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Bilbao 1

Este documento presenta el discurso de Francisco Bilbao a favor de la creación de un Congreso Federal entre las repúblicas de Latinoamérica para unificarlas políticamente y defenderse de las amenazas externas como la expansión de Estados Unidos. Bilbao argumenta que la unión permitiría fortalecer la independencia de los países latinoamericanos, unificar su identidad y pensamiento, y promover los valores de libertad, fraternidad y soberanía popular. Propone que este Congreso sería una iniciativa histórica sin precedentes para el continente americano.

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Bilbao 1

Este documento presenta el discurso de Francisco Bilbao a favor de la creación de un Congreso Federal entre las repúblicas de Latinoamérica para unificarlas políticamente y defenderse de las amenazas externas como la expansión de Estados Unidos. Bilbao argumenta que la unión permitiría fortalecer la independencia de los países latinoamericanos, unificar su identidad y pensamiento, y promover los valores de libertad, fraternidad y soberanía popular. Propone que este Congreso sería una iniciativa histórica sin precedentes para el continente americano.

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LATINOAMERICA

C U A D E R N O S DE C U L T U R A L A T IN O A M E R IC A N A

3
FRANCISCO BILBAO
IN IC IA T IV A DE LA AMERICA
IDEA DE U N CONGRESO FEDERAL DE
LAS REPUBLICAS

CO O R D IN AC IO N DE H U M A N ID A D E S
CENTRO DE ESTUDIOS L A T IN O A M E R IC A N O S /
Facultad de Filosofía y Letras
UNION DE UNIVE R SIDA DE S
DE A M E R IC A L A T IN A UNAM
IN IC IA TIV A DE LA AMERICA
IDEA DE UN CONGRESO
FEDERAL DE LAS REPUBLICAS
Francisco Bilbao

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTONOMA DE MEXICO


COORDINACION DE HUMANIDADES
CENTRO DE ESTUDIOS LATINOAMERICANOS
Facultad de Filosofía y Letras
UNION DE UNIVERSIDADES DE AMERICA LATINA
Francisco Bilbao (1823-1865) pensador chileno, que
form a parte de la generación que se empeñó en la “eman­
cipación m ental” de esta América. Em ancipación sin la
cual la em ancipación política alcanzada frente al impe­
rialismo ibero resultaba incom pleta. Em ancipación de
hábitos y costum bres im puestos por la colonización que
perm itiría que el coloniaje siguiese actuando en hom bres
que tan solo buscarían llenar el vacío de poder dejado
por el im perialism o ibero. E l Evangelio Am ericano y
La A m érica en Peligro son las dos grandes obras escritas,
por este pensador, de enfoque continental. En ellos con­
dena, en tre otras cosas, la agresión de los Estados Uni­
dos de N orteam érica a México en 1847 y la de Francia,
su am ada Francia, a México en 1861. En el tex to que
aq u í se publica, Bilbao insiste en la idea bolivariana para
crear una C onfederación de las Repúblicas que han sur­
gido al independizarse de la Colonia. El peligro que co­
rren los desunidos países de esta América lo ofrecen,
precisam ente, dice Bilbao los Estados Unidos de N orte­
américa. Bilbao reconoce los aportes que a la hum anidad
ha hecho esa gran nación, pero tam bién sabe de lo que la
ambición de la misma puede hacer, como ya lo está ha­
ciendo, sobre esta nuestra América. C ontrapone a los
valores de la Nación del norte, los valores que, pese a to­
do ha dado origen la América desunida; valores que no
desm erecen frente a los de la o tra América.

3
INICIATIVA DE LA AMERICA

IDEA DE UN

CONGRESO FEDERAL DE LAS REPUBLICAS

Francisco Bilbao

POSTDICTUM

Las palabras que publico, fueron leídas el d ía 22 de


junio de 1856, en París, en presencia de treinta y tantos
ciudadanos pertenecientes a casi todas las repúblicas del
Sud. Acepten todos ellos la gratitud de su compatriota,
por la benévola atención que dispensaron.

La idea de la Confederación de la América del Sur,


propuesta un d ía por Bolívar, intentada despues p o r un
Congreso de Plenipotenciarios de algunas de las repúbli­
cas, y reunido en Lima, no ha producido los resultados
que debían esperarse. Los estados han permanecido Des­
unidos.

Hoy, nosotros intentamos. Hemos aumentado las difi­


cultades, pedimos mucho más que lo que antes se había
imaginado. No es sólo una alianza para asegurar el nací-
miento de la independencia contra las tentativas de la
Europa, ni únicamente en vista de intereses comerciales.
Más elevado y trascendental es nuestro objeto.

Unificar el alma de la América.

Identificar su destino con el de la República.

5
Salvar la personalidad con el desarrollo integral de
todas sus funciones y derechos; la personalidad que se
pierde en Europa por la influencia de su pasado, por la
fuerza del despotismo que m utila o divide para dominar
más fácilmente, y por la división exagerada del trabajo,
transportada a las funciones y derechos indivisibles de la
personalidad.

Salvar la independencia territorial y la iniciativa del


mundo americano, amenazadas por la invasión, por el
ejemplo de la Europa y por la división de los estados.

Unificar el pensamiento, unificar el corazón, unificar


la voluntad de la América.

Idea de la libertad universal, fraternidad universal y


práctica de la soberanía.

Acrecentamiento de fuerza por la unión, por la uni­


dad de miras, la unidad de llamamiento al emigrante y
unidad de educación al porvenir.

Consolidación de la república, o en fin la idea que to­


do lo resume:

Iniciativa de la América del Sur, en este momento


sagrado de la historia, por medio de la iniciación que
nosotros emprendemos, para que se manifieste la crea­
ción moral del nuevo continente.

Tal es el objeto de esta llamada que hacemos a los


hijos del Sur. La América debe al mundo una palabra.
Esa palabra pronunciada, será la espada de fuego del ge­
nio del porvenir que hará retroceder al individualismo
yankee en Panamá: esa palabra serán los brazos de la
América abiertos a la tierra y la revelación de una era
nueva.

