Sermoes David Wilkerson

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El Poder Del Perdon

“Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos?
(Mateo 5:46).

El perdón no es un acto aislado, sino una forma de vida, que nos debe conducir hacia toda bendición en Cristo.
“Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen,
y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos”
(Mateo 5:44-45).

De acuerdo a Jesús, el perdón no es un asunto de tomar o escoger alguien a quien perdonar. No podemos decir:
“Me has herido tanto, así que no puedo perdonarte”. Cristo nos dice: “Porque si amáis a los que os aman, ¿qué
recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos?” (Mateo 5:46).

No interesa contra quién sea nuestra herida. Si nos agarramos de ella, nos guiará a una amargura que
envenenará todo aspecto de nuestras vidas. La falta de perdón nos lleva a una hambruna y debilidad espiritual,
una pérdida de la fe, afligiendo no sólo a nosotros, sino a todos los que nos rodean.

Durante los últimos cincuenta años de mi ministerio, he visto una terrible devastación en las vidas de aquéllos
que guardan falta de perdón. Pero, también he visto el glorioso poder de un espíritu perdonador. El perdón
transforma vidas, produciendo que las ventanas de los cielos se abran. Llena nuestras copas de bendición
espiritual hasta que rebozan con paz abundante, gozo y descanso en el Espíritu Santo. La enseñanza de Jesús
sobre este tema es muy específica, y si usted quiere moverse en este ámbito maravilloso de bendición, entonces
oiga y reciba sus palabras.

“Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si
no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mateo 6:14-
15). No se equivoque: Dios no está negociando con nosotros acá. Él no está diciendo: “Como tú has perdonado a
los demás, entonces Yo te perdonaré”. Nunca podremos ganar el perdón de Dios. Sólo la sangre derramada de
Cristo tiene el mérito de perdonar los pecados.

Más bien, Cristo está diciendo: “La confesión completa de pecados requiere que tú perdones a otros. Si retienes
cualquier falta de perdón, entonces no has confesado todos tus pecados. El verdadero arrepentimiento significa
confesar y olvidar todo rencor, crucificando todo rastro de amargura hacia otros. Cualquier cosa menor que ello,
no es arrepentimiento”.

Esto va de la mano con su bienaventuranza: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzaran
misericordia” (Mateo 5:7). Su punto: Perdona a otros, para que puedas moverte hacia las bendiciones y el gozo
de ser un hijo. Dios podrá entonces, derramar las muestras de su amor. Y cuando usted perdona, usted revela la
naturaleza del Padre al mundo.

LAS MISERICORDIAS DE JEHOVA


En la antigua Israel, el arca del pacto representaba la misericordia de Jehová, una poderosa verdad que
posteriormente fue personificada por Jesús. Debemos recibir su misericordia, confiando en la sangre salvadora
de su misericordia y ser salvos por toda la eternidad. Es decir, usted puede ridiculizar la ley, burlarse de la
santidad de Dios y echar por tierra todo lo que Dios hable. Pero cuando usted se burla o ridiculiza la
misericordia de Dios, el juicio viene, y muy pronto. Si usted pisotea su sangre misericordiosa, enfrenta su
horrenda ira.

Eso es exactamente lo que les sucedió a los filisteos cuando robaron el arca. Una destrucción mortal vino sobre
ellos hasta que tuvieron que admitir: “Esto no es simple casualidad o coincidencia. La mano de Dios está
claramente en contra nuestra”. Considere lo que sucedió cuando fue llevada al templo pagano de Dagón, para
burlarse y desafiar al Dios de Israel. En medio de la noche, el lugar de misericordia que era el arca, se convirtió
en una vara de juicio. Al día siguiente, Dagón, el ídolo, fue hallado derribado rostro a tierra delante del arca,
decapitado y cortadas sus manos (ver 1 Samuel 5:2-5).

