La Globalización Ha Muerto

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La globalización ha muerto

ÁLVARO GARCÍA LINERA

La globalización ya no representa más el paraíso deseado en el cual se depositan las esperanzas populares ni la realización
del bienestar familiar anhelado. En la imagen, el presidente boliviano, Evo Morales, durante la entrega de un centro de
rehabilitación para personas con discapacidad, en Punata, BoliviaFoto Xinhua

El desenfreno por un inminente mundo sin fronteras, la algarabía por la constante jibarización de los
estados-nacionales en nombre de la libertad de empresa y la cuasi religiosa certidumbre de que la
sociedad mundial terminaría de cohesionarse como un único espacio económico, financiero y cultural
integrado, acaban de derrumbarse ante el enmudecido estupor de las élites globalófilas del planeta.

La renuncia de Gran Bretaña a continuar en la Unión Europea –el proyecto más importante de
unificación estatal de los cien años recientes– y la victoria electoral de Trump –que enarboló las
banderas de un regreso al proteccionismo económico, anunció la renuncia a tratados de libre comercio
y prometió la construcción de mesopotámicas murallas fronterizas–, han aniquilado la mayor y más
exitosa ilusión liberal de nuestros tiempos. Y que todo esto provenga de las dos naciones que hace 35
años atrás, enfundadas en sus corazas de guerra, anunciaran el advenimiento del libre comercio y la
globalización como la inevitable redención de la humanidad, habla de un mundo que se ha invertido o,
peor aún, que ha agotado las ilusiones que lo mantuvieron despierto durante un siglo.

La globalización como meta-relato, esto es, como horizonte político ideológico capaz de encauzar
las esperanzas colectivas hacia un único destino que permitiera realizar todas las posibles expectativas
de bienestar, ha estallado en mil pedazos. Y hoy no existe en su lugar nada mundial que articule esas
expectativas comunes. Lo que se tiene es un repliegue atemorizado al interior de las fronteras y el
retorno a un tipo de tribalismo político, alimentado por la ira xenofóbica, ante un mundo que ya no es
el mundo de nadie.

La medida geopolítica del capitalismo

Quien inició el estudio de la dimensión geográfica del capitalismo fue Karl Marx. Su debate con el
economista Friedrich List sobre el capitalismo nacional, en 1847, y sus reflexiones sobre el impacto
del descubrimiento de las minas de oro de California en el comercio transpacífico con Asia, lo ubican
como el primero y más acucioso investigador de los procesos de globalización económica del régimen
capitalista. De hecho, su aporte no radica en la comprensión del carácter mundializado del comercio
que comienza con la invasión europea a América, sino en la naturaleza planetariamente expansiva de
la propia producción capitalista.

Las categorías de subsunción formal y subsunción real del proceso de trabajo al capital con las que
Marx devela el automovimiento infinito del modo de producción capitalista, suponen la creciente
subsunción de la fuerza de trabajo, el intelecto social y la tierra, a la lógica de la acumulación
empresarial; es decir, la supeditación de las condiciones de existencia de todo el planeta a la
valorización del capital. De ahí que en los primeros 350 años de su existencia, la medida geopolítica
del capitalismo haya avanzado de las ciudades-Estado a la dimensión continental y haya pasado, en los
pasados 150 años, a la medida geopolítica planetaria.

La globalización económica (material) es pues inherente al capitalismo. Su inicio se puede fechar


500 años atrás, a partir del cual habrá de tupirse, de manera fragmentada y contradictoria, aún mucho
más.

Si seguimos los esquemas de Giovanni Arrighi, en su propuesta de ciclos sistémicos de


acumulación capitalista a la cabeza de un Estado hegemónico: Génova (siglos XV-XVI), Países Bajos
(siglo XVIII), Inglaterra (siglo XIX) y Estados Unidos (siglo XX), cada uno de estos hegemones vino
acompañado de un nuevo tupimiento de la globalización (primero comercial, luego productiva,
tecnológica, cognitiva y, finalmente, medio ambiental) y de una expansión territorial de las relaciones
capitalistas. Sin embargo, lo que sí constituye un acontecimiento reciente al interior de esta
globalización económica es su construcción como proyecto político-ideológico, esperanza o sentido
común; es decir, como horizonte de época capaz de unificar las creencias políticas y expectativas
morales de hombres y mujeres pertenecientes a todas las naciones del mundo.

