Heroes de Pandemia1.20 Paginas

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Héroes de Pandemia

Por Luz Marus

Después de estas dos cartas, Pedro me llamó agresiva y no me habló por


tres días y cuando lo hizo me dio una videoconferencia de padre católico
enojado, o padre amoroso ofendido, o lo mejor, amante dolido.

No hacía más que pedirle perdón y llorar y jurar que no lo iba a hacer
mal. Aunque todos mis amigos decían que esa carta no tenía nada de
agresivo. Salvo que: “El amor ideal de mi vida tenía valentía” y lo tradujo
como que le dije “cagón”, bueno lago así le dije, pero con más altura.

A partir de ahí se enfrío todo. Me dijo que lo arruiné. Que veníamos


bien y que yo lo apuré, no respeté sus tiempos, y que lo “pinché”. Aunque
reconoció que mi idea había sido brillante: Que no salgamos para nada a la
calle los durante 14 días, promesa y confianza, y nos veamos en su casa el
día 15, contando día a día con el cronómetro del amor. Una idea brillante y
romántica. Aún así dijo que no, o yo tomé su tardanza de 48 hs como un
No, y le mandé la carta dos, que destruyó todo.

Le expliqué que tengo un problemita con el heroísmo de los hombres.


Que estoy totalmente de acuerdo con la estricta cuarentena desde el día
uno, que amo a Alberto y a Cristina, que me alegré cuando cerraron los
bares porque yo ya no tenía amigos con quienes juntarme y porque mi
barrio dejó de ser un desfile de modas de mujeres compitiendo por el mejor
modelito snob y los hombres por el mejor auto. La banqué a muerte. Hasta
que un día, por chat, conocí a Pedro.

Ahí seguía bancando todo y quería volver a la fase 1 para que la


ciudad se convirtiera todavía en más apocalíptica y se parezca mucho más a
la frase de Casablanca: “El mundo se derrumba, y vos y yo nos
enamoramos.”
Mi propuesta era ir yo a su casa (que no era nada cerca y que nunca hice
cuand había bares abiertos) e inventar excusas a los policías, tiernas
excusas, creíbles, con llanto incluído verdadero. Nada era peligroso, 14
días cada uno encerrado sin siquiera pedir delivery, hacer las compras
antes. Nada más perfecto. Brillante, le dijeron los amigos y sospecho que
también le dijeron que era un pelotudo si me decía que no.

El no llegó o yo imaginé que llegó en mi pensamiento trágico de la


vida y sus 48 hs de tardanza y según él arruiné todo. Así de categórico.

Además de pedirle perdón cada cinco minutos en la videollamada,


le confesé mil que tengo un problemita con el heroísmo de los seres
humanos. O con la valentía. Que mi padre, que mi madre. Que era una
especie de Cenicienta. Nada le importó. Seguía. Le dije que sin querer en
algún momento los ponía a prueba para ver cuánto me querían y que ya no
quería hacer eso nunca más y que en ese sentido la Pandemia me había
venido como anillo de bodas al dedo.
Esta vez, nada era culpa mía. La situación ya estaba dada. El Apocalipsis
llegaba. El fin del mundo se acercaba. La primera semana la ciudad estaba
vacía, hasta los médicos tenían miedo (tuve que ir a tres dentistas para que
un hombre héroe se atreva a mirar mi boca). Todos tenían miedo de todos.
Eramos el enemigo. La peor pesadilla. Y la mejor enseñanza de “nunca
vivas un mientras tanto con nadie porque de repente se te pueden cerrar las
puertas como una burbuja invisible y te quedas ahí 24 hs con esa persona
que no sabías si querías del todo, o con esa mascota, o con tu soledad.”

Me había enamorado de una manera incoherente pero no me


importaba. Total, como dice Sartre: “Todo bello encuentro es un gran
malentendido” . Le dije que tenía casi todo lo de mi hombre ideal. El casi
lo agregue para no parecer una loca de mierda, sabemos que la certeza es
patrimonio del psicótico. Así que dije “casi” así no me consideraba una
loca de mierda, aunque me consideró una loca de mierda igual.
Le gusté esos primeros 25 días. Pero después se puso frío. Ya no había
videollamadas, ni mensajitos ni musiquita elegida especialmente por la
letra para mí que me importa más la letra que la música y a él sólo le
gustaban las canciones en inglés.
Ahora me pregunto, fue mi carta, o fue mi solución a vernos que
despertó otros miedos y cortó su idilio de sólo hablarnos de manera virtual
y buscó un enojo por haber sido tan malditamente ingeniosa. Nunca lo
sabremos. O sí. Esto recién empieza.

Como dije antes, todos mis amigos me dijeron que no había sido
agresiva sino muy amorosa, están en ustedes juzgarla. Pero uno de los que
más me lo aseguró fue mi amigo gay que me quiere mucho.
Y aquí otra de mis distorsiones. Mi amigo gay, Matías, resulta
que no era gay, o al menos no lo era conmigo y yo no sé por qué lo había
asumido de manera tan asertiva.
Lo llamo un día a Matías porque me dijo “llamame a la hora
que quieras” y me empezó a decir cosas muy lindas sobre mí, que entendí
que era para levantar mi autoestima, y a es mezcla de algunos gays por las
divas y como yo había jugado a ese personaje un tiempo, lo tomé como un
gesto de amigo que me quiere hacer sentir bien, hasta que llegó a los
hombros, el cuello, los pechos, y los labios. Y la remató con un “te besaría
en los labios”, y yo queee????? Ese beso que nadie quiso darme, me lo
quiere dar Matías, o es todo una joda?

