Sombreros y Esclavitud

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en un pueblo índigena AL NORTE del perú

SOMBREROS Y
ESCLAVITUD

D. Samyr Bazán Díaz


SOMBREROS Y ESCLAVITUD

Condiciones de semi esclavitud en la costa norte del Perú a principios del siglo XX, bajo la forma de
enganches en las fábricas o casas comerciales dedicadas a la elaboración de sombreros.

D. Samyr Bazán Díaz

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© D. SAMYR BAZÁN DÍAZ
© SOMBREROS Y ESCLAVITUD

Sombreros y Esclavitud por Dahigoro Samyr Bazán Díaz se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComer-
cial-SinDerivadas 4.0 Internacional.

Corrector de estilo: Raúl Peña Gutiérrez


Imagen portada: Autor desconocido. Trabajadores indígenas en petatería de Eten.
Fotografías actuales propiedad de: Samyr Bazán
Fotografías antiguas: H. Brüning y otros autores (desconocidos)
Fondo Editorial Digital Autogestionado sin fines de Lucro - F.E.D.A.L.
Correo: [email protected]
Primera edición: 2022
El autor ha considerado publicar de manera gratuita y digital una serie de textos que contribuyan a la sana discusión y, sobre
todo, al conocimiento de algunos aspectos de la cultura local lambayecana y nor-costeña, con miras a expandir este horizonte
cultural. Por lo tanto, su difusión es, será y debe ser gratuita, no permitiéndose su comercialización con intenciones o fines
económicos/monetarios, pero sí se acepta su difusión libre, respetando la autoría del o los autores que en ella participen. Se
busca con esto, hacer asequible el conocimiento a la ciudadanía que no puede acceder a determinadas publicaciones. Queda,
por lo tanto, permitida la impresión individual para quien desee hacerlo, y en un sentido totalmente opuesto para aquella
persona o personas, grupo o entidad que desee imprimirlo o compartirlo con fines económicos. Nosotros apostamos por un
conocimiento gratuito, libre y de todos.

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“...de gracia recibisteis, dad de gracia”.
Mat. 10:8

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Interior de una fábrica de sombreros en Eten, principios del siglo XX

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En el caso del Perú es poco conocido un trato casi esclavista que se dio hasta hace muy pocas décadas en algunos
lugares de la costa norte de la nación andina; tal desconocimiento de este periodo, parece hubiera sido no visibili-
zado o visto como tal durante el tiempo de su desarrollo. Si bien la esclavitud africana y afro-peruana fue “abolida”
el 3 de diciembre de 1854 con la declaración del presidente Ramón Castilla, esta servidumbre, no de negros o de
sus descendientes, sino de poblaciones enteras de naturales y mestizos en pueblos indígenas como Eten y Mon-
sefú se mantuvo en un vigente anonimato hasta entrado el siglo XX. Caso peor aún, fue el de los horribles actos
perpetrados en la inexpugnable selva del Putumayo, área en la cual se explotó, esclavizó y masacró a las tribus
indígenas del lugar, todo a consecuencia de la fiebre del caucho. En ambos casos, los pobladores trabajaban en
condiciones inhumanas para abastecerle al “patrón” de los productos que este comercializaba dentro y fuera del
país. Este modelo esclavista está marcado por una alta actividad económica productiva, desarrollada gracias a la
explotación de personas con escasos recursos, convirtiéndose así en mano de obra no solo barata sino también
gratuita. Lo que ocurrió en Lambayeque sería un tipo de modalidad de enganche, basado en un sistema económico
y de trabajo esclavista

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Introducción

A 770 kilómetros de la capital nacional, Lima, se encuentra el actual distrito de Ciudad Eten, lugar que hasta hace
casi siete décadas era apenas una villa en donde todos al parecer, o al menos el grueso de sus habitantes eran in-
dígenas, asentamiento que adquirió fama más allá de sus fronteras por el hecho de haber conservado con vida su
idioma, el muchic, hablado aún a comienzos del siglo XX. Este pueblo ha sido el lugar de estudio escogido, y en
donde, gracias a entrevistas, se ha logrado hacer una pequeña arqueología de la memoria en sus actuales habitantes,
algunos de los cuales ya sobrepasan las ocho décadas de vida.
En el pueblo, hoy como ayer, se sigue confeccionando sombreros con una fibra natural que llega a ellos des-
de el país vecino del Ecuador. Para la elaboración de estos sombreros se emplea como materia prima la macora1,
la cual es comprada por las familias de la zona (en promedio un kilogramo) a comerciantes mayoristas que la im-
portan desde el Estado vecino; estas familias tejedoras, después de lavarlo y cortarlo proceden a elaborar el tejido
de forma manual. Comenzando por la corona y posteriormente realizan el quiebre para continuar con la copa,
concluida esta etapa dan principio a la falda (última parte del tejido). En la actualidad se elabora de dos calidades,
los llamados finos y los corrientes, así como también en dos tipos de materiales: los de junco y los de macora.
La producción de esta prenda a comienzos del siglo XIX tuvo un desarrollo casi industrial en el área, una
verdadera manufactura que se extendía a poblaciones vecinas como Monsefú y otras un poco más distantes como
Úcupe. Producción que sin duda estuvo impulsada por la construcción del canal de Panamá, comenzado por los

