El documento argumenta que Occidente comparte gran parte de la responsabilidad por la crisis de Ucrania. La expansión de la OTAN hacia el este, la expansión de la UE y los esfuerzos para promover la democracia en Ucrania amenazaron los intereses estratégicos de Rusia y provocaron la reacción de Putin. El derrocamiento del presidente ucraniano pro-ruso en 2014 fue la gota que colmó el vaso, llevando a Rusia a anexionarse Crimea y desestabilizar Ucrania.
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El documento argumenta que Occidente comparte gran parte de la responsabilidad por la crisis de Ucrania. La expansión de la OTAN hacia el este, la expansión de la UE y los esfuerzos para promover la democracia en Ucrania amenazaron los intereses estratégicos de Rusia y provocaron la reacción de Putin. El derrocamiento del presidente ucraniano pro-ruso en 2014 fue la gota que colmó el vaso, llevando a Rusia a anexionarse Crimea y desestabilizar Ucrania.
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Título original
Por qué la crisis de Ucrania es culpa de Occidente, 28
El documento argumenta que Occidente comparte gran parte de la responsabilidad por la crisis de Ucrania. La expansión de la OTAN hacia el este, la expansión de la UE y los esfuerzos para promover la democracia en Ucrania amenazaron los intereses estratégicos de Rusia y provocaron la reacción de Putin. El derrocamiento del presidente ucraniano pro-ruso en 2014 fue la gota que colmó el vaso, llevando a Rusia a anexionarse Crimea y desestabilizar Ucrania.
El documento argumenta que Occidente comparte gran parte de la responsabilidad por la crisis de Ucrania. La expansión de la OTAN hacia el este, la expansión de la UE y los esfuerzos para promover la democracia en Ucrania amenazaron los intereses estratégicos de Rusia y provocaron la reacción de Putin. El derrocamiento del presidente ucraniano pro-ruso en 2014 fue la gota que colmó el vaso, llevando a Rusia a anexionarse Crimea y desestabilizar Ucrania.
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Por qué la crisis de Ucrania es culpa de Occidente
Los delirios liberales que provocaron a Putin, John J. Mearsheimer
Según la opinión predominante en Occidente, la crisis ucraniana puede achacarse casi por completo a la agresión rusa. El presidente ruso Vladimir Putin, según el argumento, se anexionó Crimea por un viejo deseo de resucitar el imperio soviético, y puede que finalmente vaya a por el resto de Ucrania, así como a por otros países del este de Europa. Según este punto de vista, la destitución del presidente ucraniano Viktor Yanukovich en febrero de 2014 no fue más que un pretexto para la decisión de Putin de ordenar a las fuerzas rusas la toma de parte de Ucrania. Pero este relato es erróneo: Estados Unidos y sus aliados europeos comparten la mayor parte de la responsabilidad de la crisis. La raíz del problema es la ampliación de la OTAN, elemento central de una estrategia más amplia para sacar a Ucrania de la órbita de Rusia e integrarla en Occidente. Al mismo tiempo, la expansión de la UE hacia el este y el apoyo de Occidente al movimiento prodemocrático en Ucrania -que comenzó con la Revolución Naranja en 2004- también fueron elementos críticos. Desde mediados de la década de 1990, los dirigentes rusos se han opuesto rotundamente a la ampliación de la OTAN y, en los últimos años, han dejado claro que no se quedarán quietos mientras su vecino, de gran importancia estratégica, se convierta en un bastión occidental. Para Putin, el derrocamiento ilegal del presidente ucraniano pro-ruso elegido democráticamente -que calificó, con razón, de "golpe de estado"- fue la gota que colmó el vaso. Respondió tomando Crimea, una península que temía que albergara una base naval de la OTAN, y trabajando para desestabilizar a Ucrania hasta que abandonara sus esfuerzos por unirse a Occidente. La reacción de Putin no debería ser una sorpresa. Al fin y al cabo, Occidente se ha adentrado en el patio trasero de Rusia y ha amenazado sus principales intereses estratégicos, algo que Putin ha señalado de forma enfática y reiterada. Las élites de Estados Unidos y Europa se han visto sorprendidas por los