Decidí que tenía que verlo igual, por su gesto de valentía, romper la
cuarentena por él, aunque ese día seguiera pensando en Pedri, pero Pedr ya
no me daba bola y si algo aprendí en estos años de terapia y de sex and de
city es que si alguieno no te escribe, no le gustas tanto. Si alguien no te
quiere más, no te desea más, por más que duela, hay que dejalo ir cuanto
antes.
Y esta noche, se supone Pedro que te estoy dejando ir, bien lejos, a tu
mundo nerd, de comics y películas de terror experimental aunque siento
que hubiésemos sido muy felices juntos, aunque no fuiste mi héroe de
cuarentena.
Ese juego o pregunta que hacíamos de niños “¿a quien te llevarías a una
isla desierta?” “¿si viene el fin del mundo a quien verías, con quien te
quedarías?”, y todas esas preguntas que nos tildaban de infantiles cuando
pasábamos los veinte, estaban sucediendo.
Y ahora cada quince días hay un episodio nuevo de una serie donde un
presidente hermoso con filminas nos va cómo sigue nuestro mundo y nos
dice frases inolvidables, mezlca de angustia y esperanza como “El mundo,
tal como lo conocíamos antes, no existe más.”

Antes de seguir con la historia de Pedro y de mi amigo gay que no


es más gay o lo es pero tengo la suerte de ser la única mujer que le gusta, y
confieso que me encantó su declaración, van las dos cartas. La primera dijo
que le gustó. La segunda fue la carta fatal. Ustedes juzgarán por sí mismos.
CARTA 1

Querido Pedro: Buenos Aires, 28 de junio de 2020

(qué lindo nombre tenés para comienzo de cartas).

Dudé, como ya sabes, en mandarte esto. Es que ayer fui presa de una
zozobra inaudita.

Sé que no vas a estar de acuerdo conmigo en nada de lo que te diga (y eso


me duele, admito) pero aún así, dijimos que nos íbamos a contar todo, o
casi todo.

Te dije una vez que hay cosas que no me animo, no me sale contarte si no
te veo, si no te miro, si no rompemos la virtualidad, que aunque vos me
asegures que es real, más real que muchas cosas, mi parte escéptica no deja
de decirme: nooo, todavía no lo es, son seres como de otro planeta. Me
susurra en realidad.

No sé si de leer muchas novelas o de mirar muchas dramas épicos pero


tengo un defecto entre tantos: Amo las situaciones límites. Me parecen
fundamentales para lograr sacar la esencia del ser humano.

Te cuento una, de una peli que agarré empezada: Una familia con dos niños
comen tranquilos en una terracita de, ponele, los Alpes suizos. Viene una
avalancha de nieve. La mujer agarra a los dos niños y se mete corriendo al
interior del restaurante. El hombre, agarra sólo su celular y entra.
Finalmente no muere nadie. Salvo esa pareja, como tal. Es que ¿Cómo
seguir juntos después de semejante acción? Imposible. Y algunos dirán,
qué mal la avalancha, y yo pienso qué bien, le demostró con quien estaba y
que ese hombre no valía para nada. Vivía engañada. Fin de la secuencia de
la cual no recuerdo el nombre de la película.

Me encantaría que nos encontremos, en el momento que sea, porque tengo,


no sé si llamarlo certeza porque suena muy loco pero sí una fuerte,
fuertísima intuición con vos. Tanto que te esperaría toda la vida.

Aún así, no puedo dejar de decirte, que en sueños imagino que nos vemos
ahora, en dos o tres días, cuando está todo prohibido, lanzándonos (ambos)
al riesgo. Yo además al policial porque debería ir yo para allá puesto que
no vivo sola. Mi confianza con vos es plena, tenemos gente en común, se
que sos bueno y que no me harías nada malo. Y te confieso que me duele
que vos no quieras. Aunque te juro que entiendo todo el peligro que ello
implica. Pero sí, me duele que postergues tus salidas, en cambio yo desde
que te hablé que no salgo de mi casa y tengo a mi madre presa, y de mal
humor por supuesto. Pero me había ilusionado con que me dijeras, además
de que es una muy buena idea, que sí, que hagámosla ya y que empecemos
la cuenta regresiva.

Nada cambia lo que siento por vos, la intuición, las emociones en el


cuerpo. Pero sí es cierto que estamos desaprovechando conocernos en una
situación límite, heroica, única tal vez en el resto de nuestras vidas. Y que
después, lo sé, lo sabés, no sería lo mismo. Nunca sería lo mismo.

Tal vez sea demasiado romántica. Fue presa por amor, o por intuición de
amor, (aunque tendría varias excusas y encantos para convencer a la ley)
Me gusta ser valiente.

Bueno eso era todo Pedro, eso me pone triste a veces. Que si bien siento
que va a ser igualmente lindo cuando sea que nos veamos, va a ser común,
me verías a mí como a cualquier otra, como yo vería a cualquier otro.
Porque te confieso que esto, esto que estoy pensando y sintiendo, no lo
haría ni lo hice por nadie, al menos todavía.

Dicho esto, como se tu respuesta, me queda esperar, pero no quería dejar de


decírtelo, no quería guardarmelo, Tal vez tengamos otras situaciones
límites en la vida, y ojalá estemos a la altura.

Te extraño, y es raro extrañar a alguien que nunca viste.


CARTA 2

Pedro, no dormí bien. Como no podía dormir me tomé una de esas pastillas
para el avión. No es una buena señal que haga eso.

Quedamos en que nos íbamos a decir todo.

Realmente quedé muy pero muy triste. No pude soportar el rechazo. Sé que
esto no tiene que ver con vos y seguramente tenga que ver con el rechazo
que recibí desde muy chica de mi madre y estos pequeños rechazos lo
reavivan. Pero ojalá pudiéramos manejar nuestro inconsciente.

