Trabajo - Guerra Sucesion Española
Trabajo - Guerra Sucesion Española
Trabajo - Guerra Sucesion Española
ESPAÑOLA (1701-1713)
David Bardo Viscione, Carlos Cases Pérez, Sixtine Renaudin, Antonio Collado
Agudo
Grupo C1
1. La sucesión española y la Gran Alianza de la Haya (1689-1701) (David
Bardo Viscione y Carlos Cases Pérez)
La política exterior de los Estados del siglo XVIII guardaba una gran relación con el
orden interno, pues la obediencia de los súbditos dependía en gran medida del prestigio del
gobernante. Esta fama podría verse potenciada con triunfos en el panorama exterior, proyectando
en sus victorias frente al resto de potencias su fuerza y capacidad de liderazgo interno, para lo
que la diplomacia resultó un instrumento fundamental.
Así es que la Guerra de Sucesión Española (1701-1713) puede ser entendida inicialmente
como un conflicto patrimonial entre linajes, la familia Borbón y la familia Habsburgo, que por
los intereses particulares de los diferentes actores políticos del panorama internacional europeo,
desencadenó en otra nueva guerra a escala mundial en que todas las grandes potencias del
momento se vieron involucradas (Black, 1997: 337-341).
1
No podríamos perder de vista como Luis XIV, mientras financiaba en secreto el avance del turco sobre el Este de
Europa, también perseguía a los hugonotes en el interior de Francia y atacaba a potencias protestantes como las
Provincias Unidas.
Tratados de reparto (David Bardo Viscione)
Para entender el orígen de esta guerra nos debemos remontar hasta el año 1689, cuando la
reina María Luisa de Orleans falleció sin haberle dejado ningún heredero a Carlos II. por lo que
ese mismo año se ajustó un nuevo matrimonio con María Ana de Neoburgo. Sin embargo, como
se veía que la salud del monarca empeoraba cada vez más y no se lograba que el nuevo
matrimonio concibiera descendencia alguna, se planteó tanto para el entorno de Carlos II como
para las potencias europeas un gran interrogante sobre qué iba a ocurrir con la Monarquía tras su
muerte (Domínguez, 1982: XXXV-XXXVI).
Al margen de lo que pudieran opinar Carlos II y todos sus consejeros, los distintos
Estados europeos comenzaron a entablar conversaciones secretas para repartirse entre ellos los
territorios que controlaban los Austrias españoles, llegándose a firmar dos tratados de partición
que, creían ellos, evitaría una guerra europea tras la muerte de Carlos II.
El primero de ellos se comenzó a negociar tras la Paz de Ryswick, cuando Francia acordó
con Inglaterra que el sucesor de Carlos II sería José Fernando de Baviera, su sobrino nieto.
Aparte, Luis XIV se atribuiría Guipúzcoa, Nápoles, Sicilia, los presidios de la Toscana y Finale
(Liguria). El problema de estas disposiciones era que el emperador también tenía derechos sobre
la corona de España y sobre los territorios italianos que reclamaban los reyes de Francia, por lo
que, para asegurar que el tratado pudiera cumplirse, Luis XIV y Guillermo III formaron una liga
con los Países Bajos en el supuesto caso de que Leopoldo I decidiera reconocer sus derechos.
Según el conde de Tallard, todo ello se plasmó el 16 de enero de 1698 en el "plus célèbre traité
qui été fait depuis plusieurs siècles" (Albareda, 2010: 46-7; Bély, 2007: 634-5).
Mientras tanto, en España sucedía algo similar, porque toda el entorno de Carlos II se
encontraba dividido en dos facciones enfrentadas por motivos personales (más que por elegir a
un sucesor o a otro). Aun así, la facción austracista apoyaba la candidatura del archiduque,
mientras que la facción opositora se negaba a que los Austrias volvieran a controlar una
monarchia universalis como la de Carlos V. Es por ello que los opositores apoyaron en un primer
momento la candidatura de José Fernando de Baviera (tal y como hacía el resto de Europa)3, pero
al fallecer en 1699 todo lo que se decidiera en un nuevo testamento quedaba en el aire (Albareda,
2010: 54-5).