acontecimientos sólo porque suscriben una visión errónea de la política internacional. Tienden a creer que la lógica del realismo tiene poca relevancia en el siglo XXI y que Europa puede mantenerse íntegra y libre sobre la base de principios liberales como el Estado de Derecho, la interdependencia económica y la democracia. Pero este gran plan se torció en Ucrania. La crisis demuestra que la realpolitik sigue siendo relevante y que los Estados que la ignoran lo hacen por su cuenta y riesgo. Los líderes estadounidenses y europeos cometieron un error al intentar convertir a Ucrania en un bastión occidental en la frontera con Rusia. Ahora que las consecuencias han quedado al descubierto, sería un error aún mayor continuar con esta política errónea. LA AFRENTA OCCIDENTAL Cuando la guerra fría llegaba a su fin, los dirigentes soviéticos preferían que las fuerzas estadounidenses permanecieran en Europa y la OTAN se mantuviera intacta, un acuerdo que pensaban que mantendría pacificada a una Alemania reunificada. Pero tanto ellos como sus sucesores rusos no querían que la OTAN creciera más y asumieron que los diplomáticos occidentales entendían sus preocupaciones. El gobierno de Clinton, evidentemente, pensó lo contrario, y a mediados de los años noventa comenzó a presionar para que la OTAN se ampliara. La primera ronda de ampliación tuvo lugar en 1999 e incluyó a la República Checa, Hungría y Polonia. La segunda tuvo lugar en 2004 e incluyó a Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumanía, Eslovaquia y Eslovenia. Moscú se quejó amargamente desde el principio. Durante la campaña de bombardeos de la OTAN contra los serbios de Bosnia en 1995, por ejemplo, el presidente ruso Boris Yeltsin dijo: "Esta es la primera señal de lo que podría ocurrir cuando la OTAN llegue hasta las fronteras de la Federación Rusa. . . . La llama de la guerra podría estallar en toda Europa". Pero los rusos eran demasiado débiles en aquel momento como para desbaratar el movimiento de la OTAN hacia el este -que, en cualquier caso, no parecía tan amenazador, pues ninguno de los nuevos miembros compartía frontera con Rusia, salvo los pequeños países bálticos. Entonces la OTAN empezó a mirar más al este. En su cumbre de abril de 2008 en Bucarest, la alianza consideró la posibilidad de admitir a Georgia y Ucrania. El gobierno de George W. Bush era partidario de hacerlo, pero Francia y Alemania se opusieron por temor a que antagonizara indebidamente a Rusia. Al final, los miembros de la OTAN llegaron a un compromiso: la alianza no inició el proceso formal de adhesión, pero emitió una declaración en la que respaldaba las aspiraciones de Georgia y Ucrania y declaraba con valentía: "Estos países se convertirán en miembros de la OTAN". Moscú, sin embargo, no vio el resultado como un gran compromiso. Alexander Grushko, entonces viceministro de Asuntos Exteriores de Rusia, dijo que "la adhesión de Georgia y Ucrania a la alianza es un enorme error estratégico que tendría gravísimas Los líderes estadounidenses y consecuencias para la seguridad paneuropea". europeos cometieron un error al Putin sostuvo que la admisión de esos dos países intentar convertir a Ucrania en un en la OTAN representaría una "amenaza directa" bastión occidental en la frontera para Rusia. Un periódico ruso informó de que con Rusia. Putin, mientras hablaba con Bush, "insinuó de forma muy transparente que si Ucrania era aceptada en la OTAN, dejaría de existir". La invasión rusa de Georgia en agosto de 2008 debería haber disipado cualquier duda que quedara sobre la determinación de Putin de impedir la entrada de Georgia y Ucrania en la OTAN. El presidente georgiano Mikheil Saakashvili, que estaba profundamente comprometido con la incorporación de su país a la OTAN, había decidido en el verano de 2008 reincorporar dos regiones separatistas, Abjasia y Osetia del Sur. Pero Putin pretendía mantener a Georgia débil y dividida, y fuera de la OTAN. Tras el estallido de los combates entre el gobierno georgiano y los separatistas de Osetia del Sur, las fuerzas rusas tomaron el control de Abjasia y Osetia del Sur. Moscú había dejado claro su punto de vista. Pero a pesar de esta clara