Poema

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Alexandra Gil Garcia

Elegía

(En Orihuela, su pueblo y el mío, se


me ha muerto como del rayo Ramón
Sijé, con quien tanto quería)
Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas


y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas

daré tu corazón por alimento.


Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,


un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,


lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,


y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,


temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,


no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta


de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,


quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:


por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.


Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas,


y tu sangre se irá a cada lado
disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,


llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas


del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.
(10 de enero de 1936)
Miguel Hernández nace en Orihuela el 30 de octubre de 1910. Desde joven siente interés por
la literatura, pero debe compaginar esto con su trabajo como pastor de cabras. En 1934 se
traslada a Madrid, donde su obra empieza a conocerse. Traba amistad con Pablo Neruda y
Vicente Aleixandre, lo cual influenciará su forma de pensar y su composición literaria.
Cuando estalla la guerra civil, se alista como voluntario en el bando republicano y terminará
muriendo encarcelado el 28 de marzo de 1942 a causa de una tuberculosis.
Juan Cano Ballesta señala que en poco más de diez años, Hernández atravesó distintas
etapas literarias que, sin duda, se relacionan con datos biográficos: la muerte de su primer
hijo, el nacimiento del segundo cuando se está terminando la guerra, su encarcelamiento…
De toda su producción literaria, destacan Perito en lunas, Viento del pueblo, El hombre
acecha, Cancionero y romancero de ausencias, y El rayo que no cesa, obra a la que pertenece
este poema.
La historia que hay detrás de esta elegía remite al fallecimiento de José Ramón Marín
Gutiérrez, más conocido como Ramón Sijé. Fue escritor, ensayista, periodista e íntimo amigo
de Miguel Hernández. Ambos nacieron en Orihuela y empezaron su trayectoria como
escritores al mismo tiempo. Desafortunadamente, Sijé falleció a los veintidós años de edad a
causa de una infección intestinal que le provocó una septicemia, la cual terminó por
extenderse hasta el corazón y le causó la muerte la Nochebuena de 1935. Esto afectó
profundamente al joven escritor de Orihuela. Por esta razón, un año más tarde le escribió una
elegía que incluyó en El rayo que no cesa. Muchos escritores, como por ejemplo Juan Ramón
Jiménez, la consideraron cumbre de la literatura española.
En esta composición, Hernández expresa que quiere hacerse cargo de cuidar la tierra
en la que está sepultado su amigo. Además, también manifiesta el gran dolor y sentimiento de
pérdida y desamparo que ha causado el fallecimiento repentino de Sijé a tan corta edad. La
muerte se presenta como un proceso físico y biológico de desintegración y descomposición.
Aunque Hernández fuera católico y Sijé muriera en Nochebuena, no hay ni una sola alusión a
Dios o a la religión en todo el poema. Esto intensifica aún más el sentimiento de angustia al
presentar el final de la vida como un evento desligado del consuelo que pueda aportar una
concepción religiosa de la muerte.
La muerte se presenta como un sinsentido que llega demasiado pronto y sin
justificación. Por ejemplo, en el soneto En la muerte de la excelentísima señora marquesa de
Mancera de Sor Juana Inés de la Cruz se dice “De la beldad de Laura enamorados// los
cielos, la robaron a su altura,// porque no era decente a su luz pura,// ilustrar estos valles
desdichados”. Es decir, se plantea que muere por ser demasiado buena como para estar en la
tierra. En A la memoria de D. Juan Domingo de Haro y Guzmán de Diego de Torres
Villarroel se dice “Al honor, al aplauso, al ardimiento// a la piedad, al culto y a la gloria//
tocar no pudo tu furor violento”. Es decir, la muerte no se lleva los logros de la vida de Haro
y Guzmán. Pero en esta elegía, la muerte es simplemente muerte: llega sin ser esperada y no
trae ni gloria ni beatificación. Este concepto lo desarrolla muy explícitamente Wilfred Owen
en los versos finales de Dulce et decorum est cuando dice “My friend, you would not tell with
such high zest// To children ardent for some desperate glory,// The old Lie: Dulce et decorum
est// Pro patria mori”. La muerte no es gloriosa, es cruda, dolorosa y fría. Por esta razón,
Hernández se centra en la parte más terrenal y alude a los campos, a la labranza y al cultivo
de la tierra. No obstante, el dolor físico que se manifiesta en el costado tiene un origen
anímico: siente un gran desconsuelo por la ausencia del amigo. Esto le lleva a desear su
regreso y a imaginar que su alma revoloteará entre las flores. Esto es algo trágico: la muerte
se presenta como proceso de descomposición completamente alejado de cualquier
pervivencia metafísica del espíritu, por tanto, aunque el yo poético quiera reencontrarse con
su amigo, sabe que no es posible.
En relación con las cuestiones formales, se trata de un poema de quince tercetos
encadenados y un cuarteto final. A lo largo de toda la composición, se pueden encontrar una
gran variedad de recursos estilísticos y literarios que demuestran la capacidad creadora e
imaginativa del autor.
En la primera estrofa hay un hipérbaton, la oración debería ser “llorando, yo quiero
ser el hortelano de la tierra que ocupas y estercolas tan temprano, compañero del alma”. Pero
el complemento circunstancial de modo “llorando” y el vocativo “compañero del alma”
quedan desplazados al interior del primer y tercer verso: “yo quiero ser llorando el hortelano”
y “compañero del alma, tan temprano”.
En la segunda estrofa hay un hipérbaton, “mi dolor sin instrumento alimentando
