Unico - en - Majestad - 1997 William Macdonald

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Único en Majestad

Los Atributos del Dios Santo

William MacDonald

Título en Inglés: Alone in Majesty


Copyright © 1994, William
MacDonald Todos los Derechos
Reservados

Traducido por Neria Díez Sánchez, 1996,


Con Permiso.

Editorial Discípulo
Apartado 202
22080 Huesca, España

Copyright © 1997, William MacDonald


Editado en español por Editorial Discípulo,
Todos los Derechos Reservados
Todas las citas bíblicas, a menos que se indique de otra manera, proceden de la versión Reina Valera,
revisión de 1960.

“BAS” indica que la cita es de la versión “Biblia de las Américas”

Contenidos
Introducción
Primera Parte: Atributos Únicos de Dios
1. Un Dios Verdadero
2. Tres Personas en Una
3. La Fuente de Vida que no fue Creada
4. Señor Auto Suficiente
5. Conocimiento sin Límite
6. El Todopoderoso
7. En Todo Lugar Todo el Tiempo
8. El Rey Eterno
9. Dios no Puede Morir
10. Más Allá de Toda Medida
11. La Autoridad Soberana
12. Por Encima de Todo
13. Demasiado Grande Para Comprender Plenamente
14. Presciencia Perfecta
15. Siempre el Mismo

Segunda Parte: Atributos Intransferibles de Dios


16. Dios es Espíritu
17. Maravilloso Amor
18. Sublime Gracia
19. Rico en Misericordia
20. Ira Temible
21. El Santo
22. Sabio Más Allá de Toda Descripción
23. Dios es Bueno
24. Generosidad Desatada
25. Equitativo, Justo y Recto
26. Celo Piadoso
27. Grande es Su Fidelidad
28. Lento en Perder la Paciencia
29. Grande es el Señor

Conclusión: Este es Nuestro Dios


Bibliografía
¡Dios mío, eres tan maravilloso,
Es Tu majestad tan
resplandeciente, Y Tu trono de
gracia hermoso,
En profundidades de luz ardiente!

¡Cuán maravilloso, cuán hermoso verte debe ser;


Tu interminable sabiduría, incalculable poder,
Y asombrosa pureza!
—Frederick William Faber

Porque este Dios es Dios nuestro


Eternamente y para siempre;
Él nos guiará
Aun más allá de la muerte.
—Salmo 48:14
Introducción
La existencia de Dios
es el fundamento de toda religión.
—Stephen Charnock

El hecho de la existencia de Dios significa que nosotros, como seres humanos, somos responsables. Si
hay un Creador y Sustentador Supremo, las criaturas son responsables ante Él. Daniel Webster, el
estadista americano, dijo que el pensamiento más profundo que tenía era el de su responsabilidad para
con Dios.
Si la evolución fuese verdad, no habría normas morales para la sociedad. Si fuésemos el
producto de una casualidad ciega, de una mezcla de moléculas al azar, nadie vería como algo malo las
guerras, los crímenes, los robos, o cualquier otro comportamiento antisocial. Nadie sería responsable
ante otra autoridad más alta.
El apóstol Pablo señala en Romanos 1 que todos saben que hay un Dios. Su existencia se
revela en la creación; la creación demanda un Creador, como un diseño demanda un diseñador.
También se revela en la conciencia; todos tenemos un conocimiento innato del bien y del mal. Las
obras que la ley requiere están escritas en nuestro corazón.
Los paganos no quieren retener al Dios verdadero en su conocimiento. Saben que el creer en
un Dios así pondría trabas a su estilo de vida, y por ello se vuelven a la idolatría. Se hacen imágenes
de personas, pájaros, animales, y reptiles, y les adoran. Ya que cada imagen sucesiva representa un
escalón menos en la escala de la creación, lo que ocurre es que se sienten cada vez menos
responsables de vivir de una manera limpia. Si su Dios es una serpiente, no importa realmente cómo
vivan. Esto aclara el estrecho lazo que hay entre la idolatría y la inmoralidad. Los ídolos hechos por
seres humanos no hacen demandas morales a los adoradores.
Todos llegamos a ser como lo que adoramos. Ya sea que adoremos al dinero, la humanidad
pecaminosa, los placeres carnales, las posesiones materiales, o imágenes talladas, comenzamos a
representarlas y nos hacemos como ellas. Por otro lado, cuanto más adoramos a Dios, más somos
transformados a Su imagen (2 Co. 3:18).
La creencia determina el comportamiento. Y ahí está la importancia de tener una visión
verdadera y correcta de Dios. Cuanto más altos sean nuestros pensamientos de Él, más exaltadas,
santas y gloriosas serán nuestras vidas.
Algunos de los atributos de Dios son únicamente Suyos. Estos son intransferibles, esto es,
que no pueden ser compartidos con nosotros. Por ejemplo, Dios es el único Omnipotente,
Omnisciente, y Omnipresente. Nosotros no seremos nunca inmutables o infinitos. Aunque los
creyentes vivirán para siempre, no son eternos, porque han tenido un comienzo. En la Primera Parte
trataremos estos atributos únicos e intransferibles.
Pero Dios también comparte algunos de Sus atributos, y a estos se les llaman atributos
transferibles. Trataremos de ellos en la Segunda Parte. Por supuesto, nunca podremos tener estas
cualidades en sus formas perfectas. Las nuestras siempre serán reflejos débiles y pálidos de las Suyas.
Pero nosotros podemos amar, ser santos, y mostrar misericordia. Podemos ser justos y verdaderos, y
mostrar gracia y piedad. Y como podemos, debemos hacerlo. Así es como somos imitadores de Dios
(Ef. 5:1).
El propósito de nuestro estudio, entonces, no es meramente saber acerca de los atributos de
Dios, sino cultivar en nuestra vida cristiana diaria los que son compartidos o transferibles.
Ahora debemos ponernos a estudiar los atributos de Dios. Normalmente definimos a Dios
recitando Sus atributos. Por ejemplo: “Dios es Espíritu, infinito, eterno, e inmutable en Su ser,
sabiduría, poder, santidad, justicia, piedad, y verdad”.
Un estudio serio de las características de Dios, nos llevará inevitablemente a adorarle de una
forma más sincera, a confiar en Él más completamente, a servirle con más fidelidad, y a buscar el
conformarnos más a Él en todos nuestros caminos.
Primera Parte

Atributos
Únicos
de Dios

¿Quién como tú, oh Jehová, entre los dioses?


¿Quién como tú, magnífico en santidad,
Terrible en maravillosas hazañas, hacedor de
prodigios?
—De la Canción de Moisés
(Éx. 15:11)
—1—

Un Dios Verdadero
Oye, Israel: Jehová nuestro Dios,
Jehová uno es.
—Deuteronomio 6:4

La Biblia enseña que hay uno, y sólo un Dios verdadero. Éste es el Dios que se reveló a Abraham y a
sus descendientes. Pero también era conocido desde el principio por aquellos que se opusieron al
politeísmo y la idolatría.
El concepto moderno acerca de esto es que la gente creía en muchos dioses, y que sólo
gradualmente, debido al impacto de los profetas hebreos, llegaron a creer en el monoteísmo. La Biblia
enseña todo lo contrario: desde el mismísimo comienzo Dios reveló que Él es uno —y el único Dios
verdadero.
El versículo que encabeza este capítulo es el credo del judaísmo, el Shema (se pronuncia
sh’MAH); quiere decir “oír” en hebreo, y es la primera palabra del credo.
Cuando decimos que Dios es uno, decimos que es un ser espiritual puro, que no está
compuesto por partes como nosotros (espíritu, alma, y cuerpo).i De todas maneras, al decir que Dios
es uno, debe señalarse que en el hebreo hay dos palabras para describir unidad; una sugiere la unidad
numérica absoluta, y la otra es un tanto parecida a nuestra palabra unidad. La segunda es la que se usa
para Dios.ii
Los versículos del Antiguo Testamento que subrayan la unicidad y unidad de Dios incluyen
las siguientes palabras de la bendición del rey Salomón en la dedicación del templo: “A fin de que
todos los pueblos de la tierra sepan que Jehová es Dios, y que no hay otro” (1 R. 8:60). Y uno de los
profetas menores predice:

Y Jehová será rey


sobre toda la tierra.
En aquel día Jehová será uno,
y uno su nombre (Zac. 14:9).

Dios es único. Él es uno —el único. Nadie debe compartir Su gloria; ni un arcángel, ni la
Virgen María, ni ningún santo, profeta o apóstol.
El Nuevo Testamento continúa el monoteísmo absoluto del Antiguo Testamento, tal como lo
indican los siguientes versículos.
Marcos 12:29-30 muestra que Cristo consideraba el Shema como el fundamento de la
verdadera religión, al igual que Sus compatriotas judíos: “Jesús le respondió: El primer mandamiento
de todos es: Oye, Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es. Y amarás al Señor tu Dios con todo
tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas”.
En Juan 17:3, en la oración sumosacerdotal de nuestro Señor, Él menciona la unidad del único
Dios verdadero en relación con el hecho de que Él envió a Su Hijo, y que la vida eterna consiste en
conocer a Dios a través de Cristo. Esto se hace por fe, tal como lo enseña el resto de la Biblia. (Ver,
por ejemplo, Gn. 15:6 y Ef. 2:8-9).
Respecto a la multitud de los dioses falsos del mundo, el apóstol Pablo escribe:

Acerca, pues, de las viandas que se sacrifican a los ídolos, sabemos que un ídolo nada
es en el mundo, y que no hay más que un Dios. Pues aunque haya algunos que se
llamen dioses, sea en el cielo, o en la tierra (como hay muchos dioses y muchos
señores), para nosotros, sin embargo, sólo hay un Dios, el Padre, del cual proceden
todas las cosas, y nosotros somos para él; y un Señor, Jesucristo, por medio del cual
son todas las cosas, y nosotros por medio de él (1 Co. 8:4-6).

Al ser verdad que sólo hay un Dios verdadero, ahora que el Salvador ha venido al mundo,
necesitamos conocer a Dios el Hijo para alcanzar al Padre: “Porque hay un solo Dios, y un solo
mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre” (1 Ti. 2:5). Este versículo también corta a los
intercesores tales como Miguel el arcángel, San José, la Virgen María, y cualquier otro santo.
Las religiones organizadas tales como el judaísmo, el cristianismo, y el islam iii enseñan el
monoteísmo, que sólo hay un Dios. Esto es bueno, pero no suficiente. Santiago nos dice claramente:
“Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan” (Stg. 2:19).
La verdadera relación que debemos tener con el único Dios verdadero se expresa en estas
líneas inspiradas en el antiguo Shema hebreo:

Jehová nuestro Dios es un Señor;


No tenemos muchos dioses;
Es uno e indivisible,
Único en majestad.

Debemos amarle con todo el corazón,


Y con toda nuestra alma adorar,
De la mente y las fuerzas darle lo mejor
¡Y alabarle siempre sin cesar!

Notas
—2—

Tres Personas
en Una
Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos
en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo;
enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado;
y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.
—Mateo 28:19-20

Las palabras de despedida del Señor Jesús que acabamos de leer muestran que la fórmula bautismal
que señala oficialmente a un creyente como cristiano e identifica a la persona con la iglesia, que es el
cuerpo de Cristo, es trinitaria. Esto significa que la fórmula reconoce que Dios es una Trinidad o, más
precisamente, una triunidad.
Pero, ¿qué significa decir que nuestro Dios es triuno o una Trinidad?
Una cosa es cierta: ¡no significa que los cristianos adoran a tres dioses (triteismo)! Algunos
antitrinitarios han hecho esta afirmación. Tal como hemos visto, nuestro Dios es uno. Pero también es
tres. ¿Cómo puede Dios ser uno y tres a la vez? La respuesta es que Él es uno de una manera diferente
a la que Él es tres. En Su esencia, definitivamente Dios es uno. Sólo hay un Dios. Pero éste Dios
subsiste o existe en tres personas; hay tres entidades distintas en la Trinidad.
Tampoco significa que Dios sea uno pero meramente se manifiesta de tres modos o maneras
en tiempos diferentes. Algunos falsos maestros han dicho que el Padre es el Hijo y que el Hijo es el
Espíritu Santo. Esta herejía se llama modalismo, de la noción de que un Dios meramente aparece en la
historia bajo tres modos diferentes.
Algunos que se oponen a la Trinidad (casi todas las sectas) señalan que la palabra Trinidad no
aparece en la Biblia. Por supuesto. Ni tampoco aparecen en la Biblia otros términos teológicos útiles
que representan enseñanzas bíblicas (Por ejemplo, milenio, nacimiento virginal, seguridad eterna). Lo
importante es que, la verdad acerca de la Trinidad, sí que se enseña en la Palabra de Dios. La palabra
Trinidad es simplemente la derivación en español del término latino trinitas, acuñada en el tercer
siglo. Una palabra tal como triunidad (tres en uno) hubiese sido aún más precisa, pero es demasiado
tarde para alterar un término que ya lleva diecisiete siglos en uso.
El Antiguo Testamento, como hemos visto, acentúa la unidad de Dios. Aun así, de todas
maneras, la palabra hebrea para uno, que se usa para Dios, no significa una unidad absoluta, numérica,
y solitaria, sino algo unido. La razón por la que Dios subrayó Su unidad a Su pueblo en el Antiguo
Testamento, creo yo, es porque los israelitas estaban rodeados por todos lados de idólatras gentiles
politeístas. Antes de que pudiesen aprender la verdad de la triunidad de Dios, tenían que tener buena
base en Su unidad y espiritualidad. Sólo después de la cautividad en Babilonia, fue curado Israel de ir
en pos de muchos dioses de los paganos.
El primer versículo de la Biblia: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Gn. 1:1),
da por lo menos una pista, en el original hebreo, de la triunidad de Dios. Aquí, la palabra que se usa
para Dios es Elohim, un nombre masculino plural que en un contexto pagano se traduce “dioses”.
Pero el verbo que se traduce “creó” (bārā́ ) es un verbo masculino singular. No es normal tener un
nombre plural con un verbo singular. (En español sería algo así como “Ellos creó”). Muchos eruditos
alegan que Elohim es simplemente un plural de majestad. Pero, gramaticalmente, esto es imposible.
En todo caso, más tarde en Génesis, Dios habla de sí mismo como “Nosotros” y “Nuestra imagen”
(1:26; 3:22; 11:7). Aquí se encuentra fuertemente involucrada la pluralidad real de personas unidas
como un Dios.iv De todos modos, esta es la revelación que se desarrolla gradualmente a través de toda
la Biblia al ir progresando, hasta alcanzar el Nuevo Testamento, donde las tres personas de la Trinidad
están claramente reveladas.
Otra revelación en el Antiguo Testamento de la naturaleza de Dios que se conforma a la
enseñanza de la Trinidad es concerniente a las apariciones del Ángel (o Mensajero) del Señor (Jehová
o Yahvéh). Aparece a las personas en forma humana, y se le reconoce como a Dios. Por ejemplo,
Agar le vio y le identificó como el Dios que le veía (Gn. 16:7-14). A Moisés, en el pasaje tan crucial
de la zarza ardiendo (Éx. 3:2-6), el mismo Ángel del Señor se le aparece como Dios. Y más tarde,
Dios habla de mandar “Mi Ángel” delante de Su pueblo (Éx. 33:2-3). Oseas también escribe de
Jacob que
“luchó con Dios. Sí, luchó con el Ángel” (Os. 12:3-4, BAS, énfasis añadido).
¿Cómo puede el Ángel del Señor ser Dios y Su Mensajero al mismo tiempo? Si Dios fuese un
ser absolutamente unitario numéricamente, sería imposible. Pero esta revelación se explica en la
doctrina de la Trinidad. Sin duda, el Ángel del Señor es Dios —Dios el Hijo en Su estado
preencarnado. Él es distinto a Dios Padre que le envía. Son personas separadas, pero junto con el
Espíritu Santo, ellos constituyen el único Dios verdadero.
También hay otros indicios de la Trinidad en el Antiguo Testamento. En la bendición
sacerdotal de Números 6:24-26, el nombre de “el Señor” (Jehová o Yahvéh) se repite tres veces. En
Isaías 6:3, los serafines daban voces el uno al otro, diciendo:

Santo, santo, santo,


Jehová de los ejércitos;
Toda la tierra está
Llena de su gloria.

Estos textos famosos no comprueban la realidad de la Trinidad, pero ciertamente se


complementan muy bien con esa verdad.
Un versículo destacable del Antiguo Testamento que merece ser mejor conocido por los
trinitarios, incluye a “Jehová el Señor” (el Padre), “Su Espíritu”, y el que fue “enviado” (“Yo”, esto
es, el Hijo):

Acercaos a mí, oíd esto:


Desde el principio no hablé en secreto;
Desde que eso se hizo, allí estaba Yo;
Y ahora me envió
Jehová el Señor, y Su Espíritu (Is. 48:16, énfasis añadido).

Nota que en esta cita el verbo está en singular, lo cual indica la unidad de las personas.
En el Nuevo Testamento, la revelación de la Santa Trinidad se hace bastante clara.
En el bautismo de nuestro Señor, estaban presentes las tres personas divinas:

Aconteció en aquellos días, que Jesús vino de Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en
el Jordán. Y luego, cuando subía del agua, vio abrirse los cielos, y al Espíritu como paloma
que descendía sobre él. Y vino una voz de los cielos que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti
tengo complacencia (Mr. 1:9-11).

El Hijo de pie en el Jordán, la presencia del Padre manifestándose por medio de la voz del cielo, y el
Espíritu mostrándose como paloma descendiendo sobre el Hijo de Dios, nos dejan ver a la Trinidad en
acción.
En Gálatas 4:4-6, vemos a las tres personas de la Trinidad trabajando juntas para nuestra
salvación:

Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido
bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la
adopción de hijos. Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su
Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!

Otros pasajes que muestran a las tres personas juntas incluyen 1 Corintios 12:3-6; Efesios 4:4-6; y 1
Pedro 1:2.
En Su famoso y bello Discurso del Aposento Alto, nuestro Señor revela alguna de las
relaciones entre las personas de la Trinidad. Dos versículos similares, pero que se diferencian un
poco, son Juan 14:26 y 15:26:

Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará


todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho (énfasis añadido).

Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el
cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí (énfasis añadido).
Debido a que la doctrina de la Trinidad es difícil de comprender, algunos eruditos de la Biblia
han usado ilustraciones de caracteres triples de la naturaleza. Realmente, la misma dificultad de la
doctrina muestra que no es una enseñanza humanamente inventada, sino que es una revelación divina
que debe recibirse por fe. A ninguna religión concebida meramente por humanos se le hubiese
ocurrido algo que parece tan ilógico.v
Un ejemplo bien conocido de intentar enseñar la Trinidad a través de la naturaleza es de
Patrick con el trébol para ilustrar el carácter de tres en uno de Dios. Quizás fue una ilustración
atractiva en su época, pero apenas sirve hoy en día.
Otras analogías naturales se basan en el espacio, materia, y tiempo. Generalmente el espacio
se ve como tridimensional en su medida: altura, anchura, y profundidad. La materia también ilustra el
concepto de tripartito, porque puede ser líquida, sólida o gaseosa. El agua es más común de estas
ilustraciones: líquido (agua), sólido (hielo), o gas (vapor). También el tiempo se divide en pasado,
presente, y futuro, y todos son tiempo.
Estos tríos en la naturaleza, aunque son inadecuados para ilustrar a Dios, al menos dan
testimonio indirectamente de la expresión de la deidad en la trinidad. Pero una de sus debilidades es,
que a todas les falta personalidad.
La persona, compuesta de espíritu, alma, y cuerpo (1 Ts. 5:23), es una analogía mejor. El ser
humano es una entidad compuesta de tres partes. Cuando Dios nos hizo a Su imagen, la naturaleza
tripartita fue quizás parte de ese significado.
Agustín de Hipona, en su erudita exposición de la Trinidad (De Trinitate), usó dos analogías
que son superiores a las ilustraciones naturales. Él no estaba del todo satisfecho con ellas, pero éstas
han sido de ayuda para muchos pensadores cristianos, así que detengámonos en ellas brevemente.
Una de las analogías es que la Trinidad es como Hablante, Hablado, y Hablando. El Padre,
que se presenta como el que envía, la fuente, y el iniciador en la Trinidad, es el Hablante. El Hijo es
Hablado. Esto encaja con Juan 1:1, donde Cristo es el Verbo, la expresión de los pensamientos de
Dios para el mundo. El Espíritu, el agente de la Trinidad activo sobre la tierra, especialmente ahora
que Cristo ha ascendido, está Hablando. A través de la Palabra que Él inspiró y a través de Sus agentes
humanos llenados por Él, sigue hablando al mundo de hoy en día. Y aún así, estos son uno
esencialmente, Hablante, Hablado, y Hablando.
La segunda analogía, aunque tiene sus fallosvi, es todavía más popular, y está basada en la
verdad de que “Dios es amor” (1 Jn. 4:8). Agustín, un brillante pensador, se preguntaba cómo podía
Dios amar, en la eternidad pasada, siendo que no había objeto al cual amar. El amor debe tener un
objeto, y el amor perfecto demanda amor por un objeto mutuamente amado. Por ejemplo, el esposo y
la esposa pueden amarse mucho mutuamente y ser felices en su amor. Pero cuando viene un hijo, el
fruto de su amor mutuo, su amor compartido hacia esta extensión de su amor es perfeccionada. En el
Nuevo Testamento, se enfatiza en el Padre como el que amó (el Amante); el Hijo es el Amado (“Mi
Hijo amado”); el lazo creativo y activo entre ellos se ve como el Espíritu (Amor).
La doctrina de la bendita Trinidad es una enseñanza únicamente cristiana. El judaísmo
moderno, el islam, y el cristianismo “liberal”, por no mencionar las sectas —tanto las antiguas como
las modernas— rechazan esta gran verdad. Cualquier grupo que niega la doctrina de la Trinidad está
fuera del redil del verdadero cristianismo. Desde los primeros días de la Iglesia, la comprensión
trinitaria de Dios ha sido el sello de la fe.
La Trinidad no es meramente teología; es como Dios se ha revelado —como es realmente—
“Dios en tres personas, bendita Trinidad”. Un dios unitario nunca podría satisfacer el ser tripartito de
la raza humana. Hemos sido hechos a la imagen de Dios. Parte de esta imagen, como hemos visto, es
trinitaria.
El poeta y predicador inglés, George Herbert, expresó de una manera exquisita estas verdades
en estas líneas poéticas:

Todo el mundo alrededor


No basta para llenar los tres rincones del corazón;
Pues aún anhela y ansia;
¡Tan sólo la Trinidad que le creó
Puede llenar el vasto triángulo del corazón humano!

Termino con otra clara referencia a la Trinidad en el Nuevo Testamento, de la pluma del
apóstol Pablo: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo
sean con todos vosotros. Amén” (2 Co. 13:14).
Notas
—3—

La Fuente de Vida
que no fue Creada
Porque como el Padre tiene vida en sí mismo,
así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo.
—Juan 5:26

Tal como lo muestran las palabras de nuestro Señor Jesús citadas anteriormente, el Dios trino es la
fuente de toda vida.
La eternidad de Dios está ligada con Su autoexistencia. Él no le debe Su existencia a nadie o
nada fuera de Él. Su vida no fue creada. No es nada que le fuera dado a Él. La fuente de Su existencia
está enteramente en Él mismo.
Esta cualidad de autoexistencia está involucrada en el mismo nombre de Dios: “YO SOY EL
QUE SOY” (Éx. 3:14).vii Aunque el nombre tiene muchos significados, incluye la verdad de que el ser
de Dios no tiene causa fuera de sí mismo.
La contemplación de la autoexistencia de Dios debería evocar alabanza y adoración. ¡Qué
Dios tan grande es Él! ¡Cuán indescriptibles son Sus excelencias! ¡Cuán intachable Su persona!
Al mismo tiempo, deberíamos ser agradecidos a la Fuente de vida, ya que ha escogido darnos
vida a nosotros. La vida es un don de Dios. Cada respiro es un don misericordioso de Su parte: “Él es
quien da a todos vida y aliento y todas las cosas...porque en él vivimos, y nos movemos, y somos”
(Hch. 17:25, 28). Seamos siempre agradecidos por la vida natural y, todavía más, por el don de la vida
eterna a través de Jesucristo, Señor nuestro.
Un popular himno medievalviii habla de la segunda persona de la Trinidad como la fuente de
toda vida o existencia:

Jesús, gozo de corazones amantes,


Fuente de Vida, Luz de los
hombres,
De la mayor felicidad que imparta la tierra,
A Ti de nuevo se vuelve insatisfecha el
alma.

Notas
—4—

El Señor
Autosuficiente
Ni es honrado por manos de hombres,
como si necesitase de algo;
pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas.
—Hechos 17:25

Nuestro Señor es completamente autosuficiente. No depende de nadie ni de nada fuera de sí mismo


para Su felicidad. Él no necesita nada de Sus criaturas.
En el Salmo 50:10-12, le oímos decir:

Porque mía es toda bestia del bosque,


Y los millares de animales en los collados.
Conozco a todas las aves de los montes,
Y todo lo que se mueve en los campos me pertenece.
Si yo tuviese hambre, no te lo diría a ti;
Porque mío es el mundo y su plenitud.

