Los Sofistas

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LOS SOFISTAS

En su origen, el nombre de sofista no llevaba consigo la idea desfavorable que


hoy le atribuimos, puesto que solía darse esta denominación a los que hacían
profesión de enseñar la sabiduría o la elocuencia. Sólo a contar desde la época
de Sócrates y Platón, el sofista se convirtió en un hombre que hace gala y
profesión de engañar a los demás por medio de argucias y sofismas; que
considera y practica la elocuencia como un medio de lucro; que hace alarde de
defender todas las causas, y que procede en sus discursos y en sus actos
como si la verdad y el error, el bien y el mal, la virtud y el vicio fueran cosas, o
inasequibles, o convencionales, o indiferentes. Tales fueron los que en la
época socrática se presentaron en Atenas, después de recorrer pueblos y
ciudades, haciendo alarde de su profesión y de su habilidad sofística.

Por un concurso de circunstancias especiales, Atenas vino a ser el punto de


reunión y como la patria adoptiva de los sofistas. La forma solemne, pública y
ruidosa en que éstos exponían sus teorías, el brillo de su elocuencia, los
aplausos que por todas partes les seguían, las máximas morales, o, mejor
dicho, inmorales que profesaban, todo se hallaba en perfecta armonía y
relación con el estado social, religioso y moral de la ciudad de Minerva. La
lucha heroica que había sostenido en defensa de la libertad de los griegos, los
nombres de Milcíades y Temístocles, las jornadas de Maratón y de Platea, el
triunfo de Salamina, excitando maravillosamente el entusiasmo de los
atenienses, desarrollando su actividad en todos sentidos, despertando y
avivando el genio de la ciencia, de la industria y de las artes, habían hecho de
la patria de Solón la patria común y como la capital intelectual y moral de toda
la Grecia. A ella afluían las riquezas y tesoros del Asia y la Persia, del
continente helénico, de las islas confederadas, derramando en su seno la
opulencia y con ella el lujo, la molicie y la relajación de las costumbres públicas
y privadas; a ella afluían también los últimos representantes de la escuela
fundada por Tales, abandonando la Jonia, amenazada a la vez por él
despotismo persa y por las exacciones de los mismos griegos. Afluían
igualmente a Atenas los sucesores de Demócrito, los de Parménides y los
últimos restos del pitagorismo, atraídos unos por el brillo y cultura de la
metrópoli intelectual de la Grecia, y obligados otros por las discordias civiles de
su patria. Añádase a esto la supremacía política ejercida por Atenas, el
prestigio de la victoria que por todas partes acompañaba sus armas, el brillo
esplendoroso que sobre su frente derramaron historiadores como Herodoto y
Tucídides, poetas como Sófocles y Eurípides, artistas como Fidias y Praxíteles,
y sobre todo téngase en cuenta que era el foco de todas las intrigas políticas, y
se reconocerá que aquella ciudad estaba en condiciones las más favorables
para ser visitada y explotada por los sofistas, y para servir de teatro a sus
empresas.

Entre las causas principales que contribuyeron a la aparición de los sofistas en


aquella época, puede contarse también el estado de la Filosofía por aquel
entonces. La lucha entre la escuela jónica y la pitagórica, entre la eleática y la
atomística; la contradicción y oposición de sus doctrinas, direcciones y
tendencias; las fórmulas matemáticas, el esoterismo y las doctrinas simbólicas
de la escuela de Pitágoras; las especulaciones abstractas y apriorísticas de los
eleáticos, a la vez que su negación radical de la experiencia y de los sentidos;
la doctrina diametralmente opuesta de los atomistas y de Heráclito, junto con
las sutilezas dialécticas de Zenón, debían conducir, y condujeron naturalmente
al escepticismo a los espíritus en una sociedad predispuesta a prescindir de la
verdad y de la virtud, en fuerza de las diferentes causas que dejamos
apuntadas. Así sucedió, en efecto; y todavía no se había apagado el estruendo
de las luchas entre pitagóricos y jónicos, entre eleáticos y atomistas, cuando ya
resonaba en Atenas la voz de Protágoras, la de Gorgias y la de otros varios
sofistas que paseaban las calles de la ciudad de Solón, seguidos de numerosa
y brillante juventud, ávida de escuchar sus pomposos discursos, y más todavía
de escuchar y aplaudir sus máximas morales (1), las cuales se hallaban muy
en armonía con los gustos y costumbres de la sociedad ateniense por aquel
tiempo.

