Sentencia C836.2001.VersiónDeEstudio
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Magistrado Ponente:
Dr. RODRIGO ESCOBAR GIL
I. ANTECEDENTES
La Corte mediante auto de febrero dos (2) de 2001, proferido por el Despacho del
magistrado sustanciador, admitió la demanda y dio traslado al señor Procurador General
de la Nación para que rindiera el concepto de su competencia.
“Artículo 4. Tres decisiones uniformes dadas por la Corte Suprema, como tribunal
de casación, sobre un mismo punto de derecho, constituyen doctrina probable, y los
jueces podrán aplicarla en casos análogos, lo cual no obsta para que la Corte varíe la
doctrina en caso de que juzgue erróneas las decisiones anteriores.”
III. LA DEMANDA
2. Fundamentos de la demanda
Sostiene el escrito, que el artículo 4° de la ley 169 de 1.896, no se ajusta a los principios y
valores de la Constitución Política de 1.991. El demandante considera que la disposición
es inconstitucional por dos razones principales.
Sentencia C-836/2001
En primer lugar, afirma que la disposición demandada resulta arcaica y que fue redactada
en el contexto de un país parroquial con una población muy pequeña, y con un número
bastante menor de conflictos sociales al que existe hoy en día, lo cual explica la referencia
a tres decisiones uniformes respecto de un mismo punto de derecho. Con fundamento en
jurisprudencia de la Corte Constitucional, afirma que la uniformidad de la jurisprudencia
ordinaria permite asegurar la efectividad de los derechos y la prevalencia del derecho
sustancial. Estos objetivos constitucionales son obligatorios para las autoridades
estatales, y por lo tanto, resulta contrario a la Constitución, que los jueces en sus
decisiones puedan desconocerlos apartándose de la jurisprudencia. Afirma que los
recursos de casación y de súplica, aun cuando son diferentes en su naturaleza, tienen
como objetivo unificar la jurisprudencia. Siendo ello así, los jueces inferiores están
constitucionalmente obligados a seguir las decisiones de la Corte Suprema de Justicia,
como juez de casación.
Dice, de manera general, que la vigencia de un orden justo en el cual prevalece el derecho
sustancial implica un nuevo entendimiento del sometimiento que tienen los jueces al imperio de
la ley. Afirma que ya no se trata del sometimiento a la ley en sentido formal, sino que el
concepto de ley se debe entender, en este momento, en un sentido amplio. En particular afirma
que la actividad de la Corte Suprema se encuentra sujeta a la Constitución Política. En esa
medida, la disposición deviene inconstitucional al permitirle a la Corte Suprema cambiar su
jurisprudencia cuando considere que esta es errónea.
Para mostrar las repercusiones que dicha potestad tiene narra cómo la Sala Laboral de la
Corte Suprema de Justicia ha variado sustancialmente su jurisprudencia respecto de la
indexación de salarios y demás prestaciones laborales sin que para ello exista fundamento
alguno y anexa un listado de fallos en los que casos similares se han resuelto de manera
distinta.
IV. INTERVENCIONES
Afirma el mencionado ciudadano, que la norma demandada plasmó de manera clara que
las tres decisiones uniformes de la Corte Suprema de Justicia, como Tribunal de Casación
constituyen doctrina probable, es decir doctrina viable, aceptable, plausible y no una
doctrina obligatoria para el juez o funcionario, puesto que lo obligatorio en desarrollo de
la ley es precisamente la ley emanada del legislador.
En consecuencia, a juicio del ciudadano, la norma atacada frente a los artículos 228 y 230
de la Constitución encuentra perfecta correspondencia y armonía, pues si bien el primero
de los artículos mencionados se refiere a la prevalencia del derecho sustancial, el artículo
atacado señala la doctrina probable de manera facultativa o discrecional y no de manera
obligatoria. En cuanto a lo dispuesto en el artículo 230 superior, continúa el escrito, es
allí donde se establece que los jueces sólo están sometidos al imperio de la ley, y que la
doctrina es un criterio auxiliar de la actividad judicial.
“De lo dicho se deriva la idea de que el juez, en el estado social de derecho también
es un portador de la visión institucional del interés general. El juez al poner en
relación la constitución- sus principios y sus normas- con la ley y con los hechos
hace uso de una discrecionalidad interpretativa que necesariamente delimita el
sentido político de los textos constitucionales. En ese sentido la legislación y la
decisión judicial son ambas procesos de creación de derecho.”
Posteriormente hace un recuento de la evolución del sistema de fuentes dentro del sistema
jurídico colombiano, sosteniendo que una concepción tradicionalista, como la que originó
aquella que subyace a la disposición acusada, parte de la distinción entre fuentes
materiales y formales. Establece que dentro de las fuentes formales están la Constitución,
la ley y los contratos, y que, dentro de las fuentes materiales están “las circunstancias
históricas, políticas, económicas, sociales y culturales que dan origen a la norma jurídica
y que modulan la interpretación de la misma”. Sin embargo, dice, a pesar de que siguen
estando vigentes algunos de los elementos que se sostenían en el momento en que fue
creada la norma, la importancia que se les asignaba antaño no parece ser adecuada a las
actuales circunstancias jurídicas y sociales de nuestro país.
Afirma que un correcto entendimiento del artículo 113 lleva a concluir que si bien se debe
preservar el valor del principio democrático que subyace a la expresión “imperio de la
ley”, tampoco se puede desconocer que la finalidad de los poderes públicos como poderes
constituidos está en el logro de los fines del Estado, consagrados en el artículo 2º de la
Constitución. Este razonamiento resulta aplicable a la rama judicial, y fue consagrado
expresamente en la exposición de motivos y en el artículo 1º de la Ley Estatutaria de la
Administración de Justicia. Para realizar las finalidades constitucionales resulta
imperativo armonizarlas con la autonomía judicial y en esa medida, estima necesario
ponderar nuestro actual sistema de fuentes y otorgarles un valor determinado a partir de
los postulados constitucionales relevantes.
la interferencia de las demás ramas del poder en las decisiones judiciales, y el segundo,
que supone una independencia de los funcionarios judiciales respecto de sus superiores.
Esta autonomía de los funcionarios respecto de sus superiores está consagrada en aras de
promover los derechos y garantías de las personas y en particular, el principio de la doble
instancia consagrado en tratados internacionales de derechos humanos.
-Un sistema legal que logre su coherencia y plenitud mediante la integración de fuentes
formales y materiales.
-La Constitución, como norma fundamental de ese sistema debe sujetar la actividad
productora de derecho en todas las esferas, tanto públicas o como privadas.
-Las interpretaciones que haga la Corte del texto constitucional, hacen una unidad con
éste y son obligatorias para los jueces.
-Los jueces deben argumentar porqué se separan de las interpretaciones de los altos
tribunales y estos a su vez, cuando lo hagan respecto de su propia jurisprudencia.
Por otra parte, respecto del seguimiento de las propias decisiones, por parte de los altos
tribunales, señala que estos pueden cambiar su propia jurisprudencia, sin embargo, es
indispensable que muestren explícitamente los motivos que los llevan a hacerlo. Es
normal, prosigue, que los cambios en la realidad social y jurídica sean tenidos en cuenta
por parte de los altos tribunales.
Finaliza su escrito afirmando que tanto una concepción de la jurisprudencia como criterio
auxiliar, como una que establezca la imperatividad absoluta del precedente niega el
carácter discursivo del derecho, y por lo tanto, reitera, la jurisprudencia debe seguirse
prima facie, a menos que haya elementos que justifiquen apartarse de ella.
V. CONSIDERACIONES DE LA CORTE
Competencia
Fundamentos y Consideraciones
El demandante aduce dos cargos contra el artículo 4º de la Ley 169 de 1896. Según el
primer cargo, la potestad de los jueces inferiores para desviarse de la doctrina probable
impide darle uniformidad de la jurisprudencia nacional y de ese modo hace imposible
lograr los objetivos constitucionales de eficacia de los derechos y de prevalencia del
derecho sustancial. En segundo lugar, afirma que la norma demandada resulta
inconstitucional al permitir que la Corte Suprema varíe su jurisprudencia cuando la
considere errónea, porque otorgarle esta facultad para cambiar su propia jurisprudencia
con fundamento en errores cometidos anteriormente implica un alto grado de inseguridad
jurídica, que impide garantizar el ejercicio de los derechos subjetivos.
