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UNIDAD 4
ASCOLANI La fuerza derecho de las bestias o de la razón? Ciudadanía restringida y
Educación en Argentina (55 - 58)
Quedaron cesantes todos aquellos funcionarios y empleados del estado a los que se les comprobó
una posición dirigencial dentro del partido o del gobierno justicialista. Entre los motivos de cesantías el
“fervor partidario” ocupó un lugar central.
El estigma de la militancia no podía ser redimido ni con una brillante trayectoria pedagógica. La
utilización del traslado como purificación de los docentes peronistas de actuación política fue frecuente,
argumentándose que su presencia resultaba perjudicial a la escuela.
El gobierno revolucionario revisó en el 55 las calificaciones del personal docente, puesto que las
consideraba viciadas, lo mismo que los nombramientos. En el caso de los inspectores, el carácter político
de los nombramientos era evidente, y fueron declarados nulos abriéndose sumario administrativo a los
involucrados.
Entre las medidas reparadoras para quienes apelaron por haber sido perjudicados laboralmente
por el gobierno peronista, hubo una central: la restitución de sus cargos a docentes castigados con la
cesantía o excluidos por motivos ideológicos.
Otro acto depurador fue reglamentar en el 56 el ingreso a la carrera docente, instaurándose en el
nivel medio los concursos por antecedentes y oposición.
En 1957, fue sancionado el Decreto Ley 09477 de Estabilidad y Disciplina, que establecía que
ningún miembro del magisterio podría ser exonerado, declarado cesante, puesto en disponibilidad,
descendido de categoría ni trasladado, mientras conserve las condiciones de capacidad técnica, física y
moral que el cargo requiere. Esto significa que los directivos peronistas fueron cesanteados debido a que
fueron juzgados como carentes de esas capacidades. No obstante, ese mismo año se advirtió un probable
ablandamiento en la investigación de los maestros que fueron activistas del peronismo.
Probablemente esto tuviera que ver con la inminente culminación de la Intervención revolucionaria,
y con el nuevo juego de intereses abierto con el proceso eleccionario y la normalización institucional que
se avecinaba.
UNIDAD 5
MARTÍNEZ PAZ El sistema educativo nacional 1958 - 1966, desde la presidencia Frondizi a la Rev.
1966
Educación y desarrollo
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- La educación ante la demanda de los cuadros profesionales: se debe poner en estrecha conexión
el análisis de las necesidades educativas con las urgencias de un previsible cuadro ocupacional dentro de
determinados horizontes de desarrollo.
El desarrollo económico implica que se pueda contar dentro de sucesivas ampliaciones con un
sistema de posiciones técnicas sin las cuales es imposible llevar a cabo una actividad económica cada vez
más compleja y especializada. Esos cuadros de especialistas son los que se muestran en forma de una
demanda que la sociedad presenta a la educación para que ésta la satisfaga en determinado plazo. La
educación va a ser el instrumento de oferta capaz de satisfacer esta demanda. Depende de la acertada
proyección de los sistemas de ocupación que habrán de ser imprescindibles en las distintas etapas del
futuro.
- La educación entre las demás inversiones: el resultado más patente de esta nueva conciencia de
que la educación constituye un factor decisivo del desarrollo económico ha sido la generalización cada día
más aceptada de la idea de la planeación. Ésta lleva en su seno dos consecuencias claramente
percibidas: por un lado, que la educación entre desde el comienzo en todo plan general de desarrollo,
pero, por otro, que esa planeación se introduzca con pleno rigor en la organización interna de los sistemas
educativos, o sea dentro de la educación misma. Hay una necesidad de planeación educativa y de integrar
esa planeación en la de la economía en general.
- Los ideales del magisterio y la nueva sociedad: cuando se habla del papel de la educación en el
desarrollo económico se olvida a veces un hecho fundamental, el de la estructura que por consecuencia
de este desarrollo tome o pueda tomar una determinada sociedad.
El perfil de los ideales del magisterio y de la enseñanza en general, ante la nueva sociedad deben
configurarse teniendo en cuenta por un lado para qué tipo de sociedad educar, y por el otro qué tipo de
hombre formar como miembro futuro de semejante sociedad.
El problema de la selección del profesorado ocurre de modo muy distinto según sea la fase que
atraviese el desarrollo evolutivo de una sociedad. La selección es algo fundamental ya que de ella
depende la eficacia posterior de los sistemas educativos.
No puede pedirse al educador que actúe como factor eficaz en la transformación económica y
social de la sociedad en que vive, si no disfruta en ella del reconocimiento que le sostenga y ampare en su
labor.
PINEAU La vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser: los avatares de la educación técnica
entre 1955 y 1983
Luego de las profundas dislocaciones que el peronismo produjo en la cultura argentina, la calidad y
potencialidad de esos saberes se había modificado: habiendo sido instalados dentro del sistema educativo
oficial por el peronismo, parecían resistir agazapados en su interior, capaces de volver a saltar y atacar
desde allí la cultura hegemónica tradicional argentina que les adjudicaba un lugar menos y subordinado en
las jerarquías de saberes.
Una de las mayores modificaciones que el peronismo realizó en el sistema educativo fue la
creación de un circuito de enseñanza técnica en manos del Estado. Con una impronta espiritualista y a
partir de fuertes demandas de ciertos grupos y sectores sociales, este circuito (integrado por la CNAOP y
la DGET) corría paralelo al tradicional, en el que seguía reinando un currículum humanista antipragmático.
La CNAOP estaba compuesta por escuelas fábricas y la UON. En ellas se impartían los contenidos
académicos tradicionales y además conocimientos técnicos y tecnológicos y saberes políticos vinculados a
la condición de obreros, como derecho laboral o historia del gremialismo. Se constituyó un nuevo sujeto
pedagógico: el aprendiz, categoría educativa utilizada para referirse a adolescentes y jóvenes que por
tener que trabajar no podían concurrir al sistema tradicional. Ser obrero era condición tanto para ser
alumno como para ser funcionario y dirigente en estas instituciones. Esta fue una de las mayores
subversiones planteadas por la propuesta, ya que invertía los lugares clásicos de educador y educando,
ubicando a los sectores obreros en los lugares de emisión y controlador y no en los de recepción.
La enunciación de las modificaciones curriculares permiten sostener que este era un modelo
educativo que interpelaba a los sectores trabajadores no sólo como mano de obra (en una dimensión
puramente económica como lo hará posteriormente el desarrollismo) sino también como sujetos sociales y
pedagógicos más complejos al incluir las dimensiones políticas y culturales del ser obrero.
La DGET (Dirección General de la Enseñanza Técnica) tenía como función organizar los
establecimientos estatales de capacitación ya existentes.
El peronismo había sido capaz de dar una respuesta satisfactoria a un problema bastante
silenciado hasta ese entonces: la relación educación-trabajo. A partir de entonces, la necesidad de
vinculación productiva entre el sistema educativo y el mundo del trabajo fue un problema omnipresente y
cuya repetición se volvió síntoma de crisis educativa. Las nuevas lecturas desarrollistas implicaban un
importante rescate de la formación técnica, pero al haber sido creada e instrumentada por el peronismo, se
precisaba evitar la vuelta del peronismo, al tiempo que había que dar una respuesta a la cuestión. La
búsqueda de una solución que cumpliera ambas funciones es el eje conductor de la relación entre
educación y trabajo en este período.
Los gobiernos posperonistas tuvieron que intentar dar nuevas respuestas a la relación educación y
trabajo fuera de las ensayadas por el peronismo. Estas propuestas derogaron la promoción social de los
grupos involucrados y las subversiones al sujeto pedagógico sarmientino, y se basaron en algunos
elementos previos al peronismo que éste tampoco había sido capaz de extirpar, como la jerarquía de
saberes del imaginario cultural argentino, la preminencia del currículum humanista; o en algunos aportados
por éste como la impronta espiritualista, que a partir de entonces logró una fuerte articulación con la
tecnocracia. El punto máximo de la articulación buscada fue el Sistema Dual desarrollado por el
autodenominado Proceso de Reorganización Nacional desde 1980.
instancias reales de participación, y toda oposición fue considerada contraria a cualquier desarrollo. El
punto máximo de esta situación se dió durante la dictadura de Onganía, para la cual el desarrollo sería
posible sólo con la exclusión de ciertos sectores, y era necesario no sólo pensar en el futuro sino también
eliminar el pasado peronista. Reeditando la lógica sarmientina, el nuevo modelo tenía como condición
necesaria acabar con los sujetos sociales previos.
El modelo de acumulación basado en la expansión del mercado interno, clave en la economía
peronista, se había agotado y se avanzaba hacia un modelo basado en la acumulación de plusvalor
relativo mediante una nueva sustitución de importaciones. Este se apoyó en la producción de bienes
durables e industrias pesadas, estimulada por una especial vinculación entre el capital extranjero, en
manos de las multinacionales que se expandieron rápidamente, y el capital nacional. Esto redundó en un
fuerte proceso de concentración de éste último, favorecido también por una economía de crisis cíclicas
frecuentes y de picos inflacionarios.
La también agotada pedagogía espiritualista tuvo que reactualizarse. Los nuevos aires vinieron por
parte de las posturas tecnocráticas economicistas. Se fue constituyendo la economía de la educación
como campo autónomo a partir de la Teoría del Capital Humano. Se empezó a explicar las variaciones de
ingreso de las personas y otras fluctuaciones del mercado de trabajo en función de elementos educativos
como el nivel alcanzado o la orientación elegida. Así, la educación dejó de ser entendida como un gasto
social necesario para pasar a ser comprendida como una inversión a largo plazo.
A mayor nivel educativo se manifestaba una mayor calificación para el trabajo y consecuentemente
un aumento de los intereses y de la renta social. Se le otorgó entonces un peso muy importante a la
planificación, ya que al ser los recursos escasos, su uso debía ser racionalizado. Estas posturas dieron
lugar a un nuevo sujeto pedagógico, comprendido como asocial, individualista, racional y planificador,
carente de significaciones sociales, de inserciones colectivas, que se mueve exclusivamente por la
búsqueda racional del máximo beneficio al menor costo.
Las distintas respuestas a la vinculación entre educación y trabajo de este período estaban
influenciadas por estos elementos, ejemplos de esto son la creación del Consejo Nacional de Educación
Técnica (CONET) y la normalización de la UON junto con su cambio de nombre por el de UTN.
En el 55 la CNAOP, DGET y la UON fueron intervenidas. Los puestos de estas instituciones fueron
ocupados por nuevos sectores eclesiásticos liberales. Contra las fuertes presiones de cierre, estudiantes,
docentes y trabajadores de la UON se desvincularon de la historia y lograron evitar su cierre.
Respecto a la enseñanza media, hasta 1959 convivieron ambas instituciones: la DGET y la
CNAOP, cada una se basaba en una distinta concepción de la relación educación y trabajo, en la primera
implicaba una postura más tecnócrata y en la CNAOP una postura más vinculada a la promoción y el
reconocimiento social de los sectores implicados. La creación del CONET redundó en la derrota de la
CNAOP y el triunfo de la DGET, revitalizado entonces por los aires desarrollistas.