David reconoció la autosuficiencia de Dios: “Todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te


damos” (1 Cr. 29:14).
J. I. Packer escribe:

Dios era feliz sin el hombre antes que el hombre fuese creado; y hubiera seguido siendo feliz
si se hubiese limitado simplemente a destruir al hombre después que pecó; pero, tal como
están las cosas, ha derramado Su amor para con pecadores particulares, y esto significa que,
por Su propia y libre elección, ya no ha de conocer la felicidad perfecta y permanente mientras
no haya llevado al cielo a cada uno de ellos. En efecto, Dios ha resuelto que en adelante, y
para toda la eternidad, su felicidad estará condicionada por la nuestra. Así Dios salva, no sólo
para Su gloria, sino también para Su felicidad. Esto sirve en buena medida para explicar por
qué es que hay gozo (el gozo de Dios mismo) en la presencia de los ángeles cuando un
pecador se arrepiente (Lc. 15:10), y por qué habrá “gran alegría” cuando Dios nos presente sin
culpa en el día final en Su propia presencia sacrosanta (Jud. 24). Este pensamiento sobrepasa
el entendimiento y casi agota la fe, pero no cabe duda de que, según la Escritura, tal es el amor
de Dios.ix

La autosuficiencia de Dios es una doctrina que le glorifica en gran manera. Dios es espléndido
y majestuoso en Su independencia. Él contiene todo lo que necesita, y no recibe nada que antes no
haya dado. A. W. Tozer lo expresó bien:

Aunque todos los seres humanos quedasen repentinamente ciegos, el sol seguiría dando su luz
durante el día y las estrellas durante la noche, pues éstos nada deben a los millones que se
benefician de su luz. Así, aunque todo hombre sobre la tierra se volviese ateo, esto no
afectaría a Dios de ningún modo. Él es lo que es en sí mismo sin relación a ningún otro. Creer
en Él no añade nada a Sus perfecciones; dudar de Él no le quita nada.x

Esta doctrina nos reduce a nuestro tamaño correcto. Es un golpe mortal al orgullo humano.
Dios no nos necesita. No necesita nuestra ayuda. No necesita que le defendamos. No necesita nuestro
servicio. Cuando le damos algo, sólo le estamos dando de lo Suyo propio. Aunque Dios sí que busca
nuestra adoración, Él puede existir sin ella, y así lo hizo durante siglos. Oyendo cómo la gente habla
hoy en día, parece como si Dios fuese muy afortunado cuando se convierte una persona muy talentosa
y prominente. ¡Eso es un disparate arrogante! Todo el beneficio está en nuestro lado, no en el de Dios.
Pero aun así, Dios busca el tener comunión con nosotros. Como Jesús le dijo a la mujer
samaritana: “La hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en
espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren” (Jn. 4:23).
Y aunque seguimos insistiendo que Dios no necesita a Sus criaturas, un poeta puede hablar de
una necesidad divina y quedar impune:

¿Puede ser que en la gloria


Ante Él tuve un pensar:
Por el perdido Él ansiaba,
A quien con Su preciosa sangre llegó a comprar?
¿Y cuál fue Su necesidad que le hizo
bajar al árbol de maldición?
Aun más profunda que Su honda compasión
¡Oh, sublime pensamiento! fue Su necesidad de mí.

Annie Johnson Flint continua la paradoja del que es autoexistente, recordándonos que:

Cristo no tiene manos más que las nuestras


Para hoy hacer Sus obras;
No tiene pies más que los nuestros
Para llevar en Su camino a otros;
No tiene labios más que los nuestros
Para contar Su muerte a otros;
No tiene ayuda más que la nuestra
Para llevarles al lado Suyo.xi

Por supuesto, todo esto es licencia poética. Como resumen queda que Dios es autosuficiente,
y que no necesita a nadie ni nada fuera de sí mismo.
Nos regocijamos en la autosuficiencia de Dios. Aceptamos la verdad como absolutamente
imperativa si Dios es Dios. Quedamos asombrados y admirados ante Su independencia solitaria. Le
adoramos. Johann Scheffler destacó este maravilloso atributo:

Fuente de bien, toda bendición brota de Ti;


Tu plenitud no conoce necesidad;
Aparte de Ti, ¿qué más puedes
desear? Y autosuficiente como eres,
aún así Deseas Tú mi corazón nulo;
Sí, esto requieres; tan sólo esto.

Notas
—5—

Conocimiento
Sin Límite
Dios ... sabe todas las cosas.
—1 Juan 3:20

Dios es Omnisciente; Él tiene un conocimiento perfecto de todo. No hay nada que Él no sepa. Nunca
ha aprendido ni aprenderá nada. No basta con decir que Él podría saberlo todo si quisiera. ¡Es que lo
sabe todo! Siempre ha sido Omnisciente, y siempre lo será. A. W. Tozer escribió lo siguiente para
nosotros:

Dios conoce instantáneamente y sin esfuerzo alguno todas las cosas y cada una de ellas, todas
y cada una de las mentes, todos y cada espíritu, todo ser y cada uno de ellos, todas y cada una
de las criaturas, todas y cada una de las pluralidades, toda y cada ley, todas las relaciones,
todas las causas, todos los pensamientos, todos los misterios, todos los enigmas, cada
sentimiento, todos los deseos, el secreto más escondido, cada trono y cada dominio, todas las
personalidades, todas las cosas visibles e invisibles en el cielo y en la tierra, movimiento,
espacio, tiempo, vida, muerte, bueno, malo, cielo e infierno.xii

Uno de los pasajes claves en cuanto a la omnisciencia de Dios es el Salmo 139:1-6:

Oh Jehová, tú me has examinado y conocido.


Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme;
Has entendido desde lejos mis pensamientos.
Has escudriñado mi andar y mi reposo,
Y todos mis caminos te son conocidos.
Pues aún no está la palabra en mi lengua,
Y he aquí, oh Jehová, tú la sabes toda.
Detrás y delante me rodeaste,
Y sobre mí pusiste tu mano.
Tal conocimiento es demasiado maravilloso para
mí; Alto es, no lo puedo comprender.

Cuando el salmista considera el infinito conocimiento del Señor, queda impresionado por lo
que podría llamarse sobrecarga de sentidos. No puede concebir tal conocimiento; es demasiado
sublime.
El Señor Jesús dio una visión consoladora de la omnisciencia de Dios cuando señaló que ni un
gorrión cae al suelo sin que nuestro Padre lo sepa (Mt. 10:29). H. A. Ironside lo puso de una manera
muy vívida: “Dios asiste al funeral de cada gorrión”. ¡Fíjate! Al Dios de las galaxias y de las
supernovas le interesa aun el aparentemente insignificante gorrión. Y, ¡cuánto más cuida Él de Su
pueblo! M. B. Denison puso en verso esta verdad:

De las trascendentes maravillas de Dios,


De entre todas ellas, esta veo yo:
Que el Dios de tal infinita grandeza
Cuide de los gorriones —y también de mí.

En Romanos 11:33-36, Pablo habla con entusiasmo del conocimiento de Dios:

¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son
sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién
fue su consejero? ¿O quién le dio a él primero, para que le fuese recompensado? Porque de él,
y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén.
El escritor del libro de Hebreos nos recuerda que “todas las cosas están desnudas y abiertas
a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (He. 4:13).
Es embargador el pensar en todo el conocimiento de Dios. En nuestra generación, hemos sido
testigos de una enorme explosión de conocimiento. Aparecen libros en una interminable procesión,
acerca de ciencia, literatura, filosofía, geografía, historia, y de cualquier otra esfera. Nuestras
bibliotecas están inundadas. Ha surgido la especialización. Los expertos sólo son hábiles en un
pequeño campo; no pueden desear el llegar a cubrir toda la gama. Pero Dios tiene pleno conocimiento
de todo, en el cielo y en la tierra, y Él reparte este conocimiento a las personas. Siempre que Él lo
hace, estas personas son aclamadas como descubridores.
Pero aún queda mucho que nosotros no conocemos. Aunque podemos llegar a la luna, no
podemos comprender cómo puede volar una abeja. Aunque podemos trasplantar corazones humanos,
no podemos curar un resfriado común. Podemos conquistar el espacio exterior, pero no podemos
conquistar el interior. Podemos hacer guerra, pero no podemos hacer paz. Sabemos tanto, pero
sabemos tan poco. Para Dios no hay misterios, ni problemas sin solución, ni rompecabezas.
Y lo que es verdad en cuanto a Dios el Padre también es verdad de Dios el Hijo. Aun como
hombre sobre la tierra, la segunda persona de la Trinidad era Omnisciente. Cuando una mujer tocó el
borde de Su manto, Él sabía que había sido un toque de fe y no de la multitud que le apretaba (Lc.
8:43-48). Él sabía exactamente dónde estaban los peces en el mar de Galilea (Jn. 21:6). Sabía lo que
pensaba la gente (Mt. 9:4). Conocía el carácter y la historia de aquellos con los que se encontraba (Jn.
1:47; 4:16-18). Podía predecir el futuro, incluyendo Su propia traición, negación, crucifixión,
resurrección, ascensión, y Su futura venida (Jn. 13:11; Mr. 14:30; Lc. 9:22; Jn. 14:2-3). Los discípulos
estaban convencidos de que Él lo conocía todo (Jn. 16:30).
Es cierto que hay algunos versículos que parecen decir que Su conocimiento estaba limitado.
Por ejemplo, Lucas dice que Jesús “crecía en sabiduría y en estatura” (Lc. 2:52). ¿Cómo puede Uno
que tiene perfecto conocimiento crecer en sabiduría? Y Marcos indica que Jesús no sabía el tiempo de
Su segunda venida (Mr. 13:32). ¿Cómo es posible si Él era Omnisciente?
Aquí nos encontramos cara a cara con el misterio de la Encarnación: “Grande es el misterio
de la piedad: Dios fue manifestado en carne” (1 Ti. 3:16). Cómo puedan coexistir la deidad y
humanidad en una persona, queda más allá de nuestro entendimiento. Por ejemplo: Sabemos que Dios
no puede morir, y sabemos que Jesús es Dios. Y Jesús murió. ¿Cómo puede ser? Es un misterio. Hay
un sentido que no podemos comprender en la persona de Cristo; sólo el Padre puede conocerle (Mt.
11:27). Muchas de las herejías más graves han surgido como resultado de teólogos que han intentado
resolver el misterio. Lo único que han conseguido ha sido robarle de Su deidad, Su humanidad, o
ambas.
Pero nosotros sabemos que, aunque Él se despojó de Su posición en el cielo para ser hombre,
nunca se despojó de los atributos de deidad. No fue Dios menos algunos de Sus atributos; eso sería
imposible. Más bien, fue Dios más humanidad. No dejó a un lado la gloria de deidad; al contrario,
cubrió esta gloria con un cuerpo de carne. Si un príncipe deja el palacio real para ir a vivir en los
barrios bajos, su posición ha cambiado, pero él sigue siendo la misma persona. Puede despojarse de su
lugar privilegiado y velar su verdadera identidad, pero no puede despojarse de su personalidad. Así
fue con el Señor Jesús. No consideró Su posición con el Padre en el cielo como algo a que aferrarse a
todo coste. En lugar de esto, bajó a este planeta en forma de hombre para poder morir por la raza
humana. Pero Él nunca cesó de tener pleno conocimiento de todas las cosas.
Por lo tanto, si un par de versículos parecen indicar que Su conocimiento estaba limitado,
reconocemos la dificultad, pero rechazamos cualquier explicación que niegue Su perfecta
omnisciencia en todo momento. Nos aferramos a la verdad de que “en él habita corporalmente toda
la plenitud de la Deidad” (Col. 2:9), y esto significa que Él siempre poseyó todos los atributos de la
deidad. Él siempre tuvo perfecto conocimiento de todas las cosas.
Este atributo de Dios debería tener un profundo efecto en nuestras vidas. ¡Cómo debemos
honrar al Señor mientras meditamos en las dimensiones infinitas de Su conocimiento! ¡Cómo
debemos cantar Sus alabanzas!
El hecho de que Dios lo conoce todo debe prevenir el pecado. Ya que no existe cosa tal como
un pecado secreto, nunca debemos intentar engañarnos a nosotros mismos pensando que nadie lo
sabe. Como dice un refrán inglés: “El pecado secreto en la tierra es un escándalo abierto en el cielo”.
Dios lo sabe (Gn. 16:13). No podemos pecar y quedar impunes (Nm. 32:23). Al mismo tiempo, no
debemos pensar que Él es un ogro con el ceño fruncido, listo para saltar sobre nosotros ante cada
infracción. Antes bien, Él es un Padre amoroso y celestial, cuyos mandamientos han sido designados
para nuestro bienestar y felicidad, no para la Suya propia. Aquellos que piensan que Él es difícil de
complacer y austero, realmente no le conocen.
Pero también es tremendamente consolador el darse cuenta de que Dios sabe y conoce (Sal.
56:8). Él sabe por lo que Su pueblo está pasando —los sufrimientos, pruebas, persecuciones, dolores,
y fallos (Job 23:10): “El Varón de dolores tiene parte en cada punzada que desgarra el corazón”. El
Señor Jesús escribió a la iglesia en Esmirna: “Yo conozco tus obras, y tu tribulación, y tu pobreza”
(Ap. 2:9). Su “Yo conozco” expresa, en este caso,un mundo de simpatía y consuelo.
¡De cuánto ánimo es saber que Dios conocía todo acerca de nosotros, pero que aún así Él nos
salvó! Él sabía el fracaso que íbamos a ser, cómo íbamos a vagar lejos de Él y cómo íbamos a romper
Su corazón. Y aun con todo, Él echó Sus brazos de amor alrededor nuestro y nos justificó
gratuitamente por Su gracia.
Es grandioso darse cuenta de que Dios conoce la adoración y alabanza que sentimos por Él en
nuestros corazones pero que nos resulta imposible expresar con palabras. Y Él sabe lo que nos
gustaría hacer por Él, pero que por una u otra razón somos impedidos. Por ejemplo, David quería
construir un templo para el Señor. En efecto, el Señor dijo: “No, David, tú no puedes edificarlo —
pero no te preocupes, lo que había en tu corazón era bueno”. Indudablemente, David compartirá la
recompensa de edificar el templo, aunque realmente Salomón tuvo el privilegio. De la misma manera,
hay personas que les gustaría ir al campo misionero, pero no pueden. Hay cristianos generosos a los
que les gustaría dar más para la obra del Señor, pero no tienen más para dar. Dios conoce todo esto, y
recompensará el deseo.
Piensa en la magnitud del conocimiento de Dios —Él puede oír y entender la oración en
tantos idiomas diferentes. Sabemos de personas que han llegado a dominar distintas lenguas. Robert
Dick Wilson, un cristiano erudito de las Escrituras, aprendió sobre unas cuarenta lenguas extrañas y
antiguas para resolver mejor las dificultades del texto del Antiguo Testamento. Pero nadie, excepto
Dios, conoce todos los idiomas.
Al estudiar los atributos de Dios, deberíamos buscar el emular muchos de ellos —Su amor,
misericordia, y gracia, por ejemplo. Nunca llegaremos a aproximarnos a Su conocimiento, pero
debemos dedicarle a Él lo más excelente y lo mejor de nuestro poder intelectual. Debemos estar
creciendo siempre en el conocimiento de Dios, en el conocimiento del Señor Jesús, y en el
conocimiento de las Sagradas Escrituras.
Un último pensamiento respecto a la omnisciencia de Dios. Cuando Dios nos perdona, Él
olvida nuestros pecados. Los sepulta en el mar de Su olvido; Los echa detrás Suyo —tan lejos como
está el oriente del occidente. Nunca volverá a recordarlos. Ahora, ¿cómo puede olvidar un Dios
Omnisciente? Yo no lo sé, pero sé que lo hace. Aun si admitimos que Él olvida nuestros pecados en el
sentido de que nunca seremos juzgados por ellos, la verdad sigue siendo tan maravillosa como antes.
¡Cuán grande es Dios! Su grandeza es inalcanzable. Merece ser alabado en gran manera:

Porque este Dios es Dios nuestro


Eternamente y para siempre;
Él nos guiará
Aun más allá de la muerte (Sal. 48:14).

Él tiene un conocimiento completo de todo, de la manera en que lo expresó este escritor


anónimo:

Aunque infinitamente glorioso y gloriosamente grande,


La historia eterna de cada granito de arena Él conoce.

Nota
—6—

El Todopoderoso
¡El Señor nuestro Dios Todopoderoso reina!
—Apocalipsis 19:6

Cuando le llamamos a Dios el Todopoderoso, tenemos razón, porque Él tiene todo poder. No hay nada
que Él no pueda hacer. Él es el Señor Dios Omnipotente.xiii
No hay duda de que la omnipotencia de Dios es un tema favorito de los escritores de la Biblia.
Consideremos los siguientes, por ejemplo:

Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de mí y sé perfecto (Gn. 17:1).

¿Hay para Dios alguna cosa difícil? (Gn. 18:14).

Yo sé que tú puedes hacer todas las cosas, y que ningún propósito tuyo puede ser estorbado
(Job 42:2, BAS).

Una vez habló Dios;


Dos veces he oído esto:
Que de Dios es el poder (Sal. 62:11).

¡Oh Señor Jehová! he aquí que tú hiciste el cielo y la tierra con tu gran poder, y con tu brazo
extendido, ni hay nada que sea difícil para ti (Jer. 32:17).

Para Dios todo es posible (Mt. 19:26).

Porque nada hay imposible para Dios (Lc. 1:37).

Stephen Charnock escribió: “El poder de Dios es la capacidad y la fuerza por medio de las
cuales Él puede llevar a cabo todo lo que le plazca, todo lo que Su infinita sabiduría pueda dirigir, y
todo lo que la infinita pureza de Su voluntad pueda resolver”.xiv
Él puede edificarnos y darnos “herencia con todos los santificados” (Hch. 20:32). Él es
poderoso para hacer que abunde en nosotros toda gracia (2 Co. 9:8). “Puede también sujetar a sí
mismo todas las cosas” (Fil. 3:21). “Es poderoso para socorrer a los que son tentados” (He. 2:18).
“Puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios” (He. 7:25). Y Él “es
poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría”
(Jud. 24).
Cuando decimos que Dios puede hacer cualquier cosa, obviamente queremos decir cualquier
cosa que es coherente con Sus virtudes morales y con Su carácter esencial. Por ejemplo, Dios no
puede mentir (Nm. 23:19; He. 6:18). “Él no puede negarse a sí mismo” (2 Ti. 2:13). “No puede ser
tentado por el mal” (Stg. 1:13). No puede pasar por alto ni mirar con favor el pecado (Hab. 1:13). No
puede envejecer ni morir, pues es infinito e inmortal. No puede jurar por ninguno mayor que Él (He.
6:13), sencillamente porque no hay nadie mayor que Él. Pero estas limitaciones no afectan Su
omnipotencia en lo más mínimo. Ni tampoco le afectan preguntas necias tales como: “¿Puede Dios
crear una roca que pese más de lo que Él puede levantar?” Tales preguntas son pseudo-intelectuales,
absurdas y, por lo tanto, no merecen seria consideración.
El poder de Dios se ve en la creación del universo y de la raza humana. Él creó los cielos y la
tierra instantáneamente, de la nada, sin herramientas, por una palabra. Considera el poder que iluminó
los cielos con estrellas, planetas, y galaxias que se extienden en el espacio a billones de años-luz.
Considera el poder que crea el cuerpo humano en el vientre de la madre (Sal. 139:13-18). Y considera
el poder que mantiene unida la materia, el poder de Dios sustentando el universo (Col. 1:17; He. 1:3),
manteniendo los planetas en sus órbitas, preservando Sus criaturas, y contestando la oración.
Vemos la omnipotencia divina en inundaciones, incendios, terremotos, erupciones volcánicas,
tormentas, vientos, y olas. La vemos en la salvación del pecador, en la sanidad de enfermedades, en el
juicio de los malos.
Las personas miden el poder en megatoneladas, la fuerza explosiva equivalente a un millón de
toneladas de T.N.T. Pero el vocabulario humano no tiene ninguna palabra idónea para medir
adecuadamente el poder de Dios.
Cuando los santos del Antiguo Testamento meditaban en el poder de Dios, miraban hacia
atrás, al Éxodo, cuando Dios les sacó de Egipto “con mano fuerte, con brazo extendido” (Dt. 26:8).
En el Nuevo Testamento, la mayor actuación del poder divino fue dada en relación a la
resurrección de Cristo. Pablo habla de ella como “la supereminente grandeza de su poder para con
nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo,
resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales” (Ef. 1:19-20).
Parece como si Satanás y todos sus ejércitos hubiesen acampado alrededor de la tumba fuera de
Jerusalén, con la determinación de que el Señor Jesús nunca resucitara. Entonces Dios descendió con
poder asombroso, hizo retroceder a los ejércitos del infierno, y levantó a Cristo en vida de
resurrección. Esta escena está retratada vívidamente en el Salmo 18:7-19.
A veces se enseña que Jesús renunció a Su omnipotencia cuando vino a la tierra. O, que si no
renunció a ella, por lo menos nunca hizo uso de ella. La idea es que Él llevó a cabo todos Sus
milagros por el poder del Espíritu Santo.
Admito que hubo veces en las que Él escogió no hacer uso de Su poder. Por ejemplo, podría
haber destruido a Sus enemigos, pero Él no había venido con ese propósito. Él vino para salvar, no
para condenar. Y además, Él era moralmente perfecto, y, por lo tanto, no podía hacer nada que fuese
contrario a la voluntad de Su Padre (Jn. 5:19).
El hecho de que Él llevase a cabo Sus milagros por el poder del Espíritu Santo (Mt. 12:28) no
afecta Su omnipotencia, porque al mismo tiempo Él estaba sustentando el universo por la palabra de
Su poder (He. 1:3).
A veces Él hablaba de ejercitar Su propio poder. Él dijo: “Destruid este templo, y en tres días
lo levantaré” (Jn. 2:19, énfasis añadido). Y de nuevo, hablando de Su muerte y resurrección, dijo:
“Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino
que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar” (Jn.
10:17-18, énfasis añadido).
Jesús no se despojó de Su omnipotencia cuando vino a la tierra. A veces estaba oculta a la
vista humana, pero siempre estaba activa, creando, sustentando, proveyendo, guiando y anulando.
Nuestros corazones deberían llenarse de adoración y de temor del Señor cuando meditamos
en la omnipotencia de nuestro Señor. Nuestra tendencia es pensar en Su poder físico, pero no debemos
pasar por alto Su poder moral. E. Stanley Jones dijo: “El mundo está a los pies del Hombre que tenía
poder para devolver el golpe, pero que tenía poder para no devolver el golpe. Esto es poder —el poder
sin igual”. Él tenía poder para llamar a doce legiones de ángeles, pero el Omnipotente no podía
salvarse a sí mismo si quería libertar a los pecadores; como señala Albert Midlane:

A sí mismo Él no se podía salvar,


En la cruz tenía que morir,
O misericordia no podría venir
A los que arruinados eran en pecar;
Cristo, el Hijo de Dios, debía sangrar
Para del pecado poderles librar.

Hay lecciones muy prácticas que deben aprenderse de la omnipotencia de Dios. La primera
lección es que un individuo no puede luchar con éxito contra Dios. Sería como un mosquito
intentando luchar contra un alto horno en una fundición: “No hay sabiduría, ni inteligencia, ni
consejo, contra Jehová” (Pr. 21:30).
La segunda lección es que aquellos que son amigos de Dios están en el lado de la
omnipotencia divina y, por lo tanto, en la parte ganadora. En cualquier tiempo puede parecer que las
olas estén en contra nuestra, pero la victoria es segura, porque la marea puede más que las olas. No
tenemos por qué temer a lo que otros puedan hacernos. No puede acontecernos nada que Su voluntad
no permita. Nosotros, los creyentes, somos inmortales hasta que nuestra obra esté terminada. Dios
puede controlar las emociones, el intelecto, y los deseos de nuestros enemigos, para que ellos no
puedan ni aun tocar un pelo de nuestras cabezas. En Éxodo 34:23, Dios mandó que todos los varones
de Israel asistiesen a las fiestas anuales en Jerusalén. Pero entonces ellos tendrían que dejar a sus
mujeres y niños desprotegidos de los ataques del enemigo. Entonces Dios hizo una promesa
excepcional en el versículo 24: “Ninguno codiciará tu tierra, cuando subas para presentarte delante
de Jehová tu Dios tres veces en el año”. Tan sólo un Dios Omnipotente puede garantizar el control de
las voluntades de Sus enemigos.

Otra lección que nosotros, como creyentes, debemos aprender, es que nunca seremos
omnipotentes. No podemos compartir este atributo de Dios. Pero Dios ha hecho que Su poder esté
disponible para nosotros, por lo menos en alguna medida. No tenemos por qué arrastrarnos cuando
podemos volar. Si vivimos por nuestras propias fuerzas, nunca nos levantaremos por encima de la
carne y la sangre. Pero si dejamos que Su Espíritu nos dé poder, nuestras vidas crepitarán con lo
sobrenatural.
Alguien dijo que nunca nos acercamos tanto a la omnipotencia como cuando oramos en el
nombre del Señor Jesús. Este testimonio es verdadero. Cuando oramos en el nombre de Jesús, es igual
que si el Señor Jesús estuviese haciendo las peticiones al Padre. Con esto en mente, ¡es asombroso
que no oremos más!
La última lección que quiero mencionar es que la omnipotencia de Dios sirve de consuelo y
ánimo a Su pueblo. ¡Qué consolación, saber que nuestro Dios todo lo puede, y que no hay nada
imposible para Él! Oswald J. Smith nos recuerda que, aunque Él no tiene problemas, Él puede
enfrentarse con cualquier problema que nosotros estemos afrontando:

Cualquier problema el Salvador puede resolver,


Los enredos de la vida Él puede deshacer.
No hay nada demasiado difícil para Él;
No hay nada que Jesús no pueda hacer.

Elisabeth Elliot dice de un lema que hay en la pared de una casa en China:

El sol se detuvo. El hierro flotó.


Este Dios es Dios nuestro eternamente y para siempre.
Él nos guiará aun más allá de la muerte.