Antes de plantear los problemas jurídicos que debe resolver esta Corporación, resulta
indispensable establecer el ámbito de aplicación y el alcance que la disposición
demandada tiene en la actualidad, dado que hace parte de una ley que fue promulgada a
finales del Siglo XIX.
1. La figura de la doctrina legal más probable, como fuente de derecho fue consagrada
inicialmente en el artículo 10º de la Ley 153 de 1887, que adicionó y reformó los códigos
nacionales, la Ley 61 de 1886 y la Ley 57 de 1887, establecía que “[e]n casos dudosos,
los Jueces aplicarán la doctrina legal más probable. Tres decisiones uniformes dadas
por la Corte Suprema, como Tribunal de Casación, sobre un mismo punto de derecho,
constituyen doctrina legal más probable.” Posteriormente, la Ley 105 de 1890 sobre
reformas a los procedimientos judiciales, en su artículo 371 especificó aun más los casos
en que resultaba obligatorio para los jueces seguir la interpretación hecha por la Corte
Suprema y cambió el nombre de doctrina legal más probable a doctrina legal,
estableciendo que “[e]s doctrina legal la interpretación que la Corte Suprema dé a unas
mismas leyes en dos decisiones uniformes. También constituyen doctrina legal las
declaraciones que la misma Corte haga en dos decisiones uniformes para llenar los
vacíos que ocurran, es decir, en fuerza de la necesidad de que una cuestión dada no
quede sin resolver por no existir leyes apropiadas al caso.” A su vez, el numeral 1º del
artículo 369 de dicha ley estableció como causales de casación, la violación de la ley
sustantiva y de la doctrina legal.
Por lo tanto, si bien la contradicción de la doctrina legal fue excluida como causal de
casación, y se permitió a los jueces inferiores y a la Corte Suprema apartarse de las
decisiones de ésta última, las causales de casación por “interpretación errónea” y por
“aplicación indebida de la ley” debían entenderse como contradicciones con la
interpretación y aplicación hechas por la Corte Suprema de Justicia como juez de
casación. Esto resulta evidente si tiene en cuenta que, en su artículo 1º, dicha ley dispone
que los fines principales de la casación son “uniformar la jurisprudencia” y “[e]nmendar
los agravios inferidos a las partes”.
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De tal modo, la Ley 169 de 1896 pretendió flexibilizar la obligación de los jueces de
seguir la doctrina legal dictada por la Corte Suprema, abriendo la posibilidad de
transformar el Derecho por vía jurisprudencial, sin que ello significara prescindir de la
casación como mecanismo para unificar la interpretación y la aplicación del ordenamiento
jurídico, centralizando dicha función en la Corte Suprema de Justicia. El que en el
momento de expedición de la Ley 169 de 1896 la contradicción de la doctrina probable
fuera considerada una “violación de la ley”, y constituyera causal de casación, pone de
presente que, en su sentido originario, el concepto de ley al que hace referencia la norma
iba más allá de su acepción en sentido formal, y que interpretarla erróneamente o aplicarla
indebidamente al caso concreto era contradecirla. Con todo, posteriormente la Corte
Suprema interpretó dicha expresión como una figura optativa para el juez, restringiendo
de ese modo la causal de casación por violación de la ley y descartando la contradicción
de la jurisprudencia –en las modalidades de interpretación errónea o aplicación indebida
de la ley- como causales de casación, o de revisión.
Desde un punto de vista orgánico, es necesario tener en cuenta que para el año de 1896, la
Corte Suprema de Justicia era la cabeza única de la jurisdicción y que, a pesar de que el
Consejo de Estado también contaba con un fundamento constitucional como cabeza de la
justicia contencioso administrativa, el ejercicio de esta competencia estaba supeditado
constitucionalmente a que la ley estableciera dicha jurisdicción. Posteriormente, en 1905,
el Acto Legislativo No. 10 suprimió el Consejo de Estado, sin que jamás hubiera ejercido
su función jurisdiccional. No fue sino hasta el año de 1910, mediante el Acto Legislativo
03, desarrollado por la Ley 130 de 1913, que se dispuso la creación de la jurisdicción de
lo contencioso administrativo, restableciéndose el Consejo de Estado a través del Acto
Legislativo 01 de 1914. Fue sólo hasta entonces que se estableció en nuestro país la
dualidad de organizaciones jurisdiccionales.
El artículo 230 de la Constitución establece que los jueces, en sus providencias, sólo están
sometidos al imperio de la ley, y que la jurisprudencia, los principios generales del
derecho y la doctrina, son criterios auxiliares de la actividad judicial. Por otra parte, el
artículo 228 establece que la administración de justicia es una función pública, cuyas
decisiones son independientes y cuyo funcionamiento es autónomo.
“En síntesis, la Constitución esta concebida de tal manera que la parte orgánica de
la misma solo adquiere sentido y razón de ser como aplicación y puesta en obra
de los principios y de los derechos inscritos en la parte dogmática de la misma. La
carta de derechos, la nacionalidad, la participación ciudadana, la estructura del
Estado, las funciones de los poderes, los mecanismos de control, las elecciones, la
organización territorial y los mecanismos de reforma, se comprenden y justifican
como transmisión instrumental de los principios y valores constitucionales. No es
posible, entonces, interpretar una institución o un procedimiento previsto por la
Constitución por fuera de los contenidos materiales plasmados en los principios y
derechos fundamentales.” (resaltado fuera de texto) Sentencia T-406/92 (M.P.
Ciro Angarita Barón)
Sentencia C-836/2001
“Como antes se vio, la noción de poder público que se deriva del Estatuto
Superior se fundamenta en una autoridad que la trasciende, toda vez que sólo
existe y se legitima a partir de su vinculación a los fines esenciales que, según la
Constitución, el Estado está llamado a cumplir.”
“En consecuencia, como ya fue mencionado, para que una prerrogativa pública se
encuentre adecuada a la Constitución es necesario exista para cumplir una
finalidad constitucionalmente legítima y que sea útil, necesaria y
proporcionada a dicha finalidad.” Sentencia C-539/99 (M.P. Eduardo Cifuentes
Muñoz)
Refiriéndose específicamente a los límites del poder judicial para interpretar autónomamente
el ordenamiento jurídico, a la luz de lo dispuesto por la parte dogmática de la Constitución, la
Corte Constitucional ha sostenido:
La igualdad, además de ser un principio vinculante para toda la actividad estatal, está
consagrado en el artículo 13 de la Carta como derecho fundamental de las personas. Este
derecho comprende dos garantías fundamentales: la igualdad ante la ley y la igualdad
de protección y trato por parte de las autoridades. Sin embargo, estas dos garantías
operan conjuntamente en lo que respecta a la actividad judicial, pues los jueces
interpretan la ley y como consecuencia materialmente inseparable de esta interpretación,
atribuyen determinadas consecuencias jurídicas a las personas involucradas en el litigio.
Por lo tanto, en lo que respecta a la actividad judicial, la igualdad de trato que las
autoridades deben otorgar a las personas supone además una igualdad y en la
interpretación en la aplicación de la ley.
La comprensión integrada de estas dos garantías resulta indispensable para darle sentido a
la expresión “imperio de la ley”, al cual están sometidos los jueces, según el artículo 230
de la Constitución. En efecto, cualquier sistema jurídico, ético, moral y en fin, cualquier
sistema de regulación que pretenda ordenar la conducta social humana necesita reducir la
multiplicidad de comportamientos y situaciones a categorías más o menos generales.
