En La Desembocadura Del Yukon Compress
En La Desembocadura Del Yukon Compress
En La Desembocadura Del Yukon Compress
por el
P. Segundo Llorente
de la Compañía de Jesús
1948
2
NIHIL OBSTAT:
N. GÜENECNEA, S. I.
IMPRIMI POTEST:
FERNANDO ARELLANO, S. I.
Prepos. Prov. Castilla
2 Mayo 1948
IMPRIMATUR
CARMELUS, Episc. Victor.
30 Apr. 1948
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ÍNDICE
AL LECTOR.................................................................................................................6
EL ADIÓS A KOTZEBUE.........................................................................................11
CAMINO DE AKULURAK.......................................................................................16
TOMA DE POSESIÓN...............................................................................................25
DIEZ PREGUNTAS...................................................................................................31
VIAJE A HOOPER BAY............................................................................................41
A TRAVÉS DE LA LLANURA HELADA...............................................................52
¿POR QUÉ VINO VD. A ALASKA?.........................................................................61
EN LA MISIÓN DEL P. FOX....................................................................................70
ENFERMO EN LA TUNDRA....................................................................................80
NAVIDAD ENTRE ESKIMALES.............................................................................91
A BORDO DEL "AMADEO"...................................................................................102
EL MARTIRIO DE LA PACIENCIA......................................................................110
LA CAPILLA DE NUNALJAPAK..........................................................................115
TEMPORAL EN EL RÍO NEGRO...........................................................................120
EL PRIMER ESTALLIDO.......................................................................................129
MESA REVUELTA..................................................................................................133
LAS "HERMANAS DE LA NIEVE".......................................................................138
EN LA "PESQUERA" DE AKORPAK....................................................................144
VILLANUEVA, LA ALDEA ESKIMAL
DE NOMBRE ENREVESADO................................................................................150
4
El río Yukón es uno de los grandes ríos de América del Norte. El río nace
en la Columbia británica (Canada) y recorre 3.018 km, dibujando una
gigantesca curva, hasta desembocar en el Mar de Bering, en Alaka. En su
parte más norteña pasa justo por encima del Círculo Polar Ártico. Con sus
numerosos afluentes, el Yukón drena una cuenca de 855.000 km 2.
Permanece helado desde octubre hasta mediados de mayo. (N. del Editor)
5
AL LECTOR
Cambio de destino
En 1942 se publicaron los dos tomos E N LAS LOMAS DEL POLO NORTE y
AVENTUREROS DEL CÍRCULO POLAR , que recogían la totalidad de las crónicas
enviadas por el P. Llorente desde su avanzado puesto de misión de
Kotzebue, sobre el Círculo Polar.
Algún otro libro, seguramente, se habría reunido desde entonces con
su colaboración en EL SIGLO DE LAS MISIONES, si la guerra más feroz que han
conocido los hombres no hubiera disminuido y dificultado su
correspondencia epistolar con retrasos, censuras y extravíos, poniendo una
barrera a su celoso apostolado de la pluma.
No cejó por eso en su empeño y, cuando no se pudo de otro modo,
utilizó correos de Hispano américa, remitiéndonos sus crónicas por
Colombia o Cuba, y dando a sus escritos tal amplitud que sus firma pudiera
seguir estando presente en las páginas de la Revista; así, por ejemplo,
«Diciembre en Alaska», que nos fue retrasmitido desde Bogotá y que dio
materia para diez de los doce meses de 1944 ( 1)
Ahora, cuando nos disponíamos ya a entregar a la imprenta la serie de
artículos publicados hasta la fecha, nos viene de improviso el 22 de Febrero
de 1948, una carta del P. Llorente en que nos dice:
"Anoche me llegó un telegrama anunciándome el cambio que ya
esperaba, aunque no para donde yo esperaba. Yo me había quedado con
ganas de volver a dar otra dentellada a Kotzebue, pero la santa Obediencia
ha querido que vaya a dársela a Bethel, en las riberas del rio Kuskawim,
donde sucederé al P. Manager, que es el actual párroco.
"La parroquia comprende todo el río, desde la desembocadura hasta
1
Capítulos V al X de este libro.
6
McGrath, una distancia fantástica. Veremos cómo nos las bandeamos...
Akulurak sigue impertérrita, y pronto hablaremos de ella largo y tendido
por vía de despedida, si Dios nos da la vida para ello, que con tanto volar
en tantos aviones nunca sabe uno por la madona si llegará a la cena con
los huesos sanos..."
El nombramiento de Superior del distrito de Akulurak, lo había
recibido en Kotzebue, el 10 de Agosto de, 1941, e inmediatamente hubo de
salir para su nuevo destino, donde ha pasado seis años y medio.
Esta circunstancia del cambio de residencia viene, pues, a resolver una
vez más nuestra indecisión sobre qué artículos incluir u omitir en este tomo,
ya que automáticamente las crónicas desde Akulurak nos ofrecen al menos
una unidad de procedencia y nos dan un todo cerrado.
Los artículos, ahora capítulos, van casi en el orden en que fueron
viendo la luz pública en EL SIGLO DE LAS MISIONES, y que, quizá sin ninguna
alteración, presentan, el orden cronológico con que fueron redactados.
Las vicisitudes por las que, a causa de la guerra, hubo de atravesar la
correspondencia del Padre Llorente quedan suficientemente reflejadas en las
páginas que escribe por lo que, salvo raras excepciones, nos abstenernos de
situarlas en el tiempo.
7
"...Me ruega encarecidamente que lea el Q UIJOTE en voz alta para que
conserve el estilo incorrupto. Así lo hago y lo he venido haciendo desde
hace bastante tiempo. Cojo un libro español y lo leo en voz alta. Más aún, a
los perros les hablo siempre en español; y, cuando viajo en trineo por las
tundras alaskanas, entre el -cielo y la nieve, improviso sermones en
español.
"La curioso es que luego me olvido y hablo al guía también en
español. Él se ríe y me hace caer en la cuenta del error.
"En el altar y cuando hablo con Dios en general, lo hago
infaliblemente en español. Todos los días, en la Santa Misa, pido a Dios en
español por todas y cada una de las intenciones de todos aquellos que me
han escrito o me han de escribir, aunque no me lleguen sus cartas..."
"En un número extraordinario de E CCLESIA que me mandaron el año
pasado (1946) había una sección de Misiones y en ella se quejaba el ar-
ticulista que los misioneros españoles no escribían, aunque parecía
consolarse con que, el menos, el Padre Llorente lo hace.
"Lo leí en la pesquera de julio y me quedé estupefacto. En el
Juniorado los profesores me tuvieron por una nulidad y nunca jamás me
aprobaron nada de lo que escribí. Ahora salimos con que, según E CCLESIA ,
soy el único misionero español que escribe para el público. Eso me dice a
mí que los demás se tumban a la bartola y creen que emplean
racionalmente el tiempo leyendo lo que otros escriben. ¡No hay derecho! Si
yo escribo y el público lo lee complacido, ningún jesuita tiene derecho a
eximirse de escribir, pues nunca me tuvo nadie por escritor; y, en cambio,
otros escribían exquisitamente... o, por lo menos, así se nos dijo en las
clases. Menos mal que se acaba el papel, pues me estoy sulfurando y
pudiera decir algún desatino..."
"...Son muchísimos los que me escriben quejándose cuando no hallan
en E L S IGLO crónica de Alaska. Por lo visto, presuponen que entré en la
Compañía y me ordené y vine acá a pergeñar un relato alaskeño en E L
S IGLO DE LAS M ISIONES .
"Hay cartas muy consoladoras, como cuando me dicen que ya están
admitidos o admitidas en tal o cual religión, y que el germen de la vocación
se debe a mis artículos, aunque yo no lo sospechara. Estas "indirectas" me
han hecho pensar seriamente en la obligación que tengo de proseguir
haciendo bien por ese camino de escribir. Por eso, y en cuanto esté de mi
parte deseo que no se pasen muchos meses sin que nuestro S IGLO saque algo
8
mío, para descargo de mi conciencia..."
"Me escriben que lo que más les gusta es mi espíritu alegre, en medio
de tantas contrariedades, que nunca pido dinero a bocajarro, que bajo a de-
talles personales para ellos interesantísimos, pues les abre horizontes no
soñados, etc.
"'Lo del espíritu alegre no deja de ser aleccionador; pues resulta que
me ahogan de vez en cuando tristezas y vivo días cuajados de amarguras
interiores. Lo que hago es sobreponerme a todo ello, echarme en los brazos
del Señor, dejar que el globo ruede vertiginosamente por los espacios,
tararear y aguardar que pase el nubarrón.
"Como táctica procuro no escribir cuando estoy triste. Debo admitir,
con todo, que por un día de tristeza tengo una semana de alegría, pues me
estoy especializando en el arte de estrangular las tristezas y amarguras tan
pronto como asoman la oreja. Por eso, cuando me escriben: "¡Qué alegre
es Vuestra Reverencia y qué socarrón!", yo respondo por lo bajo:
"¡Compadre, amigo, sí tú supieras!"...
"...Voy notando que se me acaba la materia para mis artículos. Lo que
pasa es que, como el público no tiene la menor idea de cómo es esto, puedo
continuar dándole vueltas por activa y por pasiva, siempre diciendo lo
mismo, pero siempre con variantes para que se hagan la ilusión de que es
nuevo lo que en realidad es más viejo que las encinas de los montes, y lo
han oído ya cien veces, pero se les hace nuevo, sin que yo me pueda ex-
plicar cómo sea así.
"Todos me escriben, que gozan mucho con mis crónicas y me animan
a continuar. Bastante confuso por este choque de ideas, aparentemente con-
tradictorias, obedezco maquinalmente y sigo escribiendo sobre esta Alaska,
remota y silenciosa, donde parece que tres artículos debieran agotar la
materia, pues no creo haya en el mundo país más monótono y dormido que
éste..."
R. G., S. I.
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El adiós a Kotzebue
Nuevo destino
Raquel, la rústica
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En los dos años de recepción de Sacramentos y vida católica práctica,
Raquel llegó nada menos que a las cumbres nevadas de la Mística. Lo sé
porque he leído y releído a Santa Teresa y a San Juan de la Cruz y pude
comparar lo que allí leí con lo que Raquel me contaba en la cocina.
Las ansias que tenía de comulgar eran tales que se despertaba a media
noche y ya no podía conciliar el sueño. En su camastro destartalado se
engolfaba en una unión con Dios que la abrasaba y la hacía respirar
aceleradamente.
Al oír la campana se echaba a la calle, aunque rugiese una tormenta
fenomenal, y llegaba toda fatigada y tiritando de frío. Ya sabía: al entrar iba
derecha a la estufa y se calentaba. Era éste un mandato expreso, pues de lo
contrario se quedaba en un rincón para mortificarse ofreciendo a Dios el
tembleque de miembros ateridos y el típico rechinar de dientes.
Durante la Misa llenaba de lágrimas por lo menos un pañuelo; algunos
días llenaba dos. Como ella no tenía pañuelos y se los daba yo, me era fácil
llevar la cuenta de los que llenaba.
