Cuatro Versiones de Un Cuento Popular

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CUATRO VERSIONES DE UN CUENTO POPULAR

1- Cuento popular francés

Había una vez una niñita a la que su madre le dijo que llevara pan y leche a su
abuela. Mientras la niña caminaba por el bosque, un lobo se le acercó y le preguntó
adonde se dirigía.
– A la casa de mi abuela, le contestó.
– ¿Qué camino vas a tomar, el camino de las agujas o el de los alfileres?
– El camino de las agujas.
El lobo tomó el camino de los alfileres y llegó primero a la casa. Mató a la
abuela, puso su sangre en una botella y partió su carne en rebanadas sobre un platón.
Después se vistió con el camisón de la abuela y esperó acostado en la cama. La niña
tocó a la puerta.
– Entra, hijita.
– ¿Cómo estás, abuelita? Te traje pan y leche.
– Come tú también, hijita. Hay carne y vino en la alacena.
La pequeña niña comió así lo que se le ofrecía; mientras lo hacía, un gatito dijo:
– ¡Cochina! ¡Has comido la carne y has bebido la sangre de tu abuela!
Después el lobo le dijo:
– Desvístete y métete en la cama conmigo.
– ¿Dónde pongo mi delantal?
– Tíralo al fuego; nunca más lo necesitarás.
Cada vez que se quitaba una prenda (el corpiño, la falda, las enaguas y las
medias), la niña hacía la misma pregunta; y cada vez el lobo le contestaba:
– Tírala al fuego; nunca más la necesitarás.
Cuando la niña se metió en la cama, preguntó:
– Abuela, ¿por qué estás tan peluda?
– Para calentarme mejor, hijita.
– Abuela, ¿por qué tienes esos hombros tan grandes?
– Para poder cargar mejor la leña, hijita.
– Abuela, ¿por qué tienes esas uñas tan grandes?
– Para rascarme mejor, hijita.
– Abuela, ¿por qué tienes esos dientes tan grandes?
– Para comerte mejor, hijita. Y el lobo se la comió.

2- Caperucita roja
Gabriela Mistral

Caperucita Roja visitará a la abuela


que en el poblado próximo sufre de extraño mal.
Caperucita Roja, la de los rizos rubios
tiene el corazoncito tierno como un panal.
A las primeras luces ya se ha puesto en camino
y va cruzando el bosque con un pasito audaz.
Sale al paso Maese lobo, de ojos diabólicos.
“¡Caperucita Roja, cuéntame a dónde vas!”.

Caperucita es cándida como los lirios blancos.


“Abuelita ha enfermado. Le llevo aquí un pastel
y un pucherito suave, que se derrite en jugo.
¿Sabes del pueblo próximo? Vive a la entrada de él”.

Y ahora, por el bosque discurriendo encantada,


recoge bayas rojas, corta ramas en flor.
Y se enamora de unas mariposas pintadas
que le hacen olvidarse del viaje del Traidor.

El lobo fabuloso de blanqueados dientes


ha pasado ya el bosque, el molino, el alcor,
y golpea en la plácida puerta de la abuelita
que le abre. ¡A la niña, ha anunciado el traidor!

Ha tres días la bestia no sabe de bocado.


¡Pobre abuelita inválida, quién la va a defender!
… Se la comió riendo toda y pausadamente
y se puso en seguida sus ropas de mujer.

Tocan dedos menudos a la entornada puerta.


De la arrugada cama, dice el Lobo: “¿Quién va?”.
La voz es ronca. “Pero la abuelita está enferma”,
la niña ingenua explica. “De parte de mamá”.

Caperucita ha entrado, olorosa de bayas.


Le tiemblan en las manos gajos de salvia en flor.
“Deja los pastelitos; ven a entibiarme el lecho”.
Caperucita cede al reclamo de amor.

De entre la cofia salen las orejas monstruosas.