Sabido es que, a contar desde Platón, el nombre de sofista venía


representando para todos los escritores y a través de todas las edades y
escuelas filosóficas, inmoralidad sistemática, carácter venal, charlatanismo
filosófico, dialéctica y teorías falaces. En nuestro siglo, Hegel, a quien no sin
alguna razón se ha llamado por algunos el gran sofista de nuestra época, trató
de rehabilitar el nombre y la memoria de los antiguos sofistas, tarea en la cual
ha sido imitado y seguido por muchos de sus partidarios y también por algunos
otros críticos e historiadores, entre los cuales se distinguen Grote en su Historia
de Grecia y Lewes en su Historia de la Filosofía. Posible es que la austera
gravedad de Platón, sobreexcitada por la muerte injusta de su maestro, haya
recargado algo el cuadro al hablar de los sofistas en sus diálogos, y
principalmente al ocuparse de las luchas de Sócrates contra ellos; pero de aquí
no se sigue en manera alguna que deban ser considerados casi como modelos
y como genuinos representantes de la Filosofía, de su método y de sus
principios morales, según pretenden Hegel, Lewes y Grote.

Demás de esto, aun suponiendo alguna exageración contra los sofistas en la


pintura que de ellos hace el discípulo de Sócrates, no es creíble que esta
exageración degenerara en calumnia, especialmente cuando los presenta
como corruptores de las costumbres públicas y privadas, toda vez que cuando
Platón publicaba sus diálogos, todavía vivían muchas personas que habían
conocido y tratado a los sofistas acusados.

PROTÁGORAS

El más célebre, y acaso el más filosófico de los sofistas, fue Protágoras, nacido
en Abdera, y contemporáneo de Sócrates. Después de recorrer varias ciudades
de Italia y Grecia, se fijó en Atenas, probablemente por los años 450 antes de
Jesucristo. A la vuelta de algunos años pereció en un naufragio, huyendo de
Atenas, donde había sido condenado a muerte a causa de sus opiniones
semiateistas. La doctrina de Protágoras se halla suficientemente expuesta, o al
menos indicada, en el siguiente pasaje de Sexto Empírico: «El hombre es la
medida de todas las cosas. Protágoras hace del hombre el criterium, que
aprecia la realidad de los seres, en tanto que existen, y de la nada, en tanto
que no existe. Protágoras no admite más que lo que se manifiesta a los ojos de
cada cual. Tal es, en su teoría, el principio general del conocimiento.... La
materia, según Protágoras, está en continuo flujo o cambio; mientras ella
experimenta adiciones y pérdidas, los sentidos cambian también en relación
con la edad y las demás modificaciones del cuerpo. El fundamento de todo lo
que aparece a los sentidos reside en la materia; de manera que ésta,
considerada en sí misma, puede ser todo lo que a cada cual parece. Por otra
parte, los hombres, en diferentes tiempos, tienen percepciones diferentes, en
relación con las transformaciones que experimentan las cosas percibidas. El
que se encuentra en un estado natural, percibe en la materia las cosas según
pueden aparecer a los que se encuentren en semejante estado; los que se
encuentran en un estado contrario a la naturaleza, perciben las cosas que
pueden aparecer en esta otra condición. El mismo fenómeno tiene lugar en las
diferentes edades, en el sueño, en las vigilias y en las demás disposiciones.
Por lo tanto, el hombre es, según este filósofo, el criterium de lo que es, y todo
lo que aparece tal al hombre, no existe: lo que no aparece o se presenta á los
hombres, no existe: Est ergo, secundum ipsum, homo criterium rerum quae
sunt; omnia enim quae apparent hominibus, etiam sunt, quae autem nulli
hominum apparent, nec sunt quidem.

