Mariátegui
Mariátegui
Miguel Mazzeo
Presentación
que pretendemos representar son inagotables. Este género nos parece la estrategia
simbólica y la forma expresiva más adecuada para una escritura militante, no sólo
porque delata itinerarios y búsquedas personales y colectivas, no sólo porque actúa
sobre la realidad y promueve la acción, sino porque, con un énfasis casi gótico, rechaza
las formas conclusas e intenta despertar la ilusión del camino.
Proponemos una forma poco severa y poco consumada de lo esquemático, una
secuencia abierta y no una forma geométrica cerrada. Ofrecemos textos que no siguen
ningún canon fijo, textos "antiáulicos", con vocación espontánea, que reivindican su
incompatibilidad con el conocimiento regulado e institucionalizado. Aspiramos a una
escritura orgánica y con función dinámica, que se corresponda con este tiempo
transicional y que aporte a una "crítica desde abajo".
Los libros que Mariátegui concibió como tales fueron pocos, La escena contemporánea
(1925) y los Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana (1928). Después de
su muerte, en abril de 1930, se publicaron los trabajos que había llegado a organizar en
vida: Defensa del marxismo (1934), El alma matinal y otras estaciones del hombre de
hoy (1950) y La novela y la vida (1955). El resto son compilaciones de sus trabajos
hechas por familiares y amigos, que por lo general toman el título de las secciones de
las publicaciones en las que aparecieron. Sin dejar de destacar la importancia de esta
iniciativa, hay que decir que la organización de sus escritos por temas tal vez no sea la
mejor para un recorrido histórico y unitario.
Para contribuir al conocimiento cabal de la obra de Mariátegui, citamos el artículo, la
conferencia, el documento o la carta y aclaramos el título, la fecha y el nombre de la
publicación donde vieron la luz (por lo general revistas y periódicos: Mundial,
Variedades, El Tiempo, Amauta, etc.). Luego remitimos al título de la obra en la que el
trabajo fue compilado. Para agilizar la lectura, presentamos al inicio del libro una tabla
de referencias. Los datos de edición de las obras del amauta citadas se encuentran al
final, en la primera parte de la bibliografía general.
Hemos puesto especial cuidado de no caer en la arrogancia típica de los manuales y
las literaturas edificantes similares. Este libro no es un “para leer a Mariátegui”, (al
modo althusseriano) ni aspira a esa categoría. Lejos de todo recetismo, queremos
contribuir a que cada lector y cada lectora descubran y construyan su propio Mariátegui.
3
Tabla de referencias
La escena contemporánea (LEC)
Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana (SE)
El alma matinal y otras estaciones del hombre de hoy (EAM)
La novela y la vida. Siegfried y el profesor Canela. Ensayos sintéticos. Reportajes y
encuestas (LNyV)
4
Introducción
Vigencia de José Carlos Mariátegui
I
Este ensayo despliega una propuesta de resignificación y actualización de la obra del
peruano José Carlos Maríategui, el "amauta", el fundador del socialismo no gregario, no
imitativo y más legítimo de Nuestra América. Decimos legítimo porque el socialismo de
Mariátegui desplegó una inusual capacidad para contener, articular y superar
positivamente otras tradiciones emancipatorias de Nuestra América, como el
nacionalismo revolucionario, el agrarismo y el indigenismo radical (y también, de alguna
manera, el afroamericanismo1 y el antillanismo radicales) y para prefigurar otras, como
el guevarismo y la Teología de la Liberación.
1
Si bien Mariátegui, en relación al tema de la negritud, reproduce en un primer momento una serie de
prejuicios racistas y modos casi sarmientinos, según Roland Forgués los va superando a medida que
pone el énfasis en los mecanismos alienantes o, en sentido muy estricto “denigrantes” del sistema de
explotación colonial. Ver: Forgués, Roland: “Mariátegui y la cuestión negra”, en: Anuario Mariateguiano,
Mariátegui 1894-1994 Centenario, Vol. VI, Nº 6, 1994, pp. 135-144.
5
2
Löwy, Michel: "Ni calco, ni copia: El marxismo romántico de José Carlos Mariátegui", en: Boletín: Siete
ensayos, 80 años. Simposio Internacional Conmemorativo de la aparición de la obra clásica de José
Carlos Mariátegui, Año 1, Nº 2, Lima, marzo de 2008, p. 1.
6
instrumento, sin temer nunca derivar en la herejía o infringir alguna regla…” 3 (Itálicas en
el original).
Es decir, el marxismo de Mariátegui es principalmente reflexión sobre la práctica. Y más
allá de mostrarse partidario del apotegma leninista que establecía que “sin teoría
revolucionaria no podía haber práctica revolucionaria”, en los hechos se comportó como
un cabal partidario de un punto de vista diferente, donde la primacía la tenía la práctica
y la teoría se nutría de la práctica para luego incidir en ella. De este modo, Mariátegui
estuvo muy lejos de querer llenar los baches entre las clases subalternas y la política
con intervenciones intelectuales. De ningún modo pretendió encontrar un reemplazo
para la lucha de clases. Esta actitud marcó una diferencia con lo que años después de
su muerte se delinearía como “marxismo occidental”.
Pretendemos pensar a Mariátegui desde las coordenadas impuestas por el desarrollo
de la lucha de clases, por la existencia colectiva nacional y las situaciones sociales y
políticas más recientes y originales de Nuestra América y el mundo. Queremos pensar
a Mariátegui desde las experiencias que en las últimas décadas, incluso en los últimos
años, han hecho posible otras perspectivas y han cambiado algunos formatos de la
percepción. De modo más específico, queremos pensar a Mariátegui desde las praxis
de las organizaciones populares de Argentina y Nuestra América que están contenidas
(y enlazadas) en lo que podría denominarse un campo de hegemonía (es decir, de
contrahegemonía), un espacio reducido, pero con capacidad de abrir nuevas superficies
y de resistir la política estatal de la derecha neoliberal y del progresismo realmente
existente que recicla y anula toda intervención disruptiva.
La clave de lectura y apropiación la imponen, entonces, un conjunto de necesidades
relacionadas con el poder popular y los modos de construirlo, consolidarlo y extenderlo,
necesidades que a su vez se conectan con la autonomía ideológica y política de las
clases subalternas, con la democracia, la acción directa, y con los vínculos entre la
revolución y la cotidianidad, etc. En general, el punto de vista que adoptamos, remite a
todo aquello que hace a la reformulación de un proyecto socialista para Nuestra
América.
3
Flores Galindo, Alberto, La agonía de Mariátegui. La polémica con la Komintern, desco – Centro de
Estudios y Promoción del Desarrollo, 1982, p. 53.
7
Estas necesidades, a su vez, nos exigen una crítica a toda política carente de potencia
emancipatoria, antigua o meramente novedosa: a la izquierda tradicional y la corriente
gélida del marxismo; a las variadas (y reactualizadas) formas del neopopulismo y el
neodesarrollismo, es decir, a todo aquello que en la vieja terminología se solía designar
como "reformismo"; y, por último, a un conjunto de planteos de inspiración posmoderna
que indirectamente auspician una radicalización de los aspectos más ominosos de la
modernidad, que refuerzan la condición serial que genera el sistema y que promueven
el repliegue tribal que aísla.
Tomando los aspectos más negativos del Iluminismo y sus premisas más retardatarias,
el posicionamiento posmoderno, por lo menos en algunas de sus versiones, se ha
dedicado a maltratar a la categoría de sujeto, a concebirlo como determinación o
función del lenguaje, planteando que las prácticas discursivas “hacen” que los hechos
“existan” y que no hay “ser” detrás del “hacer” y que el poder siempre precede al sujeto.
Asimismo las derivas posmodernas han llegado a considerar "anacrónica", y por lo tanto
reaccionaria, la rebeldía de los pueblos, dado que éstos, cuando luchan, ponen en
juego subjetividades donde los elementos míticos, las tradiciones, las utopías y el
sentido "nacional" están presentes. Este tópico ha hecho posible la concomitancia entre
algunos modos posmodernos y los de la izquierda hierática y el marxismo
unidimensional, una poco feliz correspondencia con la condición del neoliberalismo. Por
cierto, Mariátegui también se aleja del populismo cuando da cuenta de estas
subjetividades y de estos elementos, repudiando todo expresionismo telúrico o
nostálgico.
Reivindicamos la filosofía política que busca encarnarse en la realidad nacional, que es
vivida desde un espacio socio-político concreto. Aunque nuestro punto de partida
puede revestir un carácter rudimentario y limitado, creemos que es el único
ordenamiento posible para una operación que aspira a reactualizar un pensamiento y
una obra, a hacerlos actuantes, aquí y ahora.
Percibimos que, en materia de pensamiento, abunda la universalidad y escasea la
creatividad; se han consolidado las tradiciones puramente reflexivas y se ha
empobrecido la cultura simbólica. Un pensamiento emancipador, sin despreciar la
universalidad y la reflexión, debe aspirar a la creatividad y dar cuenta de la cultura
8
simbólica. Por cierto, en Mariátegui el símbolo es más verbo que sustantivo y en los
pueblos de Nuestra América existe, desde el fondo del tiempo, un componente
simbólico que trabaja de manera clandestina e ininterrumpida.
Creemos que un régimen de fidelidad estratégica a Mariatégui y a su pensamiento
transita por el compromiso en el campo de lo político-práctico (lejos de la teoría
abstracta y programática), y exige estar siempre atentos a la articulación de vida y
razón, emoción y concepto, sentimiento e idea. Por cierto, existen configuraciones de la
fidelidad que se asemejan a la necrofilia. La fidelidad cuando es incompatible con lo
cálido, lo móvil, en fin, con lo vivo, puede ser decepcionante. Asimismo, un régimen de
fidelidad estratégica a Mariátegui y a su pensamiento, nos obliga a rechazar de plano
toda ideología de conciliación o mediatizadora, pero también a repudiar a aquella que
sin serlo contrarresta los procesos de formación de la conciencia en las clases
subalternas y se precipita en el purismo ideológico y el sectarismo.
Salvando las distancias, en algún sentido retomamos y replanteamos la crítica en tres
frentes de la que Mariátegui, de alguna manera, fue precursor: contra la democracia
liberal, contra el capitalismo de Estado y contra el socialismo burocrático de Estado,
una crítica que busca poner en evidencia sus fetiches y desenmascarar sus funciones
opresivas.
En un conjunto de aspectos "tácticos", de seguro, nosotros seremos "infieles". Porque
nuestro abordaje, al igual que el del amauta, salvando las distancias, está políticamente
determinado por necesidades polémicas, políticas y vitales; porque el deseo
emancipador ejerce una especie de "despotismo" sobre nuestro trabajo. Además, toda
tradición actualizada y convertida en instrumento de lucha, en movimiento y marea,
adquiere indefectiblemente una perspectiva multidimensional y creadora y, por lo tanto,
se reviste de nuevos contenidos que se sustraen a la lógica de "lo mismo".
Nuestra idea de la actualización es vecina de la de Walter Benjamin: actualizar implica
interrumpir. Esto significa que no concebimos a las tradiciones como una fuerza antigua
que condiciona nuestros pasos y nos conduce a lugares predeterminados. Toda
revolución es ruptura de las tradiciones de las que se alimenta. Nosotros, con
Mariátegui, queremos conocer para engendrar, para patrocinar nacimientos y
renacimientos.
9
No queremos que nuestro abordaje esté condicionado por las “políticas de la memoria",
sino por las necesidades inherentes al relanzamiento del proyecto emancipador en
Nuestra América. Aspiramos a que el régimen de la memoria no se viva como áspera
condena, como un conjunto de prácticas caracterizadas por su plenario desdén
respecto de las luchas populares concretas. Cuando el pasado es el único lugar del
encuentro o el lugar privilegiado para la realización de nuestros sueños, el presente
puede ser el lugar de la pasividad, el fatalismo, la ambigüedad, las querellas
superficiales y la mera retórica. Las políticas de la memoria, cuando no promueven
síntesis políticas y balances prácticos, cuando opacan el presente y el futuro como
regiones desiderativas, pueden terminar como un recurso de las clases dominantes,
como un procedimiento destinado a conjurar la praxis emancipadora actual. Porque, de
esta manera, instalan en la sociedad la idea de que ese pasado nunca será futuro.
Precisamente el itinerario de Mariátegui enseña todo lo contrario. Su esfuerzo por
amalgamar la utopía con el proyecto, la tradición con la revolución, establece una
dimensión ontológica de la memoria y desecha las más superficiales y evocativas.
Crear (recrear) exige sacrificar algún contenido de la tradición, para que ésta pueda
adquirir nuevo sentido y manifestarse en una forma superior y radiante, una forma
colectiva e inteligible para las generaciones nuevas. Para Mariátegui la nostalgia del
pasado y el apego enfermizo a la tradición no contribuían a la tarea revolucionaria. La
tradición para permanecer viva y actuante no debe ser "continuada" ni “recompuesta”
sino redescubierta, es decir, refundada constantemente.
II
Mariátegui ha sido reivindicado por una gran variedad de tradiciones político-
ideológicas: estalinistas, trotskistas, maoístas, reformistas, nacionalistas, populistas,
etc. Se han hecho y aún se hacen esfuerzos intelectuales, vanidosos e infecundos, para
asimilarlo a cada una de estas categorías. Por supuesto, no han faltado los
escrupulosos descubridores de inconsecuencias. De modo más patético, se instruyen
filiaciones "inconscientes" o liminares a uno u otro bando. Pero es tan absurdo disputar
la filiación de Mariátegui a identidades y tradiciones revolucionarias malogradas o
desfasadas, con sus cánones convertidos en superstición, como sostener que
10
4
?
Ver: Cox, Carlos Manuel: "Reflexiones sobre José Carlos Mariátegui" y "Aprismo y marxismo en la obra
de Mariátegui”; Vargas, Juan: "En defensa de José Carlos Mariátegui" y "Aprismo o marxismo";
Miroshevski, V. M.: "El 'populismo' en el Perú. El papel de Mariátegui en la historia del pensamiento social
latinoamericano"; Del Prado, Jorge: "Mariategui, marxista-lenista, fundador del Partido Comunista
Peruano", Arroyo Posadas, Moises: “A propósito del artículo 'El populismo en el Perú", de V. Mishovski",
todos en: Aricó, José, (selección y prólogo), Mariátegui y los orígenes del marxismo latinoamericano,
México, Cuadernos de Pasado y Presente, 1980.