1 (Astrocaryum standleyanum)

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franceses en 1880 y posteriormente continuado por Estados Unidos en 1903/4, quienes lo concluyeron 10 años
después. La presencia de este producto y del oficio fue bastante notoria en las regiones del nor-oriente del Perú
como Piura (Catacaos), Cajamarca (Celendín) y San Martín (Rioja). Seguramente, y sobre todo en los pueblos de la
costa norte debido al boom que experimentó gracias a la alta demanda en el itsmo Centroamericano y el mercado
europeo, historia en común que comparte con el Ecuador.
En esta población, hasta hace seis o siete décadas en el pasado, el natural etenano trabajaba bajo la voz pre-
potente del patrón, y ante la mirada inquisitoria del capataz que, con látigo en mano, conseguía transmitir miedo y
servilismo a los atemorizados nativos. Los trabajadores (de la última etapa de estas petaterías) eran apenas remune-
rados, recibiendo míseros centavos a cambio de su entregado esfuerzo. En muchas ocasiones, siendo únicamente
abastecidos con alimentos como pescado y otras especias para él y su familia; todo esto según el criterio del patrón,
a modo de intercambio desigual por su trabajo, en un pseudo-sistema de “trueque” por demás deshonesto. La
laboriosidad de los naturales de la Magdalena de Eten no pasó desapercibido para los viajeros que por uno y otro
motivo llegaron hasta esta pequeña comarca en busca de información, sobre todo en relación a su desaparecido
idioma, el muchic. Uno de estos connotados estudiosos fue Ernst W. Middendorf.

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La macora y el estado servil:

Ernst W. Middendorf2, distinguido explorador alemán que arribó a esta zona del Perú en la segunda mitad de
la década de 1880; por sus apuntes, al parecer solo observó la elaboración de sombreros domésticos de manera
breve, ya que no menciona las fábricas del lugar. Esta “ceguedad” ante la crisis de muchas familias indígenas se
podría explicar teniendo en cuenta que su objetivo principal de estudio fue el idioma muchic que, aunque vigente
para aquel tiempo, ya estaba comenzando un proceso que lo llevaría a su desaparición. Tal “falta de observación”
se debió sobre todo al contexto por el que estaba atravesando el país durante esos años, pues para el momento de
su visita al norte, este sufría el dominio de Chile a consecuencia de la guerra por el guano y el salitre (1879–1883),
motivado tal conflicto bélico por los intereses particulares de poderosas familias chilenas y, sobre todo, de las
grandes empresas inglesas en el lugar3.
El coste del conflicto obligó a que muchos nacionales dejaran sus lugares de origen, no sólo para ir a defen-
der el “honor patrio”, sino también, en busca de un mejor porvenir para los suyos, sumando a ello el caos interno
producido por los movimientos locales en contra de los invasores (durante la guerra y tras la derrota). Todo esto
tuvo como consecuencia, represalias y excesos por parte de los triunfadores en contra de la población local (incen-
dios, asesinatos, saqueos, etc.). Todos estos factores pudieron haber contribuido a que el investigador germano no
reparara en observar lo que estaba ocurriendo en estas petaterías, que a la sazón fueron las únicas que, tras el caos
2 Médico, antropólogo y explorador nacido en Alemania en 1830 y fallecido en Sri Lanka en 1908. Recorrió el Perú y Bolivia durante sus viajes a
América del Sur.
3 Antofagasta (Bolivia) y Tarapacá (Perú), territorios perdidos en la guerra.

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de la guerra, se beneficiaron de una población de naturales cada vez más empobrecida y necesitada, como veremos
en adelante. Middendorf manifestó únicamente:

“…hombres y mujeres, viejos y jóvenes y hasta los niños, se dedican a tejer sombreros de paja, que se conocen en el mer-
cado con el nombre de “sombreros de Panamá”. La gente acomodada, mestizos en su mayor parte, son al mismo tiempo
comerciantes y contratistas, que proporcionan el material, pagan cierta suma por cada sombrero terminado y se encargan
de su venta […] Al ir por las calles, se ve en el interior de las casas, que tienen las puertas abiertas, a los tejedores de
toda edad que están sentados en el suelo en plena labor. Mientras trabajan conversan, y apenas ponen atención a sus
dedos, y las hebras de paja se desplazan, como manejadas por numerosas agujas” 4

En las fotografías del siglo pasado aparecen muchos individuos indígenas posando para el lente de alguna
revista limeña o ante la mirada curiosa de algún viajero europeo que buscaba perennizar el instante; estas fotos
muestran a individuos (hombres, niños, mujeres y ancianos) en condiciones laborales supuestamente normales,
vestidos siempre a la usanza de la época, quienes en todo momento sostienen entre sus manos sombreros con-
feccionados en palma macora. Es interesante pues son imágenes muy serenas que aparentemente muestran a un
pueblo laborioso, y más allá de esto no indican nada que nos haga pensar lo contrario. Pero ¿qué no dicen estas
fotografías? Es una pregunta que intentaremos responder en este trabajo.
En la memoria del pueblo etenano, sobre todo en los ancianos que están próximos a ver el final de sus días,
aún perviven los nombres de los viejos patrones, quienes ejercieron sobre ellos y sus padres un fuerte dominio;
“señores de la macora” que fueron los dueños de ignominiosas empresas petateras o casas comerciales, como se
hacían llamar. Algunos de los nombres de estos “varones mestizos” fueron: José de la Rosa Farro y Salazar (el
último amo) y Juan Manuel Escajadillo, quien por cierto vivió durante el periodo de la guerra con Chile, personaje
que, además, fue alcalde en la Villa.