Sólo de esta forma puede dicho sistema atribuir consecuencias a un número
indeterminado de acciones y situaciones sociales. En un sistema de derecho legislado,
estas consecuencias jurídicas se atribuyen mediante la formulación de normas escritas,
generales, impersonales y abstractas. Estas características de la ley, si bien son
indispensables para regular adecuadamente un conjunto bastante amplio de conductas
sociales, implican también una limitación en su capacidad para comprender la
singularidad y la complejidad de las situaciones sociales, y por lo tanto, no es susceptible
de producir por sí misma el efecto regulatorio que se pretende darle, y mucho menos
permite tratar igual los casos iguales y desigual los desiguales. Para que estos objetivos
sean realizables, es necesario que al texto de la ley se le fije un sentido que le permita
realizar su función normativa.
4. La Carta, en su artículo 113, establece que “los diferentes órganos del Estado
tienen funciones separadas pero colaboran armónicamente para la realización de sus
fines.” Con fundamento en este mandato constitucional, la creación del derecho en
nuestro sistema jurídico es una labor compartida en la cual participan diversos órganos
estatales, que en el ejercicio de sus funciones están limitados por una serie de
condicionamientos materiales. El texto de la ley no es, por sí mismo, susceptible de
aplicarse mecánicamente a todos los casos, y ello justifica la necesidad de que el juez lo
interprete y aplique, integrándolo y dándole coherencia, de tal forma que se pueda realizar
la igualdad en su sentido constitucional más completo. A este respecto, la Corte
Constitucional ha resaltado que el ordenamiento jurídico, y dentro tal la ley, tanto en
sentido material como en sentido formal, requieren de la actividad del juez para darle
sentido al ordenamiento jurídico:
lo que es. A diferencia de las otras normas que simplemente se observan o no, las
normas jurídicas se aplican, ha dicho Kelsen en su propósito de discernir el derecho
de los demás sistemas reguladores de la conducta humana. El juez no puede menos
que fallar, halle o no en el ordenamiento elementos que le permitan justificar su
decisión. (...)” (Resaltado fuera de texto) Sentencia C-083/95
Especificando la labor de colaboración armónica entre las ramas del poder en nuestro
contexto actual, es necesario reconocer que el papel creador del juez en el Estado
contemporáneo no se justifica exclusivamente por las limitaciones materiales de la
actividad legislativa y el aumento de la complejidad social. Tiene una justificación
adicional a partir de los aspectos teleológicos y normativos, sustanciales del Estado Social
de Derecho. Esta ha sido la posición adoptada por esta Corporación desde sus inicios. Al
respecto, la Sentencia T-406 de 1992 (M.P. Ciro Angarita Barón), estableció:
Si se aceptara la plena autonomía de los jueces para interpretar y aplicar la ley a partir –
únicamente- de su entendimiento individual del texto, se estaría reduciendo la garantía de
la igualdad ante la ley a una mera igualdad formal, ignorando del todo que la Constitución
consagra –además- las garantías de la igualdad de trato y protección por parte de todas las
autoridades del Estado, incluidos los jueces. Por el contrario, una interpretación de la
autonomía judicial que resulte armónica con la igualdad frente a la ley y con la igualdad
de trato por parte de las autoridades, la concibe como una prerrogativa constitucional que
les permite a los jueces realizar la igualdad material mediante la ponderación de un
amplio espectro de elementos tanto fácticos como jurídicos.
Sólo mediante la aplicación consistente del ordenamiento jurídico se pueden concretar los
derechos subjetivos. Como se dijo anteriormente, la Constitución garantiza la efectividad
de los derechos a todas las personas y los jueces en sus decisiones determinan en gran
medida su contenido y alcance frente a las diversas situaciones en las que se ven
comprometidos. Por lo tanto, una decisión judicial que desconozca caprichosamente la
jurisprudencia y trate de manera distinta casos previamente analizados por la
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8. Lo dicho hasta ahora justifica la actividad creadora del juez, para que éste atribuya los
criterios materiales de igualdad establecidos en la Constitución y la ley en cada caso. Sin
embargo, aun cuando la consagración constitucional de la igualdad es una condición
necesaria, por sí misma no justifica la obligación de los jueces y de la Corte Suprema de
seguir formalmente las decisiones de ésta última.
La certeza que la comunidad jurídica tenga de que los jueces van a decidir los casos
iguales de la misma forma es una garantía que se relaciona con el principio de la
seguridad jurídica. Ahora bien, podría afirmarse que la necesidad de preservar la
seguridad jurídica no es una finalidad constitucional que por sí misma justifique una
limitación de la autonomía judicial para interpretar y aplicar el ordenamiento. En esa
medida, los jueces tampoco estarían constitucionalmente obligados a seguir formalmente
la jurisprudencia de la Corte Suprema en virtud de la necesidad de preservar la seguridad
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jurídica. Sin embargo, ésta tiene un valor instrumental indiscutible como garantía general
para el ejercicio de los derechos y libertades fundamentales de las personas.
Con todo, podría decirse que la coherencia en cuanto al sentido y alcance de la ley está
garantizada con el principio de la doble instancia, y los demás recursos judiciales ante los
jueces superiores. Ello es cierto. Sin embargo, el derecho de acceso a la administración
de justicia implica la pronta resolución de los litigios. De aceptarse la facultad omnímoda
de los jueces para interpretar la ley, sin consideración de la doctrina de la Corte Suprema,
nada impediría que los sujetos procesales hicieran un uso desmedido de los diversos
recursos judiciales, sin tener elementos para inferir la plausibilidad de sus pretensiones y
de sus argumentos jurídicos. Mediante la interpretación y aplicación consistente de la ley
por parte de toda la jurisdicción ordinaria, en cambio, se impide el ejercicio desmedido e
inútil del derecho de acceso a los diversos recursos, que congestiona los despachos
judiciales e impide darles pronto trámite a los procesos.
10. En su aspecto subjetivo, la seguridad jurídica está relacionada con la buena fe,
consagrada en el artículo 83 de la Constitución, a partir del principio de la confianza
legítima. Este principio constitucional garantiza a las personas que ni el Estado, ni los
particulares, van a sorprenderlos con actuaciones que, analizadas aisladamente tengan un
fundamento jurídico, pero que al compararlas, resulten contradictorias. En estos casos, la
actuación posterior es contraria al principio de la buena fe, pues resulta contraria a lo que
razonablemente se puede esperar de las autoridades estatales, conforme a su
comportamiento anterior frente a una misma situación. Esta garantía sólo adquiere su
plena dimensión constitucional si el respeto del propio acto se aplica a las autoridades
judiciales, proscribiendo comportamientos que, aunque tengan algún tipo de fundamento
legal formal, sean irracionales, según la máxima latina venire contra factum proprium
non valet. En efecto, si esta máxima se predica de la actividad del Estado en general, y se
extiende también a las acciones de los particulares, donde –en principio- la autonomía
privada prima sobre el deber de coherencia, no existe un principio de razón suficiente por
el cual un comportamiento semejante no sea exigible también a la actividad judicial. El
derecho de acceso a la administración de justicia implica la garantía de la confianza
legítima en la actividad del Estado como administrador de justicia. Esta confianza no se
garantiza con la sola publicidad del texto de la ley, ni se agota en la simple adscripción
nominal del principio de legalidad. Comprende además la protección a las expectativas
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legítimas de las personas de que la interpretación y aplicación de la ley por parte de los
jueces va a ser razonable, consistente y uniforme.
11. Con todo, podría afirmarse que las decisiones de la Corte Suprema no vinculan a los
jueces inferiores, pues se trata de autoridades judiciales que ejercen sus funciones de
manera autónoma. Según tal interpretación, las decisiones de dicha Corporación no
podrían ser consideradas “actos propios” de los jueces inferiores, y estos no estarían
obligados a respetarlos. Ello no es así, pues la administración de justicia, y en general
todo el funcionamiento de los órganos estatales está determinado por el tipo de Estado al
que pertenecen. El artículo 1º de la Constitución establece que nuestro país es un “Estado
social de derecho, organizado en forma de República unitaria”. Esta forma de
organización implica la unidad del ordenamiento jurídico, que se vería desdibujada si se
acepta que la autonomía judicial implica la facultad de interpretar el ordenamiento sin
tener en cuenta la interpretación que haga la cabeza de la respectiva jurisdicción. La
consagración constitucional de una estructura jurisdiccional que, aun cuando
desconcentrada, es funcionalmente jerárquica, implica que, si bien los jueces tienen
competencias específicas asignadas, dentro de la jerarquía habrá –en principio- un juez
superior encargado de conocer las decisiones de los inferiores. En la justicia ordinaria
dicha estructura tiene a la Corte Suprema en la cabeza, y eso significa que ella es la
encargada de establecer la interpretación que se debe dar al ordenamiento dentro de su
respectiva jurisdicción, de acuerdo con lo dispuesto en la Constitución.
