2a. Meditación LA DOCTRINA DEL MONFORT

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II MEDITACIÓN, Collevalenza, Junio de 2016

La Santísima Virgen María en la doctrina de San Luis de Monfort y en el MSM: La Encarnación

El rol de María en la Encarnación es el núcleo de la mariología de San Luis de Monfort. Para aclarar esta
verdad, como primera cosa, consideremos brevemente algunos pertinentes y necesarios aspectos de la
Encarnación, para después proceder a la función que la Virgen desempeña en ésta. “La Encarnación es el primer
misterio de Jesucristo, el más oculto, el más elevado y menos conocido” (VD 248).

1. La Encarnación misma

Fiel a la escuela francesa de espiritualidad, Monfort puede declarar que “este misterio es un compendio de
todos sus misterios, en cuanto contiene la intención y la gracia de todos” (VD 248). Tres puntos se deben tener en
mente, que buscan su relación con la enseñanza mariana de San Luis de Monfort.

a. El énfasis sobre la divinidad de Jesús

Basándose en la ahora decreciente cristología, el énfasis de Monfort es sobre la divinidad de Jesús, incluso de
ningún modo cae en la trampa del docetismo. Para Monfort, Jesús es claramente la encarnada Segunda Persona de
la Trinidad. En términos que recuerdan sobre todo los Padres orientales de la Iglesia, Monfort subraya que Jesús es
Dios. Eventuales vacilaciones sobre este punto, u opiniones cristológicas que efectivamente negaran que Jesús es
la Segunda Persona de la Trinidad en dos naturalezas, humana y divina, son del todo extrañas en su pensamiento.
Esto, naturalmente, tiene repercusiones importantes en su comprensión acerca de la Madre de Jesús, e influencia
también en su vocabulario. María es una “criatura pura” (VD 14), Vale decir, Ella es, en la totalidad de su ser
creatural, originante del Otro (ab alio). Sería blasfemo predicar la divinidad de Ella, excepto en modo analógico
(la “divina María”, VD 181; H 81:1; H 82,1; H 88,1; H 98,22), ya que Ella es llena de gracia divina, para ser la
digna Madre de Dios. Desde el momento en que Jesús es hombre, Él, y sólo Él, entre todos los seres humanos, no
puede ser llamado una criatura pura. Esta terminología no es invención de Monfort; es el lenguaje común del
pensamiento escolástico. La humanidad de Jesús es parte de la creación (VD 248: Jesús ha dado a Dios “una gloria
infinita, que jamás había recibido del hombre”); pero se trata de una humanidad, como subraya la escuela francesa
junto a los primeros concilios de la Iglesia, que existe solo como humanidad de Dios. María es pues, en los escritos
de Monfort, la más grande de las criaturas puras (SM 19). Ella es por tanto el modelo de todas las virtudes como se
encuentran en las criaturas puras. La cristología contemporánea, con su insistencia sobre la humanidad de Jesús no
debilita la mariología de Monfort, ya que la Virgen es siempre subordinada a Jesús y es siempre abandonada a
Dios Padre, sólo a través y en Jesús. Ella sigue siendo el modelo de todos los discípulos de Jesús en su fiat
totalmente activo y responsable hacia Dios Padre por medio del Hijo, por el poder del Espíritu Santo.

Del MSM: “El Hijo que nace de Mí es también mi Dios. Jesús es el Hijo Unigénito del Padre; es el Verbo por
el que todo ha sido creado; es Luz de Luz, Dios de Dios, consubstancial al Padre. Jesús está fuera del tiempo: Es
eterno. Como Dios tiene en sí mismo la síntesis de todas las perfecciones. Por medio de Mí este Dios se hace
verdadero hombre. En mi seno virginal tuvo lugar su humana concepción” (24 de diciembre de 1996).

b. La encarnación salvífica

Es igualmente importante, en el sondear el rol de María en la doctrina de Monfort, el predicador viajero, ser
plenamente conscientes del hecho que la Encarnación es verdaderamente salvífica (cf. MC 46). “… ‘El que es’
quiso venir a lo que no es y hacer que lo que no es llegue a ser Dios o El que es. Esto lo realizó perfectamente
entregándose y sometiéndose incondicionalmente a la joven María, sin dejar de ser en el tiempo El que es en la
eternidad” (VD 157). En el vientre de María, Jesús “escogió, de acuerdo con Ella, a todos los elegidos; que en este
misterio realizó ya todos los demás misterios de su vida, por la aceptación que hizo de ellos… porque en María
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aplacó Él perfectamente a su Padre… reparó perfectamente la gloria que el pecado le había arrebatado” (VD 248).
En este abajamiento de Sí de la Palabra (Kenosis) que estamos divinizados (theosis): “Él se convierte en lo que
somos, al convertirnos a lo que es Él” (H 64:1; cf. H 5,10; SM 3; VD 82).

