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Unidad 1

Este documento presenta el tema 1 de la asignatura "Corrientes de la Epistemología contemporánea" en la carrera de Licenciatura en Filosofía. Introduce el objeto y método de la epistemología, y explica que la epistemología busca sistematizar el conocimiento humano mediante principios racionales como la deducción lógica y el orden de complejidad creciente, aunque a veces factores pedagógicos o estéticos también influyen en la organización del conocimiento.

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Unidad 1

Este documento presenta el tema 1 de la asignatura "Corrientes de la Epistemología contemporánea" en la carrera de Licenciatura en Filosofía. Introduce el objeto y método de la epistemología, y explica que la epistemología busca sistematizar el conocimiento humano mediante principios racionales como la deducción lógica y el orden de complejidad creciente, aunque a veces factores pedagógicos o estéticos también influyen en la organización del conocimiento.

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FACULTAD: HUMANIDADES

CARRERA: Licenciatura en Filosofía.


ASIGNATURA: Corrientes de la Epistemología
contemporánea.
TEMA 1

UNIVERSIDAD CATOLICA DE LA PLATA

FACULTAD DE HUMANIDADES

Corrientes de Epistemología contemporánea

TEMA 1

Principios y fundamentos del conocimiento científico

1. Introducción

Como todo esfuerzo científico, la reflexión filosófica se inserta dentro de la


actividad integral del hombre y está dirigida por una intención humana,
precientífica. Constituyendo la epistemología, la primerísima etapa del itinerario
filosófico, es indispensable en el umbral de esta disciplina indicar dónde se sitúa en
el conjunto de las preocupaciones humanas, determinar al menos sumariamente su
objeto y dar una primera justificación, aunque provisional y extrínseca, del modo
como son tratados los problemas que van a ser abordados.

El objeto de esta primera unidad es introducir al alumno en la epistemología.


Una introducción tiene un papel psicológico o pedagógico: su fin es el de orientar la
atención del estudiante hacia los problemas que se van a estudiar y ambientarlo en
el trabajo.

Sin embargo, a pesar de ser una introducción a nuestra materia, no convendría


concluir que este primer tema carece de importancia: al contrario, tiene un papel
esencial desde el punto de vista psicológico, porque asegura la transición desde el

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conocimiento vulgar al conocimiento científico, consiguiendo situar al filósofo en


las condiciones requeridas para abordar los problemas epistemológicos y
procurando así a la epistemología un punto de vista satisfactorio.

Una vez dicho esto, las cuestiones a examinar pueden agruparse alrededor de
los siguientes temas: después de determinar el lugar de la epistemología dentro de
la filosofía sistemática (I), intentaremos agrupar algunas indicaciones sobre el
método general o la marcha a seguir en la elaboración de esta ciencia (II). Estas
sugerencias nos conducirán a exponer y discutir las convicciones del sentido
común, de manera que se pueda sacar de ellas el punto de partida de la
epistemología (III).

I. La sistematización del saber

El desarrollo de la personalidad humana y, en el plano de lo social, el


desarrollo de las civilizaciones llevan consigo, como elemento esencial, el progreso
del saber. El hombre culto se dedica, no sólo a extender sus conocimientos, sino a
organizar y criticar los datos del conocimiento vulgar: este esfuerzo da origen a la
vida científica. En su deseo de saber, el hombre persigue, por lo tanto, un ideal de
unidad: incapaz de una intuición que agote de un solo golpe su apetito de conocer,
admite que la unidad del saber humano no puede ser más que una unidad de
síntesis.

Pero ¿cómo concebir esta síntesis? ¿qué orden establecer en nuestros


conocimientos? ¿qué principio de orden elegir?