4 Ernst W. Middendorf, 1894: 293.

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Mujeres y niños dedicados a la elaboración de sombreros
en Eten. Imágen de H. Brüning 1906.

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La condición de la población local hace casi cien años no era la misma. En 1871/4 apenas habían logrado
salir del semi-aislamiento geográfico y étnico en el que vivían, algo que se consiguió con la construcción del fe-
rrocarril. Esta condición de aislamiento les habría permitido mantener sus costumbres y, tal vez, un sistema “semi
jerarquizado” (¿empresarios y religiosos?) en el interior de su pequeña sociedad, teniendo a la cabeza de tal a los
dueños de las empresas dedicadas a la manufactura local. Pues a diferencia de otros lugares, en el Perú de aquel
entonces, en donde grandes señores dueños de tierras se convirtieron en una suerte de “feudales”, en este pueblo
no se replicó tal caso. Puesto que las condiciones mismas de la tierra, al ser la mayoría de su geografía dunas y suelo
salitroso (lo cual mal ofrecía a los hacendados una comunidad, con muy pocas zonas destinadas para el cultivo o
pastoreo). Esto supuso la inapetencia de los grandes latifundistas azucareros y ganaderos de la región. Dejando así
que su población se siga desempeñando (como lo había hecho por siglos) en las labores de la pesca; y posterior-
mente como artesanos, principalmente en la elaboración de sombreros de todo tipo, sean estos: terciados finos,
modas grandes, modas chicos, llanos, calados, cuadrados, colombianos, colombianitos, “monsefú”, guambritos,
4/13 blancos, chalaquitos, entre otros. Y aunque en Eten hay tierras para el cultivo, su extensión es muy poca.
Hans Heinrich Brüning5, alemán que llegó al Perú en 1875 para trabajar en las haciendas azucareras del
norte, y que vivió en la Villa de Eten entre 1906 – 1910 con el fin de hacer estudios lingüísticos, al observar la
realidad de las familias en la zona, no deja de levantar su voz de protesta en contra de estas petaterías. Él, pudo
ver de primera mano lo que en ellas ocurría y los estragos en desmedro de la población de naturales; llamándolas
semi-cárceles, donde al parecer se aplicaba un tipo de enganche por medio de artimañas, desarrolladas hábil y
cruelmente por los dueños de tales emporios, herencia del periodo colonial.
Esta forma de contratar mano de obra o enganchar a los indígenas se originó posiblemente durante el pe-
riodo virreinal en el Perú, cuando los nativos iban a laborar en condiciones infrahumanas en la minería. Posterior-
mente, durante la denominada República Aristocrática (1895–1919), el enganche consistía en un contrato injusto
entre el “enganchador” (patrones) y el “enganchado” (campesinado/indios), por medio del cual se daba una canti-

5 Hans Heinrich Brüning (Alemania 1848 – 1928).

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dad de dinero por adelantado a manera de préstamo, con esto el poblador quedaba como deudor hasta que pagase
todo. Aparentemente era un convenio libre, sin embargo el aristócrata o el burgués local siempre veía la forma de
seguir acrecentando la deuda del trabajador, hasta volverla impagable, para de esa manera tenerlo siempre sujeto
bajo lo que se denominó como “contrato de enganche”. Es de recordar que en el Perú de comienzos del siglo
pasado, el derecho a las 8 horas no apareció hasta 1919, durante el segundo gobierno presidencial de José Pardo y
Barreda, cuando los obreros consiguieron se aprobara la ley después de incesantes huelgas. Alfredo Velásquez en
su trabajo “100 años de conquista de las 8 horas de trabajo en el Perú”6 diría:

“El 15 de enero de 1919, hace 100 años, se conquistó las 8 horas de trabajo gracias a la lucha de los obreros panaderos
“Estrella del Perú”, textiles, tejedores, cigarreros, tipógrafos, albañiles, sastres y ferroviarios. A nivel provincial la lucha
se dio en Arequipa, Huacho, Sayán, Pativilca, Trujillo, Talara y Negritos, entre otros lugares. Como resultado de estas
heroicas jornadas de lucha que se iniciaron en el siglo pasado, el presidente José Pardo y Barreda (mediante el Decreto
Supremo del 15 de enero de 1919) estableció en el Perú la Jornada de las 8 horas de trabajo”.