11
populismo (ruso) en "versión adaptada al Perú" y "sus ideas fueron los sueños utópicos
de un intelectual pequeño burgués en un país campesino, atrasado". Pero, a pesar de
tamañas limitaciones, Mariátegui merecía ser perdonado, porque "reconoció al final de
su vida la debilidad de su posición pequeño burguesa y venciendo la ideología
'populista' entró en el camino de la lucha por la hegemonía del proletariado en la
revolución democrático-burguesa, antifeudal y antiimperialista". 5
Hacia 1943 Jorge del Prado hará el esfuerzo mayor (hasta ese momento) de
recuperación de Mariátegui para la tradición comunista, un rescate que lo presentará
como “ideólogo revolucionario” y “organizador del proletariado”, cerrando así la etapa
de la desmariateguización del PCP. Así, Del Prado presentará a Mariátegui como un
estalinista avant la lettre, un precursor de los frentes populares y el frentismo
browderiano,6 posicionándolo también como un adelantado a la "coexistencia pacífica".
En esta línea sostiene: “Mariátegui, explicando el carácter de la revolución en el Perú,
nos señaló la obligación de mantener alianza con los sectores burgueses". 7 Jorge del
Prado consideraba que Mariátegui “vivía” en el PCP, y agregaba, seguramente sin
reparar en el sentido más recóndito de sus palabras: "no es por casualidad que con
motivo de su entierro nuestro partido saliera por primera vez a la calle". En efecto, Del
Prado se delataba: el PCP para salir a la calle tuvo que enterrar a Mariátegui.
Tanto Miroshevski como Del Prado insisten, con deleite de sacerdote necio y enfermizo,
en la conversión de Mariátegui en el lecho de muerte. Si vivió equivocado "murió como
marxista-leninista".
En 1946, Moises Arroyo Posadas le responde a Miroshevski desde la misma tradición
comunista. Destaca lo errado del juicio del funcionario soviético respecto del populismo
del amauta, partiendo de algunos textos marxistas, como el Prólogo de Federico Engels
5
Miroshevski, V. M.: "El populismo en el Perú. Papel de Mariátegui en la historia del pensamiento social
latinoamericano". Publicado por primera vez español en: Dialéctica, La Habana, Vol. I, Nº 1, mayo-junio
de 1942, en: Aricó, José, op. cit., pp. 55, 69 y 70. Aricó señalaba atinadamente que Miroshevski no
expresaba un punto de vista particular sino a "toda una corriente interpretativa" (p. XXXV). La revista
Dialéctica respondía al Partido Socialista Popular (PSP), sección cubana de la IC.
6
Earl Browder (1891-1973), fue la máxima autoridad del Partido Comunista de EEUU (CPUSA) desde
1932 hasta 1945. Fiel a las directivas de la IC, en un primer momento impulsó la táctica de los frentes
populares. Después de la Segunda Guerra Mundial propuso la “convivencia pacífica” entre el capitalismo
y el comunismo.
7
Del Prado, Jorge: "Mariátegui, Marxista-leninista. Fundador del Partido Comunista Peruano", en: Aricó,
José, op. cit., p. 90.
12
a la edición alemana del Manifiesto comunista, la carta de Marx a Vera Zasulich (sobre
los que hablaremos más adelante) y señala asimismo las diferencias entre los planteos
de Mariátegui y el populismo ruso, principalmente el hecho de que Mariátegui partiera
de un reconocimiento histórico del rol progresista del capitalismo y los populistas rusos
no. También dejará en claro que muchos de los planteos de Mariátegui (criticados por
Miroshevski) se correspondían con los momentos iniciales del comunismo
latinoamericano, y que, además, estaban inspirados en la línea del II Congreso de la IC.
No está ausente en la respuesta de Arroyo Posadas la apelación a la realidad peruana
y el necesario trabajo de adaptación de la teoría. Así, Mariátegui era reposicionado en
el marco de la tradición del marxismo-leninismo.
En la década de 1960, Adalbert Dessau será más específico y verá en Mariátegui a un
“fundador de la ciencia literaria marxista-leninista”, casi un precursor del realismo
socialista.8 Ángel Rama, desde una tradición bien distinta a la de Dessau, planteará lo
mismo, sin profundizar demasiado en una obra que se caracteriza precisamente por la
ausencia de toda estética prescriptiva y acrítica. El empeño de Dessau buscaba
contrarrestar los puntos de vista de aquellos autores que, tempranamente, comenzaban
a considerar a Mariátegui como el representante de un marxismo abierto o crítico en un
contexto donde se hacía sentir la influencia de la Revolución Cubana y el guevarismo.
En 1980, como parte de las actividades conmemorativas de los 50 años de la muerte de
Mariátegui, tuvo lugar el Coloquio Internacional en la Universidad de Sinaloa, en
México. Según Fernanda Beigel los intelectuales que “participaron de las polémicas
ocurridas en México señalaron nuevos caminos de indagación que pueden sintetizarse
en tres cuestiones centrales”. Primero –puntualiza– “la promoción de una mirada laica,
menos condicionada por separar lo ‘bueno’ de lo ‘malo’, lo verdadero de lo falso. Luego
la recuperación de la historicidad de la obra de Mariátegui: estos intelectuales
analizaron sus escritos en relación con las condiciones sociales de su producción. En
tercer término, en este congreso ocurrió una suerte de legitimación del pensamiento de
Mariátegui como propiamente marxista pues en él discutieron quienes lo interpretaban
como un ‘marxismo abierto’ a la multiplicidad de lo real y a la cultura de su época, y
8
Dessau, Adalbert: “Literatura y sociedad en la obras de José Carlos Mariátegui”, en: Melis, Antonio;
Dessau, Adalbert y Kossok, Manfred, Mariátegui, tres estudios, Lima, Amauta, 1971.
13
9
Beigel, Fernanda, El itinerario y la brújula. El vanguardismo estético-político de José Carlos Mariátegui,
Buenos Aires, Biblos, 2003, p. 17.
14
con la tarea de producir un pensamiento propio y construir aquí y ahora poder popular e
instancias de contrahegemonía, necesitamos de un Mariátegui que alumbre nuestras
prácticas, nuestros proyectos, y no uno que confirme nuestras categorías y
concepciones prefabricadas (aunque esta operación se disfrace de "recuperación
crítica"). Nosotros nos asumimos lisa y llanamente como continuadores (críticos) de
Mariátegui.
Se trata de "mariateguizar" a Mariátegui, de repetir el espíritu y no la letra, como el
mismo Mariátegui recomendaba respecto de la obra de González Prada, y no de
petrificarlo como conocimiento exterior y abstracto. Necesitamos un Mariátegui que sea
a la vez preludio y manantial, camino y promesa. Por cierto, Mariátegui jamás concibió
la revolución como la realización de una verdad científica. No usó el marxismo para
edificar un corral donde encerrar el todo social. Y su obra, al poner el énfasis en la
realidad, también se contrapone a las propuestas teóricas invasivas que la niegan e
imponen inviables sujetos, inverosímiles situaciones e infructuosos programas. Lo cierto
es que muchas veces esas propuestas teóricas se jactaron de haber abandonado o
cambiado a Stalin. Nosotros podemos reprocharles, siguiendo el consejo del original
pensador marxista venezolano Ludovico Silva, que no hayan abandonado y cambiado
las formas de abandonar y cambiar a Stalin. 10 En efecto, no existe una configuración
exclusiva para soñar el sueño dogmático.
III
La historia de la recepción de Mariátegui en Argentina, 11 paradójicamente, comienza
con Leopoldo Lugones (1874-1938). El escritor reaccionario fue uno de los primeros en
registrar y dar cuenta de la labor de Mariátegui. Lugones reconocía al amauta como
escritor y artista pero se le oponía como “sociólogo extranjero”. Claro exponente de la
ideología de la derecha más reaccionaria, Lugones descalificaba cualquier orientación
contrahegemónica asignándole una índole de extranjería (con signos visibles u ocultos).
10
?
Silva, Ludovico, Anti-manual para uso de marxistas, marxólogos y marxianos, Caracas, Fondo Editorial
Ipasme, 2006, p. 13.
11
Para una historia rigurosa y detallada de la recepción de Mariátegui en la Argentina, ver: Tarcus,
Horacio, Mariátegui en la Argentina o las políticas culturales de Samuel Glusberg, Buenos Aires, El cielo
por asalto, 2001.
15
Pero a pesar de las diferencias insalvables, intuía que la obra de Mariátegui era
innovadora. Así se lo hizo saber, en 1926, a Samuel Glusberg, un editor y publicista
argentino de origen ruso-judío con posiciones de izquierda, con quien tenía muy buenas
relaciones (otra paradoja). A instancias del escritor norteamericano Waldo Frank (1889-
1967), Glusberg comprometerá a Mariátegui con un proyecto de revista continental que
tendría como animadora principal –y siguen las paradojas– a Victoria Ocampo (1891-
1979). La revista, que se llamaría Nuestra América, no llegó a ver la luz principalmente
por la naturaleza inviable del proyecto. Poco después Ocampo pergeñará Sur, claro
está, sin Glusberg (Mariátegui muere antes pero evidentemente tampoco encajaba en
tal empresa). Waldo Frank, en una carta a Glusberg de agosto de 1931, concluye: “Está
perfectamente claro para mí que aquel sueño de tú y Mariátegui trabajando con Victoria
–educándola e incluso no estéticamente auxiliados por ella– fue imposible…”. 12
Para completar el panorama, cabe la referencia a otros argentinos que establecieron
algún contacto esporádico con Mariátegui y su obra, entre otros: a) intelectuales
vinculados al movimiento de la Reforma Universitaria, como Gabriel del Mazo, Carlos
Américo Amaya, Fernando Márquez Miranda o, en una versión más radicalizada del
movimiento, figuras vinculadas al Grupo Insurrexit como, por ejemplo, Héctor Raurich,
uno de los precursores del trotskismo en Argentina; b) dirigentes e intelectuales del
Partido Socialista Argentino (PSA), como Ramón Doll, Alfredo Palacios, Carlos Sánchez
Viamonte, entre otros, y también socialistas “disidentes” por su orientación nacionalista,
antiimperialista y latinoamericanista como en el caso de Manuel Ugarte, con quien, sin
dudas, Mariátegui tenía mayores “afinidades electivas”; c) periodistas y escritores como
Armando Cascella, Arturo Capdevila, Leonidas Barletta, Oliverio Girondo, Alberto
Gerchunoff, Alejandro Korn, Enrique Méndez Calzada, Ernesto Quesada, Horacio
Quiroga, Baldomero Sanín Cano, César Tiempo, Guillermo de la Torre, Pedro Verde
Tello, Cándido Villalobos Domínguez, Alvaro Yunque, etc., y d) “cuadros” o funcionarios
del Secretariado de la Sección Sudamericana de la IC, por ejemplo, Victorio Codovilla.
Glusberg, y algunas de las figuras de los cuatro grupos, y otras no mencionadas, se
encargaron de reseñar los trabajos que Mariátegui publicó en vida (La escena
12
Carta de Waldo Frank a Samuel Glusberg. Original en Archivo Glusberg, en: Tarcus, Horacio, op. cit., p.
225.
16
IV
Así, el énfasis de este ensayo está puesto en los aspectos del pensamiento
mariateguiano que nos inspiran el pasaje de la memoria a la actividad, que nos resultan
fundamentales a la hora de redefinir un neohumanismo revolucionario positivo y sus
políticas más acordes. ¿Cuál es la contribución de Mariátegui a la corriente cálida del
marxismo? ¿Cuáles son sus aportes al socialismo del siglo XXI y a la izquierda por
venir? Aclaramos que concebimos al socialismo del siglo XXI en términos muy amplios
y no como un prototipo a emular, simplemente como la posibilidad de rediscutir el
socialismo en Nuestra América.
13
?
Fernández Retamar, Roberto: “Mariátegui en el pensamiento actual de Nuestra América”, en: Anuario
Mariateguiano, op. cit., p. 241.
19
14
Guerrero, Modesto Emilio: “Gramsci, América Latina y Chávez”, en:
www.gramsciargentina.blogspot.com.
20
15
Hauser, Arnold, Historia social de la literatura y el arte, Tomo I, Madrid, Punto Omega, 1974, p. 15.
21
Capítulo 1
No violentar la realidad, artificios no
16
El texto se reproduce en: Martínez de la Torre, Ricardo, Apuntes para una interpretación marxista de
historia social del Perú, Tomo II, Lima, Empresa Editora Peruana, 1948, pp. 398-402.
23
17
Haya de la Torre, Víctor Raúl, El antiimperialismo y el APRA, Santiago de Chile, Ercilla, 1936, pp. 170,
172 y 173.
25
conservado los restos del primitivo socialismo del antiguo imperio peruano [...] Lo
característico del Imperio de los incas radica en que el comunismo primitivo deviene
sistema económico y político. El sistema incásico no se afirma en la propiedad privada.
El comunismo primitivo es elevado a una categoría superior, sistematizado,
engrandecido, puesto a tono con la época y teocratizado, pero conserva su esencia
comunista....".18 Así, Haya de la Torre identificaba dos aspectos del comunismo incaico:
en primer lugar, todo aquello que hace al comunismo primitivo propiamente dicho, y en
segundo término la organización, por parte de los incas, de ese comunismo ancestral
en un sistema económico y político más amplio. Asimismo, Haya de la Torre vio en la
Revolución Mexicana la oposición de las formas comunales al "feudalismo" impuesto
por los españoles, expresada en la contradicción entre el callpulli (similar al ayllu) y el
latifundio.
Pero la tesis del "comunismo incaico" no condujo a Mariátegui, al igual que a algunos
de sus predecesores y a muchos de sus contemporáneos, a una idealización ingenua
del incanato, a la formulación de restauraciones utópicas, a la reivindicación de
sistemas despótico-tributarios, al misticismo social o el idilio aldeano típico de algunas
expresiones del romanticismo.19 Mariátegui no pretendió resucitar un paraíso perdido
conquistando el tiempo pasado. No es correcto atribuirle proyecciones apriorísticas y
una tendencia a la hipóstasis de una forma de organización social antigua.
La tesis del comunismo incaico tampoco lo transportó al folklore apolítico o ambiguo
que erigía en programa la lana de vicuña y el huayno o la papa amarilla y el maíz
amiláceo del Urubamba. Mariátegui mantuvo prudente distancia de la "incapolítica" que
configuró una retórica y unos rituales huecos que dieron sustento a los anhelos
desarrollistas de las burguesías domésticas y a sus intelectuales. Lejos de toda
maniobra superficial, Mariátegui rehabilitó la tradición mientras que, en forma paralela,
mostró su adhesión y hasta cierto encandilamiento con ribetes futuristas frente a las
18
Haya de la Torre, op. cit., pp. 177 y 178.
