Menosprecio de Corte y Alabanza de Aldea
Menosprecio de Corte y Alabanza de Aldea
Menosprecio de Corte y Alabanza de Aldea
Do el autor prueba que ning�n cortesano se puede quejar sino de s� mismo. Cap�tulo
dos. Que nadie debe aconsejar a nadie se vaya a la Corte o se salga de la Corte,
sino que cada uno elija el estado que quisiere. Cap�tulo tres. Que no conviene al
cortesano dejar la Corte porque est� desfavorecido, sino por pensar que fuera de
all� ser� m�s virtuoso. Cap�tulo cuatro. De la vida que ha de hacer el cortesano en
su casa despu�s que hubiere dejado la Corte. Cap�tulo cinco. Que la vida de la
aldea es m�s quieta y m�s privilegiada que la vida de Corte. Cap�tulo seis. Que en
el aldea son los d�as m�s largos y m�s claros y los bastimentos m�s baratos.
Cap�tulo siete. Que en el aldea son los hombres m�s virtuosos y menos viciosos que
en las Cortes de los Pr�ncipes. Cap�tulo ocho. Que en las Cortes de los Pr�ncipes
tienen por estilo hablar de Dios y vivir del mundo. Cap�tulo nueve. Que en las
Cortes de los Pr�ncipes son muy pocos los que medran y son muy muchos los que se
pierden. Cap�tulo diez. Que en las Cortes de los Pr�ncipes ninguno puede vivir sin
afeccionarse a unos y apasionarse con otros. Cap�tulo once. Que en las Cortes de
los Pr�ncipes son tenidos en mucho los cortesanos recogidos y muy notados los
disolutos. Cap�tulo doce. Que en las Cortes de los Pr�ncipes todos dicen �haremos�
y ninguno dice �hagamos�. Cap�tulo trece. De cu�n poquitos son los buenos que ay en
las Cortes y en las grandes rep�blicas. Cap�tulo catorce. De muchos trabajos que ay
en las Cortes de los reyes y que ay muchos aldeanos mejores que cortesanos.
Cap�tulo quince. Que entre los cortesanos no se guarda amistad ni lealtad y de cu�n
trabajosa es la corte. Cap�tulo dieciseis. De cu�nto mejor corregidas sol�an estar
las Cortes y rep�blicas antiguas que lo est�n ahora las nuestras. Cap�tulo
diecisiete. De muchos y muy ilustres varones que de su voluntad y no por necesidad
dejaron las Cortes y se retrajeron a sus casas. Cap�tulo dieciocho. Do el autor con
delicadas palabras y razones muy lastimosas llora los muchos a�os que en la corte
perdi�. Cap�tulo diecinueve. Do el autor cuenta las virtudes que en la Corte perdi�
y las malas costumbres que all� cobr�. Cap�tulo veinte. De c�mo el autor se despide
del mundo con muy delicadas palabras. Es cap�tulo muy notable. Pr�logo. Comienza el
pr�logo del autor dirigido al Seren�simo Rey de Portugal en el cual pone muchas
buenas doctrinas, y toca muy notables historias. Propone el autor. Plutarco, en el
libro De curiositate vitanda, dice que en Atenas top� un griego con un egipcio, que
llevaba so la capa cierta cosa sobarcada, y como le preguntase qu� llevaba,
respondi� le �l: �Et ideo obvelatum est, ut tu nescias�. Como si dijera: �Por eso
va ello cubierto con el manto, porque t� ni otro sep�is lo que va aqu� escondido�.
Sol�n solonino mand� en sus leyes a los atenienses que todos tuviesen aldabas a las
puertas de sus casas, y que si alguno entraba en casa ajena sin tocar primero a la
aldaba, le diesen la misma pena que al que robaba la casa. Entre los cretenses ley
fue muy usada y guardada que si alg�n peregrino viniese de tierras extra�as a sus
tierras propias, no fuese nadie osado de preguntarle qui�n era, de d�nde era, qu�
quer�a, ni de d�nde ven�a, so pena que azotasen al que lo preguntaba y desterrasen
al que lo dijese. El fin porque los antiguos hicieron estas leyes fue para quitar a
los hombres el vicio de la curiosidad, es a saber, el querer saber las vidas ajenas
y no hacer caso de las suyas propias, como sea verdad que ninguno tenga su vida tan
corregida, que no haya en ella qu� enmendar y aun qu� castigar. Lo m�s en que
ocupan los hombres el tiempo es en preguntar y pesquisar qu� hacen sus vecinos, en
qu� entienden, de qu� viven, con qui�n tratan, a do van, a do entran y aun en qu�
piensan; porque, no contentos de lo preguntar, lo presumen de adivinar. Ver�is a
unos hombres tan determinados, o por mejor decir, tan desalmados, que juran y
perjuran que fulano tiene pendencias con fulana, y que �ste quiere mal a aqu�l y
aqu�l tiene hecha confederaci�n con el otro; y si le conjuran a que diga c�mo lo
sabe, responde que �l saber no lo sabe, m�s que de muy cierto lo presume; porque el
cielo se puede caer, y que su coraz�n a �l no le puede enga�ar. Loan y nunca acaban
de loar Plutarco y Aulo Gelio y Plinio al buen romano Marco Porcio de que jam�s
hombre le oy� preguntar qu� nuevas hab�a en Roma, ni de c�mo viv�a cada uno en su
casa; sino que solamente hablaba en lo que tocaba al bien de la Rep�blica y
respond�a a lo que alguno le dec�a. El divino Plat�n escribiendo a Dionisio
Siracusano, dice as�: �Homo curiosus hostibus utilior est quam sibi, siquidem
illorum mala coarguit, commostrans illis quid sit cavendum quidve corrigendum�.
Como si dijese: �El hombre que es curioso de saber vidas ajenas, m�s amigo es de su
enemigo, que no lo es de s� mismo; porque en el enemigo luego pone la lengua en lo
que no hace bien y de s� mismo nunca se conoce de lo que hace mal�. Homero, Ennio,
Xantipo y Ovidio, famosos poetas que fueron, dicen que a ningunos vieron tanto
atormentar en el otro mundo como a los malditos de Ticio, T�ntalo, Xioun, S�sifo y
Panteo; no porque fueron m�s viciosos, sino porque presumieron de m�s curiosos, es
a saber, que revolv�an las rep�blicas y entend�an en vidas ajenas. S�crates el
fil�sofo, en entrando en su academia y en subi�ndose a la c�tedra, la primera
palabra que dec�a era �sta: �Quid de magistro?�. A esto respond�an luego sus
disc�pulos: �Quid de discipulis?�. Por estas palabras preguntaba S�crates a sus
disc�pulos qu� les av�an dicho del aquel d�a, y ellos pregunt�vanle a �l que qu� le
av�an dicho de ellos; por manera que all� se dec�an los defectos que av�an hecho y
de lo que en la rep�blica los av�an notado. En menos yerros caer�amos y menos
excesos cometer�amos si quisi�semos hacer lo que S�crates hac�a y humillarnos a
preguntar lo que �l preguntaba; porque ya que los hombres no miran lo que hacen,
deber�an de pesquisar lo que dellos los otros dicen. Por absoluto que fuese un
caballero y por disoluto que fuese un plebeyo, si quisiese tener coraz�n para
dejarse avisar y tuviese paciencia para consentirse corregir, es imposible que no
enmendase de verg�enza lo que no deja de cometer por conciencia. Archidano, rey muy
famoso que fue de los esparciatas, pregunt� al fil�sofo Pind�rido que cu�l era la
cosa m�s dif�cil que el hombre pod�a hacer; a la cual pregunta respondi� �l: �No ay
cosa para el hombre m�s f�cil que el reprehender a otros y no ay cosa para �l m�s
dif�cil que dejarse reprehender�. Qu�n gran verdad haya dicho este fil�sofo no ay
necesidad que mi pluma lo encarezca, pues cada uno lo alcanza; porque para
reprehender a otros son infinitos los que tienen habilidad y para ser reprehendidos
no ay quien tenga humildad. Epeneto, notable fil�sofo que fue entre los tebanos, no
puede ser contado ni aun condenado con los curiosos y maliciosos; el cual, como
uviese filosofado en las academias de Tebas por espacio de treynta a�os y le
ri�esen muchos porque no re��a los vicios que ve�a cometer, respondi�: �De que no
haya en m� qu� reprehender, comenzar� a reprehender�. Respuesta fue �sta digna por
cierto de notar y no menos de imitar; porque si cada uno quisiese llevar a juizio y
poner en examen su vida, por ventura dar�a por libre al que �l acusa y condenar�a a
�l en lo que al otro acusava. Quando Plat�n se part�a de Tinacria para tornar a
Grecia, d�jole el tirano Dionisio: ��oh qu� de males dir�s de m�, oh Plat�n, y de
mi tiran�a, de que te halles entre los fil�sofos de Grecia!�. A lo cual respondi�
Plat�n: �No ayas miedo de eso, Dionisio, ni que yo lo diga, ni aun que los otros lo
escuchen; porque est�n tan corregidas y ocupadas las academias de Grecia, que no
les queda tiempo para decir ni sola una palabra ociosa�. Y dijo m�s Plat�n: �Sabe
si no lo sabes, oh Dionisio, que toda la suma de nuestra filosof�a es persuadir y
aconsejar a los hombres a que cada uno sea juez de su vida propia y no cure de
escudri�ar la vida ajena�. Fil�pides el poeta, primero inventor que fue de las
comedias, como fuese muy gran amigo y privado del rey Lis�maco, d�jole un d�a el
Rey: �Quid e meis rebus tibi impertiam? Inquit Philipides. Nil, o rex, ex tuis
archanis�. Como si dijese: ��Qu� quieres que te d�, oh amigo m�o Fil�pides?�. A lo
cual �l respondi�: �La mayor merced que me puedes hacer, oh rey, es que no me des
parte de tus secretos�. Oh alta y muy alta respuesta, la cual ser� de muchos le�da
y de muy pocos entendida; porque si este fil�sofo no quer�a saber lo que el rey
sab�a, mucho menos quisiera saber lo que su vezino hac�a. Dado caso que hablar en
vidas ajenas y querer saber lo que se hace en otras casas sea muy gran curiosidad y
aun ramo de liviandad, mucho m�s lo es en querer saber qu� es lo que los reyes
hacen; porque todo lo que los Pr�ncipes hacen h�moslo de aprovar y todo lo que nos
mandan obedescer. Aplica el autor Aplicando lo dicho a lo que queremos decir digo,
seren�simo Pr�ncipe, que a nadie con tanta verdad se puede aplicar y a ninguno
mejor que a m� pueden con ello condenar; porque no contento de reprehender a los
cortesanos quando predico, me prescio de ser tambi�n sat�rico y �spero en los
libros que compongo. �Ojal� supiese yo tan bien enmendar lo que hago como s� decir
lo que los otros han de hacer! �Ay de m�, ay de m�!, que soy como las ovejas que se
despojan para que otros lo vistan, como las abejas que cr�an los panales que otros
coman, como las campanas que llaman a misa y ellas nunca all� entran; quiero por lo
dicho decir que con mi predicar y con mi escrevir ense�o a muchos el camino y
qu�dome yo descaminado. Sepa vuestra Serenidad, muy alto Pr�ncipe, que en todas las
m�s cosas que en este vuestro libro escrivo y reprehendo me confieso aver ca�do,
aver tropezado y aun me aver derrostrado; porque,
si entre los cortesanos soy el menor, entre los pecadores soy el mayor. Tambi�n
confieso que de algunas vanidades y de algunas liviandades no estoy apartado, y que
de algunas presunciones y de algunas elevaciones no estoy enmendado, aunque es
verdad que de las unas y de las otras estoy muy arrepentido; porque me paresce que
es muy poco lo que he bivido y es muy mucho en lo que he pecado. No est� lejos de
enmendar la culpa el que tiene conoscimiento de aver ca�do en ella; lo cual no es
as� en el malo y protervo, porque jam�s se aparta de errar el que no se conoce aver
errado. Y porque no se puede entender bien esta obra si no se tiene noticia del
autor della, porn�se en una sola palabra todo el discurso de su vida, para que
conoscan los que leyeren esta escritura, en como toda la harina le llev� el mundo y
que apenas aun da los salvados a Cristo. A m�, seren�simo Pr�ncipe, me trujo don
Beltr�n de Guevara mi padre de doze a�os a la corte de los Reyes Cat�licos,
vuestros abuelos y mis se�ores, a do me cri�, cresc� y biv� algunos tiempos, m�s
acompa�ado de vicios que no de cuydados; porque en edad tan tierna como era la m�a
ni sab�a desechar plazer, ni sent�a qu� cosa era pesar. Como los mozos cortesanos,
a�n no tienen en el cuerpo dolores, ni cargan sobre sus corazones cuydados, ni
sienten lo que hacen, ni saben lo que quieren; sino que como unos hombres
amodorriados se andan en los vicios embobescidos. Ya que el Pr�ncipe don Juan muri�
y la reina do�a Isabel fallesci�, plugo a nuestro Se�or sacarme de los vicios del
mundo y ponerme religioso franciscano, a do persever� muchos a�os en compa��a de
varones observant�simos; y ojal� fuera tal mi vida cual ellos me dieron la crianza.
Est�ndome, pues, yo en mi monesterio, asaz descuydado de tornar m�s al mundo,
sac�me de all� para su predicador y cronista el emperador don Carlos, mi se�or y
amo, en la corte del cual he andado diez y ocho a�os sirvi�ndole de lo que �l
quer�a, aunque no como yo dev�a. En estos tiempos pasados vi la corte del emperador
Maximiliano, la del Papa, la del Rey de Francia, la del Rey de Romanos, la del Rey
de Inglaterra, y vi las Se�or�as de Venecia, de G�nova y de Florencia, y vi los
Estados y casas de los Pr�ncipes y potentados de Italia; en todas las quales cortes
vi grandes cosas que notar y otras dignas de contar. He dado esta cuenta a Vuestra
Alteza, muy alto Pr�ncipe, para que sep�is que todo lo que dijere en este vuestro
libro este vuestro siervo no lo ha so�ado ni aun preguntado, sino que lo vio con
sus ojos, pase� con sus pies, toc� con sus manos y aun llor� en su coraz�n; por
manera que le han de creer como a hombre que vio lo que escrive y experiment� lo
que dice. Siendo, pues, yo criado en casas de Pr�ncipes, y comiendo pan de
Pr�ncipes, y andando en cortes de Pr�ncipes, y llevando gages de Pr�ncipes, y
siendo cronista de Pr�ncipes, no ser�a justo que mis sudores y vigilias se
dedicasen sino a Pr�ncipes; a cuya causa he querido offrescer e intitular esta mi
obra a Vuestra Alteza como a Pr�ncipe muy valeroso y a rey muy poderoso. Despu�s
ac� que saqu� a luz el mi muy famoso libro de Marco Aurelio he compuesto y
traduzido otros libros y tratados; mas yo afirmo y confieso que en ninguno he
fatigado tanto mi juizio, ni me he aprovechado tanto de mi memoria, ni he
adelgazado tanto mi pluma, ni he polido tanto mi lengua, ni aun he usado tanto de
elegancia, como ha sido en esta obra de Vuestra Alteza; porque a los grandes
Pr�ncipes h�moslos de hablar con humildad y escrevir con gravedad. En ser para
quien era esta obra, he tenido mucha advertencia en que saliese de mis manos mirada
y remirada, polida y limada, corregida y verdadera, sabrosa y provechosa, urbana y
no pesada; de manera que no uviese en ella qu� remendar y mucho menos qu� cercenar.
A cualquiera que se diga una cosa baja y simple es bovedad, mas escrevirla o
dezirla al Pr�ncipe es bovedad y temeridad y aun nescedad, porque a los Pr�ncipes
hanles de hablar con temor y servir con amor. El magno Alexandro ni alcanz� ni
conosci� al poeta Homero, mas junto con esto fue tan amigo de sus escritos que
siempre tra�a en el seno la Il�ada y de noche la pon�a so el almohada. Pirro, rey
de los epirotas, dozientos y veynte a�os nasci� despu�s que muri� el fil�sofo
Esquines, y tuvo en tanta veneraci�n Pirro a la doctrina de Esquines, que con el
oro que ten�a encuadernadas sus obras se pudieran casar muchas hu�rfanas. Desde que
muri� el famoso Tito Livio hasta que nasci� el buen Marco Aurelio pasaron m�s de
ciento y veynte a�os, al cabo de los quales mand� el buen Emperador que para
guardar las obras deste Tito Livio se hiziese una arca de oro y para entretener sus
huesos le hiziesen un sepulcro de p�rfido. Herm�genes el fil�sofo y el gran rey
Demetrio jam�s se vieron ni se conoscieron, porque el uno estava en Asiria y el
otro en la Grecia; mas junto con esto Herm�genes offresci� muchos libros al rey
Demetrio y Demetrio hizo muchas mercedes al fil�sofo Herm�genes, de manera que los
hizo tan grandes amigos la pluma como a otros hace la patria. Todo esto he dicho,
muy alto Pr�ncipe, para que no haga a Vuestra Alteza tener en poco esta obra al
averme yo criado en Castilla y no tener noticia de mi persona; porque, si no soy
vuestro vasallo, pr�sciome de ser vuestro siervo. Si Vuestra Celsitud tiene en
tanto mi doctrina como yo tengo a su real persona, soy cierto que �l ser� para m�
otro Demetrio y yo ser� para �l otro Herm�genes. Acord�ndome que sois nieto de
quien yo fui criado y que sois primo de quien yo soy vasallo, gran obligaci�n es la
m�a de servirle y muy mayor merced del quererse de m� servir; porque los Pr�ncipes
muy mayor merced nos hacen quando muestran lo que nos quieren, que no quando nos
dan lo que tienen. Concluye el autor Si Vuestra Alteza quiere leer en esta mi obra,
hallar� en ella algunas cosas, ninguna de las quales le osar�a decir en secreto y
menos en p�blico; porque el trabajo que se pasa con los Pr�ncipes es que en sus
casas y rep�blicas tienen todos licencia de lisongearlos y muy poquitos de
avisarlos. Si los Pr�ncipes os quisi�sedes un poco humanar, es a saber, que
trat�sedes con hombres sabios y ley�sedes en algunos buenos libros, por ventura
ahorrar�ades de muchos trabajos y aun no cayr�ades en tantos yerros; mas como es
vuestra voluntad tan libre y vuestra libertad tan grande, no ven�s a saber el da�o
hasta que ya no lleva remedio. Ten�is, se�or, fama de buen cristiano, de Pr�ncipe
justiciero, de rey virtuoso, de se�or cuerdo y de hombre piadoso; y si junto con
esto os alleg�is a consejo y os dej�is al parescer ageno, asentaros emos los
cronistas entre los monarcas del mundo; porque a su Pr�ncipe y se�or muy mayor
servicio le haze el que le da un buen consejo que no el que le presenta un notable
servicio. No loo al cavallero que pierde la verg�enza, ni loo al que escrive si
suelta la pluma, ni loo al que predica si suelta la lengua, es a saber, en dezir
desacatos a los Pr�ncipes y contra los Pr�ncipes; porque a los reyes y grandes
se�ores perm�tese avisarlos, mas no se suffre reprehenderlos. Quando el rey David
cometi� el adulterio con Betsab� y el homicidio con Ur�as, no le reprehendi� el
profeta Nat�n en p�blico, ni le affrent� delante todo el pueblo, antes le dijo
aparte tan dulces palabras y le convenci� con tan buenas razones, que luego all� el
Rey conosci� la culpa y comenz� a hacer penitencia. Es tan suprema la autoridad del
Pr�ncipe, que absolutamente nos puede exortar, avisar, reprehender y castigar, y
nosotros a �l no m�s de le avisar y aconsejar; porque a los buenos Pr�ncipes por
ninguna cosa se les ha de perder la verg�enza ni alzar la obediencia. De Cat�n
Censorino y del emperador Augusto y del gran Trajano y del buen Marco Aurelio dicen
todos sus escritos que por eso fueron Pr�ncipes tan ilustres en sus haza�as y tan
bien quistos en sus rep�blicas, porque ten�an siempre cabe s� no s�lo quien los
aconsejava lo que haz�an, m�s aun quien los avisava de lo que erravan. Lo contrario
de todo esto se lee de los malvados tiranos, de Br�as el griego, de Anten�n el
tebano, de Falaris el agrigentino y de Dionisio el siracusano, los quales jam�s
quisieron ser de sus officiales avisados ni de sus amigos aconsejados. No abasta
tampoco que teng�is los Pr�ncipes en vuestras cortes hombres cuerdos y en vuestras
casas hombres sabios si no quer�is aprovecharos de sus buenos consejos; porque
ser�ades como la candela que alumbra a los otros y quema a s� misma. La Escritura
sacra gravemente reprehende a Sa�l porque no crey� a Samuel, al rey Acab porque no
crey� a Miqueas, al rey Sedequ�as porque no crey� a Esa�as, al rey Salmanasar
porque no crey� a Tob�as y a la reina Jezabel porque no crey� a El�as. Todos estos
sanctos profetas andavan en las cortes de los Pr�ncipes y predicavan a Pr�ncipes; a
los m�s de los quales no s�lo no los quisieron creer m�s a�n los mandaron matar. La
mayor ofensa que los Pr�ncipes pod�is hacer a Dios es no osar nadie avisar a
vosotros y reprehender a vuestros cortesanos; lo qual no devr�a ser as�, pues ay
tanta necesidad del predicador que reprehenda los vicios como de la justicia que
castigue los excesos. El rey Filippo y el rey Demetrio nunca ellos ense�orearan a
los reynos de Grecia, si primero no alcanzaran della a los fil�sofos que la
governavan y con sus buenos consejos la deffend�an; que, como dez�a Cat�n
Censorino, no se pierden las rep�blicas por mengua de capitanes sino por falta de
consejos. En verdad que el buen Cat�n dez�a la verdad, porque en una rep�blica son
muchos los hombres esforzados, animosos, atrevidos y denodados, y por otra parte
son muy poquitos y aun poquititos, los sabios, cuerdos, suffridos y experimentados.
Sea �sta la postrera palabra y encomi�ndela Vuestra Alteza a la memoria, y es que
si quer�is parescer y ser Pr�ncipe cristiano, si en vuestra corte uviere quien sea
vicioso y quien sea sat�rico, antes favoresced al
predicador que reprehende el vicio que al cavallero que es vicioso. Pu�dese de
todo lo sobredicho coligir que la diferencia que va de lo uno a lo otro es, que al
buen Pr�ncipe �sanle avisar y al que es tirano aun no le osan hablar. Lo que
siempre al Emperador mi se�or y amo he persuadido en los libros que le he escrito y
lo que en mis sermones le he predicado y lo que de persona a persona le he hablado,
es que se llegue siempre a consejo y admita alg�n particular aviso; porque el
consejo le aprovechar� para lo que ha de hacer, y el aviso, para lo que se ha de
guardar. A Vuestra Celsitud, seren�simo Pr�ncipe, aunque no tengo autoridad para le
aconsejar ni atrevimiento para le avisar, tengo humildad para humildemente le
suplicar resciva en servicio este pobre servicio y tome al autor so su amparo.
POSUI FINEM CURIS; SPES ET FORTUNA, VALETE. COMIENzA EL LIBRO LLAMADO �MENOSPRECIO
DE CORTE�, DIRIGIDO AL MUY ALTO Y MUY PODEROSO SE�OR EL REY DE PORTUGAL, DON JUAN
TERCERO DESTE NOMBRE, COMPUESTO POR EL ILUSTRE SE�OR DON ANTONIO DE GUEVARA, OBISPO
DE MONDO�EDO, PREDICADOR Y CRONISTA, Y DEL CONSEJO DE SU MAJESTAD. Cap�tulo uno. Do
el autor prueba que ning�n cortesano se puede quejar sino de s� mismo. Despu�s que
este muy ilustre Pr�ncipe Filippo venci� a los atenienses, aconteci� que como una
noche estuviese cenando y se moviese pl�tica entre �l y los fil�sofos que all� se
hallavan sobre qu�l era la mayor cosa que av�a en el mundo, dijo un fil�sofo: �La
mayor cosa que ay en el mundo es a mi ver el agua, pues vemos que ay m�s della sola
que de todas las otras cosas juntas�. Otro fil�sofo dijo que la mayor cosa del
mundo era el sol, pues s�lo su resplandor abasta a alumbrar al cielo, y al aire y a
la tierra y al agua. Otro fil�sofo dijo, que la mayor cosa del mundo era el gran
monte Olimpo, la cumbre del qual sobrepuxava al aire y que de lo alto d�l se
descubr�a el mundo todo. Otro fil�sofo dijo que la mayor cosa del mundo era el muy
famoso gigante Atlas, sobre la sepultura del qual estava fundado el espantable
monte Etna. Otro fil�sofo dijo que la mayor cosa del mundo era el gran poeta
Homero, el qual fue en la vida tan famoso y en la muerte tan llorado, que pelearon
entre s� siete muy grandes pueblos sobre qui�n guardar�a sus huesos. El postrero y
m�s sabio fil�sofo dijo: �Nihil aliud in humanis rebus est magnum nisi animus magna
despiciens�. Quiso por estas palabras dezir: ninguna cosa con verdad se puede en
este mundo llamar grande, si no es el coraz�n que desprecia cosas grandes. �Oh alta
y muy alta sentencia, digna por cierto de notar y aun de a la memoria encomendar!,
pues por ella se nos da a entender que las riquezas y grandezas desta vida es muy
m�s digno y de mayor gloria el que tiene �nimo para menospreciarlas, que no el que
tiene ardid para ganarlas. Tito Livio alaba y nunca acaba de alabar al buen c�nsul
Marco Curio, a la casa del qual, como viniesen los embajadores de los samnitas a
capitular con �l cierta tierra y para esto le offreciesen mucha plata y oro y �l
estuviese a la saz�n lavando unas berzas y ech�ndolas a cozer en una olla,
respondi�les estas palabras: �A los capitanes que se desprecian de aderezar su olla
y cenar tal cena como �sta, a esos av�is vosotros de llevar todo ese oro y plata,
que yo para m� no quiero otras mayores riquezas sino ser se�or de los se�ores
dellas�. �Por ventura no meresci� m�s gloria este c�nsul Marco Curio por los
talentos de oro y plata que menospreci� de los samnitas que no el c�nsul L�culo por
lo que rob� a los esparciatas? �Por ventura no meresci� m�s gloria el buen fil�sofo
S�crates por las grandes riquezas que ech� en las mares que no el rey Nabucodonosor
por los muchos tesoros que rob� del templo? �Por ventura no merescieron m�s gloria
los de las islas Baleares en no consentir entre s� aver oro ni plata, que no los
vanos griegos que por robar minas de Espa�a vinieron a ella desde Grecia? �Por
ventura no fue mayor el �nimo del buen Emperador Augusto en menospreciar el
imperio, que no el de su t�o Julio C�sar en ganarlo? Para emprender una cosa es
menester cordura; para ordenarla, experiencia; para seguirla, industria; y para
acabarla, fortuna; mas para sustentarla digo que es menester buen esfuerzo y para
menospreciarla, grande �nimo; porque m�s f�cilmente menosprecia uno lo que vee con
los ojos, que no lo que ya tiene entre las manos. A muchos ilustres varones emos
visto sobrarles fortuna para emprender y aun para alcanzar grandes cosas y despu�s
no tener �nimo para descargarse y aliviarse de ninguna dellas; de lo qual se puede
muy bien coligir que la grandeza del coraz�n no consiste en alcanzar lo que �l
mucho desea, sino en menospreciar lo que �l m�s ama. Apolonio Tianeo menospreci� a
su propia patria y atraves� toda la Asia por irse a ver con el fil�sofo Hiarcas en
la grande India. El fil�sofo Arist�teles menospreci� la gran privanza que ten�a con
el rey Alexandro, no por m�s de por tornarse a su academia a leer filosof�a.