El fin de la historia

La globalización como relato o ideología de época no tiene más de 35 años. Fue iniciada por los
presidentes Ronald Reagan y Margaret Thatcher, liquidando el Estado de bienestar, privatizando las
empresas estatales, anulando la fuerza sindical obrera y sustituyendo el proteccionismo del mercado
interno por el libre mercado, elementos que habían caracterizado las relaciones económicas desde la
crisis de 1929.

Cierto, fue un retorno amplificado a las reglas del liberalismo económico del siglo XIX, incluida la
conexión en tiempo real de los mercados, el crecimiento del comercio en relación con el producto
interno bruto (PIB) mundial y la importancia de los mercados financieros, que ya estuvieron presentes
en ese entonces. Sin embargo, lo que sí diferenció esta fase del ciclo sistémico de la que prevaleció en
el siglo XIX fue la ilusión colectiva de la globalización, su función ideológica legitimadora y su
encumbramiento como supuesto destino natural y final de la humanidad.

Y aquellos que se afiliaron emotivamente a esa creencia del libre mercado como salvación final no
fueron simplemente los gobernantes y partidos políticos conservadores, sino también los medios de
comunicación, los centros universitarios, comentaristas y líderes sociales. El derrumbe de la Unión
Soviética y el proceso de lo que Antonio Gramsci llamó transformismo ideológico de ex socialistas
devenidos furibundos neoliberales, cerró el círculo de la victoria definitiva del neoliberalismo
globalizador.
¡Claro! Si ante los ojos del mundo la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas), que era
considerada hasta entonces el referente alternativo al capitalismo de libre empresa, abdica de la pelea y
se rinde ante la furia del libre mercado –y encima los combatientes por un mundo distinto,
públicamente y de hinojos, abjuran de sus anteriores convicciones para proclamar la superioridad de la
globalización frente al socialismo de Estado–, nos encontramos ante la constitución de una narrativa
perfecta del destino natural e irreversible del mundo: el triunfo planetario de la libre empresa.

El enunciado del fin de la historia hegeliano con el que Francis Fukuyama caracterizó


el espíritu del mundo, tenía todos los ingredientes de una ideología de época, de una profecía bíblica:
su formulación como proyecto universal, su enfrentamiento contra otro proyecto universal demonizado
(el comunismo), la victoria heroica (fin de la guerra fría) y la reconversión de los infieles.

La historia había llegado a su meta: la globalización neoliberal. Y, a partir de ese momento, sin
adversarios antagónicos a enfrentar, la cuestión ya no era luchar por un mundo nuevo, sino
simplemente ajustar, administrar y perfeccionar el mundo actual, pues no había alternativa frente a él.
Por ello, ninguna lucha valía la pena estratégicamente, pues todo lo que se intentara hacer por cambiar
de mundo terminaría finalmente rendido ante el destino inamovible de la humanidad, que era la
globalización. Surgió entonces un conformismo pasivo que se apoderó de todas las sociedades, no sólo
de las élites políticas y empresariales, sino también de amplios sectores sociales que se adhirieron
moralmente a la narrativa dominante.

La historia sin fin ni destino

Hoy, cuando aún retumban los últimos petardos de la larga fiesta del fin de la historia, resulta que
quien salió vencedor, la globalización neoliberal, ha fallecido dejando al mundo sin final ni horizonte
victorioso; es decir, sin horizonte alguno. Donald Trump no es el verdugo de la ideología triunfalista
de la libre empresa, sino el forense al que le toca oficializar un deceso clandestino.

Los primeros traspiés de la ideología de la globalización se hacen sentir a inicios de siglo XXI en
América Latina, cuando obreros, plebeyos urbanos y rebeldes indígenas desoyen el mandato del fin de
la lucha de clases y se coligan para tomar el poder del Estado. Combinan- do mayorías parlamentarias
con acción de masas, los gobiernos progresistas y revolucionarios implementan una variedad de
opciones posneoliberales, mostrando que el libre mercado es una perversión económica susceptible de
ser remplazada por modos de gestión económica mucho más eficientes para reducir la pobreza, generar
igualdad e impulsar crecimiento económico.