Del MSM: “Soy verdadera Madre de Dios, porque el Hijo, al que Yo he dado carne y sangre, para su
concepción humana, es el Verbo eterno del Padre, es verdadero Dios. En el principio era el Verbo, esto desde la
eternidad. El Verbo está en el seno del Padre, como su Hijo Unigénito, engendrado, no creado, consubstancial al
Padre. Es Dios Omnipotente, Omnisciente, Eterno. El Verbo estaba en Dios, como su Imagen perfecta, reflejo de
su gloria, Palabra eterna y subsistente, Hijo en el cual el Padre se complace para siempre. El Verbo era Dios.
Por Él todo fue creado; todo lo que existe en el universo lleva su impronta indeleble. Y el Verbo se hizo carne y
habitó entre nosotros. Yo fui elegida como Madre, para dar la naturaleza humana al Verbo: Y así he llegado a ser
verdadera Madre de Dios” (1 de enero de 1997).

c. El compendio de todos los misterios

Finalmente, nunca puede ser demasiado enfatizado, que Monfort considera verdaderamente que todos los
misterios de la salvación se encuentren en este compendio de la historia de la salvación, la Encarnación. El
razonamiento del santo es simple y válido: “En este misterio realizó ya todos los demás misterios de su vida, por la
aceptación que hizo de ellos: Por eso, al entrar en el mundo, dice él: «Aquí estoy yo para realizar tu designio...»
(Heb 10,7); que este misterio es, por consiguiente, el compendio de todos los misterios de Cristo y encierra la
voluntad y la gracia de todos ellos” (VD 248; cf. H 10:6). Por tanto, los milagros, el anuncio del Reino de Dios, la
muerte/resurrección, la Iglesia, los sacramentos y cada gracia se radican y son “contenidos” en la encarnación. La
razón filosófica de fondo es clara: El inicio nunca es solamente el primer punto de una serie de ulteriores
momentos en el tiempo. Más bien, el inicio contiene cuanto sigue, y es la ley que no es jamás derogada a gobernar
todo lo que fluye en ello. El inicio trasciende y hace inmanente los momentos que de ellos se derivan; su estructura
es diversa de su cualitativamente y no sólo cuantitativamente.

Ahora, si la Santísima Virgen, intrínsecamente y en modo único, coopera en la Encarnación, el inicio de la


Redención, “el primer misterio de Jesucristo” (VD 248), colabora entonces intrínsecamente y en modo único en
cada aspecto de la historia de la salvación, la Redención objetiva y la Redención subjetiva, no forman un único
plan de Dios. Esto es el vínculo fundamental entre el rol de María en la Encarnación misma y su rol continuo en la
consecuencia de la Encarnación, nuestra santificación. Desde el momento que toda la historia de la salvación es el
inmutable plan de Dios, cuyas líneas esenciales se encuentran en el misterio de la Encarnación, Monfort puede
declarar que “dadas las cosas como son, habiendo querido Dios comenzar y culminar sus mayores obras por medio
de la Santísima Virgen desde que la formó, es de creer que no cambiará jamás de proceder; es Dios, y no cambia
ni en sus sentimientos ni en su manera de obrar” (VD 15); “La forma en que procedieron las tres divinas personas
de la Santísima Trinidad en la encarnación y primera venida de Jesucristo, la prosiguen todos los días, de manera
invisible, en la santa Iglesia, y la mantendrán hasta el fin de los siglos en la segunda venida de Jesucristo” (VD 22;
cf. VD 1, 262).

Del MSM: “Yo soy la Madre del Santísimo Sacramento. Llegué a serlo con mi Sí, porque en el momento de la
Encarnación, di la posibilidad al Verbo del Padre, de bajar a mi seno virginal y, si bien soy también verdadera
Madre de Dios, porque Jesús es verdadero Dios, mi colaboración se concretó, sobretodo, en dar al Verbo la
naturaleza humana, que le permitiera a Él, segunda persona de la Santísima Trinidad, Hijo coeterno del Padre,
hacerse también Hombre en el tiempo y ser verdadero hermano suyo. Al asumir la naturaleza humana le fue
posible realizar la obra de la Redención. Por ser Madre de la Encamación, soy también Madre de la Redención.
Una Redención efectuada desde el momento de la Encarnación hasta el momento de Su muerte en la Cruz, donde
Jesús, debido a la humanidad asumida, ha podido realizar lo que no podía hacer como Dios: sufrir, padecer,

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morir, ofreciéndose en perfecto rescate al Padre y dando a Su justicia una reparación digna y justa.
Verdaderamente Él ha sufrido por todos ustedes, redimiéndolos del pecado y dándoles la posibilidad de recibir
aquella vida divina, que se había perdido para todos en el momento del primer pecado, cometido por nuestros
progenitores” (8 de agosto de 1986).