Un día le amenacé con darle una toalla, y nos reímos cerca de media
hora.
Poco después de recibir la Sagrada Comunión, no cabía dentro del
cuerpo y tenía impulsos e ímpetus de levantarse y saltar, o por lo menos de
moverse o hacer algo.
Aquella cara feísima y arrugada se revestía entonces de un brillo y una
luz que inspiraban reverencia y un como temor sacrosanto o también algo
así como veneración sagrada.
Acaecía con frecuencia que al conversar casualmente conmigo sobre
temas religiosos, me contaba sus experiencias y se explayaba describiendo
detalladamente los efectos de la gracia santificante, que si no lo hubiera
estudiado yo en Teología me hubiera quedado en ayunas.
Cuando oyó hablar de monjas y de los votos religiosos, la pobre sufrió
verdaderas torturas de espíritu defraudada, como ella decía, nacida y criada
en el paganismo y dada en matrimonio sin haber oído hablar jamás de las
vírgenes del Señor.
Cuando me oyó hablar de las Religiones donde las monjas, blancas
como palomas, adoran a Jesucristo Sacramentado expuesto diariamente en
sus altares, quedó como herida de muerte hasta el punto de amedrentarme
seriamente. ¡Y que hubiera ella perdido todo eso!
Para cobrarse en alguna manera, nunca dejaba pasar un día sin hacer
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una visita larga al Sagrario de Kotzebue. Se arrodillaba junto al co-
mulgatorio y se eternizaba en coloquios en eskimal purísimo con Jesucristo,
que ciertamente entiende la lengua eskimal. Hablaba alto y yo la oía desde
mi despacho dentro de casa.
Su marido, también católico, no entendía de misticismos y un día salió
con la petenera de que no quería confesarse porque el Padre era un hombre
con pantalones como otro cualquiera y solo Dios puede perdonar los
pecados. Los hombres no pueden perdonar pecados.
Raquel le rogó que fuera a la iglesia y se lo preguntara al Señor.
Mientras él iba, ella oraba por él; y cuando el buen hombre entró en la
Iglesia y con los ojos en el sagrario preguntó si yo podía perdonar los
pecados de la gente, oyó a la estatua del Sagrado Corazón decir en voz alta:
—«Sí puede».
Con esa respuesta tan categórica ya no lo volvió a dudar y Raquel vino
a mi cocina loca de contenta a comunicármelo.
Yo pasé el resto del día sumamente pensativo.
Un día difícil
Las despedida
Digo, pues, que, cuando le dije a Raquel que iba a embarcarme para
Akulurak, se dejó caer en un banco y quedó unos cinco minutos como quien
ha sido herido por el rayo.
Al volver en si confesó que temía perderse sin mi ayuda; pero yo la
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conforté con la nueva de que dentro de un mes tendrían en Kotzebue al R. P.
Pablo Ocónnor, S. J., veterano misionero de las tundras alaskanas, muy
amigo de los indígenas, gran teólogo, todo amabilidad, etc., etc., y que él
continuaría mi obra con ventajas.
Tanto ponderé la virtud de mi sucesor que Raquel se aquietó, y con
eso respiré. Como yo era el único sacerdote que había tratado, se había ima-
ginado en su ignorancia que los otros eran diferentes y que tal vez la irían a
morder o algo así. En las lomas del Polo Norte ocurre todo lo ocurrible y
algunos ocurribles más.
Mi gran amigo Luis Reich, el ballenero de 1896 y maestro de obras en
la construcción de la iglesia de Kotzebue; el gran bienhechor de todos los
Padres y su mejor defensor en las tertulias animaloides de los blancos; mi
vecino Luis, que se enojaba si dejaba pasar dos días sin visitarle en su cama
donde yacía con sola una pierna y con el aparato digestivo descompuesto,
cuando me oyó decir que había recibido órdenes de salir para Akulurak,
clavó en el techo una mirada alelada y luego reaccionó para asegurarme que
iba a morirse antes de que llegase el barco, pues quería que le enterrara yo y
que rogase por él en mis misas cotidianas.
Y como lo dijo lo hizo.
Tres días antes de que arribase el barco, expiró en mis brazos,
habiéndome dejado en el testamento un abrigo de pieles que no hay más que
pedir. No deja de impresionar tener que enterrar a un amigo entrañable en
aquel remoto camposanto del Polo Norte.
Los últimos días todos me invitaban a comer o a cenar, incluso aquel
famoso tabernero de antaño que ahora quería echar la casa por la ventana de
gozo por verme partir de aquella población que él reputaba por coto suyo y
de nadie más. Me guisó un banquetazo que todavía al pensar en él se me
hace la boca agua.
Nos reíamos como dos compadres de lo más campechanos, mientras
por dentro abrigábamos pensamientos totalmente diversos para que en la
tragedia no faltase su dosis de comedia.
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II
Camino de Akulurak
«Carlos María»
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Por fin, me llegué a convencer de que el barco se hundiría de un
momento para otro, y en aquella oscuridad apretada e infernal comencé a fi-
losofar sobre los vaivenes de la vida.
Dejar a España y venir al fin del mundo para morir ahora en las aguas
salobres de este golfo desconocido, ahogado como una rata en una ratonera,
lo mismo que las ahogaban en mi pueblo en las ratoneras de alambre, donde
las pobres forcejeaban ferozmente hasta que se ahogaban y se convertían en
basura.
Desde entonces «El Meteoro» se llamó «La Ratonera».
Recé varios actos de contrición y ofrecí una Misa en acción de gracias
si «La Ratonera» se salvaba del naufragio y me salvaba.
En San Miguel
Camino de Hámilton
Dejé a San Miguel en el «Mildred», vaporcito muy mono que iba con
un cargamento de madera para Hamilton, exactamente el término de viaje
por el gran Yukón. •
Fueron dos días placenteros doblando cabos con nombres rusos
terminados en off , y subiendo río arriba contra la majestuosa corriente que
formaba remolinos por todas partes Como para indicarnos la profundidad de
las aguas.
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Acá y allá en las orillas se veían campamentos de pescadores que
oreaban el salmón recién cogido y cortado. Cada campamento nos recibía
con la consabida música canina indispensable en el país de los eternos
hielos.
Llegamos a Hamilton. Me instalé en la casa e iglesia del P. Lonneux.
También aquí vino a recibir los Sacramentos la población en masa. Éramos
todos gente conocida de antiguo.
A los pocos días de espera, llegó por mí el Hermano Feltes, famoso
aviador de nuestro aeroplano que tuvo la suerte de no estar en él, cuando
cayó y se estrelló en el aeródromo de Kotzebue en octubre de 1930.
Impresiones gratas
Acercándome a Akulurak
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Akulurak para que volviesen a casa con los nenes.
El paseo en aquel barco tan nuevecito les pareció de primera. Subieron
a bordo y quedaron hechas las paces.
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hambriento. Los yankis dicen que la barrera entre el hombre y el tigre son
tres comidas. No sé si dicen verdad o no; me limito a citarlos.
Nosotros llamamos a los rapaces de Pugumuvik Pedro y Pablo, y con
ello se quedaron hasta el día de hoy.
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III
Toma de posesión
Hicimos otras visitas a aldeas circunvecinas, donde no ocurrió
incidente alguno, y luego viramos en dirección a Akulurak, adonde llegamos
ya muy atardecido.
Desde lejos pudimos divisar los edificios con toda claridad, y a medida
que nos acercábamos se iban perfilando los detalles, hasta que distinguimos
la gente esperándonos a la orilla del río: las monjas, las chicas, el P.
O'Connor, los rapaces y la gente de la aldea.
Fue una recepción muy cordial y efusiva. ¡Tantas caras conocidas y
tantas caras nuevas!
El P. O'Connor me puso al tanto de los negocios en una charla muy
animada hasta mucho después de medianoche, y al día siguiente me escuchó
por espacio de cuatro horas sobre el estado de cosas en Kotzebue, adonde
acababa él de ser destinado.
Dos días más de toma acelerada de posesión y el buen Padre salió de
Akulurak, camino de las lomas del Polo Norte. Dos operaciones de hernia le
habían dejado paliducho y muy debilitado, y se creyó que la vida pacífica y
patriarcal de Kotzebue le habría de restablecer la salud perdida, como
probabilísimamente acontecerá; pues allí no hay viajes en trineo ni en
vapores, y en cambio hay una casa perfectamente acondicionada para los
rigores del clima con buenas estufas, buena cama, mucho silencio, mucha
paz y dos almacenes bien repletos que venden de todo. Se fue el Padre
O’Connor.
También fue destinado a Holy Cross el Hermano Feltes.
Los tres Hermanos destinados a Akulurak estaban a 500 kilómetros y
sin esperanzas de llegar en una buena temporada.
Tuve que cargar con todos los negocios y de la noche a la mañana me
vi hundido hasta la orejas. Las cinco horas que lograba destinar al sueño me
dejaban con unos ojos cargados y enrojecidos. Todo el día en pie y de la
Ceca a la Meca
25
En la nueva faena
26
Un rato en la perrera
La cocina de Akulurak
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IV
Diez preguntas
El Rdo. P. Antonio Irala, S. J., bien conocido de todos los lectores de
EL SIGLO DE LAS MISIONES me escribe rogándome le responda a once pre-
guntas que se le ocurrieron un día mientras viajaba en el tren por las llanuras
soleadas de Castilla.
Voy a ser sincero y voy a responderlas tal y como las respondería en el
lecho de muerte que es donde todo el mundo es (o debe ser) sincero y sin
doblez.
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Las obras empiezan a ser planeadas, y, si una energía sabia y prudente
secunda esos planes, una mañana se levanta uno y se encuentra con la obra
terminada. Con la parte económica mejorada, la parte espiritual debería ser
reforzada considerablemente; que ése es al fin y al cabo la razón de nuestra
presencia en el país de los eternos hielos.
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por no haber tenido ni asomos de pulmonía, por no habérseme helado la
sangre, por no habérseme parado corazón, por habérmelas bandeado
exhausto con un abrigo que un hombre sano apenas podía mover, etc., etc.
La pregunta del P. Irala dice así: ¿Cuál ha sido el día más feliz en su
vida de misionero? Y yo respondo que aquel fue el día más feliz, porque no
se puede expresar con palabras el efecto tan saludable que causó en mi alma
semejante acontecimiento.
Entonces me convencí, si antes no lo estaba, que las oraciones de los
que en sus cartas me dicen que me encomiendan a Dios son reales, ver-
daderas, poderosas, eficaces. ,
Entonces me afirmé en el convencimiento teórico de que hay un Dios
que vela por nosotros. Aquel día lo pasé en el cielo, absorto en Dios, objeto
del amor paternal de Dios, lleno de amor de Dios, dispuesto a emplear
únicamente en el servicio de Dios esta vida que él me acaba de devolver.