Entre el 56 y el 59 se llevó a cabo una serie de intentos de modificación de los planes de estudio de
las escuelas dependientes de las dos instituciones. Se produjeron fuertes articulaciones entre significantes
espiritualistas y tecnocráticos y se buscó desterrar todo elemento reminiscente del modelo fundante de la
CNAOP.
En 1959 se creó el CONET, esto marcó el triunfo del modelo tecnócrata-espiritualista, el
industrialismo y la promoción de los sectores sociales populares habían sido derrotados. El CONET tuvo la
responsabilidad nacional de la dirección, supervisión y organización de la educación técnica y la formación
profesional. Era dependiente directamente del Ministro de Cultura y Educación. Su presidente era
nombrado por el Poder Ejecutivo con acuerdo del Senado y un consejo integrado por miembros entre los
que había representación de las asociaciones empresariales.
El modelo triunfante desarticuló fuertemente la propuesta previa. Rompió la unidad del circuito al
desvincular a la CNAOP y a la DGET de la UON. Cayeron el sujeto pedagógico (aprendiz) al que se
destinaba y algunos de sus fines, como la promoción social de dichos sectores.
El CONET fue expandiéndose y su accionar complejizándose, sin ser de todas maneras capaz en
sus casi 20 primeros años de dar una respuesta medianamente acabada y permanente a la relación entre
educación y trabajo. En 1963 se estableció una nueva organización administrativa y curricular. Las
instancias de enseñanza media para adolescentes fueron unificadas bajo las Escuelas Nacionales de
Enseñanza Técnica (ENET), lo que conllevó al cierre de escuelas fábricas y escuelas de preaprendizaje
heredadas de la CNAOP. Estaban organizadas en un ciclo básico muy similar al de las modalidades
clásicas, al que seguía un Ciclo Superior especializado de 3 años. En 1965 se creó el Instituto Nacional
Superior del Profesorado Técnico, donde se formaban los docentes en materias técnicas y taller.
El currículum estaba compuesto por conocimientos generales, aunque de forma más compacta que
en las modalidades tradicionales, y a contraturno funcionaban los talleres para la formación técnica. Una
visión humanista clásica seguía articulando el currículum, organizado a partir de tres términos: ciencia,
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técnica y tecnología, que reproducía las jerarquías clásicas entre los saberes considerados puros y
aplicados, y entre teoría y práctica.
En el imaginario desarrollista, la vinculación entre educación y trabajo se producía por la aplicación
de los conocimientos, lo que reeditaba las jerarquías de saberes heredadas de la cultura hegemónica
argentina al ubicar en un lugar subordinado a los saberes prácticos a a los relacionados con la producción
y a los vinculados con el mundo del trabajo.
El desarrollismo tecnocrático interpelaba al alumno de la enseñanza técnica como “mano de obra”
portadora de capital humano. Los resabios espiritualistas seguían vigentes, la justificación última de la
necesidad de vincular educación y mundo laboral se encuentra en el desarrollo del espíritu por medio del
trabajo. La idea de la educación como inversión, la búsqueda de metodologías racionales, eficientes y
eficaces y la idea espiritualista de la formación integral de la persona se rearticularon dando lugar a una
nueva fantasía de completud y coherencia tecnocrática-espiritualista que mantenía la clásica jerarquía de
saberes de la cultura argentina ya que continuaba comprendiendo a los saberes técnicos como menores.
En 1971, siguiendo las sugerencias de los organismos internacionales, los fines perseguidos
perdieron parte del tinte espiritualista fundante y se orientaron más hacia la formación tecnológica
específica, a una racionalización del sistema en búsqueda de una mayor eficiencia, y a una garantía de
acceso a todos los sectores. Hubo intensas campañas contra el analfabetismo, y el enunciado de educar
integralmente a la juventud fue suprimido de la ley.
En el 74 se produjo un fuerte reordenamiento administrativo dentro del Consejo, donde se
creó también el Servicio de Asistencia y Orientación Vocacional. Se produjo una división entre dos
Direcciones: la Dirección General de Educación Técnica (de la que dependían las ENET) y la Dirección
General de Formación Profesional, de la que dependían las instancias menos sistemáticas y los Centros
Nacionales de Formación Profesional, destinados a adultos escolares mayores de 14 años. En cierta
forma,algunos de sus presupuestos tenían resonancias del modelo de la CNAOP, en especial la
adecuación al perfil social de los alumnos.
En síntesis, estos primeros veinte años constituyeron un período en el que el sistema educativo
oficial tradicional perdió su capacidad de innovación y se produjeron muchos cambios en la rama técnica.
Las llamadas disfunciones, abandono, repitencia, deserción, aumentaron significativamente, respecto del
total del sistema, en la enseñanza técnica. Esta nueva modalidad se constituyó en una alternativa de
menor nivel para sectores discriminados dentro del sistema general, donde los problemas del común se
agravaban más.
Mientras que la formación técnica debía convertirse en la opción de los nuevos sectores sociales, la
preeminencia del currículum humanista y antipragmático y la clásica jerarquía de saberes de la cultura
hegemónica argentina siguió orientando a la matrícula hacia las orientaciones tradicionales. El discurso
pedagógico desarrollista no lograba interpelar a los concretos sujetos sociales argentinos y dar lugar a
nuevos sujetos pedagógicos. La buscada articulación entre educación y mundo del trabajo no pudo ser
suturada en esos años.
Los primeros veinte años de funcionamiento del CONET ponen en evidencia la búsqueda de
constitución de un nuevo sujeto pedagógico mediante continuos cambios de planes y proyectos que
chocaban con la realidad a la que debían dar respuesta. Si bien la empresa de desperonizar el subsistema
de enseñanza técnica había triunfado para la década del 70, la premisa desarrollista de lograr un ajuste
perfecto entre el sistema educativo y el mundo del trabajo parecía imposible.
Los alumnos egresados obtenían una beca pagada por la empresa durante su pasantía en ella, y
luego obtenían un título de Auxiliar técnico en el oficio que no les permitía el ingreso a la Universidad u
otros estudios superiores, y una vez terminada su formación podían incorporarse a la empresa.
Los fines perseguidos por el proyecto buscaban lograr una muy fuerte vinculación entre educación
y empresa. El concepto pedagógico que atravesaba el proyecto era aprender haciendo, al ser el lugar del
hacer el lugar del trabajo, la articulación directa con las empresas sería garantía de esta puesta en
práctica.
Esta propuesta retomaba una cantidad de elementos ya presentes en el discurso sobre la
educación técnica y los reordenaba en una nueva configuración a la que sumaba nuevos componentes. Se
encuentran viejas huellas espiritualistas -la concepción del hombre y comunidad como uno de los pilares
de concurrencia del sistema- y una comprensión de la sociedad como un todo armónico.
El Sistema Dual implicó una nueva posibilidad de articular educación y trabajo, reduciendo la
noción de trabajo a empleo. La empresa garantizaba que la inversión en capital humano que la sociedad
debía hacer de acuerdo a los planteos desarrollistas, y el beneficio redundaba sólo en su interior.
La aplicación, en tanto articulación entre la educación y el trabajo, sufrió una importante
modificación. No se buscaron vinculaciones macro, sino más específicas, al reducir “trabajo” a “empleo” .
La formación laboral encontró su lugar en las empresas, en tanto espacios concretos de desempeño
laboral. Se produjo también una reducción del sujeto pedagógico, este sistema comprendía a las prácticas
educativas como un elemento más del mejoramiento tecnológico necesario de las empresas para
aumentar la extracción de plusvalor relativo. El Sistema Dual estimulaba a que las empresas tomaran
insumos del sistema educativo y los convirtiera en beneficios propios. Se lograba la tan buscada sutura
entre sistema educativo y mundo de trabajo, que no cuestionaba a la cultura hegemónica y su jerarquía de
saberes.
Reflexiones finales
La educación técnica instalada por el peronismo dentro del sistema educativo, la necesidad de
vincular productivamente educación y trabajo dio lugar entre los años 1955 y 1983 a una dificultad
constante de lograr una nueva alternativa que articulara a ambas. En 30 años de búsqueda, dos
elementos se conjuraron para obturar la generación de una nueva propuesta triunfante. La preeminencia
de un imaginario cultural hegemónico que relegaba a un plano menor a los conocimientos vinculados con
el mundo del trabajo (saberes del pobre) y la prohibición de heredar y reelaborar cualquier elemento
aportado por el peronismo. Había una necesidad de borrarlos absolutamente de las alternativas en juego.
De acuerdo a esto, sólo pudo ensayarse la aplicación, en tanto única vinculación posible entre educación y
trabajo, que terminó reduciendo el trabajo al empleo. Así primó la articulación que comprendía a la
enseñanza técnica como una forma de conseguir un puesto laboral, los que paradójicamente
desaparecían presos de las nuevas políticas económicas.
La reforma educativa iniciada en el 68, tuvo cuatro etapas. Una primera de elaboración subterránea
(1967,1968), una segunda etapa caracterizada por el lanzamiento público de la reforma y la
implementación de las primeras medidas concretas (69 - 70) y una tercera signada por una violenta
reacción contra la reforma, en el 71.
La gestación silenciosa
La reforma educativa, y con ella la Escuela Intermedia, tuvo sus orígenes en la Revolución
Argentina del 66, durante la presidencia de Onganía.
En 1968 se comenzó a estudiar el Anteproyecto de la Ley Orgánica de Educación. Las prioridades
de la reforma eran ajustar la estructura del sistema educativo en sus niveles primario y medio para
prolongar la escolaridad obligatoria y el establecimiento de tres ciclos de estudios; los dos primeros
obligatorios y el tercer ciclo diversificado. Se pretendía también el mejoramiento de los institutos de
formación de maestros y profesores, previendo la posibilidad de elevar la formación de maestro a nivel
superior.
La primera medida fue la supresión del ciclo del magisterio en las Escuelas Normales de todo el
país, recibida con sorpresa y desazón por la opinión pública. No se establecía nada acerca de cómo se
formarían los maestros en el futuro.
En una resolución realizada en el 68 se aprueba una nueva estructura en la que aparece por
primera vez el Nivel Intermedio, de cuatro años de duración, entre el nivel elemental y el medio.
El lanzamiento de la reforma
Desde el Ministerio se planteaba que para que tuviera éxito debía ser un programa de la Nación
entera, sus etapas debían cumplirse sin detenciones.
