Martínez Peñate - El Salvador y Las Transformaciones A Nivel Mundial

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EL SALVADOR Y LAS TRANSFORMACIONES


A NIVEL MUNDIAL

Raymundo Calderón Morán

Introducción
Los cambios experimentados por la humanidad en los últimos decenios,
han conformado un nueva cultura, que adjetivada bien puede definírsele como
“cultura global”, tanto por su universalismo como por su sinergia, para
expandirse a los más recónditos rincones del planeta.
En este proceso de globalización expansiva han jugado un papel
determinante los organismos financieros internacionales (Banco Mundial,
Fondo Monetario Internacional, Banco Interamericano de Desarrollo) y las
mega empresas transnacionales, por su capacidad de “homogeneizar” la
totalidad de la sociedad, así como las tecnologías de punta, sobre todo en el
campo de las comunicaciones.
Para países como el nuestro, semejante realidad fue inevitable, y sucede,
cuando la misma comunidad internacional y el mismo pueblo salvadoreño
habían pronunciado un “Basta ya” al conflicto armado. Los organismos financieros, transformados en mega
ministerios, no hacen otra cosa sino imponer sus reglas -financiamiento a cambio de la ejecución de
programas de ajuste y estabilización-, creando, de esta manera, las bases de la nueva “dependencia”, pero, en
este caso, en un contexto global y de neoliberalismo.
Por su parte, las transnacionales conllevan la potenciación del oligopolio y absorben o reducen a la
mínima expresión a aquellas empresas nacionales, que van quedando desprotegidas por el Estado o por la
misma lógica del mercado. En El Salvador, dicho globalismo inducido constituye un entronque fatal para la
cultura y para el proyecto de vida largamente postergado, a causa de la irrupción de las privatizaciones, la
introducción del dólar y de los tratados de libre comercio.
Este breve opúsculo, no tiene otro propósito, sino el de reflexionar acerca de este entronque fatal y sus
consecuencias en el entorno de la totalidad social salvadoreña. Por tanto, dicho análisis, tiende a ser menos
propositivo y más crítico, tomando en cuenta que un pueblo como el salvadoreño, de prolongada trayectoria
de lucha y sacrificio, debió merecer un destino más humano al concluir la guerra de la década de 1980.
1. Cambio de rumbo en los años noventa
Una vez concluido el conflicto armado, cuya legitimidad se definió con la firma del Acuerdo de Paz en
1992, el gobierno salvadoreño, en ese entonces presidido por el Licenciado Alfredo Cristiani, no hizo otra
cosa, en primera instancia, sino profundizar los programas de ajuste estructural que habían iniciado como
“programas de estabilización” durante el gobierno demócrata cristiano del Ingeniero Napoleón Duarte. Es
decir, lo que la administración Cristiani hizo fue darle continuidad a una serie de medidas económicas
impuestas desde el período de la guerra. La crisis del modelo agroexportador estaba indicando, claramente, la
necesidad de sustituir dicho modelo por otro alternativo, en consonancia con los cambios que se estaban
generando a nivel mundial.
Durante esta coyuntura, por otra parte, se produjeron hechos sin precedentes como lo fueron el desplome
de la ex URSS y la caída del muro de Berlín. El mundo dejó de ser bipolar y se produjo la sensación de un
“pensamiento único”, homogéneo y posmoderno. Occidente consideró esta situación como un claro signo de
su superioridad, irresquebrajable y contundente, y se atrevió, incluso, a hablar del final de la historia
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(Fukuyama: 1992). En este contexto, el proceso de globalización en su fase avanzada, no tiene cortapisas para
imponerse y desplegarse, muy a pesar del orden en que queda dividido el planeta: países opulentos (Norte) y
países pobres (Sur).
Semejante proceso de planetarización no tiene parangón en la historia, y como si se tratara de una colosal
hidra de siete cabezas va imponiendo sus reglas y normas, es decir, la lógica del mercado total y de los
centros financieros, Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional, emanados desde los viejos tiempo de
Bretton Woods.
