Clero y Religiosidad en El Decameron de

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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA

DE MÉXICO

FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS

CLERO Y RELIGIOSIDAD EN EL DECAMERÓN DE


BOCCACCIO

T E S I S
QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE

LICENCIADA EN HISTORIA
P R E S E N T A :

ANA CLARA AGUILAR MONROY

ASESOR: DR. MARTÍN FEDERICO RÍOS SALOMA

MÉXICO, D. F. JUNIO 2013


2

Agradecimientos

A Pablo, la persona que más quiero en el mundo, motor y dirección de todo lo que hago.

A mis padres, sin cuyo apoyo y ejemplo no estaría en donde estoy.

A mis abuelos, que no están físicamente, pero están presentes en todo momento.

A Caro, Mariana, Abril, Paco, Tavito y Juan Carlos por acompañarme siempre.

A mis tíos, sobrinos y primos de la nueva generación, que forman parte de la constancia que

requiero para continuar.

A mi asesor, el Dr. Martín Ríos por su paciencia y apoyo permanente.

A Diego, Daniela, Luis y Miriam, que me impulsaron a terminar esta tesis.

A los amigos de toda la vida del CEPP, que a pesar del correr del tiempo siguen ahí.

A los amigos del CCH, en particular a mis hermanos del hexaedro regular y a las arpías.

A los amigos de la facultad, a quienes conocí cuando ya no era estudiante, pero más vale tarde

que nunca.

A los amigos del Seminario de Estudios Históricos sobre la Edad Media, con quienes dio

inicio una aventura académica que devino en amistad.

A aquellos que han compartido un momento, una sonrisa, un abrazo... soy muy afortunada por

tener tanta gente valiosa a mi alrededor.

A los que ya no están, pero deberían.

Todos forman una parte muy importante de lo que soy.


3

ÍNDICE

Introducción 5

Capítulo 1. La península itálica en la Baja Edad Media 14

1.1 Los territorios italianos en el siglo XIV 17

1.1.1 El apogeo mercantil de Florencia 19

1.1.2 Relaciones comerciales y culturales con Oriente 23

1.2 La Iglesia entre los siglos XIII y XIV 24

1.2.1 El papado y la Santa Sede 27

1.2.2 Las órdenes mendicantes 29

1.2.3 Costumbres de la época 31

1.3 La Peste Negra 33

1.3.1 Repercusiones de la epidemia en la península itálica 36

Capítulo 2. Giovanni Boccaccio y el Decamerón 38

2.1 Vida de Boccaccio 38

2.2 El lugar de Boccaccio y el Decamerón en la cultura urbana 42

2.3 El Decamerón en su contexto literario 46

2.3.1 Trayectoria de la lectura del Decamerón en Europa 54

2.4 La religiosidad de Boccaccio a través del Decamerón 58

Capítulo 3. Aportaciones del Decamerón a la historia religiosa 65

3.1 Creencias y costumbres populares 66

3.2 Los pecados y su relación con el más allá 75

3.2.1 Almas penitentes 79

3.3 Actividades devocionales 81

3.4 Los religiosos 84


4

3.4.1 Alta jerarquía eclesiástica 86

3.4.2 Monjes y órdenes mendicantes 89

3.5 Necesidad de reforma 93

Conclusiones 96

Anexos 100

Anexo 1. Cuadro de ediciones del Decamerón 100

Anexo 2. Obras de Boccaccio 103

Escritos literarios 103

Misceláneas 104

Textos biográficos, geográficos e históricos 104

Anexo 3. Mapa del avance de la Peste Negra 106

Referencias bibliográficas 107

Fuentes 107

Bibliografía 107

Páginas Web 115


5

INTRODUCCIÓN

Las investigaciones históricas sobre el Medioevo no abundan en México, sin embargo, se trata

de un campo de estudio vastísimo, no sólo por el amplio lapso que comprende,1 sino también

por la importancia de los hechos y configuraciones que ocurrieron mientras duró.

Los estudios medievales pueden realizarse a partir de distintos puntos de vista, desde

la tradicional aproximación a la Historia política, económica y social, es decir, la rama

predominante de la disciplina, hasta el acercamiento desde la Historia cultural y de la vida

cotidiana. Para esta última vertiente existe una gran variedad de fuentes, además de las

crónicas y textos historiográficos.

Aunque los valores e ideologías europeos que cruzaron el Océano Atlántico con los

conquistadores y colonizadores de América fueron en su mayoría de origen medieval, 2 e

inclusive algunos de ellos persisten hasta hoy día, la validez de un trabajo como el presente no

radica únicamente en la forma en que puede vincularse a la Historia de México o a la de

América, sino en la originalidad de su fuente.

El Decamerón fue escrito dentro de un contexto particular que debe ser tomado en

cuenta al momento de analizarlo. Se trata de una obra literaria y, como tal, ha sido revisado

muchas veces. Por su parte, en el campo histórico ha sido utilizado para conocer aspectos de

la vida cotidiana, y recurrentemente ha sido citado como fuente para el estudio de la Gran

Peste que azotó Europa a mediados de la decimocuarta centuria. En épocas tan tempranas

1
La “Edad Media” abarca más de mil años (siglos V-XV). La utilidad de dividir la historia en etapas para su
estudio es innegable, pero hay que mantener la mente abierta, ya que, tratándose de procesos humanos es
complicado determinar fechas precisas para procesos de larga duración. Cabe señalar que, entre los estudiosos no
hay acuerdo acerca del principio y el final de este periodo.
2
Vid. Flocel Sabaté, Fin del mundo y Nuevo Mundo. El encaje ideológico entre la Europa medieval y la América
moderna en Nueva España (siglo XVI), México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2011, 80 p.
6

como el siglo XV, Nicolás Maquiavelo retomó en su Historia florentina lo dicho por

Boccaccio e hizo alusión a esta misma epidemia. 3

Mi planteamiento es que, del mismo modo en que el Decamerón ha brindado luz a los

historiadores sobre la Muerte Negra en Florencia, puede ser utilizado para recabar

información acerca de otros temas, tales como costumbres y modo de vida de los mercaderes,

artesanos, banqueros y demás miembros de la sociedad florentina; así como de ciertas culturas

ligadas al Occidente cristiano, entre otras causas, por su relación comercial.4 Y lo que resulta

primordial para los propósitos de esta investigación: usos y creencias de los hombres

vinculados a la Iglesia.

Una visión desde el exterior de Europa hacia su pasado, que a fin de cuentas no es

exclusivo, puede resultar útil para complementar el enfoque existente, y en constante

construcción, de una época que resulta por demás atractiva. Evidentemente el acceso a la

información proporcionado por las nuevas tecnologías resulta fundamental para conocer y

retratar más cabalmente la Edad Media.

Hay que enfatizar que la pertinencia de este trabajo en el campo de la historia

religiosa, 5 se relaciona directamente con la constante aparición en el Decamerón de

protagonistas y situaciones ligadas con el clero, sus costumbres y sus creencias. No se trata de

menciones aisladas, ya que hay cuentos enteros dedicados a estos personajes, acompañados, a

veces, de juicios morales del autor, en ocasiones con un dejo de burla, en otras con un franco

tono crítico.

3
Nicolás Maquiavelo, Historia de Florencia, Madrid, Alfaguara, 1979, pp. 145-146.
4
Es claro que las formas interculturales de convivencia variaban dependiendo de la geografía; por ejemplo, en la
parte sur de la península ibérica los musulmanes estaban asentados, no iban de paso como en el caso de Génova,
Venecia o Nápoles. Por otro lado, la presencia judía y su interacción con la mayoría cristiana también dependía
de factores regionales.
5
La historia religiosa abarca más elementos que la historia de la Iglesia, tradicionalmente institucional; por
ejemplo religiosidad y creencias. Precisamente el tema de esta tesis. Vid. Jaume Aurell, La escritura de la
memoria. De los positivismos a los postmodernismos, Valencia, Universitat de València, 2005, pp. 168-175.
7

Con respecto a su uso como fuente histórica, vale la pena recordar que la mayoría de

los estudios elaborados sobre la obra de Boccaccio, se han enfocado en los aspectos

literarios,6 en otras palabras, se han centrado en la forma y el estilo; resaltando la importancia

del Decamerón como parteaguas entre la narrativa medieval y la renacentista.7 Por supuesto

hay que tener presentes también, los acercamientos realizados desde la perspectiva de los

estudios de género que han analizado la imagen de mujer que plasmó Boccaccio en sus

escritos.8

Pero no sólo la obra, sino también el hombre, ha sido motivo de interés. Su recorrido

vital fue muy interesante, y de algún modo, representativo del intelectual de su época, por lo

que ha sido biografiado en cada faceta posible.

Así pues, la pregunta que rigió esta tesis estaba encaminada a determinar de qué

manera el Decamerón fue representativo de la dialéctica entre la posición oficial de la Iglesia

en materia de doctrina, liturgia y disciplina, y las prácticas populares. Considerando que este

texto permite conocer cómo eran percibidos el clero y ciertas prácticas vinculadas a éste,

desde la perspectiva de Giovanni Boccaccio.

Cabe destacar que la escritura del Decamerón no fue un fenómeno aislado, por el

contrario, se encontraba enmarcado en un ambiente de desazón hacia la Iglesia bajomedieval

en diversas regiones de Europa. Los cuentos de Canterbury de Chaucer,9 así como el El libro

de buen amor del Arcipreste de Hita10 manifiestan una situación similar y con una narrativa

6
Vid. María Cristina Azuela Bernal, Del Decamerón a las Cent Nouvelles nouvelles. Relaciones y
transgresiones en la nouvelle medieval, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Filológicas, 2006, 288 p. /
Claude  Cazalé  Bérard,  “La  strategia della  parola nel  Decameron”,  en  MLN, vol. 109, no. 1, The Italian Issue,
The Johns Hopkins University Press, enero de 1994, pp. 12-26 / Carmelo Gariano, Juan Ruiz, Boccaccio,
Chaucer, Sacramento, California, Hispanic-California State University, Department of Foreign Languages,
1984, 174 p.
7
Martín de Riquer, “Ensayo preliminar”, en G. Boccaccio, Decamerón, Barcelona, Vergara, 1962, pp. 9-10.
8
Vid. Margaret Franklin, Boccaccio’s heroines. Power and virtue in Renaissance society, Burlington, Ashgate,
2006, 206 p.- Brigitte Buettner, Boccaccio’s  Des  cleres  et  nobles  femmes.  Systems  of  signification  in  an 
illuminated manuscript, Seattle, College Art Association-University of Washington Press, 1996, 139 p.
9
Vid. Geoffrey Chaucer, Cuentos de Canterbury, Cátedra, Madrid, 2001, 645 p.
10
Vid. Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, El libro de buen amor, Cátedra, Madrid, 2001, CXXX-600 p.
8

igual de picaresca, en las regiones inglesa e ibérica, respectivamente. Por lo tanto, es claro que

la Literatura aporta a la Historia información muy valiosa en cuestiones tales como ideología

y costumbres.

La investigación que presento permite visualizar diversos aspectos de la vida en la

península itálica durante el siglo XIV, a través de la pluma de Giovanni Boccaccio, señalando

características de la religiosidad del entorno, así como de la del propio autor. Mi objetivo

principal es conocer de qué modo eran percibidos clero y ritualidad durante la primera mitad

del llamado trecento en Florencia, por medio del Decamerón, un texto que trascendió el

tiempo. Es evidente que Boccaccio representa a un sector muy específico de la sociedad de su

época y por lo tanto no hay intención de generalizar en modo alguno.

Otro objetivo fundamental es entender cómo percibía Giovanni Boccaccio a la Iglesia

y a los hombres que la representaban. Y, por qué escribió sobre esto, aunque claramente le

interesaban mucho otros temas.

En la medida de lo posible, intento explicar el porqué de su percepción sobre ciertas

realidades, y valorar las repercusiones que tuvo el Decamerón, sobre todo en el ámbito

religioso.

La problemática principal al utilizar la literatura como fuente, radica en la concepción

tradicional de que las obras literarias proporcionan información escasa y poco fiable. 11 Esta

visión sería acertada, si se acudiera al texto en busca de “datos duros”, pero ese no es el caso. 

En cambio, el Decamerón puede proporcionar noticias relativas a costumbres y creencias

contemporáneas a su surgimiento.

11
François Perus, “Introducción”, en F. Perus (comp.), Historia y literatura, México, Instituto Mora, 1997, p. 8.
9

En este ámbito destacan los trabajos pioneros de Robert Darnton12 y Mijail Bajtin13.

Ambos se acercaron a la literatura desde la historia de las mentalidades, cada cual en

búsqueda de desentrañar algo diferente. Sobre sus trabajos cabe decir que el interés de

Darnton era la mentalidad del Antiguo Régimen a través de narraciones populares; el de

Bajtin en cambio, era conocer elementos de cultura cómica por medio de la obra de François

Rabelais.

Para la elaboración de este trabajo, he retomado algunos aspectos del llamado giro

cultural, que se nutrió de postulados ofrecidos por Michel de Certeau y Hayden White, entre

otros. He recurrido a ellos debido a que los considero de utilidad para sustentar mi propuesta.

Del llamado giro cultural han surgido propuestas muy interesantes y variadas. 14

Mención especial merece la vanguardista aproximación realizada, desde este lado del

Atlántico, por el filósofo José Gaos, al estudio de la mentalidad medieval a través de la

Comedia de Dante Alighieri. 15

Por otro lado, considero que la corriente de estudios lingüísticos denominada Literacy

puede iluminar ciertos ángulos olvidados por las teorías históricas.

En ese sentido, el libro Oralidad y escritura de Walter J. Ong, 16 postula, entre otras

cosas, que los textos expresan más de lo que aparentemente pretenden, y que no hay que

perder de vista, como un factor fundamental, al público receptor de cada obra. En otras

12
Vid. Robert Darnton, La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura francesa,
México, Fondo de Cultura Económica, 1994, 270 p.
13
Vid. Mijail Bajtin, La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. El contexto de François
Rabelais, Madrid, Alianza, 2003, 432 p.
14
Vid. Martín F. Ríos Saloma, “De la historia de las mentalidades a la historia cultural. Notas sobre el desarrollo 
de la historiografía en la segunda mitad del siglo XX”, en Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de
México, no. 37, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, enero-junio de 2009, pp. 97-137.
15
José Gaos, “La idea medieval del mundo según la Divina Comedia”, en Historia de nuestra idea del mundo,
México, Fondo de Cultura Económica-El Colegio de México, 1983, pp. 50-66.
16
Walter J. Ong, Oralidad y escritura. Tecnologías de la palabra, México, Fondo de Cultura Económica, 2002,
192 p.
10

palabras, propone efectuar una lectura del escrito más allá de lo que dice literal y

literariamente.

En cuanto al giro cultural, me parece que vale la pena mencionar algunos elementos

que, en retrospectiva, lo han caracterizado y me han sido de provecho: primero, la idea de que

no hay instituciones o culturas atemporales, en otras palabras, comprender al texto en su

contexto; luego, el poder de la cultura como fuente fundamental de comprensión histórica,

que a través de los siglos se había ignorado por las distintas corrientes historiográficas

predominantes, y que cobró importancia hasta el siglo XX; asimismo, el interés por procesos

grupales, es decir, en oposición a la historia de los grandes personajes; también, el uso del

relato como herramienta epistemológica, que se ha relacionado de cerca con la microhistoria;

y por último, cierta identificación con la antropología, en otras palabras la sumersión en

determinado tiempo y espacio, para analizar una cultura.17

El giro cultural, o cultural turn ha aprovechado los aportes tanto de la antropología,

como de la teoría literaria. Ambas disciplinas han influido en la historia cultural, que en una

de sus múltiples vertientes, supone que la lengua es un reflejo de la sociedad, y no a la

inversa, como sugiere otra rama de esta misma corriente historiográfica. La historia de la

cultura promueve también, que las colectividades sean estudiadas a través de sus

manifestaciones culturales. En este caso particular, se haría por medio de una obra de

literatura.

Por otra parte, me interesa específicamente la asociación del giro cultural con la

microhistoria, debido a que en esta tesis retomo elementos formulados por dos reconocidos

microhistoriadores: Carlo Ginzburg y Natalie Zemon Davis.

Aunque pueda parecer contradictorio, la microhistoria aspira a una comprensión vasta

del mundo, tomando como punto de partida un elemento singular, que bien puede ser un texto

17
Un magnífico resumen de estos elementos puede consultarse en J. Aurell, op. cit. pp. 178-179.
11

o un personaje. En otras palabras, se caracteriza por el afán de incluir cuantos aspectos le sean

posibles, tales como los políticos, económicos, sociales y culturales.18

De Carlo Ginzburg, he retomado su idea sobre la importancia de la historia de un texto

y su contexto, que puso en práctica a lo largo del libro El queso y los gusanos.19 En cuanto a

Natalie Zemon Davis expuso hace pocos años la necesidad de ensanchar la visión de los

historiadores de la literatura, para que no se quedaran sólo con cuestiones estilísticas.20

Por otro lado, Gabrielle M. Spiegel entretejió de algún modo los postulados anteriores

con sus propias propuestas en el texto “Historia, historicismo y lógica social” donde, después 

de evaluar varias teorías lingüísticas y su casi nula relación con la Historia, sugirió la

necesidad de hallar el pasado en el texto sin violentarlo; en otras palabras, conocer en la

medida de lo posible cada ángulo de un escrito, para poder extraer de él todo lo que puede

ofrecer; por lo que la historia extratextual se vuelve absolutamente necesaria para la

significación cabal de una obra literaria.21

Al margen de estas nociones teóricas, y antes de entrar en materia, he de señalar que

las citas de Boccaccio fueron tomadas de la edición de la Universidad Nacional Autónoma de

México de El Decamerón22 por razones de accesibilidad, para que quien se interese en rastrear

alguna de las referencias, pueda hacerlo con facilidad. Además, creo que se trata de una

publicación hecha con rigor, y por tanto confiable.

Especificado lo anterior, sólo resta decir que este trabajo se encuentra dividido en tres

capítulos. El primero es el marco histórico que permite la comprensión de la época en que se

18
J. Aurell, op. cit., p. 184.
19
Carlo Ginzburg, El queso y los gusanos. El cosmos según un molinero del siglo XVI, México, Océano, 2004,
258 p.
20
Natalie Zemon Davis, Pasión por la historia. Entrevista con Denis Crouzet, Valencia, Universitat de
Valencia-Universidad de Granada, 2006, p. 43.
21
Gabrielle M. Spiegel, “Historia, historicismo y lógica social” en Perus, François (comp.), Historia y literatura,
México, Instituto Mora, 1997, pp. 123-161; y The Past as Text. Theory and Practice of Medieval
Historiography, Baltimore, Johns Hopkins University Press, 1999, 320 p.
22
Giovanni Boccaccio, El Decamerón, México, UNAM, Coordinación de Humanidades, 2003, 915 p.
12

desenvolvió Giovanni Boccaccio y el contexto en que surgió el Decamerón, englobando de

manera general la denominada Baja Edad Media 23 y sus principales características, así como

un panorama sobre la Iglesia, ya que éste es el factor a rastrear en el Decamerón, por último

un vistazo a la Gran Peste, marco específico del surgimiento de dicho texto.

El segundo capítulo se ocupa con detenimiento de la religiosidad de Boccaccio, no

puede quedar fuera de esta mirada la vida del autor, que también merece un apartado

explicando su origen y formación por supuesto, pero, primordialmente las opiniones y

posturas patentes en su magna obra.

El tercer capítulo, que conllevó el análisis más amplio, trata sobre los aspectos que del

clero y la religiosidad de los laicos son perceptibles en el Decamerón; desde las cosas

terrenas, principalmente las vinculadas a la corrupción de los hombres y mujeres de la Iglesia,

hasta las creencias religiosas tales como la existencia de espíritus, el purgatorio, los pecados,

la veneración de reliquias, etcétera.

Esta investigación tiene como finalidad despertar el interés en futuros acercamientos

tanto a Boccaccio como a los estudios de fuentes literarias desde la perspectiva

historiográfica, pero también se aspira a que el análisis aquí presentado pueda volverse una

lectura referencial para otras investigaciones.

23
Se considera el inicio de la Baja Edad Media alrededor del siglo XIII, relacionado con el auge urbano; en
oposición a la etapa anterior, es decir la Plena Edad Media (siglos X-XII), vinculada al apogeo feudal.
13

CAPÍTULO 1. LA PENÍNSULA ITÁLICA EN LA BAJA EDAD MEDIA

Entre los especialistas existen discrepancias acerca de dónde se ubica la separación entre Alta,

Plena y Baja Edad Media. El propósito de esta tesis no es definir dichas líneas divisorias; sin

embargo, hay características generales que vale la pena señalar para comprender la situación

de Giovanni Boccaccio y el surgimiento del Decamerón.

La Plena Edad Media, periodo precedente al que compete a este trabajo, estaría

dividida a su vez en dos edades feudales. 24 Después de esta etapa, es decir, hacia finales del

siglo XII, y a lo largo del XIII, Europa fue escenario de adelantos tecnológicos sustanciales en

comparación con los siglos anteriores; en este contexto se sitúa el inicio de la Baja Edad

Media.

De acuerdo a Jacques Le Goff, fue de primordial importancia la difusión de novedosos

procesos agropecuarios que promovieron la diversificación de la producción alimenticia y una

notable mejoría en las condiciones de vida de algunos sectores de la población; Le Goff ha

señalado que el molino, por ejemplo, significó simplificación del trabajo, lo que a su vez

permitió un incremento en la cantidad de comestibles elaborados. Otro ejemplo es el uso

intensivo de sal para la conservación de carnes y pescados, lo que facilitó su traslado y

comercio a lugares lejanos.25

Un hecho destacable es que a la vanguardia de las nuevas técnicas se encontraban los

monjes cistercienses, que consideraron necesario reducir el tiempo dedicado a la liturgia, para

24
La primera edad feudal (s. X al XI) se caracteriza por un radical descenso demográfico. Con gente organizada
en grupos no muy grandes, alrededor de un señor, en relativo aislamiento a causa de los caminos abandonados,
con una economía agrícola de subsistencia. La segunda edad feudal (s. XI al XII) se define por cierta prosperidad
comercial, crecimiento demográfico, mejoras en la seguridad de los caminos, restauración de rutas y puentes, y,
rasgo fundamental, cierta bonanza económica que incluyó también a la agricultura, sin la cual el comercio era
impracticable. Este esbozo de la división realizada por Marc Bloch, cumple con la finalidad de señalar los
elementos que precedieron el despegue de las ciudades y el desarrollo de novedosas formas económicas,
políticas y sociales. La categoría Plena Edad Media es de reciente acuñación, Bloch no denominó al periodo
como “plenomedieval”, no obstante, describió muy bien sus características. Marc Bloch, “Condiciones de vida y 
atmósfera  mental”,  en  La sociedad feudal. La formación de los vínculos de dependencia, México, UTEHA,
1958, pp. 70-142
25
Jacques Le Goff, La Baja Edad Media, México, Siglo XXI, 2006, pp. 177-180.
14

ocuparse, en la medida de lo posible, al trabajo agrícola, concibiéndolo como una actividad

enriquecedora del espíritu. 26

Con estos avances, las hambrunas quedaron atrás y con ellas la mortandad que

provocaban. Así pues, el panorama cambió y las ciudades comenzaron a poblarse con el

excedente demográfico rural.

Una incipiente clase urbana dedicada a los negocios desplazó a las antiguas ferias

comerciales que representaban intereses aristocráticos y eclesiásticos, y los relegó

paulatinamente. El comercio pudo desarrollarse a una escala mayor gracias al aumento de la

seguridad en los caminos y a los progresos tecnológicos en las embarcaciones. 27 El impulso

de la industria textil fue definitivo para el comercio, y aunado a la circulación regular de

moneda por algunas regiones, fomentó el vertiginoso crecimiento de las ciudades. 28

A consecuencia de los fenómenos migratorios explicados en las líneas precedentes, fue

necesario extender las murallas, de modo que las urbes se ampliaron gradualmente. En su

interior las actividades mercantiles se multiplicaron y diversificaron; en la paradigmática

península itálica surgieron grupos de banqueros de tal relevancia que Joan Evans considera

que “la  principal  aportación  de  Italia  a  la  Edad  Media  fue  lo  más  opuesto  al  feudalismo:  la 

banca”.29 Para ilustrar la importancia del comercio, basta señalar la existencia en cada capital

de tablas de conversión monetaria o de pesos y medidas.30 Fue durante esta época también,

que varios aspectos de la sociedad se institucionalizaron en algunas ciudades, tales como el

ejército, la recaudación de impuestos, y la impartición de justicia. 31

26
George  Zarnecki,  “El mundo  monástico”,  en  Joan Evans  (coord.),  Historia de las civilizaciones 6. La Baja
Edad Media: el florecimiento de la Europa medieval, México, Alianza-Labor, 1989, p. 55.
27
Donald  King,  “Corrientes  del  comercio. Industria, mercados  y  dinero”,  en  J.  Evans  (coord.),  Historia..., op.
cit., p. 349.
28
J. Le Goff, La baja..., op. cit., pp. 180-183.
29
J. Evans, “El legado final. Epílogo de la Edad Media”, en J. Evans (coord.), Historia..., op. cit., p. 432.
30
D. King, op. cit., p. 349.
31
J. Le Goff, La baja..., op. cit., pp. 204-208.
15

Hay que abrir un paréntesis para recordar que la constitución de las primeras

universidades ocurrió durante el siglo XIII, y que de manera inmediata se volvieron las

principales proveedoras de funcionarios, tanto laicos como eclesiásticos, para la

administración pública. Estas nuevas entidades contaban con privilegios como autonomía y

subsidios económicos.32

A fines del siglo XIII e inicios del XIV, la explotación desmesurada de recursos

naturales y la falta de nuevas tierras cultivables puso un freno al desarrollo económico y

social. Se llegó a un punto en que la producción superó las necesidades del mercado. 33

Para principios del siglo XIV la situación era crítica en la mayor parte de Europa. El

hambre azotó al continente entre 1315 y 1317; muchas cosechas se perdieron debido a

inclemencias meteorológicas. Consecuentemente, la actividad mercantil decreció y, en

algunos lugares, la moneda comenzó a escasear y devaluarse.34 En las ciudades italianas, por

otro lado, la crisis pudo sobrellevarse, debido a que el comercio se extendía por regiones

apartadas de la península.

Para terminar este breve balance resulta de primordial importancia indicar el lugar de

Giovanni Boccaccio en este escenario. Boccaccio nació en 1313, es decir, en medio de la

crisis europea, pero en un territorio relativamente al margen de ella. Su familia se encontraba

ligada por intereses económicos a las principales casas comerciales italianas de la época,

algunas de las cuales se vieron afectadas por la crisis.35 En el siguiente apartado se explica por

qué algunos banqueros florentinos quebraron durante la crisis y otros, en cambio, lograron

prosperar.

32
Richard Hunt, “Suma de conocimientos. Universidades y cultura” en Evans, Joan (coord.), Historia…, op. cit.,
pp. 243-245
33
J. Le Goff, La baja..., op. cit., pp. 264-269.
34
Ibid., pp. 272-275.
35
Vid. Capítulo 2 del presente trabajo, particularmente el apartado 2.1, donde se aborda con mayor detenimiento
la biografía del autor del Decamerón.
16

1.1 LOS TERRITORIOS ITALIANOS EN EL SIGLO XIV

En el año 1300, había en Europa seis ciudades con más de 50 mil habitantes, treinta con más

de 20 mil y casi ochenta con más de 10 mil almas.36 Las ciudades dejaron de ser la excepción

y su demanda de alimentos y de mano de obra las hizo florecer. Las más importantes como

Florencia,  Venecia  y  Génova  “construyeron  sus  pequeños  imperios  y,  así,  pudieron 

desarrollar su vasta política mercantil sin interferencias de ambiciones locales ni de la

pequeña piratería de la aristocracia feudal”. 37

En la península itálica, a raíz del predomino urbano, los burgueses y los antiguos

terratenientes entraron en conflicto, las ciudades se organizaron en comunas,38 y éstas

quitaron propiedades, facultades políticas y privilegios a los viejos señores laicos, aunque

respetaron las posesiones eclesiásticas, de este modo la Iglesia permaneció como

propietaria.39

Muchas familias de mercaderes y banqueros llegaron a ser reconocidas en el ámbito

político. Durante un breve lapso de reconfiguración social hubo movilidad, como

consecuencia algunos burgueses ascendieron debido a su poderío económico, sólo que al

encontrarse en lo más alto, pusieron freno a la posibilidad de elevación de otros, para evitar

ser desplazados de sus nuevas posiciones.