19
Ver el caso del mencionado escritor y militante político trotskista boliviano Gustavo Navarro, conocido
con el seudónimo de Tristan Maroff, que reivindicaba las formas sociales y políticas de los incas como
paradigma revolucionario, y proponía una revolución socialista inspirada en los incas. Actualmente
podemos encontrar este tipo de planteos las versiones más xenófobas y sectarias del indianismo. Claudio
Katz ha señalado que este tipo de proyectos “tiende a recrear formas obsoletas de economía de
subsistencia y segrega a los explotados no indígenas”. Ver: Katz, Claudio, Las disyuntivas de la izquierda
en América Latina, Buenos Aires, Ediciones Luxemburg, 2008, pp. 24-25.
26
20
Melis, Antonio: “Tradición y modernidad en el pensamiento de Mariátegui”, en Anuario Mariateguiano,
op. cit., p. 75.
27
no está en saber cómo ha sido el Perú. Está, más bien, en saber como es el Perú. El
pasado nos interesa en la medida en que puede servirnos para explicarnos el presente.
Las generaciones constructivas sienten el pasado como una raíz, como una causa.
Jamás lo sienten como un programa..." [Itálicas en original] (SE, p. 307).
Finalmente, en las notas de los Siete ensayos, correspondientes al "Problema de la
Tierra", Mariátegui sostiene: "No creo en la obra taumatúrgica de los incas. Juzgo
evidente su capacidad política; pero no menos evidente que su obra consistió en
construir el imperio con los materiales humanos y los elementos morales allegados por
los siglos. El ayllu la comunidad fue la célula del Imperio. Los incas hicieron la
unidad, inventaron el Imperio; pero no crearon la célula. El Estado jurídico organizado
por los incas reprodujo, sin duda el Estado natural preexistente. Los incas no
violentaron nada" (SE, p. 328).
Sin dudas, para comprender acabadamente a Mariátegui es inexcusable reconocer que
muchas de sus afirmaciones respecto de esta cuestión poseen un rigor que es del
orden de lo simbólico más que de lo histórico y parten de un reconocimiento del pasado
incaico “como raíz y no como programa”. Es decir, hay que atender a las
alegorizaciones en sus diferentes sentidos, en particular el de las “anagogías” que
superan las interpretaciones literales (van más allá de las simples relaciones de
semejanza entre cosas distintas, o sea, de las “analogías”). En efecto, si bien se puede
afirmar que los incas sistematizaron y generalizaron las técnicas y las instituciones
solidarias preexistentes y garantizaron cierto “bienestar material” que llevó a ignorar el
“problema de Malthus”, también explotaron política, religiosa y patriarcalmente el
plustrabajo de las comunidades, o sea, capturaron los frutos de la cooperación.
Aunque Mariátegui aclara que en los marcos del imperio incaico se desarrolló un alto
sentido del deber social y que el trabajo colectivo y el esfuerzo común se emplearon
fructuosamente en fines sociales (SE, p. 15), sin dudas existe una contradicción entre
las comunidades y un sistema que se aprovechó de ellas. La comunidad no dejó de ser
violentada por el Imperio y cuesta pensar en una transformación recíproca que haya
beneficiado a las primeras.
Pero Mariátegui busca construir un arquetipo y una herramienta eficaz para desmitificar
al capitalismo. En un plano menos evidente, en una dimensión menos atendida y
29
21
Belaúnde, Víctor Raúl: “En torno al último libro de Mariátegui”, en: Arico, José, op. cit., pp. 273-292.
22
Baudin, Louis, “Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana”, por José Carlos Mariátegui,
Biblioteca Amauta, Lima, 1928, en: Arico, José, op. cit., pp. 256-257. Baudin también es autor de
L’Empìre socialiste des inka (El Imperio socialista de los incas), publicado en París, en 1928, del que
existen varias ediciones en castellano.
23
Paris, Robert, La formación ideológica de Mariátegui, op. cit., 1981, p. 180.
30
Justamente junto a Falcón Mariátegui había iniciado en 1918 el itinerario que lo condujo
al socialismo. Es más, en un comienzo, Falcón asumió esa orientación con mayor
determinación. Lo que demuestra, entre otras cosas, las limitaciones de ese socialismo
inicial: una carga eurocéntrica y un volumen exclusivamente ético, o “espiritual”. Juntos,
además, se embarcaron en la experiencia europea, pero el influjo de la misma fue
dispar. ¿Cuánto pesa Italia en Mariátegui y España en Falcón a la hora de explicar el
proceso de diferenciación? Sin duda mucho.
Lo concreto es que frente a la primera encrucijada Mariátegui y Falcón tomaron rumbos
diferentes que los alejaron cada vez más. El amauta irá desprendiéndose del lastre
eurocétrico, reformulará la dimensión ética del socialismo asignándole un carácter
práctico, pero sobre todo comenzará a pensar el socialismo como un proyecto
inmanente al movimiento real.
Con el primer número de Amauta en sus manos –revista que le parece excesivamente
“literaria”–, Falcón endurecerá sus posiciones. En carta fechada en Londres el 27 de
octubre de 1927, le dice a Mariátegui: “yo no estoy de acuerdo ni quiero estarlo con la
tendencia indigenista, o, mejor dicho, incaísta del periódico y muchísimo menos, con el
artículo de Valcárcel. Este hombre, aparte de escribir con lamentable gusto, está mal
del cráneo […] Nosotros, tú, yo, los Pérez, Fernández, Trampolini o Smith o Mayer de
nuestro grupo no somos quechuas ni nos parecemos a ellos, entre otras razones,
porque entre nosotros y los quechuas hay, desgraciadamente, diez siglos de progreso
humano….”.25
Sin dudas, Mariátegui libró su combate principal contra aquellos que, como Falcón (o la
izquierda en líneas generales), asumían posiciones cientificistas, iluministas, a-
históricas y eurocéntricas; contra los que no lograban apartarse de las coordenadas
impuestas por la racionalidad capitalista semicolonial y sus fetiches (el “progreso”,
principalmente); contra los que se negaban a los mitos surgidos por simpatía con la
realidad; contra los que rechazaban las fusiones y la realización simultánea (la síntesis
27
?
Esta idea no debe hacerse extensiva a otros aspectos. El socialismo (el legítimo, el radical)
necesariamente deberá “violentar” muchas situaciones dado que afectará los intereses de las clases
dominantes. En carta a Samuel Glusberg del 30 de abril de 1927 Mariátegui decía: “si la revolución exige
violencia, autoridad, disciplina, estoy por la violencia, por la autoridad, por la disciplina. La acepto en
bloque, con todos sus horrores, sin reservas cobardes”. En: Tarcus, Horacio, op. cit., p. 127.
34
potencia, una praxis de poder popular. Un socialismo que ponga fin a la ruptura
histórica generada por la conquista y profundizada por la República. Un socialismo que
invierta el discurso de los opresores y sus representaciones del campesinado-indígena,
que erradique definitivamente el prejuicio de su inferioridad intrínseca. Por lo tanto
también podemos colegir que el socialismo para Mariátegui es praxis liberadora y no se
condice con la gestión de un pueblo, una comunidad, etc., por parte de instituciones
estatales.
Lo mismo cabe para el plano de las “superestructuras” –específicamente para la
religión– concebidas por Mariátegui como “expresión” dinámica y no como reflejo
estático. Mariátegui se encarga de destacar que la religión del Tahuantinsuyo no
violentaba los sentimientos, ni los hábitos de los indios. Está lejos de sostener que en
un modo de producción precapitalista la “superestructura” está contenida en el mismo,
mientras que en el capitalismo está separada. Su visión totalizadora lo exime de ese
tipo de conclusiones. Sí nos parece atinado plantear, a modo de hipótesis, que
Mariátegui está diferenciando un sistema (una totalidad) caracterizado por sus formas
orgánicas de existencia que no necesita de representaciones encubridoras, de
ideologías y consignas “relativamente autónomas”, de otro sistema que sí las necesita y
que se basa en formas atomizadas de existencia y en una formas de objetividad
basadas en la “reificación”. De esta manera, mientras que en un sistema las
instituciones humanas están ligadas a la naturaleza, a la tierra, al trabajo y a la vida, en
el otro sistema, el proceso histórico las separa de sus soportes necesarios.
La inferencia se impone nuevamente: Mariátegui le adjudica una dimensión religiosa al
socialismo, de hecho asumirá la política como filosofía y religión. Por supuesto, no
concibe a la religión sólo como dogmas, ritos y parafernalias, en fin con todo lo que
González Prada identificaba como la "hipocresía de la religión", 28 sino como lo que
"relaciona" y une a los sujetos, es decir, lo que "religa”. En efecto, Mariátegui reconoce
el carácter práctico de las ideologías. De este modo, también la herencia del
28
González Prada, Manuel: "La cuestión indígena", Los parias, Nº 20, Lima, diciembre de 1905, en Obras,
tomo III, vol. 4, 1986, pp. 289-290. En: Arroyo Reyes, Carlos: "Manuel González Prada y la cuestión
indígena", en: Cuadernos Americanos, Nueva Época, Nº 91, Volumen 1, México, UNAM, enero-febrero
2002, p. 178.
35
29
En relación a la cuestión religiosa en Mariátegui, algunos autores han destacado la influencia de John
Alexander Mackay (1889-1983), presbítero de la Iglesia libre de Escocia y fundador del Colegio Anglo-
Peruano de Lima. Mackay habría influido sobre Mariátegui en diferentes aspectos: una visión ecuménica,
la admiración por Miguel de Unamuno y la crítica pedagógica. Ver: Chanamé Orbe, Raúl: “La relación de
Mariátegui con John Mackay”, en: Anuario Mariateguiano, op. cit., pp. 293-300.
36
experiencia colectiva de resistencia y lucha popular que, por otra parte, remite al
sentido más recóndito de lo apocalíptico.
Socialismo, utopía andina y mito intervienen como denuncia del orden existente y
anuncio del orden nuevo, emergen como sueño y deseo del seno mismo de una
conflictividad histórica y se convierten ya no simplemente en fuerzas complementarias o
paralelas, sino en las dos caras de una misma moneda, en la encrucijada de la historia
y la meta-historia.
Para Mariátegui la conquista española acabó con el Imperio de los incas y además de
haber frustrado el desenvolvimiento de la auténtica peruanidad sentó las bases, en la
sierra, de una economía que denominaba "feudal". Más allá de la pertinencia del uso de
la categoría "feudal" para caracterizar la realidad de Nuestra América, en particular la
de Perú, en tiempos coloniales, más allá de las precisiones semánticas, es evidente
que Mariátegui remite a un régimen económico-social que no logró mayores
rendimientos que la economía precolonial y que además "desnaturalizó" a las
comunidades a la vez que les permitió subsistir. Mariátegui confiaba no sólo en el
carácter "resistente" de las comunidades, también en sus potencialidades, que podían
desarrollarse una vez liberadas del régimen de servidumbre que las sofocaba, en el
marco de un sistema que no las violente, que las ampare, que las asista con tecnología,
escuelas, hospitales, etc., verbigracia, el socialismo.
Pero para Mariátegui el "coloniaje", mal que mal, instituyó algunas prácticas que
amparaban la propiedad indígena y su organización comunal, en algunos casos, en
forma deliberada, se buscó aprovechar el "comunismo indígena" (por cierto, algo que,
con otros fines, también hicieron los incas). Como ejemplos esclarecedores Mariátegui
remite a las Leyes de Indias que junto con las encomiendas, las mitas y el pongaje,
amparaban a la propiedad y la organización comunal. También destaca el caso de los
jesuitas con sus misiones.
A partir del proceso de consolidación del mercado mundial capitalista, en la segunda
mitad del siglo XIX, en muchas de las jóvenes naciones de Nuestra América los
gobiernos sancionaron leyes tendientes a crear una clase de pequeños propietarios.
Éstas, en general, no afectaban a los terratenientes latifundistas (salvo el caso de la
Iglesia católica, en México). La pequeña propiedad intentó establecerse a expensas de
37
las comunidades campesinas. Directa o indirectamente y más temprano que tarde, las
reformas terminaron auspiciando procesos de concentración de la propiedad. Tanto la
colonia como la República desarrollaron mecanismos de transferencia de excedente
producido por las comunidades a la encomienda, a la hacienda, a la mina, al obraje, al
ingenio. Además de núcleos donde extraer el excedente, las comunidades funcionaron
como espacio de reproducción de la fuerza de trabajo.
La República en Perú, a su tiempo y en lo sustancial, no modificó esta situación.
Invocando el liberalismo y reivindicando retóricamente una sociedad de pequeños
propietarios, mucho más que al latifundio y al gamonalismo, lastimó a las comunidades.
Dice Mariátegui: "El liberalismo de la legislación republicana, inerte ante la propiedad
feudal, se sentía activo sólo ante la propiedad comunitaria. Si no podía nada contra el
latifundio, podía mucho contra la 'comunidad'. En un pueblo de tradición comunista,
disolver la 'comunidad' no servía a crear la pequeña propiedad. No se transforma
artificialmente a una sociedad..." [Itálicas nuestras]. Y más adelante agrega: "...el
liberalismo formal de la legislación republicana no se ha mostrado activo sino frente a la
'comunidad' indígena. Puede decirse que el concepto de propiedad individual casi ha
tenido una función antisocial en la República a causa de su conflicto con la subsistencia
de la 'comunidad'…". (SE, p. 70 y 72).
De esta manera la República no asistió a la parición de una verdadera burguesía
nacional y ofreció el marco adecuado para la consolidación del capital monopólico
extranjero (tanto o más voraz y saqueador que los conquistadores ibéricos) y del
imperialismo que profundizó las deformidades y el atraso de Perú. A partir de la
República, la formación social peruana se caracterizará por la articulación entre capital
imperialista y “pre-capital”. Articulación que remite a un todo orgánico característico de
las formaciones sociales periféricas y que es compatible con la noción de desarrollo
desigual y combinado. Es decir, el desarrollo capitalista de Perú nación atrasada
asiste a la superposición de distintas fases del proceso histórico. Mariátegui piensa la
realidad en términos de una totalidad donde las partes, los elementos y las fases se dan
al mismo tiempo y se condicionan y determinan respecto al todo y respecto al ser.
Piensa dialécticamente. De este modo plantea la "solidaridad" entre el sector capitalista
dominado por los monopolios extranjeros que subordinaban al capital nacional a sus
38
Capítulo 2
Sobre el carácter "relacional" de los elementos de socialismo práctico
34
Alimonda, Héctor: “Mariátegui y las vanguardias, la tradición y la modernidad”, en: Anuario
Mariateguiano, op. cit., p. 88.