Y sí que lo entiendo desde la razón, claro, no hace falta que me expliques


nada. Lo entiendo perfectamente. Pero me duele.

Me jugué una carta como nunca.

¿Viste cuándo te pregunté cuál era tu miedo conmigo?

Me respondiste en general, que era miedo a abrirte demasiado y a que te


lastimen.

Es el mismo miedo que tengo yo.

De nuevo te digo que no necesito explicaciones racionales porque desde la


razón las entiendo todas, las comprendo y no estoy para nada enojada con
vos.

Sólo me duele, sufro. Habíamos llegado a un poco de la conversación que


no había vuelta atrás, ese era el momento para vernos, pandemia, guerra o
lo que sea. Aunque vos veas romántico el no poder vernos, yo lo sufro.

Una vez te dije que tenías casi todo lo que tenía el hombre de mis sueños (y
que lo mantendría en secreto, porque era muy impresionante y prefería
guardarmelo para mí)

Pero una de las cosas que tenía ese hombre, era la valentía, pero no la
valentía en general de ir a hacer la revolución. La valentía hacia mí. En no
pensar antes en él en que en mí, en que yo le importe tanto que no tenga
miedo. Pero claro, no nos conocemos, tal vez tengas eso, en un futuro, no
lo sé.

Ayer, no sabíamos de que hablar, a la noche. O me pasó a mí. Realmente


estaba muy entusiasmada y casi segura de que me ibas a decir que sí y de
que te iba a halagar que yo también me expusiera por vos.

No sé si se me va a pasar esta sensación de rechazo. Vos la conoces, me


contaste, y es horrible. Yo tal vez sea la primera vez que la vivo de parte de
un hombre. Y no la puedo procesar. Me siento que finjo cuando hablo con
vos porque lo que querría es llorar, no reírme ni contarte mi día a día. Tal
vez sea demasiado dramática, exagerada, romántica.

Te pido eso, que no hablemos por unos días porque me hace mal. No estoy
para nada enojada con vos, siento que sos un excelente ser humano y al que
eventualmente quiero, por supuesto, conocer. Pero ahora, en este momento
extremo de soledad, donde la pasión en mi caso llegó a niveles que no
conocía, me hace daño. Me dirás como me dijiste que aprovechemos esto,
que nos conformemos. Lo hicimos, pero ya me duele.

Cuidate mucho. Ya nos hablaremos, cuando el peligro pase. Si es que pasa


alguna vez. Si querés respondeme, lo voy a leer. Y no sé qué haré para
tolerar la frustración, tomar ansiolíticos te prometo que no. Tal vez sólo
tenga que transitar esto que me pasa, y listo. Espero que no te parezca una
loca, una intensa, igual al pedo porque sé que sí, demasiado. Pero no lo
pienso antes de lanzarme, no lo pensé, fui optimista, y me di contra la
pared. No es tu culpa y te repito que te entiendo, te juro que te entiendo.

Beso, y sí, aunque te parezca loco, por muchos momentos sentí que te
quería.

(Esta fue la carta agresiva para Pedro y con la que destruí todo)
Estuve a punto de buscar terapia virtual para analizar por qué arruino las
cosas en su mejor momento, a tal punto de tal vez perder al amor de mi
vida. (Seguía convencida de eso).

A cambio de eso escribí una crónica pesimista para la revista de mi amigo


Matías, que al final cambié por otra no tan turbia. Ahí va:

El amor en tiempos de Pandemia, el infierno es el otro, o el


beso metralleta

La gran frase de Jean Paul Sartre: “

L'enfer, c'est les autres se parece mucho a los tiempos que

estamos viviendo. La gente en la calle ya no se mira,

como si de los ojos salieran rayos laser que pudieran

matarte. Los besos se transformaron en Kalashnikov y

todos somos posibles terroristas del otro.

Si antes costaba que te dejen pasar en una avenida

como Cabildo, ahora no sólo lo hacen, sino que se le

suma una mirada de odio y desprecio. El otro puede

matarme, el otro es el mal, me cuido del otro, no al

otro de mí. Debería ser al revés, o mutuo, pero no es

lo que veo que esté sucediendo.

La solidaridad, eso que al principio muchos creíamos

que aparecería, no está tampoco asomando

demasiado. Más que nada se acentúan diferencias


políticas, y teorías conspirativas.

La locura cotidiana se acentúa. Aparecen marchas en

el obelisco diciendo cosas como que el virus no existe,

que nos quieren encerrados en casa para robarnos, y

ponernos un chip en el cerebro en forma de vacuna, y

que el 5g además es el culpable. Aparece con más

fuerza el racismo, no sólo contra los chinos sino

contra los negros. Matan a Floyd. Parte del pueblo de

subleva pero siguen las matanzas y la discriminación.

La pandemia puso el gran foco en la desigualdad

humana.

El otro es mi enemigo.

Después de escribir esto me calmé como suele sucederme. Pienso que


debería hacer como esa novela “Quema esas cartas” porque siempre mi
escritura lastima a alguien y ese lastimar a alguien me termina lastimando a
mí mísma.