El palenque está abierto, la hora ha sonado. A todos


el deber.

París, 24 de junio de 1865. Francisco Bilbao

6
EL CONGRESO NORMAL AMERICANO

No creo que la historia nos presente un espectáculo


más trascendental, que el que presenta hoy día, el Con­
tinente Americano.

Ha habido grandes iniciaciones en el mundo, revo­


luciones que han cambiado su faz, cataclismos que pa­
recían sumergir a la humanidad en el caos. La Grecia con
su filosofía, su arte y su política, fijó en el firmamento
de la historia, el astro más esplendente de la inteligencia
y el más fecundo de heroísmo. Roma, con su espada,
fue el arado terrible que abrió el surco sepulcral de una
ciudad universal. Y los bárbaros vencedores del imperio,
aparecieron como imagen de pueblos convertidos en ele­
mentos que pasan como la tempestad sobre los mo­
numentos pasados.

Pero, ni en el Oriente antiguo, ni en Europa y en nin­


guna época, jamás se ha visto al más vasto continente
dominado tan solo por dos razas, con dos idiomas, con
solo dos religiones y una forma política, abrir un alber­
gue a las ideas, hospitalidad a los nobles náufragos de
Europa una esperanza, un campo al porvenir un de­
recho de ciudad a la razón, elevada por la soberanía de
los pueblos a la altura de legislador de Nuevo Mundo.

No, jamás se ha visto campear a la razón en un tea­


tro más nuevo, más grandioso y más espléndido. Jamás
se ha visto, a sólo dos razas diferentes, herederas, no de
las tradiciones de la Europa, sino de las utopías de sus
genios, ensayar los gérmenes de vida que contienen, y
frente a frente, sin más barreras entre sí que el océano
que saluda a los Andes que se inclinan, levantarse como
dos titanes para disputarse los funerales o el porvenir de
la civilización. No se había visto todavía a todo un m un­
do que marcha dejando atrás sus cementerios en Europa
y que deja a los muertos que entierren a sus m uer­
tos. Como si el soplo que impulsaba a Colón conti­
nuase soplando la frente del Océano, así vemos a la
América, bajel profético, navegar su rumbo sublime
en la línea recta, a pesar de algunos marineros tem­
blorosos, no tras un paraíso de verdura y abundancia, ni
buscando el camino a una cruzada, sino tras los Campos
Elíseos de la humanidad moderna, tras el cielo de la ra­
zón, que es la República en la tierra.

La cordillera de los Andes que extendiendo sus bra­


zos a los polos, pretende abarcar la tierra con todas sus
latitudes, y presentar perpendicularmente al Viejo
M undo la barrera más portentosa que las entrañas del
planeta levantaran, es la imagen del futuro coloso que
mirando a ambos océanos, elevará más alto que sus vol­
canes, no sólo el faro del viajero, sino el esplendor de
la justicia.

Tal imagen, tal destino, tal es nuestro deber, ameri­


canos. No es tan solo la magnitud de la cuna, ni las pro­
fecías de Colón, ni las riquezas de la creación derrama­
das en grande escala, el único impulso digno de agitar las
almas de sus hijos; no: es la herencia purificada de la his­
toria, es el espectáculo del mundo antiguo revolviéndose
en sus errores, es la tradición de la Independencia, es
una concepción más grandiosa de la Divinidad y del des­
tino del hombre libertado, el motivo que debe agitamos
para manifestar una creación moral no conocida, digna
de tener por pedestal ese continente, y por esperanza,
la pacificación del mundo.

La paz es la unidad de la libertad. En todo tiempo


hemos visto imperar con más o menos fuerza, una idea,
un dogma, un principio, y también a un pueblo o a una
raza, representantes de esa idea, extender su poderío
moral y material sobre las demás naciones. Pero todas
esas tentativas falaces de unidad, han llenado la fosa de
los siglos con la sangre más pura de la humanidad, tras
el ensueño satánico de la m onarquía universal.

Es verdad, que siempre ha parecido ser necesario un


centro, para el movimiento humano, así como un sol
para la proyección de los planetas. Así también, una ca­
pital parece ser necesaria para la administración de un

8
estado, como la cabeza para coronar la organización del
hombre.

Pero, ¿qué es un centro, una capital, una cabeza? Es


la manifestación, la representación de la unidad. Hasta
hoy se exige la representación material de la unidad,
confundiendo la idea con un símbolo. Se dice que la
centralización es necesaria bajo pretexto de unidad; que
la m onarquía es unidad, que la conquista es el someti­
miento de la tierra a la unidad; en una palabra, se ha
identificado esa idea, con el despotismo, y la vitalidad
de los pueblos ha sido devorada por las capitales; los
derechos de la soberanía del hombre han sido usurpados
por la m onarquía o por las facultades extraordinarias;
la independencia de las razas ha sido violada en obse­
quio a la codicia, vanidad u orgullo de las naciones fuer­
tes; y la conciencia, el libre pensamiento, en fin, han
sido el objeto constante de ataque espiritual y material
de las teocracias: todo esto bajo pretexto de unidad.

Si tal es la unidad, no la queremos. No es esa la idea


que buscamos. Tal era la unidad de la conquista, destro­
nada por nuestros padres en los campos de la indepen­
dencia. La unidad que buscamos es la identidad del dere­
cho y la asociación del derecho. No queremos ejecutivos
monarquías, ni centralización despótica, ni conquista,
ni pacificación teocrática. Mas la unidad que buscamos,
es la asociación de las personalidades libres, hombres y
pueblos, para conseguir la fraternidad universal.

Tal es la idea que nosotros podemos llamar el centro


del movimiento americano, la capital de la futura con­
federación, el Capitolio de la libertad.

¿Hay hoy alguna nación que represente esa idea? Sé


que hay algunas que pretenden representar la iniciación
del mundo. Pero obras pedimos y no palabras, práctica
y no libros, instituciones, costumbres, enseñanza, y no
promesas desmentidas.

