La Fortuna de Tu Amor - Sophie Saint Rose

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La fortuna de tu amor

Sophie Saint Rose


 

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

 
 

Capítulo 1
 

Naia dejó caer la mandíbula del asombro porque no podía tener más
mala suerte ni aunque lo intentara con fuerza. Leyó el titular con los ojos

como platos. —Industrias Pierson en quiebra. Entra en concurso de


acreedores. —El periódico cayó sobre la mesa y se dejó caer sobre él

golpeándose la frente contra el papel alborotando sus rizos rubios. —¡No,


no, no!

Su padre desde la puerta de la cocina levantó una ceja. —Hija, ¿te

está dando un ataque epiléptico o algo así?

Levantó la vista fulminándole con sus preciosos ojos azules. —

¡Muy gracioso! ¡Acabo de quedarme en el paro!

De la sorpresa dio un paso hacia ella. —¿Qué?

Volvió el periódico y su padre después de leer el titular hizo una

mueca. —Leche…
—¡Mierda! —Se levantó volviéndose y llevándose las manos a la

cabeza.

—Será una equivocación.

—¿En primera plana del Times? —Se giró pálida. —No tenemos

ahorros, nos van a quitar la casa. ¡Dormiremos debajo de un puente como


los indigentes!

—Cielo, tranquilízate. —Sin color en la cara del susto dio un paso


hacia ella. —¡Tienes que hacer algo!

Pasmada dijo —Y qué hago, ¿eh? ¿Voy al banco y pido los


novecientos millones que debe la compañía?

Sean miró el periódico de nuevo leyendo la noticia a toda prisa. —

No dice nada de que estéis en el paro.

—En cuanto ponga un pie en la empresa… —Se pasó la mano por el

cuello. —Caput.

—Pues no vayas. ¿Y si dices que estás enferma?

—¿Crees de veras que eso retrasará que me echen? —preguntó con

ironía.

—¡Tienes que hacer algo!

—¿Quieres dejar de decir eso? ¡No puedo hacer nada! Buscaré otro

trabajo y cruzaré los dedos para encontrar algo que nos dé para comer
aparte de pagar el alquiler. —Gimió pasándose la mano por la frente. —No

es justo, acababa de entrar. Me encantaba ser la chica para todo y que me

llamaran hasta para que les comprara chicles.

—Hija tienes una mala suerte…

—Mira quien fue a hablar. Te echaron hace un mes.

—Pero después de veinticinco años. —Levantó la barbilla con

orgullo. —Y porque el jefe se jubiló y cerró el taller.

—¿Y eso no es tener mala suerte?

—Es falta de previsión. Tenía que haber buscado otro trabajo mucho
antes porque sabía que se jubilaría tarde o temprano.

Asombrada parpadeó. —¿Y por qué no lo hiciste?

—Creí que me darían un crédito para comprar el taller.

—¿A ti que vives de alquiler y que no tienes ni coche? Y mira que

es raro no tener coche siendo mecánico. ¡Pero no tienes coche porque no

puedes ni pagar la gasolina! ¿En serio creías que te darían un crédito, papá?

—En la publicidad decían que daban créditos a cualquiera. ¿Qué

culpa tengo yo de que mintieran como bellacos?

—Dios mío… —Se dejó caer en la silla. —¿Qué vamos a hacer?

Gracias a mi trabajo nuevo podíamos mantenernos aunque hubieras perdido

el tuyo, pero ahora…


—Tú de momento vete a la empresa, no vaya a ser que te den una

indemnización o algo.

—Papá, llevo tres meses en ese trabajo. ¡No creo que me den nada

excepto una patada en el culo!

Sean miró el periódico de nuevo. —Es una empresa muy grande. No

puede cerrar sin más.

Naia entrecerró los ojos. —Es cierto. Alguna solución tendrán que

buscar. Somos muchos empleados.

Sean sonrió. —Anda vete, que seguro que el estado les da pasta o

algo así. Una subvención de esas que solo dan a los ricos.

Corrió hasta su habitación a por su bolso y regresó sin él con cara de

susto. —¿Y si me echan?

—¿Crees que en la cafetería te readmitirían?

—¿Después de que le hiciera un corte de manga al señor Ferretti

porque había conseguido trabajo en el paraíso?

—¿Por qué hiciste eso? —preguntó pasmado.

—¡Se lo merecía, papá! ¡Me tocaba el culo cuando le venía en gana!

Su padre se tensó. —¿Qué has dicho?

—Déjalo. Sara me dijo hace dos días que en la hamburguesería

siempre están buscando gente. Si me echan, me paso por allí.


—¿Por qué no me lo has dicho antes? Voy para allá.

No veía a su padre haciendo hamburguesas cuando no sabía ni cocer


un huevo. —¿Qué has dicho?

Su padre sonrió. —Tranquila, que seguro que me cogen. La

barbacoa la domino como nadie.

—Papá, la última vez casi quemas la casa y eso que la barbacoa

estaba en el patio.

—Solo se chamuscaron un poco las costillas.

—Vinieron los bomberos. ¡El casero te prohibió comprarte otra el

resto de tu existencia!

—Ese hombre tiene muy mala leche.

—Mira, déjalo que seguro que me cogen a mí.

—Pero dos sueldos son mejor que uno. Voy primero y si después

necesitas trabajo pásate por allí.

Suspiró dejando caer los hombros porque sabía que no merecía la

pena discutir. Cuando a su padre se le metía algo en la cabeza era imposible

hacerle entrar en razón. Fue hasta su bolso y totalmente desmoralizada se

puso la correa al hombro. —Te llamo cuando sepa algo.

Sean le dio un beso en la mejilla. —Ya verás como todo va bien.

Hoy va a ser nuestro día de suerte, lo noto.


—Pues nuestro día de suerte empieza genial.

—Sé positiva.

Salió de la parada de metro que había ante la empresa y al ver al

portero abriendo la puerta a un ejecutivo sonrió. —Sí, sí. Al menos otro día

más que cobras y tienes seguro dental. —Cruzó la calle entre los coches que

estaban detenidos ante el semáforo y el impacto la tiró sobre el capó de un

coche aparcado. —Mierda —farfulló mientras el tipo de la moto que se la

había llevado por delante aceleraba a tope para salir a toda pastilla.

—¡Dios mío! —gritó un hombre saliendo del coche—. ¿Está bien?

Suspiró dejando caer la cabeza sobre el parabrisas. —He tenido días

mejores.

—¡Qué alguien llame a emergencias!

Mirando el cielo totalmente despejado se dijo que tampoco era para

tanto, esa vez solo se había roto el tobillo. Mientras la gente se

arremolinaba a su alrededor levantó la cabeza para ver su estado.

—No se mueva —dijo una voz grave a su lado. Sin aliento giró la

cabeza y vio unos ojos verdes rodeados de unas largas pestañas negras que

la dejaron sin aliento. —Puede tener alguna lesión interna.


—Lesión interna —repitió bajando la vista por su nariz que tenía

una pequeña protuberancia como si se la hubiera roto en algún momento de

su vida. —Lesión interna. —Volvió a repetir cuando sus ojos llegaron hasta

sus finos labios. Con el tobillo roto y todo se imaginó lo que serían que esos

labios rozaran los suyos y suspiró de gusto.

Él frunció el ceño. —No se preocupe, enseguida llegan los de

emergencias.

Sonrió como una tonta. —Gracias. —Alargó la mano. —Naia


Hudson.

Confundido se la estrechó. —Bolton Remington.

—¿Como las armas?

—Exacto.

Sonrió aún más. —Le pega el nombre, Bolton.

Levantó sus cejas morenas subiéndole la temperatura. —¿De veras?

—Jefe, ya llegan —dijo el hombre que había salido del coche para

ayudarla.

¿Era su jefe? Pues si llevaba chófer era un tío con pasta. Le miró sin

ningún disimulo estirando el cuello. Sí, su traje era de los caros. Se dejó
caer desilusionada porque ese tío no la hubiera mirado dos veces si no fuera

porque estaba espatarrada sobre su coche. Bueno, al menos le había


conocido. Escuchó las sirenas acercándose y decepcionada le miró a los
ojos. —Gracias por su ayuda. Y siento lo del coche. ¿Lo he abollado?

—Eso es lo de menos. —Una mujer se acercó demasiado a ella con


un móvil en la mano. —¡Apártese, joder!

—¿Me está grabando? —preguntó atónita.

Bolton cogió su móvil y lo tiró al otro lado de la calle. —¡A ver si

así respeta!

Impresionada se apoyó en sus codos para ver cómo la tía corría a

por el móvil como si le fuera la vida en ello. Sin salir de su asombro vio que
varios la estaban grabando, aunque a una prudente distancia.

—Putos móviles —siseó él furioso.

—Estupendo. —Miró hacia abajo y al ver la pierna sonrió. —

Genial, es una fractura limpia.

La miró como si hubiera perdido un tornillo. —Naia túmbate.

—No, de veras. Esta tarde podré trabajar. —Sonrió radiante. —¿A

que es genial?

—Sí que debe gustarte tu trabajo —dijo distraído mientras la


ambulancia se detenía ante el coche.

—Teniendo en cuenta que esta mañana pensaba que no lo tenía.

Trabajo ahí, ¿sabes?


—Pues mereces un ascenso —dijo distraído mientras los de la
ambulancia saltaban del vehículo.

El médico al verla se detuvo en seco. —No fastidies.

—Oye, que hace un año que no me ves el pelo, así que no te quejes.

Jerry suspiró. —¿Otro atropello, Naia?

—Me despisté un poco.

—¿La conoce? —preguntó Bolton sin salir de su asombro.

Jerry se acercó. —Es cliente habitual.

—Exagera. —Hizo un gesto con la mano. —No es para tanto.

—La última vez que te vi, te rompiste la cadera cayendo por una

escalera en Macy´s

—Dichosas rebajas.

—¿Es propensa a los accidentes?

—Algo así —dijo Jerry antes de ponerse a su lado—. Muy bien,

¿qué tenemos?

—Solo el tobillo. Debí golpearme con el coche al caer encima. —


Sonrió encantada. —¿A que es genial? Un poco de yeso hasta la rodilla y a
currar. ¿No tendrás yeso en la ambulancia?

—Tienen que hacerte pruebas, Naia.


—Es que perderé toda la mañana y mi trabajo está pendiente de un

hilo, ¿sabes? Venga, hazme el favor…

Parecía que el médico se lo pensaba y Bolton preguntó —¿No

hablará en serio? ¡Puede tener mil cosas internas!

—Oiga, que sé hacer mi trabajo. Nos la llevamos al hospital. —Hizo


una mueca mirando a Naia que perdió la sonrisa poco a poco. —Lo siento,

chica. Habrá que hacerte un completo.

—Vaya…

Cuando la trasladaron a la camilla la policía ya había dispersado a

casi todo el mundo. Miró a su alrededor lo que le permitió el collarín y


sonrió a Bolton que estaba hablando con un policía que tomaba nota. Iba a

hacerle señas para despedirse, pero alguien le llamó y se volvió dándole la


espalda. Vio que uno de los ejecutivos de la empresa salía acercándose a él

justo cuando la metieron en la ambulancia. ¿Iba a reunirse con ese hombre?


Le parecía que era uno de los abogados. Igual era abogado también y estaba

allí por lo de la empresa. La esperanza de volver a verle la alegró y Jerry


sentándose a su lado sonrió. —¿Lista para un viajecito?

—Por supuesto.

 
Casi sin aliento salió del metro y caminó con las muletas hasta la

puerta. Menos mal que tenía práctica. La lata es que tendría que llevar eso
un mes y le mataba la cadera que es donde la moto había impactado. Menos

mal que no se la había cascado porque era lo que le faltaba. Cuando llegó al
ascensor suspiró del alivio apoyándose en la pared para pulsar la segunda

planta. El hombre que tenía al lado estaba a punto de llorar y ella le miró de
reojo. —¿Un mal día? —preguntó suavemente.

—Tengo dos hipotecas, tres hijos y una suegra tocapelotas. Como


me echen me pego un tiro.

—Yo tengo un padre en paro, vivo de alquiler, no tengo ahorros y


me han atropellado esta mañana. —Él parpadeó. —¿A que te sientes mejor?

—Pues… Sí, la verdad.

Ella le guiñó un ojo. —Y eso que no te he dicho que hace un año


que no tengo una cita.

El tipo sonrió. —¿Es una insinuación?

—¡No! —Salió del ascensor a toda pastilla volviéndose antes de que


se cerraran las puertas. —¡Estás casado! ¡A ver si respetas un poco!

—Era para consolarte.

—¡Sé consolarme sola, estoy acostumbrada!


En cuanto se cerraron las puertas se volvió y sonrió radiante al
encontrarse a su supervisora que parecía pasmada por verla allí. —Uy,

señora Fraser… Ya estoy aquí. Siento el retraso.

—¿Pero qué haces aquí? Me habían dicho que te habían…

—Sí, me han atropellado, pero recuperaré las horas que me he

perdido. Usted tranquila. Dejo mi bolso y empiezo.

Asombrada miró su pierna. —No puedes trabajar así.

—Claro que sí. Esto no es nada, se lo digo yo.

—¿Y si quieren café cómo llevas la bandeja? —preguntó

exasperada.

Tiró las muletas al suelo. —Ya está, no las necesito.

—No digas locuras.

Le rogó con la mirada. —Por favor, no me eche. Haré lo que sea.

—Puedes cogerte la baja.

—No, por favor. No puedo quedarme en casa un mes con mi padre,

me volveré loca. Haré fotocopias o…

—No puede ser, Naia. Así me sirves de poco.

—En una empresa tan grande algo podré hacer.


La mujer entrecerró los ojos pensándoselo durante unos segundos en
los que ella forzó una sonrisa. —¿Sabes utilizar una trituradora de papel?

Sentada tras una mesa en el sótano con los cascos puestos, estaba
comiendo una hamburguesa que le había enviado su padre. Masticando

movió el pie sano y la cabeza al ritmo de la música mientras cogía otro


montón de papeles y los metía en la trituradora de papel. ¡Aquel era el

trabajo de sus sueños! Sentadita, con música y solo tenía que mover una
mano. Cogió otro montón para meter los papeles por la ranura y dio otro

mordisco a la hamburguesa. No estaba tan mal, solo se le había chamuscado


un poco. Metió otro montón de papeles por la ranura y sonrió a un tipo que

llegó en ese momento con un carrito lleno de cajas. Las dejó apiladas con
las demás y le guiñó un ojo antes de irse. Cuando dieron las cinco lo
recogió todo y se cruzó el bolso sobre el pecho para coger las muletas. —

¡Hasta mañana, Bill!

—¿Mañana vuelves? —preguntó el de mantenimiento desde el

cuarto que estaba al fondo del sótano que era donde guardaba las
herramientas.
—¡Claro, te traeré magdalenas! —Pulsó el botón del ascensor
escuchándole reír.

—Yo traeré café.

—Perfecto. ¡Hasta mañana!

—¡Hasta mañana, niña!

Al salir de la empresa se detuvo en seco al ver el coche negro ante la


puerta y al chófer esperando. Este la reconoció y pasmado se acercó. —
Increíble. ¿Está bien?

—Sí, muy bien. Gracias por tu ayuda.

La miró de arriba abajo haciendo una mueca por los morados en la

pierna sana y la escayola en la otra. —Tiene que dolerle un montón.

—¡Qué va! —Estiró el cuello y susurró —Voy de analgésicos hasta

las cejas. —Soltó una risita. —¿Estás esperando a tu jefe?

—Está al bajar —dijo impresionado.

—¿De veras?

El chófer entrecerró los ojos y negó con la cabeza. —No.

—¿No qué?

—No es su tipo, se lo aseguro.

Se acercó y susurró —¿Y eso por qué?


—Tiene mala hostia. Mucha mala hostia.

—Oh… —Sin saber por qué eso la excitó muchísimo. —¿Y qué
más? Porque no está casado, ¿no?

—¿Cómo lo sabe?

—Es lo primero que hubieras dicho para espantarme

—Está casado.

—Uy, qué mentiroso. —Negó con la cabeza. —Ahora ya no te creo.

—Mire, parece una buena chica. Se parece a mi sobrina y no me


gustaría que le hiciera daño al…

—¿Rechazarme?

—Ah, que ha decidido lanzarse.

—Claro, soy una chica moderna. Durante estas horas lo he estado


pensando y si tenía la oportunidad de verle de nuevo me lanzaría. No hay
que desaprovechar las oportunidades.

—No lo haga que se va a llevar un chasco…

—¿Es gay?

—¡No!

—Es homófobo.

—¡Claro que no!


—¿Xenófobo?

—¡No, no es nada de eso!

Sonrió encantada. —Genial, pues somos el uno para el otro. —Se


volvió y vio que salía rodeado de tipos trajeados que hablaban a la vez. Al

verla se detuvo en seco y dijo algo fríamente que hizo que se alejaran cada
uno en una dirección en un visto y no visto. —Vaya, hace magia.

Él se acercó al coche y le dio el maletín a su chófer mirándola de


arriba abajo. —Increíble. No me lo digas, has ido a trabajar.

—¿Trabajas aquí? —preguntó encantada—. No te había visto nunca.

—Intento solucionar ciertos problemas.

—Oh, ¿eres uno de esos genios que reflotan empresas cuando están
a punto de quebrar?

—Algo así. —Se quedó mirando el morado que tenía en la pierna.


—Deberías estar en casa.

—Uff, deja, deja. ¿Quieres cenar? —La miró a los ojos fríamente y
se sonrojó porque era evidente que no le había sentado bien la pregunta. —

Es para agradecerte tu ayuda. Mi padre también quiere darte las gracias por
no demandarme.

—¿Demandarte?

—Por abollarte el coche. Otro lo haría, te lo digo yo.


—¿Te han demandado antes?

—Un caradura que creyó que podía sacar algo después de que

rayara el cristal de su escaparate al darle con el paraguas cuando me resbalé


en la nieve. Tuvo que indemnizarme él por no limpiar su trozo de acera
después de la nevada. Aún existe la justicia. Si quieres que te cuente los
detalles puedo hacerlo en la cena.

Él relajó los labios lo que casi la hizo chillar de la alegría. —No


puedo, tengo una cena de negocios.

—Vaya, ¿y mañana?

—También estoy comprometido.

—¿Toda la semana?

—Todo el mes.

Vamos, que era un no en toda regla. Entonces se dio cuenta de algo


y sus preciosos ojos brillaron. —¿No será porque trabajo en la empresa y

hay un conflicto de intereses de esos?

Sonrió de medio lado lo que casi la vuelve loca de la alegría y

todavía no se había ido, lo que era un indicativo de que le gustaba aunque


estuviera hecha una pena. —Algo así —respondió él.

—Pues no tienes que preocuparte, ¿sabes? Mi trabajo no es


importante.
—Todos los trabajos son importantes.

—El mío no. Soy la chica de los recados.

—Pues muy bien. ¿No deberías irte a casa a descansar, Naia?

—No hasta que me digas que sí.

Levantó una ceja. —No voy a decirte que sí.

El chófer gruñó y ella le fulminó con la mirada. —Al final caerá.

—Si usted lo dice, señorita.

Naia sin darse por vencida sonrió a Bolton. —No tiene fe, pero yo
soy positiva. Esta mañana me creía en el paro y aún conservo el trabajo.
Además, te he conocido.

—Te han atropellado.

—Bah, no es para tanto. —Se volvió ágilmente con las muletas y le


miró sobre su hombro. —Hasta mañana, guapo. —Le guiñó un ojo

haciéndole sonreír y la observó ir hacia la parada de metro.

—Naia…

Se volvió sonriendo radiante. —¿Si?

—Sube, que te llevo.

Miró su cuatro por cuatro negro último modelo y al chófer que

parecía pasmado con la proposición de su jefe. —Vivo en Brooklyn.


—Precisamente, está lejos para que vayas así.

Se acercó a él a toda prisa porque no iba a desaprovechar la


oportunidad de pasar unos minutos más con él. —Vale.

El chófer le abrió la puerta de inmediato y tiró las muletas al interior


antes de entrar en un visto y no visto. Bolton divertido entró tras ella
sentándose a su lado. Uy, que bien olía. Era increíble que aún oliera así
después de todo el día trabajando. Fascinada se le quedó mirando y él

frunció el ceño. —¿Qué?

—¿No llegarás tarde a tu cena?

—Esperarán.

—Debes ser muy importante.

—No tanto.

Sonrió radiante. —Gracias.

Se acercó mirándola a los ojos. —Tú estás drogada, ¿verdad?

—Ajá —dijo embobada por esos ojos verdes.

Él se enderezó gruñendo. —Es increíble que hayas venido a trabajar.


¿Qué recados vas a hacer tú si tienes que ir con muletas?

—Me han cambiado de puesto. La señora Fraser es muy amable.

—Deberías estar de baja.


—Ya, claro. —Puso los ojos en blanco como si hubiera dicho un
disparate. —Necesito este trabajo, ¿sabes? Tengo un alquiler que pagar y un
padre que cuando llegue a casa seguramente ya estará en el paro de nuevo.

—¿Le echan a menudo?

—Hoy ha conseguido trabajo después de meses en casa, pero no


tiene ni idea de lo que hace en esa hamburguesería, te lo digo yo. Es

mecánico y de los buenos, pero el taller cerró.

Bolton apretó los labios. —Y no consiguió trabajo en lo suyo.

—Ni en lo suyo ni en nada. Tiene cincuenta y dos años. Parece que

cuando llegas a una edad ya no eres necesario, como si la experiencia no


fuera suficiente.

—¿Y sabe conducir?

—Claro. —Ilusionada se acercó a él. —¿Buscas chófer?

—Tengo a Roy.

—Sí, jefe… Y estoy encantado —respondió a toda prisa el aludido


que al parecer lo había oído todo.

—Sí, claro —respondió ella.

—Pero mi madre necesita un hombre que se encargue de algunos


arreglos en la casa y que la lleve en coche. ¿Crees que será capaz de
hacerlo?
—¡Es un trabajo a su medida! Mientras no tenga que cocinar… —
Encantada cogió su bolso para sacar un pequeño block y un bolígrafo. —
¿Dónde tiene que ir?

Divertido dijo —En el treinta y seis de la noventa y cuatro oeste. No


le aseguro el trabajo porque mi madre es muy especial para sus cosas.

—Claro, claro.

—Que vaya mañana a las nueve.

—Allí estará.

—No has preguntado el sueldo —dijo extrañado.

—Seguro que está mejor que en la hamburguesería.

—Eso seguro.

—Pues perfecto. —Metió el block en el bolso. —Se va a poner


como loco de la alegría cuando se lo diga.

—¿Y qué te dijo cuando le contaste que te habían atropellado?

Disimulando se entretuvo en cerrar la cremallera.

—¿Naia?

—Pues nada.

Asombrado exclamó —¡No se lo has dicho!

—Se hubiera preocupado para nada…


—¿Para nada? ¡Te han atropellado!

—Hubiera insistido en que fuera a casa y él habría perdido el trabajo


porque era su primer día.

Al parecer esa respuesta le cabreó. —¿Te das cuenta de lo que te


podía haber pasado?

—Claro. —Sonrió. —Eso demuestra que tengo la suerte de cara


porque hoy todo ha ido de perlas. A ver mañana si no se tuerce la cosa.

—¿Consideras que has tenido suerte porque te atropellaran? —

Ahora sí que estaba pasmado.

—Si supieras la suerte que tengo habitualmente considerarías que

hoy tengo una flor en el culo, te lo digo yo.

Roy se echó a reír a carcajadas y Bolton no pudo menos que sonreír.


—Hablas como si fueras gafe.

—No, yo no gafo a los demás. Solo soy yo.

—Exageras.

—¿Eso crees?

—Ponme un ejemplo.

—En el instituto solicité una beca Campbell y me da dieron porque


mi expediente era impecable. —Él no pudo disimular que estaba
impresionado porque era una de las mejores becas del país. —Por lo tanto,
no solicité ninguna beca más para ir a la universidad porque con esa me
daba de sobra. ¿Sabes lo que ocurrió?

—Mathew Campbell murió y en el testamento se liquidó su


fundación.

—¡Exacto! ¿Resultado? Por mucho que solicité becas en otros sitios

apelando a su piedad por lo que había ocurrido, no se me concedió ninguna


porque decían que ya habían agotado el presupuesto de ese año y no pude ir
a la universidad.

—Joder…

—Oh, y eso no es nada. Una vez me caí al foso de los osos en el


zoo. Me libré por los pelos. Ahí sí que casi me muero de miedo. ¿Quieres
más ejemplos? Porque tengo un montón.

—Estoy de lo más interesado.

—En el instituto fuimos de excursión. Había una tirolina. —Él hizo

una mueca de dolor. —Exacto. Me lo veía venir y me negué a subir, pero


mis amigos se pusieron tan pesados y vi cómo se divertían, así que… Hala,
tuve que hacerme la valiente. Dos días en coma por traumatismo craneal.
¿Sabes esos cascos que te ponen? No valen para nada si te caes de diez

metros de altura.
—¿Cuántos huesos se ha roto? —preguntó Roy desde delante
mirándola por el espejo retrovisor.

—Dieciocho.

—¡Naia!

—Oye, que no lo hago a propósito, ¿sabes? Y hacía un año que no


tenía ningún accidente. Fue lo de la empresa que me despistó un poco y

tenía prisa por llegar.

—¡Pues mira cómo has llegado!

Entrecerró los ojos. —¿Me estás echando la bronca?

—¡Debes tener más cuidado!

—Sí, me estás echando la bronca. ¿Entiendes ahora porque no he

llamado a mi padre? Se pone histérico cada vez que me pasa algo.

—Pobre hombre. Vive de sobresalto en sobresalto —dijo Roy.

—Tu madre…

Naia agachó la mirada. —Murió hace cuatro años. Se desmayó en el

trabajo y cuando llegó a urgencias le descubrieron un tumor cerebral.

—Lo siento.

Forzó una sonrisa. —¿Y tu padre?

—Está con su quinta esposa viviendo en los Ángeles.


—Vaya. ¿Tienes hermanos?

—Siete.

—¿Eres hijo único del matrimonio con tu madre?

—Tengo un hermano.

—Eso es genial. Yo siempre quise tener hermanos.

—No nos vemos mucho. Vive fuera del país —dijo mirándola
fijamente.

Naia forzó una sonrisa. —¿No os lleváis bien?

Él apretó los labios. —Cada uno tiene su vida, eso es todo.

—Lo siento.

—No tienes nada que sentir. La vida es así.

—¿Y tienes relación con tus otros…? —Por la expresión de su


rostro supo que esa conversación no le gustaba un pelo. —Entiendo.

Como si estuviera exasperado miró su carísimo reloj de pulsera y


Naia se dio cuenta de hasta qué punto había metido la pata porque se había
cerrado a ella. Piensa Naia o cuando salgas del coche no tendrás otra

ocasión. Era evidente que era un hombre que no daba una segunda
oportunidad y ella se moría por conocerle. Conocerle muy a fondo. Sonrió
intentando que se relajara de nuevo. —Sí, hoy ha sido un día estupendo.

—Eso parece.
Él sacó su teléfono del bolsillo interior de la chaqueta y Naia se

mordió el labio inferior viendo como leía un mensaje. Volvió la vista hacia
Roy que a través del espejo retrovisor la animó con la cabeza. Tomó aire
por la nariz dándose ánimos y gimió por dentro porque ya estaban llegando
a Brooklyn. ¿Dónde estaba el tráfico cuando se necesitaba? —Tengo tres

pezones.

Él la miró asombrado. —¿De veras?

—No, ¿pero a que he llamado tu atención?

Bolton se tensó con evidencia. —¿Es eso lo que quieres? ¿Captar mi


atención?

Confundida dijo —Era una broma.

—¿Una broma? —Ahora sí que estaba cabreado. —Empiezo a

pensar que todo estaba preparado. Una trabajadora de la empresa a la que


atropellan y cae sobre mi coche... Me esperas a la salida como una dama

desvalida con una triste historia sobre tu mala suerte cuando nadie en sus

cabales volvería a trabajar el mismo día en que le ocurre algo así… Me


preguntas sobre mi familia… Roy para el coche.

—Bolton, ¿qué pasa?

El chófer detuvo el vehículo al lado de una acera. —Baja del coche

—dijo fríamente.
—Tú te ofreciste y…

Salió del coche dejándola con la palabra en la boca mientras

mantenía la puerta abierta. Sin poder creerse lo que estaba ocurriendo,


cogió las muletas del suelo y arrastró el trasero por el asiento sacando la

pierna escayolada. Levantó la vista hasta él y dijo —No sé qué te ha

molestado, pero te equivocas del todo.

—No lo creo. ¿Te importa? Tengo prisa.

¿Pero qué rayos le pasaba? Miró al chófer que no se había bajado


del coche. —Adiós Roy.

—Adiós, señorita Hudson —dijo sin mirarla siquiera.

Apretó los labios y salió del coche poniéndose de pie. Subió a la

acera y se volvió para mirar esos ojos que le alteraban el corazón, pero él
entró en el coche cerrando de un portazo. Sintiendo una decepción enorme

observó como el coche se alejaba. Menuda película se había montado. Era

una pena que estuviera tan paranoico. ¿Y todo por preguntarle si tenía
hermanos? Menos mal que no le había preguntado si había estado casado, la

hubiera lanzado del coche en marcha y todo. Quizás era lo mejor. Había
apuntado muy alto, pero es que era tan guapo e interesante… Y hacía

palpitar su corazón que eso no le había pasado nunca. Suspirando se volvió


para ir hacia la parada de metro. Al parecer no había tenido tanta suerte
como creía.

 
 

Capítulo 2
 

Revolviendo sus huevos de un lado a otro del plato suspiró. Estaba


hecha polvo. Le dolía todo porque ya no tenía el efecto de lo que le habían

inyectado en el hospital y las pastillas no eran lo mismo. Así que había


dormido fatal y no era para menos porque al ducharse esa mañana había

visto el aspecto de los morados y era toda una hazaña haberse levantado de
la cama. Bueno, había estado peor así que no había que quejarse. Su padre

entró en ese momento vestido con unos pantalones negros y una camisa
azul que le había planchado en el fin de semana. Asombrada preguntó —

¿Vas a misa?

Se sirvió un café y se volvió. —Voy a la entrevista con esa mujer.

—Papá, ya te he explicado lo que pasó. Dudo que ahora quieran


darte el puesto.

—Ese hombre no te dijo nada sobre que no fuera a la entrevista,


¿no? —Negó con la cabeza. —Pues entonces voy a ir. No hay que dejar
pasar las oportunidades. Además, solo perdería el tiempo y tengo mucho

después de que ayer me echaran.

Naia hizo una mueca. —Siento que te despidieran.

—Mira que mosquearse porque se incendió la freidora. No fue culpa

mía, me pedían mil cosas a la vez.

Sonrió sin poder evitarlo. —Claro, papá.

Sean se sentó a su lado mirándola con ternura. —¿Te duele mucho?

—No, qué va.

—A mí no me mientas. —Acarició su mejilla. —Si quieres

podemos ir al médico a que te cambie las pastillas. Ya sé que esas nunca te


han ido bien.

—No me duele tanto como otras veces.

—Sí, has tenido suerte.

—Es cuestión de opiniones.

Su padre la observó mientras revolvía los huevos con desgana. —Te

gusta mucho, ¿eh?

—¿Quién?

—Ese hombre.

Se sonrojó ligeramente sin dejar de mirar su plato. —No, qué va.


—¿No te he dicho que a mí no me mientas? Tiene que decir en

algún sitio que eso es pecado.

Suspiró dejando su tenedor sobre el plato. —Son tonterías mías.

—Es evidente que es un hombre importante y la empresa está en un

momento crítico. Tuvo que ver algo raro para reaccionar como lo hizo.

Seguro que la prensa está como loca por enterarse de cómo piensan

solucionar el problema. El periódico de hoy dice que están valorando una

absorción por otra compañía.

—¿De veras? —A toda prisa cogió el periódico que estaba a su lado

y lo abrió lo más rápido que pudo. Efectivamente los directivos de la

empresa estaban valorando una fusión con ERT, un holding de empresas

que cotizaba en bolsa. Sonrió de oreja a oreja. —Es genial. Ojalá lo

consigan.

—Sabía que te alegrarías.

Se levantó tan aprisa como pudo. —Tengo que irme.

—Hija, no deberías ir a trabajar. Ya oíste a ese Bolton.

—¿Y si ERT restructura plantilla y me echan? Ah, no… Yo pienso

estar ahí para que vean que me tomo mi trabajo en serio.

Su padre sonrió y se levantó recogiendo su plato. —Gracias papá.

La besó en la sien. —Que tengas un buen día.


—Mucha suerte en la entrevista.

—Eso es pan comido. Ese puesto está hecho para mí.

Pues en realidad ese trabajo era un coñazo y allí empezaba a hacer

un calor de mil demonios porque no tenían aire acondicionado. Cogió otro

montón de papeles y se abanicó con ellos mientras la máquina tragaba lo

último que le había metido. Como su improvisado abanico no le daba

bastante aire, distraída miró los papeles que tenía en la mano y entrecerró

los ojos al ver unos números distribuidos en una fila. Con curiosidad les

echó un vistazo y pasó la hoja. Menudas cifras y ella racaneando en el super

con el suavizante. Ciento veinte mil dólares, trescientos cuarenta mil… Se

mordió el labio inferior porque parecían extractos de cuentas bancarias.

Volvió las hojas y encontró un encabezamiento. Eran extractos de cuentas

en el Royal Bank. Qué raro. Ella no tenía ni idea, ¿pero esa información no

era muy delicada para que estuviera en manos de cualquiera? Bueno, en

manos de cualquiera no porque era ella la que la estaba haciendo tiras. Se

mordió su grueso labio inferior. A ver si se iba a meter en un lío por eso

como estaban las cosas en la empresa. Miró a su alrededor. La verdad es

que cuando habían puesto su mesa allí estaba encantada, pero ahora lo
empezaba a ver todo muy raro. Ay, madre… ¡Ay, madre!
Se escuchó el click del ascensor y las puertas se abrieron. Suspiró

del alivio al ver a Bill con su maletín de las herramientas. El hombre que

debía tener la edad de su padre le guiñó un ojo. —¿Cómo va eso?

—Bien. Oye Bill...

—¿Necesitas que vaya a por algo de comer?

Sonrió. —No, gracias. Me he traído el almuerzo y una cola.

Dio un paso hacia ella. —Entonces dime.

—¿Alguien ha hecho este trabajo antes que yo?

—No. Siempre he estado aquí solo.

—¿Y no lo ves extraño?

—Cuando me ordenaron poner la mesa ahí sí que lo vi raro, sí.

Sobre todo porque hay despachos libres en varias plantas.

Uy, que eso cada vez tenía peor pinta.

—Pero luego al ver tu pierna y el volumen de lo que se tenía que

triturar ya no lo vi tan raro.

Pues ella seguía viéndolo con una pinta horrible. —Yo soy una

mandada. A mí no pueden responsabilizarme si esto no es legal del todo,


¿no?

Bill se rascó la cabeza. —Pues no sé… Será mejor que vaya a

cambiar la bombilla esa. —Salió de allí a toda pastilla y Naia jadeó


indignada. Pues ya no le traía más magdalenas.

Gimió mirando las cajas que le habían enviado. Había al menos

cien. Piensa Naia, piensa. Entrecerró los ojos y sacó su móvil. En cuanto

pulsó el botón verde se lo puso al oído. —¿Es la policía? Tengo una duda

legal y no quiero meterme en follones que luego pagan justos por

pecadores.

—¿Cómo ha dicho? —preguntó una mujer al otro lado de la línea.

—Mire, trabajo en una empresa que tiene dificultades financieras.

—¿Y?

—Pues que me han metido en el sótano a triturar unos papeles y me

preguntaba si a mí puede caerme algo por eso. Yo soy una mandada, ¿no?
Solo sigo órdenes. Es como si me mandaran hacer fotocopias, pero al revés.

—Si cree que se está cometiendo un delito debe denunciarlo. Sino

sería cómplice.

—Oh. Pero, ¿y si no estoy segura?

—¡Señorita llame a un abogado!

Le colgó y asombrada miró su móvil. ¡Pues menuda ayuda!

Frustrada dejó su móvil sobre la mesa. Un abogado… Bolton tenía pinta de

saber de esas cosas y trabajaba en la empresa. Sus ojos brillaron. Claro, él le

diría si era legal o no. Ni corta ni perezosa cogió el móvil de nuevo y llamó
a su padre porque no pensaba buscarle por toda la empresa ni loca con lo

que le dolían las piernas. —¿Papá? ¿Sigues en casa de la señora

Remington?

—Sí, hija —dijo contentísimo—. ¡Lo he conseguido!

Se echó a reír. —Eso es estupendo. ¿Puedes pedirle el número de

móvil de Bolton a su madre?

—Hija, si no te lo da él…

—Es para una duda de trabajo, papá. Seguro que él me lo soluciona.

—Espera, que la señora está en el salón hablando con la cocinera.

Enseguida te llamo.

—Gracias.

Impaciente esperó ante el móvil y de los nervios se comió el

sándwich que tenía para el almuerzo. Estaba bebiendo de su cola cuando su


teléfono sonó y frunció el ceño cuando no reconoció el número. Ya la había

fichado el FBI por lo menos. Con miedo cogió su móvil y se lo puso al


oído. —¿Si?

—Naia, ¿sabes lo ocupado que estoy? —Al oír la voz de Bolton

suspiró del alivio. —¿Qué quieres?

—¿Estás en la empresa?

—Sí, ¿por qué? —preguntó con desconfianza.


—¿Podrías bajar al sótano? —Hubo un silencio al otro lado de la
línea. La verdad es que la propuesta sonaba extraña, así que dijo

rápidamente —No quiero sexo ni nada por el estilo.

—Ah, ¿no?

—Tengo una duda laboral y necesito que me ayudes. Por favor, por

favor… —Miró a su alrededor y bajó la voz. —No quiero acabar en el


trullo y esto tiene pinta de acabar así.

—¿Has dicho acabar en el trullo? Bajo enseguida.

—Gracias, gracias —dijo antes de colgar.

Nerviosa se quedó mirando la puerta del ascensor unos minutos que


se le hicieron eternos y se apretó las manos impaciente. Cuando se

escucharon pasos se le cortó el aliento y estiró el cuello hacia donde venía


el sonido. Al ver que se abría una puerta se sobresaltó y Bolton entró en el

sótano en mangas de camisa con una cara de cabreo que la hizo gemir por
dentro, pero en cuanto vio las cajas se detuvo en seco. —¿Qué coño es

esto?