Esta ley seguramente llegaría muy tarde a la costa norte, y mucho después su implementación.
Brüning durante su estadía en la Villa diría:

“Con este nombre son conocidas las semi-cárceles que existen todavía por vergüenza en un país que se jacta de civiliza-
do. Las hay principalmente en la Villa de Eten i en la ciudad de Monsefú. Son éstos salones grandes, ordinariamente
de malas condiciones higiénicas, donde están ocupados en el tejido de sombreros personas de ambos sexos i de todas las
edades, personas que han tenido la desgracia de deber una suma mayor o menor de dinero al dueño de la petatería, i cuyo
dinero están obligados [a] pagar con su trabajo manual, i si no les alcanza la vida, lo pagan sus hijos o nietos […]”7

6 https://sutep.org/opiniones/100-anos-de-la-conquista-de-las-8-horas-de-trabajo-en-el-peru/
7 Hans H. Brüning, 2017: 90-91.

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Diez años después de Brüning, Carlos J. Bachmann en 1920 mientras recorría el departamento de Lambaye-
que con el propósito de construir una monografía de la región, también notó esta triste realidad, pero a diferencia
del distinguido alemán, no parece levantar su voz de protesta en favor de los naturales, sin embargo deja por sen-
tado que había la condición de libres, dentro de estas poblaciones manufactureras.

“En la villa de Eten sus moradores se dedican á tejidos de colores de hilo y de algodón, y a la manufactura de sombreros
y cigarreras de paja toquilla y macora, […] Hay cuatro obrajes de petatería, ó sea de tejidos de sombreros, en los que
trabajan más de 400 personas, entre hombres y mujeres, existiendo además, en la condición de libres más de mil.”8

En la década de 1930 los folcloristas locales, Rómulo Paredes Gonzales (1877–1961) y Augusto D. León
Barandiaran (1895–1950) escriben su libro sobre costumbrismo y humorismo Lambayecano, titulado como “A
Golpe de Arpa”. En esta publicación aparecen muchos aspectos de la cultura local, salpicadas con opiniones jo-
cosas y dando un matiz “divertido” a todos estos asuntos. En un apéndice dedicado a “La fiesta de la capilla el
Milagro” los autores exponen un tipo de modelo de enganche, y aunque lo representan de una forma graciosa, es
más lo que esconde entre líneas que lo que aparentemente nos dice; sin dar una fecha exacta. En él se expone que
quienes adquirían la deuda eran los padres de las familias etenanas, los cuales bajo trato desigual entre estos y un
gamonal local, arrastraban con ellos (a su condición de semi-esclavitud o de servidumbre casi medieval), no solo
a sus esposas, sino además a sus hijos para que trabajen en estas petaterías o casas de explotación. Los autores
terminan diciendo que incluso esta clase de deuda se heredaba de padres a hijos, algo que algunas décadas antes
ya había notado Brüning.
Tanto Barandiarán como Rómulo expresan, además, una suerte de complicidad o beneficio entre el clero
criollo y los capitalistas mestizos de la zona, a costa de la desgracia de los indígenas.

8 Carlos Bachmann, 1921:234.

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“Las parejas que no tenían medios de efectuar la boda inmediatamente, aceptaban un protector, que era el que se en-
cargaba de proporcionarles el dinero necesario para el matrimonio. En cambio, los que podían hacerlo, lo verificaba el
cura de inmediato, ayudado por la familia de ambos contrayentes, que querían estar bien con el cura y librar, además, a
sus hijos de las furias del infierno y de los anatemas de la iglesia. Generalmente el protector de aquellos que no podían
casarse inmediatamente era un viejo gamonal, quien era llamado por el cura y en presencia de los contrayentes ofrecía el
dinero suficiente para el matrimonio, no sin antes producirse el diálogo o los diálogos siguientes:
a)
¿Cuánto “queribas”, cholo, para tu casamiento?
Unos 50 pesos, señor que nos da Ud. “pal casorio” y nosotros se lo pagamos trabajando “pa” Ud.
Bueno. Pero los dos van a trabajar en la petatería.
“Güeno”, señor.
¿Qué sombreros “tejíban” Uds?
Moda grande y cuadrados, señor y también “modites”.
Bueno. “Vayen” a la casa.
Luego se enfrentaba a otra pareja, con la cual sostenía esta batalla:
b)
Y tú, ¿qué “queribes”?
Yo “queribe”, señor, 80 pesos.
¿Con quién te vas a casar?
Con la joven señor.
Pero esta es la viuda del “chulapa”, y tiene varios hijos en ella.
Sí, señor.
Ya sabes que yo te doy por tu trabajo y no “pa” volver la plata. Te doy “pa” “hechuras”.

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Sí, señor.
Bueno. Anda a la casa “pa” darte la plata.
En seguida, el cura se frotaba las manos, porque ya había conseguido ocho o diez matrimonios, que le deja-
ban algunos soles y el gamonal también se complacía, porque tenía obreros seguros para muchos meses y al-
gunas veces para muchos años; y hasta se sostiene que hay descendientes de esos protegidos que aún le están pa-
gando al patrón, o a un hijo del protector, el dinero que este le prestó a sus bisabuelos, todo en hechuras”9.