Vemos imperios que pretenden renovar la vieja idea


de la dominación del globo. El imperio Ruso y los Esta­

9
dos Unidos, potencias ambas colocadas en las extremida­
des geográficas, así como lo están en las extremidades de
la política, aspiran, el uno por extender la servidumbre
Rusa con la máscara del Paneslavismo, y el otro la domi­
nación del individualismo yankee. La Rusia está muy le­
jos, pero los Estados Unidos están cerca. La Rusia retira
sus garras para esperar en la acechanza; pero los Estados
Unidos las extienden cada día en esa partida de caza que
han emprendido contra el sur. Ya vemos caer fragmen­
tos de América en las m andíbulas sajonas del boa mag­
netizador, que desenvuelve sus anillos tortuosos. Ayer
Texas, después del Norte de México y el Pacífico saludan
a un nuevo amo. Hoy las guerrillas avanzadas despiertan
el Istmo, y vemos a Panamá, esa futura Constantinopla
de la América, vacilar suspendida, mecer su destino en el
abismo y preguntar: ¿seré del sur, seré del norte?

He ahí un peligro. El que no lo vea, renuncia al por­


venir. ¿Habrá tan poca conciencia de nosotros mismos,
tan poca fe de los destinos de la raza Latinoamericana,
que esperemos a la voluntad ajena y a un genio diferente
para que organice y disponga de nuestra suerte? ¿Hemos
nacido tan desheredados de los dotes de la personalidad,
que renunciemos a nuestra propia iniciativa, y sólo crea­
mos en la extraña, hostil y aún dominadora iniciación
del individualismo? No lo creo, pero ha llegado el mo­
mento de los hechos. Ha llegado el momento histórico
de la unidad de la América del Sur; se abre la segunda
campaña, que a la independencia conquistada, agregue
la asociación de nuestros pueblos. El peligro de la inde­
pendencia y la desaparición de la iniciativa de nuestra
raza, es un motivo. El otro motivo que invoco no es
menos importante.

Hemos indicado la acefalía del mundo en nuestros


días. La historia vegeta, repitiendo viejos ensayos, reno­
vando momias, desenterrando cadáveres. Sólo vemos una
ciencia política: el despotismo, el sable el maquiavelis­
mo, la conquista, el silencio. La ciencia europea nos re­
vela los secretos de las fuerzas de la creación para mejor
dominarla; pero ¡fenómeno extraño!, en ninguna faz
histórica la personalidad ha aparecido más pequeña en

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medio de tanto esplendor inteligente. Parece que la cien­
cia cooperase a precipitar en el torrente de la fatalidad a
la noble causa de la libertad del hombre. La materia
obedece, el tiempo y el espacio se conquistan, los goces
y el bienestar se extienden, pero la espontaneidad se ol­
vida, la originalidad desaparece, el espíritu de creación
espanta. Parece que el Viejo Mundo trabajase en cavar
una fosa y elevar un mausoleo a la personalidad para
presentarse sobre el desarrollo de los siglos como una es­
pecie nueva del reino animal. Las masas, los gobiernos,
aparecen hoy día como acordes, y el sufragio universal
de la vieja Europa consagra una alianza fementida en la
abdicación de la soberanía del pueblo.

Pero la América vive, la América latina, sajona e indí­


gena protesta, y se encarga de representar la causa del
hombre, de renovar la fe del corazón, de producir en fin,
no repeticiones más o menos teatrales de la edad media,
con la jerarquía servil de la nobleza, sino la acción per­
petua del ciudadano, la creación de la justicia viva en los
campos de la república.

A cualquier punto del horizonte que vuelva la vista el


hijo de América, no verá sino a la América en actitud de
desplegar sus alas para salvar el mar rojo de la historia.
Recibamos el aliento que nos impulsa. Comprendamos
que el momento iniciador del Nuevo Mundo se presenta.
Somos independientes por la razón y la fuerza. De nadie
dependemos para ser grandes y felices. A nadie debemos
esperar para emprender la marcha, cuando la conciencia,
la naturaleza y el deber dicen al mundo americano: Lle­
gó la hora de tus grandes días. Cuando el mundo abdica,
tú no has desesperado de la forma política de la justicia.
A pesar de tus caídas, jamás has renegado la responsabi­
lidad de un pueblo libre. Purificas tu suelo de los legados
de la conquista. Ya no hay esclavos en las repúblicas del
sur. Arrancas a pedazos el manto de Loyola. Derribas
las barreras que separaban a los pueblos. La palabra cir­
cula en tus valles, visita las orillas de los grandes ríos, y
brilla en los Andes para contemplar el firmamento po­
blado por la palabra de Dios. ¡Adelante, mundo de Colón,
América de Maipú, de Carabobo y de Ayacucho!

11
Pero para arrancar a la conciencia de un continente
sus secretos, al porvenir sus misterios, para crear nues­
tros destinos, la unión es necesaria; unidad de ideas por
principio y la asociación como medio.

Permitid que insista. Tenemos que desarrollar la inde­


pendencia, que conservar las fronteras naturales y morales
de nuestra patria, tenemos que perpetuar nuestra raza
americana y latina; que desarrollar la república, des­
vanecer las pequeñeces nacionales para elevar la gran
nación americana, la Confederación del Sur. Tenemos
que preparar el campo con nuestras instituciones y libros
a las generaciones futuras. Debemos preparar esa revela­
ción de la libertad que debe producir la nación más ho­
mogénea, más nueva, más pura, extendida en las pampas,
llanos y sabanas, regadas por el Amazonas, el Plata y
sombreadas por los Andes. Y nada de esto se puede con­
seguir sin la unión, sin la unidad, sin la asociación.

Y todo esto, fronteras, razas, repúblicas y nueva crea­


ción moral, todo peligra, si dormimos. Los Estados
desunidos de la América del Sur, empiezan a divisar el
hum o del campamento de los Estados Unidos. Ya empe­
zamos a seguir los pasos del coloso que sin temer a na­
die, cada año, con su diplomacia, con esa siembra de
aventureros que dispersa; con su influencia y su poder
crecientes que magnetiza a sus vecinos; con las complica­
ciones que hace nacer en nuestros pueblos; con tratados
precursores, con mediaciones y protectorados; con su
industria, su marina, sus empresas; acechando nuestras
faltas y fatigas; aprovechándose de la división de las re­
públicas; cada año más impetuoso y más audaz, ese coloso
juvenil que cree en su imperio, como Roma también
creyó en el suyo, infatuado ya con la serie de sus feli­
cidades, avanza como marea creciente que suspende sus
aguas para descargarse en catarata sobre el sur.