Decidí que basta de “Qué mierda quiero de la vida” para entregarme a “A


ver, qué mierda quiere la vida de mí”. Y entonces le dije a Matías, primero
que ojalá Alberto libere algún bar, y si el vendría a mi barrio. Me dijo que
sí. Después le dije que si vendría a mi casa con la excusa de arreglar mi
computadora y yo le diría eso a mi madre con la cual tenemos una relación
por decirlo de manera amable :“rara”. Y se puso mucho más contento y me
dijo que claro. Pero vivís a dos horas de mi casa Mati, y en provincia. No
podes de verdad, pero gracias por el gesto de no tenerme miedo. Sos muy
lindo. Y es tan horrible ver el miedo del otro en los ojos. Si había una
película de terror psicológico, el guionista del 2020 escribió la mejor.
Hasta acá, no sé que pasará. Sólo sé que mañana tengo que ir al puto
banco que odio porque ahora es todo virtual y yo vivía en el pasado. Dinero
virtual, odio y maltrato. Si algo me gustaría que pasara post-pandemia es
que quiebren todos los bancos. Sobre todo Santander Río.
Sé que Matías se cuida, como la mayoría lo hacemos, como lo hago
yo. Como los sensatos. Eso es lo que hace a un héroe ser tal. No la
pelotudez de no tener miedo. Sino el tenerlo y aún así jugarte, porque si a
cierta altura de tu vida, no tenés, tres, dos, una persona por la cual te
jugarías la vida, que vida de mierda tenés.

Mientra tanto, supongo que Pedro me seguirá histeriqueando, o tal vez


me bloquee, pero ya dudo que quiera verme y tal vez Matías tenga razón y
sólo quería una relación virtual de aburrimiento de cuarentena u otras cosas
peores que dijo de manera tan elegante, de su respiración, de los silencios,
que yo le tuve que decir “si me querés decir que es un pajero decímelo así
porque no te entiendo Matías, hablá bien.” y me dijo un tremendo: “Sí,
luz.” Me resisto a creer eso Peddro. La vida no es fácil.

Una vez, (que también se ofendió) le conté el cuento del paje y la


princesa que le cuenta el viejito al niño de Cinema Paradiso. La conté
según la recuerdo porque la miré hace años.

Un paje se enamora de una princesa y le dice que haría cualquier


cosa por estar con ella. Ella le dice que si pasa cien noches bajo la lluvia, el
frío y la nieve bajo su ventana la noche cien estaría con él.
Pasan las noches (en la peli muestran creo, al paje, con frío y sueño y
hambre) y a ella mirando desde su castillo, antes de cerrar la ventana para
irse a sus aposentos. Entonces, cuenta el viejito, el paje, el día 99, agarra
sus cositas, y se va para siempre.
Cuando ví esa escena no entendí por qué, si faltaba un día, y tanto
esfuerzo por nada. La persona que estaba conmigo en el cine, más grande
que yo me dijo “Ya lo vas a entender cuando seas grande” y lo entendí
recién, con Pedro, (cosa que también le molestó) Entendí la dignidad del
paje. ¿Con que cara iba a subir después de semejante humillación y prueba
innecesaria a estar con esa mujer indolente y soberbia, con qué amor?
Y le dije en un audio largo a Pedro, “vos sos la princesa y yo el paje que
espero noche a noche a que me diga sí vení hoy Luz, aunque sin frío y con
losa radiante pero la humillación es la misma y con qué cara te miraría
cuando pase el peligro. Y cuando pase el peligro ya no sería lo mismo,
sería una más para vos y vos uno más para mí, nos estamos perdiendo este
momento “Casablanca”, este momento “Transit”, ese momento “Algo para
recordar.” Ese momento de todas esas películas que nos gustan.

Martes 14 de julio. Pedro rechazó por tercera vez una invitación mía. Y
cuando digo rechazar también digo que dijo la frase: “lo tengo que pensar”
demasiada frialdad para mi origen pasional. En cambio Matías no dudó un
segundo. Pero Matías no puede porque se lo impide la ley, igual sumó mil
puntos en nuestra amistad, pero no creo que lo bese y no quiero lastimarlo.

Una de las cosas que más me costó aprender (y me cuesta) en la vida es a


no encapricharme con lo que yo creo que es lo mejor para mí. Casi siempre
meses o años después me doy cuenta de que estaba equivocada. Esta vez
voy a dejar que el azar decida por mí. Voy a dejarme llevar.

Matías es alguien que quiero mucho y sé también que nunca lo ví como


hombre y de eso me hago cargo. Prejuicio mío por no se qué. Y eso que
uno de mis morbos era que un gay se enamore de mí. O que un hombre
tenga un toque o un pasado gay.
Matías me adora, desde hace años. Al principio pensé que era sólo como
escritora, como personaje, como pensadora, como algunos gays admiran a
algunas que se hacen las divas. Y digo se hacen porque en mi caso fue un
personaje construido de la siguiente manera:

Quería escribir de manera descarnada, de todo lo que me pasa. Para eso se


me ocurrió elegir un seudónimo. Llegué a pensar en uno de hombre, pero
ya tenía algunas notas publicadas y elegí el mismo, de mujer. Pero la idea
era pasar desapercibida porque en la escritura me exponía mucho. Lo que
no sabía era que para la literatura under, sobre todo, hay que exponerse
para vender la novela. En lecturas, eventos, ferias, etc. Y lo que al principio
pensé como una máscara para esconderme, terminó siendo un personaje
viviente de la escena vernácula. Y un día me sentí atrapada en mi propia
trampa.
Ese día fue el día en que murió mi padre y todos mis supuestos amigos y
conocidos me decían “bueno un día tomamos un café” y ese café jamás
llegó, salvo con una amiga especial, Laura Ponce que merece ser nombrada
mil veces. Pero el resto se esfumó, como si nunca me hubieran conocido.
La luz alegre, desinhibida, y hasta frívola, ya no estaba, o sea yo ya no
servía en un evento. Era mi yo más profundo. Y nadie estuvo (salvo mi
amiga) y Matías. Me di cuenta de que no quería más eso, y lo reducí a “no
quiero escribir más” pero en realidad era: “no quiero publicar mas si
publicar significa tener esta clase de vínculos irreales, interesados, todos
intercambiando favores, siendo falsos a veces, hablando mal, no
recomenandose, compitiendo, todo eso no lo quería más en mi vida.
Pero escribir seguía siendo vital. Y escribir para ser leída. No importa por
cuántos, siempre dije que no me interesaba salir de Buenos Aires, ni ser
traducida, ahora no soy tan estricta, pero si quiero ser leída, y en el
momento en que lo escribo, casi. No años después donde ya no pienso lo
mismo y no me reconozco. En eso soy bastante parecida, el deseo tiene
vida finita, cualquier deseo. El deseo con Pedro tuvo su pico como la curva
del covid y el no lo quiso aprovecharlo, o no pudo. El deseo de tener un
hijo también siento que tiene un tiempo, más largo tal vez, pero si llega a
los 50 por más que la ciencia te lo permita, no es lo mismo, a esa edad una
persona tal vez quisiera tener hijos adolescentes, o no tenerlos. Es un tema
complejo. El deseo tiene un tiempo fijo. El deseo, como todo, también
muere.