La tenaz resistencia desencadenada entre docentes y la opinión pública contra la reforma
educativa, está relacionada con el modo autocrático en que se tomaban las decisiones, en un campo que
interesa y afecta fundamentalmente a todos los habitantes del país y en forma muy particular a los
educadores. La decisión política ya estaba tomada, antes que docentes, padres y estudiantes la
conocieran, y luego deberían colaborar con ella. Un procedimiento de esta naturaleza, extraño a las
costumbres democráticas y a las tendencias participativas, trajo como consecuencia un rechazo
generalizado. Lo que pretendió ser un programa para la Nación entera, se convirtió en un programa
resistido por casi toda la Nación.
La puesta en marcha
Se pretendía que la experiencia comenzara parcialmente en un reducido número de
establecimientos, y luego extenderse en diversas regiones del país.
GARCÍA Visiones clandestinas, prácticas autoritarias y reforma educativa en Santa Fe (66 - 73)
Resumen: En la década del 60 los servicios de inteligencia del Estado produjeron una serie de
documentos, entre los que se destaca un Informe Especial elaborado en el 71 titulado “Situación actual del
conflicto docente santafesino”, en referencia a la resistida implementación de la escuela intermedia tras la
sanción de la Ley Orgánica de Educación en los años de la Revolución Argentina.
1. Introducción
Los estamentos oficiales ocupados en la producción y acopio de información reservada
recrudecieron en la medida en que las propias fuerzas armadas se volvieron actores clave en el juego
político. Estas prácticas estaban influidas por la versión norteamericana de la seguridad nacional.
Con el inicio de la Revolución Argentina (1966 - 1973), se profundizaron las estrategias de
inteligencia. La preocupación ya no estaba en la prevención de ofensivas externas, sino en las del propio
territorio y su población. En busca de la tan mentada infiltración comunista, el rol centinela se focalizó en la
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3. Ley Orgánica de Educación y la escuela intermedia en Santa Fe: génesis del conflicto
Debe considerarse los contrastes, la extensión y la heterogeneidad territorial en las que se
encuentra el sistema educativo santafesino, en particular la alta concentración urbana y la diseminación de
los espacios rurales. En las décadas del 60 y el 70, había una fuerte dependencia y subordinación a la
órbita nacional, reforzada con las intervenciones provinciales en tanto meros delegados del poder central.
Onganía, enlistado en el catolicismo nacionalista, sin experiencia en la gestión política y al respecto
convencido de la caducidad del sistema democrático (madre de todos los vicios), comandó la nueva
irrupción militar.
La Revolución Argentina se movió entre la contradicción de una retórica de modernización
económica y la imposición de prácticas ultraconservadoras en las esferas socioculturales. La censura
resultó la herramienta más habitual y extendida del régimen fundamentada desde la Doctrina de la
Seguridad Nacional.
En el terreno educativo, el blanco principal del autoritarismo se afincó en la militancia universitaria.
Toda la actividad político-estudiantil era un ejercicio de gimnasia subversiva, y caldo de cultivo para la
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infiltración ideológica. Mediante el Decreto Ley 16912 en 1966 se efectivizó la intervención de las
universidades públicas que así quedaron bajo la dependencia del Ministerio del Interior (integrada al área
de Educación, Justicia y Comunicaciones) a cargo de Enrique Martínez Paz. Fue suprimido el gobierno
tripartito y se disolvieron los Consejos Superiores y Directivos. La normativa tuvo la potestad de convertir a
rectores y decanos en interventores-delegados de la Secretaría de Educación, que de ser rechazada se
procedía a la renuncia forzada. La Policía Federal ingresó a facultades de la Universidad de Buenos Aires
desalojando a sus legítimas autoridades, estudiantes, profesores y graduados. Hubo cientos de
profesores despedidos que emigraron al exterior. Los exilios laborales e intelectuales sumado al
vaciamiento de saberes significativos, terminó por desmantelar una universidad que había logrado
importantes avances desde una estrecha vinculación entre investigación y docencia.
Bajo la retórica de una modernización integral de la enseñanza, el ministro de educación y cultura
de la nación Astigueta (67 - 69) en 1976 anunció el lanzamiento de la LOE aprobada en el 68. Se trató de
una ambiciosa reforma que pretendió transformar la totalidad de los niveles y modalidades, basándose en
centenarios desafíos y deudas del sistema educativo, pero cimentando sus políticas en los rígidos vectores
de la eficacia y la racionalización organizados en un discurso sintetizador de nuevas promesas de
renovación. El nivel intermedio se expuso como centro del cambio epocal pese a que era una versión
remozada de la otrora normativa brevemente aplicada por Saavedra Lamad en 1915.
situación. El gobierno de la educación había generado un escenario harto nutriente para la construcción de
un renovado magisterio que se alejaba del escenario profesionalista y apostólico.
Los agentes percibieron que los activistas continuarían agitando el ambiente con independencia de
cualquier tipo de mejoras económicas, sociales o gremiales que se le propiciaran, porque estaban en la
concientización y no en la obtención de beneficios per se. Así, una impostergable etapa se imponía ante la
avanzaba subversiva: vigilar, perseguir y depurar.
Introducción: Las políticas universitarias ejecutadas desde 1968 están basadas, de manera general, en un
diagnóstico realizado en décadas previas. Amparado en un sustrato teórico de índole desarrollista, dicho
diagnóstico promovía la expansión de la formación educativa de la población como base para el desarrollo
económico. En lo que respecta al ámbito universitario, la propuesta consistía en impulsar la matrícula en
determinadas áreas que se consideraban prioritarias, creando nuevas carreras, si fuera necesario.
Durante la década que sucedió al golpe de Estado de 1955 (rev. libertadora), sin embargo, estos
lineamientos no lograron materializarse más que de forma aislada. Tras el golpe del 66, la Universidad se
convirtió inmediatamente en cuestión de Estado, pero no por la necesidad de expansión matricular, sino
porque bajo la ideología de la Seguridad Nacional, la universidad pasó a ser vista como foco de infiltración
comunista. Consecuentemente, Onganía desencadenó una serie de políticas represivas, que sólo lograron
galvanizar aún más al estudiantado.
Sólo bajo el fracaso de esta estrategia, el diagnóstico desarrollista recuperó el espacio perdido. Lo
hizo, esta vez, con la mediación del Sector de Educación del Consejo Nacional de Desarrollo (CONADE).
Durante este período histórico, se sentarían las bases para la ejecución, pocos años más tarde, el
denominado Plan Tiquini, que transformó marcadamente la fisonomía universitaria a nivel nacional.
El programa diseñado en 1960 por el gobierno estadounidense llamado Alianza para el Progreso (Alpro),
cuya médula era el planeamiento económico, se proponía también en líneas generales, eliminar el
hambre, expandir los niveles educativos y elevar el nivel de vida de la población. El objetivo, en última
instancia, era promover el progreso democrático.
Esta concepción tuvo un fuerte impacto en las políticas educativas que se implementarían en los países
latinoamericanos. En efecto, éstos comenzaron a proponerse como objetivos eliminar el analfabetismo en
los adultos y asegurar, para el año 1970, un mínimo de seis años de educación primaria a todo niño en
edad escolar. También se hacía especial hincapié en la necesidad de modernizar y ampliar los medios
para la enseñanza secundaria vocacional, técnica y superior. Asimismo, buscaron aumentar la capacidad
de investigación aplicada y proveer el personal capacitado requerido por las sociedades que se
encontraran en rápido desarrollo.
En Argentina el sistema educativo en general y la educación universitaria en particular pasaban a tener
mayor peso en la agenda gubernamental y fueron concebidas como una necesidad para impulsar el
desarrollo nacional. La tarea inmediata, en este escenario, consistía en llevar a cabo una planificación que
analizara y orientara objetiva y científicamente el sistema educativo en función de su productividad y
eficiencia.
El gobierno de Frondizi aplicó las propuestas de la Alpro al sector educativo. En 1961 creó el Consejo
Nacional de Desarrollo Conade, dependiente de la presidencia, con la finalidad de programar y planificar
políticas para el desarrollo. Bajo la presidencia de Illia se creó un sector dedicado exclusivamente al
análisis educativo. El objetivo del equipo técnico consistía en elaborar un diagnóstico de la situación
educativa en el país y desarrollar una planificación a seguir en el mediano y largo plazo. El Sector
Educación del Conade se mantuvo tras el golpe de estado de 1966. Dicha continuidad permitió exponer
los resultados del trabajo elaborado durante el gobierno de Onganía, estos marcaron la agenda del
gobierno de la autoproclamada Revolución Argentina.
El onganiato y la universidad
A partir del golpe de Onganía en el 66, la universidad argentina se transformó en uno de los
principales focos de atención del gobierno. Los cambios ocurridos en las casas de altos estudios a partir
de mediados de la década del 50 habían transformado profundamente el funcionamiento de las mismas,
tanto por la violenta expansión de la matrícula como por la posterior politización de la masa estudiantil,
cuestiones que se transformaron rápidamente en foco de atención del gobierno de facto. En sintonía con la
lucha a nivel mundial contra el comunismo, propulsada principalmente por EE.UU., las casas de estudio
comenzaron a ser vistas como el lugar de propagación de desorden y violencia por excelencia. La
extirpación de cualquier germen subversivo debía realizarse, en primer lugar, dentro de los institutos de
educación superior.
Se decretó una nueva ley para el régimen de las universidades, en el que se establecía que los
rectores y decanos de las universidades nacionales pasarían a ejercer funciones puramente
administrativas, y dejaba a cargo de la Secretaría de Educación el ejercicio de las atribuciones reservadas
por sus estatutos a los Consejos Superiores o Directivos. Se les dió un plazo de 48hs para aceptar la
propuesta y en caso de ser rechazada serían cesanteados. Además prohibía a los centros o agrupaciones
estudiantiles realizar actividades políticas, so pena de disolución.
En este contexto, las Universidades de Bs. As, Tucumán, Córdoba, Litoral y La Plata no acataron la
ley y en algunas facultades de la UBA se decidió tomar los edificios; consecuentemente la Guardia de
Infantería entró en las facultades tomadas y reprimió a docentes y alumnos, noche que fue conocida como
“la noche de los bastones largos”.
La nueva ley universitaria mantenía el perfil represivo enmarcado en ideas de Seguridad Nacional
propias del período. Dentro de los objetivos que se proponía cumplir, había un énfasis en la necesidad
urgente de reestructurar las universidades al espíritu nacional, erradicando la subversión interna,
descartando los factores que procuraban transformarlas en focos de perturbación pública y asegurando las
condiciones del normal funcionamiento de la misma. La ley proponía una renovación universitaria
enmarcada dentro del proyecto nacional, en el cual se adecuaba el sistema de educación superior a los
principios autoritarios del régimen de facto.
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La ley fue sancionada en 1967. Se estableció un régimen orgánico común para todas las
universidades nacionales, a partir de la cual cada una debía dictar su propio estatuto. Esto generó en lo
inmediato una fuerte disminución en las movilizaciones estudiantiles. Sin embargo, el problema
universitario estaba lejos de solucionarse, y en el 68 el movimiento estudiantil retomaría su lucha. Se
articularon los reclamos propios de la vida universitaria con las luchas obreras, en una confluencia que
tomaría un alcance nacional. El Cordobazo sería el hito que marcaría la unidad obrero estudiantil, y
pondría de manifiesto el fracaso del gobierno militar en detener la radicalización política de trabajadores y
estudiantes.
