Mis Reflexiones
Mis Reflexiones
TESTIMONIO DE FE.
Hoy quiero dar testimonio de mi encuentro con Cristo, es posible que los aburra con
mi historia y de antemano les presento disculpas porque voy a escribir en primera
persona, no es correcto, lo sé, pero es necesario y además deseo compartir esa
experiencia maravillosa, que por cierto no tiene nada de extraordinario comparado
con la de otras personas que aducen haber hablado con Jesús o haber hablado en
lenguas. Respeto lo que esas personas dicen, pero en mi caso bastó con sentir la
presencia de Dios en un momento de mi vida, en el cual me sentía vacío.
«Bienaventurados los que no han visto y han creído» (Juan 20:29), por fortuna me
considero en este grupo de personas, no he oído la voz de Jesús, tampoco lo he
visto, pero lo mejor es que no necesito ese tipo de evidencia para creer en Él y más
aún, para creerle a Él. Desde que tuve ese primer encuentro, el cual les voy a
compartir, comprendí que Dios nos habla en un lenguaje universal, el cual debemos
aprender a escuchar y a sentir, porque Él se nos manifiesta de muchas formas, de
las maneras más insospechadas.
Yo lo siento cuando los rayos del sol me abrigan en una mañana fría, cuando me
acaricia con la brisa suave de agosto, cuando en la oscuridad me advierte del peligro
mediante el crujir de una puerta o de un árbol, cuando me regala un momento de
alegría con la mirada de uno de mis hijos o con la sonrisa de mi esposa.
De niño mis padres me enseñaron que Dios creó el mundo, así le llamábamos al
universo, y en él, después de haber concluido prácticamente la majestuosidad de
su obra, creó al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza; esa historia me la
refirieron mis padres tal y como la enseña el Génesis. Es más, al llegar a la escuela
primaria, en la asignatura de religión me hicieron aprender de memoria dicha
historia, haciéndome creer, además, que eso fue lo que literalmente ocurrió. En la
medida que fui creciendo empecé a leer diversos libros de literatura, historia y
filosofía, encontrando en ellos temas por los que me sentí fascinado y que me
aproximaron a una visión racionalista y científica acerca de la creación y evolución
del universo y de la vida.
Por un lado, la curia y los maestros de religión pretendían que aceptará la teoría de
la creación tal como se relataba en el Génesis, tal cual, lo que allí decía, como ya lo
mencioné, literalmente ocurrió, según ellos. ¿Cómo aceptar entonces que Dios
había creado primero a la tierra y después al sol para que señorease el día y a la
luna y las estrellas para que señoreasen la noche?, cuando está comprobado
científicamente que la tierra surgió después del sol y que el centro del universo no
es la tierra y ni siquiera el sol, y que este es el centro del sistema solar en el cual
nos encontramos dentro de la vía láctea, es más, en el firmamento podemos ver
unas estrellas que nacieron antes que el sol y otras después de este.
Años después comprendí que la biblia fue escrita en un lenguaje épico y no
narrativo, y que está llena de simbolismos y de epopeyas, rica en figuras literarias
que hacen de este compendio de libros, una obra majestuosa para todos los
tiempos. Si eso me lo hubiesen enseñado en casa y en la escuela, no habría
encontrado contradicción alguna entre el contenido de la biblia y el de los textos de
historia y filosofía.
Ese primer conflicto me distanció profundamente de Dios; sumado a ello, al no
encontrar respuestas adecuadas a una serie de preguntas que me fueron surgiendo,
la distancia se hizo cada vez más grande hasta convertirme en ateo.
Si, fui ateo. Ese primer y gran amor en mi vida, que fue Dios, inculcado por mis
padres, se fue perdiendo en el camino hasta convertirse en una enemistad, para
luego serme indiferente. Negué a Dios durante muchos años de mi vida y bajo
argumentos supuestamente científicos. Y digo supuestamente, porque bajo las
mismas premisas que lo negué empecé a demostrar su existencia.
Con los años comprendí que creer en Dios es un acto de fe y que la misma vida es
un acto de fe. Según la ciencia, la materia ni se crea ni se destruye, solo se
transforma, y eso parece haberlo demostrado Einstein, quien por cierto creía en
Dios. Si tomamos la masa y la multiplicamos por la velocidad de la luz elevada al
cuadrado, entonces logramos transformar la materia en energía, lo cual sugiere, por
lo menos matemáticamente, que, si realizamos la operación inversa, entonces
transformaremos la energía en materia. Si la materia y la energía no son la misma
sustancia, entonces la materia tiene un punto de partida. Yo aprendí que dentro del
pensamiento científico toda verdad demanda ser comprobada o demostrada para
ser aceptada. Desde luego la fe y todo acto de fe, queda fuera de tal pensamiento,
por consiguiente, la existencia de Dios al no poder ser demostrada, no puede ser
aceptada.