El Salvador es engullido por esta dinámica global y exógena por la vía del abatimiento de las barreras
proteccionistas, la liberalización de los precios y la deconstrucción del Estado tradicional por el Estado
moderno, garante de las reglas del mercado.
El Acuerdo de Paz, aunque planteó la necesidad de reestructurar el régimen económico -una de las raíces
estructurales que provocaron la crisis de los ochentas-, a la larga no tuvo mayor incidencia en la conformación
de una economía social de mercado, que generara oportunidades para la gente. La mejor prueba de esto es que
la migración salvadoreña hacia los Estados Unidos no se detuvo sino que aumentó a niveles nunca vistos.
La mayor incidencia del Acuerdo de Paz estuvo en la reforma política al abrirse los espacios relacionados
con la libertad de expresión y de asociación y la participación ciudadana a través de los partidos políticos.
Lamentablemente, estos espacios han sido fuertemente mediatizados en nuestros días por la influencia
indiscriminada de los medios de comunicación.
Puede afirmarse que esta arremetida del “pensamiento único” en contra del Estado–Nación es
impresionante, pues, aunque enunciativamente las fórmulas que dicho pensamiento maneja parecen simples o
epigramáticas, al decir, Menos Estado, más mercado, menos nacionalidad, más globalización, en términos
prácticos son fórmulas harto complejas, en tanto que redefinen el nuevo universo de las relaciones
económicas, sociales, políticas y culturales, en un ámbito que ha dejado de ser regional-nacional para
trascender a lo internacional.
Para cualquier observador atento es evidente, y no es preciso ser un experto en Estudios Sociales, que El
Salvador de hoy no es El Salvador de ayer, pues el llamado modelo agro exportador con dificultades logró
sostenerse hasta el decenio de los ochentas (Dada Hirezi: 1995).
En los noventas El Salvador experimentó transformaciones profundas como producto de un doble proceso.
Por un lado, el impacto de la guerra cambió de raíz la realidad del país. No hay salvadoreño y salvadoreña que
de una u otra manera no se haya visto afectado por este fenómeno que alcanzó dimensiones nacionales. La
gran diáspora hacia los Estados Unidos y otras partes del mundo, inició a partir de la guerra. El Salvador dejó
de ser un país esencialmente agrícola para convertirse en un país de emigrantes, inclusive hasta nuestros días.
Por otro lado, las nuevas administraciones de ARENA pensaron que una economía asentada sobre las
maquilas sería lo que resolvería el empleo de una fuerza de trabajo femenina en expansión, y es por ello que
había que abrir las puertas al capital “golondrina” como medida de salvación para el desempleo. El ex
presidente Calderón Sol expresó en cierto momento que convertiría a El Salvador en un país de maquilas.
Pero no fueron los noventa sólo el momento de las maquilas sino también de las privatizaciones y del
inicio de las remesas en gran escala. La Banca que estuvo “estatizada” durante los ochentas pasó a manos
privadas durante los noventas. Reconocidas familias de gran poder económico pasaron a controlar el sistema
financiero del país. Por otra parte, por recomendaciones “expresas” de los organismos financieros
internacionales, el Estado salvadoreño vendió los activos de entidades públicas de enorme rentabilidad, como
son los casos de ANTEL (Administración Nacional de Telecomunicaciones), parte de CEL (Comisión
Ejecutiva Hidroeléctrica del Río Lempa), CAESS (Compañía de Alumbrado Eléctrico de San Salvador), etc.
De este modo El Salvador perdió el control sobre rubros estratégicos, como lo son la energía y las
comunicaciones.
También en los noventas inició el llamado círculo de las remesas. La constante y creciente emigración de
salvadoreños hacia los Estados Unidos, principalmente, empezó a generar la llegada de remesas en gran
escala. A finales de la década eran 1200 millones de dólares. Hoy, en lo que va del 2006 las remesas rondan
los 3000 millones. Al parecer El Salvador continuará viviendo de remesas durante muchos años, pues como lo
expresara el economista Javier de Ibisate, es el “trabajo que los pobres hacen en el exterior quien sostiene el
modelo de los ricos”.
