elevaban hacia él suplicando las caricias de su boca y su lengua; sus pezones
como insolentes protuberancias.
Los preciosos ojos del hombre contemplaron su desnudez, antes de que su
mirada se desviara bruscamente.
— Estás temblando — le susurró con voz ronca.
Cuando le tendió los brazos, Sabrina se refugió gustosa entre ellos, su cuerpo
anhelando su calor y su firmeza, una fuerza tan poderosa como el embrujo de
la luna. Niall la atrajo hacia sí tumbándola a su lado mientras la abrazaba y los
tapaba a los dos con su plaid. El tejido conservaba su calor y su seductor
aroma mezclado con el perfume a humo de leña y helechos rotos. Por un
instante, él se limitó a estrecharla en sus brazos, excitándola con su mera
proximidad.
Pero cuando sus manos empezaron a pasearse por su piel, Sabrina tomó una
bocanada de aire y apoyó la mano en su pecho.
— No... Me toca a mí. Esta vez te voy a complacer yo.
231
Anne Bushyhead El Amante
—¿En serio? —preguntó él con tono vagamente sensual.
Sí.
—¿Estás segura de poder lograrlo?
Sabrina vio la diversión en sus ojos y decidió aceptar el desafío .Niall era
veterano en el juego de la seducción y ella sólo una novata, pero se proponía ser
quien le hiciera el amor aquella vez. Ser ella quien lo sedujera.
—Me ha enseñado el mayor sinvergüenza de Europa. Y tú mismo has
dicho que soy una alumna aventajada.
Ante la provocación de su tono, Niall se prestó a ello con dignidad, y
reprimió la sonrisa que le producía ver cómo aumentaba la confianza de su
recatada esposa en su atractivo. Podría haberla acariciado, embelesado,
seducido, pero quería que fuera Sabrina quien tomara la iniciativa.
Era tan distinta a otras mujeres a las que había perseguido. Aquella
muchacha sabía de lealtad, de deber, de sacrificio, y en cambio no tenía ni
idea de las habituales artes femeninas: argucias, tretas o coqueteos. Aun así,
él había visto en sus ojos el fuego de su pasión oculta, y tenía intención de
apartarla de sus remilgadas ideas, desafiarla a que se enfrentase con su
verdadera naturaleza, que prestara atención a su imprudente corazón. A pesar
de su sentido del decoro, sabía que su ratita podía ser tan salvaje como
cualquiera de las mujeres con las que se había acostado.
Cuando, tímidamente, ella le rozó los labios con los suyos, Niall notó que
se le tensaba todo el cuerpo. Sus besos eran increíblemente dulces, pero la
expectación de lo que estaba por venir lo era aún más. Cerrando los ojos, se
recostó y se dejó hacer.
Sus primeras tentativas resultaron algo indecisas. Él notó cómo le temblaban
los dedos mientras le desabrochaba los botones ocultos entre los encajes de
su camisa, pero ella se negó a permitirle que la ayudara.
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Anne Bushyhead El Amante
Sabrina quiso contestarle «¿Cómo?». Para su frustración, tenía los brazos
enredados en el plaid de él, con lo que no disponía de mucho espacio para
maniobrar.
Mordiéndose el labio inferior, se puso de rodillas y el plaid resbaló de sus
cuerpos, pero ella apenas percibió el frío, de tan empeñada como estaba en
soltarle el borde de la camisa del cinturón y sacársela por la cabeza. Se sintió
endiabladamente viva, presa de una sensación de aventura y emoción. En toda
su insulsa vida, jamás había participado en una travesura tan escandalosa y
atrevida.
El yacía allí, inmóvil, mientras la luna dibujaba el contorno de su musculoso
pecho, con la respiración ligeramente acelerada.
Sabrina inspiró hondo y recordó su consejo: «No tengas miedo de ser
mujer...»
Apoyó las palmas de las manos en su piel y le acarició el torso hacia arriba,
tentada por el calor y la firmeza de éste. Jamás había visto semejante
perfección. Anhelaba poseerlo entero. Esa noche quería conquistarlo como él
la había conquistado a ella.
—¿Qué me vas a hacer ahora, cariño? —la provocó Niall al verla titubear.
—Ya se me ocurrirá algo.
Él esbozó una de esas peligrosas y sensuales sonrisas que tenían el poder de
aflojarle las rodillas.
—Estoy convencido de que sí.
Al descender, los dedos de Sabrina se toparon con su muslo fuerte y
musculoso. Le acarició brevemente la piel cubierta de vello y se detuvo en el
bajo del kilt.
Lo oyó inspirar de golpe cuando subió la mano por su pierna hasta topar
con el ardiente núcleo de tensión de su cuerpo. Los músculos del estómago
del hombre se estremecieron.
Llevada por su instinto, le levantó el kilt hasta la cintura y dejó al
descubierto su descarada y espléndida erección.
Los ojos de Niall ardían como el fuego.
233
Anne Bushyhead El Amante
Ella cogió su miembro con suavidad y la gruesa erección se tensó en su
mano, dura como el hierro pero a la vez sedosa al tacto. Notó cómo la
respiración del hombre se calentaba y aceleraba.
—Tentadora —le susurró.
Tal vez lo fuera realmente, pensó ella triunfante. Quizá había en su interior
una brujita descarada a la que hasta entonces no conocía.
Envalentonada, lo sujetó con más fuerza, excitándose a la vez que lo
excitaba a él. Estaba aturdida, mareada por el increíble poder que sentía al verlo
entregarse a sus caricias, por la sensación de estar al mando, y la
constatación de su propia feminidad. Niall era todo de ella, para que hiciera
con él lo que quisiera.
—Quiero complacerte —le susurró Sabrina.
—Ya me complaces, muchacha.
Casi sin darse cuenta, se dejó llevar por sus instintos y le acarició los tiernos
sacos situados bajo su rígido miembro, apretándolos, manoseándolos,
provocándolo...
Al ver el evidente gesto de placer de su rostro, Sabrina recordó lo que él le
había dicho una vez, que un día besaría y acariciaría gustosa su sexo, que lo
excitaría con la boca como él la había excitado a ella.
Sosteniendo aún su miembro en la mano, bajó descaradamente la cabeza.
Estremecida de gusto, depositó un beso en su dura erección.
—Sabrina... —dijo él con voz ronca y gutural, pero silenció su protesta
ante la sublime expectativa de verla sumergirse en la pasión.
Por increíble que pudiera parecer, Sabrina volvió a acercar los labios hasta su
entrepierna, hasta su virilidad presa de una ardiente excitación. Cuando su boca
lo acarició suavemente, Niall tomó una fuerte bocanada de aire,
—¿Es... así... como se hace? —preguntó indecisa, retirándoseun poco.
—Así precisamente —respondió él con una carcajada ronca.
Aquella risa grave se desintegró en un gemido estrangulado cuando la
muchacha paseó la lengua por la pulsátil longitud de su erección, que se
estremeció con el roce y aumentó visiblemente de tamaño.
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Anne Bushyhead El Amante
—¿Y así,..? —Lo lamió con timidez, con una sensual inocencia que resultaba
enloquecedora.
—Cielo santo, sí. —Involuntariamente, le sujetó la cabeza guiándola mientras
ella lo excitada—. Dios... ¡qué cosas me haces!
Paseó la boca por su sexo con lentitud, experimentando ins tintivamente con
sus caricias inexpertas, saboreando a Niall como él la había saboreado a ella,
disfrutando de la tensión de su hermosa masculinidad, del modo en que suplicaba
sus caricias, extasiándose ante el poder de aquel cuerpo, disfrutando la novedad
de tener a su sensual marido a su merced.
Entonces se metió su miembro en la boca.
Niall se arqueó sobre el plaid con un deseo candente y explosivo. Y mientras ella
lo succionaba despacio, el placer inundó sus sentidos, y se oyó gemir; un sonido
agónico en la quietud de la noche. La había instruido muy bien.
Hundió los dedos en la melena de ella. —Cielo santo, pones a prueba mi
fortaleza, mi amor. Si seguimos así, no respondo de mí mismo.
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Anne Bushyhead El Amante
Posesivo, la sujetó con la espalda mientras la penetraba aún más, para luego
deslizarse un poco más abajo para así protegerla procurando apaciguar el
movimiento de las caderas de ella. Cuando Sabrina se meció despacio, Niall se
estremeció y tomó una bocanada de aire, conteniendo a duras penas aquella
pasión desenfrenada.
—No... —le ordenó ella sin aliento, decidida a conservar el control—. Tú
debes estarte quieto.
—¿Mientras... me... atormentas?
—Exacto.
Su determinación formaba parte del deseo que él le inspiraba. La muchacha se
deslizó hacia abajo con exquisita lentitud, y luego se alzó, hasta encontrar un
ritmo sensual, conteniéndolo dentro de ella con vehemencia. Él le amasó el
trasero un instante, pero después se tensó repentinamente presa de un apetito
violento. El semblante se le contrajo de placer a medida que el deseo, voraz y
cegador, se apoderaba de él. En su estallido de dicha, gritó el nombre de ella.
Sabrina notó el movimiento convulso del cuerpo de Niall, hasta el final de su
estremecedor alivio, mientras se vaciaba en su interior.
Aún tembloroso, se la acercó y la estrechó entre sus brazos. Ella se entregó
gustosa, enterrando el rostro en su amplio hombro, con sus pechos desnudos
en la cálida piel de su tórax. Se sentía poderosamente femenina,
deliciosamente débil, a pesar deque su cuerpo aún anhelaba febril las caricias
de él.
Suspirando, se acurrucó contra su cuerpo fuerte y musculoso y saboreó su
proximidad. Quería quedarse así para siempre, refugiada en su abrazo. Quizá
tuviera que hacerlo, pensó esbozando una sonrisa divertida. Obviamente, no
podía regresar a la celebración de aquella guisa. Jamás lograría explicar su
desnudez.
—Perdóname, muchacha —oyó murmurar a Niall con voz ronca.
—¿Que te perdone?
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Anne Bushyhead El Amante
Notó la cálida presión de sus labios en la sien, mientras su mano le apartaba
el pelo enmarañado de la cara.
—Por mi impaciencia. Tú no has alcanzado el placer.
—Ah, eso. No importa. —Realmente no le importaba. Le bastaba con haber
excitado a su marido hedonista y sensual hasta el punto de hacerle perder su
férreo control.
—Claro que importa. Ha sido un descuido inexcusable por mi parte.
—No, en serio...
Con las manos en los hombros desnudos de ella, la levantó para poder mirarla
a los ojos.
—¿Debo entender que no te importa que te deje insatisfecha?
Ella dudó en confesar su necesidad, el anhelo salvaje que él le había
despertado. Guardó silencio y las mejillas se le encendieron.
—¿Aún me deseas?
A esa pregunta podía responder con sinceridad.
Sí...
Él le dedicó una de sus devastadoras sonrisas.
—No puedo permitir que se diga que he dejado insatisfecha a una mujer.
Sorprendida, notó que el miembro de él volvía a henchirse y palpitar en su
interior. Sin darle tiempo para protestar, la atrajo hacia sí hasta que su boca
alcanzó sus pechos. Con sus labios rodeó un pezón, e, instantáneamente,
reavivó las llamas del cuerpo de ella.
Lamió la protuberancia y se la mordisqueó suavemente. Cuando empezó a
succionar con mayor fuerza, la exquisita sensación la hizo jadear.
Con un ronco susurro de triunfo, él rodó sobre su cuerpo colocándola
debajo. Le acarició las caderas con las manos, y luego las deslizó bajo sus
nalgas, para apretarla más contra sí.
—Dime que me deseas, cariño.
Ella se estremeció de gozo.
—Sí... Niall... te deseo.
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intensificando a un tiempo el terrible y dulce anhelo de su interior.
La tomó a embestidas largas, profundas, prolongadas, moviéndose sin
prisa dentro de ella, hasta que su cuerpo esbelto se retorció contra el suyo,
sacudiéndose descontroladamente.
—Sí, dulce Sabrina —la instó él—. Así... Sé salvaje y desenfrenada.
Ella obedeció. No tenía elección. A medida que aquel deleite supremo se
intensificaba, ella pronunció su nombre con voz entrecortada y se agarró a sus
hombros, clavándole las uñas en la piel húmeda. Cuando llegaron las primeras
convulsiones, él cubrió su boca con la suya, ahogando sus gritos de éxtasis.
Sabrina se colgó de él, sacudiéndose, mientras él arremetía más fuerte, más
rápido...
Sólo cuando la joven se abalanzó frenética sobre él, sollozando, relajó Niall
el estricto control que había mantenido sobre sí mismo. Su cuerpo se tensó
como un arco, con posesiva violencia, reclamándola, lanzándolos a los dos a
una oscuridad salvaje y acalorada antes de que por fin culminara la tormenta
de fuego.
Se desplomó sobre ella, agotado tras el placer tumultuoso, y la satisfacción
resultó demoledora... una vez más.
Yacieron el uno en brazos del otro, escuchando sus latidos, desmadejados
y enredados en una maraña de pelo, extremidades y placer. Niall aún podía
percibir el estremecimiento del cuerpo de Sabrina, su propio estremecimiento.
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con cualquier mujer, sobre todo con una muchacha virgen e inexperta que no
presumía de belleza ni de artes femeninas.
Negó con la cabeza, maravillado ante el increíble apetito que su inocente
esposa había despertado en él. Su intención no había sido más que hacerle el
amor a Sabrina, pero su estrategia se había ido a pique en algún momento
entre el primer delicioso beso y el segundo. Sólo pretendía lograr que fuera
sexualmente receptiva, despertar la pasión exquisita e inexplorada que
contenía su hermoso cuerpo, pero él mismo se había perdido en el éxtasis ex
plosivo... dos veces.
La respuesta de su propio cuerpo lo había asustado. Jamás habría esperado
sentir un anhelo tan vehemente, un deseo tan febril... ni la bruma de
satisfacción que lo envolvía entonces. Se sintió casi embriagado, como si
hubiera bebido demasiado.
Quizá estuviera perdiendo facultades.
Suspirando, hizo a un lado ese pensamiento. Sería mejor que se limitara a
saborear la rendición de su esposa, que sencillamente disfrutara del momento.
—Así es como se está calentito en una noche fría, ratita —le susurró
cuando pudo hablar.
Ella respondió vacilante y en voz baja, con apenas un hilo de voz, pero él la
oyó:
—¿Me... lo... enseñas otra vez?
Por extraño que pudiera parecer, Niall notó que su cuerpo masculino se
agitaba. Acercándosela, rió sobre su pelo sin poderse contener.
—Será un placer para mí —le susurró antes de volver a acomodar el
cuerpo de ella debajo del suyo una vez más.
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12
Y así empezó una época mágica para Sabrina, que finalmente había caído
bajo el hechizo de Niall. Pasaron apasionadas noches el uno en brazos del
otro. Quería tocarlo mil veces al día y, cuando estaba fuera, la mente y el
corazón de ella seguían perteneciéndole.
Él le enseñó el significado del placer. Parecía adorar su cuerpo, le
despertaba una pasión trémula, un deseo voraz tan salvaje como los montes de
las Highlands. Bajo su tutela, Sabrina descubrió un lado hedonista y
desinhibido de sí misma que jamás habría supuesto que existía.
La hizo florecer como mujer. Su frágil autoestima crecía cada vez que él
desafiaba su modesta opinión de sus atractivos. Empezaba a creer que era
realmente hermosa a sus ojos, que sólo la quería y la deseaba a ella. Hasta
confiaba en que su matrimonio floreciera.
Y aun así, incluso cuando sucumbía a sus provocadoras caricias, la
atormentaba el temor y la incertidumbre que sentiría cualquier mujer en brazos
de un hombre que sabía que terminaría haciéndole daño.
De hecho, a menudo Sabrina se advertía a sí misma con severidad, se
recordaba que todo aquello —su matrimonio, su seducción, la instrucción de
Niall en el sensual arte del deseo— no era más que un juego para él. Su corazón
no se comprometía, y probablemente jamás lo haría. Su vínculo era puramente
físico, e incluso aquello podría dejar de existir en el instante en que otra mujer
más hermosa y experimentada que ella cautivara su interés.
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montañas, la lavanda se mezclaba con el brezo silvestre, y las cañadas se cubrían
de un brillante verdor.
Aquella belleza salvaje seducía a Sabrina, aunque no más que el sinvergüenza
de su marido. Su poderoso embrujo la tenía embelesada.
No podía pedir un amante ni un esposo más devoto, y constantemente
descubría peculiaridades de él que jamás habría imaginado. Descubrió por
ejemplo que, bajo su encanto elegante y su perverso ingenio, ocultaba un lado
sobrio que Sabrina podía respetar y admirar.
Una tarde, después de que ella comentara secamente en voz alta que Niall no
disfrutaba con otro deporte que no fueran sus frívolas persecuciones carnales, se
la llevó a pescar truchas. Eligió un sitio increíblemente hermoso, con un arroyo
que cruzaba una agreste cañada, llena del serbal y los helechos de las montañas.
Tendió su plaid al sol y compartieron un almuerzo de pan y queso, huevos
duros y una jarra de sidra, mientras Rab correteaba por la orilla extasiado,
obsesionado con atrapar algún pez.
— Mi padre solía traerme aquí cuando era niño — murmuró él
al cabo de un rato.
Sabrina percibió el matiz de pena de su voz. —Lo echas mucho de
menos, ¿verdad? Su mirada se entristeció.
— Sí. No había un hombre mejor... ni mejor jefe.
— Tú estás ocupando su lugar de forma admirable.
Niall sonrió sin ganas y negó con la cabeza.
—No tan bien. Lo habría hecho mejor si me hubieran preparado
convenientemente para ello. Pero no había motivo. Jamás
pensé que me convertiría en jefe. El hijo pequeño nunca hereda y debe quitarse
de en medio.
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Anne Bushyhead El Amante
En lugar de quedarme en casa, yo me dirigí al continente en busca de fortuna,
haciendo uso de los dones que poseía. —¿Dones?
—Sí, mi porte agradable y mi espléndido semblante —contestó en tono
socarrón—. Esos atributos me dieron acceso a los círculos más ricos, donde me
mantenía gracias a los juegos de azar en los que siempre ganaba a los nobles
adinerados.
Sabrina contempló a Niall tumbado en el plaid, cubriéndose la frente con un
brazo. Se equivocaba al considerarse indigno de dirigir su clan. Aunque no hubiera
esperado la responsabilidad del liderazgo, se preocupaba mucho por los suyos y
se tomaba muy en serio su cuidado y su protección. Ella sabía que haría cualquier
sacrificio por garantizar su prosperidad.
—Mi hermano Jamie debería haber sido el jefe —prosiguió en voz baja,
mirando al cielo—. Él debería estar aquí ahora, en mi lugar. Pero murió igual que
mi padre a manos de los malditos Buchanan. —Cerró los ojos con fuerza—. Y yo
no me enteré de su muerte porque estaba fuera, en un baile.
A Sabrina se le hizo un nudo en la garganta al comprender la culpa que él
sentía por haber sobrevivido.
—No habría hecho ningún bien a nadie que tú también hubieras muerto con
ellos —le susurró, intentando consolarlo.
—Sí, pero quizá habría podido salvarlos. O morir en su lugar.
Sabrina apartó la vista. Tal vez fuera egoísta, pero se alegraba de que Niall no
hubiera muerto. No podía imaginar el mundo sin aquel hombre vital y hermoso.
—Se castigó a los culpables, ¿no?
Él apretó la mandíbula.
—Sí, los bastardos asesinos pagaron su traición. Yo mismo me encargué de
ello.
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Anne Bushyhead El Amante
—Geordie me dijo en una ocasión... que Owen Buchanan no era responsable
directo de la emboscada.
—Quizá no diera la orden, pero en cualquier caso, fueron sus hombres. Un jefe
es responsable de los actos de los suyos.
Sabrina se volvió y lo miró. La pena y la ternura la inundaron.
—Aún quieres vengarte de él, ¿verdad?
—¿Y qué si es así? —La pregunta era venenosa, su tono amargo.
Ella hizo una mueca. Sólo trataba de entender su terca intolerancia.
—Geordie me ha contado que hubo un tiempo, antes de la tragedia, en que
Owen quiso poner fin a la enemistad, en que propuso una tregua.
Él soltó un bufido de burla.
—Geordie Duncan habla demasiado. Y los Buchanan son mentirosos además
de cobardes. ¿Una tregua? Es un disparate esperar que quieran negociar de
buena fe. Owen te traiciono cuando lo intentaste. Tendrías que haber
aprendido la lección.
Sabrina no tenía respuesta para eso.
—Lo sé... Sólo que parece que...
—¡No, déjalo! No voy a tolerar que defiendas a mi mayor enemigo.
Cuando Niall se levantó bruscamente, ella se sumió en un silencio incómodo.
El tiempo se alargó entre ellos, reviviendo la tensión y el resentimiento de los
comienzos de su relación.
Él cogió su caña y se acercó a la orilla a pescar, molesto con Sabrina y consigo
mismo. Le había contado demasiado, le había desvelado más cosas de sí
mismo de lo que era aconsejable... lo de su padre y su hermano... y la había
incitado a discutir con él sobre su enemistad con los Buchanan. Él no tenía por
qué justificar su odio por Owen Buchanan, ni ante ella ni ante nadie.
La ratita de su esposa sabía cómo pillarlo con la guardia bajaClaro que Sabrina
ya no era una ratita, decidió a regañadientes mientras ponía cebo en el anzuelo.
Como alumna suya, progresaba de forma admirable, y a menudo vislumbraba
en ella destellos de la mujer sensual y seductora que él había creído que podía
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Anne Bushyhead El Amante
ser. En la cama, era tan desenfrenada y apasionada como cual quier hombre
podría desear. Y Niall notaba que el corazón se le llenaba de afecto en los
momentos más extraños... Apretando la mandíbula, lanzó la caña.
En realidad, su matrimonio no había resultado ser tan insufrible como él
había previsto. De hecho, para su sorpresa, incluso empezaba a sentir afecto
por su esposa. Sabrina le gustaba. Le gustaba su inteligencia y su coraje, así
como su refrescante franqueza y la ironía que se ocultaba tras sus ojos
oscuros. Hasta le agradaba su aspereza cuando trataba de igualarlo en ingenio.
Además, estaba encajando en su clan mucho mejor de lo que él había
esperado. En especial con las mujeres, que la considera ban una benefactora, y
elogiaban su esfuerzo por incrementar sus escasos ingresos vendiendo paño
en los mercados de Edimburgo.
Pero la muchacha se había propuesto mediar en asuntos que no le
incumbían. No le reprochaba su celo, sin embargo, era una ingenua si creía
que podía cambiar la enemistad de toda una vida.
En aquel asunto en particular, no toleraría su intromisión.
La angustiaba que su frágil afinidad se viera amenazada por algo que jamás habría
esperado: la promesa de paz de los Buchanan.
El incidente tuvo lugar unas cinco semanas después de las festividades de
Beltane, cuando Eve Graham organizó una velada musical para la pequeña
aristocracia de la zona. Esa noche, McLaren y su esposa se enzarzaron en su
primera discusión importante, una que acabó en un verdadero enfrentamiento.
Sabrina admitía a regañadientes su parte de culpa. Quizá nunca debería haberse
dejado arrastrar por la desconcertante intriga de aquella noche.
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Anne Bushyhead El Amante
Estrenaba una de sus nuevas prendas para la ocasión: un llamativo vestido «a
la francesa» de seda rosa con unas enaguas color marfil sujetas con pequeños
aros.
Estaba terminando de arreglarse delante del espejo de cuerpo entero cuando
Niall entró en la alcoba que compartían, llevando un cofrecillo, y despachó a las
doncellas que la estaban ayudando.
— Preciosa — le susurró colocándose detrás de ella.
Sí, no estaba mal, pensó la propia Sabrina mirándose en el espejo. Llevaba el
pelo sin empolvar recogido en un peinado más delicado, más natural, con
mechones ondulados y flojos que formaban un halo alrededor de su rostro.
Había prescindido del maquillaje y sólo llevaba un poco de color en las mejillas
y en los labios para resaltar sus rasgos, de una manera que Niall le había
enseñado. El exquisito vestido favorecía su esbelta figura y el corpiño con
refuerzo, apretado contra el pecho, acentuaba la protuberancia de su busto por
encima del escote cuadrado.
Sabrina miró a su marido en el espejo.
— ¿De verdad me crees hermosa?
— Sí. Hermosa y vital. Magnífica en todos los sentidos.
Vio cómo sus ojos se iluminaban de complacencia, y sintió una profunda
satisfacción. Había acertado escogiendo el color rosa para ella; hacía resaltar
la intensidad de sus ojos y su cabello, la luminosa calidez de su piel.
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Anne Bushyhead El Amante
Su semblante bronceado y su pelo negro sin empolvar, sujeto con una cinta,
haría que los demás lores y caballeros, maquillados y empelucados parecieran
fantasmales y afeminados.
Sabrina contemplaba a su marido admirada cuando éste, con toda
naturalidad, le entregó el joyero. Lo abrió y sacó un colgante con
incrustaciones de delicados rubíes.
Ella se quedó boquiabierta al verlo mientras él se lo abrochaba.
—Perfecto —observó encantado.
Sabrina se llevó la mano al cuello para tocar el colgante. —Niall... Quisiera
darte las gracias.
—No hace falta, cariño. Estas joyas pertenecen a la señora de McLaren.
Como esposa mía, tienes derecho a llevarlas.
—No hablaba sólo de las joyas, aunque son espléndidas. Me refiero
también a tu excelente tutelaje de estas últimas semanas.
Él sonrió brevemente y le dio un leve beso en la curva del
cuello.
—Ha sido un placer para mí. Has respondido más allá de mis
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Anne Bushyhead El Amante
mayores expectativas.
La caricia fue cariñosa, pero Sabrina sólo pudo pensar en la boca tierna y
exigente de Niall, en sus dedos duros, excitándola hasta niveles de pasión con
los que jamás había soñado.
La decepcionó que él se limitara a ofrecerle la mano para escoltarla al
carruaje que los esperaba abajo.
Sin embargo, cuando llegaron a su destino, la joven empezaba a sentir una
imprudente sensación de atrevimiento. Por primera vez en su vida, se sentía
hermosa, casi poderosa, y lo bastante
segura de sus encantos femeninos como para cumplir las predicciones de
Niall.
El hogar de la viuda Graham era una mansión imponente, construida
durante la última década, aunque sin el encanto antiguo ni la solidez del
Creagturic de los McLaren. Montones de carísimas
velas iluminaban el inmenso salón, atestado de invitados vestidos con diversas
sedas, satenes y costosos brocados.
Eve los recibió a la entrada, resplandeciente con su bellísimo vestido de seda
adamascada color amarillo pálido, profusamente adornado con cintas y
encajes.
—Cuánto me complace que hayáis podido venir —le dijo la viuda a
Sabrina, aunque su mirada se recreó en Niall—. Confío en que os guste la
música, queridos. He traído a una cantante con una voz divina, y también
habrá interpretaciones al piano y al arpa. Pretendo demostrar que los
highlanders no somos tan salvajes como se suele suponer. Por favor, permitid
que os presente a mis otros invitados...
Mientras se hacían las presentaciones, Sabrina agradeció interiormente la
insistencia de Niall en que tuviera vestidos adecuados para la esposa de un jefe
de clan, porque entre los asistentes se encontraban no sólo los pequeños
aristócratas y los jefes de clan de la zona, sino también nobles y oficiales del
ejército de distritos lejanos, así como varios ingleses ilustres.
Le llevó un instante darse cuenta de que Owen Buchanan estaba allí con
dos de sus hijos. Notó que Niall, a su lado, se ponía rígido al verlos. El intenso
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Anne Bushyhead El Amante
rencor que había entre los dos hombres era patente, a pesar de que se
encontraban en rincones opuestos del salón.
—Si te preguntas por qué los Buchanan han recibido invitación, ha sido
inevitable —le susurró Eve a Sabrina—. ¿Ves a aquella mujer del vestido
color ciruela? Es prima de mi difunto marido, y está casada con el hijo mayor
de Owen. Pero confío sinceramente en que los highlanders sepan contener su
animosidad. No querrán que los ingleses presentes sospechen que hay di
sensiones entre los clanes locales. Y ahora, Sabrina, por favor, deja que te
presente...