De este pasaje y de lo que acerca de Protágoras dejaron escrito Platón,


Aristóteles y algunos otros, despréndese con bastante claridad que el sistema
de este sofista era una especie de subjetivismo sensualista, que se resuelve en
las afirmaciones siguientes: 1.ª, no existe la verdad absoluta, sino la verdad
relativa; 2.ª, la percepción sensible es para el hombre la medida y hasta la
razón o causa de la realidad objetiva de las cosas: lo que el hombre percibe por
medio de los sentidos, todo es verdadero.

Por lo que hace a la existencia de Dios, es natural que Protágoras la negara o


la pusiera en duda, toda vez que no es objeto de los sentidos. Así es que solía
decir que la oscuridad del asunto y la brevedad de la vida, no le permitían
afirmar si existen o no los Dioses, y cuál sea su naturaleza, caso que existan.
No es extraño, en vista de esto, que algunos autores le hayan contado entre los
partidarios del ateísmo y que los atenienses le persiguieran y acusaran por esta
causa.

A pesar de las apariencias en contra, el sistema de Protágoras se resuelve en


puro escepticismo: afirmar que todas las percepciones de los sentidos son
verdaderas, reconociendo a la vez que son con frecuencia opuestas y
contradictorias, no sólo en diversos sujetos, sino en el mismo, en relación con
la diversidad, o cambios de edad, de influencias externas y disposición del
cuerpo, equivale a decir realmente que son todas igualmente falsas, toda vez
que no cabe verdad en la contradicción; equivale a reconocer que no podemos
discernir entre la verdad y el error, entre la apariencia y la realidad. Hay, pues,
en el fondo de este sistema un escepticismo real, que pudiéramos apellidar
escepticismo per excesum. Si las percepciones varias y contradictorias de
los hombres son la medida de la realidad y verdad de las cosas, la
realidad y la verdad son palabras vanas y representan una cosa
inasequible para el hombre.

El sistema o teoría de Protágoras ofrece cierta analogía con la teoría de Fichte.


Así como para éste el pensamiento es la medida y causa de la realidad objetiva
o del no-yo, el cual en tanto existe en cuanto es pensado y puesto por el yo, así
para aquél la percepción de los sentidos, el yo sensitivo, pone, determina y
regula la realidad. Al subjetivismo intelectualista e idealista del filósofo alemán,
corresponde el subjetivismo sensualista del sofista griego.

GORGIAS

Por los años 427 antes de la era cristiana, los habitantes de Leontiun en Sicilia,
enviaron a Atenas, con el carácter de embajador, a su compatriota Gorgias, el
cual, lo mismo que Protágoras, hacía profesión de sofista, llamando igualmente
la atención de los atenienses con sus discursos y elocuencia. Gorgias hacía
profesión de retórico, pero sin perjuicio de incluir en la retórica la ciencia
universal. En el diálogo que lleva el nombre de Gorgias seu de Rethorica,
Platón nos presenta a este sofista gloriándose de haber contestado a cuantas
cuestiones se le habían propuesto, ofreciéndose desde luego a verificar lo
mismo entonces. La doctrina de Gorgias es una especie de escepticismo
nihilista, contenido en las tres proposiciones siguientes:

1.ª Nada existe.

2.ª En el caso de que existiera alguna cosa, ésta no podría ser conocida por el
hombre.

3.ª En la hipótesis de que algún hombre la conociera, no podría explicarla y


darla a conocer a otros hombres.
Sexto Empírico, a quien no puede negarse competencia en estas materias,
sobre todo cuando se trata de teorías más o menos escépticas, resume en los
siguientes términos las argumentaciones de Gorgias en apoyo de la primera
proposición:

«Primera proposición: Nada existe. En primer lugar, la nada no existe, por lo


mismo que es nada. En segundo lugar, la realidad tampoco existe; porque esta
realidad sería, o eterna, o producida, o lo uno y lo otro a la vez. Si es eterna, no
tuvo principio y sería infinita, pero lo infinito no existe en ninguna parte; porque
si existe en alguna parte, es diferente del continente, está comprendido en el
espacio que le recibe: luego este espacio es diferente del infinito y mayor que
el infinito, lo cual repugna a la noción del infinito. Si ha sido producida, o lo fue
de una cosa existente, o de cosa no existente: en el primer caso, no es
producida, porque existía ya en la cosa que la engendró; sería contradictorio
decir que una cosa ha sido producida y no ha sido producida. La segunda
hipótesis es absurda.... Finalmente: la realidad y la nada no pueden existir al
mismo tiempo con respecto a la misma cosa.»