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Para los organismos financieros internacionales y las políticas globalizadoras del mercado, esta es la única
manera de superar el atraso y lograr, en consecuencia, convertirse en una sociedad moderna, y es en este
sentido que cobran realidad las siguientes palabras: “Hay crisis, pero la economía va bien. Se ha conjurado al
espíritu de la democracia y del mercado, para que las fuerzas de la economía crezcan y den testimonio de lo
bello que es el paraíso capitalista, no importa, que para ello se mantenga tajante el divorcio entre economía,
sociedad y política. Anatema si quién hable de humanismo en el contexto del mercado, porque la regla de éste
es la competitividad. Anatema si quién hable de solidaridad, porque este es un atavismo tribal” (Hayeck:
1990).
Las consideraciones anteriores permiten ver, en consecuencia, cuán distinto es El Salvador de hoy, que ha
sido puesto en el tren de la globalización a toda máquina, bajo la complicidad del estribillo neoliberal: “La
globalización es inevitable. Lo que les queda a las economías de países como el nuestro es buscar los
mecanismos de inserción a la economía global”.
Para saltar con éxito a este "club", se comenta en los altos círculos de poder, también hay que hacer
reformas. En efecto, es condición aplicar reformas para entrar con pie firme al nuevo y selecto club. Este
reformismo debe tocar a la flamante macroeconomía -con sus reformas monetaria, fiscal y tributaria-, al
obsoleto sistema de educación nacional -con su reforma educativa en marcha-, al cuestionado órgano judicial
y a la excluyente estructura de poder -con sus reformas judiciales y políticas-.
En el fondo no interesan tanto estas reformas, pero hay que hablar de ellas e insistir en que se está
avanzando. Lo que esencialmente interesa es impulsar el mercado y la cultura global de consumo. En este
sentido es que la conclusión del conflicto armado en El Salvador fue perfectamente aprovechado para que
poderosos grupos económicos impulsaran una serie de medidas, todas ellas tendientes a completar los
“medida económicas” implementadas durante la administración Duarte. Al parecer, bajo este modelo, El
Salvador no han tenido más opción que saltar a este tren, absorbido por la implacable lógica del capital
transnacional, que no tolera fronteras ni culturas nacionales.
Y en razón de esto y de otros factores es que la década de los noventas ha significado para nuestro país un
cambio de rumbo traumático, por la velocidad y drasticidad con que se impuso la globa lización, bajo la
sombrilla del paradigma neoliberal. En efecto, no es arbitrario cuando algunos economistas señalan que de la
guerra político-militar se pasó abruptamente a la guerra económica.
2. Entre el crecimiento económico y la exclusión
Desde que la ciencia económica ha dado en llamarse Economía a secas, el riesgo de cuantificar toda
realidad parece ser al momento una verdad. En el corpus teórico de la Escuela Clásica, la economía se
aparejaba con el término “política”, para dar a entender que los problemas reales de la economía deben ser los
de la comunidad o de la sociedad. En este sentido, por ejemplo, Marx escribe su Contribución a la Crítica de
la Economía Política, y toda una pléyade de economistas conciben sus obras bajo esta óptica, inclusive Adam
Smith.
Luis de Sebastián hace igual planteamiento en su artículo: “La ciencia económica, ¿es política o es
técnica?” (ECA N° 381/382: 1980). Se desprende de su planteamiento que la técnica es parte fundamental de
la economía, pero la economía no se reduce a la técnica, porque en este caso se vuelve instrumental. El
problema está en que lo técnico, que es nada más una herramienta, ha ocupado el lugar de lo político,
convirtiéndose lo político en medio cuando debe ser fin.
Esta verdad fundamental es lo que se ha trastocado en el modelo neoliberal y en la estrategia global, es
decir, de lo que se trata es de subordinar las necesidades reales de la gente a la lógica de los intereses del
mercado, convirtiéndose la economía en un instrumento de esta lógica y dejando de lado los intereses de la
comunidad o de la sociedad, que debe ser su principal finalidad.
En El Salvador, en donde aún impera este modelo, la preocupación número uno de la empresa privada y
del gobierno es el crecimiento económico, la competitividad empresarial, las inversiones, en otras palabras,
los índices macroeconómicos. Para solventar la problemática social hay que esperar a que la economía crezca,
para poder hacer efectiva la inversión en capital humano (teoría del rebalse).
