Etica Up 1-4
Etica Up 1-4
Etica Up 1-4
1. La ética y el bien
1. Necesidad de la ética 2. Origen griego
3. Platón y Aristóteles 4. ¿Qué es lo bueno?
5. Lo natural como criterio ético 6. La tentación relativista
2. La libertad
1. Noción y clases de libertad 2. Resumen histórico
3. Libertad limitada 4. Libertad condicionada 5. La elección del
mal 6. Libertad y responsabilidad 7. La responsabilidad última
3. La verdad
1. Ética y verdad 2. Escepticismo 3. Realismo e idealismo
4. Diálogo y consenso 5. La equivocación de las mayorías
6. La verdad del positivismo 7. La verdad en la literatura
4. El placer
1. Estatuto natural 2. Platón y Sócrates 3. Epicuro
4. Carpe diem! 5. Los padres de la revolución sexual
6. Mayo del 68 7. Una virtud para el placer
5. El deber
1. De Cicerón a la profesión 2. El imperativo kantiano
3. La crítica de Hume 4. Positivismo y Neopositivismo
5. Crítica de Nietzsche
Enfoque
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LA ÉTICA Y EL BIEN
Aristóteles
Ética a Nicómaco
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1. Necesidad de la ética
El regreso de Troya fue complicado para Ulises: diez años a merced de
los dioses y los mares, y siempre con la muerte en los talones. Cada vez
que su nave arribaba en tierra extraña, una misma inquietud: "¿De qué
clase de hombres es la tierra a la que he llegado? ¿Son soberbios,
salvajes y carentes de justicia, o amigos de los forasteros y con
sentimientos de piedad hacia los dioses?".
Desde los orígenes, la conducta humana se enfrenta a la doble
posibilidad de ser, precisamente, humana o inhumana. Porque la libertad
lleva consigo el riesgo de escoger tanto una conducta digna y lógica como
otra indigna y patológica. Llamamos ética a la elección de la conducta
digna, al esfuerzo por obrar bien, a la ciencia y al arte de conseguirlo.
Si estamos obligados a elegir, no estamos obligados a acertar. Por eso
hemos inventado la música de cámara y la cámara de gas. Por eso
necesitamos una brújula que nos oriente en el confuso y agitado mar de
la vida. Por eso el Homo sapiens debe ser también Homo ethicus. Para
elegir bien y no acabar mal; para respetar la realidad y respetarse a sí
mismo; para respetar a los demás y diseñar un mundo habitable.
Vale la pena insistir. La ética es importante porque somos inteligentes y
no nos gobierna el instinto ni la sensibilidad. Porque hacemos honor a
nuestra condición de sujetos sujetando nuestros actos, llevando las
riendas de nuestra conducta, conduciéndonos. Porque necesitamos vivir
en sociedad. Porque, a veces, sin ella nos jugamos la vida. Porque
queremos ser felices a pesar de nuestras esclavitudes….
La ética es el arte de construir nuestra propia vida, y como no vivimos
aislados, sino en convivencia, con nuestras acciones éticas también
construimos la sociedad, y con nuestra falta de ética la perjudicamos. Por
tanto, nos encontramos quizás ante el más útil y necesario de los
conocimientos, porque nos permite vivir como seres humanos, a salvo de
la selva y del caos.
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2. Origen griego
Para entender cualquier realidad conviene
conocerla desde su inicio. Los orígenes de las
grandes aportaciones culturales de Occidente
suelen ser griegos. Por su crónica de la guerra
de Troya, Homero es el primer reportero del
mundo. Por una de las consecuencias de esa
guerra –el accidentado regreso de Ulises
contado en la Odisea-, sienta las bases de la
ética y de la civilización occidental. Estamos en
torno al año 800 antes de Cristo.
Tres siglos más tarde, los sofistas alumbrarán lo que hoy entendemos
por cultura: el interés por la ética, la política, la retórica, el conocimiento,
el lenguaje, el arte, la religión, la educación… Fueron una veintena de
pensadores muy vinculados con Atenas. Desarrollaron su actividad
durante la Guerra del Peloponeso (431-404 a. C.), una contienda
fratricida en cuyo transcurso los griegos perdieron todo su tradicional y
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equilibrado sentido de la vida. Los atenienses llegaron a declarar a los
espartanos que "quienes pueden imponerse por la fuerza no tienen
necesidad alguna de justificación". Violadas todas las normas de
conducta y sumergidas en la catástrofe personas, familias y ciudades,
triunfó el inmoralismo del "todo vale". En ese clima irrespirable, los
sofistas aportaron la justificación teórica del derecho del más fuerte, como
repetirá Maquiavelo veinte siglos más tarde.
El auge del comercio mediterráneo hará que los sofistas contrasten las
leyes y costumbres helénicas con las extranjeras. Esa comparación
pondrá de manifiesto que lo tenido por verdadero e indiscutible puede
carecer de valor en otras culturas. Surge así la crítica de la religión, de
las formas de gobierno y de las instituciones. Se trata de una amplia
discusión sobre el carácter relativo de la verdad y del bien, y sobre los
límites del relativismo.
