La Afectividad de Los Hijos de Dios
La Afectividad de Los Hijos de Dios
La Afectividad de Los Hijos de Dios
Creemos, junto con el P. Cencini, que “los sentimientos desvelan la parte más humana del
yo, desvelan sus sueños y motivaciones, son a la vez instintivos y espontáneos, pero
también pueden ser evangelizados y constituir la expresión de una conversión vital, tan
estable y radical que llegue hasta los ámbitos psíquicos más profundos de la persona
humana, hasta su dimensión pulsional y emocional” 1. Esta cita muy bella en su contenido
nos habla de una estructura de la persona humana que no puede entenderse como estratos
superpuestos, sino que se trata de todo un yo, corporal-anímico-espiritual2; un yo dueño
de sí mismo y despierto, que es señor de su alma, que en cierto sentido puede abrir o cerrar
las puertas de su ser a la gracia.3 Esta comprensión antropológica implica que el hombre
que descuide una de estas dimensiones no experimentará la realización y paz de su ser, pero
también que si se olvida del yo que personaliza y unifica las dimensiones de su naturaleza
entonces el resultado será el sinsentido de una existencia fragmentaria. En efecto, la vida
del hombre en la gracia de Dios no solo se trata de que Dios nos ha salvado por medio
de Jesucristo, sino que se ha de experimentar que esta salvación consiste en la
comunión con Él, en la inserción en Él mismo, y de nuestro acceso al Padre como hijos
en Jesús4.
1
CENCINI, Amadeo. Los sentimientos del Hijo, pg. 37. Edición sígueme, Salamanca, 2016.
2
STEIN, Edith. La estructura de la persona humana.
3
STEIN, Edith. La estructura de la persona humana, pg. 94. Biblioteca de autores cristianos, Madrid, 2007.
4
Parafraseo de LUIS LADARIA en Teología del pecado original y la gracia, pg.231. B.A.C, Madrid, 2012.
humana no puede ser indiferente la aceptación de la gracia que Dios nos ofrece ya que
desde el principio de la creación estamos llamados a reproducir la imagen del Hijo.
Desde esta visión antropológica dialoguemos ahora con la realidad del hombre desde la
conciencia que tiene de sí mismo. En esta interioridad él es capaz de percibir “pasiones,
sentimientos, afectos o emociones; estos son los movimientos de la facultad apetitiva
sensible que reacciona ante la percepción de un objeto –como atractivo o nocivo– por
parte de los sentidos internos; produciendo, a su vez, (condición esencial de la pasión)
una alteración física. Así descrita, nos situamos en una esfera intermedia del hombre: por
encima de ella están las facultades superiores (espirituales) y por debajo el organismo
biológico-corpóreo del hombre. Sin embargo, nuestra naturaleza es “una” con unidad
sustancial, y por eso todo tiene repercusión en este “todo” que es la persona humana” 5.
Desde esta definición experiencial se ve claramente que la afectividad es un fenómeno
específicamente distinto que el pensamiento intelectual o que la voluntad; es algo distinto y
tiene (o puede tener), por eso, una cierta autonomía.
Que la afectividad pueda especificarse como algo particular y querido por Dios dentro de la
estructura de la persona humana no significa que posea un fin particular distinto, en el
sentido de poder independizarla de Dios y de no tener necesidad de la gracia. De esta forma
lo único que hubiéramos logrado con esta reflexión es plantear la gracia como una justicia
ajena que suple solo exteriormente la naturaleza. “Debemos comprender que la ley del
Espíritu no es un nuevo código de normas, sino que significa que se nos ha dado un
principio nuevo e interno de actuación, el Espíritu Santo. No se trata de un principio
exterior sino del corazón nuevo en el que se infunde el Espíritu de Dios para que el
hombre viva según la ley divina.”6
Ahora bien, es verdad que las respuestas afectivas en sí mismas pueden ser insuficientes o
equivocas; por ejemplo, un hombre que se compadece al ver a alguien necesitado, pero no
le ayuda de algún modo que la situación amerite. Pero, asimismo sabemos que la fragilidad
de la afectividad no es particular de ella, sino que engloba toda la naturaleza humana. Un
hombre puede declarar que posee una fe inquebrantable, pero a la hora de la prueba puede
perderla; de la misma forma, el amante jura que su amor nunca disminuirá, pero pasa el
tiempo y puede debilitarse o desaparecer. “Esta es la tragedia humana, esta distancia
ininteligible entre lo que experimentamos de modo muy profundo y queremos con
gran intensidad, y la realidad de la vida.”7
Es frente a esta superficie cambiante que resultan necesarias las realidades permanentes,
sino no hay respuesta para las realidades de la fe, la felicidad o el amor ya que una plenitud
de estas experiencias requiere de la sensación de que nada puede destruirlas. Solo la gracia
de Dios puede dar este salto, no de la perfección de la naturaleza -que se dará solo en
la resurrección final-, sino de la libertad de los hijos de Dios que encuentran su
seguridad no en sí mismo sino en la vida de Dios que se le comunica. Opuesto al temor
que caracteriza al que es esclavo de alguna ley del mundo, el cristiano es libre para seguir
5
FUENTES, Miguel Ángel. Educación de la afectividad, pg. 5.