Ya resuena por el mundo ese nombre de los Estados


Unidos, contemporáneo de nosotros y que tan atrás nos
ha dejado. Los hijos de Pen y Washington hicieron época,
cuando reunidos en congreso proclamaron la más gran­
de y bella de las constituciones existentes y aun antes de

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la revolución francesa. Entonces regocijaron a la huma­
nidad adolorida, que desde su lecho de tormento, salu­
dó a la República del Atlántico como una profecía de la
regeneración de la Europa. El libre pensamiento, el self­
government, la franquicia moral y la tierra abierta al
emigrante, han sido las causas de su engrandecimiento y
de su gloria. Fueron el amparo de los que buscaban el
fin de la miseria, de los que huían de la esclavitud feudal
y teocrática de Europa; sirvieron de campo a las utopías,
a todos los ensayos; de templo, en fin, a los que aspiran
por regiones libres para sus almas libres. Ese fue el mo­
mento heroico en sus anales. Todo creció: riqueza, po­
blación, poder y libertad. Derribaron las selvas, poblaron
los desiertos, recorrieron todos los mares. Despreciando
tradiciones y sistemas, y creando un espíritu devorador
del tiempo y espacio, han llegado a formar una nación,
un genio particular. Volviendo sobre sí mismos y con­
templándose tan grandes, han caído en la tentación de
los titanes, creyéndose ser los árbitros de la tierra y aun los
competidores del Olimpo. La personalidad infatuada
desciende al individualismo, su exageración al egoísmo,
y de aquí, a la injusticia y a la dureza de corazón no hay
más que un paso. Pretenden en sí mismos concentrar el
universo. El yankee reemplaza al americano, el patrio­
tismo romano al de la filosofía, la industria a la caridad,
la riqueza a la moral, y su propia nación a la justicia. No
abolieron la esclavitud de sus estados, no conservaron las
razas heroicas de sus indios, ni se han constituido en
campeones de la causa universal, sino del interés ameri­
cano, del individualismo sajón. Se precipitan sobre el
sur, y esa nación que debía haber sido nuestra estrella,
nuestro modelo, nuestra fuerza, se convierte cada día en
una amenaza de la autonom ía de la América del Sur.

He ahí algo de providencial que nos estimula para que


entremos al palenque, y no podemos hacerlo sino uni­
dos. ¿Cuáles serán nuestras armas, nuestra táctica? Nos­
otros que buscamos la unidad, incorporaremos en nuestra
educación los elementos vitales que contiene la civilización
del norte. Procuraremos completar lo más posible
al ser humano, aceptando todo lo bueno, desarrollan­
do las facultades que forman la belleza o constituyen la

13
fuerza de otros pueblos. Hay manifestaciones diferentes
pero no hostiles de la actividad del hombre. Reunirías,
asociarlas, darles unidad, es el deber. La ciencia y la in­
dustria, el arte y la política, la filosofía y la naturaleza
deben marchar de frente, así como en el pueblo deben
vivir inseparables todos los elementos que constituyen
la soberanía: el trabajo, la asociación, la obediencia y la
soberanía indivisibles. Por eso no despreciaremos, sino
que nos incorporaremos, todo aquello que resplandece
en el genio y en la vida de la América del Norte. No de­
bemos despreciar bajo pretexto de individualismo todo
lo que forma la fuerza de esa raza. Cuando los romanos
quisieron formar una marina, tom aron por modelo a un
buque cartaginés; cambiaron su espada por la española,
se apoderaron de la ciencia, filosofía, y arte de los griegos
sin abdicar su genio, y abrieron un templo a las divinida­
des de los pueblos mismos a quienes combatían, como
para asimilarse el genio de las razas y la fuerza de to­
das las ideas. Del mismo modo nosotros debemos apo­
derarnos del hacha del yankee para desmontar la tierra;
debemos enfrentar la anarquía con la libertad, único
Hércules capaz de dom eñar esa hidra; derribar el despo­
tismo con la libertad, único Bruto capaz de extinguir a
todos los tiranos. Y todo esto lo posee el norte porque
es libre, porque se gobierna a sí mismo, porque sobre
todas las sectas y religiones impera un principio común
que las domina, que es la libertad del pensamiento y el
gobierno del pueblo. No hay entre ellos religión del esta-
do porque la religión del Estado es el Estado: la sobera-
nía del pueblo. Tal espíritu, tales elementos debemos
asimilarnos, debemos agregar a lo que nos caracteriza. Es
así como las ideas, esas divinidades sin conciencia que
vagan por las selvas y cordilleras de la América, aparece­
rán un día en el foro de la República del Sur.
No temamos el movimiento. Respiremos el aura viril
que hace flamear el pabellón de las estrellas; sintamos
hervir en nuestras venas el germen de todas las empresas;
oigamos resonar en nuestras regiones silenciosas el estré­
pito de las ciudades que se levantan, las emigraciones
atraídas por la libertad; y en las plazas y bosques, en las
escuelas y congresos se repita con la fuerza de la esperan­
za: ¡adelante! ¡adelante!

14
Que más rápido que el camino de hierro y que el telé­
grafo eléctrico, el pensamiento de los hijos del sur, uní­
sono en sus miras, palpite armónicamente en nuestros
pueblos para dar un centro, una capital, un corazón a
ese mundo sobre quien se ciernen tantas bendiciones.

Es para cooperar a ese fin que os he convocado.

No nos creamos tan desnudos de obras morales, de


modo que nuestra pequeñez nos desanime.

Conocemos las glorias y aun la superioridad del norte,


pero también nosotros tenemos algo que colocar en la
balanza de la justicia.