Nicodio el fil�sofo menospreci� el inmenso tesoro que le dava el gran rey Ciro, por
no le querer seguir en la guerra ni doctrinar en la paz. Anoxilo el fil�sofo tres
vezes menospreci� el principado de la rep�blica de Atenas, diciendo que m�s quer�a
ser siervo de los buenos que no verdugo de los malos. Cecilio Metelo, famoso
capit�n romano, nunca quiso aceptar la dictadur�a que le davan ni el consulado que
le offresc�an, diciendo que quer�a comer en paz lo que con mucho trabajo av�a
ganado en la guerra. El gran emperador Diocleciano a todo el mundo es notorio de
c�mo renunci� el imperio, y esto no por m�s de por huir los bullicios de la
rep�blica y por gozar del reposo de su casa. En mucho se ha de tener el hombre que
tiene coraz�n para menospreciar un reyno o un imperio; mas yo en mucho m�s tengo el
que menosprecia a s� mismo y que no se rige por el su parescer propio, porque no ay
hombre en el mundo que no est� m�s enamorado de lo que quiere que no de lo que
tiene. Por muy ambicioso y por m�s codicioso que sea un hombre, si camina diez d�as
tras el tener, caminar� ciento en pos del querer, porque los trabajos que los
hombres pasan no es por tener lo que deven, sino por alcanzar lo que quieren. Si
caminamos, si nos fatigamos, si trasnochamos y nos desvelamos, no es por cumplir
con la necesidad, sino por satisfazer a la voluntad; y lo peor de todo es que, no
contentos con lo que podemos, procuramos de poder lo que queremos. �Oh qu�ntos en
las cortes de los Pr�ncipes emos visto, a los quales les estuviera mejor el nunca
ser se�ores de su poder ni de su querer; porque despu�s, haziendo todo lo que
pod�an y lo que quer�an, vinieron a hacer lo que no dev�an! Si al hombre que
offendimos emos de pedir perd�n, pida cada uno perd�n a s� mismo antes que no a
otro, porque ninguno desta vida me ha a m� tanto mal hecho como yo mismo a m� mismo
me he procurado. �Qui�n me enrisc� a m� en la cumbre de la sobervia sino sola mi
presunci�n y locura? �Qui�n osara entosicar al triste de mi coraz�n con la ponzo�a
de la embidia sino fuera sola presunci�n y locura? �Qui�n osar�a encender y soplar
a cada paso en mis entra�as el fuego de la ira, si no fuese mi muy grande
impaciencia? �Qui�n es la causa de ser yo entre los manjares tan desordenado, si no
es el averme yo criado tan regalado y goloso? �Qui�n osar�a irme a m� a la mano
para no repartir mi hazienda con los pobres necesitados, si no es el ser yo muy
amador de mis propios dineros? �Qui�n da licencia a mi propia carne para que se
levante contra mis sanctos deseos, si no es el mi coraz�n que anda enconado con
pensamientos livianos? De todos estos da�os y de tan notorios agravios, �a qui�n
porn�is vos la demanda, oh alma m�a, si no es a mi sensualidad propia? Gran locura
es, estando el ladr�n en casa, salir fuera a hacer la pesquisa. Quiero por lo dicho
dezir que es gran vanidad y aun liviandad, estando en nosotros la culpa, formar
contra otros la quexa; porque nos emos de tener por dicho que jam�s nos acabaremos
de quejar sino quando nos comenz�remos a enmendar. �Oh qu�ntas y qu�ntas vezes en
el centro de nuestros corazones se andan peleando y trebejando la virtud que me
obliga a ser bueno y la sensualidad que me combida a ser vano y liviano, de la qual
pelea se sigue quedar el mi juizio ofuscado, el entendimiento turbado, el coraz�n
alterado y yo mismo de m� mismo enagenado! El poeta Ovidio cuenta de la muy
enamorada Filis la Rodana que de s� misma y no de otro se quexaba quando dez�a:
�Remigiumque dedi quo me fugiturus abires; heu patior tellis vulnera facta meis�.
Como si m�s claro dijera: ��Oh Demof�n amigo y enamorado m�o!, si yo no empleara mi
coraz�n en te amar, ni diera dineros para te ir, ni aparejara naos para t� navegar,
ni capitulara con los cosarios para te asegurar, ni t� te osaras ir, ni yo tuviera
de qu� me quejar; por manera que con mis propias armas fueron mis entra�as
heridas�. Si creemos a Josefo en lo que dice de Mariana, y a Homero en lo que dice
de Elena, y a Plutarco en lo que dice de Cleopatra, y a Mar�n, en lo que dice de la
reina Dido, y a Teofrasto en lo que dice de Policena, y a Xantipo en lo que dice de
Camila, y a Asenario en lo que dice de Clodra, no se quexaban tanto aquellas
excelentes princesas de las burlas que sus enamorados las av�an hecho, quanto de s�
mismas por lo que les av�an cre�do y aun consentido. Si a Suetonio y Xantipo y
Plutarco damos fe en lo que cuentan del gran Pompeyo y del rey Pirro, y del famoso
An�bal, y del c�nsul Mario y del ditador Silla, y del invencible C�sar y del
desdichado de Marco Antonio, no llevaron tanta l�stima deste mundo por averlos la
fortuna tan cruelmente abatido y atropellado, quanto por averse en sus
prosperidades mal regido y de s� mismos tanto confiado. No es menos sino que
algunas vezes los parientes y amigos nos alteran y desasosiegan; mas al fin los
grandes trabajos y famosos enojos nadie nos los viene a traer, sino que nosotros
nos
los imos a buscar; y paresce esto claro en que nos metemos en negocios tan
enconados y tan mal digestos que no podemos salir dellos sino lastimados o
descalabrados. Muchos cuentan que tienen enemigos y no se acuerdan de contar a s�
entre ellos, como sea verdad que no aya hombre en el mundo que tenga a otro por
mayor enemigo como es cada uno de s� mismo; y el mayor da�o que en esto ay es que
so color de quererse aprovechar y mejorar, yo mismo a m� mismo me echo a perder.
Preguntado el fil�sofo Ne�tido que qu�l era el m�s sano consejo que entre todos los
consejos un hombre para s� pod�a tomar, respondi�: �No ay para el hombre otro tan
sano consejo como es pedir a otro consejo y no fiarse de su parescer propio�.
Discreta respuesta y aun famosa dotrina fue la deste fil�sofo, porque en esta vida
ninguno puede hallar tan gran tesoro como el hombre que halla a s� mismo; y por el
contrario ninguno tanto pierde como el que a s� mismo de s� mismo se pierde. Los
hombres cuerdos m�s de s� que no de otros han de andar sospechosos y recatados,
porque al mejor tiempo la vida los enga�a, los males los saltean, los pesares los
prendan, los amigos los dejan, persecuciones los acaban, descuydos los atormentan,
sobresaltos los espantan y aun ambiciones los sepultan. Si quisi�semos mirar lo que
somos, y de qu� somos, y qu� somos, y para lo que somos, hallar�amos por verdad que
nuestro comienzo es olvido; el medio, trabajo; el fin dolor, y todo junto un
manifiesto error. �Oh qu�n triste, oh qu�n miserable es esta vida, en la qual ay
tantos desmanes en el caminar, tantos lodos do entrampar, tantos riscos de do caer,
tantas sendas a do errar, tantos puertos por do pasar, tantos ladrones a quien
temer y aun tantos desmanes en el negociar, que muy poquitos son los que van por do
querr�an ni aun allegan a do deseavan! Todas estas cosas emos dicho para que vean
nuestros cortesanos en como ni ellos ni yo sabemos amar ni menos aborrescer, eligir
lo bueno y desechar lo malo, evitar lo que da�a y conservar lo que aprovecha,
seguir la raz�n y apartar la ocasi�n; sino que si nos sucede bien alguna cosa damos
las gracias a la fortuna, y si mal, quex�monos de nuestra mala dicha. Cap�tulo dos.
Que nadie deve aconsejar a nadie se vaya a la Corte o se salga de la Corte, sino
que cada uno elija el estado que quisiere Aristarco, el gran fil�sofo tebano,
dez�a: �Quid optes aut quid fugias nescis; ita ludit tempus�. Como si m�s claro
dijese: �Es el tiempo tan mudable y es el hombre tan variable, que ni sabe lo que
ha descoger ni puede atinar a lo de que se ha de guardar�. No ay cosa m�s
averiguada que lo que este fil�sofo dice, pues vemos cada d�a que con lo que uno
sana otro enferma, con lo que uno mejora otro empeora, con lo que uno prevalesce
otro se oscuresce, con lo que uno r�e otro sospira, con lo que uno se honra otro se
affrenta, y aun con lo que uno est� contento bive otro desesperado. Preguntado el
fil�sofo Alquimio por su amo el rey Demetrio en qu� estava el mayor trabajo desta
vida, respondi�: �No ay cosa en que no aya trabajo, no ay cosa en que no aya
zozobra, no ay cosa en que no aya sospecha, no ay cosa en que no aya peligro, ni ay
cosa en que no aya congoja, y sobre todos es el mayor trabajo no tener el hombre en
ninguna cosa contentamiento�. En verdad que dijo la verdad este fil�sofo, porque si
en alguna cosa, por �nfima que fuese, hall�semos contentamiento, en ella y no en
otra porn�amos nuestro para�so. De vivir como bivimos todos tan descontentos
querr�amos provar a qu� sabe el ser rey, a qu� sabe ser cavallero, a qu� sabe ser
escudero, a qu� sabe ser casado, a qu� sabe ser religioso, a qu� sabe ser mercader,
y a qu� sabe ser labrador y aun pastor; y al fin, despu�s de todo provado, no
f�cilmente se sabr�an determinar qu�l de aquellos estados av�an de elegir. El que
es loco con cualquiera cosa se contenta, mas el que es cuerdo no f�cilmente se
arroja ni determina; porque, si en el estado peque�o es la pobreza muy enojosa,
tambi�n en el estado alto es la fortuna muy sospechosa. Plauto el fil�sofo fue en
su mocedad muy humano y aun mundano, porque anduvo en la guerra, naveg� por mar,
fue panadero, trat� en mercader�a, vendi� azeite y aprendi� un officio de sastre.
Preguntado este fil�sofo en qu� officio av�a estado m�s contento y se av�a hallado
m�s asosegado, respondi�: �No ay estado en que no aya mudanza, no ay honra en que
no aya peligro, no ay riqueza en que no aya trabajo, no ay prosperidad que no se
acabe, ni aun plazer que no amargue; y si en algo yo tom� descanso, fue despu�s que
me di a los libros y me apart� de los negocios�. Como hombre cuerdo y bien
experimentado habl� este fil�sofo. En quanto en este mundo bivimos todo lo
deseamos, todo lo tentamos, todo lo procuramos y aun todo lo provamos; y al fin,
despu�s de todo visto y gustado, con todo nos cansamos y con todo nos ahitamos. Muy
gran parte de nuestro descontento est� en que lo mucho nuestro nos paresce poco y
lo ageno nos paresce mucho. A la riqueza nuestra llamamos trabajo, y en la pobreza
agena dezimos que est� el reposo. El estado que los otros tienen aprovamos y a
nuestra manera de vivir condenamos. Velamos por alcanzar una cosa y desvel�monos
por salir luego della. Imaginamos que biven todos contentos y que solos nosotros
somos los desdichados, y lo peor de todo es que creemos en lo que so�amos y no
damos fe a los que vemos. Qu� camino tomaremos o qu� estado seguiremos ninguno lo
puede saber y menos a otro aconsejar; pues vemos que si el navegar es peligroso,
tambi�n el estar en calma es enojoso. En caso de vivir vemos muchas vezes que se
caen muertos los sanos y escapan los oleados. En caso de caminar vemos que muchas
vezes llega m�s a�na el que no dej� el camino y se perdi� el que fue por el atajo.
En caso del tener y del valer vemos muchas vezes que bive m�s contento uno con lo
poco que tiene que otro con lo mucho que vale. En caso del favor o disfavor vemos
muchas vezes que la fortuna favoresce m�s a los que est�n holgando, que no a los
que andan sudando. Pu�dese de todo lo sobredicho coligir que no ay en este mundo
cosa m�s cierta que ser todas las cosas inciertas. Aplicando, pues, lo dicho a
nuestro prop�sito, dezimos que es gran temeridad y aun no s� si liviandad aconsejar
a nadie que sea casado, aprenda letras, siga la guerra, se haga cl�rigo, se meta
religioso, aprenda officio o ande a palacio; porque en este caso nadie se ha de
atar a lo que otro dice, sino mirar la inclinaci�n que tiene. Plutarco en los
libros De republica loa mucho al divino Plat�n, en la academia del qual primero
provavan a los disc�pulos que le tra�an las inclinaciones que ten�an, que no que
les ense�asen las ciencias que quer�an; por manera que si ve�an ser inclinado a las
letras, qued�vase en la academia, y si no, torn�vase a deprender officio en la
rep�blica. Alcib�ades el griego, aunque le pusieron desde muy ni�o al estudio, muy
mejor ma�a se dio despu�s en el pelear que entonces se dio en estudiar. Al que es
esclinado a ce�ir espada muy mal se le asienta la estola. Al que de su natural es
encogido, pecado ser�a llevarle a palacio. A la que desea tener marido muy pesado
se le har� el velo negro. Al que es inclinado a picar muelas en valde le ense�an
amolar navajas. Al que de suyo se da al texer pecado es mandarle pintar. Lo que
dezimos destos pocos officiales podr�amos dezir y exemplificar de todos los otros.
Aconsejar a uno que tome alguna manera de vivir, l�olo; mas se�alarle el officio
que ha de tomar, repru�volo. Licurgo, dador que fue de las leyes de los
lacedemoneos, mand� que sus padres pusiesen a sus hijos a officios, cumplidos
catorce a�os, no en los que ellos quisiesen, sino en aquellos a que los hijos se
inclinasen. Despu�s que uno uviere eligido manera de vivir pu�dele su amigo avisar
c�mo en ella se ha de governar, porque ya puede ser que acierte uno en el estado
que elige y despu�s yerre en todo lo que en �l haze. Dexemos ya de hablar por
circunloquios y declaremos del todo nuestros conceptos para ver lo que sentimos y
aun lo que al lector aconsejamos; porque a la caza no abasta que se levante, sino
que se alcance. Aconsejar a uno que deje la corte y se vaya a su casa, o que deje
su casa y se vaya a la corte, el tal consejo ni le admite crianza darle ni cabe en
cordura tomarle; porque va mucho de lo que yo puedo a mi amigo aconsejar, a lo que
a �l le combiene hacer. Lo que en este caso osar�amos dezir es, que el hombre
eligiese tal estado y morase en tal lugar a do m�s honestamente se pueda sustentar
y do m�s limpiamente pudiese vivir y a do m�s seguramente osase morir. Muchas vezes
se muda un hombre de una tierra a otra, de un barrio a otro, de una casa a otra y
aun de una compa��a a otra; y al fin si de la una ten�a pena, de la otra muestra
quexa; y la raz�n dello es, porque �l echava la culpa a la condici�n de la tierra y
estava todo el da�o en su condici�n mala. �Qu� m�s diremos sino que en la corte, en
la ciudad, en la aldea, en la venta, en el yermo y en el mercado vemos al virtuoso
estar corregido y vemos al malo andar disoluto? El vicio y el vicioso son los que
andan a buscar oportunidad para ser malos; que la virtud y el virtuoso a do quiera
hallan lugar para ser buenos. No ay estado en la iglesia de Dios tan absoluto en
que uno no se pueda salvar, ni ay estado tan recogido a do no aya ocasiones para se
perder; porque los officios, estados y preeminencias son como la rosa del campo de
la qual haze su miel el abeja y aun su ponzo�a la ara�a. Para hombre bueno no ay
officio malo, ni para hombre malo ay officio bueno; porque tal ha de ser el hombre
que presume de bien que el officio se honre con �l y no �l con el officio. El
Pr�ncipe pu�dese salvar haziendo justicia y pu�dese condenar usando de tiran�a. El
cavallero pu�dese salvar peleando y pu�dese condenar robando. El eclesi�stico
pu�dese salvar sirviendo su iglesia y pu�dese condenar entrando por simon�a.
El religioso pu�dese salvar contemplando y pu�dese condenar murmurando. El casado
pu�dese salvar criando sus hijos y pu�dese condenar con il�citos adulterios. El
rico pu�dese salvar haziendo limosnas y pu�dese condenar dando a usuras. El
labrador pu�dese salvar arando y pu�dese condenar pleyteando. El pastor pu�dese
salvar guardando su ganado y pu�dese condenar pasciendo el pan ageno. Y porque no
parezca que hablamos de gracia provemos todo lo que emos dicho con escritura
aut�ntica. En el estado de reyes el rey David fue bueno y el rey Sa�l fue malo. En
el estado de sacerdotes Matat�as fue bueno y On�as fue malo. En el estado de
profetas Daniel fue bueno y Balaam fue malo. En el estado de pastores Abel fue
bueno y Abimelec fue malo. En el estado de casados Tob�as fue bueno y Anan�as fue
malo. En el estado de biudas Judit fue buena y Jezabel fue mala. En el estado de
ricos Job fue bueno y Nabab fue malo. En el estado de consejeros Aquitofel fue
bueno y Cusi fue malo. En el estado de cazadores Jacob fue bueno y Esa� fue malo.
En el estado de ap�stoles San Pedro fue bueno y Judas fue malo. He aqu�, pues,
provado en como el ser buenos o ser malos no depende del estado que eligimos, sino
de ser nosotros bien o mal disciplinados. Si aconsejamos a uno que biva en el
aldea, dice que no se halla con r�sticos. Si le aconsejamos que salga de la corte,
dice que tiene all� negocios. Si le aconsejamos que sirva en palacio, dice que no
es nada entremetido. Si le aconsejamos que sea eclesi�stico, dice que no se ama�a a
rezar. Si le aconsejamos que sea fraile, dice que no podr� ir a maitines. Si le
aconsejamos que siga la guerra, dice que no es amigo de poner en peligro la vida.
Si le aconsejamos que se case, dice que no puede ver llorar mochachos. Si le
aconsejamos que guarde continencia, dice que es intolerable la soledad. Si le
aconsejamos que aprenda officio, dice que no desciende �l de tales parientes. Si le
aconsejamos que aprenda letras, dice que es flaco de cabeza. Si le aconsejamos que
se retraiga ya a su casa, dice que no se hallar� sin conversaci�n. Presupuesto que
es verdad, como es verdad, todo esto, nadie deve aconsejar a nadie en cosa que toca
a honra o al reposo de su vida, porque despu�s m�s se quejar� el tal de lo que
entonces le aconsejavan que no de lo que despu�s padesce. Cap�tulo tres. Que no
combiene al cortesano dejar la Corte porque est� desfavorescido, sino por pensar
que fuera de all� ser� m�s virtuoso Publio Mino el fil�sofo en sus anotaciones
dez�a: �Deliberandum est diu quod faciendum est semel�. Grave para leer y digna de
saber y aun necesaria de aprender es esta sentencia, por la qual somos avisados que
nos combiene pensar primero en muchos d�as lo que despu�s emos de hacer en uno. El
rey Demetrio, hijo que fue del gran rey Ant�gono, preguntado por su capit�n
Patroclo por qu� no dava la batalla a su enemigo Tolomeo, pues en �nimo era m�s
esforzado y en ex�rcito m�s poderoso que �l, respondi�: �In quibus poenitentia non
habet locum magno pondere attentandum est�. Quer�a, pues, estas palabras dezir: �En
las cosas que despu�s de hechas nadie se puede arrepentir sobre muy grande acuerdo
se han de emprender�. Agesilao, muy ilustre capit�n que fue de los licaonios, como
le diesen priesa los embajadores de los tebanos que les respondiese a una embajada
que le av�an tra�do, respondi�: �An nescitis quid ad utilia deliberandum mora est
tutisima?�. Como si dijera: ��Agora ten�is por saber, oh tebanos, que para
determinarse uno en lo que le va la vida, no ay cosa m�s segura que la tardanza?�.
Plutarco en la vida de Sertorio le loa mucho de que en los negocios graves era muy
grave hasta se determinar y que despu�s era muy constante en lo que se determinava.
Suetonio en el segundo libro De Caesaribus dice de Augusto el emperador estas
palabras: �Amicitias neque facile admisit et constantisime retinuit�. Que quiere
dezir: �Los amigos que Augusto ten�a ni era apresurado en tomarlos ni liviano en
dejarlos�. Destos tan notables exemplos se puede coligir en qu�nto yerro caen los
hombres que son en sus hechos acelerados y en sus consejos voluntariosos. No
queremos vestir la ropa sin que est� enxuta, ni gustar la fruta sin que est�
madura, ni comer la carne sin que est� manida, ni bever el vino sin que sea a�ejo,
ni edificar casa sino con madera seca; �por qu� queremos emprender negocios con
consejos verdes con los quales antes nos ahumaremos que nos escalentaremos? Las
cosas que tocan al punto de la honra y al reposo de la vida mucho antes se han de
tantear que no que se vengan a determinar. El hombre prudente y cuerdo, si piensa
una hora en lo que ha de dezir, ha de pensar diez en lo que ha de hacer. Las
palabras al fin son palabras, y pu�dese uno que err� retractarse luego dellas; mas
de las obras inconsideradas y borradas ni las pueden enmendar ni aun a las vezes
remendar. Entre todas las vanidades la mayor vanidad de todas es que estudian los
hombres en c�mo han de disputar, abogar, juzgar y hablar, y que ninguno se ocupa en
saber c�mo ha de vivir; mayormente que el bien morir depende del bien vivir. Los
hombres que presumen de gravedad y se conservan en autoridad deven estar siempre
muy avisados en que no los noten de capitosos en lo que emprenden, ni de mudables
en lo que hazen, porque el mayor defecto que en un hombre se puede hallar es
tenerle por mentiroso en lo que dice y por inconstante en lo que emprende. El de
rostro vergonzoso y coraz�n generoso ha de mirar lo que comienza y de lo que se
encarga; y si fuere cosa justa y hazedera, deve morir y atr�s no tornar, porque en
los negocios muy difficultosos, all� es do se hazen los hombres muy afamados. Si no
fuera difficultoso y casi imposible Aquiles matar a H�ctor, Agesilao vencer a
Bianthe, Alexandro a Dar�o, C�sar a Pompeyo, Augusto a Marco Antonio, Sila a
Mitr�dates, Escipi�n a An�bal, Marco Furio a Pirro y el buen Trajano a Decebalo,
nunca aquellos tan ilustres varones fueran como son en todo el mundo nombrados.
Viniendo, pues, al prop�sito es de notar que el proverbio m�s usado entre los
cortesanos es dezir a cada palabra: �A la verdad, se�or compadre, quiero ya esta
maldita corte dejar e irme a mi casa a morar; porque la vida desta corte no es
vivir, sino un continuo morir�. �Oh a qu�ntos he oydo yo esta palabra prometer y a
qu�n poquitos la he visto cumplir!; porque el anzuelo de la corte es de tal calidad
que al que una vez prende dale cuerda, mas no le suelta. Quando al cortesano le
falta el dinero, le hazen alg�n enojo, no sali� con alg�n pleyto, o sali� de la
consulta en blanco, a la hora son con �l muy virtuosos deseos y haze profesi�n de
mil prop�sitos sanctos; de manera que aquel arrepentimiento no le viene de los
males que ha hecho, sino de los negocios que no le han bien sucedido. Nunca
permanescer� mucho en la bondad el que viene a ser bueno no por amor de la verdad,
sino constre�ido de necesidad, porque no se puede llamar virtud la que no se haze
de voluntad. Pu�dese esto conoscer en que, si la fortuna buelve su rueda de manera
que al tal cortesano acrescienten en hazienda, adelanten en honra o le digan alguna
halag�e�a palabra, luego los sanctos deseos se le resfr�an y los recogidos
prop�sitos se le olvidan. En el coraz�n del cortesano que es verdadero cristiano y
no mundano muy gran competencia traen entre s� el favor del medrar y el fervor de
se salvar, porque en las cortes de los Pr�ncipes es a do los hombres pueden valer y
aun a do se suelen perder. Lo que pasa en este caso es, que quando cresce el favor
luego afloja el hervor, y nunca cresce el hervor sino quando afloja el favor; por
manera, que la adversidad los torna cristianos y la prosperidad cortesanos. Ya emos
dicho que los m�s que se van de la corte es porque est�n pobres, o se ven
desprivados, o se sienten affrentados, o se hallan viejos, o que los emb�an
desterrados; de manera que si uno se va por voluntad, ciento se absentan de
necesidad. Es tan deseada la salud, es tan apetitosa la honra, es tan sabrosa la
hazienda y es tan halag�e�a la privanza que vemos a infinitos procurarla y a muy
poquitos menospreciarla. �Oh qu�n heroico coraz�n tiene el que la corte deja y de
la antigua conversaci�n se aparta y a s� mismo olvida y la privanza que ten�a
menosprecia! A la verdad, el verdadero menosprecio del mundo y dar la mano a la
corte es quando el cortesano est� en hazienda rico, en fuerza robusto, en el cuerpo
sano, en la edad mozo y en el valer privado, porque entonces loarle han todos que
dej� la corte de cuerdo y no que se fue della corrido. Todo esto dezimos para
avisar al que se sale de la corte y se quiere ir a su casa no se vaya della enojado
o apasionado; porque podr�a ser que despu�s que se le uviese quitado el enojo y
tornado en s� no osase tornar a la corte de verg�enza ni pudiese gozar del reposo
de su casa. Los hombres superbos y mal suffridos muchas cosas hazen en solo un d�a,
las quales tienen despu�s que llorar toda su vida. Al hombre col�rico y mal
suffrido no le combiene ser cortesano; porque si todas las affrentas y disfavores y
sinsabores que a uno hazen en la corte se para a las pensar y piensa de las vengar,
t�ngase por dicho que en solas las que rescibi� en un mes tern� que vengar en diez
a�os. El que dejare la corte, de tal manera la ha de dejar, que sea para jam�s a
ella bolver; porque si a ella torna y de estar en su casa se cansa, como a hombre
oleado le emos de tener ya por perdido. El que pec� y se enmend� y torn� a pecar,
m�s peca que antes pecava; por semejante manera el que fue a la corte y dej� la
corte y se torn� a la corte, digo que no es el mejor de la corte, porque el tal no
torn� con intenci�n de enmendar la vida, sino de mejorar su hazienda y su persona.