—¿Tú no lo sabes?

—¿Yo que voy a saber?

—Me han mandado triturarlo todo, pero al ver esto me asusté. —

Levantó la hoja del extracto y él se acercó para arrebatársela antes de


fulminarla con la mirada. —Ya decía yo que tenía mala pinta.

—¿Cuánto has triturado?

—Cinco bolsas de basura grandes. Están ahí para reciclar. —Las


señaló con el dedo mostrándolas al fondo del sótano.

—Joder… —Volvió a mirar la hoja.

—Me pusieron aquí por lo de la pierna. Yo no tengo nada que ver, te


lo juro.

—¿Ah, no? —preguntó irónico.

—Deja tus paranoias a un lado, ¿quieres?

—¿Me estás llamando paranoico? Te tiras sobre mi coche, me


esperas…

—¿Otra vez con eso? ¡Fue una casualidad!

—¡Y ahora te pillo destruyendo información importantísima para la


empresa!

—¡Te he llamado yo! —exclamó incrédula.

—Claro, porque ya te había pillado ayer. Sabías que estabas en mi

punto de mira.

—¿Punto de mira? ¿Pero tú te estás oyendo?


Sin hacerle caso fue hasta una caja y la abrió para sacar unos

expedientes. Abrió el primero y vio como lo leía entrecerrando los ojos. —


La madre que los parió.

—¿Qué? ¿Qué es? —Estiró el cuello intentando leerlo, pero él dejó


el expediente sobre la mesa para abrir otro. Con curiosidad cogió la carpeta

y vio que era un desvío de fondos a una cuenta en Perú. Dejó caer la
mandíbula del asombro porque eran más de cincuenta millones de dólares.

—Dios mío…

—¡Ahora no te hagas la tonta!

—¿Crees que tengo pinta de sacar beneficio de esto? ¡Necesitas un


oculista! ¡Y un psiquiatra! —Cogió su bolso cruzándoselo en bandolera y

las muletas. —Yo me largo.

—¡Tú no te vas a ningún sitio!

—Y una leche. Con la suerte que tengo acabo en el trullo mientras

los peces gordos toman margaritas o lo que se tome en Perú rodeados de


macizas. ¡Qué veo mucha tele! —Fue hasta el ascensor lo más rápido que

pudo y pulsó el botón. —Ya decía yo que este trabajo era demasiado bueno
para ser verdad…

—¡Naia! —Las puertas se abrieron y casi tropieza, pero consiguió

apoyarse en la pared. Al volverse vio que él retenía las puertas. —Sal de


ahí.

—¡Y una leche!

—Mujer, no me obligues a sacarte.

Levantó una muleta. —A ver si te atreves.

—¿Me estás amenazando?

—¡No quiero ir a la cárcel! —chilló muy asustada.

La miró fijamente. —¿Has hecho algo?

—Destruir esas cinco bolsas. —De repente chilló. —¡Pero puedo

pegarlas! Se me dan genial los puzles. —Salió del ascensor a toda prisa. —
Un poco de celo y… ¿Dónde estará el celo? —Abrió uno de los cajones

casi desesperada. —Tiene que estar por aquí.

—Naia…— Levantó la vista hasta él muerta de miedo y Bolton


sonrió. —A ti no te va a pasar nada.

—¿Seguro? Yo por si acaso… —Siguió rebuscando. —Tardaré un


poco, pero lo conseguiré, vaya si lo conseguiré. —Miró a su alrededor y fue

hasta la estantería donde había varias cosas de papelería. —¡Aquí está! —


Cogió un envase de plástico con al menos cien rollos de celo y él la

observaba con los brazos cruzados. —¿Qué haces ahí parado? ¡Vete a
llamar al FBI o a la CIA! A la policía no llames, que no te hacen mucho

caso.
—¿Has llamado a la policía?

—¡Tenía dudas! Pero ya me ha quedado claro.

—Estupendo.

—No he dicho el nombre de la empresa y no me ha hecho caso, ¿no

te lo acabo de decir?

Se acercó a las bolsas y cogió una llevándola a la luz. Exasperado

dijo —¿Quieres dejar eso?

—Estos capullos llevándose el dinero hasta arruinar la empresa y yo


cobrando una miseria —dijo por lo bajo antes de volcar la bolsa—. ¡Espero

que les metan muchos años en la cárcel!

—Déjamelo a mí que yo me encargo de todo.

De repente se dio cuenta de algo y tensó su espalda antes de


volverse. —Claro…

—¿Claro qué?

—Tú estás metido en esto, ¿no?

—¿Pero qué dices? —preguntó pasmado.

—¡Por eso te mosqueaste con lo de mis preguntas! ¡No querías que

metiera la nariz! ¡Por eso te molesta que haya llamado a la policía!

—Naia, he comprado la empresa.


Parpadeó sin comprender bien sus palabras. —¿Qué has dicho?

Él sonrió de medio lado metiendo las manos en los bolsillos del


pantalón. —He comprado la empresa, ahora soy tu jefe.

Naia se quedó en shock. ¿Su jefe, jefe? ¿Era el dueño de todo eso?

—Pensaba que querías sacarme información para la prensa… —


Hizo una mueca. —Es que todo fue algo raro.

—Esa es mi vida. ¿Eres el jefe? —Tuvo que sentarse sin dejar de

mirar su rostro y él asintió. —Vaya…

—Hace una hora se ha efectuado la venta. Se anunciará esta tarde.

—Pero el periódico decía…—Separó los labios de la impresión. —

¿Eres el dueño de ERT?

—De tres socios que empezaron la empresa, ahora solo quedan en


ella los Remington. Las siglas son de Ericsson, Remington y Tyler. Mi

hermano lleva los negocios en Europa desde Londres.

—Entiendo —susurró. Y ella pensando que era un ejecutivo cuando


era más rico que Midas. Recordó cómo los ejecutivos se habían largado la
tarde anterior en cuanto él había hecho un gesto. Era evidente que no
pillaba las señales y por eso se metía en tantos líos.

—¿Qué piensas? —dijo él sentándose sobre la mesa a su lado.

Forzó una sonrisa. —Nada.


—No debes preocuparte. A ti no te va a pasar nada.

Miró las cajas. —Ahora ese dinero es tuyo, ¿no? Tienes derecho a
reclamarlo.

—Y es lo que voy a hacer. Ahora la empresa es mía y eso es un


desfalco. Si recupero el dinero habré hecho un negocio redondo. Aunque no

será fácil, por supuesto. —Miró hacia la mesa y cogió un expediente. —El
expresidente de la empresa se va a pasar muchos años en la cárcel.

—Con la cara de buena gente que tenía.

—Menudo cara dura.

—Bueno, ¿y ahora qué hago? —La miró sin comprender. —Eres el


jefe y estoy aquí parada… ¿Qué hago?

—Vete a casa.

—¡No!

—¡Naia vete a casa! ¡Estás hecha polvo!

—Si sentadita puedo hacer mucho. He descubierto un desfalco. —


Entrecerró los ojos. —¿Eso no merece un ascenso?

Bolton sonrió robándole el aliento. —¿Quieres un ascenso?

—¿Qué tal secretaria? Sé mecanografiar, te lo juro.

—No tienes titulación.


—Pero el jefe puede pasarlo por alto, ¿no? Aprendo muy rápido y
me dejaré la piel. —Como no decía nada continuó —¡Estudiaré! Ahora

papá tiene trabajo con tu madre y puedo estudiar.

Dejó el expediente sobre la mesa. —¿Sabes qué? —Se enderezó en


su silla atenta a sus palabras. —Creo que te mereces una compensación por
la dedicación que tienes a la empresa.

—¿De veras? ¿Y qué compensación? ¡El ascenso!

—Eso también, pero estaba pensando en otra cosa. La empresa no


puede dejar que empleados como tú nos abandonen así como así.

—Yo no te abandonaría nunca.

Él separó los labios mirándola fijamente a los ojos durante varios


segundos. —Eso espero, Naia. Te daremos una beca para la universidad.

Naia chilló de la alegría levantándose y le abrazó. —Gracias,


gracias… —Bolton la cogió por la cintura y se le cortó el aliento. —

Gracias.

—No tienes que darlas —dijo con voz grave estremeciéndola de


placer por el roce de su aliento en su cuello.

Se apartó ligeramente para mirarle a los ojos. —Siempre he soñado


con esto.

Bolton sonrió. —Sé que te dejarás la piel.


—De eso puedes estar seguro —susurró bajando la vista hasta sus

labios—. ¿Y el ascenso?

Él miró los suyos provocándole un vuelco al corazón. —Nena,

tienes que estudiar. Debería ser un trabajo que te permita ir a clase y que no
te canse demasiado.

Se acercó a él. —Eso sería perfecto. —Cerró los ojos y cuando sus
manos bajaron hasta su trasero suspiró de placer.

—¿Qué te parece si te encuentro algo para por las noches?

Abrió los ojos. —¿Por las noches? ¿Como de guardia de seguridad o


algo así? No sé si me acostumbraré porque…

—Te estoy pidiendo que seas mi amante. —Besó su labio inferior,


pero Naia no reaccionó de la sorpresa. —Los días para estudiar, pero las

noches son para mí. ¿Qué me dices? —Pasó la lengua por su labio inferior.
—Tendrías tu apartamento y nos veríamos cuando pudiera.

Asombrada dio un paso atrás. —¿Qué has dicho?

Confundido dejó caer los brazos. —¿No es lo que querías?

—¡Menudo ascenso de mierda! —le gritó a la cara indignadísima


antes de volverse y coger su bolso de nuevo—. ¡Yo trabajo por mi dinero!

—Nena, sería un trabajo.

—¿Me estás llamando puta? —siseó.


—Naia…

—¡Dimito! —Caminó hasta el ascensor.

—Nena, tienes que estudiar.

—Puedo hacer las dos cosas. ¡Yo no soy una mantenida! —Pulsó el
botón del ascensor de nuevo cuando se dio cuenta de que no llevaba las

muletas. Furiosa regresó para cogerlas del suelo. —¡Imbécil! —Bolton


reprimió la risa. —¿Te estás riendo de mí?

—No sabía que fueras tan puritana. No lo parecías.

¿Estaba hablando de sexo? —¿Lo de puritana va con segundas?

Se echó a reír dejándola pasmada y él la cogió de la muñeca para


pegarla su cuerpo haciendo que las muletas cayeran al suelo. Cuando se
calmó dijo —Soy un hombre muy, muy ocupado.

—¿Y?

—Y mi novia tiene que estar disponible para mí. Ese es el trabajo.

Su corazón casi salta en el pecho de felicidad. —¿Has dicho novia?


Novia no es amante.

—Empecemos por amante.

—Pues es novia o ni me lo pienso —dijo orgullosa levantando la


barbilla.
—Tu función en esta empresa es relajarme y quitarme los cabreos

que me producen la cantidad de inútiles que me rodean.

Acarició su nuca. —¿Y yo te relajo?

—Sorprendentemente sí que lo haces.

—Eso es que estamos hechos el uno para el otro.

—El uno para el otro no lo sé… Pero sí que consigues que cuando

estoy contigo me centre solo en ti.

—Haré que te relajes tanto que ni querrás trabajar.

Se echó a reír. —Yo con dormir un par de horas más…

—¿Duermes mal? —preguntó preocupada.

—Son demasiadas cosas en la cabeza. Ni las pastillas me funcionan.

—Ah, no. Eso no puede ser. Ya se me ocurrirá algo.

Sonrió divertido. —Si consigues relajarme lo suficiente como para

que duerma seis horas seguidas, merecerías otro ascenso.

Lo dijo como si fuera algo imposible, pero para ella fue como si le

tocara la lotería porque después de novia solo había un ascenso y pensaba


conseguirlo. —Eso está hecho. —Besó sus labios suavemente, pero él los
abrió entrando en su boca impaciente. Fue tan maravilloso que se abrazó a
su cuello deseando más, así que acarició su paladar haciendo que Bolton

gruñendo la agarrara por el trasero elevándola, antes de volverse para


sentarla sobre la mesa. Besándose como posesos bajaron las manos y Naia
acarició su sexo endurecido por encima de sus pantalones mientras él
levantaba sus faldas acariciando sus muslos. Él apartó su boca. —Nena no
tengo condón aquí.

—Tomo la píldora —dijo desesperada por tenerle dentro.


Apoyándose en las palmas de sus manos se elevó para que él le bajara las

braguitas. Mirándose a los ojos escuchó como bajaba su cremallera y


cuando la cogió por la cintura para pegarla a él gimió de placer al sentir su
sexo. Mientras entraba en ella lentamente Naia separó los labios de la
impresión clavando las uñas en sus hombros e inclinó su cuello hacia atrás

hasta que se sintió llena. Cerró los ojos porque jamás en la vida se sintió
más completa que en ese momento y Bolton besó su cuello antes de lamer
su piel hasta el lóbulo de su oreja. Sintió como salía de su interior y gimió
rodeando su cadera con la pierna intentando retenerle. Y lo consiguió

porque volvió a llenarla con una contundencia que estremeció su vientre.


Con cada roce, con cada movimiento de sus caderas creyó que moría de
placer mientras cada músculo de su cuerpo se tensaba a su alrededor. Con
cada embestida necesitaba más y gritó aferrándose a él enterrando la cara en

su cuello. Se agarró a su camisa sin entender una palabra de lo que le


susurraba y sus acometidas aumentaron de manera casi salvaje hasta que
ella gritó contra su piel creyendo que se rompía en dos. Bolton entró en ella
de nuevo y su cuerpo se liberó en un orgasmo tan intenso que la estremeció
de arriba abajo mientras su mente volaba.

Minutos después apoyada en él con la respiración aún agitada


escuchó como reía por lo bajo. —No follaba así desde la universidad
cuando nos escondíamos en los baños de la biblioteca.

Se tensó al escucharle. —¿Qué has dicho? —Se apartó para mirar

sus ojos. Él parecía confundido por su reacción. —¿Eso ha sido para ti?
¿Un polvo en el recreo?

—No era el recreo. —Se apartó de ella cerrándose los pantalones y


Naia se quedó helada. —Y debo decir que nunca fue tan bueno. —Se
acercó y le dio un beso en los labios como si fuera una obligación. —Ahora
tengo que hacer unas llamadas, hablamos luego.

—Pero…

—Nena, ahora no. —Fue hasta las escaleras y cuando la puerta se


cerró tras él ni supo que pensar porque era evidente que no la amaba. Ni

siquiera estaba medio enamorado y era lógico porque no la conocía, aunque


sí que se sentía atraído por ella y como le había dicho, a su lado se relajaba.
Pero eso no era suficiente para nada. Para ser una amante sí, claro. Pero
para lo que ella quería, en absoluto.
Se mordió el labio inferior bajándose de la mesa y juró por lo bajo
porque sus braguitas colgaban de la pierna escayolada. Tuvo que sentarse
en la silla para ponérselas y sin poder evitarlo se sintió muy mal consigo

misma. Bueno, tampoco era para tanto. Habían hecho el amor y él le


gustaba mucho. No había hecho nada malo. Pero algo en su interior la hacía
sentirse sucia por esa frase que había pronunciado en el peor momento
posible. Tenía la sensación de que aquello no empezaba nada bien.

 
 

Capítulo 3
 

Trece meses después

Untaba la mantequilla sobre su tostada mirando de reojo a Bolton


que leía uno de los diez periódicos que tenía sobre la mesa. —En el Times

dice que lo has recuperado todo.

—Para eso tengo diez abogados y varios investigadores —dijo

distraído pasando la hoja.

Naia asintió. —No has dormido nada.

—Tengo un negocio importante entre manos, siempre me pasa hasta


la firma.

—Al parecer no cumplo mi función.

Él la miró interrogante y Naia sintió unas ganas de llorar terribles

porque después de la novedad inicial era evidente que ya estaba perdiendo


el interés. Y ella ya no sabía qué hacer para llamar su atención. —Ya no te

relajas conmigo.

—No digas tonterías. —Se levantó y le dio un beso en la sien. —

Que tengas un buen día en la universidad.

—El curso acabó hace una semana. Te lo dije.

—¿De veras? —preguntó como si le importara poco—. Hasta la

noche, nena.

—¿Entonces vendrás esta noche? —preguntó esperanzada.

—Te lo dirá mi secretaria.

Fue como un jarro de agua fría y se quedó allí sentada intentando


contener las ganas de gritar.

La señora Morton, que como siempre estaba poniendo la oreja, entró

en ese momento en la cocina con las sábanas para lavar y apretó los labios

al ver la expresión de su rostro. —Niña, no puedes seguir así. Deberías


hablar con él.

—No me escucha —susurró.

—Claro que no te escucha porque está muy cómodo así. Duerme en

su casa cuando quiere y tú aquí esperando a que se decida a regalarte unos

minutos. Eso no es justo. Para otra puede, que estaría encantada con el
lujoso apartamento que le paga, pero para ti… —Negó con la cabeza

entrando en el cuarto de la lavadora.

—Creía que lo conseguiría, que podría llegar a amarme.

—Y solo has conseguido enamorarte más de él. —La mujer salió

con el detergente en la mano y la regañó con la mirada. —Y él lo sabe. Sabe

que le quieres y qué harías lo que fuera por seguir a su lado. Eres

transparente como el cristal. Desde que te conocí supe que estabas

enamoradita de él. Y el señor puede ser cualquier cosa, pero te conoce muy

bien y de tonto no tiene un pelo. Lo sabe, claro que lo sabe.

Desmoralizada apartó su plato. —Ni me ha preguntado por mis

notas.

La mujer entró en el cuarto de la lavadora. —Con todo lo que has

estudiado. Que te dejas las pestañas todo el día entre libros para ser la

mejor.

Gimió apoyando los codos sobre la mesa y se pasó las manos por la

cara. —No puedo seguir así.

—Claro que no. Y me da pena decirte esto porque me encanta

trabajar para ti y verte todos los días. —Salió del cuarto cerrando la puerta.

—Pero mi consejo, aunque sé que no vas a seguirlo es que le dejes.

Mereces mucho más y no hablo de dinero porque él ya tiene todo el del


mundo. Hablo de un hombre que bese el suelo por donde pisas. Mi John me

adora y no tenemos un centavo. Y estoy segura de que tú quieres lo mismo.

—Sí.

—Además… Lo que pasó hace dos meses…

Palideció al recordarlo. —No quiero hablar de eso y me juraste que

no le dirías nada.

—Deberías habérselo dicho tú.

Se echó a llorar y salió corriendo de la cocina pasando ante Bolton

que estaba en el salón con el teléfono en la mano.

—¡Niña, espera! No quería… —Al salir de la cocina se detuvo en

seco. —Señor, creía que se había ido.

Bolton muy tenso siseó —Largo de mi casa.

—¿Qué? —preguntó pálida.

—¿No me ha oído o es estúpida? ¡Largo de mi casa!

Levantó la barbilla orgullosa. —No se la merece. Es mil veces


mejor que usted.

—¡Largo!

—¡Con mucho gusto! ¡Estoy harta de ver como la trata, capullo

egocéntrico!
—No sé quién se cree que es para meterse en nuestras vidas y

aconsejar a mi mujer que me deje, pero esto se acabó. ¡Largo de una puta

vez!

Cogió su bolso del armario. —Ah, que ahora es su mujer… ¡Ja! Me

da la risa. Si ni siquiera la aprecia.

—¡Solo dice estupideces!

—¿Bolton? —Se volvió para ver a Naia ante la puerta de la

habitación con los ojos llenos de lágrimas. —No la eches.

—Tranquila niña, que yo no me quedo donde no se me quiere —dijo

furiosa yendo hacia la puerta—. Pero no me voy hasta decirle algo. —Se
giró hacia él. —Tiene una mujer preciosa e inteligente que está tan

enamorada que ignora sus defectos. ¡Pero los demás no somos ciegos,

guapo! ¿Por qué no le dice dónde pasó esa semana hace dos meses?

Naia separó los labios de la impresión. —¿Qué?

—Sí, me lo dijo Roy un día después de su regreso. ¡Me lo encontré

en la puerta porque le estaba esperando! Le sonsaqué porque me extrañó

que no te llevara. ¡No fue a Londres a ver a su hermano! ¡Se fue de

vacaciones con otra mujer!

Perdió todo el color de la cara y como a cámara lenta volvió la vista

hacia Bolton que apretó los puños furioso. —Ahora sí que estás despedida.
—¡Qué le den!

La mujer salió dando un portazo y sin poder digerirlo se le quedó

mirando con la incredulidad reflejada en el rostro.

—Fue…

—¿Es cierto?

—¡Por supuesto que no!

—¿Fuiste a Londres? —preguntó esperanzada.

Él apretó los labios. —No. —Naia se quedó de piedra. —Me tomé

una semana de vacaciones en mi barco. ¡Necesitaba un respiro y mi

ayudante vino conmigo tres días por unos temas que teníamos pendientes,

eso es todo!

Dio un paso atrás sin poder creérselo y Bolton se acercó. —Te juro

que nunca me he acostado con ella.

—Necesitabas un respiro.

—¡Sí! ¡Mi trabajo es muy estresante, joder!

—¿Y yo?

—¿Tú qué?

Esa frase lo dijo todo y se le quedó mirando fijamente mientras sus


preciosos ojos reflejaban cómo se le rompía el corazón. Bolton nervioso se
pasó la mano por la nuca. —No quería decir eso. Tenías los exámenes muy

cerca y…

Naia se volvió en silencio para entrar en su habitación y cogió unos

vaqueros del vestidor. Él la siguió y vio cómo se quitaba el camisón. —

Nena, ¿qué haces?

Se subió los pantalones. —Me voy a casa de mi padre.

—Eh, eh…—La cogió por los antebrazos. —Hablemos de esto,

¿vale? No podías venir y sabía que si te lo decía insistirías.

—Déjame, Bolton —dijo suavemente.

—Nena… ¡Tenías que estudiar!

Sin decir palabra porque sabía que se pondría a llorar en cualquier


momento cogió la primera camiseta que pilló y se la puso.

—¡No me acosté con ella, joder!

—Mi tutor me ha dicho que la universidad estaría encantada de


becarme para el siguiente curso. Le he dicho que sí.

Dio un paso atrás como si le hubiera golpeado. —Así que como ya


no me necesitas me dejas.

Negó con la cabeza. —No puedo creer que me hayas dicho eso. —

Sollozó cogiendo su bolso y pasó ante él a toda prisa.


—Nena, no lo he pensado, ¿vale? Estoy cabreado y…—La cogió
por el brazo deteniéndola. —No pasó nada. —Cogió sus mejillas. —Te juro

que no me he acostado con otra desde que te conocí.

—Me mentiste para que no fuera contigo porque no soportas mi

presencia en otro sitio que no sea en la cama.

Pálido negó con la cabeza. —Eso no es cierto.

—Claro que sí. ¡Ni siquiera hablas conmigo! —Sollozó apartando


su rostro. —¡Para qué quiero estar contigo si ni estás cuando te necesito! Te

llamé y…—Salió del piso corriendo.

—¡Naia!

Sentada en el sofá de su padre, se abrazó las piernas mientras él se

sentaba a su lado para acariciar su espalda. No había dejado de llorar desde


que había llegado. —Ya me imaginaba que era muy raro que ese
apartamento formara parte de la beca Remington. —Naia cerró los ojos

apoyando la frente sobre sus rodillas. —Shusss… —Su padre acarició su


espalda. —Todo se arreglará.

En ese momento sonó el timbre de la puerta y su padre dijo —Ya

está aquí.
—No es él.

—Claro que es él. Estaría loco si te dejara escapar. —Se levantó y


fue hasta la puerta abriéndola de mala manera. —¿Qué quieres?

Se le cortó el aliento al ver a Bolton al otro lado mirándola

fijamente. —¿Puedo hablar contigo un momento, por favor?

Su padre la miró sobre su hombro antes de hacerse a un lado. —

Estaré en la cocina.

—Gracias, Sean.

—¿Ahora soy Sean? Porque hasta el día de hoy era el señor Hudson,
el chófer de tu madre. Pero al parecer todo ha salido a la luz, ¿no? Ha
debido venirte fatal que me enterara de lo que le has hecho a mi hija.

—Papá, por favor…

Sean apretó los puños antes de ir hacia la cocina y cerrar de un

portazo demostrando que todo aquello no le gustaba un pelo.

—Es evidente que se lo has contado.

—Ya era hora de que lo hiciera, ¿no crees? Estaba harta de mentirle

y tenía que explicarle por qué de repente ya no podía quedarme en el piso


—dijo a la defensiva.

Él asintió y se pasó la mano por la nuca. —Creo que no es al único

al que le has ocultado cosas.


Naia le miró fijamente. —Has hablado con la señora Morton.

—Me extrañó lo que dijo sobre lo ocurrido hace dos meses. Al


parecer era algo que me habías ocultado y tenía curiosidad. —Sonrió con

ironía. —Me lo contó encantada para demostrarme que soy un cabrón sin
sentimientos. —Naia agachó la mirada y él apretó los labios. —Lo siento

nena…

—No lo sientas, es mejor así.

—Joder, no digas eso. —Se sentó ante ella en la mesa de centro. —


No me dijiste que estuviste ingresada. Ni que estabas embarazada.

—No sabía cómo hacerlo. Era evidente que te lo tomarías fatal.

—Eso no es cierto.

—Vamos, Bolton… Te estorba todo el mundo que no tenga que ver


con los negocios. Vas a ver a tu madre una vez al mes y por obligación. No

te hablas con tu hermano ni con tu padre y yo solo era una amante que
visitabas cuando querías desahogarte. Me mantenías para que cuando

llegara el momento no tuvieras que ir a un bar y perder el tiempo con unas y


con otras hasta conseguir echar un polvo. Yo nunca te he importado y lo

demuestra que en esas vacaciones no me llamaste ni una sola vez. Y cuando


lo hice yo no contestaste al teléfono —dijo reprimiendo sus lágrimas—. Ni

respondiste después. Llegaste como si nada y cuando te dije que tenía el


periodo solo apareciste dos veces en diez días como si fuera una obligación,

diciéndome a cada momento lo ocupado que estabas y que había sido un


sacrificio ir a verme.

—Nena, no es así… —Intentó tocarla, pero ella se apartó

levantándose.

—Sí, es así.

—De todas maneras tenía derecho a que me dijeras que te habías

resbalado en la ducha y que habías perdido al niño, ¿no?

Una lágrima rodó por su mejilla y se la limpió molesta. Bolton se


levantó. —Creía que estábamos bien.

—Tú estabas bien. Yo solo recibía los pocos minutos que te


convenían y eso se acabó. Quiero que te vayas.

—Naia, no me hagas esto. ¡No puedes decirme toda esta mierda de

golpe después de un año en que todo eran sonrisas como si fuera perfecto!

—Claro que era perfecto. ¡Para ti! ¡Me esforzaba en que te sintieras
a gusto para conseguir estar más tiempo a tu lado! —gritó desgarrada.

—Sé que he sido un egoísta… Pero a partir de ahora será distinto.

—¿En qué será distinto si ni siquiera quieres pasar tus vacaciones


conmigo?

—No lo entiendes.
—Claro que lo entiendo. —Le miró a los ojos. —Y tú también lo
entiendes. Me has utilizado. Has utilizado lo que siento por ti a tu

conveniencia, sabiendo que yo te amaba y que tragaría con lo que fuera. Por
Dios, si hasta me pediste que no le dijera nada a mi padre para no enturbiar
su relación laboral con tu madre. ¡Nadie fuera de ese piso sabe que estamos

juntos!

—Eso no es cierto.

—Oh, perdona. ¡Lo sabe tu chófer y tu ayudante! ¡Esa a la que sí te


llevaste de vacaciones!

Bolton apretó las mandíbulas viendo el dolor de su rostro. —

Piénsalo, por favor.

—No tengo nada que pensar. —Fue hasta la puerta y la abrió. —

Mañana pasaré a recoger mis cosas. Dejaré las tarjetas de crédito que tan
amablemente me diste en la mesilla de noche.

—Nena, no tienes trabajo.

—Ese ya no es tu problema.

—Podría buscarte algo en la empresa. ¿De qué vas a vivir?

—Vete de mi casa.

Frustrado se acercó a la puerta deteniéndose ante ella. —Puede que

ahora pienses que no me has importado nunca, cielo. Pero si alguien me ha


importado en este maldito mundo esa has sido tú.

—Pues entonces esta situación es mucho más penosa de lo que me


imaginaba, porque he luchado más de un año por un sueño imposible.

—No lo creas.

Se acercó y le dio un beso en la mejilla. Naia cerró los ojos sabiendo


que sería la última vez que la tocaría y su corazón se retorció de dolor en su

pecho. Cuando él se alejó apretó los labios por la expresión de dolor en su


rostro y jurando por lo bajo salió de la casa. Naia cerró lentamente aún

sintiendo el olor de su after shave y se echó a llorar tapándose el rostro.


Unos brazos la rodearon y se abrazó a su padre. —Shusss, mi niña… El

dolor pasará.

—Papá…

Acarició su espalda. —El dolor pasará y ya verás como todo será


distinto en unos meses. Ni te acordarás de él.

—Nunca le olvidaré.

 
 

Capítulo 4
 

—Dos cafés con hielo, dos con leche de soja y un café expreso —
dijo colocándolos en la bandeja y sonriendo a su clienta—. Doce cincuenta.

Le dio quince dólares. —Quédate el cambio.

—Gracias. —Metió la propina en el bote de cristal y sonrió al

siguiente. —¿Qué le pongo?

—Un donut de chocolate y un café con leche.

—Marchando.

Se volvió hacia la cafetera y vio como su compañera tenía

dificultades con la suya, así que agarró el manguito y tiró de él. Dafne
sonrió. —Gracias.

—De nada.

Cargó el cacito y puso el vaso debajo. Estaba poniendo el donut

sobre un plato cuando vio a través del escaparate un coche negro que se
detenía ante la cafetería. No, no… Estiró el cuello con el plato en la mano y

el cliente quiso cogerlo, pero ella pasó de largo intentando ver la matrícula.

—¡Eh!

Vio que Bolton se bajaba del coche hablando por teléfono y juró por

lo bajo regresando ante la cafetera. —Mierda —siseó. Cuando se dio cuenta

de que tenía el donut en la mano se dio la vuelta para dárselo al cliente—.

Aquí tiene. Enseguida le pongo el café. Siguiente...

—Dos capuchinos —dijo la chica que estaba detrás.

Cuando Bolton con una sonrisa en los labios se puso tras la chica a

esperar su turno le fulminó con la mirada, pero él amplió la sonrisa. Sería

capullo. Sirvió el café al del donut y terminó los capuchinos. —Ocho

dólares.

Le dio diez. —Quédate con la vuelta.

—Gracias. ¡Siguiente!

Bolton llegó hasta ella y sin que le dijera nada le sirvió un café solo.

—Tranquilo que a este te invito yo. ¿Siguiente?

—No he pedido eso.

Le fulminó con la mirada. —No me provoques, Bolton. ¡Siguiente!

—Nena, al parecer encuentras trabajo muy rápido, pero no me


extraña con la experiencia que tienes.
—¡Siguiente!

Un chico intentó pasar, pero él le dio la espalda. —Naia no seas

cabezota. En la empresa tendrías mejor horario y sueldo.

—¿Este es tu novio? —preguntó su compañera sonriendo—. Es

guapo.

Gruñó por dentro antes de decir —Pues quédatelo. Chico, ¿qué

quieres?

Saltó y pudo ver su cara sobre el hombro de Bolton. —¡Un

capuchino con mucha nata y canela!

—Mi especialidad.

Se volvió y siguió trabajando.

—¿Ese aparato no es peligroso? Eso va a mucha presión, ¿no? Naia,

no me gusta.

Le miró sobre su hombro. —¿Quieres largarte?

—Nena, si eso explota… Venga, vámonos que tenemos mucho de lo

que hablar y en casa estás mucho más segura.

—¡Largo de mi vida!

Varios les miraron y se puso como un tomate.

—¿Ocurre algo? —preguntó el encargado haciéndola gemir por

dentro.
—No, señor Preston. Claro que no. Este cliente ya se va.

—No, no me voy porque no me ha puesto lo que he pedido y ha

atendido a este chaval pasando de mí.

Le mataba. —Será un malentendido.

—Y me ha escupido en el café. Mire, mire.

Varios miraron sus tazas con cara de asco y quiso gritar de la rabia

—¡Bolton esto no tiene gracia! Señor Preston, este hombre me acosa.

—Nena no digas eso que tengo una imagen.

—¿Y mi imagen?

Él levantó una ceja. —Quiero que vuelvas a casa.

Cogió la jarra de la leche y se la tiró a la cara. —¡Desaparece!

—Naia no puedes comportarte así —dijo el encargado atónito.

—¿Por qué este tío te tutea, nena?

—Oh, por Dios… —Salió de detrás del mostrador y cogió su brazo

tirando de él, que empapado de leche miraba mosqueado a su jefe. —¡Sal

de una vez!

—¿Qué pasa, te gusta mi novia?

—¡Bolton! —Forzó una sonrisa. —Ahora se va, señor Preston. El

pobrecito está a tratamiento. Demasiado estrés en el trabajo. —Tiró de él


hacia la puerta. —Muévete.

Bolton al fin salió y sacó un pañuelo del bolsillo interior de la


chaqueta. Se lo pasó por los ojos antes de mirarse el traje. —Es un traje de

tres mil pavos.

Le señaló con el dedo. —No puedes hacer esto. ¿Hace un mes que
no te veo y me montas este numerito?

—Tengo un problema, necesito que vuelvas a la empresa.

Se le cortó el aliento. —¿Qué problema?

—Uno muy gordo, nena. Y no confío en nadie más para esto.

—¿Me estás metiendo una trola? ¿No me ves en un mes y me pides

ayuda para tu empresa?

La cogió del brazo llevándola hasta su coche. —Déjanos unos

minutos, Roy.

—Claro, jefe —dijo cerrando la puerta en cuanto entraron.

—¿Qué pasa?

Se limpió la cara con el pañuelo. —¿Recuerdas la investigación del

FBI por lo del desvío de fondos?

—Claro.

—Pues necesito que hagas algo parecido y husmees un poco en

ERT.
—¿No tienes detectives para eso?

—¿Te crees que no lo he intentado ya? Llevan dos meses en esto sin

conseguir nada de nada. Pero una chica de los recados puede meterse en

cualquier sitio.

—¿Esto es una táctica para que vuelva contigo?

—Me dejaste muy claro que no quieres verme ni en pintura cuando

me colgaste treinta veces.

—Fueron treinta y dos. —Él gruñó antes de decir algo por lo bajo.

—¿Qué?

—Creí que al menos éramos amigos.

—Los amigos se cuentan sus cosas. Además, en nada vuelvo a la

universidad y no tengo tiempo para esto.

—Tienes que trabajar, ¿no? ¿Qué más te da en un sitio que en otro?

—Es que en el otro puedo verte la cara y no creas que estoy de

acuerdo con eso.

—Nena, estás muy rebelde.

—Que te den.

Iba a salir cuando la cogió por el brazo para detenerla. —Si no

descubro al culpable puedo acabar en la cárcel como el idiota de tu antiguo

jefe.
Se le quedó mirando y se dio cuenta de que hablaba muy en serio.

—¿Qué dices?

—Soy el responsable de ese dinero. En tres meses tengo que

presentar los informes anuales y como no esté todo en las cuentas rodará mi

cabeza. Los accionistas montarán tal escándalo que lo perderé todo.

—Bolton, ¿cómo ha pasado esto?

—Eso es lo que necesito que descubras, nena. Porque yo lo único

que sé es que han desaparecido siete millones y no sé dónde están.

Sentada en el sofá de su antiguo apartamento dejó el papel sobre la


mesa. —Así que alguien en tu nombre autorizó las transacciones.

—Trescientos mil cada diez días. Casi un millón al mes. Llevan


haciendo esto meses. No he cerrado la cuenta porque así me lo aconsejaron

si quiero pillarles y todavía no saben que lo he descubierto porque la última


transacción fue hace cinco días. Nadie ha abandonado la empresa y de

ejecutivos menos. En el banco no saben cómo ha podido ocurrir.  Esa


cuenta solo podemos tocarla tres personas. Mi hermano que está tan atónito

como yo, el abogado de mi abuelo que lleva trabajando con nosotros


cuarenta años y yo.
—Ese abogado…

—Michael no ha sido. Sería fiel a ERT hasta la muerte. Siempre

dice que todo lo que tiene es gracias a nosotros.

—Puede que quisiera más.

—Los detectives le investigaron y está limpio.

—No será tonto. Ese dinero estará en algún paraíso fiscal y esperará
a recogerlo cuando se jubile que no debe quedarle mucho.

—Un año. Le queda un año.

Observó como Bolton paseaba de un lado a otro —¿Y tu ayudante?


Si tienes las claves por algún sitio…

—¿Crees que no lo he pensado ya? También está limpia. Al menos

aparentemente y no puedo decir nada sin pruebas, nena. —Puso los brazos
en jarras mirándola. —¿Me vas a ayudar o no?

—No sé si servirá de algo. ¿Qué puede descubrir la chica de los


recados?

—Es por si oyes algo o ves algo… Con la habilidad que tienes para

atraer los líos no tardarás mucho en averiguarlo.

Jadeó indignada. —Tendrás cara.

—¡Nena este último año te he sacado de la comisaría dos veces!


—¿Qué culpa tengo yo de que el que robara la cartera la metiera en
mi bolso? ¡Y lo de la alarma del piso fue culpa tuya que no me avisaste!

Él se sentó en el sofá como si estuviera derrotado. —Eres mi única

esperanza.

Naia miró los papeles. —¿Los de contabilidad no tienen acceso a las


cuentas?

—A esa no. En esa se mete un diez por ciento de los beneficios para
evitar posibles problemas financieros. Es lo único que no se invierte por si

necesitamos liquidez con urgencia.

—¿Y quién sabe de su existencia?

Él la miró fijamente. —Buena pregunta.

—¿El jefe de contabilidad? Él manda transferir el dinero a esa


cuenta, ¿no?

Asintió. —Aunque no puede extraerlo, puede meterlo, sí.

—Cielo, cualquiera del departamento puede saber el número de


cuenta. Seguro que la tiene apuntada en algún sitio. Y si tiene habilidad
puede descubrir la clave de acceso…

—Pero ahora los bancos envían un mail de confirmación y yo no he

recibido nada en ningún momento. Ni tampoco he dado el visto bueno. Y la


clave no se ha cambiado, lo he comprobado.
—Uno de la universidad ha entrado en la base de datos para cambiar

una nota, ¿crees de veras que con tanto dinero en juego no han pensado en
eso?