Un diagnóstico compartido
Hacia fines de la década del 60 Argentina tenía uno de los índices más altos de estudiantes
universitarios en relación a la población total, sin embargo muchos de los inscriptos nunca comenzaban la
actividad académica o abandonaban las carreras. Sólo una pequeña porción lograba graduarse,
superando el tiempo estimado por el plan de estudios.
El problema de los estudiantes crónicos intentó ser controlado por la sanción de la ley 17.245,
donde se exigían ciertos requisitos para la regularidad, sanciones económicas a repetidores, limitación de
la matrícula, requisitos cada vez mayores en los exámenes y cursos de ingreso.
Las principales explicaciones en los diagnósticos refieren a la falta de articulación entre la
enseñanza media y la superior: errores de orientación y contenido, rigidez de las estructuras universitarias,
exámenes de ingreso, carreras excesivamente largas, falta de oportunidades en carreras cortas y técnicas,
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deficiencias que generan deserciones masivas, falta de becas y la necesidad de una reestructuración de la
organización y el funcionamiento de las universidades por medio de la organización departamental.
Hay dos niveles en el análisis de la problemática educativa universitaria. El primero revela los
síntomas de la ineficiencia académica (deserciones masivas, prolongación excesiva de cursadas). El
segundo nivel destaca las causas que explican esa situación (estudiantes trabajadores, ausencia de
becas, escasa dedicación de profesores, infraestructura inadecuada, etc.)
En cuanto al primer nivel, los trabajos mencionan la deficiente utilización de los recursos y por ello
la escasa producción de egresados. El país presentaba universidades sobrepobladas y con malos
resultados, lo que generaba frustración y un incremento del gasto social. La creación de carreras cortas
y/o especialidades técnicas era imprescindible para cubrir las necesidades del país en el corto, mediano y
largo plazo. El mayor desarrollo de estas carreras cortas y una adecuada diversificación permitiría afrontar
la demanda de la enseñanza superior y evitaría la deserción.
La excesiva duración de las carreras básicas también era un problema por la cantidad de horas de
cursado y la gran parte del estudiantado que además de estudiar trabajaba. Esto ponía de manifiesto la
ausencia de un programa de becas para responder a las necesidades de esos estudiantes.
En cuanto al segundo nivel, se destaca en los diagnósticos la falta de articulación entre la escuela
media y las universidades. La falta de un sistema de orientación que ayude a conocer la variedad de
carreras de nivel superior, los planes de estudio, la salida laboral, generan un margen de error muy grande
en la elección de las carreras, y por ende, la alta tasa de alumnos que intentaba cambiar de carrera
después de unos años. Esto ponía de manifiesto la rígida organización del sistema universitario y
aumentaba la cifra de desertores. También era un problema la carencia de tutores o consejeros para los
ingresantes.
En síntesis, los diagnósticos confirman el funcionamiento deficiente del sistema educativo argentino
en general, y particularmente, de la educación superior. La inversión en la educación se convertía en un
gasto de recursos humanos y económicos que no generaba réditos, y producía un alto costo social. Es por
ello que los nuevos proyectos universitarios de finales de los años sesenta proponían una reestructuración
de las casas de altos estudios. Pero esta reestructuración no respondía simplemente a los problemas de
larga data sino que se enmarcaba en la ideología desarrollista, y por lo tanto, se proponía, además,
reformar la universidad de modo que pudiera contribuir a la resolución de necesidades del país.
Las propuestas
El trabajo presentado por el Crun “Bases para un planeamiento integral de educación superior
universitaria” reúne y sistematiza las propuestas elaboradas por los organismos estatales, universitarios,
internacionales y privados. Estaba conformada por los siguientes ejes:
Ingreso masivo
Una de las propuestas presentaba diferentes opciones para adoptar en el corto, mediano y largo
plazo. En lo inmediato, proponían llevar a cabo un proceso de racionalización y centralización
administrativa y académica, para lo cual sugerían reordenar las Facultades existentes con el fin de lograr
una distribución más racional de las carreras y acorde a las tendencias científicas modernas.
En el largo plazo, proponían tres alternativas. La primera, coordinar juto a la Univ. Nacional de La
Plata la creación de dos ciudades universitarias para el Área Metropolitana de Bs.As. para
descongestionar la matrícula de la UBA. Otra opción era repensar la estructura a fines de evaluar la
posibilidad de transformarla en una Confederación de Universidades que limitara el número de
estudiantes. La tercera consistía en destinar las nuevas ciudades universitarias para los estudios de grado
y dejar los edificios del centro de la ciudad de Bs.As. para estudios de posgrado e investigación.
La creación de nuevas ciudades universitarias sólo se proponía para hacer frente a los problemas
de la UBA, pero no del resto del país, en donde se aconsejaba no crear nuevas casas de estudios,
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argumentando que la distribución actual era suficiente. Sólo algunas de las universidades nacionales
habían superado el número óptimo de alumnos, y las que no lo habían hecho eran universidades
pequeñas, antieconómicas y poco eficaces. Proponían la especialización de las universidades en algunas
disciplinas, evitando la superposición de carreras.
Deserción estudiantil
Hacían hincapié en solucionar lo que habían diagnosticado como problema originario: el pasaje de
la escuela media a las universidades. Proponían la implementación de cursos de ingreso junto con
exámenes aptitudinales, entrevistas personales y de orientación vocacional para lograr una mayor
articulación entre ambos niveles. Sugerían la eliminación de cursos de ingreso por carrera, y en cambio, su
agrupación en grandes orientaciones.
Se planteaba la necesidad de implementar estudios generales o preuniversitarios, que consistirían
en un ciclo de formación básica común con el objetivo de brindar una formación básica humanista y
científica para el nivel superior. Esta instancia permitiría entregar certificados de estudios generales, y
habilitaría la implementación de títulos intermedios. De este modo se daría respuesta a la necesidad de
replantear los planes de estudio y la duración de las carreras.
Se proponía también implementar un sistema de becas o préstamos de honor, para garantizar el
acceso igualitario a la universidad y facilitar la dedicación exclusiva de los alumnos.
Reorientación de la matrícula e inserción laboral
Había una distribución desigual en la matrícula: había una oferta excesiva de graduados en
carreras tradicionales. Esto traía consecuencias en la absorción de la fuerza de trabajo capacitada,
generando la emigración de profesionales en algunos casos y subempleo en otros. Esto incidía
negativamente en las posibilidades de desarrollo nacional, ya que mientras sobraban profesionales en las
áreas tradicionales, otras carreras clave tenían un número de graduados insuficiente.
Los organismos estatales proponían hacer especial hincapié en la necesidad de aumentar la
eficiencia tanto de los sectores vinculados al desarrollo científico y tecnológico como los vinculados a los
problemas políticos y socioeconómicos de las sociedades modernas. Había que crear una demanda social
para dichas profesiones, y evitar así el éxodo o la subocupación de los graduados.
Señalaban que las pequeñas, medianas y grandes empresas debían instalar laboratorios y
sostener equipos de investigación y tecnología o, contribuir por medio del pago de impuestos.
Por último, manifestaban la necesidad de llevar a cabo una política de repatriación de los
investigadores que habían emigrado.
Reflexiones finales
La transformación del sistema de educación superior llevado a cabo en años previos a los aquí
analizados, había dado lugar a nuevas universidades, pero no se habían resuelto los problemas que
arrastraba la estructura institucional desde mediados de la década anterior. El aumento masivo y
sistemático de la matrícula en este nivel, junto con la alta tasa de deserción estudiantil, daban cuenta de
un sistema complejo y con grandes deficiencias. En este contexto, los distintos diagnósticos sugerían que
era posible corregir estas deficiencias e impulsar el desarrollo económico.
Si para el gobierno de facto del 66 el problema universitario consistía en la politización y
radicalización de la comunidad universitaria, el surgimiento de los diagnósticos lo redefiniría haciendo
hincapié en la necesidad de modernizar o adecuar las estructuras universitarias a las ideas desarrollistas.
La política universitaria de Onganía tuvo dos etapas, la primera basada en la represión del
activismo universitario fundado en la doctrina de seguridad nacional, y el temor a la infiltración comunista,
lo que tuvo como consecuencia el vaciamiento de docentes e investigadores en las universidades. Luego
del fracaso de esta estrategia represiva, hacia el 68, combinado con la difusión de los informes que
planteaban como problema la inadecuación del sistema universitario a las necesidades del desarrollo
nacional, inicia la segunda etapa.
Esta nueva estrategia se extenderá a lo largo de más de un gobierno, ya que en el 69 asume Levingston la
presidencia y luego Lanusse. Durante estos años, la política represiva iría lentamente cediendo terreno en
favor del diagnóstico desarrollista. En el gobierno de Lanusse se implementarán las nuevas políticas en el
sistema de educación superior y se crearán nuevas carreras y universidades en todo el país.
La preocupación respecto al sistema de educación superior no fue exclusiva del golpe de estado del 66; se
habían intentado llevar a cabo diferentes políticas en las décadas previas, pero el problema de la
masificación de la matrícula y las deserciones continuó en aumento.
Hubo distintas variables presentes durante estos años. En el marco de la guerra fría, EE.UU., por medio
de diferentes programas, intentó contrarrestar la influencia soviética en los países latinoamericanos. Esto,
a su vez, llevó a una nueva conceptualización de las políticas internacionales y puso de manifiesto la
necesidad de incentivar el desarrollo económico de los países del cono sur. Se debía procurar desarrollar
una política de Seguridad Nacional para combatir al enemigo interno al mismo tiempo que se proyectaba
invertir recursos y financiar diferentes áreas que posibilitaran salir del atraso a los países subdesarrollados.
Ambos objetivos se desenvolvieron a la par en Argentina. Los intentos de aplicar medidas desarrollistas en
los casos de altos estudios a principios de los 60 parecieron haber desaparecido tras el golpe de Onganía,
pero luego por el fracaso de las políticas de la doctrina de seguridad nacional, resurgieron los diagnósticos
y propuestas para las universidades.
El eje del debate se centró en las ideas desarrollistas: primó la idea de reorganizar el sistema de
educación superior,de modo que la matrícula se reorientara y formara nuevos profesionales que pudieran
insertarse en la estructura productiva del país. No obstante, la creciente inestabilidad política de los últimos
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años de la Revolución Argentina, tuvo su correlato en las medidas adoptadas y la política universitaria se
proyectó en muchos casos obviando las sugerencias y consejos elaborados.