Tornando, pues, a nuestro prop�sito, es de saber que si a un hombre anciano
pregunt�semos el discurso de su vida y �l nos dijese todo lo que ha emprendido,
hablado, acometido, pensado, buscado,
hallado, perdido, acertado y errado, todos le dir�amos que no av�a sido su vida
sino una muy disimulada locura. Perdone el lector que esto leyere al autor que lo
dice y a la pluma que lo escrive, es a saber, que no ay hombre tan prudente en esta
vida que no tenga un resabio de locura; y si llaman a uno sabio y a otro loco, no
es porque �l no es tambi�n loco como el otro, sino porque el otro sabe mejor
encubrir su locura que �l. Si algunos ay que acierten en lo que hazen, no son otros
sino los que retraen sus cuerpos de muchos vicios y refrenan sus corazones de vanos
deseos; porque nuestro cuerpo esnos en la compa��a m�s que vezino, y en los
apetitos m�s que enemigo. M�s trabajoso es de refrenar el coraz�n, que no de
governar el cuerpo; porque el cuerpo c�nsase de pecar, mas el coraz�n nunca de
desear. Al cuerpo luego le conoscemos la condici�n y aun la complisi�n; mas al
traidor del coraz�n nunca le acabamos de entender, y mucho menos de contentar,
porque a cada paso nos fatiga que le demos una cosa y dende a dos d�as est� ya
enhastiado della. �Oh qu�n difficultoso es de conoscer el coraz�n del hombre, lo
qual paresce muy claro, porque muchas vezes nos haze entender que la hipocres�a es
devoci�n, la ambici�n que es grandeza, la escaseza que es granger�a, la crueldad
que es celo, la desemboltura que es eloq�encia, la extra�eza que es vanidad, la
locura que es gravedad y la disoluci�n que es diligencia. No pocas sino muchas
vezes suele un hombre dezir a otro: �Andad, que bien os conozco yo a vos no s�lo lo
que haz�is, m�s aun s� lo que pens�is�; como sea verdad que �l mismo no conosce a
s� mismo y presume de conoscer al otro. De todo esto se puede coligir que cada uno
trabaje de conoscer a s� mismo; y si viere que su condici�n es ambiciosa,
bulliciosa, codiciosa e inquieta, est�se en la corte y muera en la corte, porque el
tal el d�a que se fuere a retraer a su casa, le puede el cura se�alar la sepultura.
Y si el tal cortesano fuere virtuoso, manso, honesto y quieto, d� la corte a Dios y
v�yase a retraer a su casa y all� ver� y conoscer� que nunca supo qu� cosa era el
vivir, sino despu�s que se vino a retraer. Cap�tulo cuatro. De la vida que ha de
hacer el cortesano en su casa despu�s que uviere dejado la Corte Mir�nides, docto
fil�sofo e ilustre capit�n que fue de los beocios, sol�a muchas vezes dezir que no
se conosc�a la prudencia del hombre en saberse apartar de lo malo, sino en saber
elegir lo bueno; porque debaxo del mal ning�n bien se puede asconder, mas debaxo
del bien pu�dese mucho mal disimular. As� como la hechizera comienza con per signum
crucis, y acava en Satan�s y Barrab�s, por semejante manera los muy grandes males
siempre tienen principio en algunos fingidos bienes, de manera que vienen
enmascarados como el momo, cebados como anzuelo, azucarados como ruibarbo y dorados
como p�ldoras. No ay hombre en el mundo tan insensato que no se sepa guardar de lo
que notoriamente es malo; y por eso el var�n cuerdo de ninguna cosa deve vivir tan
recatado, como de aquello que �l piensa no ser del todo bueno. Como al magno
Alexandro le curasen de unas heridas que av�a rescebido en una batalla y Parmenio
su gran privado le ri�ese porque se met�a tanto en los peligros, respondi�le �l:
�Aseg�rame t�, Parmenio, de los amigos fingidos, que yo me guardar� bien de los
enemigos manifiestos�. Alexandro, Alcib�ades, Agesilao, Demetrio, Pirro, Pompeyo,
Ant�gono, L�ntulo y Julio C�sar nunca les pudieron acabar sus enemigos y al fin
murieron a manos de sus amigos. Viniendo, pues, al prop�sito, dezimos que el hombre
que quiere dejar la vida de la corte deve mucho mirar no s�lo lo que deja, m�s a�n
lo que toma; porque yo no tengo por tan difficultoso el dejarla, como es hallarse
el cortesano fuera della. �Qu� aprovecha salirse uno de la corte aborrido y cansado
si no lleva el coraz�n asosegado? Aunque nuestro cuerpo es pesado y regalado, si le
dejan descansar a do quiera se halla; mas el traidor del coraz�n es el que nunca se
contenta; porque, si fuese posible, querr�a el coraz�n quedarse en la corte
privando y estarse en el aldea holgando. Si las affecciones y pasiones que cobr� el
cortesano en la corte lleva consigo a su casa, m�s le valiera nunca retraerse a
ella, porque en la soledad son los vicios m�s poderosos y los hombres muy m�s
flacos. En las cortes de los Pr�ncipes muchas vezes acontesce que los varios
negocios y aun los pocos dineros son causa para abstenerse un hombre de los vicios;
el qual, despu�s que se va a su casa, haze cosas tan feas que son dignas de
murmurar y mucho m�s de castigar. Muchos ay que se van de la corte por estar m�s
ociosos y ser m�s viciosos; y de los tales no diremos que como buenos se van a
retraer, sino a buscar m�s tiempo para pecar. Ora por no ser acusados, ora por no
ser infamados, muchos se abstienen en la corte de ser viciosos, los quales, despu�s
que de all� salen y se van a su casa, ni para con Dios tienen conciencia ni aun de
la gente han verg�enza. Ante todas cosas combiene al que sale de la corte dejar en
ella las parcialidades que sigui� y las pasiones que cobr�, porque de otra manera
sospirar� por la corte que dej� y llorar� por la vida que tom�. No se niega que en
la corte no aya ocasi�n para uno se perder, y que en su casa ay m�s aparejo para se
salvar; mas al fin poco aprovecha al cortesano que mude la religi�n, si no muda la
condici�n. Quando dice el cortesano: �Qui�rome ir a mi tierra a retraer, y qui�rome
ir a mi casa a morir�, bien le perdonaremos aquella promesa, porque abasta al
presente que se retraiga a bien vivir sin que se determine morir. Esta nuestra vida
mortal ninguno tiene licencia de aborrescerla, mas tiene obligaci�n de enmendarla.
Quando el sancto Job dez�a: �Taedet animam meam vitae meae�, no le pesava porque
biv�a, sino porque no se enmendava. El que deja la corte y se va a su casa, con m�s
raz�n puede dezir que se va a vivir que no que se va a morir; porque en escapar de
la corte ha de pensar que escapa de una prisi�n generosa, de una vida desordenada,
de una enfermedad peligrosa, de una conversaci�n sospechosa, de una muerte prolixa,
de una sepultura labrada y de una rep�blica confusa. El hombre cuerdo y que sabe el
reposo, lo que est� en la corte dir� que muere y lo que reposa en su casa dir� que
bive; porque no ay en el mundo otra igual vida, sino levantarse hombre con
libertad, e ir do quiere y hacer lo que deve. Muchos son los cortesanos que hazen
en la corte lo que deven y muy poquitos hazen lo que quieren; porque para sus
negocios y aun pasatiempos tienen voluntad, mas no libertad. Al que se va de la
corte combi�nele que mucho tiempo antes comience a recoger sus pasatiempos y aun a
alzar la mano de los negocios; porque para llegar a su tierra ha menester pocos
d�as, mas para desarraigar de s� los malos deseos ha menester muchos a�os. Como los
vicios se apegan al hombre poco a poco, as� los deve de ir desechando de s� poco a
poco; porque si espera a echarlos de s� todos juntos, jam�s echar� de s� ninguno.
Deve, pues, el cortesano mirar qu�les son los vicios que tienen su coraz�n m�s
ocupado y su cuerpo m�s ense�oreado, y de aqu�llos deve primero comenzar a se
sacudir y expedir, es a saber, hoy uno y ma�ana otro y otro d�a otro, de manera que
de do saliere un vicio, le suceda una virtud. No se entiende tampoco esto a que
como suceden los d�as, as� por orden se ayan de ir expediendo los vicios, porque no
har� poco el que cada mes echare de s� un vicio. El mayor enga�o que padescen los
cortesanos es en que aviendo sido en la corte treynta a�os malos, piensan que, idos
a sus casas, ser�n en dos a�os buenos. Muchos d�as ha menester un hombre para
aprender a ser virtuoso y muchos m�s d�as para dejar de ser vicioso; porque los
vicios son de tal calidad, que se entran por nuestras puertas riendo y al
despedirse nos dejan llorando. �Oh qu�nto mayor es el dolor que los vicios dejan
quando se van, que no el plazer que nos dan quando se gozan! Porque si el vicio da
pena al vicioso quando cada d�a no le frecuenta, �qu� har� quando de su casa se
despida? Al cortesano que es ambicioso, pena se le har� el no mandar; y al que es
codicioso, pena se le har� el no ganar; y al que es bullicioso, pena le ser� el no
trampear; y por eso dezimos y afirmamos que si para dejar la corte es menester buen
�nimo, para saber gozar del reposo es menester buen seso. A los que fingidamente
dejan la corte, m�s pena les dar� el verse della absentes, que ten�an plazer
estando en ella presentes; los quales, si mi consejo quisiesen tomar, no s�lo
trabajar�an de dejarla, m�s a�n de olvidarla; porque la corte es muy apacible para
contar della nuevas y muy peligrosa para provar sus ma�as. De tal manera combiene
al cortesano salirse de la corte, que no deje pasto para tornarse a ella; porque de
otra manera la soledad de su casa le har� tornar a buscar la libertad de la corte.
Al coraz�n del hombre ya retra�do y virtuoso, todas las vezes que vacan obispados,
encomiendas, tenencias y otros officios le tocan al arma los pensamientos vanos y
livianos, diciendo que si no se uviera retra�do, le uvieran ya mejorado, y por eso
dezimos que se guarde el tal de tomar la corte en la lengua, ni aun de traerla a la
memoria. Deve tambi�n pensar el buen cortesano que otras vezes uvo vacantes y no
fue �l prove�do; y que ya pudiera ser que tampoco le cupiera agora ninguna cosa, y
que le es menos affrenta esperar de lexos la grita; porque en la corte a las vezes
se siente m�s lo que os dicen de no averos prove�do que lo que os quitan en tal
provisi�n. Son las cosas de la corte tan enconadas y aun tan ocasionadas, que no ha
de pensar el cortesano que las menosprecia de voluntad sino de necesidad; porque
todo hombre maligno que tiene tes�n de perseverar en la corte, o en breve acabar� o
al cabo se perder�. Despu�s que el cortesano se viniere a reposar a su casa, d�vese
mucho guardar de no tomar enojo en ella; porque
de otra manera, si en palacio estava aborrido, en el aldea vivir� desesperado. La
soledad de la conversaci�n, la importunidad de la muger, las travesuras de los
hijos, los descuydos de los criados y aun las murmuraciones de los vezinos, no es
menos sino que algunas vezes le han de alterar y amohinar; mas en pensar que escap�
de la corte y de su tan peligroso golfo, lo ha de dar todo por bien empleado. No ha
de pensar nadie que por venirse a morar a la aldea y a retraer a su casa, que por
eso las necesidades no le han de buscar y los enojos no le han de hallar; que a las
vezes el que nunca tropez� caminando por los puertos �speros, cay� y se derrostr�
en los prados floridos. Al que va a buscar reposo, combi�nele estar en buenos
exercicios ocupado; porque si deja al cuerpo holgar y al coraz�n en lo que quiere
pensar, ellos dos le cansar�n y aun le acabar�n. No ay en esta vida cosa que sea
tan enemiga de la virtud, como es la ociosidad; porque de los ociosos momentos y
superfluos pensamientos tienen principio los hombres perdidos. Al cortesano que no
se ocupa en su casa sino en comer, bever, jugar y holgar muy gran compasi�n le emos
de tener; porque si en la corte andava rodeado de enemigos, andarse ha en el aldea
cargado de vicios. El hombre ocioso siempre anda malo, floxo, tibio, triste,
enfermo, pensativo, sospechoso y desganado; y de aqu� viene que de darse el coraz�n
mucho a pensar, viene despu�s a desesperar. El hombre ocupado y laborioso siempre
anda sano, gordo, regocijado, colorado, alegre y contento, de manera que el honesto
exercicio es causa de buena complexi�n y de sana condici�n. Deve tambi�n el que se
va a retraer a su casa procurar de conoscer hombres sabios con quien conversar,
porque muy gran parte es para ser uno bueno, acompa�arse con hombres buenos. D�vese
tambi�n mucho apartar de los hombres viciosos, holgazanes, mentirosos y maliciosos,
de los quales suelen estar los pueblos peque�os muy llenos; porque si las cortes de
los Pr�ncipes est�n llenas de envidias, tambi�n en las aldeas ay muchas malicias.
No ser�a mal consejo que el hombre retra�do procurase leer en algunos libros
buenos, as� historiales como doctrinales; porque el bien de los libros es que se
haze en ellos el hombre sabio y se ocupa con ellos muy bien el tiempo. Combi�nele
tambi�n hacer su condici�n a la condici�n de aquellos con quien ha de vivir, es a
saber, que sea en la conversaci�n manso, en la crianza muy comedido, en las
palabras muy corregido y en el tratamiento no presumptuoso; porque se ha de tener
por dicho que no sale de la corte por mandar, sino por descansar. Si le quisieren
hacer alcalde o mayordomo de alguna rep�blica, gu�rdese dello como de pestilencia;
porque no ay en el mundo hombres tan desasosegados como los que se meten en
negocios de pueblos. Al hombre bullicioso y orgulloso mejor le es andarse en la
corte que no retraerse a la aldea; porque los negocios de la aldea son enojosos y
costosos, y los de la corte son honrosos y provechosos. Sin encargarse de pleytos,
ni tomar officios puede el buen cortesano ayudar a los de concejo y favorescer a
los de su barrio, es a saber, d�ndoles buenos consejos y socorri�ndolos con algunos
dineros. Si viere a sus vezinos re�ir, p�ngalos en paz; si los viere llorar,
consu�lelos; si los viere maltratar, deffi�ndalos; si los viere en necesidad,
soc�rralos; y si los viere en pleytos, at�jeselos; porque desta manera vivir� �l
asosegado y ser� de todo el concejo bien quisto. Combi�nele tambi�n que no sea en
su casa orgulloso, pesado, enojoso, e importuno; porque de otra manera la muger le
aborrescer�, los vezinos le dejar�n, los hijos le desobedescer�n y aun los criados
le deservir�n. Es, pues, saludable consejo que honre a su muger, regale a sus
hijas, sobrelleve a sus hijos, espere a sus renteros, se comunique con sus vezinos
y perdone a sus criados, porque en la casa del hombre cuerdo m�s cosas se han de
disimular que castigar. No le combiene tampoco fuera de la corte hacer combites
costosos, aparejar manjares delicados, embiar por vinos presciosos ni traer a su
casa locos ni chocarreros; porque el fin de retirarse de la corte ha de ser no para
m�s se regalar, sino para m�s honestamente vivir. El cortesano que se retrae a su
casa deve ser en el comer sobrio, en el bever moderado, en el vestir honesto, en
los pasatiempos cauto y en la conversaci�n virtuoso, porque de otra manera har�a de
la aldea corte aviendo de hacer de la corte aldea. Aqu�l haze de la aldea corte que
bive en el aldea como biv�a en la corte, y aqu�l haze de la corte aldea que bive en
la corte como biven en la aldea. Esle tambi�n necesario que, puesto en su casa,
visite los hospitales, socorra a los pobres, favorezca a los hu�rfanos y reparta
con los mezquinos; porque desta manera redimir� los males que cometi� y aun los
bienes que rob�. Tambi�n es officio del buen cortesano concordar a los descasados,
reconciliar a los enemigos, visitar a los enfermos y rogar por los desterrados; por
manera que no se le pase d�a sin hacer alguna notable obra. Deve tambi�n mirar si
tiene algo robado, cohechado, emprestado, hurtado o mal ganado; y si hallare algo
no ser suyo, t�rnelo luego a su due�o; porque es imposible que tenga la vida quieta
el que tenga la conciencia cargada. Combiene tambi�n al cortesano retra�do
freq�entar los monesterios, ver muchas misas, oyr los sermones y aun no dejar las
v�speras; porque los exercicios virtuosos, aunque a los principios cansan, andando
el tiempo deleytan. Ser�ale tambi�n saludable consejo que en su vida repartiese su
hazienda y descargase su conciencia, es a saber, socorriendo a sus deudos, pagando
a sus yernos, descargando con sus criados y remediando a sus hijos; porque despu�s
de �l muerto, todos ser�n a hurtar la hazienda y ninguno a descargar el �nima. El
que repartiere su hazienda en la vida, desearle han todos que biva; y donde no, con
esperanza de le heredar, todos le desear�n ver morir. Finalmente dezimos y
aconsejamos que el cortesano que se va a su casa a retraer no se ha de ocupar sino
en aparejarse para morir. Todas las sobredichas cosas no diga nadie que si son
f�ciles de leer, son dif�ciles de cumplir, porque si nos queremos esforzar, muy
para m�s somos que nosotros de nosotros mismos pensamos. Cap�tulo cinco. Que la
vida de la aldea es m�s quieta y m�s privilegiada que la vida de Corte Es
previlegio de aldea que en ella no biva ni pueda vivir, ni se llame ni se pueda
llamar ning�n hombre aposentador de rey ni de se�or, sino que libremente more cada
uno en la casa que hered� de sus pasados o compr� por sus dineros, y esto sin que
ning�n alguacil le divida la casa ni aun le parta la ropa. No gozan deste
previlegio los que andan en las cortes y biven en grandes pueblos; porque all� les
toman las cosas, parten los aposentos, dividen la ropa, escogen los hu�spedes,
hazen atajos, hurtan la le�a, talan la huerta, quiebran las puertas, derruecan los
pesebres, levantan los suelos, ensucian el pozo, quiebran las pilas, pierden las
llaves, pintan las paredes y aun les sonsacan las hijas. �Oh qu�n bienaventurado es
aquel a quien cupo en suerte de tener qu� comer en el aldea!; porque el tal no
andar� por tierras extra�as, no mudar� posadas todos los d�as, no conoscer�
condiciones nuevas, no sacar� c�dula para que le aposenten, no trabajar� que le
pongan en la n�mina, no tern� que servir aposentadores, no buscar� posada cabe
palacio, no re�ir� sobre el partir la casa, no dar� prendas para que le f�en ropa,
no alquilar� camas para los criados, no adobar� pesebres para las bestias, ni dar�
estrenas a sus hu�spedas. No sabe lo que tiene el que casa de suyo tiene; porque
mudar cada a�o regiones y cada d�a condiciones es un trabajo intolerable y un
tributo insuffrible. Es previlegio de aldea que el hidalgo o hombre rico que en
ella biviere sea el mejor de los buenos o uno de los mejores; lo qual no puede ser
en la corte o en los grandes pueblos, porque all� ay otros muchos que le exceden en
tener m�s riquezas, en andar m�s acompa�ados, en sacar mejores libreas, en
presciarse de mejor sangre, en tener m�s parentela, en poder m�s en la rep�blica,
en darse m�s a negocios y aun en ser muy m�s valerosos. Julio C�sar dez�a que m�s
quer�a ser en una aldea el primero, que en Roma el segundo. Osar�amos dezir y aun
afirmar que para los hombres que tienen los pensamientos altos y la fortuna baja,
les ser�a m�s honra y provecho vivir en aldea honrados que no en la ciudad
abatidos. La diferencia que va de morar en lugar peque�o o grande es que en el
aldea ver�s a muchos pobres a quien tengas mancilla y en la ciudad o corte ver�s a
muchos ricos a quien tengas embidia. Es previlegio de aldea que cada uno goze en
ella de sus tierras, de sus casas y de sus haziendas; porque all� no tiene gastos
extravagantes, no les piden celos sus mugeres, no tienen ellos tantas sospechas
dellas, no los alteran las alcahuetas, no los visitan las enamoradas, sino que
cr�an sus hijas, doctrinan sus hijos, h�nranse con sus deudos y son all� padres de
todos. No tiene poca bienaventuranza el que bive contento en el aldea; porque bive
m�s quieto y menos importunado, bive en provecho suyo y no en da�o de otro, bive
como es obligado y no como es inclinado, bive conforme a raz�n y no seg�n opini�n,
bive con lo que gana y no con lo que roba, bive como quien teme morir y no como
quien espera siempre vivir. En el aldea no ay ventanas que sojuzguen tu casa, no ay
gente que te d� codazos, no ay cavallos que te atropellen, no ay pajes que te
griten, no ay hachas que te enceren, no ay justicias que te atemoricen, no ay
se�ores que te precedan, no ay ruydos que te espanten, no ay alguaciles que te
desarmen, y lo que es mejor de todo, que no ay truhanes que te cohechen ni aun
damas que te pelen. Es previlegio de aldea que para todas estas cosas aya en ella
tiempo quando el tiempo es bien repartido; y paresce esto ser verdad en que ay
tiempo para leer en un libro, para rezar en unas horas, para oyr misa en la
iglesia, para ir a visitar los enfermos, para irse de caza a los campos, para
holgarse con los amigos, para pasearse por las eras, para ir a ver el ganado, para
comer si quisieren temprano, para jugar un rato al triunfo, para dormir la siesta y
aun para jugar a la ballesta. No gozan deste previlegio los que en las cortes andan
y en los grandes pueblos biven; porque all� lo m�s del tiempo se les pasa en
visitar, en pleytear, en negociar, en trampear y aun a las vezes en sospirar. Como
dijesen al emperador Augusto que un romano muy entremetido era muerto, dicen que
dijo: �Seg�n le faltava tiempo a B�bulo para negociar, no s� c�mo tuvo espacio para
se morir�. Es previlegio de aldea que el que tuviere algunas vi�as, goze muy a su
contento dellas; lo qual paresce ser verdad en que toman muy gran recreaci�n en
verlas plantar, verlas binar, verlas descubrir, verlas cubrir, verlas cercar,
verlas vardar, verlas regar, verlas estercolar, verlas podar, verlas sarmentar y
sobre todo en verlas vendimiar. El que mora en el aldea toma tambi�n muy gran gusto
en gozar la brasa de las cepas, en escalentarse a la llama de los manojos, en hacer
una tinada dellos, en comer de las uvas tempranas, en hacer arrope para casa, en
colgar uvas para el invierno, en echar orujo a las palomas, en hacer una aguapi�
para los mozos, en guardar una tinaja aparte, en a�ejar alguna cuba de a�ejo, en
presentar un cuero al amigo, en vender muy bien una cuba, en bever de su propia
bodega, y sobre todo en no echar mano a la bolsa para embiar por vino a la taberna.
Los que moran fuera del aldea no tienen manojos que guardar, ni cepas que quemar,
ni uvas que colgar, ni vino que bever, ni aun arrope que gustar. Y si algo desto
quieren tener, a peso de oro lo han de comprar. Es previlegio de aldea que todos
los aldeanos se puedan andar por toda el aldea solos sin que caigan en caso de
hermandad, ni pierdan cosa de su gravedad. No poco sino mucho es bienaventurado el
que bive en el aldea, pues no ha menester escuderos que le acompa�en, mozos que le
tengan la mula, paje que le traiga la capa de agua, otro paje que le lleve el
sombrero, ropas de martas que traiga el invierno, rasos de Florencia para traer el
verano; y lo que m�s es de todo, que si el aldea es algo peque�a, no s�lo se puede
ir por ella paseando, m�s a�n cantando. No s�lo el marido, m�s a�n la muger es en
el aldea previlegiada; la qual no tiene necesidad de quien le lleve la falda, de
poner estrado en la iglesia, de embiar delante de s� el almohada, de llevar consigo
ama y donzella, de escudero que la lleve de brazo, de paje que le d� las horas, ni
de bachiller que lleve a los hijos. Aunque no dejaremos de dezir que son algunas
tan locas y vanas que tan galanas se quieren poner en el aldea delante las
labradoras como si fuesen a palacio a ver las damas. El bien del aldea es que por
solo y desacompa�ado que vaya uno a visitar al vezino, a oyr su misa, a podar la
vi�a, a ver la heredad, a reconoscer el ganado y a requerir al yuguero, grangea su
hazienda y no pierde nada de su honra. Es previlegio de aldea que cada vezino se
pueda andar no solamente solo, m�s a�n sin capa y sin manteo, es a saber, una
varilla en la mano, o puestos los pulgares en la cinta o bueltas las manos atr�s.