Oh sorpresa cuando me senté a hablar con un teólogo amigo, no solo me llevó a
negar mi ateísmo, sino que me hizo comprender mi ignorancia. La tarde que me
recibió en su casa, sabiendo que yo era ateo y que presumía de ser un hombre
racionalista y de pensamiento progresista, me sometió a una prueba que jamás
olvidaré. Primero me invitó a sentarme en una enorme y cómoda silla, cuando fui a
hacerlo, de manera irónica me preguntó, ¿se va a sentar sin comprobar si en verdad
es una silla?; a lo cual repliqué, por qué comprobarlo si tiene la apariencia de una
silla; entonces me dijo, pero puede caerse; a lo que respondí: no creo. Entonces
moví la silla, me senté y efectivamente esta se despaturró y caí en el suelo. Mi amigo
el teólogo, que por cierto era sacerdote, se rio y me dijo, se lo advertí y usted no lo
comprobó. Me ofreció otra silla y esta vez antes de sentarme la moví con fuerza
para asegurarme que estaba en buen estado. Mi amigo me preguntó por qué me
había sentado en la silla que se despaturró sin comprobar su estado, yo le respondí
que había asumido que la silla estaba bien y que había confiado en que él no me
ofrecería una silla en mal estado. De inmediato dijo, ah, había creído, que bueno,
usted cree. Luego de brindarme una copa de vino, colocó sobre la mesa una hoja
de papel blanco, me alcanzó un lápiz y me pidió que dibujara un átomo. No dudé en
responder a su solicitud y haciendo gala de mis conocimientos dibujé uno de los
modelos que había aprendido en la escuela; él sorprendido dijo casi gritando, por
fin encuentro a alguien que ha visto un átomo. Yo lo miré perplejo y le pregunté por
qué decía eso; él me miró fijamente a los ojos y me preguntó ¿acaso no ha visto un
átomo?, a lo que respondí, claro que no, es más nadie lo ha visto, este dibujo es
una representación. Después de una enorme carcajada mi amigo dijo: y entonces
por qué lo dibuja si nadie lo ha visto, o usted ya lo comprobó. Después de un largo
silencio le respondí, que no, que yo simplemente lo había aprendido en la escuela
y lo había aceptado porque así me lo habían enseñado mis maestros y lo habían
propuesto autores reconocidos por la comunidad científica. Él replicó, pero usted no
lo ha comprobado; volví a decirle que no. Él nuevamente dijo, entonces usted lo
aceptó porque cree en sus maestros y en lo que dicen los libros de ciencia, entonces
cree. Pasado ese momento bastante incómodo para mí, me hizo una pregunta de
matemática, a propósito, muy elemental: ¿a qué es igual siete elevado a la cero?,
respondí de inmediato, a cero. Continuó, ¿a qué es igual doce elevado a la cero?,
respondí nuevamente, a cero. Me preguntó por tres números más y después de esto
le dije que todo número elevado a la cero da como resultado cero. Me pidió que se
lo demostrara, lo único que pude decirle es que se trataba de un axioma
matemático. Casi se cae de la risa, y me preguntó entonces qué era un axioma
matemático. Le dije que era una verdad incuestionable. Él respondió, entonces es
algo así como un dogma de fe. Conclusión, la mayoría de las cosas que yo sabía,
al igual que la mayoría de la gente, las creía porque me las habían enseñado y
porque estaban en los libros de texto, pero el tiempo mismo no me permitía pensar
siquiera en comprobarlas. En resumen, la vida es un acto de fe. Ateos y creyentes
tienen en común la fe. De ahí en adelante empecé a cuestionar las teorías sobre las
cuales argumentaba la inexistencia de Dios.
Pero eso no fue todo, mi amigo, a quien aprecio y admiro, antes de terminar la
velada sacó de su biblioteca un enorme libro, la biblia, la puso sobre la mesa y me
preguntó, ¿ha leído este libro?, de inmediato le respondí, algunos versículos y eso
porque en la escuela me lo exigieron, entonces fue de nuevo a su biblioteca y trajo
consigo El Capital de Carlos Marx, el Manifiesto del Partido Comunista, también de
este autor y el Materialismo Dialéctico de Marx y Engels, los puso casi en mis manos
y me preguntó, ¿ha leído estos libros?, rápidamente le respondí, sí, claro que sí.
Mirándome a los ojos me dijo, yo los he leído todos y eso me permitió llegar a mis
propias conclusiones, pero veo que usted es un ignorante, yo lo creía un intelectual
de verdad, pero no, usted simplemente es un engreído y un ignorante, que
decepción.
No me quedó más que disculparme y desde entonces empecé a leer la biblia, muy
difícil de comprender cuando no se invoca al Espíritu Santo; me llevó varios años
empezar a comprenderla y a gozarla.
¿Qué vino después?, que empecé a pedirle a Dios que me diera señales de su
existencia. La primera que capté fue cuando recibí a mi hija mayor entre mis brazos,
fue una experiencia única, sentí un amor y una ternura indescriptibles, sentí la
presencia de Dios.
Pero aún después de tan maravilloso regalo, seguí dudando hasta que un día y
pasados varios años del nacimiento de mis hijos, Dios se me manifestó nuevamente
salvando mi vida.
Estaba en medio de una crisis que me llevó a caer en el licor y en una vida
desordenada, entonces, una madrugada, camino a Puerto Colombia, saliendo
desde Barranquilla, me dormí conduciendo mi carro y después de alcanzar una
velocidad de ciento sesenta kilómetros por hora sufrí un accidente en el cual el carro
dio tres vueltas quedando en pérdida total sin que a mí me sucediera nada. Según
la policía de carreteras, el modo como ocurrió el accidente era para que yo hubiese
muerto.
