La Educación Política

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La educación política

Comunicación al Congreso de Lausanne III


por
MARCEL DE CORTE
Profesor de Filosofía de la Universidad de Lieja (Bélgica)
LA EDUCACION POLITICA

1) Según la tradición bimilenaria de Occidente, la sociedad


política y el Estado, que está en su cima —entendiéndose por tal
al verdadero Estado—, son resultado de la naturaleza misma del
hombre, que no puede hallar su plenitud sino en este tipo de
comunidad organizada en la cual se desarrollan plenamente sus
facultades. La sociedad política y el Estado presuponen pues la
existencia de agrupaciones sociales naturales en las que se mani-
fiesta la aspiración espontánea del hombre a la vida social.
La fórmula de Aristóteles: "la sociedad política está com-
puesta por familias", condensa en su brevedad el movimiento de
la naturaleza social del hombre desde el primer conjunto estruc-
turado, donde ya se despliega hasta la última organización, donde
se acaba. La familia, el pueblo, el burgo, el municipio, la ciudad,
la región, la provincia, etc., son radicalmente y en diversos gra-
dos de elaboración, comunidades naturales que el arte humano
ha conformado y perfeccionado indudablemente, pero que son el
producto de una orientación inicial, fundamental y espontánea
hacia la vida social cuyo término es la sociedad política, el Esta-
do —me refiero al verdadero Estado otra vez— no es tanto el
resultado de la deliberación del cálculo y la ficción como de la
naturaleza y de la vida mismas, que, en el hombre, son esencial-
mente sociales. La comunidad política ya está presente, envuelta
en el querer social del hombre, que apunta a ella a través de la
familia en la que nace.
Tomemos de nuevo otra fórmula admirable de Aristóteles:
un deseo de perfección trabaja en el hombre, que va desde el vivir
al vivir mejor. Para conseguir y conservar el vivir, es preciso que
el hombre esté integrado en una familia. Para, desarrollar sus
facultades y vivir mejor, es preciso que pueda participar en el
conjunto de intercambios materiales, intelectuales y esperituales
que solamente puede asegurarle la sociedad política. "1.0 mejor
que hay —escribe Santo Tomás— es necesariamente el fin y
mueve en última instancia a las voluntades. Pero, como la posesión
de los suficientes bienes de la vida es ciertamente lo mejor que
puede desearse, la ciudad, que por esencia misma es la comuni-
dad capaz de asegurar esta suficiencia, resulta representar el fin

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MARCEL DE CORTE

al cual aspiran todas las formas particulares de asociación" (In


Pal, M I , 33).
De la familia al Estado, pasando por todas las asociaciones
naturales, un mismo querer de la naturaleza se manifiesta: una
mutua espontánea aspiración a ser y a ser mejor se realiza un
mismo deseo natural de perfección se cumple. Sin las comunida-
des naturales que la componen, la sociedad política no sería más
que artificio y convencionalismo, es decir, caricatura, imagen pa-
ródica e ilusión de sociedad, no sociedad verdadera.
2) Si esto es así, la educación política y la selección que de-
riva de ella se efectúan normalmente en comunidades naturales.
Diferentemente a otros seres de la naturaleza que se vuelven
lo que son, como si dijéramos de una vez, desde su nacimiento, el
hombre no se vuelve animal político más que al final de un largo
esfuerzo de educación que vuelve a empezar y se prolonga de
generación en generación y que consiste en llevar al buen fin, que
es capaz de lograr en las circunstancias determinadas, el impulso
primero de su naturaleza infalible. Así como un cuerpo pesado
no puede librarse de la ley de la gravedad, yo no puedo tampoco
sustraerme a ese impulso primordial que me incita a vivir y a
vivir mejor. Pero este impulso original es demasiado débil para
lograr por sí solo este fin. Necesita el refuerzo interno de la edu-
cación para alcanzarlo. Naturaleza y educación son las causas
complementarías de la vida en sociedad.
La primera es el principio fecundador, que da inicio, que di-
buja el camino. La segunda organiza, desarrolla y expande las
virtualidades incluidas en el querer de la Naturaleza. Inventa
los medios más eficaces para llevarla a su fin. Empieza así en la
primerísima de todas las sociedades naturales: la familia. Ahí tie-
ne su fuente la educación política, y ahí se alimenta constante-
mente. Ahí se esboza, se forma y se transmite. Ahí encuentra y
redescubre sus raíces. Hay que decir incluso que si la Sociedad
política se deshace, es en las familias, y con el esfuerzo educador
hacia el vivir mejor de la misma que anime a sus miembros, como
puede ser rehecha. "La vida privada —escribía Péguy— discurre
bajo la vida pública, conserva, sostiene, lleva, soporta y nutre la
vida pública ... lo privado es el tejido mismo. Publica, las misio-
nes públicas, sólo son emergencias, eminencias. Las vocaciones
públicas, las misiones públicas, no son más que islotes, lo pri-
vado es el mar profundo".
Pero este profundo mar es misterioso, inefable, indecible. Es
un mar interior del que apenas se puede dar una idea. Mientras
la sociedad pública es la más alta y más completa manifestación de

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LA EDUCACION POLITICA

la comunidad de destino, y también la más precaria y la más fácil


de caricaturizar —véase el frecuente viraje del patriotismo al
"chauvinismo", al jacobinismo, al totalitarismo— la familia es,
en sí, la más elemental y más sencilla forma de sociedad natural.
El ente familiar es secreto como la misma vida, como la natura-
leza que según Heráclito gusta esconderse. Lo profundo es aquí
lo enesencial y es lo inaccesible. El ser familiar está formado por
relaciones imponderables, incuantificables, difíciles de traducir a
un lenguaje conceptual.
¿ Cómo expresar entonces y sin traicionarla, la educadora en-
señanza que la familia ejerce en materia política? ¿Acaso no es
en ella donde aprendemos, sin saberlo, este arte de vivir los unos
con los otros sin el cual no hay sociedad política posible? "En
el seno de nuestras familias es donde empiezan nuestros afectos
políticos", anotaba Burke, y Agusto Compte añadió que "la efica-
cia moral de la vida doméstica consiste en formar la única tran-
sición natural que puede habitualmente librarnos de la pura per-
sonalidad para elevarnos gradualmente hasta la verdadera socia-
bilidad".
En esta banal afirmación se esconde un tesoro inagotable.
En efecto: ¿ Qué es lo que nos enseña a vivir los unos junto
a los otros si no es el recibir una educación política bajo sus for-
mas más diversas? Educación de la amistad, de la obediencia, de
la confianza, educación de la colaboración, de la abnegación, de
la responsabilidad, educación de la justicia, de la generosidad, del
espíritu de economía, del respeto de la piedad hacia las tradicio-
nes, de la inteligencia y de la voluntad, educación de la cotinuidad
temporal por el recuerdo del pasado, por la ocupación del pre-
sente, por la preocupación del porvenir; educación en el espa-
cio social por las relaciones con los próximos, los colaterales,
los consanguíneos, los uterinos, los allegados, los emparentados, etc.
No acabaríamos de enumerar las facetas de la educación con re-
sonancia política que la familia dispensa, con inagotable prodiga-
lidad, sin el menor plan preconcebido, en función de las necesida-
des siempre cambiantes de la vida, con una capacidad creadora y
un poder de invención que sur je improvisadamente, que confun-
den al observador bajo la imperiosa presión de la naturaleza so-
cial misma del hombre actuando en cada miembro de la comuni-
dad familiar y de la naturaleza de los seres, de las cosas y de los
acontecimientos con los cuales cada uno de ellos se halla con-
frontado.
Nada es menos estático que la familia: todo está en ella mo-
viéndose, iniciativa, actividad, novedad. Nada en ella responde