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La moderación de las pasiones es una de las propuestas socráticas que
perduran en toda la filosofía antigua, y hace de Sócrates un griego
progresista que critica la conducta tradicional. Al hedonista Calicles le dirá
que “un hombre desenfrenado no puede inspirar afecto ni a otro hombre
ni a un dios, es insociable y cierra la puerta a la amistad”.
3. Platón y Aristóteles
Platón es el gran continuador de la herencia intelectual socrática. Nació
el año 427 antes de Cristo, en una familia de la más alta aristocracia
ateniense. En su vida y su obra tienen un peso decisivo el ejemplo
imborrable de Sócrates y la degradación que sufrió Grecia durante la
guerra del Peloponeso. Platón intentó atajar esa situación con las
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reflexiones éticas y políticas de sus Diálogos. Así nos lo cuenta en un
célebre párrafo de su Carta VII:
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(andría). La parte racional (el auriga) ha de poseer inteligencia práctica
(prudencia, frónesis). Hay una cuarta virtud, la más importante, que surge
al integrar las tres anteriores, y expresa la armonía perfecta del alma: la
justicia (dikaiosyne). Junto a esta original concepción de la justicia Platón
acepta también la más común: la voluntad de dar a cada uno lo suyo, de
respetar los derechos ajenos y las leyes.
Toda la ética clásica es una propuesta sobre virtudes, y todas las virtudes
se pueden reducir a las cuatro platónicas, denominadas más tarde
"cardinales" porque sobre ellas gira la vida moral. Sócrates las había
recogido de la tradición homérica. Platón las expondrá en sus diálogos.
Y Aristóteles las analizará a fondo en una obra cumbre y definitiva: Ética
a Nicómaco.
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4. ¿Qué es lo bueno?
La ética busca el bien. Aunque la palabra "bien" no significa lo mismo
para todos, todos aspiramos a vivir bien. Por eso debemos preguntarnos
qué hace que las cosas, las acciones y la vida sean buenas. Entre las
principales respuestas encontramos:
- La regla áurea
- El hedonismo
- El utilitarismo
- El consecuencialismo
- El orden natural
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la naciente y revolucionara doctrina de los derechos humanos era un
"pomposo disparate". Por su parte, John Stuart Mill (1806-1876)
distinguió entre placeres inferiores y superiores, según un célebre criterio
cualitativo: "Es mejor ser un Sócrates desgraciado que un cerdo dichoso".
MacIntyre señala, entre los problemas de escoger como criterio moral
conceptos como placer, utilidad o felicidad, su inevitable vaguedad.
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se siguen de su ignorancia o desprecio. El carácter normativo de la
naturaleza humana queda reflejado en el concepto de “Ley natural”, como
veremos en el capítulo 10.
Los griegos del Siglo de Pericles propusieron como criterio la physis, que
los romanos tradujeron por natura. Teniendo por bueno lo natural y por
malo lo antinatural, juzgaron que la costumbre de las jóvenes escitas -
que se cortaban un pecho para disparar mejor con arco- resultaba
antinatural y peor que su contraria. Griegos y romanos, al observar que
la naturaleza no se presenta caótica, sino ordenada y sometida a leyes,
comprendieron que es bueno respetar el orden natural. Así, quien
rechaza la tortura está expresando algo más que su opinión: está
diciendo que nadie debería aprobarla, pues atenta directamente contra la
naturaleza humana.
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subjetivamente me apetece, ni lo que eventualmente pueda hacer o
aprobar “todo el mundo”. De hecho, la ética y las costumbres mayoritarias
difieren a menudo. Mientras la sociología es una ciencia descriptiva
(describe lo que piensa o hace la mayoría), la ética es prescriptiva
(prescribe lo que se debería hacer). Si en una sociedad fueran mayoría
los mentirosos, los racistas o los alcohólicos, esa superioridad numérica
no convertiría en buena su conducta.
6. La tentación relativista
Entendemos por “relativo” lo que está “en relación con”. El mundo es una
inmensa red de relaciones donde hechos, objetos y personas se
relacionan en el espacio y en el tiempo. Todo lo que conocemos es
relativo, está relacionado de forma objetiva: tú eres alumna de tus
profesores, hija de tus padres, amiga de tus amigas, nieta de tus abuelos,
pívot de un equipo de básket, cliente de Zara... Y se te debe tratar
respetando tus relaciones objetivas: el profesor no puede tratarte como si
fueras su hija; tus padres no pueden tratarte como si fueras su alumna o
su cliente; tu amiga no puede tratarte como si fuera tu abuela...
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Entendido como concepción subjetivista del bien, el relativismo hace
imposible la ética porque, si queremos medir las conductas, necesitamos
una unidad de medida, no muchas. Si el kilómetro es para ti 1.000 metros,
para él 900, y para otros 1.200, 850 ó 920, entonces el kilómetro no es
nada. Si la ética ha de ser criterio para distinguir entre el bien y el mal, ha
de ser objetiva y una en lo fundamental, no subjetiva y múltiple.