“El recurso de casación -arts. 365 CPC, 218 CPP y 86 CPT- y la súplica -art.
130 CCA-, bien que distintos, se establecieron con el mismo objetivo: unificar
la jurisprudencia.” Sentencia C-104/93 (M.P. Alejandro Martínez Caballero)
12. Por otra parte, el principio de publicidad de la actividad judicial (C.P. art. 228),
que implica el derecho de acceso de la comunidad en general a sus decisiones, comprende
la obligación de las autoridades de motivar sus propios actos. Este deber incluye el de
considerar explícita y razonadamente la doctrina judicial que sustenta cada decisión. Esta
garantía tiene como objetivo que los sujetos procesales y la comunidad en general tengan
certeza, no sólo sobre el texto de la ley y la jurisprudencia, sino que se extiende a asegurar
que el ordenamiento está siendo y va a seguir siendo interpretado y aplicado de manera
consistente y uniforme. Sólo de esta forma pueden las personas tener certeza de que la
interpretación y aplicación consistente y uniforme del ordenamiento es una garantía
jurídicamente protegida y no un mero uso sin valor normativo alguno, y del cual los
jueces pueden apartarse cuando lo deseen, sin necesidad de justificar su decisión.
tan crucial, que integró la respectiva unidad normativa declarando inexequible también el
artículo 214 de la Ley 600 de 2000, fundamentando su decisión en las siguientes
consideraciones:
“Pues bien: las decisiones que toma el juez, que resuelven asuntos sustanciales
dentro de un proceso -v.gr. una sentencia-, deben consignar las razones jurídicas
que dan sustento al pronunciamiento; se trata de un principio del que también
depende la cabal aplicación del derecho al debido proceso pues, en efecto, si hay
alguna justificación en la base de las garantías que reconocen la defensa técnica, el
principio de favorabilidad, la presunción de inocencia, el principio de
contradicción o el de impugnación –todos reconocidos por el artículo 29 C.P.-, ha
de ser precisamente la necesidad de exponer los fundamentos que respaldan cada
determinación, la obligación de motivar jurídicamente los pronunciamientos que
profiere el funcionario judicial. Siempre será necesario, entonces, aportar
razones y motivos suficientes en favor de la decisión que se toma, mucho más si
de lo que se trata es de garantizar el derecho a la igualdad, acogiendo
argumentos ya esbozados por la jurisprudencia para la resolución de un caso.”
4.1 ¿Cuándo resultan obligatorios para los jueces y para la Corte Suprema de
Justicia las decisiones de ésta como tribunal de casación?
Por supuesto, esta no fue la intención del constituyente, quien, por el contrario, estableció
explícitamente la prevalencia de la Constitución sobre las demás normas jurídicas (art.
4º), permitiendo así la aplicación judicial directa de sus contenidos. Sin embargo, esta
jerarquía normativa no requiere ser explícita –como cláusula positiva- para que la
comunidad jurídica la reconozca, ni supone como única consecuencia la aplicación directa
de las normas constitucionales por parte de los jueces y de los demás operadores
jurídicos. Implica, además, que la ley misma, la ley en sentido formal, dictada por el
legislador, debe ser interpretada a partir de los valores, principios, objetivos y derechos
consagrados en la Constitución. En esa medida, la Carta cumple una función integradora
del ordenamiento, que se desarrolla primordialmente dentro de la actividad judicial, y en
la cual los más altos tribunales de las diversas jurisdicciones tienen una importante
responsabilidad.
los cuales se han resuelto situaciones análogas anteriores. Como ya se dijo, esta
obligación de respeto por los propios actos implica, no sólo el deber de resolver casos
similares de la misma manera, sino, además, el de tenerlos en cuenta de manera expresa,
es decir, la obligación de motivar sus decisiones con base en su propia doctrina judicial,
pues, como quedó sentado en la Sentencia C-252/01 antes citada, esto constituye una
garantía general para el ejercicio de los derechos de las personas y una garantía específica
de la confianza legítima en la administración de justicia.
18. Por otra parte, cuando no ha habido un tránsito legislativo relevante, los jueces
están obligados a seguir explícitamente la jurisprudencia de la Corte Suprema de Justicia
en todos los casos en que el principio o regla jurisprudencial, sigan teniendo aplicación.
Con todo, la aplicabilidad de los principios y reglas jurisprudenciales depende de su
capacidad para responder adecuadamente a una realidad social cambiante. En esa
medida, un cambio en la situación social, política o económica podría llevar a que la
ponderación e interpretación del ordenamiento tal como lo venía haciendo la Corte
Suprema, no resulten adecuadas para responder a las exigencias sociales. Esto impone la
necesidad de formular nuevos principios o doctrinas jurídicas, modificando la
jurisprudencia existente, tal como ocurrió en el siglo pasado, cuando la Corte Suprema y
el Consejo de Estado establecieron las teorías de la imprevisión y de la responsabilidad
patrimonial del Estado. En estos casos se justifica un replanteamiento de la
jurisprudencia. Sin embargo, ello no significa que los jueces puedan cambiar
arbitrariamente su jurisprudencia aduciendo, sin más, que sus decisiones anteriores fueron
tomadas bajo una situación social, económica o política diferente. Es necesario que tal
transformación tenga injerencia sobre la manera como se había formulado inicialmente el
principio jurídico que fundamentó cada aspecto de la decisión, y que el cambio en la
jurisprudencia esté razonablemente justificado conforme a una ponderación de los bienes
jurídicos involucrados en el caso particular.
19. Es posible, de otro lado, que no exista claridad en cuanto al precedente aplicable,
debido a que la jurisprudencia sobre un determinado aspecto de derecho sea contradictoria
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o imprecisa. Puede ocurrir que haya sentencias en las cuales frente a unos mismo
supuestos de hecho relevantes, la Corte haya adoptado decisiones contradictorias o que el
fundamento de una decisión no pueda extractarse con precisión. En estos casos, por
supuesto, compete a la Corte Suprema unificar y precisar su propia jurisprudencia. Ante
falta de unidad en la jurisprudencia, los jueces deben hacer explícita la diversidad de
criterios, y optar por las decisiones que interpreten de mejor manera el imperio de la ley, a
partir de una adecuada determinación de los hechos materialmente relevantes en el caso.
De la misma forma, ante la imprecisión de los fundamentos, pueden los jueces interpretar
el sentido que se le debe dar a la doctrina judicial de la Corte Suprema.
20. Con todo, como se dijo antes, la fuerza normativa de la doctrina probable
proviene (1) de la autoridad otorgada constitucionalmente al órgano encargado de
establecerla, unificando la jurisprudencia ordinaria nacional; (2) del carácter decantado de
la interpretación que dicha autoridad viene haciendo del ordenamiento positivo, mediante
una continua confrontación y adecuación a la realidad social y; (3) del deber de los
jueces respecto de a) la igualdad frente a la ley y b) la igualdad de trato por parte de las
autoridades y; (4) del principio de buena fe que obliga también a la rama jurisdiccional,
prohibiéndole actuar contra sus propios actos. Por otra parte, la autoridad de la Corte
Suprema para unificar la jurisprudencia tiene su fundamento en la necesidad de garantizar
los derechos fundamentales de las personas y esta atribución implica que la Constitución
le da un valor normativo mayor o un “plus” a la doctrina de esa alta Corporación que a la
del resto de los jueces de la jurisdicción ordinaria. Ello supone que la carga
argumentativa que corresponde a los jueces inferiores para apartarse de la jurisprudencia
decantada por la Corte Suprema es mayor que la que corresponde a éste órgano para
apartarse de sus propias decisiones por considerarlas erróneas.