6
LADARIA, Luis Francisco. Teología del pecado original y la gracia, pg.281. B.A.C, Madrid, 2012.
7
IDEM, pg.110. Para una fuente de mayor peso doctrinal de este sentir limitado del hombre frente a anhelos
de una vida superior leer Gaudium et Spes #10.
lo verdadero que hay en su corazón porque se sabe amado por Dios; por esta razón,
liberado de la angustia de sus limitaciones, puede entregarse al amor de los demás (Rom.
8,31).
Hemos esbozado el horror de una afectividad mutilada y nos preguntamos ahora por esa
verdad que puede encaminarnos al fin único de nuestra naturaleza. Desde el plano teológico
surge la luz de la gracia como una nueva relación, existe una dimensión comunitaria de
nuestra incorporación a Cristo. “La relación de filiación para con Dios lleva consigo una
nueva relación de fraternidad entre los hombres. Dios se conduce como Padre de
todos los hombres, en el reconocimiento de la Paternidad va implícito el
reconocimiento de todos los hombres como hermanos. La humanidad no constituye una
8
STEIN, Edith. La estructura de la persona humana, pg. 163. Biblioteca de autores cristianos, Madrid, 2007.
9
CENCINI, Amadeo. Los sentimientos del Hijo, pg. 248. Edición sígueme, Salamanca, 2016.
10
VON HILDEBRAND, Dietrich. El corazón, pg.114-115. Biblioteca Palabra, Madrid, edición 2009.
unidad, en último término, porque todos descendamos de un mismo antepasado, sino que la
fraternidad entre los hombres solo alcanza su fundamento último en la paternidad divina
que deriva para nosotros en la hijeidad de la unión con Jesús” 11. Un nuevo mundo se
desprende ante nuestros ojos humanos, el de la vida divina que se nos comparte en la
medida que la caridad se despliega como el horizonte de nuestro corazón. Actitudes y
afectos que antes parecían justificados ahora resultan insuficientes al lado del amor. No
solo nuestros amigos sino también nuestros enemigos merecen que se les trate con caridad
por ser nuestros hermanos. El corazón humano ya no tiene por qué tener restricciones
horizontales, sino que puede superar estos límites naturales. “La respuesta de Jesús a la
pregunta «¿Quién es mi prójimo?», derriba los muros que aprisionan nuestro corazón.
Nos enfrentamos a una caridad sin límites que supera la actitud altruista más noble;
no está limitada por lazos de sangre, ni por una comunidad natural, ni por una
afinidad específica con otra persona. Una persona se convierte en mi prójimo -en mi
hermano- porque la imagen del Hijo me llama en el: «Estaba desnudo y me vestiste, era
peregrino y me acogiste. Cuantas veces hiciste esto a uno de mis hermanos pequeños, a mí
me lo hiciste».”
A manera de conclusión personal,16 quisiera volver la mirada otra vez sobre la realidad del
hombre, pero ahora desde el ejemplo de una persona muy querida para mí y que también es
considerada por Dios con especial afecto. Ella en una frase sintetiza la plenitud que se da
cuando desde nuestra libertad aceptamos que la gracia obre en nuestra naturaleza: «He aquí
la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra». De alguna forma los afectos verdaderos
también son gracia porque en la naturaleza es gracia, todo es fruto del don gratuito de Dios.
Los afectos que brotan de nuestro corazón pueden ser un don de lo alto, la vida misma de
Dios que se nos comunica como algo interior. Solo cuando unimos este afecto con un el
hágase libre de nuestro yo es que se alcanza el carácter de un amor encarnado y pleno.
15
Todo el desarrollo de nuestra relación con la Trinidad a sido una apropiación del subcapítulo “La relación
del justificado con las tres personas divinas” en Teología del pecado original y la gracia. B.A.C, Madrid, 2012.
16
Si bien la conclusión es fruto de mi vida espiritual personal, cabe resaltar que las ideas teóricas están
sacadas de la obra “El corazón” de Dietrich Von Hildebrand.