advertencia, la OTAN nunca abandonó públicamente su objetivo de incorporar a Georgia y Ucrania a la alianza. Y la expansión de la OTAN siguió avanzando, con la incorporación de Albania y Croacia en 2009. La UE también ha estado marchando hacia el este. En mayo de 2008 dio a conocer su iniciativa de Asociación Oriental, un programa para fomentar la prosperidad en países como Ucrania e integrarlos en la economía de la UE. No es de extrañar que los dirigentes rusos consideren el plan hostil a los intereses de su país. El pasado mes de febrero, antes de que Yanukóvich fuera destituido, el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, acusó a la UE de intentar crear una "esfera de influencia" en el este de Europa. A los ojos de los dirigentes rusos, la expansión de la UE es un caballo de batalla para la expansión de la OTAN. La última herramienta de Occidente para alejar a Kiev de Moscú han sido sus esfuerzos por difundir los valores occidentales y promover la democracia en Ucrania y otros estados postsoviéticos, un plan que a menudo implica la financiación de individuos y organizaciones pro-occidentales. Victoria Nuland, la secretaria de Estado adjunta para asuntos europeos y euroasiáticos, estimó en diciembre de 2013 que Estados Unidos había invertido más de 5.000 millones de dólares desde 1991 para ayudar a Ucrania a lograr "el futuro que se merece." Como parte de ese esfuerzo, el gobierno estadounidense ha financiado la Fundación Nacional para la Democracia. La fundación sin ánimo de lucro ha financiado más de 60 proyectos destinados a promover la sociedad civil en Ucrania, y el presidente de la NED, Carl Gershman, ha llamado a ese país "el mayor premio". Después de que Yanukovich ganara las elecciones presidenciales de Ucrania en febrero de 2010, la NED decidió que estaba socavando sus objetivos, por lo que intensificó sus esfuerzos para apoyar a la oposición y fortalecer las instituciones democráticas del país. Cuando los líderes rusos observan la ingeniería social occidental en Ucrania, les preocupa que su país pueda ser el siguiente. Y esos temores no son infundados. En septiembre de 2013, Gershman escribió en The Washington Post: "La elección de Ucrania de unirse a Europa acelerará la desaparición de la ideología del imperialismo ruso que representa Putin." Y añadía: "Los rusos también se enfrentan a una elección, y Putin puede encontrarse en el extremo perdedor no sólo en el extranjero cercano, sino dentro de la propia Rusia." CREANDO UNA CRISIS El triple paquete de políticas de Occidente -ampliación de la OTAN, expansión de la UE y promoción de la democracia- echó leña al fuego que estaba a punto de estallar. La chispa surgió en noviembre de 2013, cuando Yanukóvich rechazó un importante acuerdo económico que había estado negociando con la UE y decidió aceptar en su lugar una contraoferta rusa de 15.000 millones de dólares. Esa decisión dio lugar a manifestaciones antigubernamentales que se intensificaron durante los tres meses siguientes y que a mediados de febrero habían provocado la muerte de unos cien manifestantes. Emisarios occidentales se apresuraron a viajar a Kiev para resolver la crisis. El 21 de febrero, el gobierno y la oposición llegaron a un acuerdo que permitía a Yanukóvich mantenerse en el poder hasta la celebración de nuevas elecciones. Pero inmediatamente se deshizo, y Yanukóvich huyó a Rusia al día siguiente. El nuevo gobierno de Kiev era prooccidental y antirruso hasta la médula, y contaba con cuatro miembros de alto rango que podrían ser calificados legítimamente como neofascistas. Aunque todavía no ha salido a la luz todo el alcance de la participación de Estados Unidos, está claro que Washington respaldó el golpe. Nuland y el senador republicano John McCain participaron en las manifestaciones antigubernamentales, y GeoRrey Pyatt, el embajador de Estados Unidos en Ucrania, proclamó tras el derrocamiento de Yanukóvich que era "un día para los libros de historia". Como reveló una grabación telefónica filtrada, Nuland había abogado por el cambio de régimen y quería que el político ucraniano Arseniy Yatsenyuk se convirtiera en primer ministro en el nuevo gobierno, cosa que hizo. No