Solet Annuere (Traducción No Oficial) (1253)
Solet Annuere (Traducción No Oficial) (1253)
Solet Annuere (Traducción No Oficial) (1253)
. SOLET ANNUERE .
Bula Papal
La Sede Apostólica suele acceder a los piadosos deseos y satisfacer con benevolencia las hones -
tas peticiones de quienes elevan a ella sus preces. Ahora bien, por vuestra parte se nos ha suplicado
humildemente que confirmáramos con autoridad apostólica la forma de vida que os dio el bienaven-
turado Francisco y que vosotras aceptasteis espontáneamente, según la cual debéis vivir comunitaria-
mente en unidad de espíritus y con el voto de altísima pobreza ii, forma que nuestro venerable herma-
no el obispo de Ostia y de Velletri tuvo a bien aprobar, como consta más ampliamente en la carta re -
dactada con tal motivo por el mismo obispo. Así pues, accediendo a los ruegos de vuestra devoción,
teniendo por ratificado y grato cuanto ha hecho a este respecto el mismo obispo, lo confirmamos con
autoridad apostólica y lo corroboramos con la protección del presente escrito, haciendo insertar en él,
palabra por palabra, el tenor de la misma carta, que es el siguiente:
Rainaldo, por la misericordia divina obispo de Ostia y de Velletri, a su amadísima madre e hija
en Cristo madonna Clara, abadesa de San Damián de Asís, y a sus hermanas, tanto presentes como
futuras, salud y bendición paterna.
Ya que vosotras, amadas hijas en Cristo, habéis despreciado las pompas y delicias del mundo,
y, siguiendo las huellas del mismo Cristo y de su santísima Madre iii, habéis elegido vivir encerradas
en cuanto al cuerpo y servir al Señor en suma pobreza para poder dedicaros a Él con el espíritu libre,
Nos, encomiando en el Señor vuestro santo propósito, queremos de buen grado y con afecto paterno
satisfacer benévolamente vuestros votos y santos deseos.
Por lo cual, accediendo a vuestros piadosos ruegos, confirmamos a perpetuidad, con la autori-
dad del señor Papa y la nuestra, para todas vosotras y para las que os sucedan en vuestro monasterio,
y corroboramos con la protección del presente escrito la forma de vida y el modo de santa unidad y
i
Canonizada hasta 1255.
ii
Cf. II Co. 8, 2.
iii
Cf. I Pe. 2, 21.
I
Solet Annuere Sobre la reconformación de la Regla de Santa Clara
de altísima pobrezaiv, que vuestro bienaventurado padre san Francisco os dio de palabra y por escrito
para que la observarais, anotada en las presentes letras. Es la siguiente:
CAPÍTULO I: ¡En el nombre del Señor! Comienza la forma de vida de las Hermanas Pobres.
La forma de vida de la Orden de las Hermanas Pobres, forma que el bienaventurado Francisco
1
instituyó, es ésta: 2guardar el santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, viviendo en obediencia, sin
propio y en castidad. 3Clara, indigna sierva de Cristo y plantita del muy bienaventurado padre Fran-
cisco, promete obediencia y reverencia al señor papa Inocencio y a sus sucesores canónicamente ele-
gidos y a la Iglesia Romana. 4Y así como al principio de su conversión, junto con sus hermanas, pro-
metió obediencia al bienaventurado Francisco, así promete guardar inviolablemente esa misma obe-
diencia a sus sucesores. 5Y las otras hermanas estén obligadas a obedecer siempre a los sucesores del
bienaventurado Francisco y a la hermana Clara y a las demás abadesas canónicamente elegidas que la
sucedan.
CAPÍTULO II: De aquellas que quieren tomar esta vida, y cómo deben ser recibidas.
