La Afectividad de Los Hijos de Dios

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LA AFECTIVIDAD EN EL HOMBRE

A PARTIR DE LA GRACIA COMO FILIACIÓN DIVINA

Pedro Luis Zea Gamero

Con el ánimo de evidenciar y reflexionar sobre la vida de todo hombre me gustaría


desarrollar el tema de la vida afectiva y como comprenderla dentro de la vida de un
creyente católico. Ciertamente hay sentimientos cotidianos, como el dolor o el hambre, hay
sentimientos como la seguridad o la soledad, y también podríamos identificar algunos más
trascendentes como el amor, la compasión o la misericordia. Frente a este hombre cabe la
pregunta ¿tiene el cristianismo algo que decir sobre el corazón humano? Ciertamente
muchas veces se ha comprendido que la religión busca controlar o no termina de aceptar
todos los movimientos que surgen en la afectividad del hombre; más aún, hay que aceptar
que la Iglesia muchas veces ha manifestado un cierto recelo frente a ciertas expectativas
afectivas considerándolas peligrosas o ilegítimas. Pero, aquel que conoce lo central de la fe
sabe que está si habla a lo profundo del corazón ya que el misterio de la humanidad
asumida por el Verbo nos revela a un Dios que nos amó con corazón de hombre; la
encarnación nos permite esta prodigiosa relación entre naturaleza y gracia.

Creemos, junto con el P. Cencini, que “los sentimientos desvelan la parte más humana del
yo, desvelan sus sueños y motivaciones, son a la vez instintivos y espontáneos, pero
también pueden ser evangelizados y constituir la expresión de una conversión vital, tan
estable y radical que llegue hasta los ámbitos psíquicos más profundos de la persona
humana, hasta su dimensión pulsional y emocional” 1. Esta cita muy bella en su contenido
nos habla de una estructura de la persona humana que no puede entenderse como estratos
superpuestos, sino que se trata de todo un yo, corporal-anímico-espiritual2; un yo dueño
de sí mismo y despierto, que es señor de su alma, que en cierto sentido puede abrir o cerrar
las puertas de su ser a la gracia.3 Esta comprensión antropológica implica que el hombre
que descuide una de estas dimensiones no experimentará la realización y paz de su ser, pero
también que si se olvida del yo que personaliza y unifica las dimensiones de su naturaleza
entonces el resultado será el sinsentido de una existencia fragmentaria. En efecto, la vida
del hombre en la gracia de Dios no solo se trata de que Dios nos ha salvado por medio
de Jesucristo, sino que se ha de experimentar que esta salvación consiste en la
comunión con Él, en la inserción en Él mismo, y de nuestro acceso al Padre como hijos
en Jesús4.

La plenitud del ser personal y la naturaleza de la afectividad

Desde esta perspectiva teológica-cristocéntrica podemos afirmar que la gracia perfecciona


nuestra naturaleza en el sentido de que solo ella puede llevar a cumplimiento la razón de su
existencia. La filiación divina es este fin que nos constituye en todo aquello que de hecho
somos y el plano afectivo no es la excepción. Para la realización de nuestra naturaleza

1
CENCINI, Amadeo. Los sentimientos del Hijo, pg. 37. Edición sígueme, Salamanca, 2016.
2
STEIN, Edith. La estructura de la persona humana.
3
STEIN, Edith. La estructura de la persona humana, pg. 94. Biblioteca de autores cristianos, Madrid, 2007.
4
Parafraseo de LUIS LADARIA en Teología del pecado original y la gracia, pg.231. B.A.C, Madrid, 2012.
humana no puede ser indiferente la aceptación de la gracia que Dios nos ofrece ya que
desde el principio de la creación estamos llamados a reproducir la imagen del Hijo.