Cuestiones abiertas
0. Después de leer este capítulo:
¿Qué te ha aportado?
¿Qué aspectos te resultan más difíciles o discutibles?
¿Qué suprimirías, qué añadirías?
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LA LIBERTAD
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1. Noción y clases de libertad
Hace dos millones de años apareció por las llanuras de Tanzania el Homo
sapiens. Sucio y desmelenado, no parecía lo que realmente era: un
superdotado en cuya dotación se escondía una novedad de valor
incalculable: la libertad inteligente. Esa diferencia inmaterial le convertía
en el único animal capaz de ver la realidad como tierra en la que pueden
germinar unas semillas invisibles que llamamos posibilidades. Pues en la
rama no está escrita la flecha que podría llegar a ser. Y los metales no
piden ser convertidos en automóviles. Ni el agua es energía eléctrica. Sin
embargo, el ser humano descubre ésas y otras muchas posibilidades
inverosímiles. La libertad inteligente se convierte así en una fabulosa
hormona de crecimiento administrada a la realidad. El mundo se
multiplica entonces en mil mundos: surge el progreso.
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Nuestra condición racional nos hace necesariamente libres, pues conocer
y no escoger sería un absurdo psicológico, una servidumbre insufrible.
Así se explica que perder la libertad pueda llegar a repugnar tanto como
perder la propia vida. Por boca de don Quijote, Cervantes nos dice que
“la libertad es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron
los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la Tierra
ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe
aventurar la vida".
En el acto libre entran en juego las dos facultades superiores del alma: la
inteligencia y la voluntad. La voluntad elige lo que previamente ha sido
conocido por la inteligencia. Para ello, antes de elegir, delibera: hace
circular por la mente las diversas posibilidades, con sus diferentes
ventajas e inconvenientes. La decisión es el corte de esa rotación mental
de posibilidades. Me decido cuando elijo una; pero no es ella la que me
obliga a tomarla: soy yo quien la hago salir del campo de lo posible.
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Hay una libertad física que equivale a la libertad de
movimiento: poder ir y venir, entrar o salir, subir o
bajar, hacer esto o aquello. Pero la raíz de la libertad
está en la voluntad, y la acción voluntaria es, ante
todo, una decisión interior. Esto es sumamente
importante, pues significa que la persona privada de
libertad física sigue siendo libre: conserva la libertad
psicológica. Lo expresa muy bien Viktor Frankl, un
psiquiatra judío que estuvo internado en un campo
de exterminio nazi. En el libro El hombre en busca
de sentido afirma que al ser humano se le puede
arrebatar todo salvo la última libertad: la elección de su propio camino.
Luego añade:
2. Resumen histórico
Los orígenes de la reflexión ética sobre la libertad se nutren de las tres
raíces de Occidente. En Grecia y Roma se valora la libertad como una
enorme conquista política. “Para ser libres nos hacemos esclavos de las
leyes”, repetirán Heráclito, Aristóteles, Cicerón y Séneca. Ubi libertas, ibi
patria, dirán los romanos con expresión insuperable. Esa libertad -política,
ciudadana, física- se complementa con la libertad interior, de la que
Sócrates es su máximo exponente entre los griegos. El filósofo ateniense
pasará a la historia por su defensa de la libertad de conciencia. En su
estela, los epicúreos y los estoicos reducirán la filosofía a una ética, y la
ética a libertad interior, serenidad de ánimo, autarquía.
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fórmula sustine et abstine, “aguanta y renuncia”. El estoico quiere ser
autosuficiente, bastarse a sí mismo. Con cierta radicalidad, proclama que
la felicidad se encuentra en la liberación de las pasiones. Y, para evitar
desengaños, cultiva la indiferencia hacia los bienes que la fortuna puede
dar o quitar.
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Unas breves palabras de Jesucristo
revolucionan para siempre nuestra
concepción de la libertad: “Si permanecéis en
mi palabra (…) conoceréis la verdad, y la
verdad os hará libres”. No se refieren a la
verdad científica o histórica, ciertamente
inabarcable e insondable. Se refieren a sí
mismo, que se presenta como verdadero y único Dios. Tampoco se
refieren a la libertad física, sino a la interior, con una profundidad no
imaginada por los estoicos.
La libertad cristiana es liberación de la ignorancia y el miedo. San Pablo
dirá que Cristo, con su resurrección, demuestra que es Señor de la vida
y de la muerte, y así “liberó a todos los que, por miedo a la muerte,
pasaban la vida entera como esclavos”. La liberación cristiana abarca:
la ignorancia moral
la esclavitud del pecado
la incertidumbre existencial
el sinsentido de la vida
el miedo al dolor y al infortunio
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se justifica por su rendimiento. Algo similar podemos decir de la libertad
y de sus elecciones, que pueden ser buenas o malas, justas o injustas,
como veremos con detalle en temas sucesivos.