Si alguna por inspiración divina viniera a nosotras queriendo tomar esta vida, la abadesa esté
1
Y si fuera idónea, dígasele la palabra del santo Evangelio, que vaya y venda todas sus cosas y
8
se aplique con empeño a distribuirlas a los pobres v. 9Si esto no pudiera hacerlo, le basta la buena vo-
luntad. 10Y guárdense la abadesa y sus hermanas de preocuparse de sus cosas temporales, para que li-
bremente haga ella de sus cosas lo que el Señor le inspire. 11Con todo, si busca consejo, envíenla a al-
gunos discretos y temerosos de Dios, con cuyo consejo sus bienes se distribuyan a los pobres. 12Des-
pués, cortados los cabellos en redondo y depuesto el vestido seglar, concédale la abadesa tres túnicas
y el manto. 13En adelante no le sea permitido salir fuera del monasterio sin causa útil, razonable, ma-
nifiesta y digna de aprobación. 14Y finalizado el año de la probación, sea recibida a la obediencia, pro-
metiendo guardar perpetuamente la vida y la forma de nuestra pobreza
No se conceda el velo a ninguna durante el tiempo de probación. 16Las hermanas podrán te-
15
ner también manteletas para comodidad y decoro del servicio y del trabajo. 17Y la abadesa provéalas
iv
Cf. II Co. 8, 2.
v
Cf. Mt. 19, 21 y paralelos.
II
Solet Annuere Sobre la reconformación de la Regla de Santa Clara
de ropas con discreción, según las condiciones de las personas y los lugares y tiempos y frías regio -
nes, como vea que conviene a la necesidad. 18A las jovencitas recibidas en el monasterio antes de la
edad legal, córtenles los cabellos en redondo; 19y, depuesto el vestido seglar, vístanse de paño religio-
so, como le parezca a la abadesa. 20Mas cuando lleguen a la edad legal, vestidas de la misma forma
que las otras, hagan su profesión. 21Y tanto a éstas como a las demás novicias, la abadesa provéalas
con solicitud de una maestra escogida de entre las más discretas de todo el monasterio, 22la cual las
forme diligentemente en el santo comportamiento y en las buenas costumbres según la forma de
nuestra profesión.
En el examen y admisión de las hermanas que prestan servicio fuera del monasterio, guárde-
23
se la forma antes dicha; éstas podrán llevar calzado. 24Que ninguna resida con nosotras en el monaste-
rio si no ha sido recibida según la forma de nuestra profesión. 25Y por amor del santísimo y amadísi-
mo Niño envuelto en pobrecillos pañales, acostado en un pesebre vi, y de su santísima Madre, amones-
to, ruego y exhorto a mis hermanas que se vistan siempre de ropas viles.
Las hermanas que saben leer recen el oficio divino según la costumbre de los Hermanos Me -
1
nores, por lo que podrán tener breviarios, leyendo sin canto. 2Y a aquellas que por causa razonable no
puedan alguna vez decir sus horas leyendo, les estará permitido como a las demás hermanas decir los
Padrenuestros. 3Mas aquellas que no saben leer, digan veinticuatro Padrenuestros por maitines; por
laudes, cinco; 4por prima, tercia, sexta y nona, por cada una de estas horas, siete; por vísperas, doce;
por completas, siete. 5Digan también por los difuntos, en vísperas, siete Padrenuestros con el Re-
quiem aeternam, y en maitines, doce, 6cuando las hermanas que saben leer estén obligadas a rezar el
oficio de difuntos. 7Y cuando muera («emigre») una hermana de nuestro monasterio, digan cincuenta
Padrenuestros.
Las hermanas ayunen en todo tiempo. 9Pero en la Natividad del Señor, cualquiera que sea el
8
día en que caiga, podrán tomar dos refacciones. 10Las jovencitas, las débiles y las que prestan servicio
fuera del monasterio, sean dispensadas, con misericordia, como le parezca a la abadesa. 11Pero en
tiempo de manifiesta necesidad no estén obligadas las hermanas al ayuno corporal.
Confiésense al menos doce veces al año con permiso de la abadesa. 13Y deben guardarse de
12
introducir entonces más palabras que las que conciernen a la confesión y a la salud de las almas. 14Co-
mulguen siete veces, a saber: la Natividad del Señor, el Jueves Santo, la Resurrección del Señor, Pen-
tecostés, la Asunción de la bienaventurada Virgen, la fiesta de san Francisco y la fiesta de Todos los
Santos. 15Para dar la comunión a las hermanas sanas o enfermas, le estará permitido al capellán cele-
brar dentro.
vi
Cf. Lc. 2, 7. 12
III
Solet Annuere Sobre la reconformación de la Regla de Santa Clara
CAPÍTULO IV: De la elección y oficio de la abadesa, del capítulo, de las oficialas y de las
discretas.