es de extrañar que los rusos de todas las tendencias piensen que Occidente desempeñó un papel en la destitución de Yanukóvich. Para Putin, había llegado el momento de actuar contra Ucrania y Occidente. Poco después del 22 de febrero, ordenó a las fuerzas rusas que arrebataran Crimea a Ucrania, y poco después la incorporó a Rusia. La tarea resultó relativamente fácil, gracias a los miles de tropas rusas ya estacionadas en una base naval en el puerto de Crimea, Sebastopol. Crimea también era un objetivo fácil, ya que los rusos étnicos componen aproximadamente el 60% de su población. La mayoría de ellos quería salir de Ucrania. A continuación, Putin ejerció una enorme presión sobre el nuevo gobierno de Kiev para disuadirlo de que se pusiera del lado de Occidente contra Moscú, dejando claro que destrozaría a Ucrania como estado funcional antes de permitir que se convirtiera en un bastión occidental a las puertas de Rusia. Para ello, ha proporcionado asesores, armas y apoyo diplomático a los separatistas rusos del este de Ucrania, que están empujando al país hacia la guerra civil. Ha concentrado un gran ejército en la frontera ucraniana, amenazando con invadirla si el gobierno toma medidas contra los rebeldes. Además, ha aumentado considerablemente el precio del gas natural que Rusia vende a Ucrania y ha exigido el pago de las exportaciones anteriores. Putin está jugando duro. EL DIAGNÓSTICO Las acciones de Putin deberían ser fáciles de comprender. Ucrania, una enorme extensión de tierra llana que la Francia napoleónica, la Alemania imperial y la Alemania nazi cruzaron para atacar a la propia Rusia, es un estado tapón de enorme importancia estratégica para Rusia. Ningún dirigente ruso toleraría que una alianza militar que hasta hace poco era el enemigo mortal de Moscú se trasladara a Ucrania. Tampoco ningún dirigente ruso se quedaría de brazos cruzados mientras Occidente ayudaba a instalar allí un gobierno decidido a integrar a Ucrania en Occidente. Puede que a Washington no le guste la posición de Moscú, pero debería entender la lógica que hay detrás. Se trata de Geopolítica 101: las grandes potencias son siempre sensibles a las amenazas potenciales cerca de su territorio. Después de todo, Estados Unidos no tolera que grandes potencias lejanas desplieguen fuerzas militares en cualquier lugar del hemisferio occidental, y mucho menos en sus fronteras. Imagínese la indignación en Washington si China construyera una impresionante alianza militar e intentara incluir a Canadá y México en ella. Dejando a un lado la lógica, los dirigentes rusos han manifestado en numerosas ocasiones a sus homólogos occidentales que consideran inaceptable la Imagina la indignación si China expansión de la OTAN en Georgia y Ucrania, así construyera una impresionante como cualquier intento de poner a esos países en alianza militar e intentara incluir a Canadá y México en ella. contra de Rusia, un mensaje que la guerra ruso- georgiana de 2008 también dejó muy claro. Los funcionarios de Estados Unidos y de sus aliados europeos sostienen que se esforzaron por apaciguar los temores rusos y que Moscú debe entender que la OTAN no tiene ningún designio sobre Rusia. Además de negar continuamente que su expansión tuviera como objetivo contener a Rusia, la alianza nunca ha desplegado permanentemente fuerzas militares en sus nuevos Estados miembros. En 2002, incluso creó un organismo denominado Consejo OTAN-Rusia en un esfuerzo por fomentar la cooperación. Para apaciguar aún más a Rusia, Estados Unidos anunció en 2009 que desplegaría su nuevo sistema de defensa antimisiles en buques de guerra en aguas europeas, al menos inicialmente, en lugar de en territorio checo o polaco. Pero ninguna de estas medidas funcionó; los rusos siguieron oponiéndose firmemente a la ampliación de la OTAN, especialmente hacia Georgia y Ucrania. Y son los rusos, y no Occidente, los que en última instancia deciden qué es una amenaza para ellos. Para entender por qué Occidente, especialmente Estados Unidos, no comprendió que su política respecto a Ucrania estaba sentando las bases para un gran choque con Rusia, hay que remontarse a mediados de la década de 1990, cuando la