Debe entenderse entonces que el error judicial al que hace referencia la norma demandada
justifica el cambio de jurisprudencia en los términos expresados, pero no constituye una
facultad del juez para desechar la doctrina de la Corte Suprema de Justicia sin un
fundamento explícito suficiente.
22. Si la parte de las sentencias que tiene fuerza normativa son los principios y reglas
jurídicas, ello significa que no todo el texto de su motivación resulta obligatorio. Para
determinar qué parte de la motivación de las sentencias tiene fuerza normativa resulta útil
la distinción conceptual que ha hecho en diversas oportunidades esta Corporación entre
los llamados obiter dicta o afirmaciones dichas de paso, y los ratione decidendi o
fundamentos jurídicos suficientes, que son inescindibles de la decisión sobre un
determinado punto de derecho. Sólo estos últimos resultan obligatorios, mientras los
obiter dicta, o aquellas afirmaciones que no se relacionan de manera directa y necesaria
con la decisión, constituyen criterios auxiliares de la actividad judicial en los términos del
inciso 2º del artículo 230 de la Constitución. Por supuesto, la definición general de dichos
elementos no es unívoca, y la distinción entre unos y otros en cada caso no resulta
siempre clara. Sin embargo, la identificación, interpretación y formulación de los
fundamentos jurídicos inescindibles de una decisión, son labores de interpretación que
corresponden a los jueces, y principalmente a las altas Cortes. La ratio decidendi de un
caso, por supuesto, no siempre es fácil de extraer de la parte motiva de una sentencia
judicial como tal, y por lo tanto, su obligatoriedad no implica la vinculación formal del
juez a determinado fragmento de la sentencia descontextualizado de los hechos y de la
decisión, aun cuando resulta conveniente que las altas Cortes planteen dichos principios
de la manera más adecuada y explícita en el texto de la providencia, sin extender ni
limitar su aplicabilidad, desconociendo o sobrevalorando la relevancia material de
aquellos aspectos fácticos y jurídicos necesarios para su formulación en cada caso
concreto.
23. Con todo, los obiter dicta o dichos de paso, no necesariamente deben ser
descartados como materiales irrelevantes en la interpretación del derecho. En efecto, en
muchos casos permiten interpretar cuestiones jurídicas importantes en casos posteriores
Sentencia C-836/2001
que tengan situaciones de hecho distintas, aunque no necesariamente deban ser seguidos
en posteriores decisiones. Así, puede ocurrir que carezcan completamente de relevancia
jurídica, que contengan elementos importantes pero no suficientes ni necesarios para
sustentar la respectiva decisión, que sirvan para resolver aspectos tangenciales que se
plantean en la sentencia, pero que no se relacionan directamente con la decisión adoptada,
o que pongan de presente aspectos que serán esenciales en decisiones posteriores, pero
que no lo sean en el caso que se pretende decidir.
24. Adicionalmente, el juez puede observar que a pesar de las similitudes entre el caso
que debe resolver y uno resuelto anteriormente existen diferencias relevantes no
consideradas en el primero, y que impiden igualarlos, y en consecuencia, estaría
permitido que el juez se desviara de la doctrina judicial que en apariencia resulta
aplicable. A contrario sensu, puede haber dos casos que en principio parezcan diferentes,
pero que, observados detalladamente, tengan un término de comparación –tertium
comparationis- que permita asimilarlos en algún aspecto. En esa medida, resulta
adecuado que el juez emplee criterios de igualación entre los dos, siempre y cuando la
equiparación se restrinja a aquellos aspectos en que son equiparables, y solamente en la
medida en que lo sean. En este caso, el juez debe hacer explícitas las razones por las
cuales, a pesar de las similitudes aparentes, los casos no merezcan un tratamiento
igualitario o, a la inversa, debe argumentar porqué, a pesar de las diferencias aparentes,
los casos deben recibir un trato idéntico o similar. Tanto en una como en otra hipótesis,
los criterios de igualación o de diferenciación deben ser jurídicamente relevantes, y el
trato debe ser proporcional a la diferencia en la situación de hecho.
DECISIÓN
Demandante:
Carlos Alberto Maya Restrepo
Magistrado Ponente:
Dr. RODRIGO ESCOBAR GIL
Con el acostumbrado respeto, los suscritos magistrados aclaramos nuestro voto. Si bien
estamos de acuerdo con la parte resolutiva de la sentencia y con la mayoría de las
consideraciones en que ésta se fundamenta, estimamos que es necesario presentar algunos
argumentos sobre la noción y la fuerza del precedente en un sistema de tradición romano-
germánica, como el colombiano, y el valor de la jurisprudencia dentro del marco de la
Constitución de 1991.
Lo primero que queremos resaltar es que la sentencia define una obligación, no una
facultad. Bien hubiera podido la Corte limitarse a señalar, por ejemplo, que los jueces
“podrán apartarse de la doctrina probable dictada por la Corte Suprema de Justicia como
juez de casación, siempre y cuando al hacerlo justifiquen la interpretación adoptada en
ejercicio de su autonomía”. No obstante, la Corte consideró que el condicionamiento
debería ser distinto y de mayor alcance y, por lo tanto, ser formulado, no a partir de la
facultad de apartarse o de seguir el precedente, sino de la obligación del juez de considerar
los precedentes existentes. Esta obligación es doble. Primero, comprende el deber general de
seguir el precedente, tema al cual nos referiremos posteriormente para mostrar la
compatibilidad de esta posición dentro de un sistema de tradición romano-germánica como
el nuestro. Segundo, incluye la carga especial de argumentación que debe ser satisfecha
para que se cumplan las condiciones en las cuales existe una excepción a este deber general.
Sentencia C-836/2001
Cierto es que el enfoque jurídico dentro del cual se enmarca el condicionamiento acogido
por la mayoría de los magistrados merece numerosos comentarios y cada uno de los
elementos tanto de la norma demandada como del condicionamiento podría ser objeto de un
amplio análisis. Sin embargo, ello corresponde a los doctrinantes y no a la Corte
Constitucional ni a la presente aclaración de voto. En esta oportunidad, nos limitamos a
poner de relieve los aspectos del condicionamiento que a nuestro juicio constituyen un
significativo avance, pues representan, sin duda, un paso de suma importancia en la
evolución de nuestro derecho. Seguramente, después de éste habrá otros en los cuales se
puedan desarrollar los elementos de la noción y de la fuerza vinculante del precedente en la
jurisdicción ordinaria y contencioso administrativa. Obviamente, la Corte Suprema de
Justicia como cabeza de la jurisdicción ordinaria y el Consejo de Estado como máxima
autoridad judicial de lo contencioso administrativo, tienen un papel preponderante en el
rumbo y en el ritmo de esta evolución, así como lo tiene la Corte Constitucional en materia
de derecho constitucional y en la jurisdicción constitucional.
Los argumentos se refieren a cuestiones que tradicionalmente han gravitado, con mayor o
menor fortuna alrededor del debate sobre la fuerza vinculante de los precedentes en nuestro
sistema jurídico. En particular, haremos alusión a los argumentos basados en (i) el derecho
comparado, (ii) el sistema de fuentes y el lugar de la jurisprudencia, (iii) la tradición jurídica
colombiana, (iv) la integridad de un ordenamiento jurídico donde la Constitución es norma de
normas, (v) el equilibrio entre evolución del derecho y consistencia jurídica, y (vi) la teoría
jurídica sobre el precedente. En cada caso, nos limitaremos a esbozar las líneas básicas del
argumento.
2.1 El acercamiento de las familias jurídicas: el valor del derecho comparado para
superar barreras analíticas
Uno de los argumentos más comunes contra el reconocimiento del valor y la fuerza jurídica
que tienen los precedentes judiciales parte del derecho comparado, o mejor, de una visión
particular de las diferencias que existen entre el sistema de derecho común anglosajón y el
sistema romano- germánico o de derecho civil. Esta visión que tiende a subrayar las
diferencias, no tiene en cuenta los desarrollos que se han presentado en ambos sistemas o
familias jurídicas durante el siglo XX, los cuales han acortado la distancia entre ellos, así
subsistan importantes distinciones.