En la elección de la abadesa estén las hermanas obligadas a guardar la forma canónica. 2Y pro-
1
curen ellas mismas con presteza tener al ministro general o provincial de la Orden de los Hermanos
Menores, 3el cual, mediante la palabra de Dios, las disponga a la perfecta concordia y a la común utili-
dad en la elección que han de hacer. 4Y no se elija a ninguna que no sea profesa. 5Y si fuera elegida o
dada de otro modo una no profesa, no se le obedezca, si antes no profesa la forma de nuestra pobre -
za. 6En falleciendo la cual, hágase la elección de otra abadesa. 7Y si en algún tiempo apareciera a la ge-
neralidad de las hermanas que la abadesa no es suficiente para el servicio y utilidad común de las
mismas, 8estén obligadas las dichas hermanas, según la forma antes mencionada, a elegirse, cuanto
antes puedan, otra para abadesa y madre.
Y la elegida considere qué carga ha tomado sobre sí y a quién tiene que dar cuenta de la grey
9
que se le ha encomendado vii. 10Esfuércese también en presidir a las otras más por las virtudes y las
santas costumbres que por el oficio, para que las hermanas, estimuladas por su ejemplo, la obedezcan
más por amor que por temor. 11No tenga amistades particulares, no sea que, al preferir a una parte de
las hermanas, cause escándalo en todas. 12Consuele a las afligidas. Sea también el último refugio de
las atribuladasviii, no sea que, si faltaran en ella los remedios saludables, prevalezca en las débiles la
enfermedad de la desesperación. 13Guarde la vida común en todo, pero especialmente en la iglesia, el
dormitorio, el refectorio, la enfermería y en los vestidos. 14Lo que también su vicaria esté obligada a
guardar de manera semejante.
La abadesa esté obligada a convocar a sus hermanas a capítulo por lo menos una vez a la se-
15
mana, en el que tanto ella como las hermanas deberán confesar humildemente las ofensas y negli-
16
gencias comunes y públicas. 17Y las cosas que se han de tratar para utilidad y decoro del monasterio,
háblelas allí mismo con todas sus hermanas; 18pues muchas veces el Señor revela a la menor qué es lo
mejor. 19No se contraiga ninguna deuda grave, sino con el consentimiento común de las hermanas y
por una necesidad manifiesta, y esto mediante procurador. 20Y guárdese la abadesa y sus hermanas
de recibir depósito alguno en el monasterio, 21pues de ahí surgen muchas veces turbaciones y escán-
dalos.
Para conservar la unidad del amor mutuo y de la paz, todas las oficialas del monasterio sean
22
elegidas con el consentimiento común de todas las hermanas. 23Y del mismo modo sean elegidas por
lo menos ocho hermanas de entre las más discretas, de cuyo consejo deberá siempre servirse la aba-
desa en las cosas que requiere la forma de nuestra vida. 24También podrán las hermanas y deberán, si
les pareciera útil y conveniente, remover alguna vez a las oficialas y a las discretas y elegir a otras en
su lugar.
vii
Cf. Mt. 12, 36; Heb. 13, 17.
viii
Cf. Sal. 31, 7.
IV
Solet Annuere Sobre la reconformación de la Regla de Santa Clara
Desde la hora de completas hasta la de tercia, las hermanas guarden silencio, exceptuadas las
1
que prestan servicio fuera del monasterio. 2Guarden también silencio continuo en la iglesia, en el dor-
mitorio, y en el refectorio sólo mientras comen; 3se exceptúa la enfermería en la que, para recreo y ser-
vicio de las enfermas, siempre les estará permitido a las hermanas hablar con discreción. 4Podrán, sin
embargo, siempre y en todas partes, insinuar brevemente y en voz baja lo que fuera necesario.