Amados, así es como debería estar Estados Unidos. Hace mucho tiempo que deberíamos haber sido juzgados. A
todos los que se burlan y desafían la misericordia de Dios, les digo: “Sigan, traten con todas su fuerzas de traer a
la iglesia de Cristo bajo el poder del secularismo o el agnosticismo. Pero si se burlan de la misericordia de Cristo,
Dios echará todo poder y autoridad que tengan, al suelo. Jeremías dijo: “Por la misericordia de Jehová no
hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias” (Lamentaciones 3:22). Sin embargo,
cuando los hombres hacen burla de tan grande misericordia, que es Cristo, el juicio es seguro.

Es sólo a causa de la misericordia del Señor que el juicio tarda. Y ahora mismo, Estados Unidos se está
beneficiando de dicha misericordia. Increíblemente, todo el país se encuentra en una carrera junto al resto del
mundo, para eliminar a Dios y a Cristo de la sociedad. No obstante el Señor no va a ser burlado; sus
misericordias son para siempre, y Él ama esta nación. Yo creo que por ello es que Él sigue derramando sus
bendiciones sobre nosotros. Su deseo es que dicha bondad nos lleve al arrepentimiento (ver Romanos 2:4).

No debemos desesperarnos a causa de la situación actual de los Estados Unidos. Nos duele la horrenda
corrupción, burla y pecado, pero tenemos esperanza, sabiendo que Dios está en control completo. Sabemos que
las misericordias de Dios son para siempre.

Buscando El Rostro De Dios


En el salmo 27, David le ruega a Dios a través de una oración urgente. Implora en el verso 7: “Oye, oh Jehová,
mi voz con que a ti clamo; ten misericordia de mí, y respóndeme”. Su oración está enfocada en un deseo, una
ambición, algo que lo ha está consumiendo: “Una cosa he demandado a Jehová” (Salmos 27:4).

David testifica: “Tengo una oración, Señor, una petición. Es mi única meta, la más importante de mi vida, es
aquello que deseo. Y lo buscaré con todo mi ser. Este único objetivo me consume”. 

¿De qué se trataba esta “cosa” que David deseaba más que nada, aquel objetivo en el cual había fijado su
corazón para alcanzarlo? Él nos lo dice: “Que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para
contemplar la hermosura de Jehová y para inquirir en su templo” (Salmos 27:4).

No se equivoque: David no era un hombre aislado, que se escondía del mundo exterior. Él no era un ermitaño,
buscando ocultarse en algún desierto desolado. No, David era un apasionado hombre de acción. Él era un gran
guerrero y multitudes coreaban sus victorias en la batalla. Él también era un apasionado de la oración y de la
devoción, con un corazón que gemía por Dios ¡Y el Señor había bendecido a David concediéndole tantos deseos
de su corazón!

De hecho, David había probado todo lo que un hombre pudiera desear en su vida. Conoció las riquezas y la
gloria, el poder y la autoridad. Contaba con el respeto, la alabanza y la adulación de los hombres. Dios le había
dado Jerusalén como capital de su reino y estaba rodeado de hombres devotos, todos dispuestos a morir por él.

Más que nada, David era un adorador. Él un hombre de alabanza, que daba gracias a Dios por todas sus
bendiciones. Él mismo lo testifica, diciendo: “El Señor derramó bendiciones delante de mí”.

David, de hecho estaba dando a entender: “Hay una forma de vivir que ahora busco, un lugar establecido en el
Señor que anhela mi alma. Deseo tener una intimidad ininterrumpida con mi Dios”. Esto es lo que David quiso
decir cuando oró: “Que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de
Jehová y para inquirir en su templo” (Salmos 27:4)

Cuatro Expectavitas
Dios es un “creador” de promesas y un “cumplidor” de promesas, y me ha hablado al corazón respecto a cuatro
asuntos en los que el pueblo de Dios debe confiar en Él. Estas expectativas se basan en las promesas que Dios
nos ha hecho.

1. Esté expectante de ser galardonado, mientras busca diligentemente al Señor. “Dios…es galardonador de los
que le buscan” (Hebreos 11:6).

Por fe, usted puede pedir que Dios lo toque, para que sea animado y su confianza se reavive. Dios siempre llega
a tiempo y sabe que usted necesita un rayo de esperanza y buenas nuevas en medio de su prueba. Espere que Él
cumpla su promesa de galardonarlo ahora mismo, que es cuando se encuentra en su mayor necesidad. Dios no
puede mentir. El dice que El galardona a lo que le buscan. Búsquelo diariamente y crea que este año será su año
de gran bendición espiritual.