Así, una de las principales diferencias sobre las cuales recaban quienes se oponen a reconocer
el valor del precedente en nuestro derecho es precisamente que el derecho común anglosajón
es jurisprudencial, lo cual explica el valor que tiene el precedente en dicho sistema, mientras
Sentencia C-836/2001
Sin embargo, no puede perderse de vista que, principalmente, a partir de la segunda post-
guerra mundial del siglo pasado, se ha presentado una convergencia entre las dos familias
jurídicas en punto a la importancia de la jurisprudencia y de la ley. La disminución de la
distancia entre ambas familias torna en inadecuada e incompleta la visión diferenciadora
anteriormente descrita.
En efecto, en los sistemas de derecho común, en especial en los Estados Unidos, la ley ha
incrementado significativamente su presencia y su valor. Ello ha ocurrido en numerosos
campos dentro de los cuales se destacan tres por su especial relevancia: a) el derecho
constitucional, puesto que la Constitución de los Estados Unidos es un texto normativo
adoptado por una convención constituyente y puesto que a los textos que tradicionalmente
han integrado la Constitución Británica se han sumado recientemente otros como una Carta
de Derechos que incorpora la convención europea de derechos humanos; b) el derecho
federal, por oposición al derecho de las unidades estatales federadas, que es primordialmente
un derecho legislado sobre todo en Estados Unidos; y c) las ramas especializadas del derecho,
respecto de las cuales, por su novedad relativa y por otras razones que no viene al caso
mencionar, el órgano legislativo ha definido y desarrollado sus contornos básicos mediante
leyes, conocidas como acts o statutes. Por eso un magistrado norteamericano escribió un
polémico ensayo intitulado “las cortes de derecho común en un sistema de derecho civil: el
papel de las cortes federales de los Estados Unidos en la interpretación de la Constitución y
de las leyes”, en el cual fija su posición sobre esta nueva realidad jurídica consistente en que
el derecho en su país en ciertas materias, pero cada día en un mayor número de ellas, es
derecho legislado y no derecho originado en la creación jurisprudencial, sin que ello implique
que las cortes dejen de realizar una tarea creativa. Lo sorprendente es que a los ojos de un
anglosajón acostumbrado a estar atado por los precedentes centenarios, dicha tarea creativa
en la “aplicación” judicial de las leyes es bastante más amplia que la típica en las áreas
tradicionales del derecho común.
En cambio, en los sistemas de tradición romano germánica, en mayor o menor grado según
cada país, se ha presentado el fenómeno contrario: la jurisprudencia ha cobrado mayor
importancia, en especial la de los órganos que se encuentran en la cúspide de sus respectivas
jurisdicciones. El ejemplo más conocido se encuentra, paradójicamente, en la rama del
derecho público donde hemos recibido en Colombia la más grande influencia francesa. Se
trata obviamente del derecho administrativo francés que, como es bien sabido, ha sido de
creación jurisprudencial bajo la égida del Consejo de Estado. Por eso, una autoridad en el
tema anotaba sugestivamente que el Consejo de Estado era la más anglosajona de las
instituciones de Francia. Otro ejemplo lo constituye el derecho laboral alemán cuya creación
y desarrollo ha sido obra de los jueces germanos. Además, si se tomaran materias dentro de
cada rama del derecho los ejemplos mostrarían que derecho legislado y derecho
jurisprudencial conviven y que en varias de ellas el lugar del juez ha sido más importante que
el de la ley. Como esta realidad no ha sido incorporada a la visión predominante en Colombia
respecto de las características de los sistemas jurídicos romano-germánicos estimamos
Sentencia C-836/2001
necesario señalar la percepción que respetados doctrinantes tienen sobre lo que está pasando
en sus respectivos países.
Estimamos, en todo caso, que aún a partir de una interpretación simplemente literal y aislada
de la norma no se deduce que el sistema de fuentes en Colombia excluye a los precedentes
judiciales.
Así, del inciso primero del artículo 230 no se puede concluir que la ley es la única fuente
formal de derecho. Este dice que “los jueces, en sus providencias, sólo están sometidos al
imperio de la ley”. Este inciso define en qué consiste la independencia de los jueces, v.gr., en
que sus fallos no pueden responder a consideraciones extrañas a la ley como prejuicios,
presiones, pasiones o intereses. También indica que el juez debe someterse al imperio de la
ley, lo cual plantea un límite a la independencia del juez en la medida en que no puede fallar
según su opinión personal, ni mucho menos según su parecer o capricho. El juez es
independiente para respetar el derecho no para apartase de él.
Se dice que la palabra “ley” en dicho inciso muestra que el juez sólo puede referirse a una
fuente de derecho, v.gr., las leyes en sentido material. Esta interpretación es insostenible.
Excluiría la ley superior, es decir, la Constitución que según el art. 4 de la Carta es norma de
normas. Excluiría también los tratados que en virtud del art. 93, cuando se den las
condiciones en él señaladas, prevalecen en el orden interno. Excluiría además los decretos
que no tienen fuerza de ley, como aquellos que desarrollan las leyes marco o los decretos
dictados en ejercicio de la potestad reglamentaria ordinaria. Igualmente, excluiría los
acuerdos municipales y las ordenanzas departamentales. Finalmente, todas las demás fuentes
de rango inferior a la ley dejarían de ser obligatorias para los jueces. De tal manera, que la
palabra ley sólo puede ser interpretada en el sentido de “derecho” para evitar contradicciones
con otras normas de la Constitución.
vinculante para los jueces en casos futuros. En efecto, la Corte hizo una distinción entre
obiter dicta y ratio decidendi con el fin de precisar el concepto de jurisprudencia empleado
en el artículo de la Constitución citado – se refiere a las sentencias en general - y el de
doctrina utilizado en el artículo del decreto demandado – se refiere al obiter dicta -. Se
indicó, pues, que la ratio decidendi, e inclusive otros fundamentos de la parte motiva que
cumplieran ciertas condiciones, eran obligatorios: “los fundamentos contenidos en las
sentencias de la Corte Constitucional que guarde relación directa con la parte resolutiva, así
como los que la corporación misma indique ... en la medida en que tengan un nexo causal con
la parte resolutiva, son también obligatorios ...”.
En conclusión, si bien no todas las partes de una sentencia ni mucho menos toda la
jurisprudencia constituyen fuente formal de derecho, la ratio decidendi de los fallos, por lo
menos, tiene fuerza vinculante. Posteriormente se verá que dicha fuerza no es igual a la del
derecho legislado pero ello no significa que el precedente judicial carezca de valor normativo
como fuente formal de derecho.
Un tercer argumento en contra del reconocimiento del valor normativo de los precedentes
judiciales es que ello es contrario a la tradición jurídica colombiana. Según esta tesis la Carta
de 1991 hizo distinciones sobre el sistema de fuentes aplicable al derecho constitucional, por
un lado, y a las demás ramas del derecho, por el otro. Por eso el precedente constitucional
puede tener valor normativo, en los términos de los fallos de la Corte Constitucional sobre el
tema, pero en otras disciplinas jurídicas las sentencias carecen de dicho valor.
En el presente fallo, la Corte Constitucional se aparta del enfoque según el cual el derecho
constitucional es especial y diferente en este punto. Al reconocer la fuerza normativa del
precedente al campo del derecho civil, laboral, comercial, penal, entre otros, la Corte no está
yendo en contra de la tradición jurídica colombiana. No es este el momento de hacer un
recuento de los debates que se han presentado en Colombia respecto a este punto ni una
Sentencia C-836/2001
Además, la idea de que una tradición no puede evolucionar es contraevidente. Las tradiciones
jurídicas son esencialmente cambiantes, así las transformaciones se lleven a cabo
gradualmente o inclusive imperceptiblemente. Pero las tradiciones también evolucionan
mediante cambios notorios y radicales. El mejor ejemplo de ello es, nuevamente, la tradición
romano germánica en la cual se inscribe nuestro sistema jurídico. El derecho romano era
esencialmente pretoriano, no legislado. No obstante, la codificación en Francia y en
Alemania, en diferentes momentos históricos y por razones distintas en cada país, le dio un
lugar privilegiado a la legislación. Posteriormente, el precedente judicial adquirió un papel
crucial en determinados campos del derecho y, como se resaltó en la sección 2.1. de esta
aclaración, ha pasado a jugar un papel crucial tanto en Francia como en Alemania.