“¿Por qué tan largas?”, dice la niña con candor.
Y el velludo engañoso, abrazando a la niña:
“¿Para qué son tan largas? Para oírte mejor”.

El cuerpecito tierno le dilata los ojos.


El terror en la niña los dilata también.
“Abuelita, decidme ¿por qué esos grandes ojos?”
“Corazoncito mío, para mirarte bien…”

Y el viejo Lobo ríe, y entre la boca negra


tienen los dientes blancos un terrible fulgor.
“Abuelita, decidme ¿por qué esos grandes dientes?”
“Corazoncito, para devorarte mejor…”

Ha arrollado la bestia, bajo sus pelos ásperos


el cuerpecito trémulo, suave como un vellón,
y ha molido las carnes y ha molido los huesos
y ha exprimido como una cereza el corazón.

3- Caperucita Roja y el Lobo


Rohal Dahl

Estando una mañana haciendo el bobo


le entró un hambre espantosa al Señor Lobo,
así que, para echarse algo a la muela,
se fue corriendo a casa de la Abuela.
“¿Puedo pasar, Señora?”, preguntó.
La pobre anciana, al verlo, se asustó
pensando: “¡Este me come de un bocado!”.

Y, claro, no se había equivocado:


se convirtió la Abuela en alimento
en menos tiempo del que aquí te cuento.
Lo malo es que era flaca y tan huesuda
que al Lobo no le fue de gran ayuda:
“Sigo teniendo un hambre aterradora…
¡Tendré que merendarme otra señora!”.

Y, al no encontrar ninguna en la nevera,


gruñó con impaciencia aquella fiera:
“¡Esperaré sentado hasta que vuelva
Caperucita Roja de la Selva!”

-que así llamaba al Bosque la alimaña,


creyéndose en Brasil y no en España-.
Y porque no se viera su fiereza,
se disfrazó de abuela con presteza,
se dio laca en las uñas y en el pelo,
se puso la gran falda gris de vuelo,
zapatos, sombrerito, una chaqueta
y se sentó en espera de la nieta.

Llegó por fin Caperucita a mediodía


y dijo: “¿Cómo estás, abuela mía?
Por cierto, ¡me impresionan tus orejas!”.

“Para mejor oírte, que las viejas


somos un poco sordas”. “¡Abuelita,
qué ojos tan grandes tienes!”. “Claro, hijita,
son las lentillas nuevas que me ha puesto
para que pueda verte Don Ernesto
el oculista”, dijo el animal

mirándola con gesto angelical


mientras se le ocurría que la chica
iba a saberle mil veces más rica
que el rancho precedente. De repente

Caperucita dijo: “¡Qué imponente


abrigo de piel llevas este invierno!”.

El Lobo, estupefacto, dijo: “¡Un cuerno!


O no sabes el cuento o tú me mientes:
¡Ahora te toca hablarme de mis dientes!
¿Me estás tomando el pelo…? Oye, mocosa,
te comeré ahora mismo y a otra cosa”.

Pero ella se sentó en un canapé


y se sacó un revólver del corsé,
con calma apuntó bien a la cabeza
y -¡pam!- allí cayó la buena pieza.

Al poco tiempo vi a Caperucita


cruzando por el Bosque… ¡Pobrecita!
¿Sabéis lo que llevaba la infeliz?
Pues nada menos que un sobrepelliz
que a mí me pareció de piel de un lobo
que estuvo una mañana haciendo el bobo.