RODRÍGUEZ Funcionarios y políticas en Argentina (76-83)
Los ministros de cultura y educación de la última dictadura coincidían con los militares en la
necesidad de erradicar la subversión y avalaron los documentos que fueron el fundamento ideológico de la
represión y de la política educativa. También estaban de acuerdo con la idea de reducir el sistema
educativo, particularmente el universitario, que se había masificado en el período anterior. Se dieron
numerosos conflictos por la cuestión presupuestaria, y el Ministerio de Cultura y Educación se transformó
en el más inestable de todo el régimen.
Los integrantes del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional pretendieron cambiar el sistema
educativo y hacerlo acorde a las necesidades del país. El PRN logró producir cambios profundos pero, al
mismo tiempo, varios de sus objetivos más ambiciosos no pudieron ser concretados o debieron ser
revisados a causa de sus múltiples conflictos que se dieron al interior de la Junta Militar.
Los mandatarios coincidían con los militares en la necesidad de erradicar la subversión y avalaron los
documentos que fueron el fundamento ideológico de la represión y de la política educativa. Estaban de
acuerdo con la idea de reducir el sistema educativo universitario y el no universitario que se había
masificado en los años del peronismo (73-76). La solución propuesta para el problema de la universidad
fue la de restringir el ingreso e imponer el arancelamiento. En los otros niveles, buscaron restablecer los
principales elementos de la escuela intermedia, que apuntaba a brindar orientación laboral a los alumnos
de los primeros años de la secundaria. Las numerosas tensiones y los conflictos por la cuestión
presupuestaria, provocaron que el MCyE se transformara en el más inestable de todo el Proceso.
Los mandatarios del MCyE fueron Bruera (76-77), Harguindeguy (77), Catalán (77-78), Harguindeguy (78),
Amadeo (78-81), Burundarena (81) Licciardo (81-83).
Videla dispuso que las universidades quedaran bajo el control del Poder Ejecutivo y se dictaminó la
potestad del presidente para la designación de rectores y decanos. Las universidades se regirían por la ley
20.654 con una serie de artículos modificados.
Quedaban prohibidas todas las actividades que asumieran formas de adoctrinamiento, propaganda,
proselitismo o agitación de carácter político o gremial, docente, estudiantil y no docente.
Uno de los orígenes de los conflictos intra fuerza e inter fuerza, fue la decisión de la Junta Militar de
repartir los cargos del Estado entre las tres Fuerzas (Aeronáutica, Armada y Ejército). Siguiendo esta
división tripartita del gobierno, cada una designó a delegados militares en las Subsecretarías, Direcciones
Nacionales y Generales que le correspondían. Este esquema dificultó a lo largo del tiempo el
funcionamiento mismo del Ministerio, en tanto los máximos responsables de las distintas dependencias
respondían a diferentes jefes políticos. El sector del Ejército liderado por Videla predominó claramente y
fue el que puso a Harguindeguy como ministro en dos oportunidades y orientó la política educativa en
general.
Los militares decidieron crear comisiones que evaluaran los textos, práctica que era anterior al 76.
Se confeccionaron listados de autores, editoriales, libros, revistas, artículos y folletos que eran prohibidos.
También se realizó públicamente una quema de libros.
La creencia de que el docente debía ser controlado hasta en los más mínimos detalles y que el
principal problema era la libertad que gozaban, se tradujo en una serie de normas para eliminar esos
márgenes de supuesta autonomía.
En el ámbito universitario, la cuestión era más grave ya que por la edad del estudiantado y la
trascendencia política de la actividad, la subversión accionaba en él con sentido prioritario. A los
universitarios subversivos se los identificaba por los argumentos para lograr adeptos, como: “que no haya
limitación para el ingreso”, “que todos puedan estudiar”, “que exista autonomía universitaria”, “no hay
libertad de expresión ni diálogo” etc. A causa de estas concepciones, cientos de profesores y alumnos
fueron cesanteados y echados de la Universidad y desde el Ministerio se produjo un importante conjunto
de leyes y resoluciones que pretendía modificar estructuralmente su funcionamientos.
Con respecto a la actividad gremial, las organizaciones sindicales tampoco habían escapado a la
infiltración subversiva, y las huelgas habían deteriorado la educación con indisciplina y mal ejemplo. Con
la suspensión temporaria de la actividad gremial era de esperar que la docencia, con conocimiento del
problema subversivo, reflexionara sobre la actividad a asumir en el futuro.
Estas ideas fueron la inspiración de todas las reformas que los ministros de educación hicieron al
Estatuto del Docente y a otros Estatutos provinciales, que estuvieron relacionadas con el recorte de los
derechos sociales adquiridos en épocas anteriores, el control hacia los preceptores de la secundaria y la
imposición de nuevos requisitos para ejercer la docencia y ascender en la carrera, entre otras cuestiones.
El diagnóstico sobre la universidad era compartido por los integrantes de la cúpula de la Iglesia
Católica.
Catalán manifestó que el número de universidades era excesivo no existían recursos suficientes
para sostener a tantas, por lo que decidió reducir el cupo de ingreso y anunció un plan de reorganización,
regionalización y redimensionamiento del sistema universitario, que básicamente promovía la reducción
del sistema eliminando universidades que se superpusieran en cada una de las regiones del país.
También sería reformado el resto del sistema educativo, acortando la educación primaria de siete a
seis años y formulando un ciclo secundario de seis, y en ambos niveles se brindaría una salida laboral.
Esta propuesta seguía el proyecto de escuela intermedia, que se había implementado en el 68 pero que
debió ser abandonado por las múltiples protestas docentes y gremialistas.
Catalán avanzó en el proyecto de transferencia de las escuelas públicas nacionales planteado por
Bruera, idea que había generó conflictos cada vez que se anunció públicamente, ya que se pretendía que
las provincias recibieran las escuelas sin ningún tipo de apoyo financiero.
El ministro de economía Martínez de Hoz había reducido los aportes a las provincias y a mediados
de 1978 comenzó el traspaso de las escuelas pre-primarias y primarias. Los gobiernos provinciales debían
hacerse cargo de todos los gastos, quedando establecido que sólo durante los primeros seis meses el
MCyE podría hacer préstamos que se debían devolver posteriormente. Esta medida afectó a la mayoría de
las jurisdicciones y generó un gran desequilibrio en las cuentas fiscales.
Se anunciaron los nuevos contenidos mínimos de doce asignaturas de los 3 primeros años de la
secundaria o ciclo básico. Una de ellas fue Educación Patriótica, cuyos contenidos mínimos eran
Electricidad, Mecánica, Carpintería, Práctica Comercial, Construcciones, Formación para el hogar,
Producción vegetal, Producción animal y Minería. La propuesta tenía reminiscencias del proyecto de la
escuela intermedia, que se había intentado implementar en el 68 en el gobierno de Onganía, y tuvo el
apoyo de los grupos católicos conservadores y tradicionales. Los opositores habían asegurado entonces
que en base al plan de estudios de la escuela intermedia el alumno llegaría a ser apenas un aprendiz con
conocimientos generales, formando en definitiva mano de obra barata y poco calificada, por lo que fue
abandonada en el 71.
Igual que en el pasado, los encargados del área en los años del PRN no pudieron acortar ni
modificar la estructura primaria ni secundaria, pero sí impulsaron algunos de los elementos del ciclo
intermedio.
Se intensificó el conocimiento de los temas relacionados con la Soberanía Nacional. Llerena Amadeo
pretendía reformar también el ciclo superior, pero abundaron los desacuerdos sobre las especializaciones
y los contenidos. Esta aprobación del ciclo básico tampoco fue fácil y se dieron varias polémicas públicas
que exhibían las diferentes posturas de las jurisdicciones dentro del Consejo Federal y del débil liderazgo
que ejercían los mandatarios nacionales.
Una de las disputas que más resonó fue en torno al programa de Formación Moral y Cívica, ya que a
través de ella veían la puerta de entrada a la asignatura Religión. Los militares del PRN habían establecido
una alianza estratégica con la cúpula de la Iglesia Católica y circulaban versiones que les habían
prometido a los obispos que iban a implantar la enseñanza católica en todo el país.
Sin embargo, cuando se hizo pública esa posibilidad, se produjo una reacción en contra de organizaciones
judías, evangélicas, laicas y de editorialistas de diarios como La Nación. Las distintas voces cuestionaban
este intento y los contenidos de la materia Formación Moral y Cívica. Debido a estas presiones, el ministro
debió modificar algunas partes de los programas y tuvo que desmentir que se pretendiese introducir la
enseñanza religiosa.
Respecto al anteproyecto de Ley de Educación, ésta había sido elaborada por un grupo de católicos
conservadres. Llenera Amadeo había explicado que si los fundamentos de la Ley 1420 eran
obligatoriedad, laicidad y gratuidad, ellos pensaban reemplazarlos por libertad, coordinación y progreso. El
texto proponía introducir el nivel intermedio, la formación religiosa y dejaba en duda la gratuidad y la
obligatoriedad.
En la opinión pública se comentaba la falta de definiciones en el área educativa como un fenómeno
característico del gobierno en sus 3 años de duración.
como los profesores alejados de la universidad, los representantes de la Unión Nacional de Estudiantes, la
Federación Universitaria Argentina y los referentes del partido radical.
El tema del arancelamiento estaba vinculado a la necesidad de profundizar aún más el
achicamiento del sistema.
En octubre de 1980 Llerena Amadeo advertía públicamente que la situación financiera en el ámbito
educativo era crítica. En 1981 se anunció que asumiría la presidencia el militar Viola y cambiaría el titular
de la cartera educativa.
Reflexiones finales
Existieron dos grandes coincidencias entre civiles y militares que gozaron de continuidad en el
tiempo. Por un lado, la idea de que era necesario reducir el sistema y especialmente la matrícula
universitaria y secundaria en un sentido elitista, y por el otro, que era urgente aplicar la política de
represión en el ámbito educativo. Sin dudas, las medidas de represión impuestas hacia docentes,
estudiantes y personal administrativo tuvieron consecuencias irreversibles para toda la sociedad
argentina.
Respecto de la intención de expandir el sistema de educación privada y de achicar el sistema
público de enseñanza en los niveles medio y universitario, los resultados fueron variados. En relación con
el nivel universitario privado, los ministros no autorizaron la creación de ninguna universidad, aún cuando
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el número de alumnos en esa etapa aumentó. Una vez en democracia, los estudiantes se volcaron a las
públicas y la matrícula de las privadas volvió a bajar.
En relación al perfil profesional de los ministros civiles, observamos que todos provenían de los
círculos católicos conservadores y habían ocupado cargos jerárquicos en el Estado provincial y/o nacional
durante el período dictatorial anterior (66-73). Esta continuidad de las personas se reflejó en una serie de
ideas que se pensaron en el pasado e intentaron reinstaurarse en la última dictadura. Estas estaban
relacionadas con la escuela intermedia, el Consejo Federal, el Consejo de Rectores de las Universidades
Nacionales y la transferencia de los establecimientos públicos nacionales a las provincias. Los ministros se
mantuvieron subordinados a los intereses siempre cambiantes de la cúpula militar y limitados en su
accionar por el presupuesto educativo.