Ella comenta:

Este Dios, el que, en respuesta a las oraciones de un hombre normal y corriente, detuvo el sol
en su recorrido, el Dios que suspendió Su misma ley de gravedad e hizo que flotase la cabeza
de un hacha, éste es al Dios al que yo vengo. Este Dios es en cuyas promesas confío Y ¿puede
Él echarme una mano cuando estoy en un aprieto? Cualquiera que sea el aprieto en el que me
encuentre, tan pronto como lo comparo con las circunstancias que rodeaban los milagros del
sol y del hacha, mis dudas parecen cómicas.xv

M. B. Denison fue movida a escribir este verso:

Grande es nuestro Señor; de gran poder.


Todas las cosas son sostenidas por Su
mano. A Su declaración se mueve el
universo,
O se detiene a Su más pequeño mandato.

IsaacWatts (1674-1748) proclamó el poder de Dios así:

Yo canto del gran poder de


Dios Que levantó los altos
montes, Extendió los mares
rebosantes E hizo los sublimes
cielos.
Canto de la sabiduría que ordenó
Que brille durante el día el sol;
A Su mandato la luna centellea,
Y le obedece toda estrella.
Notas

1. Omnipotente y Todopoderoso son sinónimos exactos; el primero viene del latín y el segundo es
anglo-sajón.

2. Stephen Charnock, The Existence and Attributes of God, pág. 364.

3. Elisabeth Elliot, A Slow and Certain Light, págs. 33-34.


—7—

En Todo
Lugar Todo el
Tiempo
¿A dónde me iré de tu Espíritu?
¿Y a dónde huiré de tu presencia?
Si subiere a los cielos, allí estás tú;
Y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás.
Si tomare las alas del alba
Y habitare en el extremo del mar,
Aun allí me guiará tu mano,
Y me asirá tu diestra.
—Salmo 139:7-10

Dios es Omnipresente. Está en todas partes a la vez. Él llena el cielo y la tierra.


En Jeremías 23:23-24, oímos al Señor decir:

¿Soy yo Dios de cerca solamente, ...


Y no Dios desde muy lejos?
¿Se ocultará alguno...en escondrijos
Que yo no le vea? ...
¿No lleno yo el cielo y la tierra?

Y está el versículo que nos resulta tan familiar: “Porque donde están dos o tres congregados
en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt. 18:20).
Éstas sólo son dos de las escrituras que nos enseñan que Dios está en todo lugar al mismo
tiempo. Él es ubicuo (del latín: ubique, presente en todas partes al mismo tiempo) e inescapable.
De todos modos, la omnipresencia de Dios no es lo mismo que el panteísmo. Éste iguala a
Dios a cosas, fuerzas, y leyes. El panteísmo (de pan, “todo”, y teísmo, “Dios”) dice que Dios está en
el árbol que hay enfrente de tu casa; por lo tanto, adora ese árbol. Otra forma de panteísmo dice que
hay muchos dioses (politeísmo), y que se debe adorar a todos ellos. La omnipresencia tan sólo se
aplica al único Dios verdadero. Él no puede ser confinado a una localidad geográfica. Él está en todas
partes, y nadie puede esconderse de Su presencia.
Un ateo escribió con tiza en una pared: “Dios no está”. Fue un niño y, quitando la palabra del
medio, hizo que se leyese: “Dios está”. John Arrowsmith contaba de un filósofo que no era creyente,
quien le preguntó: “¿Dónde está Dios?” El cristiano le respondió: “Déjame antes preguntarte, ¿dónde
no está Él?”xvi
Thomas Watson escribió: “El centro de Dios es todo lugar, Su circunferencia, ninguna”. xvii Y
George Swinnock añadió: “A Dios no se le encierra ni se le echa de ningún lugar”.xviii
Aunque Dios está presente en todos los lugares, no es aparente en todos ellos. Unas veces Su
presencia es más manifiesta que otras. A veces, tal como el poeta Robert Lowell dijo: “Detrás del
opaco desconocido, estaba Dios en la sombra escondido, a los Suyos vigilando y guardando”. Pero, ya
sea que le notemos o no, la verdad es que: Él está ahí.
Cuando recordamos que el Señor Jesús es Dios encarnado, nos encontramos con un problema;
¿Era Él Omnipresente durante Su ministerio en la tierra? ¿No se limitaba de una localidad a otra, ya
fuese Belén, Nazaret, Capernaum, o Jerusalén? La respuesta es una paradoja. Él estaba al mismo
tiempo en cualquiera de estos lugares; Ésl era Omnipresente. No dejó a un lado Su omnipresencia
cuando vino a la tierra. Más bien, Él se añadió el rasgo de estar presente corporalmente sólo en un
lugar a las vez. Fue así que Él podía estar en un lugar y sanar a una persona que estaba en otro lugar
(Mt. 8:13). Él podía estar en la tierra y seguir estando “en el seno del Padre” (Jn. 1:18). Podía
asegurarles a Sus discípulos que Él estaría siempre con ellos (Mt. 28:20), aunque sabía que ellos
serían esparcidos a diferentes lugares (Jn. 16:32).
Obviamente, a nuestras mentes les cuesta asimilar estas verdades aparentemente
contradictorias pero, como dijo Pascal, el gran matemático francés: “El corazón tiene razones que la
razón no sabe”. xix ¡Lo mismo pasa con la fe!
La doctrina de la omnipresencia de Dios no puede evitar el afectar nuestras vidas. Por
ejemplo, no podemos escondernos de Dios. Jonás intentó esconderse embarcándose hacia Tarsis, pero
el Señor estaba esperándole en el estómago del gran pez.
Rebelándose contra sus antepasados y ambiente cristiano, un joven dejó Irlanda para marchar
a los Estados Unidos. Más tarde, testificó que Cristo le estaba esperando en el puerto en el que
desembarcó en Nueva York. Poco después se convirtió. En su apreciado poema, el poeta inglés
Francis Thompson describe su esfuerzo fútil de huir de Aquel a quien él llamó “El Perseguidor del
Cielo”:

Huí de Él, por las noches y los días;


Huí de Él, bajo los arcos de los años;
Huí de Él, por los laberintos de los caminos
De mi propia mente, y en mis lágrimas
Me escondí de Él, bajo la continua risa.xx

Es decir: ¡intentó esconderse de Él! Pero, como muchos otros, se dio cuenta de que esto era imposible.
Dios estaba allí cuando Thompson quedó exhausto de su huida.
Pero la verdad tiene otra cara. Aunque la omnipresencia de Dios sirve como una advertencia
para el mundo en general, es también un enorme consuelo para Su pueblo. No importa cuáles sean las
circunstancias, Él está con ellos. Ha habido gente que me ha preguntado: “¿Dónde estaba Dios cuándo
sucedía todo lo de los campos de concentración?” Mi respuesta ha sido: “Dios estaba sufriendo con
Su pueblo en los campos”. Cuando pasan por el fuego y por el agua, Él está con ellos. Él nunca
abandona a aquellos a los que ama. Éstos nunca están solos.
El hecho de que Dios es Omnipresente debería motivarme a vivir en santidad. Él está en la
oscuridad de la noche. Él está allí, donde ningún ojo humano puede ver. Está allí, cuando estoy lejos
del hogar y de los que amo. Antes de hacer cualquier cosa, debería preguntarme: ¿Qué aspecto tiene
esto en Su presencia? Éste es el verdadero examen de toda nuestra conducta. Escuchemos las palabras
de H. C. Fish acerca de este tema:

¿Cómo podría salir de Tu


presencia, O de Tu Espíritu huir,
Si por arriba, abajo, y
alrededor, Existes en Tu
inmensidad?
Si escojo mi ruta arriba, al cielo,
Allí te encuentro, en día eterno.

Notas

1. El Golden Treasury of Puritan Quotations, compilado por I.D.E. Thomas, pág. 120

2. Ibid., pág. 119.

3. Ibid

4. El juego de la palabra razón en el original francés de Pascal: “Le coeur a ses raisons que la raison
ne connaît point”.

5. Francis Thompson, Poetical Works, pág. 89


—8—

El Rey Eterno
Señor, tú nos has sido refugio
De generación en generación.
Antes que naciesen los montes
Y formases la tierra y el
mundo,
Desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios.
—Salmo 90:1-2

Dios no tiene principio (Sal. 93:2) ni fin (Dt. 32:40; Sal. 102:27). Siempre ha existido, y siempre
existirá (Ap. 4:9-10). Por tanto, es correcto decir que la eternidad es el tiempo de la vida de Dios.
Nuestras mentes tienen que esforzarse para concebir la idea de un Ser que no haya sido creado.
Queremos preguntar: ¿Quién creó a Dios? Pero el concepto de la eternidad de Dios es demasiado
grande para nuestra comprensión. Nunca tuvo un comienzo, y nunca tendrá fin. Él trasciende al
tiempo.
La eternidad de Dios es “duración sin comienzo o fin; existencia sin vínculos ni dimensiones;
presente sin pasado o futuro. La eternidad de Dios es juventud sin infancia o vejez; vida sin
nacimiento ni muerte; hoy sin ayer o mañana”.xxi
Él es Rey eterno (Sal. 10:16; 1 Ti. 1:17), que reina para siempre (Sal. 66:7; 146:10) en un
reino eterno (Dn. 4:3, 34) desde un trono eterno (Lm. 5:19).
Abraham fue el primero en describirle como “el Dios Eterno” (Gn. 21:33).
Moisés habló de la eternidad de Dios: “El eterno Dios es tu refugio, y acá abajo los brazos
eternos” (Dt. 33:27, énfasis añadido).
Elihú añadió su alabanza:

He aquí, Dios es grande,


y nosotros no le conocemos,
Ni se puede seguir
la huella de sus años (Job 36:26).

Y David dijo de Él, “Jehová permanecerá para siempre” (Sal. 9:7).


Isaías habló del Señor como “Padre Eterno” (Is. 9:6), y Daniel le llamó “el Anciano de días”
(Dn. 7:9, 13, 22).
Quejumbrosamente, Habacuc le preguntó a Dios: “¿No eres tú desde el principio?” (Hab.
1:12).
Pablo mencionó “el Dios eterno” (Ro. 16:26).
El escritor de la epístola a los Hebreos citó lo que Dios el Padre le dijo al Hijo; “Tú
permaneces ... y tus años no acabarán” (He. 1:11-12).
Dios no vive en la esfera del tiempo, pero usa el lenguaje del tiempo para acomodarse a
nuestro entendimiento: “Mil años delante de tus ojos son como el día de ayer, que pasó, y como una
de las vigilias de la noche” (Sal. 90:4). Pedro nos recuerda que “para con el Señor un día es como
mil años, y mil años como un día” (2 P. 3:8). El Señor no cuenta el tiempo como nosotros lo hacemos.
Un escritor observa:

A Dios le importan más los eventos que el tiempo en el que éstos tienen lugar. En Su Palabra,
por ejemplo, Dios ignora más o menos 400 años que separaron la carga de Malaquías con el
nacimiento de Jesús. Pero ha dedicado sobre 25 capítulos a los eventos de la semana en la que
nuestro Señor murió. Dios no ve ni cuenta el tiempo de la misma manera que nosotros. Y
mucho menos es gobernado o limitado por el tiempo como lo somos nosotros.xxii

El pensar en la eternidad de Dios debería llevarnos a inclinarnos en adoración. Al hacer


retroceder nuestra mente al comienzo sin principio y arrojar nuestros pensamientos hacia Su
existencia sin fin, quedamos maravillados y adoramos. Cuando nos damos cuenta de que antes de que
ningún otro existiese, la Trinidad ya estaba allí —Padre, Hijo, y Espíritu Santo— quedamos absortos
en amor y alabanza.
La contemplación de la eternidad de Dios nos enseña por contraste cuán corta es nuestra vida
aquí en la tierra, y nos mueve a orar: “Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos
al corazón sabiduría” (Sal. 90:12). Hay cosas que podemos hacer para Dios aquí en la tierra, las
cuales no podremos hacer en el cielo. Deberíamos estar haciendo las obras del que nos ha enviado
mientras dura el día, pues “la noche viene, cuando nadie puede trabajar” (Jn. 9:4).
No es de extrañar que David orase:

Hazme saber, Jehová, mi fin,


Y cuánta sea la medida de mis días;
Sepa yo cuán frágil soy.
He aquí, diste a mis días término corto,
Y mi edad es como nada delante de ti;
Ciertamente es completa vanidad
todo hombre que vive (Sal. 39:4-5).

Isaac Watts declaró:

Antes que fuesen los collados,


Y la tierra en marco colocada,
Desde siempre Tú eres Dios,
El mismo por la edad eterna.

Notas

1. Citado por William Evans en The Great Doctrines of the Bible, pág. 35.

2. M. Horlock, The Eternal God, pág. 127.


—9—

Dios
no Puede Morir
Por tanto, al Rey de los siglos,
inmortal, invisible, al único y sabio Dios,
sea honor y gloria por los siglos de los siglos.
Amén.
—1 Timoteo 1:17

Dios no sólo es eterno, sino que también es inmortal. En general, estas dos palabras se usan
intercambiablemente pero, en realidad, tienen un significado distinto. Como hemos visto, Dios es
eterno porque no tiene principio ni fin de vida. Pero es inmortal porque no está sujeto a la muerte.
El Señor Jesús es inmortal. Pablo habla de Él como “el único que tiene inmortalidad, que
habita en luz inaccesible” (1 Ti. 6:16). Fue Él quien “quitó la muerte y sacó a luz la vida y la
inmortalidad por el evangelio” (2 Ti. 1:10). Las tres personas de la Trinidad son inmortales. Son la
fuente de la inmortalidad. Poseen esta cualidad de forma inherente, pero pueden ofrecerla y darla a
otros.
También la palabra incorruptible se usa para el Señor. No es exactamente lo mismo que
inmortal, pero están muy relacionadas. Significa que “no está sujeto a podredumbre o corrupción”.
Pablo describe a los hombres paganos, que cambian “la gloria del Dios incorruptible en semejanza
de imagen de hombre corruptible” (Ro. 1:23). Esto es, cambiando la adoración del Dios vivo y eterno
por un ídolo sin vida que se pudre.
He afirmado que Dios no puede morir. Y el Señor Jesucristo, que es Dios, murió. “Fue hecho
un poco menor que los ángeles,...a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de
Dios gustase la muerte por todos” (He. 2:9). Sería fácil eludir la dificultad diciendo que Él murió en
lo que concernía a Su naturaleza humana, pero que como Dios no podía morir. Esta respuesta no es
satisfactoria. No debemos intentar explicar la paradoja, separando la naturaleza divina de la humana
del Señor. Las dos naturalezas son inseparables. Es mejor dejar, sencillamente, la paradoja tal como
está. Dios no puede morir; Jesús es Dios; y aun así Jesús murió.
Los cuerpos de los creyentes, al igual que los de los demás en el tiempo presente, son
mortales y corruptibles. El espíritu y alma de los creyentes son inmortales. Cuando Cristo venga, los
creyentes recibirán cuerpos glorificados, que serán inmortales e incorruptibles (1 Co. 15:50-54).
Entonces la mortalidad será “absorbida por la vida” (2 Co. 5:4). W. E. Vine señala que esta última
expresión muestra que inmortal “significa más que inmortalidad, sugiere la calidad de vida
disfrutada”. W. Chalmers Smith (1824-1908) declara:

Inmortal, invisible,
Único y sabio Dios,
En luz inaccesible
Lejos de nuestros ojos,
El Bendito, Glorioso,
Anciano de Días,
Omnipotente e invicto,
Tu gran nombre alabo.
— 10 —

Más Allá
de Toda Medida
Pero ¿es verdad que Dios morará sobre la tierra?
He aquí que los cielos, los cielos de los cielos, no te pueden contener;
¿cuánto menos esta casa que yo he edificado?
—1 Reyes 8:27

Dios es Infinito. No hay forma de medir o calcular Su grandeza. No está atado a nada y es ilimitado.
Ninguna inteligencia creada puede comprenderlo. Su grandeza es inconcebible.
En Jeremías 23:24, el Señor mismo, pregunta retóricamente: “¿No lleno yo... el cielo y la
tierra?”
Lawrence escribió:

Adorar a Dios en verdad es reconocer... que Dios es lo que es, infinitamente perfecto,
infinitamente digno de ser adorado, infinitamente apartado del mal, y así con cada uno de los
atributos divinos. Lo que el hombre será, por más pequeña que pueda ser la razón que tenga,
¿quién será el que no vuelque toda su fuerza para rendir reverencia y adoración a tan gran
Dios?1

Quizás esto parezca una contradicción, pero mientras que Dios es Infinito en todos Sus
atributos, hay límites para algunos de ellos. Ya he mencionado que, aunque es Omnipotente, no puede
hacer nada malo. En otras palabras, Su poder está cercado por Su santidad. Debería notarse también
que Su misericordia no es inagotable. Su Espíritu no contenderá para siempre con los pecadores (Gn.
6:3). Así que nadie debe abusar del Señor.
Cuando pensamos en la infinidad del Señor, es bueno que recordemos cuán finitos somos
nosotros. Las Escrituras nos comparan a cosas tan transitorias como vapor, hierba, flores, viento,
lanzadera de tejedor... Un día estamos fuertes y tenemos salud. Después, invade nuestro sistema un
virus microscópico, y pronto estamos tan débiles que no valemos ni un duro. ¡Qué maravilloso que el
Infinito nos mirase con tan gran compasión, recordando que hemos venido del polvo! Él es digno de
todo lo que somos y tenemos.
Finalmente, aunque podamos reconocer que Dios es Infinito, desgraciadamente es posible que
asignemos límites a Su habilidad. Esto es lo que hizo Israel en el desierto: “Y volvían, y tentaban a
Dios, y provocaban al Santo de Israel” (Sal. 78:41; en algunas versiones provocaban se traduce
limitaban). A pesar de todos los milagros que Él había llevado a cabo con ellos, pronto olvidaron y
dudaron de Su sabiduría, amor y poder. Estas dudas son siempre un insulto a Su infinidad. L. A.
Bennett sólo tenía una alabanza para la infinidad de Dios:

¡Oh Infinito Redentor!


No pongo más excusas,
Es porque Tú me invitas,
Que me presento a Ti.
Y pues que Tú me
aceptas, Amo y adoro yo;
Así me constriñe Tu amor,
¡Te alabaré por la eternidad!

Nota

1. Citado por D.C. Egner en Nuestro Pan Diario, 6 de marzo, 1983.


— 11 —

La Autoridad
Soberana
Su dominio es sempiterno,
y su reino por todas las edades.
Todos los habitantes de la tierra son considerados como
nada; y él hace según su voluntad en el ejército del cielo,
y en los habitantes de la tierra,
y no hay quien detenga su mano,
y le diga: ¿Qué haces?
—Daniel 4:34-35

La cita del principio es apropiada especialmente por causa de quién lo dijo y cuándo se dijo. El autor
fue Nabucodonosor, el monarca absoluto del Imperio Babilónico. Fue al final del tiempo en el que
Dios le humilló por causa de su orgullo arrogante. Aun este rey gentil comprendió que el Señor es
supremo en el cielo y en la tierra, y no puede ser impedido ni tiene que dar cuentas a nadie.
Sí, nuestro Dios es Soberano; Él es el Gobernador Supremo del universo. Y como quien está
en completa responsabilidad, puede hacer lo que le plazca; y lo que le place es siempre bueno,
aceptable y perfecto. Para ponerlo bien sencillo, la doctrina de la soberanía de Dios le permite a Dios
ser Dios, y rechaza con vigor el intentar reducirle a nuestro nivel. Él está sobre todo, y puede hacer lo
que quiera sin dar explicaciones, sin pedir permiso, y sin disculparse.
Leemos de Su soberanía en Efesios 1:11: “En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido
predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad”.
Esta última oración es crucial— “el que hace todas las cosas según el designio de su voluntad”. Dice
que Dios hace lo que le place.
Isaías presenta al Señor así:

Que anuncio lo por venir desde el principio,


y desde la antigüedad lo que aún no era hecho;
que digo: Mi consejo permanecerá,
y haré todo lo que quiero (Is. 46:10).

Aquí Dios no está más que demandando la autoridad suprema.


La soberanía absoluta no estaría a salvo en las manos de nadie, excepto de Dios. Mientras sea
Él quien la ejercite, no hay peligro de tiranía o despotismo.
Para los creyentes, es maravilloso saber que Dios está sobre todo. Es una fuente de gran
consuelo el saber que no somos víctimas, peones de fuerzas cósmicas, a la merced del azar, sino que
estamos bajo Su control. Si el Gobernador Supremo está de nuestra parte, nadie puede oponerse a
nosotros con éxito (Ro. 8:31).
El sensible poeta inglés, William Cowper (1731-1800) nos enseña a recobrar confianza en la
verdad de la supremacía de Dios:

En sendas misteriosas,
Dios se mueve y Su poder
Se muestra en la oscuridad
Do brilla Su saber.

Medrosos santos, recobrad


Confianza y valor;
Las nubes que tanto teméis
Traerán bendición.
La soberanía de Dios es un tema apropiado de adoración. A nosotros no nos queda más que
postrarnos ante Él en homenaje, alabanza, y acción de gracias por este atributo maravilloso. J. Sidlow
Baxter nos da una meditación llena de adoración acerca de la soberanía del Hijo de Dios:

La maravilla que asombró a Isaías fue que el despreciado, desechado, humillado, golpeado,
herido, molido, que no se resistía, manso, humilde y sufriente, que él vio que cargaba con los
pecados, “llevado como cordero al matadero”, ¡era el mismísimo que hacía poco había visto
rodeado por resplandor celestial e irresistible, sentado en el relampagueante trono de gloria,
reinando en toda soberanía sobre todas las naciones y siglos! Su soberanía omnipotente que
podría aplastar un millón de estrellas alfa bajo Sus pies sin ni siquiera sentirlo. Esa soberanía
que con Su ardor de santidad consume el pecado, y que podría quemar toda la raza de
pecadores humanos extinguíendolos instantáneamente; esa soberanía eterna que gobierna
todos los mundos y todos los seres; ¡esa soberanía se encarna en la persona de Jesús,
desciende de aquel trono inefable de gloria, y cuelga de aquella sangrienta Cruz de criminales,
como el Cordero que quita el pecado del mundo!xxiii

Y si el Señor es la autoridad suprema, se da por supuesto que debemos someternos a Su


control. Él es el Alfarero y nosotros somos el barro. Sería ridículo que el barro dudara del Alfarero o
que se resistiese a la presión de Su mano. La única respuesta razonable es: “Moldéame y hazme según
Tu voluntad, mientras espero, rendido y quieto”.
Hay personas que tienen problemas con la elección soberana de Dios; esto es, con el hecho de
que Él ha escogido ciertos individuos en Cristo antes de la fundación del mundo (Ef. 1:4). Encuentran
difícil de compaginar esto con las muchas Escrituras que enseñan que todo el que quiera puede ir a Él.
El hecho es que la Biblia enseña la elección soberana y la responsabilidad humana. La verdad no se
encuentra entre los dos, sino en ambos extremos. Son verdades paralelas que sólo se juntan en el
infinito. La mente humana no puede compaginar la elección y la voluntad libre del hombre, pero
creemos en ambas porque la Biblia enseña las dos. Los problemas no están en la mente de Dios, sino
en la nuestra.
El hecho de que Dios haya escogido algunos para que se salven no quiere decir que haya
escogido al resto para que se pierdan. El mundo ya está perdido y muerto en el pecado. Si fuera
dejado en nuestras manos, todos seríamos eternamente condenados. La pregunta es: ¿Tiene Dios el
derecho de agacharse, coger un puñado de barro condenado, y sacar de él una bella vasija? Por
supuesto que sí. C. R. Erdman dijo, en correcta perspectiva: “La soberanía de Dios nunca se ejercita
en condenar hombres que debieran ser salvos, sino más bien ha resultado en la salvación de hombres
que debieran perderse”.xxiv
La única manera en la que podemos saber que estamos entre los escogidos es confiando en
Jesucristo como Señor y Salvador (1 Ts. 1:4-7). Dios tiene a las personas por responsables de aceptar
al Salvador por un acto de la voluntad. Al reprobar a los judíos que no creían, Jesús culpó la voluntad
de ellos. Él no dijo: “No podéis venir a mí porque nos sois escogidos”. No, sino que dijo: “No queréis
venir a mí para que tengáis vida” (Jn. 5:40, énfasis añadido).
La verdadera pregunta del creyente no es: ¿Tiene el Dios Soberano el derecho de escoger
personas para que sean salvas? Sino que más bien es: ¿Por qué me escogió Él a mí? Esto debería
hacernos adoradores por toda la eternidad.
Hay otra pregunta que surge a veces en cuanto a la soberanía de Dios: ¿Por qué permitió el
pecado? Si Él es la Autoridad Suprema, por qué permitió todos los estragos que han venido como
resultado de la criminalidad de Sus criaturas? Quizás lo que sigue sea por lo menos parte de la
respuesta:
Cuando Dios decidió crear a los ángeles y a los seres humanos con libertad de elección,
necesariamente afrontó la posibilidad de que ellos podrían rebelarse contra Él. Por supuesto, podría
haberlos creado sin libre abeldrío. Podría haberles hecho como robots, que estuviesen inclinándose
ante Él a cada momento. Pero a Dios le da más gloria que Sus criaturas le amen y le adoren porque
quieran hacerlo.
Como sabemos, Satanás decidió rebelarse contra Dios en el cielo, y después le desobedeció en
la tierra, trayendo una inundación de enfermedad, dolor, tragedia, y muerte. Pero Dios no es derrotado
ni burlado. Puso en movimiento todo el maravilloso plan de redención. Como resultado de la obra de
Cristo consumada en la cruz, Dios tiene más gloria y los creyentes más bendición, que si Adán nunca
hubiese pecado. Estamos mucho mejor en Cristo que como hubiésemos podido estar en un Adán que
no hubiese caído. Como alguien dijo: “En Cristo, los hijos de Adán ostentan más bendiciones que las
que su padre perdió”. De esta manera, Dios siempre tiene la última palabra. Si el pecado entra en Su
perfecta creación, Él no es frustrado, sino que sobreabunda por encima de ello.
La soberanía es un hermoso atributo de Dios. Nunca lo temas. Descansa en él. Disfrútalo.
Adora a Dios por ello. Y déjale ser Dios, diciendo con el poeta anónimo:

Reina, guía, manda en todo,


Millones de mundos de luz gobierna;
Ya exaltado, ya humillado,
¡No hay quien Tu poderosa mano resista!
Tu sabiduría y poder veo
Unirse en Tu gracia soberana.

