41 - El Problema Económico Del Masoquismo

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El problema económico

del masoquismo
(1924)
principio de Nirvana. De ser idénticos, todo displacer de-
bería coincidir con una elevación, y todo placer con una
disminución, de la tensión de estímulo presente en lo aní-
mico; el principio de Nirvana (y el principio de placer, su-
puestamente idéntico a él) estaría por completo al servicio
de las pulsiones de muerte, cuya meta es conducir la in-
quietud de la vida a la estabilidad de lo inorgánico, y tendría
por función alertar contra las exigencias de las pulsiones de
vida —de la libido—, que procuran perturbar el ciclo vita'
a cuya consumación se aspira. Pues bien; esta concepción nc
puede ser correcta. Parece que registramos el aumento y Iv
disminución de las magnitudes de estímulo directamente
dentro de la serie de los sentimientos de tensión, y es in-
dudable que existen tensiones placenteras y distensiones dis-
placenteras. El estado de la excitación sexual es el ejemplo
más notable de uno de estos incrementos placenteros de
estímulo, aunque no el único por cierto.
Entonces, placer y displacer no pueden ser referidos al
aumento o la disminución de una cantidad, que llamamos
«tensión de estímulo», si bien es evidente que tienen mucho
que ver con este factor. Parecieran no depender de este fac-
tor cuantitativo, sino de un carácter de él, que sólo podemos
calificar de cualitativo. Estaríamos mucho más adelantados
en la psicología si supiésemos indicar este carácter cualita-
tivo. Quizá sea el ritmo, el ciclo temporal de las alteracio-
nes, subidas y caídas de la cantidad de estímulo;'' no lo
sabemos.
Comoquiera que fuese, deberíamos percatarnos de que
el principio de Nirvana, subdito de la pulsión de muerto, ha
experimentado en el ser vivo una modificación por la cual
devino principio de placer; y en lo sucesivo tendríamos que
evitar considerar a esos dos principios como uno solo. Ahora
bien,, si nos empeñamos en avanzar en el sentido de esta re-
flexión, no resultará difícil colegir el poder del que partió
tal modificación. Sólo pudo ser la pulsión de vida, la Ubido,
la que de tal modo se conquistó un lugar junto a la pulsión
de muerte en la regulación de los procesos vitales. Así ob-
tenemos una pequeña, pero interesante, serie de copcrtenen-
cías: el principio de Nirvana expresa la tendencia de la
pulsión de muerte; el principio de placer subroga la exigen-
cia de la libido, y su modificación, el principio de realidad *
el influjo del mundo exterior.

•' [Ya se había formulado esta conjetura en Más allá del principio
di placer (1920g), AE, 18, págs. 7-8 y 61.]
* [Cf. «Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico:)
(1911^), AE. 12, páfis. 224-•5.1

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En verdad, ninguno de estos tres principios es destituido
por los otros. En general saben conciliarse entre sí, aun cuan-
do en ocasiones desembocará forzosamente en conflictos el
hecho de que por un lado se establezca como meta la re-
baja cuantitativa de la carga de estímulo, por el otro un
carácter cualitativo de ella y, en tercer lugar, una demora
de la descarga de estímulo y una admisión provisional de la
tensión de displacer.
La conclusión de estas elucidaciones es que no puede
rehusarse al principio de placer el título de guardián de la
vida.'''

Volvamos al masoquismo. Se ofrece a nuestra observación


en tres figuras: como una condición a la que se sujeta la
excitación sexual, como una expresión de la naturaleza fe-
menina y como una norma de la conducta en la vida {beha-
viour). De acuerdo con ello, es posible distinguir un maso-
quismo erógeno, uno femenino y uno moral. El primero, el
masoquismo erógeno, el placer {gusto} de recibir dolor, se
encuentra también en el fundamento de las otras dos formas;
han de atribuírsele bases biológicas y constitucionales, y per-
manece incomprensible si uno no se decide a adoptar ciertos
supuestos acerca de constelaciones que son totalmente oscu-
ras. La tercera forma de manifestación del masoquismo, en
cierto sentido la más importante, sólo recientemente ha sido
apreciada por el psicoanálisis como un sentimiento de culpa
las más de las veces inconciente. Empero, ya admite un es-
clarecimiento pleno y su inserción dentro de la trama de
nuestros conocimientos. En cuanto al masoquismo femenino,
es el más accesible a nuestra observación, el menos enigmá-
tico, y se lo puede abarcar con la mirada en todos sus nexos.
Empecemos con él nuestra exposición.