41
dialécticas que instalan el futuro en el presente. Un presente que se asume como una
instancia de mediación o punto de partida concreto hacia un orden superador y
universal. La comunidad, órgano específico del comunismo campesino-indígena, era
para Mariátegui la institución nacional autóctona que se erigía en alternativa al
latifundio, a la "feudalidad" y también al capitalismo.
Para Mariátegui el espíritu colectivista de los pueblos originarios va más allá de la
existencia de las comunidades en la sierra peruana. Su "espíritu de cooperación", sus
"mecanismos morales", para el amauta, se ponían de manifiesto en infinidad de
prácticas "extracomunitarias" y en distintas regiones de Nuestra América. Desde su
punto de vista estos elementos no sólo permitieron la recuperación demográfica de los
pueblos originarios después del impacto inicial de la conquista, sino que fueron (y son)
fundamentales para subsistir, resistir, ser y anhelar.
La "economía comunista indígena", "el comunismo agrario del ayllu", y los "elementos
de socialismo práctico" remiten a principios de reciprocidad y redistribución de las
riquezas y consisten en hábitos y formas de cooperación, asociación y solidaridad y en
un conjunto de "expresiones empíricas" de un "espíritu comunista". 35 Lo importante es
que la cooperación, la solidaridad, etc., se encuentran en el núcleo mismo de una
relación social.
Dejando en claro que se pueden hallar hábitos e instituciones análogas en otros
pueblos originarios, a guisa de ejemplo podemos mencionar los siguientes hábitos de
cooperación entre quechuas y aymaras: la minga, el ayni o ayne, el rama, el techa o
pararaico, que significan: trabajo comunitario, colaboración en el trabajo, colaboración
mutua para distintas tareas. Remiten, por lo tanto, a las tradiciones socio-culturales y
las experiencias de los pueblos originarios. Creemos lícito pensarlos como relaciones
transparentes y lazos de seguridad primaria pero también no olvidemos que
Mariategui dice "socialismo", como germen de autogobierno que disputa el control
35
?
Mariátegui cita a César Ugarte para explicar el funcionamiento de la economía comunista indígena: "la
propiedad colectiva de la tierra cultivada por el ayllu o conjunto de familias emparentadas, aunque
dividida en lotes individuales intransferibles; propiedad colectiva de las aguas, tierras de pasto y bosques
por la marca o tribu, o sea la federación de ayllus establecidos alrededor de una misma aldea;
cooperación común en el trabajo; apropiación individual de las cosechas y frutos..." (SE, p. 50).
42
36
Vale destacar que los principios de reciprocidad y redistribución de las riquezas y los hábitos de
cooperación de los pueblos originarios, más allá de las transformaciones acaecidas desde la publicación
de los Siete ensayos, siguen vigentes hoy en Nuestra América. El caso de Bolivia es un buen ejemplo. El
debate sobre las alternativas para la construcción del socialismo en Bolivia no puede soslayar la noción
de elementos de socialismo práctico presentes en las comunidades, cosa que ha señalado el propio
presidente Evo Morales.
43
37
Polanyi, Karl, La gran transformación. Los orígenes políticos y económicos de nuestro tiempo, Buenos
Aires, Fondo de Cultura Económica, 2007, pp. 334 a 339.
44
38
Hernández Arregui, Juan José, Imperialismo y cultura, Buenos Aires, Peña Lillo-Ediciones Continente,
2005, pp. 42-43. Además de Sorel, Hernández Arregui encuentra otro “interprete profético” en Federico
Nietzsche.
39
Henri Bergson sostenía que la intuición era un medio para llegar al conocimiento de la duración, los
hechos de la conciencia y de la vida. Sus principales obras fueron: Materia y memoria (1896), La risa
(1900), La evolución creadora (1907). En 1927 obtuvo el Premio Nobel de Literatura.
47
práctico. Así, las fábricas y las comunidades pueden concebirse como los ámbitos
privilegiados a la hora de la realización de los programas.
Finalmente cabe destacar una dimensión del mito soreliano directamente asociable con
los ideales comunitarios y los organismos prefigurativos. Luis Villaverde Alcalá-Galiano
señaló que Sorel en sus Reflexiones sobre la violencia, se refería a los mitos como
"construcciones" y no como acontecimientos, ideas o principios. Según el autor, para
Sorel el mito podía ser todo eso junto o por separado. 40 Es decir, en el propio Sorel la
cuestión del mito presenta una dimensión práctica y concreta, que excede (sin dejar de
contener y combinar) el campo de lo imaginario, de las idealizaciones, lo sentimental, lo
utópico y la fantasía.
En este aspecto la concepción mariateguista puede armonizarse con la de muchos
movimientos sociales de Nuestra América. Por ejemplo, el Movimiento Sin Tierra de
Brasil (MST) que concibe a la conciencia social no como la compilación de ideas
"avanzadas" o "progresistas" sino como el fruto de la convivencia social (en
determinadas condiciones) y como la asunción colectiva de un conjunto de valores.
Mariátegui insiste en la potencialidad de la combinación entre las formas económicas y
sociales comunitarias (ancestrales), con sus capacidades democráticas y
anticapitalistas, y las tendencias mundiales y los programas socializantes.
Para Adolfo Gilly "las tradiciones comunales, en una época de revoluciones sociales,
pueden cumplir una triple función: servir como parte de la estructura y del sostén de los
organismos de la lucha revolucionaria; enlazar la comprensión individual con la
perspectiva colectiva; y servir de apoyo para la transición a una organización productiva
y social superior...".41 Gilly además plantea que ésta es la principal argumentación de
Mariátegui en los Siete ensayos.
Aquí corresponde la analogía con los planteos de Carlos Marx (1818-1884) en los
Manuscritos de 1844. El joven Marx concebía a la "comunidad" como una
determinación donde el trabajo tiene un sentido social. Marx destacaba que la
propiedad comunal no es consecuencia del trabajo alienado. La comunidad se erige en
el ámbito de trabajo no alienado, un trabajo que no martiriza el cuerpo y no arruina el
40
Villaverde Alcalá-Galiano, Luis: “El sorelismo de Mariátegui", en Aricó, op. cit., p. 146.
41
?
Gilly, Adolfo, La revolución interrumpida, México, Era, 1994, p. 70.
48
oponérsele nuevos órganos propios de las clases subalternas, como los consejos de
obreros y campesinos. En este sentido es oportuno tener presente su experiencia
europea, particularmente italiana, que lo puso en contacto directo con este tipo de
órganos y con un "socialismo de base", que en algunos aspectos esenciales pueden
parangonarse a las comunidades campesinas indígenas del Perú.
Capítulo 3
Bases empíricas, objetivas e ideales para el socialismo en Nuestra
América.
51
Paris, Robert: "El marxismo de Mariátegui", en: Aricó, José, op. cit., p. 137. También en: París, Robert,
La formación ideológica de José Carlos Mariátegui, op. cit., p. 144.
52
París, Robert, La formación ideológica de José Carlos Mariátegui, op. cit., p. 144.
53
Quijano, Aníbal, op. cit., p 115.
55
55
Zavaleta Mercado, René, La formación de la conciencia nacional, La Paz, Amigos del Libro, 1990, p.
153-157.
56
Mella, Julio A., op. cit., en: Löwy, Michael, El marxismo en América Latina…op. cit., p. 88. Más
adelante Mella decía que: “En su lucha contra el imperialismo –el ladrón extranjero– las burguesías –los
ladrones nacionales–, se unen al proletariado, buena carne de cañón. Pero acaban por comprender que
es mejor hacer alianza con el imperialismo, que al fin y al cabo persigue un interés semejante. De
progresistas se convierten en reaccionarios…” (p. 96).
58
transformaciones socialistas y, por otro lado, primero había que atravesar una etapa de
desarrollo capitalista, realizar la revolución democrático-burguesa. Lejos de Mariátegui,
Haya de la Torre y la IC consideraban que una posición favorable al socialismo en un
país de escaso desarrollo capitalista podía producir un defasaje ideológico, caldo de
cultivo del mesianismo campesino o de desviaciones ultraizquierdistas.
Para Haya de la Torre ese tránsito por la estación capitalista era función de las capas
medias y del Estado, es decir, consideraba que un "Estado antiimperialista" dirigido por
la pequeña burguesía podía construir estas premisas. Por cierto, esta visión del Estado
(concentrada en tesis del "Estado antiimperialista") es burdamente instrumentalista,
tanto como la de la izquierda dogmática.
Haya de la Torre reconoce la subsistencia de las comunidades y las tradiciones
colectivistas pero, desde una concepción etapista y estadocéntrica, que supervaloriza el
papel histórico de la pequeña burguesía, no está en condiciones de considerarlas como
la base de la nueva sociedad, tal como planteaba Mariátegui. Este punto de vista, no
sólo distanció a Mariátegui del nacionalismo populista sino que generó contradicciones
con la IC que también se pusieron de manifiesto en la Primera Conferencia Comunista
Latinoamericana realizada en Buenos Aires, en junio de 1929.
El debate librado en dos frentes no sólo muestra la originalidad de Mariátegui sino
también las limitaciones, en acto y en perspectiva, del nacionalismo populista y el
estalinismo latinoamericanos que, más allá de sus diferencias, coincidían en un tópico
estratégico fundamental: la inexistencia de condiciones para una revolución socialista
en Nuestra América. Tanto el nacionalismo populista como el estalinismo
latinoamericanos, rechazaban el reformismo pero solamente desde la retórica. Para el
primero, el concepto pertenecía a un arsenal teórico y a un léxico europeizante y la
realidad de Nuestra América no habilitaba su utilización. Para el segundo, el reformismo
se asociaba a las estrategias social-burguesas de las organizaciones socialistas no
subordinadas a la IC y a las orientaciones impuestas por la Unión Soviética. Pero la
realidad histórica señala que ambas corrientes fueron reformistas, e incluso mucho
menos que eso.
Doce años después de la muerte de Mariátegui, y como coletazo de la polémica con la
IC, el ya mencionado funcionario soviético V. M. Miroshevski publicó el célebre artículo
60
57
Miroshevsky, V. M,: op cit,, en: Aricó, José, op. cit.
61
En otro plano, los elementos de socialismo práctico pueden concebirse como punto de
partida para el desarrollo de una conciencia política de clase que avanza en la
dilucidación popular del rol del Estado en las sociedades burguesas y que vivisecciona
los mecanismos de dominación. Una conciencia revolucionaria de clase (que asume la
cuestión del poder) y una conciencia socialista revolucionaria (que se propone construir
una nueva sociedad). Dice Mariátegui en "El Problema de las razas en América
Latina":60 "Una vez que el indio haga suya la idea socialista, le servirá con una
disciplina, tenacidad y fuerza en la que pocos proletarios podrán aventajarlo..." (IyP, p.
46). Es evidente que esta conciencia espontánea, que podemos vincular al socialismo
práctico, es para Mariátegui algo cualitativamente distinto a la conciencia "empírica" que
puede ser compatible con la ideología burguesa. La conciencia espontánea que emana
de las experiencias de "socialismo práctico" y del ejercicio de una subjetividad afín con
la autoactividad de las masas presenta incompatibilidades radicales con esta ideología.
Sin dudas, una conciencia que tiene como plafón el ejercicio práctico del socialismo y
sus valores, es una posición sólida, mucho más si asume su capacidad singular en la
creación de una nueva sociedad.
Esa conciencia espontánea es más "condición objetiva" que subjetiva (o un ejercicio de
subjetividad afín a la autoactividad). Mariátegui percibe que en las comunidades anida
un poder de rechazo y predisposiciones refractarias a la reproducción del orden
dominante. La conciencia espontánea puede ser el punto de partida para la gestación
de agentes experimentados en el cambio social. El déficit de esa conciencia pasa por
su orfandad en materia de perspectivas más amplias, por no desarrollar anhelos de
extensión y deseos de exceder el ámbito que la generó, es decir, por no asumir la
conciencia de su propia potencialidad transformadora del conjunto social, esto es: la
conciencia de la potencialidad (que incluye la proyección) de los elementos de
socialismo práctico y de las posibilidades de la comunidad como soporte de otra
60
“El problema de las razas en América Latina” es uno de los documentos presentados y discutidos en la
Primera Conferencia Comunista Latinoamericana (Buenos Aires, junio de 1929), por lo tanto figura en el
libro El Movimiento Revolucionario Latino Americano. Versiones de la Primera Conferencia Comunista
Latinoamericana, editado por la revista La correspondencia sudamericana, Buenos Aires, s/f. La primera
parte del trabajo fue redactada integralmente por Mariátegui, la segunda parte fue elaborada por el Dr.
Hugo Pesce sobre un boceto del primero.
65
Capítulo 4
El “hallazgo” de un sujeto: sobre la reformulación de la alianza
obrero-campesina
61
Doll, Ramón: "'Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana', por José Carlos Mariátegui,
Biblioteca Amauta, Lima, 1928", en: Aricó, José, op. cit., p. 264. En la misma compilación, Robert Paris
recuerda que el Dr. Juan B. Justo, desde las páginas del diario La Nación, histórico vocero de la
burguesía terrateniente argentina que siempre se reservó algunas páginas para los izquierdistas inocuos,
realizaba el elogio del capital extranjero. Ver: Paris, Robert: "Para una lectura de los Siete ensayos", en:
Aricó, José, op. cit., p. 313.
68
62
Zinoviev, Grigori: "Leninismo", en: Trotski, León; Bujarin, Nicolai; Zinoviev, Grigori, El gran debate
(1924-1926). I. La revolución permanente, Córdoba, Cuadernos de Pasado y Presente, Nº 34, 1972, p.
155.
63
Lenin, V. I., Alianza obrero-campesina. Táctica revolucionaria, Buenos Aires, Anteo, 1984, p. 36.
Tomado de Lenin, V. I., Obras Completas, Cartago, Buenos Aires, 1969-1973, T. XXXVIII, pp. 268 a 271.
64
Lenin, V. I., Alianza obrero-campesina. Táctica revolucionaria, Buenos Aires, Anteo, 1984, p. 60.
65
Bujarin, Nicolai: "Acerca de la teoría de la revolución permanente", en: Trotski, León; Bujarin, Nicolai;
Zinoviev, Grigori, El gran debate (1924-1926). I. La revolución permanente, Córdoba, Cuadernos de
Pasado y Presente, Nº 34, 1972, p. 140.
66
Zinoviev, Grigori, op. cit., p. 164.
70
67
Trotski, León, Tres concepciones de la revolución rusa, México, 1940, citado por: Gilly, Adolfo, op. cit.,
p. 307.