36
Robert Fossier, “Crisis de crecimiento en Europa (1250-1430)”, en R. Fossier (coord.), La Edad Media 3. El
tiempo de las crisis 1250-1520, Barcelona, Crítica, 1988, p. 27.
37
Christopher Brooke, “Introducción. Estructura de la Sociedad medieval”, en J. Evans (coord.), Historia..., op.
cit., p. 41.
38
Las comunas surgieron como asociaciones de ayuda mutua, en el seno de la clase mercantil citadina, para
defenderse  de  los  poderes  señoriales.  De  acuerdo  a  Bonnassie,  las  comunas  italianas  se  volvieron  “auténticas 
repúblicas  urbanas”;  éstas  eran  dirigidas  por consejos compuestos de ciudadanos. Vid. Pierre Bonnassie,
Vocabulario básico de la historia medieval, Barcelona, Crítica, 1984, pp. 53-53.
39
Ruggiero Romano y Alberto Tenenti, Los fundamentos del mundo moderno. Edad media tardía, reforma,
renacimiento, México, Siglo XXI, 2005, p. 17.
17

Como ya se ha indicado, las ciudades-Estado italianas40 gozaban de cierta estabilidad

económica, gracias a la actividad comercial y bancaria que trascendía al territorio peninsular,

por esta razón no fueron tan afectadas como el resto de Europa durante los momentos de crisis

ocurridos a principios del siglo XIV. Sin embargo, no hay que olvidar que la prosperidad

residía exclusivamente en los estratos altos de la sociedad, y que hubo excepciones, como en

el caso de las familias Peruzzi y Bardi que quebraron inminentemente en 1343 y 1345

respectivamente, al dejar de percibir los pagos de los monarcas a los que habían financiado

sus empresas bélicas.41

La guerra no era algo ajeno a la península itálica; las ciudades italianas habían estado

inmiscuidas en las disputas entre papado e Imperio. Ambos poderes pretendían dominar los

territorios de peninsulares y granjearse el apoyo monetario de los banqueros. Las facciones

formadas en territorio italiano, estaban divididas igual que en el resto de Europa, en dos

partidos principales, por un lado se agrupaban aquellos que apoyaban al Papa, y por el otro,

quienes favorecían al emperador. Los gibelinos eran partidarios de este último y de la

intervención extranjera como método para restaurar el orden. Los güelfos se oponían a dicha

intervención y preferían la influencia de la Santa Sede, pero a su vez se encontraban

divididos; el partido blanco pugnaba porque el Papa asumiera el control y el partido negro se

mostraba más independiente en relación a la injerencia de Roma. 42

La necesidad de no interrumpir la dinámica comercial de las grandes ciudades propició

la aparición de los llamados condottieri. Éstos dirigían grupos de hombres dispuestos a

combatir a cambio de remuneración pecuniaria. Su surgimiento fue determinante para el

40
Entiéndase por “ciudades-Estado italianas” otra forma de designar a las comunas o ciudades localizadas en la 
península itálica. De ningún modo se les confunde con los actuales Estados-Nación.
41
D. King, op. cit., p. 349.
42
Pierre Antonetti, Historia de Florencia, México, Fondo de Cultura Económica, 1985, pp. 21-32.
18

desarrollo de las comunas, ya que posibilitó que los ciudadanos se dedicaran a sus negocios u

oficios, permitiendo la continuidad de las actividades urbanas.43

1.1.1 EL APOGEO MERCANTIL DE FLORENCIA

El auge económico y la prosperidad florentina se debieron en buena medida a su favorable

localización geográfica, esto es, en el área denominada Toscana. 44 Florencia fue establecida

junto a uno de los cuatro cruces principales del río Arno y tenía el típico trazado romano,45 en

otras palabras, era un asentamiento rectangular amurallado, atravesado por dos vías

perpendiculares, que se cruzaban en la plaza principal. La primera muralla tenía unos mil

ochocientos metros perimetrales.46

Fundada en tierra fértil, Florencia contaba con recursos naturales tales como “piedra y

madera de la montaña, vino y aceite de las colinas, arcilla, cereales, legumbres y ganado del

valle”. 47 Recursos que le permitieron progresar. La producción de grano, por otro lado, era

insuficiente, por lo cual éste era importado desde la región de Nápoles. 48

Sobre su organización administrativa, es de destacar que Florencia se autoproclamó

comuna en 111549 y absorbió la cercana población de Fiésole, escenario del Decamerón, en

1125.50 El primer gobierno del pueblo que se instituyó funcionó desde 1250 hasta 1260, el

segundo fue de 1280 a 1300.51

43
Yves Renouard, Historia de Florencia, Buenos Aires, Eudeba, 1968, pp. 72-73.
44
La Toscana limita al norte y al este con los Apeninos, al oeste con el mar Tirreno y al sur con el monte
Amiano y los lagos Trasimeno y de Bolsena; asimismo es atravesada por el río Arno.
45
El asentamiento romano se remonta al año 50 o 59 a.C. P. Antonetti, op. cit., p. 11.
46
Ibid., p. 15.
47
Ibid., p. 14.
48
Frederick Antal, El mundo florentino y su ambiente social. La república burguesa anterior a Cosme de
Médicis: Siglos XIV-XV, Madrid, Guadarrama, 1963, p. 37.
49
P. Antonetti, op. cit., p. 15.
50
Y. Renouard, op. cit., p. 7.
51
Ibid., p. 55.
19

En 1255, Florencia se consolidó como potencia económica gracias a la acuñación de

florines de oro, moneda que era aceptada en otros lugares. 52 La nobleza, atraída por la

prosperidad urbana, se trasladó a la ciudad y con ella la demanda de artículos suntuarios. En

1266 la burguesía rica consiguió la igualdad de derechos con los nobles iniciando un proceso

de síntesis en una sola clase, la de los magnati.53

El crecimiento de Florencia fue tal que entre 1200 y 1330, pasó de diez mil a noventa

mil habitantes aproximadamente.54 Su principal actividad económica era el comercio, que no

se limitaba a los paños que se importaban, teñían y exportaban. Los mercaderes aprovechaban

los viajes a Oriente para adquirir especias, drogas, perlas, piedras preciosas y pieles que

después vendían en Europa.55

Los comerciantes florentinos se organizaron gremialmente desde 1182, como forma de

proteger sus intereses mutuos, en una agrupación denominada Arte de los mercaderes,

posteriormente conocida como Arte de Calimala.56 Su éxito económico y la especialización

de actividades permitieron que a principios del siglo XIII, las llamadas Artes mayores se

desprendieran del Arte de los mercaderes en grupos independientes.57

Estas agrupaciones se cerraron en sí mismas muy pronto. A raíz de la protección

declarada por Felipe el Hermoso de Francia, sus integrantes lograron escalar a cargos de

poder, en los cuales podían fijar listas de precios e impuestos: “No se consigue alojamiento ni 

contratación sin pasar por el control de estos magnati, que, además son regidores o

cónsules”. 58

52
Ibid., p. 42.
53
F. Antal, op. cit., pp. 41-47.
54
J. Le Goff, La baja..., op. cit., p. 205.
55
P. Antonetti, op. cit., p. 17 y F. Antal, op. cit., p. 37.
56
Denominado así por la calle donde estaban ubicados sus locales. Y. Renouard, op. cit., p. 33
57
Las siete Artes mayores eran: el Arte de los mercaderes o de Calimala; el Arte del cambio; el de la lana; el de
la seda; el de los merceros, médicos y almaceneros; el de los peleteros; y, el de los jueces y notarios. Idem.
58
R. Fossier, “Crisis...”, op. cit., p. 37.
20

La concentración de la riqueza en una minoría, ocasionó la quiebra de los pequeños

talleres que atravesaban dificultades económicas: “en Florencia los talleres de paños pasaron 

de  trescientos  veinticinco  a  cincuenta  entre  1235  y  1300”. 59 Pero no desaparecieron, los

negocios más grandes absorbieron a los menores, con lo que los sueldos de los trabajadores

permanecían muy bajos. Durante este periodo se congregaron cinco nuevos gremios

nombrados Artes medias. 60 Finalmente las nueve Artes menores se establecieron entre 1288 y

1299.61

Cada Arte tenía su propia organización interna, contaba con estatutos, funcionarios

elegidos y representantes en el extranjero. No cualquier individuo accedía a un gremio, pues

había que cubrir una cuota, de modo que sólo los comerciantes más acaudalados podían ser

miembros.62

En 1293 los mercaderes habían adquirido tanta importancia en Florencia que emitieron

las Ordenanzas de Justicia, fue así que tomaron el poder y excluyeron a los magnati de los

asuntos de gobierno; no hubo distinción de bandos, tanto güelfos como gibelinos fueron

alejados de la política, los viejos aristócratas y los nuevos ricos, que apenas se distinguían

entre sí debido a su fusión de costumbres, fueron desplazados por igual. 63

Para 1300 las Artes mayores contaban cinco mil miembros en sus filas. En la

organización de la Comuna las Artes mayores tenían mayor cantidad de representantes, en

importancia le seguían las medias, y las menores prácticamente no tenían representación; en

59
Idem.
60
Las cinco Artes medias eran el Arte de los prendedores y lanceros, el de los albañiles y carpinteros, el de los
calceteros y boneteros, el de los artesanos del hierro y el de los carniceros Y. Renouard, op. cit., p. 41.
61
Las nueve Artes menores concentraban a los mercaderes de vino en la primera, en la segunda a los hoteleros,
en la tercera a los mercaderes de la sal, aceite y queso, en la cuarta a los curtidores, en la quinta a los fabricantes
de corazas y espadas, en la sexta a los cerrajeros, herreros y caldereros, en la séptima los comerciantes al por
mayor, en la octava los horneros y en la última los panaderos. Ibid., p. 61.
62
Ibid., p. 62.
63
P. Antonetti, op. cit., p. 29.
21

lo más bajo de la pirámide social estaban los sottoposti,64 que no pertenecían a ningún gremio,

así que no podían participar en el gobierno ni tener representación.65

La prosperidad de la ciudad trajo consigo avances definitivos en materia de cultura, los

mercaderes disfrutaban su dinero y se codeaban con los artistas de la época, la abundancia

económica favoreció al mecenazgo, que fue un fenómeno característico del periodo y

funcionaba como forma de adquirir prestigio.

En Florencia aparecieron las primeras manifestaciones del Humanismo: Petrarca,

Boccaccio y Saluti, en palabras de Robert Fossier “fueron al mismo tiempo unos enamorados 

del buen lenguaje y de lo retórico, así como unos cristianos sinceros que aspiraban, como

todos sus contemporáneos, a la reforma de la Iglesia”. 66

El caso florentino es representativo, en primer lugar, del resurgimiento citadino, pero

también del empoderamiento comunal y de la organización gremial características de la

ciudad-Estado italiana. Fueron las viejas ciudades episcopales como Florencia, es decir, las

antiguas urbes romanas constituidas como cabezas administrativas, las que se consolidaron de

esta manera. Aunque el gobierno comunal y la asociación gremial tenían fuertes vínculos, no

todos los representantes de la comuna eran comerciantes, eran un sector únicamente. 67

Del mismo modo, Nápoles caracteriza a las ciudades comerciales en el Mediterráneo

que, como Génova, Pisa y Venecia, acogían a todo tipo de gente: mercaderes y sabios de

naciones y orígenes diversos en un ambiente cosmopolita. 68 A continuación se bosqueja el

papel napolitano y el impacto de su apertura comercial y cultural.

64
A falta de una traducción precisa al español se utiliza el término en italiano. Los sottoposti eran una suerte de
trabajadores de temporada, también los desempleados pertenecen a esta categoría. Vid. “Glosario”, en R. Fossier 
(coord.), La Edad…, op. cit., p. 460.
65
Y. Renouard, op. cit., pp. 70-71.
66
R. Fossier, “Crisis...”, op. cit., p. 146.
67
Christopher Dawson, Historia de la cultura cristiana, México, Fondo de Cultura Económica, 2006, pp. 258-
261.
68
Ibid., pp. 261-264.
22

1.1.2 RELACIONES COMERCIALES Y CULTURALES CON ORIENTE

La preponderancia comercial napolitana del siglo XIV, influyó de varias maneras en la

formación de Giovanni Boccaccio. La ciudad de Nápoles, sede de la corte angevina, era el

“obligado  punto  de  encuentro  de  la  civilización  y  de  la  cultura  provenzal  francesa  con  la 

árabe-bizantina, vivaz y riquísimo emporio de los intercambios entre Occidente y Oriente”. 69

El rey Roberto de Nápoles, promotor de estos encuentros culturales, recibió en su corte a un

joven Boccaccio.

Florencia había estado bajo la protección del rey Roberto en el periodo 1313-1321

ante la latente amenaza de una invasión imperial. El título de señor de Florencia le fue

concedido a dicho monarca por un lapso de cinco años. Condiciones favorables propiciaron

que en 1318 se renovara el nombramiento por cuatro años más. 70 Así pues, tanto la figura del

rey Roberto, como la influencia napolitana en la trayectoria de Boccaccio se remontan a los

años de su nacimiento e infancia.

Queda claro que la importancia de los vínculos mercantiles entre Oriente y Occidente

va más allá del mero intercambio económico. Su desarrollo acarreó además, un apogeo de la

palabra escrita, que marcó los principios del derecho comercial, así como la introducción de

las operaciones con fracciones en las cuentas de uso diario de los mercaderes. Otra novedad

del periodo fue la adopción del papel, proveniente de los musulmanes residentes en España y

Sicilia.71

A pesar de que “la legislación de las cruzadas estipula[ba] la prohibición del comercio 

con  el  enemigo  y  decreta[ba]  el  embargo  de  los  productos  estratégicos”, 72 existía una

69
V. Branca, “Prólogo”, en G. Boccaccio, El Decamerón, op. cit., p. 11.
70
P. Antonetti, op. cit., pp. 44-45.
71
J. Le Goff, La Baja..., op. cit., pp. 183-190.
72
J. Le Goff, Mercaderes y banqueros de la Edad Media, Buenos Aires, Eudeba, 1963, p. 81.
23

solidaridad entre comerciantes, que provocó que en ciertas disputas de negocios, los

mercaderes cristianos se pusieran de parte de sus pares musulmanes.73

Las prohibiciones de dicha legislación eran más teóricas que prácticas, pues a causa de

sus propios intereses, la Iglesia había protegido a los mercaderes desde tiempos tan tempranos

como 1074.74

En este sentido, la religión y los negocios eran cuestiones independientes para los

comerciantes. Algunos mercaderes europeos estaban relativamente bien informados sobre

costumbres ajenas a ellos y aun así: “no hay diálogo alguno con el Oriente asiático, no hay un

amplio debate con el mundo musulmán y tampoco un profundo contacto con la Iglesia

oriental”.75 Ninguno trataba de convencer al otro, prevalecía el interés comercial por encima

de las creencias.

La invasión turca en el siglo XIV detuvo la expansión comercial europea en Oriente.

Este repliegue, consecuencia del cese de la pax mongolorum, que había permitido la libre

circulación hacia Asia, canceló el paso por los viejos caminos y terminó con la seguridad para

los viajeros. Como las cruzadas habían cesado, el tránsito se interrumpió inevitablemente.76

1.2 LA IGLESIA ENTRE LOS SIGLOS XIII Y XIV

La Iglesia bajomedieval que Boccaccio retrató parcialmente en el Decamerón, requería, como

cualquier institución, de reformas constantes. Por lo tanto esta necesidad no fue privativa de

los siglos XIII y XIV.

73
Georges Duby, Año 1000, año 2000. La huella de nuestros miedos, Barcelona, Andrés Bello, 1995, p. 64.
74
J. Le Goff, Mercaderes..., op. cit., p. 82.
75
R. Romano y A. Tenenti, op. cit., p. 77.
76
Ibid., p. 32.
24

Uno de los problemas internos que la Iglesia 77 enfrentó fue el de la arraigada práctica

de comprar cargos, denominada simonía. Ésta duró varios siglos. Otro problema que data del

mismo periodo era el nicolaísmo o el hábito de los curas de tener mujer e hijos.78 Su

persistencia se debía, en parte, a la tolerancia de algunos pontífices, que en lugar de deponer a

los clérigos simoníacos, les impusieron penas relativamente leves.79

Los afanes renovadores eran tan antiguos como los problemas mismos; la reforma de

Cluny en el año 909 o 910,80 por ejemplo, respondía a los excesos señalados. Con la

fundación de esta orden la Iglesia mantuvo algo de su dignidad y credibilidad. La innovación

cundió por Alemania, Italia, España e Inglaterra.81

Si bien la organización de Cluny y sus prioratos fue plenamente feudal, los monjes

cluniacenses perseguían un acercamiento con la divinidad, por lo que manifestaban cierto

desprecio hacia la vida terrenal y los bienes materiales. Esto no implicaba que las casas de

Dios en la tierra estuvieran desprovistas, así que había iglesias sumamente lujosas. A pesar de

su desdén por lo terreno, los monjes no se aislaron del mundo, se ocupaban de una limitada

educación al prójimo y en ocasiones eran mediadores en cuestiones políticas. 82

Los abades de Cluny eran aristócratas y cultos, de ahí que el trabajo manual, precepto

fundamental para San Benito, fuera sustituido por más ceremonial; inventaron nuevos cantos

y gestos dramáticos para las misas. 83

77
Utilizo  el  término  “Iglesia”  para  designar  a  la  institución,  a  diferencia  de  “iglesia”  en referencia  al  espacio 
físico, es decir al edificio.
78
Charles Seignobos, Historia de la civilización en la Edad Media. Y en los tiempos modernos, México, Librería
de la Vda. de C. Bouret, 1922, p. 111.
79
Enrique Denzinger, El magisterio de la Iglesia, Barcelona, Herder, 1955, p. 133 (n. al p. 3)
80
De acuerdo con Glauco Maria Cantarella, el documento de fundación de Cluny tiene tachaduras en la parte
que indica la fecha. Él lo atribuye al nulo interés de los monjes por consignar este dato. Lo cierto es que el año,
permanece indeterminado. G. M. Cantarella  “Cluny,  el  fracaso  de  la  perfección”,  en  El siglo XI, marcas de
identidad. Actualmente en prensa. Agradezco al Dr. Martín Ríos Saloma y al Dr. Cantarella por facilitarme copia
del texto.
81
André Vauchez, La espiritualidad del occidente medieval. Siglos VIII-XII, Madrid, Cátedra, 1985, p. 33.
82
Ibid., pp. 40-46.
83
G. Zarnecki, op. cit., p. 55.
25

Pero la simonía y el nicolaísmo no desaparecieron. Durante la segunda mitad del siglo

XI inició la reforma gregoriana. Los Cánones de 1059, entre otras cosas, reprobaban a los

clérigos casados o que tuvieran concubinas. Además se restituían todas las contribuciones que

los laicos84 debían hacer a la Iglesia con carácter de obligatoriedad, como los diezmos. Las

iglesias, parroquias, abadías, etcétera, ya no podían ser otorgadas por cualquier señor, en

adelante sólo el Papa o sus representantes darían esta clase prebendas. 85

La reforma estaba orientada hacia el empoderamiento de la institución, tanto

económica como políticamente. Se pretendía posicionar a la Iglesia por encima de cualquier

monarca. Pero también se encauzaba a la recuperación de los valores cristianos.

Fue durante este periodo que se fijaron los siete sacramentos. Cada sacramento tenía

una finalidad distinta: el bautismo, la de ayudar al hombre a llevar una vida cristiana; la

confirmación, la de robustecer su alma; la eucaristía, la de dar presencia real a Cristo y

simbolizar así la unión mística de los cristianos; la penitencia, que ocurría en tres etapas

(contrición, confesión y satisfacción), tenía el propósito de otorgar curación y salud al

espíritu; la extremaunción comunicaba la gracia del Espíritu Santo; el matrimonio, que asocia

al hombre y la mujer, de algún modo significaba la unión de Cristo y la Iglesia; y por último,

la ordenación servía para crear representantes de Cristo.86

Mientras tanto, los lujos en la abadía de Cluny y algunas de sus filiales suscitaron una

escisión, la de los denominados cistercienses, que se separaron en 1098. Cîteaux fue el lugar

donde un conjunto de monjes fundó la nueva orden, menos ostentosa que la cluniacense.

Como se mencionó en párrafos previos, disminuyeron el tiempo destinado a la liturgia, e

84
El término “laicos”, hace referencia a las personas que no se encontraban dentro del orden eclesial. Del mismo 
modo que: fieles, creyentes, cristianos y parroquianos.
85
Dominique Iogna-Prat, “Orden / Órdenes”, en J. Le Goff y Jean-Claude Schmitt (eds.), Diccionario razonado
del Occidente medieval, Madrid, Akal, 2003, p. 619.
86
E. Denzinger, op. cit., pp. [44]-[60]
26

introdujeron el trabajo agrícola, lo que a la larga ofreció adelantos técnicos para toda la

cristiandad.87

La separación se efectuó de manera pacífica; a diferencia de Cluny, la orden del Císter

estableció sus parroquias y abadías en lugares aislados, y trabajó sin aceptar rentas, aunque

completaba sus ingresos con limosnas. 88 Su decadencia comenzó en la segunda mitad del

siglo XII, cuando empezó a enriquecerse con la venta de los excedentes producidos por el

trabajo de los conversos que tenía a su servicio. 89

En el siglo XII surgió el anhelo entre los fieles de un acercamiento directo a Dios, pero

el contacto con la divinidad era un monopolio que los eclesiásticos no estaban dispuestos a

compartir. La razón de que herejías como la cátara y la valdense se hicieran de tantos adeptos

fue que pusieron en tela de juicio la necesidad de mediación de la Iglesia entre Dios y su

rebaño.90

En 1252, nació el Officium Inquisitionis como herramienta de combate contra las

recién surgidas herejías91 que amenazaban la anhelada unidad cristiana, este tribunal fue uno

de los antecesores del Tribunal del Santo Oficio. 92

1.2.1 EL PAPADO Y LA SANTA SEDE

La Querella de las Investiduras se remonta a la época de la reforma gregoriana, que retiró el

derecho a los señores a elegir a sus obispos y que limitó las prerrogativas de éstos. Así, los

bandos se definieron: por un lado, y a favor de la Santa Sede se encontraban los monjes y en

87
G. Zarnecki, op. cit., p. 71.
88
G. Duby, Economía rural y vida campesina en el Occidente medieval, Barcelona, Península, 1991, p. 262.
89
A. Vauchez, op. cit., pp. 85-88.
90
Ibid., pp. 100-102.
91
Las herejías eran una amenaza para la estabilidad de la Iglesia, en tanto, disensiones de una parte de los
valores admitidos por la comunidad cristiana. Vid. P. Bonnassie, op. cit., pp. 113-117.
92
Girolamo Arnaldi, “Iglesia y papado”, en J. Le Goff y J-C. Schmitt (eds.), Diccionario…, op. cit., p. 358.
27

general los partidarios de los cambios, por el otro, en apoyo al emperador se hallaban los

obispos y abades de Alemania y Lombardía, es decir aquellos instalados por él. 93

En los siglos XII y XIII hubo una manifestación de autoritarismo papal con “el 

establecimiento de la Curia romana como tribunal supremo de apelación para las cuestiones

de orden  moral de toda la cristiandad”. 94 Este tribunal no resultaba muy práctico a causa de

las distancias, y constantemente entraba en contradicción con los tribunales locales y laicos. A

mediados del siglo XIII sus miembros adoptaron el sombrero rojo, “a partir de entonces, los 

cardenales se establecieron [...] como consejo papal y cuerpo de electores permanente”.95

A partir del siglo XIV los papas tuvieron que conseguir dinero para el sostenimiento

de sus cortes. Tradicionalmente la Iglesia había mirado con recelo a los comerciantes, los

consideraba un mal necesario, pues condenaba los intereses y la usura y sólo consentía en

permitir el intercambio mínimo inevitable. Esta noción tuvo que modificarse dada la relación

entre papado y banqueros. Fue un cambio gradual pero definitivo; algunos clérigos se

dedicaron a la usura en Florencia. La Iglesia y la economía urbana tenían un fuerte vínculo,

así que el enriquecimiento se efectuó de forma paralela. La relación era tal, que la Iglesia

llegó a intervenir en conflictos laborales, amenazando con la excomunión a los trabajadores

que quisieran asociarse o a los que demandaran mejores salarios. 96

A la vez, casi todos los obispos y abades eran propietarios de haciendas que les

proporcionaban ingresos pecuniarios. Algunos clérigos lo eran para vivir de las rentas de las

tierras que venían con el cargo. Prueba de ello es que había obispos y abades con múltiples

93
C. Seignobos, op. cit., p. 124.
94
C. Brooke, op. cit., p. 26.
95
Ibid., p. 34.
96
F. Antal, op. cit., p. 111.
28

obispados y abadías, cada cual con sus respectivas entradas; en algunos casos los religiosos97

ni siquiera conocieron todas sus dependencias. 98

1.2.2 LAS ÓRDENES MENDICANTES

Las órdenes mendicantes surgieron en el ambiente urbano del siglo XIII, como respuesta ante

el lujo y la riqueza de algunos sectores eclesiásticos. La reacción de sus miembros se daba

contra la opulencia, pues consideraban que los apartaba de los ideales evangélicos. 99 Los

integrantes de estas órdenes se denominaron frailes debido a que adoptaron la vida en común,

en fraternidad.100

Una diferencia fundamental entre monjes y frailes, es que los primeros al ingresar a un

monasterio se comprometían únicamente con éste en particular, en cambio los hermanos al

ingresar a una orden podían ir de un convento a otro con libertad. Otro aspecto destacado es

que los antiguos monasterios se encontraban fuera de las ciudades, mientras que los frailes

participaban activamente en la vida de la ciudad.101

Los frailes grises, u Orden Franciscana de frailes menores, fueron reconocidos por el

papa Inocencio III en 1210. Francisco de Asís, su fundador, consideraba que la caridad como

penitencia era insuficiente, había que ir más allá y abandonar los bienes propios. La pobreza

era una virtud en las ciudades por hallarse enmarcada en la prosperidad económica; sin la

presencia de los ricos como contraste, la elección individual no tendría relevancia, pues no

97
El  término  “religioso”  hace  referencia  a  cualquier  hombre  o  mujer  perteneciente  al  clero,  ya  sea  regular  o 
secular, de cualquier nivel dentro de la jerarquía eclesiástica. La tercera acepción del Diccionario de la lengua
española de la Real Academia a la letra  dice  “[persona]  que  ha  profesado  en  una  orden  o  congregación 
religiosa.”
98
C. Seignobos, op. cit., p. 224.
99
Jacques Verger, “Valores y autoridades diferentes”, en R. Fossier (coord.), La Edad…, op. cit., pp. 109-121.
100
Lester K. Little, “Monjes y religiosos”, en J. Le Goff y J-C. Schmitt (eds.), Diccionario…, op. cit., p. 574.
101
Idem.
29

habría distinción entre ser desposeído por elección o como resultado de condiciones

adversas. 102

Los frailes negros o dominicos fueron una orden de predicadores fundamentalmente

dedicados a convertir a los herejes albigenses. Grandes pensadores de la época fueron

franciscanos y dominicos formados en las universidades urbanas. 103

El establecimiento de las órdenes mendicantes en Florencia fue temprano, entre 1211

y 1219.104 La vida monástica no era atractiva para la sociedad urbana, ya que los monasterios

estaban localizados lejos de las ciudades. La rama femenina de los franciscanos, la orden de

las clarisas, tuvo su primer convento en Florencia, lo que ejemplifica el éxito de las

fraternidades entre la burguesía En esta ciudad apareció también la Tercera Orden de San

Francisco, también denominada Orden Franciscana Seglar, 105 a la que Boccaccio se uniría en

su madurez.