administración Clinton empezó a abogar por la ampliación de la OTAN. Los expertos presentaron una variedad de argumentos a favor y en contra de la ampliación, pero no hubo consenso sobre qué hacer. La mayoría de los emigrantes de Europa Oriental en Estados Unidos y sus familiares, por ejemplo, apoyaban firmemente la ampliación, porque querían que la OTAN protegiera a países como Hungría y Polonia. Algunos realistas también estaban a favor de esta política porque pensaban que había que contener a Rusia. Pero la mayoría de los realistas se opusieron a la expansión, en la creencia de que una gran potencia en declive con una población envejecida y una economía unidimensional no necesitaba, de hecho, ser contenida. Y temían que la ampliación sólo daría a Moscú un incentivo para causar problemas en Europa del Este. El diplomático estadounidense George Kennan articuló esta perspectiva en una entrevista de 1998, poco después de que el Senado de Estados Unidos aprobara la primera ronda de expansión de la OTAN. "Creo que los rusos reaccionarán gradualmente de forma bastante adversa y esto afectará a sus políticas", dijo. "Creo que es un trágico error. No había ninguna razón para ello. Nadie estaba amenazando a nadie". La mayoría de los liberales, en cambio, estaban a favor de la ampliación, incluidos muchos miembros clave de la administración Clinton. Creían que el final de la Guerra Fría había transformado fundamentalmente la política internacional y que un nuevo orden posnacional había sustituido la lógica realista que solía gobernar Europa. Estados Unidos no sólo era la "nación indispensable", como dijo la secretaria de Estado Madeleine Albright, sino que también era un hegemón benigno y, por tanto, era improbable que fuera visto como una amenaza en Moscú. El objetivo, en esencia, era hacer que todo el continente se pareciera a Europa occidental. Así que Estados Unidos y sus aliados intentaron promover la democracia en los países de Europa Oriental, aumentar la interdependencia económica entre ellos e integrarlos en las instituciones internacionales. Una vez ganado el debate en Estados Unidos, los liberales no tuvieron muchas dificultades para convencer a sus aliados europeos de que apoyaran la ampliación de la OTAN. Al fin y al cabo, teniendo en cuenta los logros de la UE en el pasado, los europeos estaban aún más comprometidos que los norteamericanos con la idea de que la geopolítica ya no importaba y que un orden liberal inclusivo podía mantener la paz en Europa. Los liberales llegaron a dominar tan profundamente el discurso sobre la seguridad europea durante la primera década de este siglo que, incluso cuando la alianza adoptó una política de puertas abiertas para el crecimiento, la expansión de la OTAN se enfrentó a poca oposición realista. La visión liberal del mundo es ahora un dogma aceptado entre los funcionarios estadounidenses. En marzo, por ejemplo, el presidente Barack Obama pronunció un discurso sobre Ucrania en el que habló repetidamente de "los ideales" que motivan la política occidental y de cómo esos ideales "se han visto a menudo amenazados por una visión más antigua y tradicional del poder". La respuesta del Secretario de Estado John Kerry a la crisis de Crimea reflejaba esta misma perspectiva: "En el siglo XXI no se actúa al estilo del siglo XIX invadiendo un país con un pretexto totalmente inventado". En esencia, los dos bandos han estado operando con libros de juego diferentes: Putin y sus compatriotas han estado pensando y actuando según los dictados realistas, mientras que sus homólogos occidentales se han adherido a las ideas liberales sobre política internacional. El resultado es que Estados Unidos y sus aliados han provocado, sin saberlo, una gran crisis en torno a Ucrania. EL JUEGO DE LA CULPA En esa misma entrevista de 1998, Kennan predijo que la expansión de la OTAN provocaría una crisis, tras la cual los defensores de la expansión "dirían que siempre les dijimos que los rusos son así". Como si fuera una señal, la mayoría de los funcionarios occidentales han presentado a Putin como el verdadero culpable del problema de Ucrania. En marzo, según The New York Times, la canciller alemana