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MARCEL DE CORTE

a un plan preconcebido: todo está, por así decir, librado a la im-


provisación. Y, sin embargo, la educación que irradia obedece a
una "idea directriz" vivida: la consolidación del ser y del ser
mejor del grupo y de cada uno de sus miembros. La persona no
se desarrolla aquí más que en sus relaciones con un "Bien común"
que la sobrepasa y la constituye.
Toda la educación que recibe consiste en el hábito de los sen-
timientos sociales en su nivel más natural, menos artificial; nadie
puede disimular su egoísmo eventual bajo una máscara en una
agrupación donde queda perpetuamente controlado. ¡Ningún fin-
gimiento es aquí posible ni duradero! El animal social compro-
metido en la disciplina de la vida en sociedad, en la mejora de sus
relaciones con los demás, en la subordinación de sus instintos,
emociones y pasiones a la razón y la voluntad, aparece al desnudo,
en el estado auténtico, tal como es realmente sin el maquillaje de
los sistemas y de las ideologías.
En la familia, aprendemos con tanta facilidad como respira-
mos el aire ambiente, que el ser social y el deber social coinciden.
El imperativo social no se impone aquí a mis actos desde fuera,
surge del interior de mi mismo ser. La vida de familia inclina al
hombre a reconocer, por lo menos en sus actos, que la obligación
social se identifica con la espontaneidad misma de su ser: Debes
porque eres.
El hombre acepta aquí, bajo el efecto de la educación "climá-
tica" en la que está bañado, su naturaleza social y sus deberes
sociales hacia los suyos, como se acepta a sí mismo. No está obli-
gado a escoger entre varias familias. Sólo tiene una. No le toca
escoger a los que le rodean: le son dados. Así aprende a consen-
tir a las sociedades mayores en las que se integra y especialmen-
te a su patria, que no es para él objeto de elección y que constitu-
ye la peana de la sociedad política de la que es miembro.
¿ Cómo comprender la tierra de los padres sin referencia a la
familia ? ¿ Cómo sustraerse a la obligación de amarla que se inicia
en la familia sin conmover por ello los fundamentos de la comu-
nidad política ?
Pero el papel educador de la familia en materia política no
se limita a esto. La familia nos enseña a suscribir, sin reservas,
lo que es el alma misma de toda sociedad organizada: La jerar-
quía definid.a por los servicios que presta.
La igualdad que fascina a nuestros contemporáneos es la de-
finición de la muerte social. ¿ Qué intercambios habría en una
asociación de iguales, fuera de los de un comercio verbal, falaz
y vano? El intercambio exige la diferenciación, y la diferencia-

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I
r

LA BDÜCACION POLÍTICA

cíón a su vez exige la jerarquía en la cumbre de la cual el inter-


cambio se convierte en don. Nunca será excesivamente subrayado
que la comunidad familiar es aquélla en la que los padres dan
siempre, sin nunca recibir de sus hijos, a cambio, cosa alguna
fuera de las señales de afecto. Los servicios y bienes que los pa-
dres proporcionan no tienen reciprocidad por parte de sus hijos.
Sólo más tarde, cuando ellos mismos hayan fundado un hogar,
los hijos se volverán donantes. La reciprocidad del quid pro quo
se extiende en la sucesión.
Ahí está la esencia misma de la jerarquía: el verdadero j e f e es
aquel que da sin recibir a cambio o aquel cuya liberalidad es sin
medida común con lo que recibe, pues ordena en el doble sentido
de ordenamiento y de mandato, sin el cual toda sociedad se des-
morona, y él es el único que puede hacerlo.
La sociedad familiar es, en este sentido, el modelo de la socie-
dad política ideal donde el jefe identifica su interés personal al
interés general del que es clave, hasta el punto de que el primero
queda anegado por el segundo: "el bien público para el cual úni-
camente hemos nacido" escribía, magníficamente, Luis X I V a su
nieto. El paternalismo del que estúpidamente se ríe nuestro tiem-
po, es el elemento esencial de las sociedades humanas y cuya con-
tinuidad engendra la continuidad de la sociedad política.
Uno de los principios más importantes de la política y cuyo
origen se halla en la familia que lo imprime, en todo ser humano,
mediante la educación, es el de que la mayoría de los hombres
necesitan un "protector", un hombre con suficiente ascendiente
sobre los demás para ayudarles a consolidar su naturaleza social
demasiado fluida, para ayudarles a resolver los problemas que
presenta su inserción en las comunidades más amplias y para
ayudarles a aclarar la incógnita que para ellos representa su re-
lación con agrupaciones extranjeras.
La imagen del padre está siempre presente en la autoridad
generadora y protectora del orden. Es la que determina la selec-
ción de los individuos que asumen esta carga. Lo que da noto-
riedad a los "notables", a aquellos que ejercen cualquier poder en
la sociedad política, es su capacidad de dar servicio a modo de
padre. Se dirige uno a ellos en las dificultades de la existencia.
Se les reviste de este modo de una autoridad política. Las "auto-
ridades sociales", según Le Play, son precisamente las familias
cuyos miembros, por el hecho de una educación llevada más allá
de la generación presente y que se ha hecho hereditaria, han con-
traído el hábito de darse socialmente y por ello gozan de la esti-
ma general y adquieren así el derecho de mandar.

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MARCBL DB CORTB

Augusto Comte, con su habitual penetración, ha visto clara-


mente que la relación de padre a hijo condiciona toda la vida so-
cial y política; "como hijos, aprendemos a venerar a nuestros
superiores... pero es la paternidad la que nos enseña directamente
a amar a nuestros inferiores."
La relación jerárquica entre superior e inferior, de la que nin-
guna sociedad puede prescindir está, pues, enraizada en la fa-
milia, que por ello es el elemento esencial de la comunidad polí-
tica. Saca su fuerza de la permanencia de los poderes complemen-
tarios de la naturaleza y de la educación en la familia, pues la
naturaleza prescribe la protección del hombre por el hombre, sin
la cual no habría ser humano que pudiese sobrevivirf haciendo
pasar del hombre al hombre la esencia misma de la sociabilidad.
Ella es así, el lugar en el que se realizan y transmiten de modo
indivisiblemente biológico y humano, las experiencias fundamen-
tales que constituyen la osamenta de toda comunidad.
El tiempo es escaso para extraer todas las implicaciones de la
naturaleza y de la educación en las demás asociaciones naturales
o seminaturales que abundan en toda sociedad viviente. Sería fá-
cil demostrar que las características fundamentales de la sociedad
política se encuentran en ellas. Sin las aportaciones que propor-
cionan las comunidades que envuelven inmediatamente al hom-.
bre desde su nacimiento, como la familia, la patria chica y grande,
y sin aquellas que fluyen de esa marca tan indeleble como la del
nacimiento, como es la vocación a un oficio o una profesión, sin el
juego recíproco de la naturaleza y de la educación en estas socie-
dades en las que el hombre es educado, lo quiera o no, llegaría-
mos desprovistos, débiles, inertes e inermes a la gran sociedad
política, que el deseo de perfección que trabaja en nuestro interior,
nos conmina a edificar y cuyo peso nos aplastaría.
Sin embargo, esta es la loca aventura a la que el género huma-
no se ha lanzadc desde hace dos o tres siglos. No se gritará nunca
excesivamente alto que la destrucción de las sociedades naturales
emprendida en el siglo XVIII en beneficio de un ser políticamen-
te inexistente, o sea del individuo, separado de su cuerpo carnal,
separado de sus cuerpos adicionales que son sus comunidades de
destino, reducido a su condición de razón pura y de buena volun-
tad, sin objeto, ha vaciado la gran sociedad política y el Estado
de toda su substancia, para no dejar más que su caparazón de-
corativo y su aparato coercitivo.
Ya no estamos en sociedad desde la Revolución francesa.
Hacemos como que vivimos en una disociedad más y más visible
que es coronada por un Estado, pero un Estado transformado,