Podemos decirle:

Todo os ha favorecido. Sois los hijos de los primeros


hombres de la Europa moderna, de aquellos héroes de la
reforma que cargando el antiguo testamento atravesaron
las grandes aguas para levantar un altar al Dios de la con­
ciencia. Una raza de caballeros salvajes os recibió con la
hospitalidad primitiva. Una naturaleza fecunda y tierras
vírgenes sin fin, multiplicaban vuestros esfuerzos. Na­
cíais y erais bautizados en las florestas primitivas con el
entusiasmo de una nueva fe, iluminados con la prensa,
con la libertad de la palabra y recompensados con la
abundancia. Recibías una educación viril, que era la idea
y la práctica de la soberanía. Lejos de reyes y siendo to­
dos reyes, lejos de las castas raquíticas de Europa, de sus
hábitos de servilidad y de sus costumbres de domestici-
dad, crecíais con el vigor de una nueva creación. Erais li­
bres; quisisteis ser independientes y lo fuisteis. Albión
retrocedió ante los héroes de Plutarco que os constitu­
yeron en la federación más grande.

No así nosotros.

Fueron los hombres de Felipe II que en la nave del


concilio de Trento atravesaron el océano para hacer con
la espada el desierto de razas y naciones. Cuadros de ex­
plotadores fueron los que delinearon las ciudades. Las
llamas de la ortodoxia eclipsaban el resplandor de las cor-

15
dilleras, y esos hombres cebados en las carniceras de
Granada y en los bosques de los Países Bajos convertidos
en patíbulos de herejes, fueron los legisladores, los insti­
tutores de la América del Sur. Cuna de hierro fue nuestra
cuna, sangre de naciones fue nuestro bautismo, himno
de terror fue el cántico que saludó nuestros primeros pa­
sos. Aislados del universo, sin más luz que la que permi­
tía el cementerio del Escorial, sin más voz humana que
la de obediencia ciega, pronunciada por la milicia del
Papa, los frailes, y la milicia del rey, los soldados, tal fue
nuestra educación. En silencio crecíamos, con espanto
nos mirábamos. Extendieron una piedra funeral sobre el
continente, y sobre ella pusieron el peso de diez y ocho
siglos de servidumbre y decadencia. Y a pesar de eso, hu­
bo palabra, hubo luz en las entrañas del dolor, y rompi­
mos la piedra sepulcral, y hundimos esos siglos en el se­
pulcro de los siglos que nos habían destinado. Tal fue
el arranque, tal fue la inspiración o revelación de la re­
pública.

Con tales antecedentes, este resultado merece ser co­


locado en la balanza con la América del Norte.

En seguida hemos tenido que organizado todo. He­


mos tenido que consagrar la soberanía del pueblo en las
entrañas de la educación teocrática. Hemos tenido que
luchar contra el sable infecundo, que infatuado con sus
triunfos, creyó encontrar los títulos de legislador en su
tajante acero. Hemos tenido que despertar a las masas a
riesgo de ser sofocados con la fatalidad de su peso, para
iniciarlas en la vida nueva dándoles la soberanía del su­
fragio. Hemos hecho desaparecer la esclavitud de todas
las Repúblicas del Sur, nosotros los pobres, y vosotros
los felices y los ricos no lo habéis hecho; hemos incorpo­
rado e incorporamos a las razas primitivas, formando en
el Perú la casi totalidad de la nación, porque las creemos
nuestra sangre y nuestra carne, y vosotros las extermi­
náis jesuíticam ente. Vive en nuestras regiones algo de esa
antigua humanidad y hospitalidad divinas; en nuestros
pechos hay espacio para el amor del género humano. No
hemos perdido la tradición de la espiritualidad del des­
tino del hombre. Creemos y amamos todo lo que une;

16
preferimos lo social a lo individual, la belleza a la rique­
za, la justicia al poder, el arte al comercio, la poesía a la
industria, la filosofía a los textos, el espíritu puro al
cálculo, el deber al interés. Somos de aquellos que cree­
mos ver en el arte, en el entusiasmo por lo bello, inde­
pendientemente de sus resultados, y en la filosofía, los
resplandores del bien soberano. No vemos en la tierra, ni
en los goces de la tierra el fin definitivo del hombre; y el
negro, el indio, el desheredado, el infeliz, el débil, en­
cuentra en nosotros el respeto que se debe al título y a
la dignidad del ser humano.

He ahí lo que los republicanos de la América del Sur


se atreven a colocar en la balanza, al lado del orgullo, de
las riquezas y del poder de la América del Norte.

Pero nuestra inferioridad es latente. Es necesario


desarrollarla. La del norte es presente y se desarrolla. Es­
to quiere decir que el tiempo golpea nuestras fronteras
para llamar las nacionalidades a la acción.

Así como Catón, el censor, terminaba todos sus dis­


cursos con una frase destructora, “delenda est Cartago”,
así, al fin de todos los raciocinios, uno es el pensamiento
creador que se presenta: la necesidad de la unión Ame­
ricana.

¿Quién ha brillado más en la historia que la Grecia?


Poseedora en alto grado de todos los elementos y condi­
ciones que pueden presentar al hombre en la plenitud de
sus facultades asociadas y en el goce completo de la per­
sonalidad, sucumbe por la división y la división apaga la
luz que su heroísmo conquistara. Nosotros nacemos, y al
nacer, en la cuna nos asaltan las serpientes. Tenemos,
como Hércules, que ahogarlas, y esas serpientes son la
anarquía, la división, las pequeñeces nacionales. El cam­
po nos provoca para realizar los doce trabajos simbólicos
del héroe. Los monstruos espían en la selva de nuestras
preocupaciones, la hora y la prolongación del letargo.
Las columnas de Hércules están hoy en Panamá. Y Panamá
simboliza la frontera, la ciudadela, y el destino de am­
bas Américas. Unidos, Panamá será el símbolo de

17
nuestra fuerza, el centinela de nuestro porvenir. Des­
unidos, será el nudo gordiano cortado por el hacha del
yankee y que le dará la posesión del imperio, el dominio
del segundo foco de la elipsis, que describen la Rusia y
los Estados Unidos en la geografía del globo.