Notas

1. J. Sidlow Baxter, The Master Theme of the Bible: Grateful Studies in the Comprehensive
Saviorhood of Our Lord Jesus Christ, pág. 80.

2. Charles R. Erdman, The Epistle of Paul to the Romans, pág. 109.


— 12 —

Por Encima de Todo


Porque así dijo el Alto y Sublime,
el que habita la eternidad,
y cuyo nombre es el Santo:
Yo habito en la altura y la santidad,
y con el quebrantado y humilde de espíritu.
—Isaías 57:15

Dios es exaltado por encima de todo el universo. Él sólo es eterno, infinito, autoexistente,
autosuficiente, inmutable, todopoderoso, omnisciente y omnipresente. Estos atributos le sitúan más
allá de los límites de la existencia material. Él tiene Su ser aparte de Su creación:

Tuya es, oh Jehová, la magnificencia


Y el poder, la gloria,
La victoria y el honor;
Porque todas las cosas
Que están en los cielos y en la tierra son tuyas.
Tuyo, oh Jehová, es el reino,
y tú eres excelso sobre todos.
Las riquezas y la gloria proceden de ti,
Y tú dominas sobre todo;
En tu mano está la fuerza y el poder,
Y en tu mano el hacer grande
Y el dar poder a todos (1 Cr. 29:11-12).

Jehová Dios de nuestros padres, ¿no eres tú Dios en los cielos, y tienes dominio sobre todos los reinos
de las naciones? ¿No está en tu mano tal fuerza y poder, que no hay quien te resista? (2 Cr. 20:6).

Vemos la trascendencia de Dios no sólo en la manera en que Él rechaza y anula el pecado,


sino también en cómo lo aprovecha para llevar a cabo Sus propios propósitos. Él permitió que Satanás
y sus representantes crucificasen al Señor de la gloria, pero por medio de esta muerte condenó a
Satanás y trajo salvación a millones (Hch. 2:23; 1 Co. 2:8).
Permitió que Job sufriese más pérdida de la que nadie ha sufrido en un sólo día, pero vindicó
Su propio nombre, silenció al diablo, recompensó a Job con el doble, y dejó a las generaciones
venideras un libro que les conforta en tiempos de adversidad.
Permitió que los hermanos de José le vendiesen a Egipto, pero Él levantó a José para que
fuese el salvador de su pueblo. Ellos pensaron mal contra su hermano, “mas Dios lo encaminó a
bien,...para mantener en vida a mucho pueblo” (Gn. 50:20).
Cuando Jesús sanó al hombre que había nacido ciego, los líderes religiosos le expulsaron de la
sinagoga (Jn. 9:34). Eventualmente, Jesús le hubiese sacado del rebaño del judaísmo (Jn. 10:3). Así
que, ellos simplemente consiguieron hacer lo que el Señor hubiese hecho de todas maneras.
Los enemigos del evangelio echaron a Pablo en la cárcel, pero de la cárcel salieron cartas xxv
que son ahora una parte importante de la Palabra inspirada de Dios.
Un aprecio adecuado de la trascendencia del Señor nos librará de entretener pensamientos
pequeños acerca de Dios. Nos librará de Su reproche: “Pensabas que de cierto sería yo como tú”
(Sal. 50:21). Y también nos evitará del reproche de Lutero a Erasmo: “Tus pensamientos acerca de
Dios son demasiado humanos”.
La fe superficial de nuestros días puede atribuirse en gran parte al hecho de que los creyentes
tienen un visión de Dios muy baja. Hemos dejado de morar en la intimidad del Altísimo, y hemos
dejado de estudiar las excelencias morales del Señor. Esto ha conducido a la presunción e ignorancia,
en la que nos hemos exaltado a nosotros mismos y a nuestros logros, olvidando que nada tenemos y
nada podemos hacer a menos que nos sea dado de arriba. Nuestra teología se ha vuelto centrada en
nosotros mismos, en lugar de estar centrada en Dios.
Malcolm Davis dice:

En un nivel práctico, la verdad de la trascendencia de Dios anima a la fe que no duda a


obedecer la Palabra de Dios en todo tiempo (aun cuando no hay evidencia de su cumplimiento
y desánimo positivo de hacerlo), en la convicción de que Él cumplirá, y que recompensará la
obediencia a ello en Su propio tiempo y a Su manera. El aceptar con gozo todos los tratos de
Dios hacia nosotros, aun en las pruebas, malos entendidos, persecuciones, aunque no los
entendamos en ese momento, engendran una paciente humildad; simplemente confiamos en
que Él vindicará al final, y nos bendecirá como pueblo Suyo que somos, por causa de Su
propio Nombre.xxvi

Cuando descuidamos el estudio de nuestro Dios trascendente y de Sus virtudes superlativas,


lo que hacemos es perjudicarnos tremendamente a nosotros mismos.
Dios el Hijo, quien antes de la Encarnación era trascendente en gloria, bajó a esta tierra, a lo
más bajo, como un esclavo, muriendo la ignominiosa muerte de la cruz (Fil. 2:5-11). Pero cuando Su
obra fue consumada, Él se levantó de la muerte, ascendió al cielo, y ahora, trascendente, está sentado
en el trono del Padre. Un poeta, cuyas iniciales son H. E. G., escribió:

¡Por encima de todo! ¡Sí, por encima de todo!


Por encima de todo, Jesús el Crucificado.
Humillados a Sus pies, caemos adorando,
Pues por encima de todo Dios ya le ha exaltado.

Notas

1. Las cartas (epístolas) desde la prisión fueron: Efesios, Filipenses, Colosenses, y Filemón.

2. The Trascendence of God, pág. 76.


— 13 —

Demasiado Grande
Para Comprender Plenamente
¿Descubrirás tú los secretos de Dios?
¿Llegarás tú a la perfección del Todopoderoso?
Es más alta que los cielos; ¿qué harás?
Es más profunda que el Seol; ¿cómo la conocerás?
Su dimensión es más extensa que la tierra,
Y más ancha que el mar.
—Job 11:7-9

Dios es más grande que lo que nuestras mentes alcanzan comprender. Es más grande que los
intelectos más agudos, más grande que los mejores razonamientos humanos. No puede ser sondeado
ni medido por ningún ser creado.
Stephen Charnock dijo: “Es visible que Dios es. Es invisible lo que Dios es”. Y Richard
Baxter observó, “Puedes conocer a Dios, pero no puedes comprenderle”.
Podemos saber que Dios ha escogido revelarse en la creación, en la providencia, en la
conciencia, en la redención, en la Biblia, y supremamente en la persona de Cristo. Aunque a Dios
nadie le vio jamás, “el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer” (Jn.
1:18). Tan perfectamente ha revelado el Hijo al Padre, que podía decir: “El que me ha visto a mí, ha
visto al Padre” (Jn. 14:9).
Si pudiésemos comprender plenamente a Dios, seríamos tan grandes como Él. Si Él fuese un
ídolo esculpido, nosotros seríamos más grandes que Él porque podríamos diseñarle y fabricarle. Si Él
fuese un simple hombre, podríamos comprenderle porque seríamos igual a Él. Aun si Él fuese un
ángel, no iría más allá de nuestra comprensión pues Él, también sería un ser creado.
Pero, ¿cómo podemos comprender a Dios que no tiene principio, quien tiene todo poder, todo
conocimiento, toda sabiduría, y se encuentra en todo lugar al mismo tiempo? ¿Cómo podemos
comprender a un Dios que existe en tres personas iguales —Padre, Hijo, y Espíritu Santo? O, ¿cómo
podemos entender el misterio de la Encarnación— cómo puede el Señor Jesucristo ser completamente
Dios y completamente hombre?
Y aunque no podemos comprenderle, podemos y debemos tener la más profunda reverencia
por Él. Debemos permanecer maravillados al pensar en Su inescrutabilidad. Debemos cantar y amar y
maravillarnos al contemplar Su majestad inescrutable. Y ¡debemos vestirnos con la humildad correcta
cuando nos damos cuenta cuán superficiales y transparentes somos en comparación! Hace muchos
años, Josiah Conder (1789-1855) captó esta idea:

Mas los altos misterios de Su Nombre


Trascienden al alcance de la criatura;
Al Padre tan sólo (¡afirmación gloriosa!)
El Hijo comprender puede.
Digno eres Tú, oh Cordero de Dios,
¡Ante Ti toda rodilla se doble!
— 14 —

Presciencia Perfecta
A vosotros solamente he conocido
de todas las familias de la tierra.
—Amós 3:2

En este versículo, Dios está hablando al desobediente Israel. Obviamente, Dios conoce a todas las
naciones de la historia en el sentido corriente de la palabra, por tanto conocer debe tener un
significado más profundo. En el Antiguo Testamento, el verbo hebreo conocerxxvii a menudo sugiere
un conocimiento íntimo (tal como cuando Adán conoció a Eva), estar involucrado y escoger
personalmente (aquí, en Su elección de Israel). El hebreo no tiene palabras compuestas tales como
pres-ciencia, o pre-destinar, pero el griego, latín, español, y el inglés sí.
Las palabras prever y presciencia sugieren más que meramente “saber antes de tiempo”. Si
Dios no fuese soberano, nunca podría estar seguro de lo que pudiese pasar. Pero Él es Soberano. Él
sabe lo que pasará porque esto forma parte de Su voluntad y de Su plan. En el Nuevo Testamento, la
presciencia de Dios se usa respecto al Señor Jesús, Israel, y los creyentes.
Concerniente a nuestro Salvador, leemos “a éste, entregado por el determinado consejo y
anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole” (Hch.
2:23); y “ya destinado [lit., era conocido de antemano, BAS] desde antes de la fundación del mundo,
pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros” (1 P. 1:20).
¿En qué sentido era Cristo “conocido de antemano” xxviii por Dios? ¿Era simplemente que Dios
tenía conocimiento de lo que Él iba a hacer, o es que el “conocimiento de antemano” de Dios planeó y
determinó lo que haría el Señor Jesús? Por supuesto, la última es la correcta.
Respecto a Israel, Pablo escribe: “No ha desechado Dios a su pueblo, al cual desde antes
conoció” (Ro. 11:2). Aquí el divino conocimiento de antemano no pudo basarse en la mera
prescienciaxxix de la obediencia de Israel, ¡porque Israel no era obediente! Más bien, el conocimiento
de antemano de Dios era una elección soberana de Israel como Su pueblo terrenal.
Finalmente, en cuanto a los creyentes, leemos: “Porque a los que antes conoció, también los
predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito
entre muchos hermanos” (Ro. 8:29); y “Elegidos según la presciencia de Dios Padre” (1 P. 1:2).
Respecto a la elección de Dios de los pecadores en estos dos últimos versículos, hay dos
interpretaciones principales. Una es que en la eternidad pasada Dios conoció a ciertos individuos, en
el sentido de que decidió soberanamente bendecirles. La otra es que Dios conocía de antemano a
aquellos que confiarían en Cristo como su Señor y Salvador, y Su elección se basó en este
conocimiento de antemano. La primera enfatiza la soberanía de Dios en el asunto de la salvación,
aunque no excluye la necesidad de que los individuos respondan a la llamada del evangelio. La
segunda en la responsabilidad de las personas y hace que la elección de Dios de ciertos individuos
dependa de su arrepentimiento y fe.
Cualquiera que sea la que creemos ser bíblica, debemos sostener dos verdades equilibradas.
Primero, Dios es Soberano, y tiene el derecho de escoger a quien le plazca, aparte por completo de
cualquier mérito de nadie. Segundo, Dios hace una oferta bona fide de salvación a todo el mundo, y
nadie puede ser salvo a menos que ponga su fe en el Señor Jesucristo. No podemos compaginar estas
dos verdades en esta vida, pero es esencial que las sostengamos equilibradamente.
El hecho de que Dios conoce de antemano nuestro bienestar eterno debe traernos grandes
pensamientos del Señor y llevarnos a alabarle. Debe causar en nosotros el maravillarnos de por qué Él
nos miró con gracia o favor. Debe librarnos del orgullo cuando recordamos que este favor no fue
causado por ningún bien que hubiese en nosotros.
Un escritor anónimo escribió estas palabras:

Busqué al Señor, y después supe


Que Él movió mi alma para que le buscase, buscándome;
Oh Salvador, no fui yo el que encontré;
No, sino que a mí me encontraste Tú.
Encuentro, ando, amo; pero, ¡oh, de amor
Es toda mi respuesta a Ti, Señor!
Pues Tú estuviste con mi alma mucho antes;
Sí, Tú siempre me amaste.

Notas
— 15 —

Siempre el Mismo
Porque yo Jehová no cambio.
—Malaquías 3:6

Dios es Inmutable. Él no cambia en Su ser, en Sus atributos, ni en Su propósito. Él es el que no


cambia; el mismo ayer, hoy, y para siempre.
En el Salmo 102:24, el Mesías ora desde la cruz: “Dios mío, no me cortes en la mitad de mis
días”. El Padre replica:

Por generación de generación son tus años.


Desde el principio tú fundaste la tierra,
Y los cielos son obra de tus manos.
Ellos perecerán, más tú permanecerás;
Y todos ellos como una vestidura se envejecerán;
Como un vestido los mudarás, y serán mudados;
Pero tú eres el mismo,
Y tus años no se acabarán (vv.24-27).

Las palabras, “Tú eres el mismo”, describen la inmutabilidad del Señor. La creación será cambiada,
pero Él no conoce cambio.
Otro versículo que trata con la inmutabilidad de Dios, es este: “El Padre de las luces, en el
cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Stg. 1:17). En la traducción de J.N. Darby de Isaías
37:16, “El Mismo” figura como nombre divino: “Tú, El Mismo, eres Dios sobre todos los reinos de la
tierra”. También encontramos este nombre en Isaías 41:4.
Aunque Dios no cambia en Su ser, sí que usa distintos métodos. En la historia de la raza
humana Él ha probado a las personas bajo diferentes condiciones, ya fuese bajo inocencia, conciencia,
promesa, ley, o gracia. En diferentes dispensaciones, ha probado a las personas respecto al pecado y la
responsabilidad, aunque el camino de la salvación ha sido siempre el mismo, esto es, por gracia por
medio de la fe. Esto no afecta en nada Su inmutabilidad.
Ni tampoco afecta a Su inmutabilidad el hecho de que Dios se “arrepienta”. Aquí llegamos
ante algo que pudiera parecer una contradicción. Por un lado, leemos: “Dios no es hombre, para que
mienta, ni hijo de hombre, para que se arrepienta” (Nm. 23:19); y “El que es la Gloria de Israel no
mentirá, ni se arrepentirá, porque no es hombre para que se arrepienta” (1 S. 15:29). Pero también
leemos: “Y se arrepintió Jehová de haber hecho hombre en la tierra” (Gn. 6:6); y “Me pesa haber
puesto por rey a Saúl” (1 S. 15:11). ¿Cómo puede ser Dios inmutable, y a la vez arrepentirse? La
respuesta, sencillamente, es la siguiente: Por Su misma naturaleza, Él debe recompensar la obediencia
y castigar la desobediencia. Mientras Sus criaturas le obedecen, Él les bendice. Pero si se embarcan en
una vida de pecado, no puede más que disciplinarles. Por lo tanto, el “arrepentimiento” de Dios es un
cambio en Sus propósitos y planes hacia aquellos cuya conducta y carácter ha cambiado. Esto es lo
que a nosotros nos parece arrepentimiento; por tanto, podríamos llamarlo en el lenguaje de la
apariencia humana. Ciertamente, esto no significa que el cambio en las personas le haya tomado por
sorpresa, o que Él esté actuando con remordimientos, resentimiento, o irritación. Simplemente
significa que lo que nosotros vemos como arrepentimiento, es necesario para que Dios pueda actuar
consistentemente conforme a Su carácter.
No debemos tener en mente la inmutabilidad de Dios meramente como una doctrina seca. La
verdad que engloba debe traer consuelo sin medida a nuestras almas. Vivimos en un mundo de
cambios y decaimiento. Es maravilloso tener un Dios que no cambia. Nosotros mismos cambiamos de
día en día, pero podemos mirar a Aquel que siempre es el mismo. Podemos depender de Él, pues es
incambiable y fiel en todos Sus tratos con nosotros.
Aunque la inmutabilidad es una característica únicamente de Dios, debemos ser imitadores
Suyos en la medida que podamos. En otras palabras, no debemos ser inconstantes, cambiadizos, o
vacilantes. No debemos tener dos caras o dos personalidades. ¡No debemos ser amables, graciosos y
sociables con los extraños, y maleducados con nuestra familia! No debemos tan sólo desear , sino
anhelar con celo cambiar donde se debe mejorar o progresar. Por otro lado, debemos ser incambiables
cuando se trata de defender lo que es justo.
Henry F. Lyte (1796-1847), en uno de sus amados himnos, contrasta la inmutabilidad de Dios
con la mutabilidad de todo lo demás:

Veloz hacia su final, mengua de la vida el corto día;


Los gozos de la tierra se oscurecen, y pasa toda su gloria;
En todo lo que me rodea veo decaimiento y cambio—
¡Oh, Tú, el Inmutable, quédate conmigo!
Segunda Parte

Atributos
Intransferibles
de Dios

Como los hijos imitan a sus padres,


Así vosotros, como hijos de Dios, debéis imitarle.
—De la Epístola de Pablo a los
Efesios (5:1 PHILLIPS)
— 16 —

Dios Es Espíritu
Dios es Espíritu; y los que le adoran,
en espíritu y en verdad es necesario que adoren.
—Juan 4:24

Cuando decimos que Dios es Espíritu, queremos decir que Él es un Ser espiritual que no mora en un
cuerpo material. Estamos tan acostumbrados a pensar en las personas en relación con los cuerpos, que
se nos hace difícil el imaginar a alguien viviendo sin cuerpo. Pero los ángeles no tienen cuerpo físico,
excepto en las raras ocasiones cuando aparecen en forma humana. Y nosotros viviremos sin cuerpo
después de morir (2 Co. 5:8; Fil. 1:23) —por lo menos hasta la resurrección de los justos.xxx
El hecho de que Dios es Espíritu no niega Su personalidad. Él es una Persona con intelecto,
emociones y voluntad —los componentes de la personalidad.
Ya que Dios es Espíritu, es invisible a los ojos mortales (Col. 1:15; 1 Ti. 6:16). Aun así, en
los tiempos del Antiguo Testamento, Él manifestó Su presencia en la nube de gloria o shekinah.
También se hizo visible como el Ángel de Jehová, el cual generalmente se cree que es el Señor Jesús
en apariencia preencarnada.
En el Nuevo Testamento, Dios se hizo visible en la persona del Señor Jesucristo. Es así que
leemos: “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a
conocer” (Jn. 1:18). Y más tarde, Jesús dijo: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn. 14:9).
La gloria de Dios es velada siempre que Él se aparece a los humanos. Sería imposible que la
humanidad no redimida mirase a la gloria de Dios y viviese. Jacob estaba sorprendido de sobrevivir
después de haber visto a Dios (Gn. 32:30). Y el Salvador prometió que los de limpio corazón verán a
Dios (Mt. 5:8).
Todo esto nos lleva ante la pregunta inevitable: Si Dios es Espíritu, y por lo tanto invisible,
¿Le veremos en el cielo? La respuesta más sencilla es que Jesús es Dios, y ciertamente veremos a
Jesús en el cielo.
Pero quizás hay más. En el cielo, no padeceremos las limitaciones de este cuerpo terrenal.
Tendremos poderes que ahora no podemos imaginar. Aunque no podemos ver a Dios con estos ojos
mortales, ¿no es posible que, como un joven sugirió, en el cielo tengamos ojos más grandes? No
podemos errar al alegar a la promesa absoluta del Señor Jesús: “Bienaventurados los de limpio
corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt. 5:8, énfasis añadido).
El hecho de que Dios es espíritu tiene lecciones prácticas para nosotros. Hablando a la mujer
samaritana, el Señor Jesús dijo: “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es
necesario que adoren” (Jn. 4:24). Los pensamientos de la mujer en cuanto a la adoración estaban
centrados en un templo tangible sobre un monte visible (Gerizim) con ayudas materiales para la
adoración. Jesús le dijo que “La hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán
al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren” (Jn.
4:23).
La verdadera adoración no está confinada a ningún lugar o edificio en la tierra. No tiene nada
que ver con vidrieras, indumentaria eclesiástica, velas, liturgias o incienso. Más bien, en la adoración
genuina, pasamos de la tierra al cielo por fe, y allí, en la presencia de Dios, derramamos nuestra alma
en acción de gracias, alabanza y homenaje al Señor por todo lo que Él es y por todo lo que Él ha
hecho por nosotros.
Emerge otro deber del hecho de que Dios es Espíritu, y por lo tanto invisible. Lo
encontramos al comparar Juan 1:18 y 1 Juan 4:12. En Juan 1:18, leemos: “A Dios nadie le vio jamás;
el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer”. En otras palabras, cuando
Cristo estaba sobre la tierra, Él mostró al mundo cómo es Dios. Entonces en 1 Juan 4:12, leemos:
“Nadie ha visto jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se
ha perfeccionado en nosotros”. El pensamiento aquí revelado es que ahora nuestra responsabilidad es
mostrar al mundo cómo es Dios. El Salvador ya no está presente corporalmente en el mundo. Pero
cuando nos amamos unos a otros, Dios mora en nosotros, y el mundo recibe una demostración
práctica del Dios invisible. Nuestra responsabilidad es impresionante:
Tú eres Espíritu, glorioso y majestuoso Dios,
Te amamos, Señor, aunque verte no podemos.
Ante Tu trono real, de Tu gracia ahora
trofeos,
En espíritu y verdad, nos postramos y adoramos.

Nota

— 17 —

Maravilloso Amor
Dios es amor.
—1 Juan 4:16

El amor de Dios es Su afecto tierno y Su profunda preocupación por el bien los demás. Esto implica
una fuerte ligadura emocional y una entrega que se manifiesta dando. Así, leemos que “de tal manera
amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito” (Jn. 3:16), y “Cristo amó a la iglesia, y se
entregó a sí mismo por ella” (Ef. 5:25). Cuando leemos que “Dios es amor”, estamos leyendo una
descripción, no una definición. No adoramos al amor, como algunos hacen, sino que adoramos al Dios
que es amor.
J. I. Packer define el amor de Dios como “un ejercicio de Su bondad para con los pecadores
individuales, por el cual, habiéndose identificado con el bienestar de los mismos, ha dado a Su Hijo
para que fuese su Salvador, y ahora los induce a conocerlo y a gozarse en Él en una relación basada en
un pacto”.xxxi
Pero por mucho que intentemos definirlo, necesitamos un vocabulario mejor, más amplio.
Nuestro diccionario presente no es adecuado. No hay suficientes adjetivos —simples, comparativos, y
superlativos. Nuestro lenguaje queda totalmente empobrecido. Las palabras individuales quedan
avergonzadas. Tan sólo podemos llegar hasta allí, y entonces no podemos decir más que: “Aún no se
ha dicho ni la mitad”. El tema deja exhausto a todo lenguaje humano. Comencemos, entonces, en un
tema que nunca se terminará.
El amor de Dios es eterno; es el único amor que no tiene principio. Además, es constante y
duradero. Nuestra mente lucha cuando intenta comprender este inagotable amor divino.
Es inmensurable. Su anchura, longitud, profundidad y altura son infinitas. En ningún otro
lugar encontramos tal extravagancia. Los poetas lo han comparado a las expansiones más grandes de
la creación, pero las palabras siempre parecen romperse bajo el peso de este tema.
Su amor hacia nosotros es sin causa. El gran Dios no podía ver nada amable o meritorio en
nosotros para dirigirnos Su afecto, pero aun así nos amó igual. Él es así.
Nuestro amor hacia otros a menudo se basa en la ignorancia. Amamos a personas, porque no
sabemos cómo son realmente. Cuanto más les conocemos, más cuenta nos damos de sus faltas y
fallos, y entonces pierden mucho de su atractivo. Pero Dios nos ama aun sabiendo todo lo que somos
y hacemos. Su omnisciencia no anuló Su amor.
Pero hay tantas personas en el mundo... más de cinco billones. ¿Puede amar el Soberano a
cada uno personalmente? Tal como preguntó un poeta:

Entre tantos, tantos, ¿puede preocuparse Él?


¿Puede estar en todas partes ese amor especial?