En el artículo “El impacto de la Guerra del Pacífico en Lambayeque 1879–1888”, su autor nos dice que
uno de los factores que aumentó la mano de obra y su abaratamiento en estas casas comerciales o petaterías, fue
la guerra con Chile. Luego del conflicto armado entre ambas naciones el empobrecimiento se hizo notar en todas
partes del país, en especial en el sector campesino, gracias a los famosos “cupos de guerra”. Nos muestra además
un caso, en el que al publicarse los bandos para el pago de las contribuciones industrial y predial en Eten, el cam-
pesino indígena Matías Scapan solicitaba se le exonere, quien para mantener a su familia se había empleado en una
de las susodichas “empresas” petateras, a razón de las consecuencias de la guerra. Transcribe su autor un pequeño
texto de la época en donde se manifiesta lo antes dicho.

“… pago de un sol cincuenta centavos plata que antes he pagado por un terreno que poseo, en virtud de que no me produ-
ce absolutamente nada y eso es motivo para a la vista está; y tan es así Señor Prefecto que prescindiendo de él, pues para
el sostenimiento de mi familia, me he reducido a trabajar como peón de petatería de don Juan Manuel Escajadillo”10

Esta condición jugaba a comportarse como un sistema semi esclavista y/o de la más degenerada servidum-
bre: y por los escasos informes que tenemos, podemos situarla entre finales del siglo XIX (sobre todo con un

9 Rómulo Paredes y León Barandiran, 1935: 299-300.


10 Gómez Cumpa, (s/f): 21.

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auge desmedido al comenzar la construcción del canal panameño) y en las primeras décadas del XX (en cuanto a
documentación y oralidad) como los momentos más álgidos de explotación en perjuicio del manufacturero ete-
nano, realidad que poco cambiaría luego de promulgada la ley de las 8 horas laborales en todo el país. Pues como
veremos, en algunos lugares del Perú, ya sea por su lejanía de las ciudades importantes (Lima), por su estado de
aislamiento o por el poder local de poderosos empresarios, las leyes en favor de los trabajadores demoraron más
de lo previsto en cumplirse. Eran por sobre todo letra muerta. Suponemos esto, pues para 1920 (un año después
de lograda la jornada de ocho horas) durante los viajes de Bachmann por Lambayeque y hasta la publicación de
“A golpe de Arpa” (1935), nada parece haber mejorado en beneficio de la población originaria de la Villa de Eten.
Este incumplimiento de la ley en diferentes puntos del país, desató luchas que buscarían mejorar la condición del
proletariado, las cuales se extendieron por algunos años más. En 1929 se funda la Confederación General de Tra-
bajadores del Perú, pero aun así continúan las protestas en el interior de la nación, en algunos casos con terribles
consecuencias, como fue el acontecimiento de los 14 mineros de Malpaso asesinados en Cerro de Pasco en 1930.

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Tejedoras de sombreros de la fábrica del Sr. Escajadillo en Villa Eten 1918.

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El trato severo en el recuerdo

Nuestros informantes, que nacieron durante la segunda y tercera década del siglo pasado, gracias a sus recuerdos
nos remontan a ese periodo de la historia poco conocido, como veremos.
Al respecto doña Dorotea Silva Ángeles11 (nacida en 1928) de profesión manufacturera, relataría la exigencia
que había décadas atrás (haciendo referencia a su niñez y adolescencia), y a la dureza con que se impartía este con-
ocimiento a todas las jóvenes que no lo aprendían o no se les facilitaba aprenderlo (lo veremos más adelante). Su
narración de inmediato nos remonta a las antiguas fábricas o casas comerciales “Farro” y “Escajadillo”12, en donde
se aplicaron tratos demasiado severos y/o castigos a la población indígena que allí trabajaba, o más justamente
dicho, que allí era explotada. Son pocas las versiones orales que se han encontrado sobre estas dos fábricas que
existieron, aún, a comienzos del siglo XX en Ciudad Eten, no siendo anecdóticas, por el contrario pareciera ser
un momento difícil para quienes aún lo recuerdan. Al respecto, uno de nuestros informantes, Joaquín Velásquez
Ucañay (agricultor y manufacturero nacido en 1928), manifestó lo siguiente respecto a estas ignominiosas empre-
sas: “los que trabajaban allí eran como esclavos, en ese estado vivían.”13. Ninfa Idrogo, historiadora regional, nos manifiesta
que durante los años que laboró en Eten como profesora pudo enterarse de esta antigua realidad. Ella expresa:

11 La primera entrevista con doña Dorotea se dio el día 27 de febrero de 2008, en el interior de su hogar en compañía de su hija, mientras esta
tejía uno de sus sombreros.
12 Juan Manuel Escajadillo, nació en Eten en 1845. Se casó con la señora Juana de Dios León (Eten 1850) en 1877. Tuvieron varios hijos, entre ellos,
uno de nombre Juan Manuel Escajadillo, nacido en 1890.
13 Conversación personal con Joaquín Velásquez Ucañay en 2013.

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“Las familias vivían bajo el mando de un patrón, estos lugares tenían capataces quienes usaban el látigo. Para aprender
a tejer los niños iban a la escuela a adiestrarse en el tejido; los castigos aplicados eran duros, a las niñas por ejemplo se
las golpeaba en sus deditos, o les arrancaban las cejas. Tenían secretos para el manejo de la paja y el buen tejido. La
fabricación de sombreros se hacía con división del trabajo, además de ser especializado porque elaboraban sombreros para
abastecer el mercado interno y externo”14.