Además del interés que tenemos en unirnos para


desarrollar la república y dar una marcha normal a las
naciones, además de la gloria que nos espera si arrebata­
mos la iniciativa en este m om ento histórico, exhausto de
libertad en el Viejo Mundo, los intereses geográficos,
territoriales, la propiedad de nuestras razas, el teatro de
nuestro genio, todo eso nos impulsa a la unión, porque
todo está amenazado en un porvenir y no remoto por la
invasión ayer jesuítica, hoy descarada de los Estados
Unidos.

Walker es la invasión, Walker es la conquista, Walker


son los Estados Unidos. ¿Esperaremos que el equilibrio
de fuerza se incline de tal m odo al otro lado, que la van­
guardia de aventureros y piratas de territorios, llegue a
asentarse en Panamá, para pensar en nuestra unión? Pa­
namá es el punto de apoyo que busca el Arquímedes
yankee para levantar a la América del Sur y suspenderle
en los abismos para devorarla a pedazos. Ni la antigua
Colonia bastaría a contener el desborde sajón, una vez
rotos los diques, dueños de la llave de los dos océanos y
de las costas y desembocaduras de los grandes ríos.
Después el Perú, sería el amenazado, como ya lo es por
su Amazonas. Entonces veríamos de qué peso serían
Bolivia, Chile, las Repúblicas del Plata. Entonces vería­
mos cuál sería nuestro destino en vez del de la gran
unión del continente. La unión es deber, la unidad de
miras es prosperidad moral y material, la asociación es
una necesidad, aún más diría, nuestra unión, nuestra aso­
ciación debe ser hoy el verdadero patriotismo de los
americanos del sur.

No se crea tal idea un imposible. No hace medio siglo,


que los hijos del Plata y del Orinoco, del Guayas y del
Magdalena, que los descendientes de Atahualpa y de
Caupolican se abrazan en los días de muerte y de victo­

18
ria, por espacio de 12 años y en las cimas de Los Andes.
Entonces la patria se llamaba Independencia. ¿Por qué
hoy, cuando se trata de conservar las condiciones físicas
y morales del derecho y del porvenir de esa independen­
cia, no hemos de volver a sentir esa alma americana que
iluminó nuestro nacimiento con los resplandores de to ­
das las campañas, desastres y victorias de los años terri­
bles? Sí. Hoy la patria se llamará Confederación, para
la segunda campaña, para abrir la era de una nueva ma­
nifestación de gloria.

Otra consideración más elevada y más profunda tengo


también que presentaros.

¿Qué es lo que se pierde en Europa?, la personalidad.


¿Por qué causa?, por la división. Se puede decir, sin
tem or de asentar una paradoja, que el hombre de Euro­
pa, se convierte en instrum ento, en función, en máquina,
o en elemento fragmentario de una máquina. Se ven ce­
rebros y no almas; se ven inteligencias y no ciudada­
nos, se ven brazos y no humanidad; reyes, emperado­
res y no pueblos, se ven masas y no soberanías; se
ven súbditos y lacayos por un lado y no soberanos. El
principio de la división del trabajo, exagerado, y trans­
portado de la economía política a la sociabilidad, ha di­
vidido la indivisible personalidad del hombre, ha aumen­
tado el poder y las riquezas materiales, y disminuido el
poder y las riquezas de la moralidad; y es así como ve­
mos los destrozos del hombre flotando en la anarquía y
fácilmente avasallados por la unión del despotismo y de
los déspotas.

Huyamos de semejantes peligros. Salvar la personali­


dad en la armonía de todas sus facultades, funciones y
derechos, es otra empresa sublime digna de los que han
salvado la república a despecho de la vieja Europa. To­
do pues nos habla de unidad, de asociación y de armo­
nía: la filosofía, la libertad, el interés individual, nacio­
nal y continental. Basta de aislamiento. Huyamos de la
soledad egoísta que facilita el camino a la misantropía, a
los pensamientos pequeños, al despotismo que vigila y
a la invasión que amenaza.

19
Uno es nuestro origen y vivimos separados. Uno mis­
mo nuestro bello idioma y no nos hablamos. Tenemos
un mismo principio y buscamos aislado el mismo fin.
Sentimos el mismo mal y no unimos nuestras fuerzas
para conjurarlo. Columbramos idéntica esperanza y nos
volvemos las espaldas para alcanzarla. Tenemos el mismo
deber y no nos asociamos para cumplirlo. La humanidad
invoca en sus dolores por la era nueva, profetizada y pre­
parada por sus sabios y sus héroes - p o r la juventud del
m undo regenerado, por la unidad de dogma y de políti­
ca, por la paz. de las naciones y la pacificación del alma,
¿y nosotros que parecíamos consagrados para iniciar la
profecía, nosotros olvidamos esos sollozos, ese suspiro
colosal del planeta, que invoca por ver a la América re­
vestida d justicia y derramando la abundancia del alma
y de sus regiones, sobre todos los hambrientos de jus­
ticia?

No, americanos, no hermanos, que vivimos esparci­


dos en esa cuna grandiosa mecida por los dos océanos.

La asociación es la ley, es la forma necesaria de la per­


sonalidad en sus relaciones. En paz o en guerra, para do­
mar la materia o los tiranos, para gozar de la justicia,
para acrecentar nuestro ser, para perfeccionarnos, la
asociación es necesaria. Aislarse es disminuirse. Crecer es
asociarse. Nada tenemos que temer de la unión y sí mu­
cho que esperar. ¿Cuáles son las dificultades? Creo que
tan solo el trabajo de propagar la idea. ¿Qué nación o
qué gobierno americano se opondría? ¿Qué razón po­
drían alegar? ¿La independencia de las nacionalidades?
Al contrario, la confederación la consolida y desarro­
lla, porque desde el mom ento que existiese la represen­
tación legal de la América, cuando viésemos esa capital
moral, centro, concentración y foco de la luz de todos
nuestros pueblos, la idea del bien general, del bien co­
mún, apareciendo con autoridad sobre ellos, las refor­
mas se facilitarían, la emulación del bien impulsaría, y la
conciencia de la fuerza total, de la gran confederación,
fortificaría la personalidad en todos los ámbitos de Amé­
rica. No veo sino pequeñez en el aislamiento, no veo
sino bien en la asociación. La idea es grande, el momen-

20
to oportuno, ¿por qué no elevaríamos nuestras almas a
esa altura?