Angela Merkel insinuó que Putin era irracional, diciendo a Obama que estaba "en otro mundo". Aunque Putin tiene sin duda tendencias autocráticas, no hay pruebas que apoyen la acusación de que está mentalmente desequilibrado. Al contrario: es un estratega de primera clase que debería ser temido y respetado por cualquiera que le desafíe en política exterior. Otros analistas alegan, de forma más plausible, que Putin lamenta la desaparición de la Unión Soviética y está decidido a revertirla ampliando las fronteras de Rusia. Según esta interpretación, Putin, después de haber tomado Crimea, está tanteando el terreno para ver si es el momento adecuado para conquistar Ucrania, o al menos su parte oriental, y finalmente se comportará de forma agresiva con otros países en la vecindad de Rusia. Para algunos de este bando, Putin representa un Adolf Hitler moderno, y llegar a cualquier tipo de acuerdo con él sería repetir el error de Munich. Por tanto, la OTAN debe admitir a Georgia y Ucrania para contener a Rusia antes de que domine a sus vecinos y amenace a Europa occidental. Este argumento se desmorona al examinarlo de cerca. Si Putin estuviera comprometido con la creación de una Rusia más grande, es casi seguro que los signos de sus intenciones habrían surgido antes del 22 de febrero. Pero no hay prácticamente ninguna prueba de que estuviera empeñado en tomar Crimea, y mucho menos cualquier otro territorio de Ucrania, antes de esa fecha. Incluso los líderes occidentales que apoyaron la expansión de la OTAN no lo hicieron por temor a que Rusia estuviera a punto de utilizar la fuerza militar. Las acciones de Putin en Crimea los tomaron por completa sorpresa y parecen haber sido una reacción espontánea a la destitución de Yanukovich. Justo después, incluso Putin dijo que se oponía a la secesión de Crimea, antes de cambiar rápidamente de opinión. Además, aunque quisiera, Rusia carece de capacidad para conquistar y anexionar fácilmente el este de Ucrania, y mucho menos todo el país. Aproximadamente 15 millones de personas -un tercio de la población de Ucrania- viven entre el río Dniéper, que divide el país, y la frontera rusa. Una abrumadora mayoría de esas personas quiere seguir siendo parte de Ucrania y seguramente se resistiría a una ocupación rusa. Además, el mediocre ejército ruso, que muestra pocos signos de convertirse en una moderna Wehrmacht, tendría pocas posibilidades de pacificar toda Ucrania. Moscú tampoco está en condiciones de pagar una costosa ocupación; su débil economía sufriría aún más ante las sanciones resultantes. Pero incluso si Rusia contara con una poderosa maquinaria militar y una economía impresionante, probablemente seguiría siendo incapaz de ocupar con éxito Ucrania. Basta con considerar las experiencias soviética y estadounidense en Afganistán, las de Estados Unidos en Vietnam e Irak y la de Rusia en Chechenia para recordar que las ocupaciones militares suelen acabar mal. Putin seguramente entiende que intentar someter a Ucrania sería como tragarse un puercoespín. Su respuesta a los acontecimientos allí ha sido defensiva, no ofensiva. UNA SALIDA Dado que la mayoría de los líderes occidentales siguen negando que el comportamiento de Putin pueda estar motivado por preocupaciones legítimas de seguridad, no es de extrañar que hayan intentado modificarlo redoblando sus políticas actuales y que hayan castigado a Rusia para disuadir de nuevas agresiones. Aunque Kerry ha mantenido que "todas las opciones están sobre la mesa", ni Estados Unidos ni sus aliados de la OTAN están dispuestos a utilizar la fuerza para defender a Ucrania. Occidente confía en cambio en las sanciones económicas para coaccionar a Rusia para que ponga fin a su apoyo a la insurrección en el este de Ucrania. En julio, Estados Unidos y la UE pusieron en marcha su tercera ronda de sanciones limitadas, dirigidas principalmente a personas de alto nivel estrechamente vinculadas al gobierno ruso y a algunos bancos de alto nivel, empresas energéticas y firmas de defensa. También amenazaron con desencadenar otra ronda de sanciones más duras, dirigidas a sectores enteros de la economía rusa. Estas medidas tendrán poco efecto. De todos