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LA EDUCACION POLITICA

que de órgano superior de la sociedad política, pasó a ser un ins-


trumento de dominación que encapsula y aprisiona a los pseudo-
cíudadanos, en que nos hemos convertido, en el mecanismo impla-
cable de su poder de sujeción, del que las ambiciones de poder
desencadenadas por el mundo se disputan los puestos de mando.
Al antiguo Régimen desaparecido no ha sucedido Régimen al-
guno. La sociedad del Antiguo Régimen no ha sido sustituida
por ninguna otra sociedad provista de un Nuevo Régimen. Sólo
subsiste, desmesuradamente acrecentada, endurecida, obesa, la
forma del Estado que encierra en su cáscara fantasmas humanos
que se agitan, gesticulan, discurren y parlotean, se hacen y des-
hacen al impulso de los manipuladores de la máquina pseudo-
social en la que están aprisionados.
Una verdad tal, fuerte, relampagueante, solar, parece una pa-
radoja. Pero nada hay de eso. Se muestra. Se demuestra.
Para empezar, estalla a la vista de los menos avisados a me-
dida que los recursos sociales acumulados por la tradición se van
secando en nosotros, a medida también que la espontaneidad de
nuestras relaciones sociales, naturales, agotando la velocidad ad-
quirida, desembocan en el anquilosamíento político más impo-
tente que se haya visto. Para andar "soriaímente" necesitan nues-
tros contemporáneos abundantes muletas. Doquier se dibujan
por "expertos", aparatos de prótesis en esos laboratorios del Es-
tado. Se fabrican en la más gigantesca sociedad anónima espe-
cializada en leyes y reglamentos que el mundo conoció, y que se
llama "la democracia" moderna y que reemplaza a las desapare-
cidas sociedades naturales. La más formidable burocracia de to-
dos los tiempos los pone a la obra. Se sustituyen a las lentas y
pacientes creaciones de la vida social. En resumen, lo artificial
tiende a expulsar lo natural por todas partes.
El aparato del Estado moderno invade progresivamente todas
las canalizaciones humanas, desde el nacimiento del ciudadano,
hasta su muerte. Antaño, frenado todavía por las autoridades so-
ciales, hoy ya no encuentra resistencia ante él.
La fascinación que ejerce su maquinaria sobre los ánimos es
tan fuerte que se acaba de imponer, tal cual, a prior i, como el mol-
de, como una prensa de troquelar a agrupamientos heterogéneos,
helados en el arcaísmo cuyos miembros son mentalmente los me-
nos adaptados para recibirlo. Es el fenómeno verdaderamente
trágico del surgimiento de nuevos Estados, salidos de la desco-
lonización, el que aquí invoco, y que atestigua la asombrosa estu-
pidez política de nuestro siglo xx. La descolonización ha cons-
truido enteramente, partiendo de la nada social, unos Estados que

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MARCBL DH CORfÉ,

no son más que Estados sin sociedad, sin siquiera sociedad po-
lítica, a no ser ficticia e irrisoria, que pueda servirles de osa-
menta: "Los nacionalismos sin nación."
Nuestra situación es idéntica. Basta abrir lo ojos para consta-
tarlo. El movimiento normal de la acción comunitaria que va de
abajo a arriba, de las peticiones iniciales de la naturaleza a las
sociedades naturales o semi-naturales que el arte de los hombres
ha codificado con piedad y a la sociedad política que les agrupa
bajo la soberanía del Estado, se han invertido. Eso funciona des-
de ahora de arriba a abajo, desde el Estado directamente a los in-
dividuos aislados, perdidos en una especie de no man s land so-
cial, y que intenta vanamente "socializar" fabricando artificial-
mente un sistema aparente de existencia comunitaria cuyos "se-
guros" llamados "sociales" constituyen el engranaje principal y
que justifican la profecía de Goethe: " E l mundo se convertirá
poco a poco en un inmenso hospital en el que cada cual será en-
fermero de su vecino".
La decadencia de las instituciones parlamentarias y su puro
sobrevivir decorativo prueban, manifiestamente, que ya no hay
sociedad política que sostenga al Estado. Se ve demasiado clara-
mente que el principio fundamental de la democracia: "todos los
poderes emanan de la nación" no tiene ya significación alguna, ni
alcance real. No hay ya ninguna persona sensata que pueda hoy
dar el menor crédito al "dogma de la soberanía del pueblo". Esta
soberanía pudo, sin duda, existir cuando había aún una aristo-
cracia de "notables" que representaban las fuerzas sociales autén-
ticas aún subsistentes. La observación más rudimentaria del fe-
nómeno político moderno muestra que el pueblo, condicionado
por las propagandas, no es siquiera soberano en el momento de
votar, momento en el que abandona su poder en beneficio de sus
mandatarios.
Está manejado desde el exterior por los manipuladores del sis-
tema electivo. "Siempre —escribió Proudhon, que fue diputado
durante una legislatura—, a pesar de los principios, el delegado
del soberano será dueño del soberano. La nuda soberanía, por de-
cirlo así, es algo más ideal que la nuda propiedad.
El abandono de la soberanía se ha proseguido desde entonces:
el representante del pueblo se ha despojado de su autoridad real
en provecho de una minoría que dispone de la "sala de maquina-
ria" del sistema. En las democracias llamadas liberales, el poder
se halla efectivamente ejercido por una pluralidad de grupos de
presión, en las democracias totalitarias o en las que marchan hacia
el totalitarismo, está detentado por los miembros del Partido,

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LA EDUCACION POLITICA

por un gobierno colegial que conoce las leyes muy simples del
funcionamiento de este tipo artificial y sin misterio de "sociedad",
o también por un gang de tecnócratas mandados por un jefe cuya
autoridad no encuentra más entorpecimiento que la pesadez y com-
plejidad de la maquinaria estatal que. pone en marcha.
Para el Estado contemporáneo y sus manipuladores, la de-
mocracia no es sino un maquillaje, un afeite, un adorno destinado
a engañar a los últimos devotos de una religión que ya expiró y
que entró en su fase convencional de rigidez ritualista. Bajo este
caparazón del Estado, en el siglo x x , lo que el observador descu-
bre es tan sólo una sociedad que no representa nada, una disocie-
dad, una "sociedad" que nada debe ya a los impulsos originarios
de la naturaleza social del hombre y que los sociólogos han deno-
minado sociedad de masas, definida por la simple yuxtaposición
de sus miembros, todos homogéneos como las moléculas de un
mismo cuerpo material, todos igualmente desvitalizados, redu-
cidos al estado de insectos, o más exactamente al estado de cosas
a las cuales el Estado asegura una administración.
Colocado ante una colectividad donde ya no hay comunidades
naturales sino individuos, el Estado adquiere una extensión ilimi-
tada. Un Estado que corona tjna disociedad está fatalmente abo-
cado a ser, él solo, toda la sociedad y a asumir todas las funcio-
nes sociales que la naturaleza ha concedido al hombre. " E l Estado
trabaja para la felicidad de los hombres, pero quiere ser el único
agente y arbitro de esa felicidad; provee a su seguridad, a sus ne-
cesidades, facilita sus placeres, conduce sus principales negocios,
dirige su industria, regula sus sucesiones, divide sus herencias;
¡ sólo le falta redimirle enteramente de la inquietud de pensar y
de la pena de vivir! Así resulta que cada día hace menos útil y
más raro el empleo del libre albedrío; que encierra la acción de la
voluntad en un espacio cada vez menor, y que poco a poco esca-
motea a cada ciudadano hasta el uso de sí mismo." Este texto de
Tocqueville tiene más de un siglo. Describe exactamente el nuestro.
Salta a la vista que el crecimiento del Estado totalitario es co-
rrelativo al declive de la educación política que tiene su asiento
en las comunidades naturales. En éstas se articulan el comple-
mento de la razón y de la voluntad con los impulsos de la na-
turaleza y se contraen hábitos, comportamientos típicos, conduc-
tas sumisas a normas bien cognoscibles que logran que los actos
de cada uno de sus miembros puedan ser previstos por los demás
y que reine entre ellas un cierto orden en forma permanente
mientras las relaciones sociales se fundan en la seguridad de que
el asociado no engañará a su socio. La educación ha engendrado