3. Libertad limitada
La libertad no es absoluta porque el hombre tampoco lo es. Su limitación
es triple: física, psicológica y moral. Está físicamente limitado. Su
limitación psicológica también es múltiple y evidente: no puede conocer
todo, no puede quererlo todo, los sentimientos le zarandean y
condicionan constantemente. La limitación moral aparece desde el
momento en que descubre que hay acciones que –aunque puede- no
debe realizar: puede insultar porque tiene voz, pero no debe hacer tal
cosa.
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completamente esclavo. Ha trazado, es cierto, un círculo mortal a su
alrededor, del que no puede salir; pero dentro de sus amplios límites el
ser humano es poderoso y libre, lo mismo que los pueblos”. Se ha de
entender, por tanto, que el ser humano no se crea a sí mismo, nace con
sus límites y con la doble posibilidad de encontrar o perder el camino que
le corresponde como persona.
A simple vista podría pensarse que las leyes son el principal enemigo de
la libertad, y así lo piensan los ácratas. Sin embargo, tal oposición sólo
es aparente, porque la alternativa a la ley humana es la ley de la selva.
Tampoco es correcto identificar lo libre con lo espontáneo. La libertad,
desde cierto ángulo, es justamente la negación de la espontaneidad, pues
supone el dominio de la razón y de la voluntad. Espontáneamente
mentiríamos, insultaríamos, rechazaríamos el esfuerzo y el sacrificio,
pero solo somos libres cuando entre el estímulo y nuestra respuesta
interponemos un juicio de valor y decidimos en consecuencia.
4. Libertad condicionada
Vivimos en un mundo que impone condiciones. Nacemos entre leyes,
cosas y personas: "yo y mi circunstancia", resumía Ortega. Por eso,
nuestra libertad está siempre condicionada por lo que existe en torno a
ella. El humorista Forges decía en una de sus viñetas:
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Soy libre…
…Puedo elegir el banco que me exprima;
La cadena de televisión que me embrutezca;
La petrolera que me esquilme;
La comida que me envenene;
La red telefónica que me time;
El informador que me desinforme
y la opción política que me desilusione.
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no conoce las tristezas y fealdades de la vida. En noviembre de 1942,
con apenas trece años, escribe:
Soy una muchacha que tiene su ideal o, mejor dicho, tengo ideales,
ideas, propósitos y proyectos, aunque todavía no logre expresarlos.
Cuando estoy sola, por la noche, y hasta de día, mi alma se llena
de proyectos.
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asesinato, alcoholismo, drogadicción, y también simple pereza,
irresponsabilidad, mal carácter, cinismo, envidia, insolidaridad... Las
dimensiones del mal, dice José Antonio Marina, muestran hasta qué
punto es precaria la grandeza humana, y hasta qué punto es importante
la tarea de la ética.
¿Por qué elegimos mal? Nadie tropieza porque ha visto el obstáculo. Del
mismo modo, cuando libremente se opta por algo perjudicial, esa mala
elección es una prueba de que ha habido alguna deficiencia: no haber
advertido el mal o no haber querido con suficiente fuerza el bien. En
ambos casos la libertad se ha ejercido defectuosamente, y el acto
resultante es malo. No siempre es fácil saber qué cosas se deben preferir
sobre otras. Por eso es importante la deliberación previa. “Y, si se trata
de cuestiones importantes, nos hacemos aconsejar y desconfiamos de
nosotros mismos”, recomienda Aristóteles.
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6. Libertad y responsabilidad
Los actos libres son imputables al sujeto que los realiza, porque sin su
querer no se hubieran producido. Además -siguiendo a Kant-, todo el que
daña debe ser castigado, para que experimente las consecuencias de
sus actos.
Quien obra es quien escoge los fines y los medios y, por consiguiente,
quien mejor puede dar explicaciones sobre los mismos. Si la libertad es
la capacidad de elegir, la responsabilidad es la aptitud para responder
por esas elecciones. Libre y responsable son dos conceptos paralelos
e inseparables, y por eso se ha dicho que a la Estatua de la Libertad le
falta, para formar pareja ideal, la Estatua de la Responsabilidad.
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conducta les afecte: no es lo mismo poner una calificación injusta que
condenar a muerte a un inocente, como tampoco es igual la
responsabilidad del ciclista y del camionero en el caso de que ambos no
respeten un semáforo. Las responsabilidades sociales también dependen
mucho de las circunstancias: quien siembra tomates no tiene la misma
responsabilidad que quien siembra marihuana, y no es lo mismo ser
primer ministro que leñador. Para los ámbitos de la ecología y la bioética,
el filósofo alemán Hans Jonas propone un principio de responsabilidad
semejante al imperativo categórico kantiano: Obra de tal manera que no
pongas en peligro las condiciones de la continuidad indefinida de la
humanidad en la Tierra.