En sana economía nadie pone en duda que el crecimiento económico es condición sine qua non para
solucionar la cuestión social, pero el neoliberalismo siempre está exigiendo “sacrificios humanos” para hoy,
para nunca resolver mañana. La fórmula se resume en una escueta frase pronunciada por un “rancio”
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cafetalero del occidente del país: “La buena economía es como el azadón: todo para adentro, nada para
afuera”.
Esta lógica de acumulación extrema se pensó superada, sobre todo por los buenos tiempos del Estado
Benefactor, pero la realidad de los últimos tiempos ha demostrado lo contrario. Voces tan influyentes como
la del Papa Juan Pablo II denunciaron e hicieron condena tildándolo de “capitalismo salvaje”, por la
incompatibilidad de sus principios con los principios de la convivencia humana.
De este modo, el lado negativo del sistema -demens-, haciéndose acompañar de lo más irracional de la mal
llamada posmodernidad, irrumpe en el escenario mundial como si se tratase de una bestia apocalíptica de
malos augurios, atando de manos inclusive a la democracia, que la reduce a democracia restringida o de baja
intensidad; a los derechos humanos, que sólo valen en cuanto derechos políticos; a la educación, que pierde su
esencia humanista para convertirse en técnica; a la ecología, cuya importancia sólo se ve a través del
ecoturismo; y en fin, a la oposición política, que debe modernizarse y aprender la “tolerancia”, es decir, no
cuestionar la lógica del mercado.
Crecer de este modo ha implicado para el país profundizar la vieja dicotomía estructural pobreza–riqueza,
pues tal como lo muestran los indicadores de CEPAL (Comisión Económica para América Latina) y PNUD
(Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo), la pobreza tanto absoluta como relativa ha aumentado
en vez de disminuir. Tal como se mencionó anteriormente, la mejor prueba de ello es la fuerte emigración de
salvadoreños al exterior, que ya no sólo empuja a los sectores más empobrecidos sino también a sectores
medios, como producto del deterioro de las condiciones de vida de la clase media. De aquí deriva para los
más pobres uno de los problemas éticos y de lesa humanidad, como es el de la exclusión.
Helio Gallardo, en sus “Notas sobre la situación mundial observada desde América Latina” (Revista
Pasos N°54: 1994), nos dice: “En la década del sesenta, la imagen del pobre en América Latina era la de un
‘marginal’. ‘Estar al margen’ significaba quedar en el límite exterior inmediato de los procesos expansivos de
modernización e industrialización, pero tarde o temprano, sería integrado a ellos, es decir, sería integrado a la
nación”.
“El ‘marginal’ era leído positivamente, desde procesos de integración. En las décadas del ochenta y
noventa, el pobre es un ‘excluido’, un expulsado del mercado y de su lógica. En el límite, un ‘desechable’
(Colombia), alguien de quien la sociedad puede prescindir porque resulta inútil y hostil. La transformación del
marginal en excluido y ‘desechable’ implica, no sólo una variación en el modelo económico, sino una
transformación y degradación éticas”.
Así, expulsar de la lógica del mercado a un ser humano por inútil y hostil es la constatación más pura de lo
inviable del neoliberalismo, pues el expulsarlo implica su estigmatización social, que tarde o temprano le
empuja a la ilegalidad. Las soluciones tecnocráticas, frías y calculadas de los “especialistas sin espíritu”,
como decía el sociólogo alemán Max Weber, resuelven el problema de la racionalidad económica capitalista,
pero no el problema ético de la exclusión.