No sea lícito a las hermanas hablar en el locutorio o en la reja sin permiso de la abadesa o de
5
su vicaria. 6Y las que tienen permiso, no se atrevan a hablar en el locutorio si no están presentes y las
escuchan dos hermanas. 7En cuanto a la reja, no se permitan ir allí si no están presentes al menos tres
hermanas designadas por la abadesa o su vicaria de entre las ocho discretas que son elegidas por to-
das las hermanas para el consejo de la abadesa. 8La abadesa y su vicaria estén obligadas a guardar
ellas mismas estas normas sobre el hablar. 9Y lo dicho, en la reja que suceda rarísimamente. Y en la
puerta, de ningún modo.
A dicha reja póngasele por el interior un paño, que no se remueva sino cuando se exponga la
10
palabra de Dios o alguna hermana hable con alguien. 11Tenga también una puerta de madera muy
bien asegurada con dos cerraduras de hierro diferentes, con batientes y cerrojos, 12para que se cierre,
máxime de noche, con dos llaves, una de las cuales la tendrá la abadesa, y la otra la sacristana; 13y per-
manezca siempre cerrada, a no ser cuando se oye el oficio divino, y por las causas antes mencionadas.
Antes de la salida del sol o después de la puesta del sol, ninguna deberá en absoluto hablar
14
con nadie en la reja. 15Y en el locutorio, manténgase siempre por dentro un paño, que no se remueva.
16
Durante la cuaresma de san Martín y la cuaresma mayor, que ninguna hable en el locutorio, 17sino al
sacerdote por causa de la confesión o de otra necesidad manifiesta, lo que se reservará a la prudencia
de la abadesa o de su vicaria.
Después que el altísimo Padre celestial se dignó iluminar con su gracia mi corazón para que,
1
siguiendo el ejemplo y la enseñanza de nuestro muy bienaventurado padre san Francisco, yo hiciera
penitencia, poco después de su conversión, junto con mis hermanas le prometí voluntariamente obe-
diencia.
2
Y el bienaventurado Padre, considerando que no teníamos miedo a ninguna pobreza, trabajo,
tribulación, menosprecio y desprecio del siglo, antes al contrario, que los teníamos por grandes deli-
cias, movido a piedad, escribió para nosotras una forma de vida en estos términos: 3Ya que por divina
inspiración os habéis hecho hijas y siervas del altísimo y sumo Rey, el Padre celestial, y os habéis desposado con
el Espíritu Santo, eligiendo vivir según la perfección del santo Evangelio, 4quiero y prometo tener siempre, por
V
Solet Annuere Sobre la reconformación de la Regla de Santa Clara
mí mismo y por mis hermanos, un cuidado amoroso y una solicitud especial de vosotras como de ellos. 5Lo que
cumplió diligentemente mientras vivió, y quiso que fuera siempre cumplido por los hermanos.
Y para que jamás nos apartásemos de la santísima pobreza que habíamos abrazado, ni tampo -
6
co lo hicieran las que tenían que venir después de nosotras, poco antes de su muerte de nuevo nos es -
cribió su última voluntad diciendo 7Yo, el hermano Francisco, pequeñuelo, quiero seguir la vida y la pobreza
del altísimo Señor nuestro Jesucristo y de su santísima Madre, y perseverar en ella hasta el fin; 8y os ruego, mis
señoras, y os doy el consejo de que siempre viváis en esta santísima vida y pobreza. 9Y protegeos mucho, para
que de ninguna manera os apartéis jamás de ella por la enseñanza o consejo de alguien.
Y así como yo siempre he sido solícita, junto con mis hermanas, en guardar la santa pobreza
10
que hemos prometido al Señor Dios y al bienaventurado Francisco, 11así también las abadesas que me
sucedan en el oficio y todas las hermanas estén obligadas a observarla inviolablemente hasta el fin: 12a
saber, no recibiendo o teniendo posesión o propiedad por sí mismas ni por interpuesta persona, 13ni
tampoco nada que pueda razonablemente llamarse propiedad, 14a no ser aquel tanto de tierra que ne-
cesariamente se requiere para el decoro y el aislamiento del monasterio; 15y esa tierra no se cultive
sino como huerto para las necesidades de las mismas hermanas.