Sí, con Él no hay ningún “don nadie”. Nadie es insignificante. Su afecto rebosa hacia cada
individuo del planeta.
Tal amor es incomparable. Muchas personas han conocido el amor de una madre devota. O el
amor fiel de un cónyuge desinteresado. David conoció el amor de Jonatán. Y Jesús conoció el amor de
Juan. Pero nunca nadie ha experimentado nada que se pueda comparar al amor divino. Tal como nos
recuerda el himno: “Nadie pudo amarme tanto como Cristo”.
En Romanos 8, Pablo recorre el universo para ver si hay algo que pudiera separar al creyente
del amor de Dios, pero se vuelve vacío. Ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni
potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada puede
separar al creyente del amor de Dios.
Es asombroso el darse cuenta de que el Dios Omnipotente no puede amarte a ti o a mí más de
lo que ya nos ama en este momento. Es el mismo amor que Él derrama sobre Su Hijo unigénito, y es
absolutamente sin restricción y sin reservas.
En un mundo que cambia continuamente, da seguridad encontrar algo que no cambia, esto es,
el amor de Dios. Nuestro amor se mueve en ciclos. Es una montaña rusa emocional. No es así con
nuestro Señor. Su amor nunca se cansa ni varía.
Y es amor puro, completamente libre de egoísmo, compromiso injusto, o motivos indignos.
Es sin tacha y sin nada de suciedad.
Al igual que Su gracia, el amor de Dios es gratis. Por esto podemos estar eternamente
agradecidos, porque somos pecadores en bancarrota, pobres, y mendigos. Y aun si poseyésemos toda
la riqueza del mundo, ni aun así podríamos poner un precio a un amor tan valioso.
Este amor es maravillosamente imparcial. Hace que el sol salga sobre justos e injustos.
Ordena que llueva sin discriminación.
Y quizás lo más sublime de esto es que es sacrificial. Llevó al Santo Hijo de Dios al Calvario
para darnos la más grande demostración. H. Rossier (1834-1928) lo expresó de esta manera:

Tu amor pudo ir, Señor, hasta la muerte,


Una muerte que vergüenza y pérdida te supuso,
Para conquistar por nosotros a cada enemigo
Y acabar con el poder del hombre fuerte.

En la cruz vemos un amor que es más fuerte que la muerte, que ni aun las olas de la ira de Dios
pudieron ahogar.
Este amor único sobrepasa el entendimiento y desafía los poderes de expresión. Es sublime e
inmaculado, la cumbre más alta de todo afecto.
Podemos rastrear la tierra para encontrar un diccionario mejor, un vocabulario mayor para
describir el amor del Señor. Pero todo es en vano. Será cuando alcancemos el cielo y veamos al Amor
encarnado, cuando veremos con la visión clara y comprenderemos con un intelecto más agudo el amor
de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro. ¡Apresúrate, oh bendito Señor Jesús!
No es de extrañar que a menudo los escritores de la Escritura hablen de este atributo favorito:

No por ser vosotros más que todos los pueblos


os ha querido Jehová y os ha escogido,
...sino por cuanto Jehová os amó (Dt. 7:7-8).

Con amor eterno te he amado;


Por tanto, te prolongué mi misericordia (Jer. 31:3).

Callará de amor,
Se regocijará sobre ti con cánticos (Sof. 3:17).

Como el Padre me ha amado,


así también yo os he amado;
permaneced en mi amor (Jn. 15:9).

El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones


por el Espíritu Santo que nos fue dado (Ro. 5:5).

Mas Dios muestra su amor para con nosotros,


en que siendo aún pecadores,
Cristo murió por nosotros (Ro. 5:8).

El Hijo de Dios, el cual me amó


y se entregó a sí mismo por mí (Gá. 2:20).

Su gran amor con que nos amó (Ef. 2:4).

En esto hemos conocido el amor,


en que él puso su vida por nosotros (1 Jn. 3:16).

En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros,


en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo,
para que vivamos por él.
En esto consiste el amor:
no en que nosotros hayamos amado a Dios,
sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo
en propiciación por nuestros pecados (1 Jn. 4:9-10).

Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados


con su sangre (Ap. 1:5).

El amor de Dios es un tema inagotable. No hay mente humana que pueda medirlo. El poeta
tenía razón al decir que si fuera tinta todo el mar, y el firmamento un gran papel, si cada hombre un
escritor, y cada hierba un pincel —“al describir Su inmenso amor se secaría el mar, y el firmamento
en su fulgor no ofrecería lugar”.
El amor del Señor nos lleva a pensar en Él como nuestro Amigo —el Amigo que está más
unido que un hermano —el Amigo que ama en todo tiempo —el Amigo de publicanos y pecadores.
¡Oh, qué Amigo nos es Cristo!
Ningún otro tema debería despertar pensamientos mayores de adoración en nuestros
corazones. Es arrollador el pensar que Dios nos ama a cada uno de nosotros de una manera personal e
íntima, y que Él envió a Su Hijo amado para morir como nuestro sustituto en sacrificio sobre la cruz
del Calvario. Es algo sublime el que Él no estará completamente satisfecho hasta que nos reuna a
todos nosotros con Él en el cielo por toda la eternidad.
Pensemos en todos los himnos y poemas que han sido compuestos en alabanza al amor de
Dios, los libros que han sido escritos, los mensajes que se han predicado. Y aún así, eso no basta. ¡La
voluntad de Dios es que Su amor se manifieste en nuestras vidas! El mundo actual está muriendo por
falta de amor, y tan sólo los cristianos pueden realmente satisfacer esa necesidad.
¿Cómo, entonces, podemos imitar a Dios en esta perla de perfecciones?
Juan nos sugiere dos maneras: estando dispuestos a poner nuestra vida por los hermanos, y
compartiendo nuestras posesiones materiales con aquellos que tienen necesidad (1 Juan 3:16-17). Pero
también hay otras formas. El amor ve las cosas que hace falta hacer y las hace sin que haya que
pedírselo. El amor no guarda una lista de ofensas. El amor da sin pensar en lo que le devolverán. John
Oxenham lo expresó en este verso:

El amor siempre da, perdona, se desvive,


Y con manos abiertas siempre está;
Y mientras vive, da,
Pues esta es su prerrogativa—
Dar, y dar, y siempre dar.xxxii

Alcanza al más lejano, al más pequeño, y al más bajo:

El amor, con la largura de su


vestido Alcanza del suelo al polvo
mismo.
Puede alcanzar lo sucio de la calle y del camino,
Y es porque puede, que debe.

No osa descansar en las montañas;


Es su deber descender hasta el valle;
Pues satisfecho no queda hasta que enciende
Las vidas que allí se apagan.xxxiii
Nunca deberíamos dejar de sentirnos maravillados, ya que el amor de Dios por nosotros es tan
inmerecido. El lenguaje de nuestro corazón debería ser:

Cómo puedas Tú amarme como me


amas Y ser el Dios que eres
Es a mi intelecto tinieblas
Mas a mi corazón es luz.xxxiv

Debemos amarle sin doblez, con un amor que es obediente, y adorador, que no permite que
ningún rival comparta el trono con Él.
Debemos amar a nuestros hermanos y hermanas en Cristo a pesar de las denominaciones o
etiquetas religiosas. El apóstol Juan insiste en que si no amamos a nuestros hermanos, a los que hemos
visto, no podemos amar a Dios, a quien no hemos visto (1 Juan 4:20).
Y debemos amar a los hombres y mujeres del mundo que no han sido redimidos, siempre
orando:

Miraré a la multitud como lo hizo el Salvador,


Hasta que mis ojos con las lágrimas se opaquen.
Contemplaré las ovejas errantes con dolor
Y, por amor a Él, les amaré.xxxv

En estos versos, el poeta expresa la pasión del apóstol Pablo por las almas:

Veo al rebaño, tan solo como


almas, Atados los que debieran
vencer, Esclavos los que reyes
debieran ser;
Escuchando su única esperanza con una hueca admiración,
Tristemente satisfechos de las cosas con una demostración.

Entonces, el intolerable ansia, como un torbellino,


Me sacude y estremece, como un grito de trompeta,
¡Oh, por salvarles! ¡Sí, por perecer para salvarles!
¡Ser muerto por su vida, y ser por todos ellos ofrecido!xxxvi

Cuando éste es nuestro anhelo y ansia, es cuando nos acercamos al amor del Calvario. Dave
Hunt afirma:

El amor de Dios hacia la raza humana no es una fuerza cósmica impersonal que opera inexorablemente
por una ley universal, sino que es intensamente personal. Dios nos ama a cada uno de nosotros con
pasión. Hallamos este hecho increíble extremadamente difícil de creer, y mucho menos, de
comprender. Nos miramos a nosotros para encontrar la razón de Su amor. Pero no sería consolador si
Dios nos amase porque lo mereciéramos de alguna manera, o porque nosotros hubiésemos provocado
Su amor, pues nosotros podríamos cambiar y perder ese atractivo, y de esta manera perder Su afecto.
Es, al contrario, muy digno de confianza el saber que Él nos ama por lo que Él es en sí mismo —y a
pesar de lo que nosotros somos. Ya que Dios es amor, y ya que Él nunca cambia, estamos seguros por
toda la eternidad, y no tenemos necesidad de temer la posibilidad de perder Su amor por lo que
nosotros hagamos o dejemos de hacer.xxxvii

Bien lo dice el himnólogo irlandés, Thomas Kelly (1769-1854):

“¡Dios es amor!” Su Palabra lo ha dicho;


Éstas son nuevas de celestial nacimiento.
Divúlgalo y extiéndelo abarcando todo,
Haz que se sepa que “Dios es amor”
Por el mundo entero.

Notas
— 18 —

Sublime Gracia

Clemente y misericordioso es Jehová.


—Salmo 111:4

Dios acepta a aquellos que no lo merecen, aquellos que, de hecho, merecen todo lo contrario, pero que
confían en el Salvador del pecador. ¡Esto es gracia! Es el regalo de lo Mejor del cielo para lo peor de
la tierra. Son las riquezas de Dios a expensas de Cristo.
La gracia de Dios es soberana. Esto quiere decir que es de la clase más exaltada, y ofrecida de
acuerdo al buen parecer de Dios. Él no tenía que salvar a ninguno de nosotros. J. I. Packer escribe:
“Sólo cuando se comprende que lo que decide el destino de cada hombre es el que Dios haya resuelto
o no salvarlo de sus pecados, y que se trata de una decisión que Dios no está obligado a tomar en
ningún caso, se puede comenzar a comprender la perspectiva bíblica de la gracia”.xxxviii
La gracia es inmerecida. No hay nada que la atraiga en los hombres y mujeres pecadores. Al
contrario, si recibiesen justicia, perecerían eternamente. No es meramente que los hombres y mujeres
caídos tengan una falta total de mérito; es que han acumulado un enorme montón de “desmérito”.
La gracia es un don o regalo gratis. Es algo que no se puede comprar. No se puede ganar por
medio de buenas obras o por tener un buen carácter. Cualquier idea de ganar el favor de Dios por
integrarse en una iglesia, o por cumplir los sacramentos, por dar limosna, obedecer los Diez
Mandamientos, o por vivir rigiéndose por la regla de oro, no entran aquí. Si pudiésemos ganarlo o
merecerlo, sería una deuda, y no sería gracia, tal como Pablo señaló en Romanos 4:4-5: “Pero al que
obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda; mas al que no obra, sino cree en
aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia”.
Temple dijo: “La única cosa propia con la que contribuyo para mi redención es el pecado del
que necesito ser redimido”.
La gracia es abundante. Es mayor que nuestros pecados, que brota como una corriente
poderosa desde el Calvario, suficiente para todos, pero tan sólo eficiente para los que la reciben.
Dios puede ofrecer Su gracia a los perdidos por la obra de Cristo en el Calvario. Por Su
muerte sustitutoria y Su resurrección, el Señor Jesús satisfizo plenamente las demandas de la justicia
divina y pagó por entero la deuda que merecían nuestros pecados. Dios puede justificar al impío
cuando éste recibe al Salvador por fe. Y cuando le recibe, recibe todos los beneficios de Su obra
expiatoria.
Por su parte, los pecadores no quieren recibir la gracia divina. El pensar que no pueden
salvarse por sí mismos o por sus obras, hiere su orgullo. En su independencia de Dios, se resienten a
ser casos de caridad. Quieren creer que hay algo que ellos pueden hacer o ser para merecer el cielo.
Pero todo aquel que no esté dispuesto a estar infinitamente en deuda, no puede ser salvo.
Los hombres y mujeres pecadores, no sólo no quieren que Dios les muestre Su gracia; no les
gusta que Dios muestre Su gracia a otros. Son como los fariseos, a los que Jesús dijo: “Cerráis el
reino de los cielos delante de los hombres; pues ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que están
entrando” (Mt. 23:13).
No hay un atributo de Dios que sea mayor que otro. Todos son perfectos. Aun así, de alguna
manera la gracia de Dios ha apelado a los creyentes como principal en la galaxia de las excelencias
divinas. En verso y en prosa, se ha ganado un lugar predilecto. Por ejemplo, Samuel Davies (1724-
1769) escribió:

¡Gran Dios de maravillas! Todos Tus


caminos Son exposición de Tus atributos
divinos;
Pero la deslumbrante gloria de Tu gracia
Es, de Tus maravillas, la que más brilla.
¿Quién como Tú, oh Dios perdonador?
O ¿quién tiene gracia tan gratuita y rica?
Dios siempre ha sido un Dios de gracia —tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.
Pero este aspecto de Su carácter se reveló en una manera nueva y llamativa con la venida de Cristo.
La gracia es una hebra de oro que atraviesa el Nuevo Testamento. Ésta formaba parte de la
salutación acostumbrada de Pablo (“Gracia y paz”). Frecuentemente ensalzaba la gracia que no sólo
le había salvado, sino también llamado a ser un siervo de Dios.
Aquí tenemos algunos de los pasajes principales que tratan de la gracia:

Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del
unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad. Porque de su plenitud tomamos todos, y
gracia sobre gracia (Jn. 1:14, 16).

Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de
Jesucristo (Jn. 1:17).

Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús
(Ro. 3:24).

Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia
(Ro. 6:14).

Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo
pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos (2 Co. 8:9).

Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad (2 Co. 12:9).

No desecho la gracia de Dios; pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió
Cristo (Gá. 2:21).

Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios;
no por obras, para que nadie se gloríe (Ef. 2:8-9).

Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres (Tit. 2:11).

Mas el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis
padecido un poco de tiempo, él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca (1 P.
5:10).

Fue la gracia soberana de Dios la que nos escogió en Cristo antes de la fundación del mundo;
nunca sabremos por qué nos escogió. Fue la maravillosa gracia la que envió al Hijo de Dios a este
planeta para ser un hombre. Fue la sublime gracia la que condujo al Señor Jesús a la cruz del Calvario
para morir en nuestro favor.
La gracia nos salvó de la pena del pecado —una eternidad de horror en el infierno. La gracia
nos redimió del mercado de esclavitud del pecado. La gracia nos reconcilió con Dios. Por gracia
somos justificados, santificados, y glorificados. ¿Qué fue, sino la gracia, lo que causó que nosotros
seamos morada del Espíritu Santo, quien es la garantía de nuestra eterna seguridad y las arras de la
herencia que será nuestra un día?
Fue la gracia maravillosa la que nos hizo hijos de Dios, herederos de Dios, y coherederos con
Jesucristo. En el momento en que somos salvos, somos bendecidos con toda bendición espiritual en
los lugares celestiales —muestras inmaculadas de la gracia de Dios. Y Su gracia no quedará satisfecha
hasta que estemos en la gloria con Cristo y seamos conformados a Su imagen bendita. No es de
extrañar que J. N. Darby preguntase:

Y ¿es así? ¿Como Tu Hijo seré yo?


¿Es ésta la gracia que Él por mí ganó?
Padre de gloria (¡sobrepasa todo pensamiento!),
En gloria, ¡a Su propia semejanza bendita me trajo!

Si vemos que la salvación es toda de gracia, podemos tener plena certeza. Podemos saber que
somos salvos. Si la salvación dependiese en lo más mínimo de nosotros mismos y de nuestros
miserables logros, nunca podríamos saber con certeza que somos salvos. No sabríamos si ya teníamos
suficientes buenas obras o si estaban bien. Pero cuando la salvación depende de la obra de Cristo, no
tiene que haber ninguna duda persistente.
Esto mismo es verdad en nuestra eterna seguridad. Si nuestra seguridad dependiese de algún
modo de nuestra habilidad de resistir, podríamos ser hoy salvos y mañana perdidos. Pero mientras
toda nuestra seguridad dependa de la capacidad del Salvador para guardarnos, podemos saber que
estamos eternamente seguros.
Aquellos que viven bajo la ley son instrumentos impotentes del pecado, porque la ley les dice
qué hacer, pero no les da el poder para hacerlo. La gracia da a la persona una perfecta posición ante
Dios, le enseña a andar como es digno de su llamamiento, le capacita para hacerlo por la morada del
Espíritu Santo, y le recompensa por hacerlo.
Bajo la gracia, el servicio se convierte en un privilegio gozoso, no en un deber legal. Los
creyentes son motivados por amor, no por miedo. La memoria de lo que sufrió el Salvador para
proveer salvación, inspira a los pecadores salvados para derramar sus vidas en servicio devoto.
A veces se ataca la enseñanza de la salvación sólo por gracia, porque se dice que fomenta el
pecado: “Si eres salvo por gracia, puedes ir y vivir de la manera que te plazca”. La verdad es que la
apreciación correcta de la gracia de Dios provee la mayor motivación para una vida santa. Se hace por
amor lo que nunca se hubiese hecho bajo el miedo del castigo. ¿No era esto lo que quiso decir Agustín
cuando dijo: “Ama a Dios y haz lo que quieras”?
Una vez que recibimos la gracia de Dios, nos convertimos en adoradores para siempre. Nos
preguntamos: ¿Por qué me habrá escogido a mí? ¿Por qué derramó el Señor Jesús la sangre de Su vida
por uno tan indigno como yo? ¿Por qué no sólo me salvó del infierno, sino que también me ha
bendecido ahora con toda bendición espiritual en los lugares celestiales, y me ha destinado a gozar la
eternidad con Él en el cielo?
Por supuesto, Dios quiere que Su gracia se reproduzca en nuestras vidas, y que se transmita a
otros a través nuestro. Él quiere que mostremos gracia en nuestros tratos con los demás. Nuestra
“palabra” debe ser “siempre con gracia, sazonada con sal” (Col. 4:6). Debemos empobrecernos para
que otros sean enriquecidos (2 Co. 8:9). Debemos mostrar favor y aceptación a los indignos y a los
desagradables.
Si realmente vamos a representar a nuestro Señor y Salvador, debemos mostrar la misma
gracia que le caracterizó a Él en Su vida en la tierra. August M. Toplady (1740-1778) proclamó:

Fue Su gracia la que escribió mi nombre en el libro eterno de la vida;


Fue Su gracia la que me dio al Cordero, quién llevó mi intensa angustia.
¡Salvado tan sólo por gracia! Esta es mi declaración:
Jesús murió por la raza humana, y Jesús murió por mí.

Oh, que Tu gracia inspire siempre con divino poder mi alma;


Seas Tú la aspiración de toda mi fuerza, y Tuyos los días de mi vida.
¡Salvado tan sólo por gracia! Esta es mi declaración:
Jesús murió por la raza humana, y Jesús murió por mí.

Nota
— 19 —

Rico en Misericordia
Para siempre es su misericordia.
—Salmo 136 (veintiséis veces)

La gracia y la misericordia de Dios están muy relacionadas entre sí. Mientras que Su gracia derrama
sobre nosotros bendiciones que no merecemos, Su misericordia retiene el castigo que merecemos. Su
misericordia es la piedad, amor, y compasión que Él muestra a aquellos que están en miseria y
angustia. Su misericordia hace que el sol salga sobre justos e injustos.
A continuación hay algunos versículos que hablan de la misericordia de Dios:

¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia
y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el
pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado” (Éx. 34:6-7).

Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida (Sal. 23:6).

Porque Jehová es bueno;


Para siempre es su misericordia,
Y su verdad por todas las generaciones (Sal. 100:5).

Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias, y Dios de
toda consolación (2 Co. 1:3).

Pero Dios, que es rico en misericordia (Ef. 2:4).

El Señor es muy misericordioso y compasivo (Stg. 5:11).

La misericordia y la verdad se unieron en la cruz del Calvario, y por esta unión es provista la
remisión y la iniquidad es purgada (Pr. 16:6). Thomas Kelly lo expresó poéticamente:

Misericordia y verdad unidas;


¡Oh, el más excelso panorama!
Jesús la maldición sufre,
La amarga copa de culpa bebe,
Para nosotros no deja nada... ¡sólo amor!

Cuando la gente le pedía al Señor misericordia para sus familiares enfermos, se referían a la
misericordia de la sanidad. Cuando los ciegos le pedían al Señor que tuviese misericordia de ellos, se
referían a la misericordia de recibir la vista. Cuando Pablo escribía “Gracia, misericordia y paz” a
Timoteo y a otros, se refería a la preocupación de simpatía de Dios por Sus siervos débiles y
defectuosos. Cuando Judas dijo que debemos estar “esperando la misericordia de nuestro Señor
Jesucristo para vida eterna” (Jud. 21), se estaba refiriendo a la venida de Cristo para buscar a Sus
santos.
Cuando leo versículos como Efesios 2:4, siento como si hubiese descubierto la barricada de
Dios en mi camino al infierno —“Pero Dios, que es rico en misericordia”. Él es tan rico en
misericordia, que nadie tiene por qué perecer, pero cada individuo debe ir a Dios de la manera que Él
ha indicado. Alabo la misericordia que tuvo amor, piedad y compasión de mí. Y le alabo por las
misericordias de la vida —por la vista, el oído, el olfato, la memoria, el apetito, la firmeza y salud del
cuerpo y la mente, la comida, la bebida, y todas las maravillas de la naturaleza.
Como siempre, el privilegio conlleva responsabilidad. Dios quiere que le imitemos en esta
cualidad de misericordia. Quiere que seamos misericordiosos los unos para con los otros: “Sed, pues,
misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso” (Lc. 6:36).
Pongamos una ilustración moderna de lo que sería misericordia en acción. Un día, un
cristiano que se llamaba Pablo, entró en una cafetería, se sentó, y pidió un almuerzo. Al empezar a
hablar con el hombre que estaba sentado junto a él, se dio cuenta de que Federico estaba en una gran
necesidad espiritual. Después de haberle explicado el evangelio, quedaron para verse otra vez. La
segunda vez que se reunieron, Federico se convirtió. Entonces, Pablo comenzó a discipularle, y
Federico creció en la gracia y en el conocimiento del Señor Jesús. Pero no pasó mucho tiempo antes
de que Federico se enterase de que tenía una enfermedad que amenazaba su vida. Tuvo que ir a un
hospital de convalecencia que era tristemente bajo. Pablo le visitaba regularmente, le bañaba,
cambiaba las sábanas, y hacía otras cosas que el personal tendría que estar haciendo. La noche en la
que Federico murió, Pablo le estaba sosteniendo en sus brazos, susurrando porciones de la Escritura
en su oído. Esto es misericordia. Es maravilloso ver este rasgo del carácter de Dios en una vida
humana.
El apóstol Pablo nos exhorta a mostrar misericordia con alegría (Ro. 12:8). Una mujer
cristiana me explicó este versículo de una forma inolvidable. Me dijo: “Mi madre era muy mayor y
vivía sola, y llegó el día cuando ella ya no podía valerse por sí misma. Hablé con mi marido, y
decidimos traerla a nuestra casa. En lo profundo de mi corazón yo estaba reacia y resentida, pues esto
había estorbado la rutina de nuestro hogar y había echado por tierra muchos de mis planes. Yo le
cuidaba; hacía su comida; lavaba su ropa. Hacía todo por ella. Pero mi madre me decía: ‘¿por qué ya
no sonríes? ¡No pareces la misma alegre y contenta de antes!’ Como ves, yo estaba mostrando
misericordia, pero no lo estaba haciendo con alegría”.
Cuando Jesús dijo: “Misericordia quiero, y no sacrificio” (Mt. 9:13), enseñó que es más
importante mostrar una preocupación amorosa y útil para con los demás, que llevarle a Él el más
costoso sacrificio. Él no está interesado en ritual, sino en realidad.
No es sorprendente que una de las bienaventuranzas trate de esta noble virtud:
“Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt. 5:7). Si queremos
misericordia, hemos de mostrarla. John Milton (1608-1674) escribió lo siguiente:

Con alegría en nuestro corazón


Alabemos al Señor, pues Él es
bueno; Su misericordia es para
siempre, Siempre es segura, y
siempre fiel.