En apoyo de la segunda proposición, alegaba Gorgias, que para que nosotros


pudiéramos conocer la existencia y realidad de las cosas, sería preciso que
hubiera relación necesaria entre nuestros conceptos y la realidad, o, en otros
términos, que la representación de nuestro pensamiento fuera idéntica a la
realidad misma, y que ésta existiera tal como nosotros la concebimos y bajo la
misma forma de nuestra concepción; lo cual es ciertamente absurdo, pues de
lo contrario, sería preciso admitir que si yo concibo, por ejemplo, que un
hombre vuela por el aire, sucede así realmente.

Dado caso que el hombre pudiera o llegara a conocer alguna cosa, le sería
imposible comunicar a otros este conocimiento; porque el medio de
comunicación que poseemos respecto de los demás hombres es el lenguaje, y
éste no es idéntico a los objetos, o sea a las cosas reales que se suponen
conocidas. Así como lo que es percibido por la vista, como la luz y los colores,
no es percibido por el oído, y viceversa, así también lo que existe fuera de
nosotros es diferente del lenguaje. Nosotros transmitimos a los otros hombres
nuestras propias palabras, pero no las cosas reales: el lenguaje y la realidad
objetiva constituyen dos esferas enteramente diferentes; el dominio de la una
no alcanza a la otra.

Gorgias representa la última evolución de la escuela eleática, considerada ésta


en su fase dialéctica y en su elemento criteriológico. Discípulo de Zenón, el
dialéctico temible de esta escuela, Gorgias aplicó al ser único, a la realidad
abstracta de los eleáticos, los argumentos que su maestro había empleado
para combatir la existencia del espacio, del movimiento, y, en general, del
mundo sensible, transformando por este medio en nihilismo escéptico el
idealismo absoluto de Parménides y Zenón. Como medio de establecer y
consolidar su tesis escéptica, Gorgias insiste principalmente sobre la
independencia y separación entre el sujeto y el objeto, entre la cosa real y la
facultad de conocer. Vemos a cada paso, dice, que un sentido no percibe lo
que percibe otro sentido; vemos igualmente que el entendimiento concibe
cosas o nociones a que no alcanza la percepción de los sentidos; luego no hay
relación necesaria entre nuestras representaciones cognoscitivas y los objetos
o cosas a que se refieren, puesto que estas cosas existen o parecen existir sin
que sean percibidas por las facultades de conocimiento. Hemos observado
antes que existe cierta afinidad entre el sistema de Protágoras y el de Fichte, y
ahora debemos añadir que la doctrina de Gorgias tiene análoga y más palpable
afinidad con la teoría crítica de Kant. Para el sofista siciliano, el orden sensible
no existe para nosotros como real y objetivo, sino como apariencia fenomenal;
para el filósofo alemán, la realidad objetiva del mundo sensible nos es
igualmente desconocida; sólo percibimos las modificaciones internas que los
cuerpos determinan en nosotros, los fenómenos y apariencias, y aun esto con
sujeción a las formas subjetivas del espacio y del tiempo. Uno y otro
establecen, no ya la distinción real, sino el aislamiento entre el orden ideal y el
orden real, entre la percepción y el objeto, entre el orden subjetivo y el objetivo.
Sin duda que la argumentación filosófica, el procedimiento crítico y los trabajos
científicos del filósofo de Kœnisberg valen mucho más, incomparablemente
más que la argumentación y los trabajos del sofista leontino; pero esto no quita
que haya grande afinidad, por no decir identidad, entre uno y otro sistema,
afinidad que se revela hasta en lo que constituye el principio fundamental, el
carácter esencial del sistema antiguo, es decir, la separación absoluta y el
aislamiento entre el orden subjetivo y el objetivo. Bajo este punto de vista,
Gorgias puede apellidarse con justicia el antecesor del autor de la Crítica de la
Razón pura, con sus intuiciones a priori, con su esquematismo de la razón, y
con sus categorías y nociones apriorísticas. Es digno de notarse también que la
argumentación empleada por Gorgias en favor de su primera tesis es idéntica
en el fondo a la empleada por Kant al exponer la primera de sus antinomias
cosmológicas.