La joven respiró hondo y esbozó una sonrisa seductora, como Niall le había
enseñado a hacer.
La sorprendió lo fácil que resultaba. Los caballeros no sólo respondían
entusiasmados a sus intentos de coqueteo, sino que además, para su sorpresa y
diversión, pronto se vio convertida en el centro de atención masculina.
A su marido no le sorprendió su éxito en absoluto.
Niall, que por su parte estaba acostumbrado a destacar y a que lo persiguieran,
al principio se sintió complacido de que su esposa fuera objeto de la
admiración que merecía. Sabrina, que en sí misma no era una belleza
espectacular, esa noche lo parecía, con los reflejos cobrizos de su pelo
brillando con intensidad a la luz de las velas, sus ojos oscuros brillantes de
auténtico placer y su cutis color marfil sonrosado de emoción. La dejó sola un
instan te para ir a buscarle una copa de ponche antes de que empezara el
programa musical y, cuando volvió, la encontró rodeada de una bandada de
admiradores.
La joven, probablemente corría el peligro de sentirse abruma da; sobre todo
por un lascivo aristócrata escocés que le lanzaba miradas lujuriosas y un
apuesto coronel inglés decidido a ganarse una sonrisa.
Niall podía entender su atractivo. Los caballeros entendidos, apreciaban a una
mujer inteligente e ingeniosa, y Sabrina, con su lengua afilada y su agilidad
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Anne Bushyhead El Amante
mental, representaba el más fascinan te de los retos. Contaba con el aliciente
añadido de haberse casado con un célebre sinvergüenza, pero era ella misma,
como mujer, la que llamaba la atención. Había cambiado de forma s u t i l había
adquirido una cualidad que atraía los ojos de los hombres de una manera
irresistible y sugería secretos tentadores: el seductor indicio de que, tras aquella
fachada serena y decorosa, había una mujer fogosa y apasionada.
A los hombres los volvía locos tratar de descubrir si era cierto.
Ni siquiera él era invulnerable, constató Niall sorprendido. Por increíble
que pareciera, se sentía atraído por su esposa. Cuando Sabrina levantó la vista y
lo divisó entre la multitud, su rostro se iluminó de un modo que le alborotó la
entrepierna.
Su reacción fue tan rápida, tan inesperada, que no la pudo controlar.
Frunciendo el cejo, Niall se obligó a mirar a otro lado.
Aún estaba reflexionando sobre su reacción cuando se le acercó su antigua
amante.
—Tu esposa parece disfrutar mucho de sus conquistas —comentó Eve—.
Enhorabuena, querido. Has hecho maravillas con esa mujer.
Sin querer, Niall volvió a mirar a Sabrina. Tendría que haberse sentido
contento. Había logrado precisamente lo que pretendía. Se había propuesto
transformar a la ratita en una tigresa y lo había logrado mucho más allá de sus
expectativas. Su esposa estaba demostrando ser una mujer magnífica.
Y, sin embargo, no estaba seguro de quererla así. Coqueteaba y reía para
que la admiraran otros hombres, como las bellezas huecas y afectadas a las
que Niall había perseguido por diversión en sus ratos de ocio. Ver a Sabrina
disfrutando del mismo modo, le producía una inexplicable insatisfacción.
Quizá había desatado a la tigresa más de lo conveniente, pensó, y al verla
defenderse de un comentario mordaz con una réplica afilada, tuvo que reprimir
el impulso de intervenir.
Por todos los santos, casi se podría decir que estaba celoso.
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Anne Bushyhead El Amante
ya sentados la primera interpretación musical— no tener que preocuparse por
que a Sabrina le echara el lazo algún libertino disoluto. Estaba demasiado
enamorada de su marido.
Sin embargo, durante el segundo intermedio, se llevó la desagradable
sorpresa de descubrir que su esposa no era tan inocente y fiel como él creía.
Sofocada por el éxito y el calor del salón atestado de gente, Sabrina había
salido a la terraza a tomar un poco el aire, con la esperanza de que su marido
la siguiera. Quería reírse con él de su éxito y pedirle consejo sobre el modo de
desalentar a los admiradores demasiado entusiastas, una situación en la que
nunca pensó que fuera a encontrarse.
Pero cuando oyó pasos a su espalda y miró por encima del hombro, la
sorprendió descubrir que el caballero que la había seguido no era otro que
Keith Buchanan, el cuarto hijo y el menor del sanguinario jefe Buchanan, el
único que aún permanecía soltero. Se parecía a su padre; ambos tenían idéntica
corpulencia y la misma tez morena, aunque el joven no llevaba barba.
—Por favor, no se vaya, milady —le pidió Keith en voz baja,
Sabrina titubeó, aferrada a la balaustrada de mármol. Aquel hombre era un
enemigo mortal de su clan y de su marido. Era peligroso estar a solas con él,
pero por otra parte, se negaba a huir atemorizada.
Aún le hervía la sangre al recordar la perfidia de los Buchanan el mes
anterior. El jefe le había dado su palabra de que serian aliados y había aceptado
el pago de un impuesto a cambio d e u n a tregua, pero luego había atacado sin
previo aviso, y había robado ganado de los Duncan después de acceder al
acuerdo de paz
Keith Buchanan se acercó a ella y la miró fijamente.
—¿De modo que ésta es la mujer que amenazó con sacarle el corazón a mi padre
y que lucha cuerpo a cuerpo contra mis hombres?
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Detrás de él, vio a Eve Graham, con los ojos muy abiertos de curiosidad y
desconcierto.
Sabrina dio un respingo de culpabilidad. Habría preferido que su marido no
la viera con su enemigo, pero Niall no le dio oportunidad de explicarse antes
de decirle con una voz peligrosamente melosa:
—Ya volvías al salón, ¿verdad, cariño? ¿No querrás perderte el resto de la
excelente interpretación?
Ella titubeó. No quería montar una escena; quizá fuera preferible que
esperara a hablar con su esposo en privado, cuando se hubiera calmado un
poco.
—Sabrina. —No dijo nada más, se limitó a atravesarla con la mirada
mientras esperaba.
—Sí, cclaro —tartamudeó ella. Dirigió una mirada de disculpa a Keith
Buchanan, se cogió la falda del vestido y entró a toda prisa en el salón, donde se
encontró de frente con la viuda Graham.
—Ya sé que te aconsejé que coquetearas con otros caballeros —le susurró
Eve, preocupada—, pero en serio, Sabrina, ¿tenía que ser con el eterno
enemigo de Niall?
—Te aseguro que no estaba coqueteando.
—Pues desde luego lo parecía. Daba la impresión de que estaba a punto de
besarte.
—¿No pensarás que yo habría permitido algo así?
—Lo que yo piense da igual, me temo.
Sabrina miró por encima del hombro y deseó poder saber lo que estaba
ocurriendo en la terraza.
La habría sorprendido saber que Niall estaba batallando con unos sentimientos
de furia y traición, lo mismo que le había sorprendido a él. No estaba en
absoluto preparado para los celos rabiosos que había sentido al verla en brazos
de otro hombre, sobre todo de aquel hombre. Haberla encontrado allí,
coqueteando con el hijo de Owen Buchanan,
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Anne Bushyhead El Amante
con la cabeza inclinada, susurrándole mientras él la citaba para el día siguiente,
lo llenó de una rabia propia de sus salvajes antepasados de las Highlands.
Tuvo que hacer un esfuerzo hercúleo para no elevar la voz al dirigirse a
Keith Buchanan.
—Me parece que mañana no verás a mi esposa.
Buchanan apretó el puño desafiante y respondió provocador:
—¿Ah, no?
Niall le dedicó una sonrisa gélida.
—No, si quieres volver a ver amanecer.
Ambos hombres se miraron fijamente durante un instante interminable.
—¡Por Dios, McLaren! —dijo al fin Keith con desdén—. Nunca te he
tenido por imbécil, pero esa muchacha valerosa no se merece a alguien como
tú.
Y se fue airado, pasando por delante de Niall.
Al cabo de un rato, éste se reunió con Sabrina en el salón. Sus ojos azules
resplandecían como el hielo cuando volvió a ocupar su sitio a su lado. Ella
suspiró aliviada cuando la interminable interpretación acabó por fin.
No obstante, la tensión se palpaba en el aire cuando Niall la acompañó al
carruaje que los esperaba. Cuando ya estaban de camino, él aún permaneció
unos instantes sin decir nada, sentado furibundo.
En la penumbra del interior, Sabrina no podía verle bien la cara, pero
cuando al fin habló, su voz sonó gélida.
—Te lo advierto, ratita, no voy a tolerar que me pongas los cuernos.
—¿Cuernos?
—Sí, no voy a permitir que me seas infiel.
La joven se quedó boquiabierta, pasmada, mirándolo fijamente, deseando poder
verlo en la oscuridad.
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Anne Bushyhead El Amante
De haber sido cualquier otro hombre, ¡habría creído que estaba celoso!
—No alcanzo a comprender qué te ha hecho pensar ese disparate —le
espetó ella.
—Quizá el encontrarte abrazada al hijo de mi mayor enemigo.
—¡No lo estaba abrazando! Manteníamos una conversación privada, eso es
todo.
—Bueno, pues en el futuro, te prohíbo que hables con él; en privado o en
público.
Sabrina se puso rígida, irritada por que la estuviera tratando como a una
niña desobediente.
—El hecho de que tú tengas tanta experiencia en ponerles los cuernos a
maridos indiferentes no justifica que me acuses a mí de inmoralidad. Yo no soy
ninguna adúltera.
—Tal vez aún no.
Su respuesta fue como una bofetada que la dejó sin aliento. ¿Cómo podía
creerla culpable de infidelidad? Nunca había hecho nada para merecer tan vil
acusación.
Al ver que se quedaba callada, Niall la cogió por el codo y se la acercó tanto
que al fin ella puedo verle la cara. Su boca estaba casi pegada a la suya, y sus
hermosos rasgos parecían esculpidos en piedra.
—No voy a tolerar la falta de decoro en mi esposa, ¿me has entendido?
—Sí, te he entendido —replicó ella con voz temblorosa—. Está claro que
no mides a todo el mundo con el mismo rasero. Para ti es perfectamente
aceptable comportarte como un semental en celo, mientras que yo debo ser
casta y pura.
—Exacto.
Sabrina tiró del brazo para zafarse de él.
—No temas, milord. No tengo ni la más mínima intención de faltar a
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Anne Bushyhead El Amante
—Sí. Al ser hombre, no puedo dar a luz al hijo bastardo de otro hombre.
—¿Y eso te da derecho a perseguir faldas?
Notaba la mirada ceñuda de Niall atravesándola.
—No necesito permiso para buscar otra compañía. No hice ninguna
promesa de fidelidad cuando accedí a esta maldita unión.
Sabrina, estremecida, bajó la mirada y cerró los ojos para ocultar el dolor.
—No te lo diré otra vez, mujer. Mantente alejada de los Buchanan —le
ordenó con sequedad antes de volver al silencio.
No dijeron ni una palabra más durante el resto del breve trayecto. Cuando
llegaron a Creagturic, Sabrina subió directamente a la habitación.
Niall no se reunió con ella, ni entonces ni en ningún otro momento de la larga
noche. Por primera vez desde su boda, Sabrina se sintió abandonada. Yació
sola en la amplia cama, echando de menos el calor de su marido, su cuerpo
fuerte, su presencia magnética. Incapaz de conciliar el sueño, dio vueltas y más
vueltas, y ahuecó la almohada una docena de veces, rumiando su rabia.
Pensar que él la creía capaz de adulterio... Ella jamás haría algo tan deshonroso.
También la enfurecía su doble rasero. ¡No era justo! Ella debía respetar su
promesa de fidelidad, pero él no tenía restricciones de ningún tipo.
Y lo peor de todo: ¡amaba al muy sinvergüenza!
Maldito fuera, maldito fuera, maldito fuera... Si quería fidelidad y lealtad de
ella, debía estar dispuesto a ofrecerle lo mismo.
Sabrina se levantó al día siguiente con los ojos vidriosos, bastante después de
que Niall saliera de casa. La avergonzaba demasiado preguntar dónde había
pasado la noche su marido, aunque estaba segura de que los criados lo sabían.
Cerca del mediodía, le comunicó a la señora Paterson su intención de visitar a
su abuelo. Luego, se echó una capa por encima, cogió a su perro como
protección, pidió que le ensillaran un caballo y, desafiante, fue al encuentro
del hijo de Owen Buchanan.
Sabía que lo que hacía era peligroso, pero se negaba a permitir que Niall le dijera
lo que debía hacer en todo momento, se negaba a quedarse allí, como un felpudo,
para que él la pisoteara sin piedad. Además, en realidad lo hacía por algo más que
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Anne Bushyhead El Amante
terquedad. Albergaba la esperanza de llegar al fondo del misterio del robo de
ganado.
Keith Buchanan tenía razón. Algo olía a podrido. Los Buchanan creían que ella
había iniciado el conflicto, que les había hecho creer que acordaban una tregua.
La furia de Owen con ella el día de la boda había sido enteramente genuina,
pensó Sabrina. La había acusado de engañarlo para que dejara el ganado
desprotegido. Naturalmente, no había sido así. De hecho, la joven los había cul
pado de traición. Pero ¿y si ellos no eran más culpables de lo que lo era ella? Si
los Buchanan no habían dado el primer golpe, era comprensible que se
sintieran agraviados por el ataque nocturno de Niall y la pérdida de dos de sus
hombres.
Sabrina apretó los dientes, frustrada. Obviamente no podía hablar del tema
con su marido. El odio lo cegaba y le impedía ver a esa familia como nada más
que ladrones y asesinos. Sin embargo, si de verdad había una oportunidad de
lograr la paz, ella no iba a dejarla escapar por no enfrentarse a su irritante y
dominante esposo. Sobre todo si era por el bien de sus propios intereses.
Niall estaba muy equivocado si creía que pretendía ponerle los cuernos. Keith
Buchanan no le había manifestado ninguna intención amorosa. Al contrario,
más bien parecía a un paso de agarrarla por el pescuezo para estrangularla.
No habría nada de indecoroso en su encuentro a plena luz del día. Además,
un día tan gris y húmedo, difícilmente propiciaba el romance. Una niebla
pesada caía hasta los pies de las escarpadas montañas ocultando
los picos más altos.
Absorta en sus pensamientos, Sabrina apenas era consciente del entorno,
pero a medida que Rab y ella iban dejando atrás bosques y valles verdes, su
grandeza terminó por aplacarle el ánimo. Al llegar a un arroyo, siguió su
curso hasta una exuberante cañada cubierta de pinos y helechos. A lo lejos,
brillaban plateadas las aguas tranquilas de un lago de orillas densamente
arboladas.
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El canto estridente de un zarapito perforó la quietud mientras ella detenía su
caballo. Cerca de la orilla, había una típica choza de campesino, de piedra
encalada y techo de paja. Desde la chimenea ascendían al cielo cargado de
lluvia lentas columnas tic humo que impregnaban el aire del aroma del fuego
de turba. Más, allá de la granja, pastaba apaciblemente un potro ensillado.
Un hombre de pelo oscuro, apoyado despreocupadamente en el tronco de
un serbal, estaba de espaldas a Sabrina, pero se volvió al oír el ruido sordo de
los cascos de su caballo.
Keith se la quedó mirando un instante, con una mano en la empuñadura de la
espada, mientras ella se detenía ante él sin desmontar.
—Bienvenida, milady.
Sabrina forzó una sonrisa
—¿Pretendes atravesarme con la espada? —preguntó ella sin
darle mayor importancia.
Él sonrió de mala gana.
—Sería un error intentarlo si lo que he oído de ti es cierto. Te defenderías lo
bastante bien como para amenazar mi virilidad. No, es de tu perro de quien
pretendo defenderme. Señaló con la cabeza el enorme mastín, que
permanecía alerta, listo para atacar
si era necesario.
—Ah, perdóname... —Sabrina llamó a Rab y le pidió que se
tranquilizara.
Keith bajó la guardia.
—Te agradezco que hayas venido, milady.
—No me des las gracias. Me interesa resolver este misterio
tanto como a ti.
—Deduzco que McLaren se niega a reconocer la traición. —No le he
preguntado. Niall se enfadó bastante anoche. No
sabe que he venido.
Apenas había pronunciado estas palabras cuando oyó el sonido rítmico de
los cascos de una montura a sus espaldas.
Sabrina miró por encima de su hombro, y se quedó sin aliento al reconocer el
caballo negro que salía de detrás de la choza del campesino, avanzando al
galope hacia ella. Aunque el jinete tenía el pelo negro como Keith Buchanan,
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Anne Bushyhead El Amante
sus poderosos hombros estaban envueltos en un plaid con los colores de los
McLaren.
Keith volvió a llevarse la mano a la empuñadura de inmediato, mientras
Sabrina agarraba con fuerza las riendas de su caballo. Por lo visto, Niall
confiaba tan poco en ella que la había seguido.
Ya al trote, condujo su montura hasta situarse a la altura de la de ella. Rab,
con un gemido de bienvenida, empezó a hacerle fiestas. Niall apretaba la
mandíbula con fuerza y, al mirar a Keith Buchanan, en sus ojos ardió una
furia que era como un fuego azul.
—Ya veo que quieres morir. No deberías haber desoído mi
advertencia.
—¿Y qué advertencia es ésa? —lo provocó el otro en tono
desdeñoso.
—Te dije que te mantuvieras alejado de mi esposa. Voy a tener que darte
una lección de prudencia.
—Inténtalo —replicó Buchanan, desenvainando la espada. —¡No! —gritó
Sabrina cuando su marido se bajó del caballo de un salto—. ¡Basta ya! ¡Por
favor!
Al ver que ninguno de los dos le hacía caso, condujo su caballo hacia
adelante y se situó entre ellos.
—Por favor, esto es absurdo. Estas matanzas no tienen justificación.
—¡Sabrina, apártate! —le ordenó Niall. —Sí, milady —coincidió Keith—.
Ésta no es tu guerra. —¡Claro que sí! —Miró a Keith suplicante, consciente de
que le costaría menos razonar con él que con su marido—. Buchanan, por
favor... es obvio que este encuentro ha sido un error, Nunca debí haber
venido. Te suplico que te vayas.
El hombre miró a Niall con los ojos fruncidos, y luego a ella—Por favor —
repitió ella su ruego—. Es mejor que te vayas, —No quiero dejarte a solas con
él. —No pasa nada. Por favor... vete.
Con la mandíbula apretada, Keith se acercó a su caballo. envainó la espada,
montó y se alejó muy tieso; sólo se volvió a mirar una vez.
260
Anne Bushyhead El Amante
Cuando se hubo marchado, el silencio posterior resultó ensordecedor. Éste
era tal que Sabrina podía oír el suave chapoteo del agua a la orilla del lago.
Niall la miró sombrío.
—Lástima que el cobarde de tu admirador carezca de valor
para quedarse y luchar.
—No es de cobardes negarse a discutir con un loco —replico ella apretando los
dientes—.
¿Por qué me sigues como un miserable espía?
Él enfundó la espada.
—Venía a interrumpir un encuentro amoroso.
—¡Un encuentro amoroso!
La mirada de Niall se endureció.
—Te advertí que te mantuvieras alejada de nuestros enemigos. Por lo
visto, no se puede confiar en ti.
La furia de Sabrina volvió a aumentar vertiginosamente. Sus acusaciones
eran el colmo. Y se las estaba lanzando sin la más mínima justificación.
—Al parecer, tus frecuentes incursiones en los dominios de la depravación
te impiden emitir un juicio objetivo. Pues muy bien, coge tus sospechas... ¡y
métetelas por donde te quepan!
La muchacha tiró de las riendas con intención de hacer girar al caballo y
marcharse, pero Niall se situó de inmediato a su lado y la cogió. Bajándola del
caballo, la dejó en el suelo sin demasiados miramientos.
—Escúchame bien, mujer. No voy a tolerar que desobedezcas
mis órdenes.
—¡Tú no me mandas!
—Claro que te mando, soy tu marido y tu jefe. Ya va siendo hora de que lo
aceptes. —¡Vete al infierno!
Él soltó un improperio, y luego replicó con un fuerte acento: —No vas a tener
a uno de nuestros enemigos como amante,
¿me oyes?
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Anne Bushyhead El Amante
Sabrina apretó los dientes.
—¡Perfectamente, milord! Si decido tener un amante, procuraré elegirlo
entre nuestros aliados.
Los iris de Niall se volvieron negros mientras la miraba fijamente,
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Anne Bushyhead El Amante
cabeza, la muchacha se asustó. Agitó los brazos un instante, y luego salió a la
superficie hecha una furia, tosiendo y escupiendo agua.
—¡Animal, desgraciado! ¡Salvaje! —Temblando de frío y de rabia, Sabrina
trató de ponerse en pie, maldiciendo a su marido con palabras que ni siquiera
era consciente de que sabía. En la rocosa orilla, Rab saltaba alocado,
subrayando su diatriba con nerviosos ladridos.
—¡Contente, mujer! —le advirtió Niall, y se volvió para salir a tierra firme
—. O me harás pensar que un remojón no es bastante disciplina.
—¡Maldito seas...!
La había tirado al lago ¡y encima tenía el descaro de provocarla! Su
arrogancia le hacía hervir la sangre.
Se apartó el pelo mojado de los ojos y luego lo siguió, o, mejor dicho, trató de
seguirlo. Por desgracia, con la capa empapada y lo que le pesaban las faldas,
no logró darle alcance. —¡Vuelve aquí, bruto cobarde!
Niall se volvió bruscamente, arqueando una ceja.
—¿Bruto?
—¡Sí, bruto! —Alcanzó la orilla en ese instante, pero se tropezó con el
borde de la capa. Frustrada, Sabrina se deshizo de ella y la tiró al suelo.
Para mayor consternación, se dio cuenta de que se le había soltado el
pañuelo de muselina, con lo que sus pechos sobresalían sobre el corpiño con
refuerzo, cubiertos únicamente por una camisola fina y mojada.
Niall recorrió sus pálidos senos con la mirada, deteniéndose en sus pezones
erectos por el efecto del agua fría que se destacaban de forma evidente contra
la prenda mojada. Esbozó una sonrisa burlona.
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Anne Bushyhead El Amante
—No vas a lograr aplacarme con tus encantos femeninos, cariño. Aunque
admito que la idea es tentadora. Estás muy guapa, con el rostro sonrojado de
ira y los ojos echando chispas...
Ella soltó una retahíla de improperios entre dientes. Siempre se había
enorgullecido de su autocontrol, pero en esos momentos estaba asombrada de
la fuerza de la rabia que la agitaba mientras se dirigía a él chapoteando.
Niall no se movió, sino que permanecía quieto, mirándola con los brazos en
jarras.
—¡Qué cambio tan fascinante, de recatada dama a tigresa escupidora... y
empapada...
Sabrina echó el brazo hacia atrás, y le dio un puñetazo con todas sus fuerzas
en el centro del pecho antes de que él pudiese agarrarle con fuerza la muñeca.
Sus ojos azules brillaron como el fuego.
—¡Fiera! —le susurró mientras la estrechaba brutalmente contra su cuerpo—.
Me parece que voy a tener que darte una lección de obediencia conyugal.
—¡Obediencia! —repitió Sabrina furibunda—. ¡No te voy a obedecer nunca,
sinvergüenza arrogante! ¡Eso ya lo veremos, esposa!
Le agarró la nuca con fuerza mientras, vehemente, cubría MI boca con la suya.
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Anne Bushyhead El Amante
Niall era todo furia, todo macho dominante y duro. La besó con violencia,
devorándola con la lengua.
Sabrina se resistió, luchando en vano. Cuando él levantó la cabeza al fin, ella
jadeaba a causa del esfuerzo.
—¡Maldito seas... suéltame o... te atacaré! —No es muy prudente amenazar a
un hombre que te tiene en su poder —advirtió su marido con una voz tan
tensa como los brazos que la retenían.
Debería haberle hecho caso, pero ya estaba encendida. Cuando Niall volvió
a inclinar la cabeza para besarla, ella le mordió el labio inferior.
El hombre maldijo como un bárbaro y se apartó bruscamente. Pero Sabrina
aún no había ganado. Cuando él se agachó y se la cargó al hombro como si
fuera un saco de avena, soltó un alarido.
—¡Suéltame, canalla! —exclamó entre jadeos.
—¡No, hasta que hayamos aclarado esto!
Rab, para mayor desesperación de la joven, permaneció neutral en la
disputa, ladrando juguetón mientras, a grandes zancadas, Niall se la llevaba a
la pequeña choza.
Abrió la puerta de una patada, entró y luego la cerró a su espalda.
Dentro, en penumbra y entre una bruma de humo, un fuego de turba ardía en
la chimenea produciendo un agradable calor.
Pero aunque Sabrina estaba empapada, no sentía frío de tan furibunda como
estaba. En cuanto él la dejó en el suelo de tierra, ella se le echó encima.
Atrapándola por las muñecas, Niall ignoró su resistencia y echó un vistazo a
la casita. De las vigas ennegrecidas colgaban hierbas y armas, mientras que, en un
rincón de la estancia, había un catre de cuerda con un colchón de heno encima.
—Fergus ha salido, por lo que veo. No le importará que usemos su cama.
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Anne Bushyhead El Amante
Sabrina le lanzó una mirada furiosa.
—¡Estás loco si piensas que voy a dejar que me hagas el amor!
—Quítate esa ropa empapada o lo haré yo por ti.
—¡Ni se te ocurra ponerme una mano encima!
Niall apretó la mandíbula. Su discusión había ido más allá de la rabia o el
deseo. Sentía una imperiosa necesidad de marcar a Sabrina indeleblemente como
suya, de estamparle el sello de su aroma, de sus caricias, de su sabor, para apartar
de su mente la idea de cualquier otro hombre. Cuando terminara, jamás volvería a
pensar en tener un amante.
Los ojos de él devolvieron el fuego de su mirada.
—¿Vas a renegar de mí, esposa?
Con su boca muy próxima a la de ella, agarró el borde de la camisola y tiró del
tejido hacia abajo. Cuando le cogió un pecho húmedo con la mano, el cuerpo de
la joven respondió con una humillante tensión, y el pezón se le puso erecto.
—¿De verdad piensas que algún otro amante puede complacerte como yo?
—¡Sí! —replicó ella mordaz—. ¡Cualquiera me complace ría más!
Se retorció bajo su sujeción, esforzándose por zafarse. Cuando intentó asestarle
un rodillazo en la entrepierna, Niall ni se molestó en parar el golpe.
Se rió del valor de su esposa y la sujetó aún más fuerte.
Después, levantándola, la tiró boca arriba en el catre de heno. Ella trató de
ponerse de rodillas, jadeando con una furia tal que le habría arañado la cara de
haber podido alcanzarlo.
Estaba desbocada y magnífica, pensó él mientras el deseo se apoderaba de su
cuerpo: sus ojos oscuros brillando como centellas, las mejillas encendidas, sus
deliciosos pechos agitados, pidiendo a gritos que los acariciaran. Sus pezones
erectos atrajeron la mirada devoradora de él.
—Me deseas — le dijo — . Lo veo en tus pechos y en tu piel sonrojada...
Ella se apresuró a cubrir su desnudez con el brazo.
— ¡No te deseo, canalla arrogante!
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Anne Bushyhead El Amante
Él volvió a reír insolente y se le acercó.
— ¡Apártate de mí! No quiero que me toques.
— Te voy a tocar y algo más, cariño. Me lo vas a suplicar.
— ¡Ni hablar!
Aquél era un desafío que no podía ignorar. Se quitó el plaid.
—No deberías decir cosas que no piensas, cielo. Eres una mujer fogosa que
necesita un hombre.
— ¡Sí, un hombre! No un bárbaro despiadado.
— También puedo ser muy tierno, como bien sabes. — Se quitó el chaleco de
piel y luego la camisa, dejando al descubierto su
pecho ancho y bronceado. Se desabrochó los calzones para liberar su erección y
se quedó medio desnudo delante de ella, todo
masculinidad y esplendor — . Apuesto lo que quieras a que en
breve te tendré debajo de mí jadeando, desenfrenada de deseo.
Su increíble arrogancia la encolerizaba aún más.
— ¡No puedes obligarme a que te desee, demonio! No obtendrás reacción
alguna de mí.
—Eso ya lo veremos.