Las políticas que fueron aprobadas por la CAL, como la descentralización, la reforma curricular del
nivel medio y la Ley Universitaria, tuvieron distintos efectos hacia el final del PRN. Por un lado, la política
de transferencia logró modificar estructuralmente el sistema de educación primaria y sentó las bases para
el traspaso de las secundarias en los años 1990. Por otro lado, la reforma curricular implementada
profundizó la desarticulación de tipo normativa y curricular que existía desde antes de 1976 entre la nación
y las provincias. Finalmente, la Ley Universitaria, la política de cupos, de ingreso eliminatorio y
arancelamiento fueron anulados con la llegada de la democracia.
Hubo un conjunto de propuestas que se dieron a conocer y que no se concretaron, como la
imposición de la educación católica obligatoria, el arancelamiento de la educación pública, el traspaso de
las escuelas secundarias nacionales, la reforma curricular para el ciclo superior del nivel medio, la
aplicación de la escuel intermedia, la Ley Orgánica de Educación, el Estatuto Docente y el cierre de más
universidades públicas.
FABRIS La Iglesia Católica y el Congreso Pedagógico: La educación entre la confrontación y el
acuerdo político
En 1984 el gobierno nacional convocó a un nuevo Congreso Pedagógico Nacional, del que la Iglesia fue la
principal animadora.
El ámbito educativo ha sido históricamente privilegiado por la Iglesia Católica como un medio apto para
difundir su mensaje en la sociedad y formar a las nuevas generaciones desde su cosmovisión.
El Episcopado asumió el CPN como un desafío a la presencia social de la Iglesia Católica y a la autonomía
de las instituciones educativas privadas profesionales.
En un principio, en el proyecto del CPN tenía una estrecha vinculación con el Congreso Pedagógico
realizado en 1882 y con la sanción de la Ley 1420. Esta convocatoria apuntaba a una amplia participación
que debía incluir a estudiantes, padres, cooperadoras escolares, gremialistas, docentes, estudiosos del
quehacer educativo y el pueblo.
El proyecto del CPN sufrió modificaciones como resultado de la prudencia política que desaconsejaba las
referencias al Congreso de 1882 donde se habían enfrentado los defensores de la educación laica y los
grupos laicos, por eso se estableció que no se convocaría al “II Congreso Pedagógico”, sino simplemente
a un Congreso Pedagógico.
El oficialismo le asignaba una función democratizante a la educación y a la convocatoria del CPN.
Pensaban que la cuestión educativa y el CPN permitirían recuperar una posición de preeminencia para el
Estado Nacional. La educación había sido un espacio donde operó fuertemente la represión ideológica por
parte del proceso militar. El gobierno esperaba que la participación surgiera de las preocupaciones
ciudadanas por la educación y no tanto de la defensa de intereses particulares o sectoriales, cosa que no
sucedió de ese modo.
La organización del CPN fue sumamente compleja, pues pretendió abarcar todo el territorio nacional y
alcanzar un grado tal de asistencia que dotara de representatividad a las conclusiones elaboradas.
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Las posturas sostenidas por los católicos que participaron del CPN abrevaban en un conjunto de principios
planteados desde los años 60. Algunos de ellos abordaban específicamente el tema educativo, mientras
otros respondían a temas más generales. Los ejes estructurantes de ese conjunto de documentos fueron
cuatro: la consideración de la crisis del mundo moderno que motivaba el llamado a la evangelización de la
cultura, y dentro de ella, del ámbito educativo; la importancia de la formación religiosa, la prioridad de los
derechos de los padres y la relación con el Estado y el rol de los laicos en el ámbito educativo.
El problema central radicaba, según el documento, en el conjunto de ideas y valores que desafiaban
aquello que las sociedades debían tener como núcleo inmutable, tradiciones que hacían a la identidad de
los pueblos y que se habían forjado desde la primera evangelización.
El principal desafío que se planteaba la Iglesia fue hacer frente al secularismo que separaba al hombre de
dios. La propuesta evangelizadora fue unida a una definición amplia de cultura como el territorio donde se
debía entablar la disputa con las otras concepciones que pretendían transformar la identidad
latinoamericana. En consecuencia, en el ámbito educativo la Iglesia debía desempeñar un rol ofensivo
frente a las concepciones liberales y marxistas. La escuela era un medio vital de formación del hombre. La
cuestión central era determinar qué cultura sería transmitida en la formación de las nuevas generaciones y
aquí se abría un amplio espacio conflictivo donde el catolicismo entraba en competencia con otras
vertientes ideológicas.
Estas cuestiones suscitaron discusiones durante el CPN porque remitían a las siempre polémicas
relaciones entre los agentes privados, o sea quienes hacían posible la oferta educativa a los padres, y el
Estado, encargado de garantizar la efectividad de esas ofertas, sobre todo a través de una amplia política
de subsidios.
Los documentos eclesiásticos convalidaban el rol de los padres como los primeros y principales
educadores, en detrimento del Estado como principal orientador de las políticas educativas. Esta defensa
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de los derechos de los padres implicaba fundamentalmente un reclamo del sector privado de la educación
en dirección a una mayor autonomía y a una distribución más favorable del presupuesto educativo, que la
Iglesia canalizó a través del principio de subsidiariedad.
A la vez que las instituciones privadas demandaban un aumento al apoyo financiero, demandaban mayor
autonomía en sus orientaciones pedagógicas para definir contenidos curriculares y cuestiones
administrativas.
En relación con la discusión sobre el rol del Estado y el principio de subsidiariedad, en los documentos se
hacía referencia a la siempre polémica cuestión de los subsidios a los colegios privados, cuya legitimidad
fue defendida sosteniendo que eran una garantía para la libertad de la enseñanza y un factor de justicia
distributiva, en tanto permitía la gratuidad de muchas escuelas privadas y garantizaban a los padres la
posibilidad de elegir el tipo de educación para sus hijos sin verse limitados por razones económicas.
En el CPN predominó la presencia de grupos que respondían a partidos políticos o a la Iglesia por sobre la
de ciudadanos motivados a participar de forma individual. Lejos del encuentro de discusión y de búsqueda
de consensos imaginado por el gobierno, por lo menos en la letra de la ley y en la voz de sus
representantes, una constante polarización fue la nota distintiva en el desarrollo del CPN.
En las diferentes instancias, los sectores católicos se integraron como grupos orgánicos consustanciados
con la defensa de sus principios. Los consensos logrados por quienes representaban a la Iglesia facilitaron
una acción de conjunto desplegada en todo el territorio. A diferencia de ellos, los sectores partidarios o
independientes fueron muy heterogéneos. Por ej, el peronismo en algunas provincias coincidió con los
sectores católicos mientras que en otras, fueron sus principales opositores.
Algunos hechos políticos explican la fuerte y cohesionada presencia de los católicos en el CPN frente a la
más débil y heterogénea de otros actores políticos y sociales. Los sectores católicos habían atravesado
durante 1986 un período de intensa movilización en respuesta a la labor desarrollada desde la cúpula
eclesiástica para hacer frente a la ley del divorcio. En cambio la movilización política que vivió la sociedad
desde el año 1983 había comenzado a apagarse cuando promediaba el mandato de Alfonsín.
Frente a las disputas entre los partidos y el escaso compromiso de ciudadanos independientes, la Iglesia
demostró su poder de movilización.
La Asamblea Nacional
La elección de una mayoría de delegados católicos en las diferentes jurisdicciones para participar en la
Asamblea Nacional fue el exitoso corolario de la labor desarrollada por la Iglesia en los dos años previos.
A diferencia de los demás actores sociales y políticos, logró un alto nivel de movilización a cada diócesis y
alcanzó consensos entre diferentes vertientes del pensamiento católico.
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La amplia mayoría alcanzada por los delegados católicos anticipó un encuentro nacional dominado por
grupos que asumieron posiciones francamente opositoras al gobierno. Los representantes del radicalismo
estaban en minoría.
Fue aprobada por consenso unánime una definición de cultura en absoluta consonancia con la propuesta
en el documento del episcopado. También se aprobó por unanimidad una concepción del hombre acorde a
los principios católicos en tanto “unidad biológica, psíquica, social, cultural, espiritual y trascendente,
entendiendo esta dimensión como trascendencia en lo cultural, o social, lo histórico, lo religioso, según sus
propias opciones.
Asimismo por consenso unánime fue aprobado el derecho de los padres a elegir la educación de sus hijos.
Sin embargo, las referencias más explícitas en relación con la formación religiosa fueron votadas en
disenso porque no se alcanzó el 70% de las voluntades.
El informe final incluyó algunas propuestas mayoritarias y varias en disenso. Entre las propuestas
mayoritarias más relevantes se estableció que la futura Ley de educación debería tener en cuenta que la
libertad de enseñanza exige que los padres puedan mandar a sus hijos a escuelas que deseen según sus
convicciones y que los habitantes puedan ir a esas escuelas, incluida la universidad, según sus
convicciones; una especie de mandamiento que los católicos incorporaron en todas las discusiones.
Cuando se abordó el status que le correspondía a la escuela privada y el papel del Estado, se aprobó
también con acuerdo mayoritario la importancia de la intervención estatal para reglamentar los contenidos
mínimos para todos los niveles, prestar y asegurar la prestación, controlar y supervisar su cumplimiento. Al
mismo tiempo se especificó que ello no debía derivar en el monopolio estatal.
En el caso de la educación privada y su sostenimiento a través de subsidios estatales, se alcanzó una
fórmula consensuada, de acuerdo a la cual el otorgamiento del subsidio quedaba sujeto a una serie de
condiciones.
Finalmente las propuestas consignadas en disenso fueron de una gran heterogeneidad. Las diferencias se
dieron por fuera del campo católico, en cuanto al pensamiento educativo defendido por el radicalismo y
sectores de centro izquierda, pero también en su interior, entre un pensamiento aggiornado y otros
registros, vinculados al nacionalismo católico de viejo cuño.
La primacía alcanzada por los grupos católicos que respondían a la convocatoria de la CEA y su grado de
organización se puso en evidencia en la defensa común de un conjunto de principios pese a ciertas
diferenciaciones internas. Los mecanismos de aprobación de las propuestas limitaron el impacto que la
presencia católica pudo haber tenido.
En cierta forma, la Iglesia participó del CPN redefiniendo los objetivos planteados por los organizadores,
modulando la discusión sobre la educación argentina con el objetivo de ratificar la presencia católica en el
ámbito educativo. Esto no significa que la idea de democratización de la educación y el congreso como
ejercicio de participación ciudadana subrayados por el gobierno al formular la convocatoria estuviera
ausente en las diferentes instancias. Por el contrario, en la mayoría de los casos fue aceptada, pero estuvo
lejos de orientar las discusiones
Feldfeber y Ivanier La descentralización educativa en: el proceso de transferencia de las
instituciones de formación docente
La descentralización educativa constituye uno de los pilares sobre los cuales se ha asentado la
retórica reformista de las últimas décadas. Está asociada a políticas tanto democratizadores en términos
de redistribución de poder y participación social como neoliberales de desregulación, descentralización y
privatización de los servicios sociales en el marco de los procesos de reforma del Estado.