Él miró nuestra miseria


Con Sus ojos compasivos;
Su misericordia es para siempre,
Siempre es segura, y siempre fiel.
— 20 —

Ira Temible
Porque la ira de Dios se revela desde el cielo
contra toda impiedad e injusticia
de los hombres que detienen con injusticia la verdad.
—Romanos 1:18

La ira de Dios es Su indignación y furia justa contra el pecado y los pecadores no arrepentidos.
Aunque preferimos pensar en Su amor, Su misericordia, y Su gracia, la ira de Dios es una perfección
tan divina como cualquiera de Sus otros atributos: “no es nada caprichoso, desenfrenado, producto de
la irritabilidad, moralmente indigno, como suele serlo frecuentemente la ira humana. Todo lo
contrario, constituye una reacción objetiva y moral, correcta y necesaria para con la maldad”.xxxix
En el transcurso de la historia humana, más de una vez Dios ha revelado Su ira contra el
pecado. Mandó el diluvio para destruir el mundo de los días de Noé. Consumió Sodoma, Gomorra, y
las ciudades de la llanura con fuego y azufre (Gn. 19:24-25). Hizo que se abriese la tierra para tragar a
Coré, Datán, y Abirán. Estas manifestaciones aisladas de ira estaban designadas para mostrar a las
generaciones futuras el desagrado de Dios para con ciertos pecados específicos, y para con el pecado
en general. Afortunadamente para cada uno de nosotros, Dios no estalla en ira cada vez que se comete
un pecado.
La ira de Dios se revelará durante el periodo de la Tribulación, cuando los sellos sean
desatados, se tocarán las trompetas, y las copas de la ira de Dios se derramarán sobre un mundo que
rechazó a Su Hijo.xl Y se revelará cuando el Señor Jesús regrese a la tierra como el Rey de reyes y
Señor de señores, cuando Dios rompa Su silencio y derrame Su ira:

Tronará con la fuerza de la justicia ofendida, golpeará con rayos sobre las
conciencias endurecidas; rugirá como el león agazapado sobre la presa; saltará, azotará,
destruirá, y consumirá por completo los vanos razonamientos de la orgullosa raza humana;
resonará como el grito de batalla de un guerrero fuerte, triunfante y victorioso; herirá con
terror y gravedad las almas con más potencia que los gritos torturados en la muerte de la
noche. Oh, Dios, ¿cuál será el primer sonido de esa voz de nuevo en la tierra? ¿Y su efecto?
Asombraos y temed, habitantes del polvo, pues el Señor mismo descenderá del cielo con voz
de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, lo cual será aún más terrible, si acaso
puede serlo, por lo extenso de Su silencio.xli

La ira de Dios se revela en el Hades y en el lago de fuego, que es el infierno. El Hades es la


prisión temporal de los muertos que no han sido salvados; un lugar donde son conscientes del
sufrimiento. En el juicio del gran trono blanco, la muerte y el Hades, esto es, los cuerpos, almas, y
espíritus de los que no son salvos, serán echados al lago de fuego. Jesús, citando Isaías 66:24 tres
veces para enfatizar, describió la morada final y eterna de los que no son salvos como un lugar
“donde el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga” (Mr. 9:44, 46, 48). Y Juan escribió:
“El humo de su tormento sube por los siglos de los siglos” (Ap. 14:11).
Hay otro lugar donde se revela la ira de Dios —en la cruz del Calvario. Allí, la indignación
concentrada de Dios fue derramada sobre Su amado Hijo cuando Él llevó nuestros pecados en Su
cuerpo. El Salvador sufrió las agonías del infierno durante tres horas —el infierno que nosotros
tendríamos que haber sufrido durante toda la eternidad. No fue sólo sufrimiento físico, sino también el
horror indescriptible de ser abandonado por Dios. No hay manera en la que podamos jamás llegar a
medir la extensión de Su sufrimiento. G. W. Frazer escribe:

La profundidad de todo Tu sufrir,


No hay corazón que pueda concebir;
Por nosotros Tú recibiste y bebiste
La ira que fluía de la copa rebosante.
Algunas referencias clave de la ira de Dios son las siguientes:

Si afilare mi reluciente espada,


Y echare mano del juicio,
Yo tomaré venganza de mis enemigos,
Y daré la retribución a los que me aborrecen
(Dt. 32:41).

Jehová es Dios celoso y vengador;


Jehová es vengador y lleno de indignación;
se venga de sus adversarios,
y guarda enojo para sus enemigos.
Jehová es tardo para la ira y grande en poder,
y no tendrá por inocente al culpable.
Jehová marcha en la tempestad y el torbellino,
y las nubes son el polvo de sus pies.
Él amenaza el mar, y lo hace
secar, y angosta todos los ríos;
Basán fue destruido, y el Carmelo,
y la flor del Líbano fue destruida.
Los montes tiemblan delante de él,
y los collados se derriten;
la tierra se conmueve a su presencia,
y el mundo, y todos los que en él habitan.
¿Quién permanecerá delante de su ira?
¿y quién quedará en pie en el ardor de su enojo?
Su ira se derrama como fuego,
y por él se hienden las peñas.
Jehová es bueno,
fortaleza en el día de la angustia;
y conoce a los que en él confían.
Mas con inundación impetuosa
consumirá a sus adversarios,
y tinieblas perseguirán a sus enemigos
(Nah. 1:2-8).

El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida,
sino que la ira de Dios está sobre él (Jn. 3:36).

¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y haciendo notorio su poder, soportó con mucha
paciencia los vasos de ira preparados para destrucción? (Ro. 9:22).

Nadie os engañe con palabras vanas, porque por estas cosas viene la ira de Dios sobre los hijos
de desobediencia (Ef. 5:6).

En llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al
evangelio de nuestro Señor Jesucristo; los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos
de la presencia del Señor y de la gloria de su poder (2 Ts. 1:8-9).

Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la
ira del Cordero (Ap. 6:16).

Él también beberá del vino de la ira de Dios, que ha sido vaciado puro en el cáliz de su ira; y
será atormentado con fuego y azufre delante de los santos ángeles y del Cordero; y el humo de
su tormento sube por los siglos de los siglos. Y no tienen reposo de día ni de noche los que
adoran a la bestia y a su imagen, ni nadie que reciba la marca de su nombre (Ap. 14:10-11).

Y el ángel arrojó su hoz en la tierra, y vendimió la viña de la tierra, y echó las uvas en el gran
lagar de la ira de Dios (Ap. 14:19).
Y uno de los cuatro seres vivientes dio a los siete ángeles siete copas de oro, llenas de la ira de
Dios (Ap. 15:7).

Id y derramad sobre la tierra las siete copas de la ira de Dios (Ap. 16:1).

Él pisa el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso (Ap. 19:15).

A menudo oímos decir que sería improbable, si no imposible, que un Dios de amor sostuviese
un infierno eterno. La ira de Dios, dicen ellos, es incompatible con Su misericordia. Aquellos que
mantienen esta noción extraña, deben considerar las siguientes verdades.
La Biblia misma es enfática y clara mostrando la ira como uno de los atributos de Dios. A W.
Pink dice que “en la Escritura hay más referencias a la ira y a la indignación de Dios, que a Su amor y
a Su ternura”. Jesús habló más del infierno que del cielo. C. H. Spurgeon destaca que no podemos
rechazar ninguno de los atributos de Dios —ni aun Su ira: “El terrible Vengador debe ser alabado,
igual que el Redentor amante. La simpatía con el pecado del corazón malo del hombre se rebela
contra esto; clama por un Dios afeminado en el cual la compasión ha estrangulado a la justicia. Los
siervos del Señor bien instruidos le alaban en todos los aspectos de Su carácter, ya sea terrible o
tierno”.xlii
De todas formas, Dios nunca destinó el infierno para la raza humana; fue creado para el
diablo y sus ángeles (Mt. 25:41). El juicio es Su “extraña obra” (Is. 28:21).
Ningún hombre ni mujer tiene que ir al infierno. Dios proveyó la liberación a un coste
enorme, pero cada individuo tiene que recibir la salvación de Dios por fe.
Si una persona rechaza la misericordia, no hay más alternativa que la ira. Si uno no quiere ir
al cielo por el camino que Dios establece, no hay otro lugar mas que el infierno. J. I. Packer señala
correctamente que:

La esencia del accionar de Dios en ira es la de dar a los hombres lo que han elegido,
con todas sus consecuencias: nada más y, asimismo, nada menos. La disposición de ánimo de
Dios de respetar la elección humana hasta este punto puede parecer desconcertante y hasta
aterradora, pero está claro que en esto su actitud es soberanamente justa, y que está lejos de
ser un castigo caprichoso e irresponsable, que es lo que queremos decir cuando hablamos de
crueldad.xliii

G. K. Chesterton, que se convirtió del ateísmo, dijo que “el infierno es el mejor cumplimiento
que Dios pudiera hacer a la dignidad de la personalidad humana y a la libertad de la elección del
hombre”.
Sin duda, Dios es la persona más mal entendida y calumniada de todo el universo. Él advierte
a los hombres de las consecuencias del pecado. Entonces cuando ellos desobedecen y se arruinan
voluntariamente, se enfurecen contra el Señor. Hacen voluntariamente lo que Dios ha prohibido, y le
culpan a Dios cuando llega el juicio prometido. En sufrida misericordia, Dios provee de un camino de
salvación, pero los incrédulos lo rechazan y aceleran su marcha sobre el precipicio hacia el infierno,
insultando a Dios sobre el camino.
Si tenemos que imitar las virtudes de Dios, ¿qué de esta actitud de ira? ¿Es correcto que los
creyentes se aíren? La respuesta es, que hay cierto tipo de ira que es un mandamiento: “Airaos, pero
no pequéis” (Ef. 4:26). Pero siempre está el peligro de que aun la ira justa se salga fuera de control, y
el versículo sigue diciendo: “no se ponga el sol sobre vuestro enojo”. Debemos airarnos cuando el
nombre y la causa de Dios son deshonrados. Fue por esto que Jesús se airó cuando los cambistas de
monedas hicieron de la casa de Su Padre una cueva de ladrones. Como dijo alguien, debemos ser
leones en la causa de Dios, pero corderos en la nuestra.
Generalmente hablando, la ira corre peligro en nuestras manos, y es por esto que las
Escrituras contienen advertencias, tales como:

No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque
escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor (Ro. 12:19).

Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia (Ef. 4:31).

Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para
airarse; porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios (Stg. 1:19-20).
El hecho de que los creyentes nunca experimentarán la ira de Dios, es causa de incesante
adoración. Pueden decir jubilosos con Paul Gerhardt:

No hay ya condenación
Ni hay infierno para mí.
El tormento y el fuego
Mis ojos jamás verán.
Para mí ya no hay sentencia,
La muerte no tiene aguijón.
Porque el Señor me ama
Y me protege bajo Su ala.

Pero cuando contemplamos la ira de Dios, debe nacer en nosotros compasión por los
perdidos, y el deseo de verles huir a los brazos de Jesús. Debemos orar, dar, e ir en evangelización
activa a nuestros familiares, vecinos, y amigos.
Ciertamente, aquí hay una advertencia para los inconversos: “La ira de Dios —¡no Su
venganza o enfado, sino lo que le hace estar en contra del hombre pecador hasta el punto de entregar
al hombre (Ro. 1:18, 24, 26, 28)! Piensa —¡la Potestad Suprema del universo, contra lo que tú estás
haciendo, habiendo determinado que vas a caer! La Potestad Suprema abandonándote en tus propias
manos en menosprecio silencioso”.xliv El pensamiento es terrible; la realidad es peor, como Isaac
Watts declaró:

¡Oh, momento espantoso! ¡Cuando Dios se acerca,


Y pone los crímenes de los hombres ante su vista!
Sus almas culpables con Su ira rasgará,
Y a levantarse ningún libertador osará.

Notas
iPor supuesto, en la Encarnación, Dios el Hijo tomó un cuerpo humano por medio del milagro del
nacimiento virginal. Por toda la eternidad habrá un Dios-hombre en el trono —con un cuerpo
glorificado y espiritual.
iiLas palabras hebreas son echād y yāchîd, respectivamente. Las palabras escogidas del Shema
admiten la doctrina de la Trinidad (ver el próximo capítulo). La palabra echād indica una unidad
compuesta, como en un montón de uvas —varias uvas forman un racimo. La otra palabra (yāchîd)
se usa para un hijo único en Jeremías 6:26.
iiiEl Dios de los hebreos en el Antiguo Testamento es el mismo que el Dios Padre de nuestro Señor
Jesucristo. En cambio, Alá, la deidad enseñada por Mahoma, sin duda es de una naturaleza muy
distinta.
ivDeberíamos subrayar que Génesis 1:2 menciona el Espíritu de Dios, quien más tarde nos damos
cuenta que es el Espíritu Santo, la tercera persona de la Trinidad.
vLa declaración de que el hinduismo también tiene una trinidad no es válido. Los tres, una especie
de trío en la tradición hindú, no son tres en uno. De hecho “el destructor” y “el creador” están
reñidos según esta enseñanza. El trío simplemente constituye tres dioses más de los miles literales
que hay en esa antigua religión.
viEl fallo principal es que esto presenta a Dios como incompleto, necesitado, como si tuviera
necesidad de crear para tener algo que amar, y esto es incorrecto. Ver el Capítulo 4: “El Señor
Autosuficiente”.
viiEl nombre de Dios en la alianza, Jehová (o Yahvéh), se deriva probablemente del verbo hebreo
hāyāh (ser). En algunas Biblias se traduce “SEÑOR”.
viiiEl himno data alrededor de 1150 y se llama Jesu dulcis memoria en el latín original. A
menudo se le ha atribuido a Bernard de Clairvaux (1090-1153). Fue traducido al inglés por Ray
Palmer (1808-87).
ixJ. I. Packer, Conociendo a Dios, pág. 142.
xA. W. Tozer, The Knowledge of the Holy, pág.
40. xiUsado con permiso de Scripture Press.
xiiA. W. Tozer, The Knowledge of the Holy, pág.
62. xiii1. Hebreo, yādāh.

2. La palabra griega proginōskō es literalmente “conocer de antemano” (BAS), pero otras


versiones interpretan el significado como “destinado”.

3. Se llama presciencia a meramente saber antes de tiempo, sin determinar lo que pasará.
xiv
xv
xvi
xvii
xviii
xix
xx
xxi
xxii
xxiii
xxiv
xxv
xxvi
xxvii
xxviii
xxix
xxxAlgunos eruditos de la Biblia creen que los cristianos tendrán un cuerpo intermedio entre la
muerte y la resurrección a un cuerpo glorificado.
xxxiJ. I. Packer, Conociendo a Dios, págs. 139-140.
xxxiiJohn Oxenham. 1852-1941. Con permiso de Desmond
Dunkerley. xxxiiiFuente y autor desconocidos.
xxxivFuente y autor desconocidos.
xxxvFuente y autor desconocidos.
xxxviFuente y autor desconocidos.
xxxviiDave Hunt, Global Peace (Paz Global), págs. 246-248.
xxxviiiJ. I. Packer, Conociendo a Dios, pág. 149.
xxxixJ. I. Packer, Conociendo a Dios, pág. 172.
xlVer Apocalipsis caps. 6—19.
xliElisabeth Elliot, citando a Jim Elliot en Shadow of the Almighty, pág. 111.
xliiCharles Haddon Spurgeon, Treasury of David 4:386.

5. J. I. Packer, Conociendo a Dios, pág. 175.

6. Foreman, Daily Notes of the Scripture


Union. xliii

— 21 —

El Santo
Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos;
toda la tierra está llena de su gloria.
—Isaías 6:3

Dios es Santo. Su nombre es santo (Is. 57:15), y tal como Su nombre, así es Él. Esto significa que Él es
moralmente perfecto en Sus pensamientos, hechos y motivaciones, y en cualquier otra forma. Está libre de
todo pecado y mancha o, como dice Juan, “Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él” (1 Jn. 1:5). No
puede ser más santo de lo que es. Es absolutamente puro, inmaculado, y sin mancha. A. W. Tozer escribe:
“Ante el fuego no creado de la santidad de Dios, los ángeles cubren sus rostros. Los cielos no son limpios, y
las estrellas no son puras a Sus ojos”. Dios aborrece el pecado y se aíra ante la más mínima manifestación de
éste. No permitió que Moisés entrase en la Tierra prometida por no santificarle a Él (Nm. 20:12). La santidad
de Dios le distingue de todas Sus criaturas (Éx. 15:11).
El predicador del siglo XVII, Stephen Charnock, señaló que la palabra santo es el prefijo más usado
delante del nombre de Dios que cualquier otro atributo. Dos ejemplos son “el Santo” y “el Santo de Israel”.
La Biblia tiene muchos pasajes que enseñan la santidad de Dios, pero nos vamos a referir a tres de
ellos solamente.
El primero es Levítico 19:2: “Santos seréis, porque santo soy yo Jehová vuestro Dios”. Realmente,
Levítico 19 es uno de los capítulos principales respecto a este tema. Una y otra vez, vemos cómo Jehová
dice: “Yo soy Jehová tu Dios...soy santo...seréis santos”. También vemos el eco de esto en 1 Pedro 1:15-16.
Después, en Habacuc 1:12-13, el profeta dice:

Oh Jehová, Dios mío, Santo mío....


Muy limpio eres de ojos para ver el mal,
Ni puedes ver el agravio.

Esto no quiere decir que Dios no ve lo que está pasando. Él ve cada pecado que se comete. Lo que quiere
decir es que Él no puede mirar el pecado con aprobación. No puede pasar por alto la iniquidad. No puede
consentir lo que está mal.
El tercer versículo es Apocalipsis 4:8: “Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que
era, el que es, y el que ha de venir”. El uso triple de la palabra santo no es tan sólo una repetición enfática;
también significa que el Señor es Santo al grado más elevado.
A través del periodo del Antiguo Testamento, Dios enseñó el significado de la santidad por medio de
lecciones gráficas. El sacerdocio, por ejemplo, mostraba que, para que los hombres y mujeres pecadores
pudiesen tener acceso al Dios santo, debían acercarse por un mediador. El sistema de los sacrificios decía, en
efecto, que los hombres y mujeres caídos pueden acercarse al Dios que es tres veces santo, sólo con la sangre
de un sustituto sacrificado. El ritual del templo tan sólo permitía a un hombre de una raza, una tribu, y una
familia para entrar en la presencia de Dios sólo una vez al año. Las leyes respecto al matrimonio, la ropa, las
comidas limpias e inmundas, y las limpiezas ceremoniales proclaman que el Dios santo requiere que Su
pueblo sea santo.
Llegando al Nuevo Testamento, vemos cómo la santidad toma cuerpo de hombre, el Dios-hombre,
Cristo Jesús. Él fue el único que vivió una vida perfecta en esta tierra. No conoció pecado (2 Co. 5:21). No
pecó (1 P. 2:22). No hubo pecado en Él (1 Jn. 3:5). Podía decir: “Viene el príncipe de este mundo, y él nada
tiene en mí” (Jn. 14:30). No había nada que respondiese en el inmaculado Salvador a las tentaciones de
Satanás. Aun Pilato tuvo que admitir tres veces que no encontraba delito en Él (Jn. 18:38; 19:4, 6).
Podemos obtener un tremendo panorama de Su santidad cuando le vemos en Getsemaní. Se acercaba
el Calvario. El Salvador sabía que pronto se identificaría con todos los pecados de todo el mundo. Sabía que
nuestros pecados serían cargados en Él y que Él sería la ofrenda por el pecado. El mero pensamiento de tener
que estar en contacto con el pecado de ese modo le causó el más agudo sufrimiento. Leemos que “era su
sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra” (Lc. 22:44).
Aquí vemos la diferencia entre nuestras vidas pecaminosas y la vida santa de Jesús. Nos causa dolor
el resistir la tentación; a Él le causó dolor contemplarla. Agonizamos cuando decidimos no pecar; pero Él
agonizó ante el pensamiento de estar en contacto con nuestros pecados.
Pero avancemos al Calvario para poder atestiguar una de las manifestaciones más grandes de la
santidad de Dios. Está a punto de tener lugar el drama de la redención. Sabemos que Dios debe castigar el
pecado. Su santidad le prohíbe permitirlo, excusarlo, o mirar hacia otro lado. ¡Pero espera! La víctima del
sacrificio es el mismo Hijo amado de Dios, que no está ahí por pecados que Él haya cometido, sino por los
míos y por los tuyos. ¿Qué hará Dios ahora? ¿Escatimará a Su Hijo? ¿Hará una excepción en este caso? ¿O
derramará Su ira absoluta sobre Su Hijo inmaculado cuando le vea llevando nuestros pecados en Su cuerpo
sobre el árbol de la cruz? Conocemos la respuesta. La santidad de Dios no puede ser acomodada. Él
desenvainó Su espada y ésta hirió a Cristo. A. R. Cousin (1824-1906) lo expresó así:

La vara el Padre levantó,


Hirió, Jesús, a Ti.
Mi culpa en Ti se castigó,
Llagado Tu por mí.
En Tu dolor hallé
Señor, Saludes para mí.

La santidad de Dios le costó lo más querido, en el Calvario, pero podemos estar eternamente
agradecidos de que Él quiso pagar el precio. Major André declaró con gratitud:

Sobre Él [Cristo] cayó la venganza todopoderosa,


Que al infierno debiera haber condenado a todo un mundo;
Lo soportó por una raza pecadora
Y vino a ser, así, mi refugio secreto.

George Cutting señaló que “el evangelio no habla de un Dios cuyo amor se haya expresado
guiñándole el ojo al pecado, sino de un Dios cuyo amor por el pecador sólo pudo expresarse donde Sus santas
demandas contra el pecado fueron justamente cumplidas, y su pena soportada exhaustivamente”.
Ahora, ¿qué efectos prácticos debería tener en nuestras vidas la verdad de la santidad de Dios? Cada
indicativo (declaración) en la Biblia, gradualmente viene a ser un imperativo (mandamiento). En otras
palabras, las doctrinas han sido diseñadas, no sólo para afectar nuestras mentes, sino también nuestras vidas
por completo. Un hombre puede llenarse el cerebro con teología, y puede seguir siendo más frío que el hielo.
No basta con conocer la verdad cristiana; ésta debe encarnarse en nosotros.
La contemplación de la santidad de Dios debe producir en nosotros un sentido de temor reverencial.
Deberíamos quitarnos el calzado de nuestros pies, pues el lugar que pisamos es santo (Éx. 3:5):

Dios muy temido en el consejo de los santos,


E imponente sobre todos los que están en su derredor (Sal. 89:7, BAS).

A. W. Tozer dijo: “Nunca olvides que es un privilegio maravillarse, permanecer en el silencio delicioso ante
el Misterio Supremo y susurrar: ‘Oh Señor Dios, Tú sabes’”. Si hacemos esto, nunca nos rebajaremos a la
familiaridad indebida de hablar de Dios como un amigo cósmico. Josh McDowel dijo: “Él es tu Padre, pero
no tu Papi”.
Cuando vemos la santidad de Dios, deberíamos ver también nuestra propia y total pecaminosidad.
Cuando Isaías vio al Señor, exclamó: “¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de
labios...” (Is. 6:5). Cuando Job vio al Señor, dijo: “Me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza” (Job
42:6). Cuando Pedro vio al Señor, exclamó: “Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador” (Lc. 5:8).
Julian de Norwich, un cristiano medieval inglés, escribió: “La contemplación y el amor del Maestro hacen
que el alma parezca menos a sus propios ojos, y le llenan con temor reverente y verdadera humildad; con
plenitud de caridad por sus compañeros cristianos”.
Cuanto más pensamos en la santidad de Dios, más somos inspirados para adorarle. En un mundo de
pecado y contaminación moral, podemos ir más allá a Uno cuyo carácter es absolutamente intachable.
Cuando estamos oprimidos con nuestra impureza, podemos regocijarnos en Uno que está libre de caída o
imperfección. Podemos alabarle porque todas las demandas de santidad fueron suplidas por la obra del
Salvador en la cruz, y ahora Dios puede venir a nuestro encuentro en amor, gracia y misericordia. Si los
serafines y los querubines cubren sus rostros y se postran ante la luz enceguecedora de Su pureza, ¡cuánto
más debemos hacerlo nosotros!
Y entonces este glorioso atributo de Dios debería moldear nuestro comportamiento diario. Debemos
encontrar el pecado más y más repugnante, y debemos experimentar un creciente anhelo por la santidad. Si
vamos a andar en comunión con Dios, debemos dejar a un lado el pecado y andar en la luz. No debemos
esconder nada debajo de la mesa. Debemos “seguir...la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (He.
12:14). Como dijo Temple: “No es creyente quien no es santo, y no es santo quien no es creyente”.
Finalmente, si tenemos una apreciación correcta de la santidad de Dios, nos ahorraremos el estar
entreteniendo vistas superficiales acerca de la impecabilidad de Cristo. Por ejemplo, oímos a menudo acerca
de la noción perversa de que Jesús podía haber pecado como hombre, aunque nunca lo hizo. Se argumenta
que, de otra manera, Su tentación en el desierto no hubiese sido real. Tal doctrina ocasiona preguntas y
cuestiones que alteran. ¿Cómo podía Jesús ser Dios sin tener plenamente todos los atributos de Dios? Si le
hubiese sido posible pecar como hombre aquí en la tierra, ¿qué es lo que le impide pecar como hombre en el
cielo? Si Él pudiese haber pecado, ¿significa que podía haber cometido asesinato, violación, fornicación, y
sodomía? El meollo de la cuestión es que el Señor Jesús no sólo no pecó, sino es que no podía pecar. Su
humanidad era auténtica pero distinta a la nuestra, porque era perfecta, santa, mientras que la nuestra es
caída. Al igual que nosotros, Él podía ser tentado desde fuera pero, en contraste con nosotros, Él no podía ser
tentado desde dentro. Nuestro Salvador es santo, inocente, sin mancha, y apartado de los pecadores (He.
7:26). Su santidad no puede ser quebrantada ni puesta en peligro.
Dos veces leemos en Hebreos que el Señor Jesús fue perfeccionado: “Porque convenía a aquel por
cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a
la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos” (He. 2:10); “Y habiendo sido
perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen” (He. 5:9). Estos
versículos no quieren decir que Jesús fue perfeccionado en lo que a Su carácter moral se refiere. Esto sería
imposible, pues Él ha sido siempre perfecto en Su carácter, palabras, y obras. Pero Él fue perfeccionado como
nuestro Salvador. Para poder traernos salvación, Él debía dejar el cielo, encarnarse como un hombre, sufrir,
sangrar, y morir. Él nunca hubiese sido nuestro perfecto Salvador si se hubiese quedado en el cielo. Tuvo que
sufrir todo el castigo que merecían nuestros pecados para llegar a ser perfecto como el Capitán de nuestra
salvación.
No hay nadie como Él: “¿Quién como tú, oh Jehová...magnífico en santidad, terrible en
maravillosas hazañas, hacedor de prodigios?” (Éx. 15:11). Reginald Heber (1783-1826) comprendió que
nuestro Dios es santo:

¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! ¡Cuán numeroso coro,


De Tus escogidos te adora sin cesar,
De gratitud llenos, y sus coronas de oro
Alredor inclinan del cristalino mar!

¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! La inmensa muchedumbre


De espíritus puros que hacen Tu voluntad
Ante Ti se postran bañados en Tu
lumbre, Ante Ti que has sido, que eres y
serás.

¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! Por más que estés velado


Con sombras y el hombre no te pueda mirar,
Santo Tú eres sólo, y nada hay a Tu lado
En poder perfecto, pureza y caridad.