En ese mismo año la facción opositora aprovechó el malestar general que recorría todo
Madrid para fomentar el 28 de abril el que fue llamado “motín de los Gatos”, durante el cual las
casas de dos austracistas (Manuel Joaquín Álvarez de Toledo4 y Juan Tomás Enríquez de
Cabrera5) fueron atacadas y, en consecuencia, Carlos II declaró su destierro. En este contexto, el
partido opositor (con Luis Fernández de Portocarrero a la cabeza) se impuso en la corte
(Albareda, 2010: 55). Sin embargo, la muerte del príncipe José Fernando seguía planteando un
problema de gran magnitud: esfumada la línea bávara, la única vía de sucesión que quedaba era
la del archiduque Carlos pues, tanto María Teresa6 como Ana de Austria7 habían renunciado a
sus derechos sucesorios al contraer matrimonio con, respectivamente, Luis XIV8 y Luis XIII
(Albareda, 2010: 52). Al margen de este impedimento legal, en 1700, Bernaldo de Quirós
(embajador en los Países Bajos) informó a Carlos II de la reciente consignación del Segundo
Tratado de reparto, lo que no fue bien digerido dentro de la corte (Domínguez, 1982: XLVI).
3
Ese apoyo se vió reflejado en los dos primeros testamentos que otorgó Carlos II: el primero, a 13 de septiembre de
1696 y, el segundo, a 11 de noviembre de 1698. En ambos se declaraba a José Fernando de Baviera sucesor de la
Monarquía (Albareda, 2010: 54-5; Bély, 2007: 58).
4
VIII conde de Oropesa y presidente del consejo de Castilla.
5
Almirante de Castilla.
6
Esposa de Luis XIV e hija de Felipe IV.
7
Madre de Luis XIV e hija de Felipe III.
8
Aun así, debemos remarcar que la dote de María Teresa nunca llegó a pagarse, por lo que, para algunos, la reina
francesa seguía contando con la capacidad de transmitir sus derechos a su descendencia (Albareda, 2010: 52).
Como afirma Luis Ribot (2006, 255), se hacía difícil que Carlos II y su entorno se
decidieran por la “vía francesa”, pero la búsqueda de una completa integridad territorial de la
Monarquía se impuso en todos los debates. Hubo tres factores principales por las que,
finalmente, se declaró al duque de Anjou como sucesor del rey (Albareda, 2010: 58:
Cuando el testamento se hizo público, el Sacro Imperio, Inglaterra y a los Países Bajos
entraron en pánico, pues vieron que Francia y España, al estar ahora gobernadas por una misma
familia, y al estar unidas territorialmente, ambas actuarían como un único Estado9 que se
inmiscuiría en sus intereses comerciales. A ello se suma que las medidas aprobadas tanto por
9
Como dijo ilustrativamente el marqués de Castellldosrius (embajador español en Francia), “ya no hay Pirineos”
(cit. en Albareda, 2010: 65).
parte de España como por parte de Francia no hacían más que confirmarles ese temor (Albareda,
2010: 65-9):
Todos estos “ataques” a la estabilidad del orden europeo llevó a que Inglaterra, los
Países Bajos y la mayoría de Estados alemanes constituyeran el 7 de septiembre de 170110 la que
luego fue llamada “Gran Alianza de la Haya”, cuyo tratado se centra únicamente en las
cuestiones comerciales de todos los consignatarios, más que en el apoyo de un candidato al trono
u otro. En principio, todas las potencias de Europa seguían con la idea de repartirse los territorios
hispánicos y, lo que es más importante, su comercio (Albareda, 2010: 65-6)
En este contexto de gran crispación y de oposición entre dos grandes bloques, el borbónico
(encabezado por Francia) y el austracista (que se agrupará en la Gran Alianza), Carlos II de
España fallece el 1 de noviembre de 1700. Y de acuerdo a su último testamento Felipe de
Borbón, duque de Anjou, hereda su corona y “todos sus reinos y dominios, sin excepción de
ninguna parte”.