2. El rol de María en la Encarnación

Estamos en el corazón de la doctrina mariana de Monfort. Su rol en la Encarnación es también su rol en todo
lo que sucede en este “primer misterio”. La función de María en la Encarnación implica una doble dinámica, la
Trinidad que libremente derrama la gracia en su alma y la respuesta fiel de María: “Es imposible expresar las
inefables comunicaciones de la Santísima Trinidad a tan hermosa criatura, lo mismo que la fidelidad con que
María respondió a las gracias de su Creador” (AES 105; cf. Lc 11, 28). Esto es, para San Luis de Monfort, el plan
base de Dios en todas las obras de salvación, especialmente su vértice, la Encarnación: Llamada y respuesta.
Como enseña el Papa Juan Pablo II: “La salvación desciende del cielo, pero brota también de la tierra. El Mesías-
Salvador es el Hijo del Altísimo, pero, al mismo tiempo, fruto del seno de una mujer, la Virgen María. La historia
de la salvación… se desarrolla en un diálogo entre Él y su pueblo. Todo es palabra y respuesta. A la palabra
creadora y salvífica de Dios debe seguir la respuesta de fe de la humanidad. Esta lógica está presente sobre todo en
el acontecimiento fundamental de la salvación, la Encarnación del Hijo de Dios” (Ángelus, 4 de diciembre de
1983). Basándonos sobre VD 1-21, esto podría ser encuadrado en la siguiente afirmación: En el misterio salvífico
de la Encarnación, María es la digna Madre y Socia de Dios Redentor, gracias a la inmensa gracia concedida a Ella
por el Padre, por el Hijo, y por el Espíritu Santo, al cual Ella totalmente se abandona a sí misma a través de un
amoroso y representativo consentimiento. Examinamos algunos presupuestos de esta tesis para después considerar
la explicación suministrada por Monfort acerca de la comunicación que la Trinidad hace de Sí a María y su
correspondiente consentimiento fiel a la Encarnación de la Sabiduría Eterna.

Del MSM: “La Santísima Trinidad me ha colmado de este singular privilegio, porque estaba destinada a ser
la Madre del Verbo, hecho hombre en mi purísimo seno. En previsión de mi divina maternidad, fui preservada del
pecado original y de toda sombra de pecado personal, y he sido colmada de gracia y de santidad. Por ser Madre
de Jesús, he sido asociada íntimamente al misterio de su Redención, como corredentora y así he llegado a ser
mediadora de la gracia entre ustedes y mi hijo Jesús. Bajo la Cruz, por voluntad de mi Hijo, fui hecha Madre de
todos ustedes, y en el Cenáculo con los Apóstoles, he participado como Madre en el nacimiento de la Iglesia. Mi
misión materna ha sido la de conducir a la iglesia por el camino de su evangelización” (8 de diciembre de 1994).

a. algunos presupuestos

Ante todo, se debe afirmar que, a los ojos de Monfort, María, respecto a Dios, como toda la humanidad, es
nada: “Confieso con toda la Iglesia que, siendo María una simple creatura salida de las manos del Altísimo,
comparada a la infinita Majestad de Dios, es menos que un átomo, o mejor, es nada, porque sólo Él es El que es
(Ex 3,14)” (VD 14). “María es toda relativa a Dios. En efecto, yo me atrevo a llamarla «la relación de Dios», pues
sólo existe con relación a Él” (VD 225; Cf. VD 25: “si es oculta hasta el fondo de la nada”). No hay absolutamente
nada de mariocentrismo en el pensamiento de Monfort. No solo Ella es de por sí “nada”, sino que subraya el hecho
de “este gran Señor, siempre independiente y suficiente a sí mismo, no tiene ni ha tenido absoluta necesidad de la
Santísima Virgen para realizar su voluntad y manifestar su gloria. Le basta querer para hacerlo todo” (VD 14). No
hay alguna autorredención en el pensamiento de Monfort, y especialmente por la ora maestra, María. Todo es
gracia todo es don. Ella es totalmente fijada a Cristo; la única influencia que puede haber sobre los fieles están en
acuerdo con esta personalidad centrada sobre Cristo.

El Señor no tiene absolutamente necesidad de María en la obra de redención (VD 14). “Ella es necesaria a
Dios solamente porque Él libremente quiere que así sea” (VD 39; cf. VD 63). Usando la terminología teológica
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aprobada indica eso como “hipotéticamente necesario”, vale decir, en el presente y único plan de Dios. Desde el
momento que María es, por tanto, necesaria en la Encarnación a causa de la libre elección de Dios, Ella es
necesaria para todos aquellos que entran en el misterio de la Encarnación. María no es facultativa en la historia de
la salvación como realmente está previsto por Dios. En el presente orden de cosas, retirar el “manto de María” del
tejido de la historia de la salvación equivale a deshacer la tapicería entera en sí. Sería necesario arrancar páginas de
los Evangelios, como Jn 2; 19, y relatos de la infancia de Lucas y Mateo.

Del MSM: “Estoy bajo la Cruz, en este Viernes Santo, viviendo junto a mi Hijo Jesús las largas y terribles
horas de su Pasión. Me envuelve, como un manto, la paz que desciende de su Cuerpo inmolado; me invade como
un río de gracia y siento abrirme a una inmensa capacidad de amor. Mi alma se abre a una nueva y más grande
vocación materna, mientras mi Corazón Inmaculado recoge cada una de las preciosas gotas de su dolor durante
las horas de su agonía. Este Viernes Santo ha iluminado verdaderamente cada día que el Señor les ha concedido
en su terreno peregrinar, oh hijos míos, porque en este día han sido redimidos. Mirad todos a Aquél a quien hoy
han traspasado” (20 de abril de 1984).