Con ello, el fin de la historia comienza a mostrarse como una singular estafa planetaria y de nuevo
la rueda de la historia –con sus inagotables contradicciones y opciones abiertas– se pone en marcha.
Posteriormente, en 2009, en Estados Unidos, el hasta entonces vilipendiado Estado, que había sido
objeto de escarnio por ser considerado una traba a la libre empresa, es jalado de la manga por Barack
Obama para estatizar parcialmente la banca y sacar de la quiebra a los banqueros privados. El
eficienticismo empresarial, columna vertebral del desmantelamiento estatal neoliberal, queda así
reducido a polvo frente a su incompetencia para administrar los ahorros de los ciudadanos.

Luego viene la ralentización de la economía mundial, pero en particular del comercio de


exportaciones. Durante los 20 años recientes, éste crece al doble del producto interno bruto (PIB) anual
mundial, pero a partir de 2012 apenas alcanza a igualar el crecimiento de este último, y ya en 2015 es
incluso menor, con lo que la liberalización de los mercados ya no se constituye más en el motor de la
economía planetaria ni en la prueba de la irresistibilidad de la utopía neoliberal.

Por último, los votantes ingleses y estadunideneses inclinan la balanza electoral en favor de un
repliegue a estados proteccionistas –si es posible amurallados–, además de visibilizar un malestar ya
planetario contra la devastación de las economías obreras y de clase media, ocasionado por el libre
mercado planetario.

Hoy, la globalización ya no representa más el paraíso deseado en el cual se depositan las


esperanzas populares ni la realización del bienestar familiar anhelado. Los mismos países y bases
sociales que la enarbolaron décadas atrás, se han convertido en sus mayores detractores. Nos
encontramos ante la muerte de una de las mayores estafas ideológicas de los siglos recientes.

Sin embargo, ninguna frustración social queda impune. Existe un costo moral que, en este
momento, no alumbra alternativas inmediatas sino que –es el camino tortuoso de las cosas– las cierra,
al menos temporalmente. Y es que a la muerte de la globalización como ilusión colectiva no se le
contrapone la emergencia de una opción capaz de cautivar y encauzar la voluntad deseante y la
esperanza movilizadora de los pueblos golpeados.

La globalización, como ideología política, triunfó sobre la derrota de la alternativa del socialismo
de Estado; esto es, de la estatización de los medios de producción, el partido único y la economía
planificada desde arriba. La caída del muro de Berlín, en 1989, escenifica esta capitulación. Entonces,
en el imaginario planetario quedó una sola ruta, un solo destino mundial. Lo que ahora está pasando es
que ese único destino triunfante también fallece. Es decir, la humanidad se queda sin destino, sin
rumbo, sin certidumbre. Pero no es el fin de la historia –como pregonaban los neoliberales–, sino el fin
del fin de la historia. Es la nada de la historia.

Lo que hoy queda en los países capitalistas es una inercia sin convicción que no seduce, un manojo
decrépito de ilusiones marchitas y, en la pluma de los escribanos fosilizados, la añoranza de una
globalización fallida que no alumbra más los destinos.

Entonces, con el socialismo de Estado derrotado y el neoliberalismo fallecido por suicidio, el


mundo se queda sin horizonte, sin futuro, sin esperanza movilizadora. Es un tiempo de incertidumbre
absoluta en el que, como bien intuía William Shakespeare, todo lo sólido se desvanece en el aire. Pero
también por ello es un tiempo más fértil, porque no se tienen certezas heredadas a las cuales asirse para
ordenar el mundo. Esas certezas hay que construirlas con las partículas caóticas de esta nube cósmica
que deja tras suyo la muerte de las narrativas pasadas.

¿Cuál será el nuevo futuro movilizador de las pasiones sociales? Imposible saberlo. Todos los
futuros son posibles a partir de la nada heredada. Lo común, lo comunitario, lo comunista es una de
esas posibilidades que está anidada en la acción concreta de los seres humanos y en su imprescindible
relación metabólica con la naturaleza.