Y como veníamos viendo, sus primeras acciones como monarca (no renunciar al trono francés y
facilitar el comercio francés en las posesiones españolas en el Nuevo Mundo) no hicieron sino
preocupar aún más a sus opositores.
Por ello a principios de junio de 1701, sin una declaración de guerra previa, tropas austríacas
dirigidas por el general Eugenio de Saboya entraron por el norte de Italia y se enfrentaron a las
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Tal y como remarca el matrimonio Stein, no es coincidencia que la alianza se firmara tan sólo once días después
de que se concediera el referido asiento de negros (cit. en Albareda, 2010: 68-9).
tropas francesas estacionadas en el Milanesado español; lo que daría comienzo así a la Guerra de
Sucesión Española.
Así franceses y austríacos se enfrentaron por primera vez el 9 de junio de 1701 en la Batalla de
Carpi, y poco después en la Batalla de Chiari, resultando vencedores estos últimos en ambos
enfrentamientos.
Al año siguiente (1702) la ofensiva en el Milanesado continuaría (con enfrentamientos como la
Batalla de Cremona) y los enfrentamientos se extenderían también a la Península Ibérica y el
resto de Europa (Países Bajos españoles, Francia y el Sacro Imperio).
A su vez en 1703 Portugal y Saboya entrarán en la guerra por el bando austracista, complicando
la situación en ambos teatros (italiano e ibérico). Así los franceses dirigirán una ofensiva para
conquistar a su nuevo enemigo (Saboya) y asegurar el Milanesado. Vencerán a austriacos y
saboyanos en la Batalla de Cassano (1705) y en la de Castiglione (1706), tomarán la ciudad
saboyana de Niza (1706) y someterán a un duro asedio a Turín (1706), capital de Saboya. Sin
embargo pese a sus victorias no se hacen con el control de la situación y los austracistas serán
capaces de contraatacar.
La resistencia saboyana en Turín debilitó a los ejércitos franceses en Italia y los austracistas
aprovecharon para sitiar el puerto francés de Tolón (1707). Aunque no fueron capaces de
tomarlo, los franceses, temerosos de ello, prefirieron destruir su flota del Mediterráneo allí
guarnecida; lo que acabaría derivando en el posterior dominio inglés del Mediterráneo.
Además en ese mismo año (1707) se produce la conquista austracista de Gaeta y con ella todo el
Reino de Nápoles queda bajo control del archiduque Carlos, candidato del bando austracista.
Con la conquista de Cerdeña en 1708 terminarán los enfrentamientos en Italia que queda así bajo
control de la Gran Alianza (Ribot, 2002: 481)
El frente peninsular: la guerra llega a la península
Las primeras victorias austracistas en la Península perdieron su fuerza cuando las tropas
borbónicas se reagruparon y avanzaron hacia los territorios austracistas. Así la decisiva Batalla
de Almansa el 25 de abril de 1707 supuso un duro golpe para los austracistas y abrió las puertas
del resto de los Reinos de Valencia y Aragón. En junio se toma (y castiga ejemplarmente) la
ciudad valenciana de Játiva y se asegura el control de los Reinos de Valencia y Aragón. Con ello,
también se proclaman los Decretos de Nueva Planta (29 junio 1707) en Valencia y Aragón y se
pone fin a continuación al Consejo de Aragón.
Además se reconquistará algunas de las ciudades tomadas por Carlos el año anterior, como
Ciudad Rodrigo; y en los años posteriores también recuperará el control de Denia, Alcoy y
Tortosa (1708) y de Alicante (1709), mientras que los austracistas por su parte, concretamente
los ingleses tomarán Menorca (1708).