modos, es probable que las sanciones duras no estén sobre la mesa; los países de Europa occidental, especialmente Alemania, se han resistido a imponerlas por temor a que Rusia tome represalias y cause graves daños económicos dentro de la UE. Pero incluso si Estados Unidos pudiera convencer a sus aliados de que adopten medidas duras, Putin probablemente no alteraría su decisión. La historia demuestra que los países absorberán enormes cantidades de castigo para proteger sus principales intereses estratégicos. No hay razón para pensar que Rusia representa una excepción a esta regla. Los líderes occidentales también se han aferrado a las políticas provocadoras que precipitaron la crisis en primer lugar. En abril, el vicepresidente de Estados Unidos, Joseph Biden, se reunió con legisladores ucranianos y les dijo: "Esta es una segunda oportunidad para cumplir la promesa original hecha por la Revolución Naranja". John Brennan, el director de la CIA, no ayudó a las cosas cuando, ese mismo mes, visitó Kiev en un viaje que, según la Casa Blanca, tenía como objetivo mejorar la cooperación en materia de seguridad con el gobierno ucraniano. La UE, por su parte, ha seguido impulsando su Asociación Oriental. En marzo, José Manuel Barroso, presidente de la Comisión Europea, resumió el pensamiento de la UE sobre Ucrania diciendo: "Tenemos una deuda, un deber de solidaridad con ese país, y trabajaremos para tenerlo lo más cerca posible de nosotros". Y efectivamente, el 27 de junio, la UE y Ucrania firmaron el acuerdo económico que Yanukóvich había rechazado de plano siete meses antes. También en junio, en una reunión de los ministros de Asuntos Exteriores de los miembros de la OTAN, se acordó que la alianza volvería a estar abierta a nuevos miembros, aunque los ministros de Asuntos Exteriores se abstuvieron de mencionar a Ucrania por su nombre. "Ningún tercer país tiene veto sobre la ampliación de la OTAN", anunció Anders Fogh Rasmussen, secretario general de la OTAN. Los ministros de Asuntos Exteriores también acordaron apoyar diversas medidas para mejorar las capacidades militares de Ucrania en ámbitos como el mando y el control, la logística y la ciberdefensa. Como es natural, los dirigentes rusos han reaccionado ante estas medidas; la respuesta de Occidente a la crisis no hará más que empeorar una mala situación. Sin embargo, hay una solución a la crisis de Ucrania, aunque requeriría que Occidente pensara en el país de una manera fundamentalmente nueva. Estados Unidos y sus aliados deberían abandonar su plan de occidentalizar Ucrania y, en su lugar, aspirar a convertirla en un amortiguador neutral entre la OTAN y Rusia, similar a la posición de Austria durante la Guerra Fría. Los líderes occidentales deberían reconocer que Ucrania le importa tanto a Putin que no pueden apoyar un régimen antirruso allí. Esto no significa que un futuro gobierno ucraniano tenga que ser pro-ruso o anti-OTAN. Por el contrario, el objetivo debería ser una Ucrania soberana que no cayera ni en el campo ruso ni en el occidental. Para ello, Estados Unidos y sus aliados deberían descartar públicamente la expansión de la OTAN tanto en Georgia como en Ucrania. Occidente también debería ayudar a diseñar un plan de rescate económico para Ucrania financiado conjuntamente por la UE, el Fondo Monetario Internacional, Rusia y Estados Unidos, una propuesta que Moscú debería acoger con satisfacción, dado su interés en tener una Ucrania próspera y estable en su flanco occidental. Y Occidente debería limitar considerablemente sus esfuerzos de ingeniería social dentro de Ucrania. Estados Unidos y sus aliados Es hora de poner fin al apoyo occidental a otra deberían abandonar su plan de Revolución Naranja. No obstante, los líderes occidentalizar Ucrania y, en su estadounidenses y europeos deberían animar a lugar, aspirar a convertirla en una Ucrania a respetar los derechos de las minorías, zona neutral. especialmente los derechos lingüísticos de sus hablantes de ruso. Algunos pueden argumentar que cambiar la política hacia Ucrania a estas alturas perjudicaría seriamente la credibilidad de Estados Unidos en todo el mundo. Sin duda habría ciertos costes, pero los costes