Ni la primera Comunión, ni los votos religiosos, ni la ordenación
sacerdotal ni la primera Misa, ni todas esas gracias juntas produjeron en mi
alma el cambio que operó este milagro tan breve, tan limpio, tan natural y
tan casero. El cielo y la tierra pasarán, pero, con la divina gracia, mi
agradecimiento a Jesucristo por este milagro no pasará...
Recuerdo que al día siguiente descubrimos en los pantalones agujeros,
o mejor, cortaduras de hielo que tienen filos de navaja de afeitar. Asimismo
las manos tenían rasguños en todas direcciones. Se me perdieron en la
batalla los guantes, que en paz descansen.
Los eskimales, que han visto ahogarse a tanta gente, venían a verme y
—los muy supersticiosos— dudaban si yo era el Padre de verdad o un fan-
tasma. Por la noche tuvimos rosario y Bendición solemne en acción de
gracias. Coincidió ser día de fiesta.
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8.ª ¿Cuál es la carta que más le he consolad?
40
V
DICIEMBRE
LUNES, 1
Un viaje inesperado
MARTES, 2
La cabaña de Jorge
MIÉRCOLES, 3
45
continuamos el viaje para Cañak, que es una aldea de dos casas.
En una de ellas se estaba muriendo una mujer que había estado de niña
en nuestra escuela de Akulurak. Se alegró mucho al verme entrar a gatas en
su choza subterránea; ni fue menor mi alegría interior al ver y admirar la
providencia de Dios en semejante coincidencia, al parecer tan casual.
Después de un coloquio espiritual se confesó en medio de una tos muy
congojosa. Le di luego la Extremaunción con todo sosiego y acto seguido
rezamos todos el Rosario.
Fuimos luego a la choza vecina, donde cenamos carne de foca con pan
y una taza de té. Vuelvo a ver a la enferma y le aplico la indulgencia
plenaria en artículo de muerte. A continuación tuvimos confesiones que oí a
la puerta de la choza mirando a un cielo negro sin estrellas. La enferma
deseaba recibir la Sagrada Comunión. Unas horas más y diría Misa para
darle este último consuelo.
Quedan cuatro personas con la enferma y los once restantes nos
acostamos en el suelo de la otra choza muy apretados.
Yo no puedo conciliar el sueño a pesar del cansancio del viaje. La
guadaña de la muerte anda de acá para allá por los techos de las chozas.
Tendido en el saco de dormir sobre las tablas, dejo que los otros ronquen
mientras yo medito sobre lo cierto y peregrino de la muerte.
De repente, se abre la puerta. Antes de que la vieja acabase de entrar,
pregunté si María habla muerto.
— Iii tokójok —me respondió.
María acababa de fallecer. Había estado grave muchos días, pero Dios
la sostuvo hasta el punto y hora en que llegué yo para empaquetarla para el
cielo.
El Misionero es una pieza de ajedrez que Dios maneja según los
designios de su providencia amorosa.
JUEVES, 4
¡A la buena de Dios!
Tropezando y levantando
Un viajar moribundo
La luz salvadora
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Caí en una butaca, debajo de una lámpara brillantísima, en frente de
una mesa con revistas y periódicos muy atrasados.
La buena Isabel nos preparó una cena rica y bien guisada.
Al sentarme a la mesa en la cocina y comparar aquello con lo que
hubiera sido si hubiéramos acampado en aquella soledad tenebrosa de frío y
cellisca, no pude menos de dar gradas a Dios por la providencia amorosa
que mostraba con todo lo que concernía a mi persona.
Cenamos, charlamos, saludamos a los cinco eskimales que vinieron a
vernos, les eché una plática sobre los diez mandamientos, se confesaron
todos, y encendí la estufa en la capilla contigua y me acosté a dormir el
sueño mejor merecido desde que nací.
51
VI
(Diciembre 1941)
VIERNES, 5
Gracias a Dios amaneció claro y sereno, en contraste notable con el
vendaval de ayer; hasta tal vez tengamos sol, que ahora sale a las diez y se
pone a las dos. Los poquísimos eskimales de Uksukalik fueron llegando uno
tras otro.
Cuando estuvimos todos reunidos comencé la santa Misa que oyeron
muy devotos y en la cual comulgaron atentos y reverentes.
Jaime es un intérprete de primera. Con su ayuda no tengo dificultad en
instruir en la religión a los indígenas más cerrados y bozales.
Me trajeron un niño de pocos días que bauticé con el nombre de
Basilio.
He comenzado una campaña de nombres raros para descongestionar
las listas inacabables de Josés, Franciscos, Ignacios, Juanes, Luises,
Estanislaos.
Creo no equivocarme si afirmo que esos seis nombres cubren el 80 por
100 de la población católica aquí en la desembocadura del Yukón. Para
evitar confusiones, apelan a motes y apodos que se me atraviesan de medio
a medio.
Por eso, yo estoy sembrando la campiña de Bernabés, Anicetos,
Ciprianos, Marcelos y Anastasios.
El Basilio de hoy no parece eskimal, por lo guapetón y frescote,
aunque le delata la nariz chata y los ojos japonizoides.
Celebramos el bautizo con un desayuno fuerte de pan, salmón seco y
café; nos despedimos amistosamente y Jaime y yo disponemos los prepara-
tivos para continuar la caminata.
El perro de ayer llegó tambaleándose y se echó junto a sus
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compañeros. Como apenas se tiene en pie, Jaime pone fin a sus achaques y
penas con una bala entre las orejas.
A este paso nos vamos a quedar sin perros. Pienso en los míos de
Akulurak, tan guapos y tan bien cebados; pero no es este tiempo de añoran-
zas; enganchamos los once perros que aún nos quedan y salimos camino de
Kapótlik siempre hacia el sur.
La senda o rastro es como la de ayer, sólo que hoy está el sol a punto
de salir y vemos donde pisamos, que es un alivio que no agradecemos lo
debido, como la salud.
Jaime lleva aire de chulo y me responde con donaires cada vez que le
pregunto si sabe a punto fijo por dónde camina. Por allí no perdería él la
senda con los ojos cerrados.
—Pues nada, que Dios te oiga —me limito a contestar.
Orientándonos
La aldea de Kapótlik
Un matrimonio voluntario
Un nuevo huésped
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SÁBADO, 6
Misa en la choza
La Cruz y al dólar
Atollado en la nieve
58
Embestir los bloques seria desatino, pues al bajarlos rodaríamos como
bolas; no queda otro medio que seguir escurriéndonos y culebrear entre
aquellos bloques formidables que yacen en posturas feas y ridículas sacando
a veces una barba o unas narices de veinte metros.
Ya anochece y comienzan a verse las estrellas, pero por fortuna
divisamos ya la aldea y Jaime distingue la capilla donde pasaré la noche, si
Dios quiere.
A la luz de la luna, y en medio de un ladrido ensordecedor de perros,
entramos en Scammon Bay y nos dirigimos a la capilla católica.
Atamos los perros y les damos de cenar con la ayuda de un grupo de
chicos que han venido a curiosear, como no podía menos de ser siendo
chicos.
Vocación frustrada
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Besando la nieve
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VII
DOMINGO, 7
Hay una tormenta fenomenal. Yo voy tan encapuchado en mis abrigos
de pieles que no llevo al descubierto más que los ojos, unos ojos lagrimosos
y en carne viva, casi cerrados, pues la tormenta nos da de lleno en la cara.
El viento, encajonado entre el monte nevado y los cerros artificiales de
hielo, incrustados en el lodo tierra adentro por el huracán pasado, nos azota
el rostro implacablemente y obliga a los perros a ladearse y tirar hacia la
izquierda, imposibilitados de dar la cara al feroz elemento.
Vamos a paso de tortuga.
A eso de las once llegamos al atajo que corta en dos el monte Eskinok.
Comenzamos la subida con el viento de cara, que no parece sino que toda la
creación se está confabulando contra nosotros.
Agarrados al trineo y apoyándonos en las puntas de los pies, ayudamos
a los perros empujando el artefacto con tanta fatiga que no comprendo cómo
vamos a llegar vivas a la cima.
Hago alto con frecuencia con la disculpa de contemplar el horizonte,
pero Jaime, que es un vivales, me cala y me sale con que no está el día para
paisajes.
Tiene razón, pero no le dejo salir con la suya: cuando las piernas me
dicen que quieren descansar, me subo al trineo y paramos hasta que están de
nuevo en condiciones de continuar. Los hombres no somos animales ni es
justo que se nos aguijonee hasta que reventemos con la carga.
Jaime está hecho a esta vida, y yo no lo estoy pues los tres años de
vida sedentaria en Kotzebue echaron por tierra todas mis experiencias
61
perrunas en mi anterior estancia en Akulurak. Venir ahora de golpe y
arremeter con un viaje de este calibre es cosa más seria de lo que pudiera
parecer; Jaime lo comprende y se calla.
Seguimos subiendo, subiendo, subiendo hasta que la respiración se
hace muy difícil. Ya no me canso. Mi estado es tal que ni sé si estoy vivo o
muerto o resucitado: las piernas se mueven maquinalmente y continuamos
subiendo hasta lo que yo creo ser la cima.
Llegados allí descubro una cadena de montes cuyo límite se perdía en
la bruma del ambiente. ¡Había que subirlos y cruzarlos todos!
62
las nubes.
Por fin, se inició la bajada. El trineo se echa de bruces sobre las patas
de los perros que galopaban amedrentados mientras nosotros descasamos en
el trineo tendidos como en una cama
Allá, en la bajada, se ve una choza humeante que los perros acaban de
olfatear, y a ella nos dirigimos en línea recta en busca de compañía,
Se nos habían acabado las provisiones de boca.
Entramos gateando y nos vimos en un agujero redondo con un
ventanuco en el techo a manera de claraboya. Al sentarme junto a la estufilla
y caer en una especie de sueno beatífico, me hice cargo de lo terriblemente
cansado y agotado que estaba.
Vivía allí un matrimonio con cuatro hijos, todos cazadores, todos
bautizados y buenos católicos.
Comida eskimal
Parlamento movido
Al borde de un despeñadero
66
Una luz providencial
Un perro inteligente
Jaime conoce aquel terreno y se orienta. Ya nos queda poco para llegar
a Hooper Bay, pero no damos con el rastro.
El perro delantero se obstina en tirar hacia la izquierda, pero Jaime
teme que por allí nos lleve al mar y nos ahogue; por eso le declaramos la
guerra al pobre perro y le obligamos a torcer hacia la derecha a fuerza de
voce
vo ces,
s, insu
insult
ltos
os,, reni
renieego
goss y ha
hast
staa algú
algúnn pu
punt
ntap
apié
ié qu
quee él de
deso
sobe
bede
dece
ce
tenazmente.
Paramos y descargamos verdaderas cortinas de fuego sobre el perro
guía induciéndole a torcer a la derecha, pero él responde emprendiendo un
galope inesperado tan hacia la izquierda que casi vira
vir a en redondo.