A diferencia de los franciscanos, los dominicos no estaban tan envueltos en el ideal de

pobreza, en común tenían su propia orden de terciarios, pero en general se dedicaban más al

estudio, ya que algunos frailes menores consideraban que estudiar era una traición a sus

orígenes. 106

Para el siglo XIV los franciscanos y dominicos obtuvieron autorización papal para

visitar a las familias en sus casas. Esta actividad facilitaba las prácticas como la confesión, la

102
En un principio, San Francisco predicaba sin permiso del Papa. En 1209 visitó Florencia por primera vez.
Cada vez que podía se acercaba a pobres y enfermos, pues le gustaba convivir con ellos. Antonio Rubial García,
La hermana pobreza. El franciscanismo: de la Edad Media a la evangelización novohispana, México, UNAM,
Facultad de Filosofía y Letras, 1996, pp. 15-17.
103
La Orden de Predicadores fue fundada entre 1206 y 1216, se extendió mucho más allá del ámbito de la herejía
que combatía. G. Zarnecki, op. cit., p. 100.
104
P. Antonetti, op. cit., p. 21.
105
F. Antal, op. cit., p. 93.
106
F. Antal. op. cit., p. 99.
30

dirección de conciencias y la predicación, todo lo cual tendía a controlar la vida privada. Los

frailes propiciaban la calma, el refugio que debía ser el hogar.107

1.2.3 COSTUMBRES DE LA ÉPOCA

Muchas de las prácticas devocionales que se realizaban regularmente durante el siglo XIV

tenían sus orígenes varias centurias atrás. Desde el siglo VIII, esto es, insertas en el contexto

carolingio fueron establecidas costumbres tales como la prohibición de trabajar los domingos,

la unción al nombrar funcionarios a cargos públicos, etcétera; prácticas todas basadas en el

Antiguo Testamento.108 Algunas de estas costumbres fueron retratadas por Giovanni

Boccaccio en el Decamerón. 109

Del siglo VIII data, de igual modo, la importancia atribuida a ángeles y santos como

intermediarios ante Dios. Asimismo, en esta época las penitencias pasaron al ámbito de lo

privado; en lugar de las tradicionales humillaciones públicas, se hacían ayunos, abstinencias,

es decir, privaciones que no requerían de audiencia. Se mortificaba al cuerpo porque se le

vinculaba a las tentaciones y al pecado, al castigarlo se expiaban las faltas. Otra innovación

fue el paso de una modalidad en que había una única posibilidad de absolución en la vida, a

otra, en que podían tenerse tantas absoluciones como se requiriera. 110

En el siglo IX aparecieron las indulgencias, o la oportunidad de pagar en metálico una

cantidad que sustituyera la expiación por medio del martirio al cuerpo: “el pecador no compra 

la absolución, sino la penitencia, o mejor dicho, la Iglesia le hace gracia de ella”. 111

107
Charles de la Roncière, “La vida privada de los notables toscanos en el umbral del renacimiento”, en Philippe 
Ariès y G. Duby (coords.), Historia de la vida privada 2. De la Europa feudal al Renacimiento, Madrid, Taurus,
2001, p. 313.
108
A. Vauchez, op. cit., pp. 14-17.
109
Vid. Capítulo 3 de esta tesis, particularmente el apartado 3.3.
110
A. Vauchez, op. cit., pp. 17-23.
111
C. Seignobos, op. cit., p. 114.
31

La Iglesia primitiva consideraba tres pecados capitales: idolatría, fornicación y

homicidio. En el siglo IX evolucionaron las limitaciones morales y se agregaron otros ocho:

“gula, lujuria, avaricia, ira, tristeza, acedia (pesimismo, disgusto), jactancia [y] soberbia”. 112

En la mentalidad de las personas, tanto laicas como religiosas, la forma más efectiva

de acercarse a Dios era seguir o imitar al monacato y sus valores; la labor de los monjes era la

lucha contra el mal, lo que atrajo a varios miembros de la clase caballeresca. Muchos

caballeros, antes de morir, se retiraban y vestían el hábito, otros simplemente se volvían

célibes. Los oblatos113 disminuyeron de forma gradual, ya que se consideraba una decisión

adulta el ingresar a un monasterio. 114

La consolidación del Purgatorio como “tercer lugar” durante el siglo XI tuvo un fuerte

impacto entre los fieles, ya que aminoró el miedo popular a la condena eterna, pues brindó la

posibilidad de redención en un lugar intermedio entre el cielo y el infierno. Un factor

relevante es que los castigos asignados eran proporcionales a los pecados cometidos. 115 La

intervención de los vivos podía acelerar la expiación de las penas del difunto. El Purgatorio

tuvo tal aceptación que para mediados del siglo XIII se hallaba sumamente arraigado en la

conciencia colectiva.116

La aristocracia se aseguraba un lugar en la lista de rezos de su abadía o monasterio,

heredándole porciones territoriales o dinero. El hacer donaciones de tierras a la Iglesia tuvo

una repercusión indirecta, ya que impulsó la movilidad geográfica de los monjes que tenían

112
A. Vauchez, op. cit., p. 23.
113
Los oblatos eran niños entregados por sus padres a algún monasterio, para ser formados en el seno de la
Iglesia y convertirse en monjes eventualmente. Es acertado decir que se trataba de una ofrenda a Dios.
114
A. Vauchez, op. cit., pp. 46-51.
115
Harold J. Berman, La formación de la tradición jurídica de Occidente, México, Fondo de Cultura Económica,
2001, pp. 181-183.
116
J. Le Goff, El nacimiento del purgatorio, Madrid, Taurus, 1981, pp. 14-15
32

que ser enviados a administrar aquellas posesiones, usualmente localizadas en lugares lejanos:

la distancia promovía la relajación de la regla. 117

La justificación de la Iglesia para enriquecerse era tener la posibilidad de dar caridad.

Los ricos mercaderes pudieron ganar su lugar en el cielo por medio de cuantiosas limosnas.118

1.3 LA PESTE NEGRA

La Gran Peste se extendió por casi todo el continente europeo entre 1347 y 1349. 119 Este mal

era una combinación de peste bubónica y pulmonar. La variedad respiratoria era más severa y

acabó con la totalidad de los infectados, en cambio un 25% de los que padecieron la otra

variante sobrevivió. Aquellos individuos que resistían más allá de la cuarta noche quedaban

inmunizados, impidiendo que los brotes recurrentes cobraran tantas víctimas como sucedió

durante la primera oleada.120

Se trataba de una enfermedad exótica, proveniente de Asia, contra la que la mayoría de

los europeos no tenía anticuerpos. La epidemia causó estragos en casi toda Europa, sin

embargo, ciertas regiones, como la actual Hungría, apenas se vieron afectadas. 121

El desarrollo de la infección se volvió cuestión de rutina: el primer síntoma era la

aparición de pústulas que cubrían el cuerpo del aquejado, luego se le ennegrecían las

extremidades, después sufría convulsiones y vómitos con sangre, por último llegaba la

muerte. La contaminación se efectuaba a través del aliento, inclusive a metros de distancia, así

117
Ibid., pp. 75-77.
118
C. de la Roncière, op. cit., p. 313.
119
Vid. Anexo 3.
120
R. Fossier, Gente de la Edad Media, Madrid, Taurus, 2008, p. 37.
121
R. Fossier presenta la interesante teoría de que el tipo sanguíneo fue determinante en aspectos de inmunidad
regional. Vid. Ibid., p. 24.
33

como por el tacto y la proximidad con la ropa y pertenencias personales de los contagiados.

Las pulgas de las ratas fueron las transmisoras originales.122

Los remedios utilizados no sólo eran ineficaces, sino contraproducentes, la popular

práctica de sangrar los bubones resultaba peligrosa tanto para el paciente como para el

practicante. Posiblemente la epidemia se hubiera contenido si los cadáveres hubiesen sido

incinerados, pero hacerlo iba en contra de las creencias religiosas. 123

El patrón del contagio fue el siguiente: primero los adultos y luego los niños. Al

principio sucumbieron los pobres, mal alimentados y hacinados, posteriormente los ricos. Es

destacable la merma que sufrió el ambiente de juristas, médicos y religiosos, puesto que sus

trabajos los obligaban a acercarse a los infectados.124

Cuando la plaga se propagó por Europa, se dijo que los mongoles la habían provocado

y corrían versiones de que en 1344 habían catapultado cadáveres de apestados a la factoría

genovesa Caffa, en Crimea. Cierto o no, es un hecho que en octubre de 1347, naves

originarias de Génova desembarcaron en Mesina con la enfermedad a bordo, que en semanas

cundió por toda la península itálica. En diciembre, un barco llevó el mal a Marsella, en junio

de 1348 llegó a París, en diciembre al Canal de la Mancha y los Países Bajos, en 1349 se

propagó por Gran Bretaña, Alemania y Austria, en diciembre de ese año alcanzó a Escocia,

Escandinavia, la Europa atlántica, los Pirineos y la península ibérica.125

Las precarias condiciones higiénicas en que vivían las personas fueron determinantes

para el contagio. Hambres y plagas formaban un círculo vicioso; en el momento en que la

Peste Negra arribó al continente europeo, la población estaba muy mal alimentada. La

epidemia provocó migraciones de citadinos hacia el ambiente limpio de la campiña. Las

carestías, a la inversa, produjeron movimientos masivos de campesinos a la ciudad, con el


122
R. Fossier, La Edad…, op. cit., p. 53.
123
R. Fossier, Gente…, op. cit., p. 38.
124
R. Fossier, La Edad…, op. cit., p. 53.
125
Idem.
34

consiguiente hacinamiento en las urbes que tan propicio era para la transmisión de la

infección. Muchos campesinos al huir del hambre hallaron su fin en las ciudades.126

Los índices de mortalidad de la Muerte Negra  no  tenían  precedente:  “las  grandes 

pandemias de 1348, 1360 y 1374 terminaron en algunos meses con la cuarta o la tercera parte,

si no es que más, de los hombres y mujeres de Occidente.”127

La gente tomó conciencia de cuán efímera era la vida, un desenfreno desconocido

hasta entonces se manifestó; una urgencia por vivir la vida. Las representaciones de la muerte

en tumbas y mausoleos cambiaron drásticamente, se volvieron macabras, comenzó a

plasmarse en éstas la putrefacción del cuerpo: “se trataba de un nuevo e implacable terror para 

la mente humana, de un juicio que implicaba todos sus pecados, y por tanto, la amenaza del

infierno”.128

El azote de la peste fue tal que forzó una tregua de ocho años –hasta 1356- entre

ingleses y franceses que por entonces se encontraban en medio de la Guerra de los Cien

Años.129

El Papa expidió una bula en 1348, según la cual se perdonaría a los sacerdotes de

todas sus culpas y pecados, siempre y cuando se dedicaran a cuidar a los infectados, ya que

muchos curas habían huido de sus parroquias por temor al contagio, y muchos enfermos no

estaban recibiendo la asistencia adecuada en su lecho de muerte.130 Durante esa época se creía

que los desastres eran castigos de Dios, así que la Gran Peste debía ser culpa de grandes

pecadores. Judíos, musulmanes e incluso leprosos fueron señalados y muchos de ellos

asesinados en un intento por apaciguar la furia de Dios. 131

126
R. Romano y A. Tenenti, op. cit., pp. 3-4.
127
J. Verger, op. cit., p. 106.
128
T. S. R. Boase, “La reina muerte. Agonía, juicio y recuerdo”, en J. Evans (Coord.), Historia..., op. cit., p. 307.
129
José Luis Romero, La Edad Media, México, Fondo de Cultura Económica, 1951, p. 85.
130
Emilio Mitre Fernández, Fantasmas de la sociedad medieval. Enfermedad. Peste. Muerte, Valladolid,
Universidad de Valladolid, 2004, pp. 129-130.
131
Ibid., pp. 131-132.
35

Cuando el impulso de la epidemia retrocedió no había mano de obra suficiente para la

reconstrucción económica. En el aspecto social resalta el aumento en la edad nupcial.

Asimismo, hubo un afianzamiento de la prostitución y de las relaciones prematrimoniales; los

bastardos se multiplicaron tanto que el Derecho ya no pudo excluirlos del acceso a carreras ni

a herencias. Tal parece que, el hecho de no poder financiar nodrizas dilató el espacio entre

nacimientos,  y  “se  sospecha  la  vuelta  a  la  práctica  del  abandono  de  los  hijos,  de  las  niñas 

sobre todo”.132

1.3.1 REPERCUSIONES DE LA EPIDEMIA EN LA PENÍNSULA ITÁLICA

La enfermedad tuvo consecuencias muy variadas, en opinión de Duby una de ellas fue la

disminución de la calidad del arte; con la muerte de individuos ricos e importantes, el

mecenazgo decayó, aquellos hombres que solicitaban artistas de la talla de Giotto fueron

sustituidos en el poder por hombres más toscos, cuyas exigencias artísticas eran minúsculas.

Además, la enfermedad había arremetido también contra artistas y artesanos. 133

Una crónica de la peste en Sicilia detalla el rechazo general que había hacia los

infectados, tanto por sus propios familiares, como por los clérigos. Por supuesto algunos curas

y frailes sí atendieron a los moribundos y por eso sufrieron contagios y bajas. 134 El mismo

Boccaccio, en su introducción al Decamerón, describió el fenómeno en Florencia:

[...] Y no hablemos del ciudadano que evitaba al otro, de que ningún vecino recibía ayuda de
otro vecino, de que los parientes no se visitaban nunca, o sólo de lejos. Tanto era el espanto
alojado en el pecho de los hombres y las mujeres, que un hermano abandonaba al otro
hermano, el tío al sobrino, la hermana al hermano y, muy a menudo, la mujer al marido; y aún

132
R. Fossier, La Edad…, op. cit., p. 55.
133
G. Duby, Europa en la Edad Media, Barcelona, Paidós, 1990, pp. 130-131.
134
Ibid., pp. 134-135.
36

más (algo que parece inconcebible), los padres a los propios hijos, como si no fueran carne de
su carne, y no los visitaban ni les prestaban ayuda alguna. 135

En aquellos tiempos se creía que con penitencias podía apaciguarse la cólera divina,

así que, tras la epidemia, surgieron en los territorios italianos, grupos de auto-flagelantes, que

pronto proliferaron y se esparcieron. En menos de dos años, es decir, hacia 1350, la Iglesia

tuvo que ofrecer como alternativa a esta recién denominada herejía la peregrinación mayor

como medio autorizado de congraciarse con Dios. 136

En Florencia desapareció entre el 25% y el 35% de la población, un decrecimiento

demográfico notable, que provocó un estancamiento temporal en las actividades políticas y

económicas de la ciudad. Los cargos y propiedades abandonados por los muertos fueron

asumidos por los sobrevivientes. 137

Las intrigas entre facciones florentinas, es decir las pugnas entre güelfos y gibelinos,

no tardaron en resurgir. Del mismo modo las disputas territoriales con las demás ciudades-

Estado italianas reaparecieron paulatinamente, aunados a la amenaza de nuevas invasiones a

la península. 138

La Iglesia seguía inmersa en procesos de reconfiguración, que continuaron tras la

epidemia. En ese sentido, los mendicantes eran la vanguardia de la lucha contra la opulencia,

y muchos seglares permanecían a favor de conservar sus privilegios.

En la mentalidad de los sobrevivientes hubo repercusiones tras la catástrofe, que se

manifestaron de formas variadas, una de ellas fue la ansiedad por disfrutar lo inmediato, lo

terrenal. 139

135
G. Boccaccio, El Decamerón, op. cit., Jornada I, Introducción, p. 45.
136
E. Mitre Fernández, Fantasmas…, op. cit., pp. 133-134.
137
R. Fossier, La Edad…, op. cit., p. 55.
138
Vittore Branca, “Juan Bocacio. Perfil biográfico”, en V. Branca, Bocacio y su Época, Madrid, Alianza, 1975,
pp. 238-239.
139
Esto se aprecia, por ejemplo, en la transformación de ciertas representaciones artísticas, como las llamadas
“danzas de la muerte”.
37

CAPÍTULO 2. GIOVANNI BOCCACCIO Y EL DECAMERÓN

2.1 VIDA DE BOCCACCIO

Giovanni Boccaccio 140 nació durante la segunda mitad del año 1313,141 su padre, llamado

Boccaccio de Chellino o Boccaccino, fue un comerciante asentado en Florencia desde 1297.

Aunque era un hijo ilegítimo fue llevado a vivir con la familia de su padre desde una edad

muy temprana, la identidad o destino de su madre es desconocida.

Boccaccio creció en una casa del barrio mercantil San Pierre Maggiore de Florencia,

alternando con periodos de residencia en Certaldo. De ahí la creencia generalizada entre sus

biógrafos sobre su probable nacimiento en alguna de estas dos ciudades. Existe otra postura,

que considera la posibilidad de que en realidad esto hubiera ocurrido en París, pues su padre

viajaba allí constantemente, en ocasión de sus negocios.

Así que es apropiado señalar que una parte de sus orígenes permanece incierta. En

cambio sobre su educación hay mucha luz, ofrecida por el mismo Boccaccio, que en algunos

de sus escritos asentó los datos sobre los personajes que influyeron en su enseñanza.

Su formación intelectual fue vasta; aprendió a leer con Giovanni Mazuoli da Strada.142

Este dato es fundamental, pues además de situarlo en el ambiente letrado, representa el primer

acercamiento que Boccaccio tuvo con la literatura. Se instruyó también en matemáticas para

poder desempeñarse adecuadamente en el negocio familiar.

140
Esta semblanza está basada en la información que Vittore Branca, su biógrafo por excelencia, puntualizó
tanto en “Juan Bocacio...”, op. cit., pp. 169-343, como en “Prólogo” a El Decamerón, op. cit. pp. 7-32.
141
La fecha precisa del nacimiento de Boccaccio se desconoce, sin embargo, como señaló Natalino Sapegno, el
año  se  sabe  por  una  carta  de  la  correspondencia  entre  Boccaccio  y  Francesco  Petrarca:  “la data si ricava con
sicurezza da  un’  epistola  del  Petrarca”.  Vid. N.  Sapegno  “Introduzione”,  en  G.  Boccaccio,  Decameron.
Filocolo, Ameto. Fiammetta, Milano-Napoli, Riccardo Ricciardi Editore, 1952, p. VII.
142
Giovanni Mazuoli da Strada era un profundo admirador de Dante Alighieri, y fue el encargado de enseñar a
Boccaccio los primeros rudimentos de gramática latina. La información en notas al pie de página de este
capítulo,  principalmente  la  referente  a  personajes  que  influyeron  en  Boccaccio,  proviene  de  V.  Branca,  “Juan 
Bocacio...”, op. cit., excepto en aquéllas en que se específica otra fuente.
38

Ya que el padre de Boccaccio era miembro del Arte del Cambio, de los catorce a los

dieciocho años se preparó para serlo también. Como aprendiz realizaba únicamente tareas

menores y bajo supervisión. Estudió derecho canónico en el Studio napolitano, durante cinco

o seis años, lo que le permitió un acercamiento al latín y a un destacado humanista de la época

llamado Cino da Pistoia. 143

Boccaccio se había trasladado a Nápoles alrededor de 1327, para seguir aprendiendo el

negocio en la corte del rey Roberto de Anjou. El padre de Boccaccio era colaborador de los

Bardi, los Peruzzi y los Acciaiuoli, familias-compañías mercantiles que habían acaparado los

asuntos financieros del reino desde 1312. La vida cortesana144 le brindó la oportunidad de

consultar la biblioteca real y acercarse a los eruditos que rodeaban al monarca. La corte

angevina era multicultural, fue así que Boccaccio entabló amistad con Andalò del Negro145 y

con Paolo da Perugia. 146

Boccaccio permaneció en Nápoles hasta finales de 1340 o principios de 1341. La

situación había cambiado, Florencia y Nápoles se alejaban cada vez más, tanto económica

como políticamente. Esto modificó todo el panorama de Boccaccio; además, como su padre

había dejado de trabajar con los Bardi desde 1338, se encontraba en aprietos financieros, al

grado de que debió vender algunas propiedades para poder liquidar sus compromisos. Las

diferencias de Florencia con el rey Roberto se agudizaron en 1342, para entonces Boccaccio

ya coincidía absolutamente con el partido florentino.

143
Cino da Pistoia era un poeta, jurista y profesor en el Studio napolitano, como se le denominaba a la
Universidad de Nápoles. Fue quien guió a Boccaccio, mientras estudiaba con él, hacia una lectura crítica de
Dante.
144
Esa no fue la única ocasión en que Boccaccio residió en una corte, tuvo breves estancias a lo largo de su vida.
Permaneció en la de Ostagio de Polenta, en Rávena de 1345 y 1347. Luego, entre 1347 y 1348 se trasladó a
Forlì, a la corte de Francesco Ordelaffi.
145
Andalò del Negro era un astrónomo genovés, a quien Boccaccio consideraba su maestro.
146
Paolo da Perugia era el bibliotecario real, gracias a su influencia Boccaccio se interesó por las culturas griega
y bizantina.
39

Durante su estancia en Nápoles escribió al menos cuatro obras de temática

grecolatina:147 la Caccia di Diana (1334), el Filistrato (1335), el Filocolo (1336) y la Teseida

iniciada alrededor de 1339.148 Este bloque de obras es representativo de sus intereses de

juventud, y de la influencia de las obras a las que tuvo acceso tanto a través de sus maestros

en el Studio como en la biblioteca real.

A su regreso a Florencia y antes de escribir el Decamerón, Boccaccio escribió varios

textos de tema pastoril, como la Comedie delle Ninfe (1341-1342) y el Ninfale Fiesolano

(1344-1346), este último mezcla de tema pastoril con personalidades coetáneas a él. Este

periodo fue de creación más variada que el anterior, ya que en 1342 elaboró un compendio en

latín, De Canarias, con la información existente acerca del descubrimiento de dichas islas; y

una obra de mayor alcance, la novela psicológica Elegia di madonna Fiammetta (1344).149

Como ha sido señalado, la Peste Negra asoló Florencia en 1348. Para entonces

Boccaccio había vuelto a establecerse ahí. Su padre trabajó durante la epidemia como oficial

de la Abundancia, desempeñando labores de distribución de alimentos e implementación de

las medidas higiénicas que la Señoría decretaba.

Como la mayoría de los sobrevivientes, Boccaccio perdió amigos cercanos, así como a

su padre, a consecuencia de la enfermedad. A partir de entonces hubo de hacerse cargo del

patrimonio familiar y de sus hermanos. En este periodo empezó a bosquejar la idea del

Decamerón.

Un acontecimiento fundamental para Boccaccio ocurrió en octubre de 1350. Recibió a

Francesco Petrarca en su casa de Florencia. De este encuentro surgió una estima que perduró

hasta el final de sus días. Esta amistad a su vez, le permitió convivir con los amigos de

Petrarca, y además, acceder a sus manuscritos. Su propia casa se volvió foco de sabiduría,
147
Desafortunadamente se desconocen las fechas de algunas de sus obras.
148
Vid. el Anexo 2 de esta tesis, que consiste en un recuento de las obras conocidas de Boccaccio, con la
información de su origen cuando ha sido posible rastrearlo.
149
Idem.
40

patrocinó, entre otros, a Leonzio Pilato.150 En el año de 1350 Boccaccio inició su Zibaldone

Magliabecchiano.151

Boccaccio siempre consideró a Petrarca su maestro, y cada vez que iba a visitarlo se

dedicaba a copiar todos los textos que podía. Las visitas a lo largo de los años fueron mutuas.

Asimismo, mantenían una relación epistolar. A pesar de sus diferencias políticas, ya que

Petrarca estaba de parte del emperador Carlos IV y Boccaccio en contra, su amistad no sufrió.

Intelectualmente se enriquecían uno a otro.

Giovanni Boccaccio fue un autor prolífico, como ha sido mencionado, además del

Decamerón, considerada su obra maestra, escribió poesía, tratados históricos y biografías,

tanto en latín como en italiano. 152 Frederick Antal afirmó que Petrarca y Boccaccio

consideraban vulgar escribir en lengua vernácula, y que de hecho escribían en latín para

limitar su público a un círculo culto y exclusivo.153 No obstante, Boccaccio fue un incesante

promotor cultural en Florencia, encargado durante algunos periodos de leer y comentar

públicamente la obra de Dante.

Al margen de su vida intelectual, Boccaccio tuvo una fecunda carrera política y

diplomática entre 1351 y 1358,154 hasta que una rebelión contra los güelfos en el poder, en la

que estuvieron implicados muchos amigos y conocidos suyos, lo dejó fuera de la esfera

pública.

Los últimos años de Boccaccio transcurrieron en medio de nuevos encargos

diplomáticos y dolencias físicas. Su salud se fue deteriorando con la edad, para 1365

150
Leonzio Pilato era un griego al cual Boccaccio hospedó en su casa. Durante ese periodo tradujo a Homero,
Eurípides y Aristóteles. Además le enseñó la lengua griega a su anfitrión.
151
El zibaldone era una especie de cuaderno de notas, con versiones preliminares y copias de textos de otros
autores. Se conoce las existencia de dos de éstos pertenecientes a Boccaccio. Vid. Anexo 2 de esta tesis, en
particular la sección de obras miscélaneas.
152
Vid. Anexo 2 de esta tesis “Obras de Boccaccio”.
153
F. Antal, op. cit., pp. 128-129.
154
Las misiones diplomáticas lo llevaron entre otros lugares a Padua y Aviñón. Aunque, al margen de su
actividad pública, Boccaccio era un hombre que acostumbraba viajar.
41

manifestaba los primeros síntomas de hidropesía. Ese mismo año volvió a ser requerido para

visitar, en calidad de representante de la comuna florentina, al nuevo papa, Urbano V, que

proyectaba volver a Roma. 155

En 1370, Boccaccio volvió transitoriamente a vivir en Nápoles, y a su alrededor se

formó un ambiente cultural notable, que incluía a la reina Giovanna. Sin embargo, en 1371

volvió a su trabajo literario en Certaldo. Su órbita de seguidores se componía tanto de laicos

como de religiosos interesados en los estudios dantescos.

Giovanni Boccaccio murió el 21 de diciembre de 1375.

Existió por mucho tiempo la idea de un Boccaccio arrepentido de haber escrito el

Decamerón, en sus últimos años. Según la leyenda negra, durante la primavera de 1362 habría

recibido el mensaje de un monje cartujo, muerto recientemente, que le auguraba condenación

eterna si no abandonaba la poesía y sus estudios profanos. De acuerdo a esta versión habría

destruido y quemado muchos manuscritos. También habría sido el motivo principal para su

ingreso a la Tercera Orden de San Francisco, como método de expiación.156

Empero, con el hallazgo realizado por Vittore Branca en 1963, de una copia autógrafa,

se probó que el autor, quien “en torno al año 1370, revisa[ba] y copia[ba] cuidadosamente, en

la soledad de la casa de Certaldo, su obra maestra, es el mismo clérigo Bocacio [sic]157 de las

obras históricas de más característica orientación dramático-moralista”.158 Branca desautorizó

así el mito que giró en torno a la vida de Boccaccio durante siglos.

Este descubrimiento es muy importante, ya que modificó completamente la

concepción existente acerca de las razones de Boccaccio para incorporarse a los terceros

155
En esa época la sede papal se encontraba en Aviñón. Urbano V volvió a la península en junio de 1367 y llegó
a Roma en octubre.
156
L. Thoorens, op. cit., p. 54.
157
Branca llamó clérigo a Boccaccio porque creía posible que en algún momento de su vida se hubiera ordenado
como tal. Pese a admitir que no eran sino conjeturas al respecto, lo designó así en este párrafo. Hay que recalcar
que, a la fecha, no existe documento alguno que sustente sólidamente su teoría.
158
V. Branca, Bocacio..., op. cit., p. 29.
42

franciscanos. Lo cierto es que unirse a una orden en los años de madurez era una práctica

común en el entorno del autor. Pero, sin duda, hay una diferencia radical entre haberlo hecho

por convencimiento y no por culpa; máxime, si la causa del remordimiento era el texto que

compete a esta investigación. 159

2.2 EL LUGAR DE BOCCACCIO Y EL DECAMERÓN EN LA CULTURA URBANA

Giovanni Boccaccio era más que un comerciante. Aunque sí perteneció a la clase mercantil y

fue cortesano en Nápoles, se destacó como hombre de letras. Es fundamental señalar que él no

se asumía a sí mismo como mercader, sin embargo, fue su temprana formación como tal, la

que le permitió viajar y, en consecuencia, expandir su visión del mundo.

Boccaccio era un hombre que se ajustaba a los modelos vigentes entre los intelectuales

de la época, aprendidos de los escritores que le precedieron, así como de sus contemporáneos;

la datación que utilizaba es sólo un botón de muestra: “los años de la fructífera Encarnación 

del  Hijo de Dios  habían  llegado al  número  mil trescientos cuarenta  y ocho.” 160 Este tipo de

fórmula era de uso corriente en los manuscritos. 161

En apartados anteriores se explicó la importancia de Nápoles como punto de encuentro

entre culturas y la influencia que tuvo en la formación de Boccaccio. Fue gracias a su estancia

allí, que pudo conocer de cerca a judíos y musulmanes, y por tanto, adentrarse en el

conocimiento de sus costumbres y creencias. También le presentó la oportunidad de acercarse

a sabios letrados, miembros de la realeza y cristianos de otras regiones. Así pues, su paso por

159
Las fechas de la leyenda negra no coinciden, ya que la supuesta aparición habría ocurrido en 1362 y el
ingreso de Boccaccio a la Tercera Orden de San Francisco se dio en 1360.
160
G. Boccaccio, El Decamerón, op. cit., Jornada I, Introducción, p. 41.
161
Por ejemplo la Crónica de Giovanni Vilani, señala en las primeras líneas que empezó “a compilare nelli anni
della incarnazione di Iesù  Cristo  MCCC”. Giovanni Vilani, Nuova Cronica, ed. G. Porta, Parma, Fondazione
Pietro Bembo-Guanda, 1991, p. 1. (Letteratura italiana Einaudi) Libro electrónico. Otro ejemplo es el de
Maquiavelo, que dató con una fórmula similar en el proemio de su Historia de Florencia: “partiendo  del  año 
1434 de la era cristiana”. N. Maquiavelo, op. cit., p. 21.
43

la corte angevina amplió sus horizontes culturales, lo que a su vez, le permitió retratar en sus

trabajos a toda clase de hombres y mujeres.