2. Esté expectante de ver evidencia de un milagro progresivo en su vida. “Todas las cosas son posibles para
Dios” (Marcos 10:27).

Yo creo en los milagros, en los instantáneos y en los progresivos. El comienzo de un milagro progresivo no es
visible, ni ruidoso y se va desplegando poco a poco, de pequeña misericordia en pequeña misericordia. Espere
ver a Dios obrando de maneras misteriosas, invisibles al ojo humano.

3. Esté expectante de entrar al lugar de reposo prometido por Dios. “Por tanto, queda un reposo para el pueblo
de Dios…procuremos…entrar en aquel reposo” Hebreos (4:9,11).

En los últimos años, hemos visto una increíble avalancha de calamidades, problemas y pruebas. En medio de
esto, el Señor desea que usted crea que Él lo llevará a su lugar de reposo. Dios nunca deseó que sus hijos vivan
en temor y desconcierto. Necesitamos una fe inquebrantable y confiar en Dios al enfrentar el miedo, los
problemas y aun la muerte misma.

4. Esté expectante de que el Espíritu Santo esté siempre en su templo. “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es
templo del Espíritu Santo?” (1 Corintios 6:19).

El Espíritu Santo mora en el corazón del creyente. Él es omnipresente, a lo largo de todo el mundo. Puedo
afrontar el diario vivir, sabiendo que Él esta acá, en su templo para consolarme, guiarme, alentarme, ungirme y
revelarme la gloria de Jesús, dándome una revelación siempre creciente. Él desea que usted espere que Él haga
notoria su presencia a usted, haciéndola más notoria con el paso de los días. Él quiere llevarlo a tener una fe
inconmovible, tal como lo hizo con sus discípulos.

¡Crea estas promesas! Agárrese de estas expectativas y verá a Dios hacer cosas maravillosas.

La Misma Gloria

“El que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él” (Juan 14:21). “Para que todos
sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros…la gloria que me diste,
yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos
en unidad” (Juan 17:21-23, itálicas mías).

Échele otro vistazo a las itálicas en el versículo. Jesús está diciendo, en esencia: “La gloria que me diste, Padre,
se la he dado a ellos”. Cristo hace una increíble declaración acá. Está diciendo que nos ha sido dada la misma
gloria que el Padre le dio a Él. ¡Qué pensamiento tan impresionante! Pero, ¿cuál es esta gloria que fue dada a
Cristo y cómo pueden nuestras vidas revelar dicha gloria? No se trata de un aura o una emoción; sino de ¡un
acceso sin impedimentos al Padre Celestial!

Jesús nos dio un fácil acceso al Padre, abriéndonos una puerta por la Cruz: “Porque por medio de él [Cristo] los
unos y los otros [nosotros y los que están fuera] tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre” (Efesios
2:18). La palabra “entrada” significa el derecho de entrar. Significa un pasaje libre y también fácil de acercarse:
“En quien tenemos seguridad y acceso con confianza por medio de la fe en él” (Efesios 3:12).

¿Ve lo que Pablo dice? Por fe, hemos alcanzado un lugar de acceso ilimitado a Dios. No somos como Ester en el
Antiguo Testamento. Ella tenía que esperar la señal del rey antes de poder acercarse al trono. Sólo después que
el rey extendiera su cetro, es que Ester podía acercarse.

En contraste, usted y yo ya nos encontramos en la presencia del Rey. Y tenemos el derecho y el privilegio de
hablar con Él en cualquier momento. De hecho, estamos invitados a hacerle cualquier petición: “Acerquémonos,
pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”
(Hebreos 4:16).

Cuando Cristo ministró en la Tierra, Él no tenía que escabullirse hacia la oración para obtener la mente del
Padre. Él dijo: “No puedo hacer nada por mí mismo, sino lo que veo hacer al Padre” (ver Juan 5:19). Hoy, el
mismo grado de acceso al Padre que tenia Cristo, nos ha sido dado. Usted dirá: “Un momento, ¿yo tengo igual
acceso al Padre que Jesús?”.