De esta clase de masoquismo en el varón (al que me


limito aquí, en razón del material disponible) nos dan sufi-
ciente noticia las fantasías de personas masoquistas (y a
menudo por eso impotentes), que o desembocan en el acto
onanista o figuran por sí solas la satisfacción sexual." Las
escenificaciones {Veranstaltung] reales de los perversos ma-
soquistas responden punto por punto a esas fantasías, ya
sean ejecutadas como un fin en sí mismas o sirvan para

5 [Freud retomó esta argumentación en el capítulo VIII de su


Esquema del psicoanálisis (1940fl).]
" [Cf. «"Pegan a un niño"» (1919e), AE, 17, págs. 193 y sigs.l

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producir la potencia e iniciar el acto sexual. En ambos casos
—ya que aquellas no son sino la realización escénica {spiele-
rische} de las fantasías— el contenido manifiesto es el
mismo: ser amordazado, atado, golpeado dolorosamente, azo-
tado, maltratado de cualquier modo, sometido a obediencia
incondicional, ensuciado, denigrado. Es mucho más raro que
dentro de este contenido se incluyan mutilaciones; cuando
sucede, se les impone grandes limitaciones. La interpreta-
ción más inmediata y fácil de obtener es que el masoquista
quiere ser tratado como un niño pequeño, desvalido y de-
pendiente, pero, en particular, como un niño díscolo. Huelga
aducir casuística; todo el material es homogéneo y accesible
a cualquier observador, aunque no sea analista. Pero si se
tiene la oportunidad de estudiar casos en que las fantasías
masoquistas hayan experimentado un procesamiento particu-
larmente rico, es fácil descubrir que ponen a la persona en
una situación característica de la feminidad, va!c decir, sig-
nifican ser castrado, ser poseído sexualmente o parir. Por
eso he dado a esta form.a de manifestación del masoqui-^-mo
el nombre de «femenina», en cierto modo a potiori [sobre
la base de sus ejemplos extremos], aunque muchísimos de
sus elementos apuntan a la vida infantil. Sobre esta estrati-
ficación superpuesta de lo infantil y lo femenino daremos
después un esclarecimiento simple. La castración o el dejar
ciego, que la subroga, ha impreso a menudo su huella nega-
tiva en las fantasías: la condición de que a los genitales o
a los ojos, justamente, no les pase nada. (Por lo demás, es
raro que los martirios masoquistas cobren un aspecto tan
serio como las crueldades —fantaseadas o escenificadas
{inszeniert]— del sadismo.) En el contenido manifiesto de
las fantasías masoquistas se expresa también un sentimiento
de culpa cuando se supone que la persona afectada ha in-
fringido algo (se lo deja indeterminado) que debe expiarse
mediante todos esos procedimientos dolorosos y martiriza-
dores. Esto aparece como una racionalización superficial de
los contenidos masoquistas, pero detrás se esconde el nexo
con la masturbación infantil. Y por otra parte, este factor, la
culpa, nos lleva a la tercera forma, el masoquismo moral.