Muertos de cansancio y hastiados le dejamos salir con la suya y vemos
con pasmo que en dos minutos nos planta en el rastro, un rastro como una
carretera, el rastro de Hooper Bay por el cual caminamos de prisa y con la
plena seguridad de que siguiéndole llegaremos pronto a nuestro destino.
El perro era más listo que nosotros.
Mandé a Jaime que fuera y le estampara un par de besos en el hocico;
que le acariciara y rascara las orejas en señal de agradecimiento; que nunca
jamás volviera a contradecirle; que no lo matara nunca hasta dejarle que se
cayese y muriese de viejo, etc., etc., a todo lo cual responde Jaime con un
«Ya veremos» lacónico que encierra toda la filosofía eskimal, es decir, una
filosofía tristona, fría, desagradecida y sin pizca de corazón.
67
Lo de besar al perro en el hocico incluso le hizo reír como si le hubiera
contado un chascarrillo aragonés.
68
—En España cae poca nieve. Los sevillanos apenas le ven el pelo.
España es el país de las naranjas, de los viñedos, de las ganaderías y de los
olivares. No te vayas a creer que España es como esto. Cuando tengas
dinero date un viaje por España; yo te daré las señas de algunos de mis
amigos que te acribillarán a preguntas, y entonces verás lo que es mi tierra.
Si vas, no vuelves.
—Pues entonces ¿por qué vino usted?
—
—PuPues
es,, ho
homb
mbre
re,, tú qu
quee estu
estuvi
vist
stee on
once
ce añ
años
os en nunues
estr
traa escu
escuel
elaa
debieras saberlo. Vine porque vosotros los esquimales no tenéis sacerdotes,
y sin sacerdotes ya ves qué paganismo reinaría en la región; y Jesucristo dijo
que El haría que su evangelio fuese predicado en toda la redondez de la
tierra. Alaska tendrá siempre sacerdotes, si no indígenas, extranjeros; alguno
tiene que ser el extranjero que tiene que venir; y, si alguno ¿por qué no yo?
Y, a propósito, ¿cuánto nos queda para llegar a Hooper Bay?
Jaime quiere hacerse el sordo, mas al fin confiesa que no pasará de una
hora. Como llevábamos diez horas de caminata y habíamos cubierto una
distancia tan considerable, me convencí de que Jaime me habla engañado
buenamente cuando me dijo en aquel agujero del monte que era cosa de
unas horas.
Se lo pregunté de sopetón y me respondió que se había extraviado; de
lo contrario me hubiera llevado a Hooper Bay en muy pocas horas.
69
VIII
MIÉRCOLES, 10
Me encuentro aquí, en Hooper Bay como en mi casa, restablecido del
viaje y renovado en toda los sentidos. He tenido unas charlas muy animadas
con el P. Fox.
70
Tiene seis aldeas que visita cuando y como puede, aparte de esta de
Hooper Bay, que es la más populosa, la más ferviente y la que mejor
responde a los esfuerzos del Misionero.
Todos los días comulgan unas 25 personas, y los domingos cerca de
ciento; en las fiestas principales llegan a 150, y cuando vienen cristianos de
otras partes no caben en la iglesia.
No se habla nada de inglés; todo tiene que arreglarse en eskimal de
pura cepa, que el P. Fox entiende sin dificultad, aunque lo habla a
trompicones, como me pasa a mí.
71
Las Hermanas de la Nieve
LUNES, 15
72
La bendición del misionero
Oscurecimiento nocturno
Aquí, en Hooper Bay, no las tenemos todas con nosotros. Se teme que
los japoneses vengan a visitarnos en trimotores, ya que estamos a dos pasos,
y por las noches colgamos de las ventanas mantas y otros trapos que ocultan
la luz.
Es un crimen inhumano ocultar la luz a un viajero que vaga en trineo y
pierde el camino en la noche oscura; pero la guerra es así, y en Alaska hoy
estamos en guerra contra el imperio del Japón.
No que los japoneses vayan a gastar una bomba en nosotros, que no la
velemos, sino que las luces de Hooper Bay pueden servir de señales camino
de Fairbanks o Anchorage u otros centros donde un bombardeo pudiera
causar daños considerables.
Radioemisoras
74
MARTES, 16
Llega el P. Fox
MIÉRCOLES, 17
Después del desayuno nos disponemos a partir. Sipari va con el trineo
del P. Fox y yo voy el mío de Akulurak.
Mientras enganchan los perros al tiro yo me postro de rodillas ante el
sagrario, y así, como quien no dice nada, le ofrezco al Señor la vida por la
salvación de las almas. Son momentos de una solemnidad sagrada mezclada
con un no sé qué de simplicidad muy natural en un misionero.
Siguieron los encargos de última hora y despedidas acostumbradas y
salimos para Akulurak a un galope desbocado, pues los perros estaban
descansados y el rastro no era del todo malo.
Sipari conoce un atajo por la orilla del mar que nos debe ahorrar por lo
menos 25 kilómetros. Naturalmente debe ir delante; pero las perros del P.
Fox no se pueden comparar con los míos, que les dejan a medio camino.
Cambiamos, pues, de trineo y Sipari toma la delantera con el trineo de
Akulurak. Yo le sigo con el trineo del P. Fox cada vez más lejos.
75
Le doy voces que me aguarde con el fin de hacer alto unos minutos,
descansar, cambiar impresiones, etc., pero Sipari, aunque más inteligente
que la masa eskimal ordinaria, al fin es eskimal y continúa impertérrito sin
oírme, sin ocurrírsele siquiera volver la cabeza para ver cómo va el Padre.
Clavo los ojos en su trineo, que cada vez se aleja más, en espera de
que vuelva la cabeza para hacerle la señal con los brazos, pero Sipari se me
aleja hasta que se convierte en un punto negro al ras del horizonte.
Siempre adelante
¡La catástrofe!
La noche triste
79
IX
Enfermo en la tundra
(Diciembre 1941)
JUEVES, 18
Con un cólico de estatura mediana reuní a la población católica antes
de que tuvieran tiempo de desayunar con el fin de facilitarles la recepción de
los Sacramentos. Una asentada regular oyendo confesiones, Misa y
exhortación a vivir como Dios manda.
El dolor, que en lugar de amenguar se acentúa ominosamente, me hizo
adoptar una medida prudencial que consistió en ajustar a Miguel, antiguo
alumno de Akulurak, que me llevase y añadiese sus perros a los míos para
continuar con más velocidad.
La gente de Magayagameut ni se enteró siquiera de mi indisposición.
¿Para qué? Ninguna de sus chozas me pareció a propósito para descansar y
restablecerme, y por otra parte urgía mi retorno a la Casa Misión para
conferenciar con el Sr. Obispo y para preparar con antelación los festejos del
Nacimiento.
Salió Sipari delante con los perros de Akulurak y a buena marcha. Yo
me arrellané en el trineo envuelto en pieles y Miguel dio la voz de “Listos" a
dieciséis perros que semejaban un tren mercancías.
A las dos horas de respirar aquel aire congelado me sentí tan mal que
tuve que hacer alto y disponer el saco de dormir de suerte que me metí y
cubrí de pies a cabeza convirtiendo el trineo en catre y a los envoltorios de
mantas en colchón y cama blanda.
Así, en postura horizontal y bien cubierto vi pasarse las horas con una
lentitud aplanadora. Vinieron terraplenes, altibajos, desniveles rápidos y
otras excrecencias periféricas que causaban trompazos y trompicones, cada
uno de los cuales era como una coz que me diera en la boca del estómago.
Hacia las dos de la tarde le pregunté a Miguel si llegaríamos pronto a
80
algún poblado.
Me respondió que en menos de una hora pasaríamos por uno, y que
dentro de tres o cuatro llegaríamos a Kaveagameut donde vivía su tía, que
nos trataría colosalmente.
La marcha fúnebre
El adiós a la vida
82
El testamento
¡Cuestión de horas!
84
De nuevo en el mundo de los vivos
Seguimos rodando por aquellos parajes horas y más horas hasta que
divisamos las chozas del Río Negro, a donde llegamos antes del oscurecer.
Unas sopas calientes y varios mendrugos de pan con queso aceleraron la
mejoría.
Bauticé a dos niños, Marcelo y Silvestre; bendije dos matrimonios;
preparé para la confesión a los adultos y les confesé; dirigí las oraciones de
la noche y el rosario; cené más sopas con salmón, pan y café y me acosté a
dormir de un tirón una noche del todo opuesta a la anterior.
En un momento de reflexión, al verme de nuevo entre los vivos por los
caminos de esta vida tan accidentada, me llegó a pesar seriamente no ha-
berme muerto en Kavegameut.
Dudo mucho que en momento alguno de mi vida me encuentre tan
bien preparado y dispuesto como lo estuve en aquel camastro a modo de
escúleo, en aquella noche fría y oscura y con dolores tan agobiantes.
Pero, en fin de cuentas ¿qué somos, sino mayordomos de nuestras
vidas? No nos pertenecemos a nosotros mismos; pertenecemos a Dios.
SÁBADO, 20
Misa muy devota alrededor de la estufa. Sipari dirige las oraciones,
que siguen todos con voz clara y sin titubeos gracias a dos antiguas chicas
de Akulurak que se casaron aquí y han enseñado las oraciones y el
catecismo a estos cazadores rudos, pero sanos y sinceros.
Yo me encuentro estupendamente. Después del desayuno les
entretengo con historias inverosímiles y nos despedimos con mucha efusión
y algazara.
Enfilamos el rastro de Kusilvak y llegamos a la aldea al declinar la
tarde. La gente estaba de fiesta y celebraban unas danzas muy solemnes que
tienen todos los años antes de las Navidades.
Danzas originales
Pero ¡qué contrastes tiene esta vida eskimal! Hasta me vinieron ganas
de danzar yo mismo como lo hizo el real profeta David; sino que el motivo
y las circunstancias me parecieron tan disimiles que desistí con un NO
rotundo y decisivo.
En primer, lugar, si danzaba, tenía que ser ridiculizando, y no estaba
seguro de que lo tomarían a bien. Con los niños de la escuela es diferente.
Cuando danzo en Akulurak y ridiculizo las danzas grotescamente,
tengo la seguridad de que soy dueño del campo y arranco las risotadas más
explosivas que se han oído por aquí.
Como me conocen y saben que soy todo para, ellos, lo toman como se
debe tomar y tenemos circo de balde; pero aquí, entre eskimales tan
apartados de Akulurak es diferente; por eso me abstengo de danzar.
Ellos, en cambio, danzaron hasta que nos pareció a todos que ya era
hora de cambiar de disco y pasar a otra cosa de más monta.
Sin cambiar de postura tuvimos un sermoncito sobre la salvación del
alma, seguido de confesiones que tuve que oír encorvado en el portalillo de
la entrada.
86
Cómo se duerme en Alaska
DOMINGO, 21
A falta de agua con que lavarse salgo de la madriguera y me jabono el
rostro y las manos con nieve dura que tiene la aspereza del barro seco y
aguanta un manoseo interminable sin derretirse
Me apuntan unas barbas de cuatro días y tengo el cabello desordenado.