14 de julio.

Anoche le mandé como siete audios a Pedro que creo que arruiné lo que
venía reparando. Pero en realidad, no lo arruiné, sólo fui yo misma y si a
alguien no le gusto que se vaya a la mierda, si lo que le gusta o lo repara es
la histeria, el “no te escribo tanto”, el “me hago la interesante”, en realidad
esa no soy yo, para algo hice tanta terapia, esa es la estrategia y si te
enamora la estrategia cogete a la estrategia pelotudo, pero no a mí.

15 de julio, terapia virtual.

Hablamos de mi madre. Y ese es un tema que nunca hablé pero que


sospecho que muchos pasaron. No todas las madres quisieron ser madres,
en una época donde no quedaba otra, o te casabas o te casabas. O le dabas
hijos a tu marido o te dejaba por otra. Desde ese punto de vista racional la
puedo llegar a entender, pero desde la emoción lo sufro día a día.
La pregunta que surge desde afuera es ¿Por qué entonces vivo con mi
madre?
Motivos, como en casi todo el mundo, económicos y psicológicos. En parte
nostálgicos, no querer dejar el departamento grande y lindo que compró mi
padre, y lo eligió en lugar de una casa para que “la nena” que ya tenía 11 e
iba a empezar a salir, tuviera un barrio seguro, iluminado, con seguridad y
tres colectivos en la puerta. Y para mí eso significa ese cuidado cada vez
que entro. Y bueno, también, quién sabe, boicots personales, que este año
me propuse cambiar.

Pero ya que me pasó, es un tema que da para escribir. Una madre que no te
quiere desde pequeña, que te cela el amor de tu padre, difícilmente haga
que tu vida emocional sea buena. De ahí mis relaciones fallidas. Cualquier
pequeño rechazo como “tengo una reunión después te llamo” para mí era
como un puñal. Lo fui laburando en terapia, pero no quiere decir que ya lo
tenga resuelto. Y me duelen los rechazos más insignificantes, como el de
un típo de un banco que trabaja de seguridad y porque le pregunté si era la
única pelotuda que hacía la cola y me dijo que no me dejaba entrar, me
puse a llorar, ahí en la puerta del banco, ridícula de mierda.
Por suerte tuve el gran amor de mi padre y de mis abuelos.
Con el del mi padre, si bien hizo todo lo que creyó bueno para mí,
pobrecito, puedo decirle desde acá: “Papá, me preparaste para un héroe que
no existe, y no para un hombre”.

Una vez le conté a una psicóloga la siguiente situación: En un edifiico en el


que yo vivía, cerca de la casa de mi padre, habían entrado ladrones, o un
ladrón. Estaba rodeado, nadie podía entrar. Llamé a mi viejo (porque me
avisaron por el portero eléctrico la policía que no abriera la puerta a nadie)
y vino, logró pasar la cinta y entró con el ladrón todavía dando vueltas, que
por suerte se escapó por la terraza.
La psicóloga me preguntó, ante mis quejas constantes de todo: “¿Vos sos
consciente de que no todos tienen algo así en la vida, alguien que expone su
propia vida por ellos, ni los padres?” y yo no era consciente, pensé que
cada uno tenía un valiente en su vida. Y ahora cómo lo extraño, y mi peor
defecto: buscar ese valiente en un hombre. En uno especial, en una
pandemia mundial.

Pensaba que ya no escribiría desde el dolor. Me equivoqué. Pedro me acaba


de romper el corazón. Ahora ni siquiera quiere conocerme. Por intensa, por
la carta dos, por la cara tres y por decirle “princesa”.
Y así me pasó con mi ex, y mi otro ex así hasta el primero. La culpable
siempre soy yo. La mujer, la niña, la adolescente. La caprichosa, la rebelde,
la impulsiva, la intensa, la demandante, la celosa, la que no mide las
consecuencias, la que quiere que todo se haga como ella quiere. Y yo me
termino creyendo todo eso y vuelvo a empezar terapia una y otra vez.
Este dolor se irá, lo sé. Pero lo que no sé es si voy a poder volver a confiar
en alguien que empiece así, a decirme cosas hermosas.
Matías empezó ayer a decirme cosas lindas y juro que le creí, pero sólo por
un rato
Todos huyen, finalmente.
De nada me sirvió ser linda, de nada me sirvió ser culta, de nada me sirvió
adaptarme a las normas de esta sociedad de mierda. Porque todo eso es un
trabajo, que sí, a veces viene ayudado con cierta genética pero de todos
modos, es un tema que no podes descuidar, ni comer de más, ni dejarte
estar como dicen ellos, que yo llamo “dejarte ser”.
Cuando era adolescente me decían “si vos hicieras gimnasia podrías ser
modelo”, asumiendo que ese era el sueño de toda adolescente. O sea no
bastaba con mi buena genética que me permitía comerme tres alfajores en
el recreo sin engordar, no, además tenía que forzar este cuerpo con pesas y
abdominales para ser tapa de revista porque sino “qué desperdicio, con ese
cuerpo nena”, la del kiosco, la preceptora, la profesora de gimnasia, la de
lengua, la de historia! Mujeres de los noventa.