68
Trotski, León, El programa de transición para la revolución socialista, La Paz, Ediciones Crux, 1986, p.
177.
72
69
?
Polanyi, Karl, op. cit., p. 248. Ver también pp. 249, 303 y 307.
73
del campesinado, una condición histórica y concreta (en realidad, muchas condiciones),
terminaba siendo naturalizada. Como veremos, Mariátegui construirá una visión original
sobre la cuestión campesina en abierta ruptura con las concepciones eurocéntricas.
El caso es que en Rusia (como en Perú, como en México), existía un sector del
campesinado pobre familiarizado con las formas colectivas de la propiedad (o de
usufructo) y de trabajo. El campesinado ruso tenía tradiciones comunitarias. Pero Lenin
no las visualizó como formas de oposición concreta a la propiedad privada, por el
contrario, para Lenin representaban un "anacronismo medieval", una vieja forma de
explotación agraria que debía ser destruida para que el capitalismo avanzara. Para
Lenin los campesinos rusos eran partidarios de la nacionalización, pero no creía que
esta posición pudiera derivarse de los "gérmenes especiales" y los "principios de trabajo
no burgueses" infundidos por las comunidades.
Por su parte Trotski, en La revolución permanente, sí visualiza esas formas e identifica
tradiciones "anticapitalistas" en el campesinado ruso y "temple revolucionario". Es más,
en este trabajo de fines de 1929, 70 planteaba que "si había en algún sitio la posibilidad
de un partido campesino antiburgués y revolucionario, era Rusia" [itálicas en el original].
Seguidamente enumeraba todas las tentativas que encarnaron grupos genéricamente
denominados "populistas" como Tierra y libertad, La libertad del Pueblo, El reparto
negro, y los denominados social-revolucionarios (llamados también eseristas). En
efecto, para Trotski, Rusia había servido como un "laboratorio gigantesco para la
creación de un partido campesino 'anticapitalista' con una posición independiente
respecto al partido del proletariado". Pues bien, ¿qué mostraba la experiencia rusa?
Que estas organizaciones terminaban entregando al campesinado a una dirección
burguesa, sirviendo de instrumento de la burguesía contra el proletariado. 71
Al margen de la opinión de Mariátegui sobre Trotski (favorable en líneas generales,
como hemos señalado anteriormente), más allá del universo ético compartido por
ambos, hay que destacar las similitudes más notables entre los planteos de uno y otro.
Por cierto, lo que Trotski le cuestionaba a la IC en el año 29, Mariátegui llegó a
padecerlo en forma directa: la lucha por el socialismo mundial confundida con el plan
70
Tesis formulada por Trotski originariamente en 1905 y ratificada en 1929 (a partir de la experiencia de
la Revolución Rusa). Se trata de una tesis que también está presente en Lenin y en el mismo Marx.
71
Trotski, León, La revolución permanente, Buenos Aires, Hyspamérica, 1988, pp. 92 y 93.
74
72
Ibídem, p. 185.
73
Lenin, V. I., op. cit., p. 75.
75
de las clases subalternas, del proletariado, pero sobre todo del campesinado-indígena.
En efecto, Mariátegui valorizará el potencial histórico revolucionario de las masas
campesinas-indígenas, hasta ese momento menospreciadas o deliberadamente
ignoradas por la teoría revolucionaria eurocéntrica. Además, en Perú, como en la mayor
parte de los países de Nuestra América, la "cuestión campesina", total o parcialmente
es siempre una "cuestión indígena". Mariátegui ya no tendrá dudas: Austria no era igual
que Perú.74
De seguro resultaron fundamentales en el cambio de orientación sus reflexiones críticas
sobre la Revolución Mexicana. La primera, y tal vez la más importante de las
revoluciones agrarias del siglo XX en Nuestra América, le mostraba al amauta cómo los
campesinos y los trabajadores pobres del campo, partiendo de la guerra campesina,
llegaron a plantearse una alianza con el resto de las clases subalternas (incluyendo a
los trabajadores urbanos) y horizontes cuasi socialistas. Por cierto, la experiencia de la
Revolución Mexicana complejizaba aun más el panorama: también mostraba cómo los
trabajadores, incluso aquellos que estaban bajo el influjo de ideologías de izquierda o
progresistas, podían jugar roles antipopulares y reaccionarios. Y, lamentablemente, no
fue la única vez en la historia que los sindicatos y los partidos de izquierda repudiaron el
radicalismo de las clases no estrictamente proletarias.
En México, concretamente en el estado de Morelos (un estado controlado por los
zapatistas durante un largo período), el colectivismo agrario funcionó, de modo muy
similar a Perú, como el fundamento de un pensamiento ejidal y de una ideología
agraria. La ancestral visión campesina precapitalista y comunitaria, traducida en leyes
durante la década del veinte, revistió formas anticapitalista. Un anticapitalismo empírico,
en los términos de Adolfo Gilly75 [itálicas nuestras].
Ricardo Flores Magón (1873-1922), una de las figuras más representativas de la
Revolución Mexicana, planteaba que el proceso revolucionario en México dependía de
la profundización y el desarrollo de ese colectivismo. Sin dudas, entre el pensamiento
ejidal y la ideología agraria (principalmente del zapatismo) y la noción mariateguiana de
elementos de socialismo práctico en la agricultura y en la vida indígenas, existen
74
En el artículo "La reacción austríaca", publicado en Mundial, en octubre de 1929, Mariátegui planteaba
la contradicción entre una aldea conservadora y filo fascista y una urbe proletaria (FAVM, III, p. 87).
75
Gilly, Adolfo, op. cit., p. 262.
78
76
Alimonda, Héctor: op. cit. p. 95.
80
77
Germaná, César, El "socialismo indoamericano" de José Carlos Mariátegui. Proyecto de reconstitución
del sentido histórico de la sociedad peruana, Lima, Amauta, 1995, p. 147.
81
81
En: Zinoviev, op. cit., p. 171.
83
sistema capaz de liquidar la “feudalidad” (el atraso). Mariátegui, desde temprano abrigó
esta certeza. A poco de regresar de Europa, en la primera conferencia titulada "La crisis
mundial y el proletariado peruano", de junio de 1923, sostiene: "...los bandos son neta e
inconfundiblemente sólo dos. El bando de los que quieren realizar el socialismo
colaborando políticamente con la burguesía; y el bando de los que quieren realizar el
socialismo conquistando íntegramente para el proletariado el poder político..." (HCM, p.
19). En este punto capital, nuevamente, la coincidencia con el Che es transparente.
Sostenemos entonces que, en Mariátegui, la noción de elementos de socialismo
práctico es el complemento necesario de su reformulación del sentido de la alianza
obrero-campesina. Esto, junto a la caracterización del papel del imperialismo y el
capitalismo periférico, justifica la refutación del etapismo. Además esta noción está
fundada en otra categoría mariateguiana que la contiene, la de "pueblo-civilización", el
verdadero sujeto histórico para Mariátegui. Como vimos, para el amauta el
campesinado indígena es el substratum nacional mismo. Sin ellos, no cabe hablar de
Perú. Fundamentalmente el incaísmo no restaurativo le permite a Mariátegui construir
una idea de nación y de peruanidad basada en los componentes autónomos e
igualitarios de lo autóctono, los componentes más genuinos a sus ojos. 82 A su vez, esos
componentes sirven de nexos para articular la tradición con lo moderno, el pasado y el
futuro, lo particular con lo universal.
Capítulo 5
El dogma “en cueros”
82
?
Refiriéndose a la lucha de los sinn feiners irlandeses, en el artículo "Irlanda e Inglaterra", publicado en
Variedades en octubre de 1924, Mariátegui afirmaba: "El sentimiento nacional se confunde, se identifica
con un sentimiento clasista" (FAVM, I, p. 111). Lo mismo pensaba respecto de Perú.
84
83
?
En relación a esta problemática creemos que es fundamental el aporte de Michael A. Lebowitz, quien,
entre otras cosas muy importantes, ha señalado que la finalidad del capital no es el desarrollo de las
fuerzas productivas sino la valorización, y que a la primacía de las fuerzas productivas debe oponérsele
la primacía de las necesidades de los trabajadores. Ver: Lebowitz, Michael A., Más allá de El capital. La
economía política de la clase obrera en Marx, Caracas, Monte Ávila, 2006.
86
del realismo, sino vías para excederlo, una especie de “etapa superior”. Pero en sus
modos perceptivos hay algo más que simple espíritu artístico que se reserva el dominio
del ensueño frente al macizo mundo burgués, como planteaba el poeta francés Paul
Valery (1871-1945). Al recurrir al vuelo de la fantasía para abarcar la profundidad de la
realidad, Mariátegui se aparta del lugar común que contrapone imaginación a realidad,
lo más importante es que aplica esta noción tanto a nivel teórico como político. Se
aparta además de la “teoría del reflejo” que concibe el conocimiento, la ciencia, el arte,
como reflejo de la realidad objetiva en la mente humana, teoría que nutrió al realismo
socialista y que paradójicamente enunciara el tan poco dogmático Lukács, 84 el mismo
que insistió en el “punto de vista de la totalidad”.
Así, el predominio de las cosas es contrabalanceado por el peso de la subjetividad
ingobernable y los mitos. Para Mariátegui el marxismo es verbo y, más que teoría
general de la historia, es una filosofía despejada y expansiva que permite desentrañar
las lógicas más íntimas de la realidad.
El punto de vista de Mariátegui impugna la atroz mecánica que determina a los sujetos
(específicamente las clases sociales). También en este aspecto Mariátegui precede al
Che, quien consideraba el peso de los "hechos de conciencia" en los procesos de
transformación social y los peligros del comunismo concebido más como un método de
reparto que como moral revolucionaria. Como hemos visto, para Mariátegui la sociedad
autoemancipada, la sociedad socialista, exigía el desarrollo de una "moral de
productores", para él, el socialismo poseía una dimensión ética y suscitaba un asunto
de conciencia que hacía imposible eludir la responsabilidad moral. Tanto para
Mariátegui como para el Che, la sociedad autoemancipada nunca podía ser el resultado
de la catástrofe del capital.
Mariátegui y el Che son conscientes de que, en las luchas contra el capital orientadas a
la edificación de una nueva sociedad, más que el desarrollo de las fuerzas productivas
y el incremento de los bienes (que, lejos de todo lirismo, no descartan en absoluto),
valen los procesos, las praxis y faenas tendientes a superar el individualismo, el
fetichismo, la mercantilización de la naturaleza y la vida y la mismísima ley del valor.
Mariátegui y el Che nos proponen “varas” alternativas (de una singular vigencia en
84
Ver: Lukács, Gyorgy, Prolegómenos a una estética marxista, México, Grijalbo, 1965.
87
sobresale el sujeto “multitud” (de Toni Negri y Michael Hardt). 85 Sujeto de baja
intensidad anunciado con una retórica formalmente mesiánica y superficialmente
apocalíptica, un sujeto tan irreal como soberbio e insoportablemente pedante. Por
cierto, nos parece que todo lo que en los últimos tiempos se ha dedicado a celebrar la
multitud no ha hecho más que subestimarla. En estas exaltaciones de lo que es incapaz
de decidir un itinerario histórico, en aquellas miradas que descubren las bondades de lo
inorgánico, también percibimos las afinidades con el poder dominante.
Desde la noción de elementos de socialismo práctico el sujeto se erige en un constructo
que resulta de las praxis y no de las realidades exteriores y anteriores a los hombres y
mujeres que les imponen "necesidades objetivas". Tampoco resulta de la voluntad de
una vanguardia que aspira a determinarlo, y que justifica la operación
autoadjudicándose el rol de agente de una condición objetiva. Porque, como hemos
visto, los elementos de socialismo práctico remiten a praxis concretas constitutivas de
sujetos y, también, a las intervenciones militantes que contribuyen con esas praxis.
Podemos decir entonces que para Mariátegui es la política la que define la ontología.
Los subalternos deben luchar y cambiar el mundo para ser sujetos. Hacer y sujeto van
de la mano. ¿Acaso no hay experiencia? ¿Acaso no existen formas de representación
de la realidad que no son reproductivas, que no imitan y que pueden llegar a ser una
puerta para el cambio? Además de experiencia hay resistencia, hay rebeldía, entonces
el sujeto no es la simple emergencia de una “variable vacía”. Hay lucha, hay
autoafirmación del sujeto y existe en las clases subalternas la capacidad de
autoconstitución, base de lo que usualmente llamamos poder popular. La experiencia
resulta clave como categoría para superar el determinismo, el cinismo y la resignación,
pero también para superar el voluntarismo (que no es precisamente la fuerza de la
voluntad). Hay prácticas que construyen sujeto, por ejemplo las que ponen en juego
elementos de socialismo práctico, y hay otras que no. Están también aquellas prácticas
que directamente destrozan al sujeto. Benjamin identificaba a la clase oprimida en lucha
como sujeto del conocimiento histórico y Frantz Fanon (1925-1961) consideraba al
pueblo como el único demiurgo.
85
?
Ver: Negri, Toni y Hardt, Michael, Imperio, Colombia, Desde Abajo, 2001.
89
Sin dudas, es difícil reconocer el sentido más recóndito de un concepto como el que
estamos analizando, los elementos de socialismo práctico, desde una posición que
contrapone ciencia a praxis. De hecho, una de las características del determinismo es
que puede defender sus tesis con tanta facilidad como negligencia. Los elementos de
socialismo práctico son inenteligibles desde pociones que no reconocen el carácter
fundante de la praxis, o que sólo reconocen como fundante a la praxis racionalmente
predicativa y la actividad crítico-práctica integrada al conocimiento científico; desde los
emplazamientos que frente a la losa de granito de las configuraciones objetivas y las
estructuras determinantes del ser social proponen como antídoto la "ciencia", o sea: el
conocimiento científico de las relaciones sociales objetivas, un conocimiento teórico, un
saber ilustrado.
Mariátegui es consciente de que no existe sujeto sin objeto. Pero no subsume jamás al
primero en el segundo. Por el contrario, el sujeto emerge del objeto en el que antes se
había sumergido. De aquí la importancia de la voluntad. Sólo ella hace posible que se
comience a llenar, aunque jamás se colme, el espacio que despliega la utopía.
Finalmente, lo que crea, lo que activa, en el sentido más potente de estos términos, es
el sujeto y no "el mundo". Lo real es subjetivo. Lo objetivo es subjetivo. Lo concreto es
lo que se concretiza y se subjetiviza a partir del poder intersubjetivo.