Desde esta visión antropológica dialoguemos ahora con la realidad del hombre desde la
conciencia que tiene de sí mismo. En esta interioridad él es capaz de percibir “pasiones,
sentimientos, afectos o emociones; estos son los movimientos de la facultad apetitiva
sensible que reacciona ante la percepción de un objeto –como atractivo o nocivo– por
parte de los sentidos internos; produciendo, a su vez, (condición esencial de la pasión)
una alteración física. Así descrita, nos situamos en una esfera intermedia del hombre: por
encima de ella están las facultades superiores (espirituales) y por debajo el organismo
biológico-corpóreo del hombre. Sin embargo, nuestra naturaleza es “una” con unidad
sustancial, y por eso todo tiene repercusión en este “todo” que es la persona humana” 5.
Desde esta definición experiencial se ve claramente que la afectividad es un fenómeno
específicamente distinto que el pensamiento intelectual o que la voluntad; es algo distinto y
tiene (o puede tener), por eso, una cierta autonomía.

Que la afectividad pueda especificarse como algo particular y querido por Dios dentro de la
estructura de la persona humana no significa que posea un fin particular distinto, en el
sentido de poder independizarla de Dios y de no tener necesidad de la gracia. De esta forma
lo único que hubiéramos logrado con esta reflexión es plantear la gracia como una justicia
ajena que suple solo exteriormente la naturaleza. “Debemos comprender que la ley del
Espíritu no es un nuevo código de normas, sino que significa que se nos ha dado un
principio nuevo e interno de actuación, el Espíritu Santo. No se trata de un principio
exterior sino del corazón nuevo en el que se infunde el Espíritu de Dios para que el
hombre viva según la ley divina.”6

Ahora bien, es verdad que las respuestas afectivas en sí mismas pueden ser insuficientes o
equivocas; por ejemplo, un hombre que se compadece al ver a alguien necesitado, pero no
le ayuda de algún modo que la situación amerite. Pero, asimismo sabemos que la fragilidad
de la afectividad no es particular de ella, sino que engloba toda la naturaleza humana. Un
hombre puede declarar que posee una fe inquebrantable, pero a la hora de la prueba puede
perderla; de la misma forma, el amante jura que su amor nunca disminuirá, pero pasa el
tiempo y puede debilitarse o desaparecer. “Esta es la tragedia humana, esta distancia
ininteligible entre lo que experimentamos de modo muy profundo y queremos con
gran intensidad, y la realidad de la vida.”7

Es frente a esta superficie cambiante que resultan necesarias las realidades permanentes,
sino no hay respuesta para las realidades de la fe, la felicidad o el amor ya que una plenitud
de estas experiencias requiere de la sensación de que nada puede destruirlas. Solo la gracia
de Dios puede dar este salto, no de la perfección de la naturaleza -que se dará solo en
la resurrección final-, sino de la libertad de los hijos de Dios que encuentran su
seguridad no en sí mismo sino en la vida de Dios que se le comunica. Opuesto al temor
que caracteriza al que es esclavo de alguna ley del mundo, el cristiano es libre para seguir
5
FUENTES, Miguel Ángel. Educación de la afectividad, pg. 5.
6
LADARIA, Luis Francisco. Teología del pecado original y la gracia, pg.281. B.A.C, Madrid, 2012.
7
IDEM, pg.110. Para una fuente de mayor peso doctrinal de este sentir limitado del hombre frente a anhelos
de una vida superior leer Gaudium et Spes #10.
lo verdadero que hay en su corazón porque se sabe amado por Dios; por esta razón,
liberado de la angustia de sus limitaciones, puede entregarse al amor de los demás (Rom.
8,31).

El plano afectivo de las relaciones interpersonales y la dimensión


comunitaria de nuestra inserción a Cristo

La fundamental importancia de la afectividad se manifiesta de manera más palpable cuando


consideramos el plano relacional de la humanidad, sabemos que ser persona implica
necesariamente relación. “El individuo humano aislado es una abstracción. Su existencia es
existencia en un mundo, su vida es vida en común. Y estas no son relaciones externas, que
se añaden a un ser que ya existe en sí mismo y por sí mismo, sino que su inclusión en un
todo mayor pertenece a la estructura misma del hombre”8. La misma estructura del ser
humano -que contiene la afectividad- exige la apertura y como que tiende siempre a buscar
algo o a alguien fuera de sí; el hombre desde una mirada sincera y objetiva de su
existencia descubre que no encuentra la realización de su ser en sí mismo. Es más bien
en la comunión donde la individualidad de cada uno adquiere sentido y valor.