Lo último que voy a contar de Pedro es que me preguntó una vez: ¿“Te
trajo problemas ser tan linda?” No vi su resentimiento en ese momento en
su pregunta. Le dije, obvio que no, quejarme de eso, es como que alguien te
diga que le trajo problemas ser millonario. En esta sociedad del orto donde
la hegemonía es lo que vale, cómo me va a traer problemas. Lo que no me
trajo es la felicidad. Pero ahora pienso sí, tal vez me trajo problemas.
Ilusiones al pedo. Tipos que sólo me querían coger de los cuales yo me
enamoraba y sufría al darme cuenta de que no era correspondida. De todos
modos, sé que él la pasó peor, pero nunca pensé que querría vengarse
conmigo de todas sus relaciones fallidas y su bulling en la adolescencia y
que en post de una “honestidad” me hiciera mierda en la última
conversación.

No pasa nada, idilio de cuarentena. Idilio, como el bolero que escuchaba


mientras lo conocía. No fue mi héroe, y cuando le dije eso, dejé de gustarle.
Cuando le marqué la valentía que no tenía. Cuando mostré que necesitaba
su contención, cuando mostré mi vulnerabilidad. El que decía que le
importaba más el software de la gente que el Hardware, bueno, el mío lo
llenó de virus y simplemente, una vez que me tuvo comiendo de su mano,
se retiró cual galán de telenovela falso, a vivir otras historias virtuales que
jamás concretará, con otras excusas y enojos.
Me confundió su cara de bueno, sus ojitos verdes sin maldad, su sentido del
humor, todo él, y por supuesto, la Pandemia.
Lo que más me duele de estas situaciones es que cada una se lleva un poco
mas de mi confianza y de lo poco que me queda de mi inocencia.
Parece que la posta es ser autosuficiente en todo y que no te importe nadie,
pero como dijo mi ex editor, Freud vino a demostrar que podemos ser
dependientes sin arruinarlo todo. Pero la parte de no arruinarlo, no me sale
o me hacen creer que no me sale, cuando en realidad tal vez el problema lo
tienen ellos.
Dijo que más adelante podríamos ser amigos. Evidentemente quiso
vengarse de todas las que le dijeron “te quiero como amigo”, pero ¿quién
querría ser amigo de quien te parte el corazón? Jamás, Pedro, tengo
dignidad.

Siento que todas mis penurias amorosas son justicia divina o algo parecido
por haberlo hecho sufrir a Mauro. Y por más que me excuso en que era
chica, que no sabía nada, que tenía las hormonas revueltas, que era
inexperta, soy yo la que no me perdono y algunas noches lloro por Mauro
y por mí, y por ese único amor puro que tuve en la vida, en esos años
donde se es puro de manera casi natural.

Otra historia que termina. Otra historia donde no me quieren tal cual soy.

16 de julio. Sé que a veces no parezco creíble. Nunca más vuelvo a creer en


alguien, nunca más me ilusiono y menos por chat. Jamás. Lo prometo.
Frente al altar de fotos de mi padre y el rosario de mi abuela.
Y así, como un personaje mezcla de Woddy Allen y Almodóvar,
escuchando boleros, me encuentro hoy, esperando que “la virgen de los
vientos” le levante a Tiago la valentía.
Le mandé la frase pero se la tuve que explicar. Debo ser yo y mis metáforas
complejas. Casi, pero no. Le pregunté si quería verme, y dijo que “mejor
esperar.” Nada nuevo.
Hoy fue el cumple de Pedro y le mandé un audio. No lo odio, siento que lo
comprendo. Mi psicóloga me hizo entender que todos tenemos nuestros
mambos y me quitó la culpa. Que yo no arruiné nada, que no es nuestro
momento. O al menos no es el de él. Trató de decírmelo. Me costó
entenderlo pero finalmente, lo entendí sin rencor, y le mandé un audio
amoroso al que reaccionó de manera amorosa y amable también. Quién
sabe lo que pasará. Lo que sabemos es que no es ahora.
16 de julio a la noche.

Apareció de repente, mi héroe de cuarentena, al menos según la definición


que vengo elaborando desde el día uno. Casi de la nada, con poca charla
previa, me dijo que vendría a la puerta de mi casa con un licor de Bilbao,
que baje dos copas y cuatro hielos, y que nos conozcamos.
Manuel. Apellido Vasco. Lindo. Elegante. Caballero.

Buscamos un lugar en la calle Melián y brindamos. La charla fue amena,


pero como de amigos, o algo así. Claro, no habíamos generado ningún
romance ni idilio por chat. Sólo intercambiamos pocas palabras. Es
arquitecto y se iba mañana de viaje a Rosario por trabajo. Decidió
conocerme antes de irse, tal vez por un mes. Ese gesto es el que esperaba.
Es el que esperé de Pedro tanto tiempo. Finalmente Manuel dio el gran
paso.

Brindamos, tomamos el licor, nos contamos algunas cosas de nuestras


vidas actuales, muy pocas o casi ninguna de nuestros amores pasados. Le
contaba al rusi que sí, que me pareció normal, o sea, normal pero no
enamorado. Y me dijo: “Es lo que necesitas, basta de idilios que no
terminan en nada, que son puro cuento, basta de películas.” Miró su
facebook y me dijo que le parecía no sólo normal sino justamente el
hombre que yo necesitaba, y que lo normal es lo posible. Que siga tranquila
por ahí. Igual justo se va. Siempre mi paciencia se pone a prueba.