OTROS SOFISTAS

Entre los muchos sofistas que pulularon en la Grecia, y especialmente en


Atenas, por esta misma época, cuéntanse como más notables los siguientes:

a) Hipias de Elis, el cual, además de la elocuencia, poseía conocimientos


especiales acerca de las matemáticas y la astronomía. Según Platón,
enseñaba que las leyes son el tirano de los hombres, porque obligan a éstos a
obrar en contra de las inclinaciones de la naturaleza. Esta tesis se halla en
armonía con la que Tucídides atribuye a otros sofistas, a saber: que la sola
regla de lo justo y de lo verdadero es que el fuerte debe mandar al débil.

b) Pródico de Ceos, el cual, según Sexto Empírico, enseñaba que «el sol, la
luna, los ríos, las fuentes, y, en general, todo lo que es útil a nuestra vida, fue
divinizado por los pueblos antiguos a causa de la utilidad que estas cosas
reportaban»; profesaba la opinión de que el alma humana es el resultado de la
organización. Tanto éste, como Diágoras y algunos otros sofistas, fueron
considerados como ateos, por más que el temor de las leyes los obligaba a
disimular sus opiniones sobre la materia.

c) Critias, uno de los treinta tiranos de Atenas, decía que los dioses y la religión
eran invenciones de la política para tener sujeto al pueblo, y que el alma
humana reside en la sangre y se identifica con ella.

d) Contemporáneos y sucesores de los dichos fueron Polo, discípulo de


Gorgias; Trasímaco, oriundo de Calcedonia; Eutidemo, de Chío, con algunos
otros de que se hace mérito en los diálogos de Platón y en las obras de Sexto
Empírico.
Las doctrinas morales y religiosas de los sofistas correspondían a sus ideas
escépticas y ateístas. La base de su moral era, no la idea de lo justo y de lo
bueno, sino lo útil y agradable. De aquí es que subordinaban la moral a la
política en vez de fundar ésta sobre aquélla. Lo que dejamos indicado en orden
a sus teorías filosóficas y sus ideas religiosas, se halla en armonía con la
doctrina que Cicerón atribuye a los sofistas en general, a saber: que todo lo
que existe es resultado del acaso, y que las cosas humanas nada tienen que
ver con una providencia divina. Sabido es, por último, que Platón en sus obras,
y principalmente en el diálogo Thaetetes, nos presenta a los sofistas negando
la distinción entre la virtud y el vicio, como enemigos de la moralidad, y como
los corruptores de las costumbres públicas y privadas.

__________

(1) En uno de sus diálogos, Platón nos presenta al sofista Protágoras, poniendo
en conmoción a toda la ciudad con su llegada. Calias, uno de los principales
ciudadanos de Atenas, le recibe y obsequia en su casa, la cual se ve llena de
huéspedes que acompañan al renombrado sofista. Rodéanle y sigílenle a todas
horas y por todas partes otros varios sofistas, y entre ellos Hipias de Elea y
Pródico de Ceos; no pocos extranjeros venidos con él o atraídos por la fama;
multitud de ciudadanos, los más distinguidos de Atenas, entre los cuales se ven
dos hijos de Pericles y el joven Alcibíades. «Detrás de ellos, añade Platón,
marchaba un tropel de gente, cuya mayor parte eran extranjeros que
Protágoras lleva siempre consigo, y que, cual otro Orfeo, arrastra con el
encanto de su voz a su paso por las ciudades. Al divisar aquella muchedumbre,
experimenté especial placer, observando con qué discreción y respeto
marchaba siempre hacia atrás: cuando Protágoras daba la vuelta en el paseo,
veíase a éstos abrirse en ala con religioso silencio, esperando que hubiera
pasado para seguir en pos de él.» Opera Plat. Protag. seu de Soph.

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