Notas

— 22 —
Sabio Más Allá
de Toda Descripción
¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios!
¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos!
—Romanos 11:33

Otro atributo maravilloso de Dios es Su sabiduría. Éste está en cierto modo relacionado con Su omnisciencia,
pero no es lo mismo. Su omnisciencia habla de Su vasta extensión de información y comprensión, mientras
que Su sabiduría es la habilidad de usar ese conocimiento para producir los mejores resultados posibles con
los mejores medios posibles. Es Su juicio perfecto y discernimiento infalible:

Con Dios está la sabiduría y el poder;


Suyo es el consejo y la inteligencia....
Con él está el poder y la sabiduría;
Suyo es el que yerra, y el que hace errar (Job 12:13, 16).

¡Cuán innumerables son tus obras, oh Jehová!


Hiciste todas ellas con sabiduría;
La tierra está llena de tus beneficios (Sal. 104:24).

Jehová con sabiduría fundó la tierra;


Afirmó los cielos con inteligencia.
Con su ciencia los abismos fueron divididos,
Y destilan rocío los cielos (Pr. 3.19-20).

Los trazos de la sabiduría de Dios se dejan ver en la creación natural, pero la revelación completa se
extenderá por toda la eternidad. Tomemos el universo como ejemplo. Un artículo científico reciente decía que
está tan precisamente afinado, que las probabilidades de se realizara al azar “sería lo mismo que tirar un
dardo microscópico imaginario por el universo al objeto celeste más distante y dar en un blanco de un
milimetro”.
El cuerpo humano es una obra maestra de la sabiduría e ingeniería divina. Por ejemplo, un escritor
observó: “Se ha descrito el cerebro como un telar encantado. De alguna manera recibe las pulsaciones
eléctricas de 252 puntos en los ojos humanos y, en tiempo actual, transforma estos pequeños grupos de datos
en un “tapiz” que le enseña lo que está delante suyo”. De modo similar, el ADN, que es la base hereditaria,
“es tan estrecho y tan compacto que todos los genes de todas las células de mi cuerpo cabrían en un cubito de
hielo; pero si los ADN fuesen desatados y unidos entre sí de extremo a extremo, la hilera podría alargarse
desde la tierra hasta el sol, y de nuevo más de cuatrocientas veces”.
Está el milagro de la mente, respecto a lo cual, el Diseñador preguntó:

¿Quién puso la sabiduría en el corazón?


¿O quién dio al espíritu inteligencia? (Job 38:36).

También está el milagro del espíritu, por el cual podemos tener comunión con Dios. En oración
dejamos el planeta tierra, entramos en la sala del trono del universo, y conversamos con el Rey.
También vemos la sabiduría de Dios en la creación espiritual. El plan de salvación lo demuestra.
Pablo nos recuerda que “ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría,
agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación” (1 Co. 1:21); y “Cristo [es] poder de
Dios, y sabiduría de Dios” (1 Co. 1:24). En Su sabiduría, Él no escogió a los sabios, los poderosos o los
nobles; Escogió a los necios, débiles, viles y menospreciados—en una palabra, a los “don nadie”—para llevar
gloria a Su Nombre (1 Co. 1:26-29).
Toda la creación está llena de la evidencia de la sabiduría divina. Todas Sus obras expresan Su
sabiduría.
La sabiduría de Dios, perfecta y completa, significa que Él nunca puede equivocarse. Como decimos
a veces, Él es tan amoroso que no puede ser rudo, y tan sabio que no puede cometer un error. ¡Qué confianza
en nuestro Señor nos da esto! Sea lo que sea que nos acontezca, no es ni error ni accidente. Si tuviésemos Su
sabiduría, planearíamos nuestras vidas exactamente de la misma manera en la que Él las ha planeado.
Esto significa que Su dirección es la mejor. Podemos confiar en Él como nuestro Guía. Demasiado a
menudo tomamos el timón en nuestras propias manos. Si fuésemos sabios, en lugar de aconsejarle qué hacer
en nuestras vidas, le dejaríamos escoger por nosotros, porque Él sabe lo mejor. Él es el verdadero y sabio
Consejero.
Es verdad que nunca vamos a poder ser tan sabios como Dios, pero esto no nos excusa de aprovechar
Sus recursos y mostrar sabiduría en nuestras vidas cotidianas. Debemos ser “prudentes como serpientes, y
sencillos como palomas” (Mt. 10:16). Debemos caracterizarnos por la sabiduría que viene de lo alto, una
sabiduría que es pura, pacífica, amable, benigna, “llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre
ni hipocresía” (Stg. 3:17). Somos sabios si oímos las enseñanzas de Jesús y las hacemos (Mt. 7:24). Debemos
andar sabiamente para con los que están fuera de la fe (Col. 4:5).
Los creyentes revelan otros rasgos de la verdadera sabiduría. No juzgamos por las apariencias
externas. Valoramos la alabanza de Dios, no la de los hombres. Compartimos el pensar de Dios, de que las
cosas que la mayoría de las personas estiman, son abominaciones. Aprendemos de la Palabra de Dios, y de
este modo evitamos muchas lecciones amargas en la escuela de la experiencia. Encontramos seguridad en la
multitud de consejeros. Hallamos paz al aceptar las cosas de la vida que no se pueden cambiar. De estas y
muchas otras maneras, los creyentes nos manifestamos como personas de sabiduría y verdaderos hijos de
Aquel de quien Isaac Watts escribió:

Las estrellas Él formó, esas celestiales llamas flameantes,


Su número cuenta Él, y por su nombre a cada una llama:
No conoce límite alguno, pues es inmensa Su sabiduría,
Sumergidos quedan nuestros pensamientos en su profundidad.

Notas
— 23 —

Dios es Bueno
Bueno eres tú, y bienhechor.
—Salmo 119:68

Dios es bueno en el sentido de que es moralmente perfecto. Todo lo que hace es bueno, esto es, amable y
benéfico. Él es excelente y completamente libre de todo lo que sea malicioso o indigno. Es misericordioso,
lleno de gracia, generoso, amante, paciente, perdonador, y digno de confianza —todos estos atributos y más,
están incluidos en Su bondad.
David habló de “la bondad de Jehová en la tierra de los vivientes” (Sal. 27:13). También dijo:

¡Cuán grande es tu bondad,


que has guardado para los que te temen,
Que has mostrado a los que esperan en ti,
delante de los hijos de los hombres! (Sal. 31:19).

De la misericordia de Jehová está llena la tierra (Sal. 33:5).*

Y a todos se nos invita a “gustar y ver que es bueno Jehová” (Sal. 34:8). Su bondad “es continua” (Sal.
52:1).* Se repite frecuentemente en la Escritura:

Porque Jehová es bueno;


Para siempre es su misericordia,
Y su verdad por todas las generaciones (Sal. 100:5).

Bueno es Jehová para con todos,


Y sus misericordias sobre todas sus obras (Sal. 145:9).

Jehová es bueno,
fortaleza en el día de la angustia;
y conoce a los que en él confían (Nah. 1:7).

C. H. Spurgeon muestra cómo la bondad de Dios es tan fundamental para nuestra fe:

“Él es bueno”. Esta razón es más que suficiente para darle gracias; la bondad es Su esencia y
naturaleza, y por lo tanto siempre debemos alabarle, ya sea que estemos recibiendo algo de Él o no.
Aquellos que tan sólo alaban a Dios porque Él les hace bien, deberían elevarse a una nota más alta y
darle gracias porque Él es bueno. En el sentido más verdadero, sólo Él es bueno. “No hay bueno sino
uno, que es Dios”; por tanto, en toda gratitud el Señor debe tener la porción real. Si otros parecen ser
buenos, Él es bueno. Si otros son buenos en alguna medida, Él es bueno sin límites. Cuando otros se
comportan mal para con nosotros, esto no debería más que conmovernos de corazón para dar gracias al
Señor, porque Él es bueno; y cuando nosotros mismos somos conscientes de que estamos lejos de ser
buenos, deberíamos bendecirle a Él con más reverencia, porque “Él es bueno”. Nunca debemos tolerar
ni un instante de duda acerca de la bondad del Señor; aunque otras cosas sean cuestionables, esto es
absolutamente cierto: Jehová es bueno; puede que varíen Sus dispensaciones, pero Su Nombre siempre
es el mismo, y siempre bueno. No sólo es que Él era bueno, y será bueno, sino es que Él es bueno; sea
como sea Su providencia. Por lo tanto, en este momento presente, aunque el cielo esté oscuro y
cubierto de nubes, demos gracias a Su Nombre.

Vemos la bondad de Dios en la creación, providencia, y redención. Piensa en la belleza de la creación


—las montañas, lagos, árboles, flores, puestas de sol, estrellas, animales, aves, y peces. Piensa en la bondad
de Dios en la providencia —cómo Él alimenta, protege, guía, cuida, y se muestra amigo de toda Su creación.
Y sobre todo esto, medita en Su bondad en la redención —que Él mandase al Mejor del cielo para morir por
los peores de la tierra.
J. I. Packer señala que “Dios es bueno con todos en algunas maneras, y con algunos en todas las
maneras”. Su gracia común se muestra a todos en “la creación, providencia y todas las bendiciones de esta
vida”. Su gracia especial se muestra a los creyentes en las bendiciones de la salvación.
No es de extrañar que el salmista dijese: “Alaben la misericordia de Jehová, y sus maravillas para
con los hijos de los hombres” (Sal. 107:8).* Si tan sólo nos detuviésemos para meditar en las muchas
evidencias de Su bondad en nuestras vidas, adoraríamos más y seríamos más agradecidos. El problema es que
todo lo damos por hecho, entonces nuestros corazones se enfrían y no responden.
La contemplación de Su bondad debe despertar en nosotros el deseo de ser buenos para con los
demás —de ser amables y benevolentes, y amigos fieles. Podemos manifestar bondad siendo cariñosos,
generosos, perdonadores, considerados, amables, y hospitalarios.
Puede que alguien pregunte: “Si Dios es tan bueno, ¿por qué hizo al diablo?” La respuesta es que
Dios le creó como un ser angélico que era perfecto en sus caminos (Ez. 28:15) pero era un agente moral libre
con poder para obedecer o desobedecer a Dios. Cuando este “hijo de la mañana” buscó usurpar el trono de
Dios, cayó del cielo (Is. 14:12-15). No fue culpa de Dios el que Su criatura escogiese rebelarse contra Él.
Otro puede que pregunte: “Si Dios es bueno, ¿por qué dice que Él origina el mal, la enfermedad, el
sufrimiento, la tragedia, la muerte, y todo lo demás?” Por ejemplo, en Isaías 45:7, le oímos decir: “Yo hago la
paz y creo la adversidad”. ¿Manda Dios la calamidad? Debe entenderse claramente que Dios nunca es la
fuente del mal o de nada malo. Algunas escrituras parecen indicar que sí lo sea, pero la verdadera explicación
es que a menudo se dice que Dios hace cosas que sólo Él permite que se hagan. En otras palabras, Él permite
que Sus criaturas, humanas y angélicas, hagan cosas que no son buenas, pero entonces Él toma el mando
sobre estas cosas malas para Su gloria y para el bien de Su pueblo.
Una tercera pregunta que puede surgir es: “Si Dios es bueno, ¿por qué castiga el mal?” Stephen
Charnock respondió la cuestión preguntando, “¿Cómo puede Dios ser amigo de la bondad si no es enemigo
del mal?” El castigar el mal es un rasgo de la bondad. Permitir que pasase sin revisión y castigo sería una
negación de todo lo que es bueno. Y John Greenleaf Whittier fue reafirmado por la bondad de Dios:

Aun en el enloquecedor laberinto de las cosas,


Y por la inundación y tormenta sacudido,
A una segura confianza se aferra mi espíritu:
¡Yo sé que Dios es bueno!

Notas

(*). N. del T. Misericordia aparece muchas veces como sinónimo de bondad en algunas versiones.
— 24 —

Generosidad Abundante
Pongan la esperanza...en el Dios vivo,
que nos da todas las cosas en abundancia
para que las disfrutemos.
—1 Timoteo 6:17

Sí, el Señor es increíblemente generoso. Muy a menudo no prestamos la atención debida a Su generosidad.
Necesitamos que se nos esté recordando continuamente que Él nos da todas las cosas en abundancia para que
las disfrutemos.
Piensa en Su generosidad en la esfera de la naturaleza. Nos ha provisto de doscientas cincuenta mil
clases diferentes de plantas con semillas, de las cuales cincuenta mil son árboles —los de hoja perenne,
robles, arces, sauces, abedules, y muchos otros. Estos hacen de nuestro planeta un lugar de tremenda belleza,
en vez de un paisaje lunar.
Dios creó ocho mil seiscientas clases de flores para nuestro disfrute. Sólo de orquídeas, hay dos mil
variedades. La gloria de Salomón no se comparaba con la magnificencia de las anemonas escarlatas que se
extienden por las colinas de Tierra Santa. No se puede medir el placer que reciben todas las personas de las
rosas, los lirios, claveles, margaritas, begonias, violetas africanas, y todas las demás.
Tampoco debemos olvidar los árboles frutales y los arbustos y zarzamoras. Las manzanas son algo
favorito dondequiera que se encuentren. Y, ¿qué se puede comparar a la delicia de hincar el diente en una
pera de agua, sintiendo como el jugo desciende por la barbilla, y revelando su incomparable sabor? ¡Por no
mencionar los melocotones, plátanos, naranjas, uvas, ciruelas, y cerezas! Y, ¿quién puede resistirse a un trozo
de tarta de arándanos recién horneada, con el jugo goteando en el plato? Aun la mención de las frambuesas y
las fresas evoca similares sensaciones agradables.
Hay diez mil especies de aves, cada una de las cuales es una maravillosa creación de Dios. Nos
maravillamos ante el colibrí que puede cruzar el Golfo de Méjico sin tener que parar para repostar.
Disfrutamos el alegre y pequeño gorrión, rastreando para encontrar su comida diaria, y dejando el futuro en
las manos de su Creador. Consideramos los viajes migratorios de muchas de las aves y nos maravillamos del
instinto de la paloma.
Se estima que hay veinte mil especies de peces espinosos y otros diez mil de otras especies. Algunos
de ellos son modelos de gracia y belleza, y muchos nos suplen de comida de exquisito sabor.
Las hortalizas añaden variedad, color, y sabor a la comida corriente y cotidiana —patatas, zanahorias,
lechuga, guisantes, judías, remolacha, y maíz. La lista es casi interminable.
Sin sabores y fragancias, la vida sería sosa y monótona. Dios hizo el sabor del chocolate y la
fragancia de las lilas.
Nuestro Dios generoso salpicó los cielos con estrellas, billones de las cuales nunca veremos.
Probablemente no hay ciencia que revele más la grandeza de Dios que la astronomía, mostrándonos, al
mismo tiempo, nuestra insignificancia.
Y, ¿qué diremos de la belleza de una puesta de sol, la grandeza de las montañas, y la expansión de los
mares? No hay mente humana que pueda ni siquiera comenzar a asimilar la magnitud o la variedad de la
imponente creación de Dios.
Con razón el padre de la himnología inglesa, Isaac Watts, podía cantar:

Canto las bondades del Señor


Que de alimento la tierra llenó;
Por Su palabra las criaturas formó
Y entonces buenas Él las declaró.
Señor, Tus maravillas se
manifiestan Por dondequiera vuelvo
yo mi vista:
¡Ya sea mirando el suelo
O contemplando Tu cielo!

Y, mientras la Biblia señala la generosidad de Dios en la naturaleza, aún pone un mayor énfasis en Su
generosidad en el ámbito espiritual.
El salmista nos recuerda que los pensamientos de Dios para con Su pueblo son más numerosos que la
arena de la playa (Sal. 139:18). Si hubiese dicho que son más numerosos que un puñado de arena, ya hubiese
sido asombroso. Pero él dijo que son más numerosos que la arena del mar.
Dios da sabiduría abundantemente a todos los que se la piden (Stg.1:5). Al leer la Biblia, debemos
estar al tanto de adverbios como la palabra abundantemente, adjetivos que describen plenitud, y verbos que
expresan generosidad.
Nuestro Padre “cada día nos colma de beneficios” (Sal. 68:19). Es como si estuviésemos sobre
cargados, con el peso de las bendiciones. ¡Qué carga tan maravillosa!
El mayor despliegue de la generosidad de Dios fue cuando dio a Su Hijo unigénito. Cuando vació al
cielo de Su Tesoro escogido, cuando mandó lo Mejor del cielo para lo peor de la tierra, ¡no puede haber
regalo mayor que éste!
Conocemos la generosidad del Señor Jesucristo en que, siendo rico, voluntariamente “se hizo pobre”
por nosotros, para que “con su pobreza, fuéseis enriquecidos” (2 Co. 8:9). Éste es el ejemplo de generosidad
que Él nos dejó.
Dios es generoso en gracia. Cuando abundó el pecado, sobreabundó la gracia (Ro. 5:20). Pablo
describió la gracia divina como “más abundante” (1 Ti. 1:14). Es un gran océano. Nosotros permanecemos
en la orilla con nuestros pequeños dedales; los llenamos, pero el océano no mengua.
Dios es generoso en misericordia. Si así no fuera, tiempo ha que hubiésemos perecido. Él no nos dio
el castigo que merecíamos. Experimentamos Su misericordia a través de toda la vida, y ésta continúa con los
hijos de nuestros hijos.
Cuando nacemos de nuevo, Él derrama abundantemente Su Espíritu en nosotros (Tit. 3:6). En este
derramamiento están implícitos todos los ministerios del Espíritu Santo. ¡Y cuánto les debemos a éstos!
Al mismo tiempo, se cumplen las palabras del Señor Jesucristo: “Yo he venido para que tengan vida,
y para que la tengan en abundancia” (Jn. 10:10).
Aun cuando somos llamados a pasar por sufrimientos y pruebas, abundan las consolaciones. Éstas
son suficientes para cada tribulación (2 Co. 1:5).
Dios suple todas nuestras necesidades conforme a Sus riquezas en gloria en Cristo Jesús (Fil. 4:19).
Él provee “en todas las cosas todo lo suficiente” para que “abundemos en toda buena obra” (2 Co. 9:8). Él
“es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos,
según el poder que actúa en nosotros” (Ef. 3:20).
Finalmente, al término de la jornada de la vida, Él otorga una “amplia y generosa entrada en el reino
eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 P. 1:11).
El lenguaje humano es inadecuado para describir la multiforme generosidad del Señor. Es demasiado
impresionante para imaginarla. Pero lo que de ella conocemos debe hacernos refrenar toda queja, dándole
gracias con todo nuestro corazón. Dorothy Grimes, a través de su poema, “La Exuberancia de Dios”, dijo:

Más cielo del que el hombre puede ver,


Más mar del que él puede navegar,
Más sol del que él puede llegar a contemplar,
Más estrellas de las que él puede alcanzar,
Más aliento del que él puede respirar,
Más cosecha de la que él puede recoger,
Más gracia de la que él puede comprender,
Más amor del que él puede conocer.

Notas

— 25 —
Equitativo,
Justo, y Recto
Justo eres tú, oh Jehová,
Y rectos tus juicios.
—Salmo 119:137

Dios es absolutamente recto. Siempre obra con justicia y equidad. Invariablemente hace lo que es justo. De
hecho, una manera fácil de entender el sentido de rectitud, o justicia, es concentrarse en las primeras letras: r-
e-c-t-i...(recto); j-u-s-t-i... (justo). Eso es. Dios hace lo que es recto —sin excepción.
Daniel habló elocuentemente de la rectitud y justicia de Dios:

Tuya es, Señor, la justicia, y nuestra la confusión de rostro, como en el día de hoy lleva todo
hombre de Judá, los moradores de Jerusalén, y todo Israel, los de cerca y los de lejos, en todas las
tierras adonde los has echado a causa de su rebelión con que se rebelaron contra ti Por tanto, Jehová
veló sobre el mal y lo trajo sobre nosotros; porque justo es Jehová nuestro Dios en todas sus obras que
ha hecho, porque no obedecimos a su voz (9:7, 14).

Aquí el profeta vindicó al Señor por todo lo que Él había hecho, aunque la mayoría había sido medicina
amarga para el pueblo. En efecto, dijo: “Señor, Tú eres recto, y has obrado justa y honorablemente. ¡Hemos
recibido exactamente lo que merecíamos!”
El Señor dijo:

Proclamad, y hacedlos acercarse,


y entren todos en consulta;
¿quién hizo oír esto desde el principio,
y lo tiene dicho desde entonces,
sino yo Jehová?
Y no hay más Dios que yo;
Dios justo y Salvador;
ningún otro fuera de mí (Is. 45:21).

Justo es un sinónimo de recto. El Señor es Dios justo y Salvador. Ningún otro dios puede compararse
a Él.
Pablo amaba el morar en la justicia de Dios. Por ejemplo, en Romanos 3, él explica cómo el plan de
salvación del evangelio resuelve un dilema espiritual. Explica cómo un Dios justo puede justificar a
pecadores injustos y seguir siendo justo al hacerlo. No pasa por alto el pecado ni lo excusa. Él paga la pena
completa del pecado en la muerte sustitutoria de Su amado Hijo. Ahora Dios puede justificar a todos aquellos
que reciben a Su Hijo como Señor y Salvador. Esta solución al dilema divino está expresado poéticamente
por el himnólogo Albert Midlane (1825-1909):

De Dios la rectitud y justicia perfecta


En la sangre del Salvador es atestiguada;
Es en la Cruz de Cristo que vemos trazada
Su justicia, empero con gracia maravillosa.

No podía Dios al pecador pasar por alto,


Pues su pecado demanda que sea muerto;
Mas vislumbramos en la Cruz de Cristo
Cómo puede Dios salvarnos siendo justo.

El pecado es en el Salvador cargado,


En Su sangre es pagada la deuda del pecado;
La Justicia Severa ya no queda demandando,
Ya está la Misericordia sus bienes
dispensando.

Es puesto en libertad el pecador que cree,


Y logra decir: “Por mí el Salvador murió”;
Y dice, señalando la expiatoria sangre:
“Ésta alcanzó mi ansiada paz con Dios”.

El salmista dijo: “La misericordia y la verdad se encontraron; la justicia y la paz se besaron” (Sal.
85:10). Lo supiera o no, el salmista estaba anticipando el Calvario. Allí la misericordia pudo desbordarse
libremente para los pecadores que creen, porque allí se encontraron todas las demandas de la verdad. La paz
pudo ser ofrecida por la fe, porque la cuestión del pecado se había tratado con justicia. En la Cruz, de una
manera muy especial, los atributos de Dios se encontraron en una unión llena de amor y gozo.
La verdad de la rectitud y justicia de Dios, está designada para tener una influencia práctica en
nuestras vidas. Si Él es recto, justo, e imparcial, también debemos serlo nosotros, especialmente porque
somos Sus representantes. Uno de los rasgos del cristiano es la práctica de la justicia (1 Jn. 3:10). Debemos
esforzarnos por tener siempre una conciencia libre de ofensa hacia Dios y los demás. Esto significará que
nosotros seremos justos en todos nuestro tratos. Seremos escrupulosamente honestos; nuestra palabra será de
fiar. Evitaremos cualquier contacto con tratos no muy claros, evadirnos de los impuestos, sobornar, meternos
en fraudes, quebrantar la ley, o pesos y balanza falsos. Seremos imparciales, no favoreciendo a los nuestros,
haciendo que nuestros beneficios lleguen tanto a los justos como a los injustos. No juzgaremos por las
apariencias; juzgaremos con juicio justo. No aumentaremos la cuenta de gastos personales, y no cambiaremos
aun jurando en daño propio (Sal. 15:4). Esto es, seguimos con los acuerdos, contratos, y tratos en el trabajo, a
pesar de lo que pueda costarnos.
También, entonces, debemos alabar la justicia de Dios. Debemos estar agradecidos de que Él nos
salva con justicia, y continúa perdonándonos justamente después que hemos sido salvados (1 Jn. 1:9), y
porque Él es justo y recto en todos Sus tratos para con nosotros. Aun cuando Él nos aflige, es justo al hacerlo
así. Es una bendición inefable el saber que nuestro Dios es infinitamente justo.
La rectitud de Dios es prácticamente sinónima con su justicia, y esto conlleva serias implicaciones
para los que no son salvos. Cuando el Señor se siente en el gran trono blanco, Su juicio será absolutamente
justo. Su veredicto estará basado en la verdad, toda la verdad, y nada más que la verdad. No mostrará respeto
alguno por las personas. Sus juicios tratarán con los secretos de los hombres tanto como con sus pecados de
hecho y omisión. Sus decisiones se basarán en el perfecto conocimiento de todo, y será completamente
imparcial. Ningún pecador debe jamás pedir justicia a Dios; pues, si recibiésemos justicia, todos seríamos
juzgados y condenados. ¡Es gracia lo que necesitamos! Bien lo expresó Count Nicolaus von Zinzendorf
(1700-1760):

Jesús, son Tu sangre y Tu


justicia Mi belleza, y mi ropaje
de gloria,
Teniendo mundos radiantes por
vestidura Yo levantaré con gozo mi
cabeza.

Notas

— 26 —

Celo Divino
Jehová, cuyo nombre es Celoso, Dios celoso es.
—Éxodo 34:14
Sólo con que pensemos un momento recordaremos que, en lo que se refiere a nosotros, el celo puede ser
bueno o malo. Cuando un esposo descubre que otro hombre está intentando robarle el afecto de su mujer, es
justificablemente celoso. Pero cuando una persona tiene envidia de las posesiones de otro, esta clase de celo
es inexcusable.
Dios es celoso, pero siempre en el buen sentido. Él desea el amor y la lealtad no divididas de Su
pueblo, y se disgusta ante cualquier ofensa de Sus afectos. Su celo es completamente desinteresado, es decir,
que no es egoísta; Él sabe que no les va a hacer bien el ir en pos de dioses falsos.
La mayoría de las referencias al celo de Dios están relacionadas con la idolatría de Israel. El pueblo
escogido había abandonado a Jehová y estaba adorando a los ídolos. Esto era fornicación espiritual. El celo
de Dios se encendía.
Aquí tenemos algunas de la multitud de referencias que hay del celo divino:

Yo soy Jehová tu Dios, fuerte, celoso (Éx. 20:5).