Apareció (la verdad es que lo busqué yo hace cuatro días) Miguel. Cuando
lo conocí no le creí casi una palabra. Igual dice que lo cuidé, tenía fiebre en
la primera cita, le prepare la comida y un baño y dormimos abrazados. Ese
lindo recuerdo tiene de mí. Nos vimos unas veces más, pero yo estaba
recién separada y a los hombres no les creía ni las noticias del diario. Y
hace poco encontré un escrito de él y valoré lo que antes no, sus palabras
no eran mentira. Miguel es mi otro héroe, pero además, es o fue un héroe
por su trabajo, que no voy a contar para preservar su identidad.

Recién chateamos por audio, fue muy tierno. De todos modos, no sé si se


atrevería a verme, y por ahora valoro esto que tenemos. Todavía no me
quema el deseo como con Pedro, pero esto es más real. Los amores de
verdad puede ser que empiecen no con un idilio sino con una amistad. Y
eso es lo que se está dando.
17 de julio. Apareció otro pequeño héroe, un niño de 20 años, Nico
(aunque yo le doy 18). Lo busqué en un grupo de mails de la facultad para
ofrecerle algo medio ilegal: Haceme este parcial que odio y te hago dos de
los difíciles. Dos por uno, una oferta imposible de rechazar. Al principio se
negó amablemente y me propuso ayudarme. Me dio ternura pero yo no
quería aprender esa materia que no me servía para nada, sólo quería
allanarnos el camino, hacer un trueque. Al final llegamos a un acuerdo.
Como es todo domiciliario, con DNI, lo vamos a hacer juntos. Yo estudio
la parte teórica y el la parte de fórmulas que detesto y está tan lejos de mi
forma de pensamiento.
Le dije que era mi pequeño héroe urbano de Pandemia. Me enterneció con
todas sus ideas sobre los cambios que haría cuando se reciba de Ciencias
Políticas. Me llenó de aire fresco, de esperanza, de eso que nos va faltando
con el tiempo.

Miguel es diferente a todos, es especial, es bueno, es tierno, es sensible, y


es muy valiente en lo que hace, o hizo (porque ya no quiere más) y lo
entiendo. Me valora muchísimo y yo eso antes no lo había visto. Pero algo
me dice que con Miguel no podríamos ser pareja, como con mi amigo el
rusi, como con Gerardo, como con Damián, como con Marcelo.
De todos modos, decidí que todos serán mis amigos reales cuando termine
todo este horror, aunque los haya conocido a todos en redes sociales. Basta
de virtualidad. Esto me enseñó a valorar la vida real.

No sé cómo habrá pasado Pedro su cumpleaños, ojalá que bien. Imagino si


me extrañó, si pensó en mí, si se imaginó cómo sería si me hubiese dicho
que sí, que vaya. Si se lamentó o si se sintió aliviado. De todos modos,
siento que lo quiero, y que sea lo que sea, amistad o pareja, no voy a
dejarlo pasar en mi vida, porque no es común sentir idilios y amores
repentinos.

Hoy, 17 de julio, mi razón me dice lo que me dice el ruso. El hombre que


más encaja conmigo por miles de cosas, es Manuel. El que vino con su auto
y su licor de Bilbao. El que parecía normal pero hizo lo más anormal del
mundo. Cuando nos despedimos, le pregunté: “Cómo nos saludamos”? Y
me dijo: “Decidido vos que sos la que tiene el pensamiento más trágico
sobre la vida.” Lo dijo de manera liviana que me gustó. Le dí un abrazo,
sentí su perfume. Hacía 224 días que no sentía el perfume de un hombre.
Lo elogié y le agradecí haberse puesto perfume para verme. Antes de la
cuarentena yo por mi parte había decidido desintoxicarme de citas todo un
verano, para recuperarme de una relación fallida y para volver a sentir
confianza. Volvería a empezar en abril con mis actividades, pero llegó
marzo y la Pandemia mundial. Entonces, eran 220 días sin abrazar a un
hombre, sin sentir su perfume, sin subir a su auto, sin mirarlo a los ojos, sin
ver su sonrisa. Sí, me gustó. Pero estoy demasiado racional. No sé qué va a
pasar. Mañana se va de viaje. No sabe qué va a pasar con su trabajo. No
sabe si se va a mudar ni adónde. Está la posibilidad de que se quedé allá,
porque es de allá, y sé que esas decisiones dependen de lo que sentiste por
la chica que conociste el día antes de irte. Y confieso que mi intuición está
dormida. No lo sé. No pude darme cuenta de nada, si le gusté, si no le
gusté, si querrá volver a verme o si no querrá verme más. Fue amable, me
dejó un mensaje después, pero yo también soy amable cuando tengo una
cita y la persona me cae bien, me parece buena, tiene buenos gestos, y soy
agradecida. Pero eso no siempre quiere decir que quiera algo con ese
hombre. Puede que sí, puede que no. No pude darme cuenta de ninguna
señal. Sí recibí en el abrazo algo fuerte, me apretó contra su cuerpo. Pero
también puede ser afecto, empatía, y que también hace mucho que no
abraza a una mujer. No sé nada, ni lo sabré en unos días. Me toca esperar.
Algo que empezó a enseñarme Pedro.

Lo cierto es que me siento mejor. Que el mundo se amplía. Y que me


entregué a que suceda lo que tenga que suceder. Que abandoné el capricho,
aunque por momentos vuelven ráfagas, pero me relajé y en parte, gran
parte se lo debo a mi psicóloga con la cual tengo otra sesión mañana.

Algo de la esperanza está volviendo a mí. Y sí, hoy vi a mi primer héroe de


pandemia, eso no lo puedo negar. No era un temerario, los reconozco. Era
alguien que quiso conocerme a mí, sabiendo que nos exponíamos, y que
cuando lo felicité por su valentía, hizo lo mismo, me felicitó a mí por la
mía. Algo que hasta este momento no había registrado.