La versión que nos entrega Idrogo Cubas llegó a ella de forma oral según nos dice, a través de amistades en
la propia localidad, pues ella ha conocido a los descendientes de petateros y comerciantes.
El día 15 de octubre del año 2017, estando en el interior de una vivienda, en compañía de las señoras María
Ángeles y María A. Neciosup (ambas manufactureras), al hacerles mención de la confección de sombreros, las
«hechuras» y lo duro que había sido el aprendizaje de esto, ambas relataron el siguiente hecho, el cual es un claro
ejemplo de la crueldad con que se las trataba:

“Terminado el sombrero se le llevaba al patrón, ya este te pagaba. Pero cuando tejías mal el sombrero, te ponían las
manos en la horma y allí te pegaban, y de allí un poco de agua para que te refresque. Así nos trataban.”

En la actualidad como en siglos anteriores, el oficio de tejer sombreros era aprendido en el mismo seno
familiar, pero en el pasado reciente, además, había jóvenes a las cuales se las enviaba a “casas de instrucción” para
que aprendieran a tejer, y si estando allí se les complicaba asimilar tal oficio o durante su aprendizaje lo hacían mal,
eran castigadas, algunas soportando flagelos sobre sus cuerpos (según pasaban las horas del día). Dorotea Silva,
manifestó que las niñas que no sabían tejer eran llevadas a un lugar (no lo especificó), en donde se las aleccionaba
muy duramente, pegándoseles a cada día y hora hasta que aprendieran a tejer. Ella dijo:

14 Comunicación personal con Ninfa María Idrogo Cubas, 2018.

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A las mejores tejedoras de sombrero acá se les colocaba una flor de laurel en la cabecita, pero para esto tenían que estar
muy bien peinaditas, y a las que no sabían tejer las guaraqueaban15 para mandarles a que aprendan tejer, las iban
(llevaban) donde y decía:
“¡Ve… mira es haragana, no sabe tejier!
– déjemela allí (respondía).
– Entonces si eran las ocho, ocho pencazos le caían; si eran las diez, diez pencazos; eran las once, once pencazos. Y todo
esto para cada hora iban los dulces y les pegaban para aprender a tejer.” 16

Por el relato de Dorotea podemos entender, además, que el uso de la flor de laurel (un distintivo aún entre
las tejedoras de Eten), no se obtenía con facilidad en tiempos pasados y mucho menos sin ningún sufrimiento
físico de por medio. El poder ser laureadas debió significar para sus aprendices una especie de “motivación” o
“recompensa”, dentro de su pequeña aldea, y/o como si se tratase no solo de un galardón obtenido por ellas, sino
también para sus familias. Pues hoy como ayer, el comportamiento y el respeto que muestran los hijos, son el re-
flejo de la crianza obtenida en sus hogares (aunque esto no sea del todo correcto). Hablar de ellos, es hablar de su
familia. Ser laureada debió significar, además, evadir los malos tratos, pues se suponía que ya se había superado las
pruebas y era una habilidosa tejedora.
Las fábricas en donde se confeccionaban estos sombreros, fueron más de dos en todo el pueblo, aunque las
más resaltantes eran “Farro” y “Escajadillo”. En ellas existía lo que se conoció como el bendito, hoy desaparecido
junto con esas ignominiosas empresas. La población de naturales entraba a laborar por lo general entre las 6 ó 7 de
la mañana, y antes de hacer su ingreso, se postraban de rodillas y hacían su bendito frente a la imagen de una cruz,
terminado esto se dedicaban de lleno a tejer la macora. Salían a las 12 del mediodía y antes de cruzar el umbral

15 Brüning apuntaría: “El nombre huaraca dan en Eten también al látigo sin mango, de cuero crudo torcido, con que arrean (a) los bueyes. De ahí
se deriva seguramente el verbo huaraquear (azotar)” [2017: 26].
16 En el año 2008.

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de la puerta, nuevamente volvían a repetir el “bendito”. Si el sombrero se había confeccionado chorroso17, se les
castigaba y no podían salir hasta terminarlo, o a su regreso volvían a trabajar en él. Este proletariado indígena y
mestizo en aquellos años de comienzos y mediados del siglo pasado, tenía como hora de regreso la 1 de la tarde y
como hora de su salida las 5 ó 6 p.m, en donde realizaban el mismo ritual de la mañana antes de ingresar a laborar
y al momento de partir. Así fue en el pasado, pero muertos los llamados patrones y sobre todo venido a pique
la confección en masa de los “sombreros de Panamá”, todo esto terminó y hoy solo quedan en el recuerdo de
quienes experimentaron tan duros tratos18.
Sobre cómo era “el bendito” no hemos podido encontrar mayor información que la registrada en fuentes
orales en esta comunidad. Lo único que parece similar es lo registrado por Paredes y Barandiarán en 1935. Al
hablar de las costumbres y tradiciones de la Villa de Eten transcriben un diálogo entre una ahijada con su padrino,
en ella le dice el hombre que le rece un bendito:

“bendite, alabade cuando cante, sin pecado originol”19.

Más allá de esta corta frase no se ha podido encontrar nada al respecto.