El frente peninsular: las últimas ofensivas austracistas
Mientras todo esto sucedía en España, también se sucedieron los enfrentamientos en los Paises
Bajos españoles, Francia y el Sacro Imperio; y al contrario que en la Península, los austracistas
acabaron dominando en el continente (Ribot, 2002: 481)
Aunque los primeros enfrentamientos como la Batalla de Friedlingen (1702) fueron victorias
borbónicas, pronto se dio la vuelta a la situación. En concreto en 1704, tras la victoria de la Gran
Alianza en la Batalla de Höchstädt o Blenhein, el único aliado europeo del bando borbónico
(Baviera) abandonó la guerra; por lo que la Francia de Luis XIV quedaba sola en el continente.
Con esto, los austracistas vencieron a los franceses en Ramilles (1706) y Oudenarde (1708) y los
Paises Bajos españoles quedaron así bajo control austracista —como también lo haría Italia,
como vimos ya, en 1707—.
Y aún más importante, derrotaron de nuevo a los franceses en Malplaquet (1709) en una de las
batallas más sangrienta de todo el conflicto; lo que impulsó la búsqueda de paz y la retirada de la
mayoría de tropas francesas de España.
Aunque hubo algunas victorias francesas como Denain (1712) el destino de la guerra y la
situación en Europa estaban sellados ya.
Pese al dominio de la Gran Alianza en Europa, en la Península dominaban los borbónicos y los
partidarios de Carlos solo resitían en Cataluña (concretamente en Barcelona) y Mallorca.
Así mismo, en Europa se buscaba desde hace años un tratado de paz, por lo que la resistencia
catalana supuso el llamado caso de los catalanes a cerca de su futuro tras las negociaciones.
Pero la caída de los whigs en el Parlamento británico por los tories, partidarios de la paz;
y la muerte de José I de Austria, dejando como heredero del imperio al archiduque Carlos,
cambiaron el contexto y dejaron revelar la posibilidad real de una paz que llevaba buscándolo
desde hace años en Europa (Black, 1997, 341-344). Este vuelco en la situación fue encabezado
por el acercamiento de la Gran Bretaña de los tories a Francia con la firma de los Preliminares de
Londres de 1711, en la que Inglaterra, fatigada de la guerra y recelosa de la formación de una
nueva hegemonía Habsburgo global como la de Carlos V, sentó las bases de paz (León, 2013,
pp.11-16). El camino marcado conduciría a la convocación de un congreso de paz por la reina
Ana en Utrecht en la que, pese a la oposición de Austria, que llegó a enviar al príncipe Eugenio a
Londres, llegó a celebrarse con la participación de los principales contendientes, dando como
resultados un conjunto de pactos firmados en Baden, Rastatt, Madrid y Utrecht (León, 2013, pp.
17-21), denominados conjuntamente como los Tratados de Utrecht-Rastatt (1713-1715).
Aunque los tratados entre 1713-1715 vinieron a decidir la herencia de las posesiones del
patrimonio español, las capacidades diplomáticas de los representantes españoles fueron muy
11
Véase conflictos como la Guerra de los Nueve Años (1688-1697).
débiles. Así, el propio Felipe V estuvo ausente en Utrecht a petición de los holandeses y
austriacos, firmando en su lugar su abuelo, Luis XIV de Francia.
Por un lado, el foco de poder de la familia Habsburgo se trasladó de Madrid a Viena, que
ahora obtenía la pretensión sobre los dominios italianos con la renuncia de Felipe V de Milán,
Cerdeña y Nápoles, así como de la soberanía sobre Flandes (León, 2013, pp. 11-16). Por otro
lado, el principal beneficiario de Utrecht fue la propia Gran Bretaña. Alcanzaron la paz aspirada
por los tories y obtuvieron sus objetivos comerciales ultramarinos, evitando la formación de una
nueva potencia marítima que amenazara sus ambiciones ultramarinas13 y obteniendo valiosas
concesiones sobre con el Tratado de Paz y Amistad de 1713, en la que se reconoció la soberanía
británica de Gibraltar y Menorca y se le concedió el derecho sobre el asiento de negros y la
posibilidad de envío del navío de permiso anual, rompiendo con el monopolio comercial en
América por parte de España. Además, España también tuvo que ceder ante Portugal la colonia
de Sacramento, acompañado de una indemnización por la pérdida del asiento de negros de
600.000 escudos (León, 2013, pp. 16-28).