Yo tengo miedos, muchos miedos. Por supuesto tengo también miedo a


este virus letal. Pero pienso, si en estos momentos, no tenes una dos o tres
personas por las cuales te jugarías la vida que vida de mierda tenés. Mis
hijas son esas primeras dos personas. Y me falta el hombre, la pareja, que
aunque no lo tenga, no quiero esperar a que pase el peligro para
encontrarlo, porque siento que si lo encuentro ahora, ya confiaría en él casi
para siempre. Y mis “casi” son como una cábala. Un rasgo de lucidez y
salud mental. Una ausencia de certezas.
Quisiera contarle esto a todos los que conozco pero me viene a la mente el
proverbio chino: “Si tienes algo bueno, no lo cuentes.”
Hoy estuve pensando en algo que hablé como todo lo complejo que hablo,
con mi gran amigo platónico, el ruso.
Le dije que sí, que Manuel parecería el indicado, que en principio hizo
aquella hazaña que yo estaba esperando desde el 20 de marzo, que es lindo,
que es inteligente, pero que apenas lo conozco. Cuando me pidió que le
mandar un audio de él para darme su veredicto, o sea para sacarle la ficha,
me dí cuenta de que no tenía. Manuel no manda audios. Fue sólo texto y
ese encuentro. Me empecé a preguntar qué me pasaría si Manuel no tiene,
no le sale, no es de esos que alimentan el erotismo de la manera que yo
necesito, justamente, como lo hizo Pedro: tres mensajitos de buenos días
hasta que me despierte, dos a la noche, varios durante, el día, películas
especialmente elegidas para mí, música pero como a él le gustan en inglés
y a mi en castellano, me mandaba primero la letra a ver si pasaba el filtro
(las más hermosas letras de los mejores poetas) y si pasaba el filtro,
entonces mandaba la música entera y yo la escuchaba todo el día, y sabía
que era también elegida especialmente para mí, que todo eso era para mí y
después a la noche, videollamadas (que para mí fue la primera vez, me
desvirgó en eso, tenía mucho prejuicio y desinterés por el tema) y más
tarde, ya en la cama tapados, llamadas de voz, que a veces nos llevaban a
lugares a los que no queríamos entrar, al menos no con intención y
decidíamos cortar, el deseandome que sueñe cosas lindas y que repetiría mi
nombre tres veces antes de dormirse. Y así, intensos los dos, durante veinte
días.
Pero estaba hablando de Manuel. Si Manuel no tiene algo, un poquito de
todo eso, de ese alimento diario que yo necesito para poder erotizarme
entonces por más lindo que me parezca, por más caballero y por más héroe
de pandemia que hizo lo que nadie se atrevió, entonces, si eso faltaba,
cómo sostendría yo el deseo? El erotismo? Cómo haría para coger,
hablando sin dar vueltas. O sea, la primera vez o la segunda tendría en
encanto de lo nuevo. Pero si después es tan normal que es de esos hombres,
que aunque estén bien con una mujer, sólo necesitan verla a la noche
cuando llegan de trabajar, hablar lo justo y después ir a la cama? Si no es
de los que me mandan diez mensajes por día? Si no es de los que busca
estimular mis botones cerebrales? Entonces, no duraría más que un mes. Y
sería una pena.
El ruso por supuesto me dijo que al final era peor de los que me quejaba:
“una pajera mental”. Que todo eso es mentira y no lleva a nada, que el
mundo real es otra cosa, que me dejara de joder, que ya tenía lo que quería,
que ahora me relaje y disfrurte.
A todo esto mi psicóloga (llevo dos sesiones) ayer me iluminó de la
siguiente manera:
“Pará, yo escuché el primer día a una chica llorando por un hombre del cual
se había enamorado por chat, que la dejó cruelmente, y hoy me haces leer
la segunda carta que le mandaste, donde le decís vos misma a él que se
tomen un tiempo “que no sabes si esto se te va a pasar” y le pedís que
“mejor dejemos de hablar hasta que pase el peligro”. ¿Te das cuenta? Lo
dejaste vos, y él actuó en consecuencia. Sí, te escucho que ya te
arrepentiste y se lo hiciste saber, pero nena, lo dejaste vos, porque no te
bancaste el deseo, y sí, el deseo, el verdadero deseo, quema.

Así, distorsiono como una anoréxica ando llorando por los rincones por
cosas que o no sucedieron o si sucedieron las generé yo solita. Maldia
neurosis.

Pedro vio en mi a muchas mujeres del cine, lo sé. Porque a Pedro le gusta
mucho el cine. Pero siempre me mandaba películas donde la chica era bella
y cruel. Un día le dije: “me encantan, es como si las programaras
especialmente para mí, lo único que me preocupa es que me compares con
mujeres bellas y crueles” y ahí volví con mi promesa de “yo nunca te voy a
lastimar, Pedro, jamás.”

“Recién llego del kiosco y me encuentro este texto, tan tragicoromántico


del ruso:
[Seguramente si yo no llevara mi marca a cuestas, ya habríamos sido pareja
porque yo antes sí estaba dispuesto a pagar cierto precio de infumabilidad...
Pero posmarca es imposible... Es así, las cosas pasan y te dejan marcado...
No hay nada que hacerle...
Llegaste unos años tarde
Suele pasar.”

Y siento que porque soy una enfermita de mierda, lo amé. Adoré esa
declaración de la dimensión desconocida, en la cual hubiésemos sido
felices. Se que la mayoría no entendería esta amistad-amor virtual platónico
que tenemos hace ya cinco años y en la vida real nos vimos una sola vez.
Lo lamento por ustedes, no saben lo que se pierden.

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