En ese sentido, por ejemplo, el autor aprovechó el marco de la tercera cruzada para

introducir de una manera atractiva a un personaje antagónico para la cristiandad. En el noveno

cuento de la décima jornada describió a Saladino como un hombre bueno y agradecido, pero

también sagaz; un sultán, que ante la inminencia de la guerra, viajó a Lombardía disfrazado de

mercader, para conocer de primera mano a los soldados que se le enfrentarían en batalla. No

se trata de alabanzas lanzadas al aire, sino de la aprobación de ciertas características que

Boccaccio juzgaba valiosas en un líder. De acuerdo a esta narración, Saladino tomó prisionero

a un hombre que en alguna época le había ofrecido alojamiento en Pavía; al percatarse de

quien era, lo liberó y colmó de atenciones, pero además, lo ayudó a volver cuanto antes a

Europa para que no perdiera a su esposa, quien se creía viuda, por algunas confusiones

desarrolladas en el relato.162

Por esto, es adecuado afirmar que había reconocimiento de virtudes entre individuos

cultos con creencias religiosas diferentes. Esto ocurriría en ambos sentidos, es decir, así como

Boccaccio celebró el proceder de Saladino en uno de los cuentos, en otro narró la historia de

un sultán dispuesto a escuchar las sugerencias de un cristiano, quien gracias a sus acertados

consejos obtuvo del gobernante: “toda la gracia real y una posición elevada y rica.” 163 En este

caso era el sultán quien aceptaba, y aprovechaba, el sentido común del cristiano.

Boccaccio no se quedó en lo anecdótico. Tal vez involuntariamente, informó cómo

eran tratados los mercaderes en tierras ajenas, así como el hecho de que su exotismo, por

llamarlo de alguna manera, si bien podía generar extrañeza, no provocaba rechazo. Los

comerciantes eran recibidos con el mismo respeto que cualquier otro huésped. Ciertamente el

Decamerón pone de manifiesto la posible identificación entre sujetos de culturas distintas. En

162
G. Boccaccio, El Decamerón, op. cit., Jornada X, Cuento 9, pp. 876-893.
163
Ibid., Jornada V, Cuento 2, p. 456.
44

otras palabras, a lo largo del Decamerón aparecen estas relaciones interculturales como algo

cotidiano, cuando menos en el ambiente de los negociantes.

En cuanto a las motivaciones de Boccaccio para realizar una obra como el Decamerón,

ese tema es tratado con mayor profundidad en el apartado dedicado a la obra y su contexto

literario. Por ahora basta apuntar que un texto no puede desvincularse del lector a quien va

dirigido, es decir, para comprender su contenido a cabalidad hay que saber para quién y por

qué fue escrito. Por supuesto, a quien se dirige una obra y quien en efecto la lee no

necesariamente coinciden.

Siguiendo esta línea de ideas, vale la pena señalar que Boccaccio sí explicitó para

quién y por qué escribió el Decamerón, de hecho lo hizo en las primeras líneas de la

introducción:

Cuando pienso, graciosas mujeres, que todas sois piadosas por naturaleza, considero una y otra
vez que la presente obra tendrá para vuestro criterio un grave y enojoso principio, como lo es
el del doloroso recuerdo de la pestífera mortandad pasada, para todo aquel que la vio o supo de
ella, y que todavía, por perniciosa y deplorable, conserva en su mente. Mas no quiero que por
esto os amedrentéis antes de leer, como si al leerme tuvierais siempre que hacerlo entre
suspiros y lágrimas. Que este horrido principio sea para vosotras no más que la empinada y
áspera  montaña  para  el  caminante,  tras  la  cual  hay  un  bello  y  deleitoso  valle  […]  A  decir 
verdad, si hubiese podido llevaros honestamente adonde deseo por otro camino menos áspero
que éste, lo habría hecho de buen grado; pero como él fue el motivo de que ocurrieran las
cosas que luego se leerán y dado que no podían mostrarse sin esta rememoración, casi por
necesidad me veo obligado a escribir de tal modo. 164

Por lo tanto, es apropiado decir que su escrito tenía fines edificantes,165 por medio de

entretenidos cuentos transmitió valores morales, que al mismo tiempo alertaban a sus lectoras

del peligro que representaban algunos religiosos sin escrúpulos. Temas recurrentes en la

164
Ibid., Jornada I, Introducción, p. 41.
165
La literatura edificante se caracteriza por una intencionalidad pedagógica en sentido moralizante. Un ejemplo
muy claro puede verse en Jorge E. Traslosheros, “Utopía inmaculada en la primavera mexicana. Los sirgueros de
la virgen sin original pecado. Primera novela novohispana,  1620”,  en  Estudios de Historia Novohispana, vol.
30, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, enero-junio de 2004, pp. 93-116.
45

literatura edificante como virtud, pecado y salvación del alma están presentes en el

Decamerón.

Hay que tener claro que no todas las féminas sabían leer, así es que por damas

Boccaccio debía entender al selecto grupo de las que tenían esta habilidad, por lo general

pertenecientes a la burguesía urbana; ya que las primeras escuelas en admitir al sexo femenino

fueron las que ofrecían preparación para el trabajo comercial. 166

Al margen de haber escrito una obra de carácter literario, Boccaccio tenía nociones de

“verdad”  histórica,  y  lo  manifestó  así:  “asombroso  sería  escuchar  lo  que  debo  decir  si  mis 

propios ojos y los de muchos no hubiesen visto lo que vieron, y no me atrevería a creerlo, y

menos a escribirlo, aunque mucha gente digna de fe me lo hubiese dicho”. 167

Entonces, el Decamerón se concibió como un libro recreativo, que fue escrito por un

autor consciente de la diferencia entre realidad y ficción, sin pretensiones historiográficas,

excepto en la parte tocante a la Muerte Negra, donde Boccaccio sí perseguía dejar testimonio

de lo acontecido en su ciudad.

Por el hecho de tratarse de un libro de cuentos, podría pensarse que es sólo eso, que no

hay manera de obtener nada más. El asunto es que Boccaccio retrató elementos, que eran vox

populi, tales como la corrupción de algunos miembros del clero.

Es evidente que Boccaccio no descubrió el hilo negro de la corrupción eclesiástica. Su

denuncia resulta significativa hoy. Al momento de escribir el Decamerón no era tal, a su

alrededor la gente no se extrañaba o escandalizaba por sus afirmaciones, ya que presenciaban

lo mismo que él. En la naturalidad de haber dicho algo que todos sabían, se demuestra esta

aseveración, sus cuentos no trataban de dañar la imagen de la Iglesia. Las críticas y burlas que

166
Walter J. Ong, op. cit., p. 155.
167
G. Boccaccio, El Decamerón, op. cit., Jornada I, Introducción, p. 43.
46

efectuó eran a individuos que tenían malos comportamientos, no a la institución eclesiástica.

Era un cristiano, no hay que olvidarlo.

Aunque al escribir el Decamerón Boccaccio no pretendía reprochar a alguien, los

señalamientos críticos que efectuó se encuentran articulados con las demás piezas que

conforman el texto. Es así que la condena a la falta de piedad de los ciudadanos florentinos

para con sus parientes contagiados, a los que abandonaron por temor a infectarse, se entrelazó

con el reconocimiento que hizo de los frailes sobrevivientes, que continuaron con la labor de

oficiar misas y enterrar a los muertos. Esta declaración es trascendente porque revela un

Boccaccio que no tenía una rígida postura anticlerical o anti eclesiástica.

En ese sentido, es interesante que tanto el contenido como el estudio sistemático del

Decamerón puedan disociarse en una parte exclusivamente narrativa, donde muchos

especialistas han podido rastrear sus influencias y fuentes para escribir, que cabe decir, son

muy vastas; y, otra que refleja su realidad y cosmovisión.

2.3 EL DECAMERÓN EN SU CONTEXTO LITERARIO

El Decamerón fue escrito por Giovanni Boccaccio entre 1349 y 1351; 168 su título completo es

Decamerón o príncipe Galeotto.

La palabra de origen griego decameron significa  “diez  días”, y fue utilizada por

Boccaccio en referencia directa a la división en jornadas que constituye a la obra. Aunque a

decir verdad, la permanencia de los jóvenes en el campo habría durado catorce días, es decir

dos semanas, no diez días; debido a que los viernes y sábados suspendían sus actividades

recreativas, hecho puntualizado por Boccaccio a través de Neifile en la conclusión de la

segunda jornada:

168
V. Branca, “Prólogo”, op. cit., p. 14.
47

El viernes es día de guardar porque en dicho día murió por nosotros nuestro Salvador, por lo
cual estimo conveniente que no lo dediquemos a los cuentos sino a la oración; el sábado es el
día en que las mujeres acostumbran lavarse la cabeza y quitarse de encima el polvo y toda la
mugre acumulada en la semana; en dicho día también acostumbran reverenciar a la Virgen
Madre de Dios, ayunar, y dejar toda clase de trabajos para honrar el domingo venidero.169

Al finalizar la séptima jornada se reiteró la interrupción de actividades, con la

consigna de reanudarlas el siguiente domingo. 170 De cualquier modo, el título es adecuado si

se toma en cuenta que los días efectivos de narración fueron diez.

Sobre el subtítulo, lo primero que hay que indicar es que Galeotto es la italianización

de Gallehault, el nombre de un caballero del ciclo artúrico que intervino y alentó los amores

de su fiel amigo Lancelot y la reina Guinevere. No hay que confundir, por lo parecido de sus

nombres, a Gallehault con Galahad, el caballero del Santo Grial. Se trata de personajes

distintos, cada cual con características propias.171

Antes que Boccaccio, ya Dante había subrayado en la Divina Comedia la asociación

cultural del papel de Gallehault como incitador de relaciones prohibidas.172 Boccaccio, por su

parte, esclareció de esta manera el porqué del subtítulo, en el proemio del Decamerón:

Es cosa humana, y norma para todos, sentir compasión por los afligidos, máxime por aquellos
que, necesitados de consuelo, conocieron sus efectos al hallarla en los demás. Si alguien ha
habido con mayor necesidad de ella y la ha obtenido a plenitud, ése soy yo. Desde mi primera
juventud hasta el tiempo presente, he abrigado un amor noble y de muy alta condición, acaso
mucho más de lo que parecería conveniente para mi baja condición, puesto que yo mismo lo
digo; sin embargo, de los discretos que han estado al tanto de ello, sólo he recibido alabanzas,

169
G. Boccaccio, El Decamerón, op. cit., Jornada II, Conclusión, pp. 237-238.
170
Ibid., Jornada VII, Conclusión, p. 642.
171
Vid. Paul Patrick Rogers, “Why el Gran Galeoto?”, en Hispania, vol. 6, no. 6, diciembre de 1923, pp. 372-
377.
172
En el segundo círculo del infierno, Dante encontró a un par de amantes, Francesca de Rimini y Paolo
Malatesta, ella le cuenta que el libro sobre Lancelot que leían juntos, fue como un Gallehault para ellos, es decir,
que los impulsó a seguir sus pasiones, lo que más tarde los llevó a la muerte. Vid. Dante Alighieri, La Divina
Comedia, Infierno, Canto V.
48

pues me han visto sufrir no por culpa de la mujer amada, sino por el excesivo fuego concebido
en la mente por un poco regulado apetito, que nunca me tenía contento ni me daba tregua. 173

En este discurso acerca de las pasiones humanas y la comprensión mostrada por

algunos individuos, Boccaccio agradeció indirectamente a quienes lo apoyaron en el trance

amoroso relatado. Además, remató con la idea de que su libro podría fungir como compañía

en situaciones semejantes, es decir, hacer las veces de guía o incluso de galeoto 174 con las

muchachas incomprendidas. Dicho de otra manera, cumplía la función de un texto edificante:

En estos cuentos se verán placenteros y otros azarosos acontecimientos, acaecidos en los


tiempos modernos y en los antiguos. Las mencionadas mujeres que los lean encontrarán en
ellos cosas para el solaz y el deleite; asimismo podrán tomar consejo en cuanto conozcan lo
que es preciso seguir o rechazar, lo cual no creo que pueda suceder sin entretenimiento. 175

El objetivo de Boccaccio era brindar un amigo y consejero, en forma de libro, a las

doncellas que lo necesitaran. Las variadas situaciones desplegadas en el Decamerón

ofrecerían una amplia gama de sugerencias, que podían seguirse o no, de acuerdo al sentido

común de cada una.

El hecho de que Boccaccio haya escrito un libro para esparcimiento de las mujeres,

lleva necesariamente a retomar la noción, esbozada previamente, de la importancia de conocer

para qué público fue concebida una obra. Cuando se evalúa el caso del Decamerón, surgen

algunas interrogantes. Por ejemplo, por qué razón Boccaccio lo escribió en lengua vulgar, si

consideraba que el latín era un lenguaje más rico, con el que podía expresarse mejor.

Para responder a esta cuestión, hay que recordar que, aunado al hecho de que el

Decamerón fue pensado como entretenimiento femenino, hay otro factor fundamental y es

que el latín era la lengua culta de la época, pero esa no era su única característica; su uso se

173
G. Boccaccio, El Decamerón, op. cit., Proemio, p. 35.
174
El Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia define “galeoto” como: “alcahuete (hombre que 
concierta  una  relación  amorosa).”  El  proceso  de  asimilación  es  equiparable  al  ocurrido  con  la  palabra 
“celestina”.
175
G. Boccaccio, El Decamerón, op. cit., Proemio, p. 37.
49

volvió necesario a consecuencia de la multiplicación de lenguajes regionales, en otras

palabras, el latín era la herramienta de comunicación, tanto en el ámbito político como en el

mercantil, entre hombres que no podían comprender el sinfín de lenguas existentes. Otro

elemento cardinal es que el latín, al ser la lengua utilizada para la formación académica, era

prácticamente de uso exclusivo del sexo masculino.176 Por lo tanto, si Boccaccio aspiraba a

ser leído por mujeres, debía escribir en el idioma que éstas pudieran leer.

Esta idea se sustenta también, con la teoría que el propio Boccaccio ofreció acerca de

las razones de Dante para escribir la Divina Comedia, obra de alta materia, en lengua

vernácula, pudiéndolo haber hecho en latín, como tantos poetas lo habían hecho hasta

entonces. Boccaccio sostuvo que el propósito de Dante era que la “obra pudiera ser leída por 

sus conciudadanos y por los demás habitantes de Italia, puesto que si la hubiera escrito en

latín, [...] sólo habría sido de utilidad para los literatos.” 177 Boccaccio remató esta afirmación,

enfatizando la importancia de Dante y su obra, ya que “al escribirla en vulgar, hizo algo que 

jamás se había hecho: una obra que podían leer no sólo los hombres cultos, sino también los

incultos, nunca antes tomados en cuenta por los primeros [...].”178 Boccaccio sin duda siguió

el ejemplo de Dante al escribir el Decamerón en idioma florentino,179 de este modo, integró a

las mujeres dentro de su audiencia; las cuales como se ha señalado, estaban marginadas del

ámbito latino, salvo en muy pocas excepciones.

Siguiendo este orden de ideas, otro detalle original del Decamerón es que fue pensado

para ser leído a solas, a pesar de que antes de la invención de la imprenta, los manuscritos

solían leerse en voz alta.180 No obstante, fue el mismo Boccaccio quien dejó constancia de que

176
W. Ong, op. cit., pp. 112-114.
177
G. Boccaccio, Breve tratado en alabanza de Dante, en Dante Alighieri, Vida nueva. Seguido de G.
Boccaccio, Breve tratado en alabanza de Dante, México, UNAM, Coordinación de Humanidades, 2000, pp.
184-185.
178
Ibid., p. 185.
179
Boccaccio llamó “idioma florentino” a la lengua con la que Dante configuró su magna obra. Opté por utilizar 
el genérico “italiano” a lo largo del capítulo para no generar confusiones durante la lectura. 
180
W. Ong, op. cit., pp. 137-138.
50

las mujeres florentinas que sabían leer, acostumbraban hacerlo en casa, es decir en la órbita de

lo privado:

¿Y quién negará que dicho consuelo, por pequeño que pueda ser, es preferible dispensarlo en
mayor medida a las gentiles mujeres que a los hombres? Ellas, temerosas y avergonzadas,
ocultan bajo su delicado pecho las amorosas llamas, mucho más intensas cuanto más ocultas,
cosa que bien saben quienes las han disfrutado y disfrutan. Además, restringidas sus
voluntades y en sus placeres por las órdenes del padre y de la madre, del hermano o del
marido, viven la mayor parte del tiempo encerradas en el estrecho círculo de sus alcobas,
donde pasan las horas casi siempre ociosas, pensando en cosas ora deseables, o rechazables,
casi siempre tristes.181

Claramente el Decamerón fue previo a la imprenta, y a diferencia de la mayoría de los

textos con esta característica, no fue pensado para su lectura en público. Paradójicamente, los

cuentos incluidos en él fueron verbalmente expresados por los protagonistas de las diez

jornadas, siendo el hilo conductor de toda la obra; además, Boccaccio apareció como

narrador, tanto en el proemio e introducción, como en la conclusión; este rasgo destaca ciertas

permanencias de la cultura oral.

Otro aspecto paradójico es que al rastrear la trayectoria de los manuscritos del

Decamerón, se ha encontrado que algunas copias de éste fueron encargadas por miembros de

la nobleza cortesana francesa e italiana, y se sabe que en estas cortes las mujeres se reunían

para leer en voz alta:

A las bibliotecas francesas fueron a parar numerosos códices lujosos de mano italiana.
Asistimos así, primero en Francia y luego en Italia, al empleo del libro como refinado
entretenimiento para lectura en grupo, ante damas, en las cortes renacentistas, atestiguado por
los ejemplares de formato lujoso que suelen resaltar gráficamente a la brigata para propiciar la
analogía especular entre ésta y la reunión de damas cortesanas.”182

181
G. Boccaccio, El Decamerón, op. cit., Proemio, p. 36.
María Hernández Esteban, “Decamerón o Centonovelle, el título del libro y su difusión” en Magdalena León 
182

Gómez (coord.), La literatura en la literatura. Actas del XIV Simposio de la Sociedad Española de Literatura
General y Comparada, Madrid, Sociedad Española de Literatura General y Comparada, 2004, p. 279.
51

El uso que tuvo el Decamerón en las cortes, ejemplifica que al margen del público al

que va dirigida una obra originalmente, su destino permanece incierto. Si bien el Decamerón

no se concibió para lecturas públicas, como las que Boccaccio realizaría de la obra de Dante,

terminó siendo referente en algunas cortes. Esto de ningún modo demerita la utilidad de

conocer en qué contexto fue generado.

Con respecto a la arquitectónica del Decamerón, éste consta de cien cuentos,

repartidos en diez jornadas temáticas con una decena de relatos cada una. Las narraciones se

encuentran vinculadas entre sí por breves introducciones y conclusiones a cada día de

reunión, estos cierres incluyen un poema o balada. Los días transcurrían, de acuerdo con el

autor, en la tranquilidad de la campiña florentina durante la Peste Negra, es decir en 1348.

Como ya se ha mencionado previamente, a lo largo de este centenar de historias

aparece un sinnúmero de sujetos, todos y cada uno de ellos pertenecientes a estratos sociales,

religiones, profesiones, y orígenes variopintos. Esta riqueza de caracteres, se debe en gran

medida al contacto que Boccaccio tuvo con todo tipo de personas.

Los personajes-narradores tuvieron que alejarse de la ciudad para evitar contagiarse de

la peste, ésta fue la motivación del viaje y al mismo tiempo, la columna vertebral del libro. En

la introducción al Decamerón, Boccaccio dejó un importante testimonio de lo que presenció

durante la Gran Peste en Florencia:

La ciudad tuvo que ser limpiada de inmundicias por operarios nombrados a tal efecto; se le
prohibió la entrada a cualquier apestado y se dieron muchos consejos para conservar la salud;
y se hicieron no una sino muchas rogativas a Dios, en procesiones de la gente devota, y al
principio de la primavera de dicho año, los dolorosos efectos de la peste comenzaron a
manifestarse de horrible manera. Y no como en Oriente, 183 donde la sangre que salía de la
nariz era manifiesto signo de muerte inevitable. Aquí, al empezar la enfermedad, a hombres y
mujeres les aparecían, en las ingles o bajo las axilas, ciertas hinchazones que a veces

183
Seguramente Boccaccio tenía conocimiento de la evolución de la enfermedad en Asia por testimonio de los
mercaderes que solían viajar por negocios a ese continente.
52

alcanzaban el tamaño de una manzana; otras tenían, más o menos, el tamaño de un huevo, y el
vulgo los llamaba bubones.184

El autor fue testigo de la desolación de Florencia y los intentos de sus habitantes por

contener la epidemia; obviamente todo esfuerzo fue inútil. Poco a poco la ciudad fue

vaciándose; los que podían huían, pero la mayoría había enfermado y muerto, las personas

sanas no quería hacerse cargo de sus familiares infectados y menos de los restos de los

fallecidos. A consecuencia de la intensa disminución demográfica, toda pompa fúnebre fue

suspendida, había brigadas organizadas por la Comuna, que recogían los cuerpos y los

llevaban a fosas comunes. De acuerdo con Boccaccio la corrupción en el ambiente era tal, que

los perros que mordisqueaban a los muertos caían fulminados ahí mismo. En las zonas más

pobres de Florencia la mortandad fue mayor debido a las bajas condiciones de vida que de por

sí tenían, además se les aisló y de algún modo se les abandonó a su suerte.185

El informe de Boccaccio es invaluable, como lo demuestra el hecho de que casi cada

vez que el tema de la peste fue tratado en una obra de historia, la introducción al Decamerón

salió a colación.186 El autor registró lo que observó con la consciencia de que al fijarlo por

escrito, trascendería; al narrar el periodo de la Muerte Negra en Florencia fue muy

descriptivo, su pormenorizado recuento es muy crudo por momentos, aunque su intención no

era asustar al lector, sino simplemente transmitirle su experiencia.

El cuadro descrito por Boccaccio remite a quien lo lee, a la Florencia azotada por la

epidemia. Incluso, situó el primer encuentro de los protagonistas en la iglesia florentina de

Santa María Novella. Era un grupo de diez jóvenes; tres varones: Pánfilo, Filóstrato y Dioneo,

y siete mujeres: Pampinea, Fiammetta, Filomena, Emilia, Lauretta, Neifile y Elisa; cada uno

184
G. Boccaccio, El Decamerón, op. cit., Jornada I, Introducción, p. 42.
185
Ibid., Jornada I, Introducción, pp. 41-60.
186
La figura de Boccaccio también se ha utilizado para caracterizar al humanista del siglo XIV. Ofrezco dos
ejemplos, el primero es una obra de gran calado, el segundo una obra de síntesis. Vid. R. Fossier (coord.), La
Edad…, op. cit., p. 157. Y José Luis Romero, op. cit., pp. 192-194.
53

de los cuales presidió una jornada, en calidad de rey o reina, y eligió la temática de ésta; por

lo tanto, cada día debía haber diez historias relativas al tópico seleccionado.

Los temas tratados en el Decamerón son diversos: el amor, la tenacidad, el ingenio, la

fortuna, la lucha contra la adversidad, los engaños, principalmente entre parejas, los amores

frustrados, las burlas, e incluso los grandes hechos de hombres o mujeres magnánimos. Hay

historias felices, así como tragedias; el espectro es ancho. En cada introducción el rey o reina

decidían el tema sobre el cual debían versar las narraciones de la jornada.

La primera reunión fue regida por Pampinea, y como las reglas acababan de

establecerse el tema de las narraciones fue libre, se dejó a criterio de cada uno de los jóvenes.

La segunda jornada tocó reinar a Filomena, quien eligió como tópico la lucha de los hombres

contra la adversidad con felices resultados. El tercer día fue el turno de Neifile, que decidió

que los cuentos tratarían sobre éxitos logrados a base de persistencia. Filóstrato mandó que

durante la cuarta sesión se platicara de amores con finales infelices. Fiammetta presidió la

quinta asamblea y optó por historias de amor con finales afortunados. La sexta tarde fue

gobernada por Elisa quien decidió discurrir acerca de lo que el ingenio puede lograr contra la

adversidad. Dioneo fue el jefe del séptimo turno y la temática de su elección fue la burla,

principalmente la referente a las mujeres infieles. Las bromas, como asunto general, fueron

tratadas durante la octava sesión, que fue encabezada por Lauretta. Emilia mandó que en la

penúltima reunión se hablara libremente, de nuevo. Y Pánfilo, el último rey, decidió discutir

sobre hechos realizados con liberalidad y magnificencia.

La mayoría de las historias narradas en el Decamerón se sitúa en el periodo

inmediatamente anterior al de la vida del autor. Si bien los cuentos que incluye son una

invención, y sus personajes ficticios, de vez en cuando aparece alguna personalidad de la

época.187

187
V. Branca, “Prólogo”, op. cit., pp. 15-23.
54

Las fuentes estilísticas de la obra son extensas, de acuerdo con el tipo de narración de

que se trate; algunos cuentos tenían versiones previas en obras de juventud del propio

Boccaccio, como el Filocolo y la Comedie delle Ninfe.188

Un elemento fundamental en la estructura del Decamerón es la estrategia, de la que se

valía Boccaccio constantemente, para expresar sus propias reflexiones a través de alguno de

sus personajes. Por ser el Decamerón un escrito literario, las declaraciones de sus

protagonistas provenían de una única fuente: el marco referencial del autor. Asimismo, se

trata de una obra literaria, que entre otras cualidades tiene la de haber retratado de manera

crítica múltiples aspectos cotidianos de la época en que fue escrita.

2.3.1 TRAYECTORIA DE LA LECTURA DEL DECAMERÓN EN EUROPA

La historia de la lectura del Decamerón los primeros años después de su aparición es

fundamental para su comprensión, principalmente si seguimos las ideas de los filósofos

Michel de Certeau, sobre que un texto adquiere significado al ser leído, y de Paul Ricoeur,

acerca de la confluencia que ocurre durante la lectura entre “el mundo del texto”, es decir, su 

contexto de origen, y “el mundo del lector”.189

En esta línea de ideas, hay que tener en cuenta los factores mencionados en párrafos

anteriores acerca de la intención de Boccaccio al escribir el Decamerón en lengua vernácula y

no en lengua latina, del mismo modo hay que recordar que su texto cabe dentro de la

categoría de literatura edificante, y que además estaba dirigido a un público femenino urbano.

Teniendo estos elementos en consideración se puede entrar en materia. El Decamerón

fue uno de los primeros trabajos en lengua vernácula que se tradujo y difundió por Europa

188
V. Branca, “Juan Bocacio...”, op. cit., p. 237.
189
Guglielmo Cavallo y Roger Chartier “Introducción” en Cavallo, Guglielmo y Roger Chartier (dirs.), Historia
de la lectura en el mundo occidental, Madrid, Taurus, 2004, pp. 15-17.
55

occidental en los decenios inmediatos a su aparición. También fue copiado y profusamente

difundido en italiano. En la actualidad se conservan alrededor de cien códices. 190

Han llegado a nuestros días al menos dos manuscritos contemporáneos a Boccaccio,

uno de 1360, probablemente supervisado por él, 191 y otro, mucho más interesante por tratarse

de una copia autógrafa, 192que data de 1370;193 este último sería el mencionado en el apartado

referente a la vida del autor, descubierto en 1963 por Vittore Branca, es decir, aquel del que se

valió para desmitificar el supuesto arrepentimiento de Boccaccio por haber escrito el

Decamerón.