de continuar con una estrategia equivocada serían mucho mayores. Además, es probable que otros países respeten a un Estado que aprende de sus errores y que, en última instancia, diseña una política que aborda eficazmente el problema en cuestión. Esa opción está claramente abierta para Estados Unidos. También se escucha la afirmación de que Ucrania tiene derecho a determinar con quién quiere aliarse y los rusos no tienen derecho a impedir que Kiev se una a Occidente. Esta es una forma peligrosa de que Ucrania piense en sus opciones de política exterior. La triste verdad es que la fuerza suele dar la razón cuando la política de las grandes potencias está en juego. Los derechos abstractos, como la autodeterminación, carecen en gran medida de sentido cuando los Estados poderosos se enzarzan en peleas con los más débiles. ¿Tenía Cuba derecho a formar una alianza militar con la Unión Soviética durante la Guerra Fría? Desde luego, Estados Unidos no lo creía, y los rusos piensan lo mismo sobre la adhesión de Ucrania a Occidente. A Ucrania le conviene comprender estos hechos y tener cuidado al tratar con su vecino más poderoso. Sin embargo, incluso si se rechaza este análisis y se cree que Ucrania tiene derecho a solicitar su ingreso en la UE y la OTAN, el hecho es que Estados Unidos y sus aliados europeos tienen derecho a rechazar estas peticiones. No hay ninguna razón para que Occidente tenga que complacer a Ucrania si se empeña en seguir una política exterior equivocada, especialmente si su defensa no es un interés vital para ellos. Complacer los sueños de algunos ucranianos no merece la pena por la animosidad y las luchas que provocará, especialmente para el pueblo ucraniano. Por supuesto, algunos analistas podrían admitir que la OTAN manejó mal las relaciones con Ucrania y seguir manteniendo que Rusia constituye un enemigo que sólo se hará más formidable con el tiempo, y que por tanto Occidente no tiene otra opción que continuar con su política actual. Pero este punto de vista está muy equivocado. Rusia es una potencia en declive, y sólo se debilitará con el tiempo. Además, aunque Rusia fuera una potencia emergente, seguiría sin tener sentido incorporar a Ucrania a la OTAN. La razón es sencilla: Estados Unidos y sus aliados europeos no consideran a Ucrania como un interés estratégico fundamental, como ha demostrado su falta de voluntad para utilizar la fuerza militar para acudir en su ayuda. Por tanto, sería el colmo de la insensatez crear un nuevo miembro de la OTAN al que los demás miembros no tienen intención de defender. La OTAN se ha expandido en el pasado porque los liberales asumieron que la alianza nunca tendría que cumplir con sus nuevas garantías de seguridad, pero el reciente juego de poder de Rusia demuestra que conceder a Ucrania el ingreso en la OTAN podría poner a Rusia y a Occidente en rumbo de colisión. Mantener la política actual también complicaría las relaciones de Occidente con Moscú en otros temas. Estados Unidos necesita la ayuda de Rusia para retirar el equipo estadounidense de Afganistán a través del territorio ruso, alcanzar un acuerdo nuclear con Irán y estabilizar la situación en Siria. De hecho, Moscú ha ayudado a Washington en estas tres cuestiones en el pasado; en el verano de 2013, fue Putin quien sacó las castañas del fuego a Obama al forjar el acuerdo por el que Siria aceptó renunciar a sus armas químicas, evitando así el ataque militar estadounidense con el que Obama había amenazado. Estados Unidos también necesitará algún día la ayuda de Rusia para contener a una China en ascenso. Sin embargo, la política actual de Estados Unidos no hace más que acercar a Moscú y Pekín. Estados Unidos y sus aliados europeos se enfrentan ahora a una elección sobre Ucrania. Pueden continuar con su política actual, que exacerbará las hostilidades con Rusia y devastará a Ucrania en el proceso, un escenario en el que todos saldrían perdiendo. O pueden cambiar de marcha y trabajar para crear una Ucrania próspera pero neutral, que no amenace a Rusia y permita a Occidente reparar sus relaciones con Moscú. Con ese enfoque, todas las partes ganarían.
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