Porque Jehová tu Dios es fuego consumidor, Dios celoso (Dt. 4:24).

Le despertaron a celos con los dioses ajenos; Lo provocaron a ira con abominaciones (Dt. 32:16).

Le enojaron con sus lugares altos,


Y le provocaron a celo con sus imágenes de talla (Sal. 78:58).

¿Hasta cuándo, oh Jehová?


¿Estarás airado para siempre?
¿Arderá como fuego tu celo? (Sal. 79:5).

Me mostraré celoso por mi santo nombre (Ez. 39:25).

Jehová es Dios celoso y vengador (Nah. 1:2).

¿Provocaremos a celos al Señor? (1 Co. 10:22).

Ésta última pregunta es tan apropiada hoy en día como lo fue cuando Pablo preguntó por primera vez:
“¿Provocaremos a celos al Señor?” El sistema del mundo está continuamente intentando distraer a la iglesia
de su amor pristino por el Salvador. Los deseos de los ojos, los deseos de la carne, y el orgullo de la vida
están alerta para seducir al creyente. Puede que no seamos tentados a adorar imágenes talladas, pero el dinero,
el poder, la fama, y el placer pueden llegar a convertirse en ídolos también.
El conocimiento de la intolerancia de Dios hacia todo aquel o aquello que pudiese resultar en pérdida
para nuestra devoción exclusiva hacia Él debería inspirarnos para serle fieles:

Celoso es el Señor nuestro Dios,


Y con celo ardiente nos ama;
El dios extraño y la imagen tallada
Provocan y encienden Su santa ira.

Pero no es egoísta Su amor


Para los que Su sangre redimió;
Quiere el primer lugar en nuestro corazón
Pues para nosotros busca lo mejor.

— 27 —

Grande es
Su Fidelidad
Hasta los cielos llega tu misericordia.
—Salmo 36:5
Muy estrechamente unida a la inmutabilidad de Dios, un atributo único, está Su fidelidad, o Su verdad, lo
cual, en cierta manera limitada también podemos cultivar nosotros. El Señor es absolutamente digno de
confianza en todos Sus caminos, y absolutamente fiel a Su Palabra. Ninguna de Sus promesas puede fallar
jamás. Él no puede mentir ni engañar. Debido a esta perfección divina, la Palabra de Dios es lo más seguro de
todo el universo. Si Dios dice algo, no hay ningún riesgo en creerlo. De hecho, es necio el que no lo cree. Fiel
y verdadero es todo lo que dice el Señor.
La Biblia rebosa de versículos que nos hablan de la fidelidad de Dios. He aquí algunos de ellos:

Conoce, pues, que Jehová tu Dios es Dios, Dios fiel (Dt. 7:9).

De generación en generación es tu fidelidad (Sal. 119:90).

Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos,


Porque nunca decayeron sus misericordias.
Nuevas son cada mañana;
Grande es tu fidelidad (Lm. 3:22-23).

Fiel es Dios, por el cuel fuisteis llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo nuestro Señor (1 Co. 1:9).

Fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir (1 Co. 10:13).

Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados (1 Jn. 1:9).

Jesucristo el testigo fiel (Ap. 1:5).

¡Piensa en todo lo que le debemos a la fidelidad de Dios! Es porque es fiel que nosotros podemos
saber que Su camino de salvación es el correcto. Es porque Él es fiel que podemos tener certeza de salvación
por medio de Su Palabra. Es porque Él es fiel que podemos saber que nuestros pecados han sido perdonados.
La fidelidad de Dios garantiza el cumplimiento de Sus profecías y promesas. Su fidelidad es la razón de
nuestra preservación día a día. Vemos Su fidelidad para con Sus criaturas en Génesis 8:22:

Mientras la tierra permanezca,


La siembra y la siega,
El frío y el calor,
El verano y el invierno,
El día y la noche,
Nunca cesarán (BAS).

Bien podríamos preguntar: “¿Qué es lo que no le debemos a la fidelidad de Dios?”


Pero esta virtud divina no sólo debe servirnos de almohada, sino también de empuje. Debemos querer
ser como Él. Debemos ser fieles en nuestros tratos los unos con los otros, prontos para guardar acuerdos, que
se pueda depender de nosotros guardando promesas. Debemos ser fieles a nuestros votos de matrimonio.
Debemos ser hombres de palabra. Una vez que hemos hecho un compromiso, debemos apegarnos a ello,
aunque esto signifique una gran pérdida (Sal. 15:4). Debemos ser escrupulosamente honestos, evitando las
exageraciones y las verdades a medias. Debemos ser fieles en el hogar, en la iglesia, y en el trabajo, viviendo
de manera que un día podamos oir como Él nos dice: “Bien, buen siervo y fiel” (Mt. 25:21, 23). Thomas O.
Chisholm (1866-1960) alabó la fidelidad de Dios de esta manera:

Oh, Dios Eterno, Tu misericordia


Ni una sombra de duda tendrá;
Tu compasión y bondad nunca fallan
Y por los siglos el mismo serás.

Coro:
¡Oh, Tu fidelidad!
¡Oh, Tu fidelidad!
Cada momento la veo en mí.
Nada me falta, pues todo provees,
¡Grande, Señor, es Tu fidelidad!

La noche oscura, el sol y la luna,


Las estaciones del año también,
Unen su canto cual fieles criaturas,
Porque eres bueno, por siempre eres fiel.

Notas

— 28 —

Lento en Perder
la Paciencia
Jehová, tardo para la ira y grande en misericordia.
—Números 14:18

La paciencia de Dios es Su deseo y habilidad de mostrar autocontrol y contenerse, al tratar con el pecado
humano, la provocación y la rebelión. Él podría castigar el pecado instantáneamente, y en casos aislados sí
que lo ha hecho. De todas formas, generalmente Él ha soportado la maldad del hombre con maravillosa
paciencia. ¡El hecho de que nosotros mismos estemos aquí para narrar la historia es un tributo a la paciencia
de Dios!
Jehová se proclamó a Moisés como “¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para
la ira, y grande en misericordia y verdad” (Éx. 34:6).
Nahum habló de Él como “tardo para la ira y grande en poder” (1:3).
Pablo pregunta a los moralistas que son justos en su propia opinión: “¿Menosprecias las riquezas de
su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento?” (Ro.
2:4).
En otro lugar, Pablo habla del Señor, que soportó “con mucha paciencia los vasos de ira preparados
para destrucción” (Ro. 9:22).
En respuesta a la cuestión de por qué no trata Dios con los pecadores repentinamente, Pedro escribe:
“El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con
nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 P. 3:9).
Podría considerarse como un hecho justificable el que Dios castigase todo el pecado al momento.
Pero Él no se deleita en la muerte del impío. Quiere que las personas se arrepientan y vivan. Por tanto, Él
sufre con paciencia la insolencia y la hostilidad de los hombres. Retrasa el día del juicio para que hombres y
mujeres, niños y niñas puedan ir a los pies heridos de Cristo Jesús y reconocerle como Señor y Salvador.
No es necesario decir que Él quiere ver éste mismo rasgo Suyo reproducido en nosotros, Su pueblo.
Quiere vernos soportando paciente y triunfantemente los agravios de la vida. Esto significa que no seamos de
genio vivo; que no nos saldremos de nuestras casillas. No perderemos los estribos con facilidad. No
buscaremos el desquitarnos. Al contrario, mostraremos una paciencia conquistadora ante el insulto y el
maltrato.
Hay un incidente en uno de los libros de Corrie ten Boom que ilustra esto mismo de una manera
hermosa. Ella y su hermana, Betsie, se hallaban en un campo de concentración, sufriendo dolor e indignidad
indescriptibles. Aun así, Betsie le decía a Corrie que cuando salieran, tendrían que hacer algo para ayudar a
esa gente. Naturalmente, Corrie pensó que se estaba refiriendo a sus compañeros de prisión. Pero Betsie no se
estaba refiriendo a ellos en absoluto. ¡Se estaba refiriendo a los guardias, sus perseguidores!
Corrie escribió: “Y me pregunté, por primera vez, qué clase de persona era Betsie, esta hermana
mía... ¿Por qué clase de senda transitaba ella mientras yo marchaba penosamente en aquel mundo de sólidas
realidades?” Corrie veía a Betsie transitando en un camino celestial mientras ella vivía tan sólo una vida
natural, sin poder ir más allá de la carne y la sangre. La verdad es, por supuesto, que tanto Betsie como Corrie
estaban recorriendo la senda de la paciencia, a pesar de la negación de Corrie.
Las historia de los mártires cristianos, al igual los de la antigüedad como los de ahora, está llena de
ejemplos casi increíbles de paciencia y longanimidad. Nos maravillamos, no sólo porque fueron capaces de
soportar torturas extremas, sino también porque oraron por sus culpables agresores y asesinos.
La mayoría de nosotros nunca hemos sido llamados a soportar dolor físico por causa de Jesús.
Nuestra paciencia se limita a cosas más pequeñas como humillaciones, insultos, ridículo, y críticas. De todos
modos, debemos dar gracias al Señor que nos tiene por dignos de sufrir de alguna manera por causa de Su
nombre.
El himnólogo Edward Denny (1796-1889) ensalza al longánimo Salvador con estas palabras:

Podrán Tus enemigos odiar y


desechar, Y Tus amigos infieles
resultar;
Sigues sin cansarte aún de perdonar,
Tu corazón tan sólo pudo amar.

Notas

— 29 —

Grande es el Señor
He aquí, Dios es grande, y nosotros no le conocemos,
Ni se puede seguir la huella de sus años.
—Job 36:26

Él hace grandes cosas, que nosotros no entendemos.


—Job 37:5

Pregunto, ¿cuál es el pensamiento más grande que pueda ocupar la mente humana? La contemplación de
Dios. El intelecto humano no puede encontrar tema más alto y digno que éste. No hay tema que se le
compare. Pensar en Dios es la mayor ocupación, el ejercicio más sublime de nuestras facultades mentales.
Cuán agradecidos debemos estar de que Dios nos haya dado mentes capaces de considerar Su
conocimiento, santidad, amor, poder, y sabiduría. Es cierto, vemos a través de espejo, oscuramente. ¡Pero no
importa! Sigue siendo un tremendo privilegio, el agrandar nuestras mentes al límite contemplando Sus
atributos divinos.
Pienso a menudo en los grandes científicos y filósofos del mundo, y en las tremendas cuestiones con
las que se han enfrentado. Pero muchos de ellos jamás han luchado con la mayor cuestión de todas —el Dios
eterno. Parece una enorme degradación del intelecto humano, el vivir y morir sin siquiera pararse a pensar
con profundidad y seriedad en el Creador y Señor.
Habiendo pasado algún tiempo en la contemplación de Dios, ahora debemos darnos cuenta de que el
asunto es demasiado grande para que nuestras mentes puedan asimilarlo completamente. Somos como niños
con sus pequeños cubos a la orilla del océano. Podemos llenar los cubos, pero el océano no disminuye. No
tiene por qué molestarnos el que no podamos entender por completo a Dios. Si pudiésemos, seríamos tan
grandes como Él. Aun por toda la eternidad estaremos aprendiendo incesablemente las maravillas de Su
persona y obra. Novatian, un martir cristiano del Siglo III, escribió:

Dios es más grande que la mente misma. Es imposible concebir Su grandeza. No, porque si
pudiésemos llegar a concebir Su grandeza, Él sería menor a la mente humana que pudo formar la
concepción. Él es más grande que todo lenguaje, y no hay declaración que pueda expresarle. De hecho,
si hubiese declaración capaz de expresarle, Él sería menor al lenguaje humano, que por medio de tal
declaración pudiera haber comprendido y reunido lo que Él es. Todos nuestros pensamientos acerca de
Él serán menores que Él, y lo más alto que podamos pronunciar serán trivialidades al compararse con
Él.

Ahora, resumiendo los atributos de Dios, pensemos en Su grandeza tal como es desplegada en la
Biblia. Al leer distintos pasajes de las Escrituras, nos daremos cuenta de que las palabras parecen ceder bajo
el peso de las ideas. El Espíritu de Dios aprovecha el lenguaje humano para que podamos entender mejor.
Asigna forma y personalidad humana a Dios para que sea posible comprender mejor. Agota el vocabulario
para expresar lo inexpresable.
Vayamos en primer lugar a Job 26:14. En los versículos precedentes, Job ha dado una descripción
maravillosa del Señor. Es uno de los retratos de Dios más asombrosos del Antiguo Testamento, mostrando Su
sabiduría y poder en la creación. Cuando Job termina, dice:

He aquí, estas cosas son sólo los bordes de sus caminos;


¡Y cuán leve es el susurro que hemos oído de él!
Pero el trueno de su poder, ¿quién lo puede comprender?

En otras palabras, Dios es tan grande, que nosotros tan sólo vemos los bordes de Sus caminos y
oímos sólo un susurro de Su poder. Si los bordes son tan pavorosos, ¿cuál será la plenitud? Y si el susurro es
tan ensordecedor, el trueno, ¿cómo será?
Llendo al Salmo 104:32, podemos captar algo más de la grandeza de Dios. Dice así: “Él mira la
tierra, y ella tiembla; Toca los montes, y humean”. Un vistazo de Dios puede provocar un terremoto, y Su
tacto puede causar erupciones volcánicas. ¡Eso sí que es poder! Una simple mirada del Todopoderoso hace
que los fundamentos de la tierra se sacudan con violencia, y el delicado toque de Su mano provoca al Vesubio
a vomitar toneladas de lava. Si impulsos tan pequeños causan tales cataclismos aplastantes, ¿qué es lo que
produciría si fuese desatado por completo el poder de Dios?
En el Salmo 113:6, leemos que Dios “se humilla a mirar en el cielo y en la tierra”. Ésta es una
manera preciosa de describir la trascendencia del Señor —el hecho de que Él es más alto y que está más allá
de los límites de nuestra experiencia o nuestro universo. Si nos pusiésemos de puntillas, no podríamos abarcar
las cosas que hay en el cielo. Lo que para nosotros es estirarnos enormemente, para Dios es inclinarse
enormemente. La mente humana no puede ni llegar a imaginarse cuán exaltado es Dios sobre toda la
creación.
El Salmo 147:4 dice: “Él cuenta el número de las estrellas; a todas ellas llama por sus nombres”.
Aquí nos hallamos ante dos maravillas —la habilidad de contar interminablemente sin quedarse sin números,
y asignar millones de nombres sin duplicación. Nosotros no sabemos cuántas estrellas hay y, aunque lo
supiésemos, no hay palabras suficientes en nuestro vocabulario para expresar tales cantidades. El astrónomo
británico Sir James Jeans dijo en cierta ocasión, que es muy probable que haya las mismas estrellas en los
cielos como arena hay en todas las costas del mundo. A la luz de esto, es interesante ver que, cuando Dios le
hizo a Abraham la promesa de su innumerable posteridad, le habló de estrellas y arena al mismo tiempo (Gn.
22:17). Al contar las estrellas, Dios se muestra a sí mismo como un Dios de capacidad infinita. Y al darle un
nombre a cada una, se revela como un Dios de infinita variedad.
Por supuesto, Él es el Dios del telescopio. Pero si nos fijamos en el versículo anterior, nos daremos
cuenta de que es también, de la misma manera, el Dios del microscopio: “El sana a los quebrantados de
corazón, y venda sus heridas” (Sal. 147:3). Aquel que conoce cada detalle de las expansiones celestes, está
vitalmente interesado en Sus dolientes criaturas. Tal preocupación personal es impresionante al considerar la
partícula de polvo cósmico que es nuetro planeta en el universo, y cuán diminutos somos nosotros, aun en
comparación con la tierra. Y aun así, el mismo Dios que cuenta las estrellas y da un nombre distinto a cada
una de ellas, también se inclina y se rebaja en gracia para sanar a los quebrantados de corazón, y para vendar
sus heridas.
El profeta Isaías declara: “En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono
alto y sublime, y la orla de su manto llenaba el templo” (6:1; BAS). ¡La orla de su manto llenaba el templo!
¿Qué es lo que quiere decir esto? La orla es la parte del manto que queda detrás. Sólo que aquí no se refiere a
una prenda física, sino a la gloria del Señor —Su resplandor y excelencia moral. Imaginémonos por un
momento una boda en la abadía de Westminster, donde el vestido nupcial es tan magnífico que su orla llena
toda la abadía. Entonces traslademos la ilustración al Señor y Su gloria. Si la orla de Su gloria llena el templo,
¿cómo será el despliegue completo de Su gloria?
En Isaías 40 tenemos otra descripción superlativa del Señor. Dios está reprendiendo a Su pueblo
porque se han convertido en unos idólatras. Ése es el peor y último insulto —darle la espalda a esta gloriosa
Persona que hemos estado describiendo, y adorar a imágenes de talla que representan a un hombre, o un ave,
una bestia o una serpiente. Cualquier otra persona hubiese destruido a la humanidad tiempo ha, pero el Señor
suplica a los hombres y mujeres con misericordia longánime:

¿Quién midió las aguas con el hueco de su mano


y los cielos con su palmo,
con tres dedos juntó el polvo de la tierra,
y pesó los montes con balanza
y con pesas los collados?
¿Quién enseñó al Espíritu de Jehová,
o le aconsejó enseñándole?
¿A quién pidió consejo para ser avisado?
¿Quién le enseñó el camino del juicio,
o le enseñó ciencia,
o le mostró la senda de la prudencia?
He aquí que las naciones le son como la gota de agua que cae del cubo,
y como menudo polvo en las balanzas le son estimadas;
he aquí que hace desaparecer las islas como polvo.
Ni el Líbano bastará para el fuego,
ni todos sus animales para el sacrificio.
Como nada son todas las naciones delante de él;
y en su comparación serán estimadas en menos que nada,
y que lo que no es (Is. 40:12-17).

Notemos lo que esto nos está diciendo acerca del Dios que hemos estado contemplando . Él es tan
grande que mide las aguas en el hueco de Su mano —los Océanos, Atlántico, Pacífico, Índico, Ártico y
Antártico, y todos los mares, lagos, estanques y ríos. Él es tan grande que mide los cielos con Su palmo. Un
palmo es la distancia que hay entre la punta del dedo pulgar hasta la punta del dedo meñique. El palmo de
Dios es capaz de abarcar los cielos. Puede juntar el polvo de la tierra con tres dedos. Puede pesar las
majestuosas montañas y los collados en Sus balanzas; para Él, son insignificantes. Los imperios más
poderosos del mundo equivalen a la última gota de agua que queda en un cubo —sin más importancia que el
polvo que pueda acumularse en la balanza del farmacéutico. Si tuviésemos que amontonar todos los cedros
del Líbano para el fuego y todos sus animales para el sacrificio, éste sería completamente insuficiente para
tan grande Dios.
Nahum escribió:

Jehová es tardo para la ira y grande en poder,


y no tendrá por inocente al culpable.
Jehová marcha en la tempestad y el torbellino,
y las nubes son el polvo de sus pies (1:3).

¡Piensa en esto! El tornado y la tormenta marchan sobre nosotros, pero Dios marcha en ellos. Para nosotros,
las nubes se asemejan a grandes Himalayas, pero Él es tan alto y sublime que éstas no son más que el polvo
de Sus pies. Bien dijo William Cowper que “Él marcha en la tormenta y deja huellas en el mar”. Los vientos
y las olas le obedecen.
Y después, en el libro de Habacuc, tenemos otra gran visión de Dios en su esplendor único e
incomparable:

Dios vendrá de Temán,


Y el Santo desde el monte de Parán. Selah
Su gloria cubrió los cielos,
Y la tierra se llenó de su alabanza.
Y el resplandor fue como la luz;
Rayos brillantes salían de su mano,
Y allí estaba escondido su poder (3:3-4).

La pregunta que nos queda es, si tal es Su poder escondido, ¿qué será de la plena revelación del mismo?
Es importante que nuestros pensamientos de Dios sean sublimes. Si le reducimos a nuestro tamaño,
nuestras vidas empobrecerán a esa medida. Si nuestro Dios es tan pequeño, nunca nos levantaremos a la
grandeza en Su reino. Frederick William Faber (1814-1863) lo resume:

¡Oh, de qué modo, de Dios, el pensamiento, atrae, y aleja de la tierra el corazón,


Y los juegos y espectáculos efímeros, y las risas disipadas, hace repugnar!
No es esto suficiente para salvar nuestra alma, y el fuego eterno soslayar;
En el corazón, de Dios el pensamiento, sublimes y mayores deseos despertará.

Nota

Conclusión:

Este Es Nuestro Dios


¡Por toda la eternidad, a
Ti Mi canto gozoso
entonaré;
Mas, ¡oh! corta es la eternidad
Para toda Tu alabanza trovar!
—Joseph Addison

Quedaría incompleto cualquier libro que quisiéramos escribir acerca de los atributos de Dios. El ordenador
descansará y la impresora quedará en silencio, pero apenas hemos empezado a tratar el tema. Es tan inmenso
que nunca se acabará en esta vida, y ni siquiera la eternidad bastará para explorar su altura, profundidad,
largura y anchura.
Podemos conocer a Dios tal como Él se revela en la Biblia y en la persona de Cristo. Y aún así, ¡cuán
poco sabemos realmente de Él! Podemos verle a través de espejo, oscuramente, pero nunca podremos llegar a
entenderle por completo. Comprenderle es algo que queda mucho más allá de la capacidad de los ángeles o
de los seres humanos.
Después de haber rastreado el universo para encontrar superlativos con los cuales describirle,
regresamos confesando que no hemos dicho ni la más mínima parte. Todos los vocabularios de todas las
lenguas fallan al contar Sus excelencias. John Darwell, el himnólogo inglés, estaba en lo cierto cuando dijo
que aunque nosotros llegásemos a “reunir todos los nombres gloriosos de saber, amor, y poder que los
mortales jamás llegasen a conocer, o que los ángeles llegasen a llevar jamás, inferiores para hablar de Su
valor, e inadecuados son para mostrar al Salvador”.
Tal como Dios es infinito, así son Sus atributos. Su santidad es absoluta. Su soberanía es completa.
Su justicia es perfecta. Él es completamente inmutable, totalmente fiel, e ilimitado en poder. Su conocimiento
es inagotable, y Su presencia no tiene límites. Su sabiduría sobrepasa toda medida, Su amor va más allá de lo
que se puede describir, y Su gracia es mayor que nuestra imaginación. Su misericordia es incalculablemente
sublime, y Su ira es profunda, imposible de medir. Su bondad es un océano sin costas, y Su longanimidad es
un cielo sin horizontes.
La existencia de Dios no tiene principio ni fin. No se lo debe a nadie ni nada fuera de Él, y tampoco
depende de nadie ni de nada fuera de sí mismo para Su bienestar o felicidad. Es completamente
incomprensible y supremamente transcendente. Y, ¿qué más podemos decir? Él es mayor que la suma de
todos Sus atributos. Todos los atributos de Dios están en perfecto equilibrio. Ninguno se ejerce a expensas del
otro, así como ninguno es mayor que otro. Nosotros podemos ser amables pero no justos del todo. Podemos
tener un gran conocimiento, pero no gran sabiduría. Pero todas las características de Dios son perfectas, y
coexisten en perfecta armonía.
¡Un Dios tan grande debe ser en gran manera alabado! Él es

Muy temido en el consejo de los santos,


E imponente sobre todos los que están en su derredor (Sal. 89:7 BAS).

Porque este Dios es Dios nuestro


eternamente y para siempre;
Él nos guiará aun más allá de la muerte (Sal. 48:14).

Las palabras de Ernst Lange resumen mucho acerca de Dios:

¡Tú, oh Dios, abismo sin fondo!


¿Quién te conoce a la perfección?
¡Oh, inmensa altura! ¿Qué palabras bastarán
Para Tus incontables atributos mostrar?

Eres Tú profundidad insondable;


¡En el mar de Tu misericordia
sumérgeme! De verdadera sabiduría mi
corazón carece; Cúbreme, y con Tu amor
abrázame.

Tu fuente fue la eternidad,


Cual, como Tú, principio no conoció;
Tú ya estabas cuando el tiempo su carrera empezó,
Antes de que el cielo con estrellas fuese iluminado.

Inmutable, todo Tú eres perfección,


Para la vida esencial, e ilimitado mar,
Lo que vive y se mueve, por Tu palabra
es; Vive, y se mueve, y proviene de Ti.

La grandeza inefable Tuya es,


Tanto que, cuando perezcan los
mundos, Y cuando pasen el cielo y la
tierra,
Aún siempre Tu grandeza brillará.

Bibliografía

Libros

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Daily Notes of the Scripture Union (Foreman).


(CONTRAPORTADA)

CRECE EN EL CONOCIMIENTO DE DIOS

Moisés preguntó en su canción: “¿Quién como tú?”. Fue una pregunta retórica, porque no hay nadie
como el verdadero Dios! En su libro Único en Majestad, William MacDonald, bien conocido como maestro
de las Escrituras y autor de numerosos libros, explora los atributos deDios. No es una exposición de
conocimientos teóricos, sino lo que rebosa del corazón de un hombre de Dios, quien supera los 80 años y ha
caminado con el Señor toda la vida. Es una seria de reflexiones de un anciano devoto del Señor, que
estimulará el corazón y el espíritu de cada lector a adorar a Dios, y cultivar en su vida cristiana cotidiana
aquellos atributos divinos que son comunicables.
.

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