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El acuerdo aquí ya no es mismo, sobre todo cuando se trata del saber


“filosófico” por oposición al saber “científico” o “positivo”. Se encuentran, en
primer lugar, algunos pensadores con tendencias irracionalistas, cuyo origen puede
ser, o bien una desconfianza más o menos acentuada respecto a la razón, o bien una
preferencia positiva por algún valor distinto de la misma; en ambos casos veremos
predominar en la organización de los conocimientos un orden distinto del de la
razón; por ejemplo, un orden inspirado en la evolución espontánea de la experiencia
(en ciertas formas del empirismo), o en las leyes de la intuición (filosofía
bergsoniana), o en las del amor (en ciertas formas del agustinismo), etc. Por otra
parte, en muchos casos la organización del saber se inspira en preocupaciones de
orden pedagógico: algunos filósofos se preguntan en qué orden de dificultad
creciente convendría enseñar tal o cual rama del saber, para obtener el mayor
rendimiento en el espíritu de sus discípulos. Otras veces también se descubren en
algunos en algunos pensadores unas preocupaciones que se podrían llamar estéticas:
en el medioevo, por ejemplo, las clasificaciones de las ciencias se inspiraban
preferentemente en la dignidad de sus objetos respectivos o en el grado de certeza
a que llegaban. Sin embargo, lo más frecuente es que el esfuerzo de síntesis
científica se realice según unos principios de orden de carácter intelectual, o en
otras palabras, según métodos propiamente racionales.

Tomemos como ejemplo una ciencia que recibió muy pronto su constitución:
la geometría formulada por Euclides. Esta ciencia es una síntesis de conocimientos
relativos a un objeto determinado: el espacio definido según los postulados de
Euclides. Estos conocimientos de expresan en juicios, estos, a su vez, toman cuerpo
bajo la forma de proposiciones. ¿Qué espíritu es el que dirige la agrupación de estas
proposiciones? En cuanto es posible, el orden de derivación lógica que las une entre
sí: se parte de postulados y definiciones fundamentales, después se estudian las
figuras y sus propiedades según un orden de complejidad creciente; este orden se
impone en virtud de las exigencias del conocimiento mismo, puesto que las

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proposiciones relativas a las figuras más complejas se deducen de las proposiciones


anteriores relativas a las figuras más simples. Puede observarse, sin embargo, que,
incluso en geometría, ciertos teoremas pueden ser desplazados o cambiados sin que
la deducción sufra nada por ello.

Estos caracteres de la ciencia geométrica se encuentran también, en cierta


medida, en todo saber humano: toda ciencia relativa a un objeto determinado puede
expresarse en una serie de proposiciones, y estas tienen siempre ciertas relaciones
lógicas entre sí, ya sea inmediatamente, ya sea por medio del objeto estudiado; toda
ciencia distingue, en las proposiciones que la constituyen, unos principios y unas
conclusiones, conclusiones generales y conclusiones particulares, y así
sucesivamente. Se puede, por lo tanto, siempre, en cierta medida, sintetizar un saber
según principios racionales.

Estos principios de orden racionales son de tipos diversos y no se imponen


todos con el mismo rigor. En ciertos casos son absolutamente indispensables; por
ejemplo, los postulados son necesariamente anteriores a los teoremas que los
utilizan; el estudio del triángulo precede necesariamente al de la pirámide. En otros
casos, el principio de orden es un principio de economía: entre dos modos de
proceder igualmente legítimos desde el punto de vista de estricta coherencia lógica,
se elegirá aquel que evite repeticiones aquel que va de lo más simple a los más
complejo, de lo general a lo particular. Aquí el principio de orden es ya menos
racional. Frecuentemente aparecerán incluso diferentes vías igualmente
recomendables, ya porque todas ofrezcan las mismas garantías; algunas
clasificaciones científicas pueden, en consecuencia, ser arbitrarias o
convencionales.

Todo lo que acabamos de decir de cualquier ciencia considerada aisladamente


podemos decirlo también del conjunto de las ciencias humanas; de la idea de una

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síntesis general del saber, dentro de la cual se organizarían todos los posibles
conocimientos, siguiendo un orden lo más racional posible. En el curso de la
historia el esfuerzo científico y filosófico se ha visto incrementado por un esfuerzo
de sistematización racional: el intento ha sido establecer una concatenación de
conocimientos que haga derivar lo mejor posible unos de otros, que se vinculen
siempre entre sí, a partir de conocimientos fundamentales, es decir, a partir de
elementos inmediatamente dados cuyo valor se imponga de por sí y que puedan
servir de base a la construcción científica. Se creyó durante mucho tiempo que la
Edad Media apenas había conocido la preocupación, pero hoy se sabe que no fue
así: los problemas de clasificación y subordinación de las ciencias, las cuestiones
relativas a los puntos de partida del saber (primeras evidencias, primeros principios,
leyes generales del discurso, formación de los conceptos) son temas constantes de la
filosofía medieval.