4- Le petit Chaperon rouge (La Caperucita roja)


Charles Perrault

Había una vez una niñita en un pueblo, la más bonita que jamás se hubiera visto; su
madre estaba enloquecida con ella y su abuela mucho más todavía. Esta buena mujer le había
mandado hacer una caperucita roja y le sentaba tan bien que todos la llamaban Caperucita
Roja. Un día su madre, habiendo cocinado unas tortas, le dijo.
– Anda a ver cómo está tu abuela, pues me dicen que ha estado enferma; llévale una
torta y este tarrito de mantequilla.
Caperucita Roja partió en seguida a ver a su abuela que vivía en otro pueblo. Al pasar
por un bosque, se encontró con el compadre lobo, que tuvo muchas ganas de comérsela, pero
no se atrevió porque unos leñadores andaban por ahí cerca. Él le preguntó a dónde iba. La
pobre niña, que no sabía que era peligroso detenerse a hablar con un lobo, le dijo:
– Voy a ver a mi abuela, y le llevo una torta y un tarrito de mantequilla que mi madre le
envía.
– ¿Vive muy lejos? – le dijo el lobo.
– ¡Oh, sí! -dijo Caperucita Roja -, más allá del molino que se ve allá lejos, en la primera
casita del pueblo.
– Pues bien -dijo el lobo-, yo también quiero ir a verla; yo iré por este camino, y tú por
aquél, y veremos quién llega primero.
El lobo partió corriendo a toda velocidad por el camino que era más corto y la niña se
fue por el más largo entreteniéndose en coger avellanas, en correr tras las mariposas y en
hacer ramos con las florecillas que encontraba. Poco tardó el lobo en llegar a casa de la abuela;
golpea: Toc, toc.

– ¿Quién es?
– Es su nieta, Caperucita Roja -dijo el lobo, disfrazando la voz-, le traigo una torta y un
tarrito de mantequilla que mi madre le envía. La cándida abuela, que estaba en cama porque
no se sentía bien, le gritó:
– Tira de la aldaba y el cerrojo caerá. El lobo tiró de la aldaba, y la puerta se abrió. Se
abalanzó sobre la buena mujer y la devoró en un santiamén, pues hacía más de tres días que
no comía. En seguida cerró la puerta y fue a acostarse en el lecho de la abuela, esperando a
Caperucita Roja quien, un rato después, llegó a golpear la puerta: Toc, toc.
– ¿Quién es?
Caperucita Roja, al oír la ronca voz del lobo, primero se asustó, pero creyendo que su
abuela estaba resfriada, contestó:
– Es su nieta, Caperucita Roja, le traigo una torta y un tarrito de mantequilla que mi
madre le envía.
El lobo le gritó, suavizando un poco la voz:
– Tira de la aldaba y el cerrojo caerá.
Caperucita Roja tiró de la aldaba y la puerta se abrió. Viéndola entrar, el lobo le dijo,
mientras se escondía en la cama bajo la frazada:
– Deja la torta y el tarrito de mantequilla en la repisa y ven a acostarte conmigo.
Caperucita Roja se desviste y se mete a la cama y quedó muy asombrada al ver la
forma de su abuela en camisa de dormir. Ella le dijo:
– Abuela, ¡qué brazos tan grandes tienes!
– Es para abrazarte mejor, hija mía.
– Abuela, ¡qué piernas tan grandes tiene!
– Es para correr mejor, hija mía.
Abuela, ¡qué orejas tan grandes tiene!
– Es para oírte mejor, hija mía.
– Abuela, ¡qué ojos tan grandes tiene!
– Es para verte mejor, hija mía.
– Abuela, ¡qué dientes tan grandes tiene!
– ¡Para comerte mejor!
Y diciendo estas palabras, este lobo malo se abalanzó sobre Caperucita Roja y se la
comió.”
Moraleja

Aquí vemos que la adolescencia,


en especial las señoritas,
bien hechas, amables y bonitas
no deben a cualquiera oír con complacencia,
y no resulta causa de extrañeza
ver que muchas del lobo son la presa.
Y digo el lobo, pues bajo su envoltura
no todos son de igual calaña:
Los hay con no poca maña,
silenciosos, sin odio ni amargura,
que en secreto, pacientes, con dulzura
van a la siga de las damiselas
hasta las casas y en las callejuelas;
más, bien sabemos que los zalameros
entre todos los lobos ¡ay! son los más fieros.

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