—Crees que son varios.

—Siete millones… Es mucho dinero. Creo que alguien ha


conseguido el número de cuenta y tiene acceso a tu móvil para desviar esos

mensajes sin que te dieras cuenta.

Él entrecerró los ojos. —Sheryl tiene acceso a mi móvil.

—Esa ayudante tuya nunca me ha gustado. Siempre me habla por

teléfono con mucha prepotencia.

—Nena, no me acosté con ella.

—¡Pero te la llevaste!

—Me lo vas a recordar el resto de mi vida, ¿no?

—Qué va. ¡Porque en cuanto te saque de esta no quiero ni verte!

Bolton sonrió de esa manera que la volvía loca, pero se hizo la tonta

mirando los extractos de las cuentas. —Sheryl no me ha visto nunca. —Él


juró por lo bajo y le miró sorprendida. —¿Qué?

—Tengo fotos tuyas en el móvil.

Su corazón dio un vuelco en su pecho. —¿De veras? —Entrecerró


los ojos. —¿No serán fotos guarras?
—¡Menudo concepto que tienes de mí!

—¡El que te mereces!

—¡Nena, tengamos la fiesta en paz!

—¡Lo dice el que quiere meterme en otro lío!

—¿Prefieres que acabe en el paro o en la cárcel?

—Pues a ver qué hacemos porque como me haya visto en las fotos
no se va a creer que soy la chica de los recados.

La miró atentamente. —Igual si te tiñes el pelo y te lo cortas.

Jadeó llevándose la mano a sus rizos rubios. —Estarás de broma.


¡Después no quedará igual!

Frunció el ceño como si eso no le gustara nada. —Una peluca.

Morena de pelo por la barbilla. Y con gafas. —Naia levantó una ceja
interrogante. —Tenía una profesora que era así y… —Carraspeó.

—Increíble. ¿No pensarás en ella cuando estás conmigo?

—¡Nena, te aseguro que cuando estoy contigo, estoy contigo!

—Eso es cuestión de opiniones.

Gruñó molesto. —¿Crees que podrás hacerlo?

—¿Atraer líos? Eso es lo mío.

 
 

A la hora de la comida estaba en la última planta empujando un

carrito lleno de correspondencia. Disimulando hizo que la ordenaba


mientras dos directivos salían a comer hablando de acciones. Un pitido en

el móvil la puso en marcha y entró en la presidencia. Las tres mesas de las


secretarias estaban vacías y vio la puerta casi cerrada del despacho de su

chico. Hizo una mueca porque aquel edificio decía a gritos que les sobraba
la pasta. Se acercó a la mesa que estaba ante la puerta como él le había

dicho y vio el móvil sobre unos papeles. Lo cogió a toda prisa escuchando
como hablaban en el interior del despacho. Le estaba dictando una carta.

Aparecieron los puntitos en la pantalla y ella hizo un cuadrado como Bolton


le había dicho. Sonrió cuando el teléfono se desbloqueó y cogiendo su

móvil envió el mail que tenía preparado desde una dirección que había
abierto para la ocasión. Cuando vio el sobrecito en la parte de arriba del

móvil lo abrió a toda prisa para ver que era la cara sonriente que ella había
enviado. La muy zorra filtraba los mensajes que él recibía. Lo eliminó a
toda prisa y dejó el móvil sobre la mesa en la misma posición que lo había

encontrado. Empujó el carrito hacia la puerta y cuando salió llamó al


teléfono que Bolton le había dado mientras se alejaba lo más aprisa posible

sin llamar la atención. —Dime, nena. Sheryl puedes irte a comer. Cierra la
puerta al salir.
—Enseguida, señor Remington.

—¿Qué tal con mi madre?

—¿Con tu madre? Iría bien si la hubiera conocido —dijo irónica. Le


escuchó gruñir —¿Se ha ido?

—Sí.

—Pues métete en el baño y abre los grifos.

—No fastidies.

—Nos ha tocado el gordo, cielo. ¿Recibiste mi llamada cuando


fuiste a ese crucero?

—No, nena. No recibí tu llamada —dijo entre dientes antes de abrir


un grifo.

—¿Y eso no te puso alerta, idiota? ¡Te enviaba al menos un mensaje

diario!

—No me dijiste que me habías llamado hasta hace un mes —siseó.

Pulsó el botón de llamada del ascensor. —¿Has recibido el mensaje


de la carita sonriente?

—No.

—Eso es que te los reenvía a ti de alguna manera, porque ella sí lo


ha recibido.
Juró por lo bajo. —¿Y ahora qué hago?

—Tú nada. Hacerte el tonto y seguir en la inopia como hasta ahora.

—¿Quieres dejar de atacarme?

—¿Hago eso, cielo?

—No me acosté con ella.

—Pero ella quería, ¿verdad? ¡Intentó camelarte! ¡Por eso bloqueó


mi llamada! —El silencio al otro lado la hizo entrecerrar los ojos. —Esa
zorra está muerta.

—Si ella está implicada, en su móvil tiene que estar el número de su


cómplice.

—Es secretaria, tendrá mil números. —Se miró al espejo del


ascensor e hizo una mueca porque de morena no estaba nada mal. —

Necesitamos sus registros de llamadas.

—El detective la investigó.

—Dile a ese inútil que los consiga. —El ascensor se detuvo y entró
un hombre moreno de traje que le sonrió comiéndosela con los ojos, lo que
la sonrojó por su descaro. —Tengo que dejarte, ciao papá.

—¿Eres italiana? —preguntó seductor.

—Mi abuela lo era.

—Con esos ojos me lo imaginaba. ¿Cómo te llamas, cara?


Soltó una risita. —Na… Natalia… Da Vinci.

—Da Vinci.

Gimió por dentro. —Sí, en Italia es muy común —dijo poniéndose


nerviosa porque se acercaba peligrosamente. Empujó el carrito

disimuladamente y este no se cortó en apoyar la mano en la pared a su lado


alucinándola por como la miraba con esos ojos grises tan sexis. —¿Y tú?
¿Cómo te llamas?

—Mi nombre es de lo más normal. Robert.

—Pues sí que te pega, sí —dijo alejando la cabeza todo lo que


podía.

—¿Quieres salir a comer? —Por como la miraba quería comérsela a


ella.

—Uy, no puedo. Estoy hasta arriba de trabajo.

Él miró el carrito. —Eso puede esperar.

—No creas. Hay papeles muy importantes aquí que tengo que
entregar.

Entrecerró los ojos. —Papeles importantes, ¿no?

—Sí. —Levantó un sobre. —¿Ves? Este va al departamento legal.

Sonrió seductor. —Es sorprendente que seas tan esencial para el


funcionamiento de esta empresa y que todo pase por ti.
—Bueno, todo no porque ahora mucho se envía por mail, pero

cuando están firmados hay que archivar los originales y… —Se le cortó el
aliento antes de mirar el carrito. Todos los originales pasaban por sus
manos. Las posibilidades se abrían de manera infinita porque cualquiera
podía coger un sobre de allí si estaba distraída. —Leche…

—¿Qué has dicho?

—No, nada. —Soltó una risita y en ese momento se abrieron las


puertas. —Oh, me quedo aquí.

—¿Pero no ibas a ver a los abogados? Esto es contabilidad —dijo


confundido.

—También me vale. Ciao Robert.

Él sonrió. —Ciao cara.

Rio como una tonta mirándole sobre su hombro mientras se alejaba

y él con descaro bajó la vista hasta su trasero marcado por los vaqueros.
Madre mía, qué hombre. Debía hacer que se desmayaran a su paso si a
todas las miraba así.

Cuando la gente empezó a llegar de comer repartió el correo


hablando con unos y con otros diciendo que era nueva. No fue difícil
caerles bien porque sus años trabajando en la hostelería le hacían tener don

de gentes y los calaba enseguida. Así que cuando conoció al señor Donetti,
el jefe de contabilidad, lo descartó de inmediato porque hasta le había
hablado de la nieta que estaba por llegar y le había enseñado una ecografía
como el abuelo orgulloso que era. No, ese hombre no tenía nada que ver,

pero desgraciadamente cualquiera podía entrar en su despacho y sacar de


allí lo que le diera la gana. Tendría que hablar con Bolton de la seguridad.

Siguió trabajando y su teléfono sonó cuando casi había terminado de


repartir todo lo que tenía en el carrito. Sonriendo descolgó. —Hola cariñito.

—¿Has estado ligando con mi hermano en el ascensor?

Se detuvo en seco. —¿Un morenazo de ojos grises?

—¡Ese! —gritó alterado.

—¿Robert es tu hermano? —Frunció el ceño. —¿Cómo te has


enterado?

—Será porque ha venido a decirme que si te había investigado


porque llevabas información demasiado confidencial como para dejarla en
manos de cualquiera.

—Uy, ese ha salido tan desconfiado como tú.

—¡No me cuentes rollos! ¡Querías ligártelo!


—Si hubiera querido ligármelo, habría aceptado su invitación a

comer. ¡Y te aseguro que lo que quería comer no lo sirven en los


restaurantes!

—Me cago en la… Le mato.

—¿Se lo has dicho?

—Claro que no. Solo le he dicho que te había investigado porque yo


había pensado lo mismo y más con lo que estaba pasando.

—Estarás solo.

—Claro que estoy solo y en el baño. Todavía no ha llegado de la


comida y el resto de las secretarias están fuera.

—¿No es raro que no haya llegado? Está tardando un poco, ¿no? —


Entrecerró los ojos. —En contabilidad faltaba uno.

—¿Quién?

Cogió el sobre. —Alex Curtis. No he dejado el sobre porque ponía


entregar en mano. —Le dio la vuelta. —No trae remitente.

—Ábrelo, nena.

Miró a su alrededor disimuladamente, pero por allí pasaba mucha


gente. —Tengo que ir al baño, aquí pueden verme.

—¿En qué piso estás ahora?

—En el tercero al lado del ascensor.


—Te veo en el baño.

—Llamarás la atención —dijo entre dientes.

—Estás en el departamento legal. Iré a ver a Oliver. Es mi mejor


amigo, nadie se extrañará.

—Oliver… —Se detuvo en seco. —¿Se acordará de mí de cuando


me sacó de comisaría?

—¡Nena, sal de ahí!

Empujó el carrito hacia el ascensor y cuando las puertas se abrieron


salieron dos hombres. Gimió al ver que uno era Oliver y agachó la cabeza
dejando que el pelo le cubriera las mejillas, pero él se detuvo para mirarla
sin cortarse. —¿Te conozco?

—Soy nueva. —Forzó una sonrisa pulsando el botón.

Él la miró pasmado mientras las puertas se cerraban y gimió porque

la había pillado. Se puso el teléfono al oído. —Tarde.

—Joder, a ver qué le digo.

—Dile que es un juego sexual. Con lo retorcido que eres no se

extrañará. —Escuchó como le rechinaban los dientes. —Tengo hambre.

—Nena, vete a comer y llévate el sobre.

—¿Has comido?

—No podemos salir juntos.


—Llamaré a Robert. —Le colgó sonriendo y cogió el sobre
sintiéndose genial. Le apetecían macarrones con queso. A ver si tenía suerte
y los había en la cafetería del final de la calle.

 
 

Capítulo 5
 

Cuando llegó a la cafetería se sentó al fondo del local porque no


quería que nadie la viera abrir el sobre. La camarera se acercó. —¿Qué le

pongo?

—Macarrones con queso y una cola —dijo sin dejar de mirar el

sobre.

La camarera se la quedó mirando. —¿Naia?

Levantó la vista como un resorte y gruñó por dentro al ver a una

antigua compañera. —Lucy, ¿qué tal?

—Pues muy bien. Llevo aquí un año, ¿sabes? Después de que te

fuiste de la cafetería del señor Ferretti aquello decayó mucho y me busqué

otra cosa. — Se acercó. —Además estaba harta de llevarme sus huellas


dactilares en el trasero todos los días. —Sonrió. —¿Y a ti cómo te va? Te

has cambiado el look y llevas gafas. No sabía que las necesitaras.


Decidió ser sincera porque no se chivaría. Era de fiar y lo había

demostrado ya en el pasado. —Son de mentira. Es que estoy de incognito.

Ahora soy detective.

Su amiga abrió los ojos como platos. —¿No me digas?

—Sí, estoy en una investigación muy importante en ERT.

—Pues muchos vienen a comer. Conozco a casi toda la empresa,

aunque solo a los curritos. Los jefazos no vienen por aquí.

Entrecerró los ojos. —¿Y has oído algo?

—¿Aparte de un montón de líos entre ellos?

—¿Alguien habla de pasta? —susurró.

—Varios hablan de pasta es una empresa enorme, pero… —Se

acercó aún más. —Hay una rubia que habla de transacciones y esas cosas

que no me gusta un pelo, sobre todo porque una vez la oí decir desvío de

fondos y algo de no dejar rastro por la policía. Y eso me mosqueó


muchísimo por su tono cómplice. Se llama Sheryl. Es una borde de primera.

Y habla fatal de su jefe. Se ríe de él con un tío que se llama Alex que está

loco por ella. Están liados, eso seguro, pero ella no le quiere. A veces

aparece otro que debe ser hermano de ese pringado porque son como dos

gotas de agua. El otro se llama Steve.


Se le cortó el aliento. —¿De esas conversaciones has oído algo más?

Sé que tienes un oído muy fino.

Lucy sonrió. —Me deberás una.

—Una muy gorda si me ayudas en esto. Un amigo está en un lío.

—Te lo cuento fuera cuando salga que me está mirando mi jefe y no

quiero líos. Salgo en una hora.

—Gracias.

—Enseguida le traigo los macarrones, señorita. —Le guiñó un ojo

antes de alejarse y Naia pensó en si llamar a Bolton. Aunque en realidad


todavía no tenía nada que pudiera contarle y puede que se cabreara por

haber hablado con Lucy. No, mejor no se lo contaba.

Miró el sobre de nuevo y se mordió el labio inferior. Si lo abría y

después tenía que entregárselo a ese tal Alex, se daría cuenta de que lo

habían abierto. Miró a su alrededor, pero el local estaba casi vacío porque

ya había pasado la hora de comer. Se levantó y le dijo al encargado con una

sonrisa en el rostro —¿Me presta su tetera?

Diez minutos después comía macarrones con queso mientras la

mitad de la plantilla al otro lado de la barra le contaba cotilleos de la


empresa. Hasta el cocinero colaboraba con el sobre en la mano encima de

una olla que empezaba a hervir. Dichosos sobres modernos.

—Así que os gusta el jefe.

—Oh, sí —dijeron varios—. Hace mucho que no viene por aquí,

pero siempre le llevan la comida. En todos estos años no nos ha

abandonado —añadió el encargado orgulloso—. El sándwich de pollo es su

favorito. Trabaja mucho. Apenas sale del despacho. Pero es lógico tiene

mucho detrás.

—Su secretaria o ayudante como quieras llamarla es una zorra —

dijo una compañera de Lucy sirviéndole otra cola—. Se cree superior a los

demás porque es su mano derecha. Pero últimamente está muy misteriosa.

Sobre todo desde hace unos tres meses para acá.

—¿Y eso?

Se encogió de hombros. —Antes hablaba en un tono de voz normal

y ahora son todo cuchicheos. Y viene un tipo muy raro con el que la

acompaña siempre.

—Su hermano —dijo el encargado—. No pueden disimularlo, esos

dos son hermanos, te lo digo yo.

—¿Alguien ha oído algo?


—Yo estaba un día en el baño y escuché al tío ese hablar con

alguien. Le dijo que podía empezar, que Sheryl estaba preparada —dijo el

cocinero levantando el sobre—. Creo que ya está.

Se acercó a ella a toda prisa y se lo tendió. Impaciente tiró de la

pestaña lentamente y el pegamento se despegó poco a poco mientras todos

se acercaban. Cuando se abrió por completo sonrieron. —Ha funcionado —

dijo Lucy emocionada.

Sacó los papeles y miró a los presentes. —Es confidencial.

—Uy, perdona. —El encargado se enderezó como todos los demás.

Naia leyó los papeles dejando caer los hombros decepcionada. —No
es nada. Unas facturas para contabilizar.

—¿Y de quién son? ¿No sería lógico que el remitente apareciera en

el sobre? —preguntó Lucy.

—El nombre viene en las facturas. —Naia entrecerró los ojos

leyéndolas. —Pierce Lewis. Un teléfono móvil… —Pasó la hoja. —Dos

noches de hotel en Boston. Alquiler de coche. —Se le cortó el aliento. —

Un billete a Zúrich. Cogió un avión a Zúrich… —Susurró pensativa antes

de pasar la hoja. —Allí alquiló un coche y volvió cinco días después. Las

facturas son de hace una semana.


—Es una empresa muy grande —dijo el encargado—. Será uno de

esos comerciales que van de un lado a otro.

Los ojos de Naia brillaron. —Puede ser, pero Liechtenstein está muy

cerca de Zúrich. Volvió un ticket de una comida. ¡Y estuvo allí! —La

miraron sin comprender. —Da igual. —Miró a Lucy. —¿Tienes algo más

que contarme? ¿O me lo has contado ya?

—Hace un par de semanas les oí discutir. Ese Alex decía que había

que dejarlo, pero ella insistía en que no se había dado cuenta y que podían

sacar mucho más. Que últimamente estaba demasiado distraído porque la

idiota de su novia le había dejado y que estaba desesperado por recuperarla.

Su corazón pegó un brinco en su pecho. —¿Oíste bien? ¿Dijo

desesperado?

—Está desesperadito el pobre. Al parecer es una borde que no le

coge las llamadas y no quiere ni verle.

Se sonrojó ligeramente. —Tendrá sus motivos.

—La secretaria de su mejor amigo dice que la desatendía por el

trabajo. Que les oyó hablar en el despacho y que se echaba la culpa porque

no había hecho las cosas bien —dijo su compañera.

—Es un hombre muy ocupado —le defendió el encargado—. Es

lógico que se retrase de vez en cuando. Esa mujer debería ser un poco más
comprensiva.

Lo que le faltaba por oír. Como toda la información fuera tan veraz

como esa no tenía nada en absoluto. Carraspeó. —¿Algo más, Lucy?

—Pues eso, que él no se daba cuenta de nada. Que podían seguir


tranquilamente hasta el día quince del mes que viene que es cuando se

harían los informes para los accionistas o algo así. En ese momento ella se

calló porque me pilló mirándola cuando limpiaba la mesa de al lado. Al

alejarme le escuché a él preguntarle si la habría oído y esa asquerosa


respondió que no volverían por aquí. Y no lo han hecho.

El resto negó con la cabeza. —No, no han vuelto por aquí. De eso
hace mañana dos semanas, ¿no Lucy? —preguntó su compañera.

—Sí, era viernes y servíamos el chili. —Lucy de repente sonrió. —

Pero el jefe ha vuelto con la novia.

No se lo podía creer. —¿Cómo sabes eso? —preguntó pasmada.

—Lo han comentado varios porque al parecer ha estado de mejor

humor y sus secretarias, las otras, han venido a comer hoy. Dicen que
estaba muy contento. Que le va a pedir matrimonio.

Se le cortó el aliento. —¿Qué has dicho?

—Sí, ha pedido un anillo a Tiffany. Incluso le ha preparado una cena


romántica para esta noche servida por el mejor restaurante de la ciudad. Se
la llevarán a casa. Caviar, ostras y champán.

Perdió todo el color de la cara. —¿Cómo va…? No, estáis

equivocados.

—Lo oí yo misma —dijo Lucy ofendida porque dudara de ella—. El


anillo es en talla baguette rodeado de pequeños diamantes. Ellas vieron la

foto que les envió la joyería. Talla dieciocho. Al parecer tiene los dedos
delgaditos.

—Madre mía… —Se llevó la mano al vientre de los nervios. —

¡Pero si no nos hablábamos desde hace un mes! —chilló sin darse cuenta.

Todos dejaron caer la mandíbula del asombro. —¿Tú eres su novia?

—preguntó Lucy asombrada—. ¿Tú?

—¡Chica, no te extrañes tanto!

Su amiga se sonrojó. —Perdona, es que no me lo esperaba.

—Y yo tampoco. Ha perdido la cabeza.

—Es un hombre decidido —dijo el encargado orgulloso—. Tú te

casas, vaya que sí.

—¿Me invitarás a la boda? —preguntó Lucy—. Somos amigas.

—¡No va a haber boda!

Jadearon indignados. —¿Le estás rechazando?

Entrecerró los ojos. —Ese anillo no es para mí.


—Claro que sí —dijeron los tres.

—Que no. ¿Cómo se le va a ocurrir algo así después de…? —Ellos


la miraron intrigados. —¡No seáis cotillas!

—Encima que la ayudamos —dijo el cocinero.

—¡Es mi intimidad! ¡No tengo por qué contarlo!

Lucy chasqueó la lengua. —A la boda me invitas. Me lo debes,


¿recuerdas?

—Si hubiera boda te invitaría, pero no la va a haber. Cóbrame esto

que tengo que hablar con él.

Ninguno movió un dedo. Por sus caras obviamente no querían que


fastidiara la sorpresa. —Pues te dejo veinte pavos. —Sacó el billete del

bolsillo trasero del pantalón y lo dejó sobre la barra.

—Con lo que ha organizado vas a fastidiarlo todo —protestó Lucy.

—Si se lo han organizado sus secretarias.

—Es un hombre muy ocupado —dijo de nuevo el encargado.

—¡Pues por eso no me caso con él! ¿Sabes lo que es esperar una
semana a que te llame para poder verle? —Lucy apretó los labios. —¿No,

verdad? ¡Tu novio te llama veinte veces al día! ¡No es que quiera tanto,
pero no estaría mal una llamada diaria para saber que respiro! ¿Queréis

saber más?
Los tres asintieron. —¡Sí! —gritó el cocinero desde su puesto al

otro lado de la ventana.

—Hace tres meses se fue de vacaciones con Sheryl y no me lo dijo.

—Dejaron caer la mandíbula del asombro. —Al parecer tenía que relajarse
y conmigo no debe conseguirlo porque se fue con esa…—dijo con rabia—.

¿Y ahora quiere casarse? Tuvo trece meses para…

—¿Se fue con ella? —preguntó Lucy con el ceño fruncido.

—Qué raro —dijo su compañera.

—¡Sí, e intentó liarse con él! Esa zorra, cuando la pille…

Lucy levantó la mano para acallarla mientras le daba vueltas al

asunto. —Este ya tenía la mosca detrás de la oreja.

—Sí, dijo el encargado. Sabía que ella estaba tramando algo y se la


llevó para sonsacarla.

Se le cortó el aliento. —¿Eso crees?

—Si pensaba que iba a ligarse al jefe, puede que se le fuera la


lengua. Piensa que con él sería rica. Esa pasta que le estaban robando sería

calderilla y ella no es tonta, podría contar una película que la liberara de


toda responsabilidad. Lo que pasa es que vio que él no era receptivo cuando

intentó ligárselo y cerró el pico continuando con sus planes de sacarle el


dinero.
Repasó todo mentalmente y negó con la cabeza. —No creo que

Bolton hiciera algo así si tenía la mosca detrás de la oreja. Es más de ir al


grano. Además, él dice que hace siete meses más o menos que le roban.

—Pero eso no puede ser, hace siete meses ella ni se veía con ese

Alex. Al menos no tan a menudo como de un tiempo para acá. —Las


camareras negaron con la cabeza dándole la razón a su encargado. —A ver,

tenemos que hacer esto como la policía, por orden cronológico. ¿Cuánto
tiempo estuviste con él?

—Trece meses. Nos conocimos en mi antigua empresa. Él la

absorbió por problemas financieros. Dos meses antes de romper se fue de


viaje con ella, y esa es una buena razón para dejarlo, aunque hay otras
muchas cosas que no pienso contaros.

—Y ahora has vuelto con él.

—No. Solo me ha pedido ayuda.

—Interesante —dijo el encargado.

—¿Qué es tan interesante?

—Es un hombre de pasta —dijo Lucy como si fuera tonta—. ¿Por


qué iba a pedirte ayuda a ti cuando puede contratar mil investigadores que

le solucionaran el asunto? Hay mercenarios, gente retirada del FBI que se


dedica a ese tipo de cosas. Incluso la policía que tiene muchos más recursos
que tú, podría solucionarlo.

—Dice que no encontraron nada. Que no tiene ninguna pista.

Lucy sonrió irónica. —Cielo, tú has empezado hoy a husmear y has


averiguado quién está implicado, cómo lo hicieron y otras cosas que no

deberías saber. ¿No crees que si esos están robando el dinero como
pensamos, no están demostrando mucha inteligencia? Les has pillado

enseguida.

Separó los labios de la impresión. —Crees que Bolton me ha


tendido una trampa.

—Está loco porque vuelvas y te ha contado una película. Ese dinero


lo ha desviado él para convencerte de que le salves.

—¿Pero entonces por qué Sheryl conspira contra él…? —Se le cortó

el aliento. —Sí que debo tener habilidad para atraer líos. ¡Esa cabrona sí
que le está robando y Bolton todavía no se ha dado cuenta!

El encargado chasqueó la lengua. —Vio su oportunidad y la

aprovechó. Seguro que esa víbora intentó ligárselo durante esas vacaciones
para comprobar si sabía algo o para ser la señora Remington. Cualquiera de

las dos posibilidades le venían de perlas. Y es evidente que la última vez


que estuvo aquí sabía que el jefe seguía en la inopia porque Lucy la escuchó
decírselo a su compinche.

—Jefe, esa empezó a hacerlo cuando la rechazó, te lo digo yo. No es

tan tonta como para poner en peligro la posibilidad de convertirse en la


señora Remington robando calderilla cuando podía conseguirlo todo. Pero

cuando la rechazó puso en marcha su otro plan —dijo el cocinero dejándola


de piedra porque tenía mucho sentido.

Pensó en ello. Bolton era muy capaz de irse de vacaciones solo para

desconectar. De hecho no era la primera vez que se iba de fin de semana sin
decirle nada. Menudo cabreo se había pillado las dos veces que lo había
hecho en el pasado. Igual se llevó a Sheryl porque tenía algo pendiente

como le había dicho y la despachó en cuanto pudo sobre todo después de


que intentara ligárselo. Cabreada porque no había conseguido su objetivo y
con la ayuda de esos dos desvió dinero sin que el jefe se diera cuenta. Y por

una casualidad del destino Bolton utilizó unas transacciones que


seguramente había hecho él mismo durante meses, para convencerla de que
su puesto y su libertad estaban en peligro. Pero lo que él no sabía es que en
realidad sí que se estaba jugando el cuello porque esas transacciones habían

sido hechas por él y estaba casi segura de que ese dinero ya no estaba donde
él lo había dejado. Si alguien reclamaba el dinero, le echarían la culpa a
Bolton porque había sido él mismo quien había desviado los fondos y si le
pillaban acabaría en la cárcel como su antiguo jefe. Naia se levantó como
un resorte. —Tengo que irme

—¡Esperaré la invitación!

—¡Mejor te la devuelvo de otra manera, que eso de la boda yo no lo


veo!

 
 

Capítulo 6
 

Corrió por la acera y cuando se metió en el baño de abajo se quitó la


peluca y alborotó sus rizos rubios. Se quitó las gafas e hizo una mueca por

los pelos de loca que tenía. Bueno, tenía días peores. Iba a tirar la peluca a
la basura, pero se lo pensó mejor recordando a esa profesora. Sonrió

maliciosa. Pero lo primero era lo primero. Salió y pidió una bolsa en la


recepción y después dijo que quería ver a su novio. En cuanto se enteraron

de quien era llamaron de inmediato y la dejaron subir. Claro que sí, cariñito.
Aquí estoy. Se subió en el ascensor y pulsó el botón cuando le sonó el

teléfono. Descolgó a toda prisa. —Nena, ¿qué haces?

—¿Estás en el baño? No oigo el agua. —El sonido del grifo la hizo


sonreír. —Tengo que hablar contigo.

—¿Ahora? ¿No podías esperar a la noche? Nos veremos en el

apartamento.
—Cielo, son ellos. Tenemos que llamar al FBI como hiciste la otra

vez. Esto también es muy gordo.

—Bueno, no nos precipitemos que no tenemos pruebas.

Sería cabrito. —Voy para allá.

—Naia no…

Colgó sonriendo de oreja a oreja. En cuanto se abrieron las puertas

allí estaba. —Mi amor, qué sorpresa—dijo él sonriendo antes de abrazarla.

—Menudo recibimiento.

—Sígueme la corriente. —Le plantó un beso que casi le funde los

plomos y cuando se apartó sonrió satisfecho antes de coger su mano para


tirar de ella hacia su despacho. —Seguid trabajando. Sheryl entretén a la

cita que está a punto de llegar.

—Sí, señor Remington.

Las tres agacharon la mirada en el acto y en cuanto la metió en el

despacho ella le arreó un tortazo. Asombrado dijo —¿Qué coño haces?

—Eso por lo del beso.

—¡Si te ha encantado!

—Que va —dijo aún sintiendo mariposas en el estómago.

Disimulando le señaló con el dedo—. ¿Ahora por qué no hablamos en serio

de una maldita vez?


—Creo que no te entiendo.

—No te hagas el tonto. No te robaron de esa cuenta que me

enseñaste, Bolton. ¡Esas transacciones las has hecho tú!

Él frunció el ceño. —¿Qué has dicho?

—¿Por qué Sheryl recibe tus mensajes?

—¿Me has pillado? Joder, sí que eres buena. Deberías dedicarte a


esto. —Por su cara de cabreo hizo una mueca y suspiró dándose la vuelta.

—Los recibe para filtrar lo que no quiero leer. Es parte de su trabajo. Tiene

clonada mi tarjeta y si recibo una llamada indeseada o un mail que no me

interesa los deshecha.

Se le cortó el aliento. —¿Cómo has podido dejar en manos de esa

mujer tanta información valiosa?

—Nena, todas las ayudantes hacen eso.

—¿De veras?

—Sí, de veras. ¿Sabes cuántos emails recibo al día? ¡No podría

leerlos todos! ¡Tengo veinte empresas repartidas por todo el país!

Le dieron ganas de estrangularle. No sabía si era porque había

confiado tanto en esa mujer o porque se la había llevado de vacaciones y la


odiaba a muerte. —¿A dónde desvías el dinero?

—Nena…
—¿A dónde?

—A una cuenta de mi abuela. Está en una residencia y son parte de

sus beneficios de la empresa.

—¿Un millón al mes? —preguntó asombrada—. ¿Tienes una abuela

y no me has dicho nada?

Él se sentó en la esquina de su escritorio y sonrió. —Le vas a

encantar.

—No pienso conocerla, mentiroso de…

—Ah, ah… Nena, guarda las formas.

—Capullo —siseó. Se acercó a él—. Te aconsejo que revises su

cuenta, cielito. Porque es a ella a la que están robando.

—Nena, me lo inventé todo para que te aproximaras un poco.

Estabas muy rebelde.

—Pues le están robando de verdad. Se reúnen en la cafetería del

final de la calle.

Bolton se tensó. —¿Qué has dicho?

Dejó el sobre a su lado. —Y creo que este tío desvía el dinero a

Liechtenstein y encima carga los viajes a la cuenta de la empresa.

Cogió las facturas y las revisó. —¿Quién coño es este?


Sonrió radiante. —Apuesto lo que quieras a que es amante de tu

querida ayudante. ¡Pero claro, se lo has puesto muy fácil dándole toda la

información de tu vida a una desconocida que sabe más de ti que la mujer

con la que compartías cama!

Bolton sin hacerle ni caso rodeó el escritorio y se puso ante el

ordenador tecleando a toda prisa.

—Robert no vino a verte por lo del dinero, ¿no? —preguntó

mirándose las uñas—. Debí impresionarle mucho.

La fulminó con la mirada. —Ya le he dejado las cosas muy claras.

—Qué pena, es muy mono.

—Nena, no me cabrees. —Volvió a mirar la pantalla y juró por lo

bajo. —¡Esos cabrones la han dejado casi a cero!

Se acercó a toda prisa. —¿Y cuánto había?

—Unos veinte millones. Han hecho tres transferencias en los tres

últimos meses. La primera casi del total y después dos de casi un millón de

dólares cada una con el dinero que iba llegando a la cuenta.

—El que transferías tú.

Se levantó llevándose las manos a la cabeza. —Mierda…

—Es evidente que la abuela no mira sus cuentas.


—Siempre se lo hemos llevado todo nosotros. Seguro que ni sabe

cuánto posee. Cuando tiene demasiado dinero se lo invertimos en acciones

seguras.

—¿Cuando tiene demasiado dinero? ¡Trescientos mil ya es una

fortuna!

—¿Quieres dejar de pensar como una camarera, preciosa? ¡Esta

empresa mueve tres billones al año! —Se quedó sin color en la cara y

Bolton preocupado la cogió del brazo. —Nena, ¿te encuentras mal? Ven,

siéntate.

—¿Qué has dicho?

—He dicho mover. No son los beneficios —dijo a toda prisa—. Yo

gano mucho menos.

—¿De veras?

—Claro.

—¿Más que tu abuela?

—Qué va…—dijo mintiendo como un bellaco.

—¡No sabes mentir! —le gritó a la cara.

Bolton sonrió. —Te das cuenta de que aunque te he mentido has

encontrado un desfalco igualmente. Eres increíble para atraer líos.

Frunció el ceño. —Es lista.


—Sí, no lo hubiera descubierto hasta la reunión con los accionistas.

Ahí ingresaríamos más dinero en esa cuenta e invertiríamos parte de los

beneficios como hacemos siempre. —Se enderezó poniendo los brazos en

jarras. —Como se entere la abuela me capa.

—Y con razón.

—Nena, no necesito que hurgues en la herida. ¿Y ahora qué

hacemos?

Le miró asombrada. —Llama al FBI o a quien sea.

—¿Y que se entere mi abuela? Tú no la conoces.

—¿Esta es otra táctica para que me quede a tu lado como una


estúpida y te ayude a resolver el problema?

—¿Funciona?

—¡No! —Furiosa fue hasta la salida, pero cuando iba a abrir él cerró
aprisionándola con su cuerpo contra la puerta. —Déjame Bolton.

—No puedo olvidarte. Sé que no soy bueno para ti, que soy un

egoísta que nunca te tiene en cuenta, pero no puedo olvidarte.

Se le hizo un nudo en la garganta. —No puedo seguir así. Tienes

que dejarlo.

—¿No acabas de oír lo que te he dicho?


Puso los ojos en blanco antes de dejar caer su frente contra la puerta.
Bolton sonrió y la abrazó por la cintura. —Todo será distinto.

—No mientas.

Besó su cuello y Naia suspiró de placer cerrando los ojos. —Te echo
de menos, preciosa. —Sus manos subieron hasta sus pechos y se los

acarició por encima de la camiseta. —Me vuelves loco.

—No quiero casarme.

Él se detuvo en seco y durante unos segundos ninguno de los dos se

movió hasta que él reaccionó y le dio la vuelta de golpe. —¿Cómo te has


enterado?

—En tu empresa hay muchos cotillas. En la cafetería me dijeron lo

del anillo.

—¡Mierda! —Se apartó furioso. —¡Me han jodido la sorpresa!

—Sí que hubiera sido una sorpresa, sí. —Hizo una mueca. —
Aunque habría dicho que no.

Sonrió incrédulo. —No habrías dicho que no.

—Sí.

—¡No!

—¡No voy a casarme contigo! ¡Ahora tienes muy buenas

intenciones que no sé cuánto te durarán y antes de que me dé cuenta estaré


vegetando de nuevo en ese apartamento esperando que me llames!

—No me diste pistas —dijo furioso.

—¿Cómo?

—¡Pistas, señales, algo! ¡No enviaste ninguna de que no estabas a


gusto con esta relación! ¡Cuando llegaba todo eran sonrisas e intentos de
seducirme!

Jadeó indignada. —¡Porque quería que estuvieras a gusto a mi lado

a ver si así te veía más el pelo!

—¿Ves? No me diste ninguna pista. De repente todo era drama y me


pilló por sorpresa. Así que la culpa también es tuya. —Naia cabreadísima
entrecerró los ojos abriendo la puerta. —Nena… Ni se te ocurra.

Salió cerrando de un portazo y él gruñó. —Mujeres.

Un golpe que hasta hizo retumbar la pared y tiró un cuadro de su

despacho le sobresaltó y abrió la puerta a toda prisa para encontrarse a Naia


en el suelo ante la puerta de cristal que tenía una raja enorme en el centro

como si estuviera a punto de romperse. —¿Naia? —Corrió hacia ella que le


miró asombrada con la nariz llena de sangre. —Nena, ¿estás bien?

—No había pegatina —dijo atónita—. No la había, ¿no? ¡Cómo voy


a esquivarla si no hay pegatina! —Se echó a llorar. —Me he roto la nariz.

—Tranquila, preciosa. No pasa nada.


—No me quedará igual.

—Claro que sí. Contrataré a quien haga falta. —Fulminó a sus


secretarias. —¿Qué hacéis ahí de pie? ¡Llamad a emergencias!

—Nunca me libraré de ello —dijo quejumbrosa.

—No hablas de mí, ¿no? —preguntó preocupado.

—¡Tengo muy mala suerte!

—Preciosa, creo que necesitas un Valium. Estás algo alterada.

—Y yo que pensaba que se me había quitado con lo del bebé, pero


no, aquí sigue.

—La naturaleza es muy sabia y tenía que ser así. Tu caída no tuvo

nada que ver.

Le miró a los ojos. —¿Tú crees?

Él sonrió acariciando su mejilla. —Estoy seguro.

Se abrazó a él con fuerza y Bolton acarició su espalda. —Siento no

haber estado contigo, pero eso no volverá a pasar, preciosa. Te lo juro por
mi vida.

 
—No es nada —dijo el doctor Madison después de reconocerla—.

Tendrá que llevar ese apósito unos días y después deberá tener cuidado de
no pegarse otro golpe durante un tiempo. Si todo va bien quedará como

nueva.

—¿Seguro? Mire que mi novia es propensa a los accidentes y le he


prometido que le quedaría igual.

El doctor sonrió. —¿Propensa a los accidentes? —Su padre, Bolton

y ella que estaba sentada en la cama asintieron con vehemencia. —No será
para tanto.

Su padre suspiró. —Si yo le contara…

—A ver si va a ser un problema de equilibrio.

—No creo que sea eso, doctor… Porque simplemente no vio la

puerta de cristal.

—Un problema de vista.

—¿Cree que estoy cegata? Oiga, que veo perfectamente.

—A ver si va a ser eso —dijo Bolton—. Nena, lo tuyo no es normal.