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4-
MARCEL DE CORTE

costumbres comunes que hacen que el curso normal de las cosas


esté raramente perturbado y que la autoridad no se ejerza, en el
pleno sentido de la palabra, más que excepcionalmente, para orde-
nar o defender. Las costumbres que destilan continuamente las
comunidades naturales, facilitan en grado sumo el gobierno de la
sociedad política y lo convierten incluso en superfluo mientras el
curso de las cosas permanezca normal. Cuanto más constantes
y arraigados sean los usos y costumbres, tal como es norma en las
asociaciones donde la naturaleza posee la iniciativa, menos podrá
lanzarse el poder soberano en la carrera hacia el absolutismo que
le es característico cuando queda abandonado a sus propias fuer-
zas. Es la educación no el poder político del Estado lo que dicta
al ciudadano lo que se debe hacer y lo que no debe hacerse.
Todo Estado construido sobre las comunidades naturales y
sobre la educación que ellas difunden, ve así reducido su poder a
su justa medida; y este poder es pocas veces sentido como una
fuerza exterior a los ciudadanos. Por el contrario, todo Estado
sin sociedad es automáticamente un Estado coercitivo, policíaco,
armado con un arsenal de leyes y reglamentos con los que se en-
carga de dar un sentido a las imprevisibles y aberrantes conduc-
tas de los individuos. Su tendencia al totalitarismo está en propor-
ción directa a la debilitación de las comunidades naturales, a la
ruina de las costumbres, al desmoronamiento de la educación. En
el límite "el grueso animal" político del que nos habla Platón, el
terrorífico Leviathan social que conocemos, sustituye a las auto-
ridades moderadoras que imprudentemente han sido eliminadas
por una Constitución o una legislación insensata.
3) Tal transformación, iba a decir tal mutación, presupone
un trastorno completo del espíritu humano y de sus tendencias
esenciales, que ha provocado por un acontecimiento capital sobre
el que no he cesado de llamar la atención en el curso de mi carre-
ra filosófica: la ruptura de la relación fundamental del hombre
hacia el prójimo, hacia el universo y hacia el Principio del ser,
que es la característica de la edad moderna.
El ser humano surge en un mundo físico, metafísico social, po-
lítico y religioso, que él no hizo, y con el cual entra en contacto
inmediato desde el momento de su nacimiento y a lo largo de
toda su vida. Esta relación fundamental constituye al hombre.
Es anterior a todo conocimiento y a toda actividad. En cierto
modo está sellado en el fondo mismo de nuestro ser con el cual
nace uno. La función capital de la inteligencia es la de conocerle
y descubrirle, conformándose a él y mediante esto situar ade-
cuadamente al hombre en el universo. Nuestro ser está funda-

m
LA EDUCACION POLITICA

mentalmente en relación con el ser universal, y el conocimiento,


incluido el de uno mismo, no es en el fondo sino el descubrimiento
de esta relación. Es esencial para el hombre, como para todo ser,
—excepto para Dios, único que se basta a sí mismo—, el ser con
todos los demás.
Es esta relación fundamental la que fue rota en la época mo-
derna. La mirada del hombre se volvió inmediatamente hacia
el hombre. El hombre se volvió de espalda al universo para apo-
derarse desde el principio de sí mismo como única y sola reali-
dad: Cogito ergo sum. El hombre se erigió así como centro del
mundo por la única facultad que, debido a su espiritualidad, es
capaz en él de replegarse sobre sí misma: por su inteligencia.
A partir de esta ruptura, la Inteligencia reina, no ya sobre la
realidad de la que se ha librado como quien abandona un peso
intolerable, sino sobre el pueblo de sus sueños. Pues el hombre
no puede vivir sin un mundo alrededor suyo. Su decisión de rom1
per las ataduras que le unen al mundo y a su Principio le obliga
a un trabajo gigantesco, siempre vuelto a empezar: construir un
mundo nuevo, un hombre nuevo, una nueva sociedad e induda-
blemente un nuevo dios, partiendo solamente de las exigencias
de la razón humana. La inteligencia ya no se conforma a la reali-
dad, es la realidad la que debe conformarse a la inteligencia, y
sólo puede hacerlo si la inteligencia la refunde, la re-modela, la
vuelve a crear para hacerla corresponder al modelo perfecto del
mundo que forjó en su seno.
Rehacer la obra de los Seis Días y modelar un nuevo Adán,
construir un nuevo Paraíso terrenal, he aquí el trabajo de Sísifo,
en el que el hombre desde ahora está comprometido. Ya no ob-
tiene sus ideas induciéndolas del mundo. Engendra al mundo
partiendo de la idea que de él se hace.
He aquí cómo aparece por primera vez en la historia una nue-
va clase dirigente: la de los especialistas de la inteligencia.
Se puede asignar a ese cambio una fecha bastante precisa: el
siglo XVIII. Desde entonces, las riendas que conducen la vida hu-
mana son tomadas por una nueva aristocracia: el partido intelec-
tual como le llamaba Péguy, la IntelHgentsia en el sentido ruso,
los mandarines de Simone de Beauvois. Las gentes de letras, los
artistas, los publicistas, los sabios, los filósofos, los más innumera-
bles autores de los planos de la Ciudad futura, los fabricantes de
ideologías, todos aquellos que Thibaudet agrupa en su "Repú-
blica de los profesores" y que, en nuestros días, son los tecnó-
cratas epecialistas de la "razón práctica", de la economía, de la
política, y que dan al hombre moderno sus mensajes, mandamien-

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MARCEL DE CORTE

tos, peticiones, directrices y consignas. Se creen revestidos de


una misión: la de reformar las costumbres, la de cambiar las
ideas y los gustos, la de proponer e imponer un nuevo concepto
del hombre, de la sociedad y del mundo. Desde el siglo dieciocho
hasta hoy, los intelectuales profesionales monopolizan la inteli-
gencia, anatematizan o prohiben todas las formas de inteligencia
(y de sentido común) que no se ajustan al canon que ellos decre-
taron, timpanizan, regentan y pretenden gobernar dictatorial-
mente a los demás en nombre de la ideología que eligieron.
No existe otra época de la historia en la que la humanidad hip-
notizada haya reconocido a los "letrados" tan exorbitante privile-
gio: sus hermanos chinos sólo fueron frágiles esbozos.
El arte de vivir en sociedad, la educación política, los hom-
bres de carne y hueso han sufrido y sufren aún desastrosas re-
percusiones.
La negación del "lazo nupcial" que une el hombre al uni-
verso desde su llegada al mundo, ha acarreado la desestimación
de esta experiencia vital que lastra con un peso real todas las
facultades, las acciones y las empresas humanas. La inteligencia
del hombre, en particular, renuncia a recibir activamente por
medio de este cordón umbilical, que la une con el mundo, la rea-
lidad de los seres y de las cosas. Retrocede hasta la tarea de co-
nocer el universo en su dimensión ontológica. La filosofía práctica
y teórica, la concepción del hombre, del mundo y de Dios no
proceden ya de la experiencia sino que son prefabricadas me-
diante la razón, admitidas o rechazadas según su conformidad o
no conformidad a las normas dictadas por el espíritu, autónomo,
sometiéndolo todo a sus métodos, a sus procedimientos, a su le-
gislación universal. Y ya que el hombre, según la expresión de
Meyerson, hace filosofía igual que respira, todo sucede como si
el hombre, aislándose de la atmósfera, se fabricase su oxígeno en
recinto cerrado, y diese así vida a su propia sangre sin recurrir
más que a sí mismo. Todo proviene del hombre y al hombre
vuelve, en un ciclo perfecto que sólo la presencia del hombre
real, del mundo real y de Dios está interrumpiendo todavía, por
lo cual se pretende eliminarlos totalmente o volverlos a modelar
según los imperativos de la razón humana.
Este es el tipo de pensamiento que prevaleció desde el siglo
deiciocho hasta nuestros días, en los medios intelectuales, entre
los sabios y los técnicos, entre los hombres de letras, orado-
res, sofistas y hasta entre los teólogos; en una palabra, entre
todos aquellos que disponen de una influencia cualquiera sobre
la opinión pública. Casi ha eliminado ya de la política y de