Debo aparecer verdaderamente horrible y espantoso. Menos mal que los
eskimales aparecen mucho peor y hasta tal vez murmuren que me doy
postín.
87
Una Misa en el salón de baile
LUNES, 22
MARTES, 23
MIÉRCOLES, 24
La Nochebuena
El sermón de Su Ilustrísima
El sermón del Sr. Obispo fue hecho trizas por el intérprete Farruco,
que está acostumbrado a frases más cortas y palabras más llanas. Ya le pre-
vine yo a Su Ilustrísima que profiriese frases cortas y palabras caseras.
Por más que ensayó y tijereteó el borrador del sermón, quedó todavía
muy subido. Acostumbrado a tratar con personajes de importancia toda la
sida, le es muy difícil bajarse y ponerse al nivel de esta gente.
El P. Lonneux, que lleva aquí cerca de veinte años, cuando le visitó el
Sr. Obispo, no sufriéndole el corazón ver el sermón de Su Ilustrísima des-
92
pedazado por el acongojado intérprete, se interpuso entre los dos de suerte
que el sermón continuó así: primero, echaba una parrafada el señor Obispo.
El P. Lonneux hacía anatomía de la tal parrafada y la pasaba en frases
breves y llanas al intérprete, que ahora estaba en su gloria e interpretaba fiel
y ardorosamente.
El Sr. Obispo me lo contaba muerto de risa. Esta noche yo no tuve
valor para emular la proeza del P. Lonneux y dejé que Farruco sudase e
interpolase ideas y doctrinas de cajón a cambio de las muy subidas del Sr.
Obispo, que resbalaban sobre su cabeza como la lluvia por el tejado,
¡Pobre Farruco, en qué apuros se vio para improvisar delante de tanta
gente! El original del sermón que a él se le escapaba era magnifico; ideas
admirables que el Sr. Obispo irá aprendiendo a poner al alcance de estos
indígenas novicios en la vida espiritual y en la fraseología eclesiástica.
Tuvimos una Comunión muy consoladora. Jesucristo volvía a nacer
esta noche en los corazones de estos hijos de la nieve que venían a recibirle
desde lejanas aldeas en tiempo frío y sin mucha mantas que digamos.
La música estuvo por todo lo alto. El Sr. Obispo, que es nuevo en el
cargo, no esperaba encontrarse con todo esto aquí en las lomas del Polo
Norte.
JUEVES, 25
Día de Navidad
SÁBADO, 27
94
Para que todo nos saliera como de costumbre, perdimos el rastro y
vagamos errantes en todas las direcciones hasta que el perro delantero nos
plantó inesperadamente en la senda que guía derechamente a la aldea.
La clásica taza de té hirviendo y el pan y queso acostumbrados. Dos
bautismos y una extrema unción. Asamblea en el salón subterráneo con
sermón, rosario y confesiones.
Aquí todos son católicos por no haber competencias con las dichosas
sectas. Una ignorancia fenomenal, claro está, pero la instrucción suficiente
para recibir los Sacramentos.
Mis sermones no son como los que predican los Padres en los púlpitos
de Europa y América; son más bien catequesis que abarcan los puntos más
importantes de la Teología y que mezclan la existencia de Dios con la
morada del Espíritu Santo en el alma del justo.
Cuando he hablado hora y media a un grupo de eskimales, saben tanto
como yo, pues verdaderamente me vacío cuando les predico. Todos
escuchan petrificados.
Amigos como son de noticias, escuchan estas nuevas como
escuchamos nosotros noticias recientes del frente de guerra.
A eso de las diez de la noche les despido. Algunos se quedan a dormir
y pronto cubrimos el suelo del calabozo, pues ese es el nombre que mejor le
cuadra al recinto subterráneo donde nos hallamos.
El lobo y el minero
Esta vez me toca a mí dormirlos con una historia larga y pesada y les
cuento la del famoso minero que adquirió un lobezno y lo domó y amansó
hasta el punto de que no se apartaban uno del otro ni para dormir.
Juntos dormían, juntos comían, juntos iban y venían y en todo
procedían como si fueran dos cuerpos en una sola alma.
El lobo llegó a crecer desmesuradamente. Algunos amigos no cesaban
de precaverle al minero que se guardase de acariciar tanto al bruto, pues el
lobo, una vez lobo, es siempre lobo, y de un lobo no se pueden esperar más
que lobadas. Pero el minero conocía el percal y se reía. Aquel lobo era
diferente.
El minero se casó y al año siguiente tuvo un hijo. El corazón del lobo
era tan grande que en él cupieron perfectamente la esposa y el niño, a
quienes amaba lo mismo que a su legítimo dueño.
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Poco a poco el lobo se convirtió en un miembro más de la familia, y
tan indispensable como cualquiera de los otros miembros.
Murió la esposa del minero. El lobo se dio perfecta cuenta de la
magnitud de la catástrofe y se convirtió en madre del niñito, que contaba
medio año.
Cuando el minero salía de casa a sus quehaceres, dejaba al lobo de
ama de llaves. Con instinto admirable sabía quién venía a acariciar al niño y
quién traía intenciones siniestras.
Los niños de una caseta vecina entraban y salían sin ser molestados;
pero ¡ay del perro que se acercase a la puerta! Con aquel lobo estaba el niño
mejor defendido que con un cordón de ametralladoras.
Una tarde volvió el dueño de su mina y se encontró con una escena
que le paralizó el corazón. El niño no estaba en la cuna. Todo el suelo estaba
rociado de sangre.
El lobo movía la cola desde un rincón sin atreverse a dar un paso, allí
acurrucado como estaba en la oscuridad.
—¡Ah! —gritó el minero con el corazón desgarrado— lobo maldito,
¡bien me prevenían que el lobo es siempre lobo!
Y agarrando el hacha que estaba allí a mano, le partió el cráneo de un
hachazo.
Encendió una luz dando berridos de toro de corrida y se puso a
registrar la choza.
¡Oh dolor! ¡Con qué precipitación había sacado la consecuencia!
Porque resultó que el niño estaba muy abrigadito debajo de un camastro, y
en otro rincón yacía despedazado un lobo negro descomunal que había
osado violar la clausura y se habla metido de ronden en busca de carne fres-
ca de niño, sin contar con el fiel guardián que le custodiaba.
El minero, desconcertado, se abrazó con su lobo fiel y le pidió perdón
a voces estentóreas; pero el hachazo había sido mortal.
El buen lobo movió por última vez la cola, cerró unos ojos tiernos
indicando que le perdonaba de corazón y expiró.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Creí que estaban dormidos todos, pero me llevé un chasco cuando casi
a coro me dijeron:
—Padre, cuéntanos otro,
Por desgracia, no estaba el horno para más bollos y por unanimidad
96
convinimos en cerrar los ojos, así, sin más.
DOMINGO, 28
97
Por la noche tenemos una instrucción a fondo y con ello constatamos
la veracidad de las palabras de Jesucristo cuando dijo citando al Antiguo
Testamento que «los pobres son evangelizados». Dormimos en el conocido
calabozo diez horas largas y tiradas sin percance alguno.
LUNES, 29
98
Lo que dijo un poeta
Exageraciones
No creo que haya tema en el mundo sobre el cual se haya exagerado
tanto como sobre el clima de Alaska.
Creo que se debe a que de vez en cuando los elementos se desatan y lo
arrollan todo en olas consecutivas que destruyen, destrozan, hielan, hunden,
aterrorizan y matan todo a la vez.
Y porque de vez en cuando suceda eso, los poetas y poetastros se
exaltan y lanzan a las nubes párrafos y versos espeluznantes sin aquilatar ni
concretar que aquellos fenómenos son raros y no el pan nuestro de cada día.
MARTES, 30
Desde talanquera
MIÉRCOLES, 31
Por ser el último día del año tenemos recreo y diversiones especiales.
Por la tarde nos confesamos para celebrar con un corazón limpio la gran
fiesta de mañana y entonamos un Te Deum solemne para dar gracias a Dios
por todos los beneficios que nos ha dispensado durante el año. Aquí en
Alaska donde los peligros son tantos y donde la vida reviste caracteres
propios muy largos de analizar, las palabras del Te Deum tienen un sentido
por demás veraz, y se esponja el corazón al poder alabar a Dios y darle
gracias por tantos beneficios, tan patentes, tan frescos, tan paternales y
amorosos.
¡Un año más en Alaska!
Cuando vaya al cielo (como lo espero en la misericordia de Dios) veré
clara y distintamente el sinnúmero de ayudas divinas de que he sido objeto
este año que se está esfumando en cada tic tac del reloj.
Entonces veré lo que ha sido oro y lo que ha sido oropel; lo que en
realidad hice, y lo que creí que había hecho; las almas que salvé y las que
dejé de salvar por esto y lo otro y lo de más allá; las veces que tuvo que
intervenir Dios para que no me despeñara sin que a mí se me hubiera pasado
por las mientes que estuve a punto de despeñarme, y así sucesivamente.
Por fortuna tenemos un Dios que se hace cargo de nuestras miserias
innatas y adquiridas y es bueno sobre toda bondad.
100
Oración final
Dios mío, que el año que entra te sea fiel y te sirva con espíritu sincero
y caballeroso y no me acobarde ante el hielo y la cellisca, ante el viento y las
nevadas, ante la oscuridad y el cansancio, ante los fracasos y las
enfermedades, ante mis flaquezas y las de mis prójimos.
Que mi trato inspire aliento y mi conversación haga mejores a los que
me escuchan.
Que no me canse de escribir a España e Hispanoamérica, y que me ría
por lo menos tanto como me he reído este año que está agonizando.
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XI
(Septiembre 1942)
MARTES, 1
MIÉRCOLES, 2
Comisario de Matrimonios
JUEVES, 3
Celebro la Santa Misa en la tienda más capaz con mucho gozo interno
al ver aquellos indígenas melenudos arrodillados ante la Hostia Santa, que
miran con ojos oblicuos delatores de su procedencia oriental.
¡El evangelio se va esparciendo hasta los confines del globo, pese a
quien pese!
Durante la Misa pido a Dios con todo mi corazón que se apiade de
nosotros y nos haga hijos suyos, sin que lo estorben nuestra torpeza, igno-
rancia, debilidad, vida de sentidos y otras miserias inherentes en cierto modo
a la vida cerril y semisalvaje en que vivimos.
«Míranos con ojos de Padre, Señor, míranos con ojos de Padres —le
digo a Jesucristo y se lo repito como se repiten las invocaciones de la le-
tanía.
Detrás de mi patalean los chiquitines, que no tienen paciencia para
estarse quietos veinticinco minutos.
Desayunamos regularmente en buena comparsa sobre el verde oscuro
de una pradera tupida en el único altozano de toda la llanura visible, con el
oleaje a nuestros pies y perros de todos los tamaños y descripciones
olfateando nuestras piernas y manos a usanza eskimal.