El orden racional que se nos presenta como el ideal hacia el cual tiende la
sistematización científica, es un orden de invención metódica, por oposición a los
tanteos de la investigación y de la invención espontánea. El proceso esbozado
constituye, en efecto, un orden de invención, es decir, una sucesión de
“descubrimientos”, un enriquecimiento progresivo del campo del conocimiento a
partir de los conocimientos fundamentales. Pero la elaboración de un sistema
científico no puede seguir los innumerables meandros que describe el espíritu
humano en sus avances espontáneos: la historia de la investigación científica, tanto
colectiva como individual, está hecha de una infinidad de tanteos y ensayos
frecuentemente desgraciados, que nos es posible evitar tomando la experiencia de
las generaciones anteriores. El orden de la invención que intenta realizar la
construcción científica no es, por lo tanto, tampoco el orden de invención
psicológica, sino el orden de invención metódica. Es decir, que lo que se intenta es
organizar los problemas y las soluciones según el encadenamiento natural que se
impone, de una manera más o menos imperiosa, cuando el espíritu se da a un

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trabajo metódico, o sea, cuando tiene en cuenta las reglas que naturalmente
favorecen la simplicidad, la coherencia y la armonía del sistema. Está claro que en
la expresión “invención metódica” el término “invención” no implica
completamente la idea corriente de “descubrimiento”, ya que la organización
“metódica” del saber presupone la investigación y el descubrimiento espontáneo del
espíritu. La palabra “invención” no designa aquí otra cosa que el proceso, el
enriquecimiento progresivo del conocimiento, el paso de lo conocido a lo
desconocido a partir de elementos inmediatamente dados y conocidos por sí
mismos. Se trata más que nada de una investigación, no como pueda efectuarla
aquel que no ha encontrado, sino de una “exposición” sistemática, realizable
solamente por aquel que conoce el camino por haberlo explorado ya.

Primado de la teoría del conocimiento

Tales son los hechos que registra la historia del pensamiento humano. Desde
el momento en que nos interrogamos sobre el valor de todo este esfuerzo de
unificación del saber o sobre las posibilidades de una sistematización de los
conocimientos humanos, nos damos cuenta de que estas cuestiones hacen surgir
inmediatamente graves problemas, que recaen sobre la misma naturaleza del saber
en general y del saber filosófico en particular. ¿Puedo conocer algo yo con certeza?
¿Puedo expresar verdaderamente lo que conozco por medio del lenguaje o al menos
expresármelo a mí mismo en un “discurso” interior, mental? ¿Tengo conocimientos
que merezcan llamarse “filosóficos”? ¿En qué sentido? Si se concede que tengo
conocimientos filosóficos múltiples, ¿será posibles unificarlos, hacer una síntesis de
ellos, un sistema? Si es posible, ¿es deseable o necesario? ¿Qué es una filosofía

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sistemática? ¿Puede una filosofía ser sistemática? ¿Debe serlo? ¿En qué
condiciones lo es?

Todas estas cuestiones tienen su origen en una cuestión más fundamental:


¿qué es conocer? El sentido y el valor de todas las otras cuestiones dependen de la
solución que se dé a esta. También, por poco que reflexionemos sobre la definición
más elemental de la construcción científica “síntesis de los conocimientos
humanos”, llegaremos a descubrir que en la base de toda síntesis de este género
debe encontrarse una cierta doctrina que defina, al menos en cierta medida, lo que
se entiende por “conocimiento humano”, su naturaleza, su valor general y cuáles
son sus posibilidades. Todo sistema quedaría suspendido en el vacío, tributario de
una cuestión dejada sin respuesta, si antes no hubiésemos resuelto estos problemas.