Ahora bien, dentro de la naturaleza humana este despliegue afectivo-relacional no es que se


produzca de manera plena en muchos casos. Existen diversas circunstancias en las que la
afectividad se ve mermada o frustrada. Lo que se debe buscar es “descubrir las propias
esclavitudes y el identificar específicamente que lo que esclaviza a la persona es justamente
lo que se opone a su verdadera naturaleza, lo que la engaña con espejismos de felicidad,
pero luego no puede satisfacerla, sencillamente porque no es su verdad.”9 Estamos
pensando, por ejemplo, en aquellos hombres y mujeres que son incapaces de ir mas allá de
una actitud pragmática-intelectual y por lo tanto no pueden responder a nada con una
respuesta afectiva de alegría, tristeza, amor o entusiasmo. “Podemos decir que el corazón
de un hombre ha quedado reducido al silencio cuando ve a otro yo que se encuentra
gravemente herido en su camino y en lugar de sentir compasión o de intentar ayudarle más
bien actúa con una actitud de observación lejana. No resulta difícil ver que esta actitud no
solo resulta fatal para la esfera afectiva, sino que también para la esfera cognoscitiva, la de
la acción o la de la relación… En efecto, no se puede decir que viven realmente quienes
no pueden amar o experimentar una alegría real, no tienen lagrimas para las cosas
que las requieren y no saben que auténtico resulta anhelar; hasta el punto de que
incluso sus relaciones carecen de profundidad y de contacto real con el otro”.10

Hemos esbozado el horror de una afectividad mutilada y nos preguntamos ahora por esa
verdad que puede encaminarnos al fin único de nuestra naturaleza. Desde el plano teológico
surge la luz de la gracia como una nueva relación, existe una dimensión comunitaria de
nuestra incorporación a Cristo. “La relación de filiación para con Dios lleva consigo una
nueva relación de fraternidad entre los hombres. Dios se conduce como Padre de
todos los hombres, en el reconocimiento de la Paternidad va implícito el
reconocimiento de todos los hombres como hermanos. La humanidad no constituye una
8
STEIN, Edith. La estructura de la persona humana, pg. 163. Biblioteca de autores cristianos, Madrid, 2007.
9
CENCINI, Amadeo. Los sentimientos del Hijo, pg. 248. Edición sígueme, Salamanca, 2016.
10
VON HILDEBRAND, Dietrich. El corazón, pg.114-115. Biblioteca Palabra, Madrid, edición 2009.
unidad, en último término, porque todos descendamos de un mismo antepasado, sino que la
fraternidad entre los hombres solo alcanza su fundamento último en la paternidad divina
que deriva para nosotros en la hijeidad de la unión con Jesús” 11. Un nuevo mundo se
desprende ante nuestros ojos humanos, el de la vida divina que se nos comparte en la
medida que la caridad se despliega como el horizonte de nuestro corazón. Actitudes y
afectos que antes parecían justificados ahora resultan insuficientes al lado del amor. No
solo nuestros amigos sino también nuestros enemigos merecen que se les trate con caridad
por ser nuestros hermanos. El corazón humano ya no tiene por qué tener restricciones
horizontales, sino que puede superar estos límites naturales. “La respuesta de Jesús a la
pregunta «¿Quién es mi prójimo?», derriba los muros que aprisionan nuestro corazón.
Nos enfrentamos a una caridad sin límites que supera la actitud altruista más noble;
no está limitada por lazos de sangre, ni por una comunidad natural, ni por una
afinidad específica con otra persona. Una persona se convierte en mi prójimo -en mi
hermano- porque la imagen del Hijo me llama en el: «Estaba desnudo y me vestiste, era
peregrino y me acogiste. Cuantas veces hiciste esto a uno de mis hermanos pequeños, a mí
me lo hiciste».”