Mariátegui se diferencia de los defensores de la obediencia literal a la ley, a quienes
definió como "pedantes profesores tudescos de la teoría de la plusvalía" y los inculpó de
haber estereotipado el marxismo, de congelarlo y limitarlo en sus posibilidades
cognitivas y transformadoras. Para Mariátegui, los verdaderos continuadores de Marx
eran los revolucionarios heréticos, los que osada e intrépidamente intentaron
"enriquecer y desarrollar las consecuencias de la idea marxista". Mariátegui atemperaba
el materialismo del materialismo histórico (histomat), o mejor: lo colocaba en su justo
sitial. Veía a Marx como un "alma agónica" y un "espíritu polémico" cercano al
cristianismo y concebía al marxismo como lucha y política que religaba, es decir:
religión (SyO, pp. 118-119). Pero, como ya dijimos, religión humana y emocional, no
religión ritual y dogmática, religión centrada en el amor no sentimental, religión como
potencia ética y experiencia de vida puesta al servicio de las otras y los otros. Pier
Paolo Pasolini (1922-1975), décadas más tarde, también propuso una forma de
91
marxismo muy similar a ésta, una forma sincera y poética, antítesis de las formas
absurdas del dogmatismo.
¿Puede haber formas del dogma que no sean absurdas? Puede que sí. Mariátegui
“deja en cueros al dogma” y no porque lo rechace sin más, sino porque lo concibe como
una brújula y no como un itinerario. “El dogma no es un itinerario sino una brújula para
el viaje” (DM, p. 126). Negar al dogma como itinerario es negarlo como decreto u
ordenanza. El dogma-brújula se limita a señalar el norte pero no nos dice cómo llegar,
tampoco nos dice nada respecto de los obstáculos y peligros del trayecto. El camino lo
elegimos nosotros. Esa condición de brújula hace compatible al dogma con las herejías.
De este modo propone una resignificación positiva del mismo.
Mariátegui asume una actitud libre y crítica frente a la doctrina. Poeta profano, sabe
que no se puede construir lo vital con fragmentos de lo inerte. Ex nihilo nihil fit: "de la
nada, nada se hace". Sin dejar de atenderlas, va más allá de las situaciones
estructurales a la hora de luchar contra la opresión porque él se preocupaba por la
"consistencia" de la acción política. Sin negar la objetividad Mariátegui se ocupa del
movimiento subjetual. Pone el énfasis en la recuperación de la subjetividad. En este
sentido podemos afirmar que la utopía era para Mariátegui, también, una forma de
designar la imaginación política.
En síntesis, en Mariátegui no existe una definición objetivista del sujeto y la clase, no
encontramos una delimitación a priori de los mismos y, por lo tanto, está ausente la
tradicional adjudicación de funciones redentoras en función de las estructuras. La clase,
para el amauta, es el movimiento de los de abajo resistiendo las formas de explotación
y opresión y edificando relaciones sociales alternativas al capital, construyendo una
vida irreductible a la forma mercancía. Mariátegui no concibe a la clase como síntesis
homogénea sino como un mundo heterogéneo de sujetos y luchas y un movimiento
hacia la creación de un nosotros.
Como sostiene Fernanda Beigel: “Lejos estaba Mariátegui de asumir un sujeto social
abstracto y tratar de encontrarlo, a toda costa, en su realidad inmediata. El sentido
ascensional de cada sector social que Mariátegui pretendía convocar no estaba definido
por su posición de clase sino por el lugar que ocupaba en la lucha polìtica y cultural.
Para el amauta, ni la postulación teórica ni la existencia misma de un sujeto
92
Capítulo 6
Los elementos de socialismo práctico y la crítica al dirigismo y a las
visiones partidocéntricas
César Germaná propuso una comparación de las concepciones del poder desde la
perspectiva del nacionalismo populista (Haya de la Torre) y desde el socialismo
(Mariátegui). Sostenía que "el poder no tenía la misma significación en ambos: el
primero, estaba interesado en la consolidación del Estado; el segundo, se orientaba
hacia la reinserción de las funciones políticas en la sociedad; es decir, se trataba de la
socialización del poder político...". Germaná también planteó que en Mariátegui se
puede identificar la "primacía del movimiento de las organizaciones autónomas de los
trabajadores sobre el partido político" y que en sus propósitos "el partido no sustituye al
movimiento de los trabajadores y decide por ellos, sino que busca darle coherencia
política e ideológica a sus demandas. El partido no es la vanguardia del proceso
revolucionario, pues este papel lo tienen las organizaciones autónomas de los
trabajadores".87
Germaná dedujo de la obra de Mariátegui una concepción del poder político como
función reinserta en la sociedad, decía que, al amauta, "El examen de la participación
de los campesinos-indígenas en la comunidad y de los obreros en el sindicato lo llevó a
considerar otro tipo de organización política donde las funciones estatales no se
autonomizarían en relación con la sociedad. Estas organizaciones de democracia
directa, constituían la vía por la cual el poder se iría socializando, hasta dejar de ser una
función especializada y separada de la sociedad. Las organizaciones autónomas de los
trabajadores serían los órganos de la democracia directa. Por eso el socialismo significó
para Mariátegui el largo proceso por el cual la experiencia asociativa de los
trabajadores los llevaría a formas de autogobierno y de ejercicio directo del poder". 88
De este modo, Germaná nos plantea que, en todo caso, cabe hablar de ausencia de la
temática del poder en los términos leninistas clásicos y de una concepción
antivanguardista del partido y que, si se amplifican las miras y los propósitos, es factible
hallar en Mariátegui una propuesta alternativa a la cuestión del poder y el partido. Una
propuesta que se basaba en la inversión del planteo tradicional: la vanguardia son las
organizaciones populares y no el partido (que está presente y que cumple una función
histórica importante y hasta imprescindible en determinadas coyunturas históricas, pero
87
Germaná, César, op. cit., pp. 141, 158 y 159.
88
Germaná, César, op. cit., p. 244.
94
que como herramienta no debe ser hipostasiado, es decir, considerado como una
realidad absoluta, en sí). Asimismo Germaná identificará en Mariátegui una “intuición
profundamente antiautoritaria” y una “oposición frontal a toda forma de despotismo del
poder”.89
En efecto, la noción de elementos de socialismo práctico choca con las concepciones
dirigistas y partidocéntricas basadas en la racionalidad instrumental típica de la
modernidad europea. Sin dudas, la fórmula se contradice con toda forma que tienda a
la sustitución y a la representación. Justamente porque no parte de situaciones óptimas
para alimentar aparatos sino que se basa en espacios donde el socialismo acontece
embrionariamente, en posibilidades fundadas en una lógica inherente: no vertical, no
burocrática, a diferencia de los partidos de la vieja izquierda. En fin, una pauta que no
idealiza masas desabastecidas, dirigibles.
La noción de elementos de socialismo práctico está en la base del punto de vista
antivanguardista (concebida la vanguardia en los términos tradicionales, iluministas,
dogmáticos y sectarios). La revolución no remite a una minoría que logra "armarse con
la simpatía de las masas", al decir de Trotski. También rechaza la idea del partido que
está solo y espera la revolución, y que de tanto esperarla, se habitúa a posponerla,
como decía también el jefe del Ejército Rojo. El partido que piensa que la espera podrá
ser larga pero que confía en que, en algún momento, las contradicciones del sistema
capitalista inaugurarán su tiempo y permitirán el salto al absoluto (o sea: harán posible
una oleada de "simpatía" de las masas hacia el partido). Así, el militante de izquierda
aparece como un ajustador de las consignas a la situación objetiva, un artista inútil.
Aunque Mariátegui no teorizó demasiado sobre el partido, en líneas generales y fiel al
tiempo en que actuó, descuenta que es "la forma" de organizar a las clases subalternas
en pos de un objetivo socialista. Por ejemplo en el artículo, "Al margen del nuevo curso
de la política mexicana", publicado en Variedades, en marzo de 1930 afirmaba: "El
socialismo no puede ser actuado sino por un partido de clase, no puede ser sino el
resultado de una teoría y una práctica socialista" (TNA, p. 69). Pero también expresó
posiciones disímiles; por ejemplo, en el artículo "El Nuevo Derecho de Alfredo Palacios"
89
Germaná, César: “La concepción de la política en José Carlos Mariátegui”, en: Anuario Mariateguiano,
op. cit., p. 125.
95
publicado en la misma revista, en junio de 1928, había reconocido que el partido no era
el mejor lugar para "ensanchar y educar la conciencia de clase del proletariado"
prefiriendo para tal faena a los sindicatos (TNA, p. 100). En la conferencia sobre la
Revolución Rusa de julio de 1923, Mariátegui era mucho más explícito: "El grito de los
bolcheviques: '¡Todo el poder político a los soviets!', no quería decir: '¡Todo el poder
político al Partido Maximalista!'. Quería decir simplemente: '¡Todo el poder político al
proletariado organizado!'…” (HCM, p. 61). Exactamente la misma posición sustentaba
un mes más tarde en su conferencia sobre la Revolución Húngara: "...una revolución no
es un golpe de Estado, no es una insurrección..." (HCM, p. 99). Y también en la carta
que dirige al director de La Prensa el 10 de junio de 1927 desde el Hospital de San
Bartolomé, lugar de su reclusión con motivo del supuesto "complot comunista". En esta
carta invalida de plano cualquier idea de la revolución social afín a las lógicas de la vieja
tradición de las conspiraciones, las confabulaciones y el "complot folletinesco", aclara
que para él: "La palabra revolución tiene otra acepción y otro sentido":
(Correspondencia, T. I, pp. 289-290).
Más allá de que las citas pueden avalar emplazamientos contradictorios y que una
guerra de citas además de extensa podría ser pareja, creemos que lo más significativo
es determinar qué idea de partido podemos derivar de una concepción del socialismo
como proyecto vital y no como "canon", qué funciones le asigna en el marco de un
proceso emancipatorio. Nos parece lícito un ensayo de deducción de su concepción de
la organización partidaria a partir del conjunto de su obra y atendiendo siempre a un
temperamento que no tendía a imponer un criterio sino que aspiraba a contribuir con su
formación (ver: “Indigenismo y socialismo. Intermezzo polémico", publicado en Mundial
en febrero de 1927, en: IyP, p. 219). Sin ir más lejos la misma noción de elementos de
socialismo práctico suministra algunos datos que tornan más compleja y rica la
cuestión. En este sentido, debemos tener en cuenta su planteo del “problema del indio”
(y sus propuestas para solucionarlo) en términos de autoemancipación y vinculado a la
cuestión de la soberanía nacional y de la afirmación política comunitaria, posición que
implica un rechazo visceral a los atajos en el marco del trayecto que debe recorrer el
sujeto en pos de su autorrealización.
96
En esta línea se puede afirmar que Mariátegui, de alguna manera, pensaba en términos
de hegemonía (contrahegemonía). Entendía que la fuerza de la reacción en el campo
de las superestructuras era, en parte, expresión de la debilidad ideológica, política y
organizativa de las fuerzas populares, síntoma de las limitaciones del bloque histórico
nacional-popular.
Robert Paris, tomando como referencia algunos artículos de Mariátegui dedicados a la
figura del sacerdote y político italiano Luigi Sturzo (Don Sturzo, 1871-1959), sugiere una
posible influencia de orden táctico (o un poco más que táctico). En efecto, el fundador
del Partido Popular Italiano (PPI), antes de lanzarse a organizar esta herramienta
política se aseguró de disponer de una masa popular amplia y dedicó muchos años a
organizar sindicatos de obreros católicos. Asimismo, Paris rescata un artículo de
Gramsci publicado en L’Ordine Nuovo en 1919, donde parangona la creación del PPI
con la Reforma Protestante y donde afirma que ese partido “crea” espíritu de asociación
y solidaridad allí donde el socialismo no podría hacerlo, o sea: donde no existen las
“condiciones objetivas”.92 Gramsci y de algún modo también Mariátegui, al margen del
universo que los separaba del proyecto burgués de Don Sturzo, están identificando y
revindicando un conjunto de funciones para la herramienta política revolucionaria.
El hecho de reivindicar los elementos de socialismo práctico, ¿es compatible con la
creencia en que la forma tradicional del partido de izquierda, es la adecuada (o peor
aun, la única) para que las clases subalternas se separen ideológicamente del
pensamiento burgués? Es evidente que Mariátegui pone el acento en otro sitio y que
concibe otras formas de concentrar y organizar a las clases subalternas. No concibe al
partido como una totalidad venida desde el exterior. La noción de elementos de
socialismo práctico muestra que para Mariátegui las luchas populares no eran meros
ejercicios de prácticas directivas. Trasluce una concepción del partido muy alejada de
aquella que lo pretende reemplazante de la experiencia de la clase, porque "sabe",
porque "conoce la realidad objetiva", porque es “científico” y tiene un programa.
Mariátegui desdeña la “política científica” y por lo tanto no puede concebir bajo ningún
aspecto que la herramienta política de los oprimidos la represente. Esto no significa que
el amauta niegue la importancia del conocimiento de la situación material, de las clases
92
Paris, Robert, La formación ideológica de Mariátegui, op. cit., p. 97.
98
93
Acha, Omar, La nación futura. Rodolfo Puiggrós en las encrucijadas argentinas del siglo XX, Buenos
Aires, Eudeba, 2006, p. 244.
102
Conclusiones
I
A través de una operación original y en exceso respecto de la matriz política que fue
dominante durante todo el siglo XX, Mariátegui "funda" el socialismo de Nuestra
América. Establece el primer momento del marxismo latinoamericano. Piensa el
socialismo en un medio donde, según los "clásicos" y los "modernos", incluyendo la IC,
nada, absolutamente nada, era propicio a una resolución o un destino semejante. El
canon exigía atravesar ineludibles etapas, fatigar instancias capitalistas, "evolucionar".
Mariátegui convierte lo que desde el emplazamiento eurocéntrico infecto de positivismo
aparecía como una "rémora", un elemento de “atraso”, en "presuposición" para una
"posición", en historia asumida, en autofundamento o, dicho de otro modo: en elemento
plenamente funcional a la sociedad autoemancipada, la sociedad futura. Las supuestas
taras se convierten en estímulo. Las clases “residuales” se convierten en sujeto
histórico.
Con Mariátegui comenzó a delinearse el paradigma socialista más genuino en Nuestra
América, entre otras cosas porque su concepción no partía de mezquinas
consideraciones geopolíticas o económicas que sin dudas merecen ser siempre
atendidas pero que son insuficientes como fundamento de un orden social nuevo.