Por su magnitud y el consiguiente trabajo que implicaba copiar y traducir un centenar

de historias, se hicieron muchas versiones de relatos sueltos. Hay indicios de que a lo largo

del tiempo hubo una tendencia a copiar únicamente los cuentos, dejando de lado a la brigata,

es decir a los protagonistas-narradores de las jornadas, despojando a la obra de su hilo

conductor. Tal parece que los manuscritos encargados por individuos con mayor presupuesto,

tenían la factura más fiel, en cambio, los realizados por mercaderes, se elaboraron de forma

descuidada, e inclusive fue sustituido el nombre Decamerón por diversas variantes de “Cien 

novelas”,  en  alusión  directa  al  contenido,  debido  a  que  los  copistas  no  entendían  su 

significado.194

Sobre los manuscritos del Decamerón en otras lenguas, cabe señalar que Laurent de

Premierfait, clérigo de la región de Champaña hizo la primera traducción al francés entre

1411 y 1414, bajo el patrocinio del duque de Berry, 195 tomando como base una traslación del

190
M. Hernández Esteban, “Decamerón o Centonovelle...”, op. cit., p. 276.
191
Códice Italiano 482, Biblioteca Nacional de Francia.
192
Códice Hamilton 90, Staatsbibliothek de Berlín.
193
M. Hernández Esteban, “Decamerón o Centonovelle...”, op. cit., p. 276.
194
María Hernández Esteban elaboró un listado representativo d estos manuscritos, ofreciendo detalles sobre los
cambios e inconsistencias de cada uno. Vid. Ibid., pp. 276-278.
195
Patricia  M.  Gathercole,  “The  French  Translators  of  Boccaccio”,  en  Italica, vol. 46, no. 3, American
Association of Teachers of Italian, otoño de 1969, pp. 300-301.
56

italiano al latín, elaborada por Antonio d’Arezzo. El códice de Premierfait sirvió a su vez, de 

modelo para otras copias francesas.196

El recorrido del Decamerón por la península ibérica comenzó en 1429, con la

aparición de una versión en catalán, de traductor anónimo intitulada Decameró de Joan

Boccaccio. Para 1440, la biblioteca del conde de Benavente, Rodrigo Alfonso Pimentel ya

contaba con un ejemplar en español de Unos cuadernos del libro de las Cien Novelas en

papel celtimenor, una copia parcial de la obra, como su nombre lo indica. Hacia 1469

apareció en Sevilla la primera traducción castellana completa bajo el título Las Ciento

Novelas que compuso Juan Boccaccio de Certaldo.197

En cuanto a las primeras ediciones conocidas, la más temprana es una italiana de 1470

conocida como Deo gratias ya que propiamente no tiene título; le sigue una veneciana salida

de las prensas de Christophorus Valdarfer alrededor de 1471.198

El Decamerón se dio a conocer relativamente pronto en Alemania, de donde se

conocen dos ediciones; la primera es la del impresor Günther Zainer de 1473, traducida por

Arrigo, y la segunda, impresa en 1490, por el editor Anton Sorg; ambos libros aparecieron en

Augsburgo.199

En Francia, la impresión inicial a cargo de Antoine Vérard vio la luz en la ciudad de

París en 1485, estaba basada en la traducción al francés realizada por Laurent de Premierfait

unos setenta años antes.200

La primera edición castellana apareció en Sevilla en 1496, bajo el encabezado “Aquí 

comiença el libro de las cient novellas de micer Juan Bocacio de Certaldo poeta eloquente”, 

esta obra tuvo cuatro reimpresiones consecutivas. 201

196
M. Hernández Esteban, “Decamerón o Centonovelle...”, op. cit., p. 280.
197
Francisco José Alcántara, “Prólogo del traductor”, en G. Boccaccio, Decamerón, op. cit., p. 54.
198
M. Hernández Esteban, “Decamerón o Centonovelle...”, op. cit., p. 281.
199
Idem.
200
P. Gathercole, “The French Translators...”, op. cit., p. 300.
57

De nombre sumamente parecido, el libro Las C. Novelas de micer Juan Vocacio

Florentino, poeta eloquente, en las cuales se hallará notables ejemplos y muy elegante estilo,

vio la luz en Toledo el año de 1524 y posteriormente fue reeditado regularmente, ya que

existen ejemplares de los años 1537, 1539, 1545, y 1550.202

En comparación con las ediciones evaluadas en los párrafos anteriores, puede decirse

que la primera traducción inglesa fue bastante tardía, se realizó hasta 1620 y su estudio

presenta ciertas complicaciones debido a que apareció después de la inclusión del Decamerón

en el Index Librorum Prohibitorum. La versión incorporó elementos que fueron expurgados

en la edición del italiano Leonardo Salviati de 1582, autorizada por la Iglesia, que

supuestamente habría servido de base al traductor inglés, por lo que se sospecha que éste tuvo

acceso a algún ejemplar previo a la censura. 203

La inclusión del Decamerón en el Index librorum prohibitorum ocurrió con la primera

emisión de dicho Index, es decir, en el año 1558 a instancias del papa Paulo IV, en el marco

de la Contrarreforma. A raíz de esto, en 1573 apareció en Florencia la primera edición

expurgada y enmendada del Decamerón. 204

La puntualización de Carlo Ginzburg acerca de la naturaleza de los fragmentos

censurados en la obra de Boccaccio, es indicativa de las preocupaciones inquisitoriales, ya

que  no  se  retiraron  las  “obscenidades”,  sino  aquello  que  podía  propiciar  cuestionamientos

dogmáticos, como la historia de los tres anillos,205 o sea, el tercer cuento de la primera

jornada, en que refería una metáfora sobre las tres religiones principales.206

201
M. Hernández Esteban, “Decamerón o Centonovelle...”, op. cit., p. 281.
202
F. J. Alcántara, op. cit., p. 55.
203
Vid. Herbert  G.  Wright,  “The  First  English  Translation  of  the  ‘Decameron’”,  en  The Modern Language
Review, vol. 31, no. 4, Modern Humanities Research Association, octubre de 1936, pp. 500-512.
204
F. J. Alcántara, op. cit., p. 51.
205
Esta fue una de las historias que leyó Menocchio, por lo que Ginzburg dedujo que tuvo acceso a una edición
previa a la purga. C. Ginzburg, op. cit., p. 100.
206
G. Boccaccio, El Decamerón, op. cit., Jornada I, Cuento 3, pp. 81-83.
58

Tras ser expurgado el Decamerón por la Iglesia, dejó de acudirse a él en busca de

información relativa a la enfermedad, o a cualquier otro asunto. Ninguna persona podía

reconocer públicamente haberlo leído sin el temor a sufrir severas represalias, mucho menos

hacer referencia a él en una obra seria. 207

No todos los libros de Boccaccio fueron incluidos en el Index, él no figuraba en la

sección de los escritores cuya obra total estaba prohibida, el Decamerón aparecía en la parte

relativa a textos específicos de ciertos autores, es decir, no anónimos; por contener

intolerables engaños que podrían ser perpetuados de continuar el libro reproduciéndose. Si se

revisa con detenimiento este primer Index, se puede constatar que, en general, las causas de la

inserción de una obra no se explicaban. El caso del Decamerón es notable, por la breve

justificación que incorporaron los censores.208

Hoy por hoy el Index no existe; desapareció en 1966 por orden del papa Paulo VI. Sin

embargo vale la pena destacar que en la edición de 1632, el Decamerón seguía prohibido en

cualquier versión anterior a la corregida en 1573.209 En la última publicación del Index, es

decir, la de 1944, el Decamerón ya no figuraba.

La incorporación del Decamerón al Index no fue la única muestra de incomprensión e

intolerancia hacia la obra, ya que varios ejemplares fueron quemados en las hogueras

instigadas por el fraile dominico Girolamo de Savonarola a finales del siglo XV.210

207
Nada mejor para ejemplificar este peligro que el caso de Menocchio, quien leyó, entre otros libros prohibidos,
una versión no expurgada del Decamerón alrededor de 1583, poco más de dos siglos después de su aparición. Y
en efecto, pagó las consecuencias. C. Ginzburg, op. cit., p. 62-73.
208
El Index a la letra dice: “Boccatii Decades, seu Nouellæ centum quæ hactenus cum intollerabilibus erroribus
i[m]pressæ sunt, & quæ in posterú cum eisdem erroribus imprimétur.”  Index Librorum Prohibitorum, 1559,
Bavarian State Library, Index of Prohibited Books from the Roman Office of the Inquisition,
http://www.aloha.net/~mikesch/ILP-1559.html.
209
En el Novus Librorum se lee: “Giovani, Boccacio, Novelle, no siendo de las corregidas, é impressas del año 
de  157[...]  a  esta  parte.”  Novus Librorum Prohibitorum & Expurgatorum Index. Pro Catholicis Hispaniarum
Regnis, Philippi IIII. Reg. Cath. An. 1632, 1632, Universidad de Sevilla, Fondos digitalizados,
http://fondosdigitales.us.es/fondos/libros/462/10/nouus-index-librorum-prohibitorum-et-expurgatorum/
210
J.  M.  de  Bujanda,  “Los  libros  italianos  en  el  índice  español  de  1559”,  en  Bibliothèque d'Humanisme et
Renaissance, t. 34, no. 1, Librairie Droz, 1972, p. 93.
59

2.4 LA RELIGIOSIDAD DE BOCCACCIO A TRAVÉS DEL DECAMERÓN

Durante la Edad Media los hombres creían que las calamidades provenían del cielo como

castigo por los pecados cometidos,211 ahora bien, si el desastre era proporcional al enojo

divino, una pandemia tal como la de 1348, ¿qué implicaba?

Uno de los datos primordiales que Boccaccio proporcionó, esclarece la concepción

que se tenía de las causas de la enfermedad: “la mortífera pestilencia, la cual, por obra de los

cuerpos superiores, o por nuestros actos inicuos, que suscitaron la justa ira de Dios, fue

enviada para enmienda de los mortales.” 212

Estas líneas contienen de manera implícita dos aspectos notables; el primero, una

crítica a la humanidad corrupta, que incluye a la Iglesia como componente más; y el segundo,

la responsabilidad que Boccaccio asumía dentro del grupo de los pecadores, al emplear el

pronombre posesivo “nuestros” en referencia a las faltas causantes del escarmiento divino.

En esta obra se puede advertir cómo la vida de una poderosa ciudad se paralizó, cómo

tuvo que transformarse y cómo la gente, por medio de enormes peregrinaciones, intentó

detener el fulminante impulso de la epidemia.

A los florentinos, como a cualquier cristiano de la época, les resultaba lo más lógico

marchar a lugares santos, puesto que existía la creencia de que Dios había elegido lugares

específicos para la realización de milagros.

Evidentemente estas manifestaciones de fe fueron ineficaces para frenar la enfermedad

y Boccaccio, plenamente consciente de ello, señaló que “al principio de la primavera de dicho 

211
G. Duby, Año 1000…, op. cit., p. 80.
212
G. Boccaccio, El Decamerón, op. cit., Jornada I, Introducción, pp. 41-42.
60

año, los dolorosos efectos de la peste comenzaron a manifestarse de horrible manera”,213 y

continuó narrando el desarrollo de la epidemia.

Para Boccaccio fue muy impactante el cambio que sufrieron las costumbres funerarias

después de la Muerte Negra. Describió con un cierto dejo de nostalgia de qué modo solían

llevarse a cabo los velorios antes de la catástrofe, ya que, eventualmente, tuvieron que

suspenderse. Antes de que la enfermedad asolara Europa, en Florencia:

Era usanza que las mujeres, parientes y vecinas, se reunieran en la casa del muerto, y que las
más allegadas a este lloraran; y que, en la casa de enfrente, se reunieran los deudos más
próximos del finado, junto con los vecinos, el grupo de ciudadanos y, de acuerdo con el rango
del difunto, también los clérigos. El muerto era llevado luego, a hombros de los suyos, rumbo
a la iglesia que éste había elegido, con funeral, pompa de cera y cantos. 214

Se sabe por el Decamerón que con el avance del contagio los cuerpos tuvieron que ser

arrojados a fosas comunes sin mayor ceremonia, debido a la gran cantidad de cadáveres y a

que los mermados religiosos no se daban abasto. El cambio en las prácticas fúnebres ocurrió

por una necesidad de carácter pragmático, no había otra opción; asimismo, una vez que la

plaga hubo retrocedido, las representaciones en las tumbas se tornaron un tanto descarnadas,

se plasmaba la podredumbre y descomposición de los cuerpos y aparecieron las imágenes de

la danza de la muerte.215

Boccaccio también señaló algunas reacciones ante la proximidad e inminencia de la

muerte. Fue común que los sobrevivientes dieran rienda suelta a sus impulsos, e inclusive

habló de monjas que “recluidas en los monasterios, pónense a pensar que les conviene a ellas 

lo que hacen las demás, y rota ya la obediencia a las leyes, entréganse a los placeres carnales

y se tornan lascivas y disolutas.” 216

213
Ibid., Jornada I, Introducción, p. 42.
214
Ibid., Jornada I, Introducción, p. 46.
215
T. S. R. Boase, op. cit., p. 307.
216
G. Boccaccio, El Decamerón, op. cit., Jornada I, Introducción, p. 52.
61

Una declaración de esta naturaleza tendría serias implicaciones, pero a lo largo del

Decamerón, Boccaccio diluyó su tono severo, e incluso justificó las necesidades del cuerpo de

todo ser humano. Entonces, es acertado decir que, sí hay en su escrito cierta condena moral,

pero a la vez hay cierta comprensión, como estas líneas corroboran:

Abundantes son los hombres y mujeres cuya necedad les hace creer que en cuanto una joven
se ha puesto la toca blanca y echado encima la cogulla, deja de ser mujer y de sentir femeniles
apetitos, como si el hecho de ser monja la convirtiera en piedra. Y cuando llegan a oír algo
contrario a tal creencia, montan en cólera como si se hubiese cometido un perverso crimen
contra natura, sin ponerse a pensar que ellas no tienen la libertad de poder hacer lo que
quieran, ni vencer las fuertes tentaciones del ocio y la soledad. 217

Más que un ataque, puede considerarse una crítica al estilo de vida de los religiosos

descarriados. Sin embargo, la observación se daría en relación a la doble moral de los

eclesiásticos.

Si a Giovanni Boccaccio le preocupaba que su obra pudiera llegar a ser

malinterpretada o no, es difícil precisarlo; pues aunque constantemente apeló a la

benevolencia de Dios, ésta era una práctica común en la literatura. En el epílogo del

Decamerón argumentó, tanto el por qué del lenguaje utilizado como el de la temática del

libro, expuso que su intención era simplemente distraer, hacer reír u olvidar, para dejar atrás

la tragedia de la peste:

Nobilísimas damas, para el solaz de quienes me propuse escribir este libro tan largo: paréceme
que vuestros gentiles ruegos y el auxilio de la Divina Providencia, más que mis méritos
lleváronme a terminar lo que os prometí. […] Algunas de vosotras tal vez dirán que me tomé 
demasiadas licencias al escribir estos cuentos, y que en ellos, a menudo, las mujeres oyen o
dicen  cosas  que  no  deberían  oír  ni  decir  […]  Estos  cuentos  pueden  beneficiar  o  perjudicar, 
como todas las cosas de este mundo, y el beneficio o el perjuicio dependerá de la sensatez de
los  lectores.  […]  Ninguna  mente  corrompida  entiende  sanamente  las  palabras  y  las  palabras 

217
Ibid., Jornada III, Cuento 1, p. 247.
62

honestas en nada pueden serle provechosas; por el contrario, las palabras deshonestas no
pueden contaminar a la mente pura.218

El hecho de que Boccaccio haya justificado así su escrito, no tiene que ver con su

condición de creyente, sin duda lo era; hay que tener en consideración que en 1360 recibiría

las Órdenes Menores.219 Por si esto fuera poco, cuidó de precisar la autenticidad del dogma

cristiano:  “ya  se  ha  dicho  bastante,  y  muy  bien,  acerca  de  la  veracidad  de  nuestra  fe.”220

Afirmaciones parecidas a esta pueden hallarse a lo largo de las diez jornadas que componen el

Decamerón.

Sobre su opinión acerca de la verdadera fe, en un cuento planteó discretamente la

posibilidad de que cristianismo, judaísmo e islam fuesen igual de sagrados, no así verdaderos.

De algún modo reconocía validez a cada uno de ellos; en dicha historia Saladino preguntaba a

un judío que cuál fe era la legítima, el hebreo respondía con la narración de una breve leyenda

sobre tres anillos, uno original y los otros dos copias perfectas, estos anillos representaban a

las  tres  creencias,  y  concluía  así:  “acerca  de  las  tres  religiones  que  Dios  les  dio  a  los  tres 

pueblos; cada uno de ellos recibió esa herencia, su verdadera religión y sus mandamientos,

por directo mandato divino.” 221

Boccaccio planteó la posibilidad, no obstante, frenó y retrocedió al aseverar que el

judaísmo y el islam eran copias perfectas del cristianismo. Luego entonces, los creyentes de

otras fes no tendrían la culpa de creer en algo equivocado. Incluso, como ya se señaló, asumió

que la epidemia sí podía haber sido ocasionada como castigo divino, pero no culpó a los

demás, por el contrario, se incluyó dentro de los pecadores.

Giovanni Boccaccio conocía algunos componentes dogmáticos del islamismo, tal es el

caso de la prohibición de consumir bebidas alcohólicas. Al relatar la aventura de una joven

218
Ibid., Conclusión del autor, pp. 911-913.
219
F. J. Alcántara, op. cit., p. 34.
220
G. Boccaccio, El Decamerón, op. cit., Jornada I, Cuento 3, p. 81.
221
Ibid., Jornada I, Cuento 3, p. 83.
63

musulmana atrapada en Occidente informó que el hombre que quería seducirla: “había notado 

que a ella le gustaba el sabor del vino, al que no estaba acostumbrada por prohibírselo su

religión.”222 Estas minucias, en realidad no lo son. Un precepto básico de los musulmanes, no

necesariamente era de interés y conocimiento para los cristianos de a pie.

Asimismo, Boccaccio reconoció la caridad sarracena, en el Decamerón hay diversos

ejemplos de hombres o mujeres que se compadecieron de alguien en desgracia, sin embargo,

no todos eran cristianos, en el primer cuento de la quinta jornada, una mujer musulmana se

apiadó de una cristiana caída en desgracia, la acogió en incluso le enseñó su idioma. 223

Boccaccio sabía que los musulmanes también acostumbraban peregrinar a sus propios

lugares santos. Consideraba que podían ser piadosos, caritativos, y algunos hasta sabios. Por

otro lado, los judíos fueron retratados en el Decamerón como hombres piadosos, de mucha

riqueza y sabiduría, excepto en lo concerniente a la elección de su fe, por ser ésta la

equivocada; en general dedicados a la usura y al comercio. Estas observaciones resultan

notables en una época en que se perseguía y relegaba a aquel que fuera diferente.

Como fue señalado anteriormente, los judíos y los musulmanes, al lado de los

leprosos, fueron acusados en muchos lugares de ser los causantes de la peste, motivo por el

cual fueron masacrados; por supuesto eran explosiones populares de furia incitados por

hombres desesperados ante la situación, que al contrario de Boccaccio, no tenían relación o

trato alguno con ellos.

Es posible que Boccaccio, con la incorporación de altos personajes hebreos y

mahometanos, de manera velada intentara justificar que la creencia inocente en otras

religiones, no podía ser la causa de la ira divina. Es decir, ya que no lo hacían con mala

intención.

222
Ibid., Jornada II, Cuento 7, p. 179.
223
Ibid., Jornada V, Cuento 2, p. 454.
64

Ya se ha establecido que los peregrinajes eran muy populares por aquellos días, debido

a que la gente quería acercarse a las reliquias que yacían en estos puntos particulares. 224 Al

respecto, el punto de vista de Boccaccio es singular, ya que le causaban gracia los devotos de

reliquias, que, en muchos casos eran falsas, algo de lo que él era consciente.

El décimo cuento de la sexta jornada, es la historia de fray Cipolla de la orden de San

Antonio, que viajaba de pueblo en pueblo presentando unas reliquias para conseguir

donativos. El fraile, víctima de una broma, perdió la pluma de cola de loro, que pretendía

mostrar a los feligreses, como si fuera del ángel Gabriel. Al haber encontrado en la caja, unos

carbones sustituyendo dicha pluma, muy campante inventó una historia para presentarlos en

lugar de  la supuesta reliquia  y  “después de que  la necia  muchedumbre  los  hubo  mirado con 

reverente admiración, se apresuraron todos a darle a fray Cipolla sus diezmos y limosnas, que

fueron más ricos y abundantes que nunca, y le rogaron que les permitiera tocar aquellos

carbones.”225 Cabe mencionar que sobre las plumas de loro Boccaccio especificó que “siendo 

ahí casi desconocidos los loros, buen pasto eran para la credulidad de aquellos aldeanos

antiguos”.226

Boccaccio era un intelectual hasta cierto punto sarcástico, pero cristiano a fin de

cuentas. Si se burlaba de los hombres simples, era por su ingenuidad. Aunque en el cuento

revisado en las líneas precedentes, justificó la inocencia de los aldeanos en el

desconocimiento, asumiendo que, probablemente si estuvieran familiarizados con los loros,

no habrían sido embaucados. Además, calificó a estos hombres de antiguos, por lo tanto,

puede inferirse, que una estafa como la narrada no sería tan factible en su entorno.

La circunstancia de haber nacido en el seno de una familia de comerciantes,

plenamente imbuida en el ambiente mercantil de la época, le otorgó la oportunidad de conocer

224
A. Vauchez, op. cit., p. 122.
225
G. Boccaccio, El Decamerón, op. cit., Jornada VI, Cuento 10, p. 563.
226
Ibid., Jornada VI, Cuento 10, p. 559.
65

personas diferentes más allá que la mayor parte de sus contemporáneos. En ese sentido,

destaca el papel de sus viajes en su formación. Boccaccio también presenció, sobrevivió y

dejó testimonio sobre una de las catástrofes más significativas, por sus repercusiones a largo

plazo, de la Baja Edad Media: la Peste Negra.

El autor poseía una mente crítica. Tenía opiniones propias y a veces disentía de la

postura oficial. Tal es el caso de su posición acerca de la obligatoriedad del celibato

eclesiástico, que como fue señalado, consideraba que iba en contra de la naturaleza humana.

No obstante, hay que tener claro que Boccaccio no cuestionaba a la institución, únicamente el

proceder de algunos miembros del entramado eclesial.

Es innegable que su mirada peculiar ofrece a los estudiosos de la Historia vetas

diversas de información sobre múltiples cuestiones; entre las cuales y por el interés de esta

tesis, resaltan las cotidianas, particularmente las relativas a creencias y costumbres, que a

plena vista son muy valiosas.


66

CAPÍTULO 3. APORTACIONES DEL DECAMERÓN A LA HISTORIA RELIGIOSA

La importancia del Decamerón como fuente histórica en el tema de la Gran Peste ha sido

señalada en repetidas ocasiones a lo largo del presente trabajo. Ahora bien, al respecto se han

extraído diversas noticias referentes a la manera en que se vivió y transformó la religiosidad

durante la epidemia.

Giovanni Boccaccio se encontraba en Florencia cuando la enfermedad arribó, por lo

que su testimonio es de primera mano y fundamental para el caso florentino, sin embargo, por

otros testigos se sabe que las reacciones entre la población fueron equivalentes en otras

ciudades y regiones de cultura similar.

Existen al menos cinco crónicas contemporáneas a la plaga, además de la introducción

al Decamerón, que corroboran lo dicho por Boccaccio; la de Michele della Piazza, 227 situada

en Sicilia; la escrita por Giovanni Villani, 228 florentino que sucumbió ante la enfermedad; la

de Jean Venette229 referente a la región francesa de Nangis; la que Agnolo di Tura 230 escribió

sobre Siena; y por último, la obra del médico provenzal Gui de Chauliac.231

En todos estos textos coinciden las descripciones sobre la desesperanza, el abandono

sufrido por los enfermos a raíz del temor al contagio de sus familiares y allegados; así como,

el relajamiento moral de algunos sobrevivientes y el endurecimiento de otros, como los

227
La Historia secula ab anno 1337 ad annum 1361 de Michele della Piazza, puede consultarse en: Alfonso
Corradi, Annali delle epidemie occorse in Italia dalle prime memorie fino al 1850, compilati con varie note e
dichiarazioni dal cav. Alfonso Corradi, Bolonia, Gamberini, 1865.
228
Vid. Giovanni Villani, Cronica. Con le continuazioni di Matteo e Filippo Villani, selecc., introd. y notas
Giovanni Aquilecchia, Turín, G. Einaudi, 1979, 346 p.
229
Vid. Jean de Venette, Chronique dite de Jean de Venette, París, Librairie générale française, 2011.
230
Vid. Agnolo di Tura, Cronaca Senese Attribuita ad Agnolo di Tura del Grasso, Detta la Cronaca Maggiore.
231
Gui de Chauliac, La grande chirurgie de M. Gui de Chauliac,  Médecin  très-fameux  de  l'Université  de 
Montpellier,  composée  l'an  de  grâce  1363.  Restituée  nouvellement  à  sa  dignité,  par  M.  Laurens  Joubert, 
Médecin  ordinaire  du  Roy,  et  du  Roy  de  Navarre,  premier  Docteur  régent  stipendié, chancelier et Juge de
ladicte Université. Voyez au prochain feuillet, ce que M. Joubert à faict (outre sa nouvelle traduction) et fourny
du sien, en recognoissant cest’ œuvre, Lyon, Héritiers Simphorien Beraud, 1592.
67

llamados flagelantes que se tomaron muy a pecho la cuestión de la peste como castigo

divino.232

3.1 CREENCIAS Y COSTUMBRES POPULARES

A manera de introducción acerca del marco de creencias y costumbres de los florentinos

bajomedievales es pertinente enfatizar que el Decamerón contiene un amplio repertorio de

ideas asociadas al cristianismo del siglo XIV. Muchas de ellas relacionadas directamente con

ciertos ritos, tal es el caso de las oraciones, o algunas formas de devoción como las

procesiones y las peregrinaciones, estas últimas lo hacían particularmente con la fe en los

santos y el culto a las reliquias.

Del mismo modo, gracias a la pluralidad de personajes presentada por Boccaccio,

puede identificarse en el relato de San Arrigo233 el proceso habitual por el que la gente

consideraba santo a alguien, no así, el proceso formal de canonización, que no fue aludido por

el autor; igualmente, puede hallarse el retrato de algunos individuos que se aprovechaban de

la devoción de los demás. La encarnación del embaucador sin escrúpulos es sin duda

Ciappelletto, que ejemplifica a lo largo de este capítulo diversos aspectos que enfadaban al

autor del Decamerón. Algunas historias son ilustrativas de varios temas, y por tanto se citan

repetidamente en este trabajo.

Asimismo, en el Decamerón se pueden rastrear las opiniones de Boccaccio, acerca de

las creencias, las costumbres y la forma en que éstas se desarrollaban a su alrededor. Si bien

en su introducción y epílogo, que son las secciones en que se expresó con voz propia, no hizo

mención explícita, a lo largo de las narraciones abundan las referencias, que como ya se ha

232
E. Mitre Fernández, Fantasmas…, op. cit., pp. 99-101.
233
G. Boccaccio, El Decamerón, op. cit., Jornada II, Cuento 1, pp. 117-122.
68

indicado, no podían provenir de otro lugar más que del imaginario de Boccaccio, ya que la

obra fue su invención.

Un componente fundamentalmente protocolario que tenía presencia en el Decamerón

es el de la alabanza a Dios. Muchas narraciones iniciaban de manera similar a ésta:

“conveniente cosa es, queridas amigas, que todo lo que el hombre se disponga a comenzar lo

haga siempre en el admirable y santo nombre de Aquel que es el hacedor de todo.”234 No se

trata únicamente de cumplir un formulismo, de algún modo Boccaccio compensaba los

señalamientos negativos que realizaba. A fin de cuentas también era un creyente, y

probablemente sentía la necesidad de manifestarlo ante quien leyera su obra.

Cabe señalar que Boccaccio no ponía en tela de juicio el cristianismo, de hecho, en el

siguiente ejemplo aseveró el poder del Espíritu Santo a través de un judío, que en la narración

había visitado Roma y presenciado la  corrupción  predominante  en  la  Santa  Sede:  “vuestra 

religión aumenta y se vuelve más clara y lúcida cada día, me parece que el mismo Espíritu

Santo tiene que ser fundamento de ella, y que es la más verdadera y las más divina porque el

mismo Espíritu Santo la apoya y la protege.”235 Este hombre no halló otra explicación para la

supervivencia de la Iglesia católica ante tremenda descomposición, que se expondrá con

detenimiento en el apartado dedicado a la alta jerarquía eclesiástica y la Santa Sede.

Claramente, la del judío era una afirmación cargada de sarcasmo, pero aun así expresa mucho

sobre la percepción popular ante la situación en Roma.