El gran poeta peruano César Vallejo plasmó fielmente en su obra Los heraldos negros la situación límite
del hombre que sufre, sin saber por qué:
Hay golpes en la vida, tan fuertes... yo no sé
golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... Yo no sé,
son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
En el problema que nos ocupa los golpes no vienen de Dios, no provienen de un más allá metafísico y
misterioso, sino de un más acá, concreto y real, coincidiendo con el empobrecimiento a que se ha sometido la
ciencia económica por quienes, únicamente, ven números y racionalidad. Es difícil evitar la tentación de citar
un párrafo de Karl Marx contenido en el Primer Prólogo de El Capital de 1873, el cual a la letra reza:
“Y si nuestros gobiernos y parlamentos instituyesen periódicamente, como se hace en Inglaterra,
comisiones de investigación para estudiar las condiciones económicas; si estas comisiones se lanzasen a la
búsqueda de la verdad pertrechadas con la misma plenitud de poderes de que gozan en Inglaterra, y si el
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desempeño de esta tarea corriese a cargo de hombres tan peritos, imparciales e intransigentes como los
inspectores de fábricas de aquel país, los inspectores médicos que tienen a su cargo la redacción de los
informes sobre ‘Public Health’ (sanidad pública), los comisarios ingleses encargados de investigar la
explotación de la mujer y del niño, el estado de la vivienda y la alimentación, etc., nos aterraríamos ante
nuestra propia realidad. Perseo se envolvía en un manto de niebla para perseguir a los monstruos. Nosotros
nos tapamos con nuestro embozo de niebla los oídos y los ojos para no ver ni oír las monstruosidades y poder
negarlas”.
Así, en nuestro país nos tapamos los oídos y los ojos para no ver las monstruosidades de los pobres
excluidos (ojos que no ven, corazón que no siente), pero los abrimos para ver y saludar el “progreso” de una
democracia en marcha, de unos índices macroeconómicos “estables”, de un empresariado fuerte, con
pretensiones de regionalizar sus inversiones.
Para qué abrirlos ante el dolor humano, pues el abrirlos significa ser débiles y mostrar una “moral de
esclavos”, como lo planteaba la antiética de Friedrich Nietzsche. Es mejor vivir el momento, lo posmoderno,
sin reparar en las monstruosidades, porque esta guerra la perdieron los débiles y la han ganado los fuertes
(Hinkelammert: 1987), tanto aquí en El Salvador, como en el resto del mundo. De nuevo la rebelión de los
excluidos ha sido aplazada.
Entonces, oídos y ojos están cerrados. Fueron cerrados por el “pensamiento único” neoliberal, global y
posmoderno, para que la labor de los inspectores del trabajo y la salud deje de apertrecharse del peritaje, la
imparcialidad y la intransigencia; para que nuestra sensibilidad abandone la alteridad y se desdibuje en una
falsa caridad cristiana.
3. Una democracia condicionada y limitada
Desde el punto de vista político, El Salvador se va a reconfigurar a partir de los noventas, por medio de un
fenómeno nuevo: La eclosión de la democracia como producto de las transformaciones políticas y
económicas sucedidas en el último cuarto del siglo XX.
El mercado, junto con los centros de poder, consideran que es necesario implementar un determinado tipo
de democracia, la llamada democracia restringida, precisamente para asegurar las condiciones de este
mercado. Samuel P. Huntington le otorga un estatus global a la nueva democracia y la define como la tercera
ola del capitalismo avanzado (The Third Wave: 1991). Las condiciones del mercado no se pueden asegurar si,
paralelamente, no se aseguran las condiciones políticas.
En consecuencia, para garantizar el nuevo marco económico de cara a la globalización y los retos del
siglo XXI, había que realizar dos procesos: a) Pacificar el país por la vía de la negociación (proceso de
diálogo-negociación). b) Reformar políticamente el país para que la oposición armada se integrara al juego
político en el contexto de una nueva legislación. Por ejemplo, incorporar al FMLN como partido político. Con
estos dos procesos se pretendió iniciar un crecimiento sostenido de la economía, atraer a inversionistas y
desmontar el viejo pero fortificado aparato militar de los años ochenta.
Por las razones esgrimidas anteriormente, puede considerarse que la democracia en El Salvador nace en
entredicho, por cuanto se la subordinó desde un principio a los cambios de la coyuntura mundial, y lo más
grave, a los objetivos y metas del modelo neoliberal. Este ha sido el mayor pecado en la reconstrucción del
tejido social de un país que venía de una guerra prolongada, cuyas consecuencias pueden palparse si tomamos
el pulso de lo que acontece actualmente en los escenarios económico, social, político y cultural.