646
I
I
i
LA EDUCACION POLITICA

la moral, la noción capital de experiencia sobre las que se


fundan.
Su triunfo está ligado a una aparente facilidad que otorga, en
cambio, a quienes le valorizan. Resulta, en efecto, infinitamente
más fácil la construcción de un modelo que se pretende lógico,
coherente e infalible del hombre y del mundo, un espécimen de
humanidad y de universo debidamente patentado por "la filoso-
fía" y por "la ciencia", un patrón con el que se podrán cortar
un número ilimitado de ejemplares, que obtener de la experien-
cia humana las enseñanzas que contiene y que permiten al hom-
bre el realizar su destino de hombre al integrarlas en su esfuerzo
personal.
Leibnitz, en su opúsculo titulado Status Buropae incipiens novo
saeculo, definía, con ejemplar lucidez, la mutación obrada en su
siglo e iniciada hacia el final del siglo diecisiete: Finis saeculi
novam rerwm faciem aperuit. Paul Hazard la denominó magistral-
mente " L a crisis de la conciencia occidental" (*).
La proclamación de la autonomía de la razón en materia polí-
tica y moral no significa tan sólo el repudio de la experiencia, de
las costumbres, de las tradiciones almacenadas por la humanidad
durante el curso de su historia y en sus múltiples ensayos para
acabar la obra de la naturaleza en el hombre portador de los im-
pulsos originales que ella pone en movimiento en la medida de
lo posible hasta el punto de su madurez y perfección. Dicha pro-
clamación significa también que la cuadratura del círculo debe
ser efectuada en estas materias, y es a esta vana, irritante e in-
fructuosa tentativa a lo que la humanidad se dedica, desde hace
dos y tres siglos, con increíble ceguera.
Efectivamente, se trata de hacer una sociedad, de construir
una Ciudad con individuos dispersos y separados los unos de los
otros, libres del todo y respecto a todo, y sin disponer para lograr
este fin más que de su razón y de su voluntad subjetivas, priva-
das de las enseñanzas políticas y sociales que les suministraban la
experiencia y la tradición. Se trata de unir entre sí a los hombres
partiendo de su misma desunión y conservándola. intacta.
Para lograrlo, no hay sino un solo medio, o mejor dicho, un
subterfugio del que uno se pregunta por qué clase de fantasma-
goría puede lograr engañar a nadie por poco sensato que se sea.
I Para constituir una sociedad se pretende que basta sumar in-
dividuos !

(*) Cf. traducido al castellano por "La crisis de la conciencia europea",


Ediciones Pegaso, 2.a ed., Madrid, 1952.
647
MARCEL DE CORTE

Mas como nadie suma manzanas a peras, hay que reducir pre-
viamente los individuos a un solo tipo de unidad. Esta operación
se efectúa mentalmente. Nunca se dirá bastante que 1 •+ 1 es
una operación que no puede tener lugar más que en el seno de
un idealismo y en un mismo idealismo. Si yo elaboro el modelo
de una sociedad de seres humanos, todos igualmente razonables,
ese modelo sólo puede existir en el seno de mi pensamiento indi-
vidual, como todo pensamiento. Mi tipo de sociedad resulta pura
y simplemente imaginario.
Igualmente lo serán las otras ideas del hombre que yo tomaré
como unidad de medida y como principio de reunión de los se-
res humanos en comunidad: trátese de individuos definidos por
su pertenencia a un mismo pueblo, a una misma clase, a una mis-
ma raza, la suma que yo efectúo con ellos y la colección en la que
los reúno no trascienden los límites de mi cerebro.
Por ejemplo ¿qué sentido tiene la expresión, tan frecuente, de
"la unión de todos los trabajadores"? ¿"Qué especie de sociedad
pueden formar entre ellos, el secretario general del partido co-
munista de Moscú, o de Pekín, que pretenden ser sus heraldos, y
el intelectual de turno de l'Humanité o de Témoignage Chrétien,
el metalúrgico de la Renault, el docker de Londres, el campesino
del Vietnam ? Su colección es pura y simplemente una ficción del
ingenio apuntado hacia una sociedad que no existe en ningún
sitio, ya que estos trabajadores no viven unos con otros ni tienen
lazo real alguno entre sí.
La suma de los individuos en el seno de una misma colectivi-
dad, sea cual sea el signo bajo el que se reúnen, trátese de la
nación en el sentido democrático de la palabra como del pueblo,
de la clase, del proletariado, del hombre de color, etc., es una re-
presentación mental que se efectúa en el cerebro de los intelec-
tuales separados de la realidad, replegados sobre sí mismos, e
incapaces de captar cosa alguna más que sus propias ideas.
Las ideologías políticas y sociales que reemplazan a la expe-
riencia desde hace dos o tres siglos son así: son colectivistas por-
que todas ellas son igualmente elucubraciones colectivizantes del
ingenio. No tienen contenido alguno social, real, positivo y con-
creto. Son abstracciones huecas, vacías de substancia, rellenas
de nebulosidad social. Lo colectivo es un ersatz de lo social y de
lo político. Es un orden artificial que no reemplaza al orden na-
tural de las comunidades fundadas en el nacimiento, si no es en-
gañando a aquellos que seduce.
Todas las ideologías están obligadas a emplear este engaño
para trascender al cerebro de quienes las forjan. La representa-

648
LA EDUCACION POLITICA

ción ideológica de la sociedad debe convertirse en religión, o


más exactamente en mito e idolatría contagiosa.
Es la única forma de lograr que se transforme en realidad.
No hay otra. No puede haber otra. Sin la predicación, la misión,
la propaganda, sin la acción sobre la opinión por la palabra, la
prensa, la radio, la televisión, sin los mass media of communi-
cation, la ideología es incapaz de persuadir al hombre que desde
ese momento va accediendo a la sociedad y a la política que ella
le ofrece para colmar sus aspiraciones. No es capaz de dominar
ia contradicción que la roe más que derramándose, de modo que
llegue a ser universal. Cuando todos han caído en el engaño, nadie
está engañado. Por ello, todas las ideologías son conquistadoras,
imperialistas, totalitarias. Para no ser refutadas por la realidad,
tienen que destruir toda realidad, de punta a punta. La quimera
no tiene que tener ya nada natural, independiente de la voluntad
humana alrededor de ella, para poder dejar de ser quimera. Nada
debe quedar de la sociedad política basada en las comunidades de
nacimiento, para que la "Sociedad" propuesta no se revele ipso
jacto ser disociedad. ¿ Cómo lograrlo si no es erigiéndose en
absoluto, proclamando la ideología ortodoxa, transformando la
colectividad mentalmente edificada en divinidad?
Estamos en presencia de un episodio de la historia de la hu-
manidad que no tiene analogía en el pasado. La política se con-
vierte en una colección de dogmas y creencias, es objeto de un
culto que exige testimonios de amor, de fidelidad, abnegación y
adoración. Exige innumerables sacrificios humanos, ofrendas abun-
dantes, frecuentes holocaustos. Pensemos en las decenas de mi-
llares de seres humanos inmolados a los grandes Molochs ideo-
lógicos de nuestro tiempo, en las prodigalidades y fabulosos
gastos hechos para el prestigio de los regímenes ideológicos, en
las fantásticas destrucciones de bienes materiales y culturales que
les preceden. Hasta la magia es recurso váüdo para las ideologías:
pues si no es así: ¿ cómo se explica, a no ser mediante una espe-
cie de taumaturgia a la que se atribuye el poder de conseguir la
felicidad, que se conceda la democracia a los pueblos emancipa-
dos de la "servidumbre" colonialista?
Sin la "mística" (y sin la mixtificación que le acompaña
siempre cuando no tiene un origen sobrenatural), la política de
los dos últimos siglos es ininteligible. Incapaz de relacionar a los
hombres entre sí a nivel de lo real, tiene que aglutinarlos en esta
especie de sociedad imaginaria, caricatura del Cuerpo Místico de
Cristo o de la Iglesia, que es lo colectivo. Igual que la Fe de la
que es sucedáneo laico hasta la raíz, la ideología de non visis