b. La comunicación que la Trinidad hace de Sí a María

San Luis de Monfort trata esta cuestión ex profeso en VD 14-21, 139-140 (cf. SM 8-13,35). La doctrina de
Monfort acerca de la relación de la Trinidad con María a la Encarnación parece ser mucho más profunda que
aquella que declara que la gracia santificante es una cualidad que nos eleva y un estado en el cual se es agradable a
Dios transformándonos en templo de la Trinidad. El peligro siempre está presente en modernizar el pensamiento
de Monfort, leyendo en sus escritos teorías teológicas contemporáneas que no pertenecen a su mentalidad. Sin
embargo, es difícil negar que San Luis María no habla de María como destinataria al momento de la Anunciación,
en línea con su estatus creatural, del don de la vida del Padre, el Hijo y del Espíritu Santo, precisamente en lo que
constituye a cada uno de ellos como tres relaciones subsistentes distintas de la única divinidad. San Luis María
tiene dificultad para expresarse con el mero lenguaje humano que, por su naturaleza, esconde más de cuanto
desvela el misterio de Dios y que puede, por tanto, sólo débilmente aproximar la inefable unión de María con la
Trinidad.

Del MSM: “Soy la Inmaculada Concepción. El Padre refleja en Mí el perfecto designio que tuvo, en el
momento de la creación del universo. El Hijo toma de Mí carne y sangre para su nacimiento humano, asumiendo
una naturaleza que, ni siquiera por un instante, estuvo sometida al poder del maligno. El Espíritu Santo fecunda
este materno y virginal jardín suyo, con la plenitud de todos sus dones. La Santísima Trinidad se refleja
complacida en Mí. Soy la Inmaculada Concepción” (11de febrero de 1997).

El Padre

“Dios Padre comunicó a María su fecundidad, en cuanto una pura creatura era capaz de recibirla, para que
pudiera engendrar a su Hijo” (VD 17). En una frase breve y concisa, Monfrot declara valientemente que el Padre
comparte con María, siempre en modo consono a su condición de pura creatura, lo que constituye exactamente
como Primera Persona de la Trinidad: Él es la fuente dinámica, aquel que genera. María y el Padre tienen el
mismo Hijo, ya que el Padre genera la Sabiduría Eterna al interno de la vida trinitaria y convierte también a María,
en grado, de ser la Virgen Madre de la Sabiduría Eterna, según su humanidad.

Del MSM: “En el momento en que nace su Madre Celestial, como aurora que surge, tienen la seguridad de la
pronta llegada del día radiante de su salvación… Sobre mi cuna se inclina el Padre con inmenso amor de
predilección en la contemplación de la obra maestra de Su creación; el Verbo, que espera depositarse en mi seno
virginal y materno; el Espíritu Santo, que ya se comunica a mi alma con plenitud de amor. Por esto mi nacimiento

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es ante todo motivo de gran alegría para todos ustedes, que se complacen invocándome como la causa de su
alegría” (8 de septiembre de 1986).

El Hijo

No solo podemos encontrar la Encarnación real de la Segunda Persona de la Trinidad en el vientre de María,
sino la comunión con María de lo que constituye precisamente el Hijo como Hijo: su total dependencia al Padre.
Por el Hijo Eterno, esta dependencia, esta filiación, este “ser-hablado” es, evidentemente, sin alguna alusión de
subordinacionismo, dado que Él es, “de la misma sustancia del Padre”, como declara infaliblemente el Concilio de
Nicea (325 d.C). Tres puntos vienen ahora subrayados por Monfort:

- En primer lugar, la Sabiduría Eterna y Encarnada expresa aquella filiación en y por medio de María,
porque vive en María, unida a ella por el vínculo inefable de amorosa filiación. “Esta Sabiduría infinita,
inmensamente deseosa de glorificar a Dios, su Padre, y salvar a los hombres, no encontró medio más
perfecto y rápido para realizar sus anhelos que someterse en todo a la Santísima Virgen” (VD 139).
Utilizando el familiar concepto beruliano de “reposo”, Monfort considera al Hijo de Dios “reposante” en
el Padre. A la Encarnación, Monfort declara que esto de reposar eterno en el Padre ocurre ahora en María:
“El Verbo que en Dios, su Padre, / descansaba eternamente, / te eligió como Madre / y morada
santamente” (H 81:2; cf. VD 157).

Del MSM: “El Niño Jesús a quien, a los cuarenta días, presento, juntamente con José mi castísimo Esposo, al
Templo del Señor, es el verdadero Dios, nuestro Salvador, el Mesías por tanto tiempo esperado… Le estrecho en
mis brazos y le sostengo, pero Él es el sostén de todo porque es Omnipotente. Le llevo al Templo de Jerusalén
para cumplir la divina Escritura, pero Él es la fuente de la revelación porque es la eterna Palabra. El Verbo del
Padre, Dios creador, Omnipotente y Omnisciente, ha querido revestirse de debilidad y se ha impuesto los límites
del tiempo, ha asumido la fragilidad de la naturaleza humana y ha nacido de Mí. Como cualquier niño ha
experimentado todas las necesidades. Cuántas veces, mientras le besaba con ternura de madre le decía: «Y sin
embargo ¡Tú eres el beso eterno de Padre!». Y mientras le acariciaba, pensaba: «Tú eres la divina caricia, que
hace felices a las almas». Mientras le ponía su ropita susurraba: «Tú eres quien viste de flores la Tierra y de
astros el inmenso universo». Y mientras le alimentaba, le cantaba: «Eres Tú quien provee de alimento a todo
viviente»… ¡Oh! penetren hoy el misterio inefable de la infancia de mi Hijo Jesús, que llevo entre mis brazos al
Templo del Señor, si quieren caminar por la senda de la infancia espiritual que les he trazado” (2 de febrero de
1983).