lluvias, caracolas y órganos” que a su vez contiene una personificación y una enumeración
“alimentando lluvias, caracolas y órganos”. A continuación, hay una hipérbole y un
encabalgamiento “daré tu corazón por alimento// a las desalentadas amapolas” y también una
aliteración de las laterales y las sibilantes. Esta estrofa evoca el desorden interno que siente el
yo poético ante la muerte del amigo. Cabe destacar que Sijé falleció a causa de una
septicemia que se extendió hasta su corazón y aquí el yo poético alimenta a las amapolas con
el corazón del amigo. Además, las amapolas simbolizan el sueño y el reposo por sus
propiedades medicinales, pero también representan a los soldados caídos y, en el
cristianismo, el ascenso al cielo (por el color rojo, que se relaciona con la sangre de Cristo).
De alguna forma, el yo poético podría querer encontrar a su amigo en estas flores y por eso
las alimenta con su corazón.
En la tercera estrofa, se encuentra un políptoton en “dolor, doler y duele”. Además,
también se hace una hipérbole en “que por doler me duele hasta el aliento” puesto que se
presenta el sufrimiento de forma muy exagerada.
La cuarta estrofa está compuesta por un paralelismo de los tres versos ya que todos
tienen la misma estructura. Además, también se produce una personificación de “hachazo”
porque se califica de homicida. Es interesante observar como todo son metáforas de muertes
violentas y repentinas, como la que sobrevino a Sijé.
En la quinta estrofa hay una hipérbole en “no hay extensión más grande que mi
herida”. También hay una antítesis en “siento más tu muerte que mi vida. El yo poético sigue
insistiendo en la tristeza que le provoca el fallecimiento del amigo y esto lo refleja de manera
metafórica en la “gran extensión de la herida”.
En la sexta estrofa, hay un paralelismo y un polisíndeton de “y” en “y sin calor de
nadie y sin consuelo”. Además, se genera una metáfora muy lúgubre con el verso “ando sobre
rastrojos de difuntos”. Esta afirmación y la presencia de las amapolas, que tradicionalmente
se relacionan con los campos de batalla, nos lleva a pensar que el yo poético se encuentra en
un páramo devastado que refleja su interioridad. No hay consuelo posible, solo la rutina de
navegar entre el dolor de la pérdida y la cotidianeidad del flujo de la vida: esto se ve reflejado
en “voy de mi corazón a mis asuntos”. Sin embargo, puesto que anteriormente se menciona el
corazón del amigo, este verso también puede significar que el yo poético visita
continuamente el lugar de la sepultura. Siguiendo este hilo de pensamiento, resulta
significativo que se refiera al corazón del amigo como “mi corazón”.
En la séptima estrofa se encuentra la anáfora de “temprano” y, a su vez, está
compuesta de paralelismos “temprano madrugó la madrugada//temprano levantó la muerte el
vuelo…”. También hay una figura etimológica en “temprano madrugó la madrugada” porque
se repite el mismo lexema. Además, hay una personificación de la muerte que vuela y de la
madrugada que madruga.
La octava estrofa está compuesta de forma similar a la anterior, una anáfora inicial en
“no perdono” y, a su vez, paralelismos en la estructura. Esto refuerza el sentimiento de rabia
del yo poético. Además, se utiliza el oxímoron en “muerte enamorada” y “vida desatenta”.
Esto también sugiere una personificación de la vida y de la muerte: la primera se lleva al
amigo porque está enamorada de él y la segunda no lo impide por falta de cautela. En
conjunto, estos elementos transmiten a la perfección los sentimientos del sujeto.
La novena estrofa se compone sobre la metáfora de la tormenta que representa la ira
del yo poético. La enumeración de “piedras, rayos y hachas estridentes” capta la fuerza de los
sentimientos encerrados que se liberan con la tormenta. Además, se utiliza una hipálage con
la palabra “estridentes” puesto que esto es una característica propia de la tormenta y no de los
objetos mencionados.
La décima estrofa también está compuesta por paralelismos estructurales. Se
transmite la desesperación del yo poético por medio del verso “quiero escarbar la tierra con
los dientes”. A su vez, se forma una figura etimológica entre “dientes” y “dentelladas” que
aporta una sensación de unidad al verso.
La undécima estrofa llega al clímax de la desesperación con el verso “quiero minar la
tierra hasta encontrarte”, es el colofón final del dolor del sujeto. Después, por medio de un
polisíndeton, se insiste en la voluntad del sujeto poético de recuperar al amigo. Se muestra el
gran anhelo que siente por medio del uso de los verbos “besar, desamordazar y regresar”. Ya
se ha alcanzado el punto álgido del dolor, ahora, poco a poco, se va reduciendo la intensidad
de los versos.
La duodécima estrofa plantea una imagen del campo muy distinta a la inicial.
Mientras que el yo poético dibujaba un campo de amapolas lleno de rastrojos de difuntos,
ahora se plantea un espacio de aire bucólico con huertos, higueras y flores. Además, hay un
encabalgamiento del verso final y el inicial de la siguiente estrofa: “pajareará tu alma
colmenera// de angelicales ceras y labores”. También se podría considerar que, en sentido
metafórico, está hablando de las abejas.
La decimotercera estrofa contiene una aliteración de las vibrantes en “volverás al
arrullo de las rejas” que recuerda, como se indica, a un arrullo. En estos momentos, el yo
poético compara el alma de su amigo con las abejas que revolotean entre las flores. Cuando
se refiere a “los enamorados labradores” puede evocar la poesía pastoril o la vida idealizada
de campo.
La decimocuarta estrofa empieza con una metonimia en “alegrarás la sombra de mis
cejas”, en realidad se refiere a él mismo al completo: se alegrará del regreso del amigo. El
sujeto poético parece hacer una metáfora con la sangre. Tradicionalmente, la sangre se
considera la esencia de la vida. Por tanto, en caso de que el amigo regresara, quedaría
dividido entre el amor hacia su novia y el amor hacia lo que simbolizan las abejas, el trabajo
(en su caso, creación literaria).