El masoquismo femenino que acabamos de describir se


basa enteramente en el masoquismo primario, erógeno, el
placer de recibir dolor; no obtendremos su explicación sin
retomar el problema desde muy atrás.
En Tres ensayos de teoría sexual (1905¿), en la sección
sobre las fuentes de la sexualidad infantil, formulé la tesis

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de que «la excitación sexual se genera como efecto colateral,
a raíz de una gran serie de procesos internos, para lo cual
basta que la intensidad de estos rebase ciertos límites cuan-
titativos». Y que quizás «en el organismo no ocurra nada
de cierta importancia que no ceda sus componentes a la ex-
citación de la pulsión sexual».' Según eso, también la ex-
citación de dolor y la de displacer tendrían esa consecuen-
cia." Esa coexcitación libidinosa provocada por una tensión
dolorosa y displacentera sería un mecanismo fisiológico in-
fantil que se agotaría luego. En las diferentes constituciones
sexuales experimentaría diversos grados de desarrollo, y en
todo caso proporcionaría la base fisiológica sobre la cual se
erigiría después, como superestructura psíquica, el maso-
quismo erógeno.
Ahora bien, esta explicación demuestra ser insuficiente al
no arrojar ninguna luz sobre los vínculos regulares e íntimos
entre el masoquismo y su contraparte en la vida pulsional,
el sadismo. Si se retrocede algo más, hasta el supuesto de
las dos variedades de pulsiones que consideramos operantes
en el ser vivo, se llega a otra derivación, que, empero, no
contradice a la anterior. En el ser vivo (pluricelular), la li-
bido se enfrenta con la pulsión de destrucción o de muerte;
esta, que impera dentro de él, querría desagregarlo y llevar a
cada uno de los organismos elementales a la condición de la
estabilidad inorgánica (aunque tal estabilidad sólo pueda
ser relativa). La tarea de la libido es volver inocua esta pul-
sión destructora; la desempeña desviándola en buena parte
—y muy pronto con la ayuda de un sistema de órgano par-
ticular, la musculatura— hacia afuera, dirigiéndola hacia los
objetos del mundo exterior. Recibe entonces el nombre de
pulsión de destrucción, pulsión de apoderamiento, voluntad
de poder. Un sector de esta pulsión es puesto directamente
al servicio de la función sexual, donde tiene a su cargo una
importante operación. Es el sadismo propiamente dicho.
Otro sector no obedece a este traslado hacia afuera, perma-
nece en el interior del organismo y allí es ligado libidinosa-
mente con ayuda de la coexcitación sexual antes menciona-
da; en ese sector tenemos que discernir el masoquismo eró-
geno, originario."
Nos falta todo saber fisiológico acerca de los caminos y
los medios por los cuales pueda consumarse este domeña-

" ÍAE, 7, pág. 186.]


*< [Ibid., pág. 185.]
" [Véase con respecto a todo esto El yo y el ello (1923&), supra,
pág. 42, así como la descripción hecha en Más allá del principio de
placer fI920g), AE, 18, pág. 49.]

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miento'" de la pulsión de muerte por la libido. Dentro del
círculo de ideas del psicoanálisis, no cabe sino este supues-
to: se producen una mezcla y una combinación muy vastas,
y de proporciones variables, entre las dos clases de pulsión;
así, no debemos contar con una pulsión de muerte y una de
vida puras, sino sólo con contaminaciones de ellas, de va-
lencias diferentes en cada caso. Por efecto de ciertos fac-
tores, a una mezcla de pulsiones puede corresponderle una
desmezcla. No alcanzamos a colegir la proporción de Ins pul-
siones de muerte que se sustraen de ese domeñamiento lo-
grado mediante ligazón a complementos libidinosos.
Si se consiente alguna imprecisión, puede decirse que la
pulsión de muerte actuante en el interior del organismo —el
sadismo primordial— es idéntica al masoquismo. Después
que su parte principal fue trasladada afuera, sobre los obje-
tos, en el interior permanece, como su residuo, el genuino
masoquismo erógeno, que por una parte ha devenido un
componente de la libido, pero por la otra sigue teniendo
como objeto al ser propio. Así, ese masoquismo sería un
testigo y un relicto de aquella fase de formación en que
aconteció la liga, tan importante para la vida, entre Eros y
pulsión de muerte. No nos asombrará enterarnos de que el
sadismo proyectado, vuelto hacia afuera, o pulsión de des-
trucción, puede bajo ciertas constelaciones ser introyectado
de nuevo, vuelto hacia adentro, regresando así a su situa-
ción anterior. En tal caso da por resultado el masoquismo
secundario, que viene a añadirse al originario.
El masoquismo erógeno acompaña a la libido en todas sus
fases de desarrollo, y le toma prestados sus cambiantes re-
vestimientos psíquicos.'^ La angustia de ser devorado por el
animal totémico (padre) proviene de la organización oral,
primjtjra; el deseo de ser golpeado por el padre, de la fase
sádico-anal, que sigue a aquella; la castración, si bien des-
mentida más tarde, interviene en el contenido de las fan-
tasías masoquistas como sedimento del estadio fálico de or-
ganización;'- y, desde luego, las situaciones de ser poseído
sexualmente y de parir, características de la feminidad, de-