649
MARCEL DE CORTE

trasciende a toda crítica y todo control. Mas a diferencia de la


gracia quae non tolUt naturam, que no destruye la naturaleza
sino que la eleva, la ideología la aniquila. Nada más ruinoso para
la naturaleza del hombre que la caricatura de lo auténticamente
sobrenatural.
4) Poco cuesta adivinar en qué se convierte la educación
política en un clima tan saturado de ideología como el de nuestra
época. Puede resumirse en dos fórmulas: primeramente es un
"lavado de cerebro" (debe ser expulsado todo vestigio de tradi-
ción o experiencia, pues estas podrían permitir la verificación y
engendrarían incredulidad); en segundo lugar, es un " atibo rra-
miento de cabeza" (el ser humano, desembarazado de los impul-
sos originarios de su naturaleza, no es sino una máquina, fácil de
dirigir mediante la oportuna inoculación de las dosis ideológicas
apropiadas).
El Estado, que se constituye en las arenas movedizas de la
disociedad, no tiene más expediente que el de erigirse en "Iglesia"
para poder mantenerse, proveyéndola de la correspondiente "Pro-
fesión de fe" apropiada a la unidad de medida adoptada para aglo-
merar a los ciudadanos con una cierta homogeneidad. Este credo
puede oscilar desde el más complaciente liberalismo hasta el dog-
matismo más monolítico. Está presente en todas las estructuras
del Estado moderno y penetra todos sus sistemas de educación.
El laicismo del Estado moderno no proviene en modo alguno
de la naturaleza misma del estado que completa la naturaleza so-
cial del hombre y que es laico por definición. El laicismo del
Estado moderno es religioso. Esta es su paradoja inextirpable,
fruto de la contradicción esencial propia de toda "sociedad" ba-
sada sobre la adición de los individuos en una colectividad, y
que sólo puede superarse en el nivel religioso donde reaparece
bajo otro aspecto. Expulsada la contradicción, vuelve a presen-
tarse inmediatamente. No se logra superar o ignorar la natura-
leza sino recurriendo a lo sobrenatural, pero, lo sobrenatural aquí,
se naturaliza enseguida y se inmanentiza en los seres humanos
individuales sustituyendo en ellos a su naturaleza social.
Se mire como se mire, la democracia, liberal o comunista, que
cubre hoy la faz de la tierra es un sobrenaturalismo naturalista
o un naturalismo sobrenaturalista. No logra resolver la antinomia
de su origen, que se resume en un círculo cuadrado que es la re-
ligión del hombre, la teología de la humanidad: el individuo sólo
puede formar sociedad con otro individuo si uno de los dos es
perfecto, o sea si es Dios. Rousseau y Marx lo vieron claramen-
te: sus sistemas se dirigen a "un pueblo de dioses".

650
LA EDUCACION POLITICA

La enseñanza ideológica propagada de este modo por el Esta-


do moderno puede ser: laxa o estricta, difusa o maciza, tolerante
o sectaria, larvada o continua, pero penetra por doquier median-
te instituciones que enmarcan la vida del hombre desde su naci-
miento hasta la muerte y con todo el poder de impregnación que
le confiere el totalitarismo de la política contemporánea. Es una
simple cuestión de cantidad, en más o en menos. Las democra-
cias más dulces pueden virar de la noche a la mañana hacia el
fanatismo más sangriento en materia de ortodoxia política, y
hacia el monismo cívico más inflexible, negándose a toda conce-
sión de hecho o de derecho.
Efectivamente, este sistema posee en su arsenal la posibilidad
de transformar su poder relativo en poder absoluto. Si todos los
poderes residen en la nación: el poder de educar a los ciudadanos
y de conformarlos al mismo mundo ideológico le pertenece en
primer lugar, ya que se trata de sustituir la educación que pro-
veen las comunidades naturales y que todas las naciones moder-
nas han reducido a porciones congruas.
Un país como Bélgica, reputado por su liberalismo acaba, de
repente, de ceder al sectarismo lingüístico más virulento quitando
al padre de familia el derecho a educar a sus hijos en la lengua
que él quiera y montando así, por desgracia, con la aprobación
por la tácita de la jerarquía local, un nuevo derecho, el ius soli
flamenco, territorialmente definido por una frontera dentro de la
cual sólo puede habitar una población administrativa, juzgada,
dirigida e instruida en lengua flamenca, o sea, sometida en todo
acto público al régimen lingüístico exclusivamente neerlandés.
El derecho natural más elemental queda así negado hasta sus
raíces.
En un país tan católico como Polonia, los seminarios han de
contener cursos obligatorios de marxismo para los futuros sa-
cerdotes. Pueden citarse así centenares de ejemplos análogos en
otros países. Desde el momento en que lo decide "la nación" cual-
quier cosa puede ser lícita o ilícita, el bien puede mudarse en mal
y viceversa. Sólo "la nación" determina hoy lo que aún ayer era
definido por la complementariedad de la naturaleza y de la edu-
cación.
En un clima tal, en el que los valores normales quedan some-
tidos a pura arbitrariedad, la razón de Estado tiene primacía.
Con una ingenuidad y una ceguera sin igual, nos creemos que
la razón de Estado desapareció definitivamente. Nunca fue tan
poderosa. Es incluso la única razón, y la única razón de ser del
Estado moderno, y no nos cansemos de repetir que el Estado mo-

651
MARCEL DE CORTE

derno no siendo ya más que una figura sin contenido alguno, al


no tener sociedades naturales ni sociedad política que lo sostengan
bien, que lo limiten, realiza, en sí mismo, la forma suprema de la
Razón soberana que puede y debe imponerse a toda razón par-
ticular y que ha de determinar todos los comportamientots en fun-
ción de su sola esencia y de su sola existencia: "El Estado con-
vertido en Amo en lugar de Dios" es la más obvia evidencia, de
la que tratamos de escapar porque la encontramos a la vez into-
lerable e ineluctable. Nunca jamás, el ser humano se ha encon-
trado tan inerme, inválido y vulnerable como hoy ante el Estado
que le estrecha por todas partes sin posibilidad para el hombre de
acudir al menor recurso en una instancia superior.
La experiencia prueba que, sin la protección viva de unos
usos y costumbres en las sociedades naturales, el individuo no
tiene derecho alguno que le sea inmediata y espontáneamente re-
conocido. Pese a todos los "derechos del hombre", cuya uni-
versalidad hemos visto proclamar con banda y tambores, el Esta-
do no ha abdicado en ningún sitio de su facultad de decidir sobe-
ranamente en materia del bien y del mal y de su trascendencia
en relación con la ley natural y a los preceptos generales inmuta-
bles de conducta que ésta prescribe. Se podrían citar aquí ejem-
plos abundantes. La misma expresión "convención de los dere-
chos del hombre" indica en qué medida el derecho natural ha
cedido su lugar a un derecho positivo, del cual el Estado sobera-
no determina siempre su pertinencia y su aplicación en función
de su razón de Estado.
Es ostensible que en tales condiciones, el Estado moderno no
es ya "neutral" y que no puede serlo en manera alguna. La neu-
tralidad del Estado es una de esas numerosas ficciones que em-
barazan a nuestro mundo. Efectivamente, el Estado moderno
siempre toma posición o partido. Siempre está ocupado por una
u otra de esas coaliciones de individuos que habiéndose apoderado
de las palancas del mando tienen como único fin la satisfacción de
sus personales intereses.
Poco importa, o mejor nada importa, que los clanes instala-
dos en el poder se sucedan en él, o bien que haya uno de ellos
permanentemente instalado. Poco o nada importa que bajo esos
partidos o ese partido (ejercientes del poder real) estén disimula-
dos grupos de presión o un "gang" de individuos que ejerza el
poder real. El único punto que hay que subrayar aquí es que el
Estado moderno es el lugar geométrico de las voluntades de po-
der que se han de manifestar infaliblemente en toda disociedad.
El Estado moderno tiene una moral: la de la voluntad de po-