Cabe preguntarnos si esta descentralización si se busca una delegación del poder de decisión o si
se trata de una política fiscal tendiente a la reducción del gasto público y de delegación de
responsabilidades del Estado por la garantía del derecho a la educación.
La transformación educativa puesta en práctica en Argentina durante la última década se inició con
el proceso de transferencia de las instituciones de nivel medio y superior no universitario que dependían
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del gobierno nacional. Si bien desde el discurso se propuso una descentralización educativa, se trató
básicamente de una política de transferencia impulsada por objetivos fiscales dentro de la reforma del
Estado, que trasladó responsabilidades en un contexto de reorientación de las políticas sociales.
La transferencia de los servicios educativos: una imposición/iniciativa del Poder Ejecutivo Nacional
La descentralización impulsada por los organismos internacionales que financiaron la reforma,
sumada a la ausencia de un serio diagnóstico de los problemas específicos de la realidad argentina,
llevaron a la incorporación acrítica de la experiencia internacional. Las cartas de intención y los acuerdos
firmados con el Banco Mundial y el FMI incluyeron la política de transferencia de las escuelas como
requisito en la negociación de la deuda externa argentina.
Durante el tratamiento del proyecto de la Ley de Transferencia no se incluyeron fundamentos sobre la
conveniencia de transferir las instituciones de formación docente a las jurisdicciones o, por el contrario,
preservar un espacio de formación en el ámbito nacional.
La Ley de Transferencia de servicios educativos nacionales se sancionó en 1991, y facultó al Poder
Ejecutivo a transferir a las provincias los servicios educativos administrados por el Ministerio de Cultura y
Educación de la Nación y por el Consejo Nacional de Educación Técnica.
En un principio la ley exceptuaba a las escuelas normales e institutos superiores, públicos y privados,
estableciéndose que quedaba a criterio del Poder Ejecutivo la oportunidad de transferir estos servicios en
forma total o parcial. Sin embargo, el traspaso de estas instituciones, que incluían las de formación
docente, se realizó sin diagnóstico previo de la situación existente.
La transferencia generó reclamos de las provincias por la garantía de los recursos y movilización de los
docentes, quienes demandaron la equiparación de los salarios nacionales con los de cada jurisdicción a fin
de evitar desigualdades laborales.
El proceso de transferencia constituyó básicamente un desplazamiento de responsabilidades financieras y
administrativas desde el nivel nacional a las provincias y la Ciudad de Bs.As. Implicó una mayor carga
presupuestaria para las administraciones provinciales y la Ciudad de Bs.As. (y un alivio fiscal para el nivel
nacional), pero no hay evidencias de que haya implicado cambios sustantivos en la calidad del servicio
educativo. Tampoco se partió de un diagnóstico serio de las administraciones locales ni se planificaron
gradualmente estrategias diversificadas según la situación de partida.
La heterogeneidad de las jurisdicciones en términos de sus capacidades financieras y técnicas, de su
situación socioeconómica, de su tradición política y de los niveles de escolarización de la población,
sumada a los diferentes modos y ritmos de operación de la Ley Federal de Educación, generaron una
agudización de las tendencias a la segmentación del sistema educativo argentino.
Mientras que la retórica oficial privilegió el consenso como forma de direccionar la política de reforma y la
centralidad del Consejo Federal de Cultura y Educación como ámbito de discusión; las medidas adoptadas
y el manejo de los recursos técnicos y financieros por parte del Ministerio Nacional dejó poco margen para
la construcción de un proceso de descentralización efectiva del poder.
Las escuelas nacionales normales sostuvieron, a lo largo del proceso de transferencia, la necesidad de
mantener la unidad pedagógica de los diferentes niveles que componen la institución, por ende se
opusieron a que la transferencia se hiciera efectiva en forma desmembrada por niveles.
En 1992 Menem anunció la sanción de los decretos de equiparación salarial progresiva.
El periodo de transición por el que atravesaron los profesores de las escuelas normales estuvo plagado de
conflictos vinculados con los problemas salariales, los vacíos legales y los organismos responsables de la
supervisión pedagógica y administrativa.
Quedó soslayada la discusión acerca de qué docente formar, para qué sistema educativo y en función de
qué proyecto de país se organiza el sistema. La racionalidad tecnocrática manifestó en la idea de cambio
por el cambio en sí mismo, desconociendo la propia historia del sistema y de sus instituciones.
El Sistema Nacional de Acreditación de los institutos de formación docente se constituyó en un nuevo
mecanismo de regulación. El modelo con el que se pensó reorganizar las instituciones de formación fue el
universitario con las tres funciones de docencia, investigación y extensión. Las instituciones de formación
docente, que en su mayoría no desarrollaban tareas de investigación, se vieron obligadas a hacerlo y ésta
constituyó uno de sus parámetros de acreditación.
La creación de departamentos destinados a la investigación científica a cargo de los docentes no estuvo
acompañada en todos los casos de los recursos humanos y materiales necesarios.
El accionar del Sistema Nacional de Acreditación trajo como consecuencia el temor al cierre de institutos y
el temor a quedar fuera del sistema, lo que imprimió el sentido de muchas de las accionar llevadas a cabo
en el marco de la reforma.
De este modo, el derecho de los docentes a la formación permanente y el deber del Estado se
resignificaron en el contexto de la reforma, son los docentes quienes deben capacitarse para permanecer
en el sistema y es el Estado el que debe acreditar y certificar esta capacitación. En el marco de la
flexibilización laboral, el temor al desempleo funcionó como factor de disciplinamiento.
La realidad particular de los institutos de formación docente estuvo ausente debido a que las acciones
realizadas respondieron a un parámetro común, externo e ideal para todo el subsistema de formación
docente, sin estimar las diferencias jurisdiccionales.
El proceso fue vivido como una imposición externa del gobierno nacional y una política de ajuste y cierre
de los institutos terciarios por parte de la jurisdicción. No obstante, algunas instituciones pudieron generar
acciones donde la acreditación no funcionó sólo como un mecanismo burocrático sino de fortalecimiento
institucional.
A pesar de que el discurso oficial estuvo centrado en el nuevo modelo de gestión institucional, los
docentes señalan que la reforma no trajo aparejados cambios en la gestión institucional.
La mejora salarial de los docentes nacionales transferidos constituyó una de las consecuencias positivas
valoradas por los docentes. También algunos rescataron la movilización que implicó el cambio de
jurisdicción en tanto comenzaron a discutirse propuestas de renovación.
Las propuestas de descentralización combinadas con formas centralizadas de definición de los parámetros
comunes y de evaluación de los resultados pueden significar redistribuciones del modo en que se ejerce el
poder, de manera que lo que aparentemente es una entrega de capacidades de decisión, luego resulta ser
una nueva forma de situar la relación entre quienes ejercen el control y quienes creen haberlo
conquistado.
Ley de Educación Superior con consecuencias para el sistema de evaluación y acreditación y la creación
de organismos o agentes centrales para evaluar y acreditar las instituciones universitarias.
En Argentina se produjo un cambio significativo en las políticas dirigidas al nivel superior educativo,
a partir de la creación de la Secretaría de Políticas Universitarias en 1994 y la promulgación de la Ley
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La política de evaluación y acreditación de instituciones y carreras universitarias y de posgrado
formaba parte de la política de promoción de la calidad impulsada por el Ministerio de Cultura y Educación.
Los programas que trabajaban en esto eran la Comisión Nacional de Acreditación de Posgrados (CAP), el
Programa de Incentivo a los Docentes-Investigadores y el fondo para el Mejoramiento de la Calidad
Universitaria (F.O.M.E.C.)
El mayor impacto lo tuvo la introducción de mecanismos centralizados para la evaluación y
acreditación universitaria en manos de la Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria
(CONEAU), que puede realizar evaluaciones externas, acreditar carreras de grado y de posgrado, evaluar
proyectos institucionales para la acreditación de nuevas instituciones universitarias, y evaluar el desarrollo
de los proyectos para el posterior reconocimiento de instituciones universitarias privadas de parte del
Ministerio de Cultura y Educación. La CONEAU es un organismo descentralizado dentro de la jurisdicción
del Ministerio de Cultura y Educación, integrada por miembros designados por el Poder Ejecutivo
Nacional.
Estas reformas se produjeron en el contexto de las políticas públicas de corte neoliberal que
sustentaron la desregulación orientada por la libertad de los mercados con su correlato en la libertad
otorgada a las universidades para cobrar aranceles, pagar salarios diferenciados y diseñar regímenes de
admisión junto a la tendencia del gobierno a controlar y evaluar el desempeño de las instituciones
universitarias. Darle libertad a las instituciones para buscar otras fuentes de financiamiento alternativo al
estatal y a su vez, controlar sus resultados a través de órganos de evaluación y acreditación como la
CONEAU.
en evidencia cómo estaba orientado el desarrollo financiero: por la industria, la información tecnológica, los
inversores y los individuos como consumidores.
La respuesta local a la lógica global, está representada por las estadísticas que exhiben el imperativo
categórico del modelo neoliberal aplicado en Argentina: la exclusión social. El alto porcentaje de la
pobreza constituye la respuesta local a las demandas internacionales a favor del ajuste fiscal. Son el
resultado de las políticas de exclusión, la privatización de las empresas públicas y las leyes de
flexibilización laboral, acuerdos derivados de negociaciones crediticias efectuadas con el FMI.
El proceso de privatizaciones constituye uno de los instrumentos fundamentales para el cambio de
régimen de acumulación capitalista en Argentina. A partir de ese proceso de modifica, en parte, la
intervención del Estado en la economía, se abandona la función reguladora. Sin embargo y
paradojalmente, el Estado es entendido como sinónimo de gobierno central y controla las instituciones
universitarias a partir de un tipo de función regulatoria que emana de la Ley de Educación Superior
promulgada en 1995.
En el caso de las reformas neoliberales, se ha reemplazado el concepto de Estado por el de Gobierno que
administra los asuntos públicos como privados y reconoce en el mercado su natural fuente de legitimidad.
La llamada crisis del “Estado Benefactor” se encuentra en el centro del debate socio-económico tanto en
América Latina como Argentina, cuyas consecuencias se agudizaron a partir de la década del 70,
acompañadas por un fuerte endeudamiento externo, por el estancamiento de los índices de crecimiento
económico y del empobrecimiento y marginación de grandes sectores de la población con el consecuente
ensanchamiento de las desigualdades sociales.