En el horizonte ideológico bajomedieval tenía primordial importancia la

intermediación de los santos entre la gente y Dios. La noción de la “comunión de los santos”, 

extraída del “Credo de los apóstoles”, sería precisamente la intercesión de éstos, en razón de 

234
Ibid., Jornada I, Cuento 1, p. 61.
235
Ibid., Jornada I, Cuento 2, pp. 79-80.
69

su pertenencia a la comunidad de fieles, aunque en otro nivel, quienes gracias a sus buenas

acciones podían intervenir ante Dios.236

En tiempos de Boccaccio la creencia en los santos como mediadores era cosa

corriente. El pueblo creía en los milagros y si se corría la voz de que había un santo en la

región, la gente se aglomeraba a su alrededor en un santiamén, con la esperanza de que éste

aliviara sus males: “Toda la gente de la ciudad acudió a la casa en que yacía su cuerpo y se lo 

llevaron solemnemente a la iglesia mayor, a la que acudieron cojos, tullidos, ciegos o

impedidos a causa de otras enfermedades, seguros de que sanarían con sólo tocar aquel cuerpo

bendito.237

Además, Boccaccio dejó explícito testimonio sobre su concepción personal acerca del

papel de enlace que tenían los santos con la Divinidad. Lo expresó por medio de Pánfilo, uno

de sus personajes-narradores, miembro de la brigata:

Manifiesta cosa es que todas las cosas del tiempo son transitorias y mortales, y que en sí
mismas y fuera de ellas se hallan tan llenas de enojos, de angustia, de fatigas e infinitos
peligros, de las cuales nosotros, que vivimos mezclados y formamos parte de ellas, no
podríamos escapar sin la especial gracia de Dios. Y no creamos que dicha gracia desciende a
nosotros por mérito nuestro, sino por la benignidad de Él y por los ruegos de quienes, como
nosotros, fueron mortales y, aun habiendo vivido en medio de placeres, como Él son ahora
eternos y bienaventurados. Nosotros, acaso poco audaces para presentar nuestro ruego ante tan
grande Juez, los invocamos a ellos para que, como abogados conocedores de nuestra
fragilidad, lo hagan por nosotros. 238

A la par de fijar su postura, notoriamente puede percibirse un ejercicio de

identificación con los santos, ya que en vida también fueron seres humanos, ejemplares, eso

sí, pero tan humanos como el autor. Boccaccio sí consideraba legítima su veneración, ya que,

236
Vid. Francis X. Lawlor y Keith Lemna, “Communion of Saints”, en Robert L. Fastiggi (ed.), New Catholic
Encyclopedia Supplement 2010, Vol. 1. Detroit, Gale, 2010, pp. 353-356.
237
Ibid., Jornada II, Cuento 1, pp. 117-118.
238
Ibid., Jornada I, Cuento 1, p. 61.
70

en efecto intervenían en favor de sus seguidores. En ese sentido, es notable la forma en que

contrapuso la crítica hacia quienes abusaban de esta creencia:

Y tanta es la piadosa liberalidad que nos concede [Dios], que no pudiendo en modo alguno la
mirada de los mortales penetrar en el secreto de la mente divina, sucede a veces que, ante
tamaña majestad, tomamos como intercesor a quien de ella ha sido para siempre expulsado.239

Eso fue precisamente lo que ocurrió en la narración que iniciaba con las reflexiones de

Pánfilo: un “mal hombre en vida, pasa por santo y luego es llamado San Ciappelletto.”240 De

acuerdo al razonamiento de Boccaccio, a pesar de la gravedad que tenía semejante acto, éste

no afectaba a las víctimas del fraude debido a la magnificencia de Dios y a su capacidad de

discernir la sinceridad de los ruegos. Así, Dios pasaría por alto el hecho de que el pretendido

mediador no fuera honesto, ya que sería una injusticia de su parte dejar de atender las súplicas

realizadas a través de falsos mártires.

Por lo tanto es acertado afirmar que Boccaccio daba crédito a la efectividad de las

plegarias. Él tenía conocimiento de ciertos santos, que ayudaban a sus fieles en situaciones

específicas, incluso hizo referencia a  la deprecación “especialmente útil para  los caminantes 

en los inseguros caminos del amor, en los cuales, a quien no ha rezado la oración de San

Julián el Hospitalario, pese a encontrar buena cama, muy a menudo puede ir a dar a una mala

posada.”241 Este santo debió ser popular entre los comerciantes, a causa de la movilidad

inherente a su modo de vida. Boccaccio aprovechó la coyuntura del viaje de un mercader,

para informar por medio de éste, de algunos rezos específicos:

[...] cuando voy a viajar, tengo la costumbre de rezar en la mañana, al salir de la posada, un
padrenuestro y un avemaría por las almas del padre y de la madre de San Julián, y después le
ruego a Dios y San Julián que me den buena posada para la noche siguiente. Y ya muchas
veces me he encontrado durante el día en grandes peligros, de los cuales he podido librarme y
encontrar buena posada para la noche siguiente. Por eso le tengo tanta fe a San Julián, y no me

239
Ibid., Jornada I, Cuento 1, p. 62.
240
Ibid., Jornada I, Cuento 1, p. 61.
241
Ibid., Jornada II, Cuento 2, p. 123.
71

siento seguro en mi camino ni confiado en hallar buena posada si en la mañana no digo tales
oraciones.242

La argumentación de este cuento se encaminaba a probar la efectividad de San Julián,

quien, a pesar de las peripecias del comerciante, terminó brindándole buena posada y mejor

suerte que a los bandidos que intentaron despojarlo en el camino, y que además se habían

burlado de su fe en el santo.243

Ahora bien, en el Decamerón se encuentra fijado el culto a santos específicos, como

en el caso de San Julián, y del mismo modo, el proceso de consagración popular de algún

personaje, como San Arrigo, de quien Boccaccio describió el motivo por el que se le

consideraba santo y cómo fue elevado a tal estado por el vulgo:

No hace mucho tiempo, vivía en Treviso un tudesco llamado Arrigo, que, por ser muy pobre,
desempeñaba el trabajo de cargador y tenía fama de ser un hombre muy bueno y piadoso.
Merecida o no aquella fama, lo cierto es que cuando él murió, según cuentan los pobladores de
esa ciudad, a la hora de su muerte comenzaron a repicar todas las campanas de la iglesia
mayor de Treviso, sin que nadie las tocara. Todo el mundo creyó que aquello era un milagro, y
empezaron a decir que Arrigo había sido un santo”244

Otro elemento que puede dilucidarse en esta obra, es la creencia generalizada en la

cualidad taumatúrgica de los santos, es decir, su facultad curativa. Boccaccio no criticó esta

idea, por el contrario, le molestaba que algunos individuos intentaran abusar de los fieles,

tanto como la falta de juicio que tenían algunos al considerar santos a hombres impíos, como

en el referido caso de Ciappelletto.

Evidentemente el culto a las reliquias y la veneración a los santos estaban fuertemente

relacionadas. Boccaccio consideraba exagerada su manifestación:  “no  hubo  nadie  que  no 

fuera a besar los pies del cadáver. Y tanta fue la devoción de los allí presentes, que hicieron

242
Ibid., Jornada II, Cuento 2, p. 124.
243
Para leer una versión novelada de la historia de San Julián vid. Gustave Flaubert, La leyenda de San Julián el
Hospitalario.
244
G. Boccaccio, El Decamerón, op. cit., Jornada II, Cuento 1, p. 117.
72

trizas las ropas que lo cubrían, y diose por bienaventurado quien pudo llevarse un jirón de las

mismas.”245 En estas líneas, Boccaccio se refería al cuerpo de Ciappelletto que, como se ha

indicado, nada tenía de santo, simplemente había engañado al cura que lo confesó en su lecho

de muerte. Este fragmento es la exteriorización de la molestia que le generaba la facilidad con

que se encumbraban hombres, sin que alguien se cerciorara de su presunta santidad.

Boccaccio no sólo retrató a los laicos abusivos, como Ciappelletto, también presentó el

caso de frailes conscientes de la falsedad de alguna reliquia que llevaban ante los feligreses,

para obtener mayores limosnas: “los ingenuos parroquianos reunidos en la iglesia volvieron a 

sus casas después de la misa, felices de haber oído que esa misma tarde verían una pluma del

ángel Gabriel.”246 Esta pluma era en realidad de loro egipcio, y el fraile lo sabía. Boccaccio

creía que si los pobladores de pequeños pueblos y aldeas conocieran más sobre aves exóticas,

no serían víctimas de estos defraudadores tan fácilmente, en otras palabras, justificaba su

inocencia con su ignorancia.

Se ha dicho ya que Boccaccio creía que Dios no podía ignorar a los ingenuos que

volcaran sus esperanzas en la mediación de un falso santo, esto se vincula directamente con

una noción que aparece frecuentemente lo largo del Decamerón: la Justicia Divina.

A diferencia del Dios del Antiguo Testamento, que era más severo, la imagen del Dios

paternalista y protector de los inocentes del Nuevo Testamento se había consolidado. Por lo

tanto, es acertado afirmar que Boccaccio creía que el Señor, en su omnipotencia, cuidaba y

evitaba que le ocurrieran injusticias a inocentes.

De este modo, ofreció el ejemplo de un buen hombre, perteneciente a la nobleza, que

se vio envuelto en una serie de intrigas que lo obligaron a alejarse de la corte en la que residía,

colocando a sus hijos en hogares respetables, pero en calidad de recogidos. Pasaron los años,

y sus hijos crecieron, pero al margen de sus virtudes, se les consideraba de baja condición; por
245
Ibid., Jornada I, Cuento 1, p. 74.
246
Ibid., Jornada VI, Cuento 10, p. 559.
73

ello, aquellos que se habían encargado de su cuidado buscaron encaminarlos hacia el futuro de

la mejor manera posible, siempre con la limitante de su categoría.

En el caso de  la  hija,  su situación  le  impedía tener un  buen  matrimonio,  “pero Dios, 

que justiprecia los merecimientos de todos, sabiendo que ella era una mujer noble y que

padecía sin culpa un pecado ajeno, [...] dispuso lo contrario, para que la gentil joven no fuera

a convertirse en mujer de un hombre de baja condición.” 247

En cuanto al vástago del mismo señor, Boccaccio relató que siendo igual de noble e

inocente que su hermana, había sido acogido por un mariscal y su familia, compuesta por su

esposa, hijo e hija:

Y así como Dios no había olvidado a su hermana, mostró que tampoco se había olvidado de él,
pues hizo que saliera indemne de una terrible peste que dejó sin vida a la mitad de los
habitantes de esa región, [...] A causa de tal peste murieron el mariscal, su mujer y su hijo[...]
Al ceder un poco la peste, aquella joven [la hija del mariscal], sabedora del mérito y la valía de
Perotto, lo tomó por esposo, siguiendo de buen grado el consejo de los pocos allegados que
aún vivían, y lo hizo señor de todo cuanto a ella le correspondía por herencia. 248

Resulta doblemente informativo este pasaje, en primer lugar por la mención acerca del

amparo de Dios a los justos, sin distinción de sexos, ya que protegió tanto al muchacho como

a la joven. En segunda instancia, el patrón de la enfermedad, que si bien no se trata de la

misma que sobrevivió Boccaccio, implícitamente dice mucho acerca de su propia experiencia,

es decir, si Perotto no sucumbió por designio divino, fue por la misma razón que Boccaccio se

mantuvo con vida.

Dentro del marco referencial medieval destaca también la visión que se tenía del ser

humano como creación de Dios. No obstante, en el argumento de un cuento enfocado a hacer

mofa de una familia florentina de rasgos toscos y desagradables, Boccaccio, de nueva cuenta

a través de uno de los jóvenes protagonistas, en esta ocasión de Fiammetta, expuso que Dios

247
Ibid., Jornada II, Cuento 8, p. 204.
248
Ibid., Jornada II, Cuento 8, p. 209.
74

creó a ese linaje antes que a otros, a manera de ensayo y antes de perfeccionar su técnica.249

Ciertamente no era más que un chiste, pero implicaba, de manera involuntaria, la falibilidad

humana.

Otra idea de la época a la que Boccaccio otorgaba validez era la de los sueños

proféticos. Al respecto, en la introducción a una historia sobre las consecuencias de no hacer

caso a éstos, Pampinea, la narradora inició así:

Ya hemos hablado, gentiles damas, de las verdades que contienen los sueños y de las burlas
que muchos hacen de éstos; sin embargo, quiero contaros un cuento muy breve acerca de lo
que le sucedió hace no mucho tiempo a una vecina mía, por no haber dado crédito a un sueño
que tuvo su marido en el que aparecía ella. 250

El cuento era una advertencia a poner atención al mundo onírico. En este caso si bien,

el ataque de los lobos del que fue víctima la mujer, no causó su muerte, sí la dejó desfigurada;

y todo por no hacer caso del sueño que su esposo había tenido.

En esa misma línea de ideas, hay que señalar las dos vertientes presentes en el

Decamerón, la ya mencionada de los sueños proféticos, y también, la de los sueños como

herramientas de comunicación de las almas desde la otra vida.

Como ejemplo de la segunda modalidad, está el cuento de un joven muerto a manos de

los hermanos de su amada, después de varios días sin saber de él, ella se encontraba

desconsolada,  hasta  que  una  noche  “luego  de  haber  llorado  mucho  a  su  Lorenzo,  que  no 

regresaba, se quedó dormida junto a la ventana, y en sueños se le apareció Lorenzo, pálido,

maltrecho, con las ropas destrozadas y sucias.”251

Esta representación es fundamental, puesto que el espíritu se manifestó en las

condiciones en que estaban sus restos, en ese sentido, la escena es pavorosa, lo que da a la

narración cierto toque de realismo. El joven quería informarle a la muchacha del crimen

249
Ibid., Jornada VI, Cuento 6, pp. 544-546.
250
Ibid., Jornada IX, Cuento 7, p. 787.
251
Ibid., Jornada IV, Cuento 5, p. 393.
75

cometido en su contra y de la ubicación de su cuerpo. Gracias a esta aparición, la mujer halló

los restos de su amado. Pero más allá de la anécdota, el cuento denota la posibilidad de

comunicación entre el plano de los muertos y el de los vivos.

Hay que aclarar que Boccaccio no creía que todos los sueños eran proféticos o avisos

desde el más allá.

Antes de dar paso a otro tema, vale la pena resaltar el disgusto que le generaba a

Boccaccio que la ignorancia popular provocara el achaque de cosas al diablo, cuando no podía

encontrarse una mejor explicación para ellas. Una muestra de este enfado se encuentra en el

relato sobre un cuerpo que desapareció de una tumba, durante la narración hay una

explicación de lo sucedido, por tanto el lector lo sabe:

A la mañana siguiente, como algunas personas vieran abierta la tumba de Scannadio y no


hallaran dentro el cadáver de éste, porque Alessandro lo había hecho rodar hasta el fondo, dio
motivo a que mucho se hablara de ello, y no faltaron los necios que dijeran que se lo había
llevado el diablo. 252

Y aun peor que esta situación, en que la espontaneidad y la ignorancia hacían culpable

al demonio de cosas inexplicables, era que al atribuírselas alguien con toda la mala intención,

se aceptara por la gente como verdadera excusa, como de hecho ocurrió en una historia, donde

una mujer al verse burlada, terminó encerrada en el techo de una torre, desnuda, quemada por

el sol y picada por los moscos, así que para justificarse y no ser criticada, simplemente y “ya 

que era una mentirosa redomada, inventando una fábula que nada tenía que ver con lo que le

había sucedido a ella y a a su criada, hizo creer a sus hermanos, a sus hermanas y a todo el

mundo, que todo aquello eran cosas del diablo.”253

En definitiva Boccaccio compartía muchas creencias con sus contemporáneos, pero

gracias a su capacidad crítica no era víctima de los miembros defraudadores de la sociedad,

252
Ibid., Jornada IX, Cuento 1, p. 758.
253
Ibid., Jornada VIII, Cuento 7, p. 710.
76

además, esta característica le permitía percatarse de cómo la ingenuidad de otros les hacía

caer en estos engaños.

3.2 LOS PECADOS Y SU RELACIÓN CON EL MÁS ALLÁ

El establecimiento del Purgatorio en el imaginario cristiano fue más bien tardío, como ya se

ha mencionado. Resulta de suma importancia recordar que surgió como “tercer lugar” durante 

el siglo XI, ofreciendo la posibilidad de redimir los pecados en un lugar intermedio entre el

Reino de los Cielos y el Infierno. La ayuda de los vivos a la salvación de las almas de los

muertos era fundamental en este esquema.

La idea del más allá que Boccaccio retrató en el Decamerón es muy similar a la que

Dante transmitió con la Comedia. Ambos autores relacionaban el purgatorio con un fuego

purificador, a diferencia del fuego eterno del infierno. En un relato del Decamerón se describe

cómo se imaginaban el purgatorio, a sus habitantes y su vinculación con el mundo de los

vivos.

Siguiendo esta línea de ideas, hay que hacer una aclaración; aunque es cierto que la

representación de Dante del infierno y del purgatorio se había fijado en el imaginario popular,

existen diferencias entre el dogma cristiano y la Divina Comedia. Por lo tanto, es necesario

explicar que los pecados mortales y los veniales se distinguen entre sí, en que los mortales

debido a su gravedad ofenden invariablemente a Dios, aproximando al pecador al diablo, y

aunque pueden ser perdonados, sólo lo son por medio de “la caridad perfecta con el deseo del 

sacramento,  [...]  o  por  el  sacramento  de  la  penitencia”. 254 En cambio, los pecados veniales

pueden perdonarse de muchas maneras, ya que se dan naturalmente, y nadie está exento de

cometerlos.

254
E. Denzinger, op. cit., p. [63].
77

Teóricamente, el purgatorio surgió como el espacio para pagar las penas ocasionadas

por los pecados veniales. Sin embargo, Dante omitió en la Comedia toda alusión a dichas

faltas en el purgatorio, y en su lugar colocó niveles de expiación para los pecados capitales, a

pesar de haberlos situado también en el infierno.255 Según Dante, tanto en el infierno como en

el purgatorio se expiaban los pecados mortales.

Una vez aclarado el punto, se puede entrar en materia. En el cuarto cuento de la tercera

jornada, se narra la historia de un hermano terciario que fue engañado por un monje, quien le

hizo creer que siguiendo una penitencia inventada por él, sus pecados mortales no serían

escritos para su condena eterna, “sino que podrán ser borrados con agua bendita, como sucede 

con los pecados veniales.”256 En estas líneas queda claro que Boccaccio creía que los pecados

veniales eran tan ligeros que podían anularse con facilidad.

Por otro lado, Boccaccio se ocupó de integrar información en el Decamerón sobre

algunos pecados capitales y su correlación con el infierno. Esta clase de pecados se categoriza

así porque se considera que son el punto de partida para la comisión de más pecados, en otras

palabras, favorecen la propensión del individuo a caer en todo tipo de tentaciones. Entre ellos

destacan por su aparición en la obra: la lujuria, la avaricia y la gula.

Sobre la lujuria, en una narración un fraile le dijo a una mujer casada que debía dejar a

su amante, ya que: “[...] si persistía en mantener tal relación, iría a parar a la misma boca del 

diablo en lo más profundo del infierno y sus llamas tormentosas.”257 Dichas llamas equivalían

al fuego eterno, mencionado en párrafos previos, en otras palabras, eran sufrimiento perpetuo.

La diferencia con las flamas purificadoras del purgatorio radicaba precisamente en su

duración, ya que estas últimas no eran infinitas.

255
Vid. J. Le Goff, El nacimiento del purgatorio, op. cit., pp. 384-410.
256
G. Boccaccio, El Decamerón, op. cit., Jornada III, Cuento 4, p. 273.
257
Ibid., Jornada III, Cuento 7, p. 298.
78

En cuanto al pecado de la avaricia aparecen varios casos en el Decamerón. Destaca un

cuento que muestra dos tipos de religiosos ambiciosos, el primero un alto jerarca que se hizo

enterrar ataviado con sus joyas, el otro el de un clérigo dispuesto a saquear su tumba.258 Dos

perfiles de un mismo pecado. Uno poseía riquezas que prefirió llevarse consigo al morir, el

otro no tenía mucho pero lo anhelaba y estaba dispuesto a hacer lo necesario.

Acerca de la gula, es decir, el tercer pecado capital al que Boccaccio hizo referencia,

su opinión es clarísima. Además, en este fragmento el autor puntualizó que la gente se daba

cuenta de esto:

No les avergüenza aparecer gordos y mofletudos, mórbidos en sus exquisitas vestimentas y en


todo lo concerniente a su comportamiento, no cual modestos palomos, sino como altivos
gallos  con  la  cresta  erguida.  […]  Y  lo  peor  de  todo  es  que  no  sienten  vergüenza  alguna  de 
andar siempre gotosos, como si nadie supiera que la gota no ataca a quienes ayunan, a quienes
259
no abusan del vino y viven castamente y sin exceso alguno, cual conviene a todo fraile.

Evidentemente el suicidio no podía pertenecer a la categoría de pecado capital, sin

embargo, sí era conceptualizado como una falta sumamente grave, sobre la cual hay una

alusión en el cuento del muchacho asesinado por los hermanos de su amada; ésta, después de

enterarse de su destino, consideró quitarse la vida; sin saber que era escuchada expresó el

pensamiento en voz alta, por lo que su criada la previno:

Hijita mía, por nada del mundo se te ocurra decir que te quieres matar, porque al perderlo en
este mundo, matándote lo perderías para siempre en el otro, pues irías al infierno, a donde
segura estoy de que su alma no ha ido, porque fue un buen joven. Mucho mejor es que te
resignes y ayudes a su alma con buenas obras y oraciones, en caso de que las necesite por
algún pecado cometido.260

Es válido entonces concluir, que Boccaccio concebía el suicidio como un pecado

mayor. También queda exhibida la idea de que la intercesión de los vivos podía mejorar la

258
Ibid., Jornada II, Cuento 5, pp. 146-159.
259
G. Boccaccio, El Decamerón, op. cit., Jornada VII, Cuento 3, p. 586.
260
Ibid., Jornada IV, Cuento 6, p. 400.
79

situación de los suyos después de la muerte, por supuesto, tratándose de pecados menores.

Para las almas de los suicidas no había penitencia que modificara en algo su castigo.

En ese sentido, Boccaccio esbozó una diferencia entre los pecados naturales y los

cometidos con maldad, de este modo justificó, los primeros, puesto que no podían evitarse.

De acuerdo a su clasificación, entre los naturales se encontrarían las culpas de los incautos

que cedieron a los impulsos del amor, y en cambio, los cometidos con maldad serían el robo,

el asesinato y el destierro.261

Un factor que disminuía las sanciones escatológicas era -y es- el remordimiento por

los males perpetrados. Al respecto hay una historia, en la que una reina francesa que provocó

muchos males sobre un buen hombre, por haber rechazado sus insinuaciones amorosas, cayó

enferma y:

[...] al ver ella misma que su muerte se acercaba, arrepentida de todos sus pecados, se confesó
con el arzobispo de Ruan, a quien todos consideraban un hombre bueno y gran santo, y , entre
otros muchos pecados, le confesó lo que realmente había sucedido en el caso del conde de
Angers. Y no se contentó con decírselo solamente al arzobispo, sino que repitió dicha
confesión delante de muchos hombres de valía, a quienes suplicó que pidieran al rey que
restituyera al conde a su antiguo estado, si aún vivía, o a los hijos de éste. Poco después dejó
esta vida y fue honrosamente sepultada.262

En el caso de la reina el arrepentimiento era genuino, no como el de Ciappelletto,

santificado a pesar de su bajeza. Se trata de un ejemplo muy ilustrativo del temor a morir con

grandes cargas de conciencia.

Sobre la imagen del purgatorio, Boccaccio describió cómo se le concebía en el octavo

cuento de la tercera jornada, 263 mediante la narración del engaño de un religioso a un hombre

simple. Lo hizo a grandes rasgos, por supuesto, no con lujo de detalle como lo hiciera Dante.

Este hombre fue encerrado por un abad con fama de santo en una celda de castigo, y con

261
Ibid., Jornada III, Cuento 7, p. 301.
262
Ibid.., Jornada II, Cuento 8, p. 212.
263
Ibid., Jornada III, Cuento 8, pp. 311-322.
80

ayuda de un amigo proveniente de otras tierras, y por ende desconocido para el embaucado,

castigó a azotes al hombre durante algunos meses. El propósito era quitarle lo celoso con una

mezcla de castigo físico y con los sermones del monje que lo acompañaba. Tras el ardid, el

abad  “regresó  al  hombre  a  la  vida”.  El  énfasis  puesto  en  que  la  víctima  del  engaño  era  un 

hombre de pocas luces, desempeña un papel importante, es decir, no cualquiera hubiera creído

que había ido al purgatorio, y además retornado. Y para colmo de males, después de

semejante burla, aumentó la fama del abad por haber regresado a alguien a la vida.

Un último asunto que vale la pena señalar es que del siglo XIII data el énfasis contable

de las penas, es decir, “se medirá proporcionalmente el tiempo pasado en pecado en la tierra y

el pasado en los tormentos del purgatorio, el tiempo de los sufragios ofrecidos por los difuntos

en el proceso de purgación, y el tiempo de la aceleración de la liberación del purgatorio”.264

En otras palabras, la expiación y reparación estaban regidas por un orden de justicia, en otras

palabras, de acuerdo a la gravedad del pecado, era la penitencia.

3.2.1 ALMAS PENITENTES

En el Decamerón surge recurrentemente la figura de almas en pena a consecuencia de sus

pecados. Las apariciones se interpretaban como la reafirmación de la existencia posterior a la

muerte, ya que sus protagonistas volvían con la intención de prevenir a los vivos lo que les

esperaba en el más allá;265 también existía la creencia de espíritus atados a este plano. En el

siguiente pasaje un fantasma informó a un muchacho de su situación:

Desesperado, me maté con esta espada que en mi mano miras; desde entonces condenado
estoy a las penas eternas. Poco tiempo después, esta hembra, que mucho se había alegrado con
mi muerte, murió también por el pecado de su crueldad y la alegría que le daban mis
tormentos; y en vista de que ningún arrepentimiento tuvo de tal pecado creyendo que éste era

264
J. Le Goff, El nacimiento del purgatorio, op. cit., p. 262.
265
El Decamerón, op. cit., Jornada VII, Cuento 10, pp. 638-641.
81

más bien mérito, fue y está igualmente condenada a las penas del infierno. Y en cuanto hubo
bajado al infierno, se nos impuso como castigo, a ella huir delante de mí, y a mí, que tanto la
amaba en otro tiempo, ir detrás de ella, no como amante, sino como enemigo mortal. Y todas
las veces que la alcanzo, otras tantas la mato con la espada con que yo me di la muerte; le abro
el costado y le arranco el corazón duro y frío, en el cual nunca pudieron entrar ni el amor ni la
piedad; y junto con las otras entrañas, como ahora mismo podrás verlo, se lo doy como pasto a
los mastines. 266

El sufrimiento de ambos espíritus se repetiría a perpetuidad. El castigo, tal cual como

fue descrito por el espectro, se reiteraba cada semana, pero además, les ocurrían penurias

adicionales en cada lugar en el que ella hizo o pensó maldades hacia el joven. El infierno no

era suficiente para expiar el daño hecho por los jóvenes. En este pasaje además, reaparece la

información sobre lo imperdonable del suicidio.

De acuerdo a Boccaccio, también había almas que regresaban momentáneamente, por

el deseo de transmitir algo a sus seres queridos. De manera similar a la aparición en sueños

que ha sido señalada, pero materializándose durante la vigilia.

De este modo lo expresó el autor, en un relato sobre dos amigos que tenían un trato,

consistente en que el primero que muriera debía volver a contarle al otro cómo era el más allá:

“Al tercer día de haber muerto (tal vez por no haberle sido posible hacerlo antes), se apareció

en  el  cuarto  de  Meuccio,  que  dormía  profundamente.”267 Según la historia, el fantasma le

informó a su amigo los detalles que sabía sobre penas y pecados, y antes de despedirse,

acordaron de que el vivo mandaría “decir misas y rosarios y dar limosnas para el sufragio de

las almas, porque estas cosas ayudan mucho en el más allá.” 268

De nueva cuenta se apuntó en el Decamerón, la importancia de la oración y de la

contribución pecuniaria de los fieles para salvar las almas de los fallecidos y disminuir sus

penas.

266
Ibid., Jornada V, Cuento 8, p. 498.
267
Ibid., Jornada VII, Cuento 10, p. 640.
268
Idem.
82

3.3 ACTIVIDADES DEVOCIONALES

Claramente la religiosidad era una cuestión cotidiana. Aunque algunos días tenían mayor

relevancia que los demás en cuestiones litúrgicas. En ese sentido, los viernes y los sábados,

por ejemplo, debían dedicarse a asuntos piadosos. Inclusive los protagonistas de la huída a la

campiña suspendieron sus sesiones narrativas los fines de semana:

Mañana será viernes y pasado mañana sábado, días que resultan tediosos para algunos a causa
de los ayunos. El viernes es día de guardar porque en dicho día murió por nosotros nuestro
Salvador, por lo cual estimo conveniente que no lo dediquemos a los cuentos sino a la oración;
el sábado es el día en que las mujeres acostumbran lavarse la cabeza y quitarse de encima el
polvo y toda la mugre acumulada en la semana; en dicho día también acostumbran reverenciar
a la Virgen Madre de Dios, ayunar, y dejar toda clase de trabajos para honrar el domingo
venidero. 269

Asimismo se sabe que los domingos había misas y en definitiva se trataba de un día de

relajación: “Porque hasta el mismo Dios descansó de todas sus fatigas el séptimo día, como lo 

quieren las leyes sagradas y las civiles, las cuales considerando la honra debida a Dios y el

bien común, distinguen muy bien entre los días de trabajo y los días de descanso.”270

La mención de los domingos destinados a reposar de las actividades diarias aparece

tanto en los cuentos como en la narración estructural sobre los miembros de la brigata. Éstos

descansaban los domingos, como se aprecia en la cita de las líneas anteriores, No obstante, al

buscar la mención al otro domingo que pasaron en el campo, salió a relucir una asunto

curioso, y es que los jovenes acudieron a misa el segundo domingo (jornada VIII) de su

estancia campestre, sin embargo, el primero (jornada III) o no asistieron o Boccaccio se

olvidó de escribirlo; aun cuando la introducción correspondiente es una de las más largas del

269
Ibid., Jornada II, Conclusión, pp. 237-238.
270
Ibid., Jornada VII, Cuento 5, pp. 596-597.
83

libro, ya que en ella se describió con detenimiento una villa vecina, a la que los protagonistas

decidieron viajar para pasar ese día, a no más de dos mil pasos de distancia de su refugio. 271

Sobre el día que sí acudieron a misa, es decir el segundo domingo Boccaccio

especificó:  “cerca  de  la  hora  de  tercia  hallaron  una  iglesita  cercana  y  en  ella  asistieron al

divino oficio” 272 es decir, alrededor de las 9 de la mañana aproximadamente.273

Paralelamente a la rutina cotidiana había otros elementos fundamentales de culto,

como las procesiones y peregrinaciones, que no podían realizarse con la misma habitualidad

debido a su magnitud.