Frunció el ceño. —La tele la hiciste tú. Lo pone en la pegatina del

soporte.

Todos miraron hacia el televisor y tuvieron que acercarse para ver lo


que ponía la pegatina. Los tres carraspearon. —Pues sí, la he hecho yo.
—Veo bien. Solo es mala suerte.

—¿Mala suerte? —El doctor no salía de su asombro. —Vamos a ver,

¿cuántos consideran ustedes que son muchos accidentes?

—Desde que la conozco la han atropellado, se ha caído por el hueco


de una escalera donde afortunadamente no le pasó nada, se ha caído en la

ducha y ahora esto. Eso sin contar los incidentes sin peligro de por medio
como las dos detenciones o que al salir de casa se topó con un ladrón que

estaba robando a una vecina. Por eso puse la alarma y por eso la detuvieron
en una de esas ocasiones. Porque se me olvidó llamarla y los de servicio de

alarmas llamaron a la policía al no poder localizarme.

—¿Ves cómo eso fue culpa tuya?

—Pero fuiste tú la que acabó en comisaría. —Miró al doctor. —Y

eso en menos de quince meses. Doctor, eso no es normal.

El doctor se pasó la mano por la barbilla. —Qué caso tan curioso.

—A ver si ahora voy a ser objeto de estudio.

—Un amigo mío es psiquiatra y muy bueno, debo decir. Quizás

deberían hablar con él.

—¿Cree que lo hago a propósito? —preguntó pasmada—. ¡El alta,


que me largo de aquí! ¡Papá que estos me ingresan!

—Enseguida nos vamos, hija. Tú vete vistiéndote.


Fue tal la prisa por salir de la cama que se le enganchó el tobillo en
la sábana y acabó espatarrada en el suelo. —¡Naia! —Bolton se agachó a su

lado. —¿Estás bien?

Ella gimió levantando la mano. —Creo que me he roto un dedo.

—Iré llamando a mi amigo mientras le hacen una radiografía —dijo


el doctor como si fuera un caso perdido.

Asustada miró a Bolton a los ojos. —Yo no estoy loca.

—Claro que no. —La cogió en brazos para tumbarla en la cama. —


Pero por visitarle no perdemos nada. Además, los psiquiatras son muy

buenos para desahogarse. Y con el novio que tienes tendrás que desahogarte
mucho. —La besó suavemente en los labios intentando no tocar la nariz y

Naia sonrió. —Así me gusta, nena. Tú no pierdas la sonrisa.

—No has llamado a la policía.

—Mientras estaban colocándote eso he llamado a Robert. Está


intentando averiguar cuándo y cómo se sacó el dinero.

—¿Recuerdas esa que se llevó de crucero, papá? Pues esa bruja

robaba a su abuela.

—¿Qué te puedes esperar de una mujer que se mete en una relación

tan feliz como la vuestra? —dijo con ironía.

—Nena, no le gusto —dijo por lo bajo.


—Ya. Es que me quiere mucho, pero tú tienes una piel muy dura y
soportarás sus pullas.

Bolton sonrió. —Claro que sí, nena. Porque tú seas feliz soportaré lo
que haga falta.

—Cariño… No te pases que no me he quedado tonta con el golpe. Y

estás a prueba.

—Eso hija. Que este pijo no se crea que puede hacer contigo lo que
le dé la gana. ¡Yo besaba el suelo que pisaba mi esposa! ¡Jamás discutimos
en veintidós años!

—La quería mucho.

 —¿Insinúas que yo no te quiero?

Se le cortó el aliento. —¿Me quieres?

Miró de reojo a tu padre. —Lo hablaremos luego. —Ella chasqueó


la lengua y Bolton apretó los labios. —No te lo voy a decir delante de tu
padre.

—Eso es porque no me quieres, si fuera así te daría igual que


estuviera mi padre o tu madre…

—Tú tampoco me lo habías dicho nunca hasta que cortaste


conmigo.
Decepcionada le miró a los ojos. —Sí que te lo había dicho, Bolton.
Muchísimas veces, pero esperaba a que te durmieras porque sabía que no te

lo tomarías bien. Era evidente que querías mantenerme alejada.

—No era eso, nena…

Se miraron a los ojos y él suspiró sentándose a su lado. —Claro que


te quiero. —Los ojos de Naia se llenaron de lágrimas de la alegría. —Desde
que te conocí no has salido de mis pensamientos, incluso cuando creía que
eras una periodista o espía…. ¿Por qué crees que bajé a ese sótano en
cuanto llamaste a pesar de que creía que eras una aprovechada que quería

sacarme información? Me moría por verte. Por saber lo que tenías que
decirme. Por eso en cuanto descubrí que no tenías nada que ver porque te
empeñabas en pegar aquellos papelitos me alegré tanto. Ahí supe que no
podía dejarte escapar. Sabía que te gustaba, nunca lo has disimulado, así

que te propuse que fueras mi amante y lo de la beca porque te quería solo


para mí. Pero he sido un egoísta y te prometo que todo va a cambiar.

—¿De veras? ¿No me propusiste lo de la beca porque no querías


que tu amante trabajara para ti?

—Bueno, eso también. Los cotilleos serían…

Ella entrecerró los ojos. —Si estudio una carrera es porque quiero
trabajar.
—Y lo entiendo perfectamente. —Como le miraba fijamente

carraspeó. —Nena todavía te queda mucha carrera por delante.

—Pero tendré trabajo cuando termine, ¿no?

—Sí, por supuesto.

—Hija, lo dice con la boca chica.

—Suegro no se meta —dijo entre dientes.

—La niña quiere trabajar.

—Y lo hará.

Le miraron con desconfianza y nervioso se pasó la mano por el


cabello. —La empresa es peligrosa, nena…

—¿Tienes miedo de que me pase algo? Hoy he estado allí y si no


fuera por lo de la nariz… ¡Es que faltaban las pegatinas, ya te lo he dicho!

—¡Y ha intentado ligarte mi hermano!

Dejó caer la mandíbula del asombro y su padre dijo —Uy, uy… con

este.

—En la universidad también hay hombres, ¿sabes?

—No me lo recuerdes—siseó—. ¡Por qué crees que no te

preguntaba por tus estudios! ¡Para no saber con quién andabas! ¡Y te juro
que me moría por saberlo!
—No lo entiendo.

—¡No me entiendo ni yo! —Se volvió llevándose las manos a la

cabeza.

Observando su espalda tensa y su perfil que mostraba que estaba


desesperado porque volviera a su lado, su corazón se calentó y loca de la
alegría dijo—Sí, quiero.

Él se volvió de golpe. —¿Qué has dicho?

—Hija piénsatelo, que le veo un poco verde en esto de las relaciones


con las mujeres.

Naia sonrió. —Le quiero, papá. Es el hombre de mi vida. Y


cambiará por mí, ¿verdad?

Se acercó de inmediato y cogió su mano. —Claro que sí, preciosa.


Ahora será muy distinto.

Sean gruñó cruzándose de brazos y Naia soltó una risita. —Está

algo celoso porque nunca le he presentado a un novio, pero se le pasará.

Bolton besó su mano y ella gimió de dolor. —Uy, perdona. No me

acordaba. ¿Dónde coño están para hacerte esa radiografía? —Salió como
una tromba y se puso a pegar gritos.

Sean levantó una ceja y Naia se sonrojó. —Está acostumbrado a que


se hagan las cosas cuando lo ordena.
—Hija, yo esto no lo veo…

—Todo el mundo merece otra oportunidad.

—Y se la vas a dar.

—No, papá. Me la voy a dar a mí. Quiero ser feliz y lo soy cuando

está conmigo. Nunca he sido más feliz que a su lado.

Su padre asintió. —Pues te apoyaré en lo que haga falta.

Emocionada estiró la mano sana y él se la cogió. —Gracias por estar

siempre de mi parte.

—Y lo estaré siempre, mi niña preciosa.

 
 

Capítulo 7
 

Movió el vaso agitando su gin-tonic y Robert se echó a reír a


carcajadas. Bolton le fulminó con la mirada. —Perdona hermano… Pero no

puedo imaginarte como el novio enamorado.

—Muy gracioso. —Gruñó antes de beber el resto del contenido de

su copa. Dejó el vaso sobre la mesa y le hizo un gesto al camarero que se


acercó de inmediato. —Otra ronda.

—Enseguida, señor Remington.

Robert seguía riendo. —¿Y se lo tragó?

Suspiró colocándose las solapas del traje. —Por supuesto, está

enamorada. Si le hubiera dicho que el cielo era rosa se lo hubiera creído sin

dudar.

—Has estado a punto de perderla. Cuidado, hermano…


—Eso no va a volver a pasar. Me confié, eso es todo. En cuanto la

deje embarazada de nuevo, se le olvidarán todas esas tonterías y se centrará

en el niño y su carrera.

—Has corrido un riesgo enorme al dejar que pasara por la empresa

para descubrir a ese supuesto ladrón. Oliver no sabía nada de lo que estaba

ocurriendo y podía haberse ido de la lengua.

—Afortunadamente no ha sido así. Además, algo tenía que hacer. Se

negaba a coger mis llamadas. Tenía que verme en peligro de alguna manera

para que reaccionara y había visto de primera mano cómo detenían al

antiguo presidente de su empresa. —Hizo una mueca. —En cuanto le dije a


Naia que necesitaba ayuda llegó al rescate y todo ha salido de perlas, ¿no?

Y descubrió al ladrón. Así se quedó a gusto y no quedé tan mal cuando


descubrió que le había mentido. Ella lo vio como que estaba desesperado

porque regresara a mi lado. Y lo estaba —dijo divertido—. Vaya si lo

estaba. Ya me subía por las paredes pensando en todo lo que había perdido.

Se echó a reír. —¿No es increíble? Tu secretaria le robaba a la

abuela. A ver si termina descubriéndote… Ya ha descubierto dos robos, no

debe tener un pelo de tonta.

—Es muy inteligente pero no volverá por la empresa. Aún le quedan

tres años para terminar la carrera. Más que suficiente para solucionar el

problema. Tengo tiempo para pensar en algo.


El camarero les sirvió sus copas y en cuanto se alejó Robert le miró

a los ojos muy serio. —Siempre he confiado en ti, pero esto no termina de

convencerme.

—¿Qué querías que hiciera? La quinta esposa de papá amenazaba

con llevarnos a juicio para quitarnos parte de la empresa porque el muy

idiota no hizo contrato prematrimonial como ha hecho siempre. Ya oíste a

los abogados, tenía muchas posibilidades de ganar —dijo furioso—.

Debería matarle por poner en riesgo algo por lo que hemos trabajado tanto.

Tenía que hacer algo y cuando la vi tan inocente queriendo pegar aquellos
folios me vino la idea. Es una mujer que no tiene ninguna maldad. Es

transparente. Era perfecta para hacerla dueña de nuestras acciones y que esa

zorra no pudiera reclamarlas.

—Pero desconfiaste de ella al principio.

—No me podía creer que aún hubiera gente como ella por el mundo.
Tenías que ver cómo me comía con los ojos. Era como llevar en la frente un

cartel luminoso que decía que se moría porque la quisiera y me hizo gracia.

Me gustó, debo reconocerlo. Me intrigaba y quise conocerla. Pero cuando

preguntó por ti… Ahí me mosqueé debo admitirlo y ella lo tomó como que

tú y yo nos llevábamos mal. Hacía demasiadas preguntas, sobre todo a

punto de cerrar la absorción.


—Todavía no me puedo creer que firmara los papeles del alquiler de

la casa sin mirarlos siquiera.

—Confía en mí. Y en aquel momento todavía más. Fue más fácil

que quitarle un caramelo a un niño. Si esa zorra y papá no llegan a un

acuerdo, se divorciarán en un año como mucho y entonces haré que Naia

firme otro papelito cediéndome la empresa de nuevo. Será fácil.

—Eso si no la cagas.

Bebió de su copa y apretó los labios saboreando el contenido. —Eso


no pasará. Además, la posibilidad de que me deje de nuevo se desvanecerá

totalmente en cuanto la deje en estado.

—¿Por qué llegar tan lejos, hermano?

Le miró fríamente a los ojos. —Necesito un heredero y ya que tengo

que pasar por esto, me lo dará ella.  Así no perderemos el tiempo del todo.
Nos casaremos, no tengo otra opción si quiero tenerla contenta e ilusionada

después de estropearlo tanto. Y no me disgusta la idea porque tendremos un

mocoso o dos y de momento es una amante ardiente y dispuesta. Cuando lo

considere oportuno o se ponga muy pesada, pediré el divorcio. Y será

limpio y rápido porque yo sí voy a hacer contrato prematrimonial.

—Cuidado hermano... Ahora es ella la que posee una fortuna y

debes tener en cuenta su mala suerte.


—Tranquilo, ya están trabajando en ello en el contrato

prematrimonial. Oliver se encargará de que cuando se efectúe el divorcio

todo quede como debe estar. Lo pondrá en un lenguaje que no lo descifraría

ni el presidente del Tribunal Supremo. Pero por supuesto eso no sucederá

hasta después de que me ceda las acciones de nuevo. —Apretó los labios.

—Y si su mala suerte la lleva a la muerte o me la deja tonta antes del

divorcio, las acciones volverán a nuestras manos de inmediato. Yo nunca

perderé el control de la empresa pase lo que pase.

—Joder, a veces me das miedo.

—Como si tú no pensaras igual que yo.

—¿Y si la zorra nos denuncia por haberle regalado las acciones a tu

prometida?

Sonrió malicioso. —Ya oíste al abogado de papá y a Oliver. Yo soy

como presidente, el que tomo las decisiones sobre las acciones de la

familia. Si hubiera cogido solo las de padre hubiera sido un delito al

intentar ocultar el patrimonio de ese matrimonio, pero al cogerlas todas y

cederlas a otra persona no estoy beneficiando solo a padre. Es una decisión

empresarial que nos beneficiaría o nos perjudicaría a todos. Además, aún

eran nuestras para hacer con ellas lo que nos viniera en gana. Y puesto que

no había firmado ningún divorcio, no puede reclamar nada excepto lo que

hay en las cuentas de papá. Será lo que saque que ya es mucho según mi
punto de vista. Demasiado por cinco años de matrimonio y dos renacuajos.

—Furioso apretó los labios. —Será gilipollas.

Robert sonrió irónico antes de beber. —¿A quién habremos salido?

—Al abuelo. Menos mal que nos legó ese poder notarial para

decidir sobre el total de las acciones de la familia antes de dejarnos al

mando. Es evidente que sabía que padre no iba a ser capaz de llevar el

timón. —Bebió de su copa.

—Por supuesto que no. Ya había tenido tres esposas y cinco hijos.

Nunca se centró en la empresa. Le va más tomar el sol en California y hacer

fiestas. —Su hermano apretó los labios. —Joder, cómo echo de menos al

viejo.

Bolton le miró a los ojos. —¿Crees que estaría de acuerdo con lo

que he hecho?

—Con tal de dejar intacta la empresa hubiera negociado con el

diablo, ya le conocías —dijo antes de echarse a reír.

Sonrió mirando el líquido de su vaso. —Sí, el abuelo no tenía

escrúpulos.

—Como tú, hermano. —Acercó su vaso. —Por tu futura esposa.

—Por la próxima señora Remington —dijo satisfecho antes de

chocar su vaso.
 

Naia se sentó en el wáter y al ver sus braguitas frunció el ceño.

¿Cuándo le tocaba el periodo? Se limpió con el papel higiénico y pensando


en ello tiró de la cadena. Salió del baño cogiendo la bata de seda que su

marido le había regalado cuando habían estado en Italia por la luna de miel

y fue hasta la cocina donde Bolton estaba desayunando mientras leía la

prensa. —Buenos días, amor —dijo medio dormida acercándose para darle
un beso en los labios.

Él frunció el ceño. —¿Te encuentras mal? No tienes buena cara.

—El viaje no ha debido sentarme bien. No he pegado ojo hasta muy


tarde.

—Eso es el jet lag. Hoy no duermas siesta, nena. Intenta aguantar.


Así te adaptas más rápido.

—Sí, ya me lo dijiste en Venecia. —Fue hasta la nevera y la abrió

para sacar el zumo. Recordó la píldora y se volvió para abrir el cajón donde
las había metido la tarde anterior para tomarlas en el desayuno. Al ver el

círculo y las pastillas que faltaban se le cortó el aliento porque ya estaba


tomando las que estaban sobre el color rosa, lo que significaba que tenía
que haberle bajado ya la regla. ¿Qué raro? Desde que las tomaba con ese
método no había tenido más desarreglos.

—¿Ocurre algo? Llevas mirando eso demasiado tiempo. ¿No te la


tomas?

—Tengo que ir al ginecólogo. —Le miró angustiada. —Creo que he

hecho algo mal.

Dobló el periódico mirándola fijamente. —¿Algo mal? Es una al


día, ¿no?

—Sí, pero con el cambio de horario he debido hacer algo mal


porque no me ha bajado el periodo.

Bolton sonrió. —Nena, no pasa nada. Será un retraso.

—¿Eso crees?

—Claro que sí. Te habrá afectado el viaje más de lo que piensas.

Sí, debía ser eso. Sonrió. —Tienes razón. No nos va a pasar dos
veces tomando la píldora. Sería muy raro.

—Sí que lo sería. —Rio por lo bajo. —Aunque contigo nunca se

sabe. —Miró su reloj y juró antes de levantarse. —Tengo que irme. —Se
acercó y la besó en los labios. —Que tengas un buen día.

—Lo tendré.
Él le guiñó un ojo antes de sacar su móvil y ponérselo al oído. —
¿Roy? Ya bajo.

Salió de la cocina observándole y suspiró apoyándose en el marco

mientras cogía su maletín. Cuando se volvió para abrir la puerta le guiñó un


ojo antes de salir de su ático en la Quinta Avenida. Miró a su alrededor.

Solo llevaba viviendo allí tres meses, pero ya la sentía su casa. Era increíble
lo rápido que se había acostumbrado a su nueva vida.

—Señora, ¿le sirvo el desayuno?

Se volvió para ver a Carmen ante ella. —Oh, solo un poco de fruta.
No me encuentro muy bien.

—Entendido, señora.

Le hubiera gustado que la tuteara, pero Bolton le había dicho que


debía guardar un poco las distancias con el servicio para que no pasara lo

mismo que con la señora Morton, que se creía con el derecho de meter las
narices en todo. Y había seguido su consejo porque no quería provocar una

discusión cuando todo era perfecto. Desde que habían vuelto Bolton no
podía estar más atento con ella y la luna de miel había sido perfecta. Le

había mostrado sus lugares favoritos de Italia y lo habían pasado tan bien
que le había prometido que en cuanto se lo permitiera el trabajo irían a

Francia. Sonriendo entró en la cocina y se sentó a la mesa. Cruzó las


piernas y cogió un periódico mientras la mujer le servía el zumo. —Sus

píldoras, señora.

—Oh, sí. Ya se me olvidaba. —Sacó una del envase y se la metió en

la boca antes de beber del zumo.

—Qué rueda más curiosa.

—La compré en la farmacia. Saco las píldoras del blíster y las


pongo aquí por orden. Los colores me dicen cuando debo tener el periodo.

Me lo aconsejó el ginecólogo. La marca que me había recetado no ponía en


un color distinto las que eran placebos y varias veces me confundí al darle

la vuelta al blíster. Aunque luego me cambió la marca seguí con la cajita


porque es más visual.

—Me compraré una.

Sonrió antes de beber de su zumo.

—¿Va a ir hoy a la universidad?

—No, estoy cansada. Empezaré mañana.

—Oh, la señora Remington ha llamado. Dice que vendrá a cenar.

—¿Mi suegra viene a cenar?

—Eso ha dicho.

Rayos. Cuando la había conocido el día de la boda en el juzgado no


parecía muy contenta por la novia que había conseguido su precioso hijo.
De hecho la vio discutir varias veces con Bolton a lo largo de la comida que

celebraron en un restaurante de lujo. Eran los más allegados, pero había


sido la boda perfecta. Excepto por la actitud de su suegra que no dejaba de

mirarla como si algo oliera muy mal. Todos los demás, incluso la abuela,
parecían encantados con el enlace. Pero ella no. Era evidente que no la

aprobaba. Tendría que preguntarle a su padre si le había dicho algo en el


trabajo. Sonrió maliciosa. De hecho también lo invitaría a cenar, necesitaba

refuerzos si su suegra venía con ganas de guerra. —La cena que sea para
cuatro, Carmen.

—Sí, señora.

Pasó la hoja del periódico mientras Carmen le ponía un cuenco


enorme de fruta ante ella, pero Naia lo apartó para leer la noticia que

hablaba de ERT y de su subida en bolsa.

—Señora, ¿puedo pedirle algo?

—Ajá…

—Mi hermano se ha doctorado, ¿sabe?

Eso llamó su atención. —¿En qué?

—En medicina. En mi país y ha sacado muy buenas notas. Estamos

muy orgullosos. Es el primero de la familia que ha estudiado hasta el final.

Sonrió. —Me alegro mucho por vosotros.


—Lo sé. Como no tiene que empezar a trabajar hasta dentro de dos
meses, le he invitado a pasar unos días en mi casa hasta que tenga que irse.

—Se acercó y susurró —Y si puede encontrar trabajo aquí mejor.

—¿No tiene que convalidar sus estudios para eso?

—Eso también lo vamos a averiguar.

—¿Y qué quieres de mí, Carmen?

—Me preguntaba si mañana podría cogerme el día para ir con él a


inmigración. Llega esta tarde, pero no queremos perder el tiempo. Estos

trámites son muy engorrosos. —Se apretó las manos como si temiera que la
fueran a echar por eso.

—Claro que sí. De hecho, puedes cogerte todos los días que quieras.

Sus preciosos ojos castaños brillaron de la alegría. —¿De veras? ¿El

señor no se molestará?

—¿Sabes lo que vas a hacer? Vas a coger tu bolso y te vas a ir a casa

para darle a tu hermano el recibimiento que se merece.

—Oh, no señora… La cena.

—Sé cocinar, ¿sabes? —dijo divertida.

Se sonrojó ligeramente. —Seguro que sí, pero habrá que servir. No


puede hacerlo todo.
—No tengo otra cosa que hacer en todo el día. Venga, vete. Ya verás
la alegría que se lleva cuando te vea en el aeropuerto.

—Gracias, gracias. —Salió casi corriendo y Naia sonrió mirando de

nuevo el periódico. Al ver el nombre de la empresa hizo una mueca.


Esperaba que a su suegra le gustaran los macarrones con queso.

Queriendo ser original puso una receta en la Tablet y la siguió a


rajatabla. Los grumos de la vichyssoise indicaban que no le había salido del

todo bien, así que como todavía tenía tiempo cambió de receta. Los
escalopines con queso roquefort le quedaron de miedo. Literalmente porque

se le oscurecieron demasiado y el queso olía algo a quemado. Juró por lo


bajo porque precisamente ese día no necesitaba hacer una chapuza con la

cena. ¡No lo entendía, si a ella eso se le daba bien! Bah, era un queso muy
fuerte seguro que no se notaba. Preparó la ensalada y después de dejar los
escalopines en el horno al mínimo para que no se enfriaran fue a ducharse.
Estaba enjabonándose el cabello cuando escuchó un pitido. Entrecerró los

ojos. ¿Qué sería eso? El teléfono no. Se aclaró lo más rápido que pudo y
cuando salió de la enorme ducha cogió una de las toallas beiges rodeando
su cuerpo con ella. El pitido era de lo más insistente y mojando el suelo
salió a la habitación. —Cariño, ¿estás en casa? —Entonces se dio cuenta.
Era la alarma de la entrada.

Corrió hacia allí, pero la puerta estaba cerrada y la alarma parecía


estar bien. Se volvió mirando hacia la cocina y vio el humo que salía bajo la

puerta. —¡No, no! —Fue hacia allí y al empujar la puerta una bola de humo
la rodeó haciéndola toser. Al ver las llamas en la cocina sobre la sartén que
había utilizado para hacer la salsa roquefort se quitó la toalla y abriéndola
todo lo que podía la tiró encima del fuego. Las llamas se redujeron y corrió

fuera de la cocina para ir al baño de invitados y coger varias más. Al pasar


por el salón ni se fijó que se abría la puerta principal ni que Robert y Bolton
entraban en casa mientras volvía a gritar —¡No, no!

Robert carraspeó. —Buena presa, hermano. Está… muy bien.

—¡Llama a los bomberos! —Corrió hacia la cocina para ver como


Naia tiraba las toallas que había empapado de agua sobre el fuego. —
¡Nena, apártate! ¡Te vas a quemar!

Tiró la última toalla y el fuego se extinguió. Asustada por su

reacción se volvió con cara de susto para ver que su marido estaba a punto
de soltar cuatro gritos. —Creí que la había apagado. Lo siento.

Él furioso se quitó la chaqueta. —¡Cómo se te ocurre! —Se acercó y


le puso la chaqueta por encima. —¡Tendrías que haber llamado a los
bomberos! —le gritó a la cara.

—No lo pensé mucho.

Él cogió sus manos mirando sus brazos. —¿Estás bien? ¿Te has
quemado?

—No cielo, no me he quemado, pero mira qué desastre. —Vio un


movimiento en la puerta y se sonrojó dándose la vuelta para ponerse la

chaqueta por los brazos a toda prisa. Y mientras se la abrochaba dijo


exageradamente —Robert, qué sorpresa.

—La sorpresa me la he llevado yo, te lo aseguro —dijo intentando


retener la risa.

—Bah, ha sido un sustito nada más.

—¿Un sustito? —gritó su marido hecho un basilisco—. ¿Sabes lo


que podía haber pasado? ¡Porque es evidente que te estabas duchando!

—Lo sé… —Se abrazó a él. —No te preocupes que ya ha pasado.


¿Tenemos seguro?

—Claro que tenemos seguro. —La abrazó a él y Naia sonrió antes


de besarle en el cuello. —Joder, nena…

—Lo siento.

El click del horno le tensó y ambos miraron hacia allí. —También se

ha quemado lo del horno.


—No, es que era así. —Se apartó roja como un tomate. —Mejor

pedimos algo de cena.

—Sí, será lo mejor.

—¿Alguien puede apagar ese maldito pitido? —preguntó Robert.

—Oh, sí. Abrió la puerta del cuarto de la limpieza y sacó la escoba

acercándose al aparato y dándole un golpe seco con el extremo del palo. El


sonido se amortiguó y volvió a golpearlo hasta que se paró del todo.

Sonrió a su marido que levantó una ceja. —Nena, tenía un botón de


apagado.

—¿De veras?

Robert se echó a reír a carcajadas. —Hermano, con ella te lo vas a


pasar genial.

—Sírvete lo que quieras —dijo cogiendo del brazo a su mujer y


tirando de ella para sacarla de la cocina—. ¡Pero antes revisa que todo esté
apagado!

—Cariño ya lo he mirado yo.

—¿No me digas?

—¡Oye, que estabas avisado!

Cuando la metió en la habitación cerró de un portazo. Su marido la


soltó y puso las manos en las caderas mirándola fijamente. Arrepentida dijo
—Lo siento, creí que todo estaba bien cuando salí de la cocina, te lo juro.

—Nena, ya oíste al psiquiatra. Debes revisar o pensar dos veces

todo lo que haces. ¿Vas a cruzar? Miras dos veces. ¿Vas a subirte en una
tirolina? ¡Pues lo piensas de nuevo porque no es buena idea!

Suspiró sentándose en la cama. —Creo que eso tampoco funciona,


cielo. Ha debido pasar porque era la primera vez que cocinaba en esa cocina
y no la conocía bien.

—¿Y por qué estás cocinando tú? ¿Dónde está Carmen?

—Su hermano venía hoy de Perú y le di unos días libres.

Asombrado dio un paso hacia ella. —¿Cómo que días libres? Si se


tomó vacaciones en nuestra luna de miel. ¡Estuvo veinte días sin pegar palo
al agua!

—Los necesitaba.

—¡Nena, eres muy blanda!

Hizo una mueca. —Igual no valgo para mandar.

—¡Pues ya mandaré yo! ¡A partir de ahora que me pregunte a mí!


Mira que lista, no me lo preguntó en el desayuno. ¡Fue a preguntártelo a ti!

Cuando la pille…

—Cariño, viene su hermano. Y es médico. Están más orgullosos…


No seas duro con ella, le di permiso.
Gruñó y dijo como si le estuvieran sacando una muela —Muy bien,

pero que no vuelva a pasar.

—¿Lo de la cocina o.…?

—¡Todo!

Sonrió y se levantó acercándose a él. —Venga, hoy te haré la


profesora para que se te quite el enfado. —Se puso de puntillas y le dio un
beso en los labios.

—Nena, necesitas una ducha.

Se abrió la chaqueta y la dejó caer al suelo pegándose a él. —¿No


me digas?

La cogió por la cintura elevándola y Naia se echó a reír. —Es por si


te caes en la ducha. Tengo que estar en todo.

Acarició su cuello. —Menos mal que te tengo a ti.

 
 

Capítulo 8
 

Su suegra sentada frente a ella al lado de Robert apretó los labios


por veinteava vez viendo los envases del restaurante donde habían pedido la

cena. Margaret miró a Bolton que estaba a la cabecera e iba a decir algo
cuando Sean comentó sirviéndose más rosbif —Esto está buenísimo.

—Es un restaurante de primera. —Cogió el cucharon para echarle


más verdura. —Papá come más zanahorias que seguro que ahora que no

estoy yo en casa no las pruebas.

—¿Pero es que antes cocinabas, querida? —preguntó su suegra con


ironía.

—Claro que sí, Margaret. Yo no tenía cocinera como bien sabes —


dijo en el mismo tono antes de meterse una zanahoria en la boca.

—¿Qué tal la abuela? —preguntó Robert a toda prisa.

Naia se lo agradeció con la mirada y miró a los demás que se

encogieron de hombros. —Pues está muy bien. Hoy he ido a verla y estaba
encantada jugando a la petanca. Hasta yo he jugado con sus amigos. No

conocía el juego y lo he hecho fatal. Lo que se han reído.

Bolton la miró asombrado. —¿Has ido a ver a mi abuela?

—Le he llevado el pañuelo que le compramos en Florencia. Y le ha

encantado. Se lo puso de inmediato. —Miró a su suegra. —También te


hemos traído uno a ti, Margaret. Espero que te guste.

—Gracias, aunque no era necesario. Esos souvenirs para turistas no


suelen gustarme.

—No es un souvenir, madre. Está hecho de seda por un artesano que


es un artista muy reputado.

—Si me lo has comprado tú debe ser maravilloso. Para la mayoría

de las cosas tienes un gusto excelente.

La madre que la trajo… Estaba harta de sus pullas. —Pues yo creo

que tiene gusto para todo. —Apoyó los codos sobre la mesa. —Obviamente

la que no tengo gusto soy yo.

—Nena…

—No, hablemos claro de una buena vez. No le gusto y se lo insinúa


a todo el que quiera escucharla. Podría estar años ignorándolo, pero no me

van estos jueguecitos. —Miró los ojos verdes de su suegra. —Yo soy más

de ir de frente. Estoy casada con él, ¿tienes algo que decir, Margaret?
—Pues ya que lo mencionas sí.

—Jefa…—Sean carraspeó incómodo. —Es su vida.

—¿Es su vida? ¡Quiere que hable claro y lo haré! ¡Aunque mi hijo

conoce de sobra lo que pienso, ahora podre decírselo a ella ya que me lo ha

pedido! —La fulminó con la mirada. —Mira, bonita… No sé lo que has

hecho para convencer a mi hijo de este disparate de matrimonio, pero no te

va a salir bien.

—Madre, que metes la pata —dijo Robert intentando que se callara.

—¿No va a salir bien? —preguntó Naia molesta—. ¡Pues de

momento va de perlas!

—¡Eso dices tú, pero lo que yo veo es una cena de segunda en una

casa de primera! ¡Cómo la esposa que mi hijo se ha buscado! ¡Nunca

estarás a su altura!

Bolton apretó los labios y Naia le miró. —¿No vas a decir nada?

—Yo ya conocía su opinión. Le has preguntado y ella te está

contestando lo que tú ya te imaginabas. Nena, ¿crees que ahora debería

meterme?

—¡Creo que deberías defender nuestro matrimonio! ¿O te da igual

lo que piense?
—Es obvio que me da igual porque sino no me hubiera casado

contigo.

Pues también era verdad. Sonrió radiante a su suegra. —Ha dicho.

¿Seguimos con la cena ahora que te has desahogado?

—¡No me he desahogado!

Naia se cruzó de brazos. —¡Pues continúa hasta que te quedes a

gusto y nos dejes vivir en paz!

Jadeó indignada. —¿Acaso no os dejo vivir en paz?

—Puede que a él sí, pero a mí me fastidia esa actitud de pija que

tiene un palo metido por el culo.

Robert se atragantó con el vino intentando reprimir la risa y

Margaret miró a su hijo como si quisiera cargárselo. —Madre, no me mires

así. Con esta cena buscabas precisamente esto.

—¡Es una grosera que no tiene modales!

—Mi hija tiene unos modales buenísimos.

—¡Cómo su padre!

—¿Qué tienes que decir de mi padre? —preguntó ofendida.

—¡Es tan educado que se tira flatulencias en el coche!

Robert se echó a reír a carcajadas y Bolton sonrió sin poder evitarlo.


—¿Acaso tú no te tiras pedos? —preguntó Sean ofendido—. ¡Yo los

he olido!

—Menuda mentira. ¡Soy una señora!

—¡Pues existe un estudio que dice que nos tiramos de media diez

pedos al día!

Margaret se puso roja de furia. —¿Ves cómo no tienes modales? ¡Un

caballero jamás habría dicho eso!

—Y una señora tampoco hubiera sacado este tema y menos en la

cena.

—¿Estás diciendo que no soy una señora?

—Estoy diciendo que en tu guerra con mi hija me has insultado a mí

para quedar por encima. Puede que seas rica, pero eso no te da derecho a

ofender a la gente. Se han casado, yo tampoco estaba de acuerdo porque

creía que él no la amaba de la manera en que se merece. —Bolton se tensó

perdiendo la sonrisa de golpe. —Pero en lugar de incomodarles cada vez

que están cerca, intento llevarme bien con él porque es el hombre que mi

hija ha elegido. ¡Le ama y debo respetarlo! ¡Cómo deberías hacer tú en

lugar de fastidiar y fastidiar hasta que se nos indigestan todas las comidas

en las que estás presente!


Margaret se sonrojó elevando la barbilla y dijo —Muy bien, me

callaré.

Los tres la miraron como si no se lo creyeran y Sean asintió antes de

seguir comiendo. Atónita porque lo dejara estar miró a su marido que

parecía que tampoco se lo creía. Robert carraspeó. —¿Os importa que

cambie de tema?

—No, claro que no —dijo Naia.

—Es que me acabo de dar cuenta de algo que me intriga. Mamá, ¿si

estabas tan molesta con este tema como es que no has despedido a Sean?

—Oh, él no tiene la culpa de esto. —Disimulando cogió su copa de

vino y bebió dos sorbitos antes de limpiarse los labios con la servilleta. —Y

es un chófer estupendo. El mejor que he tenido. Y me ha arreglado la salita.

La ha empapelado con un bonito diseño de flores que no es nada recargado.

Parece hecho por un profesional, ¿sabéis?

Naia dejó caer el tenedor de la impresión y miró a su padre que se

metió el tenedor en la boca con tanto rosbif que podría ahogarse. —¿Papá?

—Uhmm —dijo masticando.

—Así que empapela muy bien —dijo Robert mirando a uno y

después al otro.
—Sí, tiene unas manos… —Al darse cuenta de lo que había dicho

se puso como un tomate.

—Voy a hacer que no he oído eso —dijo Bolton.

Naia jadeó indignada. —¿Y eso por qué?

—Nena…

—Si se gustan no es para tanto.

—Es mi suegro y trabaja para ella. ¿Crees de veras que eso va a

acabar bien cuando acaban de discutir por nuestra causa?

Ignorando lo que había dicho se volvió hacia su padre. —¿A ti te


gusta la estirada? Desde que murió mamá no has salido con nadie. —Sean

le guiñó un ojo con picardía haciéndola sonreír. —¿Y qué tal el sexo? —
Robert se atragantó y empezó a toser con fuerza.

—¡Naia!

Sobresaltada miró a su marido. —¿Qué?

—No se hablan de esas cosas.

—¿Por qué?

—¿No ves que estás avergonzando a mi madre?

Miró a Margaret que estaba como un tomate. —¿Lo hago?

—Esta niña no sabe lo que es el decoro.


—¿No habláis de sexo?

—¡No! —dijeron madre e hijo a la vez con cara de horror como si

fuera algo realmente inconcebible, mientras Robert bebía toda su copa de


vino casi sin aliento mientras intentaba retener la risa.

—Pues papá y yo nos lo contamos todo.

—Bueno hija, eso no es del todo cierto. Estuviste un año con él y

me lo ocultaste.

Apretó los labios porque sabía que eso le había dolido. —Lo siento,

papá.

—No pasa nada.

—¿Pero a que hablar de sexo es normal?

—En nuestra familia sí, pero ellos son distintos. ¿No ves que casi no
se hablan?

Los Remington vieron que se miraban como si les consideraran un


desastre.

—¡Claro que hablo con mis hijos! —dijo Margaret indignada—.

Todos los meses nos vemos para la cena. Bueno con Robert no porque está
la mayoría del tiempo en Londres, pero con Bolton siempre.

—Madre, ¿cuándo fue la última vez que me preguntaste si salía con

alguien? —preguntó Robert.


—¿Sales con alguien? —preguntó con cara de susto.

—Nada serio, madre.

—¡Por eso no te lo pregunto, porque nunca son nada serio! —La


fulminó con la mirada. —Claro que hablo con mis hijos.

Maliciosa sonrió. —Ah, ¿sí?

—¡Sí!

—¿Cuándo te dijo Bolton que estaba conmigo?

Margaret miró de reojo a su hijo que se tensó. —¿Cómo has dicho?

—¿Cuándo? Es una pregunta muy fácil. ¿Cuándo te lo dijo?

—Tú tampoco se lo contaste a tu padre hasta que...

—¿Cuándo, Margaret?

—El día antes de la boda.

Se quedó realmente de piedra porque eso sí que no se lo esperaba.


—¿Qué has dicho?

—¡El día antes de la boda, ya lo he dicho! ¡Por eso me enfadé tanto!

Volvió la vista hacia su marido que tenso dejó el cuchillo sobre el


plato. —¿El día antes de la boda?