Sabemos que la Rusia es la barbarie absolutista, pero


los Estados Unidos olvidando la tradición de Washington
y Jeffersson son la barbarie demagógica. Hoy se presenta
a nuestra vista el más vasto palenque de dos razas, de
dos ideas en el campo más vasto del mundo para dispu­
tarse la soberanía territorial y el imperio del porvenir. El
norte sajón condensa sus esfuerzos, unifica sus tentati­
vas, armoniza los elementos heterogéneos de su naciona­
lidad para alcanzar la posesión de su Olimpo, que es el
dominio absoluto de la América. Ha creado su diploma­
cia, ahoga la responsabilidad de sus actos con las palpita­
ciones egoístas de una fiebre invasora; y de su prensa, de
sus meetings sale la voz profética de una cruzada filibus­
tera que promete a sus aventureros las regiones del sur y
la muerte de la iniciativa sur americana. ¿Y nosotros
que tenemos que dar cuenta a la Providencia de las razas
indígenas, nosotros que tenemos que presentar el espec­
táculo de la república identificada con la fuerza y la jus­
ticia, nosotros que creemos poseer el alma primitiva y
universal de la humanidad, una conciencia para todos los
resplandores del ideal, nosotros en fin llamados a ser la
iniciativa del mundo por un lado y por el otro la barrera
a la demagogia y al absolutismo y la personificación del
porvenir más bello, abdicaremos, cruzaremos los brazos,
no nos uniremos para conseguirlo? ¿Quién de nosotros,
conciudadanos, no columbra los elementos de la más
grande de las epopeyas en ese estremecimiento profético
que conmueve al Nuevo Mundo?

Debemos pues presentar el espectáculo de nuestra


unión republicana. Todo clama por la unidad. La Amé­
rica pide la autoridad moral que la unifique. La verdad
exige que demos la educación de la libertad a nuestros
pueblos; un gobierno, un dogma, una palabra, un interés,
un vínculo solidario que nos una, una pasión universal
que domine a los elementos egoístas, al nacionalismo es­
trecho y que fortifique los puntos de contacto. Los
bárbaros y los pobres esperan ese Mesías; los desiertos,
nuestras montañas, nuestros ríos claman por el futuro

21
explotador; y la ciencia, y aun el mundo prestan el oído
para ver si viene una gran palabra de la América: Y esa
palabra será, la asociación de las repúblicas.

¿Cómo iniciar esta idea?

Es para eso que os he convocado, creyendo de ante­


mano que aceptaréis este proyecto, para que cada uno
de vosotros según sus esfuerzos, coopere a su propagan­
da, en sus patrias respectivas.

He aquí lo que propongo:


Proponer y pedir la formación de un Congreso Ame­
ricano.

La primera nación que proclame esa idea, puede ofre­


cer su hospitalidad a la primera reunión, y oficiar a las
demás repúblicas para que envíen sus representantes.

Cada república enviará igual número de representan­


tes. Puede fijarse el mínimum a cinco.

Reunido el congreso con autoridad legal para enten­


der en todo lo relativo a lo que sea común, ese congreso
puede determ inar la capital americana. Sus determina­
ciones no tendrán fuerza de ley sin la aprobación par­
ticular de los Estados.

Siendo el congreso la autoridad moral, la norma de


las reformas y del espíritu que debe imperar en la con­
federación, debe aceptar com o base de sus trabajos, el
reconocimiento de la soberanía del pueblo y la separa­
ción absoluta de la Iglesia y del Estado.

Siendo el congreso el sím bolo de la unión y de la ini­


ciación, se ocupará especialmente de los puntos siguien­
tes, que procurará convertir en leyes particulares de cada
Estado.

1o. La ciudadanía universal. Todo republicano puede


ser considerado como ciudadano en cualquier república
que habite.
2o. Presentar un proyecto de código internacional.

3o. Un pacto de alianza federal y comercial.

4o. La abolición de las aduanas interamericanas.

So. Idéntico sistema de pesos y medidas.

6o. La creación de un tribunal internacional, o consti­


tuirse el mismo congreso en tribunal, de modo que no
pueda haber guerra entre nosotros, sin haber antes some­
tido la cuestión al congreso y esperado su fallo, a menos
en el caso de ataque violento.

7o. Un sistema de colonización.

8o. Un sistema de educación universal y de civiliza­


ción para los bárbaros.

9o. La formación del libro americano.

10. La delimitación de territorios discutidos.

11. La creación de una universidad americana, en


donde se reunirá todo lo relativo a la historia del conti­
nente, al conocimiento de sus razas, lenguas americanas,
etcétera.

12. Presentar el plan político de las reformas, en el


cual se comprenderán el sistema de contribuciones, la
descentralización, y las reformas de la libertad que resti­
tuyan a la universalidad de los ciudadanos las funciones
que usurpan o han usurpado las constituciones oligárqui­
cas de la América del Sur.

13. Que ese congreso sea declarado el representante


de la América en caso de conflicto con las naciones ex­
trañas.

14. El congreso fijará el lugar de su reunión y el tiem­


po, organizará su presupuesto, creará un diario ameri­
cano. Es así como creemos que de iniciador se convierta
un día en verdadero legislador de la América del Sur.

23
15. Una vez fijadas las atribuciones uniflcadoras del
Congreso Americano y ratificadas por unanimidad de las
repúblicas, el congreso podrá disponer de las fuerzas de
los Estados Unidos del Sur, sea para la guerra, sea para
las grandes empresas que exige el porvenir de la América.

16. Los gastos que exija la confederación, serán deter­


minados por el congreso y repartidos en las repúblicas
a prorrata de sus presupuestos.