La decimoquinta estrofa está construida con un hipérbaton, “mi avariciosa voz de


enamorado llama (a) tu corazón a un campo de almendras espumosas”. Se vuelve a presentar
el campo como un locus amoenus, ya ha dejado de ser un espacio desierto y frío. El yo
poético pide al corazón del amigo que venga a él. Se trata de una metonimia, realmente
quiere que venga por completo. Anteriormente, el yo poético afirma que al regresar su amigo
quedaría dividido entre el trabajo y su novia, pero ahora “su avariciosa voz de enamorado” le
llama para que venga. Si se interpreta “voz de enamorado” como metonimia, esto podría
aludir a un sentimiento de algo más que simple amistad. Ramón Fernández Palmeral, en
Simbología secreta de <<El rayo que no cesa>> de Miguel Hernández, resuelve lo siguiente
tras escuchar a una mujer afirmar que Hernández era homosexual: “es necesario desmentir
esta supuesta infamia, que por asociación con otros poetas de su tiempo (...) parece ser que
esta tendencia sexual también se le imputó a Miguel”. Pese a la ferviente convicción de
Palmeral, no hay forma de verificar lo que sentía Hernández por Sijé. Sin embargo, es
fácilmente comprobable que en Elegía, ya fuera de forma intencionada o accidental, introdujo
versos propiamente amorosos. Por otro lado, en esta estrofa se ha referido al corazón y
anteriormente ha presentado la sangre, el alma y la calavera. Parece como si fueran
regresando partes del amigo a medida que son nombradas por el yo poético. Empieza
mencionando la calavera y finaliza con el corazón de “terciopelo ajado” al cual ya se había
referido al inicio del poema, “a las desalentadas amapolas// daré tu corazón por alimento”:
esto proporciona una estructura circular que transmite una apariencia de compleción.
La decimosexta estrofa es la última y, tal vez, la más hermosa. Empieza con una
aliteración de las laterales en “A las aladas almas de las rosas// del almendro de nata” que, a
su vez, presenta una hipálage: las flores son blancas, no el árbol. En estos versos describe las
flores de los almendros que, no en vano, significan amor eterno más allá de la muerte. Con la
aliteración y la mención de la nata, se crea una sensación de ligereza y elevación: casi parece
que el alma de Sijé tuviera que acudir flotando a la llamada del amigo. El yo poético está
convocando a su amigo entre los almendros, por eso le “requiere” que venga. Sin embargo,
este “te requiero” también podría interpretarse como un “te quiero doblemente” en sentido de
afecto. El motivo de la citación lo expresa en “que tenemos que hablar de muchas cosas”. El
yo poético afirma que han quedado asuntos pendientes que no pudieron tratarse a causa de la
inesperada muerte de su amigo. La epanadiplosis final, “compañero del alma, compañero” es
una apelación directa a la alta estima que existía entre ambos. A su vez, aporta una sensación
de circularidad, puesto que al inicio de la composición también se refiere a él como
“compañero del alma”. Esto se suma a la serenidad que transmiten las últimas estrofas y
parece como si el alma del amigo hubiera regresado a través de las abejas, las flores y los
almendros. De hecho, esta sería la única explicación plausible para la apacibilidad final del
sujeto poético en oposición a los versos iniciales, donde se veía reflejado un profundo
tormento. De este modo, pese a no hallar un consuelo religioso, reencuentra a su amigo en
todos los elementos que hay presentes en la naturaleza.
En conclusión, la precisión del uso de los recursos estilísticos en esta composición
evidencia su gran perfección formal. Por medio de estos, Hernández logra conducir al lector
desde la rabia inicial hasta un final apacible. Por tanto, no solo hace gala de su gran dominio
de las letras, sino también de su increíble capacidad creativa.

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