En cualquier caso, no existe sociedad humana capaz de desprenderse de la esperanza. No existe ser
humano que pueda prescindir de un horizonte, y hoy estamos compelidos a construir uno. Eso es lo
común de los humanos y ese común es el que puede llevarnos a diseñar un nuevo destino distinto de
este emergente capitalismo errático que acaba de perder la fe en sí mismo
La globalización favorece epidemias: UNAM
DE LA REDACCIÓN
 
Periódico La Jornada
Jueves 15 de diciembre de 2016, p. 38

El mundo globalizado favorece los brotes epidémicos, pues varias de sus características –como el


comercio mundial y la amplia conectividad en transportes y edificios– ayudan a la transmisión de virus
y bacterias, afirmó Samuel Ponce de León, coordinador del Programa Universitario de Investigación
en Salud, de la Universidad Nacional Autónoma de México.

En un comunicado de la máxima casa de estudios, el especialista indicó que otros elementos que
facilitan la transmisión de epidemias son la creciente pobreza y el cambio climático, ya que ambos son
fundamentales para que los mosquitos, que funcionan como vectores, hagan llegar hasta nosotros
diversas enfermedades, como la influenza, viruela, dengue, y las recientes zika y chikungunya.

Ponce de León anticipó que la próxima epidemia será por la fiebre amarilla, una enfermedad muy
antigua, transmitida por el mosquito Aedes aegypti
Globalización y salud
Dra. Margaret Chan
Directora General de la Organización Mundial de la Salud

