El Loco Bajo La Cama

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 5

El loco bajo la cama

Esta es la historia de una joven de [....], llamémosla Sara. De pequeña,


Sara tenía miedo a la oscuridad, hasta que adoptó a un perro que le
hacía compañía. Durante años, Sara dormía tranquila porque sabía
que bajo la cama estaba su perro, y si tenía miedo solo tenía que
extender la mano: entonces, el perro empezaba a lamerla hasta que
se quedaba dormida.

Así pasaron los años y Sara se hizo adulta. Una noche, en la radio,
escuchó que cerca de [....] estaba en busca y captura un asesino muy
peligroso. Sara, acompañada de su perro, no tenía miedo: se metió en
la cama, extendió la mano hacia el borde y el perro, como todas las
noches, empezó a lamerla.

Durmió del tirón y, al despertar, le sorprendió que el perro no se


hubiera cansado de lamerle la mano en toda la noche. O eso creía: al
abrir los ojos, encontró al perro muerto sobre el suelo de la habitación.
Bajo la cama, un hombre seguía lamiéndole la mano.
“¿Has subido a ver a los niños?”
Una adolescente está cuidando por primera vez a unos niños en una
casa enorme y lujosa. Acuesta a los niños en el piso de arriba, y,
cuando apenas se ha sentado delante de la televisión, suena el
teléfono. A juzgar por su voz, el que llama es un hombre. Jadea, ríe de
forma amenazadora y pregunta: “¿Has subido a ver a los niños?”.

La canguro cuelga convencido de que sus amigos le están gastando


una broma, pero el hombre vuelve a llamar y pregunta de nuevo:
“¿Has subido a ver a los niños?”. Ella cuelga a toda prisa, pero el
hombre llama por tercera vez, y esta vez dice: “¡Ya me he ocupado de
los niños, ahora voy a por ti!”.

La canguro está verdaderamente asustada. Llama a la policía y


denuncia las llamadas amenazadoras. La policía pide que, si vuelve a
llamar, intente distraerle al teléfono para que les de tiempo a localizar
la llamada.

Como era de esperar, el hombre llama de nuevo a los pocos minutos.


La canguro le suplica que la deje en paz, y así le entretiene. Él acaba
por colgar. De repente, el teléfono suena de nuevo, y a cada timbrazo
el tono es más alto y más estridente. En esta ocasión, es la policía,
que le da una orden urgente: “¡Salga de la casa inmediatamente! ¡Las
llamadas vienen del piso de arriba!”.
Golpes en el coche
Una familia, compuesta por dos pequeños y sus padres, viajaban por
carretera hacia [....] cuando el coche se les averió. Los padres salieron
a buscar ayuda y, para que los niños no se aburrieran, les dejaron con
la radio encendida. Cayó la noche y los padres seguían sin volver
cuando escucharon una inquietante noticia en la radio: un asesino muy
peligroso se había escapado de un centro penitenciario cercano a [....]
y pedían que se extremaran las precauciones.

Las horas pasaban y los padres de los niños no regresaban. De


pronto, empezaron a escuchar golpes sobre sus cabezas. “Poc, poc,
poc”. Los golpes, que parecían provenir de algo que golpeaba la parte
de arriba del coche, eran cada vez más rápidos y más fuertes. “POC,
POC, POC”. Los niños, aterrados, no pudieron resistir más: abrieron la
puerta y huyeron a toda prisa.

Solo el mayor de los niños se atrevió a girar la cabeza para mirar qué
provocaba los golpes. No debería haberlo hecho: sobre el coche había
un hombre de gran tamaño, que golpeaba la parte superior del
vehículo con algo que tenía en las manos: eran las cabezas de sus
padres.
Anillos en sus dedos
Daisy Clark había estado en coma durante más de un mes cuando el
médico dijo que finalmente había muerto. Fue enterrada en un fresco
día de verano en un pequeño cementerio a un kilómetro y medio de su
casa.

“Que descanse siempre en paz”, dijo su marido. Pero no lo hizo. A


última hora de la noche, un ladrón de tumbas con una pala y una
linterna comenzó a desenterrarla. Como la tierra seguía estando
suelda, llegó rápidamente al ataúd y lo abrió. Su presentimiento era
cierto. Daisy había sido enterrada portando dos valiosos anillos: un
anillo de bodas con un diamante y un anillo con un rubí que brillaba
como si estuviera vivo.

El ladrón se arrodilló y extendió sus manos dentro del ataúd para


arrebatar los anillos, pero estaban totalmente adheridos a sus dedos.
Así que decidió que la única manera de hacerse con ellos era cortando
los dedos con un cuchillo. Pero cuando cuando cortó el dedo con la
alianza, este comenzó a sangrar, y Daisy Clark comenzó a moverse.
¡De repente, ella se sentó! Aterrorizado, el ladrón se puso en pie.
Golpeó accidentalmente la linterna y la luz se apagó.

Podía oír a Daisy salir de su tumba. Al pasar junto a él en la oscuridad,


el ladrón se quedó allí congelado de miedo, aferrando el cuchillo con la
mano. Cuando Daisy lo vio, se cubrió con su sudario y le preguntó:
¿”Quién eres?”. Al escuchar hablar al “cadáver”, el ladrón de tumbas
corrió. Daisy se encogió de hombros y siguió caminando, y no miró
hacia atrás ni una sola vez.

Pero llevado por su temor y confusión, el ladrón huyó en la dirección


equivocada. Se lanzó de cabeza en la tumba aún abierta, cayó sobre
el cuchillo que llevaba en su mano y él mismo se apuñaló. Mientras
Daisy caminaba hacia su hogar, el ladrón se desangró hasta morir.
Sitio para uno más
Un hombre llamado Joseph Blackwell llegó a [....] en un viaje de
negocios. Se hospedó en la gran casa que unos amigos poseían en
las afueras de la ciudad. Esa noche pasaron un buen rato
conversando y rememorando viejos tiempos. Pero cuando Blackwell
fue a la cama, comenzó a dar vueltas y no era capaz de dormir.

En un momento de la noche, oyó un coche llegar a la entrada de la


casa. Se acercó a la ventana para ver quién podía arribar a una hora
tan tardía. Bajo la luz de la luna vio un coche fúnebre de color negro
lleno de gente. El conductor alzó la mirada hacia él. Cuando Blackwell
vio su extraño y espantoso rostro, se estremeció. El conductor le dijo:
“Hay sitio para uno más”. Entonces el conductor esperó uno o dos
minutos, y se retiró.

Por la mañana, Blackwell les contó a sus amigos lo que había pasado.
“Estabas soñando”, dijeron ellos. “Eso debe haber sido”, repuso él,
“pero no parecía un sueño”. Después del desayuno se marchó a la
ciudad. Pasó el día en las oficinas de uno de los nuevos y altos
edificios de la urbe.

A última hora de la tarde, él estaba esperando un ascensor que lo


llevara de vuelta a la calle. Pero cuando se detuvo en su piso, este se
encontraba muy lleno. Uno de los pasajeros lo miró y le dijo: “Hay sitio
para uno más”. Se trataba del conductor del coche fúnebre. “No,
gracias”, dijo Blackwell. “Esperaré al siguiente”.

Las puertas se cerraron y el ascensor empezó a bajar. Se oyeron


voces y gritos, y un gran estruendo. El ascensor se había desplomado
contra el fondo. Todas las personas que habían a bordo murieron.