No peque�a sino grande es la libertad del aldea, en que si uno no quiere traer
calzas, trae zarag�elles; si no quiere traer capa, �ndase en cuerpo; si le congoja
el jub�n, afloja las agujetas; si ha calor, �ndase sin gorra; si ha fr�o, v�stese
un zamarro; si llueve mucho, emb�stese un capote; si le pesa el sayo, �ndase en
calzas y jub�n; si haze lodos, c�lzase unos zancos; y si ay alg�n arroyo, s�ltale
con un palo. El pobre hidalgo que en el aldea alcanza a tener un sayo de pa�o
recio, un capuz cerrado, un sombrero bueno, unos guantes de sobrea�o, unos
borcegu�es domingueros y unos pantuflos no rotos, tan hinchado va �l a la iglesia
con aquellas ropas como ir� un se�or aforrado de martas. No gozan deste previlegio
los que moran en la villa o ciudad; porque all� acontesce el marido no salir de
casa por tener la capa ra�da y la muger no ir a misa por falta de ama. Es
previlegio de aldea que cada uno se pueda andar en ella no solamente solo y en
cuerpo, m�s a�n a pie caminar o se pasear sin tener mula ni mantener cavallo. El
que en el aldea bive y anda a pie ahorra de buscar potro, de comprar mula, de
buscar mozo, de hacerla almohazar, de tusarle las crines, de comprar guarniciones,
de adobar frenos, de henchir sillas, de guardar las espuelas, de remendar los
aciones, de herrarla cada mes, de darle verde, de encerrar paja, de ensilar cebada
y aun de adobar pesebres. Todas estas menudencias para un pobre hidalgo no s�lo son
enojosas, m�s a�n costosas, el gasto de los quales se siente todas las vezes que se
echa mano a la bolsa o se habla de casar una hija. No es de pasar entre renglones
lo que haze un pobre hidalgo quando va a la villa a mercado. �l se viste un largo
capuz, se reboza una toca casera, se encasqueta un sombrero viejo, se pone unas
espuelas ginetas, se calza los borcegu�es del domingo, alquila una borrica a su
vezino, vase en ella cavallero, lleva los pies metidos en las alforjas, en la mano
un palo con que la aguija, y lo mejor de todo es que a los que le topan dice que
tiene el cavallo enclavado y a los del mercado dice que lo deja en el mes�n de la
puente arrendado. Ya que buelve al aldea, dice a sus vezinos que fue a la ciudad a
visitar un enfermo, o a rogar por un preso, o a hacer ver un pleyto, o a poner en
prescio un potro, o a sacar seda y pa�o, o a cobrar el tercio de su sueldo, como
sea verdad que lleve las alforjas llenas de verdura para la olla, de sal para casa,
de calzado para la gente, de azeite para el viernes, de candelas para la cena, y no
ser� mucho lleve alguna podadera para podar su vi�a. A los lectores de esta
escritura ruego que m�s lo noten que lo r�an esto que aqu� emos dicho; pues le es
m�s sano consejo al pobre hidalgo ir a buscar de comer en una borrica que no andar
hambreando en un cavallo. Cap�tulo seis. Que en el aldea son los d�as m�s largos y
m�s claros y los bastimentos m�s baratos Es previlegio de aldea que el que morare
en ella tenga harina para cerner, artesa para amasar y horno para cozer; del qual
previlegio no se goza en la corte ni en los grandes pueblos, a do de necesidad
compran el pan que es duro, o sin sal, o negro, o mal lleudado, o avinagrado, o mal
cocho, o quemado, o ahumado, o reciente, o mojado, o desazonado, o h�medo; por
manera que est�n lastimados del pan que compraron y del dinero que por ello dieron.
No es as� por cierto en el aldea, do comen el pan de trigo candeal molido en buen
molino, ahechado muy despacio, pasado por tres cedazos, cozido en horno grande,
tierno del d�a antes, amasado con buena agua, blanco como la nieve y fofo como
esponja. Los que biven en el aldea y amasan en su casa tienen abundancia de pan
para su gente, no lo piden prestado a sus vezinos, tienen que dar a los pobres,
tienen salvados para los puercos, bollos para los ni�os, tortas para offrescer,
hogazas para los mozos, ahechaduras para las gallinas, harina para bu�uelos y aun
hojaldres para los s�bados. Es previlegio de aldea que el que mora en ella pueda
hacer m�s exercicio y tenga m�s en que embever el tiempo, del qual previlegio no se
goza en los grandes pueblos; porque all� ha de presumir cada uno de ser muy medido
en las palabras, recogido en la persona, honesto en la vida, exemplar en las obras,
apartado de conversaciones, paciente en las injurias y no muy visitador de las
plazas; por manera que tanto es m�s tenido uno en la rep�blica quanto menos sale de
casa. �Oh bienaventurada aldea y bienaventurado el que mora en ella! A do cada uno
se puede poner libremente a la ventana, mirar desde el corredor, pasearse por la
calle, asentarse a la puerta, pedir silla en la plaza, comer en el portal, andarse
por las eras, irse hasta la huerta, bever de bruces en el ca�o, mirar c�mo bailan
las mozas, dejarse combidar en las bodas, hacer colaci�n en los mortuorios, ser
padrino en los bateos y aun provar el vino de sus vezinos. Todas estas cosas se
pueden en el aldea hacer sin que nadie pierda su autoridad ni aventure su gravedad.
Es previlegio del aldea que bivan los que biven en ella m�s sanos y mucho menos
enfermos; lo qual no es as� en las grandes ciudades, a do por ocasi�n de ser las
casas altas, los aposentos tristes y las calles sombr�as, se corrompen m�s ayna los
aires y enferman m�s presto los hombres. �Oh bendita t�, aldea, a do la casa es m�s
ancha, la gente m�s sincera, el aire m�s limpio, el sol m�s claro, el suelo m�s
enxuto, la plaza m�s desembarazada, la horca menos poblada, la rep�blica m�s sin
rencilla, el mantenimiento m�s sano, el exercicio m�s continuo, la compa��a m�s
segura, la fiesta m�s festejada y sobre todo los cuydados muy menores y los
pasatiempos mucho mayores! Es previlegio de aldea, en especial si es un poco
peque�a, que no moren en ella f�sicos mozos, ni enfermedades viejas, del qual
previlegio no gozan los de los grandes pueblos; porque de cuatro partes de la
hazienda, la una llevan los locos para chocarrer�as que dicen, la otra llevan los
letrados por causas que deffienden, la otra llevan los boticarios por medicinas que
dan y la otra llevan los m�dicos por sus curas que hazen. �Oh bendita t�, aldea, y
bendito el que en ti mora, pues all� no aportan bubas, no se apega sarna, no saben
qu� cosa es c�ncer, nunca oyeron dezir perles�a, no tiene all� parientes la gota,
no ay confrades de ri�ones, no tiene all� casa la ijada, no moran all� las
opilaciones, no se cr�a all� bazo, nunca all� se escalienta el h�gado, a nadie
toman desmayos y ningunos mueren de ah�tos! �Qu� m�s quieres que diga de ti, oh
bendita aldea, sino que si no es para edificar alguna casa no saben qu� cosa son
arenas
ni piedras? Es previlegio de aldea que los d�as se gozen m�s y duren m�s; lo qual
no es as� en los superbos pueblos, a do se pasan muchos a�os sin sentirlos y muchos
d�as sin gozarlos. Como en el campo se pase el tiempo con m�s pasatiempo que no en
el pueblo, paresce por verdad que ay m�s en un d�a de aldea que no ay en un mes de
corte. �Oh qu�n apacible es la morada del aldea, a do el sol es m�s prolijo, la
ma�ana m�s temprana, la tarde m�s perezosa, la noche m�s quieta, la tierra menos
h�meda, el agua m�s limpia, el aire m�s libre, los lodos m�s enxutos y los campos
m�s alegres! El d�a de la ciudad si�ntese y no se goza y el d�a del aldea g�zase y
no se siente; porque all� el d�a es m�s claro, es m�s desembarazado, es m�s largo,
es m�s alegre, es m�s limpio, es m�s ocupado, es m�s gozado, y finalmente digo que
es mejor empleado y menos importuno. Es previlegio del aldea que todo hombre que
morare en ella tenga le�a para su casa; del qual previlegio no gozan los que moran
en los grandes pueblos, en los quales es la le�a muy trabajosa de aver y muy
costosa de comprar; porque los vald�os a do cortan est�n lexos y los montes
cercanos est�n vedados. �Oh qu�nto va de invernar en la ciudad a invernar en el
aldea!; porque all� nunca falta roble de la dehesa, encina de lo vedado, cepas de
vi�as viejas, astillas de quando labran, manojos de quando sarmientan, ramas de
quando podan, �rboles que se secan o ramos que se desrronchan. Estas cosas son de
voluntad, mas quando se ven en necesidad, p�nense a derrocar vardas, a quemar
zarzas, a rozar tomillos, a escamondar almendros, a remudar estacas, a partir
rozas, a arrancar escobas, a cortar retamas, a coger orujo, a guardar granzones, a
secar esti�rcol, a traer cardos, a coger serojas y aun a buscar bo�igas. Es
previlegio del aldea que est� cada uno prove�do de la paja necesaria para su casa,
lo qual no es as� en los pueblos ni en la corte; porque all� la le�a, y la paja, y
la cebada son las tres cosas que a los se�ores son menos costosas de pagar y m�s
enojosas de aver. Es necesaria la paja para las mulas que carretean, para los
bueyes en invierno, para las ovejas quando nieva, para el potro en que andan, para
las potras que paren, para las muletas que cr�an, para el horno a do cuecen, para
las camas en que duermen, para el fuego a do se calientan, y aun para embiar al
mercado una carga. El que para todas estas cosas uviese de comprar la paja,
sentirlo h�a al cabo del a�o en la bolsa. Es previlegio del aldea que todos los que
moran en ella coman a do quisieren y a la hora que quisieren, lo qual no es as� en
la corte y grandes pueblos a do les es forzado comer tarde, y fr�o, y desabrido, y
aun con quien tienen por enemigo. �Oh bendita t�, aldea, a do comen al fuego si es
invierno, en el portal si es verano, en la huerta si ay combidados, so el parral si
haze calor, en el prado si es primavera, en la fuente si es Pascua, en las eras si
trillan, en las vi�as si plantan majuelo, a solas si traen luto, acompa�ados si es
fiesta, de ma�ana si van camino, olla podrida si vienen de caza, todo cozido si no
tienen dientes, todo asado si quieren arreciar, a la tarde si no lo han gana o muy
temprano si tienen apetito! Tres condiciones ha de tener la buena comida, es a
saber: comer quando lo ha gana, comer de lo que ha gana, comer con grata compa��a;
y al que faltaren estas condiciones, maldicir� lo que come y aun a s� mesmo que lo
come. Es previlegio de aldea que todos los que moran en ella tengan qu� se ocupar y
con qui�n se recrear; lo qual no es as� en la corte y grandes ciudades, a do son
muy pocos los de quien nos fiamos e infinitos los que tememos. �Oh felice vida la
del aldea, a do todos los que all� moran tienen sus pasatiempos en pescar con vara,
armar p�xaros, echar buitrones, cazar con hur�n, tirar con arco, ballestear
palomas, correr liebres, pescar con redes, ir a las vi�as, adobar las vardas, catar
las colmenas, jugar a la ganapierde, departir con las viejas, hacer cuenta con el
tabernero, porfiar con el cura y preguntar nuevas al mesonero! Todos estos
pasatiempos desean los ciudadanos y los gozan los aldeanos. Cap�tulo siete. Que en
el aldea son los hombres m�s virtuosos y menos viciosos que en las Cortes de los
Pr�ncipes Es previlegio de aldea que todos los que all� moraren sientan menos los
trabajos y gozen mucho mejor las fiestas; lo qual no es as� en la corte y gran
rep�blica, a do con la gran confusi�n de negocios y con andar siempre amontados, ni
nunca traen consigo alegr�a, ni sienten en su casa qu�ndo es la fiesta. �Oh qu�n
fuera desto est�n los que biven en el aldea; porque el d�a de la fiesta repica
mucho el sacrist�n, riega el d�a antes la iglesia, empina quando ta�e las campanas,
canta a su hora la misa, viste sobrepelliz el sacrist�n, hinche y alimpia la
l�mpara, dan pan bendito el domingo, echan las fiestas de entresemana, declara el
cura el Evangelio, descomulgan a los que no han dezmado, hazen despu�s de misa
concejo, matan para los enfermos carnero, v�stense los sayos de fiesta, offrescen
aquel d�a todos, juegan a la tarde al herr�n, tocan en la plaza el tamborino,
bailan las mozas so el �lamo, luchan los mozos en el prado, andan los mochachos con
cayados, vis�tanse los desposados, y aun si es la vocaci�n del pueblo, no es mucho
que corran un toro! En la corte la se�al de que ay fiesta es afeitarse las mugeres,
levantarse tarde los hombres, ponerse de zapatillas coloradas las mozas, almorzar
antes de misa los mozos, poner manteles limpios a la mesa, jugar al triunfo despu�s
de comer, visitar a las paridas, murmurar en la iglesia de las vezinas y merendar
las comadres. Es previlegio de aldea que los que all� moraren coman las aves
escogidas y las carnes manidas; del qual previlegio no gozan los que residen en la
corte y est�n en grandes ciudades, a do compran las aves viejas y las carnes
flacas. �Oh vida bienaventurada la del aldea, a do se comen las aves que son
gruesas, son nuevas, son cebadas, son sanas, son tiernas, son manidas, son
escogidas y aun son castizas! El que mora en el aldea come palominos de verano,
pichones caseros, t�rtolas de jaula, palomas de encina, pollos de enero, patos de
mayo, lavancos de r�o, lechones de medio mes, gazapos de julio, capones cebados,
ansarones de pan, gallinas de cabe el gallo, liebres de dehesa, conejos de zarzal,
perdigones de rastrojo, pe�atas de lazo, codornices de reclamo, mirlas de vaya y
zorzales de vendimia. �Oh no una, sino dos y tres vezes gloriosa vida la del aldea,
pues los moradores della tienen cabritos para comer, ovejas para cezinar, cabras
para parir, cabrones para matar, bueyes para arar, vacas para vender, toros para
correr, carneros para a�ejar, puercos para salar, lanas para vestir, yeguas para
criar, muletas para emponer, leche para comer, quesos para guardar; finalmente,
tienen potros cerriles que vender en la feria y terneras gruesas que matar en las
Pascuas! Es previlegio del aldea que all� sea el bueno honrado por bueno y el ruin
conoscido por ruin; lo qual no es as� en la corte ni en las grandes rep�blicas, a
do ninguno es servido y acatado por lo que vale sino por lo que tiene. �Oh qu�nto
es honrado un bueno en una aldea, a do a porf�a le presenta las guindas el que
tiene guindalera, brevas el que las tiene tempranas, melones si le salieron buenos,
uvas si las tiene moscateles, panales el que tiene colmenas, palominos de la
primera cr�a, morcillas si mata puerco, gazapos el que los arma, fruta el que tiene
huerta, truchas el que tiene red, besugos quien va al mercado, y aun hojaldres
quien amasa el s�bado! Es previlegio de aldea que cada uno case sus hijas con otros
sus iguales y vezinos, del qual previlegio no gozan los que andan en corte y moran
en grandes pueblos, los quales casan a sus hijos tan apartados de s� que m�s vezes
los lloran que los gozan. �Oh qu�n m�s bienaventurado es un labrador que no uno
se�or, pues a pared y medio de su casa halla esposos para sus hijas y mugeres para
sus hijos! C�salos cabe su casa, reg�lase con sus nueras, h�nrase con sus yernos,
acomp��ase con sus suegros, comb�danse a las Pascuas, c�mprales algo en las ferias,
b�rlase con los nietos, da aguinaldo a las nietas, mejora a la hija m�s querida y
regala a la nuera que tienen en casa. Es previlegio de aldea que no tengan all� los
hombres mucha soledad ni enojosa importunidad, del qual previlegio no gozan los que
andan en la corte y biven en los pueblos grandes, a do cada d�a les faltan los
dineros y les sobran los cuydados. �Oh felice vida la del aldeano, el qual no se
levanta con cuydado de madrugar al consejo, de ir a las diez a palacio, de
contentar al portero, de acompa�ar al presidente, de aguardar al privado, de estar
al comer del rey, de buscar a do coma, de andar tras aposentadores y contentar a
contadores! En lugar destos cuydados, tiene el aldeano otros pasatiempos, es a
saber, oyr balar las ovejas, mugir las vacas, cantar los p�xaros, graznar los
�nsares, gru�ir los cochinos, relinchar las yeguas, bramar los toros, correr los
becerricos, saltar los corderos, empinarse los cabritos, cacarear las gallinas,
encrestarse los gallos, hacer la rueda los pavos, mamar las terneras, abatirse los
milanos, apedrearse los mochachos, hacer puchericos los ni�os y pedir blancas los
nietos. Es previlegio de aldea que all� sean los hombres m�s virtuosos y menos
viciosos, lo qual no es as� por cierto en la corte y en las grandes rep�blicas, a
do ay mil que os estorben el bien y cien mil que os inciten al mal. �Oh
bienaventurada aldea en la qual el buen aldeano guarda el d�a del disanto, offresce
en la fiesta, oye misa el domingo, paga el diezmo al obispo, da las primicias al
cura, haze sus Todos-Santos, lleva offrenda por sus finados, ayuda a la f�brica, da
para los santuarios, empresta a los vezinos, da torrezno a San Ant�n, harina al
sacrist�n, lino a San L�zaro, trigo a Guadalupe, finalmente, va a v�speras
el d�a de la fiesta y quema su tabla de cera en la misa! No s�lo es buena el aldea
por el bien que tiene, m�s a�n por los males de que caresce; porque all� no ay
estados de que tener embidia, no ay cambios para dar a usura, no ay botiller�a para
pecar en la gula, no ay dineros para ahuchar, no ay damas para servir, no ay bandos
con quien competir, no ay cortesanos a quien requerir, no ay justas para se vestir,
no ay tableros a do jugar, no ay justicias a quien temer, no ay chanciller�as a do
se perder, y lo que es mejor de todo, no ay letrados que nos pelen ni m�dicos que
nos maten. Es previlegio de aldea que los que all� moraren puedan de su hazienda
guardar m�s y gastar menos, del qual previlegio no gozan los cortesanos, ni aun los
que residen en superbos pueblos, porque all� biven muy menos consolados y muy m�s
costosos. �Oh bienaventurado el aldeano, el qual no tiene necesidad de traer
tapicer�a de Flandes, comprar antepuertas, proveerse de alfombras, hacer
sobremesas, armar camas de campo, labrar vaxillas de plata, servirse con fuentes,
suffrir cozinero, buscar trinchante, pagar cavallerizo, ni re�ir con el despensero
y, lo que es mejor de todo, que no ha de sacar dineros a cambio, ni aun fiarse de
su camarero! En todos estos officios y a todos estos officiales muy poca es la
costa de pagarlos a respecto del trabajo que se suffre en suffrirlos. El que bive
en la corte y en los grandes pueblos, m�s alhajas tiene para cumplir con los que
vienen a su casa que para el servicio de su persona. �Oh qu�n dichoso es en este
caso el aldeano, al qual le abasta una mesa llana, un esca�o ancho, unos platos
ba�ados, unos c�ntaros de barro, unos tajaderos de palo, un salero de corcho, unos
manteles caseros, una cama encajada, una c�mara abrigada, una colcha de Breta�a,
unos paramentos de sarga, unas esteras de Murcia, un zamarro de dos ducados, una
taza de plata, una lanza tras la puerta, un roc�n en el establo, una adarga en la
c�mara, una barjuleta a la cabecera, una bernia sobre la cama y una moza que le
ponga la olla! Tan honrado est� un hidalgo con este ajuar en una aldea como el rey
con quanto tiene en su casa. Cap�tulo ocho. Que en las Cortes de los Pr�ncipes
tienen por estilo hablar de Dios y vivir del mundo En la corte como no ay justicia
que tome las armas, no ay campana que ta�a a queda, no ay padre que castigue al
hijo, no ay amigo que corrija al pr�ximo, no ay vezino que denuncie al amancebado,
no ay fiscal que acuse al usurero, no ay provisor que compela a confesar, no ay
cura que llame a comulgar; el que de su natural no es bueno, gran libertad tiene
para ser malo. En la corte, si quiere uno adulterar, ay factores que lo negocien;
si quiere vengar injurias, ay quien tome por �l la mano; si quiere banquetear, a
cada paso hallar� glotones; si quiere p�blicamente mentir, no le falta con quien lo
apruebe; si se quiere amotinar, asaz hallar� de apasionados; si quiere jugar lo que
tiene, hallar� tableros p�blicos; si quiere darse a hurtar, hallar� hombres de gran
sutileza; si quiere jurar en falso, hallar� quien se lo pague; si quiere no ir a la
iglesia, no avr� quien dello le acuse; finalmente digo, que si quiere darse a los
vicios, halla en la corte muy famosos maestros. En la corte siempre acuden a ella
hombres de muy diversas partes a negociar, a pleytear, a servir o a se mostrar; los
quales como son primerizos y biven un poco biso�os, luego son con ellos mozos de
c�mara, ministriles que ta�en, cantores que cantan, porteros de cadena, m�sicos de
c�mara, juglares de corte, truhanes de palacio y hidalgos pobres, a los quales
piden estrenas, ferias, albricias y aguinaldos, y si les dan los se�ores algo, no
es a fin de socorrerlos, sino porque publiquen en la corte que son magn�ficos. En
la corte, como la fortuna es inconstante en lo que da y muy incierta en lo que
promete, de una hora a otra cae uno y sube otro, mu�rese �ste y suc�dele aqu�l,
abaten al privado y subliman al abatido, no admiten al que viene y ruegan al que se
va, creen a los simples y desmienten a los sabios, de los animosos tienen sospecha
y f�anse de los cobardes, creen la mentira e impugnan la verdad; finalmente digo
que siguen la opini�n y huyen de la raz�n. Con estas y con otras semejantes cosas
que se veen en las cortes de los Pr�ncipes, cada uno tiene esperanza que agora m�s
agora vern� por sus puertas fortuna, aunque es verdad que muchos cortesanos hallan
primero la sepultura que no a ellos halle fortuna. En la corte ay muchos hijos de
se�ores que, quando vinieron a ella, eran m�s para se casar que no para servir;
porque son muy descuydados, hablan como biso�os, no son nada polidos, andan
desacompa�ados, cuentan donayres muy fr�os, son en el visitar muy pesados, comen
como aldeanos, son con las damas muy cortos, son en las mesuras un poco locos y en
el hablar de palacio muy grandes nescios. El bien que de su venida se sigue es que
ay en la corte para algunos d�as de que burlar y para algunas noches de que mofar.
En la corte cada d�a acontescen cosas repentinas y desgracias nunca pensadas, es a
saber, que el gal�n sali� mal ajaezado, cay� del cavallo, err� el encuentro, par�
en la carrera, sac� pobre librea, dio alg�n golpe feo, cont� alguna frialdad,
burl�le su dama, descuyd�se en alguna mesura o dijo alguna pachochada, por manera
que tienen d�l en palacio que contar y por las mesas de se�ores que dezir. En la
corte, como nunca faltan pasiones entre cavalleros, enojos entre criados, embidia
entre privados, competencia entre officiales, enemistades entre generosos,
desasosiegos entre ambiciosos y rencillas entre maliciosos, nunca faltan all�
mu�idores que las mueven, farautes que las cuenten y aun bandoleros que las
sustenten; y a las vezes gana en la corte mejor de comer un mals�n a malsinar que
no un te�logo a predicar. En la corte todo se permite, todo se disimula, todo se
admite, todos caben, todos pasan, todos se suffren, todos se compadescen, todos se
sustentan y todos biven. Y si todos biven, digo que es unos de abogar, otros de
juzgar, otros de escrevir, otros de servir, otros de lisongear, otros de jugar,
otros de mentir, otros de chocarrear, otros de hurtar, otros de trampear, otros de
cohechar y aun otros de alcahuetear. En la corte, los que son extremados topan con
otros extremados, es a saber, el que es furioso halla con quien re�ir, el travieso
con quien se acuchillar, el le�do con quien disputar, el ad�ltero con quien pecar,
el malicioso con quien murmurar, el goloso con quien gastar, el tah�r con quien
perder, el codicioso con quien trampear, el importuno a quien moler, el loco con
quien competir, el agudo con quien se desaminar, y aun el nescio quien le enga�ar y
el bivo quien le mofar. En la corte todos los cortesanos se prescian de sanctos
prop�sitos y de heroicos pensamientos, porque cada uno de los que andan all�
proponen de retraerse a su casa, desechar los cuydados, olvidar los vicios, hacer
capillas, casar hu�rfanas, atajar enemistades, irse a las horas, ordenar cofrad�as
y reparar ermitas, y en lo que paran sus deseos es que se quedan all� hablando de
Dios y biviendo del mundo. En la corte ninguno con otro tiene tanta cuenta, para
que nadie le ose pedir cuenta; y de aqu� viene que el cavallero se anda sin armas,
el perlado sin h�bito, el cl�rigo sin breviario, el fraile sin licencia, la monja
sin obediencia, la hija sin madre, la muger sin marido, el letrado sin libros, el
ladr�n sin esp�as, el mozo sin disciplina, el viejo sin verg�enza, el mesonero sin
arancel, el regat�n sin peso, el tah�r de casa en casa, el goloso de mesa en mesa,
el vagabundo de plaza en plaza, y aun la alcahueta de moza en moza. En la corte
todos son obispos para crismar y curas para baptizar y mudar nombres, es a saber,
que al sobervio llaman honrado; al pr�digo, magn�fico; al cobarde, atentado; al
esforzado, atrevido; al encapotado, grave; al recogido, hip�crita; al malicioso,
agudo; al deslenguado, eloq�ente; al indeterminado, prudente; al ad�ltero,
enamorado; al loco, regocijado; al entremetido, sol�cito; al chocarrero, donoso; al
avaro, templado; al sospechoso, adevino; y aun al callado, bovo y nescio. Cap�tulo
nueve. Que en las Cortes de los Pr�ncipes son muy pocos los que medran y son muy
muchos los que se pierden En la corte poco aprovecha que sean los hombres cuerdos,
si por otra parte son mal fortunados; porque all� los servicios se olvidan, los
amigos faltan, los �mulos crescen, la nobleza no se admite, la ciencia no se
conosce, la cordura no aprovecha, la humildad no luze, la verdad no se consiente,
la habilidad no se emplea, el consejo no se rescibe, ni aun el nescio no se
conosce. El minero m�s rico y la alquimia que m�s aprovecha en la corte es ser el
cortesano bien fortunado o ser privado del privado. En la corte no s�lo se mudan
las complisiones, m�s a�n las condiciones. Para provar esta sentencia no emos
menester a Plat�n que lo diga ni a Cicer�n que lo jure, pues vemos de cuerdos
tornarse locos; de mansos, presumptuosos; de abstinentes, golosos; de pacientes,
mal acondicionados; de nobles, maliciosos; de pac�ficos, reboltosos; de callados,
chocarreros; de honestos, amancebados; de ocupados, vagabundos, y aun de devotos,
tibios cristianos. En la corte es la virtud muy trabajosa de alcanzar y muy
peligrosa de conservar; porque all� la humildad peligra entre las honras; la
paciencia, entre las injurias; la abstinencia, entre los manjares; la castidad,
entre las damas; la quietud, entre los negocios; la caridad, entre los enemistados;
la paz, entre los �mulos; la solicitud, entre los vagabundos; el silencio, entre
los chocarreros, y aun el seso, entre los locos. En la corte ninguno bive contento
y no ay quien no diga que est� agraviado; porque se quexa del rey que no le haze
mercedes, del privado que no le es amigo, del �mulo que se lo estorba, del pariente
que no le ayuda, del amigo que no le habla, del presidente que no le
despacha, del aposentador que no le aposenta, del portero que no le abre, del
contador que no le libra, del tesorero que no le paga, del alguacil porque le
desarma, del trapero porque no le espera, del banquero porque le executa, y aun del
truh�n si le dijo alguna malicia. En la corte si leen una carta que da plazer, se
resciben otras veynte que dan pesar. Y porque no paresca hablar de gracia, hallar�
cada uno por verdad que, si la carta habla de la muger, es que se tarda mucho; si
de las hijas, quieren que las case; si de los hijos, que son traviesos; si de los
amigos, que los olvida; si de los parientes, que los socorra; si de los vasallos,
que le ponen pleyto; si de los renteros, que no le pagan; si de los caseros, que se
caen las casas; si del mayordomo, que no ha cobrado; si del procurador, que le
emb�e dinero; si de su amigo, que es un desconoscido, y si es del trapero, que es
llegado el plazo. Bien creo yo que ay muchos en la corte que si dieron de porte un
real al correo, le dieran cuatro por no las aver rescebido. En la corte muchas
cosas haze un cortesano por necesidad que no las har�a en su tierra de voluntad.