Asumiendo la necesidad de actualizarlo y adaptarlo en forma ininterrumpida, creemos
que vale la pena tener presente algunos de sus puntos de partida: el antiimperialismo,
la dimensión ética y romántica, la refutación de las construcciones cerradamente
racionalistas, el reconocimiento de los contenidos disruptivos y las direcciones
contrahegemónicas de los mitos populares y de algunas configuraciones de lo nacional,
la confianza en la capacidad de los pueblos de Nuestra América de producir relatos,
reflexiones y sobre todo experiencias emancipatorias concretas, la reivindicación de los
saberes populares autóctonos, etc.
103
II
Realismo y utopía remiten, entre otras cosas, a la contradicción entre ciencia e
ideología, o conciencia e ideología, o filosofía hecha mundo e ideología, concebida esta
última como falsa conciencia, elemento alienante y deformante. ¿En qué polo de la
contradicción se ubica Mariátegui? Muchos autores se han dedicado a señalar el peso
de los componentes ideológicos en Mariátegui. Para ellos Mariátegui es, sin más, un
idealista y su pensamiento es a-científico y ambiguo.
Pero sucede que el cumplimiento de la probabilidad extrema de la predicción científica
del marxismo depende de los sujetos, de su deseo y voluntad de hacerla efectiva.
Cuando no se atienden los requerimientos de esa predicción científica se termina
cultivando un temperamento plácido y fatalista y un marxismo que, aunque riguroso
desde cierto punto de vista, traiciona el horizonte promovido por la Tesis XI y naufraga
en su propia inmovilidad.
En contra de lo que muchos consideran, Mariátegui no cae en la ambigüedad y no se
precipita en el idealismo. Aunque su predisposición, en algunos aspectos, es la de un
“artista”, sus intuiciones son casi siempre científicas. Si nos propone una “fe” y una
“religión” socialista o marxista (esto último, en efecto, puede parecer una exageración y
una contradicción) no las concibe como indispensable complemento de la ciencia. No
las considera como su retaguardia. Creemos que, simplemente, toma en cuenta que
ese deseo y esa voluntad, para alimentar un proceso de transformaciones profundas e
ir más allá del capital, además del indispensable punto de partida de una teoría
revolucionaria, una crítica radical de lo dado, una conciencia crítica (y también
acumulación de hastío, odio, resentimiento, etc..), necesita de un plus, algo que resulte
desproporcionado respecto de la realidad en la que acontece, algo que esté más allá de
la mera reproducción y expresión de las relaciones sociales existentes y que resulta
indispensable para la conciencia revolucionaria. Ese plus asume formas que
usualmente se denominan ideológicas. Para no proponer un término contradictorio (por
ejemplo: una conciencia inconsciente), digamos: una “expresión desiderativa” y
“recursos de voluntad”. Es decir, un proyecto y una utopía cuya realización requiere de
creencias, representaciones, imágenes, valores, mitos (que no hay que confundir con
104
los fetiches), y de rituales que generen optimismo y confianza para ratificarla. ¿Fe?,
¿religión? Puede ser.
¿Esas expresiones y esos recursos, siempre serán pura ilusión y mero engaño? Por
otra parte, ¿cómo definir esas expresiones y a esos recursos cuando sirven para ver
claramente la realidad? ¿No existen acaso expresiones que son “performativas”? ¿Qué
ocurre cuando el trabajo espiritual, la fe, la religión, en fin, los sistemas de creencias de
los hombres y las mujeres no se dedican a engrosar el acervo ideológico del
capitalismo, es decir: cuando no sirven para preservarlo y reproducirlo? ¿Qué ocurre
cuando determinadas experiencias desarrollan y conservan cosmovisiones que chocan
con los fundamentos de la ideología dominante y con las relaciones sociales
imperantes? ¿Qué ocurre cuando en una sociedad late otra en germen con otras
representaciones? Es probable que en esa sociedad existan hombres y mujeres
viviendo otra “ideología” y que por lo tanto en esa sociedad se sueñen, se deseen, se
piensen, se digan y se hagan cosas contrapuestas a la ideología dominante y que, por
lo tanto, se “proyecte” la nueva sociedad. Es probable que esa sociedad esté
desarrollando ese plus necesario para cambiarla radicalmente por otra.
Mariátegui toma en cuenta la función de esos elementos en el marco de una totalidad.
Para él esos elementos eran datos objetivos, parte constitutiva de las tradiciones, las
experiencias y la historia de los pueblos de Nuestra América y resistían la explotación
ideológica del capitalismo y la dominación extranjera de nuestras conciencias. Desde
esas tradiciones y esas experiencias, desde la propia historia, debían interpretarse e
integrarse el socialismo y el marxismo. Lo que no significaba convertir al marxismo en
una “ideología”.
Por eso el énfasis puesto en esos elementos contribuyó a delinear un socialismo y un
marxismo que no quedaran en meras construcciones intelectuales, algo diferente a la
operación de sumergir cuerpos extraños en aguas infectas. El énfasis puesto en esos
elementos sirvió para articular las capacidades de la práctica con las de la teoría a la
hora del desenmascaramiento de la ideología dominante y la producción de conciencia
revolucionaria.
En efecto, la conciencia es conciencia de la realidad, de las relaciones sociales
existentes, conciencia de que son injustas, alienantes e históricas (y por lo tanto
105
94
106
III
La noción de elementos de socialismo práctico es hija dilecta de un marxismo que
funciona como gramática y va eslabonando símbolos y formando series. La noción de
elementos de socialismo práctico opera como nexo que permite la articulación entre el
indigenismo político radical y el socialismo y, a la vez, entre pasado y futuro, historia
empírica y voluntad consciente, proyecto y utopía (o socialismo y utopía), revolución y
cultura, reciprocidad y libertad, solidaridad y democracia, razón e imaginación (o razón
e intuición), realidad y fantasía, logos y eros (logos y mito). También permite los enlaces
entre lo intelectual y lo sentimental (la reflexibidad del sentimiento y lo espontáneo) y,
en un nivel epistemológico, entre el objetivismo y el subjetivismo (una forma de conocer
racional y otra visceral); o, en un nivel sociopolítico, entre la vida comunitaria y el
mundo de las fábricas, las universidades, etc., entre los obreros e intelectuales y el
campesinado-indígena y entre sus organizaciones y vanguardias respectivas.
Finalmente, en un plano simbólico, liga a Robespierre (o Lenin) con Tupac Amaru II.
Más que un nexo, los elementos de socialismo práctico hacen posible la fluidez y la
comunicación ininterrumpida entre los polos de estas díadas que, desde una
concepción dialéctica, renuncian a todo abolengo maniqueo. Esto ocurre, en parte,
porque Mariátegui rechaza la racionalidad objetivista que es monologusita y propone,
no la irracionalidad, sino una racionalidad alternativa, dialógica. Una racionalidad que es
científica y hermenéutica.
De alguna manera, los elementos de socialismo práctico considerados como un
particular (momento inmanente de lo universal, el para-sí) también pueden considerarse
como el nexo entre el movimiento socialista mundial (universal abstracto, el en-sí) y el
socialismo peruano (el singular, el en-sí / para-sí).
?
Fernández Retamar, Roberto, op. cit., p. 237.
107
IV
La noción de elementos de socialismo práctico se centra en lo relacional, anticipatorio,
tendencial y prefigurativo, por lo tanto se relaciona con la construcción popular
contrahegemónica (autoorganización que se erige en poder alternativo y
desestructurador del poder dominante), se relaciona con el poder popular.
La noción de elementos de socialismo práctico propone una concepción del socialismo
que exige significar lo que se enuncia y se proclama en la propia estructura. De este
modo, esta noción es compatible con la angustia y la duda. Prefiere la espera y la
pregunta en marcha (y en lucha) a las recetas infalibles y al resto de las malas
respuestas. Esta noción puede ser considerada el pilar de una concepción del
socialismo como apuesta y creación (tener presente la sentencia mariateguiana “ni
calco ni copia, creación heroica....”).
En materia de política revolucionaria, Mariátegui, basándose en la experiencia del
surrealismo, propone los caminos de la imaginación y del sueño. En este sentido “la
restauración de los fueros de la fantasía" es el medio para "restablecer los derechos o
los valores de la realidad" (EAyE, pp. 178 y 179). Para Mariátegui la “ficción” es un
medio idóneo para conocer la vida. Mariátegui podría hacer suyas las palabras de ese
precursor del expresionismo y el surrealismo que fue el escritor ruso Fedor Dostoievski
(1821-1881): “Yo soy realista en un sentido más alto, esto es, describo todas las
profundidades del alma humana […] Amo el realismo […] que, por así decir, alcanza lo
fantástico”.95 Como el escritor irlandés George Bernard Shaw (1856-1950), Mariátegui
aspiraba al realismo y no al racionalismo. 96
95
Citado por: Hauser, Arnold, op. cit., tomo III, p. 187. En relación al gran escritor ruso Hauser sostiene:
“La repulsa de Dostoievski contra el individualismo, su crítica de la Europa racionalista y materialista, su
apoteosis de la solidaridad humana y del amor, no tiene otro sentido que el impedir un proceso que había
de conducir al nihilismo de Flaubert” (p. 172). Repulsa, crítica y apoteosis que podemos ver también en
Mariátegui.
96
En: Hauser, Arnold, op., cit., tomo III, p. 259.
108
V
La operación más distintiva de Mariátegui ha sido definida, en un sentido más riguroso,
como "traducción". Traducir es trasponer un texto de una lengua a otra, pero también es
convertir, transformar, expresar y representar de una forma determinada, ideas y
pensamientos. Frente al texto el traductor tiene diferentes alternativas: la literalidad, el
intento de “reflejar el espíritu” o la recreación (que es siempre una creación). Por cierto,
existen traducciones verbales o parafrásticas que son inestéticas y que, como
109
97
Croce, Benedetto, Estética, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1971, p. 72.
110
Está claro que Mariátegui no sigue la forma dominante, que en su tiempo estaba más
cerca del reformismo de la IIª Internacional que del estalinismo (aunque consideramos
que los fundamentos de este último ya están sentados antes de 1930). De todos
modos, lo más importante es que Mariátegui suministra un arsenal de argumentos para
su descalificación “a posteriori” entre otras cosas porque su propuesta va mucho más
allá de la crítica al estalinismo. Mariátegui rechaza de plano todas las aplicaciones y
traducciones que condenaban al marxismo (y al socialismo revolucionario) a flotar en un
vacío histórico, su propuesta contiene un señalamiento de las limitaciones de una
filosofía de la historia cimentada en el carácter específico de la historia europea.
Mariátegui no asume el horizonte que Marx planteaba en El capital cuando afirmaba
que los países capitalistas más desarrollados mostraban a los atrasados el espejo de
su porvenir. Su negativa, alimentada de convicciones antiimperialistas, tampoco
compartía los motivos del nacionalismo populista que también supo cuestionar la
clásica definición marxista pero para plantear un camino “original” y “propio” pero al
capitalismo. Además Mariátegui piensa al sujeto revolucionario en términos realistas y
no deterministas. Porque su proyecto revolucionario busca hundir sus raíces en la
realidad de Nuestra América, debe ir mucho más allá del estalinismo.
Pero si bien Mariátegui no sigue las formas hegemónicas, sólo si tenemos en cuenta su
acatamiento a verdades del orden de lo semántico podremos reconocer que se amolda
a un “formato original” y que sigue ciencia, idea y doctrina “al pie de la letra”. En esas
verdades semánticas se basa su traducción.
Finalmente, Mariátegui puede verse como un traductor en el sentido gramsciano. Su
traducción tiene como meta la identificación entre los intelectuales y el pueblo, entre la
razón y la emoción, entre la idea abstracta y las formas concretas, y busca romper con
la escisión entre los iniciados y los simples. Su traducción, por lo tanto, resulta una
condición para la configuración de un bloque histórico de las clases subalternas.
VI
Mariátegui impugnaba el ineficaz aislacionismo parroquial y, sin lugar a dudas,
consideraba que la revolución socialista en Perú era parte de la revolución mundial. Sin
dejar de ser un ideal y una firme convicción ideológica, el internacionalismo para
111
Mariátegui era una "realidad histórica" (HCM, p. 15), una tendencia que no autorizaba
determinismos pasivos (la espera de las condiciones ideales) ni el napoleonismo a lo
Trotski.
El internacionalismo que nos propone Mariátegui está lejos de toda abstracción y
rechaza toda construcción estratégica que no dé cuenta de las estructuras nacionales y
regionales. Asimismo, no tiene puntos de coincidencia con el cosmopolitismo neoliberal
de algunos pseudorradicales que han llegado a plantear la imposibilidad de afrontar la
lucha anticapitalista desde los marcos nacionales. La experiencia reciente de Nuestra
América muestra que el nacionalismo radical ha adquirido una renovada vigencia como
desencadenante de las luchas anticapitalistas o como su amplio continente. El
internacionalismo de Mariátegui propone el enlace de lo local y lo global, el desarrollo
de las conexiones internacionales de cooperación entre los movimientos populares de
todo el mundo. Movimientos que, aunque en tensión con las instituciones y mecanismos
de los Estados nacionales, poseen una base nacional. La nación popular democrática
es la base de un nuevo internacionalismo emancipador. Punto de la articulación e
instancia para enfrentar los poderes globales.
En “Punto de vista antiimperialista”, una de las tesis presentadas a la Primera
Conferencia Comunista Latinoamericana, en 1929, condensaba lo medular de su
doctrina y los alcances de su internacionalismo; allí decía: "Somos antiimperialistas
porque somos marxistas, porque somos revolucionarios, porque oponemos al
capitalismo el socialismo como sistema antagónico, llamado a sucederlo, porque en la
lucha contra los imperialismos extranjeros cumplimos nuestros deberes de solidaridad
con las masas revolucionarias de Europa" (IyP, p. 95). El internacionalismo del amauta
aparece como la superación del nacionalismo, no como su polo opuesto.
Antonio Melis decía en 1967 que Mariátegui ofrecía a los militantes latinoamericanos
"un ejemplo de unidad dialéctica entre la especificidad del análisis y la perspectiva
mundial: unidad que borra de un golpe las estériles polémicas entre cosmopolitas y
nacionalistas, en las que se ha estancado por demasiado tiempo el debate político y
cultural latinoamericano".98
98
Melis, Antonio: "Mariátegui, el primer marxista de América", en: Aricó, José, op. cit., p. 225.
(Originalmente publicado en Crítica marxista, Roma, Nº 2, marzo-abril de 1967).
112
VII
La noción de elementos de socialismo práctico muestra que para Mariátegui el
socialismo no es una "etapa superior" de la historia, a la que indefectiblemente conduce
el propio desarrollo capitalista, o un sistema realizable desde el Estado a partir de una
doctrina preelaborada. El socialismo aparece como alternativa ético-práctica a
actualizar en forma permanente. El devenir de los movimientos sociales autónomos es
lo que va delineando (prefigurando) su porvenir.