'" [«Bandigung»; vuelve a utilizar esta palabra en «Análisis termi-


nable e interminable» (1937c), AE, 23, pág. 227; mucho antes, en el
«Proyecto de psicología» de 1895 (1950Ü), AE, 1, pág. 430, había
aplicado la misma idea al «domeñamiento» de los recuerdos.]
'^ [«Psychische Umkleidungen»; esta imagen fue empleada de an-
tiguo por Freud. Aparece varias veces, verbigracia, en el caso «Dora»
(1905í), AE, 7, págs. 73-4 y 87, n. 13.]
^- Véase «La organización genital infantil» (1923^) {supra, pág.
147, donde en una nota al pie comento el empleo de! término «des-
mentida».]

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rivan de la organización genital definitiva. También resulta
fácil comprender el papel que las nalgas desempeñan en el
masoquismo, prescindiendo de su obvio fundamento real.'*
Las nalgas son la parte del cuerpo preferida erógenamente en
la fase sádico-anal, como lo son las mamas en la fase oral,
y el pene en la genital.

La tercera forma del masoquismo, el masoquismo moral,'^


es notable sobre todo por haber aflojado su vínculo con lo
que conocemos como sexualidad. Es que en general todo pa-
decer masoquista tiene por condición la de partir de la
persona amada y ser tolerado por orden de ella; esta restric-
ción desaparece en el masoquismo moral. El padecer como
tal es lo que importa; no interesa que lo inflija la persona
amada o una indiferente; así sea causado por poderes o cir-
cunstancias impersonales, el verdadero masoquista ofrece su
mejilla toda vez que se presenta la oportunidad de recibir
una bofetada. Para explicar esta conducta es muy tentador
dejar de lado la libido y limitarse al supuesto de que aquí
la pulsión de destrucción fue vuelta de nuevo hacia adentro
y ahora abate su furia sobre el sí-mismo propio; no obstante,
debe de tener su sentido el hecho de que el uso lingüístico
no haya resignado el vínculo de esta norma de conducta en
la vida con el erotismo, y llame también «masoquistas» a
estos que se infieren daño a sí mismos.
Fieles a un hábito técnico, nos ocuparemos primero de
la forma extrema, indudablemente patológica, de este maso-
quismo. En otro lugar ^" he señalado que en el tratamiento
analítico nos topamos con pacientes cuyo comportamiento
frente a los influjos de la cura nos fuerza a atribuirles un
sentimiento de culpa «inconciente». Lidiqué ahí aquello por
lo cual se reconoce a estas personas (la «reacción terapéu-
tica negativa»), y no dejé de consignar que la intensidad de
una moción de esta índole significa una de las resistencias
más graves y el mayor peligro para el éxito de nuestros pro-
pósitos médicos o pedagógicos. La satisfacción de este sen-
timiento inconciente de culpa es quizás el rubro más fuerte
de la ganancia de la enfermedad, compuesta en general por

!•' [Hav una referencia a esto en Tres ensayos de teoría sexual


(1905í/),'/!E, 7, pág. 176.]
'^ [En un párrafo agregado en 1909 a La interpretación de los
sueños (1900í7), AE, 4, pág. 176, Freud había propuesto la expresión
«masoquistas ideales» {«ideelle Masochisten-»} para los individuos que
«no buscan el placer en el dolor corporal que se infligen sino en la
humillación y en la mortificación psíquica».]
15 El yo y el ello (1923¿) Isupra, págs. 50-1].

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