No se equivoque. Como Jesús, nosotros debemos orar con frecuencia y fervor, buscando a Dios, esperando en el
Señor. No tenemos que escabullirnos para rogarle a Dios por fuerza y dirección, porque su mismo Espíritu vive
en nosotros. Y el Espíritu Santo nos revela la mente y la voluntad del Padre.

MILAGROS PROGRESIVOS
El Antiguo Testamento está repleto del poder milagroso de Dios, desde el cruce del Mar Rojo, vemos a Dios
hablándole a Moisés desde una zarza ardiendo, hasta Elías invocando fuego del cielo. Todos estos milagros
fueron instantáneos. La gente involucrada podía ver los milagros que estaban llevándose a cabo, podía sentirlos
y estremecerse ante éstos. Y éstos, son los milagros que quisiéramos ver en nuestros días; milagros que causen
el asombro y la perplejidad de todos. Queremos que Dios abra los cielos, descienda hacia nuestra situación y
arregle las cosas con una explosión de poder celestial.

Pero, gran parte del poder para obrar maravillas que Dios tiene para con su pueblo, viene en la manera que
llamamos “milagros progresivos”. Estos milagros son casi imperceptibles al ojo. No vienen acompañados de
truenos, rayos o algún mover o cambio visible. Por el contrario, los milagros progresivos, comienzan de manera
silenciosa, sin fanfarria, desplegándose lenta pero seguramente, paso a paso.

Ambos tipos de milagro, instantáneos y progresivos, sucedieron en las dos ocasiones en las que Jesús alimentó a
las multitudes. Los milagros que Él hizo fueron inmediatos, visibles, fácilmente discernidos por todos los
presentes. Pienso en el paralítico con su cuerpo inválido, quien súbitamente tuvo tal cambio físico exterior que
pudo correr y saltar. Ese milagro tuvo que haber impactado y dejado perplejos a todos los que lo vieron.

Por otro lado, las alimentaciones que Cristo hizo fueron milagros progresivos. Jesús hizo una simple oración de
bendición, sin fuego, truenos o terremotos. Él simplemente partió el pan y tomó los pescados, sin dar una sola
señal ni ruido de que se estaba llevando a cabo un milagro. Sin embargo, para poder alimentar a tanta gente,
tuvieron que haber partido el pan y los peces miles de veces a lo largo de todo el día. Y cada pedazo de pan y de
pescado era parte del milagro.

Así es como Jesús hace muchos de sus milagros en la vida de sus hijos, hoy. Oramos por maravillas
instantáneas, visibles, pero a menudo nuestro Señor está trabajando en silencio; logrando para nosotros un
milagro, pieza por pieza, pedazo a pedazo. Quizás no podamos oírlo ni tocarlo, pero Él está obrando, dándole

CRISTO REINA
Frecuentemente mucha gente se contacta con nuestro ministerio y dice: “No tengo a nadie con quien hablar, a
nadie con quien compartir mi carga, a nadie que tenga tiempo para escuchar mi clamor. Necesito a alguien a
quien le pueda abrir mi corazón”.

El rey David estaba constantemente rodeado por personas. Estaba casado y siempre había alguien a su lado.
Aun así, escuchábamos el mismo clamor de él: “A quien iré”. Está en nuestra naturaleza, el necesitar a otro ser
humano, con rostro, ojos y oídos, que nos escuche y nos aconseje.

Cuando Job estuvo abrumado por sus problemas, clamó con pena, “¡Quién me diera quien me oyese!” (Job
31:35). Él pronunció este grito mientras estaba sentado con quienes decían llamarse sus amigos. Aquellos
amigos no tenían compasión por sus problemas; de hecho, eran mensajeros de la desesperanza.

Job sólo acudió al señor: “Mas he aquí que en los cielos está mi testigo, y mi testimonio en las alturas… Mas
ante Dios derramaré mis lágrimas” (Job 16:19-20).

David le dice al pueblo de Dios que haga lo mismo: “Esperad en él en todo tiempo, oh pueblos; Derramad
delante de él vuestro corazón; Dios es nuestro refugio” (Salmos 62:8).