Las hermanas a quienes el Señor ha dado la gracia de trabajar, después de la hora de tercia
1
trabajen fiel y devotamente, y en trabajo que conviene al decoro y a la utilidad común, 2de tal suerte
que, desechando la ociosidad, enemiga del alma, no apaguen el espíritu de la santa oración y devo-
ción, al cual las demás cosas temporales deben servir. 3Y lo que producen con sus manos, la abadesa o
su vicaria esté obligada a asignarlo en el capítulo ante todas. 4Hágase lo mismo si hay personas que
envían alguna limosna para las necesidades de las hermanas, a fin de que se haga memoria de ellas
en común. 5Y todas estas cosas sean distribuidas para utilidad común por la abadesa o su vicaria con
el consejo de las discretas.
CAPÍTULO VIII: Que nada se apropien las hermanas, y del procurarse limosnas y de las
hermanas enfermas.
Las hermanas nada se apropien, ni casa, ni lugar, ni cosa alguna. 2Y como peregrinas y foraste-
1
rasix en este siglo, sirviendo al Señor en pobreza y humildad, envíen por limosna confiadamente, 3y
no deben avergonzarse, porque el Señor se hizo pobre por nosotras en este mundo x. 4Esta es aquella
eminencia de la altísima pobreza, que a vosotras, carísimas hermanas mías, os ha constituido herede-
ras y reinas del reino de los cielos, os ha hecho pobres de cosas, os ha sublimado en virtudes xi. 5Esta
ix
Cf. I Pe. 2, 11.
x
Cf. II Co. 8, 9.
xi
Cf. Sant. 2, 5.
VI
Solet Annuere Sobre la reconformación de la Regla de Santa Clara
sea vuestra porción, que conduce a la tierra de los vivientes xii. 6Adhiriéndoos totalmente a ella, amadí-
simas hermanas, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo y de su santísima Madre, ninguna otra
cosa jamás queráis tener debajo del cielo.
A ninguna hermana le esté permitido enviar cartas ni recibir algo o darlo fuera del monasterio
7
sin permiso de la abadesa. 8Tampoco le esté permitido tener cosa alguna que la abadesa no le haya
dado o permitido. 9Y si sus parientes u otras personas le envían algo, la abadesa haga que se lo den.
10
Mas ella, si lo necesita, que pueda usarlo; si no, que lo comparta caritativamente con alguna herma-
na que lo necesite. 11Pero si le enviaran dinero, la abadesa, con el consejo de las discretas, haga que se
la provea de lo que necesita.
Respecto a las hermanas enfermas, la abadesa esté firmemente obligada a informarse con soli-
12
citud, por sí misma y por las otras hermanas, de lo que su enfermedad requiere en cuanto a consejos
y en cuanto a alimentos y a otras cosas necesarias, 13y a proveer caritativa y misericordiosamente se-
gún las posibilidades del lugar. 14Porque todas están obligadas a proveer y a servir a sus hermanas
enfermas como querrían ellas ser servidasxiii si estuvieran afectadas por alguna enfermedad. 15Confia-
damente manifieste la una a la otra su necesidad. 16Y si la madre ama y cuida a su hijaxiv carnal, ¿cuán-
to más amorosamente debe la hermana amar y cuidar a su hermana espiritual?
Las que están enfermas descansen en jergones de paja y tengan para la cabeza almohadas de
17
pluma; y las que necesiten escarpines de lana y colchones, que puedan usarlos. 19Y dichas enfermas,
18
cuando sean visitadas por quienes entran en el monasterio, que pueda cada una de ellas responder
brevemente algunas buenas palabras a quienes les hablan. 20Pero las demás hermanas que tengan per-
miso para ello, no se atrevan a hablar a quienes entran en el monasterio, sino en presencia de dos her-
manas discretas que las escuchen, designadas por la abadesa o su vicaria. 21La abadesa y su vicaria es-
tén obligadas a guardar ellas mismas estas normas sobre el hablar.
CAPÍTULO IX: De la penitencia que se ha de imponer a las hermanas que pecan, y de las
hermanas que prestan servicio fuera del monasterio.