En párrafos previos se ha destacado la importancia que los florentinos concedían a las

procesiones y cómo recurrieron a ellas en un desesperado intento de detener el empuje de la

peste. Las marchas a Tierra Santa eran comunes por diversas causas. En el noveno cuento de

la novena jornada, Boccaccio presentó la historia de dos hombres que se dirigían a Jerusalén

en busca de consejo.274 Al volver ambos eran más sabios. La transformación de estos

personajes insinúa la posibilidad de hallar iluminación en este tipo de periplos.

Por otro lado, la práctica de la confesión era muy valorada por la Iglesia, sobre todo

tratándose de la de un moribundo, puesto que el arrepentimiento ofrecía una posibilidad de

perdón para no terminar en el infierno. No obstante, Boccaccio retrató a un hombre que le

restó total importancia a esta usanza. Así se retrata en la historia de Ciappelletto, quien como

última prueba de su maldad, engañó al fraile que lo confesaba en su lecho de muerte,

contándole tantas mentiras que, como se recordará, fue declarado santo.275

271
Ibid., Jornada III, Introducción, pp. 243-245.
272
Para esta referencia utilicé la edición de editorial Vergara, puesto que en la de la UNAM, por lo que presumo
fue un error tipográfico, no aparece la referencia a la hora tercia. G. Boccaccio, Decamerón, op. cit. Jornada
VIII, Introducción, p. 757.
273
Vid. Umberto Eco, El nombre de la rosa, México, Editorial Lumen-Representaciones Editoriales S.A., 1985,
p. 15.
274
G. Boccaccio, El Decamerón, op. cit., Jornada IX, Cuento 9, pp. 795-800.
275
Ibid., Jornada I, Cuento 1, pp. 61-75.
84

Cabría la aclaración de que no fue Boccaccio quien sustrajo el valor a este deber, sino,

más bien aquellos hombres y mujeres, que como Ciappelletto, mentían a los frailes en sus

confidencias.

En otro cuento, Boccaccio relató la historia de una joven que contaba mentiras a su

confesor, para usarlo como su mensajero de amor, sin que él se percatara de lo que ocurría.276

La  mera  descripción  del  contenido  de  la  historia  lo  dice  todo:  “Bajo  secreto  de  confesión y

simulando purísima conciencia, una mujer enamorada de un joven induce a un célebre

religioso,  sin  que  éste  se  dé  cuenta,  a  procurarle  el  medio  de  satisfacer  sus  deseos.” 277 Este

clérigo destaca por su ingenuidad, de los que en general presentaba Boccaccio, pero el punto

principal es señalar el poco valor que algunos individuos daban al acto de la confesión.

Además, hay que reiterar la presencia en el Decamerón de las versiones masculina y femenina

de este tipo de farsante.

Sobre la confesión, el Decamerón informa otras características, por ejemplo, que se

acostumbraba realizar en ciertas fechas solemnes, como la Navidad, así, el autor relata que

una mujer que vivía prácticamente recluida en su hogar, debió pedir permiso especial a su

marido para poder “confesarse y comulgar como todos los cristianos.” 278 En este orden de

ideas, vale la pena recordar que en 1215, el cuarto Concilio de Letrán determinó la

obligatoriedad de la confesión auricular, es decir de boca a oreja, por lo menos una vez al año

para todos los cristianos en edad adulta. 279

276
Ibid., Jornada III, Cuento 3, pp. 261-270.
277
Ibid., Jornada III, Cuento 3, p. 261.
278
Ibid., Jornada VII, Cuento 5, p. 598.
279
J. Le Goff, El nacimiento del purgatorio, op. cit., p. 248.
85

3.4 LOS RELIGIOSOS

El Decamerón, como texto edificante, presenta dos figuras clericales: la correspondiente a un

ideal a seguir y la que debería ser erradicada, ambas de acuerdo al criterio de Boccaccio. 280

Ciertamente, Boccaccio no formuló estas categorías de manera explícita, pero podemos inferir

a quién admiraba y a quién despreciaba por la forma en que hizo referencia a determinadas

conductas, loables o reprochables según el tono de la narración. Ya que es posible rastrear

juicios de valor en el Decamerón, la cuestión consiste meramente en dilucidar las

características propias de cada tipo de eclesiástico.

Dentro  de  su obra  aludió  en  varias  ocasiones  a  que  era  de  conocimiento  popular  “la 

viciosa y sucia vida de los clérigos.”281 Afirmaciones de esa clase, como se ha señalado, eran

recurrentes, se trataba de una cuestión de dominio público, por lo que se comprende

parcialmente el porqué de la popularidad del Decamerón y no su inmediata satanización.

En contraposición a los religiosos descarriados, Boccaccio presentó la figura del

eclesiástico perfecto, que en su opinión sería aquel capaz de despojarse de su riqueza y

comodidades, tal como hiciera San Francisco: curiosamente presentó este ideal de alejamiento

de lo material, hablando de un hombre que después de enviudar decidió abandonar el mundo

junto con su hijo, es decir no se trataba de un religioso, sino de un laico:

[...] pero al servicio de Dios. Por lo cual, después de regalar todos sus bienes a los
menesterosos, subió sin demora al Monte Senario, donde comenzó a vivir con su hijo en una
cueva; y allí, viviendo de limosnas, ayunos y oraciones, evitaba hablarle a su hijo de las cosas
mundanas, a fin de que éstas no pudieran alejarlo de tal servicio. Sólo le hablaba de la gracia
de Dios, de los santos y de la vida eterna, sin enseñarle otra cosa que las oraciones. Y en esta
clase de vida muchos años lo mantuvo, sin dejarlo salir de la cueva y evitando que viera a
nadie más.282

280
Esta clase de oposición entre miembros del clero virtuosos y pecadores puede apreciarse también en El libro
de buen amor. Juan Ruiz, op. cit.
281
G. Boccaccio, El Decamerón, op. cit., Jornada I, Cuento 7, p. 95.
282
Ibid., Jornada IV, Introducción, p. 349.
86

En realidad el propósito de Boccaccio con esta anécdota era doble; la de demostrar

que,  aun  alguien  educado  sin  “malas  influencias”  sufría la misma vulnerabilidad con

influencias de esta especie. No hay que pensar sólo en las cuestiones materiales, sino también,

y quizá principalmente, en las tentaciones de la carne, que como ha sido señalado

reiteradamente, el autor consideraba inherentes al hombre y la mujer. 283

Y en segundo lugar, lo que interesa más del fragmento para los fines de este trabajo es

la visión idealizada, expuesta por Boccaccio, sobre el abandono del mundo y lo que se

consideraba una formación pura.

Asimismo, en otra narración dilucidó el ideal piadoso femenino, que como puede

apreciarse, se parece bastante al masculino:

[...] una vieja, una especie de Santa Verdiana, la que alimentaba serpientes en su casa. Dicha
vieja, siempre con el rosario en la mano, andaba en pos de indulgencias y nunca hablaba de
otra [cosa] que de la vida de los santos y de las llagas de San Francisco, y era considerada por
casi todos como santa.284

Como en otras ocasiones, Boccaccio no discriminó por género, gracias a lo cual ha

sido posible percibir sus nociones sobre actividades y actitudes en ambos sexos. A fin de

cuentas, la mujer de la historia no era tan santa como aparentaba, empero, lo que importa es

cómo su imagen pública convencía a los que la circundaban.

El concepto del abandono de lo temporal era más acusado en los eremitas, que

radicalmente se apartaban de todo; de acuerdo con Boccaccio, los que más sirven a Dios son

“los que más se alejaban de las cosas del mundo, como lo hacían los que vivían retirados en

los soledosos desiertos de la Tebaida.” 285

283
Uno de los aspectos que designa el concepto “pecado original” es precisamente esta debilidad humana. Vid. I.
Hunt, C. J. Peter y K. McMahon, "Original Sin", en New Catholic Encyclopedia, Vol. 10, Detroit, Gale, 2003,
pp. 664-672.
284
Ibid., Jornada V, Cuento 10, p. 511.
285
Ibid., Jornada III, Cuento 10, p. 335.
87

De vuelta al tema de la idealización del eclesiástico perfecto, en el Decamerón se

pueden hallar casos de religiosos que de verdad eran virtuosos, ciertamente eran la minoría y

por ello eran excepcionales. Elisa los describió de la siguiente manera:

Los clérigos son mucho más avaros que las mujeres y enemigos mortales de la generosidad.
[...] sabemos bien que los clérigos, pese a predicar la paciencia y recomendar el perdón de las
ofensas, se arrojan a la venganza con más rencor que los demás hombres. La historia que voy
a contaros trata de un magnífico clérigo. 286

Aunque Boccaccio reconocía a los buenos religiosos, la imagen predominante en su

obra es la de los miembros descarriados del entramado clerical.

3.4.1 ALTA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA

El Decamerón informa de la intervención que ciertos papas tenían en política. El caso

específico es el del papa Bonifacio VII287 y su mediación entre güelfos negros y blancos.

Seguramente el autor estaba al tanto de su actividad política por lo reciente de su pontificado.

Boccaccio también mencionó al papa Bonifacio para enfatizar su enorme poder. Al

mismo tiempo reconoció su generosidad y rectitud, pues a petición de un abad de Cluny de

identidad desconocida, que solicitaba el favor para un hombre caído en desgracia que lo había

ayudado,  el  Papa  “pudo  reconocer  en  él  a  un  hombre  de  gran  valía,  no  sólo  le  concedió  su 

perdón, sino que lo nombró caballero de los Hospitalarios y le dio un gran priorato de esa

orden.”288

Entre las prerrogativas papales, además de otorgar esa clase de cargos, estaba la

facultad de decidir la legitimidad de los matrimonios, obviamente en los casos de personas de

gran alcurnia, como los hijos de reyes y los propios monarcas. Como sucedió en el relato de la

286
Ibid., Jornada X, Cuento 2, p. 817.
287
Bonifacio VIII fue pontífice de 1294 a 1303. Vid. E. Mitre Fernández, Iglesia, herejía y vida política en la
Europa medieval, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 2007, p. 205.
288
G. Boccaccio, El Decamerón, op. cit., Jornada X, Cuento 2, p. 822.
88

princesa de Inglaterra, disfrazada de abad, que buscaba una dispensa para que su padre no la

casara con el anciano rey de Escocia. 289

Un elemento muy interesante es la representación de Roma como lugar de perdición.

En otro cuento, un mercader europeo intentaba convencer a su amigo judío, de nombre

Abraham, de que se convirtiera al cristianismo, ya que lo apreciaba de verdad y no quería que

su alma se perdiera por tener la religión equivocada. El judío le dijo a su amigo, que antes de

hacer tal cosa debería ir a Roma a ver por sí mismo al vicario de Dios en la tierra, lo que en

lugar  de  generar  alegría  en  el  cristiano  lo  hace  pensar  que  “si  [su  amigo]  va  a  la  corte de

Roma y ve la corrupta y malvada vida de los clérigos, no sólo no se convertirá al cristianismo,

sino  que,  siendo  cristiano,  abrazaría  al  punto  la  fe  judaica.” 290 La descripción de lo

atestiguado por el judío es todavía más significativa:

Comenzó a observar las costumbres del Papa, de los cardenales, de los demás prelados y de
todos los cortesanos. [...] vio que desde el mayor hasta el menor de todos allí, generalmente,
pecaban de lujuria con enorme deshonestidad, y no sólo en la manera natural, sino también en
la sodomita, sin freno alguno de remordimiento o de vergüenza, y hasta tal punto, que ningún
puesto se conseguía allí sin la poderosa influencia de las meretrices y los efebos. Además de
eso, todos eran glotones, borrachos y más servidores de su propio vientre y de la lujuria que de
cualquier otra cosa, como si fueran bestias brutas. Y más adelante, vio también que eran tan
avaros y codiciosos que eran capaces de traficar con la sangre humana y con los beneficios
divinos, y que vendían y compraban indulgencias como si fueran simples objetos comerciales
[...]  A  esa  desvergonzada  simonía  llamábanla  “procuraduría”,  y  a  la  gula  “sustentamiento”, 
como si Dios prescindiendo del significado de las palabras [...] se dejara engañar por los
nombres de tales cosas.291

No obstante,la figura de algunos jerarcas religiosos aún generaba respeto en ciertos

sectores sociales, es así que la princesa que debía viajar de incógnito en búsqueda del Papa, lo

hizo disfrazada de abad para mantenerse a salvo, iba resguardada por un par de monjes y con

289
Ibid., Jornada II, Cuento 3, pp. 130-139.
290
Ibid., Jornada I, Cuento 2, p. 77.
291
Ibid., Jornada I, Cuento 2, pp. 78-79.
89

una pequeña comitiva. 292 Por supuesto, la elección de un disfraz masculino tiene relevancia, si

no, simplemente se hubiera disfrazado de abadesa; así que probablemente no sólo buscaba el

amparo de la Iglesia; quizá las abadesas no tenían la misma movilidad que los abades, lo que

facilitaría que fuese descubierta. De cualquier modo el resultado fue el esperado, ir

caracterizada como abad la mantuvo a salvo.

Entonces, la cuestión del respeto hacia los representantes de la alta jerarquía

eclesiástica no era universal, variaba regionalmente y por tipos de gente. En este contexto, el

líder de un grupo de sieneses renegados por Roma, debido a cuestiones meramente políticas,

manifestó  al  mismísimo  abad  de  Cluny  que  no  los  atemorizaba:  “habéis llegado a un lugar

donde sólo le tememos a Dios, y donde las excomuniones y los interdictos carecen de todo

valor”.293 Claramente, la Santa Sede solía valerse de dichas herramientas para someter a quien

se opusiera a sus intereses o a sus aliados.

Además del poder político, los altos funcionarios de la Iglesia tenían poderío

económico. Boccaccio aprovechó una narración, dentro de otra, para retratar la imagen que la

gente tenía del abad de Cluny “de quien suele decirse que es el más rico prelado de la Iglesia

de Dios, exceptuado el Papa.”294 En otro cuento, se reafirma la idea de que “el abad de Cluny 

[...] era uno de los más ricos prelados del mundo [...]”295

Parece ser una figura emblemática y contradictoria la del abad de Cluny, pues se ha

visto que Boccaccio se sirvió de él en varias ocasiones para simbolizar a la alta clerecía. En

momentos reconoce sus virtudes morales, sin embargo, no se olvida de su posición

económica.

292
Ibid., Jornada II, Cuento 3, pp. 130-139.
293
Ibid., Jornada X, Cuento 2, p. 818.
294
Ibid., Jornada I, Cuento 7, p. 97.
295
Ibid., Jornada X, Cuento 2, p. 818.
90

3.4.2 MONJES Y ÓRDENES MENDICANTES

En el Decamerón el catálogo de religiosos con comportamiento indebido es muy amplio.

Curas y frailes se valían de cualquier artimaña para seducir mujeres, incluso convenciéndolas

de que se hacía un favor a Dios al ceder a sus deseos. Para ejemplificar esto, nada mejor que

la historia de un fraile de muy dudosa reputación en su lugar de origen, que decidió mudarse a

Venecia para seguir con sus pillerías impunemente, donde nadie lo conociera; se hacía llamar

fray Alberto y convenció a una mujer en extremo vanidosa de que el ángel Gabriel se había

enamorado de ella, por lo que únicamente debió presentarse en casa de la mujer por la noche,

disfrazado, para que ésta cayera redonda en la trampa. 296

Los cuentos sobre engaños de religiosos a laicos aparecen recurrentemente, pero hay

uno que destaca por la forma en que se realizó el ardid y el hecho de que la mentira fuese

aceptada  por  el  defraudado.  Se  trataba  de  un  clérigo  comerciante  y  “hechicero”. 297

Precisamente la parte de la brujería es la que contrasta con la figura del religioso, que no

tendría por qué estar haciendo magia.

El Decamerón muestra que también había religiosos que se consideraban a ellos

mismos por encima del resto de los hombres. A lo largo de este capítulo se ha señalado que

los eclesiásticos abusaban constantemente de su posición para lograr satisfacer sus deseos. Sin

embargo, hay un cuento en el que un religioso fue timado a consecuencia de su vanagloria,

este ejemplo es excepcional, ya que usualmente los laicos eran las víctimas y no los

victimarios de los engaños:  “Quiero  contaros  una  burla  hecha  realmente  por  una  hermosa 

dama a un célebre religioso; una burla placentera a todo secular, porque los religiosos, con sus

costumbres nuevas, con su creencia de que valen más y saben más que los otros, a la postre

296
Ibid., Jornada IV, Cuento 2, pp. 366-376.
297
Ibid., Jornada IX, Cuento 10, pp. 801-805.
91

resultan  ser  unos  reverendos  tontos”.298 Esta declaración denota algo más: la molestia

generalizada ante la actitud prepotente de algunos eclesiásticos.

Por otro lado, la doble moral y el cinismo se manifestaron en la narración de Dioneo

sobre un monasterio famoso por su santidad,  en  el  que  “un  monje,  que  cometió  un  pecado 

merecedor de muy severo castigo, escapa a éste al reprender hábilmente al abad por haber

hecho lo mismo.”299 Esto significa que las faltas se cometían en todos los niveles jerárquicos.

Por supuesto no podían faltar en el muestrario las monjas y abadesas con vida sexual.

Hay un cuento en el que ocurre algo similar al ejemplo precedente. Incluso se repite la

fórmula del relato:  “existió  en  Lombardía  un  monasterio  muy  famoso  por  la  devoción  y 

severidad de su regla, en el cual entre otras monjas, había una joven de sangre noble y de

extraordinaria hermosura, llamada Isabetta.”300 Esta monja se enamoró de un joven con el que

logró tener varios encuentros al interior de monasterio. Al intentar la madre superiora

capturarla infraganti, salió aprisa de su celda, con los calzones de un sacerdote en la cabeza.

Tras la vergüenza de ser descubierta, terminó dando permiso a todas las monjas de que

hicieran lo que les placiera. La diferencia con el cuento anterior, es que en este relato la doble

moral se intercambio por un absoluto cinismo.

Existe otro asunto relacionado con las monjas promiscuas, se trata de la discreción con

que  en  una  narración  se  manejaron  sus  embarazos  y  el  nacimiento  de  sus  “monjecitos”.

Además muestra que la lujuria no distingue estamentos. Ciertamente era éste un relato chusco,

en el que un hombre llamado Masetto, haciéndose pasar por mudo, fue aceptado en un

convento de monjas como jardinero, Masetto terminó enredado con todas las monjas,

298
Ibid., Jornada III, Cuento 3, p. 261.
299
Ibid., Jornada I, Cuento 4, p. 84.
300
Ibid., Jornada IX, Cuento 2, p. 759.
92

incluyendo a la abadesa. Por diversas circunstancias se quedó en el convento hasta envejecer,

de este modo fue que tuvo muchos hijos, conjuntamente a las monjas. 301

Según Boccaccio, los ministros de la fe no sólo pecaban de lujuria, al mismo tiempo se

daban una vida llena de lujos, es así, que se hacían enterrar con sus riquezas, lo que lleva

obligadamente a revisar a otro cuento, en que unos clérigos avariciosos, enterados de un

entierro fastuoso, intentaron saquear la tumba para enriquecerse ellos mismos. 302

Giovanni Boccaccio se lamentaba de la pérdida de dirección de los religiosos.

Inclusive puso en boca de un fraile lo que le disgustaba:

En otros tiempos, los frailes eran unos hombres muy buenos, prudentes y santos; los actuales,
de frailes sólo tienen el hábito, y muchos de ellos ni siquiera eso. Mientras los antiguos se
impusieron la pobreza y la demostraban usando toscos sayales, y mostraron su espíritu que
despreciaba las cosas temporales al cubrir su cuerpo con tan vil indumento, los de hoy usan
holgados ropajes de brillantes y finísimos paños, en formas tan elegantes y estrambóticas, que
con ellos se pavonean en las iglesias y las plazas […]303

Hay dos aspectos en relación con este párrafo que vale la pena resaltar. El primero es

la indiscutible denuncia acerca de la decadencia en las prácticas de los hermanos y su gusto

por la riqueza y el lujo.

El segundo es de una naturaleza totalmente distinta, puesto que tiene que ver con

Boccaccio y sus recursos narrativos. Tal como se ha venido señalando, se valía de sus

personajes para transmitir lo que pensaba acerca de algún asunto. Si bien, nuevamente se trata

de una acusación muy grave, la realizó resguardado por sus personajes, como si la molestia e

irritación fueran de ellos. De tal modo podía deslindarse, en cierta medida, de dichas

afirmaciones y aminorar un poco el peso de sus señalamientos.

301
Ibid., Jornada III, Cuento 1, pp. 248-254.
302
Ibid., Jornada II, Cuento 5, pp. 146-159.
303
Ibid., Jornada III, Cuento 7, p. 299.
93

Ahora bien, Boccaccio hizo alusión a frailes de distintas órdenes, pero al parecer los

que más le atraían e interesaban eran los franciscanos. Como ya ha sido mencionado, estaba al

corriente del principio básico de renunciar a la riqueza para dedicar la vida al servicio de

Dios.304 Y en este tenor comunicó cómo, poco a poco, los miembros que ingresaban a dichas

comunidades, en principio con las mejores intenciones y toda la vocación, terminaban

corrompiéndose también: “mientras  los  antiguos  frailes  procuraban  la  salvación  de  los 

hombres, los de hoy procuran tener mujeres y riquezas”.305

El disgusto iba más allá de percibir lo corrupto del clero, era también la irritación ante

la simulación de que los monjes cubrían sus deberes monásticos, cuando a todas luces era

evidente que no lo hacían. Boccaccio presentó otro caso, muy significativo por tratarse de un

fraile miembro de la Inquisición, institución precursora del Tribunal del Santo Oficio, además

de ser franciscano:

Vivía en nuestra ciudad un fraile menor que era inquisidor de las heréticas maldades; el cual,
como lo hacen todos, se las ingeniaba muy bien para parecer santo y tierno amante de la fe
cristiana, y no menos buen investigador de quienes cometían alguna falta en contra de la fe,
sobre todo si éstos tenían las bolsas repletas de dinero. 306

Con todo, Boccaccio no señalaba únicamente errores, también era capaz de reconocer

virtudes donde las encontraba, en la introducción del Decamerón, reconoció la presencia de

los religiosos:

[...] cuyo  número  es  ya  muy  escaso”, 307 que no huyeron de la ciudad o murieron durante la
peste. Los pocos que permanecieron en la ciudad, aun arriesgando su vida, apenas se daban
abasto para los oficios fúnebres, ocurrió “muy a menudo […] [que] yendo dos sacerdotes, con 

304
Probablemente Boccaccio estaba más al tanto de los franciscanos que de otros frailes, debido a que esta orden
surgió en Florencia.
305
G. Boccaccio, El Decamerón, op. cit.,Jornada III, Cuento 7, p. 299.
306
Ibid., Jornada I, Cuento 6, p. 91.
307
Ibid., Jornada I, Introducción, p. 51.
94

una cruz, acompañando a un difunto, se les sumaran tres o cuatro féretros […] y de tal modo, 


en lugar de acompañar a un muerto, acompañaban seis u ocho, o aun más, por viaje”. 308

Se ha tratado el caso de los frailes y los clérigos que resistieron la enfermedad. Pero no

se ha abordado el caso de las religiosas. Al hablar de las monjas que sobrevivieron a la

epidemia, Boccaccio, a través de Pampinea contó:  “[…]  las  recluidas  en  los  monasterios 

pónense a pensar que les conviene a ellas lo que hacen las demás, y rota ya la obediencia a las

leyes, entréganse a los placeres carnales  y  se  tornan  lascivas  y  disolutas”. 309 Su parecer es

muy claro, y nuevamente lo enuncia por medio de uno de sus personajes, curiosamente uno

femenino. Cabe destacar que en el caso de las religiosas, no mencionó ningún aspecto

rescatable, como si hizo en varias oportunidades con los religiosos.

Estos son sólo algunos ejemplos, en el Decamerón abundan las historias de monjes,

clérigos y frailes ladrones, avaros, fraudulentos, lujuriosos y un largo etcétera. El retrato de

esta clase de personajes denota la decadencia de los miembros de la Iglesia, presenciada de

manera cotidiana tanto por Boccaccio como por sus contemporáneos.

3.5 NECESIDAD DE REFORMA

El desarrollo de la Iglesia ha ocurrido en dos planos paralelos, pero a velocidades disímiles.

Por un lado está el camino de la lenta absorción y modificación de ciertas creencias o

costumbres, que se ha efectuado en el ánimo de no perder o de adquirir más adeptos. La otra

vía es la de la implementación de reformas ante situaciones alarmantes. En ese sentido, hay

que reconocer que la necesidad y la intención de cambiar han estado presentes en muchas

ocasiones a lo largo de la historia, sin embargo, el alcance reformista no ha sido suficiente

para lograr giros significativos.

308
Ibid., Jornada I, Introducción, p. 47.
309
Ibid., Jornada I, Introducción, p. 52.
95

Giovanni Boccaccio estaba plenamente consciente de lo que ocurría en y con la Iglesia

de su tiempo. Sin embargo, no se atrevió a sugerir explícitamente una reforma. Lo que sí hizo,

fue apuntalar las fallas que percibía.

Y eso fue precisamente lo que realizó al narrar la historia de la visita del judío

Abraham a Roma, bosquejada en líneas previas. Boccaccio por medio de Abraham describió

profusamente la decadencia de Roma.

No se trataba de señalamientos menores, los pecados cometidos por la alta jerarquía

eclesiástica eran numerosos, pero este comportamiento no era privativo de los habitantes de la

Santa Sede. En ese sentido, destaca el caso del inquisidor franciscano, que aun perteneciendo

a una orden consagrada a la pobreza, adolecía de los mismos males, iniciando procesos contra

personas de buena posición económica para obtener de ellos la mayor riqueza posible, sin

importarle en realidad si los indiciados eran herejes, pecadores o inocentes.310

Al margen de las denuncias de Boccaccio, es evidente que a través del Decamerón

también se pueden desentrañar factores de su propia religiosidad, como la importancia que

concedía a la mediación de los santos, del mismo modo que el apoyo de los vivos a los

pecadores en el más allá. Y en el eje de toda mediación, la Iglesia tenía el papel central y

dominante, pues es quien acercaba a los fieles con las reliquias de los santos, y se hacía cargo

de oficiar las misas por las almas de los muertos, entre otras acciones.

No hay que olvidar que Boccaccio respondía a ciertos cánones y estilos. Tenía

costumbres y nociones similares a las de sus contemporáneos. Sobre su ideología, vinculada a

su carácter de mercader, destaca la creencia en un santo como San Julián, así como su visión

del purgatorio más parecida a la de Dante que a la propuesta por la propia Iglesia.

310
Ibid., Jornada I, Cuento 6, pp. 91-94.
96

CONCLUSIONES

Al iniciar este trabajo, uno de mis objetivos era averiguar, por medio del Decamerón, de qué

modo eran percibidos el clero y la ritualidad en Florencia a mediados del siglo XIV, sin

perder de vista que Boccaccio representaba a un grupo concreto de la sociedad de su tiempo.

Por tanto se puede concluir que el Decamerón retrata los valores de un autor

característico de su entorno. Boccaccio nació en medio de una crisis europea, pero en una

región relativamente a salvo de sus afectaciones. Fue criado en el ambiente urbano y

mercantil de Florencia, en un ambiente de solidaridad gremial y comunal, a pesar de las

diferencias políticas. Aunado a esto, se formó con grandes pensadores de su época.

Es claro que la Iglesia de su época requería reformar ciertas prácticas, pero este

proceso no era novedoso, ya había ocurrido en diversas ocasiones siglos antes, y seguiría

ocurriendo después del siglo XIV. Boccaccio presenció y dejó testimonio acerca de aspectos

de corrupción entre algunos representantes del clero.

Por otro lado, la Peste Negra merece mención aparte ya que se trata del marco

inmediato y específico de surgimiento del Decamerón, como se ha señalado hasta la saciedad.

Esta enfermedad tuvo repercusiones en todos los sectores sociales y económicos de Florencia

sin distinción

En ese sentido hay que señalar que en ningún momento dejé de considerar que se

trataba de la revisión de una obra literaria y no historiográfica. Es decir, aunque en el

Decamerón se haya hecho mención de personajes o lugares reales, no fue escrito para fijar

acontecimientos “dignos de ser recordados”, sino para entretener a un público específico, que

en este caso, era el femenino urbano.