Eventualmente, el sufrimiento nos llega a todos nosotros, y ahora mismo, multitudes de santos están
encadenados por aflicciones. Sus circunstancias han tornado su gozo en sentimientos de impotencia e
inutilidad. Muchos se preguntan en su dolor, “¿Por qué me está pasando esto? ¿Está Dios enojado conmigo?
¿Qué he hecho mal? ¿Por qué no responde mis oraciones?
Yo creo en mi corazón, que esta palabra es una invitación del Espíritu Santo para que usted encuentre un lugar
privado, en donde pueda frecuentemente derramar su alma al Señor. David “derramó sus quejas”, y usted
también puede hacerlo. Puede hablarle a Jesús acerca de todo: Sus problemas, sus pruebas presentes, su
economía, su salud, y decirle cuán abrumado está, inclusive cuán desalentado se siente. Él lo escuchará con
amor y simpatía, y no menospreciará su clamor.

Dios le respondió a David; le respondió a Job. Y por siglos ha respondido el clamor de todos aquéllos que han
confiado en sus promesas. Él ha prometido escucharlo y guiarlo. Él ha prometido por juramento que será su
fuerza, así que usted puede ir a Él y salir renovado.

APACIENTA MIS CORDEROS


Cuando le pedí al Espíritu Santo que me enseñara cómo guardarme contra la negligencia y la negación, me llevó
a considerar cómo Pedro se alejó y luego, la renovación que ocurrió. Este hombre negó a Cristo, incluso
maldiciendo, diciendo a sus acusadores: “Yo no lo conozco”.

¿Qué había pasado? ¿Qué fue lo que llevó a Pedro hasta ese punto? Fue su orgullo, el resultado de la soberbia,
de la justicia propia. Este discípulo había dicho de sí mismo: “No podría dejar enfriar mi amor por Jesús. He
alcanzado un lugar en mi fe donde no necesito que me adviertan. Otros pueden tropezar, pero yo moriré por mi
Señor”.

Sin embargo, Pedro fue el primero de los discípulos en rendirse ante la lucha. Abandonó su llamado y volvió a
su antigua profesión, diciéndole a los demás: “Voy a pescar”. Lo que él realmente estaba diciendo era: “No
puedo más. Pensé que no podía fallar, pero nadie le ha fallado tanto a Dios como yo. Ya no soporto más esta
lucha”.

Para ese punto, Pedro ya se había arrepentido de negar a Jesús. Ya había sido restaurado en el amor de Jesús.
Pero él era, todavía, un hombre débil por dentro.

Ahora, mientras Jesús esperaba que sus discípulos regresaran a la orilla, un asunto seguía sin ser resuelto en la
vida de Pedro. No era suficiente que Pedro fuera restaurado, teniendo seguridad de su salvación. No era
suficiente que él haya ayunado y orado como cualquier devoto creyente lo haría. No, el asunto al que Cristo
quería ponerle la atención en la vida de Pedro, era respecto a otra forma de negación, una forma diferente de
negligencia. Permítame explicarle.

Mientras se sentaban alrededor del fuego en la costa, comiendo y compartiendo, Jesús le preguntó a Pedro tres
veces: “¿Me amas más que estos?” Cada vez, Pedro respondía: “Sí Señor, Tú sabes que te amo”, y Cristo le
respondía: “Apacienta mis corderos”. Noten que Jesús no le recordó que esté alerta ni que ore, ni tampoco que
sea diligente en leer su Palabra. Cristo asumía que esas cosas ya habían sido bien enseñadas. Por el contrario, la
instrucción que le dio a Pedro ahora fue: “Apacienta mis corderos”.

Yo creo que en esa simple frase, Jesús instruía a Pedro sobre cómo guardarse de la negligencia. En esencia, le
decía: “Quiero que te olvides de tu fracaso, olvida que te alejaste de mí. Has regresado a mí ahora, te he
perdonado y te he restaurado. Así que es tiempo de dejar de enfocarte en tus dudas, fracasos y problemas. Y la
forma de hacerlo es no descuidando a mi pueblo y ministrar a sus necesidades. Como el Padre me envió, así te
envío Yo”.

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