Nada me pasó y lo sorprendente es que cuando llegó gente a auxiliarme, ellos
miraban dentro del carro para ver que me había pasado y yo estaba parado al lado
del mismo mirándolos a ellos. No vayan a pensar que yo le di gracias a Dios de
inmediato, no, lo que hice fue renegar y maldecir por el accidente que había tenido.
Para mayor desilusión mía, me hicieron prueba de alcoholemia y me encontraron
grado de alicoramiento. En efecto la noche anterior yo había estado tomando licor.
Sumado al accidente, el seguro no me pagó el carro. Los siguientes quince días al
accidente fueron de maldiciones y de autocompasión. Pero me llegó la señal que
tanto había esperado, bueno, una más, porque Dios todo el tiempo nos da señales.
Un amigo mío me envió un correo electrónico con uno de esos mensajes que en
ocasiones nos molestan porque son cadenas. En este, contaba la historia de un
hombre creyente, al parecer católico, la religión es lo de menos. Cuenta la historia,
que este hombre iba todos los días a un lugar en donde había un Cristo y al ver el
rostro del Señor en la imagen, le pidió que le permitiera reemplazarlo en la cruz, que
él quería experimentar su sufrimiento. Le insistió tanto a Jesús, que finalmente
accedió, pero con una condición, que no fuera a responderles nada a las personas
que fueran allí a orarle. Así fue, el hombre ocupó el lugar de Cristo en la Cruz, desde
luego Jesús se apartó para permitirle vivir la experiencia. Pasados unos minutos se
aproximó a la cruz un hombre mayor que traía en una de sus manos una bolsa y
empezó a decirle al hombre de la cruz, Señor gracias por esta fortuna que me diste,
es una gran suma de dinero y aunque no la he obtenido de la mejor manera sé que
la tengo gracias a ti. En medio de la emoción el hombre dejó caer la bolsa para
extender sus brazos mirando a la cruz, en señal de agradecimiento, luego se fue y
olvidó la bolsa. Casi de inmediato llegó un hombre joven supremamente angustiado
y triste, alzó la mirada a la cruz y empezó a implorar ayuda al Señor, su esposa
estaba bastante enferma y requería un tratamiento costoso, entonces se arrodilló y
bajo los brazos al suelo, tocando la bolsa que contenía el dinero y que había
olvidado el hombre mayor. Sin más, el hombre después de verificar el contenido de
la bolsa, dio gracias al Señor y corrió en busca de su mujer para llevarla al médico.
Una vez se fue el hombre joven con la bolsa, llegó otro hombre joven y se postró
frente a la cruz agradeciéndole al Señor por un viaje que se había ganado a Rio de
Janeiro, iría al carnaval, un deseo que tenía desde hacía varios años y que ahora
podría cumplir gracias a un sorteo que se había ganado. Cuando estaba
agradeciendo, apareció el hombre mayor que había olvidado la bolsa con el dinero,
se aproximó al joven y le preguntó por la bolsa, el hombre joven le dijo que no sabía
de qué bolsa le hablaba, con lo que el hombre mayor entro en ira y empezó a
golpearlo; de inmediato el hombre que estaba en la cruz, intervino diciéndole al
hombre mayor que no lo golpeará, que el joven no había tomado la bolsa; al oírlo
los dos hombres, salieron corriendo despavoridos. Jesús, que todo lo ve le dijo al
hombre que estaba en su reemplazo en la cruz que se bajara, el hombre le preguntó
por qué debía bajarse, a lo que Jesús respondió, recuerda que le dije que no podía
responderle a nadie que viniera a orar y usted desobedeció al hablarle a estos
hombres. El hombre que estaba en la cruz le dijo a Jesús que el hombre mayor
estaba siendo injusto al golpear al joven que no había tomado la bolsa del dinero y
que entonces consideró no permitir tal injusticia. Jesús miró al hombre y le explicó:
el hombre mayor que trajo la bolsa con el dinero manifestó que lo había obtenido no
de la mejor manera, lo cual es cierto, el dinero lo obtuvo de la venta de sustancias
alucinógenas. El hombre joven que se llevó la bolsa con el dinero, efectivamente
tenía necesidad de este y lo requería para el tratamiento médico de su esposa, él lo
merecía. El hombre joven que vino a agradecer por el viaje a Rio de Janeiro, ganó
este en un juego de azar y el vuelo en el cual iba a viajar se accidentará y yo tengo
planes para él, por consiguiente, no debe tomar ese vuelo, y como él estaba
dispuesto a irse, el hombre mayor al golpearlo le impedirá realizar el viaje. Preguntó
Jesús al hombre a quien permitió reemplazarlo en la cruz, ¿ahora entiende por qué
no debía intervenir?
Al terminar de leer este mensaje, comprendí la razón de mi accidente, Dios me
estaba dando una segunda oportunidad, si continuaba con la vida que estaba
llevando hasta el momento del accidente, me conduciría hacia el abismo, y llegado
el momento de un nuevo accidente posiblemente no me salvaría. La decisión era
clara, seguir en el camino de la perdición o tomar el camino de la salvación. Opté
por el segundo, dejé de tomar bebidas alcohólicas y tomé de la mano al Señor para
que guiara mi vida. Ahora soy muy feliz y hablo con Él todo el tiempo.