Intervención ante la Asamblea General de las Naciones Unidas

Señora presidenta de la Segunda Comisión, Profesor J. Sachs, distinguidos oradores de la mesa redonda, miembros de la
comunidad diplomática, señoras y señores:
Gracias por la oportunidad que me brindan de unirme a ustedes. La elección del tema Globalización y Salud para esta mesa
redonda demuestra ciertamente una visión de futuro. La función del cuerpo diplomático es fundamental en muchos de los
aspectos clave de la salud mundial.
Nos hemos reunido en un momento de crisis. Afrontamos una crisis energética, una crisis alimentaria, una crisis financiera grave
y un clima que ha empezado a cambiar de manera ominosa.
Todas estas crisis tienen causas mundiales y consecuencias mundiales. Todas tienen consecuencias profundas, y profundamente
injustas, para la salud.
Voy a decírselo con toda franqueza. El sector de la salud no tenía ni voz ni voto cuando se formularon las políticas que han
causado estas crisis, pero la salud está sufriendo la mayor parte de las consecuencias.
En lo referente al cambio climático, todos los expertos nos advierten que los países en desarrollo serán los primeros y más
afectados. El calentamiento del planeta será gradual, pero los efectos de unos fenómenos meteorológicos extremos y más
frecuentes serán abruptos y se manifestarán de forma aguda.
Podemos calibrar ya los costos para la salud que conllevan las inundaciones, las tormentas tropicales, las sequías, la escasez de
agua, las olas de calor y la contaminación del aire en las ciudades. Podemos calibrar ya los costos de la respuesta a los
llamamientos dirigidos a la comunidad internacional para que proporcione asistencia humanitaria.
El cambio climático es por su misma naturaleza un problema mundial. Esos llamamientos a la asistencia internacional serán cada
vez más frecuentes y más intensos, en un momento en que todos los países se ven agobiados por las presiones del cambio
climático y los costos de la adaptación al mismo.
Según las últimas previsiones, África se verá gravemente afectada ya en 2020. Quedan sólo 12 años. Para entonces, se prevé que
el mayor estrés por falta de agua afectará a entre 75 y 250 millones de africanos. Dentro de poco más de diez años, el
rendimiento de los cultivos en algunos países africanos caerá un 50%, según las estimaciones. Imagínense el impacto que eso
tendrá en la seguridad alimentaria y la malnutrición.
En muchos países africanos, la agricultura sigue siendo la principal actividad económica, y los productos agrícolas son la
principal exportación.
Vastas poblaciones rurales sobreviven precariamente con una agricultura de subsistencia. No hay excedentes, ni capacidad
alguna para afrontar imprevistos.
Imagínense lo que la crisis actual de aumento vertiginoso de los precios de los alimentos supone para los países en desarrollo,
donde una familia media dedica hasta el 80% de su renta disponible a adquirir alimentos. Una vez más, no hay excedente alguno,
ninguna capacidad para hacer frente a situaciones críticas.
Pero las consecuencias son más amplias. Las elecciones de alimentos son muy sensibles a los aumentos de precio.
Lo primero que desaparece de la dieta son los alimentos saludables, que son casi siempre los más costosos, como las frutas y
verduras y las fuentes de proteína de alta calidad.
El resultado es un predominio de alimentos elaborados, con muchas grasas y azúcar, y pobres en nutrientes esenciales, que se
convierten en la opción más barata para saciar el hambre.
¿Se han fijado en que en algunas reportajes sobre la malnutrición esos bebés y niños con mirada ausente y barriga hinchada son
atendidos a menudo por adultos con sobrepeso?
La clave de esta paradoja es que los mismos alimentos baratos que engordan a los adultos dejan a esos niños desprovistos de
nutrientes absolutamente esenciales. Los niños que no reciben proteínas ni otros nutrientes necesarios durante sus primeros años
de desarrollo sufren daños durante el resto de su vida.
Cuando los precios de algo tan fundamental para la vida como son los alimentos que quedan fuera del alcance de los pobres,
tenemos que reconocer que algo se ha hecho mal, muy mal.
Señoras y señores:
La semana pasada la OMS presentó su informe anual sobre la salud en el mundo. En él se evalúa críticamente la manera de
organizar, financiar y aplicar la atención de salud en los países ricos y pobres en todo el mundo.
Se documentan varios fracasos y deficiencias que han conducido a distintas poblaciones, en un mismo país o en países distintos,
a una situación sanitaria peligrosamente inestable.
En informe se documentan inequidades sorprendentes en los resultados de salud, en el acceso a la asistencia y en lo que la gente
debe pagar por la atención. Les daré algunos ejemplos.
Las diferencias de esperanza de vida entre los países más ricos y los más pobres superan hoy día los 40 años.
De los 136 millones de mujeres que se estima que darán a luz este año, unos 58 millones no recibirán ningún tipo de asistencia
médica durante el parto y el puerperio, lo que hará peligrar su vida y la de sus lactantes.
A nivel mundial, el gasto público anual en salud oscila entre sólo US$ 20 por persona y muy por encima de US$ 6000.
Para 5600 millones de habitantes de países de ingresos bajos y medios, más de la mitad de todo el gasto sanitario se cubre con
pagos directos. Esta fórmula es muy ineficiente en el terreno de la atención sanitaria.
Cuando se ve obligada a pagar para recibir atención, la gente tiende a esperar hasta que el problema está tan avanzado que el
tratamiento resulta difícil, si no imposible, y los costos son mucho mayores.
Con una atención de salud cada vez más cara y unos sistemas de protección financiera desorganizados, los gastos personales en
salud hunden cada año a más de 100 millones de personas por debajo del umbral de pobreza.
Es ésta una paradoja muy amarga. En un momento en que la comunidad internacional apoya la salud como un determinante
clave del progreso económico y una ruta a seguir para reducir la pobreza, los costos de la atención de salud son por sí mismos
una causa de pobreza para muchos millones de personas.