Que sea esto verdad paresce claro en que come con quien no le ama, habla a quien no
conosce, sirve a quien no se lo agradesce, sigue a quien no le honra, deffiende a
quien no le ayuda, empresta a quien no le paga, comunica con quien no le es grato,
disimula con quien le injuria, honra a quien le infama y aun f�ase de quien le
enga�a. En la corte a ninguno le combiene vivir con esperanza que otros le han de
ayudar. �Oh triste del cortesano, el qual si viene a pobreza, ninguno le socorre;
si cae enfermo, nadie le visita; si all� se muere, todos le olvidan; si anda
pensativo, nadie le consuela; si es virtuoso, pocos le alaban; si es travieso,
todos le acusan; si es descuydado, nadie le avisa; si es rico, todos le piden; si
est� empe�ado, nadie le empresta; si est� preso, nadie le f�a, y aun si no es algo
privado no tiene ning�n amigo! En la corte no ay cosa m�s rara de hallar y m�s cara
de comprar que es la verdad. En las cortes de los Pr�ncipes y en las casas de los
grandes Se�ores, de tres g�neros de gentes ay mucha abundancia, es a saber, quien
se atreva a murmurar, quien sepa lisongear, y quien ose mentir; al Pr�ncipe
eng��anle los lisongeros; a los privados, los negociantes; a los se�ores, los
mayordomos; a los ricos, los truhanes; a los mozos, las mugeres; a los viejos, la
codicia; a los perlados, los parientes; a los cl�rigos, la avaricia; a los frailes,
la libertad; a los presumptuosos, la ambici�n; a los maliciosos, la pasi�n; a los
agudos, la affecci�n; a los prudentes, la confianza; a los locos, la sospecha, y
aun a todos juntos, la fortuna. En la corte es a do los hombres m�s tiempo pierden
y que menos bien le emplean. Desde que un cortesano se levanta hasta que se
acuesta, no ocupa en otra cosa el tiempo sino en ir a palacio, preguntar nuevas,
ruar calles, escrevir cartas, hablar en guerras, relatar parcialidades, visitar a
los privados, banquetear en huertas, halagar a los porteros, mudar amistades,
remudar mesas, hablar con alcahuetas, requestar damas y aun preguntar por hermosas.
En la corte m�s que en otra parte son todas las cosas pesadas y tard�as. �Oh triste
del cortesano el qual se levanta tarde, va a palacio tarde, viene de all� tarde,
negocia tarde, oye misa tarde, come tarde, despacha tarde, visita tarde, le oyen
tarde, se confiesa tarde, reza tarde, se retrae tarde, se enmienda tarde, le
conoscen tarde y aun medra tarde! En la corte son infinitos los que se pierden y
muy poquitos los que medran. No podemos negar sino que all� se mueren los privados,
all� se mudan los estados, all� caen los favorescidos, all� se enzarzan las biudas,
all� se infaman las casadas, all� se sueltan las donzellas, all� se mohecen los
ingenios, all� se acobardan los esforzados, all� se derraman los religiosos, all�
se niegan los perlados, all� se olvidan los doctos, all� desatinan los cuerdos,
all� se envejecen los mozos y aun all� se tornan locos los viejos. En la corte es
llegada a tanto la locura, que no llaman buen cortesano sino al que est� muy
adeudado. �Qu� l�stima es de ver a un cortesano, el qual deve al trapero el pa�o
para los mozos; al joyero, la seda de la librea; al sastre, la hechura que no le
pag�; a la dama, el raso que le mand�; a la amiga, la holanda que le prometi�; al
juez, las costas del proceso; al platero, la hechura de la medalla; a los mozos, la
soldada del mes; a los hu�spedes, el alquiler de las camas; al correo, el porte de
las cartas; al corredor, la venta del cavallo; a los porteros, el aguinaldo de la
Pascua; y aun a la lavandera, el lavar de la ropa! Cap�tulo diez. Que en las Cortes
de los Pr�ncipes ninguno puede vivir sin afeccionarse a unos y apasionarse con
otros En la corte muchas cosas se compran las quales son para servir y no para
fuera de all� las llevar. Paresce esto ser verdad en que, llegando a la corte, ha
de buscar ropa para la gente, pesebres para las bestias, tablas para las camas,
mesas para aparadores, ollas para la cozina, c�ntaros para agua, espuertas para la
despensa, encerados para las ventanas, platos para la mesa, esteras para el suelo,
puertas para las c�maras, cerraduras para las arcas, jarras para bever y aun
escobas para barrer. En la corte muchas cosas haze un cortesano m�s porque las
hazen los otros que no porque las querr�a �l hacer. �Oh pobre del cortesano, el
qual banquetea por no ser hip�crita, juega por no ser mezquino, murmura por no ser
extremado, sirve a las damas por no ser fr�o, acompa�a a otros por no ser
solitario, da a truhanes porque no digan mal d�l, contenta a las enamoradas porque
no le descubran, y aun anda enmascarado por no ser singular! En la corte es
necesario al que en ella morare que, como ella est� llena de pasiones y bandos, �l
se afeccione a unos y se apasione con otros, �l siga a los amigos y persiga a los
enemigos, �l alabe a los suyos y meta hierro contra los extra�os, �l avise a los
que quiere bien y esp�e a los que desea mal, �l gaste con los de su bando la
hazienda y emplee contra los contrarios la vida, �l loe los de su parcialidad y
oscurezca a los que quiere mal. Y todo esto ha de hacer por quien se lo tern� en
poco y se lo agradescer� mucho menos. En la corte s�frese tener un amo, mas junto
con esto ha de seguir a muchos se�ores. �Oh desventurado del cortesano el qual
antes que comience a medrar ha de servir al Pr�ncipe, seguir a los privados,
cohechar a los porteros, dar a los truhanes, quitar a todos la gorra, hacer a quien
no lo meresce reverencia, dezir al official �vuestra merced�, aguardar que
despierte el secretario, llamar a quien no llaman Se�or�a, alzar al del consejo el
antepuerta, dar al que trata en palacio la silla, dejar al privado la cabecera de
mesa; finalmente deve en la corte hacerse a las condiciones de todos y aun fingir
parentesco con algunos privados. En la corte, si es trabajo el residir, es
insuffrible el negociar. �Oh que l�stima es ver a un pobre negociante, en especial
si es un poco biso�o, el qual con el rey ha muy tarde audiencia, en casa del
privado le cierran la puerta, en el consejo dilatan su justicia, los contadores
nunca le libran, el arrendador no acepta su libranza, el pagador nunca viene, su
memorial nunca se vee, si se vee alg�n s�bado dicen que no ay lugar, si pide
mercedes rem�tenle a consulta, si busca su provisi�n dicen que no ha firmado el
rey, si firma el rey no la halla refrendada, si la va a refrendar rem�tenle al
sello, despachada del sello ha de ir al registro, de manera que la rescata a
trabajos y la compra por dineros! En la corte, aunque no tenga uno enemigos, le
desasosiegan los suyos propios. A las vezes quiere uno estarse en su casa y su
muger le mata porque no va a visitar, los cu�ados porque no pide algo para ellos,
los amigos que se vaya a pasear, los parientes que se d� al valer, los tahures que
se retraigan a jugar, los golosos que se vaya a una huerta, y aun los livianos que
vaya a ver una hermosa. En la corte los que una vez se avezan a andar en ella son
naturalmente enemigos de reposo y amigos de novedades. �Oh con qu�nto desasosiego
bive un cortesano, el qual, a manera de gitano, querr�a cada mes mudar lugar, tomar
posada, conoscer amigos, cortar ropas, renovar hu�spedes, rescebir criados, andar
por ventas, llegarse a parcialidades, conoscer nuevas conversaciones, sacar nuevas
libreas, ver diversas tierras, emprender nuevos negocios y aun topar con nuevos
amores! He aqu�, pues, los trabajos del cortesano; he aqu� la vida del aldeano, la
qual ser� de muchos le�da, y de muchos aprovada y de pocos escogida, porque las
escrituras todos las leen, mas las costumbres ninguno las muda. Sea, pues, la
conclusi�n de todo nuestro intento, que las cortes de los Pr�ncipes solamente son
para dos g�neros de gentes, es a saber, para privados que las disfrutan o para los
mozos que no las sienten. Los que son privados y tienen mano en los negocios, con
verse tan ricos, tan acompa�ados, tan temidos y servidos, no es mucho que no
sientan los trabajos cortesanos, pues apenas se acuerdan de qui�nes son ellos
mismos. El mucho tener, el mucho valer y el mucho poder haze a los hombres no se
conoscer. Los que tienen mucho y pueden mucho no es de maravillar que presuman
mucho; mas �ay dolor!, que ay algunos officiales en las cortes de los Pr�ncipes que
tienen un gir�n de privanza y por otra parte les arrastra por el suelo la locura. A
la hora que uno entra en casa del privado, acompa�a al privado, habla al privado y
tiene mano con el privado, a la hora se sue�a �l ser privado y aun se entona como
privado. Gran bien hazen los Pr�ncipes en no revelar sus secretos sino a pocos y no
se mostrar familiares sino a pocos, porque de otra manera avr�a muchos que mandasen
y muy pocos que se quexasen. Para m� por cre�do tengo que los familiares y muy
allegados de los reyes ni
sienten los trabajos ni aun se gozan de la privanza; porque est�n sus casas tan
llenas de mentiras, sus lenguas tan ocupadas en respuestas y sus corazones tan
cargados de cuydados, que a la hora que son privados los vemos andar at�nitos.
Tienen tantos con quien cumplir, tantos a quien dar, tantos por quien hacer y aun
tantos a quien satisfazer, que sin comparaci�n los vemos muchas m�s vezes quejarse
que regalarse. Manden los que mandan quanto quisieren y priven los que privan
quanto mandaren, que al fin ni el vino que hierve se puede bever, ni la hazienda
sin reposo se puede gozar. Los familiares y favorescidos en las cortes temen de
condenarse por pecadores y temen de caer por ser privados; por manera que desde el
punto que comenzaron a ser privados andan siempre asombrados. Si los privados no
sienten los trabajos, mucho menos los sienten los que son mancebos; porque los
mozos, como andan embobescidos en los vicios, ni el disfavor les da pena ni aun
sienten qu� cosa es honra. D�xenle a un mancebo en la corte acostarse a la una,
levantarse a las onze, re�r con las damas, comer en mesas diversas, jugar las
fiestas, ruar las tardes, enmascararse las noches y hablar con alcahuetas, que en
lo dem�s no se le da un maraved� porque el reyno se revuelva ni se vaya a perder la
rep�blica. Cap�tulo once. Que en las Cortes de los Pr�ncipes son tenidos en mucho
los cortesanos recogidos y muy notados los disolutos No deve el cortesano
acompa�arse por la corte ni llegarse en palacio a hombres vanos ni livianos, porque
en la casa de los Pr�ncipes y grandes se�ores qual fuere la compa��a con que cada
uno anda, en tal reputaci�n tern�n a su persona. De la mala compa��a no se puede
apegar al cortesano sino ser notado de liviano o avezarse a ser vicioso, porque por
hombre de bien que sea, o ha de imitar lo que hazen o disimular lo que vee. No deve
el cortesano cometer el pecado con pensar que del rey no ser� sabido, porque en las
cortes de los Pr�ncipes, como ay ingenios tan delicados y hombres tan malignos, no
s�lo parlan en palacio lo que hazemos, m�s aun adevinan lo que pensamos. Sea
grande, sea peque�o, sea cl�rigo, sea fraile, sea privado o sea abatido, que no ay
hombre en la corte que no le miren do entra, no le aguarden de do sale, no le
acechen por do va, no le noten con qui�n trata, no esp�en a qui�n busca, no noten
de qui�n se f�a, no miren a qui�n sirve y no sepan con qui�n se huelga. Creedme,
se�or cortesano, y no dud�is que si mucho tiempo and�is en la corte, que poder
podr�n los tejados y cortinas a vuestra persona cubrir, mas no a vuestros vicios
encubrir. Mucho es de notar y mucho m�s es de llorar, que en la corte y fuera de la
corte hazen ya todos los mortales las casas muy altas y los aposentos muy
apartados, no tanto para seguramente vivir, como para m�s secretamente pecar. No
deve el cortesano alterarse ni escandalizarse si no puede hablar al rey, si le neg�
la audiencia el privado, si no proveyeron a su memorial, si no respondieron a su
petici�n, si no le pagan su tercio, si le motej� alguno en palacio o se atraves�
alguno con su amigo; porque el cortesano que quiere la corte seguir y piensa en
ella medrar, ni ha de tener lengua para responder ni aun manos para se vengar.
Quando uno va a la corte, prov�ese de dineros, de cavallos, de ropas, de le�a, de
cebada, de posada y aun a las vezes de amiga, y ninguno se provee de paciencia,
como no sea verdad que todas estas otras cosas las halla a comprar y la paciencia a
cada paso se la hazen perder. El que en la corte no anda armado y aun aforrado de
paciencia m�s le valiera no salir de su tierra, porque si el tal es brioso,
sacudido o mal suffrido, andarse ha por la corte corrido y bolverse a su casa
affrentado. Las zozobras, affrentas y sobresaltos que todos padescemos, en ninguna
parte nos faltan, mas a los que moran en la corte siempre les sobran; porque no ay
d�a ni hora en esta m�sera vida, en la qual no haga alguna mudanza fortuna. No
desmaye ni se escandalice el cortesano que esto oyere o leyere, pues la fortuna
sobre ninguno tiene se�or�o, sino sobre el que ella toma descuydado, porque muchas
m�s son las cosas que nos espantan, que no las que nos da�an. No deve el cortesano
condescender a lo que la sensualidad le pide, sino a lo que la raz�n le persuade;
porque la sensualidad quiere m�s de lo que alcanzamos y la raz�n cont�ntase aun con
menos de lo que tenemos. Como en las cortes de los Pr�ncipes ay tantas mesas a do
comer, tantos tahures a do jugar, tantos vagamundos con quien ruar, tantos malsines
con quien murmurar, tantos perdidos con quien andar y aun tantas damas que
requestar, son muy loados los recogidos y muy notados los disolutos. No es otra
cosa el bueno en la corte sino un n�cleo entre la c�scara, una m�dula entre el
hueso, una brasa so la ceniza, un razimo entre el orujo, una perla entre las
conchas y una rosa entre las espinas. Ni porque en la corte de los Pr�ncipes aya
aparejo para todos los vicios no se sigue que han de ser all� todos viciosos,
porque en la corte m�s que en otra parte es el virtuoso m�s estimado y el vicioso
m�s pregonado. No se f�e ni se conf�e el cortesano en pensar que puede mentir, pues
otros mienten; puede trafagar, pues otros trafagan; puede jugar, pues otros juegan;
puede adulterar, pues otros adulteran, y puede malsinar, pues otros malsinan;
porque en la corte como son todos astutos y resabidos, saben los vicios disimular,
mas no los saben callar. No dejamos de confesar que en las cortes y casas de los
se�ores muchos hombres mentirosos, trafagones, reboltosos, codiciosos y viciosos
han subido a tener mucho y poder mucho, a los quales m�s se ha de tener mancilla
que no embidia; porque si atinaron a subir, es imposible que all� se puedan mucho
tiempo sustentar. �Oh qu�ntos buenos ay en las cortes de los Pr�ncipes, pobres,
desfavorescidos, arrinconados, abatidos y olvidados, y, aunque no por cierto,
deshonrados; porque en m�s estima se ha de tener el que meresce la honra y no la
tiene que el que la tiene y no la meresce! Aviso y torno a avisar que nadie desmaye
ni deje de ser en la corte bueno y virtuoso, aunque vea a su �mulo rico y
prosperado; porque ya puede ser que, quando no se catare y menos pensare, al otro
arme fortuna la zancadilla para caer y a �l d� la mano para subir. No deve el
cortesano f�cilmente rescebir servicios ni aun f�cilmente hacer mercedes; porque
dar a quien no lo meresce es liviandad, y rescebir de quien no deve es poquedad. El
que quiere hacer merced de alguna cosa ha de mirar y tantear lo que da, porque es
muy gran locura dar uno lo que no puede dar o dar lo que ha menester. Es tambi�n
necesario que conozca y aun reconozca a la persona a quien lo da, porque dar a
quien no lo meresce es muy gran affrenta y quitarlo al que lo meresce es gran
conciencia. Es tambi�n necesario que mire mucho en el tiempo que lo da, porque el
bien que se haze al amigo no abasta que se funde sobre raz�n, sino que se haga en
el tiempo y saz�n. Es tambi�n necesario mire mucho el fin por que lo da; porque si
da a persona desacreditada o que en su vivir no es muy honesta disminuir� mucho de
su hazienda y mucho m�s de su honra. Uno de las grandes des�rdenes que ay en las
cortes de los Pr�ncipes es que m�s dan al chocarrero porque dijo una gracia, al
truh�n porque dijo a la gala, a la gala, al bien hablante porque dice una lisonja,
a una cortesana porque da un favor y a un correo que trae una nueva, que a un
criado que sirve toda su vida. No condeno sino antes lo alabo, que los se�ores
partan con todos, socorran a todos y den a todos, pues tienen para todos; mas
tambi�n es justo que entre estos todos tambi�n entren sus criados, porque los
Pr�ncipes y grandes se�ores son servidos, mas no son amados por los salarios que
dan, sino por las mercedes que hazen; quando los se�ores dan a los extra�os y no
dan a los suyos, t�ngase por dicho que no s�lo murmurar�n de lo que les vieren dar,
m�s a�n los acusar�n de lo que les vieren hacer; porque no ay en el mundo tan cruel
enemigo como es el criado que anda descontento. Si el que haze las mercedes es
necesario que sea cuerdo, el que las rescibe tambi�n es menester que no sea bovo;
porque nunca se paga la liberalidad, si no es a trueque de la libertad. En el
rescebir de las mercedes m�s consideraci�n se ha de tener al que lo da que no a lo
que se da; porque ya podr�a ser tal y de tal calidad el que lo diese que fuese
grande infamia tomarlo y mucha honra dejarlo. El d�a que un cortesano rescibe de
otro cortesano una ropa o una joya o se asienta a su mesa, desde aquel d�a queda
obligado a seguir su parcialidad, responder a su causa, acompa�ar a su persona y
aun tornar por su honra. Ser�a yo de parescer que, pues ya se determina de entrar
por puertas agenas, sea de tal manera, que ni el otro le sea ingrato, ni �l por
seguirle ande corrido. Verg�enza he de dezirlo, mas no lo dejar� de dezir y es, que
muchos hijos de buenos que andan en la corte, con poca verg�enza y menos crianza se
van a entrar a comer, a jugar, y aun a murmurar en las casas do nunca sus padres
entraron y con quienes nunca sus pasados se compadescieron, en lo qual offenden a
los muertos y escandalizan a los bivos. Si ellos lo hiziesen con intenci�n de
atajar enojos o presciarse de cristianos, no era cosa de reprehender sino de
infinito loar; mas h�zenlo ellos porque les dan un sayo de seda, o una buena
comida, o un cavallo para la justa, o una joya para su amiga; de manera que como
mozos y muy mozos abaten la autoridad de su casa por intereses de una miseria. Ay
otros mancebos en la corte que, si no son de tan alta estofa, son a lo menos de
buena parentela, los quales tienen por officio de ruar todo el d�a las calles, irse
por las iglesias, entrar en los palacios, hablar con correos, visitar los prados y
hablar con los extranjeros, y esto no para m�s de irse a la hora del comer y cenar
a las mesas de los se�ores a contar
las nuevas y dezir chocarrer�as; y si de la corte no tienen qu� dezir, a ellos
nunca les falta en qu� mentir. Ay otro g�nero de mancebos, y aun de hombres
barbados, los quales ni tienen en la corte amo, ni llevan de palacio salario, sino
que en viniendo all� alg�n extranjero, luego se le arriman como clavo al callo
diciendo que le quieren acompa�ar a palacio, mostrar el pueblo, darle a conoscer
los se�ores, avisarle de las cosas de corte y llevarle por la calle de las damas, y
como el que viene es un poco biso�o y el su adalid le trae abobado, al mejor tiempo
le saca un d�a la seda, otro d�a la ropa, otro d�a la libranza, otro d�a la mula y
aun otro d�a le ayuda a desembarazar la bolsa. Ay otro g�nero de hombres o, por
mejor dezir, de vagamundos en la corte, los quales negocian con grande autoridad y
no poca sagacidad en que �stos, despu�s que han a un se�or visitado y algunas vezes
acompa�ado, emb�anle un paje con un memorial, diciendo que �l es un pobre hidalgo,
pariente de uno del consejo, en fortuna muy desdichado, que se ha visto en honra y
que anda procurando un officio y suplica a su se�or�a le emb�e alguna ayuda de
costa. No son pocos los que biven en la corte desta manera de chocarrer�a; ni aun
biven con tanta pobreza que no sustentan un paje, dos mozos, un cavallo, una mula y
aun una amiga, los quales tienen hecho memorial de las mesas a do han de ir a comer
por orden cada d�a y de los se�ores que han de pedir cada mes. Ay otra manera de
chocarreros en la corte los quales, despu�s que los han olido en los palacios, se
van por los monesterios diciendo que son unos pobres pleyteantes extranjeros, y que
por no lo hurtar, lo quieren m�s all� pedir, y desta manera enga�an a los porteros
para que los den de comer, a los predicadores que los encomienden a sus devotos y a
los confesores que los socorran con alguna restituci�n; por manera que comen lo de
los pobres en los monesterios y lo de los bovos en los palacios. Ay otra manera de
vagamundos y perdidos en la corte, los quales no tratan en palacios, ni andan por
monesterios, sino por plazas, despensas, mesones y bodegones, y danse a acompa�ar
al mayordomo, servir al botiller, ayudar al despensero, aplazer al repostero y
contentar al cozinero; de lo qual se les sigue que de los derechos del uno, de la
raci�n del otro, de los relieves de la mesa y aun de lo que se pone en el aparador,
siempre tienen qu� comer y aun llevan so el sobaco qu� cenar. Ay otro g�nero de
perdidos en la corte, los quales de quatro en quatro o de tres en tres andan
hermanados, acompa�ados o engavillados, y la orden que tienen para se mantener es,
que entre d�a se derraman por los palacios, por los mesones, por las tiendas y aun
por las iglesias; y si por malos de sus pecados se descuyda alguno de la capa o de
la gorra o de la espada y aun de la bolsa que trae en la faltriquera, en haziendo
as�, ni hallar� lo que perdi�, ni topar� con quien lo llev�. Ay otros g�neros de
perdidos en la corte, los quales ni tienen amo ni salario, ni saben officio, sino
que est�n allegados, por mejor dezir, arrufianados con una cortesana, la qual,
porque le procura una posada y la acompa�a quando la corte se muda, le da ella a �l
quanto gana de d�a labrando y de noche pecando. Ay otro g�nero de hombres perdidos
en la corte que son los tahures, los quales mantienen sus cavallos y criados y
atav�os de s�lo jugar, trafagar y enga�ar a muchos bovos con dados falsos, con
naypes se�alados, con compa�eros sospechosos y aun con partidos nescios; por manera
que muchos pierden con ellos sus haziendas y ellos pierden sus �nimas con todos. Ay
otro g�nero de gente perdida en la corte, no de hombres sino de mugeres, las quales
como pas� ya su agosto y vendimias, y est�n ellas de muy a�ejas acedas, sirven de
ser coberteras y capas de pecadores, es a saber, que enga�an a las sobrinas,
sobornan a las nueras, persuaden a las vezinas, importunan a las cu�adas, venden a
las hijas y si no, cr�an a sus prop�sitos algunas mozuelas; de lo qual suele
resultar lo que no sin l�grimas oso dezir, y es, que a las vezes ay en sus casas
m�s barato de mozas que en la plaza de lampreas. He aqu�, pues, las compa��as de la
corte, he aqu� los santuarios de la corte, he aqu� las religiones de la corte, he
aqu� los cofrades de la corte, y he aqu� en quanta aventura y desventura bive el
que bive en la corte; porque en realidad de verdad el triste del cortesano que no
se da a negocios no puede all� medrar; y si se da a ellos no escapa de pecar, por
manera que a costa del alma ha de mejorar su hazienda. Sea, pues, la conclusi�n,
que vaya quien quisiere a la corte, resida quien quisiere en la corte, y triunfe
quien quisiere de la corte, que yo para m�, acord�ndome que soy cristiano y que
tengo de dar cuenta del tiempo perdido, m�s quiero fuera de la corte arar y
salvarme que en la corte medrar y condenarme. No niego que en las cortes de los
Pr�ncipes no se salvan muchos ni niego que fuera dellas no se condenan muchos; mas
para m� tengo cre�do que, como all� est�n tan a mano los vicios, que andan all� muy
grandes viciosos. Cap�tulo doce. Que en las Cortes de los Pr�ncipes todos dicen
�haremos� y ninguno dice �hagamos� Byas el fil�sofo, var�n que fue muy nombrado
entre los griegos, muchas vezes dez�a a la mesa del magno Alexandro: �Quilibet in
suo proprio negotio haebetior est quam in alieno�. Como si m�s claramente dijese:
�Naturalmente es el hombre agudo en dar parescer a otros y boto e inh�bil en lo que
le toca a �l�. Grave por cierto sentencia es �sta, digna del que la dijo y muy
digna de quien se dijo; porque si ay mil que aciertan en cosas agenas, ay diez mil
que yerran en sus cosas propias. Ay hombres en este mundo que para dar un sano
consejo y para ordenar un remedio de presto, tienen paresceres heroicos e ingenios
muy delicados, los quales, sacados de negocios agenos y tra�dos a negocios suyos,
es l�stima ver lo que dicen y es verg�enza lo que hazen; porque ni tienen cordura
para governar sus casas, ni aun prudencia para encubrir sus miserias. Cayo C�sar,
Octavio Augusto, Marco Antonio, Septimio Severo y el buen Marco Aurelio, todos
estos y otros infinitos con ellos fueron Pr�ncipes muy ilustres, as� en las haza�as
que hizieron como en las rep�blicas que governaron; mas junto con esto fueron tan
desdichados en la polic�a de sus casas y en la pudicia de sus mugeres e hijas, que
bivieron muy lastimados y murieron muy infamados. Ay hombres en esta vida muy
h�biles para mandar y muy inh�biles para ser mandados, y por el contrario, ay otros
que son buenos para ser mandados y no valen cosa para mandar. Quiero por esto dezir
que ay personas las quales tienen don de Dios para governar una rep�blica, y por
otra parte si pesquisan la manera que tienen en su casa y familia, hallar�n que es
una p�rdida y que como a hombres incapaces les av�an de dar tutores. Plutarco dice
que el muy famoso capit�n Nicias nunca err� cosa que hiziese por consejo ageno ni
acert� cosa que emprendiese por su parescer propio. Si a Byarcas el fil�sofo
creemos, muy mayor da�o se le sigue a un hombre valeroso enamorarse de su propio
parescer que no de una muger; porque el enamorado no puede errar m�s de para sola
su persona, mas el porfiado yerra en da�o de toda la rep�blica. Todo lo sobredicho
dezimos para amonestar y persuadir a los cortesanos que biven en la corte, que
siempre hablen, traten y conversen all� con personas graves, doctas y
experimentadas; porque la gravedad amuestra a vivir, la ciencia de lo que se han de
guardar y la experiencia de lo que han de hacer. Por sabio, agudo, experto, rico y
privado que sea uno en la corte, tiene necesidad de padre que le aconseje, de
hermano que le encamine, de adalid que le gu�e, de amigo que le avise, de maestro
que le ense�e y aun de preceptor que le castigue; porque son tantas las barbullas,
tr�fagos y mentiras de la corte que es imposible poderlas un hombre solo entender,
quanto m�s resistir y remediar. En las cortes de los Pr�ncipes no ay camino m�s
derecho para un hombre se perder que es por su solo parescer quererse governar;
porque la corte es un sue�o que echa modorra, es un pi�lago que no tiene suelo, es
una sombra que no tiene tomo, es una fantasma que est� encantada y aun es un
labirinto que no tiene salida, porque todos los que all� entran, o quedan all�
perdidos o salen de all� asombrados. La cosa m�s necesaria de que el cortesano
tiene necesidad, es tener en la corte un fiel y verdadero amigo, no para que le
lisongee, sino para que le reprenda, es a saber, si se recoge tarde, si va tarde a
palacio, si anda limpio, si es bien criado, si es boquirroto, si es disoluto, si es
mentiroso, si es tah�r, si es goloso o si es deshonesto enamorado; porque por
qualquiera destos vicios anda en la corte no s�lo affrentado m�s a�n infamado. �Oh
qu�n contrario es lo que escrive mi pluma a lo que en la corte pasa!; porque no
vemos otra cosa sino que se juntan dos o tres o quatro livianos, los quales hazen
sus monipodios, sus confederaciones y juramentos de comer juntos, de andar juntos,
posar juntos, hurtar juntos y aun se acuchillar juntos; por manera que sus
amistades no son para se corregir sino para se encubrir. Deve, pues, el cortesano
tener en la corte algunos amigos cuerdos, entre los quales ha de eligir uno que sea
el m�s cuerdo y virtuoso, con el qual ha de tener tan estrecha amistad que pueda
sin recelo descubrirle todo su coraz�n y que el otro sin ning�n temor le ponga en
raz�n, por manera que tenga a los otros amigos para conversar y a aquel s�lo para
descansar. A los hombres que son bulliciosos, entremetidos, apasionados,
bandoleros, vagamundos y noveleros, gu�rdese el cortesano de tomarlos por amigos,
porque los tales no vienen a dezir, sino que el rey no paga, el consejo se
descuyda, los privados triunfan, los officiales roban, los alguaciles cohechan, el
reyno se pierde, los servicios no se agradescen ni que los buenos
se conoscen. Con estas y con otras semejantes cosas, hazen al pobre cortesano que
desmaye en el servir y crezca en el murmurar. No deve el cortesano dejar de
enmendar la vida con esperanza que ha mucho de vivir, porque los viejos m�s se
ocupan en buscar nuevos regalos, que en llorar pecados antiguos. Muchos en la corte
dicen que se han de enmendar a la vejez, algunos de los quales mueren sin averse
jam�s enmendado; y todo el da�o desto consiste en que a todos oyo dezir �haremos� y
a ninguno veo dezir �hagamos�. Qu� cosa es oyr a un viejo en la corte los reyes que
ha alcanzado, los privados que se han perdido, los grandes que se han muerto, los
estados que se han acabado, los officiales que se han mudado, los infortunios que
ha visto, las guerras que han pasado, los �mulos que ha suffrido y aun los amores
que ha tenido; y con todo esto que ha visto, y mucho m�s que por �l ha pasado, tan
verde se est� en el pecar y tan codicioso de allegar, como si nunca uviese de morir
y comenzase entonces a servir. Que un hombre espenda en la corte su puericia, que
es hasta los quinze a�os, y su juventud, que es hasta los veynte y cinco, y su
virilidad, que es hasta los cuarenta, y su senectud, que es hasta los sesenta, no
es de maravillar, por entretener su casa y aumentar su honra; mas el viejo que est�
dende en adelante en la corte no sirve ya de m�s de para �l se infernar y dar a
todos que murmurar. No deve el cortesano quejarse de ninguna cosa hasta ver si
tiene raz�n o no de quejarse della; porque muchas vezes nos quexamos de algunas
cosas en esta vida, las quales se quejar�an de nosotros si ellas tuviesen lengua. A
la hora que el cortesano se vee en el valer baxo, en el tener pobre, en el favor
olvidado, en el coraz�n triste y en lo que negociara burlado, luego maldice su
ventura y se quexa de averle burlado fortuna; lo qual no es por cierto as�, porque
a todos los que fortuna acocea y tropella, no es porque ella a sus casas los fue a
llamar, sino porque ellos a la corte la fueron a buscar. En entrando uno en la
corte piensa ser uno de los m�s honrados, uno de los m�s ricos, uno de los m�s
estimados y aun uno de los m�s privados, y como despu�s se vee pobre, abatido,
olvidado y desfavorecido, dice que es un desdichado y que est� perdido el mundo,
como sea verdad que la culpa no la tiene el mundo, sino �l, que es muy gran loco.