652
LA EDUCACION POLITICA

der. Lo demás es decoración, el comunismo igual que la de-


mocracia.
Es imposible que suceda de otro modo: El Estado que domina
desde lo alto a una disociedad, detenta un poder ilimitado, ese po-
der ilimitado desencadena las apetencias; cábalas, intrigas, ligas,
campos y coaliciones se montan para satisfacerlas apoderándose
del Estado; la "moral" de ese Estado no puede ser sino la del
éxito; la razón del más fuerte resulta ser siempre la mejor; pero
puesto que el más fuerte aspira a consolidar el poder que ha con-
quistado, acude a una moral de cobertura que justifica su con-
quista. No hay ni una sola fisura en esta concatenación de obser-
vaciones. El Estado moderno es una combinación de Cartouche
y Taríufe.
Basta abrir los ojos para ver qué clase de educación política
resulta de esta política: lo arbitrario rige las conductas (aun allí
donde haya la dictadura de un partido único, hay que saber cam-
biar rápidamente el arma de un hombro al otro, adivinando las
intenciones del grupo que, instalado en el poder, va a ejecutar el
giro indispensable para la conservación de ese poder) y, allí donde
lo arbitrario queda implantado, se establece la inseguridad sicoló-
gica y moral para el ciudadano.
El Estado moderno prodiga con su ejemplo la educación que
favorece en mayor grado la incertidumbre, la infidelidad a una
línea de comportamiento, la palinodia. SÍ es cierta la fórmula de
Tung: "la vida no vivida engendra la neurosis", el Estado mo-
derno, que no vive ya vida social auténtica, es una neurosis gi-
gantesca que se extiende contagiosamente a los individuos englo-
bados en sus instituciones y que aquél desequilibra. La seguridad
sicológica y moral es el fruto de las sociedades naturales que
por serlo, estabilizan los comportamientos y permiten su pre-
visión.
Por esto, el Estado moderno es por el hecho mismo y, en
virtud de la contradicción que le constituye, el mayor proveedor
de tranquilizantes del mundo. No es por azar que inventó la Se-
guridad Social. Es para mantenerse como Estado en la revolu-
ción social permanente de la que es superestructura. No es por
puro azar que en la moderna disociedad ha aparecido la ciencia
y la técnica de las "relaciones humanas" y hasta ese "arte de ha-
cer amigos". Es para que esta disociedad pueda escapar a sus
propias consecuencias y retrasar su desaparición.
Finalmente, toda la evolución del Estado y de la disociedad
moderna hacia la tecnocracia se explica del mismo modo: las mi-
norías rectoras que se hallan a la cabeza de los países víctimas de

653
MARCEL DE CORTE

las ideologías colectivizantes, no tienen más medio de gobierno


que la excitación crónica de los ciudadanos; la cual, privándoles
de su razón, los transforma en robots librados a manos de los
manipuladores de la propaganda, o bien, en forma equivalente y
combinándola siempre con ese primer proceso, la instauración de
"estructuras" rígidas que aprisionan al hombre desde su naci-
miento hasta la muerte, reemplazando las instituciones naturales
anemizadas, extinguidas o evacuadas, para engranarle en los ro-
damientos metódicamente revisados y engrasados de la gigantesca
máquina estatal. El conocimiento de los mecanismos que rigen el
comportamiento y los reflejos elementales de la humana mario-
neta, mecanismos que se disparan automáticamente cuando la
marioneta es privada de su razón nutrida en la experiencia, ha
sido hoy suficientemente desarrollado para permitir la manipula-
ción de los ciudadanos mediante técnicas análogas a las emplea-
das por un ingeniero que manipula cosas materiales y las somete
a sus directrices.
Así, la disociedad actual se divide cada vez más en dirigentes
y dirigidos, "los que saben" y "los que no saben", o mejor dicho,
los que tienen la ciencia del manejo y los que no la tienen, de eso
que el Estado moderno, ante el asombro de nuestros ojos, está
convirtiendo en la "técnica de las técnicas", en la "función de las
funciones", o admitiendo una expresión menos elegante, pero que
traduce a menudo una situación por lo demás real, en el "tin-
glado de los tinglados".
Exactamente, como en fépoca de los sofistas griegos, pero con
una amplitud que la sociedad griega desconoció, la política se
convierte en una técnica que puede ser aprendida, que no tiene
ningún misterio, que es perfectamente transmisible de cerebro a
cerebro. Nunca exploraremos bastante el sentido último de esta
constatación vanal que cualquiera puede efectuar: " E n el mundo
actual la instrucción reemplaza cada vez más a la educación". El
político de antaño, experto ahora en las triquiñuelas del oficio
se vuelve técnico de la fábrica social o recurre a técnicos que le
proponen soluciones "científicamente valederas" para los proble-
mas que aparecen. A su vez, el técnico de la fábrica social, forma-
do en Escuelas y Facultades, rectificado periódicamente por "reac-
tualizaciones" apropiadas, accede a los más altos cargos del
Estado.
Y así se construye una sociedad artificial. Así se elabora en
los cerebros de los filósofos, sabios, sociólogos, economistas y
juristas. Los que la han dibujado sobre el plano disponen de ella
a su gusto. La conocen porque ellos la hacen. Nada en ella les es

654
LA EDUCACION POLITICA

desconocido porque es obra suya. La claridad de esta sociedad ar-


tificial expulsa todas las oscuridades y todos los imprevistos que
gravan las sociedades naturales. En esta sociedad a hacer, cada
cual tendrá su lugar garantizado. Los técnicos de la máquina so-
cial se afirman capaces de adaptar al hombre, en todas sus acti-
vidades y hasta en su conciencia personal, al mundo exterior tec-
nizado, poco más o menos como un mecanismo queda articulado a
otro mecanismo.
De este modo será resuelto el problema social. Una sociedad
que nada tenga natural, y construida según los cánones de la téc-
nica, podrá encontrar siempre una solución técnica en caso de
avería o accidente. Llega el tiempo en que tales eventualidades
podrán ser eliminadas por cálculo de ordenadores electrónicos y
hojas perforadas. Esta será una "Ciudad feliz" con "ciudadanos
felices".
Esta sociedad tecnocrática que está siendo construida ante
nuestros ojos y que intenta reemplazar la di sociedad nacida en la
descomposición del Antiguo Régimen se funda en dos pisos su-
perpuestos : la masa pasiva y la nueva aristocracia de los técnicos
activos. La opinión pública se vuelve extremadamente dócil entre
las manos de los especialistas competentes. La información que
algunos consideran que es la salvación del régimen democrá-
tico, será tratada por ellos, desde ahora, de forma tal que logre
corresponder al mundo ideal del ciudadano, que las minorías
dirigentes del Estado imprimen en la mente de todo individuo
sometido a su jurisdicción. No hay ya noticia que no pueda ser
impregnada de la ideología triunfante o en vías de triunfar. El
Estado moderno dispone en la información de una técnica de
educación política inauditamente eficaz.
Todo esto exige saber y maña. Volvemos abarranque de nues-
tros diagnóstico: el reinado de los Intelectuales, empeorado con
una eficaz disposición técnica verificadora del saber y de 1a maña:
el Diploma.
Para penetrar en la Intelligentsia y tener un lugar, cualquiera,
en los cuadros subalternos, medianos y superiores, hay que poseer
la prueba, debidamente controlada mediante un sistema de exáme-
nes, no de la facultad que se posee de penetrar en lo real y de com-
portarse como hombre, sino de la facilidad adquirida para mane-
jar ideas y cosas, para poner en práctica métodos, procedimien-
tos, recetas ya probadas. Los imponderables, cuya importancia
era capital en la antigua educación política para la que las co-
munidades naturales preparaban esos elementos invisibles y, a
veces, infinitesimales como el carácter, la vocación, el don, la