PARÁBOLA DE LA LÁMPARA.
"Nadie enciende una lámpara para luego ponerla en un lugar escondido o cubrirla
con un cajón, sino para ponerla en una repisa, a fin de que los que entren tengan
luz. Tus ojos son la lámpara de tu cuerpo. Si tu visión es clara, todo tu ser disfrutará
de la luz; pero si está nublada, todo tu ser estará en la oscuridad. Asegúrate de que
la luz que crees tener no sea oscuridad. Por tanto, si todo tu ser disfruta de la luz,
sin que ninguna parte quede en la oscuridad, estarás completamente iluminado,
como cuando una lámpara te alumbra con su luz."
Lucas 11:33-36,
En esta parábola Jesús nos transmite varios mensajes: el primero que la luz es la
palabra, su palabra, pero la palabra, aunque está dispuesta para cada uno de
nosotros, es nuestro deber buscarla, así como en medio de la oscuridad se busca
una lámpara para alumbrar. En este caso la lámpara es la biblia como recipiente en
el cual se conserva la luz, es decir, la palabra. Ahora bien, una vez recibimos la luz,
nuestra visión es clara y tenemos que iluminar el camino, no solamente para
nosotros sino para los demás, debemos compartir la luz recibida. Por eso el Maestro
dijo, nadie enciende una lámpara para ponerla en un lugar escondido, sino para
ponerla en una repisa, a fin de que los que entren tengan luz. Pero hay un mensaje
que nos invita a tener cuidado: asegúrate de que la luz que crees tener no sea
oscuridad. Ojo que Satanás se nos presenta como una deidad. No busquemos la
luz en la doctrina de los hombres, busquémosla en la fuente, que es la biblia.
Estamos en la época de la torre de Babel, las redes sociales presentan toda clase
de información, mucha de esta sin fundamentación.
Debemos comprender que cuando Jesús estaba predicando, la biblia no existía
como texto, la biblia era Él. Pasados varios siglos fue estructurado y compilado este
maravilloso libro.
LA HUMILDAD
Cuando hablamos de no ver a Jesús como un superhéroe, no es con la intención
de restarle su majestuosidad, sino de ubicarlo como un ser alcanzable, cuando
hablamos de sus milagros como acciones humanas que podemos realizar, no es
con el ánimo de desestimar su capacidad para obrar haciendo lo imposible. Que
Jesús resucitó a Lázaro, y que esta resurrección consistió en levantarlo de su lecho
de muerte, es un hecho que no merece discusión, pero lo importante es comprender
que nosotros los mortales podemos realizar este milagro de una manera diferente,
traer a la vida a esas personas que están muertas en vida, es decir a aquellas que
no tienen propósitos. El ser cristianos nos obliga a ser como Jesús, lo cual significa
estudiar los hechos de su vida, sus milagros, sus parábolas, sus mensajes,
comprenderlos y llevar una vida conforme a estos. He visto en calcomanías esta
frase: "Dios es amor", nada más cierto, y si Dios es amor, Jesús es amor, y si
seguimos el camino, que es Jesús, entonces cada uno de nosotros debe ser amor,
dicho de otro modo, si yo soy cristiano, yo soy amor. Parece difícil, y de alguna
manera lo es, porque es preciso vencer tentaciones, la mayor de ellas, la
vanidad. El primer paso es la obediencia y esta demanda humildad. Si nos
remitimos al génesis, el pecado original relatado en este majestuoso libro, no es otra
cosa que la historia del primer acto de desobediencia el cual fue provocado por la
vanidad de Adán y Eva. En esta historia, Satanás tienta a Adán y a Eva, alimentando
su ego.
El amor implica desprendimiento, tener la capacidad de actuar sin vanidad, de
colocarse en los zapatos del otro, de sentir compasión, misericordia, de perdonar,
de pedir perdón cuando se ha cometido un error. Jesús no guardó sentimientos de
odio, no expresó resentimiento, aún en la cruz pidió a su padre que perdonará a sus
verdugos.
SI LA MUERTE ME SORPRENDIERA
Este escrito que quiero compartir con ustedes lo realice hace cinco años, unos días
después de la muerte de mi madre, parece lleno de contradicciones, pero no, es
una reflexión en la que se pone en evidencia el conflicto actual de la humanidad,
por un lado, un mundo que se dirige hacia el abismo, y por otro, el llamado de Dios
para salvarlo.
La reflexión es la siguiente:
SI LA MUERTE ME SORPRENDIERA.