Por estas razones entre otras, la crisis que afecta dramáticamente a la educación universitaria en el tercer
milenio, es una crisis de identidad. Las reformas impulsadas por el Banco Mundial en Am. Latina y en los
países poscomunistas parten de diagnósticos globales, universales y homogéneos. Los sucesivos
informes se caracterizan por un tipo de discurso economicista, a-histórico, negador de la pluralidad
cultural, orientado a la privatización de las universidades públicas y al reconocimiento pragmático del
mercado como única fuente de innovación y calidad. El fomento de las carreras orientadas al sector
servicios refuerza el predominio de un perfil empresarial globalizado.
Nuestro diagnóstico local respecto de las reformas universitarias de los 90 en Arg. es:
• Se han perjudicado las tradiciones académicas, ha habido un impacto negativo en el fomento y
desarrollo del campo cultural y científico, en las artes, las letras, las Cs. sociales y las Cs. básicas
• Se ha diversificado la oferta institucional universitaria, aunque la oferta disciplinar reproduce en
forma homogénea, la oferta de carreras cortas y con salida al sector de servicio, paralelamente se
ha disminuido la oferta de las carreras que pertenecen al campo cultural y/o científico.
• Se ha desalentado los posgrados en las áreas científicas básicas y aplicadas y han proliferado los
posgrados con orientación profesionalizante
• Se ha desprestigiado la universidad pública como institución formadora de la “clase dirigente
nacional”, orientando las élites hacia algunas universidades nuevas privadas que todavía no tienen
tradición para ser reconocidas como de “calidad”, y hacia los posgrados en el extranjero.
La Ley Federal de Educación retoma el viejo propósito de cambiar la estructura del sistema, adoptando el
formato de la reforma española de los 70. Se crea la Educación General Básica y se extiende así la
obligatoriedad de 10 años. Los últimos tres años de la antigua escuela media se transforman en un ciclo
polimodal no obligatorio con cinco orientaciones diferenciadas.
El cambio de estructura no está orientado a generar circuitos formalmente diferenciados ni tampoco a
legitimar la exclusión. Por el contrario el objetivo es aumentar los años de escolarización de la población
económicamente activa sin abrir el acceso a la secundaria. Las propuestas anteriores de reforma se
realizaron en el contexto de la constitución y ascenso de las clases medias que utilizaron el sistema
educativo para obtener las credenciales que posibilitaban y legitimaban esta escalada social. En los 90 por
el contrario la dinámica social es inversa y se apunta a los sectores de la población amenazados por la
expulsión y la marginalidad.
La nueva estructura tiene poco que ver con las reformas comprensivas europeas que se desarrollan en
pleno auge del estado de bienestar y de los gobiernos socialdemócratas que se promocionaron a las
clases medias desplazando a los niveles más altos del sistema los procesos de diferenciación.
Los legisladores prefirieron en cambio construir el ciclo EGB con identidad propia que rompe con la idea
de continuidad entre la primaria y la secundaria. De este modo era posible pensar en una población
económicamente activa con 10 años de escolarización sin que se incentiven las aspiraciones de ascenso
en el Sistema Educativo.
Instalado el nuevo modelo de acumulación y cristalizada la estructura social polarizada, la apertura de la
escuela secundaria a todos los sectores sociales no genera ninguna amenaza sobre los procesos de
selección y diferenciación social. Por un lado, el sistema está fragmentado y los grupos y sectores sociales
transitan por circuitos paralelos que no reconocen cruces ni contactos y, por otro, hay una fuerte
diferenciación en el nivel terciario y cuaternario que permite construir diferencias y distinciones.
El otro rasgo distintivo de la reforma nacional es la adopción del modelo compensatorio que instaló la
reforma chilena a partir de la apertura democrática. La implementación del Plan Social Educativo por parte
del Estado Nacional y el desarrollo de proyectos especiales a cargo de las jurisdicciones, ambos
destinados a atender las situaciones de mayor riesgo o específicas problemáticas educativas, reconocen
como antecedente el plan chileno de las 900 escuelas.
La estrategia de la compensación parte del reconocimiento de una situación de desigualdad e interviene
puntualmente mediante la provisión de un bien o servicio sin proponerse una acción que permita abarcar la
complejidad del fenómeno de la desigualdad. En el sector educativo ésto se traduce en útiles,
infraestructura escolar, materiales de apoyo didáctico y talleres de formación docente. Nada de esto
permite abordar los procesos socioeconómicos que generan desigualdad ni considerar el fenómeno en su
aspecto cultural para intervenir en los procesos de auto-reproducción que ésta contiene. De allí que las
políticas de compensación sean un remedio para la desigualdad cuando la política está privada a sostener
la utopía de la igualdad.
A diferencia de Chile, Argentina mantuvo el financiamiento de la oferta y no se crearon desde el Estado
condiciones para la privatización del sistema público. Si bien ha habido una fuerte penetración de los
valores y las lógicas del mercado en las propuestas de gestión escolar, Argentina logró conservar la
presencia de lo público y con ella de las lógicas políticas.
Como parte de este esfuerzo de conservación de un espacio para el Estado, la reforma argentina puso un
especial énfasis en la elaboración de un currículum común a través del cual se propone definir contenidos
y saberes socialmente legitimados. El diseño de nuevos currículum ha estado presente en muchas de las
reformas de los 90, y en todos los casos es un esfuerzo por mantener en manos del Estado dispositivos de
regulación del sistema y mecanismos políticos de integración.
La modernización de los 90 se definió como la incorporación de una tecnología organizacional que incluye
un nuevo paquete de dispositivos de regulación del sistema educativo. Las reformas de fin de siglo
instauraron las evaluaciones de resultado y la individualización de las responsabilidades que se articulan
más funcionalmente con las lógicas del mercado.
TERIGI Políticas públicas en Educación tras doce años de gobierno de Néstor y Cristina
41
Al momento del acceso al poder del FPV, el sistema educativo público argentino enfrentaba
problemas de larga data y otros que eran consecuencia de las políticas de los años 90 (desarticulación
institucional, desespecialización de la formación técnica, morosidad en la validación nacional de los títulos)
Durante estos años se pueden diferenciar cuatro etapas en iniciativas gubernamentales de políticas
educativas: un momento inicial de atención a la crisis del sistema, un momento bisagra marcado por la Ley
Nacional de Educación, una tercera instancia signada por la ampliación de la obligatoriedad escolar, y una
fase final en la que cobra protagonismo la noción de inclusión educativa.
Entre los logros del período se destacan las leyes de Educación Técnico Profesional, de Garantía
del Salario Docente, y la del Financiamiento Educativo, y la implementación de programas nacionales
como FinEs o Conectar Igualdad.
Entre los pendientes: la falta de actualización en el gobierno de la educación para garantizar mayor
federalismo, la necesidad de revalorizar la carrera docente, la demanda de un trabajo sobre el nivel
secundario.
Sin embargo, en el 2009 se contó con el Plan Nacional de Educación Obligatoria, en el que se
organizaban los asuntos que debía contener la programación de las políticas educativas para los
siguientes tres años en torno a dos ejes: las principales políticas educativas de igualdad, calidad y
fortalecimiento de la gestión; y los tres niveles educativos responsables de su implementación (educación
inicial, primaria y secundaria). A partir de entonces se contó con una herramienta de planeamiento para
ordenar los esfuerzos de los distintos niveles de gobierno e institucionales.
En el Plan Nacional hay un capítulo dedicado al gobierno de la educación obligatoria. A partir del
objetivo de desarrollar un ámbito federal de planificación nacional de las políticas, se establecen criterios
para identificar los aspectos establecidos por la ley que deben ser objeto de acuerdos en el ámbito del
Consejo Federal.
En el 2012 se aprobó el segundo plan: Plan Nacional de Educación Obligatoria y Formación
Docente (para el 2012-2016). Se organiza tomando como referencia los niveles de educación común y
obligatoria y la formación docente. Distribuye las acciones de las modalidades en los niveles educativos,
pero dedica un anexo diferenciado a la Educación Técnico Profesional y otro a Educación de Jóvenes y
Adultos.
Una incorporación relevante del nuevo plan es todo lo referido a tecnologías de la información y la
comunicación (TIC), Conectar Igualdad.
La extensión de la obligatoriedad escolar hasta el final del nivel secundario es un mandato de la Ley de
Educación Nacional, sin embargo el crecimiento de la tasa de escolarización del nivel secundario se hizo
más lento y siguió sin incorporarse toda la población adolescente. Continuaron los altos niveles de
repitencia y como consecuencia de ello, el alto abandono.
A mejoras leves en la retención, acompaña el incremento en la repitencia. Sin embargo, la tasa de egreso
mejoró a costa de la repitencia. Los datos aunque revelan mejoras, están lejos del objetivo de
universalización de la educación secundaria.
Las iniciativas universales del Ministerio Nacional dirigidas a la educación secundaria común (Planes de
Mejora, Conectar Igualdad) introducen mejoras en las condiciones de escolarización pero no plantean
transformaciones en la matriz organizacional existente.
Las transformaciones culturales hicieron que la integración de las TIC a la educación ya no fuera una
innovación opcional sino un requerimiento para ajustar el sistema escolar a la contemporaneidad, y un
imperativo de la justicia para reducir la brecha digital.
Durante el gobierno del FPV se dio la primera iniciativa estatal para universalizar la incorporación de las
TIC al sistema escolar, comenzando por la educación secundaria y la formación docente: el programa
Conectar Igualdad (PCI)
El programa provee netbooks a estudiantes y docentes de escuelas de Educación Secundaria,
Educación Especial e Institutos de Formación Docente de gestión estatal. Un propósito inmediato fue
disminuir la brecha digital mediante la provisión tecnológica; un propósito mediato y más difícil, fue
favorecer los procesos de aprendizaje mediante el acceso a nuevas fuentes de información y la
actualización de las formas de enseñanza. La provisión de conectividad amplía las posibilidades
pedagógicas y de acceso a la información.
Sin embargo, la incorporación tecnológica y la transformación del modelo de trabajo docente no
fueron de la mano. Hubo una fuerte demanda de capacitación docente en relación con las TIC.
El 34% de los estudiantes que recibieron la netbook no contaba con computadora en el hogar. Este
dato puede interpretarse de dos modos: por un lado, que la previsión de la netbook ha sido la oportunidad
para los adolescentes de las familias más pobres de acceder a este recurso, pero también que cabe
revisar la necesidad y la viabilidad de sostener estas iniciativas de distribución masiva de computadores
personales, y tal vez concentrar los esfuerzos en algunos contextos particulares en los cuales aún se
registran brechas significativas en este sentido.
El PCI fue una iniciativa organizada y desarrollada velozmente, y que requirió una inversión
importante. Éste es uno de sus puntos más controversiales: la provisión de netbooks es un gasto
recurrente (todo estudiante que accede al nivel secundario la recibe) y eso se financiaba con fondos de
ANSES, destinados fundamentalmente a jubilaciones y pensiones.
A través del portal Educ.ar se produjeron materiales de apoyo a la enseñanza, con el lanzamiento
del Repositorio Nacional de Recursos Educativos Abiertos en 2015.