—Fue una boda muy rápida.


—¡Estuvimos viviendo aquí dos meses antes de casarnos y en ese

tiempo ya estábamos comprometidos! ¡No fue tan rápida!

—Nena tenías eso en la nariz y no quería que te conociera así.

Después vino el viaje a Hong Kong que tuve que hacer y antes de darme
cuenta llegó la semana de la boda.

—Existen los teléfonos, ¿sabes? ¡No me cuentes historias!

—¡No iba a decirle algo así por teléfono!

Su madre le miró asombrada. —Me lo dijiste por teléfono.

—¿De veras? No lo recordaba. ¿Seguro que fue así? —Su madre


asintió. —Tendría prisa.

De repente Margaret se echó a llorar y se levantó para correr hacia

el baño. Los hermanos la fulminaron con la mirada. —¡No me miréis así!


¡No soy yo la que no habla con su madre! —Furiosa se levantó y fue hasta

su habitación cerrando de un portazo.

Bolton suspiró y Sean movió la cabeza de un lado a otro como si

fueran un desastre.

—Si me disculpáis…

—Hijo…

Su yerno que se estaba levantando se sentó de nuevo mirándole a los


ojos. —Sé que no tenéis la misma relación con vuestros padres a la que yo
tengo con mi niña, pero decir a tu madre antes de la boda que te casas no es

normal, Bolton. No es una actitud lógica y espero que busques una excusa
mejor que lo que acabas de decir aquí, porque empiezo a pensar que mi hija

te importa muy poco, tan poco como para no presentarle a tu familia para
integrarla como deberías haber hecho. Si te hubieras comportado de otro

modo, ¿no crees que Margaret se lo hubiera tomado de otra manera?

—No, suegro. Creo que habría hecho todo lo posible para que no me
casara y esa boda iba a celebrarse con ella o sin ella. Diciéndoselo el día
antes no le di capacidad de reacción. ¿Lo entiendes ahora?

—Lo que me estás diciendo es que te ahorraste dolores de cabeza,


¿no?

—Exactamente. ¿Y si tanto te importaba cómo es que no se lo


dijiste tú cuando trabajas para ella? ¿Por qué te callaste tú, suegro?

—Porque no era mi función decírselo. Lo único que le dije fue que

mi hija se casaba. Imagínate su sorpresa cuando el novio resultaste ser tú.

Bolton apretó los labios y miró a su hermano que le hizo un gesto

para que se fuera. —Yo me encargo de mamá.

Asintió yendo hasta la habitación del fondo del pasillo y al abrir la


puerta se encontró a su mujer de espaldas a él, sentada en el diván de cuero

azul que había ante la ventana. Bolton se sentó a su lado. —Nena, fue lo
mejor que pude hacer. Mi madre hubiera hecho cualquier cosa para que no
nos casáramos.

—Sé que es a lo que estás acostumbrado desde niño, pero no quiero


que te comportes de esa manera con nuestros hijos. Nunca, ¿me has

entendido?

Bolton apretó los labios molesto, pero aun así la abrazó por los
hombros. —Para eso te tengo a ti, para que me pongas en mi sitio.

Le miró a los ojos. —No quiero que nuestra familia sea como lo que

has tenido hasta ahora. Quiero confianza, cariño, respeto y mucho diálogo.
Quiero que mis hijos me cuenten sus ilusiones, sus problemas…

Bolton sonrió de medio lado. —¿Tendré que ir a partidos de béisbol


y esas cosas?

—Sí. Y como te pierdas alguno la vamos a tener.

—Haré que se reorganice la agenda cuando llegue el momento.

—Ellos serán lo primero. Y ahora vete a disculparte con tu madre,


pero antes dame un beso y así te perdonaré por ser tan sensible como un

puercoespín.

Bolton besó sus labios suavemente y Naia disfrutó de él como si


fuera el primero porque fue tan tierno y erótico que fue el mejor beso de su

vida. Él se apartó lentamente y se miraron a los ojos. —Te quiero.


Él sonrió y acarició su mejilla antes de levantarse y salir de la
habitación. Naia frunció el ceño mirando por la ventana. No le había dicho

que la quería desde aquel día en el hospital. Sabía que no era de mostrar sus
sentimientos, pero un te quiero de vez en cuando… Empezaba a sentirse

algo insegura y eso no le pasaba desde que había sido su amante meses
atrás, porque desde que habían vuelto se había sentido tan bien a su lado,

había sido tan perfecto que no había tenido tiempo a tener dudas. Tranquila
Naia, esto ha sido por la discusión. Todo volverá a ser perfecto en cuanto se

te olvide. ¿Cómo se le iba a olvidar? ¿Acaso era tan poco importante como
para no decirle a la mujer que le había parido que iba a casarse con ella? ¿A

quién se le ocurría decirlo el día antes? A nadie que ella conociera. Excepto
su marido, claro.

Suspiró pasándose la mano por la frente cuando llamaron a la


puerta. Al volverse vio a su padre que hizo una mueca entrando en la

habitación. —No te lo tomes así, hija —dijo acercándose.

—¿Cómo me lo voy a tomar sino? ¡No se lo dijo hasta el día antes!


¿Cómo no me dijiste nada?

—No son como nosotros, me di cuenta desde el principio. —Se


sentó a su lado. —Margaret solo les llama cuando quiere algo. Tiene a sus

amigas, el club… —Se encogió de hombros. —No es como tu madre y


ellos no son como tú. Se han criado de otra manera. Son más
independientes, más duros. No puedes culparle porque les criaron así y por
lo que he oído el responsable de eso fue el abuelo.

—¿El abuelo?

—Su padre nunca se encargó de ellos, así que fue su abuelo el que
asumió su crianza cuando su padre formó otra familia. Fueron los nietos

con los que tuvo mayor contacto. Eran su orgullo. El futuro de los
Remington. Y precisamente porque su padre terminó siendo un imbécil con
la educación que le había dado, con ellos fue muy duro y los envió a
estudiar en internados. No quería que se repitiera la historia.

Se le cortó el aliento. —Bolton no me ha dicho nada.

—Nunca han tenido una familia como la tuya donde mamá te


recogía del colegio y pasábamos los fines de semana juntos. Margaret se

dejó llevar y cuando se dio cuenta había perdido a sus hijos. Intentó
arreglarlo con eso de la cena mensual, pero consiguió poco. Cree que le
guardan rencor por no ser una buena madre.

—Lo siento por ella, pero a mí no me los habrían quitado —dijo con
rabia.

—Él era un hombre muy poderoso y Margaret dependía de la


pensión que recibía.
—Eran sus hijos, tenía que haber luchado por ellos. Hizo mal, no la
excuses.

—Lo hecho, hecho está.

Ella miró hacia la ventana. —No me lo ha contado.

—Porque no le da importancia. Se ha criado así y lo ve normal.

—En todo este tiempo no me lo ha contado —susurró—. Sea


normal para él o no, no me lo ha contado. ¿Tú sabías todo de mamá?

—Nunca se sabe todo. Una vez se presentó un antiguo novio suyo


del que yo no sabía nada y venía con un ramo de flores en la mano y una

proposición de matrimonio. —Rio por lo bajo. —Y llevábamos quince años


casados. Luego nos enteramos de que estaba a tratamiento porque se le iba
la cabeza.

—No me lo contaste.

—La discusión fue enorme. A veces no se cuenta todo a los hijos.


Ni los hijos todo a sus padres como hiciste tú. —Ella iba a decir algo, pero

la interrumpió —Y es normal, hija. Está bien tener confianza, pero hay


cosas que deben quedar para uno mismo.

—¿Cómo lo de Margaret? —preguntó mirándole a los ojos.

—Nos gustamos, lo pasamos bien, pero somos de dos mundos


distintos y no terminamos de encajar. No como con tu madre.
—Pues lo siento mucho porque me gustaría que encontraras una

mujer que te haga feliz.

—Y soy feliz. No como antes, pero no está nada mal. Margaret

puede ser muy divertida cuando quiere y tenemos conversaciones de lo más


interesantes cuando no se pone en plan pija rica de Manhattan.

—¿Y cuando lo hace?

—Le doy la espalda y la ignoro. Eso le pone de los nervios —dijo


riendo.

Sonrió porque sí que le veía feliz. —Espero que terminéis encajando


del todo.

—Y yo te deseo lo mismo a ti, cielo. Acabas de casarte y te aseguro


que el primer año es el más peligroso. La convivencia es difícil y más para

un hombre como él. —La advirtió con la mirada. —No digas que sí a todo,
pero tampoco intentes cambiarle de la noche a la mañana porque se
resistirá. Tienes que ser paciente al igual que tiene que serlo él. Y después
de lo de la cocina creo que ha reaccionado bien. Otro hubiera puesto el grito
en el cielo.

—Sé cómo relajarle.

Sean sonrió. —Eso está bien. —La besó en la frente y se levantó. —

Me llevaré a Margaret a casa. Seguro que necesita relajarse también.


Soltó una risita. —A por ella, papá. —Él fue hasta la puerta y Naia

dijo —Te quiero.

—Y yo a ti, mi niña. Que descanses.

 
 

Capítulo 9
 

Tumbada en la cama de costado sabía que Bolton estaba despierto.


Estaba preocupado, siempre que estaba preocupado le costaba dormir. —

Cielo, te he hecho la profesora, deberías estar como un tronco. —Se volvió


girándose para mirarle. —¿Estás preocupado?

La miró a los ojos. —¿Sigues enfadada?

Sonrió. —¿No te duermes por eso?

—No quiero que ocurra lo de la última vez. Si estás enfadada

dímelo ahora antes de estallar.

Acarició su pecho pegándose a él y su mano llegó a sus duros

abdominales. Algún día tendría que darle las gracias a su preparador físico.

Centrándose en su conversación dijo —Si todavía estuviera enfadada no me


hubiera puesto la peluca.

Él acarició su espalda desnuda. —¿Te preocupa lo de nuestros

padres?
—¿A ti sí?

—Bastante.

—Eso no nos afectará. Es problema suyo.

Asintió mirando el techo.

—Lo hablamos después de que se fueran y no parecía que te


preocupara tanto. ¿Qué te preocupa en realidad?

—Nada.

Sintió que no era sincero con ella. —¿De veras?

Apretó los labios. —Me preocupa mi madre.

—¿Por lo que ha ocurrido hoy?

—Cuando estabas en la habitación no dejaba de llorar diciendo que


no había sido una buena madre. Que entendía que la odiáramos. —La miró

a los ojos. —Y no la odiamos. Me jode muchísimo que haya pensado eso.

Encantada porque se abriera con ella se sentó en la cama para

mirarle bien. —Quizás deberíais pasar algo más de tiempo juntos para que

se sienta mejor. Si te importa…

—Me importa. ¿Cómo no va a importarme? Es mi madre.

—Pues deberíais encauzar vuestra relación. Sé que eres muy

independiente, pero a las madres les gusta meter la nariz en nuestras vidas.

Ella lo ha hecho poco por cómo sois y se siente desplazada. Y como ha


protestado por nuestro matrimonio es prueba de ello. Si hubieras hablado

con ella antes no habría reaccionado de manera tan radical. —Hizo una

mueca. —Me habría odiado más suavemente.

Bolton sonrió. —Nadie podría odiarte. Terminarás ganándotela y

tendrás una relación con ella mucho mejor que la mía.

Le guiñó un ojo acariciando su pecho. —Sabrás arreglarlo, ya verás.

Todavía estáis a tiempo.

—¿Echas de menos a tu madre? Seguro que tenías una relación con

ella muy estrecha.

—Se lo contaba todo, como a mi padre. Éramos una familia muy

unida. Siempre me he sentido arropada y querida por encima de todo.

Acarició un mechón de su cabello. —Y quieres que nuestros hijos se

sientan así, ya me lo has dicho.

—No puede ser de otra manera, Bolton. ¿Cómo te hubiera gustado

criarte? ¿Como yo o como lo hiciste tú?

Él entrecerró los ojos. —¿Y tú cómo sabes cómo me crie? —Se

sonrojó porque la había pillado. —¿Con quién has hablado?

—Tu madre se lo contó a mi padre.

—Entiendo —dijo muy tenso—. ¿Y qué te ha contado? ¿Que fui

criado por un ogro que me enviaba a internados? —Se sonrojó intensamente


lo que le enfureció más. —Pues para que lo sepas mi infancia tampoco fue

tan horrible. —Molesto se levantó de la cama.

—Cariño no quería decir eso.

Cogiendo unos vaqueros se los puso. —¡Hablas de mí como si fuera

un monstruo que puede perjudicar la crianza de los niños y ni siquiera hay

niños! Tienes que cambiar, Bolton —dijo con burla—. No quiero que se

sientan así, Bolton. ¿No crees que exageras un poco?

Sabiendo que se había pasado se mordió el labio inferior, pero al


cabo de unos segundos no pudo evitar decir —¿Estás discutiéndome que

tienes una relación muy fría con tu familia?

—¡Eso no significa que sea así con mis hijos! ¡Igual tú eres más

peligrosa para ellos ya que ni siquiera puedes protegerlos para traerlos al

mundo!

Sintiendo como si la hubiera traspasado una puñalada perdió todo el

color de la cara viendo como iba hacia la puerta fuera de sí, pero antes de

salir se detuvo. —¿Y sabes qué? ¡Mi abuelo nos quiso por encima de todo y

mi abuela también! ¡Nos criaron lo mejor que supieron y no creo que

hayamos salido tan mal cuando somos dos de los mejores empresarios de

este país y somos respetados! ¡Puede que mi familia no fuera perfecta, pero

no eres nadie para darme lecciones sobre cómo debo comportarme sobre
todo cuando todavía no hay ningún niño ni he cometido ningún error!

¿Quién coño te crees que eres? —preguntó con desprecio. Pálida por el

dolor no abrió la boca—. ¿Ahora no tienes nada que decir? —gritó fuera de

sí—. ¿Ahora te quedas callada? ¡Joder, qué pena que no te quedaras callada

hace media hora porque tus sermones me ponen de los nervios!

Salió dando un portazo y Naia se estremeció. Sintiendo que las

náuseas la invadían corrió hacia el baño y vomitó la cena con unas arcadas

tan virulentas que hubo momentos en los que pensó que se desmayaba.

Agarrándose al wáter sollozó y se dejó caer en el suelo agarrándose el

vientre. Dios, ¿con qué hombre se había casado? ¿Con ese que no dudaba

en herirla con tal de conseguir tener la razón, con la que la había utilizado

un año o con el que había compartido los mejores tres meses de su vida?

¿Había cometido un error enorme? Muerta de miedo tembló y se agarró las

piernas con fuerza intentando calmarse mientras las lágrimas rodaban por

sus mejillas. Esa frase, esa maldita frase… No era capaz de proteger a sus

hijos para traerlos al mundo. Cerró los ojos con fuerza. Sabía que lo había

dicho simplemente para hacerle daño porque se sentía atacado, ¿pero cómo

podía amar a un hombre que hacía algo así? ¿Cómo podía él decirle esas

palabras si la amaba? El pánico la invadió. Porque no te ama, Naia. Esa

terrible verdad cayó como una losa sobre ella y sollozó desgarrada

apretando sus piernas con tal fuerza que se hizo daño en los brazos.
—¿Nena?

Odiando que la viera así se cubrió la cabeza con los brazos sin dejar

de llorar y Bolton pálido se arrodilló a su lado. —Nena, lo siento. He

perdido los nervios y… —Intentó tocarla, pero ella se apartó pegándose al

soporte del lavabo como si fuera un animal herido.

Bolton pálido la observó sin saber qué hacer. —He reaccionado mal,

pero me ha jodido que compararas tu familia que parece tan perfecta con la

mía. Sé que tienes razón, pero… Naia por favor, mírame. —Alargó la mano

y cogió la suya con delicadeza. Cuando ella sollozó casi sin respiración se

acercó lentamente. —Soy un gilipollas y no mido cuando me cabreo. No

hablaba en serio. Sé que solo quieres ayudarme. Sé que quieres que todo sea

perfecto. —La cogió por la cintura pegándola a él y la abrazó mientras

lloraba en su hombro. —Nena, te juro que lo siento.

Le dijo mil veces que lo sentía, pero Naia tenía sus palabras tan

adentro que le impedían creerle y Bolton se dio cuenta porque casi

desesperado la cogió por las mejillas para que le mirara. —Tienes razón, mi

familia era una mierda. Mi abuelo hizo de nosotros los hijos que siempre

quiso. Nos amó, pero porque éramos a su imagen y semejanza, no como el

idiota de su hijo que había sido una decepción tras otra. Y lo sabíamos,

sabíamos que si le defraudábamos jamás tendríamos su afecto, por eso

teníamos que ser los mejores. En los estudios, en los deportes… Me


preguntabas si quería eso para mis hijos y la respuesta es no, nena. Quiero

que se sientan amados, comprendidos y por supuesto jamás irán a un

internado. No quiero esa vida para ellos. —Acarició sus mejillas. —

Mírame, por favor. —Ella no fue capaz de hacerlo. —Me ha avergonzado

que supieras cómo me había criado. Ya tenías mal concepto de mi familia y

que creas que voy a criar mal a mis hijos por cómo me he criado yo, me

sacó de quicio. ¿Me perdonas? Joder nena, no llores. Te he hecho daño con

lo que he dicho del bebé, ¿no? Perdóname, cielo. Ni pensaba lo que te


estaba diciendo. —Ella le miró a los ojos. —Serás una madre maravillosa.

Si estoy seguro de algo en la vida es que serás la mejor madre que se puede
tener.

—¿Eso crees?

—Te lo juro por mi vida. —Intentó besarla en los labios, pero ella
giró la cabeza haciendo que la besara en la mejilla. —¿Me perdonas?

—Quiero acostarme, no me encuentro bien.

La cogió en brazos y evitando su mirada dejó que la acostara en la

cama. La tapó con las sábanas. —¿Quieres una pastilla para dormir? Me las
recetó el médico.

—Sí.
Él fue al baño a toda prisa y regresó con una pastilla y un vaso de
agua. —Toma.

Se la tomó sin dudar. Le devolvió el vaso acostándose y tapándose


hasta casi tapar sus ojos. Bolton apretó los labios y se tumbó tras ella

abrazándola por la cintura, algo que nunca había hecho. Una lágrima corrió
por su nariz.

—Lo siento muchísimo, preciosa —susurró a su oído.

—Quiero dormir. No quiero pensar en nada.

Él se mantuvo en silencio simplemente abrazándola y sintió como


su cuerpo se relajaba poco a poco hasta que se quedó dormida. Se levantó

lentamente y dio la vuelta a la cama para observar su rostro. A pesar de


estar dormida expresaba dolor y sus pestañas humedecidas le provocaron

algo en la boca del estómago que no supo definir. Algo que le molestó
muchísimo. Salió en silencio de la habitación y entró en su despacho. Cogió

su móvil y llamó a su hermano.

—Joder, estaba dormido.

—Llama a papá. Que lleguen a un acuerdo ya.

—¿Qué coño pasa?

—Que la he jodido, eso ha pasado.

—¿Tanto como para temer un divorcio?


—Sí —respondió fríamente pasándose la mano por su cabello negro
hasta llegar a su nuca—. No sé…

—Bolton, ¿qué ha pasado?

—Que he perdido los nervios y le he hecho daño.

—¿Le has pegado? —preguntó alterado.

Apretó los labios. —Hay frases que duelen más que los golpes. Que
papá llame a sus abogados ya —dijo antes de colgar. Se sentó en su sillón y

apoyando los codos sobre la mesa se pasó las manos por la cara varias
veces sintiéndose un cabrón al recordar a su mujer llorando tirada en el

baño. Igual era cierto lo que decían algunos sobre que no tenía corazón,
porque para hacerle daño a su esposa había que ser un auténtico desalmado.

—Así que ya ves, no tienes que preocuparte. Lo firmaron ayer. Esa


bruja se ha quedado con una fortuna, pero al menos ese tema ya está

liquidado. —Frunció el ceño cuando su hermano sacó el móvil por enésima


vez y nervioso después de mirarlo lo dejó sobre la mesa. —¿Me has oído?

Le miró sorprendido. —¿Qué?

—Que ya está firmado. Ahora tienes que hacer que tu mujer firme el
traspaso de acciones y asunto liquidado.
—Sí, claro. —Bebió su whisky de golpe y le hizo un gesto al

camarero para que le sirviera otro.

—Joder, ¿qué te pasa?

—No me ha enviado un mensaje en todo el día —siseó—. Y desde

que empezamos me envía al menos uno para saber cuándo llego a casa o si
quiero salir… Incluso antes de casados cuando pasaba de ella me enviaba

uno al día hasta que me dejó. Y hoy nada de nada.

—Está cabreada.

—Esta mañana he tenido que sacarle las palabras casi a la fuerza. Y

por supuesto ni un solo beso. —Miró el móvil de nuevo, pero no debía ser
el mensaje que esperaba. —Joder.

—Te veo algo nervioso.

—La empresa pende de un hilo. Lo que no entiendo es como tú

estás tan calmado.

—Será que yo no me estoy enamorando de tu mujer.

—¿Qué has dicho? —preguntó agresivo.

Robert sonrió. —Que estás cayendo. Al parecer has bajado la

guardia lo suficiente como para que te haya calado hondo.

—No digas tonterías.


—No son tonterías. Es lógico, compartís mucho tiempo juntos y es

preciosa. Y buena gente. Alegre que es algo que faltaba en tu vida y para
colmo es inteligente.

—¿Te gusta mi mujer, hermano? —preguntó como si fuera a tirarse

sobre él en cualquier momento.

—Claro que sí. A cualquier hombre le gustaría —dijo con ganas de


picarle y reprimió la risa porque solo se contenía porque estaban en el club

—. Y cuando se la conoce aún más.

—Cierra el pico.

—Nunca te has enamorado y no sabes cómo gestionarlo. El eficiente

Bolton Remington no sabe el terreno que pisa y está cagado. —Dejó su


copa sobre la mesa y se acercó a él. —¿Quieres un consejo?

—No, porque solo dices estupideces.

—Acéptalo hermano, porque si no vas a perderla. —Bolton apretó


los labios. —Y por tu expresión creo que el divorcio ahora queda muy lejos

de tus planes.

—¿Vas a dejar de decir tonterías y centrarte en los problemas que


tenemos encima? Cuéntame cómo vas a atajar el conflicto con los

empleados en Londres.

 
 

Entró en casa y dejó el maletín al lado de la puerta haciendo una

mueca porque el piso estaba impecable. —¿Nena?

Cuando no contestó se tensó y fue hasta la cocina empujando la


puerta, pero estaba vacía. Al ver la quemadura en la campana recordó que

tenía que llamar al seguro, pero ignorándolo se volvió. —¿Naia? —


Recorrió el salón para ir al pasillo que daba a las habitaciones, pero antes de

llegar la vio en el despacho estudiando con los cascos puestos. Se detuvo


ante la puerta y se la quedó mirando unos minutos. Era evidente que en

realidad no estaba leyendo el libro porque tenía la mirada perdida y volvió a


sentir eso en la boca del estómago que le puso muy nervioso. Dio un paso

hacia ella y Naia le miró sorprendida. —Hola, nena.

Se quitó los cascos. —Hola.

—Has limpiado.

—Carmen tardará unos días en venir —susurró—. ¿Puedes pedir la

cena? Tengo mucho que estudiar. Con la luna de miel estoy muy retrasada.

—Claro. ¿Te apetece una pizza?

Se encogió de hombros como si le diera igual y cuando volvió la

hoja él vio un corte muy feo en su dedo índice. —¿Te has cortado?
Se sonrojó con fuerza. —Sí, el cuchillo estaba al revés en el
lavavajillas y no me he dado cuenta.

—Joder. ¿Te duele?

—Estoy bien. ¿Puedes dejarme? —preguntó alterándose—. Tengo

que preparar esto para mañana.

Bolton apretó los labios porque ni le miraba. —Sí, claro. Te avisaré

cuando llegue.

—Gracias —dijo en voz tan baja que casi ni la oyó.

Salió del despacho y apretó los labios yendo hasta el salón. Se sentó

en el sofá y sacó su móvil. Apoyando los codos sobre sus rodillas miró
hacia el pasillo antes de mirar su maletín preguntándose si ese era el

momento adecuado y era obvio que sí porque firmaría con tal de perderle de
vista, pero algo en su interior se resistía a hacerlo. Su teléfono vibró en su
mano y vio que era un mensaje de su hermano preguntándole si había

firmado ya y era lógico que le apremiara porque toda su familia se jugaba


mucho con eso.

Pidió la pizza y como le dijeron que estaban allí en veinte minutos


puso la mesa. Cuando supo que estaban a punto de llegar por la aplicación
de su móvil, cogió los papeles del maletín y se acercó a su despacho donde
su mujer seguía con la mirada perdida como si estuviera pensando algo
fundamental en su vida. —Nena, tienes que firmar esto.

Se sobresaltó y mirándole como si no se creyera que estuviera allí


dijo —¿Qué es?

—He comprado el piso donde vivías como inversión y ya tengo

inquilino. Como tenías un contrato de arrendamiento tienes que renunciar al


alquiler.

—Sí, claro. —Cogió el bolígrafo y él le puso delante la hoja que


firmó a toda prisa confiando ciegamente en lo que le había dicho. Naia le
entregó la hoja y cuando se dio cuenta de cómo la miraba preguntó —¿Qué
pasa?

—Nada. —En este momento llamaron a la puerta. —Nena, deja eso

que ya está aquí la cena. —Salió del despacho escuchándola suspirar.

Dejó la caja de la pizza sobre la mesa y Naia todavía no había salido


del despacho. —¿Nena?

—¡Estoy en el baño!

Se acercó al dormitorio y vio que guardaba algo en su bolso. —


¿Qué haces?

—Nada, ¿cenamos?
Bolton entrecerró los ojos. —Sí, claro. La he pedido de carbonara
con huevo y beicon como a ti te gusta.

Ella salió de la habitación sin mirarle.

—Joder nena, ¿tanto lo he estropeado?

Se detuvo en seco en el pasillo sin volverse. —Creo que…

—¿Qué, preciosa?

Se volvió para mirarle. —Creo que deberíamos darnos un tiempo.

Bolton se tensó. —¿Por una discusión?

—No. Por una frase dicha con maldad a la persona que se supone
que amas. Y eso me demuestra que en realidad no me amas en absoluto.

Ya no tenía razones para mentirle. Podía acabar con aquello en ese


mismo momento, pero algo en su interior se lo impedía. —Ven, hablemos
de esto.

Fueron hasta el salón y ella se sentó en el otro extremo del sofá.

Parecía tan frágil que le retorció las tripas ser tan cerdo. Se sentó en el
sillón intentando que se sintiera cómoda. —Me disculpé.

—No es suficiente.

—¿Y qué es suficiente, nena?

—No lo sé. —Se apretó las manos demostrando que estaba de los
nervios. —Hay palabras que no se pueden borrar por mucho que se intente.
Él suspiró pasándose la mano por la nuca porque parecía decidida.

—¿Acaso no he cambiado? —Angustiada apartó la mirada. —Nuestra


relación es muy distinta, ¿no? Como querías.

—Lo dices como si fuera un esfuerzo estar conmigo.

—¡Joder, no es un esfuerzo! —Frustrado se levantó del sillón.

—¿No? Ha llamado tu padre.

Se quedó de piedra volviéndose y los ojos de Naia se llenaron de

lágrimas. —Llamó esta mañana cuando estabas en la ducha. Creía que era
la asistenta. Me extrañó cuando me preguntó si yo estaba en casa y le dije
que no porque como entenderás no tenía ganas de hablar con nadie.
Entonces me dio un recado con la orden explícita de que no se lo dijera a su

señora. —Se levantó y sacó el papel del bolsillo trasero del pantalón. —
Dile que el divorcio está firmado. Hemos llegado a un acuerdo, así que ya
puede recuperar las acciones. Dile que su esposa debe firmar hoy mismo.
—Le miró a los ojos. —¿Realmente qué he firmado, Bolton? —Él enderezó

la espalda. —Creo que ha llegado el momento de dejar de disimular y poner


las cartas boca arriba. Es lo justo.

—Nena…

—¡Dime la verdad de una maldita vez! —gritó perdiendo los


nervios.
—Tenía que poner las acciones a salvo mientras se divorciaba y te

las cedi a ti.

Asombrada se dejó caer en el sofá. —El contrato de arrendamiento.

—Acabábamos de conocernos y no quise ponerte en un aprieto —


mintió desesperado—. Tenía que hacer algo y poner la empresa a salvo.

—Ponerme en un aprieto. —Sonrió irónica antes de decir con


desprecio. —¡Por eso me pusiste un piso y me convertiste en tu amante,
para tener controladas las acciones!

—No fue así.

—¡Eres un mentiroso de mierda! ¡Yo no te importaba nada y cuando


te dejé porque vivías tu vida mientras yo simplemente esperaba que me
visitaras, te asustaste porque me llevaba tus acciones conmigo! ¡Por eso

querías que nos casáramos y por eso las promesas de que cambiarías! ¡Todo
para convencerme y tenerme cerca! ¿Qué pensabas hacer, divorciarte en
cuanto firmara esos documentos?

—No. —Decidió ser sincero de una maldita vez porque sabía que la
estaba perdiendo. —Quería que me dieras un hijo.

—Dios mío… Eres un monstruo. —Entonces perdió el poco color


que tenía en la cara. —¿Qué has hecho? —Se levantó y le pegó un bofetón.

—¡Qué has hecho con las píldoras!


—En cuanto tuviste la última regla antes del aborto las cambié por

vitamina C. Notaba que estabas inquieta y creí que un hijo te mantendría


entretenida hasta que llegara el momento de firmar.

Atónita dio un paso atrás. —Estás loco. —Se llevó la mano al pecho
dándose cuenta de algo. —Has vuelto a hacerlo, ¿no? ¡Por eso no me baja
la regla!

—La idea de tener un hijo contigo cada vez me gustaba más. Joder

nena, ha llegado la hora de tener un heredero.

—¡Puto chiflado! —Se tiró sobre él golpeándole con rabia y cuando

quiso arañarle la cara, Bolton la cogió por los brazos. —¡Cerdo mentiroso!

—Qué querías que hiciera, ¿eh? ¿Que parte de la empresa, el trabajo


de varias vidas se esfumara porque mi padre no sabe mantener los
pantalones en su sitio? No pensaba consentirlo. ¡Soy el responsable de
ellas! ¡Son mías para decidir lo que se hace con la empresa y tenía que

ponerlas a salvo!

—Cabrón. —Le dio patadas y cuando él gimió al darle en la rodilla

volvió a golpearle con saña.

La soltó por instinto y Naia le dio un puñetazo que le volvió la cara.


Se le cortó el aliento porque cuando giró el rostro hacia ella vio la sangre.
Bolton mirándola como si fuera su objetivo se limpió la comisura de la boca
y Naia echó a correr, pero él la cogió por la cintura tirándola sobre el sofá
antes de ponerse encima cogiendo sus brazos antes de que le golpeara. —Ya
está, nena. Ya pasó.

Sus ojos se llenaron de lágrimas de la impotencia. —Nunca me has


querido.

El rostro de su marido parecía tallado en piedra y cerró los ojos sin


poder soportar la verdad.

—Eres mucho mejor de lo que me merezco. Cuando hablamos en

aquel sótano pensé que eras perfecta para salvar la empresa y sí, te pedí que
fueras mi amante para traspasar las acciones, pero también porque me
moría por estar contigo… ¡Me vuelves loco, pero no quería sentir nada por
ti! —le gritó a la cara haciendo que abriera los ojos—. No, nena... No podía

permitírmelo. Así que te veía cuando me convenía y punto. Mantuve las


distancias lo suficiente como para estar a salvo. Pero te perdí y tenía que
recuperarte. Nos jugábamos muchísimo.

—E hiciste esa charada del desfalco para que volviera a tu lado. Has
mentido todo este tiempo y has fingido que me querías por la maldita
empresa. Me das asco.

—Te aseguro que no todo fue fingido —dijo muy tenso.

—¡Muérete! —Volvió la cara porque no quería ni mirarle.


—Seguramente moriré algún día, pero no será hoy. ¿Sabes? Casi es
un alivio que lo sepas.

—¿Porque ahora ya no tienes que fingir?

—No, preciosa. Porque así ya no habrá secretos entre nosotros.

—Yo no tenía secretos contigo. —Una lagrima cayó por su sien.

—Lo sé.

—Te has debido reír de lo lindo a mi costa.

—Te aseguro que la situación no era nada graciosa para nosotros.

—¿Pretendes darme pena? Eres un hijo de…

Él le tapó la boca. —Nena, no digas nada de lo que te puedas

arrepentir. Te lo digo por experiencia porque de lo de ayer me arrepentiré


siempre. —Hizo una mueca. —De lo de ayer y de alguna cosa más, pero ya
no puedo cambiarlo. Sé que te sientes utilizada y que crees que no te quiero.
Te entiendo, pero vamos a tener un hijo y debemos llevarnos bien por él.

¿No era lo que querías? ¿Una familia? ¿Unos padres que le comprendan?
Antes de conocerte cuando pensaba en tener un hijo siempre surgía la
misma idea de criar el niño solo, pero ahora lo quiero todo. Incluida tú.

La patada entre las piernas no se la esperó y gimió de dolor sin


soltarla agachando la cabeza sobre sus pechos mientras intentaba
recuperarse. Naia intentó revolverse, pero su peso le impidió liberarse, así
que intentó golpearle de nuevo en sus partes, pero se había cubierto
cerrando las piernas el muy cabrito. Cuando al fin levantó la cabeza ella le
miró con todo el odio del que era capaz. —Joder, nena… No sabía que

tenías tan mala leche. Si me cuesta darte un segundo hijo la culpa será tuya.

Jadeó ofendidísima porque pensara que iba a tocarle un pelo de

nuevo y él gruñó. —Se te pasará. Nena, la pizza se va a enfriar y ya no


sabrá igual. Tienes que comer. Seguro que hoy no has comido nada. Casi no
probaste el desayuno. —Gritó histérica bajo su mano y él hizo una mueca.
—¿No quieres cenar? Eso no puede ser. —Ella entrecerró los ojos. —Que

no estoy diciendo que no estés cuidando al niño —dijo rápidamente—. Es


lógico que estés disgustada.

¿Lógico? Le mataría. No solo la había utilizado como si fuera una


estúpida descerebrada, sino que también la había preñado cuando le venía
en gana como si fuera una coneja. Le mataba. En cuanto la soltara le

mataba. Las ganas de darle matarile incluso le habían quitado el disgusto de


que no la quisiera. Le odiaba con todas sus fuerzas y sus sentimientos se
reflejaron en sus preciosos ojos azules. Él suspiró. —Nena, no estás siendo
razonable. Te convertiste en mi amante casi sin conocerme, también es

responsabilidad tuya. Pero estás viendo solo el lado negativo, has hecho que
cambiara mucho desde entonces. —Sonrió como si hubiera descubierto la
penicilina. —Y de querer solo acostarme contigo ahora quiero que
compartas mi vida. Es un avance enorme, preciosa. Te aseguro que lo es
cuando antes no habría pensado en casarme en la vida con mis antecedentes
familiares. —Ella frunció el ceño. —Y me preocupo por ti, antes me

importabas un pito.

Jadeó indignada. —Sí, me importaban las acciones —dijo como si


fuera una pesada—. Pero eso ya ha quedado atrás. ¿Ves? Si quiero estar
contigo es por ti. —Gritó bajo su mano y Bolton chasqueó la lengua. —No,
por el niño no. El niño ya es mío. Por mucho que hagas ya es parte de

nosotros. De los dos. Estés conmigo o no él siempre nos unirá. Pero quiero
que estés a mi lado. —Bolton entrecerró los ojos. —¿A ver si tiene razón
mi hermano y me estoy enamorando de ti?

Se le cortó el aliento mientras él la miraba como si eso no le gustara


un pelo. —Esto no me lo esperaba. Con razón no quería pasar demasiado
tiempo contigo porque debía olerme algo…. Claro, me sonreías tanto… Y

lo que abrazas, nena. Siempre me estás abrazando y besando, eso no es


normal.

Estaba chiflado. ¡Se había casado con un chiflado! ¿Cómo podía


tener tan mala suerte?

—Tenía que haber pillado las señales cuando a tu lado me relajaba,


incluso me hacías reír… Claro, me pillabas con la guardia baja y te ibas
metiendo poco a poco en mi cabeza. La culpa es tuya. ¿Y ahora vas a
dejarme? ¡Y una mierda!

¡Encima se cabreaba! ¡Es que estaba de atar! Mirándole con los ojos
como platos él siguió diciendo —Esto no me gusta, Naia. ¡Me haces

sentirme culpable y eso no me había pasado nunca! ¡Ni cuando mi abuelo le


puso los cuernos a mi abuela y me enteré me sentí culpable, joder! ¡Y eso
que la quiero como si fuera mi madre! Pero llegas tú y con tanto beso y
tanto cariño me has hecho esto. —La miró cabreadísimo. —¡Ayer no sabía

qué hacer! ¡Y yo siempre sé que hacer! ¡No vuelvas a hacerlo! ¡No me


gusta verte llorar! ¡Y ahora vas a cenar! —Consiguió separar los labios y le
mordió la mano con saña. Él gritando la apartó y cuando la liberó Naia en
su prisa por escapar cayó del sofá, pero él la cogió por la cintura pegándola

a su pecho. —Nena, ¿qué te ha dicho el psiquiatra? Piensa dos veces antes


de actuar. Eres muy impulsiva.

—¡Cabrón!

—Bueno, no quería hacer esto, pero me estás obligando a castigarte.


Me estás faltando al respeto y no puedo consentirlo. —La levantó
llevándola hacia la habitación y ella gritó intentando agarrarse al marco de
la puerta del despacho. —Menuda fuerza tienes. Nena, tanto esfuerzo no

debe ser bueno para el bebé. —Soltó el marco de golpe y él sonrió. —Así
me gusta. Ahora tomarás una de esas pastillitas para dormir y mañana lo
verás todo de otro modo. Es que estás agotada después de todo el día
dándole vueltas al asunto de las acciones. Claro, es eso.

Cuando llegó a la habitación la tiró sobre la cama y Naia corrió de

nuevo hacia la puerta con tan mala suerte que tropezó con la alfombra
cayéndose de bruces. Bolton suspiró a su lado con los brazos en jarras. —
Preciosa, ¿estás bien? Ha sido una buena caída. ¿Qué ha sido esta vez?
¿Otro dedo?