“AL MORIR, SE DEJA DE MORIR, PORQUE LA MUERTE LIBERA Y
ES UN SALTO A LA VIDA”
Si la muerte me sorprendiera, le diría: muerte, ve y da una vuelta
mientras escribo unas palabras; cuenta con que voy a dedicarte
algunas, es más, ya lo estoy haciendo, porque tú eres la protagonista,
curioso, ¿verdad? Muerte, tu nos circundas todo el tiempo y eres quizás
de todas, la que menos nos preocupa, siendo tú, la que nos puedes
quitar todo, porque, ¿de qué sirve todo si no estás vivo? A mí por
ejemplo pareces tenerme sin cuidado; desde que murió mamá me di
cuenta que tú, muerte, conduces a la libertad, eso sentí que le sucedió
a mamá, se liberó del dolor, de la angustia, del sufrimiento y ahora
pienso que está en un mejor lugar, no sé si dormida o despierta, pero
no tengo duda que se trata de un plácido, sereno y hermoso lugar. La
muerte de mamá me afectó, fue un momento duro, sí, muy duro, días
de llanto, de desasosiego, pero paradójicamente también de paz, de
tranquilidad, porque, como ya lo mencioné, sé que está descansando,
libre de dolor y sufrimiento. ¿La amo?, si, la amo, ¿la extraño?, si, la
extraño, no imaginas cuanto, muerte, y debiera estar molesto contigo
por habérsela llevado, pero no, ella merecía descansar. Finalmente
pienso que tú no me la quitaste, simplemente la llevaste a otro lugar, a
un lugar fantástico, lo sé, y desde allí conversamos en silencio, en el
lenguaje de Dios, con el cual nos permite estar por encima de ti, muerte;
ahora comparto con ella en mis sueños.
La vida para mí, al igual que tú, muerte, parece no tener trascendencia,
pero no es así. No obstante, como están las cosas, el mundo convertido
en una torre de babel, en ocasiones llego a pensar que la vida es un
accidente, un triste accidente de la naturaleza, porque resulta
decepcionante para mí, darle la trascendencia que merece, a una vida
que, entre millones de seres, lo único que parece, es sumar a la
desdicha del universo, o por lo menos de nuestro planeta, y a la
desilusión de Dios. Uno podría preguntarse ¿qué significado puede
tener la vida de un ser humano, en medio de un universo que ni siquiera
parce percatarse de nuestra existencia? Un punto que se mueve en un
ínfimo lugar de un diminuto punto en el espacio, porque eso es la tierra,
un ínfimo punto que gira alrededor de una estrella, que es apenas
perceptible en un brazo de la vía láctea, la galaxia en la cual se
encuentra, la cual además resulta ser un grano de arena, entre las
innumerables galaxias que habitan el universo. Vivimos esperanzados
en una vida más allá de ti, muerte, pensando en un Dios todo poderoso
que nos hizo como la más perfecta y predilecta de sus creaciones.
Nuestra perfección les ha costado la vida a muchas especies y tiene en
vía de extinción a otras tantas. El planeta está a punto de colapsar
gracias a nuestra perfección. Como lo plasmó un pichón de publicista
en una muestra de su trabajo: si los animales creyeran en Dios, el
hombre sería el demonio. Nada más cierto: con lo que somos, o más
bien, con lo que hacemos y como somos, pudiéramos pensar que
fuimos a lo mejor la creación de Satanás para destruir la obra de Dios,
y no es blasfemia, porque he dicho: pudiéramos pensar. Así las cosas,
el enemigo no sería solo el demonio, el enemigo también sería el
hombre como instrumento del mal, que, con su comportamiento, le hace
apología a la maldad.
Vistas desde un bosque de grandes árboles, en donde se respira el aire
fresco y se vive la paz de un mundo en equilibrio, al que
llamamos salvaje, las ciudades de los humanos son lo más parecido al
infierno.
Somos hijos de Dios por linaje, pero no por redención, somos
renegados, lo cual nos hace proclives a ser presa fácil de Lucifer, a
convertirnos en la encarnación de Satanás. Nosotros no hacemos el
amor, fornicamos, asesinamos, hurtamos, mentimos y traicionamos.
Matamos animales indefensos en la práctica del deporte de la cacería,
mutilamos a nuestras mascotas para que se vean bonitas, encerramos
aves y peces para relajarnos viendo sus colores y movimientos,
disfrutamos su danza macabra en la búsqueda de una salida a su
hábitat natural, nos divertimos viendo martirizar a los toros en lo que
llamamos la fiesta brava, nos resulta placentero ver como se matan los
gallos a picotazos, pagamos para ver como dos hombres desesperados
y acosados por el hambre y la miseria, en un ring de boxeo, se golpean
de manera inmisericorde para competir por una bolsa de dinero, que le
permitirá al ganador huir de la pobreza sin importar muchas veces, si el
que cae en la lona muere o queda lisiado por el resto de su vida;
comemos más de lo que necesita nuestro cuerpo, aun sabiendo que
eso es gula, y lo disfrutamos. Nos gozamos la vida con el morbo; si los
periódicos y los noticieros en televisión no mostraran episodios
sangrientos, de desolación y destrucción, casi a nadie le interesarían.