Por ejemplo, es evidente la descomposición del sistema político salvadoreño, infectado por la corrupción y
la falta de credibilidad, y como muy bien dice Néstor García Canclini, “Desilusionados de las burocracias
estatales, partidarias y sindicales, los públicos acuden a la radio y la televisión para lograr lo que las
instituciones ciudadanas no proporcionan: servicios, justicia, reparaciones o simple atención” (Consumidores
y Ciudadanos: 1995).
En El Salvador ocurre esto, es decir, públicos profundamente desilusionados de partidos políticos sin
identidad, cuyos líderes lo único que han hecho es comer bien a costa de la hacienda pública. Prefieren,
mejor, que sus necesidades y preguntas se resuelvan y contesten en otros espacios, “el de los medios masivos
más que en las reglas abstractas de la democracia” (Idem). Por supuesto, que los medios no resolverán estas
necesidades e inquietudes, pero darán un “poco de pan y de circo”.
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Es evidente, por tanto, la falta de articulación entre economía, sociedad civil y sistema político, y esto en
razón de que las manifestaciones de la cultura, de la sociedad y de la política “han sido sometidas a los
valores que ‘dinamizan’ el mercado y la moda: consumo incesantemente renovado, sorpresa y
entretenimiento” (Idem).
En consecuencia, una democracia que desde un inicio se amarró a la racionalidad económica del mercado,
muy difícilmente puede operar con la suficiente autonomía para erradicar los desequilibrios estructurales que
afectan a la sociedad salvadoreña, menos aún para alcanzar índices respetables de desarrollo humano en el
escenario de las naciones.
Ahora bien, ¿significa lo anterior que el Acuerdo de Paz no posibilitó la transición del autoritarismo a la
democracia? Teóricamente se podría responder que sí, y de hecho, es innegable que se han abierto espacios
políticos, de libertad de expresión y asociación, potencialmente muy importantes.
Sin embargo, son espacios muy sui generis, cada vez más cooptados por la lógica del mercado, del
oportunismo y por la carencia de una ética política y social. El tipo de democracia que el modo neoliberal de
ser acepta es el que se ubica en el marco de esta lógica, es decir como democracia de baja intensidad. Si está
fuera de este marco, se rechaza en nombre de la misma democracia.
En el fondo este juego de palabras es un malabarismo ideológico que pretende presentar una imagen
racional del modo neoliberal, cuando en realidad su esencia per se es ser irracional. Si queremos ser
consecuentes con el espíritu del Acuerdo de Paz, “no sólo es el principio abstracto de la democracia el que
debe salvarse y fundirse en una nueva forma, también debe realizarse la exigencia de la justicia social si
deseamos garantizar el funcionamiento del nuevo orden social” (Mannheim: 1978).
En El Salvador, la justicia social ha sido una tarea largamente postergada, una tarea todavía no resuelta, a
pesar del cúmulo de declaraciones y reformas. ¿No es acaso peregrina una Reforma Educativa que busca
formar capital humano con cobertura y calidad, cuando hay más de 300,000 niños y niñas en este país que
trabajan para poder comer?¿Y qué decir de la pobreza que abate al campo y a la ciudad por la falta de
políticas económicas y sociales adecuadas y humanas?
Las medidas de “alivio” a la pobreza llevadas y traídas por el Banco Mundial no resuelven un problema
que tiene que ser curado de raíz. Esta situación de injusticia social choca, efectivamente, con el espíritu del
Acuerdo de Paz, con el espíritu de convivencia política y social propugnados por él. A quince años de su
firma, la sociedad salvadoreña ha retrocedido brutalmente, en términos humanos, aunque para los neoliberales
la economía salvadoreña, en términos macroeconómicos, se presenta como de las más sólidas de la región. De
persistir este nudo gordiano no podemos garantizar una democracia real ni tampoco el desarrollo.