7. La responsabilidad última
Decíamos que ser responsable significa tener que responder de algo
ante alguien. En las grandes tradiciones sapienciales ese Alguien se
escribe con mayúscula, y es el fundamento último de toda
responsabilidad. Él preside el juicio a los muertos, y los premia o castiga
definitivamente según sus obras en esta vida.
En el antiguo Egipto, las almas de los muertos se justificaban ante el
tribunal de Osiris con una pormenorizada declaración de inocencia. En la
antigua Grecia, Platón dedica a ese desenlace las últimas páginas de la
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República. En ellas leemos, asombrados, el extraordinario mito de Er, un
soldado que muere en combate y resucita diez días más tarde, para
contar a los vivos, de parte de los dioses, lo que les espera después de
la muerte, en el Hades.
Las referencias al juicio de los muertos son constantes en Homero y los
trágicos. Cuando Creonte pregunta a Antígona por qué ha desobedecido
la prohibición de sepultar y rendir honras fúnebres a su hermano, escucha
esta respuesta:
No fue Zeus quien dio esa orden (...). Y no creo que tus decretos
tengan tanta fuerza que obliguen a transgredir las leyes no escritas
e inmutables de los dioses, siendo tú mortal. Esas leyes no son de
hoy o de ayer, pues siempre han tenido vigencia y nadie sabe
cuándo aparecieron. Además, por temor a lo que piense un simple
hombre no iba yo a sufrir el castigo divino por su incumplimiento.
Juro por Apolo –y pongo por testigos a todos los dioses- que
atenderé a los enfermos de la manera que les sea más provechosa,
evitando todo mal y toda injusticia. Que no escucharé a quien me
pida un veneno mortal, ni sugeriré a nadie cosa semejante. Que me
abstendré de aplicar abortivos a las mujeres. Que viviré y ejerceré
mi profesión con inocencia y pureza. Que no cometeré acciones
injuriosas o corruptoras, y evitaré sobre todo la seducción de
mujeres u hombres, libres o esclavos. Que guardaré secreto sobre
lo que oiga y vea como médico, siempre que no sea indispensable
divulgarlo. Si observo con fidelidad este juramento, séame
concedida la felicidad y la honra. Si lo quebranto y soy perjuro, caiga
sobre mí la suerte contraria.
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En la Biblia son innumerables las referencias al Juicio
Final. Las palabras más explícitas las pronuncia el
mismo Cristo, cuando explica que pondrá las ovejas a
su derecha y los cabritos a su izquierda. Después
premiará a las ovejas con “el reino preparado para
vosotros desde la creación del mundo. Porque (…)
estuve desnudo y me vestisteis; enfermo, y me
visitasteis; preso, y vinisteis a verme”. En cambio, a los
cabritos les dirá: “Apartaos de mí, malditos, id al fuego
eterno, preparado para el diablo y sus ángeles. Porque
tuve hambre y no me disteis de comer; tuve sed y no me
disteis de beber (…); estuve enfermo y en la cárcel , y
no vinisteis a verme”. La Biblia se cierra precisamente con la visión
profética del Juicio Final en las páginas del Apocalipsis. El autor ve cómo
resucitan los muertos para presentarse ante el trono de Dios. Entonces
se abre el libro de la vida, donde están consignadas las buenas acciones,
“y todo el que no fue hallado en el libro de la vida fue arrojado en el
estanque de fuego”.
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Cuestiones abiertas
0. Juicio sobre el capítulo.
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3
LA VERDAD
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1. Ética y verdad
¿Qué edad tienes? ¿Dónde vives? ¿Cuántos países hay en Asia? ¿Por
qué se hundió el Imperio romano? ¿Hay seres vivos en otros planetas?
¿Cuántos átomos forman el Universo? ¿Qué forma de gobierno es la
mejor? ¿Qué hay después de la muerte?
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también atentan injustamente contra ese derecho la difamación, la
murmuración y el juicio temerario.
2. Escepticismo
Aunque la realidad nos envuelve, sabemos por experiencia que su
conocimiento es difícil, parcial, escurridizo, subjetivo y manipulable. Un
repaso a la Historia pone de manifiesto que los seres humanos hemos
aceptado como verdades lo que no eran sino errores crasos, y a veces
disparates: basta con pensar en la esclavitud, los sacrificios humanos, el
éter, la generación espontánea, el geocentrismo…
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por extraña que sea, que no haya sido defendida por algún
pensador.
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demuestra que nuestro conocimiento alcanza la verdad: solo podemos
advertir lo erróneo en comparación con lo verdadero.
3. Realismo e idealismo
Dos elementos se relacionan en el acto de conocer y en la definición de
verdad: el sujeto que conoce y el objeto conocido. Aristóteles entendió
esa relación como ajuste o correspondencia entre ambos: entre la
realidad y lo que captamos de ella. En su estela, Tomás de Aquino y los
filósofos medievales nos dejaron una excelente definición: "Adecuación
entre el entendimiento y la cosa", adaequatio rei et intellectus.