Se miraron en silencio, sosteniendo una feroz guerra de vo luntades. En la
casita, una tensión bárbara y primitiva llenaba el ambiente. Niall pretendía
que ella se rindiera y Sabrina lo sabía.
Impotente, se humedeció los labios secos cuando él empezó a acercársele.
—Voy a... gritar.
—Sí... de pasión cuando me enfundes en tu seda caliente.
—¡Te voy a arañar, y a morder!
Él sonrió divertido.
—Confío en que sí. Quiero que me arañes y me claves las uñas. Una
fierecilla rabiosa siempre es un buen polvo.
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—¡Un buen polvo! —La joven apretó los puños indignada.
Niall hincó una rodilla en la cama y se alzó sobre ella desafiante,
atravesándola con la mirada. Atrapada por su poderoso cuerpo, Sabrina bajó
la vista furibunda hacia su erección enorme y pulsátil.
Se notaba el corazón acelerado. Si dejaba que él la tocara, se saldría con la
suya.
Volviéndose bruscamente, se lanzó a los pies de la cama e intentó escapar,
pero Niall se abalanzó sobre ella, la cubrió con su cuerpo y la atrapó con su
peso, apretándole el pecho contra el colchón. Las sábanas ahogaron su grito
de indignación.
—Sí, muéstrate furiosa para mí, Sabrina... Déjame sentir tu rabia. Te acaloras
y te excitas más cuando estás enfadada, justo lo que deseo.
Ignorando su empeño por zafarse, el hombre apoyó su rígida virilidad en las
faldas de ella y exploró las tiernas nalgas ocultas debajo.
—Eso es, resístete, dulce tigresa. Quiero que te retuerzas y jadees cuando te
penetre hasta el fondo.
Quiero que gimas mi nombre, que me supliques que te ame...
—No lo voy a hacer...
Ya le dolían los pezones al contacto con el lino húmedo, pero cuando él le
pasó las manos por debajo para tocárselos, se le contrajeron dolorosamente,
mandándole una punzada de deseo entre las piernas. Niall se los masajeó con
violencia para excitarla.
—A ver si protestas cuando me hunda en tu interior. —Le subió las faldas
húmedas. Sabrina notó el aire frío en su trasero helado y los dedos calientes de
él entre los muslos...
—Niall... ¡maldito seas, no!
—Sí, cariño —replicó él con voz ronca—. No descansaré hasta que ardas por
mí, hasta que note cómo el placer se apodera de ti...
Esa promesa hizo que se le acelerara el pulso. Notaba cómo el miembro
erecto de su marido le marcaba los muslos como acero incandescente, sentía la
urgencia pulsátil de su cuerpo ágil y magnífico.
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Entonces le mordisqueó la oreja y pudo percibir su aliento áspero y caliente
sobre su piel.
—Incluso ahora te hierve la sangre de deseo.
—No... ¡quítate de encima!
Obedeciendo en parte, él arqueó su cuerpo, pero en lugar de liberarla, la
colocó a cuatro patas, completamente vulnerable. Luego se arrodilló detrás y
paseó la dureza aterciopelada de su erección por el trasero de ella,
debilitándola de anhelo.
Sabrina se esforzó por contener un bronco gemido de deseo. Se tensó
cuando la mano del hombre se deslizó entre sus piernas y rozó su sexo. Estaba
húmeda y resbaladiza, el núcleo de su feminidad ardiente de deseo.
Sin soltarla, le metió dos dedos, y Sabrina se mordió el labio para no gritar
de excitación.
—Me atrapas los dedos —le susurró él con una voz tan oscura y seductora
corno terciopelo negro—. Estoy deseando que me atrapes el miembro de la
misma forma.
Metió los dedos aún más adentro y ella gimió, suplicante sintiendo un anhelo
descarado de que aquel hombre la llenara y la expandiera, la dominara y la
poseyera. Lo quería dentro de sí, ardiente, intenso, masculino.
Lo notaba detrás, separándole los muslos para tomarla, explorando los
sedosos pliegues de su entrepierna con la punta inflamada de su sexo.
Cuando ella hizo un último intento desesperado de zafarse, él le agarró las
nalgas con fuerza y, de un solo movimiento rotundo, se sumergió en su
interior hasta el fondo.
Fue un tremendo acto de posesión, que casi hizo que la joven se desmayase de
emoción. Gritó con fuerza al sentirse atravesada por su abrasadora lanza, que la
obligaba a abrirse y que hizo que una maldición se escapara de sus labios. Sin
embargo, cuando Niall hizo ademán de retirarse, Sabrina apoyó las manos en
el colchón y se sacudió con fuerza contra él, no dejando que lo hiciera.
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Su marido rió, su voz ronca de triunfo y excitación, y se apartó de prisa, para
en seguida volver a sumergirse en su interior.
Ella ya jadeaba antes de que él arremetiera por segunda vez, y empezó a gritar
de placer al quinto poderoso envite. La penetro profundamente, embistiéndola
con fuerza, azotándole las nalgas con sus sacos inflamados. Los sentidos de
Sabrina se tambaleaban, mientras intensas llamaradas iluminaban la oscuridad
de su mente.
—Ay... Dios...
—Sí, eso es... Gime por mí, tigresa...
—Cielo santo... Niall... por favor...
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Obligándose a abrir los ojos, la miró inquisitivo. La había hecho suya, y el
acaloramiento y la violencia de su posesión la habían dejado exhausta.
—¿Te he hecho daño? —le preguntó él con voz pastosa.
—Un daño mortal —murmuró ella, en un tono que indicaba que su orgullo
había sufrido más que su cuerpo.
El comentario mordaz lo alivió. Sabrina estaba mojada y fría del chapuzón en
el lago y Niall se bajó de la cama y, decidido, le quitó la ropa empapada y la
envolvió en su plaid.
—No tengo intención de quedarme en la cama contigo —protestó ella cuando lo
vio sentarse a su lado y empezar a peinarle el pelo mojado con los dedos.
—No puedes volver a casa de esta guisa.
—Podrías haberlo pensado antes de intentar que me ahogara.
—Te lo merecías —replicó él, recordando lo que los había llevado hasta allí.
Tensó la mandíbula.
—¡No merecía que me forzaras!
—Vamos, admítelo. —Se inclinó para acariciarle el hombro desnudo con los
labios—. Has disfrutado de cada segundo.
—¡Lo único que admito es que eres un demonio descarado y arrogante!
—Y tú has estado magnífica con tu fogosidad, chorreando como un pez y
clavando las garras como una tigresa.
Sabrina se volvió y le dio un puñetazo en el hombro. El músculo, duro como el
hierro, ni se inmutó.
Sonriendo triste, Niall la inmovilizó sujetándola boca arriba por los brazos.
Cuando sus pechos desnudos se liberaron del plaid, le mordisqueó uno de los
pezones.
—Castigo —le dijo, provocador.
Sabrina se arqueó a consecuencia de la intensa sensación. No...
—Una esposa tan obediente y sumisa —comentó él en tono socarrón—. Tan
dócil y manejable...
Ella le lanzó una mirada asesina.
—Se te da de maravilla ponerme furiosa.
—Y tú, mi amor, eres única poniéndome a mí.
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La soltó de pronto, se levantó y empezó a tender sus prendas. húmedas delante del
fuego para que se secaran.
Sabrina observó con cautela cómo él se quitaba el resto de la ropa y volvía a la
cama. A pesar de la obvia reticencia de ella.
Niall se metió debajo del plaid, a su lado, envolviéndolos a los dos con la gruesa
lana.
Mientras la estrechaba desnuda en sus brazos, Sabrina notó cómo su calor la
calentaba. Se acurrucó contra su cuerpo, con un nudo en la garganta y ganas de
llorar. Niall le había demostrado muy claramente lo débil que era en lo que
respectaba a él. La había tomado por la fuerza, presa de la rabia, y ella se había
sometido con un entusiasmo humillante. Quizá también Niall se hubiese dejado
arrastrar por la lujuria, pero su corazón había permanecido intacto mientras ella le
dejaba que pisoteara el suyo como si no fuera más que tierra.
«No quiero amarlo», pensó desesperada. Quererlo sería una temeridad y una
estupidez. La haría terriblemente vulnerable.
Se llevó los dedos a los labios, aún hinchados y tiernos a causa de la violencia
de su pasión. Sabía que aún no habían resuelto el conflicto. La tensión seguía
presente, oscura y palpable.
No estaba equivocada. Cuando al fin habló a su espalda, la voz de Niall sonó
como una advertencia.
—Eres mi esposa, ratita. Te agradeceré que no lo olvides.
—No lo he olvidado —respondió ella rígida.
—Pues recuerda que nunca permitiré que tomes como amante a Keith
Buchanan —le dijo, y su voz resonó en la piel sensible de su nuca, haciéndola
estremecer.
—No lo quiero de amante. ¡Y no te he dado motivos para que pienses lo
contrario! No he venido hasta aquí para tener una aventura con él.
—Claro —respondió él mordaz.
—¡Pues no! Si me hubieras dado la más mínima oportunidad de explicarme, te
habría dicho a qué he venido. Quería hablar con él de la paz.
—¿De la paz?
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—No.
Su terquedad volvió a enfurecerla.
—A mi juicio, cualquier imbécil puede blandir una espada, pero hace
falta un líder fuerte para resolver las diferencias sin derramar sangre.
Niall miró ceñudo las vigas ennegrecidas por el humo.
—Te estás entrometiendo en asuntos de los que no sabes
nada.
—Intento aprender. —Apretó los dientes, irritada—. Accedí a casarme
contigo para salvar a mi clan, pero no habrá servido de nada si te empeñas en
seguir alimentando tu odio ciego. Es una locura seguir peleando. Niall, como
jefe del clan, eres la pieza clave para poner fin a esa enemistad. Los hombres
Duncan están a tu mando ahora. Te seguirán en lo que hagas. —Titubeó—.
Seguro que piensas que soy una tonta testaruda, lo sé, pero Keith Buchanan
me parece sincero.
—Creo que eres extraordinariamente ingenua —gruñó él—. Te has
dejado embaucar. Reunirte aquí con ese hombre ha sido el colmo de la
estupidez. A esos bastardos nada les gustaría más que convertirme en un
cornudo.
—Keith Buchanan no alberga ningún deseo carnal por mí, te
lo aseguro.
—Yo lo pongo en duda, pero ésa no es la cuestión. ¿Nunca se te ha
ocurrido pensar que los hombres de Owen seducirían gustosamente a la mujer
de su enemigo sólo por ajustar cuentas conmigo?
Ahora le tocó a Sabrina bufar socarrona.
—¿Y a ti qué más te daría que te pusiera los cuernos? Sólo sufriría tu orgullo.
Niall la miró con los ojos entrecerrados.
—No serás su amante, ¿me oyes?
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Consciente de lo inútil de la discusión, la joven se tumbó con un aspaviento. De
nuevo irritada, se quedó mirando el techo.
—Creía que el nuestro iba a ser un matrimonio moderno, que cada uno iríamos a
lo nuestro. Debería darte igual que tuviera un amante. Tú nunca quisiste esta
maldita unión, me lo dijiste anoche.
Él frunció el cejo.
—Te dije que consideraría la posibilidad de permitirte una aventura discreta
después de que me dieras herederos, tras un intervalo decoroso. Pero no toleraré
que te relaciones con uno de los malditos Buchanan.
—Muy bien. Te lo prometo, cuando llegue el momento, elegiré a alguien que no
sea un Buchanan.
Niall se volvió de lado y atravesó a Sabrina con la mirada. Su estúpida obsesión
con la paz lo perturbaba menos que su amenaza de tener otros amantes.
Tras un momento de tenso silencio, posesivo, le llevó la mano al cuello, donde su
pulso le latía firme y cálido. Inexplicablemen te, sintió el impulso irresistible de
demostrarle que él era el único que ella querría tener.
Despacio, fue descendiendo hasta cubrirle el pecho desnudo. Notó cómo se le
erguía el pezón, percibió el escalofrío sensual que le recorría el cuerpo. El
mismo escalofrío lo invadió a el, acompañado de una punzada de deseo.
—No sigas... —le susurró ella cerrando los ojos.
—Creí que ya habíamos resuelto esto —replicó Niall, apretando la mandíbula
—. No vas a renegar de mí, esposa. Ni de ti misma...
Se inclinó y cubrió sus labios con los suyos, apretando su miembro de nuevo
inflamado contra su vientre, experimentando una oscura satisfacción por el
indefenso gemido de rendición que profirió Sabrina mientras se retorcía contra
él.
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Le hizo el amor despacio esta vez, exigiéndole todo lo que tenía que dar y más,
arrancándole un grito tras otro de éxtasis, negándose a descansar hasta que ella
jadease, se estremeciera y le suplicase que parara.
Al acabar, exhausta, Sabrina se quedó dormida, pero Niall no lograba conciliar el
sueño. La cobijó entre sus brazos y, ceñudo, contempló un punto indefinido del
techo.
¿Qué demonios le estaba ocurriendo? La intromisión de ella en los asuntos del
clan lo había irritado muchísimo, pero no era eso lo que le había hecho hervir la
sangre, ni lo que le había dado tanta rabia y lo había hecho sentirse traicionado.
Al recordar su tempestuoso enfrentamiento junto al lago, Niall hizo una mueca.
Se había enfurecido lo bastante como para ser capaz de pegar a Sabrina, él que no
le había levantado la mano a una mujer en su vida. En realidad, su propia
conducta lo consternaba aún más que los actos precipitados de su joven e ingenua
mujer. Se había comportado como un marido celoso y posesivo.
Tenían que ser celos. El mero orgullo masculino no explicaba la ira que había
sentido al verla en brazos de Keith Buchanan. Tampoco el resentimiento hacia
un clan enemigo justificaba su actitud posesiva. Habría reaccionado de ese modo
con cualquier otro hombre aunque no fuese un Buchanan.
Niall negó con la cabeza, preguntándose cómo había llegado a obsesionarse tanto
con su propia esposa. Había pensado que su fascinación por Sabrina terminaría
desapareciendo con el tiempo, pero su pasión no había hecho más que
fortalecerse. Cuanto más decidido estaba a negar su deseo, mayor era su
necesidad de poseerla. Incluso en aquel momento lo sorprendía la necesidad
imperiosa que había sentido de marcarla como suya y sólo suya.
Distraído, le acariciaba un mechón de pelo húmedo mientras meditaba.
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sentido tan primitivamente posesivo con una mujer... hasta que conoció a
Sabrina.
No había explicación para el apetito voraz que ella le despertaba. Las mujeres
hermosas habían sido una constante en su vida desde la adolescencia y había
logrado evitar que le echaran el lazo. Su esposa no era una mujer de una
belleza deslumbrante y, sin embargo, era hermosa cuando sus ojos brillantes
centelleaban de furia, y más hermosa aún cuando la tenía desnuda debajo de él,
con la piel sonrojada por el deseo y los ojos encendidos de pasión.
La deseaba más allá de lo razonable. Ella podía provocar en él un torbellino de
anhelo que desafiaba toda lógica. Su cuerpo le hacía hervir la sangre como no lo
había hecho el de ninguna otra mujer.
No lo había previsto. Sabrina podía encender un fuego en su interior y hacer
que éste se propagara sin control.
Una intensa punzada de deseo lo atravesó al recordar su violenta unión de
hacía un rato. Habían copulado como animales, y la muchacha lo había
deseado tanto como él a ella, le había respondido en todo momento.
Su pasión lo había conmovido profundamente. Había experimentado unos
sentimientos que no sentía desde hacía años, nunca quizá.
Niall frunció aún más el cejo mientras se incorporaba sobre un codo. Sin
embargo, no era sólo la satisfacción carnal que encontraba en ella lo que lo
atraía. Sabrina había entrado en su vida contra su voluntad. Y de repente,
anhelaba su compañía. Disfrutaba de la proximidad y del compañerismo que
había descubierto con ella. Admiraba el tesón con que había logrado ganarse a
su clan y pretendido la paz. Volvieron a espolearlo los celos, porque toda
aquella vehemencia de ella era por su clan y no por él.
Los ojos se le oscurecieron mientras la miraba dormir. ¿Cómo podía haber
fracasado así? Al transformar a una ratita remilgada en la mujer que deseaba,
le había dado a Sabrina demasiado poder sobre su persona. Ahora era como
un virus en su corriente sanguínea. La fascinación se había convertido en
obsesión, y luego en algo aún más primario. Y esa emoción innombrable le
perforaba las entrañas con la intensidad y el peligro de una arma de doble filo.
Frunció el cejo.
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¡Por todos los santos! No le gustaba sentirse así, tan amenazado, tan
vulnerable. No le gustaba aquella desesperada sensación de necesidad. No era
ningún muchacho imberbe para dejarse arrastrar por la pasión y dejar que la
lujuria gobernara su cabeza.
Pero debía librarse de aquella locura peligrosa antes de ponerse aún más en
ridículo.
Lo que necesitaba era otra mujer. Otra amante. Necesitaba saciarse de placer
físico en los brazos de otra que lo hiciera olvidar su anhelo por Sabrina, que se
la quitase de la sangre.
Necesitaba purgarse de los sentimientos incomprensibles que ella le inspiraba,
demostrarse que su esposa no tenía ningún control sobre él.
Pensó en Eve Graham. Su antigua amante lo curaría de aquella extraña
enfermedad, estaba convencido. Ella aliviaría su fiebre y lo ayudaría a vencer
los sentimientos obsesivos de los celos y la posesividad que habían empezado
a atormentarlo últimamente.
Quizá entonces fuese capaz de controlar el apetito insaciable que su mujer le
despertaba.
14
No hablaron más de su discusión junto al lago, ni de la aventura interrumpida
de Sabrina con Keith Buchanan, pero entre ellos se instaló una sombría
tensión, así como el desconcertante misterio de los robos de ganado.
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Demasiado furibunda para olvidar la cuestión sólo porque se lo ordenara
su dominante marido, Sabrina sopesó la posibilidad de hablar con su abuelo.
Sin embargo, cuando a la mañana siguiente se acercó a Banesk sin avisar, se
llevó una sorpresa.
Durante la noche, había estallado en las Highlands una tormenta que había
cubierto de una niebla baja y gris los montes cubiertos de brezo. Rab trotaba
contento junto al caballo de su dueña, hasta que, en las proximidades de la
residencia de la familia Duncan, de pronto las orejas se le pusieron de punta.
Unos instantes después, Sabrina identificó el clamor del acero, un cruce de
espadas, sin la menor duda.
Temiendo un asalto al castillo de su abuelo, espoleó su caballo y avanzó al
galope con el corazón alborotado.
Se detuvo al llegar a un claro, y a través de la densa niebla, pudo detectar a dos
combatientes. Identificó a uno de ellos: Liam Duncan.
El otro, para inmensa sorpresa suya, era Angus.
—¡Aja! —exclamó éste entusiasmado al detener un mal golpe con uno de su
propio espadón—. No vas a hacerme daño con esos pinchacitos. Un niño lo
haría mejor.
Sabrina tardó un momento en darse cuenta de que no trata ban de asesinarse
el uno al otro, sino que estaban entrenando. Aun así era una auténtica locura
que un anciano se esforzara de ese modo.
—¡Cielo santo, abuelo! —Instando a su caballo a que avanzara, Sabrina se
acercó a él por detrás—. ¿Qué haces levantado?
Él se volvió para mirarla con la agilidad de un hombre de la mitad de sus
años, aunque algo jadeante.
—Sabrina, muchacha, no te esperaba.
—Es evidente. Te vas a matar con estas locuras.
—No, estoy como un chav... —Se interrumpió, de pronto alerta—. Estoy
bien, muchacha. No te preocupes.
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—¿Que estás bien? —Se lo quedó mirando pasmada—. Hace un mes estabas
en el lecho de muerte.
Frunció su cejo cano, con cautela.
—Ah... —Carraspeó—. En realidad, llevaba un tiempo enfermo. Un catarro
persistente. Pero ya estoy bien.
Sabrina se quedó pasmada.
—¿Eso es lo que tenías? ¿Un catarro? Dijiste que te fallaba el corazón.
Angus tuvo la delicadeza de mostrarse avergonzado.
—Sí, también tenía un poco débil el corazón. Ha sido un mal trago, pero ya
estoy bien.
La joven notó cómo sus labios palidecían de tanto apretarlos. El hombre no
estaba a las puertas de la muerte y, por lo visto, jamás lo había estado.
—¿Te has fingido enfermo? —le preguntó ella al borde del síncope.
—No del todo. He estado enfermo de verdad. Sólo que no tan enfermo
como tú creías.
Aturdida, negó con la cabeza, asaltada por un tumulto de emociones:
tristeza, confusión, traición.
Se había fingido gravemente enfermo.
—Me has engañado —susurró ella.
—Bueeeno...
—Me dijiste que yo era la última esperanza para el futuro, que era esencial
que me casara con McLaren para salvar a nuestro clan.
—Fue por una buena causa, muchacha.
—¿Una buena causa? —Le temblaba la voz de rabia—. ¿Es eso todo lo
que tienes que decir? Me has mentido, me has engañado para que accediera a
tus planes... Me casé con Niall sólo porque creía que te estabas muriendo,
porque el clan Duncan necesitaba a un líder que lo protegiera de los Buchanan
cuando tú ya no estuvieras.
—Sí, pero temía que no quisieras casarte si no era absolutamente
necesario. Vamos, muchacha, admítelo. Ni siquiera habrías venido a las
Highlands si no hubieras creído que me moría.
280
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—Otro pensamiento le vino de pronto a la mente. ¿Qué le había dicho a Niall
para que accediera a casarse con ella?
—¿Qué le dijiste a Niall para que se casara conmigo? —preguntó con
fingida serenidad.
—¿Por qué crees que lo obligué?
—Porque obviamente él no quería que nos casáramos.
—Tenía pendiente una deuda de honor. Una vez, yo le salvé la vida a Hugh
McLaren.
Sintió una dolorosa punzada en el corazón.
—Entonces no fue sólo su deseo de casarse con una heredera, como me
dijiste. Me extrañaba. Estaba demasiado ansioso por evitar el compromiso y
lo alivió demasiado que yo lo cancelara. Ahí habría terminado todo, de no
haber sido por que a mí me hirieron en el ataque...
La idea que le vino entonces a la cabeza la desconcertó aún más.
—¿Me engañaste también con eso? ¿Con lo del robo de ganado de los
Buchanan?
—A ver, muchacha...
—Me dijiste que el propio Buchanan era quien había encabezado el ataque.
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Anne Bushyhead El Amante
—Bueno... quizá no fuera él.
—¡Quizá ni siquiera ocurrió! Eso explicaría por qué ellos niegan que
iniciaran los robos, y por qué nos acusan de romper la tregua. ¿Fuiste tú
quien robó el ganado primero?
—No, no fue así. Pero puede que me equivocara con eso...
Sabrina se llevó una mano a la sien, una sensación de incredulidad se
apoderó de ella. Todo empezaba a cuadrar.
—Me dijiste que los Buchanan causarían estragos en nuestro clan si no
contábamos con un jefe lo bastante fuerte para evitarlo. Pero el clan Duncan
nunca ha necesitado que lo salvaran de los Buchanan, ¿verdad? Tú te
inventaste esa amenaza.
El rubicundo semblante del hombre se tornó suplicante.
—Tú no lo entiendes, muchacha. Lo he hecho por el bien del
clan.
— Creo que lo entiendo muy bien — replicó Sabrina con as
pereza — . Habríamos podido tener la paz. Cielo santo, ¡Owen
Buchanan ya había aceptado la tregua! Podríamos haber resuelto
la enemistad para siempre, o al menos haber disfrutado de cierta
tranquilidad durante un tiempo. En cambio, reavivaste el conflicto
deliberadamente. Por Dios, abuelo... ¡podría haber muerto
gente! A Niall casi lo mataron durante el ataque, y dos de los Bu chanan
resultaron heridos. Como yo, por cierto.
El anciano frunció su espeso cejo con actitud desafiante.
—Aun así, debía actuar. Habías cancelado el compromiso y
no atendías a razones. Tenía que mostrarte el peligro. Debías ver
lo que podría ocurrir si el clan Duncan no se unía bajo un líder
fuerte.
—Así que te arriesgaste a desatar una guerra sangrienta solo
para obligarme a casarme.
—Tal vez fue así, pero no me quedaba otro remedio. Me hago
viejo, muchacha. Nuestro clan necesita un jefe y McLaren era el
hombre adecuado para sucederme. Y tú eras la única que me lo
podía proporcionar.
Angus dio un paso hacia ella, pero Sabrina alzó la mano para detenerlo.
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Anne Bushyhead El Amante
Cuando se hallaba ya cerca de Creagturic, Sabrina se preparó para enfrentarse
a Niall, pero al entrar en la finca descubrió que su conversación tendría que
esperar.
Eve Graham estaba allí de visita.
Entregó el caballo a un mozo de cuadras y dejó a su perro persiguiendo feliz
a los roedores, y entró en la casa. Agarrotada por los nervios, subió la escalera.
Sorprendida, descubrió que su invitada no estaba en el salón, ni en ninguna
otra de las estancias de la planta baja. Jean, la doncella, le dijo que tal vez lady
Graham estuviese en el huerto de detrás del castillo, porque hacía un rato, al
mirar por la ventana, había visto al señor y a ella paseando por allí.
¿Niall y Eve en el huerto? Un recelo inexplicable se apoderó de Sabrina.
Consideró la posibilidad de esperar a que volvieran, pero censuró su
cobardía. Salió de la mansión y siguió el camino de piedra montaña arriba
hasta el huerto tapiado en el que crecían manzanos, cerezos y membrillos.
Desfalleció al oír susurros procedentes del otro lado del muro de piedra,
pero respiró hondo y se obligó a asomarse por encima del mismo. La escena
íntima que se encontró a un escaso tiro de piedra le heló la sangre.
La hermosa viuda Graham y el guapo jefe McLaren yacían abrazados en la
hierba, tumbados sobre el plaid de él.
Sabrina se tapó la boca con la mano para sofocar un grito. Sabía que debía
irse, pero se quedó clavada donde estaba, paralizada por la visión.
Su marido estaba tumbado boca arriba y Eve a horcajadas sobre él,
besándolo con fervor. Tenía levantadas las faldas de su elegante vestido y el
corpiño abierto casi hasta la cintura, con sus pechos maduros y pesados al
descubierto.
Incorporándose, Eve agarró las dos manos a Niall y se cubrió con ellas los
abundantes senos.
Él miraba con tristeza a la hermosa mujer que tenía encima.
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Anne Bushyhead El Amante
—Eres una buscona lasciva, cielo.
—Si no recuerdo mal, solías pensar que ése era uno de mis encantos. —
Provocativa, la viuda arqueó la espalda para que sus pezones erectos
rozasen las palmas de las manos del hombre—. Aún disfrutas de mis
encantos, ¿no, Niall?
Él capturó los pezones con los dedos y se los pellizcó suavemente. Eve
profirió un gemido de placer, cerró los ojos y echó la
cabeza hacia atrás.
Sabrina los miraba, paralizada de angustia, con el aire retenido en los
pulmones. La imagen erótica de aquellos dedos fuertes y bronceados
cubriendo unos pechos pálidos y voluptuosos quedaría grabada para
siempre en su memoria, igual que el rostro de Niall, tenso de sensualidad
mientras complacía a otra mujer.
Retrocedió tambaleándose, presa de una dolorosa furia. Cuando Eve profirió otro
gemido, Sabrina contuvo un sollozo y se obligó a moverse. Dio media vuelta y
huyó antes de que pudieran verla. Corrió, cegada por las lágrimas.
De algún modo, logró volver a la casa y esconderse en su alcoba, la alcoba de
los dos, donde Niall la había despojado de su inocencia y la había iniciado en las
artes del amor. Donde le había regalado tantas horas de placer indescriptible.
Donde había empezado a tejerse entre ellos un vínculo de ternura y confianza...
Se agarró desesperada al poste de la cama, para poder controlar los terribles
espasmos que la sacudían. La traición le quemaba por dentro como un ácido
mientras una tristeza arrolladora le destrozaba el corazón.
Tenía frío, sentía náuseas, la acosaban emociones tumultuosas, una detrás
de otra. No había previsto aquel terrible dolor, aquella agitación que
amenazaba con asfixiarla.
—Niall... —suspiró angustiada,
Qué cerca había estado de confesarle su amor, de desnudar el anhelo secreto
de su alma.