Ella levantó el dedo del medio haciendo que elevara una ceja

mientras Naia se incorporaba a toda pastilla para correr por el pasillo. —Ese
lo tienes perfecto. —Corrió tras ella y la pilló abriendo la puerta que había
cerrado con llave después de que le entregaran la pizza. La alarma saltó y él
gruñó cogiéndola por la cintura para apartarla. Ella chilló alargando el brazo
para intentar pulsar el botón rojo, pero la apartó lo suficiente para que él

pudiera acercarse al teclado, aunque tuvo que soltarla para introducir la


clave. La alarma dejó de sonar y ella gritó de la frustración. Bolton se
volvió mirándola como si fuera una niña a la que había que regañar. —Naia,
esto no puede ser. Vuelve a la habitación.

Ella corrió y cogió el móvil de él de la que pasaba hacia la cocina.

—¡Nena, deja eso! ¡Me vas a obligar a tomar medidas extremas! —Con
paso firme fue hasta la cocina y al mirar a un lado y a otro no la vio. Corrió
hasta el cuarto de la limpieza y allí estaba intentando desbloquear su móvil,
pero estaba tan nerviosa que no atinaba con los puntitos. —¡Naia, ya está

bien! —Le quitó el móvil de la mano.

Chilló histérica y cogió la fregona levantándola para golpearle en la

cabeza. La esquivó por un pelo, pero al intentar quitársela, ella consiguió


salir del cuarto y corrió rodeando la isla de la cocina. Ambos miraron al
mismo tiempo el soporte de los cuchillos. —¡Ni se te ocurra! ¡Piénsalo dos
veces!

Ella con la respiración agitada agarró el cuchillo más grande y

Bolton la miró asombrado. —¿Has cogido el cuchillo?

—¡No te acerques!

—¡Nena esa sí que es una idea pésima! ¡Como te cortes me voy a

cabrear! ¡Y ya te has cortado esta mañana!

—Me largo de aquí y como te acerques te rajo.

—¿Te estás oyendo?

—¿Te estás oyendo tú, puto chiflado?

—Bueno, esto ya se ha pasado de castaño oscuro. ¡Naia deja el

cuchillo! —Dio un paso hacia ella y esta hizo un amago de cortarle


haciéndole un agujero a la camisa. Asombrado se la miró. —¡Nena, estás
perdiendo el norte!
—Mira quien fue a hablar. —Levantó el cuchillo hasta su rostro. —

¡No te acerques! —gritó dando un paso atrás.

—¡Ten cuidado por donde vas que luego tenemos un disgusto!

Estirando el brazo todo lo que podía retrocedió hacia la puerta de la


cocina sin perderle de vista. Cuando su trasero chocó con ella la empujó
con un movimiento de cadera y salió al salón sin bajar la guardia. —Eso es,
despacio. Cuidado, el sofá.

Miró hacia atrás por instinto y cuando lo hizo él se tiró sobre ella

cogiendo su muñeca. Naia intentó retener el cuchillo, pero se lo quitó con


facilidad. Le empujó por los hombros para apartarle y del impulso dio un

paso atrás cayendo sentada sobre la mesa de centro de cristal. Escucharon

como se resquebrajaba y asustada le miró a los ojos. Bolton gritó tirando el


cuchillo y alargó la mano al igual que ella cogiéndola para elevarla justo

antes de que el cristal cayera en mil pedazos. Él suspiró cogiéndola de la


cintura y cargándosela al hombro. —Ahora sí que te tomas la pastillita.

—Déjame.

—¿Te das cuenta de lo que podía haber pasado? ¡Tienes que

calmarte!

Al entrar en la habitación fue directamente hasta su vestidor y ella

frunció el ceño —¿Qué haces?


—Asegurarme de que no haces tonterías que te pongan en peligro.

Al ver varias corbatas que colgaban entre sus piernas chilló de

miedo empezando a patalear y Bolton no tuvo más remedio que tirarla


sobre la cama. Cogió una de sus muñecas y ella intentó pegarle con la otra

mano, pero antes de darse cuenta volvía a tenerle encima y con las muñecas

sobre su cabeza no le costó atarlas juntas. Ella abrió la boca con intención
de morderle un brazo, pero Bolton se apartó por un pelo. —Me vas a

obligar a amordazarte, nena. Déjalo ya.

—¡Quiero el divorcio!

Empezó a patalear fuera de sí y él se puso de pie poniendo los


brazos en jarras. —Nena, ¿es una crisis de esas de mujeres? ¿Llamo a mi

madre?

Bajando los brazos sobre su vientre jadeó indignada. Ahora

resultaba que tenía una crisis. —Te voy a… —Alargó la pierna intentando
darle una patada y él hizo una mueca.

—Yo no entiendo mucho de estas cosas. Sí, creo que voy a llamarla.

Ella sabrá qué hacer.

—¡Eso, llama a tu madre, a ver si tiene más sesera que tú!

—Estamos de acuerdo en llamar a mi madre. Como un matrimonio


bien avenido. Esto va muy bien nena, lo presiento. En nada de tiempo se te
habrá pasado el enfado.

Haciéndola parpadear porque no se podía creer que estuviera tan


majara, le vio coger el teléfono inalámbrico de encima de la mesilla y

pulsar varios números. —¿Mamá? Sí, soy Bolton. ¿Puedes venir a casa? Sí,

ahora. Mi mujer está teniendo una crisis de esas femeninas y necesita tu


consejo. —Ella gruñó poniendo los ojos en blanco antes de dejar caer la

cabeza sobre la cama. —¿Qué he hecho? Mejor te lo cuento cuando llegues.


Y date prisa. Sí, coge un taxi. Mejor no llames a Sean para esto. Si queda

entre nosotros mejor. —Sonrió encantado y colgó. —Ya viene. Ha estado

casada, así que sabe lo que hay que hacer. ¿Tienes sed? Has gritado mucho,
seguro que tienes la boca seca.

Intentando calmarse se sentó en la cama y le mostró las manos. —

Suéltame.

—Mejor que no, que te da por hacer cosas que no son normales.

—¿Que yo hago cosas que no son normales?

—Me has amenazado con un cuchillo, eso no es normal. No sabes


controlarte. —Como si nada se sentó en el diván y apoyó los codos sobre

las rodillas sin quitarle ojo. —Pero eso ya lo sabía.

—Lo sabías, ¿eh? —siseó con ganas de pegar cuatro gritos.


—Claro que sí. Fue evidente cuando me conociste. Me tiraste los

tejos incluso encima de mi coche recién atropellada. Y después fuiste a

trabajar. —Frunció el ceño. —¿Has comentado esto con tu psiquiatra? Igual


haces cosas que no son normales desde hace mucho.

—Bolton, cariño…

Él sonrió. —Dime, cielo.

—¡Qué te den!

—¡Deberías estar contenta! —dijo ofendido.

—Ah, ¿sí?

—Has conseguido lo que querías. ¡Nos hemos casado y te quiero!

¿Qué más quieres?

—¿Sinceridad, afecto? ¿Qué tal un poco de decencia con tu esposa?


¡Me has utilizado desde el principio! ¡Me dijiste que me querías y solo me

estabas mintiendo por esas malditas acciones!

—Podía haber escogido a otra y te escogí a ti.

—Vaya, gracias.

—La ironía no te pega nada.

—¡Me has dejado preñada a traición!

—¡Pero si querías hijos! Desde que te conozco no has dejado de


decir que querías tenerlos algún día y debo decir que últimamente te has
puesto un poco pesada con el tema.

—¿Pesada yo?

—Nena, los criaremos lo mejor que sepamos. Esto no es una ciencia

exacta y tendremos que ver cómo es cada uno. Así que si necesitan
disciplina la tendrán.

—¡Dijiste que nada de internados!

—Y no irán, pero no pienso dejar que hagan lo que les venga en

gana. Soy su padre y soy responsable de su educación. Como lo serás tú y


no es por nada nena, pero te veo un poco blanda. Menos mal que estoy yo

aquí.

—¡No por mucho tiempo, porque en cuanto pueda te doy puerta!

—¡Ja! —La miró fijamente. —Me conoces, sabes que nunca me doy
por vencido. Me dejo la puta piel en la empresa y si tengo que ser igual para

que este matrimonio funcione sabes que lo haré. ¿Quieres un marido

entregado? ¡Te vas a hartar!

—Que ahora no quiero ningún marido, ¿estás sordo? ¡Quiero el


divorcio!

—Ya es tarde. Dijiste sí quiero y conmigo te vas a quedar.

—Tú querías divorciarte primero.

—Pero no sabía cuándo. Y ahora no quiero.


Sus ojos se llenaron de lágrimas. —Dijiste que era lo más

importante de tu vida. Me mentiste para que me ablandara y volviera

contigo. Me dijiste que me querías.

Él apretó los labios. —Lo siento, nena. Tenía que decirte eso porque
creía que era lo que querías oír. No podía perderte.

—Por la empresa.

—Sí, por la empresa. Pero te juro que estos tres meses han sido los

mejores de mi vida. Puede que al principio fingiera, pero poco a poco todo
se volvió tan natural como respirar y no quiero perder la sensación que

tengo a tu lado. Me has obligado a esto. Yo quería un tiempo viéndonos

prudentemente donde mis sentimientos no se vieran implicados, pero me


obligaste a este matrimonio. ¡Y ahora me gusta! ¡No pienso dejarlo y no

dejaré que tú te rindas cuando también has luchado lo tuyo para que te

quiera! ¡Niégalo si te atreves!

Se miraron a los ojos y Bolton sonrió. —Como ya te he dicho


deberías estar contenta porque lo has conseguido. Ahora te amo y no hay

vuelta atrás. Haberlo pensado antes.

Asombrada miró al frente. Pues tenía razón. La culpa era


exclusivamente suya por no ver a tiempo lo manipulador y sinvergüenza
que era. —Nena, esa mirada no me gusta un pelo —dijo enderezando la

espalda.

—Algún día tendrás que dejarme salir o vendrá mi padre a verme.


Solo debo tener paciencia y desde hace año y medio he aprendido a tener

mucha.

—Muy graciosa.

—Pues no has visto nada. Te vas a partir de la risa cuando te


denuncie por secuestro.

—No serías capaz de meterme en la cárcel.

—¿No? Después de que me hayas tomado el pelo como lo has

hecho, de que me hayas mentido, utilizado y vejado, te aseguro que soy

capaz de todo. Te irá genial en la cárcel porque tú estás acostumbrado a ser


un triunfador. Pero esta vez la que va a triunfar seré yo. Te aconsejaría que

me sueltes antes de que esto se te vaya de las manos.

—Y yo te aconsejaría que te calmaras y pensaras bien lo que dices


—dijo como si fuera una pesada.

—¡Suéltame!

Suspiró levantándose. —Sí, lo mejor es que vaya por un vaso de

agua.
Cuando salió de la habitación ella se arrastró por el colchón
empujándose con los talones y cogió el teléfono inalámbrico antes de correr

hacia el baño. Cerró la puerta sin hacer ruido y levantando ambas manos
giró el pestillo, pero el teléfono se le cayó abriéndose por la mitad. Maldijo

su mala suerte y a toda prisa fue hasta el mueble que había al lado del

lavabo. Abrió el cajón donde tenía las tijeritas que Bolton utilizaba para
cortar los pelos de la nariz y les dio la vuelta. Era difícil cortar con aquello

porque las hojas eran muy pequeñas y tenía que forzar mucho las muñecas.

Frustrada se hizo daño en los dedos y se pinchó varias veces con la puñetera
tijera, pero no se dio por vencida.

—¿Nena? —Sorprendida miró hacia la puerta y le escuchó

acercarse. —Nena, sal de ahí.

—¡He llamado a la policía!

—Lo dudo porque de la que iba a la cocina he desconectado la toma


principal del teléfono y tu móvil está en el despacho.

Miró la puerta como si quisiera incendiarla y movió las tijeras en un

acto reflejo chillando del dolor cuando se cortó la carne. —¿Nena? —Dio
un golpe a la puerta que la abrió del todo y se acercó a ella furioso cogiendo

las tijeras para tirarlas sobre el lavabo. —¡Te has hecho daño! —Levantó

sus manos. —¡Mira que corte te has hecho! —Cogió una toalla que mojó a
toda prisa y la acercó a la herida. —¡Te quedará cicatriz! ¡A este paso
cuando tengas cincuenta estarás hecha una pena! —Apartó la toalla para ver

la herida. —Joder, no deja de sangrar. —Se le cortó el aliento porque


parecía realmente preocupado y antes de darse cuenta había desatado el

nudo para liberar sus muñecas y ver bien la herida. —Creo que necesitas

puntos.

—No es nada. —Él la miró a los ojos. —Las he tenido peores.

Su marido iba a decir algo cuando el bote de perfume le golpeó en la


cabeza. Cayó desplomado ante sus pies y Naia gimió por el porrazo que se

había metido. Se agachó ante él y le tocó el pulso. —No le has matado, no


le has matado. Solo esta ko. —Mirando su rostro suspiró del alivio cuando

el timbre de la puerta sonó cortándole el aliento. Salió de la habitación

cogiendo su bolso y corrió por el pasillo para abrir. Estaba desactivando la


alarma cuando vio el maletín y en cuanto abrió la puerta lo cogió. Margaret

iba a decir algo cuando ella la cortó. —Me voy al médico, me he cortado.

—Oh… —Se volvió para verla entrar en el ascensor. —¿Entonces


estás mejor? No tienes buena cara.

—Me encuentro como nunca —respondió mientras se cerraban las

puertas.

Confundida entró en el salón. —¿Bolton?

 
 
 

Capítulo 10
 

Entró en el despacho de su marido acompañada de su abogado.


Bolton la miraba fijamente tras su mesa mientras Oliver de pie a su lado no

le quitaba ojo a su colega. —Señora Remington, es un placer volver a verla


—dijo el mejor amigo de su marido.

—No me cuentes rollos, Oliver. Te alegras tanto de verme como yo


de verte a ti.

—No lo creas. ¿Lo has traído?

Su abogado puso la cesión de acciones encima de la mesa.

—¿Lo has firmado? —preguntó ella con burla—. Es la hora de la

verdad, ¿qué es más importante la empresa o yo? Aunque no hace falta que

te molestes en contestar, ya sé la respuesta.

Bolton viendo que se había quitado el anillo de boda y de

compromiso apretó los labios mientras Oliver le entregaba los papeles del

divorcio a su abogado.
Ver su firma al lado de la suya fue una decepción enorme. Otra más

como las que había tenido durante el tiempo que le había conocido. Pero

eso se acababa allí.

—No me has dejado otra opción, nena. Tengo que cuidar de mi

familia.

—Y el hijo que espero no forma parte de ella. Ya no, gracias al

convenio. —Sonrió falsamente volviéndose. —Bien, espero que te pudras,

cariñito.

—Naia…

—Recuerde el acuerdo, señor Remington —dijo su abogado—. No

puede acercarse a ella ni al niño a menos de cien metros. A no ser que

quiera acabar en comisaría, por supuesto. Que tengan un buen día.

Cuando Naia salió de su despacho sin mirarle ni una sola vez Bolton

cerró los ojos sin poder soportarlo. Oliver le dio una palmada en el hombro.

—Lo solucionaréis.

—¡En estos tres meses no he solucionado nada porque no ha querido

ni verme! —Furioso se levantó. —¡Y ahora ni siquiera puedo acercarme a

ella! ¿Acaso puedo hacer algo?

—Rezar para que sea niña.


Se le cortó el aliento y Oliver sonrió. —¿Crees que me iba a quedar

de brazos cruzados y que iba a dejar que ganaran? Amigo eso no va

conmigo, por eso me contrataste, para cuidar de tus intereses.

—¿A qué te refieres?

—En el acuerdo de divorcio siempre nos referimos al bebé como

niño. Ese idiota ni si ha dado cuenta, pero si es niña… —Sonrió. —Si es

niña toda la cláusula del alejamiento queda sin efecto porque a ella sí que

puedes acercarte.

Bolton sonrió. —¿Seguro?

—Hablado con un juez del Tribunal Supremo, no te digo más. Y hay

precedentes. Un tío de Ohio tuvo el mismo problema y por ese tecnicismo

ahora puede ver a sus gemelas. —Le abrazó sorprendiéndole y Oliver se

echó a reír. —Me alegra haberte ayudado.

—Mañana tiene la ecografía de los cuatro meses y se sabrá el sexo.

—Y tiene que comunicártelo como le diré a su abogado… —Miró

su reloj. —Mejor esperemos a después de comer.

—Yo invito.

—No esperaba menos, amigo.

 
—¿Qué has dicho? —gritó Naia al teléfono sobresaltando a su padre

que estaba vagueando en el sofá porque estaba en el paro de nuevo. Daños

colaterales por tener un marido capullo y una suegra rencorosa.

—Hija, ¿qué pasa?

Ella levantó una mano escuchando atónita lo que le estaba diciendo

su abogado. Asombrada se llevó la mano al cuello. —Pero eso no puede ser,

me dijiste que estaba atado.

Sean entrecerró los ojos por la expresión de su hija y se temió lo


peor.

—¡Serás inútil! ¿Y tú eres uno de los mejores abogados de la

ciudad? ¡Has dejado que Oliver te tome el pelo y he perdido lo único con lo

que podía negociar! ¡Debería ir ahí y quemarte ese despacho de mierda que

tienes! ¿Que soy muy grosera? ¡Y me quedo corta! ¡Mi niña no va a tener

ningún contacto con ese chiflado, chupatintas! —Colgó furiosa.

—¿Es niña? —preguntó su padre ilusionado—. Hija, ¿cómo no me

has dicho nada?

—¡No sé lo que es, papá!

—Como has dicho niña…

—Ese cabrito de Oliver, sabía que no tenía que fiarme. Bolton

siempre decía que era uno de los mejores abogados del país. —Su padre
seguía sin entender y Naia gimió sentándose en el sofá. —Me han tendido

una trampa.

—No puede ser para tanto.

—Vaya si lo es, porque como mañana no me digan que es niño no

me libraré de Bolton en la vida. —Se lo explicó a su padre que atónito no


sabía qué decir. —Pinta mal, ¿eh?

—Con la suerte que tienes fijo que es niña.

—Tengo un cincuenta por ciento de posibilidades de librarme. Seré

positiva.

—Sí hija, tú anímate que todavía puedes perderle de vista para

siempre.

Muy nerviosa cogió la mano de su padre mientras la doctora

Callaghan le pasaba el ecógrafo por encima de su pequeño vientre. —Me

encanta esta parte. Las madres están locas por saberlo.

—Ni se lo imagina —dijo ella mirando la pantalla—. Que tenga

algo entre las piernas, que tenga algo entre las piernas…

—Vaya, al parecer queremos un niño y el resultado es…


Sean y ella estiraron el cuello todo lo que podían, pero como no

decía nada la miraron. Esta fruncía el ceño. —¿Todo va bien? —preguntó

muerta de miedo por su expresión.

—Oh, sí… Todo va bien, pero es que está casi de costado y no se ve

bien, pero… —Pasó el ecógrafo de nuevo y sonrió. —Tendrá que ser en la

siguiente ocasión porque vas a tener una niña. Una niña que ya pesa lo suyo

para estar de dieciséis semanas.

Ambos se la quedaron mirando como si les hubiera dado el disgusto

de su vida. —Las niñas son monísimas. Yo tengo tres y no las cambio por

nada —dijo casi molesta.

—No es eso. Seguro que mi nieta será la niña más preciosa de

Nueva York. Es lo que viene con ella.

La mujer les miró sin comprender y en ese momento llamaron a la

puerta. —¿Si? —preguntó la doctora levantándose.

Una enfermera abrió la puerta y se acercó para susurrarle algo. Naia

se temió lo peor. —Está aquí, ¿no?

La doctora sorprendida dijo —Un tal Bolton Remington, que dice

que es el padre del bebé, viene con un mandamiento judicial para saber el

sexo.

—Puede decírselo.
—Qué abogado tan eficiente tiene —susurró su padre haciendo que

Naia le fulminara con la mirada—. Hija no me mires así, es la verdad.

La puerta no tardó en abrirse y Bolton entró con una sonrisa en los

labios que la puso de los nervios. —¿De qué te ríes? —preguntó agresiva.

—Una niña, nena. ¡Vamos a tener una niña! ¿A que es una noticia

estupenda?

—Sobre todo para ti —siseó.

—Dígame doctora, ¿cómo va mi princesita?

—Oh, pues… —La miró interrogante y ella le hizo un gesto con la

mano para que no se cortara. —Pues muy bien. —Sonrió a Bolton y soltó
una risita como una colegiala. —Naia tiene un embarazo perfecto.

—Eso es estupendo. —Se acercó a Naia y cogió su mano dejándola

pasmada. Ella intentó soltarse, pero nada que no la dejaba. —¿Es ella? —
preguntó mirando la pantalla—. Quiero una foto bien grande.

La mujer se echó a reír de nuevo. —Lo siento, pero si la quiere más


grande deberá ampliarla usted. Cuanto entusiasmo. —La miró como si

fuera un desastre. —¿Ves, Naia? A él le encanta tener una niña.

—Claro que sí, es lo que quería. —Intentó soltarse de nuevo, pero


nada y gruñó dejando caer la cabeza sobre la camilla. —Que bien te salen
las cosas, puñetero —dijo entre dientes.
—El destino está de mi lado, preciosa. Asúmelo.

—¿Y qué tengo que asumir exactamente?

—Que no te librarás de mí. Doctora, ¿qué opina de todas esas cosas


que pone internet sobre la alimentación y las vitaminas?

—Oh, son muy importantes. —Empezó a dar una conferencia sobre


los beneficios de una buena alimentación durante el embarazo y la función

que tenían las vitaminas. Naia miró pasmada a su padre que tampoco salía
de su asombro. —Así que Naia deberá seguir esas pautas al pie de la letra.

—¿Qué ha dicho?

Sean se encogió de hombros.

—Tranquila nena, que yo me he quedado con todo.

—Se le ve muy inteligente. —Rio acercándose a su mesa. —Pero no


es necesario que recuerde las reglas de memoria. Le di a Naia unos folios

con lo que no debe comer.

—¿Te los dio?

—¡Sí, me los dio! ¿Me devuelves la mano? ¡Tengo que vestirme!

Él suspiró como si fuera un esfuerzo enorme y sin poder creerse lo

que estaba pasando se apoyó en los codos para coger los pañuelos de la
caja. —Oh, permíteme. —Él cogió unos cuantos y empezó a limpiar el gel

que tenía sobre el vientre con una delicadeza que la dejó atónita. ¿Quién era
ese tío? —Ya está. ¿Te bajo la camiseta? —Le miró como si quisiera
matarle. —Vale, hazlo tú.

—Desaparece de mi vista —dijo entre dientes.

—Soy el padre, tengo derecho a estar aquí.

—Ojalá todos los padres se implicaran en el embarazo como él,


Naia. Tienes mucha suerte. —Sonrió a Bolton. —Señor Remington,

¿asistirá al parto?

Ella iba a contestar cuando él dijo —Por supuesto. No me lo


perdería por nada. Mis chicas estarán allí.

La mujer se echó a reír demostrando que estaba encantada con él. —


Sí, por supuesto. Deberán estar. —Cogió otra hoja de encima de la mesa

mientras Naia se bajaba la camiseta y se sentaba. —¿Asistirán al curso de


preparación al parto?

—¿Cuándo empieza eso? —preguntó él sacando su móvil.

—Normalmente se deja para más adelante, pero yo no estoy de

acuerdo. Prefiero que las madres hayan asistido a unas cuantas clases para
que tengan más asumido el tema de la respiración y otras cosas que son

esenciales. Sobre todo en un parto natural. ¿Será un parto natural, Naia?


Podemos hablar de eso si quieres.

—Aguanto muy bien el dolor.


—Nena…

—¿Qué? —preguntó agresiva—. Mi madre lo tuvo natural y yo lo


quiero igual. Dicen que es una experiencia única que crea un vínculo entre

madre e hijo.

—Hija, ya tendrás un vínculo muy estrecho. ¡Tan estrecho que


saldrá de ti! Doctora dígale que eso duele mucho.

—Con la epidural también sentirás el parto, te lo aseguro. Y una

primeriza puede tener un parto muy largo. De todas maneras, todavía hay
tiempo para decidirlo. —Cogió unos folletos. —Aquí os doy la información

necesaria y si tenéis dudas me llamáis. Pero como digo eso se puede decidir
el mismo día del parto. Sobre el cursillo…

—Apúntenos cuanto antes. Si existe la posibilidad de que sea parto


natural debe estar preparada, ¿no?

—Eso he dicho —dijo tan contenta. Naia entrecerró los ojos.

Demasiado contenta para su gusto—. Les llamarán en cuanto se organice el


grupo nuevo.

—Perfecto. —Sonrió a Naia. —Nena, ven que te ayude a…

Se bajó de la camilla tan aprisa que tropezó con un pie de su padre


casi cayendo de bruces si Bolton no llega a cogerla del brazo. —Cuidado

Naia —dijo la doctora muy seria—. No debes pegar esos saltos.


Perdió parte del color de la cara y avergonzada por su estupidez

cogió su bolso de la silla. Bolton apretó los labios por su expresión antes de
acercarse a la mujer extendiendo la mano. —Gracias por su ayuda.

—De nada. Y que camine mucho. Me gusta que estén fuertes y que

no cojan demasiado peso para el parto.

—Entendido. —Puso su mano en la parte baja de la espalda de Naia


y susurró —¿Vamos nena?

—Sí. —Cogió del brazo a su padre que por su expresión no parecía


nada contento por ver la cara de su exyerno. —Vamos papá.

En cuanto los tres salieron Sean siseó —Qué poca vergüenza tienes.

—Suegro, supongo que se lo ha contado todo como siempre.

—Por supuesto que sí.

—Pues entonces también sabrá que estoy loquito por ella. —Se
sonrojó de gusto sin poder evitarlo y más cuando se la comió con la mirada.

—Nena, nunca has estado más preciosa.

—Muérete.

—No tendrás esa suerte.

—Papá nos vamos. Ignórale.

—Más quisieras… —dijo yendo tras ellos, aunque habían acelerado

el paso—. Nena, tienes que volver a casa.


Ella se detuvo en seco y se volvió lentamente. —¿Qué has dicho?

—Custodia compartida. —Sonrió de oreja a oreja. —Me encanta ese

concepto. Es tan mía como tuya.

—Eso será después del parto.

—Soy un padre implicado en su crecimiento y en mi casa recibirá


una mejor alimentación. ¿Qué crees que dirá el juez?

—Que no —dijo como si fuera lo más obvio del mundo.

—Pues Oliver piensa lo contrario. —Dio un paso hacia ella sin


cortarse en mostrar la satisfacción de su rostro. —De hecho existe un

precedente en el que el juez ordenó a la mujer ir a vivir con su exesposo ya


que tenía derecho a disfrutar del embarazo como ella. O casi, ya que no

puede sentirlo todo.

—Eso es mentira.

—Hija, que debe haber casos de todos los gustos. Que no te líe que

seguro que contra ese hay millones de sentencias que te darán la razón.

—Ya, pero tengo el precedente solo necesito el juez que me dé la


razón a mí y puede que lo tenga ya.

—¿Has comprado a un juez?

—Eso es muy fuerte… Digamos que colaboro activamente en la


fundación que preside su mujer. ¿A que es una casualidad?
—¡Pues nos veremos en el juzgado! ¡Seguro que estará encantado
de oír mi historia!

—¿Qué historia, nena? ¿La que no puedes contar por la cláusula de

confidencialidad que firmaste en el divorcio?

Le miró roja de furia. —Te odio.

—¿Te he dicho ya que Oliver es un genio en lo suyo? —preguntó

divertido.

—Empiezo a odiarle tanto como a ti —siseó.

—Vamos, que os llevo a casa para que hagas las maletas.

—Ni hablar.

—Muy bien, tienes que digerir todo lo que ha pasado, lo entiendo.

Soy un marido comprensivo.

—Tú ya no eres mi marido.

—Nena, eso que acabas de decir no está nada bien. Te puede oír la
niña.

Se sonrojó con fuerza y miró a su padre que parecía a punto de

lanzarse sobre él en cualquier momento.

—Suegro, no me lo tomes en cuenta. ¿Qué harías tú si la mujer de tu


vida y tu hija ya no vivieran contigo? ¿No lucharías? —Pasó ante él. —Yo
no soy de los que me quedo de brazos cruzados y pienso hacer lo que sea
necesario para recuperarlas. Naia, te llamo mañana. Ten preparadas las
maletas.

Salió de la consulta y ambos se miraron. —Hija, esto tiene muy


mala pinta. ¡Ha perdido la chaveta!

—Ahora está emperrado en que me quiere, ¿te lo puedes creer?

—Bueno, puede que…

—Como le des la razón grito.

—Mejor vámonos a casa.

Se paseó de un lado a otro. —Bien, necesito ideas porque estoy


totalmente en blanco. —Se detuvo poniendo los brazos en jarras mirando a
su padre interrogante.

—Niña, no sé si meterme en esto porque si luego te arreglas con

él…

—Eso no va a pasar. —Sus ojos brillaron. —¿Tienes alguna idea?

Sean sonrió malicioso. —¿Sabes que solo hay una persona que

pueda pararle los pies?

—¿Sí? ¿Quién?
—Su abuela. Si su abuela dice que pare, tendrá que parar.

—¿Esa ancianita?

—Según Margaret es como un sargento. Puede que tú conocieras su


lado bueno porque le has caído bien, pero los lleva a todos con mano de

hierro. No estuvo casada con el abuelo por nada, era la esposa perfecta para
él porque tenía su misma mala leche. Palabras de Margaret, que le guarda
algo de rencor por lo que ocurrió con sus hijos, a mí me cayó muy bien en
la boda.

Entrecerró los ojos. —Le gusto. Mucho. Fue evidente cuando fui a
visitarla a la residencia. Estaba encantada de verme y más aún después de

hacer que recuperara su dinero.

—Ahí puedes tener una aliada. Yo que tú le haría una visita esta
tarde para ver hacia dónde va el viento. Tienes la excusa de decirle que será
una niña. Con lo que hablan entre ellos en esa familia, te apuesto lo que
quieras a que ni sabe que estás en estado.

—Sí, creo que voy a hacerle una visita.

 
 

Capítulo 11
 

Eleanor Gwendolyn Remington salió del ascensor apoyándose en su


bastón mientras su asistente a su lado le hacía un gesto a un ejecutivo para

que se apartara. La matriarca entrecerró los ojos mirando a su alrededor. —


¡Han cambiado la decoración! —dijo ofendida.

—¿Hace cuánto que no vienes por aquí, Eli?

—Treinta años.

—Seguro que la renovación era necesaria —dijo intentando

aplacarla.

La anciana gruñó yendo hacia donde su marido había tenido el

despacho y una secretaria abrió la puerta de cristal. —Señora Remington, su

nieto la recibirá enseguida.

—Claro que sí, niña. —Pasó ante ella mostrando su impecable

cabello teñido de rubio recogido en la nuca y su traje de Pertegaz. Abrió

ella misma la puerta deteniéndose en seco al ver a su nieto tras una mesa
enorme llena de papeles. —¿Has cambiado la decoración? —preguntó

mostrando que no le gustaba un pelo.

—Abuela, qué sorpresa. —Se levantó de su asiento y rodeó el

escritorio para acercarse y darle un beso en la mejilla. —¿Cómo tú por

aquí?

—Pamela espérame fuera.

—Sí, Eli.

Su nieto levantó una ceja. —¿Eli?

—Le permito ciertas licencias porque es insustituible. —Le dio el

bolso y caminó por el despacho y al ver un cuadro abstracto en colores

rojos y azules susurró —Dios mío, qué horror. Tanta modernidad es

innecesaria.

—Abuela tenía que meter la empresa en el siglo veintiuno —dijo

divertido.

Apoyándose en el bastón le miró sobre su hombro. —Últimamente

te noto muy moderno…

Dejó el bolso sobre la silla mirándola sin comprender. —¿A qué


viene eso, abuela?

Se giró poniendo ambas manos sobre la empuñadura de oro de su


bastón. —¿Te has divorciado?
Bolton se enderezó mirándola fijamente. —¿Cómo te has enterado?

—¿Te has divorciado de esa niña que me gustaba tanto? —preguntó

levantando la voz.

—No fue por gusto, te lo aseguro. Intento arreglarlo.

—¿Intentas arreglar ese fiasco de relación? —Dio un paso hacia él

mirándole fijamente con sus ojos castaños. —¡Cómo has podido ser tan

idiota!

Bolton gruñó. —Ha ido a verte. Te lo ha contado todo, ¿no?

—Claro que sí, porque no es tonta y busca aliados. No te extrañe


que en este momento esté hablando con tu madre.

—Joder… —siseó molesto—. Iba a contártelo. Cuando lo arreglara.

De repente Eleanor sonrió. —Una niña. Una biznieta, al fin. ¿Las

recuperarás?

—¿Acaso lo dudas?

—Me gusta Naia. Se notaba que te quería por encima de todo, pero

la has defraudado muchísimo. Hijo, ¿cómo has podido?

—Padre nos puso en un aprieto y tenía que salvar sus acciones. Para

evitar problemas se las transferí todas. Y fue lo mejor. No pudo meter mano

en ellas.

Su abuela asintió. —La utilizaste.


—Sí.

—Y para ello la convertiste en tu amante.

—Es correcto.

—Temías perder las acciones y la engañaste para casarte con ella.

—Era necesario para que se sintiera segura.

—¿Te enamoraste?

—La conoces, fue inevitable.

Eleanor sonrió. —Me ha pedido que te haga entrar en razón.

—Cosa que no harás porque quieres a esa niña tanto como yo.

—Por supuesto. Es una Remington y será criada como tal.

—Espero que no le hayas dicho eso, es muy suya con ese tema.

—Bah, tonterías. —Se sentó en una silla ante su escritorio y le miró

a los ojos. —No estás consiguiendo lo que pretendes, ¿sabes?

Se sentó en la esquina del escritorio. —¿Qué quieres decir?

—Si quieres que vuelva no puedes obligarla, tiene que hacerlo por

voluntad propia.

—Si no la presiono nunca volverá.

—Vamos, es Naia. Cuando os casasteis en esa horrible ceremonia

sin ningún romanticismo te miraba como si fueras el centro de su universo.


—Bolton apretó los labios. —Te ama, solo tienes que recordárselo.

—Está muy rebelde. Se resistirá con uñas y dientes.

—Porque está dolida y no confía en ti. No cree que la quieras y es

lógico después de lo ocurrido. Y lo del bebé… Eres igual que tu abuelo que

hasta que no me dejó en estado no paró.

Bolton carraspeó. —¿Alguna sugerencia respecto a cómo

convencerla?

Le miró como si fuera idiota. —¿Qué tal si le demuestras que la

amas?

—Abuela, soy un hombre muy ocupado. ¿Estás insinuando que la

corteje?

Chasqueó la lengua. —Lo que decía, igual que tu abuelo. Pero hasta

él me cortejó, ¿sabes?

—¡Por Dios, si vamos a tener una hija y me quiere! No sé porque

tengo que hacer esas tonterías.

—¿Porque la quieres y no deseas estar ni un minuto más separado

de ella?

Gruñó entrecerrando los ojos.

—Tiene que ver que has cambiado de veras. En este momento

piensa que todo lo hiciste por las acciones y por puro egoísmo. Y tiene
razón. Querías salvar la empresa y tener un hijo. Sus sentimientos nunca te

importaron.

—Eso no es cierto —siseó.

—Nunca los tuviste en cuenta, porque si hubiera sido así no te

hubieras comportado como lo hiciste. Y ahora quieres a la niña y que sea tu

mujer. No entiende la razón de ese cambio y es lógico.

Gruñó por lo bajo. —Veo que vuestra conversación ha sido extensa.

—Era obvio que quería desahogarse. Está furiosa y decepcionada. Y

debo decir que sus lágrimas me han ablandado el corazón.

—Joder… ¿Ha llorado?

—¿Qué esperabas?

—¡No lo sé! Te aseguro que todo esto me ha pillado por sorpresa.

De repente todo había cambiado y dependía de…

—¿Ella?

Suspiró pasándose la mano por la nuca. —Me siento ridículo. —Rio

con ironía. —Si me viera el abuelo, me pegaría una patada en el culo.

Su abuela le miró con ternura. —¿Crees que él no se enamoró

nunca?

—Sí, claro —dijo incómodo—. A ti te amó.


—Lo dices como si no me hubiera amado y debo decirte que lo hizo

hasta el día de su muerte.

—Sí, por supuesto.

Rodeó el escritorio y Eleanor sonrió con tristeza. —¿No crees que


me amara?

—Abuela, claro que sí. Como tú a él.

—Sabes que me fue infiel, ¿no? —Bolton sentándose en su asiento


la miró a los ojos y Eleanor asintió. —Lo sabías.

—Sí, me enteré en la universidad.

—Se llamaba Fiona.

—Abuela…

—Creo que debemos hablar de ello, porque intuyo que aparte de la


relación de tus padres y los desastrosos matrimonios de mi hijo, eso ha

influido en la relación que tienes con las mujeres. Me sorprendió mucho


cuando me dijiste que te casabas y es porque hasta ese momento creía que

tanto tú como Robert huíais del matrimonio como de la peste.

—Cierto. No es que tuviéramos ejemplos a nuestro alrededor que

nos hicieran creer en el matrimonio. Pero Naia lo ha cambiado todo.

—Y no sabes cómo me alegro. Pero por si tienes dudas sobre si tu


matrimonio puede funcionar te diré que sí. Amaba a tu abuelo muchísimo y
cometió errores. Errores monumentales como lo has hecho tú y le perdoné.

—No sirve de nada que le perdones si no se arrepiente de haberte

hecho daño —dijo con rabia—. Ahí demuestra que no te amaba como
merecías.

—Eso mismo podría decir cualquiera de tu relación con tu mujer,

¿no?

Bolton perdió todo el color de la cara y Eleanor se levantó


sujetándose en su bastón. —Veo que lo has entendido. Me amaba, pero

cometió errores como los has hecho tú. Y me demostró mil veces que me
quería. Le perdoné y no me arrepiento. Demuéstrale que te arrepientes,

cielo. Es la única manera de que tu mujer llegue a perdonarte y a olvidar lo


que le hiciste. Si intentas forzarlo solo lo empeorarás.

—Vaya con la abuela —dijo Robert —. Te ha puesto las cosas


difíciles, ¿no?

—Que me arrepienta. Pero es que no me arrepiento, joder.

—Igual el abuelo tampoco se arrepentía. Solo tuvo que simular que


lo hacía.

—Quieres que siga mintiendo.