También en eso la historia confirma este modo de ver. Desde que el saber
salió de las sombras de sus primeros pasos y tomó cuerpo en ensayos de síntesis, se
encuentra en la base de estos sistemas una cierta teoría del conocimiento: éste es el
caso lo mismo en Platón que en Aristóteles, en Plotino y en San Agustín, en el
agustinismo medieval y en aristotelismo medieval, en el nominalismo y en todos los
sistemas modernos.

Sin embargo, la idea de una teoría del conocimiento como base de partida de
la filosofía tiene en ciertos medios tomistas extrañas oposiciones. ¿Cómo se
explican? ¿Reposan sobre argumentos sólidos?

El examen de la literatura neoescolástica conduce a las observaciones


siguientes:

1. Muchos autores confunden el problema filosófico de las bases críticas del


saber con el problema pedagógico del orden a seguir en la enseñanza

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elemental de la filosofía. La mayor parte de los manuales de filosofía


están hechos según preocupaciones de esta segunda especie: rehúsan el
comenzar por el estudio del conocimiento porque este estudio les parece
inaccesible a los principiantes.

En realidad, el problema del punto de partida de una filosofía sistemática no


coincide de ningún modo con este problema práctico del orden escolar, y el primero
no puede ser de ningún modo tributario del segundo. Al contrario, cabe preguntar si
el problema pedagógico no deberá resolverse con dependencia del otro: nuestro
pensamiento es que se debe, en la medida de lo posible, respetar el orden
sistemático de la filosofía, incluso en la enseñanza, y que el problema pedagógico
de la iniciación gradual a la filosofía no debe resolverse invirtiendo el orden natural
de las cuestiones.

2. Otros autores rechazan la idea de una crítica del conocimiento en el


umbral de la filosofía, por creer que una vuelta reflexiva sobre la misma
filosofía y sobre las ciencias una vez ya constituidas.

Esta actitud parece prestarse a muchas confusiones. En primer lugar, la


confusión entre el orden lógico de los problemas y las condiciones psicológicas del
que los aborda, entre el orden de invención metódica y las condiciones psicológicas
de la investigación.

También se producen confusiones entre la crítica más general, única posible


al comienzo de la filosofía, y el trabajo crítico cada vez más especial que debe
perseguirse a través de toda la filosofía y de todo el esfuerzo científico; o también
confusión entre un primer estudio del conocer, según los datos inmediatos de la
conciencia y la interpretación posterior del conocimiento a la luz de una metafísica
ya constituida. No está, por esta razón, probado que todo estudio crítico del

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conocimiento sea imposible en el punto de partida de la filosofía; si fuese así sería


preciso renunciar a justificar críticamente el saber científico y no reconocerle otro
fundamento que las evidencias del sentido común.

Plan General de la Epistemología

Podemos distinguir tres etapas en el desarrollo de la teoría del modo concreto


del conocimiento que debe constituir el punto de partida de una filosofía
sistemática:

1. Epistemología analítica o descriptiva

La epistemología estudia el conocimiento. Su objeto se lo proporciona


necesariamente el conocimiento vulgar o precientífico. El filósofo, puesto en la
presencia de este primer objeto que se ofrece a su reflexión, va a procurar captarlo
en toda su complejidad, va a someterlo a un atento análisis, va a emprender su
descripción con toda la precisión posible. Este primer trabajo se expresará por
medio de una serie de afirmaciones de hecho, a las que llamaremos juicios de
presencia: “mi conciencia contiene tales y tales elementos”.

2. Epistemología crítica

La epistemología crítica establece una situación de hecho; ha determinado


cuáles son, en realidad, los datos constitutivos de mi conciencia humana. Así es
plantear de un modo exacto sobre los datos precisos el problema del valor del
conocimiento. La epistemología crítica se dedicará a resolver este problema.
Volviendo sobre los elementos constitutivos del conocimiento humano, procurará
juzgarlos y determinar su papel o finalidad. Su misión es discernir dentro de la

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actividad cognoscitiva las diversas posibilidades, los diferentes modos de


conocimiento en cuanto a su valor o a su importancia.