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Anne Bushyhead El Amante
El recuerdo de su cobarde credulidad la hacía enfermar. No había hecho más
que engañarse a sí misma pensando que el libertino de su marido podría
llegar a quererla, que sería fiel a sus promesas matrimoniales.
Sabrina se llevó una mano a los ojos, conteniendo las lágrimas con un nudo
en la garganta. En realidad, no debería sentirse tan desolada. Siempre había
sabido que se había casado con un libertino. Niall había sido completamente
honesto con ella desde el principio. En más de una ocasión le había dicho
que jamás le sería fiel. No podía quejarse si buscaba sus placeres fuera del
lecho conyugal.
Se pasó una mano por los ojos. No iba a desfallecer por abrasador que fuera
el dolor en aquel instante. Era lo bastante fuerte como para soportarlo. De
hecho, tendría que construir una buena muralla alrededor de su corazón si
quería sobrevivir a aquella
burla de matrimonio.
Alzó la cabeza. No se conformaría con quedar relegada al penoso papel de
esposa desdeñada. Jamás dejaría que Niall supiera cuánto daño le había
hecho.
Sin embargo, no podía esperar a que él volviera. No podría mirarlo a la
cara. No hasta que lograra recuperar la compostura y recogiera los pedazos de
su orgullo destrozado.
Con la espalda muy recta, Sabrina volvió a los establos y pidió un caballo.
Mientras se alejaba, se echó una capa por los hombros, casi agradeciendo el
frío que se le había metido en el cuerpo. Una bola de plomo ocupó el lugar de
su corazón, adormeciendo el dolor.
Al principio, no sabía bien adonde iba, pero, de pronto, se des cubrió
cabalgando hacia las tierras de los Buchanan. Al recordar el reciente encuentro
con su abuelo, alzó la barbilla y espoleó al caballo para que siguiera adelante.
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Para alivio suyo, se encontró con Keith, que volvía a casa. Mejor, no le
apetecía enfrentarse a Owen Buchanan a solas.
Cuando le comunicó su propósito, el hombre la acompañó con gusto al
castillo. Encontraron a su padre a punto de sentarse a cenar en el gran salón.
En cuanto la vio, se puso de pie de un brinco, indignado de que osara
presentarse allí. Y antes de que ella pudiera decir una palabra, él inició un
ataque verbal.
—No sé a qué juegas, mujer, pero no voy a tolerar ni una sola más de las
traiciones de los Duncan.
—No pretendo traición alguna —dijo Sabrina forzando una sonrisa—. He
venido a disculparme en nombre de mi clan. Puedo explicar los ataques, si me
lo permites. Y quizá después... quieras escuchar mi proposición.
Se le tensó la mandíbula de irritación.
Había intentado purgarse de su anhelo por Sabrina, vencer aquella absurda
obsesión perdiéndose en la piel sedosa de otra mujer, pero no estaba
funcionando como él quería. Comprobó con desaliento que el goce que solía
experimentar al hacer el amor había desaparecido.
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Inexplicablemente, se sentía insatisfecho.
Eve era demasiado perceptiva para no detectar su falta de ar dor. Sus
entusiastas caricias se templaron y luego cesaron por completo. Cuando
levantó la cabeza para mirarlo, sus labios aún estaban húmedos y rojos de sus
besos.
—No me digas que he perdido facultades —dijo la mujer con fingida
indiferencia.
Niall, solícito, alargó la mano para pasearle el pulgar por la clavícula,
delicadamente teñida de maquillaje y colorete.
—En absoluto, cielo. Eres tan deliciosa como siempre.
—¿Y por qué me cuesta creerlo? —Logró esbozar una sonrisa—. ¿No será
que te sientes un poquito culpable debido a tu reciente matrimonio?
Él frunció el cejo y evitó contestar. Incomprensiblemente, sí, se sentía
culpable, y, en consecuencia, furioso.
Eve soltó una sonora carcajada mientras lo miraba fijamente.
—Qué divertido. Jamás lo habría sospechado de ti, «el favorito de
Edimburgo». Te has debido de ver envuelto en numerosas aventuras con mujeres
casadas. Confieso que me asombra que no aproveches ahora que la pelota está
en el otro campo, por decir lo de algún modo.
Niall la miró ceñudo.
—No supongas demasiado, bruja. No está el horno para bollos.
Ella sonrió con aire de superioridad y negó con la cabeza.
—De verdad, no deberías dejar que una violación sin importancia de tus votos
matrimoniales te preocupe, Niall. Con el tiempo que hace que nos
conocemos, no puede decirse que tú y yo seamos dos extraños. Y sabes que
yo puedo ser discreta. Sabrina no tiene por qué enterarse.
—Sabrina es una muchacha astuta.
Eve suspiró desesperada.
—Supongo que eso significa que tienes intenciones de deshacerte de mí.
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—El melodrama no te sienta bien —le dijo él con una sonrisa falsamente
alegre.
Los ojos color avellana de la mujer se tornaron graves.
—Pero vas a poner fin a lo nuestro para siempre. —No era una pregunta.
—Se me ha pasado por la cabeza —respondió Niall con sinceridad.
—Sé que me deseas. —Alargó la mano, se la llevó a los calzones y le acarició la
entrepierna—. Noto lo grande y lo dura que se te pone.
La tensión de la erección le hizo hacer una mueca de dolor.
—A fin de cuentas, soy humano, cariño. Y, como he dicho, tus encantos son
deliciosos.
—Pero no lo bastante para que cambies de opinión.
—Por desgracia, no, aunque me duele que sea así —dijo él riéndose de sí
mismo interiormente.
Volvió a casa, irritado e inquieto. Sabrina no estaba por ninguna parte, algo
que, muy a su pesar, lo alivió mientras se aseaba para quitarse el aroma de Eve
de la piel.
Fue Liam Duncan el primero que le hizo notar que su esposa había
desaparecido.
A última hora de aquella tarde, Liam había cabalgado hasta Creagturic para
hablar con Sabrina, y se mostró enormemente preocupado al no encontrarla.
—¿Dónde puede estar? —preguntó Niall muy serio—. Tendría que haber
vuelto ya. ¿No está en Banesk? Quería ir a ver a su abuelo.
—Sí, y lo ha hecho, pero me temo que se ha ido de allí muy disgustada.
—Explícate —dijo McLaren ceñudo.
Con el menor número de palabras posible, Liam le reveló lo que había
hecho Angus, el doble juego del anciano para lograr la protección del clan
Duncan casando a su nieta con él. Niall lo escuchaba sombrío.
—Yo no supe del engaño de Angus hasta que todo estuvo hecho —le
aseguró Liam—. Ahora está tan sano como un chaval.
A Niall se le tensó la mandíbula.
—Lo sospechaba, pero por una cuestión de honor no podía poner en duda
su palabra.
—Pero no es justo que tuvieras que pagar tú el precio.
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—En última instancia, fui yo quien decidió casarse con Sabrina. Y debo
añadir que...
En ese preciso instante, Geordie Duncan irrumpió en el gran salón.
—¡Hay noticias de la señora McLaren! —exclamó sin preliminares—. La
tiene el maldito Buchanan.
Niall sintió que le faltaba el aire y que un miedo gélido le atenazaba la
garganta.
—¿Cómo lo sabes?
—Le ha hecho llegar a Angus una petición de rescate a cambio de la vida
de ella: trescientas cabezas de ganado.
Niall apretó tanto la mandíbula que le rechinaron los dientes.
—Como ese bastardo le toque un solo pelo de la cabeza...
Dejó la frase sin acabar porque Geordie añadió:
—Angus ha reunido a todo el clan para llevar a cabo el rescate. Quiere que
vayas en seguida.
—Sí, voy. Liam, busca a John y da la voz —ordenó él al tiempo que daba
media vuelta para subir a por las espadas y los escudos—. ¡Vamos al castillo de
los Buchanan!
Rápidamente se reunió a los hombres de armas del clan McLaren mientras
Geordie cabalgaba a Banesk para unirse a Angus. Un ejército de guerreros de
las Highlands a caballo galopaba en dirección a las tierras de los Buchanan.
Redujeron la marcha al aproximarse a la fortaleza, sorprendidos al encontrar
las puertas abiertas y el rastrillo levantado.
Niall alzó la mano para indicar a sus hombres que se detuvieran. Por un
instante, sólo se oyó el relinchar y rumiar de los caballos.
—¿Crees que es una trampa? —le preguntó Angus al joven, receloso.
—Puede. Quedaos aquí hasta que averigüe qué pasa.
El anciano hizo ademán de protestar, pero una sola mirada al rostro
furibundo de Niall lo silenció.
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Con la espada de doble filo desenvainada, éste instó a su caballo a que
avanzara y cruzó solo el puente levadizo hasta la muralla. No había una alma a
la vista, ni indicio alguno de que los Buchanan esperaran visita.
Aquello no tenía sentido.
Entonces, la enorme puerta de madera que conducía a la torre se abrió de
par en par y Keith Buchanan apareció en el descansillo superior de la escalera
de piedra de la entrada. Llevaba un abrigo largo de cuero y por lo visto iba
desarmado.
—Saludos, jefe McLaren —le gritó—. Esperábamos a Angus, pero tú
también eres bienvenido.
—¿Dónde está ella? —inquirió Niall, rabioso.
—Sana y salva... y no es lo que piensas.
—¡Qué más da lo que yo piense! ¡Dime dónde está mi esposa o por Dios que
te abro en dos y les echo tus entrañas a los cuervos!
—Te contaré gustoso lo que sé si me das la oportunidad. Tu esposa está
aquí por voluntad propia.
Niall hizo un esfuerzo visible por controlarse, aunque mante nía el cejo
fruncido de desconfianza.
—Ha venido para buscar la paz.
—¡Sí, seguro! —murmuró él incrédulo, con la mandíbula tensa y un tono de
voz afilado como un cuchillo, en el que resonó una chispa de incertidumbre.
—Ven a comprobarlo tú mismo.
Keith se apartó y señaló el interior de la torre.
Niall desmontó, espada en ristre, y subió de prisa la escalera de entrada.
Siguió al hijo de su peor enemigo por el gran salón y subió con él una
escalinata hasta una estancia que por lo visto se usaba como salón. Incluso
antes de llegar allí, oyó las carcajadas de Sabrina.
—¡Te advertí que no te acercaras a ella!
Niall, sujetando firmemente la empuñadura de su espada, se quedó en el
umbral de la puerta, mirándola con tristeza.
Delante de una chimenea de fuego chisporreante, Sabrina estaba sentada
mirando a Owen Buchanan, al otro lado de un tablero de ajedrez, obviamente
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—¡Por Dios, muchacha, eres la delicia de cualquier anciano!
—Confío en que puedas explicarme todo esto, esposa —espetó Niall entre
dientes.
Volviéndose, ella lo miró con calma.
—Si lo deseas. He disfrutado de una velada extraordinariamente agradable con
lord Buchanan. He venido a disculparme en nombre de nuestro clan por
romper la tregua y por el engaño de mi abuelo.
Quizá te sorprenda saber que Angus nunca ha estado tan enfermo como nos
ha hecho creer.
—Eso me ha dicho Liam.
—¿Te ha contado también que Angus orquestó toda la historia del robo de
ganado de los Buchanan? Nos engañó para que tomáramos represalias por un
ataque que jamás se había producido.
Niall adoptó una expresión inescrutable. —No me preocupa lo que él haya
podido hacer. He venido a acompañarte a casa.
Serena, Sabrina cruzó las manos sobre el regazo.
—No tengo intenciones de marcharme, milord.
—Sabrina —dijo Niall en tono de advertencia, presa de la ira al ver a su
esposa confraternizar con sus enemigos. Le había prohibido expresamente que
se acercara a los Buchanan, y allí estaba, desafiándolo abiertamente.
—Quiero hablar con mi abuelo —prosiguió ella—. Y preveo que llegará en
cualquier momento.
El trató de controlarse, armándose de paciencia.
—Angus está aquí, esperando instrucciones mías.
—Pues debería reunirse con nosotros. Le debe trescientas cabezas de
ganado a los Buchanan y me propongo asegurarme de que se las paga.
—¿Ése es el precio de tu rescate?
—No es un rescate precisamente. En realidad ese ganado les pertenece.
Angus no hará más que devolverle lo que le quitamos, con intereses. Me
parece un precio justo por los trastornos que ha causado.
—¿Y si decido no pagar?
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—Me quedaré aquí un tiempo. —Al ver que su marido ni se inmutaba,
Sabrina se explicó—. Sólo me plantearé la posibilidad
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—Sí, muchacho, yo no tuve nada que ver con aquella sucia estratagema y, de
haberlo sabido, lo habría impedido. Hugh era un buen hombre,
y un enemigo digno. A pesar de nuestras diferencias, no merecía un final tan
deshonroso. Lloré su muerte, lo juro por Dios.
Niall lo miró durante un largo instante, finalmente, envainó la espada.
—Parece que no tengo mucha elección —dijo sombrío—. Voy a buscar a
Angus.
—Niall —lo llamó Sabrina mientras se daba la vuelta para salir—, por
favor, entiende que hago esto con la mejor de las intenciones.
Él la miró, y la dejó paralizada.
—Lo que entiendo, señora, es que has traicionado a los tuyos.
Ella bajó los ojos para ocultar su dolor.
—No, no es cierto —replicó tranquila—. He tratado de buscar un poco de
sensatez en medio de tanta locura. Yo no pedí venir aquí, milord, ni tampoco
verme implicada en una enemistad sin sentido. Yo no pedí casarme contigo.
Me engañaron para que lo hiciera, igual que a ti. Pero ahora que está hecho,
me propongo tomar las medidas necesarias para resolver nuestras diferen cias
y poder vivir en paz.
Ya entrada la noche, y después de mucho esfuerzo, se logró negociar una
especie de tregua entre los clanes enfrentados. Sin embargo, esa paz
provisional fue sólo el comienzo de la guerra entre Niall y su esposa. Su viaje
de vuelta a Creagturic transcurrió en medio de un tenso silencio.
Sabrina creía entender la furia de él; lo había hecho quedar como un imbécil
al aliarse con sus enemigos en su contra, y lo había obligado a poner fin a la
enemistad. Pero no lamentaba lo que había hecho. Era necesario que alguien
interviniera en aquella locura, y ella había sido la única lo bastante objetiva
como para intentarlo.
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Su obstinación, se dijo resuelta, no era en absoluto una represalia por la
traición de su marido, aunque en un rincón oscuro de su corazón deseaba que
él sufriera tanto como estaba sufriendo ella.
Cuando llegaron a casa, Sabrina se fue directamente a la habi tación, pero
para sorpresa y aflicción, Niall la siguió.
Se desnudaron en un triste silencio. Ella habría preferido que él no hubiera
ido. Su frialdad le dolía. Lo veía como un extraño, en absoluto parecido al
tierno amante que había conocido durante las últimas semanas de dicha
conyugal. Se esforzó por contener las lágrimas, mientras su corazón herido
lamentaba la pérdida.
Estaba empezando a ponerse el camisón cuando la orden de él la detuvo.
—No te lo pongas.
La joven se resistía a obedecer sus órdenes como un perrillo amaestrado.
—¿Por qué? No me apetece compartir la cama contigo.
—Tus apetencias me importan bien poco, mujer.
Se situó detrás de ella y le puso las manos en los hombros.
—Ya te lo dije, no renegarás de mí.
Sabrina permaneció rígida mientras las manos de él se paseaban por su piel,
consciente de que lo único que pretendía era demostrar su dominio sobre ella.
Le dolía que la tocara después de lo que había hecho. Le dolía soportar sus
caricias cuando lo único en lo que podía pensar era en su esposo acariciando a
otra mujer, haciéndole el amor apasionadamente. Quería plantarle cara,
recriminarle su traición y aporrearle el pecho con los puños.
Pero fue una guerra de voluntades que perdió. En cuanto Niall la
estrechó en sus brazos, ella se derritió.
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Mi queridísima hija:
No he escrito últimamente porque llevo algún tiempo en cama. Por favor, no te
preocupes, no es más que una leve inflamación de los pulmones...
Continuaba diciéndole que había obtenido cuarenta y tres libras, diez chelines
y seis peniques por los cargamentos de telas de tartán de las mujeres de su clan
que había llevado al mercado de Edimburgo, una fortuna para cualquier
habitante de las Highlands. No obstante, la satisfacción que a Sabrina pudiera
producirle tan buena noticia se vio eclipsada por su preocupación por él.
Fue directamente al piso de arriba, preparó una maleta y paseó nerviosa
por el gran salón, esperando ansiosa a que Niall regresara a casa. Le salió al
encuentro en cuanto lo oyó en el vestíbulo.
—Mi padrastro está enfermo. Quiero ir a Edimburgo a verlo... en seguida.
Su marido frunció el cejo.
—¿Es necesaria tanta precipitación? No puedo dejarte partir cuando está a
punto de caer la noche.
Ella se puso rígida.
—No te estoy pidiendo permiso. Voy a ir, tanto si me lo prohíbes como si
no.
Él le lanzó una mirada furiosa.
—No tengo intención de prohibírtelo. Sólo pretendo evaluar la gravedad de
su enfermedad y asegurarme de que viajas segura.
Sabrina se mordió el labio.
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—Ignoro si es grave, pero está enfermo de verdad, no como mi abuelo —no
pudo evitar añadir con cierta amargura.
—Muy bien. Necesito unos minutos para poner mis asuntos en orden antes de
que nos marchemos.
—No, por favor... no hace falta que me acompañes. Aquí te necesitan.
Él vaciló, sus ojos fijos en ella con una intensidad abrasadora. —Entonces
mandaré a un ejército armado para que te escolte. —No necesito... —Lo
llevarás de todas maneras.
—Quiero partir de inmediato —dijo Sabrina angustiada. Él asintió
bruscamente con la cabeza. —Iré a buscar a John.
—No, a John, no. Sería demasiado violento. No nos dirigimos la palabra.
—Entonces, Colm.
Niall giró sobre sus talones y abandonó el vestíbulo, mientras ella subía a la
alcoba a por su capa. Se estaba cubriendo con la capucha cuando entró Niall.
—Colm está listo para salir de inmediato, junto con cuatro de mis hombres. Ha
ido a preparar los caballos. —Gracias —murmuró Sabrina.
—¿Cuánto tiempo tienes previsto estar fuera? —La pregunta era de lo más
normal, pero a ella le pareció detectar cierto retintín en el tono.
—No lo sé con certeza. —Respiró hondo y lo miró a través del espejo de cuerpo
entero—. He estado pensando...
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Lo miró por encima del hombro, pero no supo interpretar su reacción; su
semblante seguía siendo impenetrable, enigmático. Sería un alivio escapar de la
amargura y la rabia que había marcado su tensa relación las últimas semanas. Sólo
se habían hecho daño, y seguirían haciéndoselo si ella se quedaba. Prosiguió con
tenacidad:
—Supongo que no te importará que no vuelva en seguida. El nuestro no es un
matrimonio de verdad. A los dos nos engañaron en «esta maldita unión», como
tú la llamaste.
Niall apretó la mandíbula.
—Puede, pero estamos casados, y eso no tiene remedio.
A ella le dolió la gravedad de su tono; no sabía si sentirse aliviada o afligida por
que él aceptara la irreversibilidad de su unión.
—Aun así, no tenemos por qué seguir soportándonos el uno al otro.
Al verlo guardar silencio, escudriñándola fríamente, Sabrina alzó la barbilla.
—Mi marcha será un alivio para ti. No puedes decir que me quieras por esposa.
Para ti no soy más que un estorbo.
—Te subestimas mucho, ratita.
—¿Ah, sí? —dijo ella con una mirada menos desafiante que desesperada—. Si
yo fuera la mujer a la que quieres, no andarías buscando compañía femenina por
todas partes.
—¿Por todas partes?
—Te vi en el huerto con la viuda Graham. No te molestes en negarlo.
Él se la quedó mirando mientras un leve rubor le sonrojaba las mejillas.
—Lamento que vieras aquello.
Ella miró hacia otro lado y maldijo su locuacidad. No había tenido intención
de echárselo en cara, pero su reacción la había herido una vez más. Esperaba,
con toda su alma, que Niall negara que su aventura con Eve Graham
significaba algo para él, pero no lo había hecho. El destello de culpa que
había detectado en sus ojos no le servía de consuelo.
—Supongo que soy demasiado susceptible —se obligó a decir
desapasionadamente.
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—Creo que das demasiada importancia a lo que viste.
—¿Ah, sí? —Volvió a mirarlo, furiosa—. Qué fastidio que yo quiera un marido
fiel a sus promesas matrimoniales.
Él frunció el cejo.
—¿Y qué me dices de ti y Keith Buchanan? ¿Qué diferencia hay entre eso y
mi coqueteo con Eve?
—¡Yo no he hecho el amor con él! ¡Ni siquiera lo besé!
Al ver que su marido se limitaba a mirarla amenazador, Sabri na tragó saliva, a
pesar del nudo que tenía en la garganta.
—No debería afligirme. Sé bien la clase de libertino que eres.
—¿Alguna vez te he hecho creer lo contrario?
Sabrina se estremeció.
—No. Ni a mí me ha importado nunca. Te he dicho a menudo que eres libre
de pasear tu lascivia por donde quieras.
Niall se apoyó relajado en el marco de la puerta, con los brazos cruzados sobre
el pecho y el semblante severo e inescrutable' una vez más.
—No recuerdo haberte pedido permiso, ratita.
—Ciertamente no. Sea como sea, dudo que me eches de menos.
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Su marido la observó atentamente, consciente de que era el culpable de la
mirada herida de sus ojos, de aquella humedad sospechosa parecida a las
lágrimas. Mezclado con una intensa rabia, el sentimiento de culpa lo
aguijoneaba.
En ese preciso instante, la señora Paterson llamó a la puerta para
comunicarles que Colm estaba listo para acompañar a Sabrina y que los
caballos los esperaban.
Muy tiesa, ella pasó por delante de Niall sin decir una palabra.
Él no la acompañó abajo. Ni contempló cómo salía al patio, llamaba a su
perro y montaba en su caballo.
Se quedó apoyado en la puerta, con la mandíbula tensa, mientras Sabrina
salía al galope de su vida.
Su humor de perros no mejoró con la ausencia de su esposa. Colm regresó a
Creagturic y le informó de que ésta había llegado bien a Edimburgo, pero
aunque Niall se había propuesto rehacer su vida, no lo logró.
No dejaba de pensar en ella, de recordar su sabor. La echaba de menos, y no
sólo por el placer carnal que le proporcionaba. Añoraba sus discusiones, su
terquedad. Echaba de menos su dulzura, su valor, su sentido del humor, su
mordacidad.
Hasta las cosas más insignificantes se la recordaban. No hallaba un solo lugar
en las Highlands donde esconderse de su recuerdo. Ningún refugio donde
poder olvidar.
Y lo peor de todo era que su terrible malhumor estaba ha ciendo mella en los
suyos, y empezaba a ser peligroso. A los pocos días de la partida de Sabrina,
Niall entrenaba con John en el patio cuando paró un golpe con un
contraataque demasiado violento.
Su primo aulló de dolor, dejó caer el estoque y se agarró el brazo mientras la
sangre le chorreaba entre los dedos.
Maldiciéndose profusamente, Niall se le acercó para inspeccionar la herida,
pero el otro lo rechazó ceñudo con un gesto de la mano.
—Más vale que te busques una mujer y aplaques tu mal genio, muchacho.
Estás como un gato montes con un erizo pegado al trasero. Entretanto, te
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agradecería que te mantuvieras alejado de mí. Ten por seguro que no volveré
a ser tu contrincante.
Dicho esto, John dio media vuelta y se fue, airado, dejando a Niall pasándose
una mano por la cara y maldiciéndose con rotundidad. No tenía derecho a
pagar con los suyos sus desgracias.
Profiriendo un último juramento, se encerró en el salón de la casa, donde se
sirvió un generoso vaso de whisky y se dejó caer en una silla.
Maldita fuera, era verdad que necesitaba una mujer. El problema era que
quería una concreta a la que no podía tener, una que le deseaba la perdición.
Miró malhumorado el fuego apagado mientras las palabras
pronunciadas por Sabrina durante su última discusión resonaban en su cabeza.
«Yo no pedí casarme contigo. Me engañaron para que lo hiciera... No
tenemos por qué seguir soportándonos el uno al otro... No puedes decir que
me quieras por esposa. Para ti no soy más que un estorbo...»
Cerró los ojos con fuerza. En eso estaba muy equivocada. Quizá ella
quisiera librarse de él, pero para Niall no era en absoluto un estorbo. Él ya
había aceptado su matrimonio. Tal vez se hubiera casado obligado por el
honor, pero ya no le interesaba recuperar su libertad. Por razones que no
alcanzaba a comprender, Sabrina se había convertido en algo cada vez más
valioso para él.
Le dio un buen trago al potente whisky y agradeció que le abrasara la
garganta. No sabía a cuántas mujeres había hecho el amor en su vida, pero
sabía que su esposa era distinta de todas ellas. Con ella había experimentado
una intimidad, una conexión que jamás había sentido con ninguna otra mujer.
Ella llenaba un vacío que él jamás se había percatado siquiera de que
existiese.
Maldita fuera.
Lo había cautivado su ánimo, su fortaleza, su increíble ternura, su dulce
excitación en los momentos de pasión. Él le había enseñado a alcanzar el placer,
303
Anne Bushyhead El Amante
Ese pensamiento alarmante lo hizo cerrar los ojos, pero su mente persistía en
mostrarle a Sabrina acunando a un bebé junto a su pecho, con una tierna
sonrisa en los labios. Su hijo, el de Niall. La imagen tenía un poderoso
encanto para él.
Un niño de sus entrañas lo vincularía a ella como la simple unión de sus
clanes jamás lo habría logrado. Sin embargo, hacía falta mucha imaginación
para verlos disfrutando juntos de semejante dicha doméstica.
Lo inundó una emoción incómoda al recordar la mirada dolida de Sabrina, el
día de su amarga despedida cuando él se había negado a reconocer la
insignificancia de su coqueteo con Eve Graham.
«Si yo fuera la mujer a la que quieres, no andarías buscando compañía
femenina por todas partes.»
Niall apuró el vaso e intentó desechar el recuerdo, pero el pálido semblante de
ella presidía sus pensamientos. Había en sus ojos una cruda vulnerabilidad,
un tormento que él había puesto allí.
Se levantó a rellenarse el vaso, maldiciéndose por su estupidez. Al percatarse
de lo mucho que se estaba obsesionando con su rebelde esposa, le había
entrado el pánico y había intentado quitársela de la cabeza y del corazón. Pero
había sido un imbécil al pensar que podría olvidarla en brazos de otra mujer.
Lamentaba inmensamente su idiotez. Había cometido un grave error, y no sólo
porque había estado a punto de incumplir sus promesas matrimoniales, sino
porque no lograba deshacerse de la sensación de que había destrozado algo
muy frágil y valioso: la confianza de Sabrina.
304
Anne Bushyhead El Amante
Y luego había fingido que no le importaba.
Su insistencia en que tenía todo el derecho a cometer adulterio había sido
cruel. Su única excusa era que también él se había sentido inexplicablemente
herido.
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Anne Bushyhead El Amante
Niall negó con la cabeza. No podía olvidarla. Ni quería hacerlo
La mujer arqueó una ceja mientras lo estudiaba.
—No doy crédito —dijo despacio—. Te has enamorado de tu esposa. Tú, el
mayor amante de Europa, atrapado.
En respuesta, rió con aspereza.
—Una suprema paradoja, ¿verdad?
Eve se llevó la mano de él a la boca y trazó con sus dedos la forma de sus
labios.
—A lo mejor sólo necesitas un poco del placer que un día saboreamos juntos.
Ven, cariño, deja que alivie tu dolor.
Niall echó la cabeza hacia atrás. El deseo que un día hubiera podido sentir por
Eve Graham palidecía en comparación con lo que sentía en aquel momento
por Sabrina.
—No sería suficiente.
—¿No?
—No. Tú no eres Sabrina —le dijo sin más.
Cuando la mujer se levantó, haciendo un esfuerzo visible por controlar su
frustración, Niall se puso también en pie, tambaleándose, y se dirigió a la
puerta.
Extrañada, la viuda lo siguió.
—Niall, ¿adonde vas?