- En segundo lugar, su característica de “dependencia” del Padre es ahora manifestada en modo análogo en
su dependencia de María. También si Monfort puede hablar en general de la dependencia de la Trinidad
(siempre a causa de la libre elección de Dios) por María (VD 140), ésa es la característica específica de la
gracia dada a María por el Hijo. “Glorificó su propia independencia y majestad, sometiéndose a esta
Virgen amable en la concepción, nacimiento, presentación en el templo, vida oculta de treinta años, hasta
la muerte” (VD 18). “Ante esto, lo repito, se anonada la razón humana, si reflexiona seriamente en la
conducta de la Sabiduría encarnada, que no quiso, aunque hubiera podido hacerlo, entregarse directamente
a los hombres, sino que prefirió comunicarse a ellos por medio de la Santísima Virgen” (VD 139).

Del MSM: “Véanme aquí, por ello, íntimamente asociada a mi Hijo Jesús; colaboro con Él en su Obra de
salvación, durante su infancia, adolescencia y sus treinta años de vida oculta en Nazaret y su ministerio público;
durante su dolorosa pasión hasta su Cruz, donde ofrezco y sufro Con Él, y recojo sus últimas palabras de amor y
de dolor, con las cuales me da como verdadera Madre a toda la humanidad. Hijos predilectos, llamados a imitar
en todo a Jesús porque son sus Ministros, imítenlo también en esta su total entrega a la Madre Celeste. Por esto
les pido que se entreguen a Mí con su consagración” (25 de marzo de 1984).
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- Esta dependencia de la Sabiduría por María mistifica talmente, Monfort que él, en la palabra de la
floreciente lengua de su época, lo manifiesta en la hipérbole de amor: “Eres omnipotente / servidora, / tu
querer es poder, / Nuestra Señora” (H 75:15). “Sino porque Dios Hijo, la Sabiduría encarnada, se ha
sometido perfectamente a María, su Madre; porque Él le ha otorgado un incomprensible poder maternal y
natural sobre sí mismo, no solamente durante la vida terrena, sino también en el cielo, ya que la gloria no
destruye a la naturaleza, sino que la perfecciona. De suerte que Jesús es en el cielo, más que nunca, Hijo
de María, y María, Madre de Jesús. Y en cuanto tal, María tiene autoridad sobre El. Y El, en cierto modo,
le está sometido, porque así lo quiere” (AES 205).

Esta sumisión filial al Padre (siempre insistiendo sobre el hecho de que no es ningún subordinacionismo) es
compartida en modo análogo con María cuando la Sabiduría Eterna es concebida en su vientre. Él, la Cabeza del
Cuerpo, la Iglesia, libremente con Amor infinito se “somete” a Sí mismo a María. Sobre esto, la Sagrada Escritura
es clara al describir la Anunciación misma. Monfort concluirá, como veremos seguidamente, que este mismo
comportamiento encontrado en la Encarnación del Verbo debe ser encontrado en todos los miembros de la Cabeza.
Además, desde el momento que Jesús es la Gracia misma, Ella es “la Madre de Gracia” (SM 8), cada gracia es en
cualquier misterioso modo “dependiente” por Ella. Pero en ningún modo Monfort permite que esta dependencia
sea erróneamente entendida: “No veamos, sin embargo, en esta dependencia ninguna mancilla o imperfección en
Jesucristo. María es infinitamente inferior a su Hijo, que es Dios. Y por ello no le manda, como haría una madre a
su hijo aquí abajo, que es inferior a ella. María, toda transformada en Dios por la gracia y la gloria, que transforma
en Él a todos los santos, no pide, quiere, ni hace nada que sea contrario a la eterna e inmutable voluntad de Dios”
(VD 27).

Del MSM: “Contemplen a vuestra Madre del Cielo mientras se presenta en el Templo para ofrecer a su
pequeño Niño. Es el Verbo del Padre hecho hombre; es el Hijo de Dios por el cual ha sido creado el Universo; es
el Mesías esperado al que se ordenan Profecía y Ley. Y sin embargo El, desde el momento de su humana
concepción, se hace en todo obediente al querer del Padre: «Heme aquí, que vengo, oh Dios, a cumplir tu
Voluntad». Y ya desde su nacimiento se somete a todas las prescripciones de la Ley: a los ocho días la
circuncisión, y hoy, después de los cuarenta días, su presentación en el Templo” (2 de febrero de 1979).