Digo y torno a dezir que no est� su da�o en ser �l desdichado, ni en estar perdido
el mundo sino en ser �l muy notable loco, pues quiso dejar el reposo de su casa
para fiarse de los sobresaltos y vayvenes que da fortuna. El hombre que bive en la
corte no tiene licencia de quejarse de la corte; porque, si t� te veniste, �de
qui�n te quexas?; si otro te truxo, qu�xate d�l; si quieres perseverar, disimula;
si quieres medrar, esfu�rzate; si te agrada, calla; y si no te hallas, vete; porque
el gran descontento que trae no consiste en la corte do bives sino en el coraz�n
ambicioso que tienes. No ay en el mundo igual inocencia con pensar uno que en la
corte, y no en otra parte, est� el contentamiento, como sea verdad que all� anden
todos alterados, aborridos, gastados, despechados y aun affrentados; porque de doze
horas que ay en el d�a, si por caso r�e con los amigos las dos, sospira a solas las
diez. Teneos por dicho, se�or cortesano, que por m�s rico, favorido, estimado y
privado que se�is en la corte, que si os susceden dos cosas como quer�is, se han de
hacer diez al rev�s. Va uno a la corte, el qual tiene que negociar con el Rey, con
el privado, con el consejo, con contadores o con los alcaldes, y si despacha su
negocio, no pudo despachar el del hermano, el del cu�ado, el del suegro o el del
amigo; por manera que siente m�s affrenta por lo que le negaron que alegr�a por lo
que le dieron. La mayor se�al para ver que nadie bive en la corte contento es que
estando dentro de la corte y andando por la corte, y tratando negocios de corte, se
preguntan unos a otros qu� nuevas ay en la corte, de lo qual se arguye que el que
pregunta en la corte por nuevas desea ver all� novedades. Uno de los famosos
trabajos de la corte es que como all� ninguno bive contento con su fortuna, todos
desean ver mudanza en la fortuna, porque de aquella manera piensan los pobres
enriquescer y los ricos de m�s mandar. �Oh qu�ntos ay en las cortes de los
Pr�ncipes, los quales se est�n all� envejeciendo, deshaziendo, sospirando y
esperando qu�ndo m�s qu�ndo el rey le conoscer�, el privado se morir�, la fortuna
se mudar� y �l se mejorar�, y acont�scele despu�s al tal que al tiempo de embocar
la bola y echar el ancle en tierra le salte� la muerte, que no esperava, sin ver la
fortuna que deseava! �Oh qu�ntos ay tambi�n en las cortes de los Pr�ncipes, los
quales vieron morir a los que deseavan ver muertos, y como fueron tales sus hados a
que no s�lo no sucedieron en aquellos officios, sino que los dieron a otros sus
contrarios y que los tratan peor que los otros, lloran a los que murieron y lloran
a los que sucedieron! Cap�tulo trece. De qu�n poquitos son los buenos que ay en las
Cortes y en las grandes rep�blicas Plutarco, en el libro De exilio, cuenta del gran
Rey Tolomeo que, estando con �l comiendo siete embajadores de siete reynos en
Antioqu�a, se movi� pl�tica entre �l y ellos y ellos y �l sobre qu�l de sus
rep�blicas era la que ten�a mejores costumbres y se governava con mejores leyes.
Los embajadores que all� estavan eran de los romanos, de los cartaginenses, de los
s�culos, de los rodos, de los atenienses, de los lacedemones, y de los siciomios,
entre los quales fue la cuesti�n delante del Rey Tolomeo muy altercada, muy
disputada y aun muy porfiada, porque cada uno alegava su raz�n en deffensi�n de su
opini�n. El buen Rey Tolomeo, queriendo saber la verdad y con brevedad, mand� que
cada embajador diese por escrito tres condiciones, o tres costumbres, o tres leyes,
las mejores que uviese en su reyno, y por all� ver�an qu� tierra era la mejor
governada y que meresc�a ser m�s loada. El embajador de los romanos dijo: �En la
rep�blica romana son los templos muy acatados, los governadores muy obedescidos y
los malos muy castigados�. El embajador de los cartaginenses dijo: �En la rep�blica
de Cartago los nobles no dejan de pelear, los plebeyos no paran de trabajar y los
fil�sofos no dejan de doctrinar�. El embajador de los s�culos dijo: �En la
rep�blica de los s�culos h�cese justicia, tr�tase verdad y pr�scianse de igualdad�.
El embajador de los rodos dijo: �En la rep�blica de los rodos son los viejos muy
honestos, los mozos muy vergonzosos y las mugeres muy calladas�. El embajador de
los atenienses dijo: �En la rep�blica de Atenas no consienten que los ricos sean
parciales, ni los plebeyos est�n ociosos, ni los que goviernan sean nescios�. El
embajador de los lacedemonios dijo: �En la rep�blica de Lacedemonia no reyna
embidia porque son todos iguales, no reyna avaricia porque todo es com�n, no reyna
ociosidad porque todos trabajan�. El embajador de los siciomios dijo: �En la
rep�blica de los siciomios no admiten peregrinos que inventen cosas nuevas, ni
m�dicos que maten a los sanos, ni oradores que deffiendan los pleytos�. Como el rey
Tolomeo y los que con �l estavan oyeron las leyes y costumbres que aquellos
embajadores relataron aver en sus reynos y rep�blicas, todas las aprobaron y todas
las alabaron, jurando y perjurando que eran todas tan buenas que no osar�an
determinarse qu�les dellas eran mejores. Historia es �sta y antig�edad es �sta
digna por cierto de notar y mucho m�s de la imitar; aunque es verdad que si agora
se juntasen otros tantos embajadores como fueron aqu�llos y se pusiesen a disputar
y relatar las condiciones y costumbres de nuestras rep�blicas, soy cierto que ellos
hallar�an m�s vicios que reprehender que virtudes que loar. Antiguamente, como las
casas reales estavan tan corregidas, los Pr�ncipes eran tan justos, los mayores tan
comedidos, los que governavan tan sabios, castig�vanse mucho las culpas peque�as, y
con esto no osavan cometerse otras mayores; porque el bien del castigo es que, si
no lastima a m�s de uno, atemoriza tambi�n a muchos. No es as� en nuestras cortes y
rep�blicas, en las quales ay ya tanto n�mero de malos, se cometen tan atrozes
delitos, que lo que castigavan los antiguos por mortal, disimulan en este tiempo
por venial. En la corte, qualquiera que quiere ganar de comer a ser truh�n o loco o
chocarrero, no s�lo no es por ello reprehendido ni castigado, m�s a�n es de muchos
socorrido y de todos favorescido. En la corte, una donzella, o una biuda, o una
descasada, o una mal casada que quiera ser ramera o cantonera, no avr� uno que la
reprehenda de su mal vivir y avr� ciento que la vayan a requestar. En la corte,
quando quiere y con quien quiere se anda uno amancebado, sino es el que no tiene
edad para la gozar o hazienda para la sustentar. En la corte, si no trae uno armas
que le tomen, o no haze travesuras por que le prenden, o no tiene deudas por que le
emplazen, por malo, travieso, perdido y vagamundo que sea, no avr� hombre que le
pida cuenta de su vida ni aun le diga una mala palabra. En las cortes y grandes
rep�blicas es tan peque�o el n�mero de los buenos y es tan grande el n�mero de los
malos, que f�cilmente cabr�an los unos en media plana y no cabr�an los otros en un
rezma. Si en la corte comenz�semos a contar los buenos muy buenos, de que
lleg�semos a diez, pienso que parar�amos, y si cont�semos a los malos muy malos,
pienso que de ciento pasar�amos. El que en las rep�blicas de nuestros tiempos es
bueno, en m�s se ha de tener que a ning�n c�nsul romano; porque en los tiempos
pasados ten�ase a gran desdicha topar con un malo entre cien buenos, y agora es
gran dicha topar un bueno entre cien malos. Loa mucho la escritura divina a Abraham
porque fue bueno en Caldea, a Loth en Sodoma, a Jacob en Mesopotamia, a Moys�s en
Egipto, a Daniel en Babylonia, a Thob�as en N�nive, a Neem�as en Damasco.
Por esto que he dicho quiero dezir que en el calendario destos tan ilustres
varones deven ser registrados todos los cortesanos buenos, pues al bien no ay quien
los anime y del mal no ay quien los retraiga. Ay en las cortes de los Pr�ncipes
tantos vagamundos, furiosos, desalmados, blasfemos, tramposos y mentirosos, que no
nos escandalizamos ya de ver tantos malos sino que nos maravillamos topar con
algunos buenos. No tiene ya el mundo en sus rosales sino espinas, en sus �rboles
sino hojas, en sus vi�as sino rampojos, en sus bodegas sino hezes, en sus fraguas
sino cisco, en sus graneros sino paja y en sus tesoros sino escoria. �Oh siglos
dorados, oh siglos deseados, oh siglos pasados, la diferencia que de vosotros a
nosotros va es que antes de nosotros ven�ase el mundo perdiendo, mas agora en
nuestros tiempos est� ya del todo perdido! En ti, oh mundo, cada uno dice lo que
quiere, inventa lo que quiere, toma lo que quiere, emprende lo que quiere, haze lo
que quiere y, lo que es peor de todo, bive como quiere y se sale con lo que quiere.
Poco ay ya en ti, oh mundo, que conservar, poco que deffender, poco que gozar y muy
poquito que guardar, y por otra parte ay en ti mucho que desear, mucho que enmendar
y aun mucho que llorar. Gozaron nuestros pasados del siglo f�rreo y qued� para
nosotros m�seros el siglo l�teo, al qual justamente llamamos l�teo, pues nos tiene
a todos puestos del lodo. Cap�tulo catorce. De muchos trabajos que ay en las Cortes
de los reyes y que ay muchos aldeanos mejores que cortesanos El poeta Homero
escrivi� los trabajos de Ulyses el griego; Quinto Curcio los de Alexandro con
Dar�o; Mois�s, los de Jos� en Egipto; Samuel, los de David con Sa�l; Tito Livio,
los de Roma con Cartago; Tuc�dides, los de Jas�n con el Minutauro, y Crispo
Salustio, los de Sofonisa con Yugurta. Queriendo, pues, imitar a estos tan ilustres
varones, emprenderemos de escrevir los ingratos trabajos que pasan los cortesanos
en estos nuestros tiempos, los quales tienen paciencia para los suffrir y no
cordura para los dejar. No por descuydo llamamos a los cortesanos trabajos trabajos
ingratos, pues vemos a los m�s dellos tantas cosas padescer, sin ning�n fruto
dellas sacar; y lo que peor de todo es que est�n todos quedos quando los cargan y
tiran cozes si los descargan. No es peque�a empresa la que quiere tomar nuestra
pluma en dezir que el cortesano pasa mala vida, porque andar uno en la corte no se
tiene por errado, sino por bienaventurado. Piensa el cortesano que todos los que
biven fuera de la corte son nescios y �l sabio, son rudos y �l agudo, son apocados
y �l honrado, son torpes y �l polido, son cortos y �l bien hablado, son locos y �l
cuerdo. Nunca Dios tal quiera ni nunca Dios tal mande, que a ser verdad que en las
cortes de los Pr�ncipes resid�an todos los sabios y cuerdos, gran locura era no nos
tornar nosotros cortesanos, porque no ay a�os tan bien empleados como los que se
gozan con hombres discretos. �Oh qu�ntos discretos aran en los campos y qu�ntos
nescios andan en los palacios! �Oh qu�ntos hombres de juizios delicados y de sesos
reposados biven en las aldeas, y qu�ntos cortesanos rudos de ingenio y huecos de
seso residen en la corte! �Oh qu�ntos en las cortes de los Pr�ncipes tienen
officios muy preeminentes, a los quales en una aldea de cien vezinos no los
hizieran alcaldes! �Oh qu�ntos salen de las cortes hechos corregidores, a los
quales no hizieran los labradores aun regidores! �Oh qu�ntos se asientan en palacio
a dar consejo, los quales en el aldea no tern�an voto en Concejo! �Oh qu�ntas
buenas razones se dicen entre labradores dignas de notar y qu�ntas se dicen delante
de reyes dignas de mofar! �Oh qu�ntas personas inh�biles ay en las cortes mejoradas
y qu�ntas habilidades ay por las aldeas por no se emplear mohosas! �Oh qu�ntos en
las cortes de los Pr�ncipes valen y prevalescen no porque tienen habilidad, sino
porque les sobra autoridad, y qu�ntos y qu�ntos se quedan en las aldeas olvidados y
arrinconados, m�s por falta de autoridad que no por mengua de habilidad! Los
Pr�ncipes dan los favores, los privados los officios, naturaleza la buena sangre,
los padres el patrimonio, la honra el merescimiento y la fama la fortuna; mas el
ser sabio, cuerdo, agudo y reposado son habilidades que no pueden los Pr�ncipes
repartir, sino que s�lo Dios las ha de dar. Si en mano del Pr�ncipe estuviese el
repartir las habilidades como est� poder hacer otras mercedes, a buen seguro
podemos jurar que tomase para s� m�s seso, m�s cordura, m�s prudencia, m�s ciencia
y aun m�s paciencia; porque los Pr�ncipes, si se pierden, es por lo mucho que
tienen y por lo poco que saben. Mucho me cae a m� en gracia en que si uno ha estado
en la corte y agora bive en la villa o en el aldea, llama a todos patacos, mo�acos,
toscos, groseros y mal criados, motej�ndolos de muy desali�ados en el vestir y de
muy groseros en el hablar. Si por caso miramos lo que �l haze y la crianza que de
la corte trae, es acostarse a media noche, levantarse a las onze, vestirse muy
despacio, calzarse muy justo, atacarse muy estirado, peynarse a menudo el cabello,
traer de tema la gorra, hablar de la amiga que en la corte ten�a, asirse de la
barba quando habla, contar mil mentiras de la guerra, pedir prestados dineros al
cura, requebrarse con alguna casadilla y andarse con una varilla todo el d�a por el
aldea. No para a�n en esto su locura y liviandad, sino que estando los labradores
al sol el domingo, comi�nzales a contar de c�mo se hall� en la del Garillano con el
Gran Capit�n, en la de R�vena con don Rem�n, en la de Pav�a con el se�or Antonio,
en la de T�nez con C�sar y en la de Corr�n con el Pr�ncipe Doria; y si a mano
viene, en todos aquellos tiempos se estava �l en el Zocodover de Toledo o en el
Potro de C�rdova, no capit�n en la guerra, sino rufi�n en la ramer�a. Emos querido
dezir esto para avisar a los cortesanos a que no curen de mofar y motejar a los
aldeanos, dici�ndoles que son nescios y mal criados; porque si mi amo y se�or C�sar
mandase desterrar de la corte a todos los nescios, imagino que no quedase hecha
aldea aun de cien vezinos. Prosiguiendo, pues, nuestro intento, dezimos que muy
tarde conoscen los cortesanos la vida que pasan y la profesi�n que en la corte
hazen, porque su estado es muy costoso y su profesi�n de muy gran trabajo. Por la
profesi�n que hazen conoscemos la religi�n estrecha que tienen, pues prometen al
demonio de no le desagradar, a la corte de la contentar y al mundo de le seguir.
Prometen de andar siempre por la corte abovados, tontos, amodorriados, sospechosos
y aun pensativos. Prometen de siempre trafagar, negociar, importunar, pedir,
comprar, vender, trocar, llorar y pecar y aun nunca se enmendar. Prometen de andar
hambrientos, rotos, descalzos, apocados, abatidos, corridos, lastimados y aun
empe�ados. Prometen de suffrir desacatos de alguaciles, hurtos de vezinos,
descuydos de criados, rencillas de hu�spedes, lodos de las plazas, codazos de las
gentes, importunidades de parientes y aun nescedades de amigos. Prometen de
acompa�ar al presidente, visitar al privado, halagar al portero, servir al
contador, dar algo al pagador, hablar al alcalde, entretener al alguacil, sobornar
al secretario y aun untar las manos al que aposenta. Esta es, pues, la profesi�n
que los cortesanos hazen, esta es la regla que en su religi�n tienen, a la qual no
llamar� yo religi�n sino confusi�n, no orden sino desorden, no monesterio sino
infierno, no frailes sino orates, no regulares sino irregulares, no rezadores sino
murmuradores, no monjes del yermo sino hombres del mundo. El que en tal monesterio
como �ste quisiere tomar el h�bito, h�gale por cierto muy buen provecho; mas
h�goles saber que fui en �l muchos y muchos a�os fraile y nunca me falt� en �l qu�
llorar, ni aun de qu� me quejar. El or�culo de Apolo dijo a los embajadores del
pueblo romano que si quer�an que estuviese el pueblo bien regido que se conosciese
cada uno a s� mismo. Grave por cierto es esta sentencia y muy digna de encomendar a
la memoria; porque si cada uno conosciese lo que es y para qu�ndo es, reglar�an sus
deseos y tern�an la rienda a los apetitos. En todo su seso piensa un cortesano que
si dentro de un a�o que vino a la corte no tiene honras, favores y officios como
los otros ancianos, que no es por inhabilidad de su persona, sino porque le es muy
contraria fortuna. El que tales palabras dice y tales quexas toma, no lleva camino
de medrar, ni aun de perseverar, que la corte es como la palma, la qual primero
tiene so la tierra una vara de ra�z que muestra dos dedos de hoja. Quiero por lo
dicho dezir que en la corte muchas vezes hunden diez a�os de servicios antes que
venga un d�a de mercedes. Hablando con verdad y aun con libertad, en las cortes de
los Pr�ncipes, si son tres los que merescen m�s que tienen, son trezientos los que
tienen m�s que merescen. �Oh qu�n pocas vezes haze la fortuna con los m�seros
cortesanos, no lo que deve, sino lo que quiere! En la corte es vanidad y aun
superfluidad gastar el tiempo en inquirir lo que se haze y qui�n lo haze y por qu�
lo haze, pues es cosa muy averiguada que all� vale m�s una hora de fortuna que un
a�o de cordura. La vara con que mide la fortuna los m�ritos y dem�ritos de los
cortesanos es, no la raz�n, sino la opini�n. En la corte m�s que en otra parte arde
el agua sin fuego, corta el cuchillo sin azero, alumbra la candela sin llama y
muele el molino sin agua. Quiero por lo dicho dezir que en la corte muchas vezes
huye la fortuna de quien la busca y busca a quien della huye. Buscar nadie la
fortuna aprovecha poco y hallarla cuesta muy mucho. Si topa con alguno la fortuna,
no es su amistad segura, y si nunca topa con ella m�s le valiera no salir de su
casa. Si la fortuna sublima a algunos cortesanos no piensen que lo haze por
honrarlos, sino por de m�s alto despe�arlos. Si la fortuna disimula con ellos alg�n
tiempo, no es m�s de
por tomarlos de sobresalto. Ni se espante ni se asegure nadie de la fortuna porque
al cortesano que amaga es que le quiere sublimar, y al que m�s y m�s halaga es al
que quiere derrocar. No se f�e ni se conf�e nadie de lo que ha jurado y con �l
capitulado fortuna, porque es tan voluntariosa en lo que haze y tan absoluta en lo
que quiere que no guarda palabra que aya dado ni aun escritura que aya hecho.
Cap�tulo quince. Que entre los cortesanos no se guarda amistad ni lealtad y de qu�n
trabajosa es la corte Entre los famosos trabajos que en las cortes de los Pr�ncipes
se pasan, es que ninguno que all� reside puede vivir sin aborrescer o ser
aborrescido, perseguir o ser perseguido, tener embidia o ser embidiado, murmurar o
ser murmurado; porque all� a muchos quitan la gorra que les querr�an m�s quitar la
cabeza. �Oh qu�ntos ay en la corte que delante otros se r�en y apartados se
muerden! �Oh qu�ntos se hablan bien y se quieren mal! �Oh qu�ntos se hazen
reverencias y se dejarretan las famas! �Oh qu�ntos comen a una mesa que se tienen
mortal inimicicia! �Oh qu�ntos se pasean juntos, cuyos corazones est�n muy divisos!