La experiencia de la gracia y la nueva relación con Dios

Finalmente, habiendo pasado por la reflexión del yo de la persona humana, al tú de las de


las demás personas humanas, cabe ahora explicar la experiencia afectiva que se desprende
de aquel TU de Dios. Ahondaremos en la gracia como participación del hombre en
Espíritu Santo, en la relación con el Padre propia del Hijo. Llegados a este punto cabe
clarificar algo que ya hemos hablado: “no podemos tener una experiencia o un
conocimiento directo de Dios -en este punto o los anteriores tratados- que elimine la
oscuridad y la problemática de la fe. Querer conocer a Dios como conocemos las cosas o
las personas del mundo que nos rodea significaría reducirlo a una realidad intramundana.
Pero de ahí no tiene por qué seguirse que debamos desterrar toda experiencia de la gracia
del campo de nuestra conciencia”. 12 La experiencia de Dios solo la podemos sentir presente
en nosotros si se da junto con la fe, significa renunciar a fundarnos en nosotros mismos
como Jesús se abandonó en su vida humana a la voluntad del Padre. De ahí que en la vida
personal y social debamos experimentar lo gratuito de los afectos como algo que da sentido
a la existencia; solamente si cultivamos el sentido de lo gratuito tal como se nos da en la
realidad podemos tener acceso a la experiencia de Dios.13
Ahora bien, por importante que pueda haber sido cualquier realidad que Dios nos ha
otorgado por su gracia hasta lo tratado ahora, “la primacía ha de concederse siempre a su
misma presencia en nosotros, a la posibilidad que Él mismo nos da de vivir la vida de
Cristo y de dirigirnos a nuestro creador como Padre, con la misma palabra y sobre
todo con la misma actitud vital con que Jesús lo ha hecho, en la fuerza de su Espíritu
Santo.”14 En el corazón del creyente aparecen la divinas personas en su diferenciación. No
11
LADARIA, Luis Francisco. Teología del pecado original y la gracia, pg.263. B.A.C., Madrid, 2012.
12
LADARIA, Luis Francisco. Teología del pecado original y la gracia, pg.297. B.A.C, Madrid, 2012.
13
Interpretación de Luis F. Ladaria en Teología del pecado original y la gracia, pg.298. B.A.C, Madrid, 2012.
14
LADARIA, Luis Francisco. Teología del pecado original y la gracia, pg.248. B.A.C, Madrid, 2012.
se relacionan con nosotros de la misma forma el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, aunque
no debemos olvidar nunca que los tres son un único Dios. En primer lugar, la gracia de
Dios no nos da primariamente algo ajeno a Él -gracia creada- sino que se nos da a sí
mismo; el Espíritu Santo es de modo especial este don divino en que se nos comunica la
vida de Dios y aquel que nos da un corazón nuevo (Ez. 36,26). Asimismo, Dios se nos
revela como Padre, aquel que es Padre ya en el misterio de su vida Trinitaria nos adopta y
nos hace sus hijos; en virtud de esta adopción filial el Padre nos admite en esa comunión
que con Él tiene Jesús, amándonos con el amor que lo ama a Él. Finalmente, el Hijo es la
causa ejemplar de nuestra hijeidad ya que nuestra filiación depende de la suya; en cuanto
Jesús nos hace partícipes de su relación irrepetible con el Padre es que somos sus
hermanos; todos los momentos de la vida de Cristo tienen su especial valor en el desarrollo
de su fraternidad con nuestra naturaleza humana que nos hace hijos de Dios.15

A manera de conclusión personal,16 quisiera volver la mirada otra vez sobre la realidad del
hombre, pero ahora desde el ejemplo de una persona muy querida para mí y que también es
considerada por Dios con especial afecto. Ella en una frase sintetiza la plenitud que se da
cuando desde nuestra libertad aceptamos que la gracia obre en nuestra naturaleza: «He aquí
la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra». De alguna forma los afectos verdaderos
también son gracia porque en la naturaleza es gracia, todo es fruto del don gratuito de Dios.
Los afectos que brotan de nuestro corazón pueden ser un don de lo alto, la vida misma de
Dios que se nos comunica como algo interior. Solo cuando unimos este afecto con un el
hágase libre de nuestro yo es que se alcanza el carácter de un amor encarnado y pleno.

15
Todo el desarrollo de nuestra relación con la Trinidad a sido una apropiación del subcapítulo “La relación
del justificado con las tres personas divinas” en Teología del pecado original y la gracia. B.A.C, Madrid, 2012.
16
Si bien la conclusión es fruto de mi vida espiritual personal, cabe resaltar que las ideas teóricas están
sacadas de la obra “El corazón” de Dietrich Von Hildebrand.

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