- En tercer lugar, la Sabiduría Eterna comparte con María su entrega total de amor hacia el Padre. Es este
aspecto de la gracia de Dios Hijo, cuando es compartida con María, se convierte en su fiat amoroso. El
consentimiento de María al Padre, el retorno de amor, es tan importante para la enseñanza mariana de
Monfort. Sin embargo, se tiene presente que esta unión de la Eterna Sabiduría con María en el abandono
amoroso al Padre es fuertemente subrayada por Monfort en muchos modos que en su fiat a la
Anunciación. Jesús, encarnado sólo para salvarnos a través de la amorosa ofrenda de Sí al Padre (VD 248,
comentando Heb 10,5-11), une a María en su total abandono al Padre: “Un vínculo de amor santo / une tan
fuerte sus almas, / que a ser víctimas de Dios / llegan y se ofrecen ambas, / al rayo su amor detiene /
cuando contra el hombre viene” (H 87:6). Monfort puede, en este sentido, declarar: “La ha escogido
Jesucristo por compañera inseparable de su vida, muerte, gloria y poder en el cielo y en la tierra” (VD 74).
Tan intensa es esta unión que el santo intenta en vano de encontrar palabras que puedan expresar en modo
adecuado esta alianza de Jesús y María: “Ellos se hallan tan íntimamente unidos, que el uno está
totalmente en el otro: Jesús está todo en María, y María toda en Jesús; o mejor, no vive Ella, sino sólo
Jesús en Ella. Antes separaríamos la luz del sol que a María de Jesús. De suerte que a Nuestro Señor se le
puede llamar Jesús de María, y a la Santísima Virgen, María de Jesús” (VD 247). Con frustración, el
misionero grita: “Me dirijo a ti por un momento, amabilísimo Jesús mío, para quejarme amorosamente
ante tu divina Majestad de que la mayor parte de los cristianos, aún los más instruidos, ignoran la unión
necesaria que existe entre ti y tu Madre Santísima. Tú, Señor, estás siempre con María, y María está

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siempre contigo y no puede existir sin ti; de lo contrario, dejaría de ser lo que es” (VD 63). A causa de la
misteriosa participación de María en la vida del Hijo, Monfort puede por tanto concluir: “Lo que digo en
términos absolutos de Jesucristo, lo digo, proporcionalmente, de la Santísima Virgen. Habiéndola
escogido Jesucristo por compañera inseparable de su vida, muerte, gloria y poder en el cielo y en la tierra,
le otorgó, gratuitamente, respecto de su Majestad, todos los derechos y privilegios que Él posee por
naturaleza” (VD 74).

MSM: “«Jesús, dame tu Corazón, porque quiero amar a la Virgen como Tú la has amado». Ésta hijo mío, es
una oración que Yo misma te he inspirado: nadie en verdad, me ha amado como mi Hijo Jesús. ¡De qué ternura
me ha rodeado! Él ha estado siempre en Mí; hemos crecido juntos en la vida privada, en la pública; hemos sido
una sola cosa durante la Pasión y su muerte en la Cruz en aquel trágico Viernes Santo. El ver el dolor de la
Madre, que asistía a su atroz agonía, le ha acortado la vida; más que los sufrimientos físicos, su Corazón de Hijo
no pudo resistir este indecible dolor. «¡Madre!», ha sido la última palabra, el fuerte grito con el que ha expirado
sobre la Cruz. Ahora Jesús está muy entristecido y hasta disgustado, al ver cuán numerosos son los Sacerdotes
que me han alejado de su alma, me han olvidado en su vida, me han hecho desaparecer del alma de tantos fieles.
Por culpa de ellos, la devoción a Mí, siempre tan viva en la Iglesia, ahora ha languidecido mucho; en algunos
sitios casi se ha apagado. ¡Dicen que Yo, la Madre, eclipso la gloria y el honor debidos solamente a mi Hijo!
¡Pobres hijos míos, cuán insensatos son, cuán ciegos están! ¡Cómo el demonio ha sabido atraparlos!... Será
preciso que me ponga en camino para buscar entre los Sacerdotes a los fieles, a los que me escuchan, a los que
me aman” (1 de agosto de 1973).

El Espíritu Santo

La enseñanza de Monfort sobre la comunicación libre y amorosa del Espíritu Santo a la Virgen ha sido objeto
de muchas discusiones y polémicas. Parecería que algunos teólogos de su tiempo estuviesen involucrados en esto,
así como han estado los teólogos de la mitad del siglo XX. Antes de examinar el texto importante de Monfort
sobre la gracia del Espíritu Santo, impartida a María en la Anunciación, está bien recordar la insistencia de San
Luis María que María es totalmente relativa a Dios, es una simple creatura. Monfort no tiene necesidad de repetir
esto en cada página, desde el momento que lo hace concepto clave de su doctrina mariana. En ningún modo, por
tanto, ni siquiera, en medio de explosiones de alabanza típica de la época barroca, Monfort sustituye al Espíritu
Santo con María. Sobre este punto, él es bastante categórico: “Espíritu Santo, acuérdate de producir y formar hijos
de Dios con María, tu divina y fiel Esposa. Tú formaste la Cabeza de los predestinados con Ella y en Ella. Con
Ella y en Ella debes formar todos sus miembros” (Súplica ardiente para pedir misioneros [SAM]: 15); “Ven,
Espíritu, que formas / mártires y confesores, / apóstoles y profetas, / héroes y grandes almas” (H 141:2). María,
por la bondad del Altísimo y solo a causa de la misteriosa Sabiduría de Dios, es “la compañera indisoluble del
Espíritu Santo para todas las obras de la gracia” (VD 37), la “fiel e indisoluble Esposa” (VD 36), y todo esto “a
causa de una singular gracia del Altísimo” (VD 37). Parece que Monfort sigue declarando que María recibe, en
modo evidentemente creatural, la gracia distintiva del Espíritu Santo, que amorosamente la une al Padre y al Hijo:
“Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, / que con vínculo inefable / los une en su fuego amable, / por los
siglos de los siglos” (H 85:6; H 141:1). El mismo pensamiento es expresado en VD 36, donde el Espíritu Santo es
llamado el “sustancial Amor del Padre y del Hijo, ‘Aquel que’, ha desposado a María para generar a Jesucristo”.