Les dejo un cántaro de agua bendita que luego distribuirán
equitativamente; reparto medallas, rosarios y estampas que todos quieren a
105
porfía y que contrarrestan el influjo pernicioso de las supersticiones; les doy
la bendición, que reciben de rodillas, y me encamino al «Amadeo», que me
recibe con venias y reverencias muy profundas.
Se pone en marcha el motor y Adolfo aproa a Nunamikkoa, que quiere
decir exactamente Finis Terrae o fin de la tierra, por ser un cabo que se
interna en el océano sin fin para ellos.
En Finisterrae tuve el consuelo de saludar a varios ex-alumnos de
Akulurak que vivían agrupados en una especie de tribu patriarcal.
Aquello era como mi casa. Los niños saladísimos, y con nombres tan
castizos como Ignacio, Javier, Teresa y así por el estilo. Todo se les volvía
preguntar por este Padre y aquel Hermano y la monja de más allá.
Yo encantado y riéndome con ellos a más y mejor. Hasta jugamos
unas partidas de ajedrez que el H. Murphy les enseñó en días lluviosos y sin
escuela.
Por la noche bauticé una niña por nombre Pilar, que ya tenía dos
dientes y mucho genio.
Adolfo nos tocó la guitarra no del todo mal, aunque todo se le volvían
quejas contra aquel «trasto viejo» que no se podía comparar con su guitarra
mucho más cara y recién comprada.
Aunque el oleaje iba amainando visiblemente, preferí dormir en tierra,
como las noches precedentes.
VIERNES 4
Hundidos en la niebla
Adolfo y Tim se dieron el gran paseo mientras yo leía con los ojos y
oraba con el corazón, pues aquellos paseítos me daban un cariz pésimo.
¡Tres horas encallados sin ver tierra!
107
Al atardecer empezó a subir la marea y el barco comenzó a
balancearse con alegría general. Nos pusimos en marcha sobre una
superficie tersa y tranquila sin una arruga visible.
Aquella serenidad e inmensidad me contagiaron y obligaron a salir a
cubierta; desde donde me extasié absorto en el panorama peregrino de cielo
y mar en calma perfecta.
Vamos ya a buena marcha y descubrimos manchones negros a la
izquierda, adonde viramos con ojos cargados de esperanzas que no nos
fallaron; porque muy pronto oímos descargas de rifles y hasta divisamos
kayaks con eskimales que perseguían focas heridas a punto de hundirse.
Otra media hora y entrábamos en la desembocadura del Río Negro
escoltados por kayaks de gente conocida que se comunicaba con la tripula-
ción a voces y con muchos gestos.
A lo largo de las márgenes se divisaban hileras de tiendas de
pescadores.
Otra media hora río arriba y anclábamos a la orilla, muy alta y cortada
a tajo por las crecidas del deshielo.
Salté a tierra y empecé la consabida rutina de saludos y preguntas.
Nombres propios
109
XII
El martirio de la paciencia
(Septiembre 1942)
SÁBADO, 5
El martirio de la paciencia
Misa en una tienda. Los viejos dicen que les recuerdo al P. Treca. Este
Padre bautizó más eskimales que ningún otro y visitó esta pesquería por lo
menos veinte veranos desde fines del siglo pasado.
Él los bautizó a todos, y la edad que a ojo de buen cubero les puso en
los registros parroquiales es ahora la edad oficial que tienen, cuando a los 65
años desean acogerse a la pensión de vejez. Hay que llenar la friolera de
doce páginas atiborradas de preguntas en cada solicitud al Gobierno para la
benéfica pensión.
Como esta gente no sabe ni lo que es Gobierno, ni solicitud, ni
distingue el inglés del chino, ni han tocado jamás con los dedos una hoja im-
presa, tengo que hacerlo todo yo, y lo hago con una paciencia que espero me
libre del purgatorio, de quien dicen no libra más que el martirio, fuera de
casos raros, rarísimos.
A falta del martirio cruento, yo me acojo al incruento de la paciencia
en el despacho de estas solicitudes. Primero recibo por correo una crecida
remesa de las llamadas Formas o solicitudes impresas. Luego voy con los
ojos abiertos y al primer viejo (o vieja) que topo le hago sentar junto a mí y
comenzamos el diálogo:
—¿Dónde nació usted?
—No sé.
—¿Dónde recuerda usted haber vivido cuando era como de unos seis
años?
110
—En Kinayak por el verano; en Skinok y en Klujlk por el invierno.
—¿Qué edad tiene usted?
—No sé.
—¿Es usted más viejo o más joven que Teodoro el Carasucia?
—Cuando Carasucia se casó ya me había casado yo.
—Bueno; pero ¿muchos años de diferencia? ¿Unos cuatro años?
—No sé a punto fijo cuántos años.
—Bueno, pero tal vez sea usted un par de años más viejo, ¿no?
—No sé cuántos años; pero me parece que yo soy algo más viejo.
—Perfectamente. Y dígame: ¿cómo le llaman a usted en cristiano?
—Se me olvidó el nombre cristiano.
—¿Quién le bautizó a usted?
—Aquel Padre que tenía barba.
—¿El Padre alto o el Padre bajo?
—Uno que se parecía algo a usted, aunque más viejo.
—¿Aquel que hablaba eskimal?
—Cuando me bautizaba hablaba una lengua que yo no entendía.
—Pero antes y después del bautismo decía palabras en eskimal, ¿no?
—Sí, decía algunas palabras.
—Pero ¿las pronunciaba bien o las pronunciaba mal? Dígame.
—Unas las decía bien y otras las decía mal.
—Perfectamente. ¿Está usted casado?
—Sí, hace ya mucho tiempo.
—¿Quién es su mujer?
—¿Cuál?
—Su mujer; su esposa. ¿Tiene usted más de una?
—Yo no tengo ninguna.
—¡Pero si me acaba de decir que es usted casado!
—Me casé tres veces, pero se me murieron las tres.
—¡Ah!, es usted viudo; enterados. ¿Tiene usted hijos?
—Sí, yo tengo hijos.
—¿Cuántos tiene y de qué edad?
111
—Tengo cinco.
—¿Dónde viven?
—Se murieron. Uno se ahogó. Otro comió no sé qué y se envenenó.
—¿Puede usted ganar el sustento sin ayuda de nadie?
—Cuando era joven, sí; ahora me canso cuando trabajar.
—¿Con quién vive usted?
—Yo vivo en cualquier sitio.
—¿Cuánto tiempo lleva en esta vivienda?
—Vine ayer.
—¿De dónde vino? ¿Quién le trajo?
—Vine de Muklekchertulik y me trajo Kolunginalj.
—¿Cuánto tiempo vivió usted con Kolunginalj?
—Todo el invierno.
,—Mire, escúcheme y atienda. El Gobierno quiere saber si tiene usted
65 años; cómo se llama; dónde nació; estado; con o sin familia; como se
sustenta; estado de salud; impedido o hecho un Hércules; hacienda; casa
propia o arrendada o un vagabundo; dinero; seguros; dónde ha vivido los
últimos nueve años; cómo se ha sustentado los últimos doce meses, diez
testigos que testifiquen en su favor y otras menudencias que irán saliendo en
el decurso de la conversación, Con que anímese, y sea rápido y preciso en
las respuestas. ¿Quién le da a usted de comer?
—Yo como en cualquier casa.
—Es decir, que usted no tiene casa y va de vecino, ¿eh?
—No; yo tengo casa. Yo tengo dos casas. No; tengo tres casas.
—¿Quién vive en ellas?
—Dos se cayeron y en la otra vive un hijo.
—¿Su hijo? ¡Pero si me acaba de decir que no tiene hijos!
—Este hijo no es mi hijo; me lo dio el Tuerto cuando era pequeño.
—¡Ah!, ya entiendo; es hijo suyo adoptivo. ¿Dónde vive?
—No sé.
—¿Está cerca de aquí?
—Salió para la costa a cazar focas y anda por allá.
—Ese hijo adoptivo, ¿le da a usted de comer?
112
—Cuando tiene qué comer me lo da; pero cuando no tiene, no me da.
—Entendido; es pobre y vive apuradamente. Y dígame, cuando usted
rema o cuando parte leña, ¿se cansa pronto?
—Si en seguida; tanto que ya ni me pongo a hacerlo.
—Muy bien. Bueno, pues con estos datos ya tengo suficiente materia
para llenar todos los encasillados habidos y por haber. Usted es lo siguiente:
José Ittigarpak, de 79 años de edad, nacido en Kipnayak de Antonio y de
María, viudo, con un hijo adoptivo; pobre, incapaz de proporcionarse el
sustento cotidiano por sí mismo; con dolor agudo en las coyunturas y en la
espalda, cegatón, algunas veces escupe sangre, vive de limosna, es
ciudadano americano y desea vivamente que su petición sea despachada
pronta y favorablemente. ¿Qué tal?
—Todo cierto, Padre; lo mismo que si hubiéramos vivido juntos toda
la vida.
Ya llevo cerca de veinte diálogos como éste y peores y, por supuesto,
muchísimos más largos. En algunos he desesperado y no los terminé hasta
después de varias sesiones. No hay cosa que más le irrite al eskimal que
preguntarle cómo se llama, de dónde es y qué edad tiene.
El nombre es horrible. Se llama Panzudo, Cabezorra, Narizotas,
Jorobado, Cigarro, Remendado, Uñaslargas y así por el estilo una lista sin
fin de defectos o notas salientes en el individuo, que le caracterizan y le dan
un nombre que, por el mero hecho, es el nombre oficial. Cuando se le
pregunta cómo se llama, baja los ojos y se hace el sueco.
Tampoco sabe dónde nació. ¿Cómo lo va a saber, si sus padres
cambiaban de localidad por lo menos tres veces al año todos los años? Nació
alrededor del monte Kúsilvak y eso es todo lo que sabe. Y todavía es peor
preguntarle por la edad.
Aquí se sulfura y contesta un no sé furibundo, extrañadísimo de que
importe algo o nada la fecha de su nacimiento. A él nunca le dijeron cuándo
nació ni jamás él lo preguntó. Ahora viene un blanco a preguntarle por la
edad. ¡Qué horror!
Chicos y chicas de nuestras escuelas olvidan a la media hora la fecha
del nacimiento.
Yo tengo cuadros en la pared con los nombres, fecha y lugar de
nacimiento, edad actual, peso y estatura; a ver si a fuerza de mirarlo lo
absorben y retienen y se familiarizan con la idea de que hoy día conviene
poseer esos conocimientos elementales si han de participar de los privilegios
113
de la civilización.
114
XIII
La capilla de Nunaljapak
(Septiembre 1942)
DOMINGO, 6
Camino de Nunaljapak
JUEVES, 10
Peón y arquitecto
DOMINGO, 13
MIÉRCOLES, 16
JUEVES, 17
Digo Misa en la nueva capilla, fiesta de las Llagas del glorioso San
Francisco. Pido con todo el fervor que tengo por la salvación de este distrito
abandonado y le ruego al Señor se apiade de nosotros y nos proteja por esos
mares turbulentos
A mediodía se dispersan en kayaks nuestros obreros y volvemos
Pedro, Adolfo, Tim y yo río abajo camino del Rio Negro, donde
acecharemos la coyuntura favorable que nos permita cruzar el brazo de mar
e internarnos en los contornos de Akulurak.