—No tienes más opciones, hermano. —Bebió de su copa. —No te
arrepientes y quieres recuperarla. No tienes otra opción. Ya lo has hecho

antes, no te será difícil.

—Eso fue distinto.

—¿Porque en ese momento no la querías?

—Joder, no sé lo que sentía. —Respiró hondo apoyando los codos

en las rodillas.

Robert apretó los labios. —¿Quieres mi opinión? Lo supe en cuanto


me llamaste a Londres y me contaste lo que ocurrió en Industrias Pierson.

No dejaste de hablar de ella. Y cuando venía por negocios siempre te ibas


antes de terminar la cena porque ese día tenías que verla. Y estabas

impaciente por hacerlo. Podías simular que no te importaba, pero te


importaba muchísimo. No sé si estabas enamorado, pero sí que vi el cabreo

que te pillaste cuando te hablé del bombón que había conocido en el


ascensor. Estabas celoso, hermano. Te morías por arrearme por haber

intentado acostarme con ella. Puede que no la amaras como lo haces ahora,
pero ya la querías para ti. De eso no tengo ninguna duda y te conozco mejor
que nadie.

—¿Y? Eso no significa nada. Hice lo que hice sin pensar en cómo se

sentiría.
—¿Y de eso sí te arrepientes?

—¡Sí, joder! ¡Pero tenía que hacerlo!

—¿Como tenías que dejarla embarazada? —Robert sonrió. —O lo


hiciste porque temías que te descubriera y si lo hacía ya estaría atada a ti

para siempre. —Bolton separó los labios de la sorpresa. —Estoy seguro de


que hasta que la conociste ni se te pasó por la cabeza tener un hijo ni

casarte. Ese maldito viaje en barco solo era para demostrarte a ti mismo que
no era importante en tu vida y la cagaste, hermano, porque se ha convertido

en el centro de tu universo. ¿Quieres reconocerlo de una vez y dejar de


haceros daño? Porque sé que tú también sufres por no estar a su lado,

aunque intentes disimularlo.

—No me creerá. No cree nada de lo que le digo.

—Entonces como dice la abuela tendrás que demostrárselo.

Al escuchar el timbre de la puerta Naia se levantó y fue hasta allí


con ganas de guerra. La abrió de golpe y allí estaba su exmarido con un

abrigo azul y un ramo de rosas rojas enorme. Parpadeó mirando las flores.
—¿Qué es eso?

Él carraspeó. —Son para ti. ¿Puedo pasar?


¿Eran para ella? Se sonrojó de gusto porque nunca le habían

regalado flores, pero intentando disimular levantó la barbilla retándole. —


No he hecho las maletas. Demándame si quieres.

—No voy a demandarte.

—¿No? Genial. —Le cerró la puerta en las narices y pegó la oreja

para escucharle gruñir.

—Nena, estás al otro lado de la puerta. Veo tu sombra por debajo.

—No —dijo muy bajito.

—Y estás descalza. ¡Hace frío y no tenéis la calefacción encendida!


¡Aquí hace más frío que en la calle!

Hizo una mueca porque hasta que no nevara el administrador no les

quitaba el precinto para encenderla. —Es que tengo abierta la puerta del
patio

—¿Tenéis patio? —preguntó irónico —. Menudo lujo.

—Sí, ¿qué pasa? ¡Tenemos el mejor piso del edificio!

—Lo dudo mucho —dijo por lo bajo—. ¿Me dejas pasar?

—¿No te ha quedado claro que no cuando te he cerrado la puerta?

—Nena, tenemos que hablar. ¡Y cálzate!

—A mí no me des órdenes.
—¿Quieres resfriarte?

—¡Quiero que te largues!

—Cuando te calces.

Exasperada fue hasta el sofá y se puso sus viejas zapatillas. Regresó

y puso la cadena antes de abrir la puerta y sacar un pie. —¿Ves?

—Dios mío, ¿qué es eso?

Se sonrojó con fuerza. —Unas zapatillas.

—¡Si se caen a trozos! ¿La suela está pegada con cinta aislante?

—Qué va.

—Nena, ¿dónde están las que te compré en Venecia?

—Estas son más calentitas. —Cerró la puerta de golpe. —¡Adiós!

—Si crees que con esto vas a impedir que hablemos, lo llevas claro.
¡Abre! —Como no contestaba bufó mirando el ramo de flores.

—Déjalo en la puerta.

Bolton miró la mirilla y sonrió. —Volveré esta tarde y espero otra


actitud.

Una pedorreta al otro lado le hizo poner los ojos en blanco, pero se
agachó y dejó el ramo ante la puerta. Se volvió para irse y Naia pegada a la

mirilla vio cómo se alejaba hasta el portal. En cuanto salió, abrió la puerta a
toda prisa y cogió el hermoso ramo de flores. Acercó uno de los capullos a
su nariz y aspiró el aroma. Qué bien olían y eran preciosas. Emocionada fue

hasta la cocina y buscó algo para ponerlas. Su madre tenía un viejo jarrón
de cristal que había comprado en un mercadillo y cuando las sacó de su

papel y las colocó, quedaron preciosas sobre la mesa de la cocina. Estaba


doblando el papel y un sobrecito blanco cayó sobre su pie. Sin aliento lo

cogió y lo abrió para leer:

“Siento no haber tenido en cuenta tus sentimientos. Lo siento

muchísimo. Bolton”

Emocionada se llevó la tarjeta al pecho y contempló las flores.


Estaba claro que la charla con su abuela le había puesto las pilas. Sonrió

radiante y se fue a vestir que tenía una entrevista de trabajo.

 
 

Capítulo 12
 

Cuando llegó a casa dejó caer la mandíbula del asombro por las
cajas que estaban ante la puerta y que su padre estaba metiendo en casa. —

¿Qué es eso?

—Radiadores eléctricos —respondió su padre asombrado—. Seis.

—Eso nos va a costar una fortuna. Devuélvelos.

Le puso delante una nota. —No devolver por mucho que les digan.

—Y debajo añadía —Nena, pásame la factura de la luz cuando llegue. —

Soltó una risita y miró a su padre que también sonreía. —Es un detalle.

—Y tanto. Será el primer invierno en que no tengamos que ir con

tanta ropa encima. Y tienes algo más en la cocina.

—¿Si? —Corrió hacia allí casi arrollando a su padre y se detuvo en

seco en la puerta al ver al menos veinte bolsas de Macy´s. Dejando el bolso

sobre el respaldo de la silla metió la mano en la que tenía más cerca y sacó

una bata preciosa con borreguillo por dentro.


—Es evidente que no quiere que pases frío. Incluso me ha enviado

una a mí a juego con unas zapatillas.

—¿De veras?

—Y eso no es todo. —Cogió una bolsa y se la puso delante. —

Ábrelo.

Loca de contenta metió la mano y sacó una caja. A toda prisa la

puso sobre la mesa y al levantar la tapa de cartón vio un conjuntito de lana


de algodón rosa con una hermosa puntilla del mismo color. El primer regalo

de la niña. —Qué bonito —dijo sacando el trajecito.

—Es evidente que no ha podido resistirse —dijo divertido.

—Papá, no lo ha comprado él.

—Claro que sí. —Dio la vuelta a la caja y vio “No he podido


resistirme” escrito en ella y debajo ponía: “¿Te gusta, nena?”

Soltó una risita. —Es precioso.

—Voy a meter el resto de los radiadores antes de que nos los roben.

Ella se quedó mirando el traje durante varios segundos y acarició la

puntilla. Era evidente que le hacía ilusión y que se había dado por vencido

respecto a que fuera a vivir con él. Seguro que había sido un farol y pensaba

que como era tonta se lo tragaría. Al mirar todas aquellas bolsas suspiró.
¡Ni se te ocurra pensar que estás siendo muy dura con él! Entrecerró los
ojos. Hace esto para ablandarte, no seas tonta. Cerró la tapa y empezó a

sacar las cosas de la bolsa intentando reprimir lo que le gustaban.

—Ya está —dijo su padre antes de colocar un radiador a su lado y

encender el enchufe.

—Pues muy bien.

Sean la miró fijamente. —¿Estás enfadada?

—¿No te das cuenta? Hace todo esto para que le perdone.

—Ya.

—¿Y te parece bien?

—Claro que sí, porque intenta demostrarte que le importas.

—O finge demostrar que le importo para que le perdone. ¡Porque es

obvio que no me quería cuando me hizo todo lo que me hizo!

Su padre se rascó la cabeza. —Y si no le importas nada, ¿por qué no

dejar las cosas como están?

—Por la niña.

—Claro, por la niña. ¿Esa que no nace hasta dentro de cinco meses?

¿Esa niña?

—Oh, por Dios… Que ya te ha convencido con unas zapatillas

nuevas.
—Menudas zapatillas, hija… Son de piel con…

—¡No me cuentes rollos! —Iba a salir de la cocina cuando se

detuvo en seco. —¿Qué te han dicho en la entrevista?

—Que no cumplo con el perfil. ¿Y a ti?

—Que no quieren preñadas a media jornada.

—Vamos muy bien. ¿Tenemos para el próximo alquiler?

—Casi. Nos faltan cincuenta pavos.

—Genial ¿y cómo comeremos?

Suspiró apoyándose en el marco de la puerta. —Voy a tener que

dejar la universidad.

—¡No! ¡Tienes una beca!

—Sí, pero esa beca me paga los estudios no los gastos y como has

dicho tenemos que comer. —Entrecerró los ojos. —Igual si hablo con
Margaret te readmite.

—¿Después de que me echara a patadas porque dejaste inconsciente


a su hijo? ¡Le canté las cuarenta sobre lo que su precioso hijo había hecho y

te aseguro que me quedé muy a gusto!

—Cuando hablé con ella parecía arrepentida y reconoció que Bolton

había hecho mal.


—Pues a mí no me ha llamado —dijo mosqueado sacando una

sartén de la alacena—. ¿Qué vas a hacer de cena?

—¿La echas de menos?

Sean disimuló abriendo la nevera. —¿Qué tal unos espaguetis?

Queda queso rallado.

—Vale, no la mencionaré más.

Asintió y sacó los ingredientes de la nevera. —Venga, coloca eso

que yo solo voy a hervir el agua. De la salsa te encargas tú.

Estaban comiendo a dos carrillos cuando sonó el timbre de la puerta

y padre e hija se miraron. —Ve tú —dijeron a la vez.

—Hija, es para ti y se me van a enfriar los espaguetis.

Gruñó levantándose de la mesa y fue hasta la puerta. La abrió de

mala gana para ver a Bolton al otro lado. —¿Qué?

La cogió por la cintura y atrapó su boca saboreándola de una manera

que hasta le encogió los dedos de los pies. Cuando la soltó encantado de sí

mismo dijo —Salsa de tomate. ¿Hay espaguetis para mí? Me muero de

hambre.
Antes de que pudiera reaccionar había entrado en el salón y se

quitaba el abrigo. —Nena, cierra que se va el calor. ¿Te gustan los

radiadores? Los hacemos en la empresa.

—Ajá…

—Bien. —Miró sus pies y sonrió porque llevaba sus zapatillas

nuevas. —Preciosa dime que tienes una cerveza.

Ella abrió la boca para decir algo, pero Bolton se volvió para entrar
en la cocina como si estuviera en su casa. —¡Eh! —Corrió hacia allí para

ver como saludaba a su padre con una palmada en la espalda y este gruñó

en respuesta sin dejar de comer. Para su asombro abrió la vieja nevera y

sacó una cerveza. Tan tranquilo quitó la chapa para tirarla en el fregadero y

le dio un buen sorbo a la botella antes de volverse. —Tienes que irte.

—Tenemos que hablar. —Cogió un plato que estaba secando y se

sentó a la mesa como si nada. —Hubiera venido antes, pero estaba en una

reunión y por mucho que intenté escaquearme Robert no me dejó irme. —

Hizo una mueca. —Últimamente está algo pesado con los negocios. Joder,

ya tenemos dinero de sobra, ¿para qué queremos más? —Los Hudson no

salían de su asombro viéndole servirse una buena cantidad de espaguetis. —


Hay que vivir un poco la vida, ¿no suegro?

Este asintió con un espagueti colgando de la boca.


—Eso mismo digo yo. Además voy a ser padre, debo tener más

tiempo libre para mis chicas, así que le he dicho que se traslade a Nueva

York. Nena, ¿no cenas? Tienes que comer.

Asombrada rodeó la mesa para sentarse en su sitio, pero al ver que

no tenía cubiertos se levantó a toda prisa para coger unos del cajón con una

servilleta. Cuando volvió a su sitio él dijo —Gracias, preciosa. —Sonrió

enrollando los espaguetis. —Ya he hecho un fondo para la universidad de la

niña.

—¿Pero tú necesitas fondos?

—Me desgrava.

—Ah…

—Sí, hay que pensar en todo. Y ya le he pedido plaza para dentro de

dos años en la guardería más prestigiosa de la ciudad.

—¿Qué?

—Mientras tanto tendrá niñera, porque tú quieres seguir estudiando,


¿no?

—Sí, pero…

—La niñera la elegiremos entre los dos, pero lo de la guardería tuve


que hacerlo solo porque hoy se acababa el plazo y como no querías hablar
conmigo… Tranquila, que si no quieres que asista a ese centro me
devolverán los diez mil dólares si lo digo antes de tres meses.

—¿Diez mil dólares?

—Les enseñan idiomas. Es la mejor edad para que absorban


conceptos. Tienen profesores nativos especializados en niños de esa edad.

Una de sus alumnas ha sido admitida por Julia nada menos y empezó
tocando el piano allí.

—Con ese precio... —dijo su padre.

—Y eso es por un año. Dentro de tres años tenemos que buscarle


colegio.

—Cielo, ¿te encuentras bien? —preguntó preocupada.

—Estaría mejor si estuvieras en casa, pero ya que no puede ser… —

Le miró interrogante.

—No —dijo enderezándose.

—Bueno, solo debo tener paciencia.

—¿Crees que voy a perdonarte? —preguntó asombrada porque

seguía en sus trece.

—Hija, si no lo creyera no estaría aquí sentado. Es un hombre muy


ocupado.
—Bien visto, suegro. —Con una sonrisa cogió su botellín y le dio
un trago esperando su respuesta, pero ella gruñó cogiendo su tenedor.

—Nena, ¿has apagado la cocina? ¿Huele a quemado?

Volvió la cabeza y se levantó a toda prisa para ver que los botones

estaban en su sitio. —Sí.

De repente se quedaron sin luz y Sean dijo —La instalación

eléctrica siempre fastidiando.

—¿Qué? —Bolton salió corriendo de la cocina y a través de la luz


que entraba por la ventana padre e hija se miraron. —¿A dónde va?

—¡Nena, sal de la casa! —gritó asustándola.

—¿Qué pasa? —Salió de la cocina y alguien empezó a aporrear la

puerta preguntando si tenían fuego cuando vio el resplandor en la


habitación de su padre. Corrió hacia allí para ver que la cama estaba
ardiendo. —¡Llamad a los bomberos!

Bolton llegó en ese momento con un extintor que había cogido del

pasillo y juró por lo bajo al ver que el cierre de seguridad ya estaba abierto.
Pulsó la palanca, pero no salió nada.

—¿Está vacío? —preguntó asombrada.

—Joder, ese administrador siempre racaneando —dijo su vecino de


arriba que negó con la cabeza viendo el fuego—. Debéis salir.
Las cortinas se prendieron y Sean tras ella se llevó las manos al a

cabeza. —¡No, no! —Intentó entrar, pero ella se lo impidió. —Hija déjame
pasar.

—¡Ni loca! ¡Vámonos!

—¡Las fotos de tu madre!

Bolton vio una de las fotos en la mesilla de noche y rodeó la cama


cuyas llamas llegaban al techo. —Cielo, ¿qué haces? ¡No!

Cogió el marco y a toda prisa se volvió para coger los marcos de


encima del tocador. Cuando llegó a la puerta se los dio a Sean antes de

cogerla en brazos para sacarla del piso. Varios vecinos estaban gritando y su
vecino de arriba les siguió gritando a los demás —¡Los bomberos ya vienen

de camino! ¡Salid del edificio!

Cuando llegaron a la calle, Bolton la dejó en el suelo. —Quédate


aquí. —Se iba a volver, pero se giró para cogerla de los brazos. —Júrame

que pensarás en la niña y en ti y te quedarás aquí. Entrar no es buena idea.

—¿Y a dónde vas tú? —preguntó asustada.

—Igual puedo ayudar. Unos vecinos tenían calderos con agua.

Vuelvo enseguida.

—No entres. —Miró a su alrededor. —¿Dónde está mi padre? —


preguntó histérica.
Bolton juró por lo bajo y soltando sus brazos entró de nuevo en el

edificio. Muy nerviosa se apretó las manos sin dejar de mirar la puerta. A
medida que pasaban los minutos sus ojos se llenaron de lágrimas

imaginándose cosas horribles como que se habían herido y que no podían


salir. La sirena de los bomberos no la alivió nada porque no salían. —

¿Dónde estáis? —Dio un paso hacia la casa, pero las palabras de Bolton la
retuvieron y se echó a llorar llamándoles a gritos. Cuando vio a su padre

con una maleta en la mano que debía pesar muchísimo porque casi la
arrastraba corrió hacia él para abrazarle. —¿Dónde está Bolton?

—La última vez que le vi estaba intentando apagar el fuego y me


dijo que dejara la otra maleta que había preparado con tu ropa, que él se

encargaría. No le he visto después de que me diera esto para que lo sacara.


Hija póntelo, no quiere que cojas frío.  —Emocionada cogió el abrigo de su

mano y la verdad es que le venía de perlas porque se estaba quedando


helada. Se lo puso a toda prisa antes de mirar hacia la casa. —Tranquila

hija, seguro que está bien. Los bomberos van a apagar el fuego.

Sin dejar de mirar la puerta susurró —Vamos, vamos…

En ese momento se vio la luz de una linterna y al ver los pantalones


de Bolton suspiró del alivio. Salía tosiendo con una maleta en la mano y en

cuanto bajó los escalones un sanitario se acercó a toda prisa con una
mascarilla de oxígeno.
Fue hasta él y preocupada cogió su brazo. Él sonrió tras la
mascarilla.

—¿Estás bien? —preguntó preocupadísima al ver que su traje estaba


quemado en una manga.

—Señora, déjele respirar. Venga, siéntese.

Sean cogió la maleta de su mano y el sanitario le acercó a la

ambulancia haciendo que subiera para sentarse en la camilla.

Desde abajo observó lo que le hacían asustadísima y él se quitó la

mascarilla lo suficiente para decir —Dejen subir a mi mujer. Está


embarazada.

Una chica con chaleco reflectante se acercó a ella. —Suba.

Lo hizo a toda prisa y se sentó a su lado. —¿Te has quemado?

La cogió por los hombros pegándola a su torso y Naia le abrazó con


fuerza. —Dime que estás bien.

—No es nada. Solo he respirado algo de humo.

Varios bomberos empezaron a salir como si ya se hubiera acabado y


Sean suspiró del alivio. —Han sabido controlarlo.

—¿Veis como no teníais que haber entrado? —preguntó sin querer


soltarle.
—Ya está, nena… —Se quitó la mascarilla y la besó en la sien. —
No ha pasado nada.

Le costó calmarse y cuando los sanitarios le sugirieron ir al hospital

a una revisión él se negó. —¡Vas a ir!

Bolton sonrió. —Estoy bien. Venga, vamos a ver que ha sido de tu


casa.

—Pero… ¿Cuándo vas a hacerme caso?

—¿Cuando me hagas caso tú? —respondió divertido

Gruñó levantándose de la camilla y cuando iba a bajar él gritó —

¡Ahí quieta!

Jadeó indignada —¿Crees que no puedo bajar?

—¡Sí, puedes bajar de morros! —Él bajó de la ambulancia con


agilidad y extendió los brazos como si fuera una niña. —Nena… Vamos.

Chasqueó la lengua apoyándose en sus hombros y la dejó en el suelo

con suavidad antes de coger su mano y acercarse a donde su padre hablaba


con los bomberos. —Así que les daremos un informe para el seguro.

—No tenemos seguro —dijo Sean antes de mirar a su hija—. La


instalación eléctrica ha provocado un cortocircuito. Seguramente por poner
los radiadores.

—Vaya…
—Denos el informe igual porque mi mujer va a demandar al
administrador y al propietario —dijo Bolton muy serio—. Ni calefacción

les daba y es obvio que el edificio no cumple con los requisitos mínimos.
Quiero un informe completo.

El bombero sonrió. —Ojalá todos fueran como usted. Estoy harto de


edificios así. Y en este hemos tenido suerte. Hablaré con mi superior del
asunto para tramitar por nuestra parte una denuncia por no cumplir la
normativa de incendios.

—Gracias. ¿Es seguro entrar?

—Sí, aunque aún hay algo de humo. Dudo que puedan dormir ahí en
varias semanas mientras se arreglan los desperfectos.

Entraron en el edificio y el agua del suelo mojó sus zapatillas

nuevas. Al llegar ante la puerta abierta se le cayó el alma a los pies por el
estado del salón. Las ventanas estaban abiertas y pudo ver por la luz de la
luna que el fuego había llegado hasta allí y había quemado el mueble de la
televisión. Las paredes estaban ennegrecidas y solo se había librado su

habitación y la cocina.

—Nena, recoge todo lo que queráis llevaros porque en cuanto

salgamos de aquí no vais a volver. Llamaré a Roy para que vaya a la


empresa a por una de las furgonetas.
—Pero…

—¿En serio vas a discutir conmigo ahora?

—Vamos hija, no perdamos el tiempo. Aquí no podemos quedarnos.


—Su padre empezó a abrir cajones y a sacar todos los efectos personales.

Uno de los álbumes de fotos estaba empapado y su padre le mostró como


goteaba. Bolton dijo —Lo arreglaremos. Escanearán las fotos y quedarán
como nuevas, ya veréis.

Ella forzó una sonrisa antes de asentir. —Voy a mi habitación.

—Te ayudo. —Tosió siguiéndola a la habitación y preocupada se


volvió haciendo que Bolton sonriera. —No es nada. Nena dame el móvil
del bolsillo interior.

—¿Seguro que estás bien?

—Seguro. —Se acercó y metió la mano por debajo de la solapa del


abrigo rozándole el pecho. Se miraron a los ojos mientras él decía. —Todo

va a ir bien.

No podía dejar que pasara de nuevo. No podía entregarle su corazón


y que volviera a destrozárselo y pensaba dejárselo muy claro. Si volvía con
él tenía que estar completamente segura de que la amaba y dijo sin pensar
—Otra vez no.
Él apretó los labios decepcionado. —Muy bien, pero vendréis a

casa.

Iba a decir que no la había entendido cuando se volvió para marcar

un número en el teléfono, seguramente para hablar con Roy. Bueno, ya se lo


explicaría, ese no era el momento ni el lugar para hablar de su relación.

Agotados llegaron al piso de la Quinta a las tres de la mañana. —


Nena, dúchate mientras acomodo a tu padre.

—Antes necesito beber algo —dijo Sean dejando una mochila en el


suelo.

—Sí, por supuesto. Ya sabes donde está la cocina. —Cuando su


suegro fue hasta el mueble bar y se sirvió un whisky doble Bolton sonrió.

—¡Papá! ¿Qué haces?

—Déjame hija, que lo necesito.

—¿Ya que estamos me pones uno? —preguntó Bolton.

—Marchando.

—Cariño se va a emborrachar, no está acostumbrado.

—Si necesita emborracharse no veo mejor momento para hacerlo


que después de perder su casa.
Ella hizo una mueca porque tenía razón. —Voy a ducharme.

Sonrió mientras se alejaba y Naia entró en la habitación

encendiendo la luz. Se quitó las zapatillas y jadeó por sus pies negros. Al
parecer el hollín había traspasado la tela. —Rayos. —Cogió las zapatillas y
fue hasta el baño intentando manchar lo menos posible. Se quitó el abrigo y
gimió porque era de muy buena calidad. —Habrá que llevarlo al tinte, por
probar no perdemos nada. —Lo llevaría al día siguiente y como había

hecho otras veces revisó los bolsillos no fuera a ser que Bolton tuviera en
ellos algo importante. Cuando sacó unos papeles del bolsillo interior frunció
el ceño. Qué raro. No los había notado. Los abrió y vio que era la reserva de
un hotel en París para las pasadas Navidades a nombre de los dos. Eran de

una agencia del viaje a Roma. Los había comprado en su luna de miel. Se
quedó en shock recordando que haciendo las maletas le había preguntado
por qué se llevaba ese abrigo y él le había dicho que en algunas zonas de
Italia puede que hiciera frío y que ella también metiera alguno. Miró de

nuevo los papeles sintiendo que su corazón se aceleraba. Le había dicho que
la llevaría a Francia en cuanto pudiera y lo hubiera hecho si en aquel
momento aún hubieran estado juntos. Y era evidente que quería darle una
sorpresa porque no le había dicho nada.

—¿Nena? —preguntó él entrando en la habitación. —No oigo el

agua. ¿Estás bien?


A toda prisa guardó los papeles en el abrigo y lo dejó caer al suelo.

—¡Sí! —Se quitó el viejo jersey que llevaba tirándolo al lado del abrigo. —
Es que lo voy a dejar todo perdido.

Él apareció en la puerta. —No te preo… —Al ver su pequeño


vientre sonrió. —Ya se te nota. Cuando estuvimos en la tocóloga ayer no
me di cuenta de que se te notaba.

—Estaba tumbada. —Sonrió acariciándose la pequeña barriga. —

Creo que esta mañana la sentí.

—¿No es muy pronto? ¿Deberíamos llamar a la doctora? —

preguntó preocupado entrando en el baño.

—Lo he mirado en internet y al parecer es normal a partir de la


semana dieciséis. —Soltó una risita. —Aunque puede que me lo haya
imaginado, nunca había sentido nada así antes.

Él alargó la mano. —¿Puedo?

Se sonrojó de gusto. —Sí, claro. —Su mano acarició su vientre y se


le erizó la piel de placer por el roce.

—Es más dura de lo que pensaba —dijo él con la voz ronca pasando
la mano hacia su costado.

De repente los dos se miraron con los ojos como platos y Naia se
echó a reír. —¿Lo has sentido?
—Se ha movido. —Fascinado miró hacia abajo y acarició la zona de
nuevo. Su mirada subió hasta sus pechos que casi desbordaban su sujetador.
—Nena, creo que esto del embarazo tiene sus ventajas.

—Me han crecido mucho —susurró. Su mano subió por su costado


hasta el borde de su sujetador—. ¿Qué haces?

—Ayudarte.

—Ah… —Las manos llegaron hasta su espalda pegándola a su


pecho y Naia cerró los ojos de placer cuando esas manos bajaron a su

trasero amasándoselo por encima del pantalón. —El cierre está más arriba.

—Perdona nena, pero es que no puedo evitarlo. —Metió las manos

por la cinturilla acariciando sus nalgas y se agachó para besar su cuello.

—Chicos, ¿podéis darme unas toallas? —gritó su padre desde su


habitación.

Bolton gruñó dejando caer la frente en su hombro. —Muy oportuno.

—Vete acostumbrándote porque cuando la niña llore… —dijo


divertida.

Se la comió con los ojos y la besó rápidamente en los labios antes de


salir del baño.

Se desvistió y se metió bajo el agua suspirando de placer cuando


empapó su cabello. Olía a barbacoa y cogió el champú enjabonándose su
larga melena. Estaba aclarándose cuando sintió como entraba en la ducha y
la abrazaba por la cintura pegándola a su pecho. —¿Qué te ha hecho
cambiar de opinión? —susurró.

—El viaje a París.

Se le cortó el aliento y la volvió para mirar sus ojos. —¿Cómo lo


sabes?

—Tenías las reservas en el abrigo.

Bolton apretó los labios. —Lo había olvidado.

—Pero estás a prueba. —Acarició su pecho hasta llegar a sus


hombros.

—No puedo quejarme. Es mucho más de lo que tenía esta mañana.

—Y tienes límites —dijo pegando la pelvis a su endurecido sexo.

—Joder, no me digas que no nos vamos a acostar porque me va a


dar un infarto.

—Aquí a las seis todos los días laborables y los fines de semana son
para mí.

—¿Todos?

—¿Qué dijiste de delegar en tu hermano?

—También tiene mucho trabajo en Europa, pero hablaré con él muy


seriamente —dijo antes de besar sus labios, pero ella se apartó —Nena, que
me muero por hacerte el amor.

—¿Aquí?

—Donde sea —dijo casi con desesperación.

—Lo he pensado dos veces y no es buena idea.

Bolton entrecerró los ojos y asintió. —Deja que te ayude al menos.

Soltó una risita cuando pasó su mano por su trasero y cuando llegó a

su entrepierna se agarró a sus hombros cerrando los ojos creyendo que se


moría de gusto. —Espera que me falta el jabón —dijo Bolton alargando la
mano hasta el dispensador. Unió las manos ante ella y las frotó lentamente
hasta hacer espuma provocando que se le secara la boca por lo que estaba

por venir. El dorso de su índice bajó hasta su pezón y lo rozó haciendo que
se le cortara el aliento. Naia mirando sus ojos sintió como ese dedo rodeaba
su pezón hasta que toda la palma acunó su pecho. —¿Demasiada espuma?

Sin dejar de mirarla la empujó ligeramente provocando que diera un


paso atrás y elevó su pecho haciendo que el agua que caía sobre su hombro

arrollara hasta él y la espuma cayó. Sin dejar de mirarla se metió su pezón


endurecido en la boca. Naia gimió de placer aferrándose a sus hombros. —
Siempre los has tenido muy sensibles, preciosa.

Pasó la lengua por su pezón mientras la otra mano llegaba a su otro


pecho y Naia sintió que las piernas no la sostenían por el fuego que recorría
su vientre. Él se agachó ante ella y enterró la cara entre sus pechos. Cuando
mordisqueó su delicada piel gimió de placer y esos labios bajaron por su
vientre dándole suaves besos. La trayectoria de esos besos la excitó aún más

y de rodillas ante ella cogió su muslo para colocárselo sobre su hombro.

—Cariño, no habíamos dicho que no era buena i… —Su lengua


recorrió su sexo y gritó de placer mientras la sujetaba por las nalgas. —
¡Dios!

Una y otra vez la acarició íntimamente e intentando aferrarse a algo


elevó el brazo para sujetarse en la parte de arriba de la mampara y Bolton la

elevó bebiendo de su sexo como si fuera un auténtico manjar. Naia


apoyando su otra mano en el mármol de la pared gritó de placer una y otra
vez mientras la dejaba al borde del precipicio. Bolton sonriendo levantó la
vista hacia ella y la bajó lentamente hasta que sus sexos se encontraron. Se
aferró a su cuello y besó sus labios desesperada mientras sentía como su

sexo entraba en su interior tan lentamente que la volvió loca de frustración,


así que se dejó caer sobre su eje provocando que gritaran cada uno en la
boca del otro. Separó sus labios y le abrazó enterrando la cara en su cuello.
—Ámame, ámame —rogó antes de que entrara de nuevo en ella

provocando que la tensión aumentara de una manera abrasadora y Bolton


sintiendo su necesidad la pegó a la pared para acelerar sus embestidas hasta
que su miembro la llenó de tal manera que su alma tembló mientras el
placer la elevaba.

Con las respiraciones agitadas se acariciaron el uno al otro y Bolton


la dejó lentamente en el suelo. Naia muy sensible gimió cuando salió de su

interior y se miraron a los ojos. —¿Estás bien? —susurró él apartando un


mechón de su mejilla.

—Sí. —Besó sus labios suavemente y Bolton la abrazó con fuerza.

—Al final no ha sido tan mala idea.

Rio contra su pecho. —Pues no.

—Vamos a la cama, cielo. Tienes que estar agotada.

 
 

Capítulo 13
 

Media hora después estaba tumbada de costado con él abrazándola


por la espalda. Intentaba dormirse, pero estaba demasiado inquieta.

Escuchaba la respiración pausada de Bolton mientras seguía dándole


vueltas al asunto. Esperaba no estar metiendo la pata de nuevo. Esperaba no

ilusionarse otra vez para que la realidad le estallara en la cara.

—Tienes la sonrisa más hermosa del mundo —susurró él contra su

oído—. No puedes dejarme, nena.

Asombrada miró sobre su hombro para ver que estaba totalmente


dormido. —No lo hagas. —Inquieto la pegó más a él como si necesitara

sentirla. —Tenía que hacerlo, ¿no lo entiendes? ¡No, Naia! —De repente se

dio la vuelta dándole la espalda y sin salir de su asombro se sentó para


observarle. —¡Qué sabrás tú, abuelo! —dijo furioso—. ¡Es mi mujer y me

quiere!
Se asustó porque empezó a sudar y a moverse mucho en la cama.

Alargó la mano para tocarle, pero de repente se calló y su respiración se

normalizó. —Sé que me quiere, cierra la boca, abuelo —murmuró

dejándola de piedra—. Mi Naia es perfecta.

Sonrió sin poder evitarlo y se tumbó de nuevo a su lado. Al sentirla

se giró para abrazarla y mirando el techo se preguntó si en sueños decía

abiertamente lo que a plena luz del día tanto le costaba expresar. Acarició
su brazo y notó como se relajaba a su lado. Pero era extraño porque nunca

le había oído hablar en sueños. Le miró con desconfianza. ¿Le estaría

tomando el pelo de nuevo? Alargó la mano y le pellizcó con fuerza. Se

sobresaltó sentándose de golpe. —¿Qué? ¿Qué pasa? —La miró como si no

se esperara que estuviera allí. —Nena, ¿estás bien?

—Sí. —Pobrecito. Le cogió del brazo. —Sigue durmiendo, no pasa

nada.

Agotado se tumbó a su lado. —Mañana tengo que llamar a Robert

—dijo medio dormido.

—Sí, cielo. Ya lo harás mañana.

Se mordió el labio inferior mirando su perfil y estaba dormido

profundamente de nuevo. Y en él, que le costaba tanto dormir, era muy raro.
Rarísimo. Preocupada por si le pasaba algo no pegó ojo en toda la noche.
 

Sentada ante él en el desayuno no dejaba de observarle mientras leía

la prensa. —Cielo, ¿has dormido bien?

Sonrió. —Como un bebé. ¿Y tú?

—Algo inquieta.

—Es lógico, hija. Se nos ha quemado la casa.

—Por cierto, ¿Sean estarás aquí al medio día? —preguntó su marido

antes de beber de su café.

—Pensaba ir a casa por si se nos ha olvidado algo importante que no

nos hayan robado, pero sí, creo que sí. Creo que ya habré vuelto a esa hora.

¿Por qué?

—Va a venir una empresa para renovar el sistema antiincendios.

Jadeó indignada. —Lo de nuestra casa no fue culpa mía.

—Nena, me he dado cuenta de que hay que prevenir. En esta casa

hay obras de arte muy valiosas —Cogió su mano. —Sobre todo tú.

Se sonrojó de gusto. —Vale, te perdono. ¿Seguro que estás bien?

—Sí, ¿por qué?

—Has dormido de un tirón toda la noche.


—¿De veras? —Le guiñó un ojo. —Serás tú, que me relajas.

—Muy gracioso.

Se echó a reír. —Seguro que influye. Aunque también puede influir

que el doctor me ha cambiado las píldoras.

—¿Qué píldoras? ¿Estás enfermo?

—Las pastillas para dormir.

—Ah…—Entrecerró los ojos. —Ah…

—Las nuevas son una bomba. —Naia separó los labios de la

impresión. —Las tomo desde hace una semana porque no pegaba ojo y

desde entonces me levanto como nuevo. Y que hayas vuelto ayuda mucho.

—Pero son seguras, ¿no? Te las ha recetado un médico. A ver si te

me vas a quedar tieso en mitad de la noche.

Bolton se echó a reír levantándose y la besó en los labios. —Te

echaba de menos, preciosa. Llámame si me necesitas para algo.

La besó de nuevo tomándose su tiempo y cuando se separó suspiró

como si fuera una faena tener que irse. —Me voy a trabajar.

—Yerno ya que estamos…

—Llamaré a mi madre —dijo de la que salía—. ¡Ella también te

echa de menos!
—Sabía que se estaba haciendo la dura. —Miró a su hija que parecía

preocupada. —¿Qué pasa?

Miró hacía la puerta y escuchó como salía su marido antes de decir

—Habla en sueños.

—Yo también, a tu madre la volvía loca.

—No, mi marido nunca habla en sueños. —Su padre no entendía

palabra. —Deben ser esas pastillas nuevas. Dice que soy perfecta y cosas

así. Mi Bolton nunca hubiera dicho algo así.

—Quieres decir el otro Bolton.

—¿Crees que ha cambiado?

—No creo que haya cambiado. —Dejó caer los hombros

decepcionada. —Creo que es más abierto contigo porque sabe que lo

necesitas para ser feliz a su lado.

—Quiere que sea feliz.

—Cielo, tu marido se ha dado cuenta de lo importante que eres en

su vida e intenta recuperarte por encima de todo. Disfrútalo y deja de

preocuparte. Y no analices cada cosa que hace, eso es de locos. Intenta

relajarte un poco, ¿quieres?

—Sí, voy a relajarme y a disfrutar de nuestra nueva relación.

Su padre sonrió. —Esa es mi chica.


 

Las cuatro de la mañana y nada. Hoy no decía ni palabra. Y dormía

a pierna suelta el muy cabrito mientras ella llevaba días en los que no

pegaba ojo. Menos mal que se tomaba unas siestas de campeonato. Se giró

para mirarle. Vamos, vamos. Puede que hoy tuviera suerte y le tocara el

gordo. Un te quiero de nada, eso es lo que necesitaba. Ya le había dicho que

era preciosa, la mujer de su vida y que se moriría si la perdiera, pero de te

quiero nada de nada. Sí que era duro de pelar. Ni en sueños claudicaba.

Aunque el subconsciente era muy sabio, si no lo decía era porque no la

quería. Entrecerró los ojos. Sé positiva, lo dirá. Esos días a su lado habían

demostrado que estaba encantado por su regreso y esta vez sin acciones por

medio ni nada de nada. Pues si estaba encantado y la quería, ¿por qué no se

lo decía? Se le cortó el aliento. Porque no le creería. Ya le había dicho antes


que la quería y no había sido cierto. Igual temía que pensara que estaba

mintiendo. Claro, era eso. Su marido de tonto no tenía un pelo y si le decía

que la amaba igual podía haber una discusión que era lo que menos quería

en ese momento. Estaba esperando que se relajara.

