Capitulo 4

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Capítulo 4

El resto de mis días en la escuela no fueron más propicios que los primeros. Consistieron, ciertamente,
en un proyecto interminable que se transformó lentamente en una Unidad, El resto de mis días en la
escuela no fueron más propicios que los primeros. Consistieron, ciertamente, en un proyecto
interminable que se transformó lentamente en una Unidad o. Jem, educado sobre una base mitad
Decimal mitad Dunceap, parecía funcionar con eficacia solo o en grupo, pero Jem no servía como
ejemplo; ningún sistema de vigilancia ideado por el hombre habría podido impedirle que cogiera libros.
En cuanto a mí, no sabía nada más que lo que recogía leyendo la revista Time y todo lo que, en casa, caía
en mis manos, pero a medida que iba avanzando con marcha penosa y tarda por la noria del sistema
escolar del Condado de Maycomb, no podía evitar la impresión de que me estafaban algo. como salía
de la escuela treinta minutos antes que Jem, que se quedaba hasta las tres, pasaba por delante de la
mansión Radley tan de prisa como podía, sin pararme hasta haber llegado al refugio seguro del porche
de nuestra fachada. En el extremo de la finca de los Radley crecían dos encinas; En uno de aquellos
árboles había una cosa que me llamó la atención. Me puse de puntillas, miré otra vez, rápidamente, a mi
alrededor, metí la mano en el agujero, y saqué dos pastillas de goma de mascar sin su envoltura
exterior. Mi primer impulso fue ponérmelas en la boca lo más pronto posible, pero recordé dónde
estaba. Corrí a casa, y en el porche examiné el botín. La goma parecía buena. Las husmeé y les encontré
buen olor. Las lamí y esperé un rato. Al ver que no me moría, me las embutí en la boca. Era “Wrigley’s
DoubleMint” auténtico.

mi primer año de escuela había introducido un gran cambio en nuestras relaciones; la tiranía, la falta de
equidad y la manía de Calpurnia de mezclarse en mis asuntos se habían reducido a unos ligeros
murmullos de desaprobación general. Por mi parte, a veces, me tomaba muchas molestias para no
provocarla.

Jem y yo pasábamos por la Mansión Radley, levanté el dedo para señalar por centésima vez la cavidad
donde había encontrado la goma de mascar, tratando de convencer a Jem de que la había hallado allí, y
me vi señalando otra hoja de papel de estaño. –¡Lo veo, Scout! Lo veo... Jem miró a todas partes,
levantó la mano y con gesto vivo se puso en el bolsillo un paquetito diminuto y brillante. Corrimos a casa
y en el porche fijamos la mirada en una cajita recubierta de trozos de papel de estaño recogido de las
envolturas de la goma de mascar, esta vez no habían dulces sino había dinero sin embargo Jem y yo no
sabíamos a quién devolverlo ya que Cecil Jacobs, que vivía en el extremo más alejado de nuestra calle,
en la casa vecina a la oficina de Correos, andaba un total de una milla por día de clase para evitar la
Mansión Radley y a la anciana mistress Henry Lafayette Dubose, dos puertas más allá, calle arriba, de la
nuestra; la opinión de los vecinos sostenía unánime que mistress Dubose era la anciana más ruin que
había existido. Jem no quería pasar por delante de su casa sin tener a Atticus a su lado.

Jem dijo que los autores de un hallazgo eran dueños de la cosa, sólo hasta que otro demostrase sus
derechos. Antes de irse a su cuarto, Jem miró largo rato la Mansión Radley. Parecía estar pensando otra
vez.

Dos días después llegó Dill con un resplandor de gloria: había subido al tren sin que le acompañara
nadie. Era nuestro primer día de libertad y estábamos cansados todos. Yo me pregunté qué nos traería
el verano, hasta que a Jem se le ocurrió el juego de la llanta era horrible la cubierta acera abajo con toda
la fuerza de su cuerpo. Tierra, cielo y casas se confundían en una paleta loca; me zumbaban los oídos,
me asfixiaba. No podía sacar las manos para parar; las tenía empotradas entre el pecho y las rodillas.
Sólo podía confiar en que Jem nos pasara delante a la rueda y a mí, o que una elevación de la acera me
detuviese. Oía a mi hermano detrás, persiguiendo la cubierta y gritando. La cubierta saltaba sobre la
gravilla, se desvió atravesando la calle y me despidió como un corcho contra el suelo. Cegada y mareada,
me quedé tendida sobre el cemento, sacudiendo la cabeza para ponerla firme y golpeándome los oídos,
para que cesaran de zumbarme, la cubierta de la llanta se fue dentro de la mansión Radley, empezaron a
discutir quien iría tras la cubierta sin embargo en el fondo todos teníamos miedo Yo estaba
perfectamente segura de que Boo Radley estaba dentro de aquella casa, pero no podía probarlo, y
consideré mejor tener la boca cerrada

A medida que avanzaba el verano progresaba nuestro juego. Lo pulíamos y los perfeccionábamos,
añadiendo diálogo y trama hasta que compusimos una pequeña obra teatral en la que introducíamos
cambios todos los días. Dill era el villano de los villanos: sabía identificarse con cualquier papel que le
asignaran, y parecer alto si la estatura formaba parte de la maldad requerida. Yo representaba de mala
gana el papel de diversas damas que entraban en el argumento. Nunca me pareció que aquello fuese
tan divertido como Tarzán, y aquel verano actué con una ansiedad algo más que ligera, a pesar de las
seguridades que me daba Jem de que Boo Radley había muerto y Calpurnia en casa durante el día, y por
la noche Atticus también. Cuando míster Nathan Radley pasaba por nuestro lado en su viaje diario a la
ciudad, nosotros nos quedábamos quietos y callados hasta que se había perdido de vista, y nos
preguntábamos luego qué nos haría si sospechase algo. Nuestras actividades se interrumpían cuando
aparecía algún vecino La llegada de Atticus fue la segunda causa de que quisiera abandonar el juego. La
primera venía del día que rodé dentro del patio delantero de los Radley. A través de los meneos de
cabeza, de los esfuerzos por dominar las náuseas y de los gritos de Jem, había oído otro sonido, tan bajo
que no lo habría podido oír desde la acera. Dentro de la casa, alguien reía.

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