4. Diálogo y consenso
La mayor parte de las cuestiones que se plantean en la vida no
pertenecen al terreno de la verdad, sino al ámbito de lo opinable, y
admiten diversas soluciones correctas: no hay una sola táctica para ganar
una carrera ciclista o un partido de fútbol; hay muchas formas de preparar
un menú sabroso, de aprender un idioma, de practicar deporte, de ayudar
a los demás, de plantear unas vacaciones, de vestir con estilo… En una
sociedad democrática y pluralista, las divergencias en cuestiones
opinables se deben resolver pacíficamente por medio del diálogo y el
consenso. Filósofos alemanes como Apel y Habermas han visto en el
diálogo el mejor de los procedimientos para encontrar soluciones justas.
El éxito de esa ética dialógica depende de dos condiciones: no ignorar
información relevante y jugar limpio, sin coacción y sin intereses ocultos.
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propias, escuchar las ajenas y dialogar con serenidad. Sin ser una
solución perfecta, el consenso es quizá la mejor de las formas de
establecer lo que es justo y conveniente. Pero es preciso no olvidar que
la justicia no nace necesariamente del común acuerdo. MacIntyre, en su
Historia de la ética, se pregunta qué validez tiene un consenso sobre el
asesinato en masa de los judíos. Y responde que el consenso solo es
legítimo cuando todos aceptan normas básicas de conducta moral.
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5. La equivocación de las mayorías
En una viñeta publicada en 1919,
se cuece la primera ministra
Theresa May en la salsa del Brexit,
dentro de una cazuela por donde
asoma su torturada cabeza. No hay
que ser analista para entender que
esa testa sufriente representa a
Gran Bretaña, nación castigada por
practicar el peligroso deporte de
jugar con algo tan tozudo como la
realidad. Pero su desafortunada
salida de la Unión Europea no será del todo negativa si nos invita a pensar
sobre los límites de los procedimientos democráticos.
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Por su identificación con la realidad, sabemos que la verdad no consiste
en la opinión de la mayoría, ni en un término medio entre opiniones
diferentes. Además, apoyarse en la mayoría equivale a despreciar la
inteligencia, como sugiere el conocido diagnóstico de Erich Fromm:
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6. La verdad en el positivismo
Antes de 1860 predicaré el positivismo en Notre-Dame como la
única religión real y completa.
Auguste Comte
Comte vivió entre 1798 y 1857. Había nacido en una familia francesa,
católica y monárquica. Estudió en la famosa Escuela Politécnica de París.
Se formó en la lectura de los enciclopedistas franceses y los empiristas
ingleses. Al referirse a su fortísima y precoz vocación reformadora,
escribirá: “Después de cumplir catorce años, experimenté la necesidad
imperiosa de una regeneración universal, política y filosófica al mismo
tiempo”.
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El reformismo de Comte afecta a la ciencia, la ética y el Derecho.
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El Universo pudo crearse a sí mismo de la nada, y de hecho lo hizo.
La creación espontánea es la razón de que exista algo, de que
exista el Universo, de que nosotros existamos. Por eso no es
necesario invocar a Dios.
7. La verdad en la literatura
Platón nos dice que vivimos en una caverna donde reina la penumbra, y
que vivir de forma inteligente significa abrirse camino hacia la luz. Si la
misión de todo escritor es iluminar la caverna, los mejores son los que
más luz emiten, los capaces de ayudarnos a entender cuestiones tan
importantes y misteriosas como el amor, el sufrimiento, la libertad, la
muerte…, y lo único más importante que la vida: el sentido de la vida.
Necesitamos historias para reconocernos en ellas y aprender a vivir.
Cualquiera de nosotros puede llegar a ser un héroe o un villano, y esa
incertidumbre nos empuja a fijarnos en los demás para ver cómo han
asumido ese riesgo: cómo han llevado las riendas de sus vidas, cómo
han encajado los éxitos y los fracasos, cómo han superado las
adversidades o se han hundido en ellas. Necesitamos la buena literatura
y sus historias para tomar medidas a la realidad y escarmentar en la
cabeza ajena de Calisto, Melibea, Ana Karenina o Lázaro de Tormes;
para soñar como el Principito; para sobreponernos como Ana Frank; para
esperar como Penélope; para aspirar a la bondad esencial de don
Quijote.
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Ernst Gombrich ha escrito que “la vida es a menudo triste, y es una
crueldad bárbara privar a nuestros jóvenes de la energía y la inspiración
que pueden encontrar durante toda su vida en el contacto vivificante con
las obras maestras del arte, de la literatura, de la filosofía y de la música”.
Por suerte, los grandes libros contribuyen a esclarecer el mundo, a la vez
que nos ayudan a rectificar los puntos de vista equivocados. Los grandes
libros nos alejan de la vulgaridad, y a veces aceleran tanto nuestro viaje
interior que, cuando regresamos al mundo, ya no somos los mismos.