Al igual que las crisis mundiales que estamos viviendo, esta realidad se desentiende de los continuos progresos y las
prometedoras tendencias perfiladas desde el comienzo del presente siglo. Estas tendencias y realidades nos muestran las dos
caras de la globalización: una parte positiva y una parte negativa.
Señoras y señores:
En agosto de este año, la Comisión OMS sobre Determinantes Sociales de la Salud publicó su informe final. Su principal
preocupación son las llamativas carencias en materia de resultados sanitarios, y el objetivo es una mayor equidad.
El informe reta a los gobiernos a que hagan de la equidad un objetivo político explícito en todos los sectores gubernamentales.
Son las decisiones políticas las que determinan en última instancia cómo se gestiona la economía, cómo se estructura la sociedad
y si los grupos vulnerables y desvalidos reciben protección social.
Las diferencias en materia de resultados sanitarios no son una fatalidad, sino marcadores del fracaso de las políticas.
El informe contiene una afirmación particularmente llamativa que en agosto hizo que se fruncieran algunos ceños y causó cierto
escepticismo.
Permítanme que la cite. «La aplicación de las recomendaciones de la Comisión depende de que haya cambios en el
funcionamiento de la economía mundial.»
¿Desde cuándo ha tenido el sector de la salud poder para cambiar la economía mundial? Antes bien, la salud ha estado
tradicionalmente a merced de la economía mundial, siendo un sector cuyos presupuestos se han recortado cuando ha escaseado
el dinero.
Poco después de que la Comisión diera a luz su informe, la revista The Economist, publicó una reseña en la que elogiaba la
importancia de sus argumentos y recomendaciones.
Pero, como señalaba The Economist, su ataque a los desequilibrios de la distribución de poder y dinero era en gran parte un
lamento inútil.
Permítanme que les pregunte ¿cómo suena esta afirmación ahora que el sistema financiero mundial se encuentra al borde del
colapso? ¿No es lícito que el sector de la salud y muchos otros sectores pidan algunos cambios en el funcionamiento de la
economía mundial?
Como he mencionado, la globalización tiene sus aspectos positivos y negativos. Aporta beneficios, puede incrementar la riqueza
e inspira un sentido de solidaridad y responsabilidad compartida con respecto a la salud.
Pero he aquí el problema: la globalización carece de reglas que garanticen una distribución justa o equilibrada de los beneficios.
Como ha señalado la Comisión, los beneficios económicos de la globalización tienden a ir a parar a los países y poblaciones que
ya eran más ricas, dejando a los demás cada vez más atrás.
Señoras y señores:
Creo que el mundo está más desequilibrado que nunca en materia de salud. Y no debería ser así.
La salud constituye el fundamento mismo de la productividad y la prosperidad económica. El equilibrio del estado de salud de
una población contribuye a su cohesión y estabilidad social. Una población próspera y estable es un activo para cualquier país.
Este mundo no se convertirá espontáneamente en un lugar justo en lo que a salud se refiere. El desarrollo económico de un país
no se traducirá necesariamente en la protección de los pobres ni garantizará el acceso universal a la atención de salud.
Los sistemas de atención de salud no evolucionarán de forma automática hacia una mayor equidad y eficacia. En los acuerdos
comerciales y económicos internacionales no siempre se considerarán sus repercusiones en la salud.
Y la globalización tampoco se autorregulará para fomentar una distribución justa de los beneficios. En todos esos ámbitos se
requieren decisiones normativas explícitas.
Creo que no hay ningún sector mejor situado que el de la salud para subrayar la necesidad de equidad y justicia social.
Permítanme darles un ejemplo.
La epidemia de SIDA ha demostrado muy claramente la importancia de la equidad y el acceso universal. Con la aparición del
tratamiento antirretroviral, la posibilidad de acceder a los medicamentos y los servicios se tradujo en la posibilidad de sobrevivir
para muchos millones de personas.
El SIDA demostró de forma palmaria que la equidad en salud es realmente un asunto de vida o muerte.
La equidad en el acceso a la atención de salud adquiere protagonismo como un componente esencial para legitimar la
globalización y conducir ésta de manera que garantice una distribución más justa de los beneficios y un mundo más equilibrado
y sano.
Señoras y señores:
Seamos claros. Las políticas que rigen los sistemas internacionales que tan estrechamente nos unen han de ser más previsoras.
Deben trascender la búsqueda de beneficios financieros, ventajas comerciales y crecimiento económico como fines en sí
mismos.
Se deben someter a la prueba de la verdad. ¿Qué repercusión tienen en la pobreza, la miseria y la enfermedad, en otras palabras,
en las perspectivas de progreso de un mundo civilizado?
¿Favorecen una distribución más justa de los beneficios? ¿O llevan al mundo a una situación de mayor desequilibrio,
especialmente en materia de salud?
Hace 30 años, la Declaración de Alma-Ata presentó la atención primaria de salud como la vía hacia una mayor equidad sanitaria.
En el Informe sobre la salud en el mundo de este año se aboga por la renovación de la atención primaria de salud.
En 1978, los visionarios del momento no podían prever los acontecimientos mundiales que deparaba el futuro: una crisis
petrolífera, una recesión mundial y la aparición de una enfermedad que cambiaría el mundo, el VIH/SIDA.
Durante la recesión que siguió a la Declaración de Alma-Ata, hace 30 años, se cometieron grandes errores al reestructurar los
presupuestos nacionales. En el África subsahariana y en gran parte de América Latina y Asia, la salud aún no se ha recuperado
de esos errores.
Si la historia tiende a repetirse, ¿no podemos, como mínimo, aprender del pasado y evitar repetir los mismos errores?
Ahora mismo, hay muchas cosas en juego, en este mundo que se tambalea, para que cometamos los mismos errores otra vez.
Muchas gracias.

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