12
Este llegó a dejar por escrito: “Habiendo cedido España todo lo cedible”
13
Podremos ver cómo Gran Bretaña a lo largo del siglo XVIII será la verdadera directora de las relaciones
internacionales en europa, siendo ella el árbitro que servirá de intermediario externo que decida sobre los acuerdos
de paz y en las coaliciones militares para reorganizar las fronteras en base al ideal de “equilibrio europeo”. Esta
política llegará a su cénit con la Restauración del Congreso de Viena de 1815, en el que podremos ver un papel
diplomático fundamental por parte de Gran Bretaña.
administración de los Austrias y evitar un conflicto a doble vertiente, tanto externo como interno
(Martínez, 2021, pp. 515-529).
● Francia:
En cuanto a la sucesión española, el Rey de Francia expresa una posición clara. No quiere
que Felipe V combine las coronas de Francia y España. Para él, es necesario seguir la voluntad
de Carlos II o reemplazar a Felipe V por el duque de Berry en el trono de España si Felipe V
fuera llamado a la corona de Francia. Para ello intenta convencer a Felipe V de que renuncie a la
sucesión al trono de Francia. Louis XIV avanza varios argumentos. Esto permitiría primero a
Felipe V afirmar su lugar en el trono de España. Por otro lado, si rechaza la renuncia, la guerra se
reanudará. Finalmente, Luis XIV recuerda a Felipe V que él también debe su trono a la renuncia
de su padre y de su hermano (BELY).
● Inglaterra:
Inglaterra también quiere evitar el encuentro de las dos coronas y se está posicionando
como mediador durante el proceso de toma de decisiones. Ella quiere establecer un tratado
racional, negando los derechos naturales de sucesión, para evitar futuras crisis (BELY). Philippe
V renuncia finalmente a la corona de Francia el 22 de abril de 1712 pero pide a cambio
concesiones territoriales (BELY).
Los tratados de Utrecht-Rastadt son una fuente de cambio en Europa, que conduce a un nuevo
equilibrio europeo (L. BELY):
- Francia está debilitada por la guerra y Luis XIV es viejo. Ha perdido después el tratado
de Rastadt (6 de marzo de 1714) las tierras de la orilla derecha del Rin. Francia ya no es
la potencia dominante.
- Las coaliciones creadas por Guillermo III contra Luis XIV ya no son necesarias porque la
monarquía francesa está debilitada.
Como resultado de estos cambios, ningún poder puede prevalecer sobre el otro. Entonces
se establece un nuevo equilibrio (L.BELY).
Black, J. (1997): “Diplomacia europea en 1700-1721”. En La Europa del siglo XVIII, Madrid:
Ediciones Akal, pp. 337-344.
León Sanz, Virginia (2013): Utrecht, 1713. Una paz posible para Europa. En Cuadernos de
Historia, NºXII, pp. 11-28.
Martínez Millán, J.; Rivero Rodríguez, M. (2021): “De la casa Habsburgo a la de Borbón:
reordenación constitucional de la Monarquía hispana”. En Historia Moderna: Siglos XV-XIX,
Madrid: Alianza Editorial, pp. 515-529.
Ribot, L. (2006): El arte de gobernar. Estudios sobre la España de los Austrias, Madrid, Alianza
Editorial.
Ribot, L. (2002): Las Guerras europeas en la época de Luis XIV (1661-1715). En Floristán, A.
(coord.) Historia Moderna Universal, Ediciones Aral, pp. 467-485