—A Edimburgo —contestó sombrío—. A por mi mujer. —Se proponía
encontrar a Sabrina y exigir su rendición, y poner fin a aquel tormento de una
vez por todas.
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Anne Bushyhead El Amante
16
Empezaba a amanecer en la ciudad de Edimburgo, pero ni el estrépito de los
cascos de los caballos ni el rumor de las ruedas de los carros a su paso por las
calles empedradas penetraban la conciencia de Sabrina mientras ésta miraba sin
ver por la ventana de la alcoba.
Le ardían los ojos de contener las lágrimas y de no dormir. En los cuatro días
transcurridos desde que había abandonado las Highlands, con el corazón
destrozado, había descansado muy poco.
¡Maldito fuera, maldito fuera, maldito fuera! ¿Por qué se había permitido
quererlo?
Cerró los ojos con fuerza y se masajeó las sienes doloridas. Niall no era
culpable de su desgracia. Desde el principio, había dejado bien claro que no
buscaba su amor. Sin embargo, ese recordatorio no la ayudaba a atenuar el
dolor incesante que llevaba dentro, ni a acallar sus tumultuosas reflexiones.
Por mucho que se propusiera no pensar en él, los recuerdos persistían, y
acribillaban su mente como una salvaje rebelión.
¡Qué boba había sido! Se había jurado no sucumbir jamás ante su marido,
pero había fracasado estrepitosamente. Jamás debía haber viajado a las
Highlands. Ahora se sentía más desolada de lo que nunca se había sentido
mientras era una solterona remilgada; antes de que Niall le abriera una brecha
en el corazón.
Sólo le quedaba rezar para que el dolor desapareciera algún día. Hasta
entonces, trataría de aguantar como fuera.
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Anne Bushyhead El Amante
Tenía intención de quedarse en Edimburgo, con su padrastro Aunque seguía débil,
Charles se había recuperado visiblemente de su reciente enfermedad; sin
embargo, ella se encargaría de la casa, como había hecho antes de casarse. Allí
podría seguir con su vida, una vida aburrida pero a salvo del seductor que la
había destrozado.
Ahora que la paz con los Buchanan era efectiva, su clan ya no la necesitaba. Ni su
marido, pensó con amargura. Sin su inconveniente presencia, Niall podía retomar
su relación con su hermosa amante.
Apartándose de la ventana, se obligó a iniciar la tarea de recoger la alcoba, aunque
no le apetecía en absoluto.
Al cabo de un rato, se le aceleró el pulso al oír el leve murmullo de una voz
masculina que le era muy familiar procedente de algún lugar de la casa; un tono
aterciopelado teñido de impaciencia. ¡Niall! ¿Qué demonios estaba haciendo allí?
En realidad, no estaba preparada para hacerle frente. Pero no tenía tiempo para
esconderse...
Oyó pasos, el sonido de unos pies calzados con botas que subían la escalera de
dos en dos. Cuando lo vio aparecer en el umbral de la puerta, su poderoso cuerpo
pareció Henar la pequeña estancia.
Llevaba el plaid de los McLaren y un mortífero espadón, se había afeitado y
recogido el pelo de mala manera con una cinta de cuero, y con sus ojos
entrecerrados, tenía todo el aspecto de un guerrero salvaje. Debía de haber
cabalgado toda la noche, pensó Sabrina, y, de algún modo, había averiguado
dónde estaba la casa de su padrastro.
— ¿ Ocurre algo? — logró preguntar ella, debatiéndose entre el sobresalto de volver
a ver a Niall tan inesperadamente y la preocupación por su urgencia.
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Anne Bushyhead El Amante
Él se la quedó mirando, bebiéndosela con los ojos.
—Sí, pasa mucho.
—¿Mi abuelo?
—Angus está bien.
—Entonces... ¿qué... por qué has venido? —preguntó con un hilo de voz.
—He venido a buscar a mi esposa.
Perpleja, Sabrina lo miró, tratando de descifrar la expresión de su mirada. En
sus ojos vio fatiga j una sombría determinación.
—No... no entiendo.
—Te he echado de menos, Sabrina. Quiero que vuelvas a casa.
—¿A casa?
—Sí, a las Highlands, donde está tu sitio.
Ella negó con la cabeza, incrédula, recordando las duras palabras que había
intercambiado con aquel hombre el día de su amarga separación.
—Mi sitio no está allí. Y no deseo volver. Mi padrastro me necesita.
—La sirvienta me ha dicho que Cameron ya se ha recuperado, que se había ido
temprano a las oficinas.
—Pero aún está débil y quiero cuidar de él. Voy a instalarme aquí, Niall. Has
hecho un largo viaje en balde.
Con una mirada serena, él apoyó un hombro en el marco de la puerta, con ademán
de quedarse allí eternamente.
—¿Tienes algún inconveniente en seguir siendo mi esposa?
Sabrina se encorvó, como para protegerse. Tenía ganas de llorar. No quería volver
a sufrir tanto como en las últimas semanas. No podía soportar vivir con Niall. No
podría aguantar sus infidelidades día tras día. Su corazón se marchitaría un poco
más cada vez, hasta convertirse en polvo. No, sólo le quedaba fingir indiferencia
y ocultar aquel dolor insufrible para protegerlos a los dos de tamaña farsa
matrimonial.
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Anne Bushyhead El Amante
Alzó la barbilla.
—Creí que te alegrarías de librarte de mí. Seguramente puedes atender tus
asuntos amorosos con mayor libertad sin la presencia de una esposa que te
incomode.
—No tengo interés en atender ningún asunto amoroso ni de ningún otro
tipo.
—Supongo que tu amante tendrá algo que decir al respecta
Lo vio apretar los labios impaciente.
—Eve no es mi amante, Sabrina, hace mucho tiempo que dejó de serlo.
—¿Qué es entonces? —preguntó con afilado sarcasmo—. ¿Cómo llamarías
tú vuestro encuentro en el huerto, un té vespertino?
Los ojos de Niall no se apartaban de ella.
—Una locura momentánea. Una que lamento profundamente. —Le
sostuvo la mirada con intensidad—. Te juro que no fueron más que unas
caricias. Reconozco que yo buscaba más. Creía que Eve me ayudaría a
olvidarte... a olvidar mi obsesión por ti. Pero estar con ella me produjo justo el
efecto contrario. Me hizo darme cuenta del tesoro que tengo. De lo mucho que
te deseo, a ti y sólo a ti.
Sabrina se lo quedó mirando, incapaz de articular palabra.
—Es cierto. —Él sonrió sin ganas—. Pasé el rato pensando en ti,
deseando que fueras tú la que estuviera entre mis brazos. No la deseaba a ella.
—No me digas —replicó la muchacha al fin—. Pues parecías estar
pasándolo divinamente.
Niall se encogió de hombros.
—El placer carnal no es más que una debilidad del cuerpo.
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Anne Bushyhead El Amante
Significa bien poco si no se siente nada por la otra persona. —Suavizó la voz—.
Eso lo he aprendido de ti.
—No... no te creo.
—Créeme, Sabrina. Eve no significa nada para mí. No es más que un
recuerdo de mi pasado.
—¿Y crees que a mí eso me importa algo? ¿Cómo voy a volver a confiar en
ti después de lo que vi, Niall? Aunque dejaras de coquetear con ella, aquello
fue una traición flagrante. No puedes hacerte una idea de lo mucho que me
dolió.
—Lo siento, Sabrina. Más de lo que podré demostrarte nunca.
Ella negó con la cabeza. No podía aceptar sus muestras de arrepentimiento.
La herida seguía abierta.
Tampoco lograba entender por qué había ido a buscarla. Salvo, claro, que el
que su esposa hubiera decidido vivir lejos de él fuera una afrenta para su orgullo
de highlander. O que temiera perder la dote que le proporcionaba su
matrimonio con una heredera...
Con los ojos repletos de infelicidad, Sabrina se irguió.
—Puedes quedarte con la dote. El patrimonio de mi padrastro es lo
bastante grande como para que no suponga una merma importante.
Niall frunció el cejo.
—Al demonio con la dote. No me casé contigo por tu dinero.
—Ah, sí, ya me acuerdo, fue por una deuda de honor. Bueno, pues te libro
de cualquier obligación para conmigo.
—¡Demonios! No quiero que me libres.
—Dudo que quieras seguir atado a mí.
—Sí, quiero.
—Pero ¿por qué?
—Quizá porque te quiero.
Sabrina abrió mucho los ojos, atónita, mientras Niall permanecía inmóvil.
Finalmente, también él bajó la mirada, su semblante inexpresivo, enigmático, al
comprender la envergadura de las palabras que acababa de pronunciar. Sin
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Anne Bushyhead El Amante
embargo, su declaración de amor había sido tan natural, tan instintiva, que
supo que era cierta.
¡Por todos los santos! ¿Qué había ocurrido? Amaba a Sabrina. El
descubrimiento le parecía aterrador, estimulante, irreal. El espíritu de aquella
mujer le había cautivado el corazón.
Rió a carcajadas.
— Te... quiero... Sabrina. — Lo dijo despacio, como probando
el concepto.
— ¿Debe de ser una broma?
Alzó sus ojos de oscuras pestañas.
— No. No lo es. Me has embrujado, ratita. Creo que te he querido desde el
día en que te metiste en la pelea con los Buchanan
para salvarme el pellejo.
Pasmada e incrédula, ella negó con la cabeza. «¿Niall la amaba?» Nunca se
había atrevido a esperar eso. Jamás.
No, no daba crédito. La cabeza le daba vueltas. Se llevó la mano a la sien,
tratando de descifrar su propósito. ¿Por qué iba a confesar algo tan
evidentemente falso?
Tal vez sólo estaba irritado porque ella lo había desafiado. Quizá, por su
vanidad; no podía soportar que ninguna mujer se le resistiese y ésa le parecía
la forma más rápida de lograr su rendición. Era un experimentado libertino,
acostumbrado a ganarse la devoción femenina con zalamerías e
insinuaciones, así que ¿qué significaba una mentira más para él?
Se lo quedó mirando, con los brazos cruzados sobre el pecho.
— No tengo claro qué te propones. Me crees tan boba como
para caer rendida a tus pies sólo porque me arrojes una migaja de
tu afecto. Por eso mientes y me declaras tu amor.
—No es mentira, Sabrina. Lo juro — dijo él tendiéndole las
manos a modo de súplica—. ¿Por qué crees que me puse tan furioso cuando
creí que estabas coqueteando con Keith Buchanan?
—Porque odias a todos los de ese clan.
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Anne Bushyhead El Amante
—Sí, pero no tanto como para hacer el idiota de ese modo. Estaba
enfermo de celos.
—¿Te sorprenderá que no te crea? —le susurró con una voz llena de
amargura—. Eres un sinvergüenza que diría lo que fuese para salirse con la
suya.
Murmurando un juramento, Niall la miró ceñudo.
—Por todos los santos, te lo juro, ninguna otra mujer me ha robado antes
el corazón.
—Será porque no tienes.
—Sabrina...
Cuando él se le acercó, ella se alarmó. Levantó una mano para detenerlo. No
podía permitir que la tocara. Se conocía lo bastante para saber que, si lo hacía,
estaba perdida.
—Sabrina, mi amor...
—¡No me llames así! No soy tu amor. Ni siquiera entiendes el significado de
la palabra. —Le tembló la voz al señalarle la puerta que tenía a su espalda—.
Crees que te basta con chascar los dedos para que yo baile al ritmo que tú
marques. Pues no. Y tampoco voy a volver contigo a las Highlands. Así que
vete. Que tengas un buen día.
—No me voy, Sabrina.
—¡Sí te vas!
Al ver que no se movía, lo empujó con el puño en el pecho para que
retrocediera y saliera de la estancia.
—Sabrina... estás alterada...
—Sí, ¡y es culpa tuya! ¡Maldito seas, déjame en paz!
Con un último empujón, lo hizo salir de la habitación y le cerró la puerta en
las narices.
Temblando de rabia y de dolor, Sabrina se volvió, enterró la cara en las manos
y soltó un sollozo que le surgió de lo más profundo de su corazón roto y
dolido.
313
Anne Bushyhead El Amante
Sin entender nada, Niall se quedó mirando el panel de madera tallada, tentado
de echar la puerta abajo. Jamás había fracasado tan estrepitosamente con una
mujer.
Podía obligar a Sabrina a que volviera a casa. Tenía derecho, estaba casada con
él. Pero quería que lo hiciera libremente. Si irrumpía en la estancia como un
huracán, quizá llegaran a las manos, porque Niall estaba decidido a hacerla
entrar en razón. Más le valía calmarse primero.
De hecho, necesitaba poner orden en su alborotada cabeza e intentar
desentrañar lo que le había ocurrido. Llevaba semanas negando sus propios
sentimientos, pero ya no podía ocultarse más la verdad. Amaba a Sabrina.
Esa certeza lo aturdía.
Dando media vuelta, bajó la empinada escalera y salió de la casa, perseguido
por un torbellino de pensamientos. Necesitaba tiempo para hacerse a la idea.
Mientras vagaba al azar por la antigua ciudad, perdido en su laberinto de
callejuelas, trató de recordar con exactitud cuándo se había producido en él
semejante transformación. Desde el principio, Sabrina lo había atraído más de
lo normal, pero lo que había empezado como el juego de un sinvergüenza por
librarla de sus remilgos e inhibiciones había terminado siendo una compli
cación devastadora. Se había enamorado.
Niall torció el gesto. «Amor. Usa la palabra, hombre. Que no te va a quemar la
lengua.»
El nunca había creído en el amor, nunca había contraído esa enfermedad
que convierte a hombres poderosos en víctimas indefensas. Pero no había otra
palabra para la brujería que se había apoderado de todo su ser. La emoción que lo
había tomado por asalto era lo bastante fuerte como para hacer que se rindiera.
Lo atemorizaban los sentimientos que Sabrina le despertaba: ternura, gozo, an
helo... el más potente torbellino que había experimentado jamás.
Era toda una revelación saber que su corazón no era invencible. «La amo.
Amo a Sabrina.»
Niall negó con la cabeza con una mezcla de humor e indignación. Al
«favorito de Edimburgo» lo había tumbado una heredera solterona de lengua
afilada. Su esposa, nada menos.
Sí, antes de aquello él había declarado devociones eternas, les había dicho
seductoras palabras a innumerables mujeres; era lo que querían oír, y una de
las normas básicas del coqueteo. Pero no había amado de verdad a ninguna de
aquellas bellezas dispuestas a las que se había llevado a la cama. El amor
314
Anne Bushyhead El Amante
siempre había sido para él un deporte. Ninguna mujer le había llegado nunca
a esa parte tan honda de su ser, a ese núcleo oculto que Sabrina había
descubierto sin proponérselo.
La mirada se le llenó de ternura al recordarlo: ella desafiándolo, riendo con
él, Sabrina ofreciéndole tímidamente su cuerpo en una entrega voluntaria, su
esposa igualándolo en pasión... Cada recuerdo le provocaba una nueva oleada
de conciencia y asombro. ¿Cómo había podido estar tan ciego?
En comparación, todas sus anteriores conquistas no le parecían más que
juegos sin sentido, una búsqueda incesante sólo para satisfacer su apetito. En el
futuro, quería algo más que juegos. Quería algo más que un hermoso cuerpo de
mujer con la que compartir su cama, su vida. Había habido más mujeres de
las que podía recordar, pero ninguna tan peculiar como Sabrina, con su
ingenio, su carácter, su ternura y su coraje.
Ella lo había poseído. De alguna extraña forma, lo hacía sentirse completo.
Con ella había alcanzado una plenitud que valoraba enormemente. Sólo con
su esposa había conocido esa fiebre, esa sed desesperada.
Le había robado por completo el alma y se sentía incapaz de perderla.
Antes se amputaría un brazo o una pierna.
Lo atraía la mujer preciosa en que se había convertido, pero Niall ya no
buscaba sólo placer, ni siquiera conquista. No se sentiría satisfecho hasta que
no tuviera la totalidad de lo que ella podía darle. Quería protegerla de todo y de
todos menos de sí mismo. Quería cualquier cosa que la hiciera feliz. Quería un
futuro con ella, quería darle hijos...
Pero... ¿qué quería Sabrina?
Se detuvo en seco. Su esposa lo deseaba, de eso estaba seguro, pero ¿lo
amaba? ¿Podía amarlo? ¿Acababa de echarlo por el daño inexcusable que le
había hecho o porque de verdad no quería tener nada más que ver con él?
En las últimas semanas, Niall había hecho poco por ganarse su afecto y su
respeto. Había visto la insufrible tristeza en sus ojos hacía unos instantes,
cuando le había confesado su amor. Ella no le había creído.
Y acaso, ¿no era el único culpable de sus dudas?
315
Anne Bushyhead El Amante
verdadero, pero tenía que demostrárselo a ella, convencerla de lo profundos y
firmes que eran sus sentimientos. Sobre todo, quería que viera que era digno
de su confianza.
Quizá necesitara un aliado en esa lucha.
En medio de un estrecho callejón, dio media vuelta y se dirigió a toda prisa a
los concurridos muelles de Edimburgo. El padre de Sabrina tenía allí sus
oficinas. Quizá alguien más sensato podría ayudarlo.
Hasta las mayores penas terminaban por desaparecer, se dijo Sabrina mientras
supervisaba los preparativos de la cena de aquella noche. Tras su enfrentamiento
con Niall, se había puesto una compresa fría sobre los ojos, que aún tenía rojos
de tanto llorar. No había podido ocultar su torbellino de emociones al ama de
llaves ni a la doncella, pero esperaba tener mejor suerte con su padrastro. Charles
Cameron llegaría a casa en cualquier momento.
Al oír voces en la puerta principal, se secó las manos en un paño de cocina y
subió corriendo al vestíbulo; al parecer, su padrastro llegaba acompañado.
Pero al ver al caballero que venía con él, se detuvo en seco. Se trataba del
mismo intruso al que le había pedido que se marchara de la casa hacía apenas
unas horas. El mismo sinvergüenza encantador que le había destrozado el
corazón con su traición.
Su marido.
Se había afeitado, observó Sabrina desesperada, y su rostro, perfectamente
cincelado, estaba más hermoso que nunca, y lo hacía casi irresistible.
316
Anne Bushyhead El Amante
—Tenemos un invitado, muchacha —dijo Charles contento.
—¿Invitado? —repitió ella como una tonta, con la mirada involuntariamente fija
en aquellos intensos ojos azules.
—Sí, el jefe McLaren va a cenar con nosotros.
Niall hizo una reverencia cortés, como si no se hubiera percatado de su gesto
horrorizado.
—Agradezco la invitación. Por suerte, Charles coincide conmigo en que una
mujer debe estar con su marido. Y, tú como no quieres venir conmigo, mi
amor, seré yo quien haga los honores.
Sabrina miró a su padrastro desesperada. ¿Cómo podía haberla traicionado así?
Charles no había dudado de ella cuando abandonado las Highlands y se había
refugiado en su casa, ni había esperado que lo hiciera. Le había dado la
impresión —equivocada, por lo visto— de que no consideraba oportuno
entrometerse en una disputa entre marido y mujer. Sin embargo aquello no era
un simple malentendido, sino una desavenencia de magnitud irreparable.
—¿No vas a saludar a tu marido como se merece? —pregunto Niall con
ligereza.
Sabrina se puso tensa. ¿Cómo podía comportarse como si no hubiera ocurrido
nada entre ellos?
—Papá Charles, ¿podría hablar contigo un momento en privado?
—¿No puede esperar hasta después de la cena, querida? Estoy muerto de
hambre.
Cuando su padrastro volvió su rostro enjuto hacia ella, sus ojos grises la
miraron amables pero decididos. Quería que recibiera debidamente a su marido, y
no lo haría cambiar de opinión
Sabrina ahogó un juramento y aceptó la momentánea derrota A fin de cuentas,
aquélla era la casa de Charles, y ella no era quien para rechazar a sus invitados.
—Muy bien. La cena está casi lista.
Justo entonces, Rab bajó trotando la escalera y, gimoteando de contento,
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Anne Bushyhead El Amante
frotó su enorme cuerpo contra las piernas de Niall con fuerza suficiente como
para tumbar a un hombre menos fuerte.
—Traidor —murmuró Sabrina entre dientes.
Niall levantó la vista después de acariciar al perro, y el brillo de su sonrisa la dejó
sin aliento.
—¿Qué puedo decir? Gusto a los animales.
Aquella sonrisa perversamente seductora hizo que el corazón de Sabrina
latiese desenfrenado, y poco le faltó para abalanzarse sobre él del mismo modo
que lo había hecho su confundido perro.
Charles se volvió para encaminarse a la cocina, y cuando Sabrina se dispuso a
seguirlo, Niall la cogió por el brazo deteniéndola un momento.
—No me voy a ir de Edimburgo sin ti, ratita —le dijo en voz baja—. Si te
niegas a venir conmigo, tendré que quedarme aquí, aunque mi clan me necesite y
el tuyo a ti.
Ella se zafó, incapaz de soportar sus palabras. No conseguiría que se sintiera
culpable de haber abandonado a su clan. Había cumplido con creces cualquier
obligación que tuviera para con ellos.
Sabrina apenas se enteró de lo que cenaba; la sopa de arenques le supo casi
igual que el segundo plato, de pichón asado y pecho de ternera relleno, a los que
no notó más sabor que al postre de tarta de peras envuelta en mazapán. Se debatía
entre las ganas de llorar y la necesidad de satisfacer el deseo que sentía con sólo
mirar a Niall.
Una agradable conversación fluía a su alrededor, pero ella no participó. Se
mantuvo sentada, rígida, frente a su marido, deseando fervientemente que se
marchara cuanto antes. Le resultaría imposible proteger su corazón si ni siquiera
podía evitar su compañía.
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Anne Bushyhead El Amante
La sorprendió que, al finalizar la cena, Charles se pusiera de PIE.
— Me tomaré el oporto en el estudio, querida, para que podáis
resolver vuestras diferencias en privado.
— Papá Charles — murmuró Sabrina, pero él negó con la cabeza y se retiró
antes de que ella pudiera finalizar su súplica.
Una vez solos los dos, se hizo un silencio durante el cual ella no dejó de
mirar la copa de vino por no mirarlo a él. La tensión se hizo insoportable, hasta
que al final Sabrina se decidió a hablar.
— Quiero que te vayas.
—Lo sé, cariño, pero yo quiero quedarme — respondió Niall
con ternura — . Charles me ha invitado a que pase aquí la noche.
Estaba convencida de que lo iba a ver sonreír satisfecho, pera al levantar la
vista, la ternura de los ojos de Niall la asustó.
— ¿Cómo has conseguido que acceda?
—¿La verdad? Me he sincerado con él y me he puesto a su merced. Le he
dicho que no merezco a una mujer como tú, pero que
haré cuanto esté en mi mano por demostrar que soy digno de ti.
— O sea, que lo has engañado con tu encanto.
Él le sostuvo la mirada.
— No lo he engañado. Le he dicho que amo a mi esposa.
Sabrina lo miró confundida, boquiabierta.
— ¿Y te ha creído?
Niall sonrió.
—Ése ha sido siempre tu problema, ratita. Te subestimas demasiado. Como
me subestimas a mí si esperas que me rinda sin
más. — Se recostó en la silla — . Además, ¿qué impresión daríamos si, estando
los dos en la ciudad, no viviéramos juntos como
marido y mujer? Me acusarían de abandonar a mi esposa.
—Eso en ti no sería muy sorprendente — replicó ella — . Todo
el mundo dará por supuesto que sigues con tus aventuras de
siempre, seduciendo a cualquier cosa que lleve faldas.
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Anne Bushyhead El Amante
—Pues todo el mundo se equivocar ía. Mis días de seducción se han acabado
para siempre. —La vio dudar y el júbilo desapareció por completo de su rostro
—. Sabrina, sé que no he hecho nada para merecer tu confianza, pero eso va a
cambiar.
Sabrina miró hacia otro lado, incapaz de confiar en su prome sa de fidelidad.
Quizá de momento se propusiera estar sólo con ella, pero sin duda tarde o
temprano caería en la tentación. Y sabía que no podría soportarlo.
—Te pido que empecemos de cero, Sabrina. Te pido una oportunidad de
ganarme tu confianza.
Con un repentino nudo en la garganta, ella neg ó con la cabeza. Nunca desearía a
otro hombre que no fuera Niall. No amaría a nadie más que a él, pero no podía
actuar como si su traición nunca hubiese sucedido. Quizá algún día pudiera
confiar en sus palabras, pero de momento el dolor de su coraz ón era como una
herida abierta.
Sabrina se levantó de golpe.
—Voy a retirarme a descansar. Ya que te niegas a marcharte, quizá te apetezca
unirte a mi padrastro en su estudio.
Se disponía a salir, pero la voz tranquila de Niall se lo impidi ó.
—Luego está el asunto de los derechos otorgados por el ma trimonio.
—¿A... qué te refieres?
—Eres mi esposa, Sabrina, unida a m í ante Dios y ante los hombres. —
Jugueteó con la copa de vino, recorriendo despa cio el borde con los dedos,
recordándole vivamente la sensua lidad de sus caricias. ¿Cuántas veces la había
tocado con esa delicadeza y la hab ía excitado con el menor roce?—. Podr ía
sacarte a la fuerza de esta casa ahora mismo y ninguna ley me lo prohibiría.
—Mmi padrastro te lo impediría.
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Anne Bushyhead El Amante
—¿Ah, sí? —Niall sonrió, la cabeza inclinada, y sus ojos color zafiro ocultos por
un mechón caído sobre su frente. Luego le dijo en voz baja—: Te lo advierto,
ratita. Me propongo ganar esta batalla.
La miró con fijeza, sin apartar la vista.
Sabrina se quedó paralizada, paralizada por la resolución que vio en sus ojos, por
la promesa seductora de su mágica voz. Incluso cuando lo vio levantarse con su
elegancia natural, ella se quedó completamente inmóvil, hasta que él rodeó la
mesa para situarse a su lado.
La muchacha retrocedió alarmada, pero su marido le cogió la mano y se llevó los
dedos a los labios con exquisita sensualidad. El deseo que le produjo esa erótica
caricia se propagó despacio por todo su ser. No pudo evitar una súplica
entrecortada:
—No...
—Como quieras —dijo él con aquella voz oscura y aterciopelada que
invariablemente la excitaba y la hacía estremecer.
Niall le soltó la mano, lo que, por increíble que pudiera parecer, la desilusionó.
Le dolió en su vanidad que abandonara tan fácilmente su empeño; una reacción
indudablemente absurda. Obviamente, no deseaba que la persiguiera.
No obstante, aprovechó la ocasión para huir a su habitación.
Con el corazón desbocado, cerró la puerta con llave desde dentro y pasó el
siguiente cuarto de hora mirando por encima del hombro, mientras se aseaba y se
ponía el camisón.
En la cama, intentó leer, pero su mente intranquila se negaba a concentrarse. Sus
pensamientos giraban en torno al diablo de las Highlands que estaba en el piso de
abajo. Cuando al fin apagó la vela de un soplo, se quedó tumbada en la
oscuridad, mirando el dosel suspendido sobre su cabeza, tensa e inquieta.
Al cabo de más o menos una hora, oyó que una llave giraba en la cerradura.
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Anne Bushyhead El Amante
Sabrina, despierta, se incorporó bruscamente. La puerta se abrió de par en par
y Niall entró en la estancia llevando en la mano una lámpara de aceite. A
continuación, cerró la puerta despacio a su espalda.
—¿Cómo has podido... ?
—Tu padrastro me ha dado la llave —respondió él simpático.
—¡Vete! —exclamó ella.
Ignorando sus palabras, miró curioso a su alrededor hasta posar la vista en
la cama estrecha de cortinas azules adamascadas.
—¿Así que aquí es donde duermes?
—¿Eres bobo, o sólo sordo? ¡No te quiero aquí!
—Lo único que hago es reinvindicar mis derechos como marido.
Sabrina respiró hondo y trató de calmarse.
—Te lo repito —dijo la joven remarcando cada sílaba—: No voy a
compartir mi cama contigo.
Niall miró el camisón blanco sobre el que caía su melena oscura y
abundante, suelta.
—¿Te das cuenta de lo tiernamente virginal que pareces? —Esbozó una
sonrisa—. Aunque yo te conozco mejor. He visto el fuego que ocultas al
resto del mundo.