Si alguna hermana, por instigación del enemigo, pecara mortalmente contra la forma de nues-
1
tra profesión, y si, amonestada dos o tres veces por la abadesa o por las otras hermanas, 2no se en-
mendara, coma en tierra pan y agua ante todas las hermanas en el refectorio tantos días cuantos haya
sido contumaz; 3y sea sometida a una pena más grave, si así le pareciere a la abadesa. 4Durante todo
el tiempo en que sea contumaz, hágase oración a fin de que el Señor ilumine su corazón para la peni-
tencia. 5Pero la abadesa y sus hermanas deben guardarse de airarse y conturbarse por el pecado de al-
guna, 6porque la ira y la conturbación impiden en sí mismas y en las otras la caridad.
xii
Cf. Sal. 141, 6.
xiii
Cf. Mt. 7, 12.
xiv
Cf. I Te. 2, 7.
VII
Solet Annuere Sobre la reconformación de la Regla de Santa Clara
Si ocurriera alguna vez, lo que Dios no permita, que entre hermana y hermana, por alguna pa-
7
labra o gesto, se produjese un motivo de turbación o de escándalo, 8la que haya sido causa de la tur-
bación, de inmediato, antes de presentar la ofrenda xv de su oración ante el Señor, no sólo se prosterne
humildemente a los pies de la otra, pidiéndole perdón, 9sino que, también, ruéguele con simplicidad
que interceda por ella ante el Señor para que sea indulgente con ella. 10Mas la otra, recordando aque-
lla palabra del Señor: Si no perdonáis de corazón, tampoco vuestro Padre celestial os perdonará xvi,
11
perdone con liberalidad a su hermana toda la injuria que le haya inferido.
Las hermanas que prestan servicio fuera del monasterio no permanezcan largo tiempo fuera
12
del mismo, a no ser que lo requiera una causa de necesidad manifiesta. 13Y deberán andar con decoro
y hablar poco, para que puedan siempre edificarse quienes las observan. 14Y guárdense firmemente
de tener sospechosas relaciones o consejos con alguien. 15Y no se hagan madrinas de hombres o muje-
res, para que, con esta ocasión, no se origine murmuración o turbación. 16Y no se atrevan a referir en
el monasterio los rumores del siglo. 17Y estén firmemente obligadas a no referir fuera del monasterio
nada de lo que se dice o se hace dentro que pueda engendrar escándalo. 18Y si alguna, por simplici-
dad, faltara en estas dos cosas, quede en la prudencia de la abadesa el imponerle penitencia con mise-
ricordia. 19Pero si lo hiciera por costumbre viciosa, la abadesa, con el consejo de las discretas, impón-
gale una penitencia según la calidad de la culpa.
dándoles nada que sea contrario a su alma y a la forma de nuestra profesión. 2Mas las hermanas súb-
ditas recuerden que, por Dios, negaron sus propias voluntades. 3Por lo que estarán firmemente obli-
gadas a obedecer a sus abadesas en todo lo que al Señor prometieron guardar y no es contrario al
alma y a nuestra profesión. 4Y la abadesa tenga tanta familiaridad para con ellas, que éstas puedan
hablar y obrar con ella como las señoras con su sierva; 5pues así debe ser, que la abadesa sea sierva de
todas las hermanas.
6
Amonesto de veras y exhorto en el Señor Jesucristo que se guarden las hermanas de toda soberbia,
vanagloria, envidia, avariciaxvii, cuidado y solicitud de este siglo xviii, detracción y murmuración, disen-
sión y división; 7sean, en cambio, siempre solícitas en conservar entre ellas la unidad del amor mutuo,
que es el vínculo de la perfecciónxix.
8
Y las que no saben letras, no se cuiden de aprenderlas; 9sino que atiendan a que sobre todas las cosas
deben desear tener el Espíritu del Señor y su santa operación, 10orar siempre a él con puro corazón y
tener humildad, paciencia en la tribulación y en la enfermedad, 11y amar a esos que nos persiguen,
xv
Cf. Mt. 5, 23.
xvi
Cf. Mt. 6, 15; 18, 35.
xvii
Cf. Lc. 12, 15.
xviii
Cf. Mt. 13, 22.
xix
Cf. Col. 3, 14.
VIII
Solet Annuere Sobre la reconformación de la Regla de Santa Clara
nos reprenden y nos acusan, 12porque dice el Señor: Bienaventurados los que padecen persecución
por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos xx. 13Mas el que persevere hasta el fin, éste será
salvoxxi.