Llegamos al Rio Negro al anochecer y vemos con pena que sopla un
viento nada tranquilizador.
Como sólo estamos a diez minutos del mar y como el viento quiere
arrastrarnos en esa dirección dejamos el Río Negro y nos adentramos en el
afluente Kipnayagak como un tiro de piedra, muy confiados en que las
118
márgenes elevadas nos defenderán como muros inexpugnables.
El viento empeora. A medianoche me despierto y me quedo sin aliento
al escuchar el bramido de la tempestad.
Las dos anclas, con los brazos enterrados en el lodo, no bastan a
contener el barco, que, a paso de caracol, se va arrastrando hacía el Río
Negro, Cosa que hay que evitar so pena de la vida.
Doy la voz de alarma. Se levantan los tres muy dormilones, pero
pronto notan que aquello huele a queso. En un consejo de guerra muy rápido
decidimos levar anclas y entrar más adentro en el afluente.
Lo importante es no dar con nuestros huesos en el Río Negro, que nos
arrastrará al océano, donde seremos sepultados en cuestión de minutos. Las
olas en el río son imponentes; la inundación es total.
Tan pronto como levamos anclas, el viento cogió al «Amadeo» de lado
y lo incrustó en el Iodo de la orilla, que ya estaba un decímetro debajo del
agua.
Nos separaba del Rio Negro una faja de terreno de unos diez metros.
Si la marea seguía subiendo y la faja verde se cubría de agua, el «Amadeo»
flotaría en dirección al Rio Negro y estaríamos perdidos.
Era una noche de luna con manchones negros de nubes y una llovizna
fría impelida con furor por el huracán. Con pértigas en las manos, pánico en
los ojos y miedo en el corazón hicimos cuanto pudimos por desalojar el
barco del lodo; pero nuestros esfuerzos fracasaron rotundamente y
quedamos rendidos y alelados allí a la faz de la luna, que jugaba al escondite
con las nubes en marcha.
Los tres eskimales se acostaron de nuevo y hasta roncaron neciamente
como si pertenecieran a otra especie de hombres sin imaginación, sin
corazón, sin alma.
Yo me apoyé en una ventana, pero me tuve que quitar de allí por temor
a que el viento la arrancara y se me clavaran los vidrios en la cara.
Me recosté en el camastro y me quedé sumido en un coloquio con
Jesucristo, que se apiadó de mí y me envolvió en los pliegues de un sueño
tan inesperado como bienhechor. ¡Y luego culpaba yo a los eskimales de
dormir al borde del abismo!
119
XIV
VIERNES, 18
«¡Sálvanos, Señor!»
Vuelta a Nunáljapak
SÁBADO, 19
Intervención de la Providencia
123
bastantes pescadores; por lo menos los chicos descalzos y ateridos de frío.
Y, Dios quiso librarme a mí de la angustia horrible que por fuerza hubiera
precedido al momento en que Él intervino milagrosamente.
«Pedid y se Os dará; llamad y se os abrirá».
Bendito sea Dios que está con nosotros y vive y se mueve dentro de
nosotros. No he pedido a Dios cosa que no me la haya concedido, aunque
haya sido cuando y como yo no lo esperaba.
Le contesté a Adolfo que volviera al punto a Akulurak con Pedro y, no
por mar, sino por los ríos que como tela de haraña cubren la comarca y se
entroncan en el Akulurak si uno sabe el camino, que es muy largo y
tortuoso. Iban instrucciones detalladas sobre posibles eventualidades que no
hay por qué enumerar.
Tim y yo nos las arreglamos con un pescador que tenía una gasolinera
con toldo de lona muy sacia y muy pequeña, y que me había rogado le
prestase ropa y comida en Akulurak a cambio de
otros artículos que yo deseaba que ene vendiese.
Salió el buen hombre en su kayak con la carta
para Adolfo, y Tim y yo quedamos solos todo el día, él tallando bustos con
la navaja en palos secos, y yo forcejeando por componer unos exámetros
latinos sin Diccionario ni Parnasos en un oleario sepulcral.
DOMINGO, 20
Desolación y hambre
125
Luego me regocijo espiritualmente por parecerme hoy a Jesucristo,
que no tenía dónde reclinar la cabeza y se acostó algunas veces sin cenar,
cono se lo reveló a Santa Teresa y como se desprende del contexto de ciertas
narraciones evangélicas, aun excluyendo los 40 días de ayuno que
sucedieron al bautismo en el Jordán.
Aquí el viento no cesa y nos decidimos a volver a Akulurak por el
interior siguiendo el curso de los ríos.
LUNES, 21
Navegación nocturna
126
Subimos al barco, a quien di unas palmaditas de saludo y efusión y
plétora de recuerdos, y en él dormimos hasta muy avanzado el día.
MARTES, 22
Presunto ahogado
128
XV
El primer estallido
(Enero 1945)
Querido lector: Vayan estas líneas para asegurarte que aún estoy en el
mundo de los vivos. Ojalá lo estés tú también.
Hace mucho tiempo que no escribo a E L SIGLO LAS MISIONES por
razones de todos conocidas. Alguna que otra carta de España que me
llegaba, tardaba nueve meses en hacer la travesía.
Acostumbrado a correos aéreos, se me cayó el alma a los pies y perdí
el ánimo y el humor. Había también el peligro de los submarinos. Vivimos
tiempos verdaderamente azarosos, y lo peor es que todavía quedan azares
para rato.
Pero todo induce a creer que en adelante podré comunicarme contigo
más a menudo, que es lo que he estado ambicionando desde que estalló la
guerra.
Un niño yanqui castigado por el Señor maestro a guardar silencio en
un rincón de la escuela, al cabo de un rato gritó:
—Si no hablo pronto, estallo.
Lo mismo me pasa a mí. Si se me pasa mucho tiempo sin hablar a E L
SIGLO DE LAS MISIONES; estallo. Estas líneas a la buena de Dios son el primer
estallido de una serie que deseo sea muy larga.
En primer lugar Dios Nuestro Señor me está dando una salud
excelente. Peso la friolera de 88 kilos y con tendencia a seguir engordando
según parece.
Hasta hoy he salido a flote en todos los peligros en que me he visto;
algunos, más serios de lo que uno quisiera. Cualquier día puede ser el
último, naturalmente, aunque eso acontece a todo el mundo sin tener que
venir a Alaska.
Con todo, he notado que las muchas oraciones que se están elevando
129
por mí son responsables del bienestar de que ordinariamente disfruto;
porque de otra manera no se podrían explicar tantas providencias.
Y vayan ahora
132
XVI
Mesa revuelta
¡Turrón en Alaska!
La noticia sensacional ele hoy no Puede ser más dulce. Es el caso que
cuando hace quince años me embarqué en Gijón con rumbo a las lomas del
Polo Norte lo hice con la plena convicción de que nunca jamás en el resto de
mi vida volvería a ver ni a gustar el turrón español.
Y así fue, en efecto, durante catorce años. Pero hace exactamente una
semana, tres amigos míos que no me conocen de vista, Antonio Muñiz,
Antonio Irurita y Mariano Ruiz, residentes en ciudad de Méjico, tuvieron la
delicadeza de mandarme, entre otras cosas, un kilo de turrón de Jijona
importado de Alicante. Al desempaquetarlo y olerlo me volví otro. Aquel
turrón y yo éramos paisanos, compatriotas, hermanos como quien dice. Y
nos compenetramos inmediatamente. Es cierto que no me duró más que tres
días, pero ¡qué días! Fueron unas Navidades renovadas, revividas a estilo
español con todo el séquito de Nochebuenas, aguinaldos, Reyes Magos y
Portales de Belén. El turrón español es de tal calidad que los extranjeros, si
no me engaño, no se han atrevido a intentar imitarlo; y si lo intentaran, lo
falsificarían. Una de tantas agudezas del exuberante ingenio español,
pródigo en invenciones que contribuyen a endulzar las penas anejas a este
valle de lágrimas.
3
Véase «AVENTUREROS DEL CÍRCULO POLAR», cap, XI: «Jonás, con los lobos
negros de Revillagigedo».
133
El tío Jonás, hace poco más de un año, enfermó gravemente y llamó al
sacerdote misionero de aquel lugar. Se bautizó poco antes del mediodía; y al
atardecer moría placenteramente en un camastro atiborrado de mantas y
rodeado de amigos, viejos que fumaban y escupían con las piernas cruzadas
en arsenio mayor, al estilo del país.
Le dijo al Padre que quería bautizarse porque una vez le pregunté yo
qué iba a responder a Jesucristo cuando le preguntase el día del Juicio por
qué no se había convertido a Él; y esta pregunta mía, casual al parecer dice
que le fue corroyendo las entrañas y no le dejaba ni a sol ni a sombra.
Por eso pedía el bautismo, para prepararse a responder debidamente al
Juez de vivos y muertos. Me alegró sobremanera la noticia.
El pobre viejo tuvo la dicha de coronar con el bautismo una vida al
aire libre —si las hay— vida de vagabundo como no se conoce en las
naciones europeas de población densa, sin bosques ni llanuras, como las que
se estilan en las lomas desiertas del Polo Norte.
Descanse en paz nuestro héroe, y que en el Cielo le veamos.
4
Véase «AVENTUREROS DEL CÍRCULO POLAR», capitulo IX: «Papeletas de mi
archivo» (Vida y milagros de un gato).
134
¿Quién es el verdadero Ceferino? ( 5)
7
V. obra citada, cap. X: «El oasis de Pilgrim Springs».
136
crujen como piedras, y así todo.
Sin combustible en abundancia la vida aquí se hace imposible. Por
fortuna, en Akulurak tenemos no sólo los maderos arrastrados por el Yukón
en el verano, sino bosques sin fin de arbolillos que prometen durar hasta el
día del Juicio por la tarde. Amén.
137
XVII
Dos fallecimientos
Querido lector: Aquí te envío noticillas de última hora que tal vez te
interesen. Creo que se me olvidó decirte en mi última que los dos
misioneros más antiguos de Alaska (cada uno en su género) se nos fueron al
cielo el mismo día; coincidencia extraña que nos dejó a todos
admiradísimos.
El día de Pentecostés fallecieron el Sr. Obispo Crimont y la célebre
Madre Lorenza de tan gratos recuerdos para Akulurak donde fue Superiora
más de 30 años arreo.
El Sr. Obispo, francés de nación, llevaba en Alaska alrededor de 50
años interrumpidos con escapadas muy largas en los EE.UU. Murió a los 87
años de edad sin otra enfermedad que la vejez natural que lo apagó como un
cirio dejado a sí mismo.
La Madre Lorena murió a los 83 años en las Montañas Roqueñas
donde vivía en la enfermería sentada en una silla con ruedas. En Akulurak
tuvimos dos misas de Requiem cantadas que trajeron alguna que otra
lágrima a los antiguos.