Depositando la lámpara en el tocador, atravesó la alcoba y, a pesar de su
mirada furiosa, se sentó en la estrecha cama, a su lado. Se recreó contemplando
el lugar donde sus pezones se transparentaban oscuros bajo el lino blanco.
Sabrina notó cómo se le ponían erectos bajo su escrutadora mirada.
Cuando él se inclinó, ella lo empujó fútilmente.
—¡No! Llévate tu lascivia a otra parte. Seguro que hay innumerables
mujeres que se desmayarían ante la posibilidad de acostarse con el famoso Niall
McLaren.
Él contempló con calma a su terca esposa. No deseaba a ninguna otra mujer.
Sólo a la muchacha de mirada fogosa que despertaba en él una pasión tan
violenta.
Le acarició suavemente el pelo y dijo:
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Anne Bushyhead El Amante
—No deseo a otra mujer, Sabrina. Quiero una esposa, no un montón de
amantes. Te quiero a ti. —Su sonrisa se esfumó quedó sólo la mirada
anhelante de sus ojos—. No recuerdo haber deseado nunca a nadie así.
Era cierto, pensó, mirando a las oscuras profundidades de los ojos de ella.
Nunca había sentido aquella ansia de poseer, de proteger, aquel fuego
absorbente en la sangre que sentía por Sabrina.
Bajó la voz hasta convertirla en un susurro:
—Quiero tu amor, ratita. Quiero ser el hombre al que necesites, al que
lleves en lo más profundo de tu ser. Aquí.
Cuando le tocó el pecho con ternura, ella notó como si realmente le hubiera
tocado al corazón, y no pudo soportarlo. Trato de apartarse, pero él no la dejó.
Acarició con los dedos cada línea de su cara, le pasó la mano por el pelo.
—No puedes negar el vínculo que hay entre nosotros, mi amor. Sé que lo
notas; cuando me hundo en ti, cuando entro muy dentro de tu cuerpo y te llevo
conmigo al paraíso. Cuando me acoges en tu dulzura y me das la bienvenida a
casa.
Se inclinó para besarla, y cada gesto familiar produjo en ella nuevas
punzadas de ternura y deseo.
—Me propongo convencerte, Sabrina —le susurró—. Voy a amarte hasta que tus
sueños conmigo te persigan por las noches y te atormenten durante el día. Voy a
incendiarte la sangre como tú incendias la mía. No cejaré hasta que lleves mi
aroma en tu piel, la marca de mis dientes en tus muslos de seda. Hasta que mi
recuerdo se quede grabado en tu corazón y en tu mente.
«Ya te llevo grabado en mi corazón», pensó ella indefensa. Y cerró los ojos,
temblando de amor y de deseo.
—No... —le susurró mientras él se inclinaba para recorrerle el cuello con suaves
besos. Cuando se detuvo en el frágil hueco de la clavícula y paseó la lengua por el
delicado punto de pulso, ella trató de zafarse—. Maldito seas... ¿es que siempre tienes
que recurrir a la seducción para salirte con la tuya?
Niall se quedó de pronto inmóvil y cesaron sus caricias.
Respiró hondo, alterado.
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Anne Bushyhead El Amante
—No. Tienes razón. —Se retiró, los ojos brillantes y ardientes—. No voy a usar la
seducción para conquistarte.
Ella se lo quedó mirando extrañada.
Miró recelosa cómo se inclinaba para quitarse las botas y luego se ponía de pie para
desnudarse.
—¿Qqué haces? —le preguntó inquieta.
—Desnudarme. Pero no te alarmes, cariño. No te voy a forzar. Sólo quiero dormir
un poco para aliviar mi cansancio. —Esbozó una sonrisa irónica—. No he dormido
mucho últimamente. Por tu culpa.
Se quitó toda la ropa menos la camisa de lino y apagó la lámpara; después se metió en
la estrecha cama con Sabrina. Sin embargo, cuando trató de cogerla entre sus brazos,
ella se resistió, rígida.
—Sólo quiero abrazarte —murmuró él en la oscuridad.
—No —le contestó con poco convencimiento.
Cuando se dio la vuelta y le dio la espalda, Niall no hizo nada por impedírselo. Ya
había cometido ese error antes. Había intentado atarla a él sexualmente, conquistarla
con pasión; ahora debía hacerlo con amor.
Allí tumbado, notaba lo tensa que estaba, a la espera de que él reanudara el asalto
sensual de sus defensas, pero Niall aplastó la tentación.
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Anne Bushyhead El Amante
No sabía cómo amar a una mujer. Sabía hacerles el amor de muchas maneras,
pero esa emoción desgarradora, arrebatadora e implacable le era completamente
ajena.
Sin embargo, una cosa era segura, estaba decidido a cortejar y conquistar a
Sabrina. Como su esposa le pertenecía por ley, pero se había jurado hacerla suya
por amor.
Quería y necesitaba su corazón. Y no iba a conformarse con menos.
17
Niall despertó en una cama vacía. En el frío amanecer, alargó el brazo para
atraer a Sabrina hacia sí y no encontró más que sábanas amontonadas.
Al cabo de unos instantes, ya se había levantado y vestido, e iba
sobresaltando a las criadas y los lacayos soñolientos mientras registraba la casa
de arriba abajo.
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Anne Bushyhead El Amante
La encontró en el desván, en un cuchitril que servía de cuarto para las criadas,
acurrucada en un catre y profundamente dormida. Una ternura inmensa se
apoderó de él mientras contemplaba el rostro pálido de su esposa. Tenía ojeras, y
sospechaba que él era el culpable.
En aquel mismo instante, ella se despertó y lo vio. Con un gruñido,
enterró la cabeza, en la almohada.
—Cielo santo, ¿es que no puedo vivir en paz?
Niall se agachó para sentarse a su lado en el suelo de madera, con lo que
sólo consiguió que se pusiera rígida.
—¿Podrías explicarme qué haces en el cuarto de la criada, mi amor?
—Eres lo bastante listo como para imaginarlo. Intento evitar te. Por favor,
vete.
Él negó con la cabeza, poco dispuesto a dejarla así. Retirándole el pelo, le
masajeó la nuca.
—No voy a irme hasta que lleguemos a un acuerdo.
—Vete al infierno —murmuró Sabrina—. No hay nada más que decir.
Niall bajó la voz hasta convertirla en un susurro.
—¿De verdad quieres que salga de tu vida, ratita?
Un repentino nudo en la garganta le impidió responder. notaba el calor de su
mano en la nuca, suave pero infinitamente TENtadora.
—Te he echado de menos. He echado de menos tu ardor, coraje, tu pasión, tu
lengua afilada. ¿Tú no me has echado de nos a mí?
Claro que lo había echado de menos, malditos fueran sus Desde que había
dejado las Highlands, no había hecho otra cosa que luchar contra su recuerdo
atormentador de Niall.
—No es más que una obsesión temporal. Se te pasará, estoy convencida.
—No. También hay obsesión, pero creo que tengo experiencia suficiente para
detectar lo insólito de mis sentimientos. Jamás había sentido este anhelo, esta
necesidad de llenar la soledad. Sin ti me siento vacío por dentro, Sabrina. Te llevo
en la sangre. NUNca me libraré de ti... No quiero hacerlo.
Ella levantó la cabeza para mirarlo inquisitiva.
—Te quiero. ¿Es que no lo notas cada vez que te estrecho entre mis brazos?
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La joven cerró los ojos con fuerza, perseguida por el recuerdo de su cuerpo
masculino diciéndole con franqueza y sinceridad que la deseaba. Pero la lujuria
no era amor.
—Sea lo que sea lo que sientes por mí, no es amor.
—Si es así, ¿cómo explicas esta espantosa tristeza que siento cuando me
rechazas?
—Sencillo. Eres como un niño mimado al que se le niegan los confites por
primera vez en su vida.
Él negó con la cabeza.
—Nunca antes he querido a ninguna mujer, Sabrina.
Es la sensación más desconcertante y gozosa que he conocido en mi vida.
Mírame, cariño.
No quería hacerlo, pero no lo pudo evitar. Obedeció, y se le encogió el
corazón al ver aquellos ojos asombrosamente cálidos contemplándola con tanta
ternura.
—Eres la única mujer que me ha robado el corazón.
Sabrina tragó saliva y su rostro reveló buena parte de la esperanza que
revoloteaba en su interior. Deseaba tanto poder creerlo, que la intensidad de
ese anhelo la aterraba.
—Prometo serte fiel —continuó Niall en voz baja—. Por mi honor, Sabrina, te
lo juro.
Una sombra oscureció sus ojos.
—No es de tu honor de lo que dudo, sino de que hagas promesas que no
puedes cumplir.
Él esbozó una sonrisa arrebatadora.
—Te aseguro que a ésta le voy a hacer honor. Jamás en la vida volveré a sufrir
el tormento que he soportado estos últimos días. Mi vida ha sido muy triste sin
ti.
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Anne Bushyhead El Amante
—Tu vida era muy triste conmigo, si no recuerdo mal. No hacíamos más que
discutir.
—Y hacer el amor.
—No es suficiente, Niall. El matrimonio es algo más que el sexo o el placer
físico. Más que juegos, coqueteo o seducción. Lo que teníamos no era un
matrimonio de verdad.
—No, no lo era —asintió él muy serio—. Pero lo será.
Al mirarlo a los ojos, Sabrina sintió que se debilitaba de forma desastrosa. Pero
sería estúpida si sucumbía a sus zalamerías.
—Lo que yo busco en una unión no es lo que buscas tú.
—¿Y qué buscas tú?
—Amor, fidelidad, sinceridad... compartir ideas y sueños, trabajar juntos,
construir un futuro, una familia.
—Te equivocas, Sabrina. Yo también quiero esas cosas. Contigo.
Cuando él alargó el brazo, ella estaba demasiado aturdida como para resistirse.
Niall le cogió la cara suavemente con ambas manos.
—Eres mi esposa, Sabrina. Mi único amor. Me perteneces. Pero sé que debo
convencerte.
«Mi único amor.» Sabrina se estremeció. Esas palabras, pronunciadas con tanta
sencillez, la enternecieron como pocas cosas lo habían hecho antes.
Entonces, para su mayor angustia, Niall se inclinó y la besó, un beso arrebatado,
devastador, que le llegó muy hondo y le arañó el corazón.
Cuando ella profirió un gruñido desesperado de protesta, él se retiró y respiró
hondo, estremecido.
—Te juro que no voy a aprovecharme de ti... Muy bien, cariño. Tú ganas. Vuelve a
tu cama. Yo no la ocuparé hasta que me envíes una invitación personal para que
lo haga. —Se irguió, como para reforzar su decisión—. Si quieres que te haga el
amor, tendrás que pedírmelo.
—Tendrás que esperar mucho.
—Entonces será una época desoladora para mí. —Suspiró—. Si tú no me quieres,
no habrá nadie más. Voy a hacer voto de castidad.
—¿Voto de qué?
En broma, Niall le llevó un dedo a la boca, abierta de sorpresa.
—No dirás que no te he dejado sin habla, ratita. Castidad. ¿No conoces la
palabra?
—Por supuesto que sí. Pero dudo que tú la conozcas más que de oídas.
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—Casualmente, sí. Pero soportaré lo que haga falta. A fin de cuentas, soy un
highlander.
La perplejidad de Sabrina se convirtió en sospecha.
—No me puedo creer que te rindas tan pronto.
—No, no me estoy rindiendo. No voy a abandonar la guerra, sólo a cambiar de
estrategia.
Se levantó y se dirigió a la puerta.
—Que tengas dulces sueños, mi vida. Los míos serán muy tristes. He renunciado
a todo empeño carnal hasta que vuelvas, mi amor.
Sabrina sabía que la cosa no iba a terminar ahí. Niall no era un hombre que se
resignara al fracaso. Además, había reclutado aliados.
Para su consternación, su padrastro lo defendía con entusiasmo.
—Yo creo que el muchacho es sincero —le dijo durante el desayuno por la
mañana—. ¿No podrías contemplar la posibilidad de volver a casa con él, donde
está tu sitio?
—Mi sitio no está con Niall.
—Yo no estoy tan seguro. Te he visto, muchacha. Has cambiado desde que te
casaste. Para bien. Tus ojos tienen un brillo que no tenían antes, tus mejillas un
rubor. Cobras vida cuando lo tienes cerca. Además, ahora que has probado la
aventura, te aseguro que tu existencia aquí te resultará demasiado insulsa.
Eso era cierto. Echaba de menos el embrujo de las Highlands, su cruda belleza,
su asombrosa vitalidad. Añoraba la novedad y la aventura a las que había
despertado cada día como esposa de Niall y señora del clan McLaren. Pero no
echaba de menos el dolor.
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Anne Bushyhead El Amante
Sabrina miró su plato.
—Jamás esperé encontrar una gran pasión. Sólo deseaba un unión discreta,
basada en el afecto y el respeto mutuos. Un mando que cuidara de mí... hijos.
Niall no desea esas cosas.
—Asegura que te quiere.
Ella asintió con la cabeza de mala gana, desgarrada por los sentimientos
contrapuestos de esperanza y duda. Deseaba con. fervor poder creer la
declaración de amor de Niall.
—¿Tú lo quieres, muchacha?
No podía negarlo, no sin mentir. Lo amaba, intensa e irremediablemente. No
se había dado cuenta de cuánta alegría habéis añadido él a su monótona vida
anterior. Cuando él estaba lejos, se sentía vacía, abandonada, despojada de su
espíritu. Cuando retaba cerca, quería refugiarse en sus brazos y formar parte de d,
sin importarle el resto del mundo.
¿Qué le había hecho pensar que podía salir de su vida?
—Bueno, una cosa está clara —dijo Charles con solemnidad mientras se
levantaba de la mesa—. Parece decidido a recuperarte. Y no voy a ser yo quien
se interponga en su camino.
Su padrastro salió de la habitación, dejando a Sabrina a solas con sus agitados
pensamientos. Charles tenía razón. Niall era un sinvergüenza peligroso
decidido a recuperarla. Sabía cómo someter a una mujer a sus caprichos, y no
tenía intención de dañe cuartel.
Pero ella debía demostrarle que estaba a su nivel.
Alzó la barbilla, altiva. Se negaba a rendirse tan fácilmente. Su esposo pensaba
que no tenía más que volver a colarse en su vida para que ella cayera rendida a
sus pies. Pero estaba dando muchas cosas por supuestas. Ella ya no era la ratita
pasiva con la que se había casado.
Tendría que ganársela.
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Anne Bushyhead El Amante
Si de verdad quería recuperar su lugar de marido, si de verdad estaba decidido a
darle su amor y su fidelidad, tendría que demostrarlo.
Sólo más tarde esa mañana Sabrina empezó a entender a qué se refería
exactamente el famoso libertino cuando prometió cambiar de estrategia. Para
ella, fue un alivio que Niall se marchara antes del desayuno, pero para su
desesperación, cuando salió de casa acompañada de una criada, descubrió que
la esperaba fuera.
—¿Puedo serte de ayuda, milady? —inquirió, obsequiándola con una exquisita
reverencia.
Sabrina negó con la cabeza, decidida a tener paciencia.
—No preciso ayuda, gracias.
—¿Adonde te diriges?
—Al mercado, para tu información.
La sorprendió que él despachara a la criada. La dócil muchacha se sentía tan
cautivada por el guapo highlander que sólo fue capaz de hacer una rápida
reverencia y, lanzándole una mirada de disculpa a su señora, volver corriendo a
la casa.
—Ya te llevo yo los paquetes, cariño —le propuso él con inocencia, a sabiendas
de que ella se negaría,
—No creo que te interese hacer la compra para la cena.
—Lo cierto es que la perspectiva no es halagüeña, pero no quiero prescindir de
tu deliciosa compañía. Si ésta es la única alternativa que me queda, lo acepto
con donaire.
Decidida a ocultar su deleite y resistirse a sus encantos, Sabrina se volvió y
empezó a bajar por la estrecha calle. Niall, que la seguía, la cogió por el brazo.
—¿Puedes reprocharme que desee una aventura con mi propia esposa?
Ella sonrió con ternura.
—Te reprocho que te conviertas en una auténtica pesadilla.
—No es mi intención, cielo.
—¿No? Entonces, ¿cuál es tu intención?
—Mostrarte lo mucho que me he reformado. Que he recuperado el juicio.
—Al contrario, lo has perdido por completo.
—Entiendo bien tu escepticismo. Pero me he deshecho de malas costumbres. Sólo
me queda convencerte de mi devoción.
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—Vas a necesitar mucho esfuerzo para eso.
—Estoy listo para la labor. Si lo que quieres es que te corteje, te cortejaré.
Sabrina se detuvo en seco y se lo quedó mirando.
—Yo no quiero que me cortejes.
—De todas formas, lo mereces. Cometí un gran error privándote de las debidas
atenciones antes de nuestro enlace. Un error que tengo intención de enmendar de
ahora en adelante.
Ella respiró hondo, consciente de que la acompañaría, tanto si ella lo quería como
si no. Niall McLaren era un diablo descarado y atrevido que sabía cómo salirse
siempre con la suya.
—Esta charada es absolutamente innecesaria —replicó mientras reanudaba el
camino en dirección a la plaza del mercado del viejo Edimburgo.
—No es ninguna charada. Quiero que el mundo entero sepa lo enamorado que
estoy de mi esposa.
Sabrina se encogió de hombros por toda respuesta.
El concurrido mercado era un auténtico alboroto, todo grito? de los pescaderos y
los carniceros, los panaderos y los floristas instando a voces a los clientes a que
comprasen sus mercancías.
A la joven no le sorprendió que su marido pareciera estar tan a gusto allí como en
el más suntuoso de los salones de baile o la mejor de las alcobas. Lo que la
desconcertó fue su deliberado despliegue de afecto. Obviamente, se había
propuesto cortejarla, hacer una reivindicación pública, y que su
comportamiento llamara la atención. Su diligencia resultó muy embarazosa
cuando se toparon con un charco de barro en la esquina de una calle. Antes de
que le diera tiempo a intuir lo que se proponía, Niall ya la había cogido en
brazos para cruzarlo. Y luego tuvo la osadía de reírse de sus mejillas
sonrosadas y su asombro.
Apenas se había recuperado de aquel incidente cuando se detuvieron en el
puesto de un carnicero. Al ver a Niall sujetar en alto una pata de cordero para
que ella la inspeccionara, Sabrina no pudo contener una carcajada.
Él frunció el cejo con fingida sorpresa.
—¿Te divierte algo, cariño?
—Confieso que me divierte ver al mejor amante de toda Europa rebajándose a
inspeccionar un cordero.
Él le respondió con una sonrisa de efecto devastador.
—Ciertamente. Mis amistades se troncharían de risa si me vieran coquetear con
mi esposa. Pero lo que puede llegar a hacer un hombre víctima de Cupido no
tiene límite.
La sonrisa de ella se desvaneció, e intentó apartarse.
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Unos instantes después, Sabrina quiso rechazar una rosa con que Niall la
obsequió.
—Para la mujer más hermosa que conozco —murmuró él con un tono
cantarín de pura seducción.
Sin aliento, Sabrina se apartó.
—Basta ya de tonterías. Como señora de la casa de mi padrastro, tengo
obligaciones que atender. A diferencia de algunos, el placer no es el objetivo
primordial de mi existencia.
Su marido ignoró su mirada mordaz y se acercó para susurrarle al oído:
—Qué lástima. Si hay algo para lo que estás hecha, es precisamente para el
placer. Tu hermoso cuerpo es perfecto para excitar a un hombre.
Sabrina notó que se estremecía víctima de su encanto. Pero su brujería resultó
ser muy eficaz. Su sublime sensualidad era lo bastante potente como para hacer
que le flojearan las piernas.
—Te agradecería que recordaras tu promesa —replicó ella con fingida
indiferencia.
Impertérrito, Niall se acercó un poco más y le dio un beso en los labios.
—Te he prometido que no me acostaría contigo, no que abandonaría mi
empeño.
Aturdida y excitada no pudo hacer otra cosa que mirarlo impotente.
Una fuerte carcajada llegó a sus oídos y, al volverse, Sabrina descubrió que
una anciana los miraba con deleite. Abochornada, giró sobre sus talones y se
fue de allí, dejando que su marido la siguiese si quería.
Lo hizo. Para su sorpresa y desconcierto, Niall la acompaño en todas sus
compras, y luego fue con ella hasta la puerta de la casa de su padrastro y
declinó la invitación a entrar. Aquella tarde no apareció, ni tampoco fue
después a cenar.
Esa noche, Sabrina no pegó ojo y lo maldijo por amargarle así la existencia.
Por su parte, él pasó la noche a solas en una posada cercana, más preocupado
de lo que quería admitir por la terquedad de su esposa. Las mujeres siempre se
le habían dado muy bien, era raro que alguna aguantara tantos asaltos. Pero si
había pensado que vencer la resistencia de Sabrina sería una tarea sencilla,
renunció de inmediato a esa ilusión.
Visitó la residencia de los Cameron a la mañana siguiente con renovada
determinación de sitiar el obstinado corazón de aquella mujer.
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Anne Bushyhead El Amante
Cuando solicitó ver a lady McLaren y lo llevaron al estu dio, vio a Sabrina
enfrascada en los libros de cuentas. Por desgra cia, no estaba sola: su padrastro
estaba con ella.
Charles lo saludó contento, ella, en cambio, lo recibió con una fría
indiferencia. Niall lo interpretó como un desafío.
La joven retiró la mano de inmediato para evitar que él pudiera besársela.
—No alcanzo a imaginar qué te trae por aquí —murmuró con aire de
superioridad.
—He sido yo quien lo ha invitado —explic ó Charles—. Le he pedido que te
lleve de tiendas. Me ha convencido de que tu guar darropa es deficiente.
—¿Deficiente? —repitió Sabrina—. Pero si ya se ha gastado una fortuna en
vestidos nuevos para mí.
—Vestidos apropiados para el campo —explic ó Niall—. La ciudad es otra
cosa. Las Highlands tienen muchas cosas envidia bles, pero temo que la moda no
es una de ellas. Y también necesitas complementos adecuados.
Ella lo miró recelosa, en absoluto tan indiferente a su visita como pretendía.
Llevaba el pelo recogido en una cola y atado con una cinta negra, mientras que
su levita, de buena hechura y muy a la moda, era de pa ño asimismo negro liso.
Pero a pesar de su modesto atuendo, Niall eclipsaba a todos los dem ás
caballeros que ella conocía. Su presencia física aturdía sus sentidos y la sonrisa
arrebatadora que le dedicó le aceleró el pulso.
—Lo siento, pero en este momento estoy ocupada. Los libros de cuentas se
han resentido notablemente de mi ausencia...
—Te pido que me complazcas en esto, muchacha —dijo Charles con
solemnidad—. Las cuentas pueden esperar.
A regañadientes, ella admitió la derrota. Su padrastro nunca le pedía nada. Si
quería que caminara por ascuas, lo haría. Otra expedición de compras en lugares
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públicos acompañada de Niall no podía ser tan difícil... Pero le fastidiaba que
Charles pareciera estar confabulándose con su exasperante y taimado marido.
Era evidente que Niall estaba de buen humor; notaba que tenía los ojos risueños.
—Si no te apetece ir de tiendas —le susurró magnánimo— siempre podemos
volver a mi cuarto en la posada Bull and Bear y pasar la mañana explorándonos
mutuamente.
Ante semejante comentario, la incertidumbre del gesto de Sabrina pronto fue
reemplazada por la exasperación.
—No hay nada con lo que pudiera disfrutar menos.
Niall chasqueó la lengua.
—Deduzco que hoy te vas a comportar como una arpía. E? una lástima que me
hayas echado de tu alcoba. Estás de mejor humor cuando te han hecho el amor.
Ella se quedó boquiabierta ante tamaña osadía.
—Estaría de mejor humor aún si no tuviera que verte la cara.
La risa de sus ojos llegó a su boca y Niall soltó una carcajada mientras la cogía del
brazo.
—Esconde las uñas, tigresa. No es más que una salida de compras, nada más. No
voy a seducirte a menos que tú lo quieras
Sabrina no confiaba ni un ápice en sus promesas. Su marido h estaba cortejando
como no lo había hecho antes de su boda, pero eso la traía sin cuidado. Aunque él
parecía estar haciendo un esfuerzo por complacerla, tramaba su perdición, jugando
al gato y al ratón; y en ese juego, ella era la presa.
Pero también Sabrina sabía jugar al juego de la seducción. A fin de cuentas, le
había enseñado un experto.
Lo miró pensativa mientras paseaba a su lado. Si, como parecía, la resistencia no
funcionaba, probaría a utilizar todas las armas femeninas a su disposición —el coqueteo,
la seducción y las bromas provocativas— para conseguir que Niall babeara por ella. Le
daría a probar su propia medicina. Y al final sólo se conformaría con su absoluta
rendición.
Recorrieron las mejores tiendas de Edimburgo: sombrereros, modistas, peleteros,
joyeros... A ella no le costó mucho darse cuenta de que era objeto de gran curiosidad entre
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Anne Bushyhead El Amante
las féminas con las que se encontraban. Tanto las damas como las dependientas
envidiaban sin duda que la acompañara un sinvergüenza tan guapo como McLaren. El
irresistible highlander poseía un indescriptible atractivo que asombraba y cautivaba.
Sabrina no era inmune, la verdad. En el fondo, la entusiasmaba que un hombre tan
magnífico la deseara tanto.
Sin embargo, lo que de verdad la satisfizo fue descubrir que también ella tenía sus
admiradores. Todos los hombres con los que se encontraban se la quedaban mirando, y
su lado femenino no podía evitar sentirse halagado. Y aún más satisfactorio era el modo
en que Niall fruncía el cejo cada vez que la veía dedicar una sonrisa coqueta a un
desconocido.
Pese a su oposición, su marido compró incontables artículos para ella: encajes, cintas,
abanicos, guantes... una capa de exquisito brocado color bronce rematada de marta.
—Para que haga juego con tus ojos chispeantes —declaró provocativo con una voz que
no le inspiraba ninguna confianza.
Sabrina se vio obligada a agradecerle su generosidad. Decidió morderse la lengua hasta
que lo vio acariciar con un dedo una tela de satén esmeralda y pidió que le hicieran con
ella un vestido de baile tachonado de cuentas de cristal; en ese momento, Sabrina se olvidó
de su plan y protestó por la extravagancia.
—¡Esto es demasiado, Niall! Semejante largueza no sólo innecesaria sino
también decadente. Guarda el dinero para tu clan.
—Ésa es una de las cosas que admiro de ti, ratita: tu fruga lidad. Pero
dispongo de medios para vestir de gala a mi dama Además, el duque de
Kintail celebra un baile la semana que viene.
—No voy a asistir. Compra el vestido si quieres, pero yo me quedaré en casa
con mi padrastro.
Niall le dedicó una de sus sonrisas rebeldes y provocativas que siempre le
ponían un nudo en la garganta.
—Me complacerá enormemente persuadirte de que cambies de opinión.
Sabrina respiró hondo y se obligó a sonreír cariñosa.
—Y a mí me complacerá enormemente hacerte suplicar —murmuró en voz baja.
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Al entrar a la sombrería Sabrina tuvo que morderse la lengua de nuevo, pero
por un motivo distinto. Allí, se encontraron a una aristócrata con sus dos
vivaces hijas. Las mujeres hablaron con entusiasmo con él pero la tomaron a
ella por su última querida La frialdad de las damas se transformó sin embargo
en conmoción cuando Niall presentó a Sabrina como su esposa.
—Como ves, deberías sentirte orgullosa de haberme cazado —le dijo con una
sonrisa muy masculina cuando volvieron a estar solos—. Las mamas
casamenteras me han estado echando encima a sus hijas durante años, pero no
he sucumbido nunca hasta que te conocí a ti.
Ella le dedicó una mirada de superioridad.
—Todavía no estoy convencida de que hayas sucumbido de verdad.
—Usa la cabeza, cariño. ¿Iba yo a ponerme en evidencia persiguiendo
a mi esposa de forma tan pública si pretendiera continuar con mi licenciosa
carrera de libertino?
—No creo que ir de compras conmigo sea ponerte en evidencia.
—Quieres que me arrastre, ¿verdad?
Se lo quedó mirando pensativa.
—Eso podría ser divertido, lo admito.
—Lo haré si con eso te convences. Te besaré los pies.
Con una sonrisa serena, Sabrina se recogió la falda, se levantó el bajo unos
centímetros y le ofreció el pie.