La portera sea madura de costumbres y discreta, y sea de una edad conveniente, y durante el
1
día permanezca allí en una celda abierta y sin puerta. 2Asígnesele también una compañera idónea
que, cuando sea necesario, haga en todo sus veces.
La puerta esté muy bien asegurada con dos cerraduras de hierro diferentes, con batientes y ce-
3
rrojos, para que se cierre, máxime de noche, con dos llaves, una de las cuales la tendrá la portera, y la
4
otra la abadesa. 5Y de día, no se deje nunca sin custodia y esté firmemente cerrada con una llave.
Pero cuiden con sumo esmero y procuren que la puerta nunca esté abierta, sino lo menos que
6
de manera congruente sea posible. 7Y no se abra en absoluto a cualquiera que quiera entrar, sino a
quien le haya sido concedido por el sumo Pontífice o por nuestro señor cardenal. 8Y no permitan las
hermanas a nadie entrar en el monasterio antes de la salida del sol, ni permanecer dentro después de
la puesta del sol, a no ser que lo exija una causa manifiesta, razonable e inevitable.
Si para la bendición de una abadesa o para la consagración de alguna hermana como monja o
9
también por otro motivo, se hubiera concedido a algún obispo celebrar la misa dentro del monasterio,
que se contente con unos acompañantes y ministros lo menos numerosos y lo más honestos que pue-
da. 10Y cuando sea necesario que algunos entren en el monasterio para hacer un trabajo, la abadesa
con solicitud ponga entonces en la puerta a la persona conveniente, 11que la abra sólo a los asignados
al trabajo, y no a otros. 12Guárdense con sumo cuidado todas las hermanas de ser vistas entonces por
los que entran.
Nuestro visitador sea siempre de la Orden de los Hermanos Menores según la voluntad y el
1
mandato de nuestro cardenal. 2Y sea tal, que se tenga plena constancia de su decoro y costumbres. 3Su
oficio será corregir, tanto en la cabeza como en los miembros, los excesos cometidos contra la forma
de nuestra profesión. 4A él le estará permitido hablar con varias y con cada una de las hermanas, es-
tando en un lugar público para que pueda ser visto por las otras, acerca de las cosas que pertenecen al
oficio de la visita, como le parezca más conveniente.
Pedimos también un capellán con un compañero clérigo de buena fama, discreto y prudente,
5
y dos hermanos laicos amantes del santo comportamiento y decoro religioso, 6para ayuda de nuestra
xx
Mt. 5, 10.
xxi
Mt. 10, 22.
IX
Solet Annuere Sobre la reconformación de la Regla de Santa Clara
pobreza, como siempre hemos tenido misericordiosamente de dicha Orden de los Hermanos Meno-
res, 7y lo pedimos a la misma Orden, como gracia, por el amor de Dios y del bienaventurado Francis-
co. 8No le esté permitido al capellán entrar en el monasterio sin compañero. 9Y cuando entren, que es-
tén en un lugar público, de modo que siempre puedan verse el uno al otro y ser vistos por los demás.
10
Para la confesión de las enfermas que no puedan ir al locutorio, para dar la comunión a las mismas,
para la extremaunción, para la recomendación del alma, séales permitido a los mismos entrar. 11Mas
para las exequias y la celebración de la misa de difuntos, y para cavar o abrir la sepultura, o también
para acomodarla, que puedan entrar personas en números suficientes e idóneos, según el prudente
juicio de la abadesa.
Con miras a todo lo dicho, las hermanas estén firmemente obligadas a tener siempre como
12
gobernador, protector y corrector nuestro, al cardenal de la santa Iglesia Romana que haya sido asig-
nado a los Hermanos Menores por el señor Papa, 13para que, siempre súbditas y sujetas a los pies de
la misma santa Iglesia, estables en la fe xxii católica, guardemos perpetuamente la pobreza y la humil-
dad de nuestro Señor Jesucristo y de su santísima Madre, y el santo Evangelio, que firmemente he-
mos prometido. Amén.
A nadie, pues, en absoluto le sea permitido infringir esta escritura de nuestra confirmación o con
osadía temeraria ir contra ella. Mas si alguno presumiera intentar esto, sepa que incurrirá en la indig -
nación de Dios omnipotente y de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo.
xxii
Cf. Col. 1, 23.