17 desigual.
18 Versión ofrecida por dos tejedoras de sombrero, doña María Ángeles Silva de 76 años (sobrina de Dorotea Silva Ángeles, otra de mis informan-
tes), y de doña María Alejandrina Neciosup López de 89 años.
19 Rómulo Paredes y León Barandiran, 1935: 63.

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Fin de los patrones

Podemos entender que en el Eten de finales del siglo XIX y comienzos del XX, la realidad laboral del pueblo indí-
gena giraba en torno a la elaboración de sombreros, muy por encima a la de otras actividades extractivas, algunas
de honda tradición prehispánica en la zona, como la pesca.
En la ex–Villa de Eten familias enteras se desempeñaban en este oficio, que para la época y los medios con
que contaban, debió alcanzar niveles casi industriales; una manufactura que se caracterizaba por la rapidez y cali-
dad del producto. Lo verdaderamente lamentable era que muchas de estas familias de naturales que por desgracia
habían contraído alguna deuda con alguno de los “señores de la macora”, quedaban desde entonces malviviendo
o sirviendo bajo el mandato de sus ahora “patrones”. Figuras masculinas encarnadas en personajes mestizos
(basta mencionar sus apellidos, Farro o Escajadillo) que orquestaba con ellos un “contrato de enganche”, por el
cual quedaban como deudores ellos y sus familias, hasta que pagasen una deuda que hábilmente el “enganchador”
siempre se encargaba de acrecentar. Además de estas petaterías, había grupos familiares que laboraban de manera
“semi-independiente” en el interior de sus hogares para poder subsistir. Concluidos los sombreros, eran vendidos
a comerciantes o a los mismos dueños de estas fábricas semi esclavistas, quienes procuraban acaparar toda la pro-
ducción interna para luego distribuirlo en el mercado nacional e internacional. Posiblemente muchos salieron de
aquí para ser comercializados como “Panamá hat” fuera del Perú. Habría que indagar el alcance de esta industria
no solo en la región de Lambayeque y Piura, sino además su relación con el Ecuador (Cuenca, Manabí), el gran
abastecedor de esta materia prima y mayor exportador y; además, cómo salían estos productos desde ambos países,

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para mercantilizarse luego en el país centroamericano con nombre diferente.
Como así parece dejarnos entre ver el siguiente texto de 1898:

“En la ciudad de Catacaos y sus alrededores se fabrican sombreros de paja por valor de $800,000 al año. En Eten y
en otras ciudades se fabrican en menor cantidad. A decir verdad, en la fabricación de estos sombreros no entra paja de
ninguna especie, sino una especie de junco o caña que se da en los pantanos y que importan del Ecuador. Las arreglan
en hacecillos conservando los distintos tamaños separados de modo que el sombrerero no tiene necesidad de escogerlos. Los
juncos más gruesos sirven para hacer los llamados sombreros de Panamá ordinarios, que se pueden comprar en Nueva
York por $5. ”20

Ya entrado el siglo XX, «la era de los patrones se perdió» como dicen los ancianos en Eten. Pero tales
emporios no desaparecieron en respuesta a la muerte de sus dueños, sino por el declive de la industria. Fue una
economía que con el tiempo perdió vitalidad frente a la demanda de nuevos productos.
La historiadora Gabriela Neira Escudero, de la Universidad de Cuenca, hablando de la pérdida de esta indu-
stria del sombrero en el Ecuador (lo que a su vez repercutiría enormemente en el Perú) diría:

«Durante los primeros años de la década de 1950, la exportación del sombrero de paja toquilla sufrió una repentina
caída que marcó un período de crisis importante, los datos de las exportaciones cayeron drásticamente generando una
baja significativa en la economía local, y el desarrollo que había experimentado la región se vio disminuido por esta baja
en las exportaciones»21.

Este acontecimiento del que nos habla Gabriela Neira pudo ser la causa principal que llevó, en el caso lam-
20 Directorio Comercial de las Repúblicas Americanas. En Dos Tomos. Washintong 1898: 505 – 506.
21 Aparecido en: El Telégrafo. Ecuador/Vie.28/May/2021.