�Oh qu�ntos se hazen offrescimientos que se querr�an comer a bocados! �Oh qu�ntos
se visitan por las casas que querr�an m�s honrarse en las obsequias! Finalmente
digo que muchos se dan el parabi�n de alguna buena fortuna que querr�an m�s darse
el p�same de alguna gran desgracia. No lo afirmo, mas sosp�cholo, que en las cortes
de los Pr�ncipes son pocos, y muy pocos, y aun muy poquitos, y muy repoquitos los
que se tienen entera amistad y se guardan fidelidad; porque all�, con tal que el
cortesano haga su facto, poco se le da perder o ganar al amigo. Bien confieso yo
que en la corte andan muchos hombres los quales comen juntos, duermen juntos,
tratan juntos y aun se llaman hermanos, cuya amistad no sirve de m�s de para ser
enemigos de otros y cometer los vicios juntos. �Qu� vida, qu� fortuna, qu� gusto ni
qu� descanso, puede tener uno en palacio, vi�ndose all� entre tantos vendido? Una
de las grandes felicidades desta vida es tener amigos con quien nos recrear y
carescer de enemigos de que nos guardar. No dejaremos de dezir que ay algunos
cortesanos tan obstinados en las competencias que toman y tan encarnizados en las
enemistades que tienen, que ni por ruegos que les hazen, ni por miedos que les
ponen se quieren apartar del mal prop�sito que tienen, por manera que huelgan de
meter en sus casas la guerra por echar de casa de otro la paz. Presupuesto que todo
lo que emos dicho es verdad, como lo es, muy poco ay de los amigos de la corte que
esperar y mucho menos que confiar; porque all�, como todos se dan al valer y al
tener, quanto m�s uno es privado, tanto le tienen por mayor enemigo. Son los
trabajos de las cortes tantos, que es de maravillar, y aun de espantar, c�mo tienen
fuerzas para soportarlos y coraz�n para disimularlos. �Oh si vi�semos el coraz�n de
un cortesano, c�mo ver�amos en �l qu�n vario es en lo que piensa, qu�n vano en lo
que espera, qu�n injusto por lo que pena, qu�n impaciente en lo que procura, qu�n
indeterminado en lo que desea y aun qu�n loco en lo que negocia! Si los
pensamientos que el cortesano tiene fuesen vientos y sus deseos fuesen aguas, mayor
peligro ser�a navegar por su coraz�n que por el golfo de Le�n. Todo esto no
obstante, no vemos cada d�a otra cosa sino que con la vida de la corte todos dicen
que est�n hartos, mas al fin a ningunos vemos ah�tos; porque, no contentos de roer
hasta los huesos, se relamen aun los dedos. Tiene la corte un no s� qu�, un no s�
d�nde, un no s� c�mo y un no te entiendo, que cada d�a haze que nos quexemos, que
nos alteremos, que nos despidamos, y por otra parte, no nos da licencia para irnos.
El yugo de la corte es muy duro, las coyundas con que se unze son muy recias y la
melena que se cubre es muy pesada, por manera que muchos de los que piensan en la
corte triunfar paran despu�s en arar y cavar. No por m�s suffren los cortesanos
tantos trabajos, sino por no estar en sus tierras sujetos a otros y por estar m�s
libertados para los vicios. �Oh qu�nto de su hazienda y aun qu�nto de su honra le
cuesta a un cortesano aquella infelice libertad! Porque muy mayor es la sujeci�n
que tiene a los cuydados que la libertad que tiene para los vicios. Propiedad es de
vicios que por muy sabrosos que sean, al fin empalagan, mas los cuydados de la
honra siempre atormentan. Muy pocos son los vicios en que pueden tomar gusto los
hombres viciosos, mayormente los cortesanos; porque si es con mugeres, hanlas de
servir, rogar, requestar y aun alcahuetear; y a las vezes, de que se les agota la
moneda, dan al demonio la mercader�a. Como viene uno de nuevo a la corte, luego le
encandila, le regala y le acaricia alguna cortesana taimada, la qual despu�s que le
tiene bien pelado emb�ale para biso�o. Si el vicio del cortesano es en comer y come
en su casa, acont�scele que a las vezes va con �l alguno a comer, cuyo nombre aun
no querr�a oyr nombrar. Si por ventura come fuera de su casa, come tarde, come
fr�o, come desaborado y aun come obligado; porque si es su igual, hale de tornar a
combidar, y si es se�or, hale de seguir y aun servir. Si el vicio es en juego,
tampoco puede tomar en �l mucho gusto; porque si gana, all� est�n muchos con quien
parta, y si pierde, no ay quien cosa le restituya. Si el vicio es burlar y mofar,
tampoco en esto le toma plazer; porque el burlar de la corte es que comienzan en
burlas y acavan en injurias. Como emos dicho destos cuatro vicios, podr�amos dezir
de otros cuatro cientos; mas sea la conclusi�n que no ay igual vicio en el mundo
como estarse el hombre en su casa de asiento. Cap�tulo diecis�is. De qu�nto mejor
corregidas sol�an estar las Cortes y rep�blicas antiguas que lo est�n agora las
nuestras Lamentava el rey Anquises la destrucci�n de la superba Troya quando fue
destruida de los Pr�ncipes de Grecia. Lamentava la reina Rosana a su marido Dar�o
quando el magno Alexandro fue vencido. Lamentava el profeta Hierem�as la
destrucci�n de su rep�blica quando fue llevada cautiva a Babilonia. Lamentava el
rey David al su hermoso hijo Absal�n quando le dio de lanzadas Joab. Lamentava la
hermosa Cleopatra al su buen amigo Marco Antonio, quando fue vencido del emperador
Augusto. Lamentava el piadoso Marco Marcelo a la ciudad de Siracusana quando vio
que toda se ard�a. Lamentava Crispo Salutio la ca�da del pueblo romano. Lamentava
la hija del gran Geth� la virginidad que no gozava y la vida que perd�a. Lamentava
el patriarca Jacob a su hijo Josef por muerto y a Benjam�n que estava preso en
Egipto. Lamentava el gran Pr�ncipe Demetrio a su buen padre y rey Ant�gono porque a
la buelta de Maratona le hall� muerto. Con estos tan ilustres varones raz�n ser�a
de llorar las calamidades de nuestros tiempos, pues cada d�a vemos y cada d�a oymos
tantas y tan grandes cosas acontescer, que ni los curiosos escritores las
escrivieron ni en los siglos pasados se padescieron. �Qu�nta diferencia ay de los
siglos pasados a los tiempos presentes, pu�dese claramente conoscer en lo que sus
cronistas se pusieron a escrivir y en lo que nosotros de nosotros mismos podemos
contar! El fil�sofo Arimino escrivi� de la abundancia de Egipto; el fil�sofo
Demof�n escrivi� de la fertilidad de Arabia; el fil�sofo Tuc�dides escrivi� de las
riquezas de Tiro; el fil�sofo Asclepio escrivi� de las minas de Europa; el fil�sofo
D�drilo escrivi� de las alabanzas de Grecia; el fil�sofo Le�nidas escrivi� de los
triunfos de Tebas; el fil�sofo B�reas escrivi� la opulencia y sanidad de Escancia;
el fil�sofo Eum�nides escrivi� la buena governaci�n de Atenas; el fil�sofo
Tesiponto escrivi� la orden que ten�an en sus casas y cortes los antiqu�simos Reyes
Siciomios; el fil�sofo Piteas escrivi� lo mucho que aprend�an y lo poco que
hablavan los disc�pulos de S�crates; el fil�sofo Apolonio escrivi� la abstinencia y
contenencia que se guardava en la academia del divino Plat�n; el fil�sofo Mir�nides
escrivi� el poco ocio y mucho exercicio que av�a en casa del fil�sofo Hyarcas; el
fil�sofo Aulo Gelio escrivi� de lo poco que com�an y mucho menos que dorm�an en las
escuelas de su maestro Suborino; el fil�sofo Plutarco escrivi� de las mugeres que
uvo en Grecia sabias y de las que uvo en Roma castas; el fil�sofo Diodoro escrivi�
de c�mo los de las islas Baleares echaron en la mar a todos sus tesoros, por quitar
a los extra�os de ser cobdiciosos y alanzar de entre s� bandos. Oydo lo que emos
dicho y visto lo que emos contado, pregunto agora yo al lector de esta escritura:
�qu� es lo que le paresce devr�a escrivir destos tiempos mi pluma? Porque si
escrevimos que ay bondades y prosperidades, emos de mentir, y si escrevimos las
verdades, hanse de escandalizar. �C�mo loaremos a nuestro siglo de la mucha
abundancia, pues vemos a los temporales tan escasos, y a los hombres tan
hambrientos? �C�mo loaremos a nuestro siglo de hombres ilustres en las armas y
doctos en las ciencias, pues las fuerzas se emplean en robar y las letras en
enga�ar? �C�mo loaremos a nuestro siglo de pr�spero y sano, pues se ha hecho ya la
pestilencia tan dom�stica y vezina que paresce duende de casa? �C�mo loaremos a
nuestro siglo de lo mucho que aprenden y de lo poco que hablan, pues los m�s de los
que est�n en los estudios no aprenden sino a dezir malicias y a hacer coplas y
farsas? �C�mo loaremos a nuestro siglo de abstinente y continente, pues apenas ay
hombre que ayune Cuaresma y se abstenga de amiga? �C�mo loaremos a nuestro siglo
del poco ocio y mucho exercicio, pues son m�s los que huelgan y hurtan en los
pueblos que no los que trabajan y aran en los campos? �C�mo loaremos a nuestro
siglo de lo poco que come y menos que duerme, pues no comen ya los hombres hasta
hartar, sino hasta revesar y regoldar? �C�mo loaremos a nuestro siglo de tener
mugeres que guarden la castidad y tengan lealtad, pues no ay vicio en el mundo que
se venda m�s barato
que es el adulterio? �C�mo loaremos a nuestro siglo de no ser codicioso ni avaro,
pues el oro y la plata, no s�lo no lo echan en las aguas, m�s a�n va por ello a las
Indias? De vi�a tan helada, de �rbol tan seco, de fruta tan gusanienta, de agua tan
turbia, de pan tan mohoso, de oro tan falso y de siglo tan sospechoso no emos de
esperar sino desesperar. V�anse las cortes de los Pr�ncipes asirios, persas, medos,
macedonios, griegos y romanos, y hallarse ha por verdad que en nuestras rep�blicas
y cortes se cometen tales y tantos vicios, que en aquellos antiguos reynos ni los
supieran ordenar, ni los osaran cometer. En aquellos tiempos pasados y en aquellos
siglos dorados, en caso de ser uno malo, ni lo osava ser ni mucho menos parescer;
mas �ay dolor! que es venido ya del mundo a tanta disoluci�n y corrupci�n, que los
perdonar�amos el ser malos si no fuesen desvergonzados. No me negar�n los
cortesanos que a la ma�ana, quando van a palacio, en el espacio que ay del rey se
vestir hasta oyr misa, no se pongan a contar unos a otros lo que aquella noche han
jugado, lo que han murmurado, las compa��as que han tenido, las hermosas que han
visto y aun las cortesanas que han enga�ado. Como es el mundo nuevo, as� son las
invenciones nuevas, y las novedades que han hallado son un nuevo hablar, un nuevo
jugar, un nuevo banquetear, un nuevo vestir, un nuevo negociar y aun un nuevo
enga�ar. Cada a�o m�s, cada mes m�s, cada d�a m�s, y aun cada hora m�s, veo que
ganan m�s tierra los vicios y se relajan los virtuosos. Si como crescen los vicios
despu�s que se introduzen cresciesen los �rboles despu�s que se plantan, cada
semana avr�a le�a que quemar y fruta que comer, porque en la corte tienen las
virtudes mil contraditores y los vicios dos mil factores. Si en la corte se
introduze una obra virtuosa, a�n no es llegada quando es desaparescida; lo qual no
es as� en alguna vanidad o liviandad, porque si una vez en la corte toma posada,
ojos que la vieron venir no la ver�n olvidar. El fil�sofo Ligurguio prohibi� en sus
leyes el entrar peregrinos en su rep�blica y el peregrinar los suyos por otra
tierra, porque los vicios extra�os y las costumbres peregrinas, ni los unos las
supiesen ni los otros las aprendiesen. En los tiempos que era el c�nsul Marco
Porcio vino un gran m�sico desde Grecia a Roma, el qual era muy primo en el ta�er y
muy suave en el cantar, y como a�adiese de nuevo una cuerda al instrumento con que
ta��a, la qual no ten�an los otros instrumentos de Roma, fue el instrumento
p�blicamente quemado y el maestro desterrado. Bien dar�amos agora licencia a que
parasen todas las novedades en la m�sica, con tal que no quedase novedad en la
rep�blica; porque no est� el da�o en tener la vihuela muchas cuerdas, sino en
faltar de la corte muchos cuerdos. Plutarco cuenta que estando �l en Roma vio
apedrear a un sacerdote griego en el campo Marcio, no por m�s de que en el templo
de la diosa Verecinta offresci� un sacrificio delante el pueblo, no como los
sacerdotes de Roma, sino con las ceremonias de Grecia. Suetonio dice y afirma que
en quatro cientos y sesenta y cuatro a�os que dur� en Roma el templo de las
v�rgines vestales no se hallaron entre ellas sino cuatro que fuesen malas, es a
saber, Domicia y Rea y Albina y Cornelia, las quales p�blicamente fueron castigadas
y aun bivas en las sepulturas metidas. Si agora se uviesen de registrar y castigar
todas las v�rgenes que son imp�dicas y malas, tengo para m� cre�do que se hallar�an
m�s malas en quatro a�os, que entonces se hallaron en quatro cientos. Trebelio
Publio dice que el emperador Aureliano quit� de censor a su �nico amigo Rogerio
porque en la boda de su vezina Postoria av�a comido y danzado, diciendo que el buen
juez ha de emplear su gravedad en las cosas de veras y no perderla en tiempo de
burlas. No obstante lo que este emperador hizo, todav�a nos atreveremos a dar
licencia a los juezes para que dancen con los pies con tal que no roben con las
manos; porque al pleyteante muy poco se le da que su juez baile en la boda, si
despu�s en la audiencia le guarda justicia. De Domiciano el emperador tambi�n dice
Suetonio Tranquilo: �Ex decreto Domiciani accusatori qui causam teneret ultra
annum, exilio poena eset�. Quiere dezir que mand� el emperador Domiciano que el
pleyteante que prorrogase el pleyto m�s de un a�o fuese de Roma p�blicamente
desterrado. �Oh si hasta este nuestro siglo aquella ley durara y que agora se
guardara, yo juro y afirmo que fuese mucho mayor el n�mero de los desterrados que
no el de los abogados! Cap�tulo diecisiete. De muchos y muy ilustres varones que de
su voluntad y no por necesidad dejaron las Cortes y se retraxeron a sus casas Marco
Craso fue uno de los ilustres capitanes que tuvo Roma en los tiempos que
conquistava los reynos de Asia, porque era muy animoso para pelear y muy cuerdo
para governar. Este Marco Craso sigui� la parcialidad del c�nsul Sila y fue muy
contrario al c�nsul Mario y al ditador Julio C�sar, a cuya causa, quando C�sar fue
preso en el mar Adri�tico por los pyratas, luego a grandes voces dijo: �No me pesa
de ser preso, sino del plazer que ha de tomar mi enemigo Marco Craso�. Fue maestro
de este Marco Craso un fil�sofo que av�a nombre Alexandro, al qual �l ten�a como a
padre en los consejos, como a hermano en el governar, como amigo en los trabajos, y
como a preceptor en las letras. Anduvo este fil�sofo Alexandro con su amigo Marco
Craso diez y ocho a�os, despu�s de los quales pidi�le licencia para irse a su
tierra y retraerse a su casa, y al tiempo que se despidi�, dijo estas palabras a
Marco Craso: �Por el amor que te he tenido y por la doctrina que te he dado y aun
por los servicios que te he hecho, no te pido otro galard�n que me des, sino que ni
me llames que torne ac�, ni me escrivas carta all� despu�s que de aqu� me fuere y
de ti me partiere, porque estoy tan harto de corte, que no s�lo la quiero dejar,
m�s a�n olvidar�. Dionisio Siracusano, aunque fue el mayor tirano de los tiranos,
por otra parte fue muy gran amador de fil�sofos y amigo de hombres sabios; y as�
dez�a �l que a los fil�sofos de Grecia que los av�a de oyr, mas no creer, porque
todo su hecho era parlar y no obrar. Vinieron desde Grecia hasta Siracusana, que
era la ciudad a do Dionisio resid�a, ocho muy ilustres fil�sofos, es a saber:
Plat�n, Chilo, Demof�n, Di�genes, Mirto, P�lades, Olvidio, Surrano y otros muchos
con ellos, los quales se aprovechavan m�s de la hazienda d�l que no Dionisio de la
doctrina dellos. Onze a�os continuos estuvo el fil�sofo Di�genes en la casa y corte
de Dionisio, el qual como dejase a Dionisio y a su casa y se tornase a Grecia y un
d�a estuviese lavando unas berzas, d�xole otro fil�sofo por le motejar y aun
lastimar: �Si t� no dejaras la corte de Dionisio, no lavaras berzas�. Al qual
respondi� Di�genes: �Y aun si t� te contentases con berzas, no estar�as en la corte
de Dionisio�. Cat�n Censorino, de quien tomaron renombre todos los Catones, fue el
m�s virtuoso y el m�s estimado romano que uvo en todos los antiguos romanos; porque
en sesenta y ocho a�os que bivi�, jam�s hombre le vio hacer liviandad ni perder la
gravedad. Plutarco dice d�l estas palabras: �Fue Cat�n en el consejo prudente; en
la conversaci�n, manso; en el corregir, severo; en las mercedes, largo; en el
comer, templado; en la vida, honesto; en lo que promet�a, cierto; en lo que
mandava, grave, y aun en la justicia inesorable�. Ya que el buen Cat�n era en edad
de cincuenta y ocho a�os, dej� la corte romana y fuese a vivir en una aldea que
estava junto a Picenio, a do agora es Puzol, y all� se estuvo el buen viejo todo el
restante de su vida grangeando y comiendo de su propia hazienda. Como se estava el
buen Cat�n en aquella su pobre casa aparte y solo, y a ratos leyendo en los libros
y a tiempos podando las vi�as, escrivieron con carb�n a las puertas de su casa
estas palabras: �O felix Cato, tu solus scis bivere�. Que quieren dezir: ��Oh
bienaventurado Cat�n, pues t� solo sabes vivir!�. Desta tan notable antig�edad se
puede coligir que ning�n cortesano en la corte sabe vivir ni aprende a morir.
L�culo, el c�nsul y capit�n romano, estuvo en las guerras de los partos diez y seys
a�os continuos, de la qual empresa �l sac� mucha fama para su persona, mucha honra
para Roma, muchas tierras para la rep�blica y aun muchas riquezas para su casa;
porque de todos los ilustres capitanes romanos s�lo L�culo meresci� gozar en la
vejez lo que av�a ganado en la mocedad. Despu�s que L�culo vino de Asia y vio que
la rep�blica estava partida en parcialidades de Silanos y Marianos, acord� de dejar
la corte romana y hacer unas casas cabe N�poles sobre la mar, que agora llaman
Castil del Lobo, adonde estuvo otros diez y ocho a�os, hasta que muri� rodeado de
regalos y ahorrado de enojos. Era la casa de L�culo muy freq�entada de todos los
capitanes que iban a Asia y de todos los embajadores que ven�an de Roma; y como una
noche no tuviese hu�spedes y su despensero se excusase averle dado corta y pobre
cena porque no av�a quien con �l cenase, respondi�le con muy buena gracia: �Aunque
no av�a hu�spedes que cenasen con L�culo, av�as de pensar que L�culo av�a de cenar
con L�culo�. Plutarco, contando los exercicios de L�culo despu�s que se retrajo a
su casa, dice: �Quotidie in suam bibliothecam intrabat, velut in quoddam
amaenisimum locum musarum, et ibi legendo, loquendo et disputando, tempus terebat�.
Como si dijese: �No pasava d�a que no se retra�a L�culo en un gran librer�a que
ten�a, en la qual �l con otros y otros con �l, leyendo, disputando y platicando
pasavan su tiempo�. Deste tan notable exemplo se puede coligir que no est� la
bienaventuranza en que tenga uno a su plazer de comer, sino en que le d� Dios
reposo para que lo pueda gozar. Helio Esparciano, dice que el emperador
Diocleciano, despu�s que uvo governado el imperio diez y ocho a�os, renunci�
totalmente el imperio y se sali� de la corte
romana con intenci�n de retraerse a su casa y acabar all� en paz y reposo la vida;
porque seg�n �l dez�a muchas vezes a s�lo el emperador han de tener mancilla y a
s�lo el labrador embidia. Dos a�os despu�s que renunci� el imperio Diocleciano le
embiaron los romanos una muy solemne embajada, por la qual le rogavan mucho uviese
piedad de la Rep�blica romana y fuese servido de tornarse a Roma, porque en quanto
�l fuese bivo de ninguno otro fiar�an la silla del imperio. Fue, pues, el caso que,
quando los embajadores llegaron a su pobre casa, estava Diocleciano en una
hortezuela peque�a que ten�a, escardando unas lechugas y podando unas parras; y
como le diesen la embajada que tra�an respondi�les �l: ��Paresceos, amigos, que
quien tales lechugas como �stas ha plantado y escardado y regado que no ser� mejor
comerlas con reposo en su casa que no tornar a los bullicios de Roma?�. Y d�xoles
m�s: �Ya he provado a qu� sabe mandar y tambi�n he provado a qu� sabe el arar y
cavar. Dexadme, yo os ruego, en mi casa, que m�s quiero ganar de comer con mis
manos en esta aldea, que no traer a cuestas el imperio de Roma�. Deste imperial
exemplo se puede coligir qu�nta mejor vida tiene en su casa el r�stico desmelenado,
que no tiene en la corte ning�n Pr�ncipe del mundo. Cleo y Pericles suscedieron en
la rep�blica de Atenas a Sol�n Solonino, el qual fue de los griegos muy estimado y
de los atenienses como Dios reputado; porque a la verdad Sol�n fue el primero que
reform� la Grecia y dio leyes en la rep�blica. Estos dos ilustres varones, ambos
fueron capitanes, ambos fueron fil�sofos, ambos fueron griegos y aun ambos fueron
muy grandes rep�blicos; excepto que Cleo era tenido por m�s esforzado y Pericles
por m�s virtuoso. Plutarco dice deste Pericles que en treynta y seys a�os que
gobern� la rep�blica de Atenas, jam�s hombre le vio entrar en casa agena, ni
asentarse en calle p�blica; porque en la governaci�n era muy justo y en la
reputaci�n de su persona era muy grave. Ya que Pericles era viejo y que de los
negocios p�blicos estava harto, acord� de salirse de la corte y senado de Atenas e
irse a vivir y a morir a una heredad que ten�a en una aldea, en la qual bivi� aun
otros quince a�os, leyendo de noche en los libros y arando de d�a los campos. La
casa que Pericles ten�a en aquella aldea ten�a una puerta muy peque�ita por la qual
el buen fil�sofo entrava y sal�a, y encima de aquella puerta ten�a escritas estas
palabras: �Inveni portum, spes et fortuna, valete�. Que quiere dezir: �Esperanza y
fortuna, quedaos en hora buena, que yo ya he hallado el puerto de holganza�. Deste
tan notable exemplo se puede coligir que ning�n cortesano con verdad puede dezir
que bive vida segura, si no es despu�s que se retrae a su casa. Lucio S�neca fue
ayo en las costumbres y maestro en las letras de Ner�n el cruel, sexto emperador
que fue de Roma, var�n por cierto docto en las letras, s�lido en la doctrina,
amador de la rep�blica, y muy corregido en la vida. Residi� S�neca en la corte
romana quarenta y quatro a�os, en los quales �l tuvo mucha mano en los negocios y
muy gran familiaridad con los Pr�ncipes, porque era hombre muy atentado en lo que
hablava y muy cuerdo en lo que aconsejava. Ya que S�neca era muy viejo y que de los
negocios p�blicos estava muy cansado, sali�se de la corte de Roma y fuese a morar a
una heredad suya que ten�a cabe Nola de Campania, en la qual bivi� a�n hartos a�os,
empleados en muy buenos exercicios. Estando, pues, all� retra�do, escrivi� los
libros De beneficiis, los De ira, los De bono viro y los De adversa fortuna; y, al
fin, haziendo su officio la malicia humana, mand�le Ner�n, su disc�pulo, quitar la
vida, y no porque �l uviese hecho cosa deshonesta, sino porque le quer�a mal la
imp�dica Domicia. Deste tan notable exemplo se puede coligir que al hombre
desdichado y mal fortunado tambi�n persigue fortuna estando en su casa retra�do,
como en la corte distra�do. Escipi�n africano fue uno de los deseados y amados
capitanes que tuvo Roma, porque en veynte y seys a�os que sigui� la guerra en
Espa�a y en �frica y en Asia, nunca hizo cosa deshonesta, nunca perdi� batalla,
nunca hizo a nadie injusticia, ni nunca en �l se conosci� flaqueza. Este buen
Escipi�n dom� a �frica, asol� a Cartago, venci� a An�bal, destruy� a Numancia y
restaur� a Roma, la qual desde la batalla de Cannas estava derelicta. En edad de
cincuenta y dos a�os se sali� Escipi�n de la corte romana y se fue a retraer a una
aldea peque�a que estava entre Puzol y Capua, en la qual dice S�neca que no ten�a
otra cosa sino una huerta de que com�a, una casa do morava, un ba�o do se ba�ava y
una nieta que le serv�a. Tan de coraz�n se retrajo Escipi�n a su aldea, que en onze
a�os que all� mor�, jam�s entr� en Capua ni torn� a ver a Roma. Deste tan heroico
exemplo se puede coligir qu�nta mayor honra y gloria es las honras y riquezas desta
vida menospreciarlas que alcanzarlas. Del divino Plat�n su naturaleza fue de
Licaonia, su crianza en Egipto y su residencia en Atenas. Este gran fil�sofo fue el
que a los embajadores de Cirene que le ped�an leyes para su rep�blica respondi�:
�Difficillimum est homines amplisima fortuna dilatos legibus continere�. Que quiere
dezir: �Los hombres que est�n muy favorescidos de la fortuna con gran difficultad
se sujetan a las leyes que tiene la rep�blica�. No pudiendo Plat�n suffrir las
importunidades de los amigos y los bullicios populares, retr�xose en una aldea dos
leguas de Atenas, que av�a nombre Academia, en la qual el buen viejo, por espacio
de diez y ocho a�os leyendo y escriviendo, acab� sus felices d�as. Por memoria de
aquella aldea a do Plat�n le�a y biv�a, a lo que los latinos llaman agora estudio,
llamavan los antiguos academia. Todos estos ilustres varones y otros con ellos
infinitos, dejaron reynos, consulados, governaciones, ciudades, palacios,
privanzas, cortes y riquezas, y se fueron a las aldeas a buscar una honesta pobreza
y una vida quieta. No diremos que ninguno destos dej� la corte por ser pobre, estar
corrido, andar affrentado, verse desprivado o por averle desterrado, sino que
movidos de su pura bondad y de su propia voluntad fueron a dar orden en su vida
antes que los saltease la muerte. Cap�tulo dieciocho. Do el autor con delicadas
palabras y razones muy lastimosas llora los muchos a�os que en la corte perdi� Yo
mismo a m� mismo quiero pedir cuenta de mi vida a mi propia vida, para que,
cotejados los a�os con los trabajos y los trabajos con los a�os, vean y conoscan
todos qu�nto ha que dej� de vivir y me empec� a morir. Mi vida no ha sido vida sino
una muerte prolixa; mi vivir no ha sido vivir sino un largo morir; mis d�as no han
sido d�as sino unos sue�os enojosos; mis plazeres no fueron plazeres sino unos
alegrones que me amargaron y no me tocaron; mi juventud no fue juventud sino un
sue�o que so�� y un no s� qu� que me vi; finalmente, digo que mi prosperidad no fue
prosperidad, sino un se�uelo de pluma y un tesoro de alquimia. Affrenta he de lo
dezir, mas no lo dejar� de dezir y es que desde ni�o muy ni�o la corte conosc�, a
muchos Pr�ncipes en ella alcanc�, varias fortunas en sus casas vi, de varios
officios en sus cortes serv�, en guerras trabajosas y por mares peligrosas los
segu�, mercedes muy se�aladas dellos rescib�, y aun con prosperidades y
adversidades en sus cortes me hall�. M�s dir�, pues m�s pas�, y es que unas vezes
en gracia y otras vezes en desgracia de los Pr�ncipes me vi, varios g�neros de
fortuna all� tent�, muchos amigos all� cobr�, con crueles enemigos all� compet�,
sobresaltos de fortuna infinitos all� suffr�, alegre y triste, rico y pobre, amado
y desamado, pr�spero y abatido, honrado y affrentado, muchas y muchas vezes en la
corte me vi. �Qu� sacastes vos, oh alma m�a, de toda esta jornada? Lo que vos
sacastes fue a mi cabeza cargada de canas, a mis pies poblados de gota, la boca
privada de muelas, a mis ri�ones llenos de arenas, a mi hazienda empe�ada por
deudas, y a mi coraz�n cargado de cuydados y aun a mi �nima no muy limpia de
pecados. M�s ay que dezir, si lo quiero todo dezir, y es que de all� saqu� al
triste de mi cuerpo cansado, a mi juizio remontado, a todo mi tiempo perdido y todo
lo mejor de mi vida pasado. Y lo que es peor de todo, que en ninguna cosa tomo ya
gusto y de m� m�s que de todo estoy descontento. �Qu� dir� de las alteraciones de
mi vida y de las mudanzas que hizo en mi fortuna? Y �stas no tanto en mi salud
quanto en mi virtud, porque ni all� fui qual yo era, ni ac� soy qual all� fui. Fui
a la corte inocente y torn�me malicioso, fui sincer�simo y torn�me doblado, fui
verdadero y aprend� a mentir, fui humilde y torn�me presumptuoso, fui modesto y
h�ceme voraze, fui penitente y torn�me regalado, fui humano y torn�me
inconversable; finalmente digo que fui vergonzoso y all� me derram�, y fui muy
devoto y all� me entibi�. �Es verdad, pues, que anduve muchas escuelas o mud�
muchos maestros para aprender estos vicios? No por cierto; porque uno de los
peligros que ay en la corte es que se aprenden los vicios sin maestro y no se
quieren dejar sin castigo. Ten�a cuenta con mi hazienda y esto para saber c�mo se
gastava y no para bien distribuirla. Ten�a cuenta con mi honra, no por mejorarla
sino por aumentarla. Ten�a cuenta con el tiempo, no para bien lo emplear, sino para
a m� me aprovechar. Ten�a cuenta con el contador para que me librase, y no con el
virtuoso para que me corrigiese. Ten�a cuenta con el pagador para saber lo que me
dev�a, y no con el pobre para ver lo que padesc�a. Ten�a cuenta con mis criados, y
esto para ver c�mo me serv�an y no para saber c�mo biv�an. Ten�a cuenta con mi
vida, no para enmendarla, sino para conservarla. He aqu�, pues, toda mi cuenta, con
la qual ojal� nunca tuviera cuenta. Vamos adelante y ver�n todos los exercicios que
ten�a y en los peligros que me pon�a, porque la corte no es sino un revent�n de
buenos y un resbalador de malos y un atolladero
de todos. Nunca fui a palacio que me faltase una ventana a do me arrimar y un
cortesano con quien murmurar. Nunca sal� por la corte que no viese algo de que
tener embidia y aun alguna persona en quien pusiese la lengua. Nunca habl� con los
Pr�ncipes y con sus privados que si una vez saliese contento, no saliese ciento muy
despechado. Nunca me acost� sin santiguar ni nunca tom� el sue�o sin sospirar.