97

La elección del Decamerón como fuente en este tema se debe, en gran medida, a que

Giovanni Boccaccio fue testigo de a crisis de la institución eclesiástica, y que su señalamiento

velado o no se unió al resto de voces que demandaban nuevas reformas.

Además, considero que los excesos dentro de la Iglesia, narrados por Boccaccio, son

una expresión de la inconformidad existente en diversos sectores sociales ante la institución

eclesiástica

Por otro lado, la cualidad edificante de un texto como el Decamerón, que presenta un

modelo de religioso ideal, fundamentado en un pasado idealizado principalmente, lo convierte

en un referente singular acerca de las opiniones sobre el clero de Florencia en el siglo XIV.

No obstante, sí me parece que las constantes menciones de personajes y lugares

implican un intento de apego histórico por parte del autor. Es probable que esta tendencia de

Boccaccio fuera realizada de manera inconsciente, y se puede agregar que si el texto careciera

de esta clase de alusiones, igualmente brindanría luz acerca de la perspectiva de Boccaccio.

Parece contradictorio, pero no lo es. El Decamerón es un conjunto de cuentos, en el que

pueden percibirse muchas facetas de la realidad bajomedieval, tanto ideológicas como

cotidianas.

Ahora es más claro que nunca, por qué al realizar el estudio de una obra no puede

deslindarse de la vida de su creador, así como tampoco puede dejarse de lado el contexto en

que fue escrita. En el caso particular de Boccaccio el mundo mercantil y cortesano en que se

formó, así como los cambios sociales a raíz de la Peste Negra, enmarcan la creación del

Decamerón, que a su vez refleja una imagen de dicho entorno.

Asimismo, considero que conocer la trayectoria del escrito, posterior a la vida de

Boccaccio, es decir, su permanencia en circulación, fue de primera importancia para efectos


98

de este trabajo. El hecho de su prohibición y censura por la Iglesia fue fundamental, como

también lo es el hecho de su accesibilidad hoy día.

Sobre la labor efectuada en el presente trabajo, quisiera recalcar que debido a la

vastedad de elementos representados en la obra, únicamente realicé el análisis de aspectos

concretos sobre religiosidad apuntados en el Decamerón; una revisión de todos y cada uno de

los temas que pueden extraerse de la obra sería el trabajo de una vida. La forma en que llevé a

cabo esta investigación, fue situando lo dicho por Boccaccio en el Decamerón dentro del

contexto bajomedieval en que surgió.

Es notable que el autor del Decamerón haya suministrado en su obra una gran

variedad de descripciones de distintos tipos sociales. Para los fines de este estudio destacan

los monjes, frailes y abadesas que no eran precisamente un manojo de virtudes. Sin embargo,

la información no se queda ahí, ya que también permite un acercamiento a la vida y la forma

que los laicos tenían de relacionarse con la religión. Es interesante que Boccaccio no haya

retratado sólo a ricos comerciantes, también intentó plasmar a sectores económicamente

bajos.

Un factor más es la religiosidad del propio Boccaccio, quien, como es fácil extraer de

su escrito, era un creyente. Hecho que se confirma con su ingreso a la Tercera Orden de

Frailes Menores algunos años después de haber escrito el Decamerón. Pero Boccaccio

también era un humanista, y eso le hizo tener una mirada crítica ante las prácticas que

consideraba erróneas entre los eclesiásticos.

Hay que recordar que la mayor parte de los señalamientos y comentarios con respecto

a cualquier asunto, no aparecieron en la obra como salidas de boca del autor, sino más bien

como si hubieran sido dichas por los actores de las diez jornadas en el campo o, en ocasiones,
99

por los personajes de alguno de los relatos. Esta herramienta narrativa, facilitó la realización

de afirmaciones sobre el clero que podían ser inconvenientes para la Iglesia.

No obstante, en el proemio, la introducción y la conclusión del autor, sí fue Boccaccio

quien declaró su opinión sobre los temas de interés en este trabajo.

De ningún modo el Decamerón fue escrito con la finalidad de atacar frontalmente a la

religión, lo que irritaba a Boccaccio era la perversión de los miembros de la Iglesia, como

quedó asentado a lo largo de todo el tercer capítulo de esta tesis.

Es por eso necesario reiterar que no puso en duda el cristianismo, sino la forma en que

sus representantes se comportaban. Boccaccio veía la necesidad de reformar el

comportamiento clerical.

Otro aspecto que resalta es que Boccaccio no era el único que se quejaba de la doble

moral al interior del entramado eclesiástico. La inconformidad provino tanto de sectores

laicos como clericales, durante el siglo XIV. De ahí, probablemente, uno de los elementos de

aceptación del Decamerón entre el público.

La prohibición y expurgación del Decamerón por la Inquisición, fueron más bien

tardías (s. XVI). Pese a lo que podría creerse, el libro no fue editado en las secciones que

criticaban al clero corrompido, las preocupaciones de los censores más bien se daban en

relación con pasajes  como  el  “cuento  de  los  tres  anillos”  que  podían provocar, y de hecho

provocaron, cuando menos en el mencionado caso de Menocchio, cuestionamientos de

carácter teológico.

Sin duda Boccaccio fue un hombre que, desde su sitio en el mundo, contó lo que vio,

lo hizo asequible para muchos, y de algún modo esperó lo mejor. En ese sentido vale la pena

enfatizar que no hay propuestas concretas sobre un cambio, sólo señalamientos críticos.
100

Ya que el autor presentó dos tipos de religiosos, el virtuoso y el pecador, me parece

pertinente señalar que el modelo ideal se encontraría más bien en un pasado idealizado, los

rasgos más valiosos aparecen en las narraciones sobre eclesiásticos de tiempos anteriores; tal

es el caso de los franciscanos originales. Los religiosos coetáneos a Boccaccio, que retrató en

el Decamerón, estaban en su mayoría, inmersos en la decadencia y la corrupción.

No hay que olvidar que Boccaccio estaba fuertemente influido por los preceptos de

San Francisco de Asís. De ahí la constante crítica a la opulencia de la Iglesia. Tal parece que

percibía más defectos que virtudes en los religiosos de su época, ya fueran hombres o

mujeres. Empero, no dejó de señalar las cualidades cuando las había.

Respondiendo al cuestionamiento, sobre de qué manera el Decamerón representa la

dialéctica entre la posición oficial de la Iglesia en materia de doctrina, liturgia y disciplina, y

las prácticas populares, me parece que el Decamerón expresó precisamente las

contradicciones entre el discurso eclesiástico y su actuar. Boccaccio era un cristiano que

convivía con cristianos que a su vez conocían sus deberes ante Dios, asimismo, fue testigo de

cómo algunos representantes de la Iglesia eran los primeros en desobedecer estos principios.

Boccaccio tenía una postura de molestia ante los religiosos promiscuos, le disgustaba

que rompieran los votos realizados, así es que era más bien la doble moral que la

concupiscencia misma lo que no soportaba, es decir, era la Iglesia quien postulaba esos

ideales de abstinencia, y eran sus miembros los primeros en no acatarlos.

Ocurría algo similar con la avaricia, y esto era de particular interés para Boccaccio,

puesto que, como se ha señalado previamente, era un admirador de San Francisco de Asís,

que encontraba la búsqueda de enriquecimiento en el ámbito clerical como algo totalmente

desdeñable.
101

Así pues, es claro que el Decamerón aporta datos muy valiosos en cuestiones tales

como ideología y costumbres, además de ser una lectura deleitosa.

Para terminar, me gustaría agregar que espero que este trabajo despierte interés y sea

de utilidad para esfuerzos posteriores de investigación, tanto para la historia religiosa en

general, que se sigue abriendo paso; como para el estudio de la religiosidad en el siglo XIV,

tanto en Florencia como en el resto de la península itálica.


102

ANEXOS

ANEXO 1. CUADRO DE EDICIONES DEL DECAMERÓN

Estas ediciones del Decamerón son accesibles en bibliotecas de la ciudad de México. En el

cuadro se incluyeron versiones en varios idiomas, dado el interés que pueden generar, y, en

cambio, se descartaron las antologías por razones de espacio. Los títulos se especificaron ya

que no hay homogeneidad en ese sentido.

TÍTULO CIUDAD EDITORIAL AÑO IDIOMA


El Decamerón México Tomo 2004 Español
El Decamerón Madrid Alba 2003 Español
El Decamerón / pról. Vittore Branca, México UNAM 2003 Español
trad. Guillermo Fernández
El Decamerón / pról. Francisco México Porrúa 2002 Español
Montes de Oca, trad. Daniel Tapia
Decamerón / trad. María Hernández Madrid Cátedra 2001 Español
Esteban
El Decamerón / pról. Francesc Lluis Barcelona Edicomunicación 2001 Español
Cardona, trad. Montserrat Oromí
El Decamerón Madrid Alba-Edivisión 1998 Español
El Decamerón Madrid Edimat 1998 Español
Decamerón / pról., trad. y notas Pilar Madrid Siruela 1991 Español
Gómez Bedate
El Decamerón / prol. Esther Benítez, Madrid Alianza 1987 Español
trad. José María Moreno, et al.
El Decamerón / trad. Jacinto León Barcelona Ediciones 29 1987 Español
Ignacio
El Decamerón / trad. Jaime Schuartz México Editores 1985 Español
Mexicanos Unidos
Decamerón / trad. y notas Martín de Barcelona Argos-Vergara 1979 Español
Riquer, ils. J.M. Serrano

El Decamerón / trad. Caridad Oriol Barcelona Bruguera 1979 Español


Serrer
El Decamerón / tr. Juan G. de Luaces Barcelona Plaza & Janes 1977 Español
El Decamerón México Editorial Lito- 1973 Español
Ediciones Olimpia
Decamerón / trad. Luis Obiols Barcelona Editorial Credsa 1972 Español
103

TÍTULO CIUDAD EDITORIAL AÑO IDIOMA


El Decamerón / trad. Juan G. de Barcelona Círculo de lectores 1972 Español
Luaces, ils. Munoa
El Decamerón Barcelona Zeus 1971 Español
El Decamerón / trad. Juan G. de Buenos Plaza & Janes 1965 Español
Luaces Aires
Il decameron / ed. Carlo Salinari Bari Laterza 1963 Italiano
Decameron. Vol. 1. Giornate 1°-2°- Novara Istituto Geografico 1962 Italiano
3°-4° / ed. R. Ceserani
Decameron. Vol. 2. Giornate 5°-6°- Novara Istituto Geografico 1962 Italiano
7°-8°-9°-10° / ed. R. Ceserani
Los cien cuentos de Boccaccio. México Editora Nacional 1961 Español
Cotejados con los mejores textos
italianos y fielmente traducidos / trad.
Luis Obiols
Decameron. Nouva edizione con Florencia Felice le Monnier 1960 Italiano
xilografie tratte dalla prima stampa
illustrata, 1492 / ed. Vittore Branca
Das Dekameron des Giovanni Berlín Aufbau 1958 Alemán
Boccaccio [1]. Erster bis fünfter tag
Das Dekameron des Giovanni Berlín Aufbau 1958 Alemán
Boccaccio [2]. Sechster bis zehnter
tag
Il decameron / ed. Giuseppe Petronio Turín Einaudi 1958 Italiano
El Decamerón / pról. Giovani Papini, Buenos El ateneo 1957 Español
trad. Luis Obiols, ils. B. Kriukov Aires
Decameron. Vol. 1/ ed. Natalino Turín U. T. E. T. 1956 Italiano
Sapegno
El Decamerón / trad. Daniel Tapia México Cía. Gral. de 1955 Español
Ediciones
Decameron. Filocolo. Ameto. Milán Riccardo Ricciardi 1952 Italiano
Fiammetta / eds. Enrico Bianchi, Editore
Carlo Salinari, Natalino Sapegno
Il decameron. Vol. 1 / ed. Giuseppe Turín Einaudi 1950 Italiano
Petronio
Il decameron. Vol. 2 / ed. Giuseppe Turín Einaudi 1950 Italiano
Petronio
The Decameron. Complete and Nueva York Garden City Books 1949 Inglés
unexpurgated with 32 pages in color /
trad. Richard Aldington, ils. Rockwell
Kent
104

TÍTULO CIUDAD EDITORIAL AÑO IDIOMA


Cuentos / pról. Salvador Novo, trad. México Colón 1947 Español
Daniel Tapia
Il decameron e antologia delle opere Florencia Wallechi 1937 Italiano
minori / pról. y notas Vincenzo
Pernicone
El Decamerone / pról. Angelo Ottolin Milán Ulrico Hoepli 1932 Italiano
Editore
The Decameron / trad. John Payne Nueva York Modern Library 1931 Inglés

The Decameron of Giovanni Nueva York Convici, Friedi 1930 Inglés


Boccaccio / trad. Richard Aldington
Decameró / pról. Carlos Riba Barcelona Barcino 1926 Catalán

Los cien cuentos de Boccaccio. Mallorca Maucci 1904 Español


Cotejados con los mejores textos
italianos y fielmente traducidos / trad.
Luis Obiols
Le décaméron / trad. y notas París H. Launette 1890 Francés
Francisque Reynard, ils. Jacques
Wagrez
Il Decameron di messer Giovanni Milán Edoardo Sonzogno 1886 Italiano
Boccaccio / eds. Pietro Fanfani, Editore
Eugenio Cameriani
Cuentos de Boccacio / trad. Ramón París Librería Española 1882 Español
García, ils. Johannot, Manteuil, Staal, de Garnier
Girardet, et al. Hermanos
Decameron Florencia Magheri 1827 Italiano
Il Decameron Roma Firmin Didot 1816 Italiano
Il Decameron Milán Giovanni Silvestri 1816 Italiano
Decameron / ed. Giulio Ferrario Milán Società Tipografica 1803 Italiano
de’ Classici Italiani

Il Decameron / ed. Francesco di Florencia s.p.i. 1762 Italiano


Amaretto Mannelli
El Decamerón / trad. Germán Gómez Valencia Prometeo s/f Español
de la Mata
Il Decamerone / pról. Adolfo Bartoli Milán Istituto Editoriale s/f Italiano
Italiano
105

ANEXO 2. OBRAS DE BOCCACCIO311

ESCRITOS LITERARIOS

x Amorosa Visione. Poema en cincuenta cantos. Escrito en torno a 1342.312

x Buccolicum carmen. Poemas pastoriles. De fecha desconocida. 313

x Caccia di Diana. Poema en dieciocho cantos breves en forma de tercetos. Elaborado en 1334

aproximadamente.314

x Carmina. Variedad de poemas. Confeccionada a lo largo de su vida. 315

x Comedia delle Ninfe. Conocida como Ninfale  d’Ameto. Conjunto de fábulas pastoriles, con

algunas partes en verso. Realizada entre 1341 y 1342.316

x Corbaccio. Breve escrito surgido tras una decepción amorosa, en 1365 aproximadamente.317

x Elegia di Constanza. Paráfrasis en verso del epitafio de Omonea. De fecha desconocida.

x Elegia di madonna Fiammetta. Novela. Escrita probablemente en el periodo 1343-1344.318

x Esposizioni sopra la Comedia di Dante. Notas y apuntes inconclusos sobre la obra maestra de

Dante Alighieri. 319

x Filocolo. Novela compuesta en cinco libros. Elaborada en 1336.320

x Filostrato. Narración en nueve partes desarrolladas en octavas. Escrita en torno a 1335.321

311
A pesar de que la mayoría de las obras de Giovanni Boccaccio se hallan en ediciones modernas, no todas son
accesibles en México. Con un asterisco (*) señalé aquellas ediciones que no pude localizar en la ciudad de
México. Su existencia puede verificarse en http://www.worldcat.org/
312
Le rime. L’Amorosa  Visione. La Caccia di Diana, ed. Vittore Branca, Bari, G. Laterza, 1939. (Scrittori
d’Italia. G. Boccaccio, opere 6, 169)
313
Opere latine minori: Buccolicum carmen carminum et epistolarum quae supersunt, scripta breviora, ed. Aldo
Francesco Massera, Bari, G. Laterza & figli, 1928. (Scrittori d’Italia. G. Boccaccio, opere 9, 111)
314
Le rime. L’Amorosa Visione. La Caccia di Diana, op. cit.
315
*Rime. Carmina. Epistole e lettere. Vite. De Canaria,ed. Vittore Branca, Milán, Mondadori, 1992. (I Classici
Mondadori. Tutte le opere di Giovanni Boccaccio. Vol. V. Tomo I)
316
L’Ameto. Lettere. Il Corbaccio, ed. Nicola Bruscoli, Bari, G. Laterza, 1940. (Scrittori d’Italia. G. Boccaccio, 
opere 5, 182)
317
L’Ameto. Lettere. Il Corbaccio,op. cit.
318
Elegia di Madonna Fiammetta, eds. Carlo Salinari y Natalino Sapegno, Turín, G. Einaudi, 1976.
319
*Esposizioni sopra la Comedia di Dante, ed. Giorgio Padoan, Milán, Mondadori, 1965. (I Classici
Mondadori. Tutte le opere di Giovanni Boccaccio. Vol. 6)
320
Il Filocolo, ed.  Salvatore  Battaglia,  Bari,  G.  Laterza,  1938.  (Scrittori  d’Italia.  G.  Boccaccio,  opere  1,  167). 
Existe versión española: Filócolo, trad. Carmen F. Blanco Valdés, Madrid, Gredos, 2004. (Clásicos medievales)
106

x Ninfale Fiesolano. Alegoría ambientada en temas campestres. Elaborada probablemente entre

1344-1346. 322

x Rimas. Conjunto de 150 composiciones, la mayoría sonetos. De fechas diversas. 323

x Teseida. Doce cantos en octavas compuestos de 9,898 versos. Escritos entre 1339-1341.324

MISCELÁNEAS

x Zibaldone Laurenziano. Textos de Dante, Petrarca y otros autores, mezclados con anotaciones

del propio Boccaccio.

x Zibaldone Magliabechiano. Notas preliminares de sus obras; copias y traducciones de autores

que le interesaban. Iniciado alrededor de 1350.

TEXTOS BIOGRÁFICOS, GEOGRÁFICOS E HISTÓRICOS

x Allegoria mitologica. Prosa que fusiona conocimientos de cristianismo y paganismo. 325

x De Canaria. Reelaboración latina de las informaciones sobre el reciente descubrimiento de las

Islas Canarias. Anotado en torno a 1342.326

x De Casibus virorum illustrium. Consideraciones históricas y moralistas en nueve libros,

organizados en un esquema épico-dramático. Iniciado en 1355, primera redacción en 1360,

retomado en 1373-1374.327

321
The Filostrato of Giovanni Boccacio, introd. y trad. Nathaniel Edward Griffin, trad. Arthur Beckwith Myrick,
Filadelfía, University of Pennsylvania, 1929.
322
Il ninfale fiesolano, ed. Aldo Francesco Massera, Turín, U. T. E. T., 1926. (Collezione di Classici Italiani,
XIII). Existe traducción al español: Las ninfas de Fiésole, trad. María Hernández Esteban, Madrid, Gredos,
1997. (Clásicos medievales)
323
Le rime. L’Amorosa Visione. La Caccia di Diana, op. cit.
324
La Teseida. Traducción castellana del siglo XV, ed., introd. y notas de Victoria Campo y Marcial Rubio
Arquez, Frankfurt-Madrid, Vervuert-Iberoamericana, 1996. (Medievalia Hispánica, 2)
325
*Elegia di Madonna Fiammetta. Corbaccio. Consolatoria a Pino de' Rossi. Bucolicum carmen. Allegoria
mitologica,ed. Vittore Branca, Milán, Mondadori, 1994. (I Classici Mondadori. Tutte le opere di Giovanni
Boccaccio. Vol. V. Tomo II)
326
*Rime. Carmina. Epistole e lettere. Vite. De Canaria, op. cit.
107

x De montibus, silvis, fontibus, lacubus, fluminibus, stagnis seu paludibus et de nominibus

maris liber. Catálogo de la cultura geográfica de la Antigüedad y la época de Boccaccio.

Iniciado entre 1355 y 1357. Terminado en 1374. 328

x De mulieribus claris. Ciento seis biografías de mujeres, tanto antiguas, como contemporáneas

a Boccaccio. Iniciado en 1361 y finalizado en 1375, tras nueve fases de redacción. 329

x Epistola consolatoria a Pino de’Rossi. Es un discurso ético. Realizado entre 1361 y 1362. 330

x Epistolas. Correspondencia que abarca gran parte de su vida. 331

x Genealogia deorum gentilium. Tratado mitológico en quince libros. Iniciado antes de 1350,

primera redacción en 1360, corregido constantemente hasta la muerte de Boccaccio. 332

x Trattarello in laude di Dante. Biografía de Dante Alighieri. De 1362 aproximadamente.333

x Vita di San Pier Damiani. Biografía del santo. Escrita en 1361.334

x Vita et moribus Francisci Petracchi. 335 Biografía de su amigo y maestro Francesco Petrarca.

327
*De casibus virorum illustrium, ed. Pier Giorgio Ricci y Vittorio Zaccaria, Milán, A. Mondadori, 1983. (I
Classici Mondadori)
328
*Libro de los montes & ríos & selvas. Traducción castellana del siglo XV del De Montibus, silvis, fontibus,
lacubus, fluminibus, stagnis seu paludibus et de diversis nominibus maris, ed. José Blanco J., Santiago de Chile, 
Universidad de Las Américas, 2008.
329
*Mujeres preclaras, ed. y trad. Violeta Díaz-Corralejo, Madrid, Cátedra, 2010. (Lecturas Universales, 420)
330
*Opere  minori:  La  Fiammetta.  L’Ameto.  Il  Corbaccio. Lettera  consolatoria  a  M.  Pino  de’  Rossi, ed.
Francesco Costero, Milán, s.p.i., 1932. (Biblioteca Classica Economica, 34)
331
L’Ameto. Lettere. Il Corbaccio, op. cit.
332
Genealogía de los dioses paganos, Madrid, Editora Nacional, 1983. (Clásicos para una biblioteca
contemporánea. Literatura, 30)
333
Trattatello in laude di Dante, introd., pról. y notas Luigi Sasso, Milán, Garzanti, 1995. (I Grandi Libri
Garzanti, 586). Existe traducción al español: Dante Alighieri, Vida nueva. Seguido de G. Boccaccio, Breve
tratado en alabanza de Dante, trads. Francisco Almela y Vives y Guillermo Fernández, próls. Francisco Montes
de Oca y Bruno Maier, México, UNAM, Coordinación de Humanidades, 2000. (Nuestros clásicos. Nueva época,
91)
334
*Rime. Carmina. Epistole e lettere. Vite. De Canaria,op. cit.
335
*Rime. Carmina. Epistole e lettere. Vite. De Canaria,op. cit.
108

ANEXO 3. MAPA DEL AVANCE DE LA PESTE NEGRA336

336
Decameron Web,  Brown  University,  Italian  Studies  Department’s  Virtual  Humanities  Lab, 
http://www.brown.edu/Departments/Italian_Studies/dweb/images/maps/decworld/plaguetraderoutes.jpg,
consultado el 18 de marzo de 2013.
109

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

FUENTES

x Boccaccio, Giovanni, Breve tratado en alabanza de Dante, en Dante Alighieri, Vida

nueva. Seguido de G. Boccaccio, Breve tratado en alabanza de Dante, trads. Francisco

Almela y Vives y Guillermo Fernández, próls. Francisco Montes de Oca y Bruno Maier,

México, UNAM, Coordinación de Humanidades, 2000, 200 p. (Nuestros clásicos. Nueva

época, 91)

x ______, Decamerón, trad., pról. y notas Francisco José Alcántara, intr. Martín de Riquer,

Barcelona, Vergara, 1962, 1074 p.

x ______, Decameron. Filocolo. Ameto. Fiammetta, eds. Enrico Bianchi, Carlo Salinari y

Natalino Sapegno, Milán, Riccardo Ricciardi Editore, 1952, XVIII-1246 p. (La Letteratura

Italiana Storia e Testi, 8)

x ______, El Decamerón, trad. Guillermo Fernández, pról. Vittore Branca, México, UNAM,

Coordinación de Humanidades, 2003, 915 p. (Nuestros clásicos. Nueva época, 94)

x Branca, Vittore, Bocacio y su Época, intr., trad. y notas Luis Pancorbo, Madrid, Alianza,

1975, 350 p. (El libro de bolsillo. Sección literatura, 585)

BIBLIOGRAFÍA

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del Libro, s/f, 384 p. (Grandes Maestros de la Literatura Clásica Universal)

x Ancilli, Ermanno (dir.), Diccionario de espiritualidad, trad. Joan Llopis, Barcelona,

Herder, 1987, 3 vols.


110

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anterior a Cosme de Médicis: Siglos XIV-XV, trad. Juan Antonio Gaya Nuño, Madrid,

Guadarrama, 1963, 520 p.

x Antonetti, Pierre, Historia de Florencia, trad. Esther Herrera, México, Fondo de Cultura

Económica, 1985, 194 p. (Breviarios, 406)

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Diccionario razonado del Occidente medieval, Madrid, Akal, 2003, pp. 349-363.

x Aurell, Jaume, La escritura de la memoria. De los positivismos a los postmodernismos,

Valencia, Universitat de València, 2005, 254 p. (Història)

x Azuela Bernal, María Cristina, Del Decamerón a las Cent Nouvelles nouvelles. Relaciones

y transgresiones en la nouvelle medieval, México, UNAM, Instituto de Investigaciones

Filológicas, 2006, 288 p. (Cuadernos del Seminario de Poética, 24)

x Bajtin, Mijail, La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. El contexto de

François Rabelais, trad. Julio Forcat y César Conroy, Madrid, Alianza, 2003, 432 p. (El

Libro Universitario. Ensayo. Historia y geografía)

x Balderas Vega, Gonzalo, Jesús, cristianismo y cultura en la Antigüedad y en la Edad

Media, México, Universidad Iberoamericana, 2007, 540 p.

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Diccionario razonado del Occidente medieval, Madrid, Akal, 2003, pp. 104-113.

x Berman, Harold J., La formación de la tradición jurídica de Occidente, trad. Mónica

Utrilla de Neira, México, Fondo de Cultura Económica, 2001, 675 p. (Sección de Obras de

Política y Derecho)

x Bloch, Marc, La sociedad feudal. La formación de los vínculos de dependencia, México,

UTEHA, 1958, 358 p. (La evolución de la humanidad, 52)


111

x Boase,  T.  S.  R.,  “La  reina  muerte.  Agonía,  juicio  y  recuerdo”,  en  Evans,  Joan  (coord.),

Historia de las civilizaciones 6. La Baja Edad Media: el florecimiento de la Europa

medieval, trad. Mireia Bofill, México, Alianza-Labor, 1989, pp. 274-320.

x Bonnassie, Pierre, Vocabulario básico de la historia medieval, 2ª ed., trad. Manuel

Sánchez Martínez, Barcelona, Crítica, 1984, 246 p. (Serie general. Estudios y ensayos,

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x Brooke, Christopher, “Introducción. Estructura de  la Sociedad  medieval”, en Evans, Joan

(coord.), Historia de las civilizaciones 6. La Baja Edad Media: el florecimiento de la

Europa medieval, trad. Mireia Bofill, México, Alianza-Labor, 1989, pp. 10-50.

x Burke, Peter (ed.), Formas de hacer historia, trad. José Luis Gil Aristu, Madrid, Alianza,

1993, 314 p. (Alianza Universidad, 765)

x Cantarella, Glauco Maria, “Cluny, el fracaso de la perfección”, en El siglo XI, marcas de

identidad, actualmente en prensa. Copia del texto proporcionada por el Dr. Martín Ríos

Saloma y el Dr. Cantarella.

x Cavallo, Guglielmo y Roger Chartier (dirs.), Historia de la lectura en el mundo occidental,

2ª ed., Madrid, Taurus, 2004, 667 p. (Taurus minor)

x Cazalé Bérard, Claude “La strategia della parola nel Decameron”, en  MLN, vol. 109, no.

1, The Italian Issue, The Johns Hopkins University Press, enero de 1994, pp. 12-26,

http://www.jstor.org/stable/2904926, 15 de febrero de 2013.

x Chartier, Robert, El mundo como representación. Historia cultural: entre práctica y

representación, 2ª ed., trad. Claudia Ferrari, Barcelona, Gedisa, 1995, 276 p. (Ciencias

Sociales, Historia)

x Chaucer, Geoffrey, Cuentos de Canterbury, 7ª ed., ed. y trad. Pedro Guardia Massó,

Cátedra, Madrid, 2001, 645 p. (Letras Universales, 83)

x Darnton, Robert, La gran matanza de gatos y otros episodios en la historia de la cultura


112

francesa, trad. Carlos Valdés, México, Fondo de Cultura Económica, 1994, 270 p.

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