¿Puede un autor cambiar a sus lectores? Tras la publicación de Oliver
Twist, ingleses ricos recapacitaron e hicieron generosas donaciones; el
Gobierno mejoró orfanatos y asilos, y los niños pobres recibían más
limosnas en la calle. Así, la compasión y la benevolencia se acrecentaron
en Inglaterra gracias a Dickens, y también el buen humor, con el gusto
por una vida salpicada de alegrías sencillas y tranquilas.
Es claro que transformar una época está al alcance de muy pocos.
Cambiar una vida tampoco es fácil. Pero nos bastaría con que un libro
nos ayudara a disolver un prejuicio, a rectificar un punto de vista, a
purificar nuestra mirada. Todo eso es algo bueno y sencillo. En ocho
endecasílabos célebres, Francisco de Quevedo reconoce justamente
esa deuda con grandes escritores del pasado:
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2. Platón y su Apología de Sócrates
3. Marco Aurelio y sus Meditaciones
4. Shakespeare con Hamlet, Macbeth o El rey Lear
5. Cervantes con Don Quijote
6. Calderón de la Barca con El gran teatro del mundo
7. Dickens con David Cooperfield
8. Charlotte Brontë con Jane Eyre
9. Dostoievski con Crimen y castigo
10. Borges con su mejor poesía
Cuestiones abiertas
0. Juicio sobre el capítulo.
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4 EL PLACER
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1. Estatuto natural
Ser animal racional supone escuchar simultáneamente dos llamadas: la
del placer y la del deber. Ese protagonismo del placer en la conducta
humana es patente, y su mejor análisis se realizó hace más de dos mil
años, en unos apuntes de clase que luego recibieron el título de Ética a
Nicómaco. Ahí leemos algunas de sus notas fundamentales:
La razón y el deseo son los dos caracteres por los que definimos lo
que es natural.
Todo el mundo persigue el placer y lo incluye dentro de la trama de
la felicidad.
El placer se presenta íntimamente asociado a nuestra naturaleza.
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2. Platón y Sócrates
Nuestra época ha hecho de lo sexual una revolución cultural. Pero no
somos los primeros. Basta con invitarse al Banquete platónico para
comprobar que apenas hemos inventado nada respecto a la gama e
intensidad de los placeres. En cambio, tendemos a olvidar que el deseo
de placer convierte el equilibrio humano en algo peligrosamente
inestable. Desde Homero, desde Solón y los Siete Sabios, una máxima
en forma de advertencia recorre el pensamiento ético de los helenos:
"Nada en exceso".
Platón viajó a Sicilia varias veces y tomó nota de lo que se entendía por
vida feliz en aquella isla: “atracarse de comida dos veces al día, nunca
acostarse solo por la noche, y todo lo que acompaña a ese tipo de
existencia”. Había sido invitado por el tirano Dionisio para redactar la
Constitución de Siracusa. Pero al ver el panorama confiesa en la Carta
VII que aquel tipo de vida le desagradó profundamente.
Con semejantes costumbres, nadie en el mundo puede llegar a ser
equilibrado. Así se hace imposible la sabiduría y las demás virtudes.
Y, por la misma razón, ninguna ciudad puede mantenerse en paz,
por muy buenas que sean sus leyes, si sus habitantes vegetan
paralizados por la pereza en todo lo que no sea comer, beber y
correr tras sus amoríos.
El tirón del placer plantea un problema crucial, explicado por Platón, con
belleza y plasticidad, en el célebre mito del carro alado. Todo el arte del
auriga consiste en templar la fogosidad del caballo negro y acompasarlo
con el blanco, para correr sin que el carro vuelque. Pero un asunto tan
complejo no se resuelve en un mito. Platón lo plantea por extenso en el
Gorgias, donde dialogan Calicles y Sócrates. Ahora es el momento de
escuchar la extraordinaria respuesta del filósofo a la propuesta hedonista
del sofista:
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¿Afirmas que no hay que reprimir los deseos si se quiere ser
auténtico, más bien permitir su mayor intensidad y darles
satisfacción a cualquier precio, y que en eso consiste la virtud?
Entonces, dime: si una persona tiene sarna y se rasca, y puede
rascarse siempre a todas horas, ¿vivirá feliz al pasarse la vida
rascándose? ¿Y bastará con que se rasque sólo la cabeza, o
también otras partes? Yo, al contrario, pienso que el que quiera ser
feliz habrá de buscar y ejercitar la moderación, y huir con rapidez
del desenfreno. Creo que debemos poner nuestros esfuerzos y los
del Estado en facilitar la justicia y la moderación a todo el que quiera
ser feliz, en poner freno a los deseos y no vivir fuera de la ley por
tratar de satisfacerlos. Porque un hombre desenfrenado no puede
inspirar afecto ni a otro hombre ni a un dios, es insociable y cierra
la puerta a la amistad.
3. Epicuro
Dos grandes escuelas filosóficas de la antigüedad –estoicos y epicúreos-
buscan el ideal de conducta en la tranquilidad de ánimo. Para ello, como
condición necesaria, proponen la liberación del deseo de placer.
