Hildebrandt

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¡Hildebrandt! Una reflexión política tan necesaria.

VERGÜENZA *

Vergüenza. Pero no la ajena, esa que no nos toca ni lesiona. En este caso es vergüenza paisana,
nacional, nostrísima.

Vergüenza de llegar a los 200 años de república con candidatos como Rafael Santos, sicario
apenas oral de Rafael López-Aliaga. ¿De dónde sale un tipo así? ¿Cómo se fabrica ese aspecto
de ruindad? Como diría un huachafo: Santos sale de las entrañas mismas del Perú. Son los
buscones que hemos creado malbarateando la política y vendiéndosela a los pobres diablos
por un plato de lentejas. Somos un país equivocado.

Vergüenza por López-Aliaga, que de célibe empeñoso pasó a ser virgen cerebral, que de
millonario en concesiones pasó a ser indigente de ideas. ¿Qué periodista de Willax le escribió,
con letra enredada, lo que casi no podía leer este infeliz? ¿A quién creyó que podía engañar
recitando fichas ajenas? La derecha peruana de talante religioso y ultracatólico alguna vez tuvo
a José de la Riva Agüero y Osma como representante. Ahora debe contentarse con López-
Aliaga. Es como pasar de un Mercedes a un triciclo cargado de chatarra.

Vergüenza por Hernando de Soto, que conmovió con su trémula vejez y sus delirios de
protagonista retroactivo. Es una buena persona, un ensayista reconocido, un intérprete
novedoso de cierto aspecto de la realidad peruana, pero el tiempo ha hecho su malévolo
trabajo y el resultado es este monólogo refundador que no se sabe qué quiere decir, a dónde
se dirige, qué metas persigue. Un gobierno de De Soto sería como el que en Alemania presidió,
anciano y enfermo, Paul von Hindenburg y que terminó, como ya sabemos, con Hitler en el
poder. La llamada república de Weimar duró quince años en Alemania. La nuestra, tan frágil
como aquella, lleva 199 años de existencia. 79 años

Vergüenza por César Acuña, que demostró por qué tiene que plagiar tesis y libros. El milagro
económico del Perú no es el PBI mentiroso ni la reducción, oficial y deleznable, de la pobreza.
El verdadero milagro es que un semianalfabeto pueda fundar universidades que lo hacen
millonario y poderoso.

Vergüenza por Ciro Gálvez y Pedro Castillo, representantes del folklorismo de izquierda que la
derecha necesita. Una izquierda así de aldeana, así de ensimismada, así de telúrica, es la que
puede arrancar algunos aplausos condescendientes en el periodismo tradicional. Ni Gálvez ni
Castillo aspiran a la presidencia. Lo que quieren es una mención en cursiva al pie de alguna
página. Estoy convencido de que ni siquiera eso lograrán.

Vergüenza por Alberto Beingolea, que dijo como metralleta todo lo que la derecha bruta y
achorada dice despacito para que la entiendan bien. O sea: el-Estado-es-malo, lo privado-es-
buenísimo, la-Constitución-fujimorista-no-se-toca. Chancón de a 20, Beingolea tiene la
inteligencia de los siervos obedientes y recita de paporreta lo que Luis Bedoya Reyes
improvisaba como el Pinglo del argumentario conservador que era. Cree Beingolea que
estamos en el siglo pasado y que la derecha debe seguir con su mensaje inmovilista y terco.
Ignora este señor que la casa matriz del partido que él representa, es decir, Alemania, ha
empujado a la Unión Demócrata Cristiana hacia el centro y que ese viraje es el que ha
permitido a la señora Merkel gobernar desde el año 2005. Beingolea cree que Pedro Beltrán
está vivo y que si repite teatralmente la lección en público será entrevistado por la revista “7
Días”. Si supiera escribir, seguro que Beingolea le mandaría textos a Arturo Salazar Larraín, a
quien también debe creer vivo y coleando.

Vergüenza por Keiko Fujimori, la cabal demostración de que mi país tiene vocación de podre.
Escucharla hablar de sus propuestas para combatir la corrupción es como escuchar a Mesalina
hablar de la castidad, como escuchar a La Rayo hablar de la honradez, como escuchar a Magaly
Medina dar una cátedra sobre el derecho a la privacidad. Que esta expresión del herpes
fujimorista intente por tercera vez apoderarse del Perú para hacer con él lo mismo que hizo su
padre delincuente, dice mucho y mal de nosotros. Dice lo peor de todos nosotros. Dice, en
suma, que la ignorancia tiene un lado políticamente repugnante.

Vergüenza por Ollanta Humala, que habló como si nadie recordara lo de Odebrecht y nadie
supiera que su gobierno –el suyo o el de Nadine Heredia, no importa– fue uno más de los
tantos regímenes avalados por la Confiep y los empresarios voraces que allí se parapetan. El
señor Humala recibió el elogio de “El Comercio”, que así premió su “sensatez y moderación”.
Lo que ensalzaba, en realidad, era la castración política que los nacionalistas padecieron desde
que firmaron el compromiso aquel de ceñirse a los marcos constitucionales de 1993. Mario
Vargas Llosa contribuyó a emascular a Humala. Quien realmente nos gobernó entre el 2011 y
el 2016 fue Pichula Cuéllar. Ollanta cocinando nadine gobernando

En fin, vergüenza por Alcántara, que ratificó su inexistencia, y por Forsyth, que confirmó que
los únicos palos que domina son los que al parecer le han dado para ser la pantalla de un
nuevo seudónimo de la vieja derecha. Y mucha vergüenza por el fugitivo Vega, que leyó con
voz de susto su adiós irrelevante. No hay nada peor que te vayas de donde no te han echado y
que, encima, nadie te eche de menos. ¡Y pensar que alguna vez, en 1994, cuando vivía en
Madrid, fui mensajero de Pérez de Cuéllar en Lima para alistar su candidatura por la UPP!
Y mucha, pero mucha vergüenza por los periodistas que hicieron de moderadores y que se
hicieron cómplices públicos del señor Santos en su exhibición de matón del barrio.

Los demás se portaron como candidatos y cada quien juzgará sus propuestas, la viabilidad de
sus promesas, la consistencia de sus planes.

Lo único que puedo añadir es que esta elección terminaría de ser una pesadilla si en este
momento, al escribir estas líneas, la segunda vuelta fuera un coto exclusivo de la derecha y la
centroderecha. Debemos agradecer que haya una opción de izquierda para la hora de las
definiciones. No importa lo que diga la caverna de siempre ni cuánto quieran manipular las
encuestadoras. No hay que tenerle miedo a quienes nos impusieron, con tanques en la calle, el
neoliberalismo sin hospitales ni oxígeno ni ucis. No habrá segunda vuelta de verdad ni debate
serio al que asistir si la izquierda no tiene una representación. Piénsenlo bien. He llegado a
este convencimiento después de una profunda reflexión y tras leer la columna que Pedro
Francke publica en esta edición. Ese texto supone un compromiso público de no repetir en el
Perú experiencias desdichadas como la del chavismo ni ensayar entre nosotros la ingeniería
social, siempre opresiva, del socialismo de raíz marxista.

(*) Artículo de César Hildebrandt publicado en la revista "Hildebrandt en sus Trece"

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