Niall soltó una carcajada, y sus ojos traviesos reflejaron picardía y afecto.
—¡Eres un tesoro, ratita! Cuánto te quiero.
Luego entraron en una joyería, en la que había un caballero examinando un
broche de perlas ante el mostrador.
A Sabrina le dio un vuelco el corazón.
—¡Oliver! —exclamó con la respiración entrecortada, sin poder contenerse.
Éste se volvió y se quedó parado un momento antes de sonreír.
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Anne Bushyhead El Amante
Por su parte, él estaba como siempre, salvo quizá por su atuendo más
historiado. Sin embargo, con su peluca empolvada, su voluminosa levita y sus
zapatos rojos de tacón a la moda, su antiguo pretendiente parecía terriblemente
afeminado en comparación con el highlander fuerte, musculoso y
absolutamente varonil con el que se había casado. No podía imaginarse a
Oliver blandiendo el estoque que llevaba a la cintura como Niall blandía su
espadón, ni dirigiendo un robo nocturno de ganado, ni cabalgando furioso
para vengar su supuesto secuestro por un clan enemigo.
—¿Qué haces tú aquí? —repitió Oliver curioso.
—Disfruta de la compañía de su esposo —dijo una voz sardónica a su
espalda.
Sabrina dio un respingo. Había olvidado que Niall estaba tan cerca.
—¿Me presentas a tu amigo, mi amor? —inquirió melifluo.
—Éste es Oliver Irving —logró responder ella—. El marido de mi prima
Francés.
Pudo ver la especulación en los ojos azules de Niall, e inmediatamente
lamentó haberle hablado de su noviazgo fracasada
—Oliver, te presento a Niall McLaren, lord Strathearn. Mi... marido.
—Ah, sí. Admito que me sorprendió oír que te habías casado tan de
repente. —Oliver hizo una reverencia, muy tieso—. A su servicio, milord.
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Anne Bushyhead El Amante
—¿Y qué tiene de sorprendente? —preguntó Niall en un tono peligroso que
a Sabrina no le gustaba nada—. Me enamoré locamente de esta hermosa
mujer en el mismo instante en que la vi y estaba deseando hacerla mía.
Ella frunció el cejo ante tamaña falsedad.
—¿No ha venido mi prima contigo? —preguntó por cambar de tema.
Un levísimo rubor encendió las mejillas maquilladas de Oliver.
—Me temo que Francés está indispuesta en estos momentos. Está... eh...
enceinte.
—Oh... qué... maravilla —murmuró Sabrina, a pesar de que saber que su
prima iba a tener un bebé le producía una pizca de envidia. Le resultaba
agridulce pensar en lo que podría haber sido. Si Oliver no se hubiera
enamorado de Francés, ella podría ser la dama que estuviera en tan interesante
estado—. ¿Estaréis contentísimos?
—Eh... mucho —respondió Oliver, por lo visto algo incómodo—. Ah...
perdonadme. Acabo de recordar un recado que había pasado por alto. —
Devolvió el broche al joyero—. Con permiso... milady... milord. —Hizo
ademán de besar la mano de Sabrina y se tocó el sombrero para despedirse de
Niall, luego salió apresurado de la tienda.
Ella levantó la vista y vio que su marido la miraba fijamente.
—¿Un amante celoso, cariño?
Consideró la posibilidad de darle una réplica coqueta, pero no consiguió
bromear sobre ese tema.
—Yo no tengo amantes, ni celosos ni no celosos.
—Te equivocas. Me tienes a mí. Y estoy descubriendo lo pesado y posesivo
que puedo llegar a ser. —Desvió la vista hacia la puerta—. Fue un imbécil por
dejarte plantada.
Ella, desconcertada, fue incapaz de contestar nada.
—Admito que me cuesta ver el atractivo de ese tipo y entender cómo
pudiste haberte creído enamorada de él.
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Anne Bushyhead El Amante
Sabrina se mordió el labio irritada, sin embargo, desleal, coincidió con él. No
podía evitar preguntarse qué demonios había visto en Oliver. Niall la había
curado de su infantil encaprichamiento de su anterior pretendiente; ese amor
había sido una pálida imitación de lo que ahora sentía por su marido.
—Oliver no presume de dominar los asuntos carnales. Desde luego, su talento
amoroso no iguala al tuyo.
—Te lo agradezco, pero yo hablaba de emociones más profundas.
—¿No pretenderás que te crea un experto en la materia? —preguntó Sabrina con
aire de superioridad.
Ella esperaba una réplica jocosa, pero Niall estaba muy serio, mirándola con
atención.
—Debes de lamentar haber perdido a tu amor.
—Oliver no es mi amor. Estuvimos comprometidos, eso etodo.
—Bien —murmuró él satisfecho—. Yo te haré olvidar que siquiera existió.
«Ya lo has hecho», pensó ella.
—Me sorprendería mucho que lo que iba a comprar fuese para su esposa —
dijo Niall pensativo, mirando el broche.
Sabrina arqueó una ceja por la acusación implícita.
—Que tú seas incapaz de fidelidad no significa que debas cuestionar la de los
demás.
Él la miró ceñudo.
—No soy incapaz de fidelidad. Es sólo que nunca antes había tenido razones
para ella.
—Supongo que cambiarás de opinión en cuanto se te cruce por delante alguna
belleza.
—No. —Alargó el brazo para acariciarle la mejilla—. ¿Cómo voy a mirar a
otra mujer si tú eres mi único amor?
Al darse cuenta de que el joyero los miraba intrigado, cogió a su esposa por
el codo y se la llevó a un rincón oscuro de la tienda.
—Te quiero, Sabrina —le dijo con voz queda, profunda—. Tanto que me
duele. Ojalá pudiera hacerte entender cuánto...
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Anne Bushyhead El Amante
Entonces inclinó la cabeza y la besó. Con una ternura seductora, su boca cubrió la
de ella.
La muchacha sintió que el corazón se le aceleraba a su contacto, y el deseo de él,
incluso a través de capas de faldas y enaguas. Alarmada, le puso las manos en el
pecho con expresión de angustia.
Aun así, se quedó sorprendida cuando él obedeció.
Niall interrumpió el beso pero se quedó allí inmóvil, con la frente pegada a la de
ella y la respiración entrecortada. Parecía estar librando una batalla interna consigo
mismo.
Debieron de vencer sus mejores instintos, porque al final soltó una carcajada triste.
Al levantar la cabeza, esbozaba una sonrisa forzada.
—Supongo que éste es mi castigo por pecados pasados. Durante años he
buscado una mujer a la que poder amar, una con coraje y honor, que pudiera
hacerme temblar de furia o de pasión. Y, cuando al fin la encuentro, me rechaza.
La soltó de mala gana y se apartó.
Dolida, tocándose los labios que aún le hormigueaban, Sabrina lo vio volver al
mostrador. ¿Cómo podía marcharse y dejarla así, anhelante, vacía, ansiando sus
caricias?
¿Cómo iba a seguir resistiéndose si la resistencia le dolía a ella más que a él?
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Anne Bushyhead El Amante
18
Era un juego de seducción, uno que ninguno de los dos parecía capaz de
ganar.
Al cabo de una semana, la campaña deliberada y completa mente pública
de Niall estaba haciendo estragos en el corazón de Sabrina. Necesitaba hasta la
última pizca de fortaleza para continuar soportando su calculado y sensual
asalto.
Él aprovechaba la más mínima oportunidad de confundirla. Aunque Niall
cumplía su promesa de no colarse en su cama. se servía de métodos más
sutiles para recordarle lo que se estaba perdiendo... una mirada tierna, una
caricia seductora, una sonrisa devastadora.
Ella, por su parte, empleaba todas las armas femeninas de que disponía para
personificar una versión femenina de él. Lo igualaba en hechizo, reía y
coqueteaba con idéntica intensidad, haciéndole promesas tentadoras e
induciéndolo a perseguir una presa escurridiza.
Era un castigo bien merecido, se decía. En el curso de su licenciosa carrera,
Niall había hecho que innumerables mujeres se enamoraran de él. Ahora, por
primera vez en su vida, el legendario sinvergüenza sufría la misma agitación
que él había provocado en todas aquellas desafortunadas: la desesperación de
amar alguien sin ser correspondido. El dolor de preguntarse si ella le sería fiel.
Y, sin embargo, Sabrina sabía que no podían continuar así mucho más
tiempo.
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El pelo sin empolvar, recogido en un moño alto, con unos cuantos mechones
resplandecientes cayéndole con elegancia sobre un hombro.
Necesitó la ayuda de tres doncellas para ponerle el fabuloso vestido
bordado en cristal que la modista le había hecho y colocarle el rígido tontillo
bajo las faldas. A Sabrina le preocupaba que el color de aquel vestido tan
moderno fuese demasiado llamativo y el escote en exceso atrevido; el satén
esmeralda contrastaba intensamente con los colores pastel que llevaban casi
todas las damas, mientras que la parte del pecho que asomaba al pronunciado
escote atraería muchas miradas.
Sin embargo, los aspavientos de asombro y admiración de las mujeres la
tranquilizaron.
—Madre mía, pareces una princesa de cuento.
—No, una reina.
Niall en cambio no dijo ni una palabra y no la dejó mirarse en el espejo. Tras
despachar a las criadas, él mismo añadió los último toques: una gargantilla de
esmeraldas y unos pendientes que había mandado traer de su casa en las
Highlands, un delicado lunar postizo negro que pareció disfrutar colocándole en
el pecho derecho y un abanico de encaje negro para que lo llevara en la mano.
La inspeccionó por última vez, soltándole con los dedos algunos rizos
pequeños para que le cayeran por las mejillas. Entonces, dijo: «Perfecto», y se
dio la vuelta para dejar que se viera en el espejo de cuerpo entero.
Sabrina se sobresaltó, preguntándose si aquella criatura sensual que veía
reflejada era ella de verdad. De algún modo, la brujería de Niall la había
transformado en una arrebatadora seductora.
La falda de exquisito satén — aplastada por delante y levantada por los lados
con la ayuda de unos aros — estaba cubierta de cuentas de cristal que brillaban
como diamantes a la pálida luz de las velas.
El corpiño largo y en pico acentuaba su estrecha cintura al tiempo que abultaba
seductoramente sus pechos por encima del escote recto.
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El efecto era impresionante, pero fue el gesto de su marido re flejado en el
espejo lo que la hizo sentirse más hermosa de lo que podían expresar las
palabras.
— Niall... el vestido es sensacional.
El sonrió indulgente.
— No. La mujer que lo lleva es sensacional... magnífica.
Se inclinó y le acarició el hombro desnudo con los labios.
—Ya te he dicho alguna vez que la belleza de una mujer no re
side en su aspecto externo, sino en su fuego interior... Y tú, cariño,
tienes fuego de sobra para tenerme siempre en llamas — se lo dijo
con voz ronca, espesa, lenta, como miel que fluyera por las venas
y resbalara por los muros que protegían el corazón de Sabrina.
Cuando la abrazó por detrás, ella respiró hondo, con toda la fuerza de
voluntad que poseía. Niall... el baile...
Él gimió suavemente y enterró el rostro en su hombro, sin querer soltarla.
Aquella mujer era su mayor motivo de alegría, su mayor tormento. Pasaba las
noches anhelándola, torturado por el deseo, por la opresión que sentía en el
pecho, sin poder dormir. Pasaba los días empeñado en demostrarle que la
amaba.
Sabrina era la única que no lo veía, pensó él desesperado. Todo Edimburgo
era testigo asombrado y admirado de su persecución. Niall soportaba las
bromas procaces de sus amigos sobre lo bajo que caían los poderosos, mientras
el resto de la sociedad estaba ansiosa por conocer a aquella notable dama que
había logrado lo imposible. Su derrota en el campo de batalla del amor era un
prodigio.
Aun así, había hecho frente a Sabrina cada día con una inquietud creciente.
A pesar de la cantidad de mujeres que había conocido en el pasado, jamás había
topado con una resistencia tan abrumadora. Cuando su esposa trataba de alejarse,
Niall cerraba los ojos, agonizando de deseo. La deseaba con desesperación.
Quería que lo deseara a él con la misma intensidad. Quería verla llorar de amor.
Pero quería que fuese ella quien lo buscara. Tomó una bocanada de aire.
— Ah, sí, el baile.
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Pero no la soltó del todo, sino que le dio la vuelta despacio para que lo
mirara, e inclinó la cabeza.
Le dio un beso tan tierno, tan intenso, que ella notó el fuego que ardía entre
ellos.
— Sabrina... — le susurró en los labios — , mi dulce llama viva.
Cómo me haces arder...
Luego retrocedió, bajando las manos. Ella se lo quedó mirando, temblando
de deseo y necesidad.
Niall la dejó allí de pie, excitada, mientras se retiraba a otra alcoba para
terminar de vestirse.
Sabrina aún no se había recuperado del todo cuando su marido volvió a
reunirse con ella, unos instantes después. Llevaba una levita de satén color
marfil con encajes blanquísimos en el cuello y los puños. Los colores claros
contrastaban notablemente con su hermosa tez morena y complementaban a la
perfección con lo* más intensos del atuendo de la joven.
Pero fue el resplandor ardiente e intenso de sus ojos azules lo que la dejó
sin aliento. Cuando la miraba así, no le cabía la menor duda de que realmente la
quería.
El carruaje de los Cameron los trasladó al baile; Sabrina se sentía como si
flotara. El cielo estival brillaba con un intenso negro salpicado de estrellas
cuando descendieron del mismo ante la magnífica mansión del duque de
Kintail.
Al entrar en el espléndido salón de baile, fueron anunciados a
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Anne Bushyhead El Amante
joyas, pero Sabrina podía moverse entre ellos con la cabeza bien alta. Era la
esposa de un jefe de clan y por sus venas corría la sangre de guerreros de las
Highlands.
—Sí, tú. Eres la comidilla de Edimburgo. Y, si no me equivoco, ahí viene
uno de tus admiradores.
El mismísimo anciano duque de Kintail se acercó y rogó que le presentaran
a aquella hermosa mujer.
—No me habías dicho que fuera tan bella, milord.
—Preferí que lo vierais vos mismo, señoría. Os presento al amor de mi
vida, mi esposa, Sabrina, lady McLaren.
El duque hizo un elegante ademán de besarle la mano.
—Encantado, milady. ¿Así que ésta es la dama por la que andas de cabeza?
¿Dónde la tenías escondida?
Él miró a Sabrina, acariciándola, con los ojos.
—No he sido yo, señoría. Se ha escondido ella. Me temo que es bastante
tímida.
Ella estuvo a punto de atragantarse al oír una mentira tan descarada.
—Ha sido preciso un esfuerzo hercúleo para persuadirla de que asistiera a
esta velada —prosiguió Niall con naturalidad.
— Bueno, confío en que merezca la pena, milady — respondió
el duque, sonriendo — . Por favor, resérveme un baile para mas
tarde.
Dicho esto, se marchó, y Sabrina lo siguió con la vista, intrigada.
— No te extrañes tanto de sus atenciones, cariño — le dijo su
marido — . Kintail tiene muy buen ojo para detectar a las mujeres
más seductoras de la sala. De hecho, he estado dudando de si dejarle que te tomara
la mano. Prefiero tenerte para mí solo.
Su sonrisa era impresionante. Sabrina se sorprendió mirando fijamente aquella
boca descarada y sensual que podía volved» loca en un instante.
— No puedes bailar sólo conmigo — comentó ella con aire de
superioridad — . ¿Qué pensaría la gente?
— Pensaría que mi preciosa mujer me tiene cautivado, que no
es más que la verdad.
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Anne Bushyhead El Amante
Sabrina podría haberle replicado, pero la partida del duque pareció ser la señal para
que la multitud convergiera sobre ellos. Decenas de invitados se acercaron a que les
presentaran a la notable mujer que había logrado atrapar al escurridizo
highlander que enamoraba todos los corazones femeninos.
Niall observó satisfecho cómo los presentes halagaban a Sabrina y disfrutó del
revuelo que había organizado con su inusual belleza. Aquella noche, su esposa
resplandecía de verdad. Entre las damas ataviadas con anchas faldas con tontillo, y
que llenaban abanicos pintados de alegres colores, ella destacaba como un¿ flor
exótica de invernadero, y su cabello sin adornar resplandecí a la luz de un millar
de velas. Respondió a las atenciones recibidas como él le había enseñado,
aceptando los elogios por merecidos, con una alegre elegancia que encantaba y
excitaba.
Durante el siguiente cuarto de hora, mientras la presentaban a la concurrencia.
Sabrina apenas tuvo ocasión de tomar aliento, pero cuando la multitud al fin se
disolvió, notó que se le encogía el corazón. Al otro lado de la sala, había una
mujer extraordinariamente hermosa con su propia corte de admiradores. La
joven la reconoció en seguida. Era la noble inglesa, la esposa del coronel a la
que Niall estaba seduciendo el día en que se conocieron, en el baile de
compromiso de su prima Francés. Lady Chivington llevaba un vestido de
terciopelo rosa adornado con encaje dorado e hinchado por unas enormes
enaguas con ballenas, y le estaba dedicando a Niall una sonrisa seductora desde
lejos, poniendo morritos con su boca perfecta en forma de arco.
Sabrina sujetó con fuerza el abanico, antes de levantar la mirada y ver a su
marido observándola. Sus ojos se encontraron, y ella supo que también él
recordaba el día en que se habían conocido.
—Ah, no, cariño, no es así como se muestra disgusto. Fíjate bien. —
Cogiéndole los dedos con suavidad, abrió las frágiles varillas y realizó tres
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Anne Bushyhead El Amante
pases cortos y briosos con el abanico por debajo de la barbilla—. Así. Es un
arte, ¿sabes?
Irritada, Sabrina miró sus ojos risueños.
—Un arte que tú pareces dominar a la perfección —le replicó mordaz.
Él sonrió.
—Me satisface que estés celosa. Me hace albergar la esperanza de que me
quieres más de lo que estás dispuesta a admitir.
—¿Crees que estoy celosa? —repitió arqueando una ceja.
—Sí. Vamos, mi amor, confiésalo. Te tengo tan enamorada como tú a mí.
—Me extraña que en este enorme salón quepa alguien más que tú, milord,
teniendo en cuenta el tamaño desproporcionado de tu autoestima.
Niall rió y sus ojos rebosaron diversión.
—Sabrina, mi dulce Sabrina, cuánto te deseo.
Justo entonces, los músicos empezaron a tocar los majestuosos acordes de un
minué.
—¿Me concedes el honor? —murmuró él.
Sin darle la oportunidad de que se negara, la cogió del brazo v empezó a
ejecutar con ella los refinados pasos del baile. Igual que lo hacía todo, Niall
practicaba los intrincados giros con una gracia impecable. Sabrina se sintió
desconcertada por su proximidad y por el modo en que él la miraba. Sólo tenía
ojos para ella, acariciándola con la mirada, como si fuera la única mujer del mundo.
Cuando la pieza terminó, la cedió con visible reticencia.
Sabrina se vio muy solicitada como pareja de baile; no le dejaban ni un instante
para descansar. En realidad, era una sensación embriagadora y, aun así, se
sorprendió añorando las sencillas celebraciones de las Highlands. Los invitados
eran demasiado civilizados, demasiados frívolos, y sólo les preocupaba su
parloteo intrascendente y la belleza física.
Y, entonces, su prima Francés estuvo a punto de estropear su éxito. Cuando
paró la música y la pareja de baile de Sabrina fue a buscarle una copa de ponche, la
joven se le acercó, ataviada con un vestido de brocado rosa almidonado.
—Brina, estás ahí. No podía acercarme a ti con toda esa gente rondándote.
Quién lo hubiese dicho, tú la mujer de moda, con un vestido provocativo pensado
para llamar la atención. Mama está conmocionada, permíteme que te lo diga.
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Anne Bushyhead El Amante
—No hace falta que me lo digas —murmuró ella con ironía—. Soy
perfectamente consciente de la sumisión de mi tía a los dictados de la moda.
¿Cómo está, por cierto? —preguntó para cambiar de tema.
—Muy bien, aunque a ti eso te da igual.
He oído decir que llevas más de una semana en la ciudad, pero no has venido a
vernos ni una sola vez. —Su prima frunció el cejo, petulante—. No entiendo
por qué. No es propio de ti ser tan egocéntrica.
—Oliver nos dijo que no estabas bien.
Francés torció mucho el gesto.
—¿Has visto a Oliver?
Ella se la quedó mirando, sorprendida de que su bonita prima pudiera estar
celosa de ella. Nunca había supuesto la más mínima competencia para Francés,
porque Sabrina era siempre la fea del baile. Ni siquiera con Oliver, que había
confesado amarla, había tenido competencia en cuanto éste conoció a
Francés. La muchacha poseía la delicadeza de una muñeca de porcelana y un
encanto vivo que resultaba cálido y real, un encanto que parecía haber perdido
por completo aquella noche.
—Me lo encontré cuando iba de compras con mi marido —respondió
ella con fingida naturalidad—. Entonces nos contó la buena noticia. Estás
esperando un bebé, ¿verdad?
—Sí... supongo.
—No esperaba verte por aquí esta noche si no te encuentras bien.
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Anne Bushyhead El Amante
—No nos codeamos tanto con la aristocracia como para poder rechazar
una invitación del duque de Kintail. Yo no llevo el título de milady; soy
simplemente la señora Irviny.
Sabrina arqueó las cejas atónita. Jamás había visto a Francés de tan mal
humor. Su prima solía tener muy buen carácter, a pesar de estar quizá un
poquito consentida. Pero por lo que parecía, ahora le estaba echando en cara
que se hubiera casado con un jefe de clan de las Highlands. Tal vez había
olvidado cómo se habían desarrollado realmente los acontecimientos; si ella
no hubiese conquistado a Oliver con una sonrisa, habría sido Sabrina la que
se casara con él.
—En cualquier caso, tuviste la suerte de casarte por amor —murmuró ella a
modo de consuelo.
Para su sorpresa, a su prima empezó a temblarle el labio inferior.
—Ay, Brina, no pretendía ser una arpía. Es que soy tan infeliz... —Sus
hermosos rasgos se ensombrecieron—. Hay... otras mujeres.
—Seguramente te equivocas.
—No. Oliver tiene una... querida. La he visto. Es extraordinariamente
hermosa. Y se gasta una fortuna en regalos para ella. —Al ver el gesto aún
incrédulo de su prima, Francés insistió—: ¿Cómo explicas si no que haya
dilapidado gran parte de mi dote en tan poco tiempo?
—Su guardarropa es algo más espectacular de lo que yo recordaba.
—Se compra la última moda para impresionar a esa mujer. Al menos no se
atreve a mostrarla entre gente educada. Es actriz, Brina. —Se llevó una mano a la
sien, el labio inferior aún tembloroso.
—¿Francés? —preguntó ella preocupada.
—No, me encontraré mejor en seguida. —Llevándose la mano al bolsillo de
la falda, sacó un frasquito de sal volátil e inspiró hondo, torciendo el gesto por
el desagradable olor.
—No entiendo cómo haces para estar tan tranquila, Brina. Pero claro,
supongo que ya estás acostumbrada a ese tipo de traiciones, estando como
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Anne Bushyhead El Amante
estás casada con un célebre libertino. Cómo envidio tu fortaleza. ¿Cómo lo
soportas?
—¿Soportar el qué?
—Las infidelidades de tu marido.
Se evitó tener que contestar cuando se les acercó un caballero. Francés se puso
tensa mientras que a Sabrina le costó reconocerlo.
Oliver, espléndido con su levita de satén amarillo, llevaba una peluca blanca,
puños con botones de oro y zapatos de tacón con hebillas asimismo de oro. El
hombre cariñoso que había sido su pretendiente era culto, serio y ambicioso. El
nuevo Oliver le resultaba desconocido.
Hizo una reverencia, aunque, por lo visto, no iba dirigida a su esposa.
—Me siento extasiado de poder saludar a las mujeres más bonitas del baile.
Su mirada descendió por el busto de Sabrina e hizo que ésta se avergonzara de lo
que mostraba. Al parecer, también Francés se percató del recorrido de los ojos de
su marido, porque le dedicó una mirada desolada, a la vez rayana en las lágrimas.
Cuando su esposa se marchó sin decir una palabra, Oliver se inclinó para
susurrarle a Sabrina en el oído, muy serio:
—Tengo que hablar contigo en privado. ¿Podrías reunirte conmigo en la
biblioteca dentro de un momento? Está al final del pasillo principal, a la derecha.
No le dio tiempo a contestar, porque él se despidió con otra reverencia y
desapareció.
Perpleja, ella esperó un instante y luego lo siguió.
Le costó poco encontrar la biblioteca, pero entró con cautela al ver que dentro
sólo había una lámpara encendida. Oliver la sobresaltó cuando apareció de pronto
de entre las sombras.
Cerró la puerta y le tomó ambas manos entre las suyas entusiasmado.
—Has venido —murmuró, mirándola fijamente.
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Anne Bushyhead El Amante
—Yo podría decir lo mismo de ti.
—Tú no puedes decir lo mismo que yo. Al volverte a ver, mí he dado cuenta del
terrible error que cometí.
—¿Error?
—Dejándote por Francés.
—Oliver, no deberías...
—No, tengo que decirlo. No debí dejarte nunca. Ay, querida, qué vacía ha estado
mi vida sin ti.
—Seguramente... estás malinterpretando tus sentimientos.
—No, por supuesto que no. Lo que siento por ti nunca ha sido más fuerte.
Tremendamente desconcertada, Sabrina logró soltarse las manos y apartarse a
una distancia más prudente. Jamás lo había visto comportarse así.
—Oliver, tienes esposa.
—Francés no me entiende como tú.
—Yo no estoy segura de hacerlo.
—Entonces te lo diré más claro. Te echo de menos, Sabrina
Te deseo. Y no entiendo por qué tenemos que soportar la tristeza de vivir
separados. Dime que estarás conmigo, cariño.
La joven se puso tensa.
—¿Qué me estás proponiendo? ¿Que cometamos adulterio?
—No me mires así, querida. Ahora eres una mujer de mundo.
No podía ser de otro modo, estando casada con un libertino con
legiones de amantes.
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Anne Bushyhead El Amante
Como ella no dijo nada, Oliver la abrazó aún más fuerte, pero la joven apenas
tardó un instante en despertar de su perplejidad. Se revolvió en sus brazos un
instante, pero él era más fuerte de lo que parecía y no sólo se negaba a soltarla,
sino que cada vez se entusiasmaba más.
Cuando al fin logró zafarse por la fuerza, le dio una sonora bofetada.
Oliver se la quedó mirando, frotándose la mejilla. Su mirada era de asombro y
admiración.
A Sabrina le sorprendió descubrirse temblando.
—Voy a olvidar que este incidente ha ocurrido, Oliver. Te aconsejo que vuelvas
con tu esposa mientras yo vuelvo con mi marido.
Él esbozó una sonrisa socarrona.
—Tu marido está entretenido en este momento. Lo he visto hace sólo un
momento con su amante inglesa, dándose una cita. ¿De qué otro modo iba a
suponer yo que te encontraría sola?
—¿Su amante? —preguntó ella, con más desmayo en la voz del que habría
querido.
—Sí, lady Chivington.
Sabrina negó con la cabeza, sin querer creer lo que Oliver le contaba. Después de
todas sus declaraciones de amor, Niall no perseguiría abiertamente a otra
mujer... ¿o sí? Ella se negaba a creerlo.
No obstante, por turbulento que fuera su matrimonio, se daba cuenta de la
suerte que había tenido al no casarse con su anterior pretendiente.
—Compadezco a mi pobre prima —dijo, con el desdén visible en su
semblante—. No la mereces. Que pases buena noche.
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Salió corriendo de la biblioteca y se detuvo en el pasillo para alisarse la falda y
dejar que se le enfriaran las mejillas. Al poco, ya estaba de nuevo en el salón de
baile, buscando a su marido entre la muchedumbre.
En seguida divisó la figura alta de Niall al otro lado de la pista, cerca de
las puertaventanas que se habían dejado abiertas por el calor de la multitud
de velas y el apiñamiento de los cuerpos perfumados. A su lado, estaba
lady Chivington, sonriente como un gato satisfecho.
A Sabrina se le encogió el corazón.