655
MARCEL DE CORTE

disposición mental, el honor, el sentido moral y estético, etc., resul-


tan hoy relegados a la trastienda.
La flor y nata social y política se recluta y valora en función
de sus aptitudes técnicas: la sociedad artificial, de la que es a la
vez causa y efecto, no permite la intervención de otro criterio.
El santo, el genio, el héroe, el sabio, cuyo papel era capital po-
cos años atrás, para la educación social y política, o sencilla-
mente, el espíritu libre y el creador en un tema cualquiera, ya no
ejercen sino ínfimas influencias. La sociedad entera está cayen-
do en el lado del Diploma y el Mandarinasgo.
Pero el reino de los Intelectuales etiquetados es un reino
irrisible.
Tal como lo mostraron Charles Maurras, en U avenir de l'ln-
teligence y Charles Péguy a lo largo de toda su obra, la ascensión
de la clase de los Intelectuales es acompañada siempre de su de-
gradación de estilo merovingio en beneficio de los alcaldes de
palacio que ocupan "la sala de máquinas" del Estado a princi-
pio del siglo xx.
Lo que es. cierto para los reyes de la opinión por lo Escrito
y por la Palabra es más cierto todavía para los sabios, técnicos,
expertos y diplomados que pretenden tener en exclusiva la mis-
ma realeza, pero que son hechos siervos por el Estado moderno,
tal como lo enseña el ejemplo de los físicos.
El Estado de fin de siglo y los deseos de poder que lo acapa-
ran no abdican ante los Intelectuales que construyen el simula-
cro de sociedad en el que nos hallamos. Se atribuye la regencia
de esta transformación, obrada por la ciencia y por la técnica.
Aun ayer, aseguraba el bien común de una sociedad natural, re-
lativamente estable, cuyos órganos funcionaban sin roces. Hoy,
examina, inspecciona, verifica, admite o deshecha todos los cam-
bios que se obran en la sociedad fluida engendrada por las noveda-
des científicas y técnicas.
Esta sociedad de estilo funcional se prolonga en un Estado de
funcionarios. Los ciudadanos se convierten directa e indirecta-
mente (por ejemplo, con el impuesto que engulle un tercio o
la mitad de un año de trabajo) en funcionarios del Estado. La
palabra de Péguy ya no es cierta: "Hay quien está delante de un
despacho y quien está detrás de él". Todos los que "están de-
lante" se esfuerzan desesperadamente para pasar a "estar de-
trás". La desnaturalización constante de la sociedad les llena de
angustia. Apelan a un Poder público trascendental que logre dis-
ciplinar los mecanismos que ellos mismos pusieron en marcha al
renunciar a sus comunidades naturales. Ellos aspiran, con estu-

656
LA EDUCACION POLITICA

pidez históricamente inédita, a curar el daño con más daño, me-


diante la intensificación y la universalización del daño.
Así se endereza por encima suyo la gran divinidad de nuestro
tiempo: el Estado Providencia que pretende asegurar la felicidad
de los hombres convirtiéndoles en funcionarios que, a cambio, le
aseguren a él la supervivencia y la inamovilidad de los manda-
mases que se albergan en él.
5) Esta es la forma de educación política que segrega el Es-
tado sin pudor, a la vista de todos los ciudadanos.
Puesto en limpio, esto significa que asistimos a una carrera
contra reloj entre el Estado unido a las voluntades de poder que
lo colonizan, y el parasitismo de las masas cuya subjetividad nun-
ca puede ser saciada ya que la desaparición de las comunidades
naturales la dejó sin meta.
No es tan solo el destino del hombre en su aspecto de animal
político y social el que es así atacado con el derribo de la educa-
ción tradicional, sino que es el ser humano entero en cuerpo y
alma. Y por eso, el affgiomamento de la Iglesia hacia un tipo se-
mejante de sociedad artificial e inviable nos aparece como un
peligro terrible —que algunos, falsamente, preconizan como pro-
puesto por el reciente Concilio— la reconciliación del poder espi-
ritual con el poder temporal de hoy es, a nuestro parecer, la muer-
te misma de la Iglesia y la transmutación del Cuerpo Místico de
Cristo en herramienta de colectivización. La gracia no germina
más que si las condiciones de la naturaleza se respetan. La si-
miente no crece encima de la piedra.
Ante tan grave situación —tocar al animal político es tocar a la
diferencia específica del hombre— sólo queda, a mi ver, una ac-
titud posible: volver a empezar. Cada cual en lo que le toca, en
nosotros mismos y en nuestros hijos, en las comuidades natura-
les en las que vivimos y que subsisten pese a todo y a todos, me-
diante nuestro esfuerzo personal, a pesar de todas las amenazas,
heridas y odios sufridos, empezar por ahí, en el tajo inmediato, la
inmensa labor de verdadera educación política que la naturaleza
nos impone y que sólo se dibuja en aquellas comunidades me-
diante nuestra colaboración. La salvación de la humanidad está
pendiente de la iniciativa privada de unos cuantos hombres que,
con la práctica de sus deberes de estado, mantendrán viva y trans-
mitirán a sus hijos y a las futuras generaciones las virtudes que
son necesarias a la Ciudad para no convertirse ni en feria ni en
termitera. Volviendo a las humildes realidades reguladoras cuyas
comunidades naturales tienen el cuidado de que nuestra acción
engendrará una comunidad política que no sea engaño o decepción.

657
MARCEL DE CORTE

¡ Pobre deber de estado, horriblemente desconocido, terrible-


mente despreciado! Por él y en él, sin embargo, se culmina la obra
de la naturaleza en nosotros. El deber de estado nos conmina a
perfeccionar lo que la naturaleza esbozó. El es la participación
más íntima que existe, en la Creación y en el Creador. El deber
de estado que depende de nosotros, de cada uno de nosotros, a
nuestro entendimiento y voluntad individuales, es el que da cuer-
po y consistencia a cuanto nos viene de la naturaleza y de Dios
autor de la naturaleza, y que no depende de nosotros. Traduce
en nosotros el deseo del Creador. Es con la Gracia que proviene
del Salvador, aquello que nos hace comulgar con Dios. No más
que Dios, él no vacila. Está seguro. No engaña. No se engaña a sí
mismo.
El deber de estado sólo nos pide nuestro asentimiento per-
sonal, y nos da el ciento por uno de lo que damos. Magnífica nues-
tra libertad de forma inimaginable. Pues nadie tiene autoridad
para deshacer el orden del derecho natural y sustituirse a nos-
otros en esta cuestión: Net aliquiis debet rumpere ordinem juris
naturis, proclama enérgicamente Santo Tomás (lia Ilae, qu. 10,
art. 12, ad. 2). Eo que nos hace libres es la obediencia al deber
de estado.
Ningún ser de este mundo puede robarnos esta libertad, mien-
tras la ejercitemos. Y podemos ejercerla siempre, sean cuales fue-
ran los obstáculos. Todo está al alcance de nuestra mano, o de
nuestro corazón, en cada instante: familia, amistades, empresa,
oficio, profesión, patria chica y grande. ¿Qué poder temporal o
espiritual podría obligarnos, sin hacer explotar su propia tiranía,
a falsear los primeros impulsos que nos imprime la naturaleza
mientras nos limitemos a llevarlos a cabo con toda la experiencia
que los siglos acumulan detrás nuestro? Ocupamos en esto posi-
ciones inexpugnables. Las comunidades naturales son nuestros
cuerpos en extensión, prolongan nuestro cuerpo y nadie puede
arrancárnoslas totalmente ni prohibirnos ejercer en ellas una ac-
ción, si no es quitándonos la misma vida.
Si el tiempo, las fuerzas y el dinero consagrados a lo que lla-
mamos "la acción católica" se hubiesen gastado en revigorizar las
comunidades naturales no veríamos hoy la política, el Estado y
el Clero en crisis como están. Una educación social y política
conforme con la naturaleza de las cosas hubiera desmitificado
las mentes. Los sueños y mentiras de la Revolución y de la Evo-
lución estarían desvanecidos. Los clérigos evangelizarían a los
hombres. No se vería a algunos de ellos agotarse en una infruc-
tuosa tentativa de anudar diálogos con caricaturas de seres huma-
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LA EDUCACION POLITICA

nos y transformar con ello a sus sacerdotes en caricaturas de sa-


cerdotes.
Si adoptamos esta decisión de actuar en nuestras comunidades
naturales, formaremos gota a gota este profundo mar de la pri-
vado del que Péguy nos habla, y en el cual surgirá la Ciudad de
los hombres.
A este lento, oscuro y paciente trabajo, cuyo término no se
alcanza a ver, estamos invitados. Pero sabemos por el Evangelio
que las grandes cosas empiezan siempre siendo pequeñas.

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