Epicuro llevó a cabo un exhaustivo y matizado estudio de los placeres,
destinado a demostrar que nuestra dependencia del placer es excesiva y
malsana. En su análisis distinguió placeres convenientes y peligrosos.
Pero la opinión pública de su tiempo, poco dada a sutilezas, tomó el
rábano por las hojas y adjudicó al filósofo la etiqueta de hedonismo puro
y duro. El propio Horacio resumió su juventud admitiendo que fue "un
puerco de la piara de Epicuro".
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Cuando decimos que el placer es el soberano bien, no hablamos
de los placeres de los pervertidos y de los crápulas, como
pretenden algunos ignorantes que nos atacan y desfiguran nuestro
pensamiento. Hablamos de la ausencia de sufrimiento para el
cuerpo y de inquietud para el alma. Porque no son las borracheras,
ni los banquetes continuos, ni el goce con jovencitos o con mujeres,
ni los pescados y las carnes que colman las mesas suntuosas, los
que proporcionan una vida feliz: más bien es la razón, buscando sin
cesar los motivos legítimos de elección o de aversión, y apartando
las opiniones que llenan el alma de inquietud.
4. Carpe diem!
El poeta Horacio resumió en dos palabras el programa de vida que busca
el placer por encima de todo: carpe diem. Es la invitación a vivir al día, a
exprimir el instante, a extraer de cada momento todo el placer que pueda
contener. La invitación de Horacio no era ninguna novedad. Placer se
dice en griego hedoné, y el primer programa hedonista lo encontramos
en tiempos de Platón, en boca de un sofista llamado Calicles: "Quien
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quiera vivir bien debe dejar que sus deseos alcancen la mayor intensidad,
y no reprimirlos, sino poner todo su valor e inteligencia en satisfacerlos y
saciarlos, por grandes que sean".
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explicar a sus románticos jóvenes que una vida agitada por el placer no
es lo mismo que una vida lograda, y que amontonar acciones no equivale
a encontrar el sentido de la vida; más bien, el sentido es algo previo a la
acción: es lo que escoge, orienta y coordina las acciones.
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No puedo ni quiero dar un paso atrás. Iré a pique a causa de mis
pasiones, que me hacen andar a la deriva. Voy desmoronándome
poco a poco. Pero ya nada me importa.
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múltiples. Freud era un excelente comunicador. Poseía ambición, talento
literario e imaginación. Acuñaba neologismos y creaba lemas con
facilidad y fortuna, hasta el punto de incorporar a la lengua alemana
palabras y expresiones nuevas: el inconsciente, el ego y el superego, el
complejo de Edipo, la sublimación, la psicología profunda...
6. Mayo del 68
La revolución sexual, inspirada en Freud y Nietzsche, estará en el centro
de las reivindicaciones estudiantiles del 68 francés. Todo empezó con un
altercado entre un joven estudiante, Daniel Cohn-Bendit, y el ministro de
la Juventud, que visitaba la universidad de Nanterre. El debate que se
entabló solo trataba sobre el acceso de los chicos a los dormitorios de las
chicas. El ministro invitó al cabecilla a que fuera a refrescarse a la piscina
de la institución. Los estudiantes prefirieron declararse en huelga.
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corresponde, y abrir camino a un estilo de vida más libre y espontáneo.
Pero los estudiantes revoltosos llevaban en el ala el plomo postmarxista
y la crisis del sentido cristiano de la vida, especialmente referida a la ética
de la sexualidad y a la estabilidad de la familia.
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El ser humano experimenta una fuerte inclinación natural hacia el placer
que se obtiene en la comida, la bebida y la sexualidad. Se trata de las
tres energías vitales más intensas, puestas directamente al servicio de la
conservación de la vida. En virtud de su misma fuerza, esas energías
también posen la mayor capacidad destructora cuando se desordenan,
sobre todo si el desorden cristaliza en forma de adicción. Por eso es tan
importante su gestión inteligente. Esa gestión pasa por lo que hoy
denominamos genéricamente autocontrol o dominio de sí, una cualidad
que, aplicada a los placeres, es conocida desde antiguo como templanza.
Cuestiones abiertas
0. Juicio sobre el capítulo.
1. ¿Mantienen su vigencia las palabras de Aristóteles sobre el placer?
2. ¿Debe el Estado, como propone Sócrates, promover la moderación?
3. ¿Se desdice Epicuro?
4. ¿Qué necesita el carpe diem!?
5. ¿Por qué la opinión pública desconoce el grave fraude de Freud?
6. ¿Se puede considerar positivo el balance de mayo del 68?
7. ¿Por una promesa de fidelidad se ata Ulises al mástil?
8. En 2019, los jóvenes protagonizaron el 45 por ciento de los accidentes
de tráfico en España, concentrados casi todos en la madrugada del
sábado y el domingo. ¿Guarda este dato alguna relación con la ética?
9. ¿Ves conveniente una ética de la sexualidad? ¿Cuál sería su
contenido esencial? ¿Quién debería fijarlo?
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