Cuando Niall se inclinó para susurrar algo al oído a la dama que hizo
que ésta se riese, ella apretó los puños con fuerza. Angustiada, vio cómo
lady Chivington daba media vuelta y salía con disimulo a la terraza del
jardín.
Niall no la siguió de inmediato, pero parecía estar estudiando a la
concurrencia. En cualquier caso, no sería la primera vez que se citaba con
alguna de sus queridas en un jardín. En ese caso, sin duda querría evitar ser
visto por el marido de la dama, o por su esposa.
Una rabia pura e intensa la asaltó. Jamás había sentido una necesidad tan
fuerte de agredir a alguien, a Niall sobre todo, pero también a la bruja
inglesa. Le habría destrozado su hermoso rostro con las uñas si hubiera
dispuesto de dos minutos a solas con ella.
Por desgracia, ése no era el caso, y se hallaba en un salón de baile
atestado, con varios centenares de espectadores que estarían encantados de
presenciar una escena así. Hiciera lo que hiciese, debía ser en privado.
Tensando la mandíbula, Sabrina se abrió paso entre la multitud en
dirección a las puertas de la terraza. La última vez que había descubierto a
su mujeriego marido en una situación comprometida, había huido dolida y
avergonzada.
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Pero en esa ocasión no tenía intención alguna de abandonar el campo de
batalla. Esa vez lucharía por Niall, por evitar que practicara su deporte
favorito en brazos de alguna otra mujer.
19
Estaba conversando con un lacayo cuando Sabrina se le acercó. Cuando el
sirviente asintió con la cabeza y se fue, Niall se volvió hacia ella con los ojos
iluminados por una inmediata ternura.
La joven le respondió con una sonrisa letal mientras se acercaba lo bastante
como para meter la mano bajo su elegante levita. Niall no había llevado el
estoque al baile, pero se había guardado un puñal en la cintura, como siempre.
Al verla desenvainar la hoja y retroceder, él arqueó las cejas estupefacto.
—Si me permites —murmuró, con un fuego en la mirada que contradecía
el tono dulce de su voz—. Necesito esto un momento.
Giró sobre sus talones y salió a la terraza, cruzando las puertas abiertas.
Cuado se detuvo en seco, temblaba de ira. Tras adaptarse sus ojos a la
penumbra, detectó a la noble inglesa cerca de la balaustrada que daba al jardín.
—Lady Chivington.
Arabella se volvió, emocionada.
—Ni...
Su sonrisa de bienvenida se desvaneció cuando reconoció a Sabrina.
Luego se le pusieron los ojos como platos al ver el cuchillo resplandeciente
que la joven empuñaba.
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— ¿Qqué... haces tú aquí?
— Vengo a advertirla, milady. Niall McLaren es mi marido. Le
aconsejo que se mantenga alejada de él.
La dama miró el cuchillo alarmada.
— ¿Estás loca?
—Puede — replicó ella con rotundidad — . Pero dudo que
quiera comprobarlo.
A su espalda, oyó la carcajada de incredulidad de Niall. Sabrina giró sobre sus
talones, blandiendo el cuchillo con gesto fiero.
— No voy a compartirte con ella. ¿Me oyes?
Él se llevó una mano a la frente.
—Gracias a Dios... — murmuró — . Temía que no te ablandases nunca... —
Negó con la cabeza, incapaz de disimular su alivio,
un alivio tan profundo que lo sintió como alegría.
—¡Lo digo completamente en serio! — exclamó ella, furiosa
por la aparente satisfacción de Niall — . No voy a permitirte ni
una aventura más, ni con esta dama ni con ninguna otra.
El respiró hondo.
—Te lo agradezco inmensamente, mi preciosa guerrera de las
Highlands, pero una aventura era lo último que buscaba.
— Te habías citado con ella...
—No, cariño — contestó él, conteniendo la risa — . Por una
vez, te equivocas, y mucho.
Justo entonces, un caballero fornido, de mejillas rubicundas, vestido con
una casaca escarlata, salió a la terraza.
—Querida, ¿qué... ? — El coronel lord Chivington titubeó al
ver a McLaren y a su dama — . Le pido disculpas, milord, tenía en
tendido que mi esposa estaba aquí.
—Y lo está — repuso Niall — . Lo estaba esperando ansiosamente.
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Anne Bushyhead El Amante
—¡Richard! —dijo Arabella con la respiración entrecortada Cuánto me alegro de
que hayas venido. —Rodeó a Sabrina con cautela, sin apartar la vista del cuchillo
—. No me encuentro bien. Por favor, llévame a casa.
Cuando llegó hasta el coronel, se colgó débilmente de su brazo. Éste parecía algo
perplejo, pero respondió en seguida.
—Como quieras, querida. Con permiso, milord, milady.
Tras despedirse de ambos, acompañó a su esposa al salón de baile dejándolos
solos.
Sabrina agarró con fuerza la empuñadura del arma y plantó cara a su marido.
—No dejas de sorprenderme, ratita —le dijo él en voz baja—. Me siento honrado
de que hayas querido defenderme.
Notó que se le encendían las mejillas al comprender su error.
—¿No te habías citado con ella?
—No, en realidad, buscaba un modo de quitármela de encima. La pobre es
víctima del aburrimiento y el abandono, así que le había concertado una cita con
su marido.
—Creía que...
—Sé lo que creías, mi amor. Y, en el pasado, te he dado pocos motivos para
suponer otra cosa. Pero todo eso es pasado. Te lo he dicho montones de veces,
pero no me quieres creer.
Ella se lo quedó mirando. Niall le quitó el cuchillo y se lo volvió a enfundar en el
cinturón. Luego la cogió de la mano y la llevó hasta el extremo opuesto de la
terraza, lejos del resplandor de las velas y de la música que salía del salón de baile.
Con gesto de repente grave y resuelto, la miró inquisitivo.
—Sabrina, no soporto esta amargura más tiempo. Me está dejando sin alma. Tú
eres mi vida, y siempre será así —añadió mirándola fijamente—. Te querré hasta
que muera.
A ella se le hizo un nudo en la garganta. Nunca antes había
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Anne Bushyhead El Amante
visto una emoción tan sincera, tan desesperada, tan angustiosa en sus ojos.
—Te quiero, Sabrina. Quiero que seas mi amante, la madre c; mis hijos, la
señora de mi clan. Quiero envejecer contigo. Quiero que pasemos el resto de
nuestra vida convenciéndote de lo maravillosa que eres.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? —le susurró ella.
Su mirada se enterneció.
—Es fácil. Estoy enamorado. Y creo que tú también me amas, ¿no es así? —En
su voz se notaba la duda y la congoja mientra esperaba, presa de una agónica
incertidumbre.
Sabrina ya no podía seguir fingiendo.
—Sí... te amo. ¿Cómo podría no hacerlo? —contestó sencillamente.
Niall respiró al fin, una potente y entrecortada bocanada ce aire. La emoción
que lo embargaba lo debilitó. Le cogió las manos con una fuerza casi dolorosa, su
mirada fija en su rostro, los ojos resplandecientes de incertidumbre, esperanza y
fervor.
—Dilo otra vez —le pidió con voz ronca—. La verdad, Sabrina.
—Te amo.
La atrajo hacia sí y la estrechó entre sus brazos, aferrándose a ella con una
especie de desesperación callada y tensa, mientras su corazón latía dolorosamente.
Le parecía que la había querido toda la vida. Sabrina lo exaltaba, lo enfurecía, lo
hechizaba y lo tentaba como no lo había hecho ninguna otra mujer en toda su
vida. Y ansiaba que ella lo creyera.
Niall se apartó, para verle la cara.
—¿Me perdonarás alguna vez el dolor que te he causado?
Ella asintió con la cabeza, notando cómo se inflamaba en su interior aquel
sentimiento de amor.
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Anne Bushyhead El Amante
—Sí, pero...
—Pero ¿qué?
—No puedo seguir como hasta ahora, Niall. Necesito que seamos sinceros
el uno con el otro. Quiero que se acaben los juegos. —Lo miró vacilante—. No
soy una ratita, ni una tigresa, ni una .femme fatale. Sólo soy una mujer. No
puedo seguir interpretando ese papel que has inventado para mí. No puedo
aguantar esa lucha constante por mantener tu atención.
—Sí, se acabaron los juegos. Hemos perdido demasiado tiempo batallando
el uno contra el otro, y contra nosotros mismos.
Ella contempló su semblante.
—Sólo necesito saber que puedo confiar en ti, que vas a ser sincero
conmigo.
Le devolvió la mirada con idéntica intensidad y el fuego de su corazón se
reflejó en sus ojos.
—Te prometo con cada latido de mi corazón que no habrá más amantes
entre nosotros. No puedo cambiar mi turbio pasado. Sólo puedo prometerte el
futuro. Te juro por lo más sagrado que soy tuyo y sólo tuyo.
Para Sabrina, que había vivido angustiada por la duda, esas palabras fueron
como un bálsamo. Buscó refugio en los brazos de su marido y apoyó la
cabeza en su hombro.
—¿Significa esto que vas a volver conmigo a las Highlands como mi
amada esposa? —le susurró él después de unos instantes de quietud.
—Sí, si eso es lo que realmente quieres.
Él bufó incrédulo.
—Sabrina... —dijo en tono de advertencia.
Abrazándola con más fuerza, la besó con una pasión intensa y una ternura
sin igual. La joven profirió un gemido gutural, un grito de deseo y de rendición
absoluta.
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Anne Bushyhead El Amante
— Niall... — le susurró cuando al fin él levantó la cabeza — . Te
deseo...
Él se estremeció y apoyó la frente en la suya.
— Te hice una promesa, ¿recuerdas?
Sabrina asintió con la cabeza, recordando su compromiso de no volver a
acostarse con ella hasta que se lo pidiera.
— Por favor... ¿me haces el amor?
Cuando él se apartó, su sonrisa era tierna, mágica, irresistible.
— Soy tu esclavo fiel, mi amor,
La cogió de la mano, cruzaron la terraza y volvieron al salón de baile,
sobresaltando a los invitados que estaban más cerca. Con decisión, tiró de ella
y se abrió camino entre los que bailaban y los mirones.
— Niall... — susurró Sabrina sin aliento mientras él se dirigía a
la escalera — , vas a provocar un escándalo con estas prisas.
— ¿Qué más da, ratita?
— Pues... no sé... supongo que da igual.
Al llegar a la entrada principal, él pidió el carruaje y la capa de Sabrina.
— ¿Adonde me llevas? — preguntó ella.
— A casa de tu padrastro, donde podamos tener un poco de
intimidad.
Al cabo de unos instantes, la ayudó a subir al vehículo y le indicó al cochero
que volviera a Cameron House. Luego, en cuanto entró en el coche, la
estrechó entre sus brazos.
— Esto es escandaloso — le susurró Sabrina en la oscuridad — .
Todos van a saber qué nos proponemos.
Percibió su sonrisa.
— Es lo que suele esperarse del «favorito de Edimburgo». El
mundo admira a los amantes atrevidos. Además, con una mujer
tan seductora por compañera, seré la envidia de cualquier hombre
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Anne Bushyhead El Amante
No, no sería a él a quien envidiarían, pensó Sabrina, y negó con la cabeza. Aún le
costaba creer que un hombre tan magnífico pudiera haberse enamorado de ella.
¿Qué había hecho para merecer tan buena fortuna? En contra de toda lógica,
había descubierto una pasión tan indómita como las montañas de las Highlands.
Como si pudiera leerle el corazón, su marido la abrazó más fuerte.
—Mi dulce e inestimable Sabrina... ¿Cómo has podido dudar de lo que siento por
ti? El modo en que te he perseguido esta última semana ha sido como mínimo
extraordinario. —Rió con ganas—. Todo Edimburgo está al tanto de mi devoción.
Tú eras la única que no lo veía.
De pronto tímida, enterró la cabeza en su hombro.
—¿Cómo iba a confiar en tus métodos? Me daba la impresión de que querías
convertirme en objeto de escarnio de forma que capitulara para evitar un
escándalo.
—El escándalo remitirá en cuanto volvamos a las Highlands.
Sabrina se descubrió torciendo el gesto.
—Hasta el siguiente incidente. Atraes la notoriedad de forma natural. —Suspiró
—. Del mismo modo que atraes a las mujeres. Supongo que tendré que
acostumbrarme a tratar con todas tus antiguas queridas.
—No tienes nada que temer de ellas, cariño.
—Siempre habrá innumerables bellezas que te persigan.
—Como sólo me interesa tu precioso ser, da igual. Voy a reservar todas mis
atenciones carnales para ti y sólo para ti. En realidad, tengo intención de pasarme
el resto de nuestra vida persuadiéndote de que eres la única mujer a la que deseo.
La única a la que voy a amar. Eres tú la que controla mi corazón. Nacimos para
estar juntos, Sabrina.
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Anne Bushyhead El Amante
Le levantó la barbilla con un dedo y trató de vislumbrar su rostro en las sombras.
—Tenemos que agradecerle a tu abuelo sus maquinaciones —le susurró antes de
cubrirle los labios con los suyos.
—Ay, Niall... —le susurró ella, las últimas palabras coherenteque dijo en un buen
rato.
Cuando el carruaje se detuvo delante de la casa de Cameron, y Niall la ayudó a
bajar, Sabrina temblaba de anhelo, de amor y de otro centenar de poderosas
emociones. Con la ayuda de la lámpara que le habían dejado encendida en el
vestíbulo, lo llevó a su alcoba en el piso de arriba, la que había sido su habitación
desde niña.
Tras cerrar la puerta, su marido le dedicó una sonrisa más deslumbrante que el sol.
Con el pulso vacilante, Sabrina dejó la lámpara y se acercó a él, y notó cómo se le
aceleraba el pulso mientras le cogía las solapas de la levita.
—No necesitas esto, ¿verdad?
Niall la miró inquisitivo.
—Supongo que dependerá de lo que te propongas.
—Me propongo desnudarte.
—Pues entonces sigue.
Sin mediar palabra, empezó a quitarle la ropa, despacio: primero la levita y el
chaleco, luego el corbatín de encaje. Acarició un instante el fino lino de su
camisa, palpando el contorno duro de sus pectorales ocultos debajo. Luego se la
quitó también.
Niall colaboró, quitándose los zapatos y las medias. Se plantó las manos en la
cinturilla de los calzones, con un destello de ilusión en sus ojos color zafiro.
Luego se los quitó y se quedó desnudo, la piel bronceada y luminosa de su
cuerpo musculoso y bien formado visible a la luz de la lámpara.
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Anne Bushyhead El Amante
Tenía una poderosa erección, un espectáculo tan viril que a Sabrina le encogió el
corazón.
Sin embargo, el deseo que había entre ellos era mucho más que mera
intimidad física. Respiró hondo al contemplar al hombre fuerte que tenía delante,
tan hermoso, tan arrebatadoramente masculino. Ese hombre era su marido. Su
amante. Su amor.
Esa noche no eran conquistador y conquistado, seductor y seducido. Eran
iguales, marido y mujer.
Estaba convencida de que Niall sentía lo mismo cuando la atrajo a sus brazos
y la estrechó en ellos.
—Ojalá pudieras ver dentro de mi corazón —le susurró él—. Soy feliz sólo de
estar contigo. Siento placer al oír tu voz. Siento un deseo que no había conocido
antes de ti. —Se apartó para mirarla—. Te necesito, Sabrina. Nunca he necesitado
a nadie así.
La miró con todo el anhelo de su alma puesto en los ojos. Ella lo miró también,
percibiendo el ritmo acelerado de su propio corazón. La vulnerabilidad de Niall la
conmovía.
—Yo tampoco... he necesitado a nadie... así.
En los ojos de él, se encendió algo poderoso e imparable. Entonces se inclinó y
la besó con un apetito intenso, fiero, posesivo, consciente de que también ella
sentía ese fuego que desafiaba la razón. Al levantar la cabeza, pudo ver en su
mirada el brillo de un apetito y un anhelo que igualaban a los suyos.
Buscó con las manos los cierres de la espalda de su vestido.
Desabrochándolos de prisa, Niall le quitó el corpiño y le liberó los pechos. La
suave luz de la lámpara bañaba la lechosa palidez de su piel, resaltando los
pezones que se erguían orgullosos ante él.
Respiró hondo para llenar de aire su pecho tenso y dolorido.
—Preciosa ratita...
Sus ojos se detuvieron en el corte que le habían hecho por defenderlo.
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Anne Bushyhead El Amante
La herida ya había cerrado, pero le quedaría una cicatriz para toda la vida.
Ella vio tensarse su hermosa boca. Cuando en silencio le besó la piel herida,
a Sabrina se le encogió el corazón.
—Niall...
—Silencio, cariño. —Sensual, levantó la mano para acariciarle la boca con
un dedo—. Deja que te demuestre todo lo que siento por ti. Déjame amarte,
Sabrina.
—Sí...
Los labios de ella se abrieron de deseo, y con una mirada anhelante, se
abalanzó sobre él.
. Niall la desnudó impaciente, deshaciendo su cuidadoso trabajo previo en
segundos, tirando sin pensar el exquisito vestido al
suelo, esparciendo sus joyas y su ropa interior por la alfombra.
Luego, cogiéndola en brazos, la depositó sobre la colcha de terciopelo,
entre las almohadas. Con el corazón alborotado, contempló la deliciosa
perfección de sus pechos voluptuosos de rosados pezones, su cintura esbelta,
sus caderas suavemente curvadas, sus piernas largas y bien formadas...
Ella tembló, esperando angustiada sus caricias, con los pezones tan erectos
que le dolían y su entrepierna palpitando.
—Niall, por favor...
Le bastó con esa invitación. Cuando se tumbó en la cama junto a ella, sus
ojos rebosaban emoción. .
Era tan bonita, pensó él. Le parecía ir a perderse en la profundidad de sus
ojos.
Con el rostro tenso de emoción contenida, paseó los dedos
por su piel, su cuerpo esbelto, suave y terso bajo sus manos, y la
hizo agitarse inquieta. Cuando le acarició los rizos oscuros que
coronaban sus muslos, la oyó gemir. ....
—Sabrina... Tan hermosa, tan indomable y tan dispuesta a recibirme...
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Anne Bushyhead El Amante
Despacio, mi amor... —la instó cuando se tensó contra su mano—. No quiero
hacerte daño.
—Tú nunca me harías daño.
—Intencionadamente, no. —Una sonrisa doliente apareció en su boca—.
Pero te deseo tanto que no puedo garantizarte delicadezas.
—Me da igual...
Con urgencia, Sabrina lo atrajo hacia sí, estremecida de pasión, suspirando
cuando su cuerpo desnudo se deslizó sobre el de ella. Todas las dudas se
desvanecían cuando estaba en sus brazos. Él la hacía creer en sueños, la hacía
sentirse hermosa, deseable... toda una mujer. La hacía sentirse querida.
—Corazón, te quiero tanto que me duele —susurró Niall sobre sus labios.
Sabrina oyó esas palabras tiernas en medio de una bruma de deseo; el cuerpo
le hervía de gozo, con la urgencia del deseo, mientras él la llenaba de cálidos
besos, intensos, arrebatadores. Ella saboreó la posesividad de su abrazo en la
magnificencia de excitación.
Al oír el sollozo de anhelo de Sabrina, Niall levantó la cabeza.
—Mi amor... Estás temblando... ¿Te doy miedo?
—No... Me doy miedo a mí misma, te deseo tanto...
Él notó que se le inflamaba el corazón. Estaba temblando igual, igualmente
maravillado. Jamás habría imaginado que hacer el amor pudiera ser así. Se moría
de ganas de verse envuelto por ella, de formar parte de su ser.
—Enséñame el camino, preciosa ratita —le susurró él mientras la cubría con
su cuerpo y su ardiente desnudez.
Le separó las piernas y acarició el núcleo de su feminidad.
—Mírame, Sabrina —le ordenó con voz ronca—. Quiero verte los ojos cuando
te tome. Quiero verte aturdida y excitada...
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Anne Bushyhead El Amante
Ella obedeció, sus ojos vidriosos de sensualidad, su rostro encendido de deseo.
— Quiero sentir cada estremecimiento, cada suspiro. — Se inclinó y volvió a
posar su boca en la suya.
Se sintió como un adolescente apasionado a punto de perder la inocencia.
Salvo porque su pasión, su anhelo, eran mucho más profundos.
Deseaba a Sabrina.
Quería amarla eternamente. Quería mostrarle todos los placeres alguna vez
sentidos por un hombre y una mujer. Quería perderse en el calor acogedor y
resbaladizo de su delicioso cuerpo... perderse y encontrarse.
Quería beber su esencia, pero un beso no era suficiente. Se apretó más a su
cuerpo, desesperado por tener más de ella. No lograba descifrar ese anhelo
intenso, la necesidad de hundirse de tal modo en su interior que nunca pudiera
liberarse.
Estremecido de deseo, la montó con sus fuertes muslos. Duro, viril y
palpitante, se introdujo en su cálido y sedoso interior... y gimió por la ardiente
humedad que encontró al hacerlo.
Agonía y dicha. Quería ir despacio, saborear el momento. pero no podía
contenerse. La pasión, el anhelo incontrolable estallaron con el primer envite.
Pronunció su nombre con voz ronca y trémula, y con una pasión negada
demasiado tiempo, se adentró aún más en ella, tratando de absorber su cuerpo
con el suyo para que nada pudiera separarlos jamás.
Sabrina lo recibió en su interior con un suave grito de placer. de rendición y
de victoria. Sus dedos se agarraban a él mientras enroscaba las piernas con
más fuerza a su alrededor.
Niall se estremeció mientras el deseo y el amor ardían en su pecho sin control.
Incapaz de aguantar más, la penetró aún más profundamente,
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Anne Bushyhead El Amante
tratando con desesperación de saciarse de la mujer bella y fogosa que se retorcía
debajo de él.
LA amaba. Se lo dijo con una sinceridad más profunda que las palabras. Se lo
juró con cada embate vehemente, una promesa hecha no sólo por su cuerpo sino
también por su corazón y su mente.
Y Sabrina lo creyó.
Se estrechó contra él con un gozo desvergonzado mientras la incertidumbre
desaparecía de ella para siempre.
Se colgó de él mientras él la embestía, pero Niall ni siquiera notó que sus uñas
se le clavaban en la espalda desnuda al tiempo que los dos se sumían en una
pasión enloquecida.
Era el goce más intenso que él hubiese sentido jamás, todo ardor y anhelo, todo
locura y deseo. Su cuerpo se contrajo cuando lo invadió un placer indómito y
desbordado, sus convulsiones salvajes e interminablemente voraces. Un grito de
júbilo primitivo surgió de su garganta mientras sembraba su semilla en el interior
de ella en una unión más intensa que la vida.
Al terminar, no tuvo fuerzas para apartarse. Se quedó desplomado sobre
Sabrina, disfrutando de la intensidad de su apasionado abandono, de su piel
húmeda de ardor erótico, su pelo salvaje y sedoso enmarañado alrededor de los
dos. Había olvidado que un goce semejante fuese posible.
El placer se prolongó hasta bastante después de que se extinguieran los
últimos estremecimientos; las ascuas de la pasión aún incandescentes.
Cuando ella se agitó debajo de él, Niall movió su cuerpo con cautela y levantó
la cabeza.
—Corazón —le susurró, con una mirada de ternura indescriptible.
Ella enterró el rostro en su hombro, demasiado poseída por
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aquellas emociones desordenadas como para responder. Niall se había colado
en su alma y había acariciado la esencia de su ser. La pasión había generado más
pasión y culminado en la más profunda de las uniones.
Él sentía el mismo dulce vínculo mientras lo llenaba una satisfacción
increíble. Tumbándose boca arriba atrajo a su esposa a sus brazos y echó el
cubrecama por encima de sus cuerpos desnudos. Se preguntó si habrían creado
una vida aquella noche. Lo esperaba de corazón. Recorrió con sus labios el
pelo de ella mientras Sabrina se acurrucaba contra él, en el refugio de su
abrazo.
Un buen rato después, ella suspiró hondo y le acarició el hombro con la
mejilla.
—Sigo sin entender cómo has podido enamorarte de mí.
El gesto lánguido de Niall se tornó pensativo mientras contemplaba el
dosel suspendido sobre ellos.
—Supongo que al principio eras un reto. Eras la única mujer de todas las que
había conocido que se atrevía a desafiar mi ingenio. Antes, ninguna fémina
había renegado de mí jamás. Y allí estabas tú, declarando que no querías tener
nada que ver conmigo ni con mis costumbres lascivas. Cuanto más te resistías,
más despertabas mi deseo. Eres absolutamente magnífica cuando estás
furibunda, ¿lo sabías?
Ella rió maliciosa.
—Casi todos los hombres consideran que la terquedad y la labia son
cualidades indeseables en una mujer.
—Pues yo me he enamorado de ellas. No deseo que gobiernes tu lengua
afilada. Someterla resulta mucho más delicioso.
—Aun así, una ratita no es para un hedonista.
Niall le cogió la mano y entrelazó los dedos con los suyos.
—No eres ninguna ratita, cariño. Esa actitud remilgada que
muestras al mundo, oculta a una mujer vital y espléndida que puede
convertirme en un adolescente jadeante. Una mujer que puede igualar mi pasión y
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rivaliza en coraje con un highlander. —Bajó la voz hasta convertirla un ronco
susurro—. Eres absolutamente perfecta para mí, Sabrina. Eres todo lo que
siempre he buscado en una mujer: una amante que me caliente la cama y me
excite, una arpía que mantenga despierta mi mente, una dama leal, llena de
compasión y sabiduría que me ayude a dirigir nuestros clanes.
—Niall... no lo soy...
Su marido rodó sobre ella y la inmovilizó con su cuerpo.
—Calla, cariño. ¿Es que no ves que intento desnudarte mi alma? Yo no
creía en el amor, Sabrina, pero tú me has enseñado lo que significa. Has
forjado en mí una pasión que ha convertido en cenizas todas las demás. Y tu
valor me avergonzó. Me di cuenta de que si tú podías hacer esos sacrificios por
tu clan, yo no podía ser menos. Te amo. Aunque no creas ninguna otra cosa
en esta vida, cree eso.
—Te creo, pero...
—No... nada de peros. Se acabaron las dudas. Lo único que quiero ver en
esos maravillosos ojos, mi dulce seductora, es valentía, deseo, amor... Dime
que me quieres, Sabrina.
Ella se miró en los ojos traviesos y risueños de él que tanto le gustaban.
Con los suyos rebosantes de sinceridad, luminosos de gozo, asintió.
—Te amo, Niall.
—No voy a permitirte que reniegues de mí, esposa, ¿me oyes? Por la
mañana, espero que lo grites desde los tejados.
—¿Ah, sí?
—Sí. Por una vez, harás lo que te ordene tu esposo.
Y aquella sonrisa devastadora que tanto le gustaba a Sabrina
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apareció en los labios de Niall, pero le estaba proponiendo un de safío, lo sabía,
y eso le avivó la sangre. Los ojos de ella brillaron, desafiantes.
— Me estás provocando adrede otra vez.
Él sonrió.
— Sí. — La ternura se mezclaba en su voz con la pasión — . Me
gusta verte rabiar. Me gusta cómo eres.
Con el corazón encogido de deseo, Niall apoyó su cuerpo fuerte en el de
ella, piel contra piel. Contempló su rostro sonrojado, exquisito, y supo que
nunca se cansaría de las múltiples facetas de su pasión.
— Te amo — repitió con inesperada virulencia.
Esbozando su propia sonrisa seductora, Sabrina levantó los
brazos para colgarse de su cuello.
—Las declaraciones de amor no cuestan nada, milord. Son las
acciones las que demuestran sinceridad. Creo que deberías mostrarme otra vez
lo que sientes por mí.
Niall rió y la abrazó con más fuerza. Había conquistado realmente su
corazón. Sabrina le había enseñado lo que jamás había aprendido en los brazos
de las cortesanas más deslumbrantes y las nobles más cautivadoras de
Europa: el amor.
Su matrimonio sería siempre un juego turbulento de voluntades enfrentadas
y tiernas reconciliaciones. Ella lo desafiaría, lo enfurecería, lo retaría a que le
abriera su corazón temerario, pero siempre estarían irrevocablemente unidos,
luchando, compartiendo, amando, cautivados por aquel esplendor raro e
intenso que habían descubierto.
— Como quieras, ratita.
Sonriendo Niall inclinó la cabeza para demostrarle su sinceridad.
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