17. Además de las elecciones federales para represen­


tantes del congreso, puede haber elecciones unitarias de
todas las repúblicas, sea para nom brar un representante
de la América, un generalísimo de sus fuerzas, o bien sea
para votar las proposiciones universales del congreso.

18. En toda votación general sobre asuntos de la con­


federación, la m ayoría será la suma de los votos indivi­
duales y no la suma de votos nacionales. Esta medida
unirá más los espíritus.

24
EPILOGO

Así como Colón se apoderó de todas las tradiciones,


leyendas y poesías de la antigüedad que indicaban un
mundo perdido u olvidado para fecundizar su inspira­
ción y sus cálculos científicos; respirando se puede decir
en la atmósfera de la tierra completada por su genio, y
abrazando a la geografía, a las razas, a las ideas, con las
llamas de un cosmopolitalismo religioso, para salvar el
misterio del océano indefinido; así nosotros, poseedores
de toda latitud y todo clima, herederos de la tradición
purificada, incorporando de nuestra vida las armonías de
las razas, y vivificando con la razón y con el alma la so­
lidaridad del género humano en la libertad civil, política
y religiosa, tomaremos el vuelo para salvar ese océano
de sangre y de tinieblas que se llama historia, fundar la
nueva era del mundo y descubrir el paraíso de la pacifi­
cación y libertad.

Que más alto que los Andes, el fanal del Nuevo Mun­
do se levante, que llegue su luz matinal a los espíritus
que gimen en Europa, y que esa luz, sea la antorcha de
la hospitalidad y de la ciudadanía. Que caigan las barre­
ras del espíritu y del cuerpo, la intolerancia y las adua­
nas.

Todo pensamiento de la América debe corresponder


al desarrollo democrático del deber y del derecho. Que
el hombre y los pueblos en nuestras regiones, despierten
amamantados por las lecciones de la juventud inmortal
de la naturaleza, sin conocer más tradiciones y recuerdos
que el ruido que hace el Viejo Mundo despeñándose en
sus antiguos precipicios. Sepamos contemplar a la huma­
nidad doliente, que cual otro Prometeo protesta enca­
denado en Asia, Africa y Europa, dormitando bajo el
peso de la naturaleza sin la libertad, o bajo la ciencia de
la fuerza y del engaño, y que espera quizás la revelación
de la justicia por la boca de todo un continente, para
proclamarse emancipada. Que más libre que el Cóndor,
desplegue la razón sus alas, y de volcán en volcán, de

25
playa en playa, recorriendo con su organización predes­
tinada a todo clima, sacuda la somnolencia, impulse a los
que vigilan y derram e los efluvios de su luz en la con­
ciencia de todo hombre.

Nuestros padres tuvieron un alma y una palabra para


crear naciones; tengamos esa alma para formar la nación
americana, la Confederación de las Repúblicas del Sur,
que puede llegar a ser el acontecimiento del siglo y qui­
zás el hecho precursor inm ediato de la era definitiva de
la humanidad. Alcese una voz cuyos acentos convoquen
a los hom bres de los cuatro vientos, para que vengan a
revestir la ciudadanía americana. Que del foro grandio­
so del continente unido, salga una voz: ¡Adelante!,
¡adelante en la tierra poblada, surcada, elaborada; ade­
lante con el corazón ensanchado para servir de albergue
a los proscritos y emigrantes, adelante con la inteligen­
cia para arrancar los tesoros del oro inagotable, deposi­
tados por Dios en las entrañas de los pueblos libres,
adelante con la voluntad para que se vea en fin la reli­
gión del heroísmo, vencedora de la fatalidad, vencedora
de los hechos y vencedora de las victorias de los malva­
dos!

¿Qué queremos? Libertad y unión. Libertad sin unión


es anarquía. Unión sin libertad es despotismo. La liber­
tad y la unión será la Confederación de las Repúblicas.
Somos pequeños si contamos nuestros años, pero
grandes si comprendemos lo que se ha hecho; somos pe­
queños, si contam os el número cíe nuestros habitantes,
pero no lo somos si calculamos esa población y su espíri­
tu, tan despojado de tradiciones y de errores; somos po­
bres en capitales adquiridos y los más ricos si la asocia­
ción y el trabajo despertaran; somos pequeños bajo el
cielo o ante la faz del Om nipotente, pero sublimes si ver­
daderos intérpretes del Ser, nos ponemos en camino,
cargando el testam ento de la perfección del género hu­
mano.

Llegando a este grado en la conciencia del destino,


nuestra causa llega a ser una religión, americanos, por­
que sería la iniciativa de una creación moral, la forma­

26
ción de un vínculo divino, para acrecentar el bien en
todos y el mejor de todos los bienes, la libertad y la
solidaridad del hombre.

Tal es el fin. Espero que todos nosotros, poseídos de


la verdad, de la necesidad, de la utilidad del fin propues­
to, cooperemos según nuestras fuerzas a su realización.

27
Siendo director general de Publicaciones José Dévalos
se terminó la impresión de Iniciativa da la América.
Idea de un Congreso Federal da las Repúblicas,
en los talleres de Polymasters de México, S. A.
el día 19 de noviembre de 1978.
Se tiraron 10,000 ejemplares.
TOMO I:
1. Simón Bolívar, C A R T A DE JA M A IC A . 2. A rtu ro Ardao, LA ID E A DE
LA M A G N A CO LO M B IA. DE M IR A N D A A HOSTOS.

RECTOR
Dr. G uillerm o Soberón Acevedo
SECRETARIO G ENE RAL ACADEMIC O
Dr. Fernando Pérez Correa
SECRETARIO G ENE RAL A D M IN IS T R A T IV O
Ing. Gerardo Ferrando Bravo
CO O RDINADO R DE HU M A N ID A D E S
Dr. Jorge Carpizo
DIREC TO R FACULTAD DE FIL O SO F IA Y LETRAS
Dr. Abelardo Villegas
CENTRO DE ESTUDIOS LATIN O A M ER IC A N O S
Dr. Leopoldo Zea
U N IO N DE UN IV E R S ID A D E S DE A M ER IC A L A TIN A
SECRETARIO G ENERAL
Dr. Efrén C. del Pozo.

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