Mariátegui aboga por un socialismo que "no violente" los espacios contrahegemónicos
(espacios de lucha, organización e identidad) de las clases subalternas, que no lastime
las identidades político-culturales plebeyas-populares. En el socialismo de Mariátegui
(y, por supuesto, también en el de Marx) la dimensión ético-política adquiere peso
específico y se separa del estatismo.
las conjeturas de la muerte del socialismo y el fin del comunismo. 99 En efecto, sólo
partiendo de una concepción abiertamente reaccionaria o del desconocimiento absoluto
de su obra, se puede cargar en la cuenta de Mariátegui las aberraciones del “socialismo
real”, el autismo y el narcisismo de la izquierda sectaria y las incapacidades del
marxismo ontológico y unidimensional a la hora de entender y cambiar el mundo. Su
distanciamiento, cuando no su visceral oposición a estos emplazamientos, sirvieron
para que hoy –en un período caracterizado por el resurgir de los pueblos de Nuestra
América y por el desarrollo de una tendencia a la unidad de las clases subalternas del
continente contra el neoliberalismo– podamos corroborar la afirmación de Fernándes y
reconocer en Mariátegui el punto de partida para nuestro socialismo y nuestro
comunismo. Esto quiere decir que Mariátegui está siendo “ratificado” y “repensado” por
(y desde) las experiencias de resistencia y lucha de los pueblos de Nuestra América.
VIII
Mariátegui también nos inspira en la lucha contra el neodesarrollismo y cualquier
versión blanda o encubierta del neoliberalismo. No podemos dejar de insistir en la
actualidad de Mariátegui cuando en Nuestra América se repiten formas
espantosamente vulgares y gastadas y se reactivan la visiones "dualistas" y etapistas
que justifican el "concurso neodesarrollista y modernizador" del cual participan las
expresiones residuales y decadentes del nacionalismo populista y de la izquierda
reformista (los llamamos así por pura costumbre, siendo plenamente conscientes de la
necesidad de definiciones y adjetivos más certeros y acordes a nuestro tiempo). Hoy
como ayer, una política etapista está condenada a una vida parasitaria en un organismo
burgués.
La propuesta de construir el socialismo atravesando un período capitalista preliminar, la
noción del socialismo como estadio superior de un capitalismo nacional y regulado y,
por consiguiente, la creencia en un modelo universal para el “desarrollo” económico y
social y la ilógica presunción de una infalible correlación entre el desarrollo de las
fuerzas productivas (el criterio conservador de la primacía de las fuerzas productivas) y
99
?
Fernándes, Florestán: "Significado actual de José Carlos Mariátegui", en Anuario Mariateguiano,
Mariátegui 1894-1994 Centenario, Volumen 6, Nº 6, Lima, Empresa Editora Amauta, 1994, pp. 81-87.
115
parte de la izquierda actual, que básicamente por esto es izquierda vieja). Una
racionalidad liberadora, una razón crítica y revolucionaria.
Nos impone la necesidad de defender la diversidad natural, social y cultural de Nuestra
América; a su vez esto nos obliga a plantear el agotamiento de los Estados
uninacionales y uniculturales y a pensar en la construcción de Estados plurinacionales
de base comunitaria, en sistemas de vida basados en la reciprocidad entre los seres
humanos y entre éstos y la madre tierra (sistemas del vivir mejor o sistemas del vivir
bien compartido: Sumaq Kawsay en lengua Quechua o Sumaq Qamaña en lengua
Aymara). Estos sistemas contrastan con el proceso de mercantilización y de
depredación de la vida ya que no subordinan la sustancia humana y natural de la
sociedad a las leyes del mercado y reconocen que tierra es “un elemento de naturaleza
inextricablemente ligado a las instituciones humanas”, que tierra y trabajo, trabajo y
vida, vida y naturaleza constituyen un todo articulado y no se escindieron
“naturalmente”, sino que fueron separados por un proceso histórico que puede y debe
ser revertido para bien de la especie.100 Una imagen que expresa dicho contraste: las
3.500 variedades de papa cultivadas por los pueblos originarios de la región andina
frente al monocultivo transgénico que impulsan las multinacionales.
En efecto, los elementos de socialismo práctico juegan un papel fundamental a la hora
de reconocer la capacidad resistente de las comunidades campesinas-indígenas y de
los movimientos sociales de las clases subalternas frente al proceso de acumulación
por desposesión que impulsa el capitalismo, en nuestros días, con renovada
intensidad. Por cierto, consideramos que estas comunidades y estos movimientos son
la última y casi la única trinchera en defensa de la biodiversidad y la soberanía
alimentaria, en defensa de un patrón de consumo formulado por las clases subalternas,
etc. Por todo esto y por las alternativas desplegadas frente al metabolismo del capital,
estas comunidades y estos movimientos son instancias con potencialidad histórica
transformadora y, por lo tanto, referentes político-culturales.
Los elementos de socialismo práctico nos hablan de un pueblo explotado, humillado,
dominado, pero nunca vencido totalmente. Un pueblo que resiste y sueña..., un pueblo
invisibilizado, clandestino, pero que es y está, aunque a veces nos parezca que el
100
Polanyi, Karl, op. cit. p. 238.
118
Bibliografía
AA.VV., Mariátegui. Historia y presente del marxismo en América Latina, Buenos Aires,
FISyP, 1995.
AA.VV., Mariátegui. Unidad de pensamiento y acción, Buenos Aires, Dialéctica, 1989.
AA.VV., Anuario Mariateguiano. Mariátegui 1894-1994 Centenario, Volumen VIº, Nº 6,
Lima, Empresa Editora Amauta, 1994.
Alarco, Luis Felipe, Tres autores. José Carlos Mariátegui. José María Arguedas. Martín
Adán, Lima, Amauta, 1995.
Alimonda, Héctor: “Mariátegui y las vanguardias, la tradición y la modernidad”, en:
Anuario Mariateguiano, op. cit.
Arce Zagaceta, Manuel, Mariátegui, frente al reto de la pobreza. Hacia un proyecto
nacional de peruanización, Lima, Amauta, 1995.
Aricó, José (selección y prólogo), Mariátegui y los orígenes del marxismo
latinoamericano, México, Cuadernos de Pasado y Presente, 1980.
Aricó, José: "Mariátegui y la formación del Partido Socialista del Perú", en: Socialismo y
participación, Nº 11, Lima, septiembre de 1980.
Arroyo Posadas, Moisés, "A propósito del artículo 'El populismo en el Perú' de V.
Miroshevski", en: Aricó, José, Mariátegui y los orígenes del marxismo latinoamericano,
op. cit.
Arroyo Reyes, Carlos: “La parábola mariateguiana de Antonio Melis”, en: Cuadernos
Americanos, Nueva Época, Volumen 3, Nº 81, mayo-junio de 2000, UNAM.
Baudin, Luis: "Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana. Por José Carlos
Mariátegui, Biblioteca Amauta, Lima, 1928", en: Aricó, José, Mariátegui y los orígenes
del marxismo latinoamericano, op. cit.
Basadre, Jorge: "Introducción a los Siete ensayos", en: Aricó, José, Mariátegui y los
orígenes del marxismo latinoamericano, op. cit.
120
Germaná, César: “La concepción de la política en José Carlos Mariátegui”, en: Anuario
Mariateguiano, op. cit.
Germaná, César, El "socialismo indo-americano" de José Carlos Mariátegui. Proyecto
de reconstitución del sentido histórico de la sociedad peruana, Lima, Amauta, 1995.
Glusberg, Samuel: "’Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana’, por José
Carlos Mariátegui”, en: Aricó, José, Mariátegui y los orígenes del marxismo
latinoamericano, op. cit.
Goncharova, Tatiana, La creación heroica de José Carlos Mariátegui, Lima, Amauta,
1995.
Greco, Florencia: “Mito, sujeto y socialismo en José Carlos Mariátegui. El derrotero de
una apuesta política”, Buenos Aires, mimeo, 2008.
Guardia, Sara Beatriz, El amor como acto cotidiano, Lima, Amauta, 1994.
Guibal, Francis, Vigencia de Mariátegui, Lima, Amauta, 1995.
Ingrosso, Marco, Modelos socioeconómicos de interpretación de la realidad
latinoamericana: de Mariátegui a Gunder Frank, Barcelona, Anagrama, 1973.
Kohan, Néstor, De Ingenieros al Che. Ensayos sobre el marxismo argentino y
latinoamericano, Buenos Aires, Biblos, 2000. (Ver especialmente el ensayo: “Los
combates de Mariátegui).
Korionov, Vladimir: "Mariátegui: destacado marxista-leninista latinoamericano", en:
Aricó, José, Mariátegui y los orígenes del marxismo latinoamericano, op. cit.
Kossok, Manfred: "Mariátegui y el pensamiento marxista en el Perú", en Aricó, José,
Mariátegui y los orígenes del marxismo latinoamericano, op. cit.
Kossok, Manfred: “José Carlos Mariátegui y su aporte al desarrollo de las ideas
marxistas en el Perú”, en: Melis, Antonio; Dessau, Adalbert y Kossok, Manfred,
Mariátegui, tres estudios, Lima, Amauta, 1971.
Lanese, Gabriel: “La odisea de Mariátegui”, en: La Fogata digital, 10 de diciembre de
2002. (www.lafogata.org)
López, María Pia y Korn, Guillermo, Mariátegui: entre Victoria y Claridad, Buenos Aires,
Instituto de Literatura Argentina de la Universidad de Buenos Aires, 1997.
122
Löwy, Michel: "Ni calco, ni copia: El marxismo romántico de José Carlos Mariátegui", en:
Boletín Siete Ensayos, 80 años. Simposio Internacional Conmemorativo de la aparición
de la obra clásica de José Carlos Mariátegui, año 1, Nº 2, Lima, marzo de 2008.
Melgar Bao, Ricardo, Mariátegui, Indoamérica y las crisis civilizatorias de Occidente,
Lima, Amauta, 1995.
Melis, Antonio: "Mariátegui, el primer marxista de América", en: Aricó, José, Mariátegui
y los orígenes del marxismo latinoamericano, op. cit. y en: Melis, Antonio; Dessau,
Adalbert y Kossok, Manfred, Mariátegui, tres estudios, Lima, Amauta, 1971.
Melis, Antonio: "José Carlos Mariátegui y César Falcón: Episodios de una amistad
conflictiva", en: Anuario Mariateguiano, op. cit.
Melis, Antonio: “Tradición y modernidad en el pensamiento de Mariátegui”, en Anuario
Mariateguiano, op. cit.
Messenger Illan, Diego, José Carlos Mariátegui y su pensamiento revolucionario, Lima,
Institutos de Estudios Peruanos, 1974.
Miró, César, Mariátegui, el tiempo y los hombres, Lima, Amauta, 1989.
Miró César, La Argentina, sueño final de Mariátegui, Lima, Amauta, 1994.
Miró, César, Elogio y elegía del Amauta, Lima, Amauta, 1995.
Miroshevski, V. M.: "El populismo en el Perú. Papel de Mariátegui en la historia del
pensamiento social latinoamericano", en: Aricó, José, Mariátegui y los orígenes del
marxismo latinoamericano, op. cit.
Morenza, J. L.: "Un nuevo libro de Mariátegui", en: Aricó José, Mariátegui y los orígenes
del marxismo latinoamericano, op. cit.
Natusch Velazco, J.: "Los Siete Ensayos de José Carlos Mariátegui", en: Aricó, José,
Mariátegui y los orígenes del marxismo latinoamericano, op. cit.
Núñez, Estuardo, La experiencia europea de Mariátegui, Lima, Amauta, 1994.
Núñez Valdivia, Jorge: "José Carlos Mariátegui y el materialismo dialéctico", en Aricó,
José, Mariátegui y los orígenes del marxismo latinoamericano, op. cit.
Paris, Robert, La formación ideológica de José Carlos Mariátegui, México, Siglo XXI,
Cuadernos de Pasado y Presente, 1981.
123
Villaverde Alcalá-Galiano, Luis: "El sorelismo de Mariátegui", en: Aricó, José, Mariátegui
y los orígenes del marxismo latinoamericano, op. cit.
Zum Felde, Alberto: "El Perú de Mariátegui", en: Aricó, José, Mariátegui y los orígenes
del marxismo latinoamericano, op. cit.
Obras en general
Flores Galindo, Alberto, Buscando un Inca: identidad y utopía en los Andes, La Habana,
Casa de las Américas, 1986.
García Linera, Álvaro: “El evismo: lo nacional-popular en acción” en: OSAL, Buenos
Aires, CLACSO, Nº 19, abril de 2006.
García Linera, Álvaro: “Hay múltiples modelos para la izquierda”, en: Página/12, Buenos
Aires, 11 de junio de 2007.
Gramsci, Antonio, Los intelectuales y la organización de la cultura, Buenos Aires, Nueva
Visión, 1984.
Gilly, Adolfo, La revolución interrumpida, México, Era, 1994.
Hernández, Juan Luis y Salcito, Ariel (comp), La revolución boliviana. Documentos
fundamentales, Buenos Aires, Newen Mapu, 2007.
Hernández Arregui, Juan José, Imperialismo y cultura, Buenos Aires, Peña Lillo-
Ediciones Continente, 2005.
Hauser, Arnold, Historia social de la literatura y el arte, Tomos I, II y III, Madrid, Punto
Omega, 1974.
Haya de la Torre, Víctor Raúl, El antiimperialismo y el APRA, Santiago de Chile, Ercilla,
1936.
Katz, Claudio, Las disyuntivas de la izquierda en América Latina, Buenos Aires,
Ediciones Luxemburg, 2008.
Korsch, Karl, Lucha de clases y derecho del trabajo, Barcelona, Ariel, 1980.
Dri, Rubén, Hegel y la lógica de la liberación. La dialéctica del sujeto-objeto, Buenos
Aires, Biblos, 2008.
Lebowitz, Michael A., Más allá de ‘El capital’. La economía política de la clase obrera en
Marx. Caracas, Monte Ávila, 2006.
Lenin, V. I., Alianza obrero-campesina. Táctica revolucionaria, Buenos Aires, Anteo,
1984,
Lenin, V. I.: “Cartas desde lejos”, en: Obras Competas, T. XXIV, Buenos Aires, Cartago,
1970.
Lenin, V. I., Las tesis de abril, Buenos Aires, Anteo, 1969.
Lenkersdorf, Carlos, Los hombres verdaderos. Voces y testimonios tojolabales, México,
Siglo XXI, 2005.
126