Lo anterior no significa que no existan diferencias entre países ni entre ramas del derecho en
punto a la fuerza normativa de los precedentes. Entre nosotros, por ejemplo, uno de los
aspectos donde el derecho constitucional tiene una especificidad en materia de precedentes,
es el del lugar del precedente constitucional dentro del ordenamiento jurídico y su función
para preservar la integridad del mismo.
los funcionarios judiciales al aplicar las leyes deben respetar lo decidido por la Corte
Constitucional en lo sustancial y que dentro de las causales de casación, previstas en el
artículo 365 del Código de Procedimiento Civil, se incluye el desconocimiento de la cosa
juzgada y de la doctrina constitucional.
Finalmente, la integridad del ordenamiento jurídico sólo puede preservarse si hay coherencia
entre la interpretación que fija el contenido material de las leyes y la interpretación que fija el
sentido de la Constitución. Por ejemplo, si una norma declarada exequible por la Corte
Constitucional es interpretada por los jueces de una manera contraria a la Constitución se
rompe la integridad del ordenamiento jurídico. Por esta razón la Ley Estatutaria de la
Administración de Justicia en el artículo 48 al que hacíamos alusión dice que “la
interpretación que por vía de autoridad hace (la Corte Constitucional) tiene carácter
obligatorio general”.
Pero esta cuestión exige abordar un último punto: el relativo a en qué consiste la fuerza
normativa de un precedente. Esto nos lleva ha hacer algunas consideraciones de teoría
jurídica.
El debate sobre los precedentes y la función del juez, en especial sobre la discrecionalidad
judicial, ha sido amplio, rico y sostenido en la teoría jurídica. No le corresponde a la Corte, ni
mucho menos a una aclaración de voto, resumir dicho debate o tomar partido por alguna de
las múltiples posiciones que han sido esgrimidas.
Sin embargo, desde el punto de vista de la explicación de lo que sucede – teorías descriptivas
del derecho – no de la justificación de lo que debe suceder – teorías prescriptivas del derecho
- se ha realizado una importante distinción entre el valor vinculante de la ley y el valor
vinculante de los precedentes judiciales, al cual es necesario referirse para responder a las
inquietudes mencionadas anteriormente.
En efecto, un precedente judicial puede ser vinculante en varios sentidos. En primer lugar,
puede obligar a todos los jueces en la medida en que éstos deben decidir los casos futuros de
una manera idéntica a como fueron decididos los casos anteriores. Esta primera modalidad de
vinculación es sólo concebible en abstracto y no se presenta ni siquiera en un sistema de
derecho común ya que los jueces al decidir los casos futuros pueden distinguir el nuevo caso
del caso anterior y así liberarse de fallar de manera idéntica a como fue decidido el
“precedente”. Si los precedentes tuvieran esta modalidad de fuerza normativa, su carácter
vinculante se asemejaría al de la ley ya que la regla sentada por el juez anterior debería ser
aplicada también posteriormente como si fuera una regla contenida en la legislación.
En segundo lugar, un precedente puede obligar a todos los jueces inferiores a la alta corte que
lo sentó, a riesgo de que si un juez inferior se aparta de él, la alta corte correspondiente
revocará la sentencia de éste juez inferior. Es en este sentido que se dice que un precedente es
formalmente obligatorio en sentido estricto. Esto es lo que sucede generalmente en los países
de derecho común donde impera la regla del “stare decisis”.
En tercer lugar, un precedente puede ser obligatorio para todos los jueces inferiores a la alta
corte que lo sentó, y aceptarse que un juez inferior (i) después de hacer referencia expresa al
precedente, y (ii) de resumir su esencia y razón de ser, (iii) se aparte de él exponiendo razones
poderosas para justificar su decisión. En este sentido se dice que el precedente es
formalmente obligatorio, pero no estrictamente obligatorio.
Sentencia C-836/2001
En cuarto lugar, puede considerarse que un precedente es un referente obligado para los
jueces inferiores pero éstos pueden apartarse de él cuando lo consideren, en forma razonada,
adecuado para resolver el caso. La alta corte que sentó el precedente podrá criticar la decisión
del juez inferior y podrá por lo tanto revocar su sentencia, pero el juez inferior conserva un
amplio margen para interpretar el derecho. En este caso el precedente no es formalmente
obligatorio pero tiene cierta fuerza en la medida en que los jueces deben tenerlo en cuenta y
referirse a él en el momento de fallar.
Las cuatro hipótesis anteriores también pueden ser formuladas desde una perspectiva
horizontal, o sea, a partir de la relación de un juez con sus sentencias anteriores.
Es posible concebir otras hipótesis relativas a los precedentes en las cuales éstos carecen de
fuerza vinculante alguna. Su valor puede consistir en suministrar apoyo adicional a la
interpretación del juez inferior o, en el grado de importancia menor, un fallo anterior puede
servir de simple ejemplo.
Fecha ut supra,
El carácter de doctrina probable que le atribuye a tres decisiones uniformes dadas por la Corte
Suprema de Justicia, es congruente las previsiones del canon 230 Superior en virtud del cual
“la equidad, la jurisprudencia, los principios generales del derecho y la doctrina son criterios
auxiliares de la actividad judicial”. Entonces, siendo criterio auxiliar la doctrina probable no
puede ser obligatoria para los jueces de inferior jerarquía y menos aún para la propia Corte
Suprema de Justicia que, como bien lo advierte el mandato acusado, puede variar su
jurisprudencia cuando juzgue erróneas las decisiones anteriores.
Parece que se quisiera invertir los valores y que so pretexto de hacer efectivos los
principios de igualdad y de seguridad jurídica se sacrifique el principio constitucional de
la independencia judicial, olvidando que en una adecuada ponderación de estos
principios lo justo y aconsejable es que el fallador exprese razonadamente las causas que
los llevan a acoger un criterio diferente. En esté sentido se ha pronunciado
contundentemente la jurisprudencia constitucional.
Finalmente, no parece lógico sostener, como lo hace la aludida decisión, que en razón de la
función unificadora que cumple la Corte Suprema de Justicia como juez de casación, la
carga argumentativa que corresponde a los jueces inferiores para apartarse de la
jurisprudencia decantada por ese alto Tribunal es mayor que la que le asiste a éste órgano
para apartarse de sus propias decisiones cuando las considera erróneas, puesto que la
obligación de argumentar un cambio jurisprudencial es igualmente comprometedora para
todos los jueces, sin importar su posición en la jerarquía jurisdiccional.
Ciertamente, tanto el juez de inferior jerarquía como la Corte Suprema de Justicia están
en el deber de sopesar las razones que los llevan a cambiar de opinión en un momento
determinado. En el primer caso, la Corte debe justificar el cambio jurisprudencial
argumentando por qué considera que incurrió en un error en anterior decisión; y en el
segundo evento, el juez debe exponer las razones que lo llevan a apartarse del precedente
judicial sentado por la Corte Suprema de Justicia.
Fecha ut supra
Porque en mi sentir se mezclan temas que deben mantenerse separados como son: a) respeto
de las Supremas Cortes a su propio precedente judicial y no el respeto del precedente por
los jueces que se encuentran funcionalmente (no jerárquicamente) por debajo de las
Supremas Cortes.
En relación con el tema de si las Cortes Supremas quedan o no ligadas por su precedente
judicial es claro que en nuestro sistema jurídico (y así lo consagra la norma que se
examina) las Cortes se pueden separar del precedente. No sobra recordar que nuestro
sistema de derecho no es un sistema de precedentes, como el sistema norteamericano o el
sistema inglés, sino de derecho legislado. Ni siquiera en esos dos sistemas jurídicos
(inglés y americano), las Cortes Supremas quedan ligadas a su propio precedente, pues no
son obligatorios para el Tribunal Supremo de Estados Unidos ni del Reino Unido; en el
caso de los Estados Unidos la Corte Suprema Federal, ha declarado en muchas
oportunidades que no está obligada a seguir sus propios precedentes y en el caso del
Reino Unido, el máximo tribunal judicial de ese país, que es la Cámara de los Lores, si
bien declaró en 1898 que ella estaba obligada a respetar sus propios precedentes, el día 26
Sentencia C-836/2001
de julio de 1966 declaró que de ahí en adelante no quedaría sujeta a sus propios
precedentes, por lo que se volvió a la situación existente antes de 1898.