—Eo…

Se sentó de golpe mirando a su marido con los ojos como platos,

pero no lo repitió. Minutos después se iba a tumbar de nuevo cuando


susurró —Sí, quiero.

Retuvo el aliento y se acercó lentamente para ver sus labios. —Una

hamburguesa con queso y una cerveza bien fría.

—¡Oh, venga ya! —le gritó a la cara despertándole de golpe. Al


verla tan cerca se asustó y gritó levantándose en cueros con cara de susto.

Ella al darse cuenta de lo que había hecho dijo suavemente —Cielo, creo

que tenías una pesadilla.

—¿De veras?

—Intentaba despertarte. ¿Estás bien?

Se pasó la mano por su cabello negro y gruñó yendo hacia el baño.


Satisfecha se tumbó. Cuando regresó se metió en la cama y la abrazó
haciéndola sonreír. Sí que había cambiado sí. Bah, se lo diría algún día. Las

palabras no eran tan importantes.

Comiendo un bol de helado le miraba de reojo la noche siguiente y


le escuchó reír. —Oliver, que bestia eres.

Intrigada se acercó y puso la oreja. —Sí, la rubia. Esa para mí.

Jadeó indignada. ¿Le estaba poniendo los cuernos en sueños? Sería


cabrito. —Es una preciosidad y esos ojos azules… —Entrecerró los ojos.
¿Sería ella? —Tienes una sonrisa preciosa. —Sonrió de oreja a oreja. Sí que
era ella. —Bonito tatuaje.

Ella no tenía ningún tatuaje. Mirándole como si quisiera matarle dio


la vuelta al bol y le cayó de golpe todo el helado en la cara. Se levantó de la

cama sobresaltado y se pasó las manos por el rostro. —Uy cariño, tenía
hambre y se me ha caído. ¿Estás bien?

La miró exasperado. —Nena, no comas en la cama. ¡Además es

muy tarde! ¡No puede ser bueno!

—Tenía hambre…

Él gruñó y fue hasta el baño. Sonriendo dejó el envase sobre la

mesilla y se tapó con el edredón suspirando de gusto. Puede que fuera un


recuerdo, pero no quería que pensara en otra ni en sueños. A este iba a

atarle bien corto. Cuando se tumbó en la cama le dio la espalda y


mosqueada porque no la abrazaba le dio una patada. Alucinado la miró

sobre su hombro. —Debe ser el azúcar que me ha provocado un espasmo.


Lo siento, amor.

Él sonrió volviéndose y abrazándola. —No pasa nada. Ahora a

dormir.

Acariciando su brazo susurró sintiendo que se la llevaban los


demonios por dentro. —Estoy pensando en hacerme un tatuaje.
A él se le cortó el aliento. —No.

—Uno pequeñito. En el trasero. Solo lo verías tú.

Él gruñó. —¿Y qué querrías que te pusieran?

Ahora no lo veía tan mal, ¿no?

—¿Qué tal eres un imbécil que sueñas con otras mientras duermes

con tu mujer embarazada? —dijo antes de darse cuenta.

—Un poco largo, ¿no?

Furiosa se sentó. —¡Estabas soñando con otra!

—¿Yo? —preguntó pasmado.

—¡Una rubia, de ojos azules! ¡Y con un tatuaje!

—¿De veras? Nena, serías tú.

—Y una leche. Yo no tengo tatuajes. —Le miró con rencor. —De


momento porque puede que me ponga uno en los muslos que diga no dejar

pasar a Bolton Remington.

—¿Me estás amenazando con dejarme en dique seco por un sueño?

Le señaló con el dedo. —Ándate con ojo que esta vez no te voy a
pasar ni una. —Furiosa se tumbó de nuevo tapándose hasta la barbilla. —
¡Estás advertido!
Pasmado miró a su mujer. —Nena tienes las hormonas un poco

revolucionadas, ¿no?

Gruñó dándole un golpe a la almohada. Él reprimió la risa. —¿Estás

celosa?

—Uy, uy… que tú quieres movida.

—Nena, era un sueño. Qué raro nunca hablo en sueños, ¿no?

—Será que era muy intenso —dijo con mala leche.

—¿He dicho alguna otra cosa?

—No —dijo mintiendo descaradamente.

Suspiró tumbándose. —Igual era Lucy.

Se volvió de golpe. —¿Qué Lucy?

—Una novia que tuve en la universidad. Nada serio.

—¿La de la biblioteca?

—¿Te he contado eso?

—¡Sí! ¡Sacaste el tema de una manera muy delicada después de

hacerlo la primera vez!

—¿De veras? —La abrazó a él. —¿Y te dije que contigo era mil
veces mejor?

Gruñó fulminándole con la mirada y él carraspeó. —Ah, que no.


—Duérmete Bolton, que me estás dando una noche…

Suspiró tumbándose y al cabo de unos minutos dijo —Nena, nadie

ni en sueños ni real puede compararse contigo.

Sonrió sin volverse y dejó que la abrazara.

Sentados en la cama la noche siguiente ambos leían. Él unos


documentos con los que no hacía más que jurar por lo bajo y hacer tachones

mientras ella leía uno de sus libros de la universidad. Naia pasó la hoja. —
Cielo, hoy no lo hemos hecho.

—Esta mañana, no lo recuerdas, ¿nena? —La miró divertido. —

Porque yo recuerdo tus gritos perfectamente.

—Hablo de después del trabajo.

—Pensaba que no querías.

—¿Y eso por qué? —preguntó sorprendida.

—Porque no haces más que lanzarme indirectas sobre el tatuaje —

dijo a punto de reírse—. Hasta te has puesto una calcomanía que espero que
se quite del todo.

—¿No te gusta? —Le mostró la muñeca donde tenía una mano

haciendo un dedo. —Yo creo que es mono.


Bolton rio por lo bajo. —Tienes una manera muy especial de
demostrar tus celos.

Chasqueó la lengua. —Y eso que no te he pillado, si algún día lo


hago prepárate. Ya no soy la idiota que deja que te vayas de vacaciones

solo.

—Lo tendré en cuenta.

—Porque ahora eres mío. Tú lo has querido así y aquí estoy. Ya no


pienso cortarme.

—Muy bien, nena. Me parece perfecto.

—¿Tú no tienes nada que decir?

—Que más vale que te haga el amor para que se te quiten esas ideas
raras de la cabeza. —Dejó los papeles sobre la mesilla y se volvió hacia ella

que tenía una ceja levantada. —¿Qué?

—No es una obligación.

—O sea que no.

—Yo no he dicho eso.

—¿Sí o no, Naia? Me tienes un poco despistado.

—Tú te despistas mucho. —Cerró el libro de golpe y lo dejó sobre


la mesilla también.
—¿Y eso qué coño quiere decir? —preguntó empezando a
mosquearse.

—No lo sé, dímelo tú. —Apagó la luz. —Buenas noches.

—¡Así que es que no! ¡Nena, si tú has sacado el tema!

—Solo era una pregunta.

—¡Que ya me ha puesto a tono!

—¿De veras? Que rarito eres. ¿Te has tomado la pastilla?

—No —respondió como si fuera obvio.

—Pues hala, que así duermes mucho mejor. —Él entrecerró los ojos

viendo como cerraba los suyos y suspiraba de gusto. —Cariño, la pastilla.

Bolton gruñó yendo hacia al baño y de la que volvía murmuraba no


sé qué del matrimonio.

—No estamos casados.

—No me lo recuerdes.

—No, porque podría recordarte la razón y entonces… ¡Entonces sí


que tendríamos fiesta!

—Que descanses, nena. —Le dio un beso en los labios y ella abrió
un ojo para ver cómo se tumbaba a su lado.

 
 

Masticando un enorme sándwich de pavo pasó la hoja de una revista


mientras su marido soltaba un ronquidito que la dejó de piedra. Ah, no…
eso sí que no. Atenta se le quedó mirando, pero no volvió a repetirse. Sería

por la postura. Bolton se volvió hacia ella dejando caer su brazo por encima
de sus muslos. Masticando tiró de la revista hasta sacarla por completo. —
Sí, nena... Ahora te hago el amor. —Levantó ambas cejas tragando de golpe
y él acarició su muslo al descubierto por el pantaloncito corto del pijama.

—Tienes una piel tan suave.

Madre mía, que calores. Dejando el sándwich sobre el plato que


tenía en la mesilla se abanicó con la revista y él subió su mano hasta su
cintura. —Me vuelves loco, preciosa. —Soltó una risita de gusto mientras
su mano subía por debajo de la camisa del pijama y acariciaba el pecho.

Cuando apretó su pezón dejó caer la revista al suelo de la impresión y gimió


arqueando su cuello hacia atrás. —¿Todavía me amas? —Cogiéndola por la
cintura la hizo tumbarse y antes de darse cuenta lo tenía encima con una
erección de campeonato. ¡Esas pastillas eran la bomba! —¿Te gusta?

Parpadeó mirando hacia abajo viendo cómo se movía contra ella.


¡No! Mierda de sueño. De repente él se tiró a su lado como si estuviera

agotado. ¿Ya? Sí que había sido rápido. —Te amo, nena. Eres la persona
que más me ha importado en la vida.
En shock porque esas palabras las había oído cuando habían roto la
primera vez se le quedó mirando mientras dormía profundamente. No podía

ser. ¿Ya la quería en aquel momento? Entonces recordó mil detalles. Como
le había pedido que fuera su amante cuando apenas la conocía. La manera
en que la besaba o le hacía el amor cuando estaba con ella en su antiguo
apartamento. Su risa por las tonterías que le decía. Miles de momentos

pasaron ante ella y fue consciente de como los había olvidado porque los
malos era lo que recordaba siempre. Y si se había enamorado de él era por
esos buenos momentos. Por lo que tenían cuando estaban juntos. La alegría
la invadió y cogiendo sus mejillas le plantó un beso en la boca. Bolton abrió

los ojos y cogiéndola por la nuca profundizó el beso haciendo que ya no


tuviera ninguna duda de que él era la persona por la que jamás recuperaría
su corazón.

Sentada ante él en el desayuno le miraba totalmente enamorada y


Bolton sonrió. —Preciosa, ¿qué te pasa? Estás muy rara. Más de lo normal.

—Ja, ja. Estaba pensando que ya que papá se fue ayer a vivir con tu
madre podíamos celebrar una noche juntos.

Alargó la mano para coger la suya. —Suena perfecto.


—Aquí a las seis, no llegues tarde.

—No me lo perdería por nada —dijo comiéndosela con los ojos.

Carmen entró en ese momento con el plumero en la mano. —


¿Quieren algo más los señores? ¿Más zumo?

—No, Carmen. Así está bien.

En ese momento le sonó el móvil a Bolton y al ver la pantalla apretó


los labios antes de contestar —Dime.

Mordió la tostada observándole y al ver que se tensaba mirándola de

reojo se enderezó en su silla. —¿Y para qué? —Cerró los ojos como si
estuviera harto. —No me jodas.

Al abrir los ojos y darse cuenta de que ella no perdía palabra se


levantó saliendo de la cocina. Sin cortarse le siguió para verle saliendo a la
terraza a pesar de que empezaba a llover. —¿Cómo se te ha ocurrido? ¡Ya

pusiste la empresa en peligro una vez! ¡Estoy harto de tus líos en tu vida
privada!

Apretó los labios porque era evidente que era su padre.

—¡No! ¡No voy a ir a la boda!

Dejó caer la mandíbula del asombro.

—¡Claro, otra que ya tiene el futuro asegurado! Pero escúchame

bien, como no protejas las acciones… ¡Cómo voy a estar tranquilo! ¿Sabes
lo que tuve que hacer por tu última metedura de pata? ¿Sabes las

consecuencias que ha tenido eso en mi vida? ¡Joder, y no sabes cómo me


arrepiento de haberte ayudado porque eres tan desagradecido que te importa
una mierda!

Sabiendo que la necesitaba se acercó y le acarició la espalda antes


de abrazarle por la cintura. Bolton cerró los ojos. Su mano se elevó para
coger el teléfono y colgó mientras él se volvía. —Nena…

—Eso es pasado. —Se abrazó a él. —Centrémonos en el futuro,

¿quieres?

—No es pasado, nena. Va a terminar perdiéndolas.

Por su expresión se dio cuenta de que parecía desesperado por

encontrarse de nuevo en esa situación. —¿Tan importante es?

—¿Que si es importante? Tiene el quince por ciento de un cincuenta


y uno. Aunque no puede tomar decisiones porque el abuelo estipuló que
solo nosotros podemos hacerlo, puede quitárselas un juez. Y si no es así a
saber dónde acaban en cuanto las hereden ese montón de hermanos que ni

siquiera conozco. Podría perder el control de la empresa.

—¿Y si se las compras? Así se acabó el problema.

Bolton separó los labios como si nunca se le hubiera pasado por la

cabeza. —No las venderá.


—¿Se lo has preguntado?

—Pedirá una fortuna por ellas.

—¿Y si su madre habla con él?

—¿Qué se te está pasando por la cabeza?

—Lo mismo que tú hiciste conmigo. Un pequeño engaño. ¿Y si la


abuela le compra sus acciones por el precio de mercado diciéndole que así

las protegerá de posibles divorcios? ¿Cómo no va a confiar en su madre?


Pero la mujer que es muy lista os las dejaría a vosotros en herencia. ¿Qué
culpa tenéis vosotros de que la abuela haya hecho algo así y no se las haya
devuelto después de su fallecimiento que esperemos que sea dentro de

mucho tiempo?

Sonrió malicioso. —Eres maquiavélica.

—Lo aprendí de ti. Hala, vete a trabajar que tienes que ganar mucho
dinerito para timar a tu padre.

Se echó a reír y le dio un beso en los labios. —Hasta la noche,


preciosa.

—Hasta la noche, mi amor. —Cuando se alejó gritó —¡Cuando


termine la carrera quiero un puesto directivo!

—Eso está hecho.

 
 

Encendió las velas y pensó dos veces si era buena idea pasándose
las manos por sus caderas estirando el sexy vestido negro que enfatizaba su
vientre. Miró a su alrededor e hizo una mueca por el mantel de lino, así que
sopló sobre ellas. Ya las encendería cuando llegara. Colocó la servilleta
como a ella le gustaba y a toda prisa fue hasta la cocina para asegurarse de

que la cena estaba en su punto. Había descartado el pescado por las espinas,
así que Carmen había hecho una deliciosa pierna de cordero que olía de
maravilla. Sus tripas rugieron y se acarició el vientre. —Eres un pozo sin
fondo, hija. Espera un poco. —Para entretenerse se metió en la boca un

canapé y empujó la puerta para ir hacia el salón mientras masticaba.


Frunció el ceño por su sabor que era realmente fuerte. Tragó en el momento
en que se abrió la puerta y sonrió a su marido. —Hola, cielo. —Se acercó y
le dio un beso en los labios

Él frunció el ceño. —Nena, ¿has comido queso?

—¿Queso? No. Sabes que no como ninguno porque no me fío de


que la leche sea pasteurizada. —Se llevó la mano a la boca con los ojos

como platos. —¡El canapé! —Corrió hacia la cocina y cogió la bandeja de


los canapés. —No, no puede ser. ¡Le di la lista a Carmen para que no
hiciera comidas prohibidas!

—Nena, tranquilízate.
Ella olió los canapés y como no estaba segura fue hasta la nevera
abriendo las dos puertas. Al ver el camembert perdió todo el color de la
cara. —Dios mío.

—Tampoco será para tanto.

—Puede provocar listeria.

—Nena, tranquilízate. —La cogió por los brazos para que le mirara.
—No va a pasar nada.

—No puede ocurrir otra vez —dijo muy asustada.

—No va a pasar nada y tendremos una niña preciosa. ¿Quieres que


llame al médico?

Asintió vehemente y mientras él sacaba el móvil fue a toda prisa al

lavabo y se metió los dedos en la boca. —Eso es, nena. Vomítalo.

Se metió tanto los dedos en la boca que no pudo evitar la arcada y

cuando sintió que iba a vomitar se sujetó en el lavabo. —Sí, se está


forzando para vomitar. ¿Al hospital? ¿No es algo exagerado? ¿Por
prevención? Muy bien, la vemos allí. —Se acercó a ella y la cogió por la
cintura. —Vamos, nena. Nos espera, está de guardia.

Se sintió fatal. —Lo siento, soy un desastre. Tenía que haberme


asegurado de que… —Se echó a llorar. —Tenías razón con lo que me

dijiste. Soy un peligro para ella y no voy a ser capaz de traerla al mundo.
—Eh, eso no es cierto. En ese momento estaba furioso y quise
atacarte, pero no lo decía en serio, cielo. Vas a ser una madre estupenda y
esto no es culpa tuya. —La besó en la sien. —Ya verás como no es nada. —

Alargó la mano y apagó el horno antes de llevarla hacia la puerta. —Estás


preciosa.

—Quería que tuviéramos una cena especial.

—Y será especial cuando volvamos.

Su marido cogiendo su mano escuchó las palabras de la doctora

diciendo que seguramente no pasaría nada, pero que con las muestras que le
habían extraído le harían un cultivo por si acaso y empezaría de inmediato
un tratamiento con antibiótico. Si el cultivo era negativo dejaría la
medicación.

—De acuerdo —dijo Bolton muy serio.

La doctora sonrió. —Me alegro de que hayáis sido tan rápidos, eso
es que os preocupáis de veras y estáis atentos por el bienestar de la niña. Ni

os imagináis las embarazadas que llegan a consulta que de repente se


enteran que han comido algo que no deberían. Pero estamos prevenidos y
preparados.
—¿Ves nena? No pasará nada.

—No ha dicho eso. —Miró a la doctora. —No lo ha dicho.

—No pasará nada, confía en mí.

Se echó a llorar del alivio tapándose el rostro con las manos y


Bolton la abrazó. —Preciosa, todo va a salir bien.

—En unas setenta y dos horas sabremos los resultados. —Les


entregó una receta. —Una cada seis horas.

—Gracias doctora.

La ayudó a levantarse y la doctora sonrió. —Os llamaré con los


resultados.

—Gracias —susurró ella sin dejar de llorar.

En el coche Bolton la abrazó por los hombros y la besó en la


coronilla mientras ella sorbía por la nariz intentando calmarse. —Todo

saldrá bien y no me gusta que te flageles tanto por un error. Todos


cometemos errores y yo el que más. Cuando te eché eso en cara lo dije sin
pensar, preciosa. —Levantó la barbilla para que le mirara. —¿Me perdonas?

—Si no te hubiera perdonado no estaría contigo. —Vio el alivio en


su rostro y ella acarició su mejilla. —Dímelo, necesito oírtelo decir y más
ahora. Estoy asustada.
La abrazó a él con fuerza. —Te quiero, nena. Y estaré a tu lado en lo
bueno y en lo malo, te lo juro por mi vida.

Sonrió contra su pecho. —¿Lo has oído Roy? Al final ha caído.

El chófer se echó a reír desde su puesto.

—Sí nena, he caído.

Le miró totalmente enamorada. —¿Te lo has pensado dos veces?

—Lo he pensado mil y no cambiaría de opinión por nada en la vida.

—Entonces es la decisión correcta, amor.

 
 

Epílogo
 

Naia suspiró pasándose la mano por su enorme vientre y el teléfono


volvió a sonar por enésima vez ese día. Sonrió al ver una foto de su marido

que estaba guapísimo el día de su segunda boda. Descolgó a toda prisa. —


No, no estoy de parto.

—¿Seguro? ¡Nena ya has pasado una semana fuera de cuentas! —


dijo de los nervios—. Mejor voy para allá que igual no te das cuenta de lo

que pasa.

Jadeó indignada. —¿Cómo no voy a darme cuenta?

—Mira que aguantas muy bien el dolor… ¿Tienes dolores?

¿Molestias? ¡Gases! ¿Sientes algo?

La risa de su hermano al otro lado de la línea la hizo sonreír. —


¿Estás en una reunión?

—Que esperen.
—Quien no puede esperar más es él, Naia. Está de los nervios —

dijo Robert en alto para que la oyera.

Sonrió. —Cielo, en cuanto la niña pida paso, te llamaré. Relájate.

—¿Cómo voy a relajarme? —Apartó el teléfono por su grito. Sí,

estaba de los nervios. Pobrecito, menudas pesadillas tenía todas las noches.
Se imaginaba que le ocurría algo y claro, todo eso le estaba pasando factura.

—Voy a recogerte y te llevo al hospital. Estate preparada.

—¿Al hospital?

—¡Sí! ¡A que te la saquen!

Colgó dejándola de piedra y se volvió para mirar a su padre, a

Margaret y a la abuela que estaban allí para vigilarla de cerca. —Ya viene.

—Ya tardaba —dijo la abuela divertida—. Mi nieto no tiene


paciencia y en esto ya ha tenido demasiada.

Margaret reprimió la risa. —Voy a por la bolsa.

Suspiró cerrando el libro. —Bueno, es hora de unas vacaciones de la

universidad.

Su padre se acercó y acarició su hombro. —Solo serán unas

semanas.

—Sí, además ella es lo primero. —Se acarició el vientre de nuevo.

—Papá, ¿puedes llamar a Roy para que suba el aire acondicionado del
coche? Hace un calor espantoso.

—Hija, que vamos en jersey en pleno verano. —Le fulminó con la

mirada. —Le llamo, le llamo.

Naia se sentó al lado de la abuela y esta cogió su mano. —

¿Nerviosa?

—Un poco, pero a su vez lo estoy deseando.

—Te entiendo. Pero ya verás como pasa enseguida y será el mejor

momento de tu vida. Tener un hijo es… maravilloso. —Sus ojos se

oscurecieron. —Luego llegaron las decepciones, pero a vosotros no os va a

pasar eso porque seréis los mejores padres del mundo.

—¿Te ha llamado?

Eleanor sonrió con tristeza. —Después de cobrar ni una llamada.

Por eso no me arrepiento nada de no dejarle las acciones en testamento. Mis

chicos las cuidarán, que era lo que quería el abuelo.

—Me hubiera gustado conocerle.

Se echó a reír por lo bajo. —Cielo, casi mejor que no porque era
algo especial.

—Me lo hubiera ganado.

—De eso estoy segura. Has sabido ganarte el corazón de todos. —

Le guiñó un ojo. —Sobre todo el de mi nieto y no puedo ser más feliz por
ello.

La puerta se abrió de golpe y asombrada se levantó viendo que era

su marido seguido de Robert. —¿Ya estás aquí?

—Estábamos subiéndonos al coche. Ha dejado a la junta plantada en

cuanto decidió llamarte —dijo Robert divertido.

—Vamos, nena. Esto no hay quien lo soporte.

—Tranquilízate, todo va bien.

Como si quisiera asegurarse la abrazó y la besó en la sien. —¿Sean?

¿Mamá?

—Estoy aquí, hijo —contestó su suegra como si estuviera en el

ejército—. Ya tengo la bolsa.

—Nos vamos.  

Todos fueron hacia la puerta incluida la abuela. —Pamela mi coche.

—Ya lo he llamado, Eli. Está abajo —dijo su asistente cogiendo su

bolso para seguirla.

Robert frunció el ceño mirando a esa belleza morena con el cabello

hasta la cintura y su abuela dijo al pasar ante él —Ni se te ocurra.

Pamela se sonrojó mirándole de reojo y a Robert se le cortó el

aliento por sus ojos azules. —Abuela, ¿no nos presentas?


—¡Se llama ni de broma si no te la vas a tomar en serio! ¡O te

desheredo!

Robert sonrió cerrando la puerta sin dejar de mirar su trasero. —

Abuela te aseguro que me la tomaría en serio.

Pamela reprimió una sonrisa y le miró de reojo antes de bajar la


vista hasta su móvil mientras él se ponía a su lado para esperar el ascensor.

—He visto los beneficios que tiene enamorarse y estoy pensando

seriamente en empezar a buscar esposa. —Apoyó la mano en la pared casi

acorralándola. —¿Conoces la historia de mi hermano y su mujer?

Empezaron de amantes.

Su abuela puso los ojos en blanco entrando en el ascensor y Pamela

soltó una risita porque él se movió a toda prisa cortándole el paso. —

¡Hermano, estás impidiendo que se cierre la puerta! —vociferó Bolton de

los nervios.

Le guiñó un ojo antes de enderezarse. —Hermano necesitas un

Valium —dijo entrando en el ascensor.

—Pamela, no tienes nada que hacer —dijo Naia divertida —. Los

Remington son irresistibles.

—Pamela… —dijo Robert comiéndosela con los ojos—. ¿Una cita?

¿Esta noche? Así celebramos el nacimiento de mi sobrina.


Miró de reojo a Eli que asintió dándole permiso. Pamela le miró a

los ojos y dijo —A las siete, ni se te ocurra llegar tarde y traerás un ramo de

rosas amarillas. Ya reservaré yo en el Ángelo y como se te ocurra mirar a

otra me largo. Y yo no soy de segundas oportunidades. Tienes una, así que

aprovéchala.

Se abrieron las puertas del ascensor y salió de él sin mirar atrás

mientras todos la observaban pasmados. Todos menos la abuela que soltó

una risita. —A ella no vas a marearla.

—¿Lo de una segunda oportunidad lo decía por mí? —preguntó

Naia ofendida.

—No —contestaron los demás negando con la cabeza vehementes.

—¡Porque no me arrepiento! ¡Al final lo conseguí!

—Sí, cielo. ¡Lo conseguiste y a ver si conseguimos que la niña salga

de una maldita vez! Esto pasa porque la inflas a dulces y está ahí muy

cómoda.

Le fulminó con la mirada. —¡Te veo muy quejica cuando tengo que

parirla yo!

—Una cesárea, eso es lo que te harán.

Jadeó indignada. —¡Ni hablar, será parto natural!


En medio del hall su marido la miró como si le hubiera dado la

sorpresa de su vida. —Vamos a ver, nena, que me estoy poniendo nervioso.

¡Ya habíamos hablado de esto y no vas a sufrir horas! —le gritó a la cara—.

Ponte como quieras.

Levantó la barbilla. —Es mi cuerpo, yo decido.

—Nena, no lo has pensado bien.

Ni se lo tuvieron que provocar porque en cuanto la doctora le hizo

una monitorización le dijo que estaban de parto. Seis horas después el parto
era muy real y los gritos de su mujer le tenían con los nervios destrozados.
Los demás estaban en una salita anexa y Sean muy preocupado caminaba

de un lado a otro. —Tenía que haberse medicado.

—Tranquilo, que para el segundo habrá aprendido la lección —dijo


Margaret.

Pamela sentada en el sofá con Robert miraba la puerta con los ojos

como platos. No habían dejado de hablar en todas esas horas demostrando


la conexión que tenían y cuando se escuchó otro grito impulsivamente dijo

por lo bajo —Como se me ocurra algo así, quítamelo de la cabeza.


Robert muy preocupado por los gritos de su cuñada que eran
desgarradores cogió su mano. —Tranquila preciosa, eso no pasará.

El llanto del bebé les cortó el aliento antes de echarse a gritar de la


alegría. Pamela y Robert se besaron y Sean impaciente fue hasta la puerta

deseando verlas. Pero pasaron los minutos y no salió nadie.

La abuela perdió la sonrisa poco a poco cuando oyó a su nieto gritar


—¿Qué me está contando? ¡Haga algo!

Sean pálido se volvió. —Algo no va bien.

Margaret se acercó. —Tranquilo, está bien cuidada.

—¡Nena, empuja!

—¿Que empuje? —preguntó la abuela atónita—. ¿El qué?

—Será la placenta —dijo Pamela—. A mi prima le pasó.

—Ah…

El grito de su cuñada hizo mirar a Pamela muy tenso y esta se

mordió el labio inferior antes de decir —No tiene pinta de ser la placenta.

—Dios mío… —Sean se llevó las manos a la cabeza y cuando se


escuchó el llanto de su nieta se puso de los nervios por lo que estaría

pasando.

Robert entrecerró los ojos. —¿No son llantos distintos?


—¿Cómo va a ser…? —preguntó la abuela—. Eso ahora se sabe. Si
le han hecho un montón de ecografías…

La puerta se abrió sobresaltándoles y Bolton apareció con una bata

azul y dos bultitos en brazos dejándoles a todos con la boca abierta. Él


sonrió. —Mi mujer dice que esto ha debido pasar por pensarlo todo por

partida doble.

Se echaron a reír acercándose para ver a aquellas dos preciosidades.


—¿Cómo está? —preguntó Sean.

—Es una campeona. Ahora la están aseando —dijo orgulloso antes


de mirar a sus hijas echándose a reír de felicidad—. Ahora sí que voy a

estar ocupado.

Su abuela sin perder la sonrisa se volvió hacia Robert. —Toma nota.


Así hacen las cosas los Remington.

—Sí, abuela. —Miró a Pamela y le guiñó un ojo provocando que se


sonrojase.

—¿Papá?

Sean entró en la habitación y sonrió a su hija que alargó la mano

desde la cama. Este muy aliviado de verla bien se la cogió de inmediato. —


Son dos. —Rio loca de contenta. —Ya decía la doctora que estaba

engordando mucho.
—Sí, hija... Menuda sorpresa.

—La pobre mujer dice que algo así no le había ocurrido en la vida.

—Es que tú eres especial, mi niña.

—Soy tan feliz…

Emocionado besó su mano. —Como debe ser.

Su marido apareció con las niñas y el resto de la familia detrás.

Bolton se sentó en la cama a su lado y le puso a las niñas cada una en un


brazo con sumo cuidado. —Qué bonitas —dijo con los ojos llenos de

lágrimas antes de reír—. Son rubias.

—Son preciosas —dijo su marido antes de agacharse y darle un


beso en los labios—. Como tú, mi amor.

Se miraron a los ojos durante varios segundos y él susurró —

Gracias por darme tantas oportunidades para poder vivir este momento a tu
lado.

—Gracias por insistir, mi vida. Creía que la mala suerte me


perseguía y resulta que soy la mujer más afortunada del mundo porque

tengo tu amor.

—Y lo tendrás siempre. Siempre.

 
FIN

Sophie Saint Rose es una prolífica escritora que lleva varios años
publicando en Amazon. Todos sus libros han sido Best Sellers en su

categoría y tiene entre sus éxitos:

 
1-                     Vilox (Fantasía)

2-                     Brujas Valerie (Fantasía)


3-                     Brujas Tessa (Fantasía)

4-                     Elizabeth Bilford (Serie época)


5-                     Planes de Boda (Serie oficina)

6-                     Que gane el mejor (Serie Australia)


7-                     La consentida de la reina (Serie época)

8-                     Inseguro amor (Serie oficina)


9-                     Hasta mi último aliento
10-               Demándame si puedes

11-               Condenada por tu amor (Serie época)


12-               El amor no se compra

13-               Peligroso amor


14-               Una bala al corazón
15-                            Haz que te ame (Fantasía escocesa) Viaje en el
tiempo.

16-               Te casarás conmigo


17-               Huir del amor (Serie oficina)
18-               Insufrible amor

19-               A tu lado puedo ser feliz


20-               No puede ser para mí. (Serie oficina)

21-               No me amas como quiero (Serie época)


22-               Amor por destino (Serie Texas)

23-               Para siempre, mi amor.


24-               No me hagas daño, amor (Serie oficina)

25-               Mi mariposa (Fantasía)


26-               Esa no soy yo

27-               Confía en el amor


28-               Te odiaré toda la vida

29-               Juramento de amor (Serie época)


30-               Otra vida contigo

31-               Dejaré de esconderme


32-               La culpa es tuya

33-               Mi torturador (Serie oficina) 


34-               Me faltabas tú
35-               Negociemos (Serie oficina)
36-               El heredero (Serie época)

37-               Un amor que sorprende


38-               La caza (Fantasía)

39-               A tres pasos de ti (Serie Vecinos)


40-               No busco marido

41-               Diseña mi amor


42-               Tú eres mi estrella

43-               No te dejaría escapar


44-               No puedo alejarme de ti (Serie época)

45-               ¿Nunca? Jamás


46-               Busca la felicidad

47-               Cuéntame más (Serie Australia)


48-               La joya del Yukón
49-               Confía en mí (Serie época)
50-               Mi matrioska

51-               Nadie nos separará jamás


52-               Mi princesa vikinga (Serie Vikingos)
53-               Mi acosadora
54-               La portavoz

55-               Mi refugio
56-               Todo por la familia
57-               Te avergüenzas de mí

58-               Te necesito en mi vida (Serie época)


59-               ¿Qué haría sin ti?
60-               Sólo mía
61-               Madre de mentira
62-               Entrega certificada

63-               Tú me haces feliz (Serie época)


64-               Lo nuestro es único
65-               La ayudante perfecta (Serie oficina)
66-               Dueña de tu sangre (Fantasía)

67-               Por una mentira


68-               Vuelve
69-               La Reina de mi corazón
70-               No soy de nadie (Serie escocesa)

71-               Estaré ahí


72-               Dime que me perdonas
73-               Me das la felicidad
74-               Firma aquí

75-               Vilox II (Fantasía)


76-               Una moneda por tu corazón (Serie época)
77-               Una noticia estupenda.
78-               Lucharé por los dos.

79-               Lady Johanna. (Serie Época)


80-               Podrías hacerlo mejor.
81-               Un lugar al que escapar (Serie Australia)
82-               Todo por ti.

83-               Soy lo que necesita. (Serie oficina)


84-               Sin mentiras
85-               No más secretos (Serie fantasía)
86-               El hombre perfecto

87-               Mi sombra (Serie medieval)


88-               Vuelves loco mi corazón
89-               Me lo has dado todo
90-               Por encima de todo
91-               Lady Corianne (Serie época)

92-               Déjame compartir tu vida (Series vecinos)


93-               Róbame el corazón
94-               Lo sé, mi amor
95-               Barreras del pasado

96-               Cada día más


97-               Miedo a perderte
98-               No te merezco (Serie época)

99-               Protégeme (Serie oficina)


100-          No puedo fiarme de ti.
101-          Las pruebas del amor
102-          Vilox III (Fantasía)
103-          Vilox (Recopilatorio) (Fantasía)

104-          Retráctate (Serie Texas)


105-          Por orgullo
106-          Lady Emily (Serie época)
107-          A sus órdenes

108-          Un buen negocio (Serie oficina)


109-          Mi alfa (Serie Fantasía)
110-          Lecciones del amor (Serie Texas)
111-          Yo lo quiero todo

112-          La elegida (Fantasía medieval)


113-          Dudo si te quiero (Serie oficina)
114-          Con solo una mirada (Serie época)
115-          La aventura de mi vida

116-          Tú eres mi sueño


117-          Has cambiado mi vida (Serie Australia)
118-          Hija de la luna (Serie Brujas Medieval)
119-          Sólo con estar a mi lado

120-          Tienes que entenderlo


121-          No puedo pedir más (Serie oficina)
122-          Desterrada (Serie vikingos)
123-          Tu corazón te lo dirá

124-          Brujas III (Mara) (Fantasía)


125-          Tenías que ser tú (Serie Montana)
126-          Dragón Dorado (Serie época)
127-          No cambies por mí, amor

128-          Ódiame mañana


129-          Demuéstrame que me quieres (Serie oficina)
130-          Demuéstrame que me quieres 2 (Serie oficina)
131-          No quiero amarte (Serie época)
132-          El juego del amor.

133-          Yo también tengo mi orgullo (Serie Texas)


134-          Una segunda oportunidad a tu lado (Serie Montana)
135-          Deja de huir, mi amor (Serie época)
136-          Por nuestro bien.

137-          Eres parte de mí (Serie oficina)


138-          Fue una suerte encontrarte (Serie escocesa)
139-          Renunciaré a ti.
140-          Nunca creí ser tan feliz (Serie Texas)

141-          Eres lo mejor que me ha regalado la vida.


142-          Era el destino, jefe (Serie oficina)
143-          Lady Elyse (Serie época)
144-          Nada me importa más que tú.

145-          Jamás me olvidarás (Serie oficina)


146-          Me entregarás tu corazón (Serie Texas)
147-          Lo que tú desees de mí (Serie Vikingos)
148-          ¿Cómo te atreves a volver?

149-                  Prometido indeseado. Hermanas Laurens 1 (Serie


época)
150-                  Prometido deseado. Hermanas Laurens 2 (Serie
época)

151-          Me has enseñado lo que es el amor (Serie Montana)


152-          Tú no eres para mí
153-          Lo supe en cuanto le vi
154-          Sígueme, amor (Serie escocesa)

155-          Hasta que entres en razón (Serie Texas)


156-          Hasta que entres en razón 2 (Serie Texas)
157-          Me has dado la vida
158-          Por una casualidad del destino (Serie Las Vegas)
159-          Amor por destino 2 (Serie Texas)
160-          Más de lo que me esperaba (Serie oficina)
161-          Lo que fuera por ti (Serie Vecinos)
162-          Dulces sueños, milady (Serie Época)

163-          La vida que siempre he soñado


164-          Aprenderás, mi amor
165-          No vuelvas a herirme (Serie Vikingos)
166-          Mi mayor descubrimiento (Serie Texas)

167-          Brujas IV (Cristine) (Fantasía)


168-          Sólo he sido feliz a tu lado
169-          Mi protector
170-          No cambies nunca, preciosa (Serie Texas)
171-          Algún día me amarás (Serie época)

172-          Sé que será para siempre


173-          Hambrienta de amor
174-          No me apartes de ti (Serie oficina)
175-          Mi alma te esperaba (Serie Vikingos)

176-          Nada está bien si no estamos juntos


177-          Siempre tuyo (Serie Australia)
178-          El acuerdo (Serie oficina)
179-          El acuerdo 2 (Serie oficina)
180-          No quiero olvidarte
181-          Es una pena que me odies
182-          Si estás a mi lado (Serie época)
183-          Novia Bansley I (Serie Texas)

184-          Novia Bansley II (Serie Texas)


185-          Novia Bansley III (Serie Texas)
186-          Por un abrazo tuyo (Fantasía)
187-          La fortuna de tu amor (Serie Oficina)

 
 

Novelas Eli Jane Foster

1. Gold and Diamonds 1


2. Gold and Diamonds 2
3. Gold and Diamonds 3

4. Gold and Diamonds 4


5. No cambiaría nunca
6. Lo que me haces sentir

 
Orden de serie época de los amigos de los Stradford, aunque se
pueden leer de manera independiente

1. Elizabeth Bilford
2. Lady Johanna
3. Con solo una mirada

4. Dragón Dorado
5. No te merezco
6. Deja de huir, mi amor
7. La consentida de la Reina

8. Lady Emily
9. Condenada por tu amor
10. Juramento de amor
11. Una moneda por tu corazón

12. Lady Corianne


13. No quiero amarte
14. Lady Elyse
 

 
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