Como peregrinos que somos caminamos hacia el cielo, nuestra
verdadera patria. Allí nos volveremos a reunir, y entonces será para no
volvernos a separar.
El nuevo Sr. Obispo Walter Fitzgerald, S. J., tiene 61 años y pasó todo
el invierno pasado en las costas del mar de Bering entre eskimales para
probar por experiencia la vida del Misionero activo y ver de mejorar la
138
situación en lo que se pueda.
El primer paso que dio tan pronto como falleció su predecesor, fue
suprimir la Congregación de las Hermanas de la Nieve, fundadas por el
Padre Fox, el amigo de España donde hizo sus estudios de Teología en los
tiempos de Primo de Rivera.
Esta Congregación empezó con muchas dudas, continuó con muchos
recelos y zozobras y finalmente se extinguió por aclamación universal.
Todos los Misioneros procuraron contribuir a sacar a flote este
experimento; pero, al cabo de 13 años de experiencias terminadas en
fracaso, el nuevo Vicario Apostólico puso fin a la empresa hasta que
amanezcan días mejores. .
Es el caso que los negros, los morenos, los rojos, los aceitunados, los
chamorros... todas las familias de la raza humana están dando vocaciones
para el Sacerdocio y la vida religiosa; todas menos la familia eskimal.
Y lo peor del caso es que el porvenir en este punto no puede ser más
tenebroso. Toda lo que no sea pescar focas y salmón; cazar gansos y liebres;
atrapar nutrias y almizcleras, está sobre el nivel de este eskimal apegado al
terruño nevado como las lapas a la roca de la playa.
Los tres jóvenes escogidos con que el Padre Fox dio comienzo a la
Congregación de San José se casaron en menos de 20 meses.
De 20 Hermanas de la Nieve que fueron inscritas en el libro de la
Congregación, diez se casaron, cinco se murieron, y no quedaban más que
cinco alicaídas.
Ni un solo Misionero logró descubrir deseos de vida religiosa en una
sola chica. Sin vocaciones a la vista y sin esperanzas de tenerlas, el Sr.
Obispo cortó por lo sano suprimiendo la Congregación «hasta nueva orden».
Cuando la chica eskimal llega a los 18 años, o se casa o se vuelve loca.
¿Por qué será?
En los registros de la Misión que comenzaron en 1892, no se ha dado
más que un caso de una mujer que murió soltera. Un hechicero, a quien ella
rechazó, esparció la voz de que el que se casara con ella se morirla
inmediatamente.
La pobre chica, abandonada, vino a nuestra escuela y ayudó a las
monjas en los quehaceres domésticos hasta que murió piadosamente a los 39
años.
En cuanto a solteros se ha dado únicamente dos casos: un altiricón
139
barbudo que ponía espanto al mismísimo satanás y las ahuyentaba de cien
leguas y un individuo muy raro que vive solitario en un silencio sempiterno.
Estos son los tres únicos solteros en toda la región desde 1892.
Cuando leemos que en China, la India, el Congo y otros países de
Misiones tienen Seminarios y hasta Noviciados para indígenas nos co-
memos las uñas de envidia.
En 1930 teníamos un novicio Jesuita eskimal, y se murió. En 1942
mandamos otro al Noviciado, y salió.
Envié el año pasado al mejor chico de Akuluak al Noviciado para
Hermano Coadjutor y las últimas noticias son favorables, obediente,
trabajador, abnegado; pero no entiende las pláticas del Padre Maestro.
Lo de no entender no es porque no sepa la lengua; estuvo con nosotros
diez años y habla inglés excelentemente; son las ideas de las pláticas lo que
resbala sobre la cabeza del buen Ignacio Jakes, el eskimal de mejor pasta
que he topado en mis diez años de apostolado entre eskimales. Si fracasa
Ignacio, me doy por perdido.
Mientras esto escribo nos está visitando una gripe que ha postrado en
cama a todos los niños y niñas de la escuela. Los dormitorios parecen salas
de hospital.
Estos chicos juguetones y trastos que parecen hechos de azogue y todo
lo rompen o destrozan, están tendidos en la cama sin moverse, silenciosos,
con fiebre regular y un decaimiento universal.
Voy de cama en cama echando chistes que no ríen y animándoles con
que en dos días volverán a pelearse en el salón como si aquí no hubiera
pasado nada. Los dos Hermanos y yo cortamos leña, les damos de comer,
barremos y lo limpiarnos todo mientras pedimos a Dios que nos conserve la
salud y las fuerzas hasta que se tengan en pie.
Dos hombres del Yukón que se levantaron y salieron de casa antes de
tiempo, cogieron una pulmonía doble que los mató en 24 horas. Uno de
ellos había estado en nuestra escuela y los chicos le conocen mucho.
Ante el temor de correr la suerte del pobre Stolj (Ballenato) nuestros
chicos se acurrucan más en la cama y obedecen mejor y no pugnan por
140
levantarse antes de tiempo.
No hay en Misa más que las monjas y los dos Hermanos en contraste
extraño con los 95 niños que llenan la capilla todos los días.
Afortunadamente es una gripe ligera que no lleva camino de causar estrago
alguno.
Jorge Tramposo
141
cuando se embriaga.
La mujer había huido despavorida. Estábamos los dos solos y eran las
diez de la noche. En las tiendas vecinas todos estaban con gripe, calentu-
rientos, hechos una miseria.
Jorge se empeñaba en entrar en las tiendas berreando como un buey
picado por la mosca. Entró en algunas y sembró el espanto en los pacíficos
moradores.
Como yo me interponía entre sus garras y las víctimas que atacaba se
me vino furioso y entonces di cima a la aventura. Le arrastré a la orilla del
río donde le molí a puñetazos y puntapiés.
A las tres de la madrugada finalmente se rindió y se durmió echando
espuma por la boca.
Después de la refriega
142
del rio con borrachos sueltos que, al volver en sí, no recuerdan lo que
hicieron o lo que se hizo con ellos mientras berreaban.
A ver si para otro día tengo noticias más gratas que darte, lector
amable, o por lo menos, más edificantes. Te las daré si ocurren. Ya ves que
es bien poco lo que dejo en el tintero. Entretanto oremos mutuamente para
que la luz del Evangelio se difunda más y más por estas latitudes, y para que
los Misioneros vivamos muchos años consagrados a difundirla en todos los
hogares y todos los corazones.
143
XVIII
En la "pesquera" de Akorpak
Un mes en la pesquera
Psicología de la barba
Alaranak y Kwiguk
Un minero del 98
147
aplastados por la tormenta, pero arbustos que obstruyesen la vista de su
vivienda para que no le molestasen visitantes.
Quedan aún acá y allá restos de este tipo clásico de Alaska; restos de
los mineros celebérrimos del 98 que se esparcieron por la península y en los
que han hecho riza las manías más peregrinas, pero todos ellos con el común
denominador de preferir vivir solos como fieras de selvas inexploradas.
Todos los días los periódicos de Fairbanks traen una columna con
defunciones de estos Matusalenes que cada año van siendo menos y que a
este paso desaparecerán del mapa en cosa de diez años.
Pregunté a este señor de qué pensaba vivir. Me miró extrañado por la
pregunta; cuando reaccionó, masculló una respuesta que venía a decir:
—¿No está la tundra llena de conejos y el río de peces?
El porvenir los tiene sin cuidado a estos veteranos. Casi todos mueren
de repente. Sencillamente se les para el corazón.
¡Meditación!
148
149
XIX
Agasajando al misionero
No sólo eso. Cuando divisan a lo lejos mi trineo, que conocen por el
color blanquecino de Roncero —mi perro delantero—, se agitan, saltan de
acá para allá y me dan un recibimiento principesco con muchos apretones de
manos, muchas interjecciones de gozo y con tomar a su cuenta y cargo el
cuidado y manutención de los perros.
Andrés no se contenta con darme de comer así a secas, sino que pone
servilleta en la mesa porque sabe que los blancos la usamos, y tiene
reservada una ración de mantequilla en vez de la manteca que ellos usan
con el pan y que los blancos no han aceptado aún.
A la hora de acostarnos saca de no sé donde una alfombra muy gruesa
sobre la cual extiendo el saco de dormir.
Antes de comenzar la santa Misa, hace que cuelguen desde el techo un
lienzo, blanco como la nieve, que hace como de retablo, y en el medio
cuelga un cuadro del Sagrado Corazón. La mesa que hace de altar también
está cubierta de lienzos inmaculados.
Mientras celebro la Misa, dicen todos en voz alta las oraciones, no
como quiera, sino despacio, dando a cada palabra su significado y con las
manos cruzadas ante el pecho en un ambiente de verdadera piedad y
devoción. Todos comulgan. La Misa se termina con himnos sagrados que
todos entonan primorosamente.
Teologías eskimales
Durante el día tienen que trabajar, y trabajan. Cortan leña, visitan las
trampas del bosque, cazan, pescan debajo del hielo, cosen, remiendan,
friegan y guisan.
Yo me entretengo con los niños o doy un paseo sobre el hielo del río
muy ensimismado o canturreando, a veces con una escopeta al hombro por
si los conejos.
Ya bien anochecido y fregados los platos de la cena, nos sentamos
151
todos patriarcalmente en la cocina de Andrés. Los niños pequeños hacen
ruido al principio, pero terminan por dormirse y se los alinea sobre una
manta en el suelo, donde quedan muertos como cadáveres.
Entonces comienza el sermón en serio. Juanita se sienta a mi lado y
traduce libremente en eskimal las explicaciones que yo doy en inglés.
Todos acatan su autoridad en materia de religión. Los domingos,
cuando no está el misionero, es ella, y solamente ella la que los
congrega e instruye explicando cuando escuchan y respondiendo sus
preguntas cuando se les ofrecen dudas sobre lo explicado.
Una vez, en medio de mis explicaciones emití esta idea: en el cielo
veremos cómo. Dios se las arregló para librarnos de ciertos peligros de los
cuales nosotros ahora no tenemos ni idea; y esos peligros, si Dios no los
hubiera apartado de nosotros amorosamente, hubieran dado con nosotros, en
el infierno. Ese conocimiento será un motivo más para qué alabemos a Dios
y le demos gracias.
Parece éste un pensamiento sencillísimo, y lo es para nosotros.
Pues bien, Juanita lo explicó por activa y por pasiva, le dio vueltas y
revueltas, les preguntó colectiva y separadamente si lo entendían y al fin me
cuchicheó en voz baja:
—Padre, pase a otra cosa, que éstos no lo entienden ni lo entenderán
jamás. Demasiado subido para ellos.
Ella, en cambio, lo cogió al vuelo, y es eskimal como ellos. Así
conferenciamos hasta las diez de la noche: cuatro horas seguidas de sesión
junto a la estufa sudando y consumiendo un jarro de agua tras otro. Los
eskimales gustan de pegarse a la estufa enrojecida y allí gotean sudor que
nutren bebiendo agua como camellos.
153
Luto y lágrimas en Año Nuevo
Policía aérea
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