De hecho, entre las más grandes producciones cinematográficas, están
las que muestran grandes tragedias. Por eso la muerte no debería
preocuparme, porque al morir, cualquiera podría pensar que la tierra no
pierde nada y yo de nada me pierdo. No sé cómo podemos pretender
llegar a donde un Dios bondadoso, cuando todo lo que hacemos es el
mal. Es tan cierto, que expresamos pena por los más necesitados, pero
qué hacemos para mejorar las condiciones de los demás, nada, o casi
nada, siempre tendremos una excusa para evitar actuar. Nos basamos
en la estadística y decimos que más del 80% de la riqueza se concentra
en el 2% de la población del mundo, y eso qué, de todas maneras
mirando hacia abajo, es decir, el 20% de la riqueza, la cual se distribuye
en el 78% de la población, siendo unos más acomodados que otros,
nadie o casi nadie renuncia a su riqueza para solventar al 20% de la
población que vive en condiciones de miseria, que padece hambre y no
tiene agua potable, no, para nosotros es más fácil dejar que el mundo
continúe en su inercia, acomodándonos en el lugar que podamos,
justificándonos de una u otra forma, para evitar el peso de la culpa;
finalmente, el problema siempre será de otro.
A Jesús, lo condenaron, lo mancillaron, lo humillaron, lo descarnaron y
lo crucificaron los romanos a solitud de los sacerdotes del Sanedrín; esa
es la historia que nos contaron, pero no, no, eso no es del todo cierto,
esa es la versión más cómoda, la que nos libera de toda
responsabilidad; la verdad es que a Él le hicimos eso, todos nosotros,
toda la humanidad, los que vivieron los acontecimientos acaecidos en
Jerusalén el día de su juicio, de su pasión y muerte, unos, los que
actuaron, quienes le juzgaron, torturaron y asesinaron, otros, que
estando presentes callaron para proteger sus vidas de la manera más
cobarde, y todos nosotros, que continuamos condenándolo,
mancillándolo, humillándolo, lacerándolo, descarnándolo y
crucificándolo, con nuestra apostasía, con nuestra falsa fe, cuando
miramos con indiferencia al desvalido, cuando albergamos sentimientos
de ira contra nuestro hermano, cuando agredimos al vecino, cuando
renegamos de Dios en los momentos de angustia, de enfermedad,
olvidando que debemos gloriarnos en la debilidad porque es allí donde
Dios nos fortalece (2 Corintios 12: 7 al 10). Y con todo ello, todos
tratamos de lavarnos las manos al igual que Pilatos; dice la historia que
ante Poncio Pilatos, prefecto (gobernador) de la provincia de Judea,
fueron presentados dos hombres, Jesús de Nazaret y Barrabás, para
que uno de los dos fuera puesto en libertad en la fiesta de la pascua
judía, conforme a una tradición romana. Al examinar la palabra
Barrabás, esta tiene su origen en el antiguo Arameo: “bar abbá” y
significa “hijo del padre”, lo cual hace pensar, que en realidad los judíos
que se congregaron allí, el día de la pascua, pedían que liberaran a
Jesús, pero la historia romana de manera conveniente creo este
siniestro personaje zelote, para de esa manera responsabilizar a los
judíos de la muerte de Jesús y adoptar el cristianismo como la religión
oficial del imperio sin la culpa que pudiera corresponderles, porque
grandísima sería la carga para Roma, si habiendo ellos tenido que ver
con la muerte del Maestro, se considerasen los guardianes de la casa
de Cristo. Lo más conveniente es decir que no fueron los romanos y si
los judíos que no son cristianos, cuando en realidad a Cristo lo matamos
y lo seguimos matando, especialmente, los cristianos.
Nos congregamos en iglesias en donde muchos de los jerarcas viven
en la opulencia, visten prendas confeccionadas por los grandes
magnates de la industria de la confección, comen manjares y ostentan
un poder supuestamente divino, iglesias en las que sus jerarcas día a
día se enriquecen con la fe de los incautos, con la promesa de una vida
más allá de la muerte, en un lugar paradisiaco llamado cielo, en donde
se invita a los feligreses a vivir una vida de sumisión y sencillez, es decir,
opuesta a la que muchos de sus sacerdotes y pastores viven, en las que
se pregona el amor cuando promueven la exclusión e incluso
consideran diabólica y enfermiza la práctica de comunidades que no se
ajustan a sus paradigmas, iglesias que se acusan unas a otras, se
persiguen unas a otras, se maldicen unas a otras, cuando el mensaje
de Jesús es simple: servir, dar, comprender, socorrer, aliviar, reconocer,
perdonar; en una palabra: amar; su mensaje lo resume en estas
palabras: “Los phariseos, informados de que Jesús había tapado la
boca a los saduceos, se mancomunaron, y uno de ellos, doctor de la
Ley, le preguntó para tentarle: Maestro, ¿cuál es el mandamiento
principal de la Ley? Respondiole Jesús: Amarás al Señor Dios tuyo de
corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el máximo y
primer mandamiento. El segundo es semejante a este, y es: Amarás a
tu prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos será cifrada
toda la Ley y los profetas”. Jesús nos invita a amarnos, a que cada uno
sea uno en el otro, como es Él en cada uno de nosotros. El amor no
divide, une; quien divide, va en contra del amor.
En la fe en Cristo, no se trata de tomar partido ni de armar rencillas en
su nombre, sino de amarlo de corazón, con toda el alma y con toda la
mente, y al abrirse a Él, escuchar con atención lo que el Apóstol Pablo
dijo a los colosenses: “Ya, pues, que habéis recibido por Señor a
Jesucristo, seguid sus pasos, unidos a él como a vuestra raíz, y
edificados sobre él como sobre vuestro fundamento, y confirmados en
la fe, que se os ha enseñado, creciendo más y más en ella con acciones
de gracia. Estad sobre aviso para que nadie os seduzca por medio de
una filosofía inútil, y falaz, y con vanas sutilezas, fundadas sobre la
tradición de los hombres, conforme a las máximas del mundo, y no
conforme a la doctrina de Jesucristo." (Epístola del Apóstol Pablo a lo
Colosenses, 2:8-9).