3. Epistemología lógica

La crítica plantea y define el objeto de la lógica, desde el momento en que


ésta viene a revalorizar la actividad discursiva del pensamiento. La vida del espíritu
en movimiento y progreso, y si este progreso está condicionado en parte por la
ampliación del campo de la experiencia, también es cierto que se amplía no poco
por el trabajo discursivo de la inteligencia, es decir, por el encadenamiento de los
actos del pensar. La crítica enseña que esta actividad discursiva no puede hacerse de
modo arbitrario, sino que está sometida a leyes. La lógica tiene por objeto el
determinar cuáles son las reglas generales del progreso del pensamiento. Por otra
parte, si se considera que la lógica estudia, lo mismo que la analítica y la crítica, las
condiciones totalmente generales del conocimiento humano, se ve que lo racional es
considerar la lógica como la tercera etapa de la epistemología, es decir, de la teoría
general del conocimiento.

Una epistemología concebida de este modo posee los caracteres de


objetividad y de unidad que requiere una ciencia auténtica; es esencialmente
positiva, esto es, constructiva.

1. La epistemología es una investigación objetiva y desinteresada: estudia la


naturaleza, las condiciones y el valor del conocimiento, sin prejuzgar
nada de los resultados o de las consecuencias de su estudio; no está al
servicio de un pensamiento inquieto, preocupado antes que nada de
encontrar la tranquilidad en la certeza.

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2. La epistemología posee una verdadera unidad: todos sus pasos tienen un


mismo objeto, el conocimiento humano tal como se da en el umbral de la
filosofía, y un mismo fin, el de determinar la naturaleza, y, en
consecuencia, las posibilidades o el valor de la ciencia.
3. La epistemología debe ser positiva: su objeto principal no es el de
combatir el error, ni el de refutar los prejuicios o las desviaciones del
pensamiento en materia de conocimiento; debe resolver de un modo
positivo el problema del conocimiento.

Métodos de investigación

¿Existe algún método que permita abordar con alguna esperanza de éxito el
estudio de mi conocimiento?

La cosa puede parecer fácil a primera vista; pero de cerca el camino está
lleno de obstáculos.

¿Es posible el estudio de mi conocimiento? ¿Puedo observar mi


conocimiento en condiciones que permitan describirlo exactamente, de un modo
preciso, del mismo modo que el botánico observa una célula viva, o como el
astrónomo observa los movimientos del cielo? Supuesto que yo pueda analizar mi
conocimiento, ¿tendrán los juicios por los cuales yo exprese este análisis una
significación cualquiera apta para la descripción de otro conocimiento que no sea el
mío? Pero si mi descripción no va más allá de los límites de mi conocimiento
personal, si no tiene valor más que en mi caso particular, ¿cómo puede pretender
este análisis un verdadero carácter científico? ¿No se supone que la ciencia del
conocer, para ser verdaderamente ciencia, tiene la obligación de estudiar las
condiciones de todo acto de conocimiento humano y no solamente las de mis actos?

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En el momento en que yo emprendo el estudio de mi conocimiento no soy un


niño cuya conciencia se despierta por primera vez y que por un privilegio asiste en
plena luz a los progresos de su conocimiento. Una epistemología de esta conciencia
nueva ya no está a mi alcance. Durante el curso de una existencia ya larga, mi
experiencia humana no ha cesado; yo he sufrido mil influencias, ante las cuales he
reaccionado; mis maestros me han formado y deformado; he adquirido una visión
del universo de la que me es imposible deshacerme por un decreto de mi voluntad.
En estas condiciones, ¿será posible que encuentre bajo la lujuriosa vegetación de
ideas, principios, prejuicios, teorías en las que me encuentro, el suelo virgen de mi
conciencia?

Para responder, al menos de manera provisional, a estas dificultades, veamos


cómo la epistemología parece tener la facultad y el deber de construirse siguiendo
un método reflexivo, personal y dubitativo.

1. Método reflexivo

Para que la epistemología sea posible es preciso, ante todo, que yo pueda
conocer al mismo conocimiento.