Si admitimos, como hemos dicho arriba, que Monfort enseña que cada una de las tres personas divinas toma
posesión de María, según las propiedades personales de cada uno, entonces es necesario afirmar, que el Espíritu
Santo se comunica a María exactamente como el infinito amoroso que la une al Padre y al Hijo, que se apodera de
Ella para el Padre y el Hijo. El Espíritu es pura recepción, que existe sólo en cuanto recibe su Ser por el recíproco
amor entre el Padre y el Hijo. Cuando el Espíritu es enviado del Padre por medio del Hijo, el “Pentecostés”
comporta la santificación de aquellos que están abiertos al Espíritu, es decir, son atraídos a la vida trinitaria,
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hechos nuevas creaturas. Aunque si esto es cierto para toda la humanidad, es únicamente así para la Madre de
Dios, que es ensombrecida por el Espíritu en la concepción de la Sabiduría del Padre. En manera insuperable de
cualquier otra simple creatura, María comparte la vida del Espíritu Santo.

Del MSM: “Con alegría, me manifiesto a ustedes plena de Espíritu Santo, que se une a mi alma con
verdadero vínculo de amor esponsal, porque sólo por obra suya acontece en Mí la concepción humana del Dios
hecho hombre, y sólo por su acción divina llego a ser verdadera Madre de Dios. Porque soy Hija predilecta del
Padre, Madre del Hijo y Esposa del Espíritu Santo, puedo ser verdaderamente la causa de su alegría” (8 de
diciembre de 1996).

Esto implica:

- En primer lugar, la santificación de María a un grado que sorprende la mente humana. Monfort explota en
exclamaciones efusivas (y no obstante son más bien tranquilas, considerando sus contemporáneos) en el
contemplar la grandeza de María: “¡Oh! ¡Qué portentos y misterios ha ocultado Dios en esta admirable
creatura… La altura de sus méritos, elevados por Ella hasta el trono de la divinidad, es inaccesible; la
anchura de su caridad, dilatada por Ella más que la tierra, es inconmensurable; la grandeza de su poder,
que se extiende hasta sobre el mismo Dios, es incomprensible (cf. Ef 3,18; Ap 12,15-16); y, en fin, que la
profundidad de su humildad y de todas sus virtudes y gracias es un abismo insondable. ¡Oh altura
incomprensible! ¡Oh anchura inefable! ¡Oh grandeza sin medida! ¡Oh abismo impenetrable!” (VD 6-7).
Monfort puede por tanto apelar al proverbio De María nunquam satis (VD 10), “por lo que respecta a
María, nunca hay suficiente”, ya que así llena está Ella con la gracia de Dios, así santificada por el don del
Espíritu, que Ella escapa a la comprensión de parte de cualquiera, excepto Dios. San Luis María no está
recomendando en absoluto un planteamiento maximalista citando este antiguo axioma. Más bien, él está
subrayando que la santidad de María la hace el “paraíso de Dios”; Ella siempre escapa a nuestra
comprensión.

Del MSM: “Soy la Inmaculada Concepción. Soy su Madre, toda hermosa. Soy la Mujer vestida del Sol.
Porque sin sombra de pecado, ni siquiera del original, del que fui preservada por singular privilegio, he podido
reflejar íntegro el designio que el Padre tuvo en la creación del Universo. Así he podido dar al Señor, de manera
perfecta, la mayor gloria” (8 de diciembre de 1981).

“«Hijos predilectos, contemplen hoy con alegría el esplendor de mi Cuerpo glorioso, elevado a la gloria del
Paraíso. La Santísima y Divina Trinidad es hoy glorificada por su Madre Celestial. El Padre contempla en Mí la
obra maestra de su creación y se complace al verme circundada del esplendor de su gloria y de su divina
potencia. El Hijo me ve con alegría junto a Sí y me asocia a su poder real sobre todo el universo. El Espíritu
Santo es glorificado por su Esposa, que es exaltada sobre todas las criaturas terrenas y celestiales” (15 de agosto
de 1993).