De nuevo las palabras de Karl Mannheim vienen a advertirnos que ante una situación de crisis “debemos
ser capaces de dar con aquellos pasos que, tomados a tiempo, pudieran hacer de la sociedad lo que ésta debe
ser” (Diagnóstico de nuestro tiempo: 1978).
Desde nuestro punto de vista, esta realidad de crisis pero al mismo tiempo de toma de decisiones, legitima
la gran pregunta: ¿Acaso hay que firmar otro Acuerdo de Paz para concluir con la guerra neoliberal y la
globalización inducida? Nos parece justo y necesario para que en El Salvador podamos hablar “realmente” de
una democracia sin exclusión. Si somos capaces de esto y lo hacemos a tiempo estaremos haciendo una
decisiva contribución al desarrollo humano del pueblo salvadoreño.
4. Reflexión final
Al término del conflicto armado, El Salvador merecía entrar en un escenario distinto, más en consonancia
con el prolongado sacrificio de los años ochenta. Pero soplaron otros vientos y su proyecto de cambio social,
como el de muchos pueblos de la tierra, quedó extrapolado de la historia, pues según el decir, ya no había
historia. Llegó en su lugar la realidad del mundo global, del mercado, de la frialdad de la técnica y del
relativismo posmoderno posmoderno, como especie de Deus ex machina, afirmando lo absoluto de su verdad
y de su misión metahistórica.
En otras palabras, estas son las condiciones con las cuales el país se encuentra al firmar el Acuerdo de Paz.
De hecho ¿cómo se podía resistir el embate de la globalización inducida y el modo neoliberal, si desde
dentro, sectores interesados la impulsan y la aceptan? Para la gran empresa comercial y financiera es su gran
negocio y la oportunidad de demostrar la fuerza del mercado. En cambio para los pobres es la gran derrota y
el aplazamiento de la democracia real, siempre a las puertas, pero nunca sin llegar.
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Es el tiempo de volver a reflexionar con detenimiento sobre aquellas palabras de Marx escritas en El
Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte: “Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen
arbitrariamente, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo circunstancias directamente dadas, y
heredadas del pasado”.
La pregunta es: ¿Cuáles son para nuestro caso esas circunstancias directamente dadas con las cuales
hemos topado y que llegan heredadas del pasado? La historia lo dirá y nos hace cómplices de esta
responsabilidad.
5. Referencias Bibliográficas
DADA HIREZI, Héctor. «La transformación social, los movimientos sociales y los partidos políticos». En
Globalización, Sociedad, Estado y Mercado. San Salvador, Konrad Adenauer Stiftung – ISED, 1995,
pp.27–39
FUKUYAMA, Francis. El fin de la historia y el último hombre. Barcelona, Editorial Planeta, 1992.
GALLARDO, Helio. «Notas sobre la situación mundial observada desde América Latina». Revista Pasos, N°
54, San José, 1994, p.20
GARCÍA CANCLINI, Néstor. Consumidores y Ciudadanos. México, Editorial Grijalbo, 1995, pp.13–37
HAYECK, George. La fatal arrogancia. Los errores del socialismo. Madrid, Unión Editorial, 1990
HINKELAMMER, Franz. «Frente a la cultura de la postmodernidad: proyecto político y utopía». Revista
Polémica, N°.2, Segunda Época, San José, 1987, p.9
HUNTINGTON, Samuel P. The third wave. Oklahoma University Press, 1991
MARX, Karl. Prólogo a El Capital de 1873. México, Fondo de Cultura Económica, T 1, 1984, pp.14–15
El 18 Brumario de Luis Bonaparte. Barcelona, Editorial Ariel, 1968, p.11
MANNHEIM, Karl. Diagnóstico de nuestro tiempo. México, Fondo de Cultura Económica, Colección
Popular, 1978, pp.13 y 15
SEBASTIÁN, Luis de «La ciencia económica, ¿es política o es técnica?» Revista ECA, N°.381/382, San
Salvador, 1980, pp.697–706
VALLEJO, César. “Los heraldos negros”. En Obra Poética Completa. Bogotá, Editorial La Oveja Negra,
1980, p.5
Informe de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), Año 2005, México, D.F.
Informe sobre Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) ,
Año 2005, Nueva York.

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