Dios que es bondadoso y no pueden ser de Dios esos pensamientos
cargados de envidia, egoísmo, resentimiento, no, cualquiera que piense
de esa forma: excluyendo, odiando, maldiciendo, renegando,
ostentando, dividiendo, no está poseído por el Espíritu Santo, sino por
satanás, el enemigo del amor, el enemigo de Dios.
Nuestra irracionalidad es tan grande y estamos tan mal, que vivimos
convencidos que somos racionales a pesar de toda esta devastación
que hemos llevado a cabo en el planeta, de lo cual, además somos
conscientes. Es más, consideramos a los demás animales como
inferiores precisamente en razón a su irracionalidad. No he visto al
primer animal, ni al más tenebroso de los depredadores engullirse a otro
animal simplemente por el placer de comer, no, ellos lo hacen para
alimentarse. Si bien es cierto que entre los animales prevalecen los más
fuertes y estos en ocasiones someten a los débiles para quedarse con
el territorio, los alimentos y las hembras, lo hacen con un claro sentido
de la proporción, toman lo necesario para asegurar su supervivencia y
su herencia genética. La ley del más fuerte en los humanos, está
asociada no a la supervivencia ni a la prevalencia de su herencia
genética, sino al orgullo, a la arrogancia, la soberbia, la avaricia y la
opulencia. Con lo que acumulan los humanos más fuertes, podría
alimentarse incluso a toda la especie humana y salvar al mundo entero
de la enfermedad, de la miseria, pero no, eso a ellos no los conmueve,
lo importante es acumular más y más, por eso crean ejércitos, armas,
fortalezas, grandes templos cargados de suntuosidades, para proteger
su poder y su riqueza, sin pensar que con el costo de las armas, de sus
guerras y de todos sus suntuosos y ostentosos bienes y monumentos,
podrían garantizar la paz y solventar a la especie.
Muy a pesar de todo esto, sé que existe la bondad, la misericordia, el
amor, el respeto; pero me pregunto, ¿existirán en las dosis necesarias
para salvar al hombre? Siendo Dios tan bondadoso, parecería no
quedarle opción para proteger la vida de las plantas y los animales, que
curar al planeta de esa enfermedad, de ese cáncer, de esa
podredumbre en que se ha convertido el hombre. ¿Es posible qué no
sea demasiado tarde y que para Dios no quede otra opción que
enfrentarse a una nueva Sodoma?
¿Acaso somos el ángel caído, o nos convertimos en presa fácil del ángel
caído y traicionamos a Dios?
Aun en aquel tiempo, en el cual Dios destruyó a Sodoma con fuego y
con azufre para extirpar el pecado (Génesis 19: 1-38), salvó a Lot y a
su familia; estamos a tiempo de entender, que como la creación
predilecta de Dios, debemos ser instrumentos de Él para preservar y
engrandecer toda su obra, si no nos es posible salvarnos todos, por lo
menos conformemos la familia de Lot, no siendo muchos, con la
misericordia de Dios sé que se podría rescatar a nuestra especie.
Partamos por comprender que siendo creaturas tan ínfimas en el
universo, habitando en un punto imperceptible que gira alrededor de una
estrella que se pierde en un brazo de la inmensidad de la Vía Láctea, la
cual es apenas un punto entre miles de millones de puntos en el vasto
universo, ese universo tan infinitamente grande, cabe en nuestra mente
y viajamos a través de él con el pensamiento, es más, nuestros viajes
se producen en fracciones de segundo y podemos ir a los lugares más
recónditos y apartados de esa inmensidad llamada universo, a lugares
inimaginables. También viajamos con el pensamiento a través del
tiempo, desplazándonos a nuestro antojo hacia adelante o hacia atrás,
recreamos eventos pasados e imaginamos los futuros. Nos ha sido
dado el poder de imaginar incluso las partículas cuánticas, de ver sin
haber estado allí, la superficie de Venus. Que grandeza, que maravilla,
somos algo así como semidioses que no hemos comprendido el
Génesis, que no hemos dimensionado que, al haber sido creados a
imagen y semejanza de Dios, nos fue dada la potestad de ser
semejantes a Dios.
Destruyamos a Sodoma y construyamos la nueva Jerusalén,
destruyamos la casa de Satanás y construyamos una casa a Dios, para
que habite en ella. Estamos a tiempo.
Pero parece que todo está dicho y realizado, Jesús lo profetizó al decir:
“¡Jerusalén! ¡Jerusalén!, que matas a los profetas y apedreas a los que
a ti son enviados, ¿cuántas veces quise recoger a tus hijos, como la
gallina recoge a sus pollitos bajo las alas, y tú no lo has querido? He
aquí que vuestra casa va a quedar desierta. Y así os digo: en breve ya
no me veréis más, hasta tanto que reconociéndome por Mesías digáis:
Bendito sea el que viene en nombre del Señor” (Mt. 23: 37).