Como se puede observar ni siquiera en los sistemas jurídicos de precedentes, cuyos dos
paradigmas son la Cámara de los Lores del Reino Unido y la Corte Suprema Federal de
Estados Unidos, están hoy en día atados a sus propios precedentes y si ésto sucede en esos
sistemas jurídicos, con mayor razón nuestras Supremas Cortes pueden apartarse de sus
propios fallos. Los magistrados que votaron el respeto por el precedente de las Supremas
Cortes trataron de ser más papistas que el Papa.
El problema de los fallos de las Supremas Cortes y cuándo éstos deben ser seguidos o no por
los jueces en casos análogos, debe distinguirse claramente del anterior y plantea el
problema de la jurisprudencia como fuente del derecho y su valor para los jueces.
Quienes acogen esta última posición distinguen entre los casos previstos por la ley y los
casos no previstos por ella, para concluir que en el primer evento no es fuente y en el
segundo si, pues al no existir ley que lo regule y existiendo, por otro lado, el deber que
tiene el juez de fallar, el juez crea la norma y la jurisprudencia es fuente de derecho.
Para resolver este interrogante hay que referirlo a una época y un país determinado, ya
que puede variar de un país a otro, e incluso dentro de un mismo Estado, en épocas
diversas.
Sobre este tema sosn posibles dos soluciones: que el precedente judicial no sea
obligatorio, cuando se trate de resolver casos similares; o segundo, que sea obligatorio;
bien porque lo establezca la ley, o porque haya surgido de una verdadera costumbre
judicial, como sucede en el Common Law. Es importante señalar que cada sistema
jurídico determina cuando la jurisprudencia es fuente del derecho y si es obligatoria o no.
En ciertos sistemas jurídicos se requiere, para que haya jurisprudencia, que haya más de
una decisión sobre el mismo punto del derecho; por ejemplo, en el caso de Colombia, por
lo menos 3 decisiones (en el caso de México se requieren cinco decisiones); de tal manera
que una decisión o dos decisiones no hacen a la jurisprudencia fuente del derecho. En
algunos sistemas jurídicos, como el mexicano, no basta cualquier decisión, exigese
además que se adopten por una cierta mayoría, de modo que las decisiones que no tengan
esa mayoría no pueden contarse dentro de las cinco que constituyen fuente del derecho.
Según la teoría pura del derecho de Kelsen, las normas jurídicas tienen más de una
interpretación, ya que en realidad siempre hay un marco interpretativo, con más de una
posibilidad y todas ellas tienen el mismo valor jurídico; el juez puede dentro de la misma
ley y sin salirse de ella acoger una interpretación distinta a la que venía acogiendo; puede
elegir otra de las posibilidades de la ley y de esta forma modificar la jurisprudencia. Con
esto queda resuelto el problema planteado del cambio de la jurisprudencia.
No sobra recordar que por mandato constitucional, en nuestro país los jueces, para dictar
sus providencias, sólo están sometidos al imperio de la ley (artículo 230 de la
Constitución). Esto no es más que la consagración positiva del principio fundamental del
estado de derecho de la independencia de los jueces. "Esta independencia es producto
histórico de la lucha entre la nobleza y el monarca. La nobleza quería que el Rey
registrase las leyes que expedía ante los jueces y de esa manera tener seguridad en sus
derechos. Poco a poco los jueces se van independizando del monarca, llegando incluso a
proferir fallos contra las decisiones de éste.
Desde el punto de vista práctico, no es cierto que cuando la jurisprudencia de las altas
cortes no es obligatoria, se presente una situación de anarquía jurídica, de desigualdad o de
inseguridad jurídica, como paso a demostrarlo:
Porque hay una tendencia psicológica a hacer lo más fácil, y lo más fácil es seguir la
jurisprudencia de los tribunales superiores; mucho más difícil es la de tener que pensar
o reflexionar para apartarse del precedente;
Porque el sistema judicial está organizado en instancias y existiendo tribunales de
apelación, el juez de apelación puede revocar la decisión que se ha apartado del
precedente y ajustarla al precedente, y finalmente porque existen ciertos
procedimientos que buscan unificar la jurisprudencia, como es el recurso de casación y
con este último absolvemos también el punto final que habíamos planteado.
En síntesis podemos afirmar que el sistema jurídico colombiano es diverso a los sistemas
de precedente o del Common Law, que algunos magistrados quisieron extrapolar a nuestro
sistema jurídico; que por mandato constitucional nuestros jueces son independientes y que
sólo están atados a la ley y no al precedente judicial; que el precedente sólo tiene un
criterio auxiliar de la actividad judicial, pero que jamás es obligatorio y que por mandato
legal aún cuando la jurisprudencia se haya constituido en fuente del derecho, porque
existen tres decisiones uniformes sólo constituye doctrina probable y que tampoco es
cierto, desde el punto de vista práctico, que de no ser obligatoria la jurisprudencia se esté
creando un caos jurídico.
Fecha ut supra
Con el debido respeto por la decisión mayoritariamente adoptada por la Corte Constitucional,
en virtud de la cual se declaró “exequible el artículo 4 de la Ley 169 de 1896, siempre y
cuando se entienda que la Corte Suprema de Justicia, como juez de casación, y los demás
jueces que conforman la jurisdicción ordinaria, al apartarse de la doctrina probable dictada
por aquella, están obligados a exponer clara y razonadamente los fundamentos jurídicos que
justifican su decisión”, según los términos expresados en el fallo citado, nos vemos
precisados a salvar nuestro voto, por las razones que a continuación señalamos:
2ª. A nuestro juicio, la regla general contenida en el artículo 4 de la Ley 169 de 1896 en el
sentido de que “tres decisiones uniformes” que versen “sobre un mismo punto de derecho”,
provenientes de la Corte Suprema de Justicia como juez de casación, “constituyen doctrina
probable”, en nada vulnera la Constitución Política.
Simplemente lo que ocurre es que el legislador, dada la alta jerarquía que como máximo
tribunal de la justicia ordinaria se le asigna a la Corte Suprema de Justicia, como
expresamente se dispone por el artículo 234 de la Carta, le atribuye un valor especial a la
jurisprudencia de esa Corporación cuando ella se reitera, al menos, en tres ocasiones
diferentes sobre el mismo asunto jurídico.
Esa jurisprudencia, entonces, de acuerdo con el artículo 230 de la Constitución, por voluntad
del constituyente se erige como uno de los “criterios auxiliares de la actividad judicial”, en
orden a que los tribunales y los jueces lo utilicen en el ejercicio de sus funciones al aplicar la
ley a los casos análogos concretos sometidos a su conocimiento, lo cual, en nada quebranta la
Constitución Política. Al contrario, por la fuerza misma de la argumentación que contengan
los fallos proferidos por la Corte Suprema de Justicia al analizar el ordenamiento jurídico,
resulta apenas obvio que sirvan de pauta, que obren como guía, que ilustren el criterio para la
interpretación de la ley, lo que resulta de trascendental importancia para los ciudadanos como
destinatarios de las normas que les son aplicables por decisión del Estado.
Sentencia C-836/2001
En el derecho de origen latino, como el nuestro, ocurre exactamente lo contrario, pues, como
es de amplio conocimiento, aquí la fuente principal es la ley y, la secundaria, la
jurisprudencia.
De esta suerte, a nuestro juicio, la decisión de la Corte debería haber sido la de declarar
exequible el artículo 4 de la Ley 169 de 1896, sin condicionamiento alguno pues este resulta
innecesario, y, por lo mismo, inane. No lo decidió así la Corporación en votación
mayoritaria, razón esta por la cual salvamos nuestro voto.
Fecha ut supra.