Nunca estuve en lugar que me agradase ni en posada que me contentase. Finalmente
digo y afirmo que nunca me vi en la corte tan contento que de hora a hora no me
viniese alg�n sobresalto. No paravan en esto mis trabajos, ni aun mis grandes
tropiezos; porque en la corte yo era el que ten�a menos parte en m�, seg�n los que
depend�an de m�. Si quer�a hacer alg�n bien, pon�anseme delante mis gastos. Si
quer�a darme a estudiar, sobreven�an mis amigos. Si quer�a rezar las horas, luego
me salteavan negocios. Si me quer�a retirar de la corte, no me dejavan mis deudos.
Si me escond�a una hora solo, martiriz�banme los cuydados. Finalmente digo que
nunca me tom� la noche contento ni vi amanescer el d�a sin cuydado. �Oh qu�nto bien
fuera, si aun en esto mi culpa parara; mas, pues en m�s pequ�, m�s dir�! A quien
privava m�s que yo ten�ale embidia y del que estava arrinconado no ten�a mancilla.
A quien me ca�a en gracia no hallava en �l qu� culpar y al que me ca�a en desgracia
aun no le pod�a ver. A do algo se tratava siempre me quer�a se�alar y si alguno me
contradez�a tom�vame a porfiar. Todo lo que yo dez�a quer�a que fuese evangelio y
de todo quanto otros dez�an estava dello sospechoso. En todos hallava qu�
reprehender y contra mi persona no pod�a ni una palabra suffrir. �Oh qu�ntas vezes
me acontesci� descuydarme con el bocado en la boca y olvid�rseme el prop�sito de lo
en que entonces hablaba! �Oh qu�ntas vezes rezando se me olvid� el verso en que iva
y estando a solas, yo mismo, conmigo mismo hablava! �Oh qu�ntas vezes me acontesci�
que, saliendo de consejo cansado o de palacio amohinado, ni quer�a a mis criados
oyr ni a los negociantes despachar! �Oh qu�ntas vezes me hall� en la corte tan
desabrido y tan aborrido que ni sab�a lo que quer�a, aunque me lo dieran, ni sab�a
de lo que estava quexoso, aunque me lo preguntaran! �Oh qu�ntas vezes me tomava
gana de retirarme de la corte, de apartarme ya del mundo, de hacerme ermita�o o de
meterme fraile cartuxo!; y esto no lo haz�a yo de virtuoso, sino de muy
desesperado, porque el rey no me dava lo que yo quer�a y el privado me negava la
puerta. Aun a m�s llegavan mis trabajos, si los quiero contar todos. Siempre andava
preguntando qu� era lo que en la corte se haz�a, siempre andava pensando qu� me
suceder�a, siempre andava escuchando qu� de otros oyr�a, siempre andava tentando
qu� sentir�a, siempre andava mirando qu� ver�a, y al fin al fin, quanto o�a en
p�blico y sab�a en secreto hallava por mi cuenta que todo me da�ava, de todo me
pesava, todo me entristec�a y aun con todo me podr�a. No paremos aqu�, pues mis
infortunios no pararon aqu�. Si estava rico, como enxambre me quer�an desentra�ar;
y si me ve�an pobre, ninguno era para me socorrer. Los m�s de mis amigos �ranme
pesados y todos mis competidores me eran muy peligrosos. Los negociantes �ranme
importunos y todos mis criados muy enojosos. Si o�a voces, enoj�vame; y si no o�a a
nadie, asombr�vame. La soledad pon�ame tristeza, y la mucha compa��a importunidad.
El mucho exercicio cans�vame y la ociosidad da��vame. Si estava sano atorment�vanme
los cuydados, y si estava enfermo justici�vanme los m�dicos. Finalmente digo y
afirmo que muchas vezes me vi en la corte tan aborrido y yo mismo de m� mismo tan
desabrido que ni osava pedir la muerte, ni tomava gusto en la vida. Cap�tulo
diecinueve. Do el autor cuenta las virtudes que en la Corte perdi� y las malas
costumbres que all� cobr� Ya mi fortuna se fue, ya mis amigos se murieron, ya mis
fuerzas se acabaron, ya mi vida peresci�, ya mi juventud fenesci�, ya mis �mulos se
cansaron, ya mis apetitos cesaron y aun mis regalos se ausentaron. �Oh si todo se
acabara y qu�nto para m� mejor fuera! Mas, �ay de m�!, que no queda otra cosa en m�
sino el traidor del coraz�n que nunca acava de desear cosas vanas y la maldita de
la lengua que nunca cesa de dezir palabras livianas. No lo s� por ciencia sino por
experiencia que olvidar injurias, refrenar palabras y atajar deseos tres cosas son
que con gran difficultad se despiden y que tarde o nunca del coraz�n se
desarraigan. �Oh qu�nto va de quien yo fui a quien soy agora!; porque me vi antes
que fuese a la corte religioso, retra�do, disciplinado y temeroso, y despu�s ac� me
he tornado flaco, floxo, tibio, absoluto y atrevido y aun de las cosas de mi alma
no muy recatado. �Ay de m�!, �ay de m�!, que soy el que no era y no soy el que
deviera; porque soy en los oydos sordo, soy de los ojos ciego, soy de los pies
coxo, soy en las manos gotoso, soy en las fuerzas flaco, soy en las canas viejo y
soy en las ambiciones mozo. Quiero contar mis prop�sitos y ver�n qu�n vario fui en
ellos; porque era de tan mala yazija mi coraz�n, que en todas las cosas buscava
descanso y en todas ellas hallava peligro y tormento. Propuse muchas vezes de
salirme de la corte y luego a la hora me arrepent�a; propon�a de estarme en casa y
luego apostava; propon�a de no ir a palacio y luego iva otro d�a; propon�a de no
hablar en vacante y luego la ped�a; propon�a de m�s no me enojar y luego me
apasionava; propon�a de a nadie visitar y luego me derramava; haz�a del enojado y
luego me amansava; capitulava conmigo de estudiar y luego me cansava; determinava
de irme a la mano y luego sobresal�a; finalmente digo que se me han pasado todos
mis a�os llenos de sanctos deseos y vac�os de buenas obras. Conforme a lo dicho
digo que en tener sanctos prop�sitos ning�n sancto me sobrepuj�, y en ser muy
pecador ning�n pecador me igual�. �Oh qu� de cosas yo mismo a m� mismo me promet�a,
qu� torres de viento haz�a, qu� vanas esperanzas ten�a, qu� hartazgas de
pensamientos me dava, qu� presumpci�n de mis habilidades ten�a, qu� encarescimiento
de mis servicios haz�a y aun de mi favor y privanza qu� es lo que presum�a! Despu�s
de cotejados mis dem�ritos con mis m�ritos, hall� por cierto y por verdad que era
vanidad todo lo que deseava y muy gran liviandad todo lo que pensava. Vamos
adelante con la confesi�n, pues es todo para m� m�s confusi�n. Muchas vezes en la
corte estando solo me parava a pensar qu� iva de m� a los otros y de los otros a
m�, y persuad�ame a m� que en sangre ninguno eran tan limpio, en ciencia tan docto,
en doctrina tan gracioso, en aconsejar tan cuerdo, en hablar tan limitado, en
escrevir tan elegante, en crianza tan comedido y en conversaci�n tan amoroso. Y
despu�s que tornava sobre m� y ve�a las faltas que av�a en m�, hallava por cierto y
por verdad que en todo me levantava falso testimonio y que en otros y no en m� se
hallava todo aquello. Holgava que todos me tuviesen por sancto, todos por docto,
todos por recogido, todos por desapasionado, todos por contento, todos por celoso y
todos por asosegado; y, por otra parte, estava mi voluntad hecha un pi�lago de
deseos y mi coraz�n un mar de pensamientos. �Oh qu�nta diferencia va de lo que los
cortesanos somos, a lo que �ramos obligados de ser, a causa que en la honra
queremos ser muy estimados y en el vivir muy libertados!, lo qual no se puede
compadescer, porque la desordenada libertad siempre fue enemiga de la virtud. Yo
mismo de m� mismo estoy espantado de verme que no era el que soy y ni soy el que
era; porque sol�a desear que la corte se mudase cada d�a, y agora no he gana de
salir de casa. Sol�a holgar de ver novedades y agora no querr�a aun oyr nuevas.
Sol�a que no me hallava sin conversaci�n y agora no amo sino soledad. Sol�ame
plazer con ver a mis amigos y agora los tengo ya por pesados. Sol�a holgarme de ver
los bovos, oyr los chocarreros y hablar con los locos, y agora ni he gana de ver al
que es loco, ni aun ponerme a platicar con el cuerdo. Sol�a que en cazar un hur�n,
pescar con vara y jugar a la ballesta ten�a alg�n pasatiempo, mas agora ya en
ninguna cosa destas ni de otras tomo gusto ni pasatiempo, si no es en hartarme de
pensar en el tiempo pasado. Si me acuerdo del tiempo pasado, no es por cierto del
mundo que goc�, ni de los plazeres que pas�, sino de la religi�n adonde Dios me
llam� y del monesterio virtuoso de do C�sar me sac�, en el qual estuve muchos a�os
criado en mucha aspereza y sin saber qu� cosa eran liviandades. All� rezava mis
devociones, haz�a mis disciplinas, le�a en los libros sanctos, levant�vame de noche
a maitines, serv�a a los enfermos, aconsej�vame con los ancianos, dez�a a mi
perlado las culpas, no hablava palabras ociosas, dez�a misa todas las fiestas,
confes�vame todos los d�as, finalmente digo que me ayudavan todos a ser bueno y me
iban a la mano si quer�a ser malo. Si en algo acertava, luego lo aprovavan; si en
algo errava, luego me correg�an; si en algo me desmandava, luego me castigavan; si
estava triste, luego me consolavan; si andava tentado, luego me remediavan; y si
andava alterado, luego me asosegavan. �Oh qu�nta m�s raz�n tengo yo de estar triste
por la religi�n de do me sacaron, que no alegre por la dignidad episcopal que me
dieron! Porque en la religi�n paresc�ame estar en el puerto y en la dignidad
episcopal paresce que me voy a lo hondo. He aqu�, pues, en lo que he expendido mi
puericia, gastado mi juventud y empleado mi senectud. Y lo peor de todo es, que ni
he sabido a m� aprovechar, ni el tiempo emplear, ni a la fortuna conoscer, ni aun
de la corte gozar, porque entonces la venimos a conoscer quando es ya tiempo de la
dejar. Ya podr�a ser que alguno leyese esta escritura, el qual dijese y afirmase
que todo lo que aqu� est� escrito ha por �l mismo pasado, y en tal caso le amonesto
y ruego sepa mejor que yo aprovecharse del tiempo o si no dar con tiempo a la corte
mano. Cap�tulo
veinte. De c�mo el autor se despide del mundo con muy delicadas palabras. Es
cap�tulo muy notable Qu�date a Dios, mundo, pues no ay que fiar de ti ni tiempo
para gozar de ti; porque en tu casa, oh mundo, lo pasado ya pas�, lo presente entre
las manos se pasa, lo por venir aun no comienza; lo m�s firme ello se cae, lo m�s
recio muy presto quiebra y aun lo m�s perpetuo luego fenesce; por manera que eres
m�s defuncto que un defuncto y que en cien a�os de vida no nos dejas vivir una
hora. Qu�date a Dios, mundo, pues prendes y no sueltas, atas y no aflojas, lastimas
y no consuelas, robas y no restituyes, alteras y no pacificas, deshonras y no
halagas, acusas sin que ayas quexas, y sentencias sin oyr partes; por manera que en
tu casa, oh mundo, nos matas sin sentenciar y nos entierran sin nos morir. Qu�date
a Dios, mundo, pues en ti, ni cabe ti, no ay gozo sin sobresalto, no ay paz sin
discordia, no ay amor sin sospecha, no ay reposo sin miedo, no ay abundancia sin
falta, no ay honra sin m�cula, no ay hazienda sin conciencia, ni aun ay estado sin
quexa, ni amistad sin malicia. Qu�date a Dios, mundo, pues en tu palacio prometen
para no dar, sirven a no pagar, combidan para enga�ar, trabajan para no descansar,
halagan para matar, subliman para abatir, r�en para morder, ayudan para derrocar,
toman para no dar, prestan a luego tornar y aun honran para infamar y castigan sin
perdonar. Qu�date a Dios, mundo, pues en tu casa abaten a los privados y subliman a
los abatidos, pagan a los traidores y arrinconan a los leales, honran a los infames
e infaman a los famosos, alborotan a los pac�ficos y dan rienda a los bulliciosos,
saquean a los que no tienen y dan m�s a los que tienen, libran al malicioso y
condenan al inocente, despiden al m�s sabio y dan salario al que es m�s nescio,
conf�anse de los simples y rec�tanse de los avisados; finalmente, all� hazen todos
lo que quieren y muy pocos lo que deven. Qu�date a Dios, mundo, pues en tu palacio
a nadie llaman por su nombre propio; porque al temerario llaman esforzado; al
cobarde, recogido; al importuno, diligente; al descuydado, pac�fico; al pr�digo,
magn�nimo; al escaso, modesto; al hablador, eloq�ente; al nescio, callado; al
disoluto, enamorado; al honesto, fr�o; al entremetido, cortesano; al vindicativo,
honroso; al apocado, suffrido; y al malicioso, simple, y al simple, nescio; por
manera que nos vendes, oh mundo, el env�s por rev�s y el rev�s por env�s. Qu�date a
Dios, mundo, pues traes a todo el mundo enga�ado, es a saber, que a los ambiciosos
prometes honras; a los inquietos, mudanzas; a los malignos, privanzas; a los
floxos, officios; a los codiciosos, tesoros; a los voraces, regalos; a los
carnales, deleytes; a los enemigos, venganzas; a los ladrones, secreto; a los
viejos, reposo; a los mancebos, tiempo, y aun a los privados, seguro. Qu�date a
Dios, mundo, pues en tu palacio ni saben guardar verdad ni mantener fidelidad;
porque a unos traes desvelados, a otros amodorridos, a otros at�nitos, a otros
embobescidos, a otros desatinados, a otros descaminados, a otros desesperados, a
otros pensativos, a otros alterados, a otros abovados, a otros affrentados y a
todos juntos asombrados. Qu�date a Dios, mundo, pues en tu compa��a el que acierta
va m�s perdido, el que te halla es peor librado, el que te habla es m�s affrentado,
el que te sigue va m�s descaminado, el que te sirve es peor pagado, el que te ama
es peor tratado, el que te contenta va m�s descontento, el que te halaga es m�s
lastimado, el que m�s priva es m�s desprivado y el que en ti f�a es m�s enga�ado.
Qu�date a Dios, mundo, pues para contigo no aprovechan dones que te den, servicios
que te hagan, lisonjas que te digan, regalos que te prometan, caminos que te sigan,
fidelidad que te guarden ni aun amistad que te tengan. Qu�date a Dios, mundo, pues
en tu palacio a todos enga�as, a todos derruecas, a todos infamas, a todos acozeas,
a todos castigas, a todos lastimas, a todos tropellas, a todos amenazas, a todos
enriscas, a todos despe�as, a todos enlodas, a todos acabas y aun a todos olvidas.
Qu�date a Dios, mundo, pues en tu compa��a todos lamentan, todos sospiran, todos
sollozan, todos gritan, todos lloran, todos se quexan, todos se mesan y aun todos
se acavan. Qu�date a Dios, mundo, pues en tu casa no aprendemos sino a aborrescer
hasta matar, hablar hasta mentir, amar hasta desesperar, comer hasta regoldar,
bever hasta revesar, tratar hasta robar, requestar hasta enga�ar, porfiar hasta
re�ir y aun pecar hasta morir. Qu�date a Dios, mundo, pues andando emp�s de ti la
infancia se nos pasa en olvido, la puericia en experiencias, la juventud en vicios,
la viril edad en cuydados, la senectud en quexas y aun el tiempo en vanas
esperanzas. Qu�date a Dios, mundo, pues de tu palacio sale la cabeza cargada de
canas, los ojos de laga�as, las narices de re�ma, la frente de arrugas, los pies de
gota, los muslos de ci�tica, el est�mago de humores, el cuerpo de dolores y aun el
coraz�n de cuydados. Qu�date a Dios, mundo, pues en tu palacio ninguno quiere ser
bueno, lo qual paresce muy claro en que cada d�a empozan traidores, arrastran
salteadores, deg�ellan homicianos, queman herejes, quitan a perjuros, destierran a
bulliciosos, enmordazan a blasfemos, enclavan a traviesos, ahorcan a ladrones y aun
cuartean a falsarios. Qu�date a Dios, mundo, pues tus criados no tienen otro
pasatiempo sino ruar calles, mofar de los compa�eros, requestar damas, embiar
recaudos, enga�ar a muchas v�rgines, ojear ventanas, escrevir cartas, tratar con
las alcahuetas, jugar a los dados, relatar vidas de pr�ximos, pleytear con los
vezinos, contar nuevas, fingir mentiras, buscar regalos e inventar vicios nuevos.
Qu�date a Dios, mundo, pues que en tu casa a ninguno veo contento; porque si es
pobre, querr�a tener; si es rico, querr�a valer; si es abatido, querr�a subir; si
es olvidado, querr�a medrar; si es flaco, querr�a poder; si es injuriado, querr�ase
vengar; si es privado, querr�a permanescer; si es ambicioso, querr�a mandar; si es
codicioso, querr�a se estender, y si es vicioso, querr�a se holgar. Qu�date a Dios,
mundo, pues en ti no ay cosa fixa ni segura; porque a los homenajes hienden los
rayos, a los molinos llevan las crescientes, a los ganados da�a la ro�a, a los
�rboles come el coco, a los panes tala la langosta, a las vi�as taza el pulg�n, a
la madera desentra�a la carcoma, a las colmenas yerman los z�nganos y aun a los
hombres matan los enojos. Qu�date a Dios, mundo, pues no ay en tu palacio quien
quiera bien a otro; porque la onza pelea con el le�n, el rinoceronte con el
cocodrilo, el �guila con el avestruz, el elefante con el minotauro, el gerifalte
con la garza, el sacre con el milano, el oso con el toro, el lobo con la yegua, el
cuclillo con el picazo, el hombre con el hombre y todos juntos con la muerte.
Qu�date a Dios, mundo, pues en tu casa no ay cosa que no nos d� pena; porque la
tierra se nos abre, el agua nos ahoga, el fuego nos quema, el aire nos destempla,
el invierno nos arrincona, el verano nos congoja, los canes nos muerden, los gatos
nos ara�an, las ara�as nos emponzo�an, los mosquitos nos pican, las moscas nos
importunan, las pulgas nos despiertan, las chinches nos enojan, y, sobre todo, los
cuydados nos desvelan. Qu�date a Dios, mundo, pues por tu tierra ninguno puede
andar seguro; porque a cada paso se topan piedras a do tropiecen, puentes de do
cayan, arroyos a do se ahoguen, cuestas a do se cansen, truenos que nos espanten,
ladrones que nos despojen, compa��as que nos burlen, nieves que nos detengan, rayos
que nos maten, lodos que nos ensucien, portazgos que nos cohechan, mesoneros que
nos enga�an y aun venteros que nos roben. Qu�date a Dios, mundo, pues en tu casa,
si no ay hombre contento, tampoco le ay sano; porque unos tienen bubas, otros
sarna, otros ti�a, otros c�ncer, otros gota, otros ci�tica, otros piedra, otros
ijada, otros cuartana, otros perles�a, otros asma, y aun otros locura. Qu�date a
Dios, mundo, pues en tu palacio ninguno haze lo que otro haze; porque si uno canta,
otro cabe �l llora; si uno r�e, otro cabe �l sospira; si uno come, otro cabe �l
ayuna; si uno duerme, otro cabe �l vela; si uno habla, otro cabe �l calla; si uno
pasea, otro cabe �l huelga; si uno juega, otro cabe �l mira, y aun si uno nasce,
otro a pared y medio muere. Qu�date a Dios, mundo, pues no ay criado en tu palacio
que no sea de alg�n defecto notado; porque si es alto, declina a jiboso; si tiene
buen rostro, es en los ojos vizco; si tiene buena frente, es angosto de sienes; si
tiene buena boca, f�ltanle los dientes; si tiene buenas manos, tiene malos
cabellos; si tiene buena voz, habla algo gangoso; si es suelto, es tambi�n sordo;
si es recio, es algo coxo, y aun si es bermejo, no escapa de malicioso. Qu�date a
Dios, mundo, pues en tu palacio ninguno bive de lo que otros; porque unos siguen la
corte, otros navegan la mar, otros andan en ferias, otros aran los campos, otros
pescan los r�os, otros sirven se�ores, otros andan caminos, otros aprenden
officios, otros gobiernan reynos y aun otros roban los pueblos. Qu�date a Dios,
mundo, pues en tu casa ni son conformes en el vivir ni tampoco en el morir; porque
unos mueren ni�os, otros mozos, otros viejos, otros ahorcados, otros ahogados,
otros cuarteados, otros despe�ados, otros hambrientos, otros ah�tos, otros
hablando, otros durmiendo, otros apercibidos, otros descuydados, otros alanzeados,
y aun otros entosicados. Qu�date a Dios, mundo, pues en tu palacio ni se parescen
en la condici�n ni menos en la conversaci�n; porque si uno es sabio, otro es
nescio; si uno agudo, otro es torpe; si uno h�bil, otro es rudo; si uno animoso,
otro cobarde; si uno callado, otro boquirroto; si uno suffrido, otro bullicioso, y
aun si uno es cuerdo, otro es loco. Qu�date a Dios, mundo, pues no ay quien contigo
pueda vivir y menos se apoderar; porque si como poco, estoy flaco, y si mucho, ando
hinchado;
si camino, c�nsome; si estoy quedo, entorp�zcome; si doy poco, ll�manme escaso, si
mucho, pr�digo; si estoy solo, as�mbrome, y si acompa�ado, import�nome; si visito a
menudo, t�manlo a importunidad, y si de tarde en tarde, a presumpci�n; si suffro
injurias, dicen que es poquedad, y si las vengo, que es crueldad; si tengo amigos,
import�nanme, y si enemigos, pers�guenme; si estoy siempre en un lugar, siento
hast�o, y si me mudo a otro, en�jome; finalmente digo que lo que aborrezco me hazen
tomar, y lo que amo no puedo alcanzar. �Oh mundo inmundo, yo que fui mundano
conjuro a ti, mundo, requiero a ti, mundo, ruego a ti, mundo, y protesto contra ti,
mundo, no tengas ya m�s parte en m�; pues yo no quiero ya nada de ti ni quiero m�s
esperar en ti pues sabes t� mi determinaci�n! y es que: POSVI FINEM CVRIS; SPES ET
FORTVNA VALETE Aqu� se acava el libro llamado Menosprecio de corte y alabanza de
aldea, compuesto por el ilustre se�or don Antonio de Guevara, Obispo de Mondo�edo,
predicador y cronista y del consejo de su Majestad, en el qual se tocan muchas y
muy buenas doctrinas para los hombres que aman el reposo de sus casas y aborrescen
el bullicio de las cortes. Fue impreso en la muy leal y muy noble villa de
Valladolid por industria del honrado var�n impresor de libros, Juan de Villaquir�n
a diez y ocho de junio, a�o de mil y quinientos y treynta y nueve.