¿Trataremos de observar el conocimiento dentro de una conciencia distinta


de la mía? Puestos a observar, el conocimiento de un sujeto de experiencia
¿podemos hacerlo del modo como se observan, por ejemplo, los reflejos de una rana
o el comportamiento de una araña? Evidentemente esto es imposible, porque el
conocimiento se me presenta de buenas a primeras como un misterio oculto, una
vida interior y secreta; podemos, sin duda, manifestarlo de alguna manera, con
gritos o gestos, pero todas estas manifestaciones de la conciencia no son más que
una pequeñísima transposición de ella misma en el mundo espacio-temporal; puede

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ser que ello nos baste para revelarnos la presencia de otras conciencias a nuestro
alrededor, pero siempre será la condición de que seamos capaces de interpretar este
comportamiento como expresión de una conciencia, lo que supone el conocimiento
previo de nuestra propia conciencia.

2. Método personal

La ciencia tiene pretensiones universales. El químico pretende formular leyes


que valen, no solamente para todos los espíritus (para todos los químicos), sino que
expresa el comportamiento de todos los cuerpos de tal o cual especie, y no
únicamente el de aquellas pequeñas muestras que ha observado en su laboratorio.
Llamemos a esta doble universalidad de la ciencia, universalidad subjetiva (la
ciencia es común a todos los sujetos, a todos los sabios) y la universalidad objetiva
(la ciencia formula leyes generales, valederas para todos los objetos de una misma
categoría). ¿Puede acaso el filósofo que analiza su conciencia tener semejantes
pretensiones?

Distingamos en primer lugar con todo cuidado la universalidad subjetiva de


la universalidad objetiva de la ciencia, porque se trata de dos problemas distintos.

En lo que concierne a la universalidad subjetiva, la situación del filósofo es,


a primera vista, muy inferior a la del científico, por el hecho de que la partícula
material puede ser observada por todos los químicos del mundo, mientras que mi
conocimiento no es cognoscible más que por mí solo. Por un lado, la ciencia puede
ser universal, común a todos los científicos, porque el objeto estudiado está al
alcance de todos, mientras que, por otro lado, el saber parece obligado a ser algo
estrictamente individual.

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En realidad, esta diferencia de situación es accesoria. Todo verdadero saber


es a la vez, individual y universal, personal e impersonal.

Todo saber es esencialmente personal, y, en consecuencia, incomunicable.


La ciencia química está dentro del espíritu del químico, no se encuentra en los
libros de química más que en estado simbólico, en estado de potencia, y solamente
un espíritu puede reconstruirla en sí mismo, si es capaz de interpretar estos
símbolos. Por lo mismo, y con mayor razón, la reflexión filosófica esta en
conciencia del filósofo y no en otra parte; la obra filosófica es eminentemente
personal e incomunicable; cada uno la hace para sí, la vive en sí.

Pero, por otro lado, todo saber es universal, puesto que se expresa en juicios
verdaderos, y un juicio verdadero es verdadero para todo el mundo, para toda
conciencia. Así, supuesto que el análisis de mi conocimiento me permite controlar
este juicio verdadero “una conciencia humana conoce una realidad corporal”, este
juicio será verdadero para todo el mundo, aunque de hecho jamás persona alguna
fuera de mi sueñe en formularlo ni siquiera esté en estado de hacerlo. Exactamente
el juicio del químico es verdadero para todo el mundo: “el agua hierve en tales
condiciones”.

Pasemos a la universalidad objetiva. ¿Tiene el saber un valor universal por el


lado del objeto conocido? ¿Puede el químico decir: “toda agua hierve en tales
condiciones?

En el punto de partida de la epistemología podemos contentarnos con una


universalidad puramente hipotética. En la medida en que mis actos de
conocimiento estén constituidos como este y en la medida en que otras conciencias
estén constituidas como la mía, las conclusiones de la epistemología valen para
todos estos actos y para todas estas conciencias. La verificación de esta hipótesis

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plantea otros problemas, que son fáciles de resolver cuando se tratan de mis propios
actos, pero que son difíciles cuando se trata de otras conciencias.

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