“Hijos predilectos, contemplen, hoy, con confianza y segura esperanza, a su Madre Celestial elevada a la
gloria del Paraíso, en alma y cuerpo. Todos los ejércitos de los Espíritus Celestiales se postran en profunda
veneración ante su Reina, mientras soy elevada a lo más alto del Cielo y soy colocada a la derecha de mi Hijo
Jesús. Y el Paraíso con dulcísimas armonías de luces y de cantos, que aquí abajo a nadie es posible escuchar, me
exalta y proclama: la Reina, ¡oh Señor!, resplandece a tu derecha” (15 de agosto de 1997).

- En segundo lugar, haber concedido a María el poder de compartir en modo único, y siempre en línea con
su estado de creatura, la tarea del Espíritu de santificar, de “formar los santos”. El Espíritu Santo es
enviado del Padre por medio del Hijo con el fin de poseer todas las personas, por el Padre y el Hijo. María
participa en la obra del Espíritu en la encarnación de la Gracia Misma, la Sabiduría Eterna del Padre: “Tú
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formaste la cabeza de los predestinados con Ella y en Ella” (SAM 15), “El Espíritu Santo se desposó con
María, y en Ella, por Ella y de Ella produjo su obra maestra que es Jesucristo, la Palabra encarnada” (SM
13). Nuevamente, es sólo la locura de la Sabiduría de Dios que elige a María a estar así unida al Espíritu
en la Encarnación del Verbo de Dios. Pero “consideren las cosas como son”, esto es un hecho de la
historia de la salvación.
María, puesto que comparte la vida personal del Espíritu en un modo así único, es llamada por
Monfort, como también por sus contemporáneos, la esposa del Espíritu Santo. Monfort el místico, tiene
una debilidad por el término “cónyuge”. Lo usa para nuestra relación con la Sabiduría, para la relación de
la Sabiduría con la Cruz, por la relación del alma con Jesús, etc. El Concilio Vaticano II ha considerado
oportuno aprobar LG cap. 8, sin incluir el término “esposa del Espíritu Santo”. La teología de Monfort,
dominada por el tema general del amor de Dios, emplea casi naturalmente tales títulos, y su contexto hace
claro que el término “cónyuge” no está usado con alguna connotación pagana de la relación conyugal entre
un dios y un ser humano (cf. H 155:5). La expresión en válida, así como utilizada por Monfort, pero su
uso hoy debería ser controlado por el tipo de público, al cual se dirige. Después del Concilio Vaticano II,
el término es obsoleto, en desuso; pero se utilizó sobre todo por parte del Papa Benedicto XVI, el término
se ha vuelto más predominante. Es también a la luz de las explicaciones precedentemente expuestas que
VD 20-21 se debe entender. Sacando mano fuerte de sus predecesores, Monfort el predicador, el
contemplativo, declara que el Espíritu, “que es estéril en Dios, es decir, no produce otra persona divina en
la divinidad, se hizo fecundo por María, su Esposa” (VD 20).
Si San Luis María se detuviese en esto, como algunos miembros de la escuela francesa harían, hay que
decir que esto es un modo bastante infeliz de expresar la teología trinitaria. Hablar de la esterilidad del
Espíritu al interno de la Trinidad (ad intra) y de la fecundidad del Espíritu al margen de la Trinidad (ad
extra) puede evidentemente llevar a graves malentendidos. Pero, como un famoso teólogo subraya, San
Luis María “percibió la debilidad y el peligro, puesto que añade un comentario estricto que lo lleva a la
realidad de las actuales afirmaciones de la teología”. San Luis María hace eso no sólo a través del contexto
inmediato, sino incluso a través de la globalidad de su pensamiento, así como se muestra por un estudio de
todos sus escritos y sobre todo por la advertencia que nos da en VD 21: “No quiero decir con esto que la
Santísima Virgen dé al Espíritu Santo la fecundidad, como si Él no la tuviese, ya que, siendo Dios, posee
la fecundidad o capacidad de producir tanto como el Padre y el Hijo, aunque no la reduce al acto al no
producir otra persona divina. Quiero decir solamente que el Espíritu Santo, por intermediario de la
Santísima Virgen, de quien ha tenido a bien servirse, aunque absolutamente no necesita de Ella, reduce al
acto su propia fecundidad, produciendo en Ella y por Ella a Jesucristo y a sus miembros”.

Del MSM: “Hijos predilectos, déjense llevar al interior del Templo celeste de mi Corazón Inmaculado, para
que Yo pueda configurarlos cada vez más a mi Hijo Jesús. Su vida sacerdotal debe ser en todo conforme a la de
Jesús. El que quiere vivir en ustedes hasta su plenitud debe llegar a ser su Palabra vivida y proclamada a todos
con valentía y fidelidad, de tal manera que la luz del Evangelio pueda iluminar la densa tiniebla que envuelve la
tierra. Su amor Misericordioso quiere manifestarse y atraer al fuego ardiente de su divina caridad a todas las
almas, especialmente a las más alejadas, a las descarriadas, aquellas que yacen bajo la esclavitud del mal y del
pecado. Jesús obra el prodigio de la Divina Misericordia, sobre todo a través de su sufrimiento sacerdotal. Por
esto ha llegado el momento en que Yo quiero hacerles a todos conformes a Jesús Crucificado” (21 de noviembre
de 1997).

Padre Antonio Carvalho

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