No obstante, somos apostatas, decimos creer en Jesucristo, pero no le
seguimos como Él lo señaló al responder a Tomás, quien le preguntó
“Señor, no sabemos a dónde vas: pues ¿cómo podemos saber el
camino? Respóndele Jesús: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida;
nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14: 5, 6). Sabemos cuál es el
camino de la salvación y no lo tomamos, somos renuentes a Dios,
preferimos continuar en nuestra apostasía.
¿Es a Jesucristo, engendrado en María, nacido por obra y gracia del
Espíritu Santo, a quien realmente creemos, o es al ángel caído quien se
manifiesta en imágenes y nos arrastra a reconocerlo como una deidad?
Bien dijo Jesús: “Y ¿cómo es posible que me recibáis y creáis, vosotros
que andáis mendigando alabanzas unos de otros: y no procuráis aquella
gloria que dé solo Dios procede? (Juan 5: 44).
Pensamos que basta con decir que creemos en Dios y por ende en
Jesucristo y el Espíritu Santo, que son uno solo; no, si creemos en Él,
es a Él y únicamente a Él a quien debemos adorar y es para su gloria
que debemos actuar. Estando en el desierto Jesús, se le presentó
satanás y para tentarlo “le mostró todos los reinos del mundo, y la gloria
de ellos, y le dijo: todas estas cosas te daré, si postrándote delante de
mí me adorares. Respondiole entonces Jesús: apártate de ahí, satanás:
porque está escrito: adorarás al Señor Dios tuyo, y a él solo servirás”
(Mateo 4: 8-10). Son nuestras acciones, que se constituyen en la
verdadera oración, con las cuales podemos dar testimonio de nuestra
fe en el Señor, pues imitarlo a Él, significa ser como Él y es así como
podemos ser a su imagen y semejanza; caso contrario, así sea bueno
lo haya en nuestro corazón, si lo que sale de nuestra boca y lo que
hacen nuestras manos, no es de lo que hay en nuestro corazón, no es
el camino del Señor el escogido, el camino de la salvación, sino el de la
perdición, es la apostasía.
Jesús dijo: “Y el Padre que me ha enviado, Él mismo ha dado testimonio
de mí: vosotros empero no habéis oído jamás su voz, ni visto su
semblante. Ni tenéis impresa su palabra dentro de vosotros, pues no
creéis a quien Él ha enviado. Registrad las Escrituras, puesto que creéis
hallar en ellas la vida eterna: ellas son las que están dando testimonio
de mí. Y con todo no queréis venir a mí para alcanzar la vida” (Juan 5:
37, 40).
Recordemos y de manera insistente que Él dijo: “Yo soy el camino, y la
verdad, y la vida”
El ser humano no puede pretender tomar atajos, el camino es uno solo
y tiene nombre, tampoco puede pretender tomar el camino a su antojo,
unas veces sí y otras no. La presencia de Dios no es intermitente, no,
Él es soberano.
Si la muerte me sorprendiera, con tristeza diría: viví lo que pude y me
fue permitido e hice lo que quise mas no lo que debí hacer, pero por la
misericordia de Dios, habiéndome arrepentido le pediría al Señor mi
Salvador que perdonara todos mis pecados y sé que aun en el lecho de
muerte Él me escucharía.
Pero, si por la gracia de Dios, no me sorprende la muerte, le pido al
Señor, que guíe mis pasos para seguir la senda que Él trazó para
nosotros, que no me permita buscar atajos ni salirme del camino, que
me alimente con su palabra, que es la verdad y la fuente de la vida, para
que mis acciones sean de su agrado y para su gloria. Con humildad le
pido además, que me acepte en las filas de su ejército que al son de
trompetas marcha hacia el campo de batalla con la espada enfilada
contra el mal, pues Jesús dijo: “No penséis que vine a traer paz a la
tierra; no vine a traer paz, sino espada” (Mateo 10: 34), la espada del
Señor es su palabra que al entrar en el corazón del hombre, lo limpia,
lo libera y lo enaltece, y unido a Él, cada uno en Él y Él en cada uno,
estando a su servicio, propaga la palabra para que sean más los aliados
del bien, solamente así, sumando y sumando al bien, podremos
salvarnos de nuestra miseria y perdición.
“Yo sé que mi Redentor vive” (Job. 19: 25).
Con el más profundo amor, a mi Señor Jesucristo,
EURÍPIDES.
Soldado de Jesucristo.
CREER
Continuando con el tema, hoy quiero decirles el origen de CREER. En primer lugar,
debo confesar que no fue mi idea, sino la de un buen amigo, quien intentó crear un
grupo interdisciplinario que se reuniera a reflexionar sobre temas relacionados con
la fe y en especial a leer la biblia para darle un sentido práctico a sus enseñanzas.
El grupo no funcionó, pero la idea me gustó y quise darle continuidad y que mejor
manera que por este medio. Comparto con ustedes el inicio:
CREER
CRISTO, REDIME, EVANGLIZA, ENALTECE y REVIVE.
Si estás lleno de DIOS, AMOR, SABIDURÍA, FE y ESPERANZA, entonces, DAS
FE.