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bayecano, a que estas “casas comerciales” cerraran y la población local comenzara a dedicarse, con mayor libertad,
a otras labores como en la empresa de Ferrocarril y Muelle. Recordemos también que hacía no mucho, a raíz de la
guerra de 1941 (por disputas territoriales en la selva, sobre la que ambos países manifestaban tener soberanía), y en
las que el Perú saldría victorioso, esto podrían haber cambiado las dinámicas entre ambos Estados y las relaciones
entre los pueblos, sin contar la crisis que precede a toda guerra. Sumado a ello un contexto nacional que comen-
zaría dando mejoras laborales, lo cual repercutiría en el panorama proletario de todo el Perú; las que de manera
incipiente surgieron en 1911 con la ley de accidentes de trabajo; 1918 reglamentación del trabajo de la mujer y del
niño; 1919 jornada laboral de las 8 horas; 1936 inicio del sistema de seguridad social. Y finalmente dos hitos impor-
tantes en la esfera regional e internacional: para 1954 el presidente Manuel Odría la elevaría de categoría y de Villa,
Eten, pasará a convertirse en Ciudad (con todo lo que eso implicaba); y en 1959 el Perú ratifica el Convenio 87
de la OIT relativo a la libertad sindical y el derecho a la sindicalización. Leyes sobre jubilación y vacaciones de los
obreros; en 1962 el Estado fija los sueldos y salarios mínimos. Sumado a todos estos factores políticos y económi-
cos (en la elaboración del sombrero a gran escala), se puede mencionar a todo ello un fenómeno que cambió el
panorama cultural–material, estamos hablando de la pérdida del sombrero en el uso popular y diario por parte de
la población local, algo que terminó convirtiendo a dicha prenda de un objeto de uso corriente, a uno relacionado
cada vez más a asuntos específicos o de ocasión (fiestas, espectáculos, etc.) y no a una prenda diaria, la cual si no
desapareció, en todo caso fue evolucionando o remplazándose por atuendos menos llamativos y de más fácil elab-
oración, como “gorros” de tela, fabricados de forma casi inmediata con ayuda de máquinas de coser. Todo ello
contribuyó a que la producción en masa desapareciese hasta el punto de dejar de ser rentable para los “patrones”
o sus descendientes. Recordemos que en Eten durante el mismo periodo de tiempo se perdió el uso corriente del
poncho y el capuz o nequique (en las mujeres). Todo esto pudo haber determinado, primero la baja producción y
posteriormente la desaparición de las petaterías locales, convirtiéndose, al menos en el caso de Lambayeque, en un
oficio cada vez más familiar o particular, concentrado entre los pueblos de Monsefú y Eten respectivamente, sin
mayor demanda que la propia necesidad de las “ex familias manufactureras”, campesinos e indígenas.

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Imagen tomada a una de mis informantes en el pueblo de Ciudad Eten un 22 de junio de año 2014. La mujer en la fotografía es la señora Marta
Nuntón Quesñay, con quien trabajé en la recolección de información de carácter oral. Entre lo mucho que se pudo obtener de aquellas entre-
vistas, fue el descubrir que esta señora era descendiente de los famosos cayayo de Eten. Es precisamente a uno de estos personajes (Cayayito)
al cual Brüning retrataría para la posteridad a comienzos del siglo XX.
Doña Marta aparece aquí al natural acompañada de un sombrero a medio terminar. Durante los días que la visité, ella trabajó en dicho
sombrero, conversando y tejiendo al mismo tiempo. Una habilidad que solo se alcanza con los años. A ella muchas gracias por su apoyo y
contribución.

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Doña María Natalia Chancafe tejiendo habilidosamente un sombrero de plama macora. Eten 2017.
“De la corona a la copa un quiebre, de la copa a la falda otro quiebre y como quien quiebre y quiebre se va yapando”.

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Aprendiendo a tejer sueños de macora con doña María Ucañay, a la cual vemos “emparejando” las fibras de la palma. Eten 2017.

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Bibliografía

Bachmann, Carlos (1921). Monografía del Departamento de Lambayeque. Lima, Perú: Imprenta Torres Aguirre
Bazán Díaz, Dahigoro Samyr (2018). Eten, Viaje a un Pueblo Muchic. Introducción descriptiva de una localidad milenaria. Chiclayo, Lambayeque,
Perú.
Brüning, Hans Heinrich (2017). Diccionario etnográfico de la costa y sierra norte del Perú. (Matthias Urban, & Rita E. Barrera-Virhuez, Edits.)
Chiclayo, Lambayeque, Perú: Universidad Nacional Pedro Ruíz Gallo - Facultad de Ciencias Histórico Sociales y Educación & Univer-
sidad Nacional Mayor de San Marcos.
Directorio Comercial de las Repúblicas Americanas. En Dos Tomos. Washintong 1898.
León Barandiran, Augusto & Paredes, Romulo (1935). A Golpe de Arpa. Lima.
Middendorf, Ernest. W. (1894). Perú, Observaciones y estudios del país y sus habitantes durante una permanencia de 25 años. En La Costa tomo II. Lima,
Perú: Universidad Nacional Mayor de San Marco.

Linkcografía

José Wilson Gómez Cumpa. Universidad Pedro Ruíz Gallo (s/f). pag. 21. Impacto de la Guerra del Pacífico en Lambayeque, 1879-1886. Avail-
able from: https://www.researchgate.net/publication/280627612_Impacto_de_la_Guerra_del_Pacifico_en_Lambayeque_1879-1886.
Denis Sulmont Profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la PUCP (s/f) pag. 1-5. La conquista de la dignidad del trabajo. http://
repositorio.pucp.edu.pe/index/bitstream/handle/123456789/11843/conquista_dignidad_Sulmont.pdf?sequence=1
Historiadora Gabriela Neira Escudero. Universidad de Cuenca (Ecuador). La paja toquilla cambió la economía del sector, su auge y crisis
https://www.eltelegrafo.com.ec/contenido/autor/2/gabriela-neira-escudero-catedra-abierta-de-historia-universidad-de-cuenca
Alfredo Vasquez. 100 años de conquista de las 8 horas de trabajo en el Perú: https://sutep.org/opiniones/100-anos-de-la-conquista-de-las-8-
horas-de-trabajo-en-el-peru

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Editado y publicado